Tlacaelel - Antonio Velasco Pina

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Antonio Velasco Piña

Capítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo XCapítulo XICapítulo XIICapítulo XIII

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Capítulo XIVCapítulo XVCapítulo XVICapítulo XVIICapítulo XVIIICapítulo XIXCapítulo XXCapítulo XXICapítulo XXII

notes

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Antonio Velasco Piña

Tlacaelel

A la memoria de mi hermanoMiguel

A Gaby mi esposaA Carlos Miguel mi hijo

"…oquipanoquimatian

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mochiuh in tlacatlcatea initocaTlacayelleltzinCihuacohuatl incemanahuactepehuan".

"…y estoocurrió en laépoca del señorTlacaélel; elCihuacóatl, elConquistador delUniverso".

Crónica

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Mexicáyotl,deFernandoAlvaradoTezozómoc.

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Capítulo I

EL EMBLEMA SAGRADO DEQUETZALCOATL

Tlacaélel recorrió lentamentecon la mirada el fascinanteespectáculo que se ofrecía ante suvista:

En el amplio patio interior deltemplo principal de Chololan, al pie

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de la gigantesca y antiquísimapirámide, estaba celebrándose laceremonia de iniciación de losnuevos sacerdotes de Quetzalcóatl.

La luz de más de un centenar deantorchas, en las que ardíanaromáticas esencias, iluminaba elrecinto con cambiantes tonalidades.Una doble hilera de sacerdotes,alineados en ambos costados delpatio, entonaban con rítmico acentoantiguos himnos sagrados. Centeotl,el anciano sumo sacerdote, oficiabala ceremonia ostentando sobre supecho" el máximo símbolo de la

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jerarquía religiosa: el EmblemaSagrado de Quetzalcóatl. En elcentro del patio, dentro de un enormecírculo de pintura blanca, seencontraba el pequeño grupo dejóvenes -entre los cuales estaba el,propio Tlacaélel- que recibirían enaquella ocasión el alto honor deentrar a formar parte del denominadosacerdocio blanco, consagrado alculto de Quetzalcóatl.

Para los jóvenes que en mediodel complicado ceremonial ibansiendo ungidos por el sumosacerdote, aquel acto constituía la

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culminación de una meta largamentesoñada, y lograda a través de variosaños de incesantes esfuerzos.

De entre varios miles deadolescentes que en todas lascomunidades náhuatl aspiraban a seradmitidos en el templo de Chololan,se escogía cada cinco años acincuenta y dos candidatos. Elcriterio selectivo resultaba rigurosoen extremo; no sólo era necesarioposeer una conducta ejemplar desdela infancia y contar con ampliasrecomendaciones de los principalessacerdotes de la comunidad donde

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habitaban, sino que además, debíansalir airosos de las difíciles pruebasque los sacerdotes de Quetzalcóatlimponían para valorar la capacidadde los aspirantes.

La extrema dureza de lossistemas de enseñanza utilizados enel templo de Chololan, motivaba unaconsiderable deserción a lo largo delos cinco años del noviciado, por loque rara vez lograban ingresar comonuevos miembros de la HermandadBlanca más de media docena dejóvenes.

Una vez investidos con la

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prestigiada dignidad de sacerdotesde Quetzalcóatl, los así ungidosregresaban a sus lugares de origen,donde muy pronto ocupaban puestosrelevantes, ya fuera como jefesmilitares y dirigentes eclesiásticos, oincluso como reyes de los múltiplesy pequeños señoríos en que habíaquedado fragmentado el mundonáhuatl tras la desaparición, ocurridavarios siglos atrás, del poderosoImperio Tolteca.

Diversas circunstanciassingularizaban al grupo de noviciosque en aquella ocasión estaban

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siendo ordenados como sacerdotesde Quetzalcóatl. Una de ellas era lade que por vez primera figuraban endicho grupo dos jóvenes aztecas:Tlacaélel y Moctezuma, hijos deHuitzilíhuitl -que fuera segundo reyde los tenochcas- y hermanos deChimalpopoca, quien gobernaba bajodifíciles condiciones al puebloazteca, pues éste se hallaba sujeto aun vasallaje cada vez más oprobiosopor parte del Reino de Azcapotzalco.Otro de los motivos quesingularizaba a la nueva generaciónde sacerdotes, era el hecho de que

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formaba parte de ellaNezahualcóyotl, el desdichadopríncipe de Texcoco, quien a raíz delasesinato de su padre y de laconquista de su reino por lostecpanecas, se había visto obligado avivir siempre en constante fuga,acosado en todas partes por asesinosa sueldo, deseosos de cobrar lacuantiosa recompensa ofrecida acambio de su vida.

La admisión en el templo deChololan, tanto de los jóvenesaztecas como del príncipeNezahualcóyotl, había producido

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desde el primer momento unprofundo disgusto en Maxtla, eldespótico rey de Azcapotzalco, sinembargo, el monarca tecpaneca sehabía cuidado muy bien de no hacernada que pusiera de manifiesto sussentimientos. Centeotl, el sumosacerdote poseedor del EmblemaSagrado de Quetzalcóatl, era ya unanciano de más de noventa años cuyamuerte no podía estar lejana; elsacerdote que le seguía en jerarquíadentro de la Hermandad Blanca eraMazatzin, un tecpaneca incondicionalde Maxtla. Si, como era lo más

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probable, al percatarse Centeotl deque su fin estaba próximo, entregabaa Mazatzin el Emblema Sagrado,Maxtla vería aumentar el prestigio desu Reino hasta un grado jamásimaginado, lo que le facilitaríaenormemente la conquista de nuevospueblos y territorios. Así pues, apesar del odio que profesaba aNezahualcóyotl y de la posibilidadde que el honor de contar conmiembros dentro de la HermandadBlanca pudiese envanecer a losaztecas y despertar en ellospeligrosos sentimientos de rebeldía,

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el monarca tecpaneca se guardó muybien de cometer cualquier acto quepudiese disminuir las probabilidadesde que Mazatzin se convirtiese endepositario del Emblema Sagrado.

La ceremonia de admisión delos nuevos sacerdotes habíaconcluido. Tras formular las últimaspalabras rituales, Centeotl se dirigióhacia el enorme incensario que ardíaal pie del altar central, en dondefiguraba una impresionanterepresentación de Quetzalcóatl enpiedra basáltica; todos losconcurrentes supusieron que Centeotl

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iba a extinguir las llamas del braseropara dar así por concluida laceremonia, pero en lugar de ello, alllegar frente al incensario elsacerdote arrojó en él una nuevaporción de resinas, produciéndosecon esto una fuerte llamarada queiluminó vivamente el recinto.Enmarcado en el resplandor de lasllamas, Centeotl se dio media vueltaquedando de frente ante todos losparticipantes, después, con unmovimiento repentino y en medio delasombro general, se quitó del cuellola fina cadena de oro de la cual

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pendía el Emblema Sagrado deQuetzalcóatl.

El hecho de despojarse en unaceremonia del símbolo de su poder,sólo podía significar una cosa:Centeotl juzgaba llegado el momentode transmitir a un sucesor la pesadaresponsabilidad de ser el depositariohumano de todos los secretos yconocimientos acumulados al travésde milenios por la larga serie decivilizaciones que habían existidodesde los orígenes de la humanidad.

Una paralizante expectacióndominaba a todos los que

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contemplaban el trascendental sucesoy todos se formulaban una mismapregunta: ¿Quien sería el nuevoposeedor del máximo símbolosagrado?

Los orígenes del EmblemaSagrado de Quetzalcóatl se perdíanen el pasado más remoto. Según losinformes proporcionados por lasantiguas tradiciones, existió muchotiempo atrás un Primer ImperioTolteca, cuya capital, la maravillosae imponente ciudad de Tollan,

1 había constituido a lo largo de

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incontables siglos el máximo centrocultural del género humano. Durantetodo este período, los gobernantestoltecas habían ostentado sobre supecho, como símbolo de lalegitimidad de su poder, un pequeñocaracol marino que le fueraentregado al primer Emperador porel propio Quetzalcóatl, veneradaDeidad tutelar del Imperio.

Al sobrevenir primero ladecadencia y posteriormente laaniquilación y desaparición delImperio, la unidad política queagrupaba a la gran diversidad de

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pueblos que lo habitaban tambiénhabía quedado destruida,dividiéndose éstos en pequeñosseñoríos que vivían en medio deluchas incesantes, sin queprosperasen ni el saber ni las artes.Escondida en alguna regiónmontañosa, una mística ordensacerdotal -la Hermandad Blanca deQuetzalcóatl- había logradopreservar durante todos esos largosaños de oscurantismo, tanto elEmblema Sagrado, como una buenaparte de los antiguos conocimientos.

Más tarde y teniendo como

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capital a la bella ciudad de Tula, sehabía constituido un Segundo ImperioTolteca, el que aunque no poseía elgrandioso esplendor quecaracterizara al primero, logróimportantes realizaciones, como elunificar bajo un solo mando a unvasto conjunto de poblacionesheterogéneas y el promover en ellasun renacimiento cultural basado enuna elevada espiritualidad.

Complacidos por lo queocurría, los guardianes del EmblemaSagrado habían hecho entrega de supreciado depósito a Mixcoamazatzin,

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forjador del Segundo Imperio y, apartir de entonces, los EmperadoresToltecas ostentaron nuevamente,como símbolo máximo de suautoridad, el pequeño caracolmarino.

Toda obra humana esperecedera, y finalmente, el SegundoImperio corrió la misma suerte que elprimero. Minado por luchasintestinas y por incesantes oleadas depueblos bárbaros provenientes delnorte, el Imperio comenzó adesintegrarse y el Emperador CeAcatl Topiltzin Quetzalcóatl se vio

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obligado a huir al sur acompañadode algunos miles de sus más fielesvasallos. Al pasar por la ciudad deChololan -centro ceremonial demáxima importancia desde antes dela época del Primer Imperio Tolteca-los fugitivos fueron amistosamenterecibidos y pudieron así interrumpirpor algún tiempo su penosa retirada.

Una tarde, agobiado por latristeza y el abatimiento que leproducían los males que afligían alImperio, Ce Acatl TopiltzinQuetzalcóatl se despojó delEmblema Sagrado y lo arrojó con

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furia contra el piso, partiéndolo endos pedazos. A pesar de que losprestigiados orfebres de Chololanlograron reparar el daño, injertandoen ambas partes pequeños rebordesde oro que encajaban a la perfeccióny unían las dos piezas en una sola, elEmperador se empeñó en ver enaquella rotura un símbolo de ladivisión que reinaba entre lospueblos y prefirió encomendar a lacustodia de los sacerdotes del templomayor de Chololan una de las dosmitades del caracol. Al llegar aterritorio maya, Ce Acatl Topiltzin

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Quetzalcóatl hizo entrega de lasegunda mitad del emblema almáximo representante del sacerdociomaya, encomendándole que loconservara hasta que surgiese unhombre capaz de fundar un nuevoImperio y de unir en él a los distintospueblos que habitaban la tierra.

A partir de entonces, las dosmitades del caracol sagrado habíanconstituido el más prestigiadoemblema de los sumos sacerdotes delárea náhuatl y de la región maya, loscuales aguardaban ansiosos las

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señales que indicasen la llegada delhombre que lograría dar fin a laanarquía y a la decadencia en que sedebatían todas las comunidades.

Portando en sus manos lacadena de oro de la cual pendía elEmblema Sagrado, Centeotldescendió lentamente por laescalinata que conducía al altarmayor y se encaminó directamente ala fila de sacerdotes situados en elcostado derecho del patio.

Una extraña fuerza, parecíahaber transformado súbitamente alanciano sumo sacerdote: su viejo y

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cansado rostro reflejaba una energíapoderosa y desconocida, sus ojoseran dos hogueras de intensidadabrasadora y su andar, comúnmentetorpe y dificultoso, parecía ahora elelástico desplazamiento de un felino.

Al llegar frente a Mazatzin,Centeotl se detuvo. Todos los quecontemplaban la escena dejaronmomentáneamente de respirar.Tlacaélel pensó que estaban a puntode realizarse sus temores y los detodo el pueblo azteca: un incrementoaún mayor en la pesada carga quetenían que soportar como vasallos de

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los tecpanecas, lo que ocurriríafatalmente en cuanto Maxtla contasecon el apoyo del nuevo Portador delEmblema Sagrado.

Las miradas de los dossacerdotes se enfrentaron. Durante unprimer momento Mazatzin semantuvo aparentemente impasible,contemplando sin pestañear aquellamanifestación desbordante de lasmás furiosas fuerzas de la naturalezaque parecía emanar de las pupilas deCenteotl, pero después,repentinamente, todo su ser comenzóa verse sacudido por un temblor

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incontrolable, mientras se reflejabanen su rostro, como en el más claroespejo, sentimientos que de segurohabía logrado mantener siempreocultos en lo más profundo del alma:una anhelante expresión deambiciosa codicia contraía susfacciones, los labios se movían enuna súplica desesperada que noalcanzaba a ser articulada enpalabras y las manos se extendieronen un intento de apoderarse delemblema, pero sus dedos sólollegaron a tocar la cadena, pues enese instante las fuerzas le

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abandonaron y cayó al suelo, endonde permaneció sollozando comoun niño.

Imperturbable ante el evidentefracaso del sacerdote que le seguíaen rango, Centeotl dio dos pasos yquedó frente a Cuauhtexpetlatzin, eltercer sacerdote dentro de lajerarquía de la Hermandad Blanca.

Cuauhtexpetlatzin era el másquerido de los sacerdotes deChololan. Su espíritu bondadoso ycomprensivo era bien conocido nosólo por sus compañeros y por losnovicios, en cuya formación ponía

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siempre un particular empeño, sinopor todos los habitantes de lacomarca, que acudían ante él en grannúmero, en busca de consejo y deayuda.

Un brusco estremecimientosacudió a Cuauhtexpetlatzin al verfrente a sí a Centeotl sosteniendo acercana distancia de su cuello elcaracol sagrado; cayendo de rodillas,suplicó angustiado que no se lehiciese depositario de semejantehonor, pues se consideraba indignode ello.

Dando media vuelta, Centeotl se

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alejó de la fila de sacerdotes y sedirigió en línea recta hacia el círculoblanco donde se encontraba el grupode jóvenes a los que había ungidomomentos antes.

Un murmullo de asombro brotóde los labios de la mayor parte delos presentes. Aquello no podíasignificar otra cosa, sino que el sumosacerdote juzgaba que entre lossacerdotes recién ordenados habíauno merecedor de convertirse en suheredero.

En medio de una expectaciónque crecía a cada instante, Centeotl

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traspuso el círculo de pintura blancay se detuvo frente a Nezahualcóyotl.La mirada del sumo sacerdote seguíasiendo una hoguera de poderirresistible; sus manos, fuertementeapretadas a la cadena de la quependía el venerado emblema,parecían las garras de una fierasujetando a su presa. Tlacaélel pensóque si él se encontrara en el lugar deCenteotl, no vacilaría un instante enescoger a Nezahualcóyotl como lapersona más adecuada parasucederle en el cargo. La inteligenciasuperior del príncipe texcocano, así

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como su profunda sabiduría yelevada espiritualidad, hacían de élun ser verdaderamente excepcional,merecedor incluso de convertirse enel depositario del legendarioemblema.

Las manos de Centeotl semovían ya en un ademán tendiente acolocar sobre el cuello del príncipela cadena de oro, cuando éste, trasreflejar en su rostro un súbitodesconcierto, dio un paso atrásindicando así su rechazo ante laelevada dignidad que estaba porconferírsele. Tal parecía que en el

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último instante, y como resultado deun temor incontrolable surgido en lomás profundo de su ser,Nezahualcóyotl había llegado a laconclusión de que la tarea a la cualtenía consagrada la existencia -liberar a su pueblo y reconquistar eltrono perdido- era ya en sí mismauna misión suficientemente difícil yllena de peligros, y que el añadir aesta carga aún mayoresresponsabilidades, constituía unalabor superior a sus fuerzas.

Manteniendo una actitud deimpersonal indiferencia, como si

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actuase en representación de fuerzasque le trascendieran como individuoy de las cuales fuese tan sólo uninstrumento, Centeotl desvió lamirada del príncipe de Texcoco yavanzando dos pasos quedó frente aMoctezuma.

Una sonrisa de regocijo estuvoa punto de aflorar en el rostro deTlacaélel. Nada podía producirlemayor alegría que la probabilidad deque su hermano quedase investidocon la alta jerarquía de SumoSacerdote de la Hermandad Blanca,sin embargo, no alcanzaba a

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vislumbrar la posibilidad de que elcarácter de Moctezuma pudiesecompaginarse con las funcionespropias de semejante cargo.Moctezuma era la encarnación mismadel espíritu guerrero. Un apasionadoamor al combate y relevantescualidades de estratego nato,constituían los principales rasgos desu personalidad.

Moctezuma contempló conasombro la imponente figura derefulgente mirada que tenía ante sí yen cuyas manos se balanceaba lacadena de la que pendía el Emblema

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Sagrado. Haciendo un esfuerzosobrehumano trató de permanecersereno, pero un sentimiento hastaentonces desconocido por su espíriturompió en un instante toda resistenciaconsciente y se adueñó por completode su voluntad. Siguiendo el ejemplode Nezahualcóyotl, Moctezuma dioun paso atrás. El más valiente de losguerreros aztecas, acababa deconocer el miedo.

En las facciones generalmenteinescrutables de Centeotl, pareciódibujarse una mueca decomplacencia, como si en contra de

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lo que pudiese suponerse, el viejosacerdote se encontrase preparado deantemano para presenciar todo lo queocurría en aquellos momentostrascendentales.

Centeotl dio un paso hacia laderecha y quedó frente a Tlacaélel,sus miradas se cruzaron y los dosrostros permanecieron en mudacontemplación durante un largo rato,después el sumo sacerdote, muylentamente, fue extendiendo lasmanos, hasta dejar colocado en elcuello del joven azteca la fina cadenade oro con su preciado pendiente.

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Con la misma tranquilanaturalidad con que podía llevarse elmás sencillo adorno, Tlacaélelportaba ahora sobre su pecho elEmblema Sagrado de Quetzalcóatl.

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Capítulo II

CONMOCIÓN EN EL VALLE

El cambio de depositario delEmblema Sagrado de Quetzalcóatldio origen a toda una serie deacontecimientos importantes queafectaron radicalmente a las diversascomunidades que habitaban en elValle del Anáhuac.

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Al día siguiente de aquél en quetuviera lugar la transmisión delvenerado símbolo, fue hallado,colgado de una cuerda atada al techode su propia habitación, el cadáverde Mazatzin. La frustración derivadade no lograr alcanzar el objetivo alcual consagrara toda su existencia,había resultado intolerable para elambicioso sacerdote tecpaneca.Antes de ahorcarse -en un últimogesto de lealtad hacia su monarca-Mazatzin había enviado un mensaje aMaxtla, informándole con detalle delos recientes sucesos ocurridos en el

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santuario de la Hermandad Blanca.El enviado de Mazatzin no era

el único mensajero que, portandoidénticas noticias, se alejaba de laciudad de Chololan.

Guiado por esa intuición quecaracteriza a los auténticos guerreros-y que les permite presentir laexistencia de algún posible peligroantes de que éste comience amanifestarse- Moctezuma se habíapercatado de que el alto honorconferido a su hermano entrañabatambién una grave amenaza para elpueblo azteca, pues el disgusto que

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este suceso produciría a lostecpanecas podía muy bienimpulsarles a tomar represalias encontra de los tenochcas.

Así que, aprovechando los lazosde amistad que le unían con varios delos jefes militares de Chololan, elguerrero azteca se apresuró a enviarun mensajero a Tenochtítlan, queinformara a Chimalpopoca delinesperado acontecimiento que habíaconvertido a Tlacaélel en elHeredero de Quetzalcóatl y lopreviniera sobre la posibilidad dealguna reacción violenta por parte de

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los tecpanecas.Cubierto de polvo y

desfallecido a causa de la agotadoracaminata, el mensajero de Mazatzinatravesó la ciudad de Azcapotzalco ypenetró en el ostentoso y reciénconstruido palacio de Maxtla. Encuanto tuvo conocimiento de supresencia, el monarca acudiópersonalmente a escucharle.

Al conocer lo sucedido en laceremonia de transmisión delEmblema Sagrado, la furia de Maxtlase desbordó en forma incontenible:ordenó dar muerte al portador de tan

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malas nuevas, azotó a sus numerosasesposas y mandó destruir todas lasbellas obras de fina cerámica deChololan que adornaban el palacio.

Una vez ligeramente desahogadasu ira, Maxtla convocó a una reuniónde sus principales consejeros, paradeterminar el castigo que habría deimponerse a los aztecas, puesdeseaba aprovechar la ocasión paradejar sentado un claro precedente delo que podía esperar a cualquieraque, voluntaria o involuntariamente,actuase en contra de los interesestecpanecas.

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Al inicio de la reunión, Maxtlase mostró inclinado a adoptar elcastigo más drástico: la destruccióntotal del pueblo azteca. Losconsejeros del monarca, haciendogala de una gran prudencia que lespermitía no aparecer en ningúnmomento como abiertamentecontrarios a la voluntad de sucolérico gobernante, le hicieron verque esa decisión resultaríacontraproducente para los propiosintereses tecpanecas: los aztecaspagaban importantes y crecientestributos y, por otra parte, su empleo

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como soldados mercenarios estabarindiendo magníficos frutos, pues lostenochcas habían demostrado poseeradmirables cualidades comocombatientes.

Después de una largadeliberación, uno de los consejerosencontró la que parecía másadecuada solución al problema, puespermitiría a un mismo tiempo darleel debido escarmiento a lostenochcas y conservar intacta sucapacidad productiva, que tan buenasganancias venía reportando paraAzcapotzalco. Se trataba de dar

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muerte al monarca azteca ante lavista de todo su pueblo.

El mensajero enviado porMoctezuma, remando vigorosamente,cruzó el enorme lago en cuyo interior-mediante increíble y sobrehumanaproeza- los aztecas edificaran sucapital. Saltando a tierra, elmensajero recorrió a toda prisa laciudad, deteniéndose ante la modestaconstrucción que constituía la sededel gobierno azteca.

La noticia de que su hermanoTlacaélel era ahora el depositariodel Emblema Sagrado constituyó

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para Chimalpopoca una agradable ydesconcertante sorpresa. Después deordenar que colmaran al mensajerode valiosos presentes, mandó llamara las principales personalidades desu gobierno para comunicarles lainesperada noticia. Los tenochcasconvocados por el Soberanomanifestaron al unísono su asombro yalegría.

Tozcuecuetzin, supremosacerdote del pueblo azteca, sufrióde una emoción tan grande queperdió momentáneamente elconocimiento; al recuperarlo, alzó

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los brazos al cielo y, con el rostrobañado en lágrimas, bendijo a losdioses con grandes voces,agradeciéndoles que le hubiesenpermitido vivir hasta aquel venturosoinstante, cuya dicha borraba todoslos sufrimientos de su largaexistencia.

La reunión de los gobernantestenochcas concluyó con la decisiónunánime de participarinmediatamente a todo el pueblo elfeliz acontecimiento, así como deorganizar una gran fiesta paracelebrarlo.

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Abstraído en los preparativosdel festejo y embargado por laintensa emoción que lo dominaba,Chimalpopoca no tomó en cuenta lasadvertencias de Moctezuma respectoa una posible represalia tecpaneca,atribuyéndolas a un exceso desuspicacia, muy propia del carácterreceloso de su hermano.

La mayor parte de losintegrantes del pueblo azteca poseíanúnicamente una noción vaga -y untanto deformada- respecto a lo que enverdad significaba la posesión delEmblema Sagrado de Quetzalcóatl;

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sin embargo, en cuanto se tuvoconocimiento de que un miembro dela comunidad tenochca habíaalcanzado tan alta distinción, seprodujo un estallido de regocijopopular como jamás se había visto entoda la historia del pequeño Reino.

Hileras de canoas adornadascon flores llegaban sin cesar aTenochtítlan, provenientes de losmúltiples sembradíos en tierra firmeque poseían los pobladores de origenazteca en las riberas del lago. Lasconstrucciones de la capital, inclusolas más modestas, fueron bellamente

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engalanadas con tejidos de flores delos más variados diseños y sushabitantes rivalizaban en poner demanifiesto su alegría. Todo erabullicio, música y canciones.

Se celebraron el mismo día dossolemnes actos religiosos. Uno en elTeocalli Mayor, situado en el centrode la ciudad, y otro en el templo quele seguía en importancia, ubicadofrente al mercado del barrio deTlatelolco. Al concluir la primera delas ceremonias, Tozcuecuetzin hablólargamente ante la nutridaconcurrencia, en un esfuerzo por

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tratar de explicar, con lenguajesencillo y popular, la grantrascendencia de lo ocurrido enChololan y el inconmensurableprivilegio que de ello se derivabapara el pueblo tenochca.

En medio de la desbordantealegría que se había posesionado deTenochtítlan, una joven azteca era almismo tiempo el ser más feliz y elmás desdichado de todos losmortales: Citlalmina, la prometida deTlacaélel.

Citlalmina era uno de esos rarosejemplares en los que la naturaleza

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parece volcar al mismo tiempo todaslas cualidades que puede poseer unser humano, haciéndolo excepcional.

La resplandeciente belleza de laprometida de Tlacaélel era conocidano sólo entre los aztecas, sinoincluso entre los nobles tecpanecas,varios de los cuales habían hechotentadoras ofertas de matrimonio -siempre rechazadas- a los padres dela joven.

Las facciones armoniosas deCitlalmina poseían una exquisitadelicadeza y un encanto misterioso eindescriptible. Sus grandes ojos

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negros relampagueaban de continuoen miradas cargadas de entusiastaenergía y toda su figura tenía unagracia encantadora e incomparable,que se manifestaba en cada uno desus actos.

Pese a que los atributos físicosde Citlalmina eran tan relevantes,constituían algo secundario al sercomparados con los rasgosdistintivos de su carismáticapersonalidad. Una voluntad firme ypoderosa, unida a una inteligenciasuperior y a una gran nobleza deespíritu, habían hecho de ella la

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representante más destacada delmovimiento de inconformidad que,en contra del vasallaje que padecíael Reino Tenochca, comenzaba asurgir entre la juventud azteca.

Ni Tlacaélel ni Citlalminarecordaban el momento en que susvidas se habían cruzado. Las casasde los padres de ambos eran vecinas,y siendo aún niños, surgió entre ellosuna mutua atracción y una. sólidacamaradería infantil. Al llegar lapubertad, estos sentimientos fuerontrocándose en un amor que crecía díacon día; muy pronto los dos se

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convirtieron en una especie de parejamodelo de la juventud tenochca. Laprofunda y permanente comuniónespiritual en que vivían, producía entodos la enigmática sensación de quetrataban con un solo ser, que poralgún incomprensible motivo habíanacido dividido en dos cuerpos.

Cuando Tlacaélel marchó aChololan como aspirante a sacerdotede la Hermandad Blanca, Citlalminano vio en ello sino una simpleseparación transitoria, pues el hechode formar parte de esta ordensacerdotal representaba una honrosa

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distinción, que comúnmente norequería de la renuncia de susmiembros a la vida matrimonial; sinembargo, el caso del Portador delEmblema Sagrado de Quetzalcóatlera muy distinto, ya que constituía uncargo que por su altísimaresponsabilidad exigía de quien loejercía una entrega total y absoluta.

Sublimando la dolorosafrustración de ver deshechos susproyectos matrimoniales, Citlalminaenfrentó los acontecimientos con unregocijo generoso y sincero. Elinesperado honor conferido a

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Tlacaélel le enorgullecía como algopropio; y ante la trascendencia queeste suceso tenía para todo el puebloazteca, sus sentimientos personalesquedaron voluntariamente relegadosa un segundo término.

El festejo popular se encontrabaen su apogeo, cuando arribaron aTenochtítlan varias canoastransportando a un centenar deguerreros provenientes deAzcapotzalco. Su llegada noocasionó alarma alguna en la capitalazteca, ni siquiera sorpresa; susmoradores estaban acostumbrados a

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la continua presencia de soldados delpoderoso ejército tecpaneca.Ingenuamente, una buena parte delpueblo pensó que los recién llegadosconstituían una delegación enviadapor Maxtla, que portaba unafelicitación al gobierno tenochca conmotivo del venturoso acontecimientoque todos celebraban.

Cruzando los canales de laciudad y marchando a través de suscongestionadas calles, los tecpanecasllegaron ante el edificio donde seencontraba Chimalpopoca, que enunión de los principales personajes

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del Reino, estaba por concluir unbanquete. Mientras el resto de losguerreros permanecían aguardandoen la calle, el capitán que losconducía, con algunos de sus mejoresarqueros, penetró al interior deledificio y anunció sus deseos detransmitir al rey tenochca un mensajedel mandatario de Azcapotzalco.

Al enterarse de la presencia delos enviados de Maxtla,Chimalpopoca ordenó que fuesenconducidos a un salón cercano, en elcual se celebraban las audienciaspúblicas. Al terminar de comer, el

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monarca azteca, acompañadoúnicamente de un ayudante, se dirigióal encuentro de los tecpanecas.Mientras se aproximaba al salón deaudiencias, Chimalpopoca recordólas advertencias de Moctezuma y unfunesto presentimiento cruzó por suespíritu, pero lo desechó al instante,pensando que era imposible que unpequeño puñado de soldados,rodeados como se encontraban detodo el pueblo azteca, se atreviera aperpetrar una agresión en su contra.

En cuanto el capitán tecpanecavio aproximarse a Chimalpopoca

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ordenó a sus guerreros disponer losarcos para el ataque. La actitud queasumían ante su presencia lossoldados de Azcapotzalco hizocomprender a Chimalpopoca lasuerte que le esperaba.Reflexionando con la celeridad quealcanza la mente en los momentos depeligro, el monarca sopesó lasprobabilidades que tendría desobrevivir si dando media vueltaemprendía una veloz huida; perodesechó enseguida tal pensamientoante la sola idea de recibir lasflechas por la espalda y morir de

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forma tan ignominiosa.Asumiendo una actitud a la vez

digna y despectiva, Chimalpopocaaguardó erguido frente a susverdugos el fin de su destino. Elcapitán tecpaneca dio una nuevaorden y las flechas salierondisparadas de los arcos de lossoldados. El ayudante deChimalpopoca profirió un alarido ytrató de cubrir con su cuerpo el delrey azteca, lo que logró sóloparcialmente, pues recibió la mayorparte de los proyectilesdesplomándose en medio de terribles

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gemidos, mientras que Chimalpopocapermanecía en pie, al parecerinsensible a las heridas de los dardosque atravesaban sus brazos. Unasegunda andanada de flechas dio delleno en el cuerpo del monarca,haciéndole caer por tierra, siempreen silencio.

Los gritos del ayudante deChimalpopoca atrajeron lacuriosidad de varios sirvientes, queal entrar en la habitación ycontemplar horrorizados lo ocurrido,salieron corriendo en todasdirecciones, dando grandes voces de

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alarma.Actuando con una sorprendente

serenidad y sangre fría, lostecpanecas salieron del edificio contoda calma, cruzándose a su paso coninnumerables personas que acudíanpresurosas y desconcertadas a tratarde averiguar lo que pasaba. Ya en elexterior, el capitán y los arqueros seunieron a sus compañeros y huyeronhacia el lugar donde dejaran suscanoas.

En el edificio que albergaba algobierno tenochca se creó unapavorosa confusión; los esfuerzos de

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aquéllos que trataban de restablecerel orden e iniciar la persecución delos tecpanecas resultaban inútiles,pues se veían entorpecidos por loscentenares de personas que sin cesaracudían al edificio y, que nopudiendo dar crédito a lo queescuchaban, deseaban corroborar porsus propios ojos la muerte deChimalpopoca. Una vez cumplido supropósito, trataban de lanzarse a lacalle en persecución de los asesinos,pero se veían a su vez obstaculizadospor los nuevos recién llegados, cuyonúmero siempre creciente nulificaba

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tocios los intentos de una accióncoordinada.

Los soldados tecpanecas seencontraban ya sobre sus lanchas,cuando comenzaron a escucharsegritos airados en su contra y algunasflechas cruzaron los aires para luegocaer en el agua sin lograralcanzarlos.

Siempre en medio del máscompleto desorden, varios grupos deenfurecidos aztecas, muchos de ellosaún sin armas, abordaron canoas y selanzaron en persecución de lostecpanecas. Aquéllos que lograron

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darles alcance fueron recibidos porcerteras andanadas de flechas, queles ocasionaron varias bajas. Pocodespués, al caer la noche, fueimposible cualquier acción efectivade persecución.

Maxda podía sentirse orgullosode la eficacia de sus guerreros, uncentenar de los cuales había dadomuerte al rey azteca en medio de supueblo, sin que ninguno de elloshubiese sufrido el más leve rasguño.

