Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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FACOLTÁ DI LINGUE E LETTERATURE STRANIERE MODERNE Corso di Laurea in Mediazione Linguistica per le Istituzioni, le Imprese e il Commercio Tesi di Laurea di I° Livello in Lingua e Traduzione Spagnola Una versión de Irlandeses detrás de un Gato de Rodolfo Walsh en italiano Laureanda: Gloria Fiorani Matr.282 Relatore: Correlatore: Dott.ssa Emma Miliani Prof. Vincenzo De Tomasso Anno Accademico 2006 / 2007

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FACOLTÁ DI LINGUE E LETTERATURE STRANIERE MODERNE

Corso di Laurea in Mediazione Linguistica per le Istituzioni, le Imprese e il

Commercio

Tesi di Laurea di I° Livello in Lingua e Traduzione Spagnola

Una versión de

Irlandeses detrás de un Gato

de Rodolfo Walsh en italiano

Laureanda:

Gloria Fiorani

Matr.282

Relatore: Correlatore: Dott.ssa Emma Miliani Prof. Vincenzo De Tomasso

Anno Accademico 2006 / 2007

Page 2: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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TABLA DE CONTENIDOS

AGRADECIMIENTOS.................................................................................... 2

1. INTRODUCCIÓN........................................................................................ 3

2. CONTEXTO HISTÓRICO ......................................................................... 6

2.1 Los golpes de los años '60 y '70........................................................... 11

3. BIOGRAFÍA DE RODOLFO WALSH ................................................... 14

3.1 Walsh, el irlandés................................................................................. 18

4. “IRLANDESES DETRÁS DE UN GATO": PREÁMBULO....... .......... 22

5. IRLANDESI CHE INSEGUONO UN GATTO....................................... 23

6. ANÁLISIS LINGÜÍSTICO Y DIFICULTADES EN LA

TRADUCCIÓN............................................................................................... 64

APÉNDICE ..................................................................................................... 69

BIBLIOGRAFÍA ..........................................................................................111

SITIOGRAFÍA ............................................................................................. 112

Enlaces sobre la historia de Argentina................................................... 114

Diccionarios y foros..................................................................................115

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AGRADECIMIENTOS - RINGRAZIAMENTI

Desidero ringraziare la dott.ssa Emma Miliani e il prof.

Vincenzo De Tomasso, rispettivamente relatore e correlatore di

questa tesi, per la grande disponibilità e cortesia dimostratemi, e per

tutto l’aiuto fornito durante la stesura.

Un sentito ringraziamento ai miei genitori, che, con il loro

continuo sostegno morale ed economico, mi hanno consentito di

raggiungere questo traguardo.

Desidero inoltre ringraziare il dott. Claudio Francisco

Salvadores Merino, per i suoi preziosi consigli e per il suo appoggio

morale.

Un ultimo ringraziamento ai compagni di studi, per essermi

stati vicini sia nei momenti difficili, sia nei momenti felici: sono

stati per me più veri amici che semplici compagni, dimostrando di

avere una pazienza fuori dal comune.

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1. INTRODUCCIÓN

Este trabajo pretende ser una aproximación a la historia de

los inmigrantes irlandeses en Argentina, especialmente del escritor

argentino Rodolfo Walsh, a través de la traducción de su cuento

“Irlandeses detrás de un Gato”. Escrito en 1967, contiene elementos

reveladores acerca de la actitud y de las condiciones en las que

vivían dichos inmigrantes. Por tal motivo, consideramos oportuno

hacer hincapié en los elementos principales. En primer lugar, este

cuento representa la pobreza de muchas familias por medio de la

descripción física de los niños (“un epiléptico y un albino, dos

rengos más y un tartamudo”), de su forma de actuar y de su

lenguaje que, como veremos a continuación, se caracteriza por el

frecuente uso de términos malsonantes. Tales expresiones se

escuchaban a menudo en los hogares de los descendientes de

inmigrantes, puesto que la situación política era muy compleja y

peligrosa y daba lugar a discusiones, incluso entre miembros de la

misma familia: “[...] Yo recuerdo grandes enfrentamientos entre mi

padre y sus hermanos a raíz de la política.[...] Eso los tenía

enfrentados seriamente a veces, pero prevalecía el hecho de ser

hermanos. [...]” (Ollier, en Bertranou, 2006:40)

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Asimismo, de los libros que hemos leído se deduce que los

chicos heredan de los adultos una serie de actitudes que pertenecen

al ámbito militar ([...] Fácilmente se desplegaron, casi a paso de

marcha, Dolan en una punta, Geraghty en el centro, el pequeño

pero ingenioso Murtagh a retaguardia, y este único y sencillo

movimiento bloqueó todas las posibles retiradas [...]) y que se

reflejan en la organización del grupo y en la descripción de los

asaltos a los que el Gato se ve sometido ([...]Dolan reflexionó y dio

sus órdenes. Mandó a Winscabbage, que era estúpido pero de

anchas espaldas, a retener la encrucijada que tanto había

desconcertado al Gato e impedir a toda costa su regreso. Después

transmitió a Murtagh la señal de tomar sus propias disposiciones, y

Murtagh llamó al pequeño Dashwood y le ordenó que se quedara

allí y gritara [...]).

Por otro lado, tal conducta, que indica la asimilación de los

comportamientos de los adultos, se ve contrastada por la presencia

de juegos infantiles y deportes, algunos de los cuales, como el

hurling, son típicos de Irlanda; esto denota la dificultad de los

irlandeses a la hora de integrarse con los argentinos.

Otro detalle digno de consideración es el acoso disciplinario

por parte del celador del colegio, llamado “la Morsa”: tal actitud es

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el espejo fiel tanto de la represión nazista que amenazaba a Europa,

como del ostracismo que existía en Argentina. Contribuye a

corroborar tal impresión la descripción del edificio en que se

encuentra el mismo colegio: frío, hostil, sus muros son altos e

inviolables, lo que implica privación de la libertad. No hay que

olvidar que la Argentina de los años Sesenta y Setenta sufrió las

persecuciones y los horrores de la Guerra Sucia y, a finales de los

años Setenta, la dictadura de Jorge Videla. Las represiones y las

masacres que tal régimen llevó consigo repercutieron sobre Walsh y

le impulsaron a expresar, a través de su producción literaria, la

desesperación, la indignación y el deseo de libertad del pueblo

argentino, objetivo que consiguió en parte con la trilogía de los

Irlandeses: el cuento “Un oscuro día de justicia” ha sido

interpretado como “una metáfora sobre el modo en que los pueblos

se relacionan con sus líderes” (Flachsland, 2006:94), y la misma

interpretación, como veremos, se puede aplicar a “Irlandeses detrás

de un Gato”.

Para concluir, cabe añadir que Rodolfo Walsh fue capaz de

construir su experiencia literaria no sólo con el fin de esclarecer la

verdad sobre una de las tragedias más abrumadoras de la historia

argentina, sino también de devolver la esperanza a una nación

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devastada que anhelaba justicia. Para tal fin se dedicó a la

investigación y se apuntó a varias asociaciones revolucionarias,

entre ellas la FAP y Montoneros. Tal actitud investigadora se ve

reflejada en la de la Morsa1 quien, aunque no tiene por qué

esconderse, siempre está esperando al acecho por si alguien rompe

las reglas, espiando hasta la más mínima señal de inquietud y de

insubordinación.

2. CONTEXTO HISTÓRICO

La Argentina de los años Sesenta acababa de vivir una época

de revoluciones y de cambios radicales en lo que concierne a la

política. De hecho, en 1946 Juan Domingo Perón se presentó a las

elecciones como candidato del Partido Laborista que apoyaba a

Hortensio Quijaro, perteneciente a la Unión Cívica Radical Junta

Renovadora. Acto seguido, surgieron dos movimientos: el

peronismo, apoyado por los sindicalistas de la CGT (Confederación

General del Trabajo), por la UCR Junta Renovadora y por los

conservadores de las provincias del interior del país, y la Unión

1 Uno de los protagonistas del cuento “Irlandeses detrás de un Gato”; en concreto, se trata del

celador del colegio

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Democrática, que contaba con la participación de la Unión Cívica

Radical y de los partidos Socialista y Demócrata Progresista, y con

el apoyo del Partido Comunista, de los conservadores de la

provincia de Buenos Aires y del Embajador de Estados Unidos.

Perón ganó las elecciones con el 56% de los votos. El nuevo

Presidente empezó inmediatamente a consolidar su poder. Con

respecto a la política interior, disolvió el Partido Laborista y lo unió

al recién nacido Partido Peronista (llamado también Partido Único

de la Revolución). En principio, éste contaba con tres apartados:

sindical, que consistía en la CGT, a saber, la única organización

sindical que estaba permitida; político; femenino, a partir del año

1952, cuando las mujeres obtuvieron por primera vez el derecho a

votar. Más tarde se considerará a la Juventud Peronista como la

cuarta sección del movimiento. Sin duda, el gobierno peronista fue

muy duro con la oposición política y sindacal, incluso arrestando a

muchos dirigentes. En las universidades nacionales se destituyó a

los profesores disidentes y se promocionó la asociación estudiantil

CGU (Confederación General Universitaria) en oposición a la

mayoritaria FUA (Federación Universitaria Argentina). Según el

mismo criterio se creó la UES (Unión de Estudiantes Secundarios).

A partir de 1950, la situación económica del país empezó a

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deteriorarse; con todo, Perón volvió a triunfar en las elecciones de

1952. Anteriormente, en 1949, él mismo había modificado la

Constitución para que pudiera ser reelegido dos años después. En

1951, Eva Perón se presentó como candidata a la Presidencia.

Aunque contaba con el apoyo de la Confederación General del

Trabajo, la oposición militar la obligó a renunciar públicamente en

la Avenida 9 de Julio en Buenos Aires. Evita murió en 1952 con 33

años.

Como ya hemos visto, el ascenso al poder del peronismo

ocurrió inmediatamente después de la 1° Guerra Mundial. Esto

implicaba la inestabilidad económica de una Europa destrozada y el

fuerte papel de líder que desempeñaron Estados Unidos. A su vez,

los países más desarrollados estaban gravemente endeudados con

Argentina, gracias a que ésta exportaba carne y trigo a Europa. En

concreto, el Reino Unido, el país más endeudado, declaró su

insolvencia. El gobierno peronista utilizó ese crédito para adquirir

empresas de servicios públicos de capital británico.

Asimismo, este mercado garantizaba la prosperidad

económica de Argentina y permitió al gobierno la aplicación de una

política que incluía nuevos derechos sociales, entre otros

vacaciones, inversiones en la salud pública y en la educación.

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Siendo tales beneficios promocionados y patrocinados por Perón y

por su esposa, hasta las nacionalizaciones se consideraban

conquistas y símbolos de soberanía e independencia. Sin embargo,

a lo largo del tiempo, este modelo económico se reveló inviable,

puesto que los fondos se destinaron casi exclusivamente a la

distribución de beneficios directos para los trabajadores,

descuidando nuevas inversiones y perjudicando el aumento de la

producción. A nivel mundial, Estados Unidos colocaron sus

excedencias en Europa gracias al Plan Marshall, limitando las

posibilidades de acceso al mercado para los alimentos argentinos.

Por añadidura, a partir de 1950 la situación económica

comenzó a empeorar. Alfredo Gómez Morales, ministro de la

Economía, tomó medidas drásticas, entre otras la reducción del

gasto público. Perón, quien había declarado que nunca habría

comprometido la independencia económica de la nación, se vio

obligado a pedir un préstamo al Banco Mundial. Al mismo tiempo

surgieron las primeras dificultades políticas: un golpe militar, la

llamada Revolución Libertadora provocó la caída de Perón en 1955.

El mismo Perón fue condenado al exilio y se estableció en España.

Algunos años después, durante los años Sesenta y Setenta,

todos los gobiernos que se sucedieron en Argentina se vieron

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suplantados por golpes de Estado. Los conflictos y la violencia

política se exacerbaron. Paradójicamente, el crecimiento económico

del país era el más alto del mundo. A partir de la segunda mitad de

la década de 1960, se agravaron los problemas sociales y apareció

la insurreción guerrillera del Ejército Revolucionario del Pueblo, de

Montoneros y de otras organizaciones armadas. En 1972 Perón

volvió a Argentina y en 1974, tras ganar las elecciones en 1973,

murió.

Mientras tanto, como hemos dicho, en 1955 la Armada

Argentina, guiada por el general Eduardo Lonardi, instauró la

Revolución Libertadora. A los pocos días, el general Pedro Eugenio

Aramburu sustituyó a Lonardi y llegó a ser Presidente, abrogando la

Constitución reformada en 1949. En 1956 el gobierno ordenó el

fusilamiento de 31 militares y civiles peronistas quienes habían

intentado llevar a cabo un golpe militar. Un año más tarde se

celebraron elecciones para reformar la Constitución; el peronismo

estaba prohibido. La Unión Cívica Radical del Pueblo obtuvo la

mayoría de los votos. La Unión Cívica Radical Intransigente,

dirigida por Arturo Frondizi, alegó que la abrogación de la

Constitución y la prohibición del peronismo eran actos ilegales y

abandonó la Asamblea Constituyente de 1957. Ésta aprobó la

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abrogación de las reformas constitucionales de 1949, reintrodujo la

Constitución de 1853 y añadió el artículo 14 bis sobre la tutela de

los trabajadores.

En 1958 Arturo Frondizi ganó las elecciones, apoyado por el

peronismo que, en ese entonces, seguía siendo ilegal.

2.1 Los golpes de los años '60 y '70

El gobierno de Frondizi cayó en 1962 por un golpe militar,

tras el triunfo del peronismo en varias elecciones provinciales.

Aprovechando la confusión, el Tribunal Supremo nominó

presidente a José María Guido, hasta ese entonces presidente

temporal del Senado; esta elección fue posteriormente aprobada por

la Junta Militar.

El 7 de julio de 1963 se celebraron nuevas elecciones; el

peronismo aún no se había legalizado. Triunfó Arturo Umberto

Illia, perteneciente a la Unión Cívica Radical del Pueblo. Illia

asumió el cargo el 12 de octubre de 1963, con una serie de medidas

para legalizar el peronismo. En primer lugar, cinco días después, en

Plaza Miserere se celebró la conmemoración del 17 de octubre de

1945, Día de la Lealtad: en esa ocasión, miles de personas

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manifestaron libremente por la liberación de Perón. Asimismo, el

gobierno de Illia eliminó las restricciones electorales, permitiendo

la participación de los peronistas en los mítines del año 1965. Por

último, legalizó el Partido Comunista y aprobó medidas contra la

discriminación y la violencia racista. Además, Illia promulgó leyes

que tutelaban los trabajadores contra la explotación laboral y

mejoraban su sueldo. Hubo también mejoras en la educación y en la

salud pública; al mismo tiempo, la entera economía daba señales de

prosperidad.

En 1965 tuvieron lugar elecciones legislativas en las que se

eliminaron todas las limitaciones que aún quedaban. De esta

manera, el peronismo pudo presentar sus propias listas de

candidatos y ganar las elecciones. Tal triunfo alarmó a la Armada

Argentina, tanto por la existencia de facciones militares y peronistas

estrechamente vinculadas entre ellas mismas, como por la presencia

de facciones militares antiperonistas. El gobierno, mediante una

fuerte campaña denigratoria, contribuyó a empeorar la situación. De

hecho, el general Julio Alsogaray, comandante del Primer Cuerpo

del Ejército, planeó el golpe que favoreció el ascenso al poder del

general Juan Carlos Onganía, quien contaba con el apoyo de

facciones militares y de políticos, entre los cuales el ex-presidente

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Arturo Frondizi. El 28 de julio de 1966 se produjo el golpe militar.

El general Julio Alsogaray obligó a Illia a retirarse; él se negó, pero

ante la intrusión de la policía en su oficina y viendo que las tropas

acordonaban la Casa Rosada, decidió rendirse. Al día siguiente,

Onganía asumió el poder.

Como consecuencia de esto, se instauró la dictadura militar,

que en Argentina se caracterizó por la sucesión de varios

presidentes apoyados por el Ejército. En 1971, en fin, Alejandro

Lanusse intentó reestablecer la democracia en un país en el cual los

peronistas de la clase obrera protestaban incansable e

incesantemente.

La dictadura militar llevó, en 1976, a la llamada Guerra

Sucia, con la que las fuerzas gubernamentales ejecutaron un

programa de represión violenta. Este tipo de guerra, que en

Argentina terminó en 1983, destaca por las atrocidades que se

cometieron: desapariciones, torturas y otras operaciones secretas,

además de la violación masiva y sistemática de los derechos

humanos. Entre los protagonistas de tales masacres se encuentran

los nombres de los dictadores Jorge Rafael Videla, Roberto

Eduardo Viola y Leopoldo Galtieri.2

2 Tomado de http://it.wikipedia.org/wiki/Storia_dell%27Argentina

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3. BIOGRAFÍA DE RODOLFO WALSH

Rodolfo Walsh nació el 9 de enero de 1927 en Choele-Choel,

un pueblo de la provincia de Río Negro, en el Sur de Argentina,

situado a pocos kilómetros de una de las zonas más ricas de la

provincia: el alto valle. La locución mapuche choele-choel, como

todos los vocablos pertenecientes a la cultura oral, tiene múltiples

significados. Walsh eligió el de "corazón de palo": lo que, a lo largo

del tiempo y según lo que él mismo afirmó, le "ha sido reprochado

por varias mujeres".

