PALADARES DE CORDELIA · 2018-06-08 · Stendhal contaba que un militar español retirado en...

PALADARES DE CORDELIA

Duelos y duelistas españoles.e$S_Maquetación 1 1/5/18 12:06 Página 3

Detalle del grabado de Henry Dupray sobre el duelo con pistola al aire libre entre Oscar Bardi de Fourtouy Léon Gambetta. Se publicó en 1887 en Harper’s NewMonthly Magazine.




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Duelosy DuelistasEspañoles


Primera edición en REINO DE CORDELIA, mayo de 2018

Edita: Reino de Cordeliawww.reinodecordelia.esN P @reinodecordelia.es M facebook.com/reinodecordelia

Derechos exclusivos de esta edición en lengua española© Reino de Cordelia, S.L.Avd. Alberto Alcocer, 46 - 3º B

28016 Madrid

© José Esteban Gonzalo, 2018

Ilustración de cubierta: Detalle de El duelo despuésde la mascarada (1857-1859), de Jean-Léon Gérôme

IBIC: DNFISBN: 978-84-16968-43-5Depósito legal: M-14456-2018

Diseño y maquetación: Jesús EgidoCorrección de pruebas: Pepa Rebollo

Impresión: Gráficas ZamartImpreso en la Unión EuropeaPrinted in E. U.Encuadernacón: Felipe Méndez

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.



José Esteban


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Índice

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Hacia 1675, Hortensia de Mancini, duquesa de Mazarino, era célebre como esgrimista, jugadora y pistolera.


Detalle de El duelo,óleo sobre lienzo de Alexander von Bensa.

Detalle de El duelo,óleo sobre lienzo de Alexander von Bensa.


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POR LO QUE SABEMOS, la mayor partede los duelos españoles terminaban bien.Entre los muchos que se celebraron enlos finales del XIX y principios del XX

hubo muy pocos que culminaron con lamuerte de uno de los contendientes. Ca-si siempre se trataba de mojigangas apa-ratosas1 que acababan con heridas le-

1Era esto tan palpable, que el ingenioso Juan PérezZúñiga dedicó una de sus celebradas poesías fes-tivas, Duelos sin quebrantos: «Cada día hay, ¡oh lec-tor!, / nuevos duelos concertados… / Pero es igual.En España, / aunque hay lances muchos días, /los realizan con tal maña / que no causan averías./ No sé que trazas se dan / ni si zanjan la cues-tión / con sables de mazapán / o pistolas de tu-rrón. / Ello es que el honor salvado / y el valorreconocido / nunca dan el resultado / de que al-guno salga herido». Según el periodista Julio Nom-


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ves y ¡todos tan contentos! Heridas másparecidas a sangría de lanceta de ciru-jano que a agujeros producidos por lapunta del estoque2.

Como la costumbre estaba muy arrai-gada, había en Madrid (nos lo cuentaAntonio Espina) varias salas de armasdonde se entrenaban en el manejo de laespada, el florete o el sable, aquellosque, por su posición, profesión y carác-ter, estaban predestinados a batirse enduelo.

En estas salas se hacía tertulia, ysu charla versaba sobre cuestiones deactualidad, mujeres, deportes y algo depolítica. Sus asistentes eran profunda-mente reaccionarios. A veces, simplesdiferencias de opinión terminaban en«lances entre caballeros».

bela (Impresiones y Recuerdos, pág. 150), se recu-rría al duelo falso como novatada de actores prin-cipiantes.2Una excepción fue el duelo entre el marqués dePickman con el capitán Paredes, motivado por unacuestión de faldas. Se llevó a cabo en Sevilla, apistola, y resultó muerto el marqués. También mu-rió en duelo don Enrique de Borbón, duque de Se-villa y primo de Isabel II, y en algún momento as-pirante a su mano. Su matador no fue otro sino elduque de Montpensier. La causa, un artículo queescribió el Borbón, por ser ambos aspirantes altrono vacante. El duelo se celebró en las afuerasde Madrid. Corría 1870.