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Capítulo III

LA REBELIÓN JUVENIL

Acompañado de dos jóvenestenochcas Moctezuma recorría, conpresuroso andar, el último trecho delcamino central que comunicaba a laciudad de Chololan con las riberasdel lago que albergaba la capitalazteca.

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Los cansados caminantes seencontraban ya próximos al inmensoespejo de agua, cuando se cruzaroncon un grupo de campesinos quevivían en un pequeño pobladosituado en las proximidades del lago,quienes los enteraron de los trágicossucesos ocurridos en Tenochtítlan eldía anterior. Sus informantes habíanestado presentes en la ciudad durantelos festejos organizados paracelebrar la designación de Tlacaélelcomo Portador del EmblemaSagrado, y por lo tanto, habían sidotestigos del violento acontecimiento

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que dio fin a la alegre celebración.Al escuchar el relato de los

hechos, Moctezuma comprendió alinstante la trascendencia del dañoinferido a todo el pueblo azteca conel asesinato de Chimalpopoca, puesno sólo se le privabainesperadamente de su legítimogobernante, sino lo que era muchomás grave, se le hacía objeto de unaintolerable humillación que ponía demanifiesto su incapacidad paradefenderse del ataque sorpresivo deun insignificante número deagresores. Nada bueno podía

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esperarse de semejante debilidad,que de seguro impulsaría a Maxtla aexigir de los aztecas condiciones devasallaje aún más severas que lasque habían venido soportando.

Caminando en medio de unopresivo silencio, los jóvenesrecorrieron la escasa distancia queles separaba del embarcadero máspróximo; al llegar a éste, Moctezumarompió su silencio para afirmar entono lacónico:

No retornaré a Tenochtítlan; siel rey fue muerto por nuestros

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enemigos, ello significa que deseguro antes perecierondefendiéndolo todos los hombres dela ciudad y al no haber ya quien laresguarde, preciso es que alguienvele por ella.

Después de pronunciar estaspalabras, colocó una flecha en suarco y adoptó la posición del arqueroque espera la próxima aparición delenemigo.

Sus acompañantes se miraron,sorprendidos ante la inesperadaconducta del guerrero; después,

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temerosos de contradecirle yprovocar su cólera, optaron porabordar una canoa. Muy pronto sealejaron remando con todas susfuerzas, deseosos de llegar a laciudad antes del anochecer.

En la orilla del lago sólo quedóMoctezuma, esperando la llegada deun adversario al cual hacer frente.

Las palabras pronunciadas porMoctezuma -en las cuales se conteníauna clara acusación a todos loshombres de Tenochtítlan por nohaber sabido defender a su monarca-se propalaron por toda la ciudad en

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cuanto llegaron a ésta losacompañantes del guerrero.

Los habitantes de la capitalazteca se encontraban aún inmersosen el dolor y la confusión a causa delos infaustos acontecimientos del díaanterior, y las lacerantes frases deMoctezuma, repetidas de boca enboca por los cuatro rumbos de laciudad, produjeron en todos unprofundo sentimiento de culpa, queles hizo enrojecer de vergüenza.

Pero aquellas palabras nooriginaron únicamente pasivossentimientos de culpa y frustración;

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en la ciudad hubo una persona quesupo recoger el reto contenido en lasafirmaciones de Moctezuma a todoslos hombres de Tenochtítlan;paradójicamente, no fue un hombresino una mujer.

Desde tiempo atrás, la casadonde habitaba Citlalmina constituíael eje central de las más variadasactividades, lo mismo se celebrabanen ella reuniones conspirativas paraurdir planes contra la tiraníatecpaneca, que funcionabanpermanentemente una escuela paramujeres de condición humilde y un

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taller donde se confeccionaban losmejores escudos y armaduras dealgodón compacto de la ciudad.

Aquella noche Citlalminaimpartía su clase acostumbrada a unnumeroso grupo de modestasjovencitas, cuando una muchacha quevivía en las orillas de la ciudad llegócomentando lo que había escuchadosobre las afirmaciones hechas porMoctezuma. Al conocer las palabrasmordaces del hermano del hombre aquien amaba, se operó en ella unasúbita transformación: con el bellorostro contraído por la ira y poseída

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por la más viva emoción, seencaramó sobre un montón deescudos de guerra recién terminadosy desde aquel improvisado estrado,dirigió a sus alumnas una breve yencendida arenga:

Tiene razón, está en lo justoMoctezuma cuando afirma que yano hay hombres en Tenochtítlan. Silos hubiera, si de verdad existiesen,hace tiempo que Maxtla y su cortede sanguijuelas habrían dejado deenriquecerse a costa del trabajo delos aztecas. Pero se equivoca el

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valiente guerrero al creer que lasagrada ciudad de Huitzilopóchtlino tiene ya quien la proteja, quiencuide de ella. Las mujeres sabremosdefender a nuestros dioses, anuestras casas y a nuestros cultivos,lomemos las armas de las manos deaquéllos que no han sabidoutilizarlas y vayamos conMoctezuma, a organizar deinmediato la defensa de la ciudad.

Citlalmina poseía unmagnetismo irresistible que lepermitía impulsar a los demás a

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llevar a cabo acciones que hubieransido consideradas comúnmente comodescabelladas. La pretensión de quefuesen las mujeres quienes seerigieran en defensoras de la ciudad,adoptando con ello una postura defranca rebeldía ante el poderíotecpaneca, resultaba a todas luces lamás disparatada de lasproposiciones, sin embargo, encuanto la joven terminó de hablar,todas sus discípulas secomprometieron a secundarla en suspropósitos. Después de darse cita enla explanada frente al Templo

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Mayor, las jóvenes se dispersaroncon objeto de abastecerse en suscasas del armamento necesario y deinvitar a sus familiares y amigas acolaborar en aquel nacientemovimiento de juvenil insurgenciafemenina.

Muy pronto la actitud de lasjóvenes tenochcas produjo las másvariadas reacciones en toda laciudad. Aun cuando en muchas casaslos padres lograron oponerse a lospropósitos de sus hijas -utilizandoincluso la violencia-, la conductaadoptada por las mujeres

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desencadenó de inmediato unareacción de los hombres jóvenes quehabitaban la capital, los cuales selanzaron a las calles y, reunidos engrupos cada vez más numerosos,discutieron acaloradamente, bajo laluz de las antorchas, los recientessucesos. Los improvisados oradoresexpresaban los sentimientos que losdominaban planteando preguntas,procedimiento muy generalizado enla oratoria náhuatl:

¿Qué es esto que contemplannuestros ojos? ¿Hasta dónde ha

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llegado la degradación de lostenochcas? ¿Vamos a permitir quesean las mujeres las que tengan queencargarse de la defensa de laciudad, mientras nosotrospreparamos la comida y cuidamos alos niños? ¿Somos acaso tancobardes que tendremos que vivirtemblando, escondidos bajo lasfaldas de nuestras hermanas:

Cada vez más enardecidos porlas preguntas hirientes que sobre supropia conducta se formulaban, losdiferentes grupos de jóvenes fueron

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coincidiendo en una mismaconclusión: era necesario armarse yacudir ante Moctezuma paraorganizar de inmediato, bajo sudirección, la adecuada defensa de laciudad. Al igual que sus hermanas,los varones se dieron cita en la PlazaMayor, que se iba poblandorápidamente de jóvenes de ambossexos, armados de un heterogéneoarsenal y poseídos de un belicoso eincontenible entusiasmo. Sus cantosde guerra, incesantemente repetidos,parecían cimbrar a la ciudad entera.

Los integrantes del Consejo del

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Reino -organismo de facultadesvagas e indeterminadas, pero al fin yal cabo la única autoridad importanteque existía en esos momentos a causadel reciente asesinato del monarca-no podían permanecer inactivos antelos desbordados cauces de laactuación juvenil. Presionados porlos acontecimientos, sus miembros sereunieron apresuradamente ycomenzaron a deliberar.

Al enterarse de que estabacelebrándose una reunión de losintegrantes del Consejo del Reino,surgió entre los jóvenes la esperanza

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de que tal vez las propiasautoridades se harían cargo de dirigirlas labores tendientes a dotar a laciudad de apropiados sistemas dedefensa. Así pues, decidieronesperar a que concluyera la reunióndel Consejo, antes de lanzarse a labúsqueda de Moctezuma.

Las esperanzas juvenilescarecían en realidad de todofundamento. El Consejo estabaconstituido -en su gran mayoría- porindividuos acostumbrados a utilizarsu posición dentro del gobierno parala obtención de privilegios y el

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acrecentamiento de sus muyparticulares intereses, y con tal depreservar su ventajosa situación,estaban dispuestos a soportarcualquier incremento de las formasde vasallaje que les sujetaban a lostecpanecas, pues en última instancia,siempre encontrarían la manera deeludirlas transfiriéndolasdirectamente sobre las espaldas delpueblo. Por otra parte, la conductaadoptada esa noche por la juventudtenochca había suscitado en losrepresentantes de la autoridadprofundos sentimientos de alarma y

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disgusto, convenciéndolos de quedebía precederse, cuanto antes, aatacar a todos aquéllos quedesobedeciesen la orden dedesalojar las calles y retornartranquilamente a sus hogares.

Las represivas intenciones delConsejo tropezaron con la resistenciade uno de sus miembros:Tozcuecuetzin, el sumo sacerdotetenochca cuyo proceder se regíacomúnmente por un criterio enextremo rigorista y autoritario, seopuso terminantemente a que seadoptase la decisión de disolver por

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la fuerza a la creciente multitud dejóvenes que vociferaban en la PlazaMayor.

Al parecer la inexplicableactitud de Tozcuecuetzin eraresultado de la profunda impresiónque había dejado en él la recientedesignación de Tlacaélel comoPortador del Emblema Sagrado. Elanciano sacerdote consideraba ser elúnico de entre los aztecas que enverdad se había percatado de losalcances que tenía aquelladesignación. A su juicio, el hecho deque se hubiese roto la tradición de

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escoger para este cargo a un altodignatario de la Hermandad Blanca(otorgándolo en cambio a un jovenprácticamente desconocido,perteneciente a un pueblo débil yoprimido) sólo podía sercomprendido sobre la base de que elSupremo Dirigente de dichaHermandad hubiese encontrado enTlacaélel atributos suficientes parallevar a cabo la anheladarestauración del Imperio. De ser así -concluía el sacerdote- resultabaevidente que a partir de aquelinstante no existía ya ninguna otra

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autoridad legítima sobre la tierrasino la de Tlacaélel, el cual debíaser reconocido por todos comoEmperador y Heredero deQuetzalcóatl.

Aun cuando los razonamientosde Tozcuecuetzin resultaban confusose incomprensibles para los restantesmiembros del Consejo, éstos no seatrevieron a contradecir abiertamenteal respetado sacerdote y, por lotanto, se vieron imposibilitados parallevar adelante sus propósitos decastigar drásticamente a laalborotada juventud tenochca. La

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reunión del Consejo concluyó sin quese llegase a ningún acuerdo, como nofuese el de volverse a reunir al díasiguiente para continuar deliberando.

En cuanto la muchedumbre dejóvenes que se hallaba congregada enla Plaza Mayor tuvo conocimiento deque los integrantes del Consejo nohabían adoptado ningunadeterminación, decidió no esperarmás y como un solo y gigantesco ser,comenzó a marchar entre cantos ygritos de guerra en dirección a losdesembarcaderos.

Los ramos de flores todavía

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frescos que lucían las canoas,adornadas con motivo de lafestividad popular organizada el díaanterior, fueron arrojados al agua yen su lugar se colocaron escudos yestandartes guerreros.

Sobre la negra superficie de lasaguas resplandecían las luces deinnumerables antorchas, portadas porjóvenes que desde sus canoasmiraban ansiosamente el horizonte,intentando descubrir en las orillasdel lago la silueta del recién surgidocaudillo, el valeroso Moctezuma.

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Capítulo IV

EL FLECHADOR DEL CIELO

Las primeras luces delamanecer comenzaban a reflejarse enlas aguas del lago, cuandoCitlalmina, desde la lancha que laconducía, avistó en la cercana riberala musculosa figura de Moctezuma.

El guerrero había permanecido

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toda la noche montando su solitariaguardia, con el arco tenso y listo alanzar sus flechas, sólo cambiandode vez en cuando el arma de un brazoa otro para evitar el cansancio.

La figura del arquero azteca,apuntando su saeta a las últimasestrellas que brillaban en elfirmamento, constituía larepresentación misma del espírituguerrero y su gesto aparentementeabsurdo,de hacer frente a un enemigoen esos momentos inexistente, eratodo un símbolo que ponía demanifiesto la indomable voluntad que

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animaba a la juventud tenochca,firmemente decidida a no tolerar pormás tiempo la opresión de su pueblo.

Al contemplar la retadoraimagen de Moctezuma, Citlalmina ylas jóvenes que la acompañabanguardaron un respetuoso silencio.Después, condensando elpensamiento y los sentimientos decuantos presenciaban la escena,Citlalmina exclamó:

¡ Ilhuicamina!

1Roto el silencio, las

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acompañantes de Citlalminaprofirieron vítores en favor deMoctezuma y llamaron con grandesvoces a los ocupantes de las canoasmás próximas.

En pocos instantes el lugar sevio pletórico de jóvenes, queposeídos de un desbordanteentusiasmo acudían presurosos aponerse bajo las órdenes deMoctezuma. El guerrero abandonó suestática posición y comenzó aconcertar una serie de medidas,tendientes a lograr el establecimientode un sólido sistema de defensa en

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torno a la capital azteca.La primera disposición de

Moctezuma fue que se procediese aconcentrar, en unos cuantosembarcaderos, todas las canoas quese encontraban en el lago. Deacuerdo con una antigua costumbreque tenia por objeto facilitar almáximo la movilización de personasy mercancías en la región delAnáhuac, la mayor parte de lascanoas que transitaban por el lago noeran de propiedad personal, sino quepertenecían en forma comunal a lasdistintas poblaciones asentadas junto

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a las aguas, cuyos moradorescontaban entre sus obligaciones la deconstruir y mantener en buen estadoun determinado número de lanchas,las cuales se hallaban diseminadasen los sitios más diversos, destinadaspara el uso común de viajeros ymercaderes. Esta situación habíacontribuido enormemente a facilitarla ejecución del sorpresivo ataqueque costara la vida a Chimalpopocay mientras subsistiese, continuaríanulificando la natural ventajadefensiva que daba a Tenochtítlan elhecho de estar rodeada de agua por

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los cuatro costados.En segundo lugar, Moctezuma

ordenó que se diese

[1]comienzo a la construcción desólidas fortificaciones en torno acada uno de los sitios seleccionadoscomo embarcaderos. Finalmente,dispuso el establecimiento de unsistema permanente de vigilancia enderredor de la ciudad, realizado porjóvenes fuertemente armados a bordode veloces canoas.

Una vez convencido de habersentado las bases de una

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organización que terminaría pordotar a la capital azteca de efectivasdefensas, Moctezuma reunió por latarde a varios de los jóvenes queconsideraba más capacitados para elmando militar y tras de exhortarlos aseguir adelante en la realización delas tareas que les encomendara, lesparticipó su decisión de retornar a laciudad y presentarse a lasautoridades.

Todos sus amigos aconsejaronreiteradamente a Moctezuma que nofuese a Tenochtítlan, ya que seexponía a ser juzgado como

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instigador de un movimiento derebelión y a sufrir por ello la muertecomo castigo; sin embargo, elguerrero insistió en acudir deinmediato ante las autoridades, puesdeseaba presionarlas para queterminasen por desenmascararse,exhibiéndose como lo que enrealidad eran: las encargadas demantener subyugado al pueblotenochca al vasallaje tecpaneca. Soloy desarmado, Moctezuma abordó unacanoa y se alejó remando endirección a la ciudad.

En Tenochtítlan continuaba

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imperando la más completaconfusión. La segunda reunión delConsejo del Reino había tenido quecelebrarse sin contar con lapresencia de Tozcuecuetzin. El sumosacerdote tenochca confirmó a travésde un mensajero el criterio expuestoel día anterior: el Consejo no poseíaya ninguna autoridad, pues ésta sehallaba concentrada en Tlacaélel, ypor tanto, cualquier resolución queadoptasen sus miembros carecía devalidez.

La ausencia de Tozcuecuetzin en

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las deliberaciones del Consejopermitió a sus integrantes laposibilidad de lograr una rápidaunanimidad en la adopción dedecisiones, pues todos ellos sehallaban dominados por el temor delas represalias tecpanecas quepodrían derivarse a consecuencia dela actitud de rebeldía asumida por lajuventud azteca. Sin detenerse ameditar en los nobles propósitos queimpulsaban a los jóvenes, lasautoridades acordaron reprimir aquienes calificaban de simplesrevoltosos.

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Los caracoles de guerra sonaronpor toda la ciudad convocando alpueblo. Una vez que éste se hubocongregado en la Plaza Central,Cuetlaxtlan, el mejor orador delConsejo, propuso se empuñasen lasarmas para dar con ellas un adecuadoescarmiento "al insignificante puñadode vanidosos y engreídosjovenzuelos, que olvidando elrespeto debido a sus padres y laobediencia a las autoridades,pretendían destruir el ordenestablecido e instaurar el caos y laanarquía".

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La mayor parte de quienesescuchaban tan encendida arengaeran padres de los jóvenes cuyocastigo se solicitaba y si bien seinclinaban por desaprobar laconducta adoptada por sus vástagos,se resistían a secundar la drásticaproposición que les conminaba aluchar contra sus propios hijos.

La reunión se prolongaba sinque los oradores del Consejolograsen sus propósitos de impulsaral pueblo a la acción, cuandorepentinamente, provenientes de unode los costados del Templo Mayor,

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hicieron su aparición en la plaza unnumeroso grupo de sacerdotesencabezados por Tozcuecuetzin. Losrecién llegados comenzaron ainjuriar a los miembros del Consejo,acusándolos de pretender seguirfungiendo como gobernantes sinposeer ya autoridad alguna para ello.

El pueblo tenochca no estaba altanto de las profundas discrepanciassurgidas entre los integrantes de laautoridad. Durante un largo rato lamultitud permaneció paralizada deasombro, contemplando el inusitado

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espectáculo que daban sacerdotes ymiembros del Consejo discutiendo einsultándose con creciente furia.Después, varios de los presentescomenzaron a reaccionar y a tomarpartido en favor de alguno de loscontendientes; la plaza se llenó deuna ensordecedora algarabía ygruesos pedruscos, arrancados delsuelo, comenzaron a volar por losaires. La reunión habría concluido enuna generalizada zacapela, de no serpor la inesperada llegada deMoctezuma.

El Flechador del Cielo se abrió

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paso entre la abigarradamuchedumbre y con rápidas zancadasascendió por la escalinata delTemplo Mayor, hasta llegar a laplataforma donde se encontraban losintegrantes del Consejo y desde lacual los oradores acostumbrabandirigirse al pueblo. Una expresión dereprimida ira se reflejaba en lasenérgicas facciones del guerrero. Sinsolicitar a nadie el uso de la palabra,Moctezuma dejó oír su voz,exclamando con acusador acento:

Los tecpanecas han dado

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muerte a nuestro rey, manifestandoasí el desprecio que sienten pornosotros y en lugar de responder asemejante afrenta como auténticosguerreros, perdéis el tiempopeleando como lo hacen los niños:lanzando piedras y profiriendoinsultos, ¿Es que habéis perdido eljuicio? ¿No comprendéis que nosólo peligra la ciudad que con tangrandes esfuerzos edificaronnuestros abuelos, sino que inclusola existencia misma del pueblo deHuitzilopóchtli se halla en peligro?

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Las palabras de Moctezumahicieron el efecto de un bálsamotranquilizador en el ánimo de susoyentes. La airada multitud, quemomentos antes estaba a punto dellegar a las manos, se apaciguó deinmediato, aparentementeavergonzada de su conducta.

Cuetlaxtlan comprendió que nodebía permitirse que Moctezumasiguiese hablando, pues de hacerlo,concluiría por ganarse a todo elpueblo para su causa. Así pues,interrumpió al guerrero increpándolecon frases que ponían de manifiesto

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sus ocultos temores.

¡Engreído rebelde! ¿Cómo osatrevéis a erigiros en juez? Habéisintroducido la discordia en elReino, enfrentado a los hijos contrasus padres y provocado la cólera denuestros poderosos protectores.¿Qué pretendéis con semejanteslocuras? ¿Buscáis acaso ladestrucción de todos nosotros, convuestros actos de insensatasoberbia?

Imperturbable ante las

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acusaciones de que era objeto,Moctezuma se limitó a responderlacónicamente:

Sólo deseo, únicamenteambiciono resguardar a nuestroReino de los ataques de susenemigos; mas si esto es un delitome declaro culpable y entraré a lacárcel; pido, tan sólo, que ruandolos tecpanecas inicien ladestrucción de Tenochtítlan, se mepermita, al menos, morircombatiendo en esta ciudad cuyaconstrucción ordenaron los dioses y

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que nosotros no hemos sabidodefender.

Sin detenerse a esperar laresolución que respecto de supersona pudiesen adoptar lasautoridades, Moctezuma descendióde las escalinatas y encaminóse endirección a la pequeña construcciónque se utilizaba para mantenerrecluidos a los reos. Una granmayoría del pueblo, conmovida porla evidente sinceridad contenida enlas palabras del guerrero, loacompañó hasta la entrada de laprisión, vitoreándolo incesantemente.

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En la plaza permanecieron losmiembros del Consejo con unreducido número de sus partidarios,así como Tozcuecuetzin y lossacerdotes, rodeados estos últimosde una considerable cantidad degente, que repetía una y otra vez confuertes gritos:

¡Tlacaélel Emperador!Una furiosa tormenta que se

desató intempestivamente sobre laciudad obligó a todos a dispersarse ypuso término a la tumultuosa reunión.

La situación en que seencontraban los miembros del

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Consejo del Reino (con su autoridadpuesta en tela de juicio por elsacerdocio y por una abrumadoramayoría del pueblo) comenzaba atornarse insostenible, razón por lacual, sus integrantes decidieronllevar a cabo una astuta maniobraque les permitiese nulificar lacreciente oposición en su contra yentronizar a Cuetlaxtlan como nuevomonarca: acordaron la incorporaciónal Consejo de Tlacaélel yMoctezuma.

El propósito de los integrantesdel Consejo de adoptar una

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resolución que al parecer resultabacontraria a sus intereses, no era sinoel de lograr neutralizar la fuerza queestaba adquiriendo el movimiento derebeldía juvenil, mediante el ingresoal gobierno de las dospersonalidades varoniles másdestacadas de la juventud azteca.

Al ser informado en la prisiónde la inesperada resolución delConsejo, Moctezuma rechazó elnombramiento que se le ofrecía,manifestando que no se hallabadispuesto a perder el tiempoprestando atención a ninguna otra

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cuestión que no fuese la organizaciónde la defensa militar de Tenochtítlan.

Los integrantes del Consejofingieron una gran indignación alconocer la respuesta de Moctezuma yclamando a voz en cuello, afirmaronque la intransigente actitud delguerrero no dejaba ya ninguna dudasobre sus intenciones de provocaruna guerra que acarrearía ladestrucción del Reino. Asimismo, ycon objeto de completar la farsatendiente a tratar de hacer creer alpueblo que la opinión de Tlacaélelpara la designación del nuevo rey

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sería tomada en cuenta, lasautoridades enviaron un mensajero aChololan, informando al Portador delEmblema Sagrado que había sidoincorporado al Consejo del Reino ypidiéndole uniese su decisión a loacordado por dicho organismo, en elsentido de que fuese Cuetlaxtlanquien asumiese las insignias realesde los tenochcas.

Además del mensajero quepartiera rumbo a Chololan pordisposición del Consejo, otromensajero, cumpliendo órdenes deTozcuecuetzin, había salido el mismo

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día de la capital azteca con idénticameta. A través de su enviado, elsumo sacerdote tenochca se poníaincondicionalmente bajo las órdenesde Tlacaélel y solicitaba suautorización para iniciar deinmediato una revuelta popular quepermitiese al Portador del EmblemaSagrado entronizarse comoEmperador.

La creciente pugna entre losdistintos sectores que integraban lasociedad azteca tendía atransformarse en un sangrientoconflicto. Evitar la lucha entre los

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propios tenochcas -para estar así enposibilidad de hacer frente conmayores probabilidades de éxito alos enemigos externos- constituía elprimer problema al que Tlacaéleldebía encontrar una adecuadasolución.

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Capítulo V

LA ELECCIÓN DE UN REY

La milenaria pirámide deChololan, bañada por los últimosresplandores del atardecer, parecíauna gigantesca escalera de piedradestinada a servir de sólido puenteentre el cielo y la tierra.

Centeotl, el sacerdote que

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durante tantos años y en las másadversas condiciones rigiera losdestinos de la Hermandad Blanca,yacía gravemente enfermo. Cumplidasu misión, la poderosa energía que lecaracterizara parecía haberleabandonado y los rasgos de la muertecomenzaban a dibujarse nítidamenteen su rostro. Con voz de tenue yapagado acento, el anciano solicitóla presencia de su sucesor.

Tlacaélel acudió de inmediatoal llamado del enfermo. Recuperandomomentáneamente un asomo de suvigor perdido, Centeotl explicó al

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joven azteca, con palabras saturadasde profunda esperanza, los motivospor los cuales le había escogidocomo depositario del preciadoemblema. La larga y angustiosaespera había concluido, afirmóCenteotl con segura convicción,Tlacaélel era el hombre predestinadoque aguardaban los pueblos para darcomienzo a una nueva etapa desuperación espiritual. Su labor, portanto, no sería la de un mero guardiándel saber sagrado, debía reunificar atodos los habitantes de la tierra en ungrandioso Imperio, destinado a dotar

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a los seres humanos de los antiguospoderes que les permitían coadyuvarcon los dioses en la obra de sostenery engrandecer al Universo entero.

Una vez pronunciadas tancategóricas aseveraciones, Centeotlperdió hasta el último resto de suscansadas fuerzas, adquiriendorápidamente todo el aspecto de losagonizantes. A la medianoche, en esepreciso instante en que las sombrashan alcanzado el máximo predominioy se ven obligadas a iniciar un lentoretroceso, el corazón del sacerdotedejó de palpitar.

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Al día siguiente, cuandoTlacaélel se disponía a dirigirse aTeotihuacan (con objeto de efectuarel entierro de Centeotl y llevar acabo el retiro a que estaba obligadoantes de iniciar sus actividades) fueinformado de la llegada de losmensajeros provenientes deTenochtítlan.

Tlacaélel escuchó con atenciónel relato de los trascendentalesacontecimientos que habían tenidolugar en la capital azteca, así comolas contradictorias proposiciones quele hacían los integrantes del Consejo

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del Reino y el ancianoTozcuecuetzin. Después, sinpronunciar palabra alguna, seencaminó al cercano sitio donde lefuera conferido su alto cargo (elbello patio bordeado porconstrucciones de simétricoscontornos situado al pie de lapirámide) y a solas con su propiaresponsabilidad, reflexionódetenidamente sobre las cuestionesque le habían sido planteadas.

El Portador del EmblemaSagrado comprendió de inmediato elgrave error de apreciación en que

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estaba incurriendo el Consejo alpretender entronizar a Cuetlaxtlan. Lavaliente actitud asumida por lajuventud azteca entrañaba un reto alpoderío tecpaneca que Maxtla jamásperdonaría. La guerra entre ambospueblos constituía un hechoinevitable. Y en semejantescircunstancias, la designación de unmonarca que hasta el último instanteintentaría evadir la dura realidad quele tocaría en suerte afrontar, sólopodría acarrear fatalesconsecuencias para los tenochcas.

La proposición de

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Tozcuecuetzin, en el sentido de queTlacaélel asumiese personalmente ladirección del gobierno tenochca,implicaba, al menos, evidentesventajas: ninguno de los habitantesdel Reino -incluyendo a losintegrantes del Consejo que semostraban más serviles a losdictados de la tiranía tecpaneca-osaría desafiar abiertamente a laautoridad del Heredero deQuetzalcóatl; todo el pueblo se uniríaen forma entusiasta en torno suyo,desapareciendo al instante lasdistintas facciones en que se había

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escindido la sociedad azteca.Sin embargo, Tlacaélel desechó

de inmediato la posibilidad deerigirse Emperador. No sólo porqueestimaba que resultaría absurdoostentar este cargo sin la previaexistencia de un auténtico Imperio,sino también a causa de su particularinterpretación de los acontecimientosque habían precedido al desplomedel Segundo Imperio Tolteca. A sujuicio, la centralización en una solapersona de las funciones deEmperador y Sumo Sacerdote de laHermandad Blanca había resultado

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igualmente perjudicial para ambasdignidades. Con su atención centradaen la gran variedad y complejidad delos problemas derivados de laadministración de tan vastosdominios, los Emperadores Toltecashabían terminado por desatender lasobligaciones inherentes a susfunciones de Portadores delEmblema Sagrado. El relato de losúltimos años del gobierno de CeAcatl Topiltzin Quetzalcóatl,dividido internamente entre supreocupación por los gravesconflictos que presagiaban el

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desmoronamiento del Imperio y suafán de continuar la tarea de lograruna auténtica superación espiritual dela humanidad, constituía el mejorejemplo de la dificultad querepresentaba, en la práctica, tratar derealizar ambas funciones.

Tlacaélel no deseaba incurrir enel mismo error cometido por suafamado antecesor y si bien estabafirmemente decidido a llevar a cabola restauración del Imperio, juzgabaque sería mucho más conveniente quefuese otra persona y no él quienostentase el cargo de Emperador,

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para así poder dedicar lo mejor de suesfuerzo a las labores propias de susacerdocio.

Dejando para el futuro todo lotocante a la cuestión de la posibledesignación de un Emperador,Tlacaélel se concretó a tratar deresolver el problema de encontrar ala persona que en aquellascircunstancias pudiese resultar másapropiada para desempeñar el cargode rey de los aztecas.

Mientras repasaba mentalmentelas cualidades y defectos de lasprincipales personalidades

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tenochcas, acudió a la memoria deTlacaélel la figura de Itzcóatl, quiengozaba de una bien ganada fama dehombre sabio y prudente.

1 Su carácter amable yreservado -enemigo de todaostentación- le había granjeadoinnumerables amigos, tanto entre elpueblo como entre los integrantes delas clases dirigentes. Itzcóatl no eradado a entrometerse en asuntosajenos, pero cuando las partes dealgún conflicto acudían de comúnacuerdo en su busca, lograba en casi

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todos los casos avenir a loscontendientes mediante solucionesque entrañaban siempre un profundosentido de justicia.

Entre más lo pensaba, más seafirmaba en Tlacaélel la convicciónde que Itzcóatl era la personaindicada para restablecer laconcordia en el agitado puebloazteca. A causa de la reconocidaprudencia del hijo de Acamapichtli,los miembros del Consejo no podríanacusarle de estar propiciando unconflicto que en verdad pudiese serevitado, pero asimismo -y como

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resultado de esa misma prudencia-resultaba fácil prever que Itzcóatl nocometería la torpeza de dejar a laciudad sin salvaguardia, sino quesabría encontrar la forma demantener la organización defensivasurgida bajo la dirección deMoctezuma.

Retornando al sitio donde leaguardaban los mensajeros,Tlacaélel expresó ante éstos larespuesta que debían memorizar paraluego repetir ante quien les habíaenviado.

En su mensaje dirigido a los

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integrantes del Consejo del Reino, elPortador del Emblema Sagrado lesreprendía severamente por la ofensaque le habían inferido al pretenderotorgarle un cargo dentro de dichoorganismo. Con frases ásperas ycortantes, Tlacaélel recordó a losgobernantes tenochcas que él eraahora el legítimo Heredero deQuetzalcóatl y, por tanto, todaauténtica autoridad sólo podíaprovenir de su persona, resultandopor ello absurdo que intentasenigualarse con él incorporándolocomo un simple miembro más del

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Consejo. Sin embargo, concluía,estaba dispuesto a pasar por alto elagravio que se le había inferido -estimando que había sido motivadopor ignorancia y no por undeliberado propósito de injuriarle-siempre y cuando acatasen deinmediato su determinación de que seentronizase a Itzcóatl.

En la respuesta que enviaba aTozcuecuetzin, Tlacaélel agradecíaal viejo sacerdote sus espontáneasmanifestaciones de lealtad. Leinformaba, asimismo, que no pensaba

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ejercer sus derechos para ocupar enlo personal el cargo de Emperador,sino dejar esta cuestión pendientepara el futuro, y por último, le pedíaque procediese cuanto antes acoronar a Itzcóatl como nuevo rey delos aztecas.

Al término de cada uno de susmensajes, Tlacaélel formulaba lapromesa de retornar a Tenochtítlanen cuanto terminase su retiro enTeotihuacan, la antigua y sagradacapital del Primer Imperio Tolteca.