Sus padres, irlandeses, se llamaban Dora Gill y Miguel

Esteban Walsh. Rodolfo fue el tercero de cinco hijos: cuatro

varones y una mujer. En principio, aunque no les sobraba el dinero,

no eran pobres, o, en todo caso, vivían en una pobreza digna,

suavizada por la esperanza del ascenso social. Sin embargo, la

mudanza del año 1932 representó el primer, radical cambio en la

vida de la familia. Los Walsh se mudaron al sur de la provincia de

Buenos Aires, a 400 km de la Capital Federal, a fin de que los niños

recibieran una educación apropiada. Rodolfo aprendió a leer y

escribir en una escuela regida por monjas italianas.

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La crisis económica de los años treinta provocó el derrumbe

de la familia Walsh. En 1936 ellos se trasladaron a la ciudad de

Azul y un año más tarde, gravemente endeudados, llegaron a

Buenos Aires. En "El 37", un texto sobre su infancia, Rodolfo

recuerda la amargura de esa etapa de su vida y el inevitable

desmembramiento familiar: sus hermanos mayores se fueron a vivir

con una abuela, la más pequeña se quedó con sus padres en una

pensión, y él, que tenía diez años, se fue con su hermano Héctor, de

ocho, a un colegio de monjas irlandesas en Capilla del Señor al que

asistían niños huérfanos y pobres.

Entre 1938 y 1940 sus padres le llevaron a otro colegio, el

Instituto Fahy, situado en Moreno, en la provincia de Buenos Aires.

La institución pertenecía a una congregación de curas irlandeses.

Rodolfo y sus compañeros sufrían la severa vigilancia de los

celadores del Instituto.

A los diecisiete años abandonó el Colegio Nacional. Se

presentó al examen para ingresar al Liceo Naval3, pero suspendió

música y dibujo. Un año más tarde, en 1945, falleció su padre. La

muerte fue traumática: en un galope, el caballo tropezó y cayó sobre

el cuerpo de Miguel Esteban Walsh. La familia tuvo que abandonar

el campo; antes de partir, Rodolfo cabalgó doscientos kilómetros 3 Instituto de enseñanza media para cadetes

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hacia el sur para salvar el caballo de su padre, dejándolo en la casa

de un tío. El escritor Osvaldo Bayer vislumbra en ese gesto mucho

más que una simple aventura juvenil: "Ésa es verdadera

universidad; esas horas plenas de dolor del chico ante ese mundo

amenazante, ante ese Dios ontológicamente injusto con los débiles,

que son siempre los faltos de malicia". (FLACHSLAND, 2004:14)

Sin embargo, esa sensación de eterno desarraigo no fue el

único trauma que afectó a Rodolfo Walsh. Una desgracia que le

dejó marcado para siempre, y que desencadenó la depresión que lo

llevó a la muerte, fue la muerte de su hija María Victoria, que

Walsh tuvo con la estudiante de Letras Elina Tejerina. Hermana de

Patricia y militante montonera, “Vicky” murió a los veintiséis años,

el 29 de septiembre de 1976, en un enfrentamiento con el Ejército

en el barrio de Villa Luro. Walsh, desconsolado, expresó sus

sentimientos en dos cartas abiertas: “Carta a Vicky” y Cartas a mis

amigos”. En la primera, cuenta que al escuchar la terrible noticia

tuvo un gesto instintivo: empezó a santiguarse. En esta carta

expresa el dolor por no poder despedirse de ella y, al mismo tiempo,

el parcial alivio por guardar su recuerdo y por estar tan orgulloso de

ella como lo está su madre.

Tres meses después de la tragedia, Walsh publicó la “Carta a

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mis amigos”, en la que analizaba lo ocurrido como parte del

proceso revolucionario. En dicha carta delineó un perfil de su hija,

explicando las razones y las circunstancias de su muerte. Narró los

últimos encuentros entre los dos: breves, a escondidas, haciendo

planes que ambos sabían que no se iban a cumplir. Asimismo,

Walsh elogió a su hija por su sentido del deber, que la incitó a

sacrificar la gratificación individual y a luchar por sus ideales

mucho más allá de lo que su cuerpo le permitía; lo que conllevaba

vivir escondida, huyendo continuamente sin perder su sonrisa, que

tan sólo se apagaba un poco.

El testimonio de un soldado permitió a Walsh reconstruir y

describir detalladamente la batalla en la que murieron su hija y

otros militantes montoneros. Confesó que había conseguido ver la

escena con los ojos de su hija, y que la chica, frente a una rotunda

derrota, había preferido suicidarse que entregarse al enemigo. La

única sobreviviente fue la hija de Vicky, una niña de un año.

Por último Walsh, padre orgulloso, apreció la decisión de

Vicky quien, aún pudiendo elegir otros caminos, distintos pero no

por eso menos dignos, escogió el más justo y generoso, donando su

vida para dar justicia a millones de personas.

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3.1 Walsh, el irlandés

Walsh fue descendiente de irlandeses por vía paterna y

materna. Para entender las consecuencias que ésto conlleva hay que

tener presente el sufrimiento psicológico causado por tal

experiencia, sufrimiento que los inmigrantes transmitieron a varias

generaciones de sus descendientes por medio de los grandes

silencios que derivaban de las necesidades y de los trastornos de

adaptación al nuevo entorno cultural. En Walsh, las influencias del

trauma propio del emigrante son evidentes en su estilo de vida y,

consecuentemente, en su producción literaria y en su ideología

política.

En concreto, como descendiente de inmigrantes, Walsh

experimenta el trauma del desarraigo que desemboca en un

sentimiento de alienación y de falta de pertenencia. Aunque exista

una ligazón en la memoria con la patria de origen de sus

antepasados, la narración de su historia familiar es fragmentada y

se caracteriza por una fuerte ambivalencia: Walsh describe con

cierto desprecio el apogeo en la fortuna de sus antepasados, y con

pena, el derrumbe económico de su padre, que coincide con el

momento en que él abandona su puesto de mayordomo en Buenos

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Aires para mudarse al sur: “[...] Años más tarde Rodolfo relacionó

la pérdida de la fortuna familiar de sus antepasados con el azar, lo

inestable, la destrucción inevitable que acarrea el flujo temporal y

la decadencia del linaje.” (Bertranou, 2006:77) Incluso desconoce

el nombre de su abuelo, porque Miguel Esteban no quiere hablar de

él ni de su familia, y le resta importancia al asunto. El

desmembramiento de la familia, con los desplazamientos de los

hijos, provocó en Rodolfo una total inestabilidad y una sensación de

abandono y de miedo, que se reflejan en gran parte de su obra y,

sobre todo, de su ideología política. Tales razones llevan a Walsh a

la voluntad de hacer de Argentina su propia patria, a pesar de su

ascendencia irlandesa con la cual tuvo una relación ambigua. Por un

lado, él expresó la necesidad de alejarse de sus orígenes y

“argentinizarse” (Bertranou, 2006:40), pero al mismo tiempo

conservó el inglés como segunda lengua. Luego trabajó como

traductor durante muchos años y además, escribió cuentos sobre los

hijos de irlandeses en que es evidente el elemento autobiográfico.

Esta crisis permanente se convirtió en la necesidad de

reconstruir su propia identidad en base a experiencias muy

concretas de su actuación política y en una revisión retrospectiva de

dichas experiencias desde la niñez. En este sentido, con respecto a

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su condición de desarraigo, Walsh no es un caso aislado, sino

representa la mayoría de los inmigrantes irlandeses. Cabe señalar,

entre las varias causas de este fenómeno, que la comunidad

irlandesa en la Argentina de esa época se mantenía apartada de los

nativos, tanto en lo que se refiere a los aspectos religiosos, como en

lo que concierne al aspecto laboral. A mediados del siglo XIX, los

primeros inmigrantes irlandeses se establecieron en la ciudad de

Buenos Aires y en sus alrededores. A partir de entonces los que

habían logrado hacerse ricos empezaron a expandirse hacia las

zonas del sur y suroeste de Buenos Aires, donde crearon pequeñas

comunidades dotadas de parroquias y escuelas propias y se

dedicaron a la agricultura y a la cría de ovejas. Tales actividades

empujarían la economía argentina en los años cuarenta. De hecho,

los inmigrantes irlandeses que ya residían en el país reclutaban a los

recién llegados para el trabajo rural. En el establecimiento de dichos

inmigrantes jugaron un papel fundamental dos irlandeses: el Padre

Anthony Fahy y el banquero Thomas Armstrong. Fahy, entre otras

funciones, llevaba las cuentas bancarias de los inmigrantes en el

Banco de la Provincia, cuyo dueño era Armstrong. Además, para

los futuros propietarios irlandeses, Fahy era la mejor fuente de

información sobre la venta de campos fértiles, pues conocía de

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primera mano el tema por sus recorridas a caballo de las

comunidades de irlandeses.

Este conjunto de sucesos y personajes permitió a la

comunidad irlandesa desarrollar una estructura social y religiosa

autónoma y aislada, y al mismo tiempo realizó una completa

integración con la economía argentina. Durante la segunda mitad

del siglo XIX, especialmente entre 1860 y 1875, muchos irlandeses

consiguieron una propiedad rural hacia la zona sur y suroeste de la

provincia.

En resumen, la primera generación de inmigrantes irlandeses

era pobre, pero tenía excelente aptitud para el trabajo en el campo,

por tanto los que llegaron a Argentina de 1844 a 1870, con la ayuda

de Fahy, tuvieron mejores oportunidades para establecerse en el

país. Sin embargo, los irlandeses sufrían las consecuencias de una

grave carestía que había afectado a Irlanda en 1845, causada por

varias y terribles enfermedades y conocida como “Gran

Hambruna”. Hostigada y despreciada por los ingleses, la población

irlandesa llegó a Argentina con el temor a ser engañada o asimilada

por los criollos.

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4. “IRLANDESES DETRÁS DE UN GATO”:

PREÁMBULO

Escrito a finales de los años sesenta (1967), este cuento

pertenece a la trilogía “Los irlandeses”, que constituye

probablemente el núcleo de la obra “imaginativa” de Walsh.

Personajes como El Gato o el pequeño Dashwood son los

protagonistas de narraciones que ilustran y encarnan la historia

colectiva en las existencias personales, otorgándole un matiz social

y político.

En concreto, el cuento “Irlandeses detrás de un gato” describe

un mundo despiadado donde un chico con apodo gatuno se enfrenta

a un ambiente rudo y hostil. En estas aguas turbias flotan las

jerarquías de los humillados, un escalafón por el que se sube a

fuerza de choques físicos y verbales y a golpe de ingenio. El Gato –

que no es ni más ni menos que el difuminado alter ego del mismo

Walsh – pasa por humillantes ritos iniciáticos para llegar a formar

parte de la tribu. Tras una gran derrota, los demás le aceptan en su

condición felina: “La enemistad de sangre había sido lavada,

ahora quedaban todas las otras enemistades”.

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5. IRLANDESI CHE INSEGUONO UN GATTO

Il ragazzo che più tardi avrebbero soprannominato Gatto

apparve senza preavviso contro la parete nord del patio, durante

l’ultimo intervallo prima di cena. Nessuno sapeva da quanto tempo

stesse accoccolato alla finestra del corridoio che collegava i

chiostri. In realtà, nulla doveva fare in quel luogo, perché aprile

stava finendo e le lezioni erano iniziate già da un mese, divorando

l’ultima luce del fastidioso autunno interrotto da lunghi e noiosi

periodi di pioggia. Stava facendo buio e il patio era molto grande,

riempiva lo stesso cuore dell’enorme edificio eretto negli anni Dieci

da pietose dame irlandesi. La penombra e il vasto spazio, che

nemmeno centotrenta fanciulli intenti ai loro giochi avrebbero

potuto rimpicciolire, spiegano perché nessuno lo avesse visto prima.

Questo anche grazie alla stessa natura misteriosa del nuovo venuto,

che lo spingeva a rimanere distante e nascosto, con la sua faccia

grigia e il suo grembiule grigio contro l’ombra della parete più

lontana dalla mensa verso la quale, insensibilmente, erano scivolate

negli ultimi venti minuti le biglie, il battimuro e la payana4.

4 Gioco infantile che consiste nel lanciare in aria cinque pietre e lasciarle cadere sul dorso

della mano.

Page 25: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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Il ragazzo sembrava malato, il suo viso era come un limone

acerbo spolverato di cenere. Non aveva ancora compiuto dodici

anni, era molto magro e i primi che gli si avvicinarono videro nei

suoi occhi un brillare febbrile. Aveva una maniera di muoversi

strana, inumana, fatta di scatti bruschi e fiammate di passione, o

qualsiasi cosa fosse, misti al più sottile e sfuggente allontanarsi di

un corpo sinuoso ed evasivo. Era alto, ma poteva sembrare molto

più piccolo grazie a un solo movimento, apparentemente, dei

fianchi e delle spalle, come se non avesse scheletro nonostante la

sua magrezza. Tutto ciò risultava inquietante ed offensivo.

Questo ragazzo, che più tardi avrebbero chiamato “il Gatto” e

che in poche ore stava per rivelare una parte così inaspettata della

sua natura felina, aveva viaggiato la maggior parte del giorno, e

tutto il giorno e tutta la notte precedenti, poiché viveva lontano, con

sua madre che stava invecchiando, la quale aveva tagliato i ponti

dell’affetto e, portandolo in collegio, lo metteva al mondo una

seconda volta, tagliava un cordone ombelicale incruento e secco

come un ramo, e se lo toglieva di torno per sempre. È vero,

all’ultimo momento, quando lo lasciò nella canonica con padre

Page 26: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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Fagan, riuscì a versare qualche lacrima e a baciarlo teneramente, ma

il fanciullo non si lasciò incantare, prché egli stesso pianse un poco

e la baciò, e sapeva perfettamente che tali gesti non sono così

importanti al di fuori del momento o del luogo che li provocano o

stimolano.

Nella mente del ragazzo predominava un persecutorio ricordo

di sentieri fangosi sotto una luce giallo miele, di piccole case che

svanivano e di file di alberi che sembravano mura di città

bombardate; perché tutto ciò era accaduto continuamente davanti ai

suoi occhi durante il lungo viaggio in treno e si era immerso nella

sua anima in modo tale che anche di notte, mentre dormiva cullato

dagli scossoni sulla panca di legno del vagone di seconda classe,

aveva sognato quella combinazione semplicissima di elementi, quel

misero e monotono paesaggio in sui sentì dissolversi allo stesso

tempo tutte le sue idee e i suoi sogni di distanza, di cose strane e

sconosciute e gente affascinante. Ora la sua disillusione aveva le

dimensioni dell’instancabile pianura, e questo era più di ciò che

osava abbracciare con il solo pensiero.

Esigenze più urgenti sopraggiunsero poi a liberarlo. Padre

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Fagan lo mandò da padre Gormally, e questi lo condusse sulla

soglia del cortile murato, immerso, fondo come un pozzo,

circondato sui quattro lati dalle immense pareti che lassù

ritagliavano una lastra metallica di cielo coperto – quelle pareti

terribili, rampicanti e vertiginose – e gli mostrò i centotrenta

irlandesi che giocavano, e quando tornò ad osservare le pareti

verticali, lui che non aveva mai visto altro se non la pianura con le

sue rannicchiate fattorie, una sensazione di totale angoscia, terrore e

solitudine lo invase. Fu soltanto un’esplosione di puro sentimento,

che gli fece accapponare la pelle, qualcosa di simile a ciò che sente

la pelle di un cavallo quando percepisce un giaguaro all’orizzonte.

Forse comprese che di lì a poco avrebbe conosciuto la gente della

sua razza, alla quale suo padre non apparteneva e della quale sua

madre non era altro che uno scarto. Li temeva profondamente, come

temeva sé stesso, come temeva quei lati nascosti di sé che fino ad

allora si manifestavano soltanto in forme fugaci, come i suoi sogni

o i suoi insoliti attacchi di collera, o il particolare modo in cui a

volte diceva cose apparentemente banali, ma che tanto turbavano

sua madre.

Tuttavia, a prima vista sembravano completamente

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inoffensivi quei ragazzini contadini, lentigginosi, dai capelli rossi,

con unghie e denti sudici, tasche rigonfie di biglie, calzini marroni

che pendevano fiaccamente sotto le ginocchia, con i loro stivaletti

gialli Patria le cui punte erano consumate per l’abitudine di calciare

pietre, lattine e palloni da calcio, piante, radici degli alberi e perfino

le loro stesse ombre; gambe forti e robuste ben calzate in quei

pesanti stivaletti distruttori, cacciatori, che uno (lui) vedeva

istintivamente puntati verso le sue caviglie o la parte morbida del

ginocchio, dove il liquido si raccoglie e si gonfia per settimane.