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Famosos y conocidos fueron algu-nos de estos maestros de esgrima. Po-pulares fueron Sanz, Carbonell, Roque,Fernández Aranda, Arandilla y los her-manos Buenos. Además, por esta espe-cie de academias desfilaron profesoresextranjeros de gran renombre.

En un ambiente tan turbulento —es-cribe Antonio Espina— como el de Ma-drid de aquellos años, los duelos se pro-ducían muy a menudo. Los militares3, lospolíticos y los periodistas eran los quemás se desafiaban y batían.

Las noticias de esos lances de ho-nor fueron muy perseguidas por la pren-sa madrileña y motivo de conversacióndurante tiempo.

En España, según un historiador delduelo en Europa, continuó junto con otrasmuchas cosas, a falta de una fuerte co-rriente modernizadora que lo eliminara,es decir, de una clase media industrial lobastante fuerte como para tener puntosde vista propios. Blanco White, el cura

3«Napoleón I, cuya carrera fue una especie de due-lo contra Europa entera, desaprobaba los lancesde honor entre los oficiales de su ejército. El granemperador no era buen espadachín y tenía pocorespeto por las tradiciones». (Joseph Conrad, Losduelistas, pág. 9. Editorial Eneida, Madrid, 2009).


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español que se desesperó con su país yse estableció en Inglaterra, escribió queúnicamente los españoles de clase mediabaja luchaban ya por las mujeres. Puedeque los militares fueran una excepción.Stendhal contaba que un militar españolretirado en Narbona, y que tenía una jo-ven y bonita esposa, «se sintió obligadoa abofetear a cierto gallito». Al día si-guiente ella se presentó en el lugar don-de debían luchar. El gallito pensó quehabía venido a detenerlos; ella replicó:«He venido a enterrarlo a usted».

Necesario es traer a esta líneas dosturbulentos personajes del Madrid de larevolución de 1868. Se trata del bravu-cón José Paul y Angulo, director de ElCombate. Personaje resentido y cínicosobre el que se proyecta la sospecha delasesinato del general Prim. El otro, nomenos bravucón, Felipe Ducazcal, goza-ba de gran predicamento entre los ele-mentos más levantiscos de los barriosbajos, y defensor acérrimo del citado ge-neral Prim. Durante años dirigió una par-tida de matones conocida como la Par-tida de la porra4. Uno y otro estaban4

Especie de banda que cometía en Madrid toda cla-se de tropelías, desde romper cristales y farolas,


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destinados a enfrentarse. Y así sucedió.Los padrinos de ambos concertaron unduelo en condiciones durísimas: pistolarayada, veinte pasos avanzando, hastaque uno de los contendientes quedase«en absoluto fuera de combate».

El duelo se celebró en una finca delas Ventas del Espíritu Santo. Le tocódisparar primero a Ducazcal y erró el

dispersar manifestaciones a palo limpio y hasta co-meter verdaderos crímenes. Entre estos figuran lasbrutales palizas propinadas al conde de EstebanCollantes, al escritor Juan Rico Amat, al jovenmarqués de Zafra o a Manuel Azcárraga, directordel semanario carlista El Papelito. Hay que decirque Azcárraga y Rico Amat fallecieron a conse-cuencia de las lesiones recibidas. Sus fechorías sehicieron muy famosas, y el republicano NicolásEstévanez las recuerda y maldice en sus impaga-bles memorias:

Volverá la partida de la porrapor mayor y menor a funcionar.Volverán a romperle las costillasa todo el que trascienda a liberal.Volverá la duquesa de la Torrea vivir en la calle de Alcalá,pero los de las gorras coloradas,esos no volverán.Volverán calamares sin vergüenzaa transferir millones, a robar.Y volverán a España los Borbones,y frailes y jesuitas volverán,y Maisonnave tornará a las bufas,y volverá a sus trinos Castelar.Pero aquella gorrita coloradano me la pongo más.