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Capítulo VI

PROYECTANDO UN IMPERIO

El entierro del pequeñoenvoltorio conteniendo loscalcinados restos de Centeotl habíaconcluido. Con excepción deTlacaélel y de dos modestossirvientes, nadie más habíaacompañado los despojos del otrora

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poderoso sacerdote en su recorridode Chololan a Teotihuacan, comotampoco nadie había visto a las tressolitarias figuras excavar una fosajunto a uno de los numerososmontículos existentes en lascercanías de las derruidas eimponentes pirámides.

De acuerdo con la tradición, latrascendental importancia del cargode Sumo Sacerdote de la HermandadBlanca superaba con mucho a lasiempre transitoria figura humana quelo ocupaba. Era el cargo y no lapersona el merecedor del máximo

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respeto. Las personas morían, pero elcargo subsistía inalterable a lo largodel tiempo. Esta distinción entre elcargo y la persona se hacíaparticularmente evidente en elmomento de la muerte del Portadordel Emblema Sagrado: no seguardaba luto por él, ni siquiera secelebraba alguna ceremonia especialcon motivo de sus funerales. Elnuevo Sumo Sacerdote preparabapersonalmente la hoguera donde seefectuaba la cremación del cadáverde su antecesor y posteriormente,acompañado de los sirvientes

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estrictamente indispensables para eltransporte de los restos, conducíaéstos hasta el lugar donde se hallabanlas ruinas de la primera metrópoliimperial de los toltecas y ahí, sinmediar mayores formalidades,procedía a darles sepultura.

Cumplida su última obligacióncon su predecesor, Tlacaélel,ayudado por la pareja de sirvientesque le acompañaba, se dio a la tareade construir dos improvisadosalbergues bajo la sombra de la mayorde las pirámides. El primero deaquellos refugios estaba destinado a

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servir de morada al Portador delEmblema Sagrado. El segundo loocuparían sus sirvientes, los cualestenían la obligación de suministrarlela escasa ración de alimentos quehabría de requerir mientras durase suretiro.

Rodeado por vestigios quedenotaban la existencia de ungrandioso pasado, Tlacaélel diocomienzo a la difícil tarea deproyectar los cimientos sobre loscuales debía estructurarse el Imperioque pensaba forjar, así como losmedios de que habría de valerse para

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lograr que la humanidad renovase suimpulso hacia una siempre mayorelevación espiritual.

Durante los largos días deincesante meditación transcurridosentre las ruinas de la abandonadaTeotihuacan, el Portador delEmblema Sagrado fue repasandomentalmente, una y otra vez, losconceptos fundamentales de laCultura Náhuatl, con objeto de fundarsobre éstos sus futuras actividades.

Según los antiguosconocimientos, existía por encima ymás allá de todo lo manifestado, un

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Principio Supremo, un Diosprimordial, increado y único. Peroesta deidad o energía suma, auncuando es el cimiento mismo delCosmos, resulta por su mismasuperioridad incognoscible en suverdadera esencia.

Ahora bien, al comenzar amanifestarse en los distintos planosde la existencia, el PrincipioSupremo se expresa siempre, ante lahumana observación, como unadualidad. Esto es, como una lucha defuerzas aparentemente antagónicasque a través de su perenne oposición

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dan origen a todos los seres. Losdioses y las plantas, al igual que losastros y los hombres, son productosde esta interminable contiendacreadora que abarca al Universoentero.

Poder captar el ritmo conformeel cual van predominandoalternativamente las diferentesenergías contenidas en todas lascosas constituía uno de los objetivosfundamentales de la sabiduría de losantiguos. Para lograrlo, se habíanvalido de una paciente y metódicaobservación de los astros, hasta

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llegar a precisar, con minuciosaexactitud, las diferentes influenciasque los cuerpos celestes ejercensobre la tierra, adquiriendo asimismosuficientes conocimientos para poderaprovechar adecuadamente estasinfluencias.

Estar en posibilidad de conocery aprovechar los influjos celestesrepresentaba un elevado logro, perono era el más alto de losconquistados por los sabios deantaño, los cuales habían alcanzadoel máximo ideal al que ser algunopudiese aspirar: colaborar

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conscientemente al armónicofuncionamiento del Universo.

Devolver a la humananaturaleza su olvidada misión decoadyuvar al engrandecimiento delUniverso representaba el principalpropósito al que Tlacaélel pensabaencaminar su empeño, y mientrasmeditaba sobre los medios de quehabría de valerse para ello, suatención se vio atraída por losrojizos rayos de luz del amanecer,que al proyectarse sobre los costadosde la pirámide mayor, parecíanresaltar aún más las prodigiosas

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dimensiones de la milenariaconstrucción. Súbitamente, una ideaque entrañaba una empresa decolosal magnitud cruzó por elcerebro de Tlacaélel: ya que el solera la fuente central de donde dimanala energía que permite la vida, si selograba contribuir a su sustentación eincrementar su desarrollo ello setraduciría en un generalizadobeneficio para todos los seres quepueblan la tierra.

Desde tiempos remotos,aquéllos que se habían dedicado aobservar con detenimiento el proceso

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que tiene lugar en los seres vivientesa lo largo de su existencia, habíanllegado a la conclusión de que losseres humanos, en el instante deocurrir su muerte, generaban unacierta cantidad de energía que era deinmediato absorbida por la luna yutilizada por ésta para proseguir sucrecimiento. Con base en ello,Tlacaélel concluyó que si en undeterminado momento el número depersonas que morían era en extremoabundante, la luna se veríaincapacitada para aprovechar esteexceso de energía, la cual pasaría a

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ser absorbida por el sol, pues éste,en virtud de sus proporciones,resultaría ser el único cuerpo celestecapaz de utilizar la sobreabundanciade energía intempestivamentegenerada desde la tierra.

Resultaba evidente que tanambicioso proyecto -colaborar almantenimiento y engrandecimientodel sol- sólo podría llevarse a cabotras la previa unificación de lahumanidad en un Imperio queúnicamente reconociese comofronteras los cuatro confines delmundo: los dos mares insondables

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cuyas aguas flanqueaban la tierra, loscalcinantes y lejanos desiertos delnorte y las impenetrables selvassituadas más allá de las regioneshabitadas por los mayas.

Una vez fijados los objetivosfundamentales del Imperio cuyacreación proyectaba, Tlacaélelresolvió dar por concluido su retiro yretornar a Tenochtítlan. Así pues,ordenó a uno de los sirvientes que leacompañaban se encaminase deinmediato rumbo a la capital azteca,con la misión de informar a lasautoridades tenochcas de la fecha en

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que habría de arribar a la ciudad elHeredero de Quetzalcóatl.

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Capítulo VII

DOS HOMBRES BUSCAN UNACANOA

La elevación de Itzcóatl a ladignidad real, propuesta porTlacaélel, se llevó a cabo sin que seprodujese en su contra una francaoposición de los integrantes delConsejo del Reino, pues éstos,

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temerosos de contradecirabiertamente la determinación delPortador del Emblema Sagrado ydesatar con ello una revuelta popularde imprevisibles consecuencias,optaron por aceptar la designacióndel nuevo gobernante, sin cejar porello en su empeño de procurarcongraciarse a toda costa con lostecpanecas.

La sencilla pero emotivaceremonia de coronación, presididapor Tozcuecuetzin, suscitó en lapoblación azteca generalizadossentimientos de optimismo y

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confianza. Todos deseaban ver en elascenso de Itzcóatl el feliz presagiode una pronta restauración de laconcordia interior y de ladesaparición del grave conflictoexterno que les amenazaba. Sinembargo, los más conscientes deentre los tenochcas, se percatabanclaramente de que ello no era posibley que ambos peligros continuabanlatentes y oscurecían el porvenir delReino.

A los pocos días de celebradala coronación, una embajadaproveniente de Azcapotzalco solicitó

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permiso para arribar a Tenochtítlan.Sus integrantes afirmaban venir enson de paz y ser portadores de unmensaje de salutación para el nuevomonarca. Itzcóatl dio órdenes paraque se permitiese a los embajadoresllegar a la ciudad, ya que los jóvenestenochcas que custodiaban el lago leshabían impedido cruzarlo,disponiendo, asimismo, se lesrindiesen los honores y atencionesacostumbrados.

Los embajadores comenzaronpor expresar ante Itzcóatl el saludoque le enviaba Maxtla con motivo de

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su reciente entronización, pero actoseguido, cambiaron de tono paratransmitirle las duras exigenciasacordadas por el soberano deAzcapotzalco: todos los jóvenes quehabían secundado a Moctezumadebían ser considerados comorebeldes, siendo obligación de lasautoridades tenochcas reducirlos porla fuerza, para luego entregarlosmaniatados a los tecpanecas, loscuales les aplicarían el castigo queestimasen pertinente. Finalmente,Maxtla decretaba un considerableaumento en los tributos -ya de por sí

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elevados- que debían pagar losaztecas.

Al conocerse las pretensionestecpanecas, renacieron de inmediatolas diferencias de criterio entre losdirigentes tenochcas. Tozcuecuetzinlas calificó de inadmisibles y otrotanto hizo Moctezuma -a quienItzcóatl había liberado el mismo díade su ascenso al poder- pero encambio, los miembros del Consejodel Reino vieron en el cumplimientode dichas pretensiones la últimaposibilidad de lograr preservar lapaz, e iniciaron una campaña de

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rumores tendientes a convencer alpueblo de que las condicionesimpuestas por Maxtla no eran tanseveras como pudiera esperarse, yque los únicos obstáculos queimpedían lograr un acuerdo con suspoderosos vecinos provenían delorgullo de Moctezuma y de lasenilidad de Tozcuecuetzin.

Correspondía a Itzcóatl decir laúltima palabra, pero éste habíaresuelto no tomar ningunadeterminación sobre tan importantecuestión hasta no conocer la opinión

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de Tlacaélel. Así pues, se limitó aresponder con evasivas a losrequerimientos de los embajadores.

Percatándose de la inutilidad desus esfuerzos para determinar cuálsería la conducta que asumiría en lofuturo el gobierno azteca, losemisarios de Maxtla dieron porconcluida su misión en la corte deItzcóatl y anunciaron su próximoregreso a Azcapotzalco.

Las elegantes canoas quetransportaban a los funcionariostecpanecas se cruzaron en su viaje deretorno con una modesta

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embarcación tripulada por unsolitario individuo. Ninguno de losorgullosos personajes prestó mayoratención a la figura de aquel sujeto,cuyo humilde atuendo revelaba sucondición de sirviente.

En cuanto hubo llegado aTenochtítlan, el cansado viajero sepresentó ante las autoridades paradarles a conocer el mensaje del cualera portador: el informe que desdeTeotihuacan enviaba Tlacaélelrespecto de la fecha en queproyectaba llegar a la capital azteca.

A través de la única abertura

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que hacía las veces de ventana en supaupérrima choza, la ancianaIzquixóchitl contemplaba con ánimoentristecido las cercanas aguas dellago.

Una completa y anormal quietudprevalecía en el ambiente. No pcescuchaba voz alguna ni se veía unasola figura humana en las restantescasas que integraban la aldea dondemoraba Izquixóchitl. Todos loshabitantes del pequeño poblado sehabían marchado muy de mañanarumbo a Tenochtítlan, a participar enla recepción que se había organizado

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en honor del primer azteca quealcanzaba el más alto privilegio aque podía aspirar hombre algunosobre la tierra: portar sobre el pechoel Emblema Sagrado de Quetzalcóatl.

Al recordar que ninguno de susvecinos se había ofrecido parallevarla a la ciudad a presenciar losfestejos, un amargo resentimientohizo brotar gruesas lágrimas de loscansados ojos de la anciana. JamásIzquixóchitl había sentido tancruelmente el peso de su invalidezcomo en aquellos instantes, en que debuena gana habría dado lo que le

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restaba de vida a cambio de poderestar presente en Tenochtítlan,asistiendo con todo el pueblo aztecaa la recepción que se habíapreparado a Tlacaélel.

La existencia de Izquixóchitl sehallaba marcada por un trágicodestino. Siendo aún muy pequeñahabía perdido a sus padres y a lamayor parte de su familia a resultasde la grave epidemia de unamisteriosa enfermedad que asolara,años atrás, las tierras de Anáhuac.Felizmente casada con el hombre aquien amaba (un pescador de muy

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modesta condición, poseedor de uncarácter en extremo bondadoso), sumatrimonio se había visto tan sóloensombrecido por la carencia deanhelados vástagos. Cuando ya enedad madura Izquixóehitl sintió al finlos primeros síntomas del embarazo,tuvo por cierto que estaba próximo eldía en que habría de completarse sudicha. Pero el alumbramiento tuvofatales consecuencias, produciendola muerte del hijo tan largamenteesperado y ocasionando en la madreuna extraña dolencia que paralizócasi todo su organismo, preservando

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tan sólo su capacidad de raciocinio ysus funciones vegetativas.

Los constantes cuidados queprodigaba a Izquixóchitl su devotoesposo, unidos al lento transcurrirdel tiempo, fueron devolviendo a laenferma algunas de sus perdidasfacultades: recuperó el habla, asícomo el movimiento en la mitadsuperior de su cuerpo.

Todos los días, tras de concluirsus cotidianas faenas, el esposo deIzquixóehitl acomodaba a ésta en unaamplia y sólida canoa quepersonalmente había construido para

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el transporte de la inválida yefectuaba con ella largos paseos poralguno de los bellos parajes del lago.Mientras la balsa se movíapausadamente a través de las aguas,la pareja acostumbraba entonar conalegre acento antiguas canciones.

Al morir su esposo, Izquixóehitlse vio reducida a subsistir gracias ala caridad de los habitantes de laaldea. Nadie volvió ya a pasear a laanciana por las riberas del lago yésta tuvo que resignarse a contemplarel mismo paisaje a través de laangosta ventana de su choza. La

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pesada canoa en que efectuara antañosus gratos recorridos lustres fuellevada al interior de su habitación ysu contemplación llenaba derecuerdos el lento transcurrir de sussolitarios días.

Cuando los juveniles yentusiastas seguidores de Moctezumase dieron a la tarea de establecer unsistema defensivo en torno a lacapital azteca, comenzaron porconcentrar en unos cuantosembarcaderos, debidamentefortificados, las canoas dispersas porlas distintas orillas del lago. Los

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encargados de llevar a cabo estaconcentración, tras previa inspecciónde la aldea donde habitabaIzquixóehitl, decidieron que unpoblado tan pequeño no ameritaba laconstrucción de obras de defensa, ypor tanto, resolvieron trasladar a otrositio las escasas lanchas existentes enaquel lugar.

Al percatarse que intentabandespojarla de su querida canoa,Izquixóchitl se había aferrado a ella,implorando lastimeramente lepermitiesen conservarla.Conmovidos por las súplicas de la

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anciana, los jóvenes que tenían a sucargo efectuar la requisa de lanchashabían terminado por acceder a susruegos, contentándose con ocultaringeniosamente la canoa,convirtiéndola en una especie deaparente refuerzo del endeble techode la choza.

Ante la imposibilidad de asistira Tenochtítlan a contemplar lallegada del Portador del EmblemaSagrado, Izquixóchitl trató decompensar, mediante un esfuerzo desu imaginación, la incapacidad físicaque la mantenía inmovilizada. En su

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ágil mente fue trazando una completarepresentación de todo lo quesuponía debía estar ocurriendo enaquellos instantes en la capital delReino: centenares de sirvientes,ricamente vestidos, precedían alHeredero de Quetzalcóatl anunciandosu proximidad con rítmico toque detambores y atabales. A continuación,veinte altivos guerreros marchabansosteniendo con fornidos brazos unaancha plataforma elaborada conmaderas preciosas. Sobre laplataforma, en un sitial bellamenteadornado con incrustaciones de oro y

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jade, lucía imponente la figura deTlecaélel, ataviado con lujosos yvistosos ropajes. Pendiente de sucuello y sostenido por una gruesacadena de oro, portaba elreverenciado emblema queostentaran en el pasado lospoderosos Emperadores Toltecas: elenorme caracol marino deQuetzalcóatl.

Izquixóchitl había oído decirque Tlacaélel era un hombre joven,pero ella se negaba terminantementea conceder la menor validez asemejante absurdo. Sin duda alguna

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el Heredero de Quetzalcóatl era unanciano de larga cabellera blanca yde rostro hierático, desprovisto detoda pasión y emoción humanas, conla vista perdida en el infinito, atentosólo a las voces superiores de losdioses.

La súbita aparición de dosfiguras humanas que avanzabandirectamente hacia la aldea vino ainterrumpir bruscamente lasensoñaciones de la anciana.

La presencia de extraños enaquella mañana resultaba del todoinusitada, pues de seguro ya toda la

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gente de los alrededores seencontraba en esos momentos enTenochtítlan, participando en larecepción a Tlacaélel. Unsentimiento de temor sobrecogió elánimo de Izquixóchitl, quien supusoque muy bien podía tratarse deladrones deseosos de aprovechar laausencia de los moradores de laaldea para saquear las casas.

Bajo el creciente impulso delmiedo y la curiosidad, Izquixóchitltrató de dilucidar, a través de unatento examen, la clase de personasque podrían ser aquellos dos sujetos

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que se aproximaban.A juzgar por el vestido y la

actitud de uno de los recién llegados,la anciana no tuvo mayor dificultadpara concluir que debía tratarse dealgún modesto sirviente de un centroreligioso. Sin embargo, a pesar de suprofundo sentido de observacióndesarrollado a través de largos añosde obligada inmovilidad, le resultóimposible emitir juicio alguno sobrela otra persona.

El sujeto que atraía la atenciónde Izquixóchitl era un joven de nomás de veintitrés años, de estatura

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ordinaria y de recia figura y bienproporcionados miembros. Suatuendo, sencillo en extremo,constaba tan sólo de un maxtlatl y deun tilmatli.

1 No era por tanto suindumentaria, idéntica a la decualquier campesino, la quedesconcertaba a la inválida, sino lapoderosa y extraña energía queparecía emanar de aquel individuo encada uno de sus firmes y elásticosmovimientos.

Aparentemente los dos recién

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llegados conocían de antemano queIzquixóchitl era en esos momentos laúnica habitante presente en la aldea,pues sin vacilación alguna seencaminaron hacia su desvencijadachoza. Al llegar frente al umbral dela vivienda, una voz de firme ymodulado acento solicitóautorización para penetrar al interior.

Sin superar aún los cautelosostemores que le dominaban,Izquixóchitl otorgó el permiso que sele pedía. Al instante, los dosdesconocidos se introdujeron en lahabitación y la anciana pudo

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contemplar, a escasa distancia de supropio rostro, las facciones del joveny enigmático visitante: su firmemandíbula de barbilla vigorosamenteredondeada, su amplia y despejadafrente, sus labios de expresión a unmismo tiempo severa y amable, yresaltando de entre todos aquellossingulares rasgos, los ojos, negros yprofundos, en los que se ponía demanifiesto una voluntad indomable yuna incontrastable energía, queparecía gritar su ansia portransformarse de inmediato enacciones de fuerza avasalladora.

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Apartando la vista de aquellairresistible mirada, Izquixóchitlobservó que el desconocido portabasobre el pecho la mitad de unpequeño caracol marino pendiente deuna delgada cadena de oro. Alcontemplar aquel objeto, la inválidase sintió sacudida en el fondo mismode su ser, percatándoserepentinamente de la identidad delpersonaje que se hallaba frente aella: Tlacaélel, el Heredero deQuetzalcóatl.

Izquixóchitl profirió un ahogado

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grito de asombro y trató dearrastrarse hasta los pies del jovenazteca, con la evidente intención debesarlos respetuosamente. Medianterápido y afectuoso ademán, Tlacaélelimpidió los propósitos de la anciana.

Esbozando una amable sonrisa,el Portador del Emblema Sagradotomó asiento al lado de la inválida einició con ésta una amenaconversación, relatándole un lejanoacontecimiento de su niñez: tras deuna infructuosa y agotadora mañanadedicada a tratar de cazar patossilvestres con su pequeño arco, un

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pescador que observaba la inutilidadde sus esfuerzos le había enseñado laforma de preparar trampas paraatrapar a estas aves, aconsejándoleque en lugar de perseguirlasaguardase con paciencia a que losanimales cayesen en la trampa. Unavez comprobada la eficacia delsistema propuesto por el pescador,Tlacaélel había continuado durantesus años infantiles entrevistándosecon frecuencia con aquel hombre,aprendiendo, a través de sus sabiosconsejos, incontables secretos sobrela forma de proceder que

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caracterizaba a los numerosos seresque vivían en el lago: desde loslirios acuáticos hasta las distintasespecies de peces que velocescruzaban sus aguas.

Para Izquixóchitl no constituyómayor problema adivinar que elpescador de aquél relato no era otrosino su extinto esposo: solamente élhabía sido capaz de poseer en tanalto grado ese profundoconocimiento de las cosas de lanaturaleza y ese bondadoso espíritusiempre dispuesto a proporcionarayuda a los demás, características

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claramente sobresalientes en elpescador de aquella historia. Cuandoel propio Portador del EmblemaSagrado confirmó sus suposiciones,dos lágrimas resbalaron por elagrietado rostro de la anciana.

Dando por concluidas lasañoranzas, Tlacaélel expresó contoda franqueza el motivo de supresencia: necesitaba una canoa parallegar a Tenochtítlan, y aun cuandoestaba al tanto de la requisa yconcentración de lanchas llevada acabo por órdenes de Moctezuma,suponía que esta disposición no

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había surtido efecto en loconcerniente a la canoa propiedad deIzquixóchitl, pues conociendo lagenerosa condición de sentimientosque animaba a los jóvenes quehabían efectuado esta tarea, daba porseguro que no habrían sido capacesde despojarla de un objeto que paraella era tan preciado.

Izquixóchitl manifestó deinmediato su consentimiento a lo quese le solicitaba, sin embargo, no dejóde expresar la extrañeza que leproducía aquella petición. La capitaldel Reino esperaba presa de emoción

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la llegada del primer azteca a quiense había confiado la custodia delCaracol Sagrado. ¿Por qué escogíaTlacaélel una forma casi subrepticiapara retornar a su ciudad? En elembarcadero central le aguardaba, deseguro, una numerosa escolta con lamisión de conducirle a través dellago.

Una expresión de dureza cubrióla faz de Tlacaélel mientrasrespondía a la pregunta de laanciana: ningún motivo, y muchomenos un simple festejo, constituíacausa suficiente para que los aztecas

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descuidasen la vigilancia que debíanmantener siempre en torno de suciudad. Si buscaba llegar aTenochtítlan sin ser visto, eraprecisamente para comprobar laefectividad de las defensas que laprotegían.

Tras de bajar de su hábilescondrijo la pesada canoa,Tlacaélel y su acompañante lacondujeron con todo cuidado hastalas cercanas aguas del lago ysubiendo en ella, comenzaron aremar con vigoroso esfuerzo.

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Dominada aún por la intensaimpresión que dejara en ella lainesperada visita del Portador delEmblema Sagrado, Izquixóchitlcontempló alejarse lentamente lacanoa en dirección a la capitalazteca.

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Capítulo VIII

¡PUEBLO DE TENOCH, HABLATLACAÉLEL!

Los luminosos rayos del sol sereflejaban con perfecta claridad enlas tranquilas aguas del lago. Conexcepción de la lancha en queviajaban Tlacaélel y su sirviente,ningún observador habría alcanzado

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a contemplar una sola embarcaciónen aquel inmenso espejo de agua.Todo parecía indicar que ante elatractivo de participar en una alegrerecepción, los aztecas habíandescuidado una vez más la vigilanciade su ciudad capital.Repentinamente, surgidas de entre untupido conjunto de lirios y juncos,tres rápidas canoas comenzaron amaniobrar con la clara intención decerrar el paso a la embarcación deTlacaélel. Las canoas eran tripuladaspor jóvenes guerreros tenochcasfuertemente armados que hacían

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sonar insistentemente sus caracolesde guerra. Sin atender a las vocesque les ordenaban detenerse,Tlacaélel y su acompañantecontinuaron avanzando, muy prontouna andanada de flechas pasósilbando sobre sus cabezas,obligándolos a cambiar de decisión.

En breves instantes las tresveloces canoas rodearon la lentaembarcación. Una expresión deindescriptible asombro reflejóse enlos juveniles semblantes al reconocera Tlacaélel y percatarse de queacababan de lanzar sus flechas nada

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menos que al Sumo Sacerdote deQuetzalcóatl.

La cordial sonrisa contenida enel rostro del Portador del EmblemaSagrado disipó de inmediato eltemeroso asombro de los guerreros.Con amables frases Tlacaélel elogiósu conducta:

Nos congratulamos, nosalegramos. He aquí que la ciudadde Huitzilopóchtli no está ya más amerced de sus enemigos. Ahora estáprevenida, ahora está alerta. Yallega el día en que seremos

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nosotros, ya llega el día en queviviremos.

Tras de dialogar brevementecon los vigilantes defensores de lacapital, Tlacaélel prosiguió suinterrumpido viaje. Dos de lascanoas que le interceptaronretornaron a su escondrijo entre losjuncos, mientras la otra daba escoltaa su embarcación.

Muy pronto Tlacaélel terminóde corroborar la eficaz organizacióndefensiva existente en derredor deTenochtítlan: estratégicamente

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distribuidas en diferentes lugares dellago, y casi siempre ocultas en lossitios en que la vegetación acuáticaadquiría características de mayorconcentración, numerosasembarcaciones tripuladas por bienpertrechados guerreros manteníanuna incesante vigilancia queeliminaba cualquier posibilidad deun ataque por sorpresa contra laciudad.

Rodeada de una crecienteescolta de canoas, conducidas porentusiastas jóvenes que hacían sonarsin cesar sus caracoles y tambores de

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guerra, la embarcación quetransportaba a Tlacaélel se ibaaproximando cada vez más aTenochtítlan.

En la capital azteca elnerviosismo y la expectación crecíana cada instante. Desde muy tempranolas calles y canales de la ciudad sehallaban abarrotados por unamultitud que aguardaba impaciente lallegada del Heredero deQuetzalcóatl. Al transcurrir buenaparte de la mañana sin que elPortador del Caracol Sagrado hicierasu aparición, comenzaron a circular

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los más alarmantes rumores, segúnlos cuales, los tecpanecas habíanapresado a Tlacaélel y pretendíanutilizarlo como rehén para obligar alpueblo azteca a pagar tributos aúnmás onerosos.

En medio del creciente temor,únicamente Moctezuma mantenía unconfiado optimismo que procurabatransmitir a los demás, repitiendo sincesar que su hermano era amigo deactuar siempre en forma imprevista yque de seguro se había apartado delas rutas más transitadas, en donde leaguardaban escoltas enviadas en su

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búsqueda, e intentaría llegar sin servisto, para así poder verificar por símismo la efectividad de los sistemasde defensa con que contaba laciudad.

No pasó mucho tiempo sin quelas sospechas de Moctezuma fueranconfirmadas por los hechos. Una delas embarcaciones que escoltaban aTlacaélel se adelantó a las demáspara llevar a la ciudad la tanesperada noticia: el Portador delEmblema Sagrado se encontraba yaen el lago y se dirigía en línea rectaal embarcadero central de

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Tenochtítlan. Un grito de contenidojúbilo brotó en incontables gargantas,al tiempo que idénticas preguntascruzaban por la mente de todos lospresentes: ¿En qué forma debíamanifestarse el profundo respeto deque era merecedor el SumoSacerdote de Quetzalcóatl? ¿LlegabaTlacaélel para erigirse comoEmperador? ¿Era partidario de lacolaboración con los tecpanecas ointentaría sacudir el yugo queoprimía al pueblo azteca?

La ruidosa algarabía con quelos acompañantes de Tlacaélel

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anunciaban su avance muy prontollegó a los oídos de los inquietostenochcas. Miles de manos señalaronhacia el lejano sitio en el horizonteen donde un conjunto de pequeñospuntos negros se iban agrandandorápidamente, hasta transformarse enveloces canoas que rodeaban a unalancha de pausado avance.

Al llegar junto a la orilla,Tlacaélel abandonó la embarcaciónde un ágil salto, pisando con piefirme el suelo de la capital azteca.

A partir del momento en que lasautoridades tenochcas habían tenido

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conocimiento de la fecha en queretornaría Tlacaélel, se habían dadoa la tarea de tratar de organizar losfestejos más adecuados pararecibirlo. Los problemas que dichorecibimiento implicaba no eran defácil solución. En primer términoporque en el pasado ningún Portadordel Emblema Sagrado se habíadignado visitar a Tenochtítlan, y porende los aztecas no contaban con unprecedente que resultase aplicable ala organización de una recepción deesta índole. Y en segundo lugar, acausa de la gran confusión que

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privaba entre el pueblo y dignatariostenochcas respecto del papel quellegaba a desempeñar en un modestoy sojuzgado reino como el azteca unpersonaje a quien muchos calificabande auténtica deidad.

Contrastando con el paralizantedesconcierto que dominaba a lasautoridades, Citlalmina y los gruposde jóvenes que la secundaban habíanelaborado un programa integral defestejos que incluía las más variadasactividades. Al conocer los planesproyectados por la juventudtenochca, Itzcóatl les había otorgado

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su aprobación, dejandoprácticamente en sus manos laorganización del recibimiento.

Para los juvenilesorganizadores no representó mayorproblema conseguir la colaboraciónpopular que la realización de suproyecto de festejos requería.Poseído de un febril entusiasmo, elpueblo entero había participado enlas múltiples tareas encaminadas adar el máximo realce a la llegada delPortador del Emblema Sagrado,desde engalanar las casas consencillos pero bellos adornos, hasta

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elaborar una gigantesca alfombra deflores a lo largo del recorrido quehabía de efectuar Tlacaélel dentro dela ciudad.

Así pues, ningún tenochca sesentía ajeno al trascendentalacontecimiento que tendría lugaraquel día en la capital azteca.

Lo primero que contemplóTlacaélel al arribar a Tenochtítlanfue la bella figura de Citlalmina.rodeada de un numeroso grupo depequeñas niñas ataviadas en formapor demás extraña, pues portabantoda clase de armas que a duras

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penas lograban sostener con susdébiles fuerzas. Las miradas deTlacaélel y Citlalmina se cruzaron.La compenetración que existía entreellos era tan grande, que bastó sólouna breve mirada -tan fugaz que pasóinadvertida a la observación de lospresentes- para que sin mediarpalabra alguna resolviesen de comúnacuerdo el proceder que adoptaríanen el futuro.

El menor incumplimiento de lossagrados deberes a que Tlacaélelhabría de consagrarse constituía, antela recta mente y superior

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espiritualidad de ambos jóvenes, unaincalificable traición que ni siquierapodía ser imaginada, por tantocomprendían muy bien que la nuevasituación les obligaba al sacrificiode sus pensamientos personales. Sinembargo, sabían también que auncuando quizá no volviesen a versenunca más, continuarían siendosiempre un solo y único serencarnado en dos cuerpos.

Alzando un brazo con grácil yfirme ademán, Citlalmina señaló alportador del Emblema Sagrado altiempo que exclamaba con fuerte

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acento:¡Que Huitzilopóchtli esté

siempre contigo Tlacaélel, Aztecaentre los Aztecas!

La salutación de Citlalmina,expresaba en tan breves comoreveladores términos, despejó en uninstante los equívocos y difundidosconceptos respecto de la posiciónque dentro de la sociedad aztecavenía a ocupar el Heredero deQuetzalcóatl. La idea de que elPortador del Emblema Sagradoconstituía en sí mismo una divinidad

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recibía así la más rotunda negativa.El calificativo dado por Citlalminaal recién llegado proporcionaba atodos una imagen clara y precisa delo que en realidad era Tlacaélel: elpersonaje más importante yrespetable de todo el Reino, pero nopor ello un ser inaccesible yseparado de las necesidades yproblemas de su pueblo.

Superando la tensa inmovilidadque hasta ese momento habíadominado a la multitud, las niñasataviadas con armas de guerra seacercaron hasta Tlacaélel. Las

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pequeñas se habían apoderado detodo aquel armamento la noche queCitlalmina, aduciendo la aparenteinexistencia de hombres en el Reino,había exhortado a las mujerestenochcas a hacerse cargo de ladefensa de la ciudad. Posteriormentelas niñas habían ocultado las armas,negándose a devolverlas a susfamiliares a pesar de las reprimendasy castigos sufridos. Con frases entrecortadas de la emoción que lesdominaba, las chiquillas expresarona Tlacaélel que venían a entregarlesus armas, pues estaban seguras de

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que él sí sabría utilizarlasadecuadamente.

El Azteca entre los Aztecasesbozó una amplia sonrisa alpercatarse de la decidida actitud delas pequeñas, dialogó brevementecon ellas y después tomó varias delas armas que le ofrecían: cruzósobre su pecho un largo arco,acomodó en sus hombros un carcajrebosante de flechas, embrazó unbello escudo decorado con la imagende Huitzilopóchtli y en su diestraesgrimió un macuahuitl

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1 de cortantes filos. Una vezataviado con las armas tradicionalesde los guerreros náhualt, Tlacaéleldio comienzo a su triunfal recorridopor la capital azteca. La acertadasalutación de Citlalmina y laconfiada actitud de las pequeñashabían troncado en breves instanteslos sentimientos populares:abandonado su actitud inicial,nerviosa e insegura, la multituddesbordase en un creciente yfrenético entusiasmo.