Lì stava, ora, il Gatto intrappolato,contro una finestra, e

ovviamente le prime parole che pronunciò Mulligan, che sembrava

comandare il gruppo, quando lo vide lì accoccolato, pronto per

saltare ma senza volerlo fare, senza voler lottare né parlare, la prima

cosa che disse Mulligan, forse nella sua lingua, forse in quella di

sua madre che egli misteriosamente comprendeva, fu:

-Ehi, somiglia a un gatto,

e quando ebbe ottenuto la ragionevole parte di

riconoscimento e di risate, e il soprannome fu appioppato per

Page 29: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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sempre al ragazzo che da quel momento chiamarono il Gatto, inciso

nel suo cuore o nella parte più ricettiva al castigo o alla burla, in

ogni parte che si aprisse come un taglio per accogliere il coltello

(perché la ferita è lì prima che il coltello arrivi, la parte morbida

prima di quella dura, la carne prima della lama), quando fu così

marchiato e consapevole di ciò che era, qualcuno, che avrebbe

potuto essere Carmody, Delaney o Murtagh, disse:

-Come ti chiami, amico?,

guardando il terreno, familiare per loro e sconosciuto per lui,

perché sospettava che una domanda così ovvia avesse un significato

nascosto, per cui non era affatto una domanda semplice ma una

vitale, che lo metteva in discussione e su cui doveva riflettere prima

di rispondere, prima di seguire, come fece, un percorso obliquo e

propiziatorio, prima di rispondere

-O’Hara- come rispose.

Ma il nome che egli pronunciò non volle penetrare,

semplicemente galleggiò come una mela scartata o una patata

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marcia galleggiano nel fiume. Lo rivoltarono, trasudando disprezzo

ed esasperazione:

-Non è vero. Il tuo vero nome- come se per loro fosse

trasparente. Quindi disse:

-Bugnicourt,

che era, questo sì, il nome di suo padre, a cui mai volle bene e

che neanche conobbe a fondo, un uomo perso per sempre nelle

sabbie mobili dell’aspro ricordo e dell’invettiva, di cui gli uomini

che seguirono calpestarono la memoria, fantasma afflitto che forse

spiava, attraverso i buchi dell’amara memoria, la donna che fu la

sua sposa e poi, senza nessuna spiegazione, divenne la puttana del

villaggio, ma una prostituta pietosa, una vera puttana cattolica che

portava al collo una catena d’oro con un medaglione della Vergine

Maria.

-Che razza di nome è questo? Sei polacco?- e subito, con

un’ombra di sospetto: -Ebreo?-

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-No,non sono ebreo- gridò, profondamente ferito, sentendo

per la prima volta quell’impulso di graffiare alla cieca che lo portò a

flettere dolcemente le dita, come se le ritraesse e ripiegasse fino a

sentire nei palmi il filo delle unghie.

-O’Hara è tua madre?- gli domandarono.

-Sì.

-Da dove viene?

-Da Cork. Cork in Irlanda.

-Tappo- tradusse Mullahy, che conosceva la geografia- Un

tappo nel culo- mentre il Gatto si muoveva inquieto nella penombra

e poi, con repentina decisione, segnava il primo punto, la sua prima

mossa vincente di fronte alla battaglia imminente e all’inevitabile

domanda.

-Mia madre è una puttana- disse senza affettazione,

lasciandoli un istante attoniti, inorriditi, increduli o segretamente

invidiosi dell’audacia che permetteva di dire una cosa simile,

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capace di far tremare il cielo dove planavano con le loro grandi ali

membranose le madri invulnerabili e di farle precipitare in un

mostruoso abisso.

-Avete sentito?- mormorò Kiernan nella costernazione

generale, nel silenzio, nella distanza aperta e quasi invalicabile.

-Bene, Gatto- disse Mulligan –bene, Gatto. Questo mi piace.

Sei il polacco, il francese o l’ebreo più figo che conosco. L’unica

cosa che devi fare ora è combattere con uno di noi, poi ti lasceremo

in pace e ci scorderemo perfino della vecchia, anche se è una

cavalla che tromba.

-Non voglio combattere- rispose il Gatto –sono stanco.

-Non devi lottare con me, Gatto, potrei ridurti a pezzi anche

con una mano legata. Combatterai con Rositer, che altro non ha se

non un buon gioco di gambe ma non picchia con la sinistra, e in

definitiva è una schiappa.

-Lasciatemi solo- disse il Gatto –Non voglio lottare con

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nessuno.

-Ma se ti meniamo, Gatto!- disse Mulligan –Se io ti meno!

Non farai un figurone, inoltre dobbiamo sapere in quale posto della

classifica ti mettiamo, o credi che sia uno scherzo?

-Non lo so- disse il Gatto, e subito gli videro in faccia un

sorriso strano, sognante e cinereo –Non possiamo rinviare a

domani?- prendendoli ancora di sorpresa.

Parvero consultarsi, in silenzio; domande e risposte si

susseguivano in un batter d’occhio, il tic di una guancia, una lunga

e accalorata discussione senza parole, finché non nacque un

consenso, risultato non di una votazione democratica ma del peso e

dell’autorità che fluivano attraverso i loro canali naturali, finché gli

ultimi turbini di dissenso svanirono e le acque tornarono a calmarsi.

-Va bene- disse Carmody, perché stavolta fu lui che, davanti

alla pesante franchezza di Mulligan, inclinò la bilancia. –Va bene-

sconcertato, senza sapere perché accondiscendesse se non perché

stuzzicato dal nuovo e dall’inaspettato, di conseguenza intriso,

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anche se in prospettiva, di qualcosa di diabolico. Ora, comunque,

era il custode della volontà comune e si era proposto di compierla.

Ma altri, seppur molto disciplinati nell’accettare quella

volontà comune, si allarmarono. Solo qualcuno che fosse

assolutamente estraneo, anzi, qualcuno che realmente avesse le

caratteristiche di un gatto, poteva rinviare una scazzottata. Quindi,

pensarono, quello non era più un gioco, se mai lo era stato.

E così successe che Carmody, dopo aver imposto il suo punto

di vista, rimase spiazzato, scivolando su un illusorio punto di

equilibrio, sentendosi abbandonato e incapace di evitare tutto ciò

che avrebbe potuto accadere in seguito. Perché questa è la natura

delle incerte vittorie che si ottengono su ignoti battiti del cuore.

Mulligan sentì salire la marea, la profonda corrente del

prestigio.

-Ehi, Gatto- disse –Ehi, come mai arrivi così tardi al

collegio?

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Il Gatto lo guardò e qualcosa di simile a un granello di

cenere, un piccolo scintillio, sembrò muoversi nei suoi occhi.

-Ero malato- rispose,

e allora indietreggiarono, come se avessero paura di toccarlo.

Il Gatto se ne accorse, un fugace sorriso tornò a giocherellare sul

suo viso magro e affamato; con sorprendente anticipo si lanciò su

quel frammento della sorte, lo scosse, lo maneggiò come una palla

attaccata a un elastico.

-Tigna- disse, scuotendo la testa e mostrandola –Chi mi tocca

è fottuto- disse toccandosi, burlandosi di sé stesso.

Indietreggiarono di nuovo, senza smettere di guardare, e nella

luce del crepuscolo credettero di vedere sulla testa del Gatto

macchie gialle e grigie, e più tardi Collins assicurò che erano come

cotone sudicio o fiori di cardo. Tutti compresero allora che la

faccenda sarebbe stata più complicata di quanto pensassero, perché

il cuore umano si rifiuta di colpire piaghe infette o mali nascosti, e

l’indole dell’ostacolo che li frenava era più o meno dello stesso

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ordine che impedisce o impediva, in antichi tempi levitici, che un

uomo tocchi la sua donna in certi giorni.

Con il capo chino il Gatto sottolineava il suo vantaggio e

rideva in cuor suo, osservandoli spassionatamente con lo sguardo

all’insù, scegliendo questo o quello per i giorni futuri della

ricompensa e del piacere felini, perché non disprezzava la caccia e

non ignorava i cambiamenti del tempo.

I pugni si aprirono e onde di piacere svanito, di legittima

eccitazione rubata scalarono l’una dopo l’altra, come nuvolette di

fumo, le vertiginose pareti. Nel bel mezzo di questo stupore suonò

la campana che annunciava la cena. Si riunirono controvoglia

contro la parete del refettorio, sotto gli occhi sporgenti e iniettati di

sangue del sorvegliante di turno che –precisi nel catturare il motivo

centrale di ogni disgrazia- chiamavano la Morsa, per via di quei due

incisivi che, come lunghi gessi, rimanevano sempre in vista, anche

quando chiudeva la bocca. Senza che nessuno glielo indicasse, il

Gatto trovò posto nella fila, e quel posto che trovò senza averlo

provato prima gli calzava a pennello, sicché ora si trovava

inosservato fra Allen e O’Higgins, anche se l’intera fila sentiva la

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sua presenza impunita come un oltraggio.

Dopo la preghiera, il Gatto mangiò lentamente. Sotto la

lampada verde, fra le maioliche e sui tavoli di marmo, in quel

malaticcio e spettrale candore che dava al refettorio l’aria di una

camera d’ospedale, il suo aspetto non migliorò. Sembrava ancor più

malato, scaltro e grigio, fastidioso alla vista, e irradiava quella

scandalosa certezza del fatto che nessun altro avrebbe potuto essere

lui, in nessuna circostanza e con nessuno sforzo

dell’immaginazione, mentre egli avrebbe potuto essere Dashwood,

o Murtagh, o Kelly quasi senza volerlo, come in effetti a volte

succedeva. Il suo estraniamento era abominevole, e i sei fanciulli

seduti con lui nell’ultimo tavolo, che scelse con la stessa precisione

con cui aveva occupato il suo posto nella fila, osavano appena

mangiare. Il grembiule nuovo del Gatto brillava di uno splendore

metallico e verdastro; egli portava una cravatta nera e il colletto

della sua camicia era sgualcito. Ma ciò che più impressionò quelli

che realmente osarono ispezionarlo fu il lungo, lungo collo e il

modo in cui si corrugava quando inclinava di colpo la testa e lo

spettro, il fantasma, l’accennata e odiosa ombra di baffi grigi. Era

proprio brutto, il Gatto.

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I piatti e i vassoi rimasero vuoti, e tutti lanciarono sguardi

vuoti davanti a sé, e a un solo segnale della Morsa la conversazione

si spense. Apparentemente, nulla era successo. Ma nell’anima del

branco si era appena prodotto un cambiamento. Silenziosamente,

fra il primo e il settimo e l’ultimo boccone di semola fredda,

bianchiccia, appiccicosa che ogni sera manteneva in vita il gruppo, i

suoi capi furono sconfitti, con un processo sconosciuto anche per

loro. Mulligan e Carmody lo seppero, anche se nessuno parlò.

Avevano sbagliato davanti ai loro compagni, e altri sconosciuti

occupavano il loro posto. Doveva essere così. Il gruppo non era

vincolato dalla parola data in un momento di debolezza da un

sentimentale fallito come Carmody.

Lo aveva intuito il Gatto? Non appena inghiottì l’ultima

cucchiaiata, i suoi piedi iniziarono a muoversi senza alcun rumore,

zampettando sul pavimento in un corri-corri stazionario, come un

ciclista che si allena o un pugile che lotta contro il prossimo futuro

che si ingrandisce, tuffandosi nella corrente degli eventi, con la sua

stessa ansia che lo trascina sempre più lontano, correndo in un

attenuato incubo.

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Anche la Morsa lo sentì girare nel silenzioso refettorio,

arrossendo sempre più, sentendo il bisogno di dire qualcosa,

annusando misteriosamente l’aria assassina, infuriandosi fino a

pararsi davanti a tutti borbottando:

-Comportatevi bene o vi rompo le ossa!

Così facendo, si espose a un silenzio ridicolo.

Uscirono nel cortile e nel buio e di nuovo si misero in fila.

Nell’aria aleggiava un messaggio dai campi dietro le alte pareti, un

profumo dolce che il Gatto sentì, quindi guardò al cielo che in quel

preciso momento, alle sette di una sera di fine aprile del 1939,

ostentava una Croce maestosa e una rigogliosa Argonave.

Ma il pavimento era di pietra, grandi lastre di ardesia grigie o

celesti, che truppe di varie generazioni avevano levigato fino a dar

loro una splendida finitura di sottili venature, si estendevano verso

le gracili arcate dei chiostri che brillavano quasi bianchi contro il

mare d’ombra che iniziava più indietro. In qualche momento era

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piovuto, rimanevano piccole pozzanghere negli avvallamenti della

pietra, e il Gatto le provò contro le suole dei suoi stivaletti nuovi

mentre qualcosa frenava ancora la Morsa, che non comandava il

“rompete le righe”, e per un momento parve voler parlare ma infine

si strinse nelle spalle, diede l’ordine e il Gatto saltò.

Saltò; altri dicono che volò sopra le loro teste, alzandosi forse

due iarde, e la forza del suo bruciante impulso lo spinse in avanti

come in un sogno, planando, cinque, dieci iarde, navigando sul suo

fluttuante grembiule finché alla fine toccò la pietra e le punte di

ferro dei suoi stivaletti strapparono dalla pietra dormiente una

nuvola di scintille, una doppia scia di fuoco, segno per cui fu

riconosciuto più volte in quella lunga notte, quando già sembrava

essere scomparso per sempre. Focoso Gatto! La tua terribile sfida

vibra ancora nella mia memoria, perché io ero uno di loro!

Ma cosa fu più mirabile, quello spaventoso salto o la serenità

con cui l’Irlanda inviò al fronte i suoi guerrieri?! Facilmente si

schierarono, quasi a passo di marcia, Dolan in un angolo, Geraghty

al centro, il piccolo ma ingegnoso Murtagh nelle retrovie, e questo

unico, semplice movimento bloccò ogni possibile via di fuga e

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proseguì invisibile in avanti, fra la rinnovata magia del ripiglino e il

candore del hoyo-zapatero5 e le conversazioni che dissimulavano

tutto, in modo che nemmeno gli occhi esperti della Morsa (sempre a

caccia di qualcosa meritevole di un castigo esemplare) non videro

nient’altro che quell’ indemoniato ragazzo nuovo, il Gatto, che

come un fulmine passava in diagonale fino al chiostro sulla destra.

Da qualche parte in cortile si udì il suono dell’armonica, che

Ryan suonava in un acuto danzante e gioioso, come un piffero

guerriero che alimenta l’ardore della battaglia. Sulla sinistra

Murtagh corse un poco, quanto bastava per bloccare la galleria fra i

chiostri, e arrivò in tempo per vedere l’ombra del Gatto a sessanta

iarde di distanza, all’estremo opposto.

Lì il Gatto si trovò per la prima volta di fronte a un amaro

dilemma. Alla sua destra si trovava la porta aperta della cappella,

che emanava un malsano odore di cedro, cera e fiori appassiti. Si

avvicinò e vide un prete molto vecchio inginocchiato davanti

all’altare, sussurrando una preghiera, o forse dormendo ad alta

voce, con gli occhi chiusi. Alla sua sinistra, il lungo corridoio, con

5 Gioco infantile corrispondente al gioco delle biglie; consiste nello scavare una buca nel

terreno con la punta della scarpa e lanciarvi le biglie in modo da farle cadere nella buca.

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una porta di vetro che dava alla canonica e in controluce l’ombra

rannicchiata di Murtagh. E di fronte, una scala che si addentrava

nell’oscurità. Salì alla cieca.

Murtagh aprì una finestra della galleria e con il pollice in su

mandò un segnale a Geraghty, che aspettava senza fretta al centro

del cortile. Questi, tramite anonimi messaggeri, comunicò la novità

a Dolan, che era rimasto molto indietro, alla destra del lungo

semicerchio di cacciatori, e su cui era scesa silenziosamente l’aquila

del comando. Dolan rifletté e diede ordini. Comandò a

Winscabbage, stupido ma molto paziente, di presidiare il crocicchio

che tanto aveva sconcertato il Gatto e impedire il suo ritorno a tutti i

costi. Quindi diede a Murtagh l’indicazione di prendere le sue

decisioni, e Murtagh chiamò il piccolo Dashwood ordinandogli di

rimanere lì e di gridare all’arrivo del Gatto, perché il piccolo

Dashwood non poteva picchiare nessuno, ma sarebbe stato capace

di far impallidire un lupo.

Fatto ciò, l’intera linea ripiegò, mente i capi si riunivano per

deliberare e ascoltare il consiglio di Pata Santa.