(Escrito con motivo del golpe de Pavía contra laprimera República española).


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tiro. Luego dieron un paso adelante ydisparó Paul, que acertó a su adversa-rio en la cabeza.

La herida fue muy grave y el jefede los porristas estuvo quince días en-tre la vida y la muerte. Sanó al fin; pe-ro la bala, alojada junto a su oído, nopudo extraerse y fue causa, andando eltiempo, de la muerte de Ducazcal.

Famoso fue el duelo de don LuisGonzález Bravo con el gran periodistaAndrés Borrego. Se concertó a pistolay también con muy duras condiciones.Los contendientes llegaron al terreno,pero una de las pistolas se encasquillóy fue imposible utilizarla. El periodis-ta (Borrego) quería que se esperase atraer nuevas pistolas, pero el político(González Bravo) dio el lance por ter-minado y rehusó un nuevo encuentro.

Quizás el lance más romántico delos celebrados entre nosotros fue el sos-tenido por el gran poeta Espronceda conel comandante Pezuela —después con-de de Cheste—. Fue a sable y tuvo lu-gar por la noche, a la luz de la luna,detrás de las tapias del cementerio deSan Marín, de altos cipreses. Era unanoche anubarrada de septiembre y co-


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mo juez único de campo actuó el gene-ral y poeta Antonio Ros de Olano.

Espronceda recibió un sablazo en eldedo pulgar de la mano derecha, cosaque, a juicio de Olano, bastaba para darpor terminado el combate. Pero —y es-to lo cuenta Fernández de Córdoba—«excitado el poeta por su herida, des-oyó los ruegos del único testigo y juezde campo y, avanzando con inusitada fu-ria y violencia, llegó a arrinconar a suadversario, que no podía romper más,adosado como estaba a las tapias del ce-menterio. Pezuela tenía mayor dominiodel sable que Espronceda; quería a es-te como un hermano y trataba de con-tenerle sin herirle; pero el irascible poe-ta seguía arremetiéndole, sin escucharlas voces de Ros de Olano, y entoncesPezuela le descargó un tremendo plana-zo con el sable que dio con él en tie-rra, rompiéndose una clavícula».

Benito Pérez Galdós, en el EpisodioDe Oñate a La Granja, narró otro duelomuy popular por la categoría y nombra-día de los contendientes. Parece ser queFrancisco Javier de Istúriz «dijo al pri-mer ministro, en un arranque de fran-queza oratoria, que no desempeñaba su


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destino con dignidad». Sin pérdida detiempo, Juan Álvarez Mendizábal, deci-dido a «lavar la afrenta», designó al ge-neral Seoane para que lo apadrinara.Istúriz se negó a dar ningún tipo de sa-tisfacciones y nombró al conde de lasNavas como su representante.

Ante la falta de arreglo, se acordóque tan insignes rivales se batirían apistola a las seis de la mañana siguien-te, en una posesión del conde de la Co-reja, más allá del puente de Segovia.Las armas fueron aportadas por el pe-riodista Andrés Borrego, construidas ex-profeso para lances de honor.

Los duelistas cambiaron un par dedisparos a veinte pasos, sin tocarse, y,antes de repetir, Istúriz dio satisfaccióny todo quedó terminado, «sin que fuesepreciso usar el esparadrapo y el tafetán»5. 5

«En abril de 1836, en el momento álgido de la gue-rra carlista, hubo un duelo entre Mendizábal —elprimer ministro entrevistado por Borrow, el ven-dedor de Biblias—, e Istúriz, otra figura destaca-da del bando liberal, pero representante de unageneración anterior menos radical. Se colocaron aveinte pasos, una distancia segura para la mayo-ría de los civiles, y sus padrinos prohibieron unsegundo disparo, pero nunca se reconciliaron deltodo. (P. Janke, Mendizábal y la restauración de lamonarquía constitucional en España, Madrid, 1974,212-13; y tomado de El duelo en la historia de Eu-ropa, de V. G. Kiernan, Madrid, 1992).


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