La inmensa muchedumbre queovacionaba a Tlacaélel se fue

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haciendo más compacta al irseacercado éste al centro de la ciudad.Desde las azoteas de las casas caíauna incesante lluvia de flores,lanzada por grupo de mujeres queentonan alegres canciones. Unelevado número de tecnochas vestíaatuendos de guerreros, manifestandoasí su forma de sentir ante elconflicto que afrontaba el Reino, susestruendosos cantos de guerraimpregnaban el ámbito con bélicosacentos; sin embargo, Tlacaélel pudopercatarse de que entre la multitudhabía también muchas personas,

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todas ellas de muy modestacondición, que cargaban canastillasconteniendo algunos de los productoscon los cuales se cubrían los tributosa los tecpanecas. Los portadores delas canastillas no cesaban deexpresar a grandes voces sus deseosde que la paz se mantuviese acualquier precio: "No queremosguerra". "Paguemos los tributos aMaxtla y salvemos nuestras vidas ynuestras cosechas." Esta, al parecersincera exteriorización desentimientos pacifistas, era enrealidad producto de una nueva

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maniobra de los integrantes delConcejo del Reino. Convencidos deque la actitud que adoptase Tlacaélelresultaría determinante para losfuturos acontecimientos, habíandistribuido entre la población máspobre generosos donativos,incitándola a que manifestase ante elPortador del Emblema Sagradofervientes anhelos de paz, con objetode presionarlo a que asumiese unaactitud conciliadora ante laspretensiones de Maxtla.

En medio de un verdadero mar

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humano que en ocasiones volvíaimposible su avance, Tlacaélel llegófinalmente a la Plaza Mayor de laciudad; ahí le aguardaban, sobre unadornado templete de maderaconstruido al pie del Gran Teocalli,las personalidades más destacadasdel Reino.

Tlacaélel ascendió las gradasde! entarimado y se dirigió en línearecta hacia Tozcuecuetzin, el sumosacerdote del culto tenochca. Al verfrente a él a su antiguo discípuloportando el Sagrado Emblema de

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Quetzalcóatl, el anciano sacerdotefue presa de la más viva emoción.Con el rostro bañado en lágrimasintentó arrodillarse ante los pies deTlacaélel, al impedírselo éste, sedespojó del símbolo de su poder, elpectoral de jade de Tenochca, y conhumilde ademán hizo entrega delmismo a Tlacaélel. El Azteca entrelos Aztecas rechazó amablemente elofrecimiento y colocó de nuevo elpectoral sobre el pecho deTozcuecuetzin, después de lo cualavanzó hasta quedar frente a Itzcóatl.

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El monarca azteca, siguiendo elejemplo del sumo sacerdote, sedespojó del emblema másrepresentativo de su autoridad -ladiadema de oro con plumas deQuetzal que coronaba su frente- eintentó colocarla sobre la cabeza deTlacaélel, pero una vez más, ésterechazó el emblema que se leofrecía.

2Acto seguido, Tlacaélel saludó

a los integrantes del Consejo delReino, su actitud con ellos fue cortés,

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pero no exenta de una deliberadafrialdad, la cual resaltó aún más porel hecho de que a continuación, aldialogar brevemente con Moctezumay los jóvenes guerreros que leacompañaban, se expresó ante éstosen elogiosos términos, felicitándolospor el sistema de vigilancia que paraprotección de la ciudad habíanorganizado y cuya eficacia habíapodido comprobar personalmente.

Concluidos los saludos,Tlacaélel se colocó a un lado deItzcóatl, quien adelantándose unospasos se dispuso a presentar

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formalmente al Portador delEmblema Sagrado ante todo elpueblo azteca.

Con recia y emocionada voz, elmonarca afirmó:

Tlacaélel, sacerdote deQuetzalcóatl, sé bienvenido. Teaguardábamos. Estábamosdesasosegados por tu ausencia. Muygraves, muy difíciles son losproblemas que hoy nos afligen. Losde Azcapotzalco ya no recuerdan, sehan olvidado del valor de nuestrospasados servicios y hoy nos

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amenazan con la destrucción si noaccedemos a sus exigencias. Sinembargo, siendo tan graves losconflictos externos que nos aquejan,son en realidad los problemasinternos los que más nos inquietan ypreocupan. No estamos unidos sinoque vivimos en discordia. Noavanzamos en derechura sinocaminamos descarriados. Noestamos serenos sino alterados ycon alboroto.

Trocando sus pesimistasafirmaciones por frases que

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denotaban su confianza en unapróxima mejoría de la angustiosasituación descrita, Itzcóatl finalizó sumensaje de presentación:

¡Oh Tenochcas! ¿A qué hablarmás de nuestras rencillas ymezquindades? Estamos ciertos deque éstas han cumplido su tiempo yhoy, finalmente, merecemos,alcanzamos nuestro deseo. Elsucesor de Quetzalcóatl, el legítimoheredero de los EmperadoresToltecas, el Sumo Sacerdote de laHermandad Blanca, se encuentra ya

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entre nosotros… ¡Pueblo de Tenoch,habla Tlacaélel!

Un impresionante silencioextendióse por la enorme plaza. Lagigantesca multitud congregada enella quedó estática, como sirepentinamente algún conjuro lahubiese petrificado. Hasta el airemismo pareció detenerse paraescuchar, expectante, el trascendentalmensaje que ahí iba a pronunciarse.El opresor silencio y la antinaturalinmovilidad produjeron unainsoportable tensión en el ambiente,

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y en el instante mismo en que éstallegó al máximo, escuchóse una vozcon sonoridades de trueno:

¿Qué es esto tenochcas? ¿Quéhacéis vosotros? ¿Cómo ha podidollegar a existir cobardía en elpueblo de Huitzilopóchtli?Aguardad, meditad un momento,busquemos todos juntos un mediopara nuestra defensa y honor y nonos entreguemos afrentosamente enmanos de nuestros enemigos. ¿Adónde iréis? Este es nuestro centro.Este es el lugar donde el águila

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despliega sus alas y destroza a laserpiente. Este es nuestro Reino.¿Quién no lo defenderá? ¿Quiénpondrá reposo a su escudo? ¡Queresuenen los cascabeles entre elpolvo de la contienda, anunciandoal mundo nuestras voces!

Las palabras de Tlacaélel,pronunciadas con indescriptibleenergía, comenzaron a operar desdeel primer momento un misteriosoefecto en la multitud. Bajo su influjo,las incontables concienciaspersonales parecieron fundirse en

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una sola alma, alerta y poderosa, queaguardaba ansiosa encontrar unafinalidad a su existencia.

El verbo arrebatador del Aztecaentre los Aztecas continuabahaciendo vibrar a su pueblo y hasta alas mismas piedras de los edificios:

El tiempo de la ignominia y ladegradación ha concluido. Llegó eltiempo de nuestro orgullo y nuestragloria. Ya se ensancha el ÁrbolFlorido. Flores de guerra abren suscorolas. Ya se extiende la hoguerahaciendo hervir a la llanura de

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agua. Ya están enhiestas lasbanderas de plumas de quetzal y enlos aires se escuchan nuestroscantos sagrados.

Elevando aún más el tono de suvoz, el Portador del EmblemaSagrado concluyó:

¡Que se levante la aurora!Sean nuestros pechos murallas deescudos. Sean nuestras voluntadeslluvia de dardos contra nuestrosenemigos. ¡Que tiemble la tierra yse estremezcan los cielos, los

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aztecas han despertado y se yerguenpara el combate!

La vibrante alocución deTlacaélel había llegado a su término.El Heredero de Quetzalcóatl quedóinmóvil y silencioso, su rostrotornóse impasible e inescrutable,sólo sus ojos continuabandespidiendo desafiantes fulgores.

Durante breves instantes, lamultitud guardó el mismo respetuosoy absoluto silencio con queescuchara la encendida arenga,después, la enorme plaza pareció

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estallar a resultas del ensordecedorestruendo que desatóse en su interior:retumbar de tambores, incesantes yenardecidos vítores, retadores cantosde guerra, llanto emocionado demujeres y niños. Los portadores decanastillas conteniendo tributos paralos tecpanecas las estrellaban contrael suelo y luego las pateaban confuria, haciendo patente su radicalcambio de opinión.

Al igual que todos los seres, lospueblos tienen también suscorrespondientes periodos denacimiento, infancia, adolescencia,

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juventud, madurez, vejez y muerte. Elpueblo azteca había nacido en Aztlány los sabios de superior visión yelevada espiritualidad que morabanen aquellas lejanas tierras le habíanprofetizado un glorioso destino. Vinoluego la azarosa etapa de su infancia,transcurrida en un continuodeambular por regiones hostiles,buscando sin cesar la anhelada señaldel águila devorando a la serpiente,cuyo hallazgo marcaría a un mismotiempo el inicio de su adolescencia ysu definitivo asentamiento en unterritorio robado a las aguas. Pero

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todo esto constituía va en esosmomentos un pasado superado, puesaun cuando el futuro se vislumbrabaobscuro y cargado de amenazas, lasuperior personalidad de Tlacaélelhabía logrado imprimir un nuevoimpulso al progresivo desarrollo desu pueblo, haciéndole concluirbruscamente la época de unaadolescencia inmadura y titubeante,para dar comienzo a una etapajuvenil que se iniciaba pictórica deun vigoroso entusiasmo.

Durante toda la nochecontinuaron resonando en

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Tenochtítlan los vítores y cánticosdel pueblo azteca.

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Capítulo IX

TENOCHTITLAN EN ARMAS

Al día siguiente de su llegada aTenochtítlan, Tlacaélel inició lainspección de los efectivos militarescon que contaban los aztecas parahacer frente a la inminente guerra quese avecinaba. Al pasar revista a losjuveniles batallones que comandaba

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Moctezuma, el Azteca entre losAztecas, tras de elogiarlos por sudecidida voluntad de lucha yevidente entusiasmo, aprovechó laocasión para hacerles ver el graveerror en que habían incurrido alpretender efectuar la defensa delReino actuando en forma separadadel resto de la sociedad. Resultabaimprescindible, afirmó, lograr cuantoantes la efectiva participación detodo el pueblo en el esfuerzo bélicoque habría de realizarse, pues de ellodependía el que se pudiese contarcon algunas posibilidades de éxito en

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el grave conflicto al que seenfrentaban.

Una vez concluida la revisiónde las fuerzas militares del Reino,Tlacaélel llevó a cabo un segundoacto público: se dirigió a lapoblación donde morabaIzquixóchitl, con objeto de devolverpersonalmente a la inválida la canoaque ésta le prestara para cruzar ellago y hacer su arribo a la ciudad.

La visita de Tlacaélel a lapequeña aldea fue motivo de unaverdadera conmoción, no sólo entresus habitantes, sino en todos los

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pobladores de la comarca, los cualesacudieron de inmediato en cuanto secorrió la noticia de la presencia delPortador del Emblema Sagrado enaquel sitio.

Así pues, ante una concurrenciade regulares dimensiones, Tlacaélelhizo la devolución de la vieja canoaa una emocionada Izquixóchitl, no sinantes pronunciar un breve discursoen el cual puso de manifiesto suagradecimiento por la ayuda recibiday su segura convicción de que para elfuturo la bondadosa anciana seríaobjeto de mayores y mejores

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atenciones por parte de sus vecinos.Tlacaélel dedicó el resto del

día a conversar informalmente conlas numerosas personas que sehabían reunido en la aldea,escuchando con atención losplanteamientos que se le hacíanacerca de los problemas queafectaban a las pequeñascomunidades en donde estaspersonas residían.

Al igual que ocurría en todas laspoblaciones tenochcas que día condía se multiplicaban en las riberasdel enorme lago, la mayor parte de

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las dificultades a que tenían quehacer frente los moradores de laregión que visitaba Tlacaélelprovenían de la total carencia decoordinación en las actividades quecada una de las distintas poblacionesrealizaba, lo cual se traducía en unaincesante duplicación de esfuerzos yen la consiguiente pobreza deresultados.

Con frases sencillas peroimpregnadas de un criterio práctico yrealista, Tlacaélel explicópacientemente a sus atentosinterlocutores que jamás verían

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resueltos sus problemas mientras nolograsen conjugar esfuerzos y actuaren forma unificada. Era preciso, porejemplo, constituir asociaciones queagrupasen a los componentes de lasdistintas actividades productivas quese desarrollaban dentro de lasociedad azteca.

Tlacaélel se comprometió a darsu más completo apoyo a lasasociaciones cuya creación proponía,pero acto seguido manifestó que sibien esta tarea representaba unaimportante labor por realizar, el

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Reino se enfrentaba a un problemainmediato mucho más urgente: laguerra en contra de los tecpanecas,de cuyo resultado dependía lasobrevivencia misma del puebloazteca. ¿En qué forma tenían pensadoparticipar los que lo escuchaban entan decisiva contienda?

Todas las personas que habíanasistido al diálogo con el Portadordel Emblema Sagrado manifestaronun sincero interés por colaborar en lalucha, pero expresaron también sudesconocimiento respecto a la mejorforma de actuar para lograr que dicha

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colaboración resultase lo másefectiva posible. Tlacaélel les indicóque debían incorporarse cuanto antesa los grupos organizados porMoctezuma y Citlalmina; en losprimeros tenían cabida todos loshombres aptos para el combate y enlos segundos la totalidad de lapoblación civil.

Concluida su visita a la aldea,el Azteca entre los Aztecas retornó alatardecer a Tenochtítlan, plenamenteconvencido de que los moradores deaquella comarca no se encontrabanya simplemente entusiasmados en

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favor de la independencia del Reino,sino que participarían activamente enlos denodados esfuerzos queimplicaba el tratar de obtenerla.

Lo ocurrido en la aldea dondehabitaba Izquixóchitl, repitióse enforma más o menos parecida durantelos incesantes recorridos que en lossubsecuentes días llevó a caboTlacaélel por las diferentescomunidades de origen aztecaexistentes en las riberas del lago. Entodas partes el Portador delEmblema Sagrado escuchó conatención los problemas que le

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planteaban personas de los másdistintos estratos sociales,manifestando siempre una profundacompenetración con los anhelos yaspiraciones populares, pero a la vezfijando elevados objetivos cuyaconquista el pueblo jamás habíasoñado.

En esta forma, la vigorosapersonalidad de Tlacaélelconstituyóse en el impulso rector queconducía al pueblo azteca en su luchapor liberarse del dominio tecpaneca.Las recientes direcciones quemantuvieron divididos a los

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tenochcas habían desaparecido ytodos laboraban sin descanso conmiras a incrementar su capacidadcombativa.

1A su vez, Moctezuma era el jefe

militar indiscutido del ejércitotenochca. Sus excepcionalesfacultades de organización y mando,así como sus relevantes cualidadesde estratego nato, hacían de supersona el guerrero insustituibledentro de las fuerzas aztecas.

Y en verdad era necesario un

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carácter indomable como el deMoctezuma para atreverse a asumirla responsabilidad de la dirección dela guerra dada la evidentedesproporción existente entre losejércitos contendientes. Lostecpanecas contaban con unnumeroso ejército profesional,aguerrido y disciplinado, poseedorde una gran confianza en sí mismocomo resultado de una interrumpidasecuela de triunfos. Por si esto fuerapoco, la prosperidad económica deque disfrutaba el Reino de Maxtlapermitía a éste la posibilidad de

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incrementar considerablemente suejército en el momento que lo juzgaseconveniente mediante la contrataciónde tropas mercenarias provenientesde las más apartadas regiones.

En muy diferente situación seencontraba el ejército azteca. Con laexcepción de aquellos que habíanmilitado como mercenarios en lashuestes tecpanecas, los demásintegrantes de las fuerzas tenochcasposeían escasa o nula experienciamilitar. Por otra parte, al ingresar alejército la totalidad de los hombrescon capacidad para empuñar las

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armas, las actividades productivashabían quedado súbitamenteabandonadas, originándose con ellono sólo la ominosa perspectiva deuna inminente carencia de alimentos,sino también la insuficiencia dematerial bélico con el cual equipardebidamente a los guerreros.

Para contrarrestar al máximoposible la carencia de un ejércitoprofesional, Moctezuma obligó atodos los integrantes de los reciénformados contingentes aztecas a unintenso entrenamiento y a larealización incesante de complicadas

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maniobras. El diario adiestramientoa que sometía Moctezuma a sustropas resultaba a tal grado agotador,que muy pronto éstas comenzaron adesear que los verdaderos combatesse iniciasen cuanto antes, pues habíanllegado a la conclusión de que laguerra resultaría un descanso encomparación con los rigurososentrenamientos a que se encontrabansujetas.

La difícil tarea de organizar a lapoblación no combatiente para queésta se hiciese cargo de todas lasactividades productivas,

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principalmente las relacionadas conla urgente necesidad de dotar dearmamento a las tropas tenochcas,fue afrontada con ánimo resuelto porCitlalmina. Muy pronto la jovenlogró crear una vasta organizaciónque abarcaba a la totalidad de lapoblación civil, cuyos integrantes,haciendo gala de un enormeentusiasmo y de una

[2]increíble imaginacióncreadora, generaban sin cesaringeniosas soluciones para resolvercuantos problemas se les planteaban.

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Mujeres, niños y ancianos,trabajaban sin descanso elaborandoimplementos guerreros y llevando acabo las faenas agrícolas y de pescaindispensables para la diariasubsistencia.

En el breve lapso de unascuantas semanas contadas a partir dela llegada de Tlacaélel aTenochtitlan, el Reino Azteca sehabía transformado en una especie deenorme campamento armado endonde todos sus componentes seaprestaban febrilmente para lacontienda.

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Los acontecimientos que teníanlugar en Tenochtítlan eran objeto deprofunda atención por parte de lostecpanecas. Hasta el último instante,Maxtla había sido de la opinión quelas rivalidades existentes entre losdirigentes tenochcas terminarían pordesatar una guerra intestina que lefacilitaría enormemente recuperar elperdido control del Reino Azteca. Alver definitivamente frustradas susesperanzas en este sentido, resolvióque no debía intentarse ya lograr denueva cuenta el sometimiento de losrebeldes, sino proceder a su

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completo exterminio. Plenamenteconsciente de la superioridad derecursos de que disponía encomparación con los de susenemigos, Maxtla decidió no correrriesgo alguno, y por ende, optó porno precipitar el inicio de lashostilidades, sino que primeramentese dio a la tarea de concentrar enAzcapotzalco la suficiente cantidadde fuerzas que le garantizasen la totaldestrucción de sus rivales en unúnico y demoledor ataque.

La situación geográfica deTenochtítlan, rodeada por doquier de

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poblaciones tributarias de lostecpanecas, volvía prácticamenteimposible la probabilidad deconcertar con ellas una alianzadefensiva, pues a pesar de que sushabitantes soportaban a duras nenasel yugo que les imponían los deAzcapotzalco, no estaban dispuestosa tomar parte en una riesgosaaventura que contaba con muy pocasprobabilidades de éxito y en cambiopodía acarrearles su totaldestrucción.

Existía, sin embargo, un Reinoque era la excepción a la regla

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anteriormente enunciada: el Reino deTexcoco, cuyos habitantes no sehabían resignado nunca a la pérdidade su independencia y mantenían unindomable espíritu de rebeldíasiempre a punto de estallar,fortalecido por el hecho de que elpríncipe Nezahualcóyotl, a quientodos los texcocanos considerabancomo su legítimo gobernante, habíalogrado sobrevivir a la incesantepersecución de que era objeto porlos secuaces de Maxtla.

Al percatarse los aztecas quelos ejércitos tecpanecas estaban

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desguarneciendo las poblaciones queocupaban para proceder aconcentrarse en Azcapotzalco,enviaron mensajeros al esconditedonde se encontraba Nezahualcóyotl,alentándolo a que aprovechase estacircunstancia e intentase promoveruna rebelión en Texcoco.

En un golpe de audacia,Nezahualcóyotl, acompañado tansólo de media docena de sus másleales partidarios, se presentó deimproviso en la que fuera antañocapital del Reino de su padre. Lasimple vista del ya legendario

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príncipe poeta despertó en el pueblouna reacción incontenible. La gentese lanzó a la calle a vitorearlo y aproferir toda clase de improperioscontra sus opresores. Cuando lossoldados que integraban el reducidocontingente de tropas tecpanecas quepermanecían en la ciudad intentaronapoderarse de Nezahualcóyotl,fueron atacados por el enfurecidopueblo de Texcoco; suscitóse unasangrienta refriega en la que laaplastante superioridad numérica delos habitantes de la ciudad no tardóen imponerse. Rodeado de una

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eufórica multitud que no cesaba deaclamarle, Nezahualcóyot penetró enel palacio construido por Ixtlilxóchitly del cual había tenido que salirhuyendo la noche en que susenemigos tomaran por asalto laciudad. Su primer acto de gobiernoconsistió en enviar emisarios aTenochtítlan, informando a losaztecas que podían considerar alReino de Texcoco como un firmealado en su lucha contra lostecpanecas.

La noticia de la rebelión deTexcoco produjo en Maxtla el mayor

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ataque de ira de toda su existencia;solamente existía sobre la tierra unapersona a quien odiara más que aTlacaélel y a Moctezuma, y ésta eraprecisamente Nezahualcóyotl. Lainasible figura del príncipetexcocano hacía largo tiempo queconstituía una permanente pesadillapara los gobernantes deAzcapotzalco. Primero Tezozómoc ydespués Maxtla habían urdidoincontables celadas en contra deljoven príncipe, pero tal parecía queéste gozaba de una particularprotección de los dioses, pues

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lograba siempre burlar todas lasacechanzas y eludir una y otra vez asus perseguidores.

A pesar del desbordante furorque le dominaba, Maxtla no dejó quesus sentimientos le cegasen al puntode impedir analizar la situación confrío realismo. Si pretendía castigarde inmediato a los texcocanos severía obligado a dividir sus fuerzas,con los consiguientes riesgos ydesventajas que esta clase decampañas traen siempre consigo. Larebelión de Texcoco había sidoposible merced a una circunstancia

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muy particular: el indestructibleafecto que unía al pueblo de esteReino con su príncipe. Al no existiren el resto de los pueblos vasallos delos tecpanecas condicionessimilares, no se corría mayor peligrode que pudiese cundir el ejemplo delos rebeldes. Así pues, en virtud dela proximidad y mayor poderío deTenochtítlan, los aztecas continuabansiendo el enemigo cuya destruccióndebía obtenerse en primer término,ya se tomarían después las debidasrepresalias en contra de losengreídos texcocanos. Por otra parte

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-concluyó Maxtla- resultaba evidenteque el tiempo estaba actuando enfavor de la causa de Azcapotzalco:atraídos por la generosa paga que seles otorgaba, cada día era mayor elnúmero de tropas mercenarias queacudían de todos los rumbos aofrecer sus servicios. Esto permitíasuponer que cuando llegase elmomento de medir sus fuerzas, aun enel lógico supuesto de que aztecas ytexcocanos se aliasen, resultaríanfácilmente derrotados por elnumeroso y bien pertrechado ejércitoque los tecpanecas lograrían armar

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en su contra.Las noticias acerca de la

incesante concentración de tropasmercenarias que tenía lugar enAzcapotzalco llevó a, los dirigentesaztecas a la decisión de apresurar elinicio de la contienda, aun cuandoesto significase el tener queprescindir de las ventajasestratégicas que para una guerradefensiva otorgaba la ubicación deTenochtítlan.

Moctezuma trazó un audaz plande operaciones que fue aprobadoíntegramente por Tlacaélel e Itzcóatl.

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Informado Nezahualcóyotl acerca delmismo, estuvo de acuerdo en efectuarla guerra conforme al proyectoazteca.

La lucha que habría de decidirel futuro de tres Reinos estaba poriniciarse.

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Capítulo X

¿QUIEN PODRÍA DORMIR ESTANOCHE?

El Flechador del Cielo, elprototipo azteca de valor y nobleza,el siempre sereno e inmutableMoctezuma, se revolvía nervioso ensu estera sin lograr conciliar elsueño. La clara luminosidad de una

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luna llena, señoreando un cielodespejado, permitía al guerreroabarcar con su mirada a todo elcampamento tenochca. Con laexcepción de las débiles estelas dehumo que aún surgían de lasapagadas fogatas y cuyo acre olorimpregnaba el ambiente, el paisajeque se extendía ante su vista ponía demanifiesto la calma y la quietud máscompletas; sin embargo, fuerzasindefinibles parecían haber envueltoel campamento, produciendo dentrode sus bien marcados contornos unatensión angustiosa y opresiva.

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Entrecerrando los ojos,Moctezuma volvió a repasarmentalmente, por enésima vez, elplan de combate que tratarían deejecutar las fuerzas aliadas bajo sumando en la decisiva batalla quehabría de librarse al día siguiente.

A partir de la primera reunióncelebrada entre los jefes militares deTexcoco y Tenochtítlan, el Flechadordel Cielo había sido designadogeneral en jefe de ambos ejércitos.La centralización del mando militaren una sola persona había evitado elpeligro de falta de coordinación que

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se presenta siempre en la actuaciónde ejércitos aliados cuando obedecena jefes de igual jerarquía. Asimismo,y como resultado de la relevantepersonalidad del guerrero azteca, sudesignación había despertado en lastropas un gran optimismo en alcanzarel triunfo sobre sus poderososoponentes.

Resultaba evidente, por tanto,que aztecas y texcocanos sepresentarían en el campo de batallaposeídos de un elevado espíritu delucha y plenamente confiados en laacertada dirección del mando

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supremo a cargo de Moctezuma; peroen aquella interminable noche queprecedía al decisivo encuentro,inesperados sentimientos dedesconfianza e incertidumbreluchaban por dominar el ánimotradicionalmente imperturbable delFlechador del Cielo.

Después de repasarmentalmente el plan de combate,Moctezuma fijó la mirada en elsector del campamento donde seencontraba concentrada la poblacióncivil. Aun cuando en un principio elguerrero azteca se había opuesto a

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que las mujeres, los niños y laspersonas de edad avanzada,acompañasen al ejército y estuviesenpresentes en las cercanías del campode batalla, había terminado por cederante la aplastante lógica de losargumentos expuestos por Citlalmina:de nada valdría que la población nocombatiente permaneciese oculta ensus casas mientras se desarrollaba lacontienda; de sobrevenir la derrotade las fuerzas aliadas, lasenfurecidas huestes de Maxtlaacudirían de inmediato aTenochtítlan para arrasarla hasta sus

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cimientos y borrar toda huella de suexistencia. Más valía que todos losintegrantes del pueblo aztecaestuviesen presentes en el lugardonde habría de decidirse su destino,pues la cercana proximidad de susfamiliares estimularía al máximo alos guerreros, que en esta forma, nopodrían ni por un instante dejar detener presente la suerte queaguardaría a los suyos sino rendíanel máximo de su esfuerzo. Por otraparte, en virtud del alto grado deorganización y disciplina alcanzadopor la población tenochca, los

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civiles estarían en posibilidad deprestar valiosos servicios auxiliaresa las tropas, desde los concernientesa la asistencia médica de los heridos,hasta los relativos a sanidad,alimentación y transporte de armas.

Mientras la mirada del guerreropermanecía fija en el amplio sectordel campamento ocupado por elpueblo, la lucha que se libraba en lomás profundo de su espíritu entre lazozobra que le invadía y la firmezade su carácter, terminó por decidirsecon una amplia victoria por parte dela primera. La clara conciencia de

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que la supervivencia del ReinoTenochca dependía íntegramente deque tuviese éxito el plan de combateideado por él y cuya ejecución debíadirigir al día siguiente, terminó pordoblegar, tras de larga y hastaentonces indecisa batalla, alpoderoso espíritu de Moctezuma. Unamargo resentimiento en contra delas circunstancias, que le imponían lapesada carga de ser el responsabledirecto de la muerte o sobre vivenciade su propio pueblo se adueñó delánimo del Flechador del Cielo,paralizando su hasta entonces

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invencible voluntad.En lo más profundo del alma del

abatido guerrero, se formuló en unainterrogante no expresada enpalabras la pregunta que ponía demanifiesto los sentimientos que leembargaban: ¿Existía acaso sobre latierra un ser humano que en aquellosmomentos sobrellevase unaresponsabilidad mayor a la suya?

Apenas terminaba Moctezumade formularse aquella pregunta,cuando en su interior surgió alinstante la correspondiente respuesta:si bien su responsabilidad como

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general en jefe era de granconsideración, no podía niremotamente compararse con la deTlacaélel, máximo e indiscutidodirigente del movimiento que habíapuesto en pie de lucha al hastaentonces oprimido pueblo tenochca.

Arrepentido de haberse dejadovencer por la debilidad y eldesaliento, el Flechador del Cielo seolvidó de sus propiaspreocupaciones, para reflexionar encuál podría ser el estado de ánimoque privaría en aquellos instantes enel espíritu de Tlacaélel. A pesar de

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que se apreciaba de ser la personaque mejor conocía el carácter de suhermano, Moctezuma no supo hallaruna respuesta adecuada parasemejante pregunta.

El Rey de Azcapotzalco, famosoen todo el Anáhuac por su voluntaddespótica e implacable, suinteligencia fría y calculadora y sutotal insensibilidad ante lasdesgracias ajenas, aguardaba envigilante espera el final de aquellanoche cargada de impredeciblespresagios.

Tratando vanamente de aquietar

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su agitado espíritu, Maxtla recordóuna a una las frases rebosantes deoptimismo que ante él habíanpronunciado los generalestecpanecas antes de retirarse adescansar. Todos ellos parecíanestar sinceramente convencidos deque la superioridad numérica y elmayor profesionalismo de las tropasbajo su mando, les permitiríanalcanzar una aplastante victoria en labatalla que habría de desarrollarse aldía siguiente.

Sin embargo, a pesar de laevidente lógica en que se sustentaban

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todas las predicciones favorables asu causa, Maxtla no lograba evitarque en su interior la duda y el temorcobrasen a cada instante mayoresproporciones. No sólo sentía quepeligraba la subsistencia de suautoridad personal, alcanzada aresultas de toda una vida dedicada aconquistar el poder y a mantenerse enél por cualquier medio, sino quecomprendía también que lahegemonía del señorío deAzcapotzalco sobre un heterogéneoconjunto de pueblos, lograda a basede tremendos esfuerzos por su padre

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y continuada por él con idénticoempeño, corría el riesgo dederrumbarse estrepitosamente.

Al tiempo que por la mente deMaxtla desfilaban toda una largaserie de recuerdos relativos a lasgrandes dificultades que había tenidoque vencer para alcanzar el trono,

1 acudían también a su memorialos relatos que escuchara desde suinfancia sobre la situación que habíaprevalecido en el Anáhuac en losaños comprendidos entre ladesaparición del Segundo Imperio

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Tolteca y la consolidación de lahegemonía de Azcapotzalco. Lacarencia en este período de un podercentral capaz de imponer el orden ypropiciar la cultura había llevado atodos los pueblos a la anarquía.Guerras inacabables, hambres,epidemias, inseguridad en loscaminos y una virtual paralización delas actividades superiores de lamente y el espíritu, habían sido elpavoroso saldo de aquel sombríoperiodo.

Esta caótica situación había idodesapareciendo lentamente al irse

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afianzando el predominio del señoríode Azcapotzalco sobre un crecientenúmero de poblaciones. El poderíodel ejército tecpaneca constituía unasegura salvaguardia de la paz y elorden en todos los territoriosconquistados. Por otra parte, eraninnegables los esfuerzos realizadospor los gobernantes de Azcapotzalcopara preservar los restos de laantigua herencia cultural tolteca.Artistas y filósofos eran siempreprotegidos y recompensados conlargueza por las autoridadestecpanecas, sinceramente interesadas

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por incrementar al máximo posiblelas actividades educativas yculturales.

Al meditar en la particularmisión que política y culturalmentehabía venido desempeñando en losúltimos años el Reino deAzcapotzalco, Maxtla se percatórepentinamente de que su innataambición de poder, eje central detoda su conducta, había sido utilizadacomo un simple instrumento por eseinstinto poderoso que subyace entoda sociedad y que anhela comosuprema finalidad la preservación

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del orden y la paz, instinto quemantiene una permanente lucha encontra de la tendencia -igualmentepoderosa y arraigada en lo másprofundo de la naturaleza humana-que busca promover el desorden y laanarquía.