Pata Santa Walker aveva una gamba più corta dell’altra, che

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terminava in uno stivaletto mostruosamente alto, rigido, inanimato

come un tronco morto che trascinava camminando, e un nobile viso

affilato e olivastro dagli occhi sognanti. Non era un leader e non

avrebbe potuto mai esserlo, nonostante affermasse di discendere da

dei re e non da poveri contadini di Suipacha, ma l’intensità e la

concentrazione delle sue idee lo sottraevano dal circolo di pietà in

cui altri poveri disgraziati –un epilettico e un albino, due altri

sciancati e un balbuziente- sguazzavano.

Pata Santa aveva tutto il tempo per pensare mentre gli altri

giocavano a calcio o a hurling6, e i capi dovevano ascoltarlo.

-Salirà in camerata- vaticinò come se realmente stesse

vedendo il Gatto –e poi tornerà indietro.

-E poi?

-Può apparire alle nostre spalle. Se lo lasciamo scendere, lo

perdiamo. Diventerà uno di noi.

-Bisogna tenerlo di sopra –concordò Murtagh. 6 Sport tipico irlandese simile all’hockey (vedasi http://it.wikipedia.org/wiki/Hurling)

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Dolan mandò Scally e Lynch a coprire le altre due uscite del

cortile.

Ora il Gatto era in trappola. Quattro lati, quattro angoli,

quattro scalinate, quattro uscite, tutte sorvegliate. Muovendosi

cautamente nel buio incontrò un pianerottolo e una porticina di

legno che dava al coro. Si avvicinò e vide di nuovo l’altare, il prete

immobile, il Cristo sanguinante e repellente e la coppia di arcangeli

con ali azzurre che sosteneva candelabri elettrici. Nel coro c’era un

organo il cui profilo si ergeva nella penombra, e rosoni di vetro che

si affacciavano su qualche parte della notte e del cielo. Ma qualcosa

a lui estraneo manteneva il Gatto in movimento; indietreggiò,

continuò a salire e tornò a trovarsi negli angoli retti della decisione.

Alla sua sinistra vi era una lunga serie di porte che si aprivano su un

corridoio; alla sua destra, una stanza con due file di letti bianchi. Si

rannicchiò, rifletté, quindi camminò di soppiatto attraverso la stanza

deserta e l’interminabile prospettiva di letti. Non c’era luce, salvo

due lampadine da venticinque watt separate da cinquanta passi,

come due grandi gocce traslucide di sangue. Il Gatto si affacciò a

una finestra e vide un parco con un cielo stellato, ombrosi pini e

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araucarie, il portone d’ingresso da dove era entrato con sua madre e,

più lontano, la bianca strada asfaltata e il segnale della ferrovia che

passava dal rosso al verde. Sicché questo è il sud, pensò, ma non

esattamente il sud. Abbassò lo sguardo sulla strada di ciottoli; la

distanza era sette o otto volte l’altezza del suo corpo, e ad ogni

modo egli non voleva tornare al sud. Cercò di ricordare l’aspetto

che aveva l’edificio quando lo aveva visto per la prima volta quel

pomeriggio, ma non poté, e maledisse la sterile emozione che

bloccava quel ricordo. Sua madre stava tornando al villaggio in un

treno lontano.

Nel cortile la Morsa passeggiava freneticamente,

perseguendo la persecuzione, esigendo una parte nell’invisibile

cerimonia, ma ogni movimento sospetto risultava appartenere a un

gioco inoffensivo che, quando si fermava a domandare, gli si

aggrappava sotto forma di altre domande innocenti, dirette nella

dovuta, rispettosa forma a un superiore e adulto, rubandole tempo e

attenzione, confondendo la sua iniziativa in modo da impedirle di

localizzare la zona dove realmente si stava tramando qualche

malefatta. Anche in questo la comunità era astuta, i civili

distraevano il nemico o l’intruso. Così, la Morsa non scoprì nulla e

seppe che non avrebbe scoperto nulla, a meno che non avesse

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potuto mentalmente identificare il capo; ma non appena pensò a

Carmody lo vide a quattro passi di distanza cambiando il Pesce

Torpedine con Bernabé Ferreyra, e subito dopo vide Mulligan

presso il muro, intento a misurare con il palmo attaccato a terra le

figurine del battimuro. Così imprecò sottovoce, sapendo che doveva

attendere quasi un’ora prima di suonare la campana per il rosario, e

imprecò di nuovo contro la luce fangosa del cortile e perfino contro

quelle vecchie pietose e avare della caritatevole Società di San José.

In quel momento, al centro del cortile scoppiò una falsa rissa, e

dietro questo movimento Dolan e i suoi seguaci se la squagliarono

per la scala posteriore di destra, mentre Murtagh e i suoi andavano a

sinistra seguiti dall’armonica che alternava il fine sentimento di

Mother Machree con il ritmo di Wear on the Green.

Di sopra, il Gatto continuò ad avanzare fino a trovarsi di

nuovo in un angolo retto, in un pianerottolo, guardando in giù,

all’ombra, e desideroso di prendere una decisione. Risolse

bruscamente di saggiare le difese e scese come un fulmine.

Dal centro del cortile, mentre l’illusoria lotta si dissolveva

rapidamente alla presenza della Morsa, la scena era questa:

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dapprima un grido penetrante, poi un breve scontro e subito il

piccolo Dashwood uscì di corsa, scalciando e gemendo come un

cucciolo impazzito. Immediatamente si era formato intorno a lui un

cerchio, e tutti osservarono il segno del Gatto: una serie di profondi

graffi, paralleli e sanguinanti, nella sua guancia destra. McClusky e

Daly occuparono silenziosamente il loro posto, mentre altri lo

portavano alla fontana per lavargli il viso e sentirgli dire:

-L’ho menato! L’ho menato! Non mi credete?

Si sparse la voce: il Gatto aveva colpito. Ora i visi erano

adombrati, ma nessuno perse il suo coraggio.

Dopo aver affrontato e picchiato Dashwood, il Gatto tornò

sui suoi passi. Ora la lotta era dentro di lui, si scioglieva nel suo

sangue in un’incessante, incontenibile filtrazione. Ne avvertiva l’

odore, acre, umido, inumano, come quello che lascia un fulmine

dopo aver colpito la terra, e un desiderio quasi insopportabile di

uccidere e fuggire, tornare all’attacco, colpire e fuggire di nuovo,

che gli inondava il cervello e lo lasciava in balia di oscure correnti

che fluivano insensate nel suo corpo. Si sentiva trasportato e

respinto, si acquattava e si tuffava e si nascondeva e tornava

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all’attacco senza un momento di pausa, nuotando in quella poderosa

corrente di paura e odio mentre lasciava dietro di sé un altro

corridoio e un’altra fila di porte che provò ad aprire e trovò chiuse a

chiave tranne una, che non volle aprire, da cui filtrava un filo di

luce e una musica languida e avvolgente,. Udì più avanti i passi

della truppa, si rannicchiò e ruzzolò in un bagno, avvertendo

l’odore di una latrina, e udì passare voci smorzate e piene di

eccitazione, “Qui, dev’essere venuto qui”. Il Gatto intuì che subito

sarebbero tornati, le sue narici iniziarono a tremare, pensò “Non

qui!” e uscì prima che la rete terminasse di chiudersi.

Lo videro, svoltarono senza fretta, come se fossero sicuri che

ormai non sarebbe potuto scappare. Quel lento movimento spaventò

il Gatto più di un assalto, e ancor prima di saltare comprese il

perché: avevano lasciato un picchetto nel pianerottolo. Erano in due

e lo aspettavano, saldi, impassibili, senza paura, con le gambe ben

divaricate, i pugni al cielo. -Dai, gattino- disse uno -Andiamo,

piccolo, ora devi lottare.- Vide il varco fra i due e vi si tuffò, e quel

semplice movimento li colse di nuovo alla sprovvista, perché erano

lottatori abili coi pugni ma non concepivano altro tipo di lotta.

Page 49: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

48

Il Gatto cadde sul gomito destro e l’osso diffuse in tutto il suo

corpo un istantaneo irradiarsi di dolore. I suoi persecutori si erano

precipitati sulle sue gambe; non solo lo colpivano, ma si

picchiavano fra loro. Il Gatto era fermo, trascinando uno che si

aggrappava al suo grembiule, e gli altri arrivavano di gran carriera.

Il Gatto fece un solo movimento con il capo, un breve mezzo giro, e

l’osso della fronte impattò contro della carne morbida, forse una

guancia o un occhio. L’altro ragazzo non gridò né lasciò il

grembiule finché non si strappò, e quel gran pezzo di tela grigia fu

chiamato La Coda del Gatto e portato in trionfo, da allora, come un

trofeo, uno stendardo, un annuncio della futura vittoria.

Ma il Gatto era libero e correva verso una porta, e dietro la

porta un’altra lunga sala semibuia con due file di letti, e mentre

correva, da un letto all’altro si levavano ombre spettrali che si

sedevano e lo guardavano con occhi vuoti, come morti che uscivano

dalle tombe; in quel momento i suoi stivaletti ferrati sprigionarono

di nuovo dalle maioliche dell’infermeria una doppia nuvola di

scintille e per la prima volta immaginò che tutto ciò non stava

succedendo, ma non si fermò, una nuova fitta di panico si risolse in

un nuovo, gigantesco salto; era giunto così al quarto angolo sul tetto

Page 50: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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del mondo.

Nel cortile la Morsa si era impadronito di Dashwood e lo

scuoteva senza riuscire a farlo parlare, o almeno a farlo smettere di

balbettare l’assurda invenzione di aver sbattuto contro un muro. Lo

lasciò immobile al centro del cortile, e per un attimo pensò di

chiamare in suo aiuto Dillon che certamente si trovava nella sua

stanza leggendo romanzi gialli o ascoltando valzer nel suo vecchio

grammofono, ma non lo chiamò. “Posso arrangiarmi”, pensò. E poi:

“Gli faccio vedere io”, disponendosi all’agguato in uno dei chiostri

finché non vide un’ombra che attraversava silenziosamente il

portico, dieci passi più in là. La inseguì, afferrò Murphy per il collo

e lo schiaffeggiò nel buio. Murphy urlò e la Morsa lo schiaffeggiò

di nuovo.

-Vedo che vi divertite, eh? Dove sono tutti gli altri?

-Chi?- gemette Murphy –Chi?

-Non fare lo stupido. Quelli che perseguitano il nuovo

arrivato.

Page 51: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

50

-Non so niente- disse Murphy -Devo vestirmi per la Messa.

-Ah, sì?- disse la Morsa dandogli uno scappellotto.

-Padre Keven mi aspetta!- strillò Murphy.

-Ah, sì?- disse la Morsa, e in quel momento una voce al suo

fianco disse: -Ah, sì- e vide la mandibola ferrea e gli occhi di

ghiaccio di padre Keven che con la stola in mano lo guardava dalla

porta della sacrestia –Ci vediamo domani, in canonica- disse mentre

accarezzava dolcemente il suo chierichetto offeso.

Dolan e il suo Stato Maggiore attendevano nel quarto

pianerottolo. Udirono il tumulto nell’infermeria e di colpo il Gatto

apparve sulla porta, si arrestò e rimase fermo a guardarli.

-Ciao- disse Dolan, che non era alto, ma era forte e aveva

occhi scuri in un viso quadrato e robusto come quello di un bulldog,

con un ciuffo di capelli biondi che ricadeva sulla fronte e si agitava

quando parlava. –Ciao- disse.

Page 52: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

51

-Mi arrendo- ansimò il Gatto.

All’udire ciò, tutti scoppiarono a ridere.

-Lotterò con chiunque lo voglia- disse.

-Non ci sarà nessuna lotta- disse Dolan. –Ti abbiamo dato

un’opportunità e hai rifiutato. Sai cosa faremo? Ti spoglieremo

nudo come un verme.

-Prima uno di voi mi deve picchiare- propose il Gatto. –

Fatemi lottare con lui.

-Perché?

-Per dimostrarvi che non ho paura di nessuno.

Scoppiarono di nuovo a ridere, ma un’ insidia era entrata in

quel solido fronte, la sfida aleggiava come un drappo rosso e il

gruppo iniziò a dissolversi in individui e a decidere in silenzio come

Page 53: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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una volta, mentre il Gatto si muoveva pur restando immobile,

scorreva quasi impercettibile e scivoloso e grigio verso una porta

immersa nell’oscurità, migliorando lentamente ma rapidamente la

sua posizione, sentendo contro la schiena la dura parete che gli

restituiva una nuova sicurezza, la promessa di un grande salto, ma

senta distogliere lo sguardo da Dolan, che esitò un istante; questo

bastò perché qualcuno si facesse avanti dicendo:

-Lasciatemi lottare-, e prima che Dolan potesse opporsi

esplose una grande ovazione interrotta solo dal Gatto, che alzò una

mano e quasi ordinò agli altri di indietreggiare, cosa che fecero

quasi a malincuore sentendo un assurdo sussulto di autorità

emanare improvvisamente dal Gatto, che ora si era messo in

guardia, lugubre, sereno e ben saldo. Tutti videro quindi lo stile e il

profilo aggraziato, il pugno sinistro allungato quasi con

indifferenza, il dorso del pugno sinistro leggermente appoggiato

alla base del naso, sotto gli occhi di una vivacità abbagliante, il

Gatto che iniziava a girare intorno a Sullivan finché la sua schiena

non si trovò contro il buco nero della porta, poi semplicemente

camminò all’indietro e se ne andò, giocando loro l’ultimo,

fantastico scherzo di quella notte.

Page 54: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

53

Il suo ultimo rifugio era la lavanderia, una grande stanza

quadrata e soffocante con una sola porta e una finestra in cui si

ritagliavano ombrose alberate. Al centro si stagliava un’enorme

lavatrice i cui cilindri di rame brillavano dolcemente nella luce

trattenuta e riflessa da montagne di lenzuola, che si alzavano dal

pavimento al soffitto emanando un acido odore di sonno, sudore e

solitarie pratiche notturne. Il Gatto inciampò, cadde, ruzzolò e uscì

trasformato in fantasma verso la finestra, guidando la calda onda di

persecuzione che improvvisamente inondò la stanza con una sorda

eco di passi e grida. Quasi in un sol movimento aprì la finestra e

salì sul davanzale. Una mano lo trattenne, ma lui già saltava verso

la vertiginosa oscurità.

Dieci minuti prima dell’orario stabilito la Morsa suonò la

campana, annunciando la Messa, e iniziò a spingere tutti i ragazzi in

cappella, quasi a forza, in un andirivieni frenetico per tutta la fila,

brontolando e minacciando, -Su, su, presto- senza fermarsi a

contarli, -Presto, non dormite-, mentre i più recalcitranti e i disertori

tornavano indietro trottando e si univano al gruppo senza essere

interrogati, perché l’indomani ci sarebbe stato tempo per questo, per

Page 55: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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distribuire colpe e castighi che stavolta, si promise la Morsa

stringendo i denti, avrebbe scatenato il finimondo. –Ho detto alla

svelta!- disse, dando uno scappellotto all’ultimo, e lì davanti

Murphy accese le candele dell’altare mentre padre Keven usciva

dorato e splendente, guardando con sospetto verso la porta, e Dillon

scendeva la scala sistemandosi la cravatta per prendere il suo posto

con un’aria assonnata e stupefatta.

-Poi ti spiego- gli disse, e si mise sulle tracce del Gatto.

Sotto la finestra della lavanderia c’era una legnaia con tetto di

lamiera che risuonò come una cannonata sotto il peso del Gatto,

popolando l’aria notturna di strida di uccelli e lontani latrati di cani.

Mentre si alzava sentì che si era storto la caviglia e ricordò la mano

che lo aveva trattenuto deviandolo dalla sua linea di equilibrio.

Scivolò con cautela lungo la parete della tettoia, vide i bianchi volti

dei suoi inseguitori lassù, sulla finestra, e mentre arrancava verso un

alto cerchio di filo spinato udì la campana della cappella che

annunciava la Messa, come la serena voce di Dio o come le altre

dolci voci che a volte si odono nei sogni, anche nei sogni di un

Gatto.

Page 56: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

55

Nel buio centro del cortile, il piccolo Dashwood era stato

dimenticato. Sapeva che la caccia continuava perché non aveva

visto tornare i capi.

Per un momento desiderò correre alla cappella, inginocchiarsi

e pregare con gli altri, unire la sua voce al coro ritmico e caldo che

in lode della Santa Vergine Maria usciva dalla porta in ondate

calme e rasserenanti. Ma nessuno lo aveva esonerato dal suo

dovere. Inoltre era stato ferito in guerra e desiderava sapere come

sarebbe finita. Mise a tacere i suoi timori e prese a camminare nel

vasto edificio, in cerca di un segnale o di un rumore.

Dalla lavanderia, Dolan vide il Gatto allontanarsi nell’ombra.

Alle sue spalle qualcuno stava legando delle lenzuola per formare

una lunga corda, mentre Murtagh e altri scendevano correndo la

scala e risalivano in trenta secondi circa. La lotta non si era

conclusa.

Amareggiato, incupito, seduto su una pila di lenzuola, Walker

taceva sprezzante. Istintivamente, grazie a un’immaginazione

instancabile e precisa, era riuscito a trovarsi sul campo di battaglia

Page 57: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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nel momento giusto, perché quell’ammasso di idioti la lasciasse

svanire. Non poteva correre, come aveva fatto Murtagh, non poteva

volare, come in quello stesso istante stava facendo Dolan, poteva

soltanto pensare. Avrebbe impiegato più di cinque minuti a

scendere la scala e risalire. Il suo viso si trasfigurava in una smorfia

di dolore interiore al vedere come gli dei si scagliavano nuovamente

contro di lui.

Il Gatto non cercò di saltare il muro. Un solo segnale, inviato

dalla caviglia ferita, il dolore che si insinuava nella visione, gli

dimostrò che sarebbe stato inutile. Per giunta, al di là di esso c’era il

mondo, c’era la sua casa, dove non voleva tornare. Preferiva tentare

la fortuna lì. Si stese dietro una pila di casse, appoggiando il viso

sul prato morbido e freddo, e attraverso le fessure vide i guerrieri

spargersi per il campo, dal fronte e dal retro, quindi vide Dolan

scendere fluttuando come un enorme ragno notturno nel suo

argenteo filo di lenzuola. Dalle vetrate della cappella si udiva un

mite fluire di strane parole, forse destinate a compatire e calmare:

-Turris eburnea,

Ora pro nobis!

Page 58: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

57

ma il Gatto non si sentì compatito né tranquillizzato.

Il piccolo Dashwood aveva trovato la strada verso la porta

anteriore e uscì nell’ombroso parco di pini e araucarie. Tremava un

poco perché era completamente solo in un mondo esterno di cui

ignorava le regole. Mai aveva osato andare così lontano. Di colpo lo

assalì un’ acuta nostalgia di sua madre. Non si udiva altro rumore se

non il sordo sobbalzare di qualche camion o lo stridio acuto delle

gomme di un’auto, finché improvvisamente tutte le rane si misero a

cantare. Svoltò a sinistra, canticchiando anch’egli, sottovoce, per

farsi coraggio.

I cacciatori si erano dischiusi in un ampio semicerchio i cui

estremi si appoggiavano al muro di cinta. Dolan ordinò loro

qualcosa mentre esaminava il terreno. Vide alla sua sinistra un

grande serbatoio d’acqua su piloni di cemento, dal quale defluiva

sonoramente l’acqua in eccesso in una pozzanghera; al centro,

oscuri cespugli; a destra, una pila di casse. In qualche luogo di quel

semicerchio di ottanta iarde di diametro doveva nascondersi il

Gatto, ma non dovevano stringersi intorno a lui, bensì formare una

Page 59: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

58

barriera nel terreno libero fino a trovare la maniera di farlo uscire

dal suo nascondiglio. Si sedette nel prato e accese una sigaretta

mentre pensava.

In cappella, padre Keven mostrava il tabernacolo a un

uditorio sonnacchioso. Era un uomo duro, con un’ ulcera che lo

rodeva specialmente durante le celebrazioni, il che era senza dubbio

dovuto al malsano odore dell’incenso. Il guardiano Dillon diede

un’occhiata all’orologio e si posizionò all’entrata.

La Morsa percorse a ritroso l’itinerario di caccia. Nel

pianerottolo della lavanderia sfiorò un’ombra rannicchiata

nell’oscurità, senza vederla. Era Walker, che aveva smesso di

spremersi le meningi e si sentiva nuovamente guidato da una

febbrile certezza che lo mise immediatamente in movimento,

trascinando giù per la scala la sua gamba inutile e pesante come una

colpa, reggendosi al mancorrente e lasciandosi cadere gradino per

gradino.

Quando la Morsa entrò nell’infermeria, i malati si alzarono

unanimi in un boato di indicazioni e di esclamazioni che

Page 60: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

59

ovviamente lo mandarono nella direzione sbagliata, e quando lo

videro andarsene si radunarono di nuovo presso una finestra laterale

che permetteva loro di osservare qualcosa di quanto stava

accadendo di sotto. La Morsa scese dall’altro lato dell’edificio, uscì

nel campo, vagò, perso, verso il cortile deserto.

Il Gatto vide spegnersi le luci della cappella, dopo il luccichio

agonizzante dei ceri dell’altare, e sentì del movimento fluire verso il

piano di sopra, una tiepida corrente di vita che saliva verso il sonno

nei modi prestabiliti, lasciandolo solo con i suoi nemici,

quell’oscuro cerchio segnalato di tanto in tanto dalla brace di una

sigaretta. Un istantaneo raggio di luce attraversò le finestre

superiori della camerata. In quel momento Dolan diede un ordine e

una rada fila di esploratori iniziò a convergere sul nascondiglio del

Gatto mentre gli altri si mantenevano allo scoperto.

Il Gatto guardò verso est, vide una macchia di luce cinerea

fra i rami bassi degli alberi. Stava spuntando la luna. La sua mano

stringeva una pietra delle dimensioni di una mela mentre il terrore

tornava a scorrere nelle sue vene.

Page 61: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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Nel parco, Dashwood, stanco, si era perduto. Il suo bel viso

era sfigurato a causa della zampata del Gatto, lo sentiva infiammato

e dolorante. Di tanto in tanto aveva creduto di udire gli echi della

caccia, un grido, un solo accordo di armonica, ma si era sbagliato. I

rintocchi della Messa erano ormai lontani, fra i suoi ricordi del

passato. Quel taglio nel fluire della realtà lo spaventò: bruscamente

ebbe voglia di correre verso il sentiero e non tornare più, mai più.

L’edificio del collegio si ergeva come un drago alto e cupo con la

sua splendente dentatura di luci nelle camerate. Avrebbe voluto che

sua madre lo facesse dormire. Immediatamente si sentì molto triste

e si sedette nel prato, mise la mano nei pantaloni e iniziò ad

accarezzarsi. Questo lo consolò, dandogli una specie di indefinita

felicità; fu come planare alto su paesi e campagne, leggero come un

chajá7 che bagna il suo piumaggio sotto la luce del sole e l’altezza

delle nuvole, un piacere sereno che non arrivava mai al culmine,

poiché era ancora molto piccolo per quelle cose, ma ormai non gli

importava che il drago avanzasse su di lui con i suoi denti gialli e lo

divorasse.

La parabola della pietra fu di una precisione millimetrica.

7 Volatile tipico del Sudamerica, specialmente dell’Argentina, dal piumaggio color grigio

piombo con una sorta di collare nero e macchie bianche sul dorso

Page 62: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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Fischiò acuta nella notte, senza essere udita da nessuno tranne che

dal Gatto, finché sciabordò sordamente nella pozzanghera sotto la

cisterna. A quel punto, nessuno volle ascoltare gli ordini e le

imprecazioni di Dolan, il cerchio si unì in un’unico assalto, la rete si

dissolse in una sola onda di eccitazione e coraggio, e persino

l’armonica intonò le prime note della Carica della Brigata Leggera,

rallegrando anche il cuore del Gatto che già strisciava invisibile

verso la legnaia, spingeva la porta semiaperta, si confondeva con il

buio che odorava di umidità e di piquillín8, di sarcasmo e di rifugio.

Lì lo raggiunse il suo destino. La porta si aprì di colpo, o con

un grido, e lì si trovava Walker, stagliato contro la luna, trascinando

la sua inutile gamba e il suo alito bruciante, il viso saturnino che

brillava alla luce della verità e della rivelazione. Il Gatto ordinò a sé

stesso di saltare, ma invece gemette, intrappolato nell’aura

superstiziosa che emanava dal suo boia, secondo la legge che

imponeva che il più pesante e lento di tutti, che non poteva correre

né volare, lo reclamasse come preda.

Quando giunse sul posto Richard Enright, 23 anni,

6 Condalia Microphylla: arbusto sempreverde appartenente alla famiglia delle Moracee,

tipico dell’Argentina, molto ramificato, che può raggiungere i 3 metri di altezza e presenta un tronco dalla corteccia scura, da cui si ricava legno aromatico, e foglie piccole di forma ellittico-ovale.

Page 63: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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soprannominato “la Morsa”, la battaglia era stata scatenata, vinta e

persa. Le ombre dei guerrieri filtravano ancora attraverso le entrate

dell’edificio addormentato e la luna brillava sulla figura quasi

insensibile del ragazzo che da quel momento avrebbero chiamato

“il Gatto”, steso sul prato, proferendo parole che Enright non tentò

di comprendere. Il custode lo guardò, terribilmente scosso com’era,

e comprese che era già uno di loro. L’inimicizia di sangue era già

stata lavata, ora rimanevano tutte le altre. In dieci giorni, in un

mese, si sarebbe trasformato in un gatto predatore in attesa di

allettanti passerotti. Li avrebbe aspettati in un corridoio oscuro,

dietro la porta di un bagno, nascosto in un cespuglio, e avrebbe

colpito. Se gli avessero dato scarpini da calcio avrebbe triturato

caviglie; se gli avessero dato una mazza da hurling avrebbe mirato

astutamente alle ginocchia. Con un po’di libertà, con un po’di

fortuna e di febbrile desiderio, con un bagliore della gloria delle

battaglie, l’aquila del comando sarebbe scesa su di lui a suo tempo.

Tuttavia, Enright sapeva che l’anima del Gatto era piagata e

marchiata per sempre. Cercò di immaginare cosa sarebbe stato

quando fosse cresciuto, cercò di ricavare qualche legge più

generale; ma non poté, non era così intelligente e d’altronde non

erano affari suoi.

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-Andiamo, ragazzo- gli disse, prendendolo per mano,

aiutandolo a rialzarsi, mantenendosi fermo contro lo sguardo fisso e

sanguigno con cui un solo occhio del Gatto lo guardava –Andiamo.-

dandogli pacche sulla schiena così come avrebbero fatto gli altri, la

settimana successiva –Sembra che tu abbia smarrito la strada verso

la camera.

Il Gatto singhiozzò brevemente, poi ritrasse la mano.

-Posso camminare da solo- disse.

Page 65: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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6. ANÁLISIS LINGÜÍSTICO Y DIFICULTADES EN

LA TRADUCCIÓN

Por lo que atañe a la trama y a los personajes, como ya hemos

dicho, se nota un elemento autobiográfico que no se concreta

exclusivamente en la experiencia del Gato-Walsh en el internado,

sino también en la representación de las jerarquías. En concreto, los

celadores, inflexibles e inalcanzables, reflejan los dictadores que

habían ascendido al poder, tanto en Argentina como en el resto del

mundo. Tal dureza se nota también en el lenguaje que emplean los

niños, constituido esencialmente por expresionen vulgares y

malsonantes (“Un corcho en el culo”, “Mi madre es una puta”) que

por una parte dejan entrever la necesidad de crecer y de sentirse

parte de un grupo, aceptados por los demás, y por otra muestran la

rebeldía del pueblo argentino ante una fuerza represiva que todos

aborrecen.

Sin embargo, la crudeza de esa realidad se ve contrastada,

naturalmente, por la presencia de juegos infantiles cuyos nombres

indican tanto el deseo de integrarse con los argentinos (por ejemplo,

el vocablo “hoyo-zapatero”), como la dificultad que sufren los

inmigrantes irlandeses a la hora de realizar dicha integración ( a

Page 66: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

65

este respecto, cabe decir que el hurling es un juego irlandés cuyo

nombre no se ha traducido al español).

Por lo que concierne a la traducción, hay que destacar

algunas características que han dificultado la tarea. En primer lugar,

el texto se distingue por la largueza y complejidad de las

proposiciones, muy frecuente en los textos literarios, y por el

extenso uso de la subordinación, lo que supuso un notable esfuerzo

para entender y descifrar el mensaje contenido en ellas. Otra

característica es la presencia de imágenes hiperbólicas (“[...] capaz

de hacer temblar el cielo donde planeaban con sus grandes alas

membranosas las madres invulnerables y de precipitarlas en un

monstruoso cataclismo.[…]), comparaciones (“[...] la índole del

obstáculo que ahora los frenaba era, más o menos, del mismo

orden que impide o impedía en viejos tiempos levíticos que un

hombre toque a su mujer en ciertos días.[…]) y recursos estilísticos

como la prosa poética, que por una parte da al cuento el aspecto de

un cuadro, una especie de “texto visual” en el que, a través de la

lectura, se pueden apreciar las distintas escenas de la narración casi

en directo, como si de una película se tratase. Por otra, tal recurso

dificulta bastante el proceso de traducción, ya que plantea la

necesidad de encontrar estructuras que expresen la misma idea en la

Page 67: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

66

lengua de llegada: la frase “ [...] el lago de la conformidad mostró

su cara inocente y pacífica […]” no se puede traducir literalmente

al italiano, sino hay que traducirla con “[…]le acque tornarono a

calmarsi[…]”.

A la hora de traducir, hay también que tener en cuenta las

diferencias culturales que dos lenguas conllevan. Efectivamente, en

este cuento se notan vocablos que pertenecen a la realidad y a la

naturaleza argentina (por ejemplo “chajá”, un ave típico de ese

país) o que, aunque no existen en el español estándar ni tampoco en

la variante argentina, posiblemente han sido acuñados a partir de las

características del objeto que indican (“hoyo-zapatero”, juego que

corresponde al juego de las canicas o bolitas), lo que muestra que

ese vocablo se emplea sobre todo en el ámbito coloquial o, en todo

caso, en el lenguaje popular.

Para concluir, cabe afirmar que el traductor se encuentra ante

un cuento cargado de dramaticidad y de melancolía, de crueldad y,

a la vez, de ternura y nostalgia: sentimientos que son difíciles de

expresar y aún más difíciles de traducir teniendo en cuenta dos

culturas, y por consiguiente dos formas de ver la realidad,

diferentes. Sin embargo, la belleza de las imágenes que se perciben

hace que la tarea sea infinitamente grata y agudice al máximo la

Page 68: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

67

sensibilidad del traductor. Por tales razones nos fue imposible

limitarnos a una traducción meramente literal, sino que tuvimos que

penetrar en la atmosfera del cuento para vivir los sucesos y

transmitir el mismo mensaje con expresiones que, aunque a veces

se alejan un poco de las del texto original, dan la misma idea

manteniendo la fluidez y la expresividad en la lengua de llegada.

Por otro lado, hay que hacer hincapié en el aspecto técnico

del trabajo. A este respecto, cabe decir que antes de empezar a

traducir hemos considerado oportuno leer detenidamente el cuento,

ya que proporciona elementos fundamentales para entender el

contexto histórico, cultural y lingüístico. Por el mismo motivo, la

fase siguiente ha sido una cuidadosa documentación sobre el autor y

su obra, para contextualizarlo y ubicarlo adecuadamente.

Acto seguido, hemos empezado a traducir. Hemos procedido

por párrafos que constaban de tres o cuatro frases, dependiendo de

la largueza de las mismas. Hemos utilizado principalmente el

procesador de textos Microsoft Word, trabajando en una ventana

con dos frames9, en la que a la izquierda aparecía el texto original y

a la derecha, el texto traducido. A este respecto, cabe señalar que

hemos trabajado con dos versiones de Word: Word 2000 y Word

9 En Word 2003 (en italiano), se insertan pinchando en la pestaña “Formato”, luego en

“Frame” y “Nuova pagina con frame”

Page 69: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

68

2003. Esta última versión nos dificultó un poco el trabajo por el

corrector ortográfico automático, que corregía algunas palabras

obligándonos a una atenta revisión y corrección de los

consiguientes errores. Naturalmente, tuvimos que visitar algunos

sitios web para intentar descubrir el significado de algunos

argentinismos; entre ellos, cabe señalar el Diccionario de Lunfardo

del Portal del Tango10 y el Diccionario Básico de Lunfardo11, que

nos ayudaron a solucionar una duda relacionada con los nombres de

juegos infantiles.

Por lo que se refiere a los diccionarios, hemos utilizado el

«Grande Dizionario di Spagnolo» de Laura Tam, el diccionario y

corpus de Logos12 y, para traducir el vocablo «hoyo-zapatero»,

hemos acudido al foro de Word Reference13 para pedir la opinión de

otros traductores.

Por último, hemos revisado la traducción y corregido los

inevitables errores. Éstos derivaron, además del susodicho corrector

ortográfico, de la dificultad proporcionada por la presencia de

términos dificilmente traducibles o bien, como ya hemos dicho,

relacionados con la cultura argentina.