En esta forma, al cobrar plenaconciencia de que la supremacíatecpaneca era al mismo tiempo lamejor garantía de la subsistenciapacífica entre múltiples pueblos y dela continuidad de una cierta manerade vivir, fundada en los vestigios deuna herencia cultural proveniente de

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un remotísimo pasado, Maxtla se vioinvadido, con gran sorpresa de suparte, de un desconocido sentimientode responsabilidad. ¿Qué ocurriría -se preguntó con sincerapreocupación- si desaparecieserepentinamente el predominiotecpaneca? ¿Podrían acaso lospueblos de Tenochtítlan y Texcoco,recién salidos de una largaservidumbre, reemplazar en sufunción pacificadora y civilizadoraal prestigiado señorío deAzcapotzalco? Después de unanálisis en el que procuró ser del

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todo imparcial, Maxtla concluyó queninguna de las dos ciudades rebeldesposeía ni la fuerza militar ni latradición cultural suficientes paraconvertirse en dignas sucesoras de lacapital tecpaneca, y por tanto, en elsupuesto de que lograsen salirtriunfantes en el combate del díasiguiente, su victoria constituiría unseguro presagio del pronto retorno ala anarquía y de un retroceso culturalde incalculables consecuencias.

Agobiado bajo la doble cargaque significaba ver en peligro supermanencia como gobernante y

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saberse responsable directo de lapreservación de la paz y de laantigua herencia cultural, Maxtlacalificó de injustos a los dioses porhaber depositado en un solo hombretan desmedida ambición y tanenormes obligaciones.

Al percatarse de sudesfallecimiento, Maxtla trató dejustificar su debilidadpreguntándose: ¿Existía acaso sobrela tierra un ser humano que enaquellos momentos sobrellevase unaresponsabilidad mayor a la suya?

En lo más profundo de la mente

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de Maxtla surgió la figura deTlacaélel. Si bien el rey deAzcapotzalco no se distinguía por unespíritu religioso particularmenteacendrado, no podía dejar de admitirque la misión que desde tiempoinmemorial venía desempeñando laHermandad Blanca de Quetzalcóatlrevestía una particular importanciapara todo el género humano. ¿Quésucedería si esta labor seinterrumpiese bruscamente por laosadía del nuevo Portador delEmblema Sagrado, quien al romperla tradicional abstención que en

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materia política caracterizaba a laHermandad, la había expuesto a lascontingencias de una contienda en laque tenía muy pocas probabilidadesde salir triunfante?

Olvidando por un momento suspropias preocupaciones, Maxtlaintentó imaginar lo que estaríasucediendo en el interior del hombreque había asumido laresponsabilidad de poner en peligrola existencia misma de la instituciónde mayor prestigio espiritual de quese tenía conocimiento; sin embargo,

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sus esfuerzos resultaron en vano,pues el monarca tecpaneca no logróencontrar una respuesta satisfactoriaa la pregunta que a sí misino seplanteara.

El poeta y filósofo más famosodel Anáhuac, Nezahualcóyotl, elperseguido príncipe de Texcoco quemerced a su inquebrantable voluntade inteligencia superior lograrasiempre burlar las acechanzas de susenemigos, vencido por el insomnio yla incertidumbre contemplabaabsorto a las estrellas, tratandoinútilmente de descifrar sus ocultos

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mensajes.Los trágicos recuerdos de dos

noches igualmente angustiosasvolvían una y otra vez a la memoriade Nezahualcóyotl. La primera deellas era aquélla en que las tropastecpanecas de Tezozómoc habíantomado por asalto la ciudad deTexcoco, capital del Reino de igualnombre regido por Ixtlilxóchitl,padre de Nezahualcóyotl. Como sirecordase una pesadilla, el prínciperevivió en su mente los múltipleshorrores que presenciara en esaocasión: las altas llamas que

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envolvían gran parte de la ciudad,los gritos aterrorizados de lasmujeres y los niños, los cuerpos delos soldados muertos y las quejaslastimeras de incontables heridos quese arrastraban por doquier sin quenadie pudiese auxiliarlos.

Únicamente unos cuantos díasseparaban aquella noche de otratodavía más fatídica en la memoriade Nezahualcóyotl. Durante la tomade Texcoco, Ixtlilxóchitl habíalogrado abrirse paso y salir de laciudad, combatiendo en unión de unnúmero cada vez más reducido de

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sus leales y teniendo a su lado aNezahualcóyotl, quien a pesar de suaún temprana juventud sabía yamanejar las armas con singulardestreza. El pequeño grupo detexcocanos fue pronto objeto de unaimplacable cacería por parte de lasvictoriosas tropas tecpanecas. Trasde deambular sin descansoescondiéndose en grutas y barrancos,fueron finalmente localizados ycercados por sus enemigos. Antes deiniciar el que habría de ser su últimocombate, Ixtlilxóchitl habló conNezahualcóyotl y le hizo ver que por

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encima de los sentimientospersonales de los gobernantes debenprevalecer siempre los intereses delpueblo cuyo destino encarnantransitoriamente. Con base en esto, leordenó permanecer oculto mientrasse libraba el encuentro, ya que de lasupervivencia del heredero del tronodependía que subsistiese laesperanza de un futuro renacimientodel Reino de Texcoco. Por último, lehizo jurar solemnemente queconsagraría su existencia a liberar asu pueblo del dominio tecpaneca.

Escondido entre las ramas de un

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capulín y teniendo como aliada laobscuridad de la noche,Nezahualcóyotl había permanecidooculto mientras que a su alrededortenía lugar el fiero enfrentamientoentre tecpanecas y texcocanos. Muypronto la superioridad numérica delos primeros logró imponerse sobreel valor de los segundos eIxtlilxóchitl y sus guerreros fueroncayendo aniquilados. Concluido elcombate, los tecpanecas sepercataron de la ausencia delpríncipe heredero e iniciaron alinstante una meticulosa búsqueda de

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su persona. En dos ocasiones gruposde soldados enemigos llegaron aestar tan cerca de Nezahualcóyotl,que éste consideró inevitable sudescubrimiento, sin embargo, enambos casos los soldados desviaronsu atención hacia los arbustospróximos al que le servía deescondrijo, revisándolosminuciosamente para luego alejarse yproseguir la búsqueda en otrasdirecciones. Al no encontrarlo, lostecpanecas llegaron a la conclusiónde que Nezahualcóyotl había logradohuir de la zona donde se desarrollara

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el encuentro y que lo másconveniente era iniciar cuanto antessu persecución en lugar de seguirperdiendo el tiempo en aquel sitio.

Una vez que el príncipe vioalejarse las últimas antorchas bajóde su escondrijo, y con suma cautela,pues temía que los tecpanecashubiesen dejado algunos guardias,comenzó a buscar el cuerpo de supadre entre los innumerablescadáveres esparcidos por la maleza.

Nezahualcóyotl no pudo hallarel cadáver de Ixtlilxóchitl, pues lossoldados tecpanecas lo habían

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llevado consigo para mostrarlo aTezozómoc como prueba irrefutablede la muerte del gobernante deTexcoco; sin embargo, el jovenpríncipe encontró y reconoció alinstante el escudo que su padreportaba en el brazo izquierdosiempre que participaba en algúncombate. Tomando entre sus manosaquel preciado recuerdo,Nezahualcóyotl se alejó tan rápidocomo le fue posible, encaminándoseen dirección contraria a la quehabían tomado sus perseguidores.

Al tiempo que interrumpía sus

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tristes recuerdos, Nezahualcóyotldejó de contemplar el firmamentopara observar con atención elespectáculo que le rodeaba. Unatensa inmovilidad predominaba en elimprovisado campamento donde sehallaban concentradas las tropastexcocanas. A pesar de lo avanzadode la noche los guerreros nodormían, sino que aguardaban laaurora presos de un incontrolablenerviosismo. ¡Habían esperadodurante tantos años la llegada del díaen que se enfrentarían cara a cara consus odiados opresores!

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El príncipe poeta profesaba unsincero agradecimiento a su pueblopor la inconmovible lealtad y laconfianza sin límites que en él habíandepositado, sin embargo, en aquellanoche cargada de zozobra, dichossentimientos constituían unaresponsabilidad insoportable, pueshacían aún más evidente ante suconciencia el hecho de que lasobrevivencia o la extinción delReino de Texcoco dependían de quehubiese adoptado una resolucióncorrecta al juzgar llegado elmomento de iniciar la lucha contra la

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tiranía tecpaneca.Apesadumbrado y abatido,

Nezahualcóyotl fijó una vez más sumirada en las lejanas estrellas, a lavez que una amarga pregunta cruzabapor su mente: ¿Existía acaso sobre latierra un ser humano que en aquellosmomentos sobrellevase unaresponsabilidad mayor a la suya?

Al parecer, las cintilantes yenigmáticas estrellas habían optadopor contestar a las incógnitas queante ellas formulaba el angustiadoNezahualcóyotl, pues al instantemismo de plantearse la pregunta vino

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a su mente con toda precisión lafigura de Tlacaélel.

En virtud de su sobresalienteinteligencia Nezahualcóyotl se dabacuenta, mejor que nadie, de lascausas que podían haber inducido aTlacaélel a romper la conducta deabstencionismo en cuestionespolíticas mantenida en los últimostiempos por los Sumos Sacerdotes dela Hermandad Blanca deQuetzalcóatl. A su juicio, elloindicaba que el nuevo Portador delEmblema Sagrado pretendía iniciarla reconstrucción del desaparecido

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Imperio Tolteca, y junto con ello,propiciar un poderoso movimientode renovación espiritual queabarcase al mundo entero. ¿Quesentimientos predominarían enaquellos momentos en el alma de lapersona que se había fijado en lavida una misión de tan enormesproporciones? Nezahualcóyotl sejuzgó a sí mismo incapaz deresponder a tan difícil interrogante.

Advirtiendo el manifiestodesasosiego que dominaba aNezahualcóyotl, uno de sus másfieles soldados se aproximó hasta el

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lugar donde se encontraba elpríncipe, inquiriendo con tonorespetuoso:

¿Es que aún no dormís, señor?Tras de meditar un instante,

Nezahualcóyotl respondió con graveacento:

¿Quién podría dormir estanoche?

El sirviente que veníaacompañando al Portador delEmblema Sagrado desde que salierade Chololan se acercó cauteloso a laestera donde éste reposaba ycontempló con atención la faz del

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Azteca entre los Aztecas. El rostrode Tlacaélel revelaba una serenaconfianza. Su sueño era tranquilo yreposado.

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Capítulo XI

LA BATALLA DECISIVA

Rompiendo el tenso silencionocturno, el rítmico sonido de untambor dio comienzo a una largaserie de transformaciones tanto en elcielo como en la tierra. Como si lasluces del amanecer hubiesen estadoaguardando aquel ronco sonido para

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hacer su aparición, comenzaron alinstante a desgarrar las tinieblas,dejando ver un horizonte sin nubes yanticipando un día claro y despejado.Mientras tanto, el hasta entoncesparalizado campamento tenochcatransformóse en incontenible marhumano presto a desbordarse.Innumerables guerreros, ataviadoscon vistosos uniformes de combate yportando sus armas, acudíanpresurosos ante sus respectivoscapitanes. Los estandartes de cadabatallón habían sido izados en vilo,poblando el paisaje de variadas

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figuras bellamente bordadas engrandes cuadros de algodón. Unnúmero cada vez más elevado detambores retumbaban sin cesar,estremeciendo el aire con suacompasado acento.

A pesar del incesantemovimiento de personasprevaleciente en el campamentoazteca, los preparativos para iniciarla marcha rumbo al campo de batallase realizaban sin que nadie profiriesepalabra alguna. Los guerreros seintegraban a sus batallones con lospuños crispados y la mirada

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llameante, los capitanes indicabancon enérgicos movimientos a lossoldados el lugar que lescorrespondía en las filas, y alcompletarse éstas, iniciaban deinmediato la marcha con paso firme ydecidido, pero todo ello en medio deuna extraña carencia de voceshumanas, sin que se escuchase unsolo comentario o alguna orden demando. Tal parecía que los guerrerosaztecas, al unificar en tan alto gradosu voluntad de lucha, se habíantransformado súbitamente en un soloorganismo de poderosa cohesión

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interna, para el cual salían sobrandotodas las palabras.

Guiado tan sólo por el incesanteretumbar de los tambores de guerra ypor el ritmo acompasado de suspropios pasos, el ejército tenochcase encaminó al campo de batalla.Detrás del ejército venía lapoblación azteca en masa. Ancianos,mujeres y niños, marchaban tambiénen silencio, con los rostrosencendidos y los cuerpos tensos. Unpueblo entero acudía puntual a la citaque decidiría su libertad o su muerte.

Muy pronto los tenochcas

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pudieron observar a un ejército quese aproximaba hacia ellos avanzandoen cerrada formación. Entre losdibujos que adornaban los pendonesde los recién llegados, sobresalía unmotivo insistentemente repetido: lacabeza de un coyote, cuyas abiertasfauces denotaban un intensosufrimiento producto de unaprolongada privación de alimento."Nezahualcóyotl",

1 designación acertada yprofética, para el hombre que durantetantos años había padecido

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persecuciones y carencias de todaíndole.

Al mismo tiempo que losaztecas contemplaban con íntimasatisfacción la llegada de susaliados, comenzaron a escuchar contoda claridad la canción que,

[3]con recia voz y como un solohombre, venía entonando el ejércitode Texcoco mientras marchabarumbo al campo de batalla. Setrataba de un popular poema delpríncipe poeta:

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Guerreros de Texcocorecuperad el rostro resuenenalábales, que vibren vuestrospechos y en estruendosa guerrarecuperad el rostro.

Aguardan impacientes losdardos y las flechas las insigniasfloridas, los tambores de guerra losantiguos escudos con plumas deQuetzal.

Guerreros de Texcocorecuperad el rostro.

En medio de una dilatadallanura los dos ejércitos hicieron alto

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a escasa distancia uno del otro.Itzcóatl y Nezahualcóyotl avanzaroncon pausado andar y al quedar frentea frente se estrecharon con fuerteabrazo. Tras de dialogar brevemente,los dos monarcas hicieron entrega aMoctezuma de sus correspondientesbastones de mando, simbolizandocon ello que era el guerrero aztecaquien poseería la autoridad máximadurante la batalla. El Flechador delCielo convocó de inmediato a loscapitanes de ambos ejércitos. Conlacónicas frases Moctezuma dio susúltimas instrucciones, e instantes

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después los batallones aliados sedesplazaban con presteza paraadoptar sus posiciones en el campode batalla.

El frente quedó ocupado porlargas y cerradas líneas de arqueros.Moctezuma conocía de sobra la bienganada fama de los arquerostecpanecas, cuya certera punteríadesbarataba a distancia loscontingentes enemigos decidiendocon ello la victoria aun antes delataque del grueso de las tropas. Conobjeto de contrarrestar a lospeligrosos flecheros de Maxtla,

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Moctezuma había puesto un especialempeño en el entrenamiento de losarqueros aliados, elevando sunúmero al máximo posible.

Atrás de las compactas filas dearqueros, y a una regular distancia delas mismas, se encontraba elagrupamiento principal de las tropasaliadas, constituido por alternadosbatallones de tenochcas ytexcocanos, armados con filososmacuahuimeh, cortas lanzas y gruesosescudos. Los guerreros estabandistribuidos en un amplio cuerpocentral y en dos cortas alas

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colocadas verticalmente a amboslados. A escasa distancia de lastropas se encontraba la numerosapoblación civil que había venidoacompañando a los combatientes, supresencia en los confines del campode batalla estaba incluida dentro delplan de combate trazado porMoctezuma.

En el extremo derecho de lalínea de arqueros, ligeramenteadelante de la posición ocupada porlos flecheros, sobresalía un pequeñopromontorio rocoso. Al percatarsede la existencia de aquella saliente

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del terreno, Moctezuma juzgó queésta le proporcionaría un magníficolugar de observación mientrasllegaba el momento de combatir alfrente de sus tropas. Acompañado deunos cuantos oficiales, el guerrero separapeto tras de las rocas y sedispuso a esperar con calma lallegada de sus contrarios.

El ejército tecpaneca no se hizoaguardar. El primer anuncio de suproximidad fue un leve eininterrumpido estremecimiento delsuelo, resultado del rítmico caminarde muchos miles de pies. Una

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ensordecedora sinfonía en la que seentremezclaba el incesante batir deinnumerables tambores, el agudotañer de largas flautas y el secochasquido de los cascabeles con quelos soldados tecpanecasacostumbraban adornar su calzado,anunció a los cuatro vientos lallegada de los dueños del Anáhuac alcampo de batalla.

Mientras contemplaba cómo elhorizonte entero se poblaba desoldados enemigos avanzando enperfecta formación, Moctezuma nopudo reprimir un sentimiento de

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admiración ante la evidente gallardíay disciplina de las tropas tecpanecas.Observó también con preocupaciónel crecido número de fuerzasmercenarias que acompañaban alejército de Maxtla, entre las cualesdestacaban, por sus vistosos ymulticolores uniformes, nutridoscontingentes de guerreros totonacas yhuastecos.

Los batallones del señor deAzcapotzalco estaban agrupados entres grandes cuerpos compactos y sinalas, separados entre sí porconsiderables extensiones de terreno.

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El primero y más avanzado de estoscuerpos estaba integradoexclusivamente por arqueros. Elsegundo grupo, situado en el centro,constituía, sin lugar a dudas, el másimportante de los tres, pues agrupabaa la inmensa mayoría de las fuerzastecpanecas. El tercer cuerpo detropas, colocado a la retaguardia,estaba formado por fuerzas dereserva.

Un solo vistazo a la formacióndel ejército contrario, bastó aMoctezuma para percatarse del plande campaña adoptado por los

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generales de Maxtla. Los arquerostecpanecas actuarían en primertérmino, buscando desde la distanciaproducir el mayor daño posible,después de esto atacaría el gruesodel ejército, que apoyado en susuperioridad numérica y contandocon la circunstancia de que losaliados se encontraban en el centrode una extensa llanura, trataría deenvolverlos para privarles de todaposibilidad de retirada y poderatacarlos por todos lados hastaexterminarlos.

Mientras el grueso del ejército

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tecpaneca hacía alto sin romper suformación, los batallones dearqueros continuaron avanzando. Alobservar la cercana proximidad desus oponentes, el capitán azteca quese encontraba al frente de losarqueros aliados pronunció unaorden con ronca voz. Al instante, unacerrada lluvia de flechas partió delos tensos arcos de tenochcas ytexcocanos. Tras detener su avance yadoptar rápidamente la posiciónadecuada, los tecpanecas lanzaron asu vez una primera andanada deproyectiles, iniciándose en esta

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forma el encuentro tan largamenteesperado por ambos contendientes.

Durante un buen rato el duelo dearqueros se prolongó produciendobajas considerables en los dosbandos, sin que ello se tradujese enuna ventaja apreciable para ningunade las partes. Repentinamente, lamala fortuna pareció sentar plaza enel campo aliado. El capitán aztecaque dirigía a los flecheros sedesplomó al ser traspasado por uncertero proyectil, que perforando sucota de algodón se le incrustóprofundamente en el pecho. Su lugar

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fue ocupado de inmediato por unvaliente capitán de Texcoco, peroapenas acababa éste de hacersecargo del mando, cuando una flechase clavó en su garganta. Soportandoestoicamente los dolores, eltexcocano continuó dirigiendo laacción de los arqueros aliados, perola sangre que manabaabundantemente de su herida leahogaba, impidiéndole una adecuadapronunciación de las voces demando. Y en esta forma, mientras losproyectiles tecpanecas eran lanzadoscon creciente vigor y tino cada vez

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más certero, la actuación de losarqueros aliados comenzó a fallarostensiblemente por falta decoordinación.

Desde su cercana atalaya traslas rocas, Moctezuma comprendióque el recién iniciado combateestaba a punto de convertirse en unacatastrófica derrota para su ejército.Al ser incapaces de dar unaadecuada respuesta al ataque de susenemigos, las semiparalizadas líneasde arqueros no tardarían endesbandarse o en ser aniquiladas porla ininterrumpida lluvia de flechas

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que se abatía sobre ellas. Desobrevenir la derrota de losflechadores aliados, los tecpanecascontarían con una ventaja insuperableque garantizaría plenamente suvictoria.

Aun cuando el Flechador delCielo tenía planeado encabezar a sustropas durante la fase central y másimportante del combate, motivo porel cual había juzgado conveniente noparticipar personalmente en la etapainicial del mismo, al observar eladverso cariz que estaban tomandolos acontecimientos cambió

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rápidamente su determinación ydecidió hacerse cargo personalmentede la dirección de los arqueros.

El promontorio donde seencontraba Moctezuma - situado alfrente y un poco a la derecha de laslíneas aliadas -, que le resultara tanútil hasta ese momento como lugar deobservación, planteaba ahora alguerrero azteca un serio problemapara su movilización, ya que si seencaminaba directamente haciadonde se encontraban sus tropas, encuanto abandonase su seguro refugiosería un fácil blanco para cuanto

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proyectil descasen lanzarle loscercanos flecheros tecpanecas, por elcontrario, si para evitar losproyectiles enemigos efectuaba unlargo rodeo, perdería un tiempo quemuy bien podía resultar decisivo.

Tras de impartir algunasórdenes a los oficiales que leacompañaban, tendientes a evitar quecundiese la desorganización en elejército aliado si ocurría su muerte,el Flechador del Ciclo salió delrefugio y con paso tranquilo y firmese dirigió en línea recta hacía ellugar donde se encontraban sus

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abatidos arqueros. Una andanada deflechas pasó silbando por arriba desu cabeza casi en el instante mismode iniciar la marcha. Era evidenteque la orden de lanzar aquellosproyectiles había sido dada antes deque los tecpanecas vieran aMoctezuma, pues la trayectoriaseguida por las flechas no incluíatodavía a la figura del guerrero.

El primero en darse cuenta de lainesperada aparición de Moctezumafue el herido capitán de texcoco, quecon sobrehumanos esfuerzos ypatéticos ademanes continuaba

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tratando de dirigir a los arquerosaliados. Comprendiendo que lallegada de Moctezuma lo liberaba deuna responsabilidad que habíasabido sobrellevar por encima de lamás rigurosa exigencia, elensangrentado rostro del texcocanoreflejó una profunda expresión dealivio en el momento mismo en querodaba por tierra entre estertores deagonía.

Mientras el Flechador del Cielocontinuaba su solitaria marcha, subien adiestrado oído percibió contoda claridad lo que ocurría a sus

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espaldas, escuchó el ruido producidopor las cuerdas de los arcostecpanecas al ser tendidos almáximo, enseguida oyó elcaracterístico vibrar que se produceen las cuerdas en el momento delanzar las flechas, así como el agudosilbar de innumerables proyectilesque cruzaban velozmente el aire endirección a su persona.

Sin acelerar el paso,Moctezuma rogó a los dioses que lacompacta armadura laboriosamentetejida para él por la bella Citlalminaresultase eficaz. El impacto de

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numerosos proyectiles -golpeando eincrustándose en las más diversasregiones de su armadura- le hizotambalearse y estuvo a punto dederribarle, sintió un ligero escozoren varias partes del cuerpo y supusoque aun cuando varias flechas habíantraspasado la armadura, sólo habíanllegado a arañar superficialmente lapiel pero no a herirle de gravedad.

Con incontables flechasclavadas en su armadura, semejandouna especie de extraño y gigantescoerizo, Moctezuma concluyó surecorrido y llegó ante los paralizados

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flechadores aliados. Aquéllos deentre éstos que pudieron observar decerca su rostro, se sorprendieron antela expresión de serena tranquilidadcontenida en las facciones delguerrero; nada en él, salvo lasflechas que, cual singular adorno,sobresalían de su armadura, denotabaque acababa de burlar a la muertemediante espectacular hazaña.

Al mismo tiempo que sobretenochcas y texcocanos se abatía unanueva andanada de flechas enemigas,llegó hasta ellos la enérgica voz deMoctezuma dando órdenes para la

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continuación del combate; bajo suinflujo, los desmoralizados guerrerosse sintieron infundidos de un nuevovigor, recuperando rápidamente laconfianza perdida. Muy pronto lacoordinación de los arqueros aliadosquedó restablecida, sus proyectilespartían con tanto ímpetu y con tanbuena puntería como los quearrojaban los tecpanecas.

El reñido duelo entre losarqueros prosiguió largamente,ocasionando fuertes bajas en ambaspartes. El equilibrio logrado en lalucha no permitía predecir ninguna

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otra posibilidad que no fuera elcompleto exterminio de losrespectivos contingentes de arqueros;en vista de lo cual, Maxtla ordenóque entrase en acción el grupocentral y más numeroso de suejército.

Acatando de inmediato lasórdenes recibidas, las diezmadasfilas de flecheros tecpanecas seretiraron en buen orden del campo debatalla, pasando a incorporarse a lasfuerzas de reserva. Por su parte, elgrueso del ejército de Maxtla inicióun avance en masa con la evidente

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intención de envolver a suscontrarios.

La actitud de las tropas aliadasparecía propiciar en formainexplicable los propósitostecpanecas, pues alejándose de lacercana zona boscosa y adentrándosecada vez más en la dilatada llanura,tenochcas y texcocanos marchaban enlínea recta al encuentro de susenemigos.

Los veloces espías de Maxtla,que a riesgo de ser capturadosobservaban desde las cercanías delas tropas aliadas los movimientos

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ejecutados por éstas, sesorprendieron cuando se dieroncuenta de que marchando en pos delos guerreros, el pueblo azteca seadentraba también en la llanura, loque obviamente lo exponía a quedarcercado y sin ninguna posibilidad deescapatoria en cuanto los tecpanecasconcluyesen su amplia maniobraenvolvente.

Al continuar su avance, losbatallones aliados -encabezados porItzcóatl y Nezahualcóyotl- llegaron allugar donde acababa de desarrollarseel feroz encuentro entre los arqueros.

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Sin interrumpir su marcha, las tropasvitorearon en forma entusiasta a losmaltrechos flechadores,testimoniándoles así su admiraciónpor el esfuerzo y valor desplegadosen su recién terminadoenfrentamiento con los diestrosarqueros tecpanecas.

Mientras Moctezumareorganizaba a los arqueros que aúnse encontraban en situación decontinuar combatiendo, la poblacióncivil se encargaba, con granceleridad y presteza, de recoger a losheridos y a los muertos y de sustituir

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los arcos y flechas de los guerrerospor lanzas y escudos. Una vezconcluidas sus labores de asistenciaa los guerreros, los civiles iniciaronuna maniobra al parecer absurda: conlargas escobas de recias varascomenzaron a barrer el suelo,levantando con ello enormespolvaredas.

Instantes después se inició unadoble marcha en direccionesopuestas. La mayor parte de lasreorganizadas tropas de arquerosaliados, portando sus nuevospertrechos y bajo la dirección de

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Moctezuma, se dirigieron al frente enseguimiento del resto del ejército.

La población civil, en unión desetecientos guerreros al mando deTlacaélel, comenzó a alejarse delcampo de batalla a la mayorvelocidad posible, encaminándose ala región boscosa situada en lasproximidades de la llanura dondetenía lugar el encuentro. Las densasnubes de polvo que los tenochcascontinuaban levantando con susenormes escobas, impidieron a losespías tecpanecas percatarse del

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hecho de que confundidos entre lapoblación civil que abandonaba elcampo de batalla iban tambiénalgunos guerreros.

Aún no se disipaban las nubesde polvo levantadas por el puebloazteca en su precipitada retirada,cuando el ejército tecpaneca terminóde cerrar el enorme círculo en cuyointerior -formando una especie decompacto núcleo- quedaronapresadas las fuerzas aliadas. Ladistancia que mediaba entre amboscontendientes era ya tan escasa queunos a otros podían distinguirse los

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rostros sin mayor dificultad.Tenochcas y texcocanos habíanestrechado al máximo sus filas,adoptando una cerrada posicióndefensiva. El ejército de Maxtladetuvo momentáneamente su marcha,para luego, con ímpetu similar al deun huracán devastador, lanzarse condesatada furia sobre sus oponentes.

El choque fue terrible.Incontables guerreros fueron puestosfuera de combate desde el primermomento. Muertos y heridosquedaban tendidos en el lugar dondese desplomaban y eran pisoteados sin

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misericordia por el resto de loscombatientes, atentos tan sólo ainferirse el mayor daño posible unosa otros, poniendo en ello unafrenética ferocidad que producíaestragos en ambos bandos.

El campo de batalla setransformó al instante en ungigantesco remolino cuyo centroatraía y devoraba a los guerreros conincreíble velocidad. Ninguno de losparticipantes en la lucha recordabahaber presenciado un encuentro tanimplacable y despiadado. El combatese prolongaba sin que se produjese

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una sola captura de prisioneros. Eraobvio que se luchaba buscando no larendición, sino el exterminio deladversario.

Combatiendo siempre en loslugares de mayor peligro y animandode continuo a sus tropas con suesforzado ejemplo, Itzcóatl yNezahualcóyotl eran la encarnaciónmisma del arrojo y la valentía. Envarias ocasiones estuvieron a puntode sucumbir ante el númeroarrollador de sus contrarios,quedando, incluso, más de una vezcercados por enemigos que les

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atacaban por doquier, pero en todoslos casos, la reacción desesperadade sus leales más próximos habíavenido a rescatarlos de una muerteque, momentos antes, parecíainevitable.

La inconfundible figura deMoctezuma, con su armadura erizadade saetas, parecía multiplicarse yestar en todas partes infundiendodeterminación y confianza con susola presencia. Dando órdenes eindicaciones siempre oportunas ycombatiendo sin cesar coninsuperable destreza, el Flechador

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del Cielo era a un mismo tiempo elcerebro y el alma del ejército aliado.

Un guerrero tecpaneca llamadoMázatl, famoso por su invenciblefortaleza y descomunal corpulencia,logró llegar hasta el sitio donde elFlechador del Cielo sembraba elsuelo de oponentes. El duelo de losdos colosos se entabló al instante.Ante la inmensa mole del tecpaneca,la recia y compacta figura deMoctezuma semejaba un jaguarluchando contra una enorme ymovediza roca. Un golpe demoledordel enorme macuahuitl que cual

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ligero carrizo empuñaba Mázatl hizovolar en pedazos el escudo deMoctezuma. Haciendo gala de sugran agilidad y de su experimentadapericia en los combates cuerpo acuerpo, el Flechador del Cielo fuecansando lentamente a su peligrosocontrincante a base de incesantesataques y de rápidas retiradas,logrando evadir siempre, enocasiones por un mínimo margen, losfuertes golpes de su adversario. Trasde un último y desesperado intentopor acabar con su inasible rival deun solo y mortífero golpe, el

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gigantesco tecpaneca rodó por tierra,sangrando de incontables heridas.

El tiempo transcurría y labatalla continuaba con granintensidad. Los ejércitos aliados,cercados por todos lados, semantenían tenazmente aferrados alterreno, rechazando asalto tras asaltode sus enemigos. Tal parecía queaquel reñido encuentro podríaprolongarse indefinidamente sin queninguno de los contendientes lograsela victoria; sin embargo, al comenzara declinar la tarde, la superioridadnumérica de las huestes de Maxtla

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empezó a rendir sus frutos. Mientraslos huecos dejados en las filastecpanecas a causa de los guerrerosmuertos, heridos, o simplementeextenuados por la incesante lucha,eran de inmediato llenados pornuevas y descansadas tropas, losaliados se veían obligados, paraevitar la ruptura de sus posiciones, aestrechar continuamente sus líneas,única medida de que disponían parallenar el vacío dejado en ellas por elsiempre creciente número de bajas.Por otra parte, no sólo el espacio deque disponían las tropas aliadas era

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cada vez menor, sino que conformeavanzaba el tiempo, una gran parte desus componentes comenzaban a darseñales de un completo agotamiento,debido al tremendo esfuerzo quehabían venido realizando a lo largode toda la jornada.

Los generales tecpanecas quecon atenta mirada contemplaban eldesarrollo del encuentro, sepercataron del cansancio quecomenzaba a hacer presa del ejércitoaliado y solicitaron a Maxtla queordenase la intervención de lasfuerzas de reserva aún disponibles,

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con objeto de acelerar la destruccióndel enemigo y garantizar plenamenteel triunfo tecpaneca.

El Rey de Azcapotzalco,desconfiado y receloso pornaturaleza, no se decidía a lanzar susúltimas tropas al combate. Las nubesde polvo levantadas por la poblacióntenochca al abandonar el campo debatalla, le hacían temer laposibilidad de una maniobratendiente a ocultar la retirada detropas que muy bien podían retornaren cualquier momento. Sus generalesopinaban lo contrario, para ellos

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aquella extraña conducta sóloperseguía el propósito de causardesconcierto y de obligarles amantener paralizadas buena parte desus fuerzas a la espera de unas tropasinexistentes, pero aún en el supuesto,concluían, de que los aliadosmantuviesen escondidas algunasfuerzas de reserva, el número deéstas debía ser en extremo reducido -a juzgar por la totalidad de loscombatientes aliados enzarzados enla lucha- de manera que su posibleintervención en la última fase de labatalla no podría cambiar el ya

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predecible resultado final de lamisma.