10 http://www.elportaldeltango.com/dicciona.htm 11 http://www.muevamueva.com/comunica/lunfardo/index.htm 12 http://www.logos.it 13 http://www.wordreference.com/

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APÉNDICE

IRLANDESES DETRÁS DE UN GATO

El chico que más tarde llamaron Gato apareció sin anuncio ni

presentaciones contra la pared norte del patio, durante el último

recreo anterior a la cena. Nadie sabía desde cuándo estaba

acurrucado junto a la ventana de la galería que comunicaba los

claustros. En realidad, allí no tenía nada que hacer, porque era a

fines de abril y las clases habían estado funcionando un mes entero,

devorando la última luz del fastidioso otoño interrumpido por

largos y aburridos períodos de lluvia. Estaba oscureciendo y el patio

era muy grande, consumía el corazón mismo del enorme edificio

erigido en los años diez por piadosas damas irlandesas. La

penumbra, pues, y el vasto espacio que ni siquiera ciento treinta

pupilos entregados a sus juegos podían empequeñecer, explican que

nadie lo viera antes. Eso, y la propia naturaleza oculta del recién

venido, que lo impulsaba a permanecer distante y camuflado, con su

cara gris y su guardapolvo gris contra el borrón de la pared más

alejada del comedor hacia el que, insensiblemente, habían ido

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70

deslizándose durante los últimos veinte minutos las bolitas, la

arrimadita y la payana.

El chico parecía enfermo, su rostro era como un limón

inmaduro espolvoreado de ceniza. Aún no había cumplido doce

años, era muy flaco y los primeros que se le acercaron vieron que

los ojos le brillaban febrilmente. Tenía una manera de moverse

extraña e inhumana, hecha de bruscos arranques y fogonazos de

pasión, o lo que fuera, mezclados con el más sutil escurrimiento,

alejamiento, de un cuerpo sinuoso y evasivo. Era alto, y sin

embargo podía parecer mucho más pequeño gracias a un solo

movimiento, en apariencia, de la cintura y de los hombros, como si

no tuviera huesos a pesar de su flacura. Todo esto resultaba

inquietante y ofensivo.

Este chico al que más tarde llamaron el Gato y que en pocas

horas más iba a revelar una porción tan inesperada de su naturaleza

gatuna, había viajado la mayor parte del día, y toda la noche

anterior, y el día anterior, porque vivía lejos, con una madre que iba

envejeciendo, con la que estaban rotos los puentes del cariño y que

al traerlo lo paría por segunda vez, cortaba un ombligo incruento y

seco como una rama, y se lo sacaba de encima para siempre. Es

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cierto que en el último minuto, cuando lo dejó en la rectoría con el

padre Fagan, consiguió derramar unas lágrimas y besarlo

tiernamente, pero el chico no se engañó con eso, porque él mismo

lloró un poco y la besó, y sabía perfectamente que tales gestos no

importan mucho fuera del momento o el lugar que los provocan o

estimulan.

Lo que predominaba en la mente del chico era una

perseguidora memoria de caminos embarrados bajo una amarilla luz

de miel, de pequeñas casas que se desvanecían y de hileras de

árboles que parecían las paredes de ciudades bombardeadas; porque

todo eso había pasado continuamente ante sus ojos durante el largo

viaje en tren y se había sumergido de tal modo en su espíritu que

aún de noche, mientras dormía a los sacudones sobre el banco de

madera del vagón de segunda, había soñado con esa combinación

simplísima de elementos, ese paupérrimo y monótono paisaje en

que sintió disolverse a un mismo tiempo todas sus ideas y sueños de

distancia, de cosas raras y desconocidas y gente fascinante. Su

desilusión en esto tenía ahora el tamaño de la infatigable llanura, y

eso era más de lo que se atrevía a abrazar con el solo pensamiento.

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Exigencias más urgentes vinieron luego a rescatarlo. El padre

Fagan lo transfirió al padre Gormally, y el padre Gormally lo llevó

al borde del patio enmurado, inmerso, hondo como un pozo,

rodeado en sus cuatro costados por las inmensas paredes que allá

arriba cortaban una chapa metálica de cielo oscureciente —esas

paredes terribles, trepadoras y vertiginosas— y le mostró los ciento

treinta irlandeses que jugaban, y cuando volvió a mirar las paredes

verticales, él que nunca había visto otra cosa que la llanura con sus

acurrucadas rancherías, una sensación de total angustia, terror y

soledad lo poseyó. Fue sólo una erupción de puro sentimiento, que

le puso de punta cada pelo de la piel; algo parecido a lo que siente

la piel de un caballo cuando huele un tigre en el horizonte. Tal vez

comprendió que estaba a punto de conocer a la gente de su raza, a la

que su padre no pertenecía, y de la que su madre no era más que

una hebra descartada. Les temía intensamente, como se temía a sí

mismo, a esas partes ocultas de su ser que hasta entonces sólo se

manifestaban en formas fugitivas, como sus sueños o sus insólitos

ataques de cólera, o el peculiar fraseo con que a veces decía cosas al

parecer comunes, pero que tanto perturbaban a su madre.

A primera vista, sin embargo, parecían completamente

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inofensivos esos chicos campesinos, pecosos, pelirrojos, de uñas y

dientes sucios, bolsillos abultados de bolitas, medias marrones

colgando flojamente bajo las rodillas, con sus amarillos botines

Patria de punteras gastadas por la costumbre de patear piedras, latas

y pelotas de fútbol, plantas, raíces de árboles y hasta sus propias

sombras; piernas fuertes y macizas bien calzadas en esos pesados

botines trituradores, cazadores, que uno (él) veía instintivamente

apuntados a sus tobillos, o a la parte blanda de la rodilla, donde el

agua se junta y se hincha durante semanas.

Lo cierto es que ahí estaba ahora, el Gato acorralado, contra

una ventana, y por supuesto lo primero que dijo Mulligan, que

parecían mandar el grupo, cuando lo vio allí acurrucado, como listo

para saltar, y no queriendo saltar sin embargo, no queriendo pelear,

ni siquiera hablar, lo primero que se dijo, tal vez en su idioma, tal

vez en el idioma de su madre que él oscuramente comprendía, dijo

Mulligan:

—Hé, parece un gato,

y cuando hubo obtenido la razonable cuota de

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reconocimiento y de risa, y el sobrenombre quedó pegado para

siempre al chico que desde entonces llamaron el Gato, inciso en su

corazón o en lo que fuera más receptivo al castigo y a la burla, en

cualquier cosa que se abriera como un tajo para recibir el cuchillo

(porque la herida está allí antes que el cuchillo esté allí, la parte

blanda antes que la parte dura, la carne antes que la hoja), cuando

estuvo así marcado y al fin sabiendo lo que era, alguien, que podía

ser Carmody, Delaney o Murtagh, dijo:

—Cómo te llamas, pibe, planteando el terreno, firme para

ellos y para él desconocido, porque pudo sospechar que una

pregunta tan sencilla tenía un sentido oculto, y por lo tanto no era

en absoluto una pregunta sencilla, sino una pregunta muy vital que

lo cuestionaba entero y que debía meditar antes de responder, antes

de seguir, como siguió, un curso oblicuo y propiciatorio, antes de

decir

—O'Hara —como dijo.

Pero el nombre ofrecido no quiso hundirse, simplemente

flotó como una manzana descartada o una papa podrida flotan en el

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río. Se lo tiraron de vuelta, chorreando desprecio y exasperación:

—Ese no. Tu verdadero nombre, como si fuera transparente

para ellos. Entonces dijo:

—Bugnicourt,

que era, ése sí, el nombre de su padre, al que nunca amó ni

siquiera conoció bien, un hombre perdido para siempre en las

arenas movedizas del agrio recuerdo y la invectiva, su memoria

pisoteada por los hombres que siguieron, un fantasma apenado que

tal vez espiaba a través de los agujeros de la ácida memoria a la

mujer que fue su esposa y después, sin explicación, se volvió la

puta del pueblo, pero una puta piadosa, una verdadera puta católica

que llevaba al cuello una cadena de oro con una medalla de la

Virgen María.

—¿Qué clase de nombre es ése? ¿Sos polaco? —y en

seguida, con sombría sospecha—: ¿Judío?

—No —gritó—. No soy judío —profundamente lastimado,

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sintiendo por primera vez ese impulso de arañar a ciegas cuyo

síntoma fue que flexionó suavemente los dedos, como si los

guardara y replegara hasta sentir el filo de las uñas en las palmas.

—¿O'Hara es tu madre? —preguntaron.

—Sí.

—¿De dónde es?

—De Cork. Cork en Irlanda.

—Corcho —tradujo Mullahy, que sabía geografía—. Un

corcho en el culo —mientras el Gato se movía inquieto en la

penumbra, y luego, con repentina decisión, se anotaba el primer

punto, su primera movida exitosa frente a la batalla inminente y la

pregunta inevitable.

—Mi madre es una puta —dijo sin afectación y así los

demoró un instante, horrorizados, incrédulos o secretamente

envidiosos de la audacia que permitía decir una cosa como ésa,

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capaz de hacer temblar el cielo donde planeaban con sus grandes

alas membranosas las madres invulnerables y de precipitarlas en un

monstruoso cataclismo.

—Oyeron eso —murmuró Kiernan, indagando en la general

consternación, en el silencio, en la distancia abierta que ahora sólo

podía franquear un jefe.

—Bueno, Gato —dijo Mulligan—. Bueno, Gato —dijo—.

Eso me gusta. Sos el polaco, el franchute o el judío más cojonudo

que conozco. Lo único que tenés que hacer ahora es pelear con uno

de nosotros, después te dejaremos estar y hasta nos olvidaremos de

tu vieja, aunque sea una yegua que coge.

—No quiero pelear —repuso el Gato—. Estoy cansado.

—No tenes que pelear conmigo, Gato, yo podría hacerte tiras

con una mano atada. Vas a pelear con Rositer, que no tiene más que

un buen juego de piernas, pero no pega con la zurda, y al fin y al

cabo es un pajero.

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—Déjenme solo —dijo el Gato—. No quiero pelear con

nadie.

—Pero si te pegamos, Gato —dijo Mulligan—. Si yo te pego.

No vas a hacer un papelón, y además tenemos que saber en qué

lugar del ranking te ponemos, o vos te crees que esto es un

quilombo.

—No sé —dijo el Gato, y de pronto le vieron en la cara una

sonrisa extraña, soñadora y cenicienta—. ¿No podríamos dejarlo

para mañana? —tomándolos nuevamente de sorpresa.

Parecieron deliberar, sin decir nada, las preguntas y las

respuestas iban y venían en el parpadear de un ojo, el tic de una

mejilla, una larga y acalorada discusión sin palabras, hasta que

nació un consenso, no el resultado de una votación democrática,

sino del peso y la autoridad que fluían por sus canales naturales,

hasta que los últimos remolinos de disentimiento se desvanecieron

y el lago de la conformidad mostró su cara inocente y pacífica.

—Está bien —dijo Carmody, porque esta vez fue él quien,

frente a la pesada inmediatez de Mulligan, inclinó la balanza—.

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Está bien —desconcertado, sin saber por qué condescendía, si no

era por el aguijón de lo nuevo e inesperado y en consecuencia

teñido, aún en perspectiva, con algo de lo diabólico. Ahora, de

todos modos, era el custodio de la voluntad general y se proponía

hacerla cumplir.

Pero otros, por disciplinados que estuvieran en la aceptación

de esa voluntad general se alarmaron. Sólo alguien que fuese

absolutamente extraño a ellos, más, alguien que en verdad

participara de la condición de un Gato, podía postergar una de

piñas. Por lo tanto, pensaron, esto ya no era un juego, si es que

alguna vez lo había sido.

Y así ocurrió que Carmody, después de imponer su punto de

vista, quedó malparado, resbalando sobre un ilusorio punto de

equilibrio, sintiéndose abandonado e incapaz de evitar nada de lo

que pudiera seguir. Porque tal es la naturaleza de las inciertas

victorias que se ganan sobre oscuros pálpitos del corazón.

Mulligan sintió volver la marea, esa honda corriente que hace

el prestigio.

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—Eh, Gato —dijo—. Eh, ¿cómo es que llegas tan tarde al

colegio?

El Gato lo miró de frente y algo parecido a una partícula de

ceniza, un diminuto destello, pareció moverse en cada uno de sus

ojos.

—Estaba enfermo —respondió,

y ahora retrocedieron, como si temieran tocarlo. El Gato lo

sintió, una fugitiva sonrisa volvió a jugar en su cara flaca y

hambrienta; con asombrosa previsión se lanzó sobre ese fragmento

de la suerte, lo arrebató, lo manejó como una pelota atada a una

gomita.

—Tiña —dijo, y sacudió la cabeza, y les mostró—. El que

me toca se jode —tocándose, en honda burla y parodia de sí mismo.

De nuevo retrocedieron, sin dejar de mirar, y a la luz del

crepúsculo creyeron ver en la cabeza del Gato manchas amarillas y

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grises, y más tarde Collins aseguró que eran como algodón sucio o

flores de cardo. Todo el mundo comprendió entonces que la cosa

sería más difícil de lo que pensaban, porque el corazón humano se

resiste a golpear llagas infestadas o males escondidos, y la índole

del obstáculo que ahora los frenaba era, más o menos, del mismo

orden que impide o impedía en viejos tiempos levíticos que un

hombre toque a su mujer en ciertos días.

Con la cabeza agachada el Gato subrayaba su ventaja y se

reía por dentro, observándolos desapasionadamente desde sus ojos

curvados hacia arriba, eligiendo a éste o aquél para los futuros días

de la retribución y del placer gatunos, porque no menospreciaba la

caza ni ignoraba las mudanzas del tiempo.

Los puños se abrieron, ola tras ola de placer desaparecido, de

legítima excitación robada escalaron como nubecitas de humo las

vertiginosas paredes. En mitad de ese asombro sonó la campana

llamando a cenar. Formaron sin ganas contra la pared del comedor,

bajo los ojos saltones e inyectados del celador de turno que —

certeros para atrapar el motivo central de cualquier desgracia—

llamaban la Morsa, por esos dos incisivos que, como largas tizas,

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quedaban siempre a la vista, aun cuando cerrara la boca. Sin que

nadie se lo indicara, el Gato encontró su lugar en la fila, y ese lugar

que encontró sin previo ensayo le cuadraba perfectamente de modo

que ahora quedaba inadvertido entre Allen y O'Higgins, aunque la

fila entera sentía su presencia impune como un ultraje.

Después del rezo, el Gato comió despacio. Bajo la lámpara de

pantalla verde, entre los azulejos y sobre las mesas de mármol, en

esa enfermiza y espectral blancura que daba al comedor el aire de

una sala de hospital, su aspecto no mejoró. Parecía más enfermo,

ladino y gris, incómodo para mirar, irradiando esa escandalosa

certeza de que uno no podía ser él, bajo ninguna circunstancia y

mediante ningún esfuerzo de la imaginación, mientras que podía ser

Dashwood, o Murtagh, o Kelly, casi sin desearlo, como en efecto

ocurría a veces. Su ajenidad era abominable, y los seis chicos

sentados con él en la última mesa, que eligió con la misma

precisión con que había tomado su lugar en la fila, apenas se

decidían a comer. El guardapolvo nuevo del Gato brillaba con un

lustre metálico y verdoso, usaba corbata negra y el cuello de su

camisa estaba arrugado. Pero lo que más impresionó a los que

realmente se atrevieron a inspeccionarlo fue el largo, largo cuello, y

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la forma en que se arrugaba cuando ladeaba de golpe la cabeza, y el

espectro, el fantasma, la adivinada y odiosa sombra de un bigote

gris. Era feo el Gato.

Luego los platos y las fuentes quedaron vacíos, y todos los

ojos vacíos miraron al frente, y a una sola señal de la Morsa, la

conversación murió. Exteriormente, nada había ocurrido. Sin

embargo, en el alma misma del rebaño acababa de producirse un

cambio. Silenciosamente, entre el primero y el séptimo y el último

bocado de la sémola friolenta, blancuzca, apelmazada que noche a

noche mantenía al pueblo con vida, sus líderes fueron derrocados,

mediante un proceso desconocido inclusive para ellos. Mulligan y

Carmody lo supieron, aunque nadie dijo una palabra. Habían

fallado ante su gente, y otros desconocidos aún, ocupaban sus

lugares. Así debía ser. El pueblo no quedaba ligado por la palabra

dada en un momento de debilidad por un sentimental fracasado

como Carmody.

¿Lo adivinó el Gato? Apenas tragó la última cucharada, sus

pies comenzaron a moverse sin ruido, pedaleando sobre el piso en

un estacionario corre-corre-corre, como un ciclista que se entrena o

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un boxeador haciendo sombra contra el cercano futuro que se

agranda, zambulléndose en la corriente de los hechos, siendo

arrastrado cada vez más lejos por su propia ansiedad, corriendo en

una amortiguada pesadilla.

La Morsa lo sintió también mientras rondaba el callado

comedor, poniéndose cada vez más colorado, sintiendo la necesidad

de decir algo, oliendo oscuramente el aire asesino, enfureciéndose,

hasta que al fin se paró frente a todos y barbotó:

—¡Pórtense bien, ustedes! ¡O les rompo el alma a patadas!

Y de este modo se expuso a un silencio ridículo.

Salieron al patio y la noche y volvieron a ponerse en fila.