Con objeto de vencer laoposición de Maxtla al empleo desus reservas, los generales lehicieron notar que no estaba yalejana la llegada de la noche: si elejército aliado no era aniquiladoantes de que concluyese el día, secorría el riesgo de que bajo elamparo de las tinieblas aztecas ytexcocanos lograsen romper el cercotecpaneca y refugiarse enTenochtítlan, prolongando con elloun conflicto que muy bien podía

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quedar plenamente resuelto enaquellos momentos. A regañadientes,el tirano ordenó la entrada en acciónde sus últimas tropas de reserva.

La llegada al campo de batallade importantes contingentes derefresco se dejó sentir de inmediatoen el desarrollo del combate. Elejército tecpaneca percibió con todaclaridad que tenía la victoria alalcance de la mano, e infundido denuevos y renovados bríos incrementósu ataque. Las tropas aliadas,sobrepasado el límite de sus fuerzas,comenzaron a resultar impotentes

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para resistir la incesante avalanchaque pesaba sobre ellas. De pocoservía ya que Itzcóatl,Nezahualcóyotl y Moctezuma,continuasen dando ejemplo de unasobrehumana resistencia, hilvanandouna tras otra increíbles proezas devalor y conservando la vida en formadel todo inexplicable, sus guerrerosiban siendo implacablementevencidos, no por carencia de arrojo,sino por sobra de agotamiento. Latotal destrucción del ejército aliadoera ya sólo cuestión de tiempo.

En el cercano claro del bosque

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en donde se encontraba el puebloazteca -en unión de Tlacaélel y desetecientos guerreros- prevalecía unaenorme tensión y una angustiosaincertidumbre. En virtud de ladisposición de los ejércitoscombatientes -los aliados en elcentro y los tecpanecas acosándolospor todos lados- resultaba imposiblepara los observadores ubicados en elbosque poder percatarse deldesenvolvimiento de la lucha, ya quelo único que alcanzaban a contemplareran los incesantes movimientos quetenían lugar en la retaguardia de las

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tropas tecpanecas.El nerviosismo motivado por el

desconocimiento de lo que ocurría enel campo de batalla era de tal grado,que de no ser por la presencia deTlacaélel, tanto el pueblo como elpequeño contingente de soldadoshabrían abandonado gustosos suescondite en el bosque para lanzarsehacia el lugar donde tenía lugar elencuentro. En medio de aquelambiente de mal reprimida zozobra,la imperturbable presencia de ánimode que hacía gala el Portador delEmblema Sagrado constituía la base

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inconmovible a la que se asían lasesperanzas de liberación de todo elpueblo tenochca. Alrededor delmediodía, Tlacaélel anunció queantes de retornar al campo de batallatransmitiría un mensaje detrascendental importancia. Suspalabras provocaron una granexpectación, e incrementaron aúnmás el ya casi irresistible anhelocomún de marchar cuanto ante alsitio donde se desarrollaba elencuentro.

En el improvisado campamentotenochca, la esposa del capitán

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azteca muerto al frente de losarqueros aliados al iniciarse elcombate se debatía en dolorososespasmos que presagiaban unpróximo y difícil alumbramiento. Lasparteras que le acompañaban, tras dereprenderle por no haberse quedadoen Tenochtítlan, procurarondesentenderse del asuntoconvencidas de que su intervenciónresultaría inútil, pues el nacimientose anunciaba con problemas quejuzgaban insuperables. Por otraparte, ninguna de ellas quería dejarde participar en el ya inminente

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retorno de todo el pueblo azteca alcampo de batalla. Al lado de lainfeliz mujer permanecía tan sóloCitlalmina, brincándole la ayuda quele era posible en aquellas difícilescircunstancias.

Provenientes de distintosrumbos, dos jadeantes y sudorososadolescentes -integrantes de losgrupos encargados de vigilar desdecerca lo que ocurría en elcampamento enemigo- llegaron casisimultáneamente ante Tlacaélel, susinformes eran coincidentes: lostecpanecas habían lanzado a la

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batalla sus tropas de reserva. Deinmediato Tlacaélel ordenó a puebloy guerreros que se aprestasen para lamarcha. Los soldados se agruparonen tres cerrados batallones. Elpueblo se formó ordenadamentedetrás de los guerreros.

La insoportable tensión quedominaba a todos los tenochcasaumento aún más, cuando observaronal Azteca entre los Aztecasencaminarse a una ligeraprotuberancia del terreno con laevidente intención de dirigir desdeaquella eminencia su anunciado

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mensaje.Al igual que en la primera

ocasión en que hablara ante supueblo, el Portador del EmblemaSagrado parecía haber sufrido unamisteriosa y profundatransformación: su ser constituía unaespecie de vibrante energía cuyasemanaciones se esparcían pordoquier. La presencia de fuerzassuperiores a punto de manifestarse sepercibía claramente en el ambiente.En forma intuitiva, todos lospresentes comprendían que estaban apunto de participar en un hecho de

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inusitada trascendencia.Tlacaélel levantó el brazo

señalando hacia el campo de batalla,mientras de sus labios salía una solapalabra tres veces repetida:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

El heredero de Quetzalcóatlacababa de pronunciar en público,por vez primera en la historia, elnombre secreto del territorio endonde a través del tiempo habíansurgido una y otra vez prodigiosas

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civilizaciones. Aquel vocablo eratenido como el más sagrado de todoslos conjuros pronunciados por losSumos Sacerdotes de Quetzalcóatl enceremonias religiosas cuyacelebración ignoraba el común delpueblo. El significado de aquellapalabra era doble, por una partesimbolizaba la expresión delprincipio de dualidad existente entodo lo creado -manifestado por lapresencia en el cielo del sol y laluna- y por otra, el ideal de alcanzarla unidad y la superación de lahumanidad, mediante la integración

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de una sola y armónica sociedad enla cual quedasen superadas lascontradicciones que separan a losdiferentes grupos humanos. Lasabiduría y los anhelos de variosmilenios de cultura, sintetizados enuna sola palabra.

2A pesar de que nadie de entre

los que escuchaban a Tlacaélelconocía el profundo significado deaquel misterioso y ancestral vocablo,presintieron al instante que se tratabade un conjuro, de una palabra

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símbolo, capaz de permitir lacreación de un puente espiritual entreel ser humano y las fuerzassuperiores que lo trascienden.

Todavía vibraba en el aire eleco de la palabra triplementepronunciada por la poderosa voz deTlacaélel, cuando pueblo yguerreros, impulsados por unirresistible anhelo surgido de lo másprofundo de su ser, comenzaron a suvez a repetir con recio acento:

¡Me-xihc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

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La incesante repetición de laenigmática palabra, resonando encada nueva ocasión con mayor vigor,parecía ir borrando rápidamente enquienes la pronunciaban no sólo susentido de individualidad en relacióncon los demás, sino también suconciencia de diferenciación con losrestantes elementos del Universo: latierra y los árboles, el agua y la luz,las rocas y los dioses, no eran yaalgo ajeno y distinto a ellos mismos,sino que todos formaban parte de unpoderoso espíritu único, del cual

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eran voluntad y expresión conscienteen aquellos momentos.

Sin dejar de pronunciar lapalabra-símbolo, los aztecas salierondel bosque y penetraron en ladilatada llanura donde se libraba elcombate. Una vez más, mujeres,niños y ancianos, hicieron uso de lasenormes escobas que portabanlevantando con ellas densas nubes depolvo mientras se aproximaban alcampo de batalla.

En el interior del cada vez másestrecho círculo tendido por lastropas tecpanecas en torno a las

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fuerzas aliadas, la lucha comenzaba atransformarse en simple carnicería.A pesar de su indeclinable valentía,las agotados guerreros deTenochtítlan y Texcoco iban siendoexterminados con creciente rapidezpor las descansadas tropas dereserva que los tecpanecas habíanlanzado al combate.

Cuando todo parecía indicar lainminente derrota del ejército bajo sumando, Moctezuma comenzó aescuchar en la lejanía, primero enforma apenas audible pero luego conclara precisión, la afirmación

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insistente de una misma palabra:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

El Flechador del Cieloconcluyó que los dueños de aquellasvoces no podían ser otros sino elpueblo y los guerreros bajo el mandode Tlacaélel, que de acuerdo con loconvenido, retornaban al campo debatalla a intentar un súbito cambio enel desarrollo del encuentro. Sin dejarde combatir un solo instante,Moctezuma elevó su voz por sobre el

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fragor de la lucha, para afirmar conrecio y desesperado acento:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

Los desfallecientes guerrerosaliados parecieron presentir que laenunciación de aquella misteriosa ydesconocida palabra entrañaba laúnica perspectiva de salvación; y convoces que denotaban entremezcladossentimientos de angustia y esperanza,clamaron al unísono:

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¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

Por sobre encima de la barrerade fuerzas enemigas que lesseparaban, las voces de los sitiadosse unieron a las de los reciénllegados, formando un solo ygigantesco coro:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

El ancestral conjuro,pronunciado una y otra vez con tan

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ferviente emotividad que impedía lamás leve monotonía, parecía a unmismo tiempo descender de lo altode los cielos y brotar de lasprofundidades de la tierra. Suretumbante acento impregnaba elcampo de batalla, transformándolo enuna especie de recinto en donde teníalugar una sagrada ceremonia:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

Las tropas tecpanecas,sorprendidas ante la inesperada

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aparición de contingentes contrarioscuya existencia ignoraban, detuvieronsu avasallador avance sin abandonarpor ello su ordenada formación. Anteel inminente ataque de que iban a serobjeto, los soldados de Maxtlasituados en la retaguardia dieron unaapresurada media vuelta para hacerfrente a las nuevas fuerzas surgidas asus espaldas.

Envueltos entre densas nubes depolvo que impedían a cualquierobservador percatarse de lo escasode su número, los setecientosguerreros aztecas encabezados por

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Tlacaélel atacaron con furiaincontenible la retaguardia delejército tecpaneca. El pueblotenochca, arrastrando siempre suslargas escobas, volvió a alejarse delcampo de batalla, dirigiéndose enlínea recta a la cercana ciudad deAzcapotzalco.

Abriéndose paso por entre lasfilas de sus confundidos oponentes,las tropas bajo el mando deTlacaélel traspasaron el cercotecpaneca y llegaron hasta el lugardonde se encontraba el ejércitoaliado. Los diezmados batallones de

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tenochcas y texcocanos abrieronmomentáneamente su cerradaformación defensiva para formar unlargo pasadizo interno por el cualavanzaron a todo correr los reciénllegados. Tras de atravesar su propiocampo, Tlacaélel y los guerreros quele acompañaban chocaron con lastropas tecpanecas situadas en ladelantera. Los soldados de Maxtlaeran presa del desconcierto productode la sorpresa y la desilusión:cuando creían tener ya la victoria alalcance de la mano y sólo restabaterminar de liquidar a sus

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desfallecidos oponentes, aparecíansurgidos quién sabe de dónde nuevosbatallones de descansados yaguerridos combatientes que lesatacaban por todos lados.

Aprovechando el transitoriodescontrol que paralizaba a susadversarios, las tropas del Portadordel Emblema Sagrado lograron denueva cuenta perforar el cercotecpaneca, arrollando a todo aquelque se oponía a su avance. Una veztranspuestas las líneas enemigas,Tlacaélel y sus acompañantescomenzaron a alejarse del campo de

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batalla encaminándose rumbo a laCiudad de Azcapotzalco. Muy prontodieron alcance al pueblo azteca quemarchaba con idéntica dirección, yunidos pueblo y guerreros,continuaron avanzando con granprisa.

La repentina irrupción en elcampo de batalla de las fuerzas bajoel mando de Tlacaélel, seguida de suinmediata desaparición, pareció serla esperada señal que aguardabantodos los integrantes del ejércitoaliado para iniciar una generalizadacontraofensiva. Superando el

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agotamiento que les dominaba a basede voluntad y entusiasmo, tenochcasy texcocanos contraatacaron conrenovado ímpetu, en un claro ydesesperado esfuerzo tendiente aromper el apretado cerco mantenidopor los tecpanecas a lo largo delencuentro.

La inesperada reacción aliadacambió rápidamente la faz delcombate. En incontables sitios elcerco quedó roto, y en lugar de dosejércitos combatiendo en un biendelimitado frente, la lucha setransformó en un sin fin de pequeños

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encuentros, sostenidos por gruposreducidos que en medio del máscompleto desorden se destrozabanunos a otros, sin que nadie pudiesedeterminar cuál de los dos bandosestaba logrando sacar la mejor parteen aquella lucha caótica y feroz.

Si bien la ruptura del cercosignificaba que la estrategiatecpaneca tendiente a lograr ladestrucción total de las fuerzasaliadas había fracasado, de ello nose infería la necesaria derrota delejército de Maxtla, cuyoscontingentes, por el hecho de

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continuar siendo más numerosos quelos aliados, seguían contando con unadecisiva ventaja que muy bien podríapermitirles terminar imponiéndose.Así lo entendían los oficialestecpanecas que continuabanarengando a sus tropas a seguirluchando sin desmayo, y así loentendía también el común de lossoldados bajo su mando, que graciasa la disciplina y al espíritu de luchaque caracteriza a los combatientesprofesionales, lograron prontorecuperarse parcialmente deldesaliento que les dominara al ver

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frustradas sus esperanzas de unacercana victoria y continuaronpeleando con denuedo.

Mientras la lucha en el campode batalla seguía desarrollándose enmedio de una creciente anarquía,Tlacaélel y sus seguidores llegaban alas afueras de la Ciudad deAzcapotzalco. En la capitaltecpaneca reinaba un confiadooptimismo sobre el resultado delcombate que se libraba en lascercanías de la ciudad.Acostumbrados a los reiteradostriunfos de su ejército, los habitantes

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de Azcapotzalco daban por segura laderrota de los rebeldes. Losnumerosos mensajeros llegados delfrente a lo largo del día, no habíanhecho sino confirmar lo que todossuponían: a pesar de la desesperadaresistencia que estaban presentandolas fuerzas enemigas, éstas ibansiendo vencidas en forma lenta perosegura.

Repentinamente, los vigíasapostados en las entradas deAzcapotzalco observaron conextrañeza la proximidad de uncontingente humano que rápidamente

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se acercaba a la ciudad. La largaestela de polvo dejada en su avancepor los desconocidos indicaba muyclaramente su elevado número. Encuanto los vigías se dieron cuentaque los recién llegados erantenochcas, comenzaron a esparcir lavoz de alarma, sembrando el temor yla confusión entre los moradores dela capital tecpaneca.

Al marchar Maxtla con sustropas al combate, había dejado paraproteger Azcapotzalco tan sólo unoscuantos batallones de guerreros, loscuales, sorprendidos ante la

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inesperada aparición de susenemigos, concluyeron que sehallaban frente a la totalidad de lasfuerzas aliadas, que tras de aniquilaral ejército tecpaneca en el campo debatalla se disponían a ocupar laciudad.

En vista de la, al parecer,aplastante superioridad de susadversarios, los oficiales tecpanecasque mandaban la guarniciónconsideraron inútil tratar deimpedirles la entrada a la ciudad yoptaron por ordenar a sus fuerzas sereplegaran al cuartel central, con

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objeto de fortificarse en su interiormientras analizaban las propuestasde rendición. Ni siquiera estamaniobra pudo efectuarse en formaorganizada, pues a la entrada delcuartel aguardaban varios sacerdotesde elevada jerarquía, que a grandesvoces exigieron a las tropas dirigirseal Templo Mayor para hacerse cargode su defensa. Después de unaviolenta discusión entre sacerdotes ymilitares, la mayor parte de losguerreros se introdujeron en elcuartel, mientras el resto de suscompañeros se encaminaba, en unión

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de los sacerdotes, hacia la altapirámide en cuya cima estabaedificado el templo principal de laciudad. Aterrorizada y presagiandolo peor, la población civil semantenía oculta dentro de sus casas.

En tanto que el pueblo aztecadetenía su marcha y aguardaba en lasafueras de Azcapotzalco, Tlacaélel ysus guerreros penetraban en la ciudady tras de recorrer sus desérticascalles llegaban ante las escalinatasdel Templo Mayor. Los soldados ylos sacerdotes tecpanecas, ubicadosen la parte superior del edificio,

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comenzaron de inmediato a lanzaruna furiosa lluvia de proyectiles encontra de los tenochcas, pero éstos,haciendo caso omiso de las bajas quesufrían, ascendieron a toda prisa losempinados peldaños de la elevadaescalera y trabaron combate cuerpo acuerpo con los defensores deltemplo. El encuentro fue breve yferoz. Los tecpanecas combatíanposeídos por una frenéticadesesperación, varios de sussacerdotes, al darse cuenta de lainminencia de la derrota, searrojaron al vacío. Tras de rodar por

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los inclinados muros de la pirámide,sus cuerpos quedaron inertes al piede la gigantesca construcción.

Una vez que lograron terminarcon todos sus enemigos, los aztecasincendiaron el templo, prendiéndolefuego por los cuatro costados. Alimpulso del viento las llamas seextendieron rápidamente y muypronto toda la parte superior de lapirámide era presa de enormesllamaradas.

Conseguido su empeño,Tlacaélel y sus acompañantes sedirigieron sin pérdida de tiempo al

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cuartel central de la ciudad. Dado loreducido de su número, era obvioque resultaría contraproducentecualquier intento de asalto a lafortificación, así pues, los aztecas secontentaron con lanzarperiódicamente certeras andanadasde flechas contra las ventanas deledificio, maniobrando de continuo ensu contorno, para hacer creer a susocupantes que se encontrabancercados por fuerzas considerables.

Las enormes llamas queenvolvían al Templo Mayor deAzcapotzalco iban a producir

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repercusiones de trascendentalesconsecuencias en el desarrollo delprolongado combate que se librabaen las cercanías de la ciudad. Alpercatarse del incendio que consumíaal templo, todos los integrantes delejército de Maxtla llegaron a laconclusión de que fuerzas enemigasse habían apoderado de la ciudad. Elabatimiento y el desaliento máscompletos cundieron de inmediatotanto entre los tecpanecas como entrelos diversos contingentes de tropasmercenarias que luchaban en sucompañía, cuyos jefes, convencidos

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de que la pérdida de la ciudadimposibilitaría a Maxtla el podercumplir los compromisos con ellosadquiridos, se dieron a la tarea deorganizar cuanto antes la retirada desus respectivas fuerzas, labor nadafácil, dada la característica debatalla campal que había adquiridoe] encuentro.

Mientras las tropas mercenariasiban abandonando el campo debatalla -en medio de una grandesorganización y acosadascontinuamente por sus contrarios- losguerreros aliados se agruparon con

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gran celeridad en dos nutridoscontingentes. Los tenochcas, bajo ladirección de Moctezuma y deItzcóatl, se dirigieron en línea recta ala ciudad de Azcapotzalco, en dondese unieron a las reducidas fuerzas deTlacaélel y en rápido asalto seapoderaron del cuartel centralenemigo. Los texcocanos, a cuyofrente continuaba el príncipe poetacon su armadura hecha girones,iniciaron un incontenible avance endirección al lugar en donde seencontraban Maxtla y su guardiapersonal. Al ver avanzar a su temido

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rival arrollando a todo aquel que seatrevía a interponerse en su camino,el tirano optó por emprender unaveloz huida, actitud que muy prontofue secundada por los restos de suderrotado ejército.

Las sombras de la noche, aldescender sobre el campo de batalla,dieron fin al combate impidiendo lapersecución de los vencidos yfacilitando a éstos su fuga.

Desde el cercano bosquepróximo al campo de batalla,Citlalmina contemplaba ladesordenada retirada de las tropas

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tecpanecas y el triunfal avance de lostenochcas rumbo a la capitalenemiga. El difícil parto queatendiera sin la ayuda de nadie habíaconcluido y una robusta criaturacomenzaba a llorar entre sus brazos,sin embargo, y a pesar de todos susesfuerzos por impedirlo, la madre sedesangraba y era evidente que estabaa punto de perecer.

- ¿Qué fue? -inquirió la infelizmujer con débil voz cargada deternura.

- Es un niño -respondióCitlalmina.

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- Quiero que vea cómo triunfannuestras tropas -afirmó la madremientras sentía que la vida se leescapaba rápidamente.

Citlalmina se puso de pie ydirigió el sollozante rostro delpequeño hacia el campo de batalla,semicubierto ya por las tinieblas dela noche, después, con recia voz queresonó con acentos proféticos, hablóasí al recién nacido:

Llegarás a ser un guerreroejemplar y tus ojos no verán nuncala derrota de los tenochcas.

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Contemplando a su hijo conplácida expresión de maternalalegría, la madre expiró víctima deincontenible hemorragia. Citlalminaocultó el cadáver lo mejor que pudoentre el denso follaje y emprendióenseguida el camino de retorno aTenochtítlan, en unión de su pequeñacarga.

Mientras cruzaba el solitario ysilencioso bosque a través deestrechas veredas que le eranfamiliares desde su infancia,Citlalmina iba meditando sobre los

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importantes cambios que para elmundo náhuatl habrían de derivarsede la victoria obtenida por su puebloen aquella decisiva jornada. En elvigoroso llanto del recién nacido,cuyos padres habían muerto el mismodía en diferentes clases de combate -contra el enemigo y en la lucha portraer un nuevo ser al mundo-, lajoven tenochca veía simbolizados losprimeros balbuceos del poderosoespíritu encarnado en el puebloazteca, espíritu que ahora, en virtuddel triunfo logrado en el campo debatalla, podría al fin comenzar a

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manifestarse plenamente.

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Capítulo XII

CIMENTANDO UN IMPERIO

El ejército de Maxtla constituíala base sobre la cual se sustentaba elpoderío tecpaneca; al ser derrotado,el predominio de Azcapotzalco llegóa su fin.

Acompañado de las escasasfuerzas que aún le continuaban

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siendo leales en la desgracia, elantaño poderoso monarca tecpanecase refugió en la ciudad deCoyohuácan e intentó entablarpláticas de paz con sus vencedores;pero éstos no estaban dispuestos aperder en negociaciones lo ganado enel campo de batalla. Después deocupar Azcapotzalco la misma nochedel encuentro, tenochcas ytexcocanos dirigieron suscombinados ejércitos a Coyohuácan,posesionándose de la ciudadmediante un rápido y biencoordinado asalto.

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Sabedor de la suerte que leaguardaba, Maxtla trató inútilmentede evadir su destino escondiéndoseen un abandonado baño de temascal,pero fue descubierto y perdió la vidaal pretender oponerse a sus captores.

La súbita desaparición de lahegemonía tecpaneca, que era el lazopor el que se mantenía integradadentro de una misma organizaciónpolítica a una gran parte de lospueblos de Anáhuac, motivó deinmediato múltiples reacciones entrelas poblaciones sojuzgadas. Primerouna oleada de júbilo sacudió a todos

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los pueblos vasallos al enterarse delo ocurrido, pero enseguida seprodujeron en diversos lugaresexpresiones de un mismo ygeneralizado deseo: constituir unagran variedad de pequeños Reinosdotados de plena autonomía. La tareade fijar los límites que habrían deabarcar cada una de estas entidadescomenzó a causar gravesdiscrepancias entre las distintaspoblaciones, muchas de las cuales seaprestaban ya a dirimir susdivergencias mediante el uso de lafuerza. Al parecer, estaba por

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iniciarse un nuevo periodo degeneralizadas contiendas dentro delmundo náhuatl, con la consiguienteanarquía devastadora que estasluchas habían traído consigo en elpasado.

La llegada de embajadores de lacapital azteca a todos los pueblosque habían sido tributarios de lostecpanecas produjo un nuevo giro enlos acontecimientos. Losembajadores eran portadores de undoble mensaje. Itzcóatl, Rey de losTenochcas, hacía saber a loshabitantes de estas poblaciones que

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como consecuencia de la victoriaobtenida sobre el Reino deAzcapotzalco, Tenochtítlan seconsideraba la natural heredera detodos los dominios que antañoposeyeran los tecpanecas. Por suparte, el Portador del EmblemaSagrado respaldaba con la autoridadmoral de su alta investidura laspretensiones del monarca azteca.

Los mensajes de Tlacaélel y deItzcóatl suscitaron reaccionesdiferentes entre los pueblos a los queiban dirigidos. Algunos de ellosconsideraron que lo más conveniente

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era aceptar desde un principio laexistencia de un nuevo centrohegemónico de poder y optaron poracatar la autoridad tenochca, otros,por d contrario, se negaronrotundamente a reconocer lasubstitución de autoridad queintentaban llevar a cabo los aztecas yse prepararon para la lucha; peroambos extremos constituían enrealidad una minoría, ya que lamayor parte de las poblacionesoptaron por no dar respuesta a losmensajes recibidos, manteniéndoseatentas al desarrollo de los futuros

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sucesos con el evidente propósito denormar su conducta conforme a éstos.

Actuando con la celeridad delrelámpago, las tropas aztecas bajo elmando de Moctezuma atacaron unatras otra las poblaciones rebeldes,derrotando en todos los casos losdesorganizados intentos deresistencia en su contra.Atemorizados por el empujeaparentemente irresistible delejército tenochca, todos losexvasallos de Azcapotzalco, quehasta esos momentos habíanmantenido una actitud vacilante ante

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las pretensiones aztecas, optaron poracatar de inmediato la supremacía deTenochtítlan.

Una vez logrado elreconocimiento de la autoridad delReino Azteca en los antiguosdominios tecpanecas, Tlacaélel juzgóllegado el momento de inicar algunasde las importantes reformas que teníaproyectadas.

La guerra contra Azcapotzalco,así como los combates libradosposteriormente con distintos pueblos,habían constituido una valiosaexperiencia militar para los

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tenochcas partícipes en dichosencuentros. Con base en ello y en elhecho de que los nuevos tributospagados por los pueblos reciénconquistados eran ya de regularcuantía, Tlacaélel juzgó factiblelograr en poco tiempo que una buenaparte de la población masculina delpueblo azteca, abandonando susanteriores trabajos, se consagraseexclusivamente a prepararse para elcombate, con objeto de constituir unejército profesional y permanente,que sustituyese el sistema deorganización militar seguido hasta

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entonces por los tenochcas, según elcual, todos los hombres que estabanen posibilidad de empuñar las armasdebían hacerlo al sobrevenir unconflicto, pero durante las épocas depaz podían dedicarse al desempeñode actividades que nada tenían quever con la guerra. Así pues, aquellosjóvenes aztecas que se hallabanconvencidos de poseer una decididavocación guerrera, ingresaron alejército que bajo la dirección deMoctezuma comenzaba rápidamentea integrarse.

Deseoso de comenzar a definir

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la índole de sus atribuciones dentrodel gobierno, Tlacaélel reinstituyó laexistencia de un antiguo cargó creadodesde la época de los primerostoltecas: el de "Cihuacóatl".

1 También dejó establecido quela autoridad del soberano azteca notendría nunca un carácter absoluto,sino que debería tomar en cuenta laopinión de los miembros de un"Consejo Consultivo" integrado porcuatro personas. Este organismo -delcual Tlacaélel sería el miembro másprominente- estaba facultado para

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privar al monarca de toda autoridadcuando éste adoptase una conductacontraria a los intereses del Reino.

Acontecimientos imprevistosinterrumpieron, transitoriamente, lalabor reformadora de Tlacaélel.Dentro de los confines del Valle delAnáhuac existía un señorío, el deXochimilco, que a pesar de suproximidad con la capital del ReinoTecpaneca no había sido nuncasojuzgado por Azcapotzalco, pues suriqueza y el valor de sus habitanteshabía despertado el respeto de suspoderosos vecinos, quienes se habían

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contentado con tenerlo de aliado envarias de sus empresas guerreras.

Recelosos los xochimilcas de lafuerza creciente que iba adquiriendoTenochtítlan, decidieron constituiruna alianza en su contra. Losseñoríos de Chalco, Cuitláhuac yMizquic -situados ya fuera de loscontornos del valle- se sumaron a laempresa de intentar poner un dique alavance azteca.

La guerra contra losxochimilcas y sus aliados fue unacontienda larga y difícil, sinembargo, la superior dirección

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militar de Moctezuma y la cada vezmayor capacidad combativa de lastropas aztecas -resultado de suincesante adiestramiento- fueronpoco a poco minando la moral de susadversarios. Tras de ser derrotadosen varios importantes y sangrientosencuentros, los coaligados perdierontoda esperanza de lograr ladestrucción de Tenochtítlan, ydesbaratando el mando unificado quehabían creado para la dirección desus tropas, optaron por una guerraestrictamente defensiva, en la quecada uno de los antiguos aliados

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actuaba por su propia cuenta,mientras intentaban entablarnegociaciones que les permitieranabandonar cuanto antes la funestaaventura en que se habíanembarcado.

La falta de coordinación en lasacciones enemigas facilitó deinmediato la labor del ejércitotenochca. Rechazandosistemáticamente cualquierposibilidad de un arreglo negociado,los aztecas sitiaron y tomaron porasalto las capitales de los cuatroseñoríos que habían pretendido

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contener su expansión.La conquista de Xochimilco

constituyó un triunfo que trajoconsigo consecuenciasparticularmente favorables. Tantopor la fertilidad de su suelo comopor la laboriosidad de sus habitantes,dicha región era considerada desdetiempo atrás como la productora deverduras más importante en todo elvalle, su incorporación a losdominios de Tenochtítlan dotaba aésta de una gran autosuficiencia enmateria de alimentos. Con miras afacilitar el transporte de mercancías

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entre ambas regiones, los aztecasdispusieron la construcción de unaamplia calzada que comunicaba aXochimilco con la capital azteca.

En cuanto Tlacaélel juzgósuficientemente consolidado eldominio tenochca sobre losterritorios recién adquiridos, volvióde nueva cuenta a concentrar suatención en las reformas que se habíapropuesto llevar a cabo. En estaocasión, el Portador del EmblemaSagrado consideró llegado elmomento de poner las bases sobrelas cuales habría de cimentarse la

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organización política del futuroImperio.

Según se desprendía de lalectura de los códices y de losinformes transmitidos por latradición, los sistemas deorganización política adoptadoshasta entonces podían reducirse atres.

El primero, y más elemental, erael de señorío o pequeño Reino, yconsistía en una entidad integradapor una población poco numerosa yde características homogéneas, en loreferente a idioma, religión y

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costumbres, asentada en un territoriode no muy extensas dimensiones.

El sistema de pequeños Reinosera el régimen de gobierno másantiguo de que se tenía memoria. Lascomunidades tendían de modo naturala retornar a esta forma deorganización en cuanto desaparecíael lazo unificador creado por unfuerte poder central que controlaseextensas regiones. Si bien en losmomentos en que Tlacaélel intentabainiciar sus reformas este régimenpolítico era el predominante,perduraba en la memoria de los

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pueblos de Anáhuac y de todas lasregiones circunvecinas el recuerdode los poderosos Imperios Toltecas.

La organización imperialrepresentaba la antítesis misma delrégimen anterior, su característicafundamental la constituía laexistencia de una fuerte autoridadcentral, cuya hegemonía abarcabaenormes territorios habitados porpueblos de muy diversaspeculiaridades, que conjuntaban susesfuerzos y energías en formacoordinada para la realización demetas comunes.

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La arraigada certidumbre -prevaleciente en todos los moradoresde las diferentes poblaciones- de quehabía sido durante los ImperiosToltecas cuando los seres humanoshabían alcanzado su más plenarealización, tanto en lo individualcomo en lo colectivo, originaba unapermanente añoranza de esas épocasfelices y un común anhelo, hastaentonces frustrado, de retornar a unsistema de gobierno semejante al quehabía contribuido a la consecuciónde tan elevados logros. En su calidadde Portador del Emblema Sagrado de

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Quetzalcóatl -y por lo tanto deheredero directo de la autoridad delos Emperadores Toltecas- Tlacaélelera el lógico representante de todaslas tendencias que propugnaban porel restablecimiento de la AutoridadImperial; sin embargo, el Aztecaentre los Aztecas no deseaba que elnuevo Imperio que proyectaba fuesetan sólo una simple copia de losanteriores, sino que intentabaaprovechar las experiencias delpasado para constituir un Imperio decimientos aún más sólidos yduraderos.

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Al analizar las diferentesformas de gobierno existentes en laantigüedad, Tlacaélel prestóparticular atención al sistema de"Confederación de Reinos",desarrollado por los pueblos de lalejana área maya; en dicho sistema,los Reinos, aun cuando conservabanplena independencia para efectosinternos, se manteníanvoluntariamente vinculados entre sícolaborando estrechamente en laresolución de una gran variedad deproblemas, que iban desde elintercambio de conocimientos en

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asuntos relacionados con laobservación celeste, hasta laedificación de templos y centrosceremoniales comunes.

La evidente efectividad delsistema de "Confederación deReinos" -puesta de manifiesto por lalarga supervivencia de esta forma degobierno y por las altas realizacionesalcanzadas por los pueblos mayas-motivó que Tlacaélel optase porintentar la creación de una nuevafórmula de organización política queconjugase las ventajas de estesistema con las derivadas de la

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existencia de un poderoso Imperio,esto es, decidió que antes de queTenochtítlan se convirtiese en elcentro de la Autoridad Imperial,debía primeramente aliarse con otrosReinos para constituir unaConfederación.

Una vez adoptada estadeterminación, quedaba por resolverel problema de cuáles podrían serlos aliados más convenientes paralos tenochcas. Los beneficiosobtenidos como resultado de lareciente alianza guerrera conTexcoco eran obvios, como lo eran

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también las ventajas que podríanalcanzarse a través de unacolaboración entre ambos Reinos queno se limitase a los asuntospuramente militares, sino queincluyese las más diversascuestiones. Así pues, la inclusión deTexcoco en la proyectada alianzaresultaba un hecho natural y lógico.

En contra de lo que cualquierahubiera podido suponer, Tlacaéleldecidió elegir como tercer miembrointegrante de la Confederación alReino de Tlacópan; constituido porpoblación de origen tecpaneca, y por

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consiguiente, enemiga reciente deTenochtítlan. La elección de taninesperado aliado no obedecía a unsimple capricho del Portador delEmblema Sagrado, sino a una biencalculada política de reconciliacióncon los tecpanecas, o másexactamente, con los múltiplessabios y artistas con que este pueblocontaba debido a los esfuerzosrealizados por sus autoridades parapreservar la valiosa herencia tolteca.La existencia de un Reino tecpanecadotado de un alto grado deindependencia -al impedir la

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emigración y consiguiente dispersiónde la clase culta de este pueblo-garantizaba la colaboración deimportantes sabios y artistas en larealización de toda clase de laboresculturales.

A través de largas pláticassostenidas entre los principalesconsejeros de Itzcóatl,Nezahualcóyotl y Totoquihuátzin -reyde Tlacópan-, fue quedandoestablecida la forma en que habría defuncionar la alianza que estaba porpactarse. Concluidas lasconversaciones, tuvieron lugar en

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diferentes poblaciones animadosfestejos populares para celebrar tanimportante acontecimiento y,finalmente, la Triple Alianza quedóplenamente formalizada por mediode una impresionante ceremoniareligiosa efectuada en la capitalazteca, en la que participaron los tresmonarcas ante la presencia delpueblo y de las más importantespersonalidades de Tenochtítlan,Texcoco y Tlacópan.

El Azteca entre los Aztecaspodía estar satisfecho de los sólidoscimientos que había construido como

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asiento del futuro Imperio. La TripleAlianza garantizaba a los tenochcasla amistad de dos importantespueblos cercanos a su capital, loscuales, por el hecho de ser aliados yno vasallos, habrían deproporcionarles una valiosacolaboración.

Apenas concluidos los festejoscelebrados con motivo de laconcertación de la Triple Alianza,Tlacaélel se propuso iniciar la tareaque calificaba como la más altamisión que intentaría realizar en suvida -superior incluso a la

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construcción de un Imperio-, o sea lacreación de un vigoroso movimientode renovación espiritual, quepermitiese nuevamente a los sereshumanos participar activamente en lalabor de colaborar a un mejordesarrollo del Universo.

Para dar cumplimiento a tandifícil tarea, el Portador delEmblema Sagrado decidió solicitarla ayuda de los dirigentes de lasdiferentes organizaciones religioso-culturales existentes en el mundonáhuatl y en las regiones próximas almismo.

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Convocados por medio de loseficaces mensajeros tenochcas yprocedentes de las más diversasregiones, importantes dirigentes deuna gran variedad de organizacionesreligioso-culturales comenzaron aconcentrarse en Tenochtítlan. Lamayor parte de los recién llegadospertenecían a instituciones surgidasen donde antaño florecieran losImperios Toltecas, sin embargo,había también representantes deorganizaciones existentes en lasfértiles tierras del hule próximas almar, así como destacados dignatarios

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que habitaban en lejanas ymontañosas regiones. En esta forma,congregados por el Heredero deQuetzalcóatl, una auténtica asambleade hombres ilustres por su saber yexperiencia inició sus deliberacionesen la capital azteca.

Una vez transcurridas lassesiones preliminares, durante lascuales se puso de manifiesto elgeneralizado sentir de todos losparticipantes en cuanto a lanecesidad de intentar romper elparalizante estancamiento espiritualen que la humanidad se debatía, el

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Portador del Emblema Sagradoexpuso, con el vigor y la energía quele eran característicos, las bases ylineamientos fundamentales de suambicioso proyecto: la unificacióndel género humano con el objeto delograr un desarrollo más acelerado yarmónico del sol, mediante lapráctica en gran escala de lossacrificios humanos.

Los planteamientos de Tlacaélelentrañaban la más drástica rupturacon las antiguas formas delpensamiento náhuatl, su osadoproyecto, presentado ante una

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asamblea integrada por individuosconsagrados a la preservación delsaber tradicional, produjo en los quele escuchaban una gran sorpresa y lamás completa confusión.

A solicitud de una gran mayoríade los integrantes de la Asamblea,Nezahualcóyotl dio respuesta en lasiguiente sesión a la proposición deTlacaélel. Haciendo gala de unelegante dominio de los másrefinados giros del idioma de susmayores y manifestando a lo largo desu exposición no sólo un profundoconocimiento de las bases

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fundamentales sobre las que seestructuraba la Cultura Náhuatl, sinotambién un entrañable amor haciadicha cultura, el gobernante poetamanifestó un parecer del todocontrario al sustentado por Tlacaélel.Nezahualcóyotl estaba de acuerdo enque debía intentarse un gigantescoesfuerzo tendiente a lograr que lahumanidad superase el pesadoletargo que la dominaba, pero diferíaen cuanto al medio propuesto paraalcanzar este fin. A su juicio, elmejor camino para alcanzar laelevación espiritual que todos

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anhelaban, consistía en el desarrollode una corriente de pensamiento quesubrayase la unidad de la Divinidad,retornando con ello a la base mismade la más antigua tradición religiosa,oscurecida desde hacía largo tiempopor la preferente atención que loshumanos solían prestar amanifestaciones importantes perosecundarias del Ser Divino, como loeran los cuerpos celestes quepoblaban el Universo.

Tras de afirmar que sólo el SerSupremo era real e inmutable y queel movimiento de renovación

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espiritual que se intentaba creardebería sustentarse en una mejor ymayor comprensión de su esencia,Nezahualcóyotl concluyó su brillanteexposición con una poéticaenunciación de algunos de losatributos del Dios Único: Dador dela Vida, Dueño de la Cercanía y laProximidad, Inventor de Sí Mismo,Ser Invisible e Impalpable, Señor dela Región de los Muertos y Autor delLibro en cuyas pinturas existimostodos.

La contraproposición deNezahualcóyotl vino a incrementar la

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confusión prevaleciente en laAsamblea. Aun cuando efectivamenteel concepto de un Dios superior yúnico formaba parte de unainmemorial tradición religiosa, losmás destacados pensadores de todoslos tiempos habían coincidido enseñalar la inutilidad de los esfuerzoshumanos encaminados a tratar decomprender su naturaleza,concluyendo que lo único que podíaafirmarse acerca del mismo era laexistencia de su realidad, pero quetodo lo relativo a su íntima esencia ya sus posibles motivaciones

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constituía un misterio impenetrable eirresoluble.

Ante la encrucijada planteadapor las contradictorias propuestas deTlacaélel y Nezahualcóyotl, losintegrantes de la Asamblea, poracuerdo unánime, decidieronconsultar al "Códice que responde atodas las preguntas", o sea indagarcuáles eran en esos momentos lasinfluencias celestes dominantes sobrela tierra, para así estar enposibilidad de adoptar la resoluciónque estuviese más acorde con dichasinfluencias.

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Los complejos conocimientosrequeridos para averiguar cuál era elinflujo predominante de los astros enun determinado momento, constituíanuna de las más valiosas herenciasculturales que sabios y sacerdoteshabían logrado preservar tras elcolapso sufrido por las antiguascivilizaciones. De entre los distintosmedios empleados para indagar losdesignios trazados por los astros,existía uno considerado por todoscomo el más certero: el "Ollama",

2 que partiendo del principio

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filosófico que postulaba la íntimaconexión de todo lo existente en elUniverso, buscaba reproducir en unpequeño escenario sobre la tierra loque acontecía en la vasta inmensidaddel cosmos. Cada uno de losindividuos que participaba en estaceremonia actuaba en ella comorepresentante de un determinadoplaneta.

3 En igual forma, ladeterminación del sitio y de lasdimensiones del recinto donde debíatener lugar la ceremonia, así como

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del día y momento más adecuadospara la celebración de la misma, sefijaban mediante complicadoscálculos astronómicos.

En Tenochtítlan no se habíacelebrado jamás una ceremonia deesta índole, razón por la cual noexistía el recinto apropiado parallevarla a cabo. Así pues, losintegrantes de la Asamblea primerotuvieron que realizar los estudiosencaminados a la construcción de un"Tlachtli",

4 para posteriormente, dirigir su

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edificación y efectuar la elección delas personas que habrían departicipar en el ritual destinado aobtener información sobre losdictados de los astros.

Una vez concluidos todos lospreparativos, tuvo lugar ellegendario ritual ante la presencia dela totalidad de los integrantes de laAsamblea y de los reyes deTenochtítlan, Texcoco y Tlacópan.Una intensa emoción dominaba a losespectadores, mientras contemplabanel incesante ir y venir de la compactapelota de hule dentro de los bien

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marcados límites del pequeñoterreno que en aquellos momentossimbolizaba el Universo entero.

Al finalizar la segunda y últimaparte de la ceremonia,

5 ninguno de los presentes en lamisma ignoraba ya cuál era laconclusión que podía inferirse comoresultado de la indagación queacerca de las influencias de losastros acababan de realizar: elpredominio de Huitzilopóchtli eraincontrastable,

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6 la hegemonía que ejercía enesos momentos sobre los seres quepoblaban la Tierra -misma que alparecer se prolongaría durante unlargo período- era muy superior a laprocedente de cualquier otro cuerpoceleste.

Al día siguiente de celebrada laceremonia la Asamblea prosiguió susdeliberaciones. Una vez más,Tlacaélel hizo uso de la palabra parainsistir en su proposición inicial,apoyándose en los resultadosaportados por la recienteinvestigación cósmica. La

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supremacía de Huitzilopóchtli -sentenció el Portador del EmblemaSagrado- impregnaba a la Tierra deevidentes y poderosas influenciasbélicas, bajo cuyo dictado segenerarían incesantesenfrentamientos entre los sereshumanos. En su proyecto, las guerrasque habrían de producirse en elfuturo debido a las influenciascósmicas tendrían un concreto yelevado propósito: impulsar elcrecimiento del astro del cualdependía primordialmente eldesarrollo de todos los seres.

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En esta ocasión, los argumentosdel Azteca entre los Aztecasterminaron por convencer a losintegrantes de la Asamblea. Elresultado de la reciente ceremoniales había llevado a la conclusión deque se aproximaba para lahumanidad una larga época decontiendas como inevitableconsecuencia de las fuerzasprevalecientes en el cosmos, por loque consideraron que la implantacióndel sistema propuesto por Tlacaélel -en el que al menos se pretendíacanalizar la energía derivada de las

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guerras hacia un propósitoespecífico- constituía un mal menor ala simple realización anárquica y sinsentido, que de otra forma tendríandichas contiendas.

Únicamente Nezahualcóyotlmantuvo una inalterable oposición alproyecto de su mejor amigo, perodado que no sólo el sentir general dela Asamblea sino al parecer hasta elde la Bóveda Celeste eran contrariosa sus personales puntos de vista, secontentó con lograr para lostexcocanos una situación deexclusión: a cambio de su promesa

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de no oponerse a la realización delos planes trazados por Tlacaélel,éste se comprometió a su vez a nopretender implantar, dentro de losconfines del Reino de Texcoco, losnuevos conceptos y prácticas con losque se proponía reorganizar a todoslos pueblos de la Tierra.

Con objeto de lograr una másrápida aceptación de los conceptos ysistemas cuyo establecimientoproyectaba, Tlacaélel consideró queresultaría conveniente tratar deborrar de la memoria colectiva delas distintas poblaciones aquellos

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conocimientos del pasado queimplicasen una oposición a las ideasque intentaba poner en vigor. Paralograr esto, previno a sus oyentes queen un futuro cercano ordenaría que entodas aquellas regiones que fuesenquedando bajo el dominio tenochcase procedería a la inmediatadestrucción de los antiguos códices.El Azteca entre los Aztecascomprendía muy bien que si bien estadrástica medida era necesaria parafacilitar la difusión de los nuevosconceptos, la destrucción de aquellosvenerados documentos constituiría

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una pérdida irreparable; así pues,aconsejó a los integrantes de laAsamblea -pertenecientes todos ellosa las diferentes organizacionesreligioso-culturales en cuyo poder seencontraban la mayor parte de loscódices- que seleccionasen de entreel sinnúmero de documentos queposeían aquéllos que en verdadrepresentasen un auténtico legado desabiduría y que los ocultasencuidadosamente en lo más profundode recónditas cavernas. En estaforma, la valiosa herencia culturalcontenida en aquellos códices se

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salvaría y podría ser utilizada enalgún futuro remoto, sin que por elmomento su existencia representaseun obstáculo a la realización de losplanes tenochcas.

Finalmente, los participantes enla Asamblea elaboraron un extensoproyecto con objeto de lograr lamáxima colaboración de cada una delas diferentes instituciones religioso-culturales representadas en aquellareunión, cuyos componentes secomprometían a realizar ungigantesco esfuerzo tendiente asuperar la decadencia cultural

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imperante, para lo cual sereimplantarían en todas partes losantiguos procedimientos deenseñanza que propiciaban unarmónico desenvolvimiento de lapersonalidad, incluyendo eldesarrollo de facultades quecomúnmente permanecían dormidasen la mayor parte de los sereshumanos.

Las bases sobre las cuales seedificaría todo el movimientoideológico y cultural propiciado porel advenimiento de la hegemoníatenochca habían quedado

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sólidamente establecidas.

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Capítulo XIII

LA REBELIÓN DE LOS FALSOSARTISTAS

Atraídos por los importantesprivilegios que las autoridadesaztecas otorgaban a quienes sededicaban al ejercicio de las bellasartes, un creciente número de artistasy artesanos comenzó a concentrarse

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en la capital azteca.Siempre que se creaba una

nueva corporación de artistas oartesanos, Tlacaélel formalizaba elacontecimiento con su presencia yaprovechaba la ocasión paraexhortarlos a que intentasenpropiciar un renacimiento artísticoque no fuese una simple repetición delo efectuado en el pasado, sino queinnovase radicalmente esta clase deactividades.

No transcurrió mucho tiemposin que Tlacaélel llegase a laconclusión de que sus exhortaciones

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en favor de una auténtica renovaciónartística estaban cayendo en el vacío.Tanto artistas como artesanos secontentaban con reproducir, una yotra vez, los modelos creadosdurante la existencia del SegundoImperio Tolteca. Las plazas y lostemplos de la capital azteca, al igualque el interior de las casas de susmoradores, iban llenándoserápidamente de los más diversosobjetos de diseño tolteca.Tenochtítlan estaba en camino deconvertirse en una copia de laantigua Tula, pero en una mala copia

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-concluía Tlacaélel- pues resultabaevidente que las reproducciones deobras toltecas que por doquier seefectuaban, estaban muy lejos deposeer la elevada calidad artísticaque caracterizaba a los modelosoriginales.

A pesar de su disgusto por laforma en que se desarrollaba todo lorelacionado con las actividadesartísticas, el Portador del EmblemaSagrado se cuidaba mucho deintervenir en esta clase de asuntos,pues comprendía que el nacimientode un nuevo arte jamás puede

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lograrse mediante disposicionesemitidas por las autoridades y que lamisión de éstas consiste únicamenteen colaborar indirectamente en tandelicada gestión, respetandoescrupulosamente la libertad creativade los artistas y proporcionándolestoda clase de ayuda para eldesempeño de su trabajo. Noquedaba, por lo tanto, sino esperar aque los artistas que surgiesen en lasnuevas generaciones -educados ya enun ambiente que tendía a la búsquedade la superación personal ycolectiva- fuesen capaces de llevar a

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cabo una empresa que, al parecer,sus padres no eran capaces nisiquiera de imaginar.

De entre las distintascorporaciones artísticas y artesanalesque habían surgido en Tenochtítlan,la que agrupaba a los escultorescomenzó muy pronto a cobrarespecial relevancia, a resultas de lasastutas maniobras de su dirigenteprincipal, el culhuacano Cohuatzin.

Cohuatzin era un sujetosingularmente dotado para el empleode la insidia y la intriga. A pesar deque como artista era menos que

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mediocre, había sabido siempreobtener un provecho considerablepor su trabajo, utilizando para elloprocedimientos que iban desde elmás abyecto servilismo con lospoderosos, hasta la hábil direcciónde pérfidas campañas de calumnias,con las cuales acostumbrabadesprestigiar a cuanta persona osabainterponerse en su camino.

Durante el apogeo deAzcapotzalco, Cohuatzin habíafigurado destacadamente en la cortetecpaneca, dirigiendo la ejecución deun gran número de esculturas y

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organizando frecuentes homenajes almáximo gobernante en turno -primeroTezozómoc y posteriormente aMaxtla-, a los que gustaba compararen sus elogios con los más grandesEmperadores Toltecas.

Al sobrevenir la derrota deMaxtla y con ella el brusco final dela hegemonía tecpaneca, Cohuatzincomprendió que en lo futuro elasiento del poder radicaría enTenochtítlan y se trasladó deinmediato a la capital azteca,presentándose ante sus autoridadescon un elaborado plan para

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incrementar las actividadesartísticas.

Maniobrando hábilmente enfavor de sus intereses, Cohuatzinsobresalió rápidamente enTenochtítlan. No sólo obtuvo ladirección de su propia corporación -la de escultores- sino que de hechofue logrando controlar a casi todaslas asociaciones artísticas yartesanales, valiéndose para ello desus numerosos incondicionales,sujetos que al igual que él eranpésimos artistas pero excelentesintrigantes.

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Las continuas maquinacionesdel falso artista no pasabandesapercibidas ante la vigilantemirada de Tlacaélel. Poseedor de uncertero conocimiento de los sereshumanos, el Azteca entre los Aztecashabía valorado desde un principio aCohuatzin y comprendido que nadabueno para el desarrollo delverdadero arte podía derivarse de laactuación de aquel ambicioso ysiniestro personaje; sin embargo,dominando su natural inclinación quele impelía siempre a la acción,mantuvo inalterable la política de no

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intervenir en los asuntos internos delos gremios artísticos y artesanales.

Un inesperado acontecimientovendría a devolver a Tlacaélel superdida confianza en un cercanoresurgimiento artístico. Cierto día, enuna reunión a la que asistían lasprincipales autoridades del Reinocon la finalidad de trazar los planestendientes a lograr la anexión delseñorío de Cuauhnáhuac, el monarcaazteca ordenó se sirviese a susacompañantes chocolate reciénpreparado. La espumeante bebida fueservida mientras el Portador del

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Emblema Sagrado apremiaba a lospresentes a iniciar cuanto antes lasoperaciones militares; de pronto, alobservar el recipiente que le eraofrecido a Moctezuma, Tlacaélelinterrumpió bruscamente suexposición, y tras de solicitar a suhermano la pequeña vasija rebosantede chocolate que éste tenía yapróxima a los labios, procedió aexaminarla cuidadosamenteensimismándose en su contemplacióna tal grado, que parecía del todoabstraído de cuanto le rodeaba. Losdemás asistentes a la reunión

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observaban a Tlacaélel con curiosaexpectación, sin alcanzar acomprender la causa de tan inusitadointerés por un objeto del uso común,similar a cualquiera de las vasijasque cada uno de ellos sostenía enesos momentos entre las manos.

Y en efecto, el utensilio que tanpoderosamente había llamado laatención de Tlacaélel no poseía alparecer ninguna cualidadsobresaliente; se trataba de unproducto de cerámica típico de laépoca: una vasija de barro de formasencilla, decorada con hileras de

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delgadas líneas de color negro,paralelas y ondulantes, siguiendo elmodelo del estilo tradicionalestablecido largo tiempo atrás porlos alfareros toltecas. Sin embargo,la penetrante mirada del Azteca entrelos Aztecas había descubierto desdeel primer vistazo notablessingularidades en aquel objeto: cadauna de las líneas de nítidos contornosque lo rodeaban poseía unaondulación levemente acentuada,circunstancia que resultabaimposible de captar cuando la vasijaestaba en reposo, pero al desplazar

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ésta de un lugar a otro, se producíauna fugaz ilusión óptica, perceptibletan sólo a un sagaz observador,consistente en que la vasija parecíacobrar vida y palpitar levementeentre las manos que la movían.

Tlacaélel concluyó, para susadentros, que aquel objeto constituíauna especie de sarcástico retolanzado por un desconocido artífice ala venerada memoria de los alfarerostoltecas, pues éstos habían tratadosiempre de transmitir a través de susobras un sentimiento de inmutableserenidad, mientras que por el

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contrario, aquella vasija era laexpresión misma del cambio y de latensa lucha de encontradas fuerzasque genera el movimiento, pero todoello ingeniosamente oculto tras unaparente respeto a la forma y aldiseño convencionales imperantes enla alfarería.

Una vez finalizado el análisisdel recipiente y sin proporcionarexplicación alguna que permitiese asus sorprendidos compañeros dereunión dilucidar las causas de suextraña conducta, Tlacaélel planteóde nuevo las principales cuestiones

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que debían tomarse en cuenta paragarantizar el éxito de la proyectadacampaña militar en el Sur.

Concluida la reunión, Tlacaélelconversó a solas con Itzcóatl,comunicándole su asombro ante laspeculiaridades contenidas en lavasija ofrecida a Moctezuma. Envista del interés manifestado porTlacaélel hacia aquella pieza decerámica, Itzcóatl se la obsequiógustoso, sin explicarse del todo ladesmedida importancia q u e elHeredero de Quetzalcóatl atribuía alas casi imperceptibles

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singularidades de aquel sencilloutensilio. Así mismo, le informó queel origen de aquella vasija eraidéntico al de todos los objetos decerámica que se utilizabandiariamente en sus aposentos:provenía del taller de Yoyontzin, elmás prestigiado de los alfarerosaztecas.

Aun cuando Tlacaélel estabaseguro de que Yoyontzin no podía serel alfarero que había modelado tanexcepcional recipiente, pues si biense trataba de un artífice que producíaobras de gran calidad, carecía de

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originalidad y sus trabajos eransiempre reproducciones fieles deantiguos modelos toltecas, envió deinmediato un mensajero al taller delalfarero, invitándolo a comparecerante él.

Tan rápidamente como se lopermitían sus cansadas piernas,Yoyontzin se encaminó a laresidencia de Tlacaélel,

1 interrogándose inútilmente a lolargo del camino sobre los posiblesmotivos que pudiera tener elPortador del Emblema Sagrado para

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desear entrevistarse con el modestopropietario de un taller de alfarería.

Tlacaélel recibió afablemente alartesano, logrando en poco tiempodisipar la paralizante timidez delanciano mediante la amablenaturalidad de su trato. Una vezcaptada la confianza del alfarero,mostró a éste la vasija que Itzcóatl leobsequiara aquella misma tarde,preguntándole si sabía quién era elautor de aquel objeto. Yoyontzin casino necesitó mirar la vasija para daruna respuesta a la pregunta que se lehabía formulado: se trataba de una

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pieza elaborada en su taller por unjoven de nombre Técpatl. La historiade aquel joven, relató el anciano, eratriste en extremo: huérfano desdemuy pequeño, había logradosobrevivir a duras penas merced a laescasa ayuda brindada por loshabitantes de la población en quenaciera, una pequeña aldea aztecasemiperdida en la región más pobre einsalubre de todas las que bordeabanal lago. Cuando tenía doce años deedad, Técpatl se había trasladado aTenochtítlan, e ingresado comosirviente en un taller de escultura. Al

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poco tiempo de trabajar en dicholugar, y en vista de que revelabaexcepcionales facultades para eltallado en piedra, se le habíaascendido al rango de aprendiz.Todo parecía indicar el inicio de unbrusco y favorable cambio en eldestino hasta entonces adverso deljoven huérfano, sin embargo, subuena suerte se prolongó menos deun año; repentinamente, y sin quemediara para ello explicación algunadel propietario del taller, fuearrojado a la calle. Desesperadohabía recorrido los talleres de

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escultura que existían en la ciudad yen las poblaciones vecinas en buscade trabajo, bien fuera de aprendiz ode simple sirviente. Todo fue envano, misteriosamente todos losescultores parecían haberse puestode acuerdo para impedirle el menorcontacto con la actividad a la quehabía decidido consagrar suexistencia.

Acosado por el hambre y lasenfermedades propias de ladesnutrición, Técpatl habíadeambulado varios meses en elmercado de Tlatelolco, trabajando

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como cargador a pesar de su frágilcondición física. Fue ahí, en mediodel incesante bullicio del próspero ycreciente mercado, donde Yoyontzinlo conoció. El extremo cuidadoutilizado por el endeble cargador almanipular las piezas de cerámica queel alfarero llevaba para ofrecer enventa a los comerciantes habíallamado la atención del anciano. Unabreve plática entre ambos bastó aYoyontzin para darse cuenta de lainnata sensibilidad artística de aqueljoven, así como del total desamparoen que se encontraba. El bondadoso

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alfarero ofreció a Técpatl un trabajode aprendiz en su taller, ofrecimientoque éste aceptó en el acto, naciendo apartir de aquel instante un estrechovínculo entre ambos personajes.Yoyontzin había llegado a laancianidad sin haber formado nuncauna familia y toda su frustradapaternidad se volcó muy pronto en eljoven huérfano, en quien veía no sóloal hijo que siempre había anheladotener, sino también al artista que élmismo hubiera deseado llegar a ser,capaz de convertir en realidad lospropios sueños y no sólo dedicarse a

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reproducir los modelos creados porotros.

Apenas había comenzado atrabajar Técpatl en el taller deYoyontzin, cuando el dirigenteprincipal de la corporación queagrupaba a los productores decerámica -un sujeto del todoincondicional a Cohuatzin- mandóllamar al anciano artesano paraaconsejarle que despidiera cuantoantes a su nuevo aprendiz, ya que,según él, se trataba de un individuode pésimos antecedentes e indigno deformar parte del gremio de los

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alfareros. Las acusaciones en contrade Técpatl iban desde la de habercometido diversos hurtos en suantiguo trabajo, hasta la de llevar unavida consagrada a la práctica de todaclase de vicios.

Yoyontzin había rechazadoindignado todas las acusaciones quese hacían a Técpatl, pero muy prontocomprendió que aquello no era sinoel principio de una interminablecampaña de calumnias en contra desu protegido. Los comerciantes delmercado de Tlatelolco, a los cualesvendía la mayor parte de su

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producción artesanal, comenzaronrepentinamente a presionarlo,amenazándolo con dejar de comprarsus productos si no prescindía de losservicios de su ayudante. Extrañadoante la inexplicable animadversiónmanifestada en contra de un ser nobley generoso que no había hecho jamásel menor daño a nadie, Yoyontzin sepropuso averiguar quién era elpromotor de tan feroz hostigamiento.Muy pronto indagó toda la verdad:Cohuatzin, temeroso de que laaparición de un artista de genioviniese a significar el momento de su

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ocaso, y presintiendo que tras ladébil apariencia de Técpatl latía unpoderoso espíritu creativo, era quienvenía intrigando en contra del jovenhuérfano. Al culhuacano se debíatanto la expulsión de Técpatl deltaller a donde éste ingresarainicialmente, como los posterioresrechazos en los restantes talleres deescultura existentes en la ciudad. Enigual forma, era Cohuatzin quienahora intentaba amedrentar aYoyontzin para obligarlo a retirar laprotección que brindaba a sudesvalido aprendiz.

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Una vez que Yoyontzin concluyóde narrar la vida de su jovenayudante ante el Portador delEmblema Sagrado, éste manifestó unvivo interés por conocer a Técpatl yanunció que efectuaría a la mañanasiguiente una visita oficial al tallerdel alfarero. La resolución deTlacaélel de efectuar dicha visita enlugar de simplemente mandar llamara Técpatl al Templo Mayor, tenía elpropósito de manifestarpúblicamente el afecto que profesabaal viejo artesano, pues esperaba queesto constituyese una clara

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advertencia para Cohuatzin de quedebía suspender de inmediato lacampaña de intrigas que veníarealizando en contra de Yoyontzin.

Ataviado con un largo mantoblanco, luciendo sobre el pecho elcaracol sagrado pendiente de unadelgada cadena de oro y acompañadode varios importantes sacerdotes,Tlacaélel se encaminóceremoniosamente al taller deYoyontzin. El artesano, presa de unaenorme emoción ante aquella visitajamás imaginada, lo aguardaba antela entrada de su engalanado taller.

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Tlacaélel había dadoinstrucciones a Yoyontzin de que suvisita no debía ser motivo para lainterrupción de las labores propiasdel taller, pues deseaba observarloen pleno funcionamiento; así pues,los distintos operarios que integrabanel taller de alfarería laborabannerviosos en sus lugares decostumbre a la llegada delCihuacóatl Azteca.

El Heredero de Quetzalcóatlsaludó afectuosamente a Yoyontzin einició en su compañía el recorridodel taller, deteniéndose ante cada uno

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de los operarios para examinar sutrabajo e interrogarles brevementesobre la índole del mismo. Al llegarjunto a un joven de larga cabellera,Yoyontzin confirmó a Tlacaélel loque éste ya presentía: que aqueloperario no era otro sino Técpatl. ElAzteca entre los Aztecas permanecióun buen rato en silencio, observandocon suma atención al novel artista. Através de todo su ser, Técpatlmanifestaba una perceptiblecontradicción entre los elementosfísicos y espirituales que lointegraban. Los periodos de

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privaciones habían dejado su huella:la delgadez de su cuerpo era de talgrado que permitía observarclaramente cada uno de sus huesos,firmemente adheridos a la piel ycomo queriendo perforarla y salir deella; toda su figura era la más claraimagen de un adolescente endeble ydesvalido. Su ovalado rostro de finasfacciones reflejaba, igualmente, unaperenne expresión de angustia ydesconcierto. Sin embargo, de aquelorganismo débil y aún no del todoformado, un espíritu increíblementepoderoso parecía querer emerger y

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manifestarse con fuerza irresistible:cada uno de los movimientos de susmanos -ocupadas e n esos momentosen modelar una vasija de barro-revelaban una pasmosa habilidad yun pleno dominio de la materia sobrela cual trabajaban. En igual forma, delo más profundo de su miradaprovenían destellos de una energíadesafiante y poderosa quecontrastaba radicalmente con sufrágil aspecto exterior.

Tlacaélel cruzó tan sólo unascuantas frases convencionales conTécpatl, pero después, una vez

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concluido el recorrido del taller,pidió a Yoyontzin que llamase a suaprendiz, y a solas con ambos,mantuvo una larga plática con eljoven artista.

A pesar de que Técpatl era pornaturaleza retraído e introvertido, enesta ocasión no le resultó difícilaprovechar la oportunidad que se lebrindaba para expresar su opiniónsobre cuestiones que le eran tanvitales. Con voz entrecortada por laemoción, criticó acervamente laforma como habían venidodesenvolviéndose las actividades

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artísticas en los últimos tiempos.Calificó a los más prestigiadosartistas -particularmente a Cohuatzin-de ser unos consumados farsantesque no buscaban otra cosa sino elenriquecimiento personal, valiéndosepara ello de las buenas intencionesde las autoridades aztecas, deseosasde promover al máximo elflorecimiento artístico dentro delReino. Finalmente, se lamentó de quetodo esto estuviese ocasionando unaverdadera atrofia en la sensibilidadpopular, ya que la gente terminabapor aceptar como algo digno de

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admiración las pésimasreproducciones de arte tolteca que seestaban produciendo en Tenochtítlan,reduciéndose con ello lasprobabilidades de que pudiesensurgir y desarrollarse en el futuronuevas corrientes de expresiónartística.

Tlacaélel manifestó estar deltodo acorde con los planteamientosde Técpatl, sin embargo, le externo asu vez su tradicional punto de vistasobre el particular, consistente enque era obligación de las autoridadesfomentar el desarrollo del arte

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mediante la ayuda queproporcionaban a los artistas, peroque no correspondía a éstas dictarlas normas conforme a las cualesaquéllos debían desarrollar sutrabajo. A continuación, Tlacaélelpreguntó al joven cuál era según sucriterio la fórmula más convenientepara ayudarle. La respuesta deTécpatl no se hizo esperar: deseabarecorrer las apartadas regiones endonde antaño habían florecidoimportantes civilizaciones con objetode poder estudiar detenidamente lasdiferentes formas de escultura

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desarrolladas en esos lugares. ElPortador del Emblema Sagradoprometió acceder a lo solicitado ydespués de felicitar a Yoyontzin porla eficaz organización del taller y lacalidad de los productos que en él seelaboraban, regresó al TemploMayor, en medio de la respetuosaexpectación que despertaba siempreen el pueblo su presencia.

Aún no transcurría una semanade la visita de Tlacaélel al taller deYoyontzin, cuando ya Técpatlabandonaba Tenochtítlan en unión deuna delegación diplomática de

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regulares proporciones. Unos díasantes Itzcóatl había dado a conocerlos nombres de los primerosembajadores tenochcas. Porintervención de Tlacaélel, Técpatlhabía sido designado ayudante delembajador que representaría losintereses del Reino Azteca ante losdistantes señoríos zapotecas. TantoItzcóatl como el propio Tlacaélelhabían hecho saber al embajador endicha región que el nombramientootorgado al joven artista tenía porobjeto dotarlo de la debidaprotección oficial, así como

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permitirle la obtención de ingresossuficientes para subsistirdecorosamente, pero que susfunciones eran de índole especial ydebía dejársele en la más completalibertad para desempeñarlas, noestando obligado a prestar serviciosdiplomáticos de ninguna clase.

Desde lo alto del camino y antesde iniciar el descenso que lo alejaríadel valle, Técpatl se detuvo acontemplar el espectáculo siemprefascinante que constituía la ciudad deTenochtítlan. La capital azteca estaba

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formada por dos grandes islasartificiales construidas en el centrode la enorme laguna. Un sinnúmerode canales atravesaban por doquierla ciudad, confiriéndole un aspectosingular y fantástico. Sus anchasavenidas, al igual que sus incontablescalles, eran de una perfecta simetría,lo que producía en el observador unaclara impresión de orden y concierto,así como un sentimiento deadmiración hacia aquella asombrosaobra humana, producto delcontinuado esfuerzo de sucesivasgeneraciones.

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Técpatl echó un último vistazo ala ciudad y dando media vueltaprosiguió con decidido andar sucamino, repitiéndose a sí mismo lafirme promesa de no retornar aTenochtítlan mientras no lograsedesarrollar su propio estiloescultórico.

A través del servicio de losmensajeros aztecas, que día con díaiba extendiéndose a lugares másapartados, Tlacaélel no dejaba nuncade recibir informes periódicos sobrelas actividades de Técpatl. Despuésde permanecer cerca de dos años en

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la zona zapoteca, el joven escultorhabía solicitado permiso paradirigirse a los territorios habitadospor los mayas; posteriormente y unavez obtenida una nueva autorización,se había trasladado a la fértil regióntotonaca. En cierta ocasión, unembajador tenochca procedente de lalejana Chi Chen Itzá, habíamanifestado a Tlacaélel la sorpresaque le causara un acto del todoincomprensible cometido porTécpatl: después de trabajararduamente en una enorme esculturade piedra cuya elaboración venía

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suscitando los más elogiososcomentarios de los artistas de lalocalidad, había procedido ademolerla en cuanto la huboterminado.

Cuando faltaban escasassemanas para que se cumplierancinco años contados a partir de lafecha en que Técpatl partiera deTenochtítlan, un mensajero llegadodesde el Tajín informó a Tlacaélelque el artista marchaba ya de retornorumbo a la capital azteca y quearribaría a ésta en pocos días. Lanoticia produjo un profundo regocijo

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en el Portador del Emblema Sagrado.Aun cuando durante la ausencia deTécpatl no había tenido muchasoportunidades para detenerse areflexionar sobre cuestionesartísticas, le molestaba sobremaneracontemplar el fatuo orgullo queembargaba al pueblo y a lasautoridades tenochcas con motivo dela creciente producción de supuestasobras de arte que en formaincontenible brotaban de los tallerescontrolados por Cohuatzin y sucamarilla. Desde lo más profundo desu ser, el Azteca entre los Aztecas

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anhelaba que el regreso de Técpatlconstituye una especie de felizaugurio de que aquella deplorablesituación tocaría pronto a su fin.

Tlacaélel ordenó que seintrodujese a Técpatl ante supresencia en cuanto tuvoconocimiento de que el artistasolicitaba verle. Un sorprendente ynotorio cambio se había operado enla persona del joven huérfano. En lasfinas pero firmes facciones delescultor, al igual que en cada uno desus gestos y movimientos -que antañofueran la imagen misma de la

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incertidumbre y el desconcierto- seevidenciaba ahora una vigorosavoluntad y una serena confianza en símismo. Resultaba evidente que elantiguo conflicto interior quecaracterizara a Técpatl, entre supoderoso espíritu y su débilorganismo, había concluido con unaclara victoria para el primero.

Tlacaélel dialogó largamentecon Técpatl poniendo manifiestodurante la entrevista un vivo interéspor escuchar todo lo que el artista lenarraba. Al final de l a plática, y

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como preguntase a Técpatl cuáleseran sus proyectos para el futuro,éste se limitó a contestar que por lopronto retornaría a su antiguo trabajode ayudante en el taller de Yoyontzin;asimismo, manifestó su intención decomenzar a esculpir una enormepiedra existente en las cercanías delpoblado en que naciera y a la quehabía soñado dar forma desde niño.El único favor que el artistasolicitaba era precisamente que se leproporcionase la ayuda necesariapara transportar aquella piedra hastael taller de Yoyontzin. El Portador

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del Emblema Sagrado secomprometió a enviarle a la mañanasiguiente un buen número decargadores para que efectuasen dichotrabajo; después de esto dio porconcluida la entrevista.

El retorno de Técpatl aTenochtítlan, así como su entrevistacon Tlacaélel, fueron motivo deprolongados comentarios por toda laciudad y despertaron de inmediato larecelosa suspicacia de Cohuatzin yde su floreciente corte de amigos.

La labor que a los pocos días desu llegada realizó Técpatl,

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consistente en dirigir el trasladohasta el taller de Yoyontzin de unagran piedra, constituyó la voz dealerta para Cohuatzin y su grupo,pues al ver aquello, dieron por ciertoque el propio Tlacaélel habíaencomendado al escultor larealización de una obra. Noatreviéndose a presentardirectamente sus quejas al Portadordel Emblema Sagrado, acudieronante el rey para lamentarse de laruptura de la norma fundamental quetradicionalmente regía las relacionesentre artistas y autoridades, de

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acuerdo con la cual, éstasencomendaban a las diferentesasociaciones de artistas y artesanosla elaboración de los diferentesobjetos que necesitaban -desde unaimagen destinada al culto hasta losutensilios de uso común que serequerían en los templos y en losaposentos reales- y dichasasociaciones a su vez determinaban,con plena autonomía, quién de susmiembros debía llevar a cabo cadauno de los diferentes trabajos.

Itzcóatl negó rotundamente quese hubiese roto o se intentase romper

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la forma tradicional de operar entreautoridades y artistas: nadie habíaencomendado a Técpatl la ejecuciónde una obra, como tampoco se lehabía otorgado o prometidoemolumento alguno; si Tlacaélelhabía dispuesto que se le brindasecierta ayuda para transportar unapiedra, ello constituía un favor comootro cualquiera de los quediariamente concedía el Portador delEmblema Sagrado a las múltiplespersonas que acudían ante él endemanda de ayuda.

El hecho de saber que sus

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ganancias no se verían mermadas porlas actividades de Técpatl,tranquilizó momentáneamente aCohuatzin y a sus allegados, sinembargo, muy pronto tuvieron unnuevo motivo de inquietud, pues alpoco tiempo se comenzaron aproducir una serie de deserciones endiferentes talleres de escultura de laciudad: varios de los jóvenes quetrabajaban en esos lugares comoaprendices o ayudantes de escultor,abandonaron su trabajo para ingresarcomo aprendices de alfarero al tallerde Yoyontzin.

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La actividad de escultorotorgaba una superior posiciónsocial y era más lucrativa que la dealfarero, así pues, resultabaaparentemente absurda la conductaasumida por aquellos jóvenes, loscuales, tras de avanzar un buentrecho por el camino que conducía auna envidiable posición, loabandonaban repentinamente pararecomenzar desde el principio unaactividad que, aun a la larga, habríade resultarles menos provechosa.

Tomando en cuenta que en la

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mayoría de los casos los jóvenes quehabían abandonado los talleres eranprecisamente quienes veníanmanifestando mayores facultadespara el ejercicio de la escultura,Cohuatzin llegó a la conclusión deque la explicación de tan extrañaparadoja era que aquellos jóvenesdeseaban aprender directamente deTécpatl los secretos del arte deesculpir, pero en vista de que éste noposeía su propio taller, pues eraúnicamente un simple ayudante dealfarero, habían optado por laboraren su compañía, pese a que ello

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significase sacrificar los frutos desus anteriores esfuerzos y enfrentarsea un incierto porvenir, ya que elgremio de escultores -que Cohuatzinpresidía y controlaba- jamásotorgaría a ninguno de ellos lanecesaria autorización paraestablecer un taller.

Acompañado de un buennúmero de sus incondicionales,Cohuatzin acudió una vez más anteItzcóatl para exponerle todo lorelativo a las deserciones depersonal de los talleres y pedirle suintervención en contra de Técpatl.

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Con palabras que al parecerdenotaban una intensa preocupaciónpor el problema que se le planteaba,pero en las cuales era fácil percibirun dejo de sorna, el monarcarespondió que le era imposibleintervenir en aquel conflicto, pues dehacerlo, violaría la autonomía de losgremios y rompería las tradicionalesformas de relación existentes entreautoridades y artistas.

Comprendiendo que lasautoridades no habrían de brindarlesninguna clase de ayuda en su luchacontra Técpatl y decididos más que

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nunca a impedir que éste lograsedarse a conocer como escultor,Cohuatzin y sus secuaces tomaron ladeterminación de movilizar a laopinión pública en su contra, para locual urdieron una hábil maniobra:dos jóvenes que les eran adictoshicieron el simulacro de unirse a losdisidentes; abandonando los talleresdonde trabajaban fueron aceptadosen el de Yoyontzin, y al igual que susdemás compañeros, comenzaron arecibir lecciones de Técpatl y alaborar con él en la ejecución de laobra escultórica que éste había

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iniciado. Apenas habían cumplidouna semana en su nuevo trabajo,cuando los dos traidores solicitaronser readmitidos en sus antiguostalleres, y a la vez que simulaban unprofundo arrepentimiento por supasajero desvarío, comenzaron apropalar a los cuatro vientos laversión de que Técpatl proyectabadestruir la fe del pueblo en losdioses, para cuyo propósito estabaesculpiendo una obraindescriptiblemente grotesca, unaburlesca representación de lamáxima deidad femenina, la

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venerada Coatlicue. El propósito deTécpatl al realizar dicha obra -afirmaban sus detractores- no erasólo mofarse de los sentimientos delpueblo, sino hacer patente elprofundo desprecio que profesabahacia la Deidad misma. Finalmente,se repetía en contra del artista elmismo cargo de que se le acusaraaños atrás, o sea el de llevar unavida consagrada al vicio, añadiendoa ello el de haber convertido el tallerde Yoyontzin en un antro decorrupción en donde se practicabantoda clase de excesos.

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Aun cuando la verdad de lascosas era que la vida privada deTécpatl no sólo podía calificarse deirreprochable sino incluso deascética, y que en materia religiosasu personalidad estiba muy próximaal misticismo, un creciente númerode personas, desconocedoras de laauténtica forma de ser del jovenescultor, aceptaban como válidas lascalumnias que día con día difundíanlos secuaces de Cohuatzin. Losfamiliares de los numerosos jóvenesque habían abandonado sus trabajospara convertirse en discípulos y

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colaboradores de Técpal, molestosde que éstos hubiesen trocado unprometedor futuro para tomar parteen algo que a sus ojos no teníasentido alguno, dolidos por la actitudde rebelde intransigencia quecaracterizaba a todos los seguidoresde Técpatl y sin creer que en verdadfuesen las intensas jornadas detrabajo y no la práctica de toda clasede vicios lo que había convertido adichos jóvenes en unos extraños ensus propias casas, contribuían enforma importante, con sus incesantesperoratas en contra del artista, a que

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la opinión pública comenzase a veren Técpatl a una auténtica amenazasocial.

Cuando Cohuatzin juzgó que laanimadversión de los habitantes deTenochtítlan por Técpatl habíallegado a un punto tal que ya podríaimpulsarles fácilmente a la acción,urdió un plan para solucionar, de unavez por todas, aquel espinoso asunto.

Mientras sus enemigos sepreparaban a poner en práctica sussiniestros propósitos, Técpatltrabajaba sin descanso en la doblemisión que para esa etapa de su vida

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se había impuesto: realizar una obraescultórica diametralmente distinta atodas las producidas en el pasado yformar a un alto número de artistasque, dejando a un lado la labor desimples copistas de las obras de artetoltecas, fuesen capaces de iniciar unauténtico movimiento de renovaciónartística. Asimismo, procuraba enunión de sus seguidores incrementaral máximo posible la producciónartesanal del taller de Yoyontzin, conobjeto de no convertirse en una cargademasiado pesada para la modestaeconomía del generoso anciano.

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El engaño sufrido por Técpatl amanos de los dos jóvenes espías alservicio de Cohuatzin habíaconstituido un duro revés para lospropósitos del escultor, quiendeseaba mantener en secreto laejecución de la obra que estaballevando a cabo hasta que noestuviese del todo terminada, pues deacuerdo con su inveterada costumbre,se había propuesto demolerla una vezconcluida si no resultaba de su enterasatisfacción, como había hecho contodas sus anteriores creaciones.

Ignorantes de que había llegado

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la fecha fijada para la celada tendidaen su contra, Yoyontzin y Técpatl,acompañados de varios de susayudantes y de algunos porteadores,se dirigieron al igual que todos losdías primeros de cada mes almercado de Tlatelolco. El propósitoque les guiaba era el de vender a loscomerciantes del mercado losproductos de cerámica elaborados enel taller durante los veinte díasanteriores. Las canoas quetransportaban la mercancía sedeslizaban muy lentamente sobre lascalzadas de agua a causa del

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excesivo peso depositado en ellas.Apenas habían traspasado los

límites del mercado, cuandoYoyontzin y sus acompañantescomenzaron a ser insultadossoezmente por numerosas personas.Sin hacer caso de la creciente lluviade injurias, los integrantes delpequeño grupo se encaminaron hacialos locales donde operaban losmercaderes con los quehabitualmente celebraban sustransacciones, pero éstos se negarona adquirir la mercancía que lesllevaban, aduciendo que no deseaban

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tener ninguna clase de tratos conindividuos viciosos y degenerados.

Desconcertados ante lahostilidad de que eran objeto, elanciano alfarero y sus jóvenesamigos optaron por retirarse cuantoantes del mercado, pero al retornarsobre sus pasos, los insultos de lamultitud se hicieron aún mayores, eintempestivamente un sujeto llegóhasta Yoyontzin y con rápido ademánle propinó una bofetada en el rostro.Ante el cobarde ataque a su generosoprotector, Técpatl perdió laserenidad y lanzándose sobre el

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agresor lo derribó al suelo de un sologolpe. Se inició al instante unafuriosa zacapela. Incontablespersonas se arrojaron en contra deTécpatl y de sus amigosagrediéndoles a golpes y puntapiés, ya pesar de que éstos se defendieronbravamente, la incontrastablesuperioridad numérica de susadversarios no tardó en imponerse.Los jóvenes fueron salvajementegolpeados hasta dejarlosinconscientes, después, los agentesprovocadores al servicio deCohuatzin -que eran los que habían

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azuzado y dirigido a la multituddurante todo el zafarrancho-apartaron al maltrecho cuerpo deTécpatl y sin hacer caso de lassúplicas de Yoyontzin, procedieron arecostarlo contra un muro ycomenzaron a repartir entre la gentecanastillas llenas de piedras,invitando a todos los presentes a quelas lanzasen contra el joven escultor.

El hábil plan trazado porCohuatzin para eliminar a Técpatlpropiciando un motín popular quediese fin a la vida del artista estabapor cumplirse. Algunas piedras

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volaban ya por los aires y rebotabanjunto a Técpatl, cuando una grácilfigura femenina se abrió paso entre laenardecida muchedumbre yatravesando con paso firme elespacio vacío existente entre la turbay el desfallecido cuerpo del escultorllegó junto a éste, y le tendió losbrazos, ayudándolo a reincorporarse.Un murmullo de asombro se extendióentre la multitud al reconocer a larecién llegada, cuyo nombre comenzóa correr de boca en boca. Se tratabade Citlalmina, la iniciadora de larebelión juvenil con la que había

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dado comienzo la lucha libertaria delpueblo azteca. Citlalmina habíallegado al mercado justo en elmomento en que los provocadoresrepartían las canastillas de piedras eincitaban a la gente a lapidar aTécpatl. Un solo vistazo a lo queocurría le había bastado paraformarse un juicio acerca de lasituación, así como para tomar ladeterminación de intentar salvar lavida del escultor.

Haciendo un esfuerzosobrehumano Técpatl se mantenía enpie esbozando una dolorida sonrisa a

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través de sus ensangrentadasfacciones. Airadas voces surgían dela muchedumbre pidiendo aCitlalmina que se apartase para darcomienzo a la lapidación, pero ellapermanecía inmóvil, sosteniendo consu cuerpo buena parte del peso deTécpatl y evidenciando con suactitud la inquebrantable decisión decompartir la suerte del artista, fueseésta la que fuere. El rostro deCitlalmina -famoso en todo elAnáhuac por su resplandecientebelleza- reflejaba con toda claridadlos sentimientos que la dominaban en

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aquel instante: no había en su interiorel menor asomo de temor por lo quepudiera ocurrirle, sus grandes ojosnegros relampagueaban con irareprochando con la mirada a lamultitud su cobardía en forma muchomás elocuente que el másconmovedor de los discursos.Lentamente, el ensordecedor griteríode la gente comenzó a disminuir detono hasta extinguirse por completo,sobreviniendo un pesado y tensosilencio. La superior presencia deánimo de Citlalmina había terminadopor imponerse sobre los desatados

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impulsos de furia de lamuchedumbre.

Sin dejar de sostener a Técpatl,que se movía con gran dificultad acausa de los innumerables golpesrecibidos, Citlalmina inició un lentoavance hacia la salida del mercado.Las compactas filas de gente se ibanabriendo a su paso sin presentarresistencia alguna. Un cambio bruscose había operado en el ánimo de lamultitud, trocando sus agresivossentimientos en una mezcla deprofundo arrepentimiento y devergüenza colectiva por su reciente

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proceder.Citlalmina y Técpatl se

encontraban ya en los confines delmercado, cuando hizo su aparición unpelotón de soldados comandados porun oficial. Ante la presencia de lastropas, la multitud optó pordesbandarse con gran rapidez. En lagran plaza quedaron tan sóloYoyontzin y los jóvenes discípulosde Técpatl, en cuyos cansados ydoloridos rostros podían verse contoda claridad las huellas dejadas porel desigual combate que acababan delibrar. A pesar de todo lo ocurrido,

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sus amigos rodearon alborozados aTécpatl, felicitándolo por haberlogrado salvar la vida. El oficialtrasladó a todos los integrantes delmaltrecho grupo hasta el cuartel máscercano, en donde sus heridas fueronatendidas. A la mañana siguiente, yde acuerdo con las instruccionesdictadas expresamente por el propioItzcóatl, una fuerte escolta acompañóhasta el taller de Yoyontzin tanto alanciano alfarero como al escultor y asus amigos, concluyendo así elazaroso episodio.

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2El grave altercado ocurrido en

el mercado de Tlatelolco, que tancerca estuviera de originar la muertede Técpatl, constituyó en realidad unacontecimiento en extremo venturosopara el escultor, pues debido almismo habría de sumarse a su causaun nuevo aliado de incalculablevalor, poseedor de la fuerza de unhuracán desencadenado: Citlalmina.

Cuando al día siguiente de aquélen que ocurrieran los disturbios,Técpatl y sus amigos retornaron altaller de Yoyontzin en compañía de

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la escolta, Citlalmina los aguardabaya al frente de un numeroso grupo demujeres. Citlalmina no se limitó amanifestar su buena disposición y lade sus acompañantes para colaborarcon los artistas en aquello en queéstos considerasen les podríaresultar de utilidad, sino que deinmediato puso en marcha un vastoplan de acción tendiente acontrarrestar las aviesas maniobrasde Cohuatzin. En primer término, lasmujeres aztecas tomaron por sucuenta la distribución de losproductos de alfarería que se

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elaboraban en el taller de Yoyontzin,utilizando para ello el sistema deventas directas de casa en casa,nulificando en esta forma el bloqueoeconómico con el cual -merced a lacomplicidad de los mercaderes- losenemigos de Técpatl y Yoyontzinpensaban doblegarlos. Acto seguidoCitlalmina pasó a la ofensiva. Supenetrante inteligencia le había hechoentender con toda claridad elverdadero motivo de aquel conflicto:el temor de un grupo de artistasmediocres a perder sus jugosasganancias, lo que ocurriría fatalmente

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en cuanto la población comenzase avalorar las obras realizadas porartistas de verdadero genio. Asípues, era indispensable, si en verdadse quería obtener la victoria enaquella nueva lucha, lograr laelevación de la conciencia crítica dela sociedad tenochca en lo relativo acuestiones artísticas.

En todo el Valle del Anáhuacexistían restos fácilmentelocalizables de las antiguas ciudadestoltecas. Numerosos gruposorganizados por Citlalmina se dierona la tarea de escarbar en ellos, para

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obtener objetos que fuesenrepresentativos del arte desarrolladoen esos tiempos. Una vez extraídos,se procedía a estudiarlos y acompararlos con aquellos objetossimilares que se elaboraban en lostalleres de Tenochtítlan. En todos loscasos, el resultado de lacomparación resultaba altamentedesfavorable para los nuevosproductos, pues su calidad era de ungrado de inferioridad tal, que nopodía pasar desapercibido ni ante elser menos dotado de sensibilidadartística.

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Noche tras noche comenzaron acelebrarse reuniones cada vez másnumerosas en diversos sitios de laciudad, en ellas, Citlalmina y suscolaboradores exponían la Índole delas investigaciones que veníanrealizando, presentaban ante laconsideración de los asistentes todaclase de objetos antiguos ymodernos, promovían apasionadasdiscusiones entre los participantes, ygeneraban con ello un crecienteinterés sobre cualquier temarelacionado con las actividadesartísticas y artesanales que se

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desarrollaban en la comunidadtenochca.

A pesar de que en un principioTécpatl se negó reiteradamente aparticipar en esta clase de reuniones-tanto porque la reserva de sucarácter era contraria a todaactividad pública, como por el hechode que no le agradaba desatender niun solo instante el trabajo que estabarealizando-, terminó por acceder aello, ante la indoblegable insistenciade Citlalmina.

La presencia de Técpatl en lasreuniones originaba invariablemente

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las mismas reacciones; al iniciarseéstas, era claramente perceptible queprivaba en el ambiente un abiertosentimiento de animadversión encontra del escultor -¡ eran tantas lascalumnias que se habían propaladoacerca de su persona!- pero encuanto éste comenzaba a exponer susideas acerca de la necesidad de crearun arte nuevo y vigoroso, que enverdad constituyese una auténticaexpresión de los sentimientos yanhelos del pueblo azteca, la actitudde sus oyentes iba variandorápidamente, primero le escuchaban

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con curiosidad, después conprofundo interés y finalmente conapasionado entusiasmo. Sin poseerdotes oratorias de ninguna especie, lafuerza de sus convicciones y lanobleza de su espíritu eran de talgrado, que Técpatl lograbacomunicar, a través de sus palabras,una buena parte del afán que lodominaba por llevar al cabo suselevados ideales. Como resultado deaquellas reuniones, el número depersonas que comprendían ycompartían las tesis que en materiade renovación artística propugnaba

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el escultor, era cada vez mayor.El cambio que en contra de sus

intereses comenzaba a operarse en laopinión pública no pasabadesapercibido para Cohuatzin y sucamarilla; sin embargo, cuantointento efectuaban con miras aimpedirlo, se estrellabainvariablemente ante una concienciapopular cada vez más despierta, queconducida bajo la acertada direcciónde Citlalmina y de un numerosogrupo de jóvenes entusiastas einteligentes, parecía adivinar consuficiente anticipación las maniobras

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del culhuacano, impidiendo surealización a través de una eficazorganización. Los provocadoresenviados a las reuniones donde sedebatían temas artísticos eransiempre localizados y expulsados agolpes. En torno al taller deYoyontzin se formó un constanteservicio de vigilancia armada,realizada por gente del pueblo, queimpedía tanto la posibilidad de unaagresión a quienes ahí laboraban,como cualquier intento dedestrucción de la ya casi terminadaobra escultórica realizada por

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Técpatl. Finalmente, la tan temidaposibilidad de que sus intereseseconómicos se vieran afectados,comenzaba a convertirse en unarealidad para el grupo de Cohuatzin,pues la venta de sus productos habíaempezado a disminuir en formaostensible, indicando con ello que seestaba operando una profundatransformación en el gusto artísticode la población azteca.

Una vez que Técpatl huboconcluido la escultura en que habíavenido laborando, y habiendoquedado satisfecho con la realización

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de la misma, se dirigió nuevamenteal Templo Mayor para comunicar aTlacaélel que deseaba obsequiar suobra a la Hermandad Blanca deQuetzalcóatl. En su carácter de SumoSacerdote de la respetada ymilenaria Institución, Tlacaélelaceptó el ofrecimiento de Técpatl yfijó la fecha en la que, acompañadode las más altas autoridades delReino, acudiría al taller deYoyontzin a recibir personalmente laescultura.

Una enorme expectación sedespertó en todo el pueblo azteca en

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cuanto tuvo conocimiento de estoshechos. Hasta esos momentos nadieque no fuesen los propios ayudantesde Técpatl (con la excepción deYoyontzin y de los dos espíasenviados por Cohuatzin) había tenidooportunidad de contemplar laescultura, razón por la cual, seguíancorriendo los más disparatadosrumores acerca de la misma. Unincesante afluir de gentes deseosasde asistir al acto de la entrega de laobra de Técpatl comenzó aefectuarse desde los más diversosrumbos hacia la capital azteca. Al

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aproximarse el día en que había detener lugar este acto, eran yaverdaderas multitudes las quediariamente hacían su arribo aTenochtítlan.

Aterrorizado ante el cariz queestaban tomando los acontecimientos,Cohuatzin perdió la noción de lasproporciones y urdió una nuevamaniobra que entrañaba ya larealización de actos que podíancalificarse de abierta rebelión encontra de las autoridades aztecas.Contratados por Cohuatzin,numerosos soldados tecpanecas que

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habían combatido en las filas deldesaparecido ejército de Maxtlacomenzaron a concentrarse enTenochtítlan. Confundidos entre eltorrente humano que en númerosiempre creciente acudía a la capitaldel Reino, los mercenariospenetraron en la ciudad y fueronalojados en los tallerespertenecientes al culhuacano y a sussecuaces. Cohuatzin proyectabautilizar estas tropas para dar muerte aTécpatl y a sus ayudantes. Elmomento escogido para ello seríadurante la ceremonia en la cual, ante

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la presencia del pueblo y de lasautoridades, el joven escultor haríaentrega de su recién terminadaescultura al Portador del EmblemaSagrado. Un grupo de provocadoresrealizaría primeramente un últimointento tendiente a promover unarevuelta popular: vociferando encontra de la escultura, a la quecalificarían de imperdonablesacrilegio cometido en contra de laDeidad que pretendía representar,incitarían al pueblo a queexterminase de inmediato al autor deaquella profanación. Si el pueblo no

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secundaba a los provocadores,entrarían en acción las tropasmercenarias; su actuación había sidoplaneada para producir un impactoparalizante de efectos definitivos:tras de vencer cualquier posibleresistencia procederían al asesinatode Técpatl, de Yoyontzin y de susrespectivos ayudantes, finalmente,demolerían la escultura hastaconvertirla en un montón deescombros. El hecho de que todoesto pretendiese realizarse ante lapresencia de las más altasautoridades del Reino, hacía del

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atentado un acto de imprevisiblesconsecuencias, ya que resultabaimposible anticipar la actitud queasumirían frente a semejantesacontecimientos los dirigentestenochcas, así como los extremos aque podría llegar, una vez iniciada suacción, el contingente de tropasmercenarias, integrado por antiguossoldados tecpanecas poseídos de unciego afán de venganza.

La noche anterior al día en quehabría de tener lugar la tan esperadaentrega de la obra de Técpatl,Tlacaélel recibió un aviso de Itzcóatl

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solicitándole acudiese de inmediatoa una reunión de emergencia delConsejo Consultivo del Reino. Laintempestiva reunión había sidoconvocada a instancias deMoctezuma. El comandante en jefede los ejércitos aztecas teníainformes confirmados de que unnúmero aún no precisado de tropasmercenarias había penetrado enTenochtítlan y se hallaban alojadasen diversos talleres de la ciudad,listas para tratar de impedir, por lafuerza, la celebración de laceremonia que habría de efectuarse a

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la mañana siguiente. El Flechadordel Cielo había acuartelado ya a sustropas y solicitaba se le autorizasepara tomar por asalto esa mismanoche los talleres que servían derefugio a los mercenarios, así comopara proceder a la captura deCohuatzin y de todos sus cómplices.

Ante el asombro de los ahípresentes, Tlacaélel se manifestó encontra de que fuesen las autoridadeslas que adoptasen las medidasnecesarias para hacer frente a laamenaza surgida en la propia capitaldel Reino.

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El pueblo tenochca -afirmó elCihuacóatl Azteca- no era ya unorganismo indefenso que pudiese serdevorado por la primera ave derapiña que se cruzase en su camino.Los nefastos días en que una partidade audaces podía penetrar hasta elcorazón de Tenochtitlan y en unataque sorpresivo dar muerte a sumáximo gobernante, eran cosa delpasado. La vigilancia de la ciudadpara preservarla de las acechanzasde sus enemigos constituía unaresponsabilidad de todos sushabitantes y éstos sabrían encontrar,

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por sí mismos, la respuesta másadecuada a la maniobra urdida porun puñado de sujetos que, lo mismocomo artistas que comoconspiradores, habían manifestadouna total falta de talento y unainsufrible mediocridad.

Después de escuchar losrazonamientos de Tlacaélel, Itzcóatlestuvo de acuerdo en que por elmomento las autoridades no debíanemprender acción alguna, para darasí al pueblo la oportunidad dedemostrar su capacidad paraorganizarse y defenderse de quienes

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pretendían engañarlo, sin embargo,opinó que no sería prudente acudir ala ceremonia del día siguiente sincontar con la debida protección deuna fuerte guardia armada.

Una vez más Tlacaélel sostuvoun parecer contrario, al afirmar convigoroso acento:

El gobernante que necesitaprotección cuando se encuentraentre su pueblo, no merece llamarsegobernante.

En vista de la segura confianza

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manifestada por Tlacaélel de que elpueblo sabría hacer frenteapropiadamente a la situación, elmonarca dio por concluida la reunióny los integrantes del ConsejoConsultivo retornaron a susrespectivas moradas.

Antes de retirarse a sushabitaciones, el Portador delEmblema Sagrado subió hasta lacúspide del Templo Mayor paraobservar desde lo alto a la ciudad.Era ya pasada la medianoche, sinembargo, resultaba obvio queTenochtítlan no dormía. Una gran

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tensión se percibía claramente en elambiente. Incontables lucecillasbrillaban por todos los rumbos de lacapital azteca, evidenciando con elloque una gran parte de sus habitantespermanecía aún en vela. En la negrasuperficie del enorme lago se movíanlas luces de numerosas canoas que sedesplazaban en dirección a la ciudad,a donde continuaban llegando gruposde personas deseosas de estarpresentes en el acto de entrega de laescultura de Técpatl.

Una amplia sonrisa se dibujó enel rostro de Tlacaélel mientras

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recordaba al joven escultor causantede toda aquella conmoción, y enaquel instante, presintió que en esaocasión no se hallaba sólo en suimperturbable confianza frente aldestino, sino que esta misma actitudera compartida también por otrapersona.

Y el Azteca entre los Aztecastenía razón, pues aquella noche, trasde revisar hasta el último detalle desu recién terminada obra y procedera envolverla con gruesos ayates,Técpatl, sin percatarse al parecer dela febril emoción que imperaba entre

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sus ayudantes y amigos, se habíaretirado muy temprano a su aposento,en donde dormía con sueño tranquiloy reposado.

Tlacaélel se encontraba aún ensus habitaciones, cuando fueinformado de que Cohuatzin y losdirigentes de las corporaciones deartistas y artesanos existentes enTenochtítlan le aguardaban paraacompañarle al acto que tendríalugar aquella mañana.

Cohuatzin y sus allegadossaludaron al Cihuacóatl Azteca congrandes muestras de aparente afecto.

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El culhuacano pronunció un brevediscurso en el cual, en nombre de lasdistintas organizaciones de artistas yartesanos ahí representadas, expresóla supuesta satisfacción queembargaba a los componentes dedichas instituciones con motivo de laobra realizada por Técpatl.

Tlacaélel escuchópacientemente aquellas palabrasrebosantes de cinismo e hipocresía, ala vez que observaba con atentamirada a cada uno de los integrantesde aquel