Había en el aire un mensaje de los campos tras las altas paredes, un

aroma dulzón que el Gato sintió, y entonces miró al cielo que en ese

preciso momento, siete de la noche, fines de abril de 1939,

ostentaba una Cruz majestuosa y una proliferante Argonave.

Pero el suelo era de piedra, grandes lajas de pizarras grises o

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celestes, pulidas por el tropel de las generaciones hasta un hermoso

acabado de finas vetas, extendiéndose lejos hacia las gráciles

arcadas de los claustros que brillaban casi blancos contra el mar de

sombra que empezaba detrás. En algún momento del día había

llovido, quedaban charquitos de agua en las hondonadas de la

piedra, y el Gato los cotejó contra las suelas de sus botines nuevos,

mientras algo todavía refrenaba a la Morsa, que no daba la orden de

romper filas, y por un momento pareció que volvería a hablar, pero

al fin se encogió de hombros, dio la orden y el Gato saltó.

Saltó, otros dicen que voló por encima de sus cabezas,

elevándose tal vez dos yardas, y la fuerza de su quemante impulso

lo llevó hacia adelante como en un sueño, planeando, cinco, diez

yardas, navegando sobre su flotante guardapolvos hasta que al fin

tocó la piedra y las punteras de fierro de sus botines arrancaron de

la dormida piedra un chaparrón de chispas, un doble chorro de

fuego, signo por el cual fue reconocido más de una vez en esa larga

noche, cuando ya parecía haber desaparecido para siempre. ¡Fogoso

Gato! ¡Tu terrible desafío aún vibra en mi memoria, porque yo era

uno de ellos!

¡Pero qué fue más admirable, ese espantoso salto, o la serena

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determinación con que Irlanda mandó al frente a sus guerreros!

Fácilmente se desplegaron, casi a paso de marcha, Dolan en una

punta, Geraghty en el centro, el pequeño pero ingenioso Murtagh a

retaguardia, y este único y sencillo movimiento bloqueó todas las

posibles retiradas y siguió invisible hacia adelante, entre la

renovada prestidigitación del dinenti y el candor del hoyo-zapatero

y las conversaciones que disimulaban todo, de suerte que ni siquiera

los ojos adiestrados de la Morsa (siempre al acecho de algo que

mereciera castigo excepcional) vieron otra cosa que ese

enloquecido chico nuevo, el Gato, que como un rayo pasaba en

diagonal hacia el claustro de la derecha.

En algún lugar del patio se oyó el sonido de la armónica, que

Ryan tocaba en un agudo bailarín y gozoso, como un pífano

guerrero, alentando la fiebre del combate. A la izquierda Murtagh

corrió un poco, apenas lo bastante para taponar la galería entre los

claustros, y llegó a tiempo para ver la sombra del Gato, a sesenta

yardas de distancia en el extremo opuesto.

El Gato probó allí la primera cucharada de un amargo dilema.

A su derecha estaba la puerta abierta de la capilla, exhalando un

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enfermizo olor a cedro, cirios y flores marchitas. Se asomó y vio a

un cura muy viejo arrodillado ante el altar, murmurando una

oración o, tal vez, durmiendo en voz alta, con los ojos cerrados. A

su izquierda el largo corredor, con una puerta de vidrio que daba a

la rectoría y la agazapada sombra de Murtagh en contraluz. Y al

frente, una escalera que se internaba en la oscuridad. Subió

ciegamente.

Murtagh abrió una ventana de la galería y con el pulgar hacia

arriba hizo una seña a Geraghty, que aguardaba sin prisa en el

centro del patio. Geraghty, a través de anónimos mensajeros,

comunicó la novedad a Dolan, que se había quedado muy atrás, a la

derecha del largo semicírculo de cazadores, y sobre quien había

descendido silenciosamente el águila del mando. Dolan reflexionó y

dio sus órdenes. Mandó a Winscabbage, que era estúpido pero de

anchas espaldas, a retener la encrucijada que tanto había

desconcertado al Gato e impedir a toda costa su regreso. Después

transmitió a Murtagh la señal de tomar sus propias disposiciones, y

Murtagh llamó al pequeño Dashwood y le ordenó que se quedara

allí y gritara si venía el Gato, porque el pequeño Dashwood no

podía pelear a nadie, pero era capaz de exorcizarse los propios

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demonios del aullido. Hecho esto, la línea entera se replegó,

mientras los jefes se reunían para deliberar y escuchar el consejo de

Pata Santa.

Pata Santa Walker tenia una pierna más corta que la otra,

terminada en un botín monstruosamente alto, rígido, inanimado

como un tronco muerto que arrastraba al caminar, y una noble cara

afilada y olivácea de ojos visionarios. No era un líder y nunca

podría serlo, aunque aseguraba descender de reyes y no de pobres

chacareros de Suipacha, pero la intensidad y concentración de sus

ideas lo sustraían al círculo de la piedad en que otros simples

desgraciados —un epiléptico y un albino, dos rengos más y un

tartamudo— chapoteaban.

A Pata Santa le sobraba tiempo para pensar mientras los

demás jugaban al fútbol o al hurling, y los líderes tenían que

escucharlo.

—Subirá al dormitorio —vaticinó como si realmente

estuviera viendo al Gato—, y después irá hacia atrás.

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—¿Y después?

—Puede aparecer a nuestra espalda. Si lo dejamos bajar, lo

perdemos. Se convierte en uno de nosotros.

—Hay que mantenerlo arriba —concordó Murtagh.

Dolan mandó a Scally y Lynch a cubrir las otras dos salidas

del patio.

El Gato estaba ahora en una trampa. Cuatro lados, cuatro

ángulos, cuatro escaleras, cuatro salidas, todas custodiadas.

Moviéndose cautelosamente en la oscuridad, encontró un descanso

y una puertita de madera que daba al coro. Se asomó y vio una vez

más el altar, el cura inmóvil, el Cristo sangrante y repulsivo y el par

de arcángeles de plumas azules sosteniendo candelabros eléctricos.

En el coro había un órgano empinando la silueta en la penumbra y

rosetas de vidrio que daban a alguna parte de la noche y del cielo.

Pero algo ajeno a él mantenía al Gato en movimiento; retrocedió,

siguió subiendo y volvió a encontrarse en los ángulos rectos de la

decisión. A su izquierda había una larga serie de puertas que se

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abrían sobre un pasillo; a su derecha, un dormitorio con dos hileras

de camas blancas. Se acurrucó, reflexionó, después, caminó

sigilosamente por el desierto dormitorio, la interminable perspectiva

de camas. No había luz, salvo dos bombitas de veinticinco vatios,

separadas por cincuenta pasos, como dos grandes gotas traslúcidas

de sangre. El Gato se asomó a una ventana, vio un parque con luz

de estrellas, oscuros pinos y araucarias, el portón de entrada por

donde había venido con su madre y, más lejos, el blanco camino

pavimentado y la señal del ferrocarril que cambiaba de rojo a verde.

Así que ése es el sur, pensó, pero no exactamente el sur. Bajó la

vista al camino de guijarros; la distancia era siete u ocho veces la

altura de su cuerpo, y de todas maneras él no quería volver al sur.

Ahora trató de recordar el aspecto que tenía el edificio cuando lo

vio por primera vez esa tarde, pero no pudo, y maldijo la estéril

emoción que bloqueaba ese recuerdo. Su madre iba de regreso al

pueblo en un tren lejano.

En el patio la Morsa se paseaba frenéticamente, persiguiendo

la persecución, exigiendo una parte en la invisible ceremonia, pero

cada movimiento sospechoso resultaba pertenecer a un juego

inofensivo que, cuando se paraba a preguntar, se le aferraba en

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forma de otras preguntas inocentes, dirigidas en debida y respetuosa

forma a un superior y adulto, robándole tiempo y atención,

embotando su iniciativa y de ese modo impidiéndole ubicar la zona

donde verdaderamente transcurría el mal. En eso también la

comunidad era astuta, su población civil distraía al enemigo o al

intruso. Y así la Morsa no descubrió nada y supo que no iba a

descubrir nada a menos que mentalmente pudiera identificar al jefe,

pero apenas pensó en Carmody lo vio a cuatro pasos de distancia,

cambiando el Pez Torpedo por Bernabé Ferreyra, y en seguida vio a

Mulligan junto a la pared midiendo con la palma chata sobre el

suelo las chapitas de la arrimada. Así que maldijo en voz baja,

sabiendo que debía esperar casi una hora antes de tocar la campana

para el rosario, y volvió a maldecir contra la luz fangosa del patio e

incluso contra esas viejas piadosas y amarretas de la caritativa

Sociedad de San José. Fue entonces cuando en el centro del patio

estalló una falsa gresca, y al amparo de esa conmoción Dolan y sus

secuaces de derramaron por la escalera posterior de la derecha,

mientras Murtagh y los suyos iban por la izquierda seguidos por la

armónica que alternaba el fino sentimiento de Mother Machree con

el denuedo de Wear on the Green.

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Arriba el Gato siguió avanzando hasta encontrarse

nuevamente en un ángulo recto, en un rellano, mirando hacia abajo,

a la sombra, y queriendo tomar una decisión. Bruscamente resolvió

probar las defensas allí y bajó como una catarata.

Desde el centro del patio, donde la ilusoria pelea se

desvanecía rápidamente en presencia de la Morsa, la escena se vio

así: primero hubo un grito penetrante, luego un breve choque, y en

seguida el pequeño Dashwood salió despedido, pateando y

gimiendo como un cachorro loco. En el acto se formó a su

alrededor un círculo, y entonces todos observaron la marca del

Gato: una serie de profundos rasguños, paralelos y sangrientos, en

su mejilla derecha. McClusky y Daly ocuparon silenciosamente su

lugar, mientras otros lo llevaban al surtidor para lavarle la cara y

oírle decir:

—¡Le pegué! ¡Le pegué! ¿No me quieren creer?

Se corrió la voz: el Gato había golpeado. Ahora las caras

estaban sombrías, pero nadie perdió su valor.

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Tras enfrentar y aporrear a Dashwood, el Gato desanduvo su

camino. La pelea estaba ahora dentro de él, se derramaba por su

sangre en una incesante, incontenible filtración. Sentía su propio

olor, acre, humeante, inhumano, como el que deja un rayo al

golpear la tierra, y un deseo casi intolerable de matar y huir, de

hacer frente y volver a golpear y huir nuevamente, que le inundaba

el cerebro y lo dejaba a merced de oscuras corrientes que fluían

insensatas por su cuerpo. Se sentía transportado y repelido, se

agazapaba y se zambullía y se ocultaba y volvía a cargar sin un

momento de reflexión, nadando en esa poderosa corriente de miedo

y de odio mientras dejaba atrás otro pasillo y otra hilera de puertas

que probó y encontró cerradas con llave menos una, fileteada de

luz, que filtraba una música lánguida y envolvente, y que no quiso

probar. Escuchó allá delante un tropel de pasos, se apelotonó y rodó

al interior de un baño, el hedor de una letrina, y oyó pasar voces

amortiguadas y llenas de excitación, "Por aquí, tiene que haber

venido por aquí". El Gato adivinó que enseguida volverían, las

aletas de la nariz empezaron a temblarle, llegó a pensar Aquí no, y

salió antes que la red terminara de cerrarse.

Lo vieron, giraron sin prisa, como si estuvieran seguros de

que ahora no podría escapar. Ese pausado movimiento asustó más

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al Gato que una arremetida, y aun antes de volver a saltar

comprendió por qué: habían dejado un retén en el descanso. Eran

dos y lo esperaban, sólidos, inconmovibles, sin miedo, con las

piernas bien separadas, los puños enarbolados. "Venga, gatito" dijo

uno. "Vamos, minino, ahora tiene que pelear." Vio la brecha entre

ambos y se zambulló, y ese movimiento tan simple volvió a

tomarlos desprevenidos porque eran peleadores a golpe de puño que

no concebían otro tipo de lucha.

El Gato cayó sobre el codo derecho y el hueso propagó por

todo su cuerpo un instantáneo ramaje de dolor. Sus perseguidores se

habían precipitado sobre sus piernas y no sólo lo golpeaban a él

sino que se daban entre ellos. Ahora el Gato estaba parado,

arrastrando a uno que se aferraba a su guardapolvo, y los demás

venían a toda carrera. El Gato hizo un solo movimiento con la

cabeza, una breve media vuelta, y el hueso de la frente chocó en

carne blanda, que podía ser una mejilla o un ojo. El otro chico no

gritó ni soltó el guardapolvo hasta que se desgarró, y ese gran

pedazo de tela gris fue llamado la Cola del Gato y llevado en

triunfo desde entonces como un trofeo, un estandarte, un anuncio de

la próxima victoria.

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Pero el Gato estaba libre y corría hacia una puerta, y detrás de

la puerta otra larga sala penumbrosa con dos hileras de camas, y

mientras corría, de una cama tras otra se alzaban espectrales

sombras que se sentaban y lo miraban con ojos huecos como los

muertos saliendo de sus tumbas, y fue entonces cuando sus ferrados

botines volvieron a arrancar de los mosaicos de la enfermería un

doble surtidor de chispas y por primera vez imaginó que eso no

estaba ocurriendo, pero no se paró, una nueva inyección de pánico

se resolvió en otro gigantesco salto y de ese modo había llegado a la

cuarta esquina en lo alto del mundo.

En el patio la Morsa se había apoderado de Dashwood y lo

sacudía sin conseguir que hablara o por lo menos que dejara de

balbucir una absurda invención de haberse golpeado contra una

pared. Lo dejó parado en el centro del patio y por un momento

pensó en llamar en su ayuda a Dillon que estaría en su pieza

leyendo novelas policiales o escuchando valses en su viejo

fonógrafo, pero no lo llamó. Puedo arreglarme, pensó. Y luego: Yo

les voy a enseñar, poniéndose al acecho en uno de los claustros

hasta que vio una sombra que cruzaba silenciosamente la arcada,

diez pasos más lejos. Corrió tras ella, atrapó a Murphy por el cuello

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y lo abofeteó en la oscuridad. Murphy chilló y la Morsa volvió a

abofetearlo.

—¿Así que se divierten, eh? ¿Dónde están todos?

—¿Quiénes? —gimió Murphy—. ¿Quiénes?

—No te hagas el imbécil. Los que persiguen al nuevo.

—No sé nada —dijo Murphy—. Tengo que vestirme para la

bendición.

—Ah, sí —dijo la Morsa dándole un coscorrón en la cabeza.

—¡El padre Keven me espera! —chilló Murphy.

—Ah, sí —dijo la Morsa, y entonces otra voz a su lado

dijo—: Ah, sí —y vio la mandíbula de fierro y los ojos helados del

padre Keven que con la estola en la mano lo miraba desde la puerta

de la sacristía—. Véame mañana, en la rectoría —mientras

acariciaba suavemente a su lastimado monaguillo.

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Dolan y su estado mayor aguardaban en el cuarto descanso.

Oyeron el tumulto en la enfermería y de golpe el Gato apareció

cruzando la puerta, se paró y se quedó mirándolos.

—Hola —dijo Dolan, que no era alto, pero sí era fuerte y

tenía ojos pardos en una cara cuadrada y maciza como la de un

bulldog, con un mechón de pelo amarillo, caído sobre la frente, que

se sacudía cada vez que hablaba—. Hola —dijo.

—Me doy por vencido —jadeó el Gato.

Al oírlo todos se echaron a reír.

—Peleo con el que quieran —dijo.

—No habrá pelea —dijo Dolan—. Te dimos una chance y no

quisiste. ¿Sabes lo que habrá? Te desnudaremos hasta el hueso.

—Uno de ustedes tiene que pegar primero —propuso el

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Gato—. Déjenme pelear con ése.

—¿Para qué?

—Para que vean que no le tengo miedo a ninguno.

Volvieron a reírse y sin embargo un cuña había penetrado en

ese sólido frente, el desafío colgaba como un trapo rojo y el grupo

empezó a disolverse en individuos y a deliberar en silencio como

antes, mientras el Gato se movía sin moverse, se deslizaba casi

imperceptible y resbaloso y gris hacia una puerta oscura, lenta pero

rápidamente mejorando su posición, sintiendo contra la espalda la

dura pared que le daba una nueva seguridad, la promesa de un

redoblado brinco, pero sin quitar los ojos de Dolan, que ahora

vaciló un instante, y eso bastó para que alguien saltara al frente

diciendo:

—Déjenme, y antes que Dolan pudiera oponerse hubo una

gran ovación que sólo fue quebrada por el Gato mismo, alzando una

mano y ordenando casi a los demás que retrocedieran, cosa que

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hicieron casi con pesar sintiendo una absurda salpicadura de

autoridad que de pronto emanaba del Gato quien al fin se había

colocado en guardia, lúgubre y sereno y plantado con justeza, y

entonces todos vieron el buen estilo y el perfil medido, el puño

izquierdo alargado casi con despreocupación, el dorso del derecho

levemente apoyado en la base de la nariz bajo los ojos

deslumbradoramente vivos, el Gato que empezaba a girar en círculo

alrededor y alrededor de Sullivan, hasta que su espalda estuvo

contra el oscuro hueco de la puerta, y entonces simplemente caminó

hacia atrás y se fue, jugándoles la última pero más fantástica broma

de esa noche.

Aquel refugio final era el lavadero, una gran habitación

cuadrada y sofocante con una sola puerta y una ventana en la que se

recortaban sombrías arboledas. En el centro se erguía una enorme

máquina de lavar cuyos cilindros de cobre brillaban suavemente en

la luz almacenada y reflejada por montañas de sábanas que se

alzaban desde el piso hasta el techo exhalando un ácido olor a

sueño, transpiración y solitarias prácticas nocturnas. El Gato

tropezó, cayó, se hizo una pelota y salió convertido en fantasma

hacia la ventana, guiando la caliente ola de persecución que de

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pronto inundó la estancia con un sordo reverbero de pasos y de

gritos. Casi en un solo movimiento abrió la falleba y trepó al

antepecho. Una mano lo sujetó, pero ya saltaba hacia la vertiginosa

oscuridad.

Diez minutos antes de lo establecido la Morsa tocó la

campana llamando a bendición y empezó a meter a todo el colegio

en la capilla, casi por la fuerza, yendo y viniendo con prisa frenética

a lo largo de la fila, gruñendo y matoneando, "Vamos, vamos,

pronto", sin detenerse a contarlos, "Pronto, no se queden dormidos",

mientras rezagados y desertores de la cacería volvían trotando y se

incorporaban sin ser interrogados, porque mañana habría tiempo

para eso, para la distribución de culpas y castigos que esta vez, se

prometió apretando los dientes, haría temblar a las piedras, "Pronto,

dije", dando un coscorrón al último y allá adelante Murphy prendía

las velas del altar mientras el padre Keven salía en oro y esplendor

mirando desconfiado hacia la puerta y Dillon bajaba la escalera

ajustándose la corbata para recibir su turno con la cara llena de

sueño y de estupor.

—Después te explico —le dijo—, y empezó a subir por el

camino del Gato.

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Debajo de la ventana del lavadero había una leñera con techo

de chapas que resonó como un cañonazo bajo el impacto del Gato,

poblando el aire nocturno de chillidos de pájaros y remotos ladridos

de perros. Mientras se incorporaba sintió que se había recalcado el

tobillo y recordó la mano que lo había sujetado desviándolo de su

línea de equilibrio. Resbaló cautelosamente por la pared del

cobertizo, vio las caras blancas de sus perseguidores allá arriba en

la ventana y mientras rengueaba hacia un alto cerco de alambre oyó

la campana en la capilla que llamaba a bendición, como la serena

voz de Dios o como esas otras voces dulces que a veces se oyen en

sueños, incluso en los sueños de un Gato.

En el oscuro centro del patio, el pequeño Dashwood estaba

olvidado. Sabía que la caza continuaba porque no había visto

regresar a los líderes.

Por un momento deseó correr a la capilla, arrodillarse y rezar

con los demás, unir su voz al coro rítmico y cálido que en elogio de

la Santa Virgen María brotaba ahora de la puerta en ondas mansas y

apaciguadoras. Pero nadie lo había relevado de su deber. Además,

estaba herido en combate y quería saber cómo terminaba. Acalló

sus temores y empezó a deambular por el vasto edificio, buscando

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una señal o un ruido.

Desde el lavadero, Dolan vio al Gato que se alejaba en la

sombra. A su espalda se ataban sábanas para formar una larga

cuerda, mientras Murtagh y otros bajaban corriendo la escalera y

saldrían por los fondos en, quizás, treinta segundos. La lucha no

había concluido.

Amargado, sombrío, sentado en una pila de sábanas, Walker

callaba y despreciaba. De puro pálpito, gracias a una imaginación

infatigable y certera, había conseguido estar en el lugar de la batalla

en el momento justo, para que ese montón de imbéciles la dejara

evaporarse. No podía correr, como había hecho Murtagh, no podía

volar, como en ese mismo instante estaba haciendo Dolan, sólo

podía pensar. Tardaría más de cinco minutos en bajar la escalera y

salir por el fondo. Su rostro se desfiguraba en una mueca de

tormento espiritual al ver cómo los dioses se perfilaban nuevamente

contra él.

El Gato no trató de saltar el cerco. Una sola mirada, dada por

el tobillo lastimado, el dolor incluido en el circuito de visión, le

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demostró que era inútil. Además, detrás del cerco estaban el mundo

y su casa, adonde no quería volver. Prefería jugar su chance aquí.

Se tendió tras una pila de cajones, apoyando la cara en el pasto

dulce y frío, y a través de los resquicios de la pila vio los guerreros

que se derramaban por el campo, desde el frente y desde el fondo, y

luego a Dolan que bajaba flotando como una enorme araña nocturna

en su plateado hilo de sábanas. De los vitrales de la capilla venía un

manso arroyo de palabras extrañas, destinadas quizás a condoler y

aplacar

—Turris ebúrnea

Pray for us!

pero el Gato no se sintió condolido ni aplacado.

El pequeño Dashwood había encontrado su camino hacia la

puerta del frente y salió al penumbroso parque de pinos y

araucarias. Ahora temblaba un poco porque estaba completamente

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solo en un mundo exterior cuyas reglas ignoraba. Nunca se había

atrevido a ir tan lejos. De golpe lo asaltó una aguda nostalgia de su

madre. No se oía otro ruido que el sordo retemblor de un camión en

la ruta o el chistido más agudo de las gomas de un auto, hasta que

repentinamente todas las ranas se pusieron a cantar. Dobló hacia la

izquierda, canturreando él también, en voz muy baja, para no tener

miedo.

Los cazadores se habían desplegado en un amplio

semicírculo cuyos extremos se apoyaban en el cerco. Dolan les

ordenó algo mientras examinaba el terreno. Vio a la izquierda un

gran tanque de agua sobre pilotes de cemento; chorreando

sonoramente su exceso en una charca; en el centro, oscuros

matorrales; a la derecha, una pila de cajones. En algún lugar de ese

semicírculo de ochenta yardas de diámetro debía esconderse el

Gato, pero no tenían que apretujarse alrededor sino formar una

barrera en terreno despejado hasta encontrar un método que lo

sacara de su escondite. Se sentó en el pasto y encendió un cigarrillo

mientras pensaba.

En la capilla el padre Keven mostraba la custodia a un

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soñoliento auditorio. Era un hombre áspero, con una úlcera que lo

roía especialmente durante los oficios divinos, lo que sin duda era

debido al enfermizo olor del incienso. El celador Dillon miró su

reloj y se ubicó junto a la entrada.

La Morsa recorría a la inversa la ruta de la caza. En el

descanso del lavadero pasó junto a una sombra acurrucada en la

oscuridad, sin verla. Era Walker que había agotado la tortura de la

cavilación y se sentía nuevamente guiado por una furiosa certeza

que en seguida volvió a ponerlo en movimiento, arrastrando

escaleras abajo su pata inútil y pesada como una culpa, tomándose

de la baranda y dejándose caer escalón por escalón.

Cuando la Morsa entró en la enfermería, los enfermos se

alzaron unánimes en una ola llena de índices y exclamaciones que

por supuesto lo mandaron en la dirección equivocada, y cuando lo

vieron irse se arracimaron nuevamente junto a una ventana lateral

que les permitía observar algo de lo que ocurría abajo. La Morsa

bajó por la otra punta del edificio, salió al campo, ambuló, perdido,

rumbo a la desierta cancha de paleta.

El Gato vio apagarse las luces de la capilla, después del

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destello de agonía de los cirios del altar, sintió un flujo de

movimiento hacia arriba, una tibia corriente de vida que ascendía

rumbo al sueño por sus cauces prefijados, dejándolo solo, él y sus

enemigos, ese oscuro círculo señalado de tanto en tanto por la brasa

de un cigarrillo. Una raya instantánea de luz recorrió las ventanas

superiores del dormitorio. Entonces Dolan dio una orden y una rala

hilera de exploradores comenzó a converger sobre el escondite del

Gato, mientras los demás se aguantaban en campo descubierto.

El Gato miró hacia el este, vio un manchón de luz cenicienta

entre las ramas bajas de los árboles. Estaba saliendo la luna. Su

mano apretaba una piedra del tamaño de una manzana mientras el

terror volvía a cabalgarle en la sangre.

En el parque, Dashwood se había cansado y extraviado. Su

hermosa cara estaba desfigurada por el zarpazo del Gato, la sentía

inflamada y dolorida. De tanto en tanto había creído oír los ecos de

la caza, un grito, un acorde suelto de la armónica, pero siempre se

había equivocado. Las campanadas de la bendición quedaban muy

atrás, entre sus recuerdos de ayer y del pasado en general. Ese corte

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en el flujo de la realidad lo asustó: bruscamente sintió ganas de

correr hacia el camino y no volver más, nunca más. El edificio del

colegio se alzaba como un dragón alto y sombrío con su reluciente

dentadura de luces en los dormitorios. Quería que su madre lo

hiciera dormir. De pronto se sintió muy triste y se sentó en el pasto,

metió la mano en el pantalón y empezó a acariciarse. Eso le dio

consuelo, una especie de indefinida felicidad, como flotar muy alto

sobre los campos y los pueblos, liviano como un chajá que baña su

plumaje en la luz del sol y la altura de las nubes, un placer sereno

que nunca llegaba a culminar, porque era muy chico para eso, pero

ya no le importaba que el dragón avanzara sobre él con sus dientes

amarillos y lo devorase.

La parábola de la piedra estuvo medida al centímetro. Silbó

aguda en la noche, sin que nadie la oyera salvo el Gato, hasta que

chapoteó sordamente en la charca debajo del tanque. Entonces ya

nadie quiso escuchar las órdenes y maldiciones de Dolan, el círculo

se fundió en una única embestida, la red se disolvió en una sola ola

de excitación y coraje, y hasta la armónica asumió los primeros

compases de la Carga de la Brigada Ligera, alegrando inclusive el

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corazón del Gato que ya se arrastraba invisible hacia la leñera,

empujaba la puerta entreabierta, se confundía con la tiniebla que

olía a humedad y piquillín, a sarcasmo y a refugio.

Allí su suerte lo alcanzó. La puerta se abrió de un golpe o de

un grito, y allí estaba Walker, recortado en la luna, arrastrando su

pata santa y su quemante aliento, la cara saturnina brillando con la

luz de la verdad y la revelación. El Gato se ordenó saltar, pero en

cambio gimió, atrapado en el aura supersticiosa que emanaba de su

verdugo, en la ley que ordenaba que el más pesado y lento de todos,

el que no podía correr ni volar, lo reclamara como presa.

Cuando llegó al lugar Richard Enright, 23 años, por mal

nombre la Morsa, la batalla había sido librada, y ganada y perdida.

Las sombras de los guerreros seguían filtrándose por las entradas

del edificio dormido y la luna brillaba sobre la forma casi insensible

del chico que desde entonces llamaron el Gato, tendido sobre el

pasto, diciendo palabras que Enright no intentó comprender. El

celador lo miró, terriblemente golpeado como estaba, y comprendió

que ya era uno de ellos. La enemistad de la sangre había sido

lavada, ahora quedaban todas las otras enemistades. En diez días, en

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un mes, se convertiría realmente en un gato predatorio al acecho de

tentadores pajaritos. Los aguardaría en un pasillo oscuro, detrás de

la puerta de un baño, escondido en un matorral, y golpearía. Si le

daban botines de fútbol, trituraría tobillos; si le daban un palo de

hurling, apuntaría astutamente a las rodillas. Con un poco de

libertad, con un poco de suerte, con un poco de la fiebre del deseo,

con un relumbre de la gloria de las batallas, el águila del mando

bajaría a su turno sobre él. Y sin embargo Enright sabía que el alma

del Gato estaba llagada y sellada para siempre. Trató de imaginar lo

que sería cuando fuera un hombre, trató de inducir alguna ley más

general. Pero no pudo, no era demasiado inteligente y al fin y al

cabo no era cosa suya.

—Vamos, pibe —le dijo tomándolo de la mano, ayudándolo

a levantar, aguantándose firme contra la mirada fija y sangrienta

con que un solo ojo del Gato lo miraba—. Vamos —palmeándole la

espalda, como los demás lo palmearían mañana, la semana que

viene—. Parece que perdiste el camino al dormitorio.

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El Gato sollozó brevemente, después retiró la mano.

—Puedo caminar solo —dijo.14

14 Este cuento se puede bajar del sitio http://www.rodolfowalsh.org/spip.php?article1952

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BIBLIOGRAFÍA

FLACHSLAND, Cecilia, Rodolfo Walsh para principiantes, 1° ed.,

Buenos Aires, Era Naciente, 2004.

BERTRANOU, Eleonora, Rodolfo Walsh argentino, escritor,

militante, 1°ed. Buenos Aires, Leviatán, 2006.

ARROSAGARAY, Enrique, Rodolfo Walsh de dramaturgo a

guerrillero, 1° ed. Buenos Aires, Catálogos, 2006.

AA.VV., “Walsh”, in Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-

americana, 1° ed. Madrid, Espasa-Calpe, 1929, tomo LXIX.

AA.VV., “Literatura Hispanoamericana”, in Enciclopedia

Universal Ilustrada Europeo-americana, 1° ed. Madrid, Espasa-

Calpe, 1969, suplemento anual 1967-68, pp.1024-1029.

AA.VV., “Literatura Hispanoamericana”, in Enciclopedia

Universal Ilustrada Europeo-americana, 1° ed. Madrid, Espasa-

Calpe, 1975, suplemento anual 1969-70, pp.1055-1056.

Page 113: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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AA.VV., “Argentina”, in Storia della civiltà letteraria

ispanoamericana, 1°ed. s.l., UTET, 2000, vol.2.

SITIOGRAFÍA

http://www.rodolfowalsh.org/spip.php?article1952

Enlace donde se puede encontrar el cuento “Irlandeses detrás de un

Gato” (último acceso: 5 de febrero de 2008)

http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/especiales/subnotas/62

342-20606-2006-01-31.html

Entrevista a Rodolfo Walsh hecha por Ricardo Piglia en enero de

1973 (último acceso: 12 de noviembre de 2007)

http://molgaray.bitacoras.com/archivos/2006/01/31/rodolfo-walsh

Entrada sobre la obra de Rodolfo Walsh, ubicada en un blog que

trata de actualidad (último acceso:12 de noviembre de 2007)

http://www.elpais.com/articulo/narrativa/Sombras/gatunas/elpepucu

lbab/20070217elpbabnar_8/Tes

Interesante artículo sobre el libro “Los Irlandeses” de Rodolfo

Page 114: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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Walsh”; escrito por LUIS ANTONIO DE VILLENA (último

acceso: 12 de noviembre de 2007)

http://bruto.muzaidin.com/2007/los-irlandeses-rodolfo-walsh-2007/

Otra recensión sobre “Los irlandeses”, que se encuentra en el blog

colectivo “Bruto” (último acceso: 12 de noviembre de 2007)

http://temasliterarios.blogspot.com/2006/09/chicos-irlandeses-una-

trilogia-de.html

Exhaustiva entrada sobre la trilogía de los Irlandeses (último

acceso: 12 de noviembre de 2007)

http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/09/09/u-

01267840.htm

Muy buen análisis de la obra de Walsh tanto desde el punto de vista

de la potencia narrativa, como desde el de la tensión literaria entre

política y literatura (último acceso: 12 de noviembre de 2007)

http://www.librosycine.com/3/index.php?option=com_content&tas

k=view&id=243&Itemid=55

Otro análisis de la obra de Walsh (último acceso: 12 de noviembre

Page 115: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

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de 2007)

http://www.irlandeses.net/rodolfowalsh.htm

Noticias biográficas sobre Rodolfo Walsh (último acceso: 12 de

noviembre de 2007)

Enlaces sobre la historia de Argentina

http://it.wikipedia.org/wiki/Guerra_sporca

(último acceso: 23 de enero de 2007)

http://it.wikipedia.org/wiki/Storia_dell%27Argentina

(último acceso: 23 de enero de 2007)

http://it.wikipedia.org/wiki/Presidenti_dell%27Argentina

(último acceso: 23 de enero de 2007)

http://www.dittatori.it/videlajorge.htm

(último acceso: 23 de enero de 2007)

Page 116: Una versión de "Irlandeses detrás de un Gato" de Rodolfo Walsh en italiano

115

Diccionarios y foros

http://www.logos.it

(último acceso: 5 de febrero de 2008)

http://www.elportaldeltango.com/dicciona.htm

(último acceso: 24 de octubre de 2007)

http://www.muevamueva.com/comunica/lunfardo/index.htm

(último acceso: 24 de octubre de 2007)

http://www.wordreference.com/

(último acceso: 18 de enero de 2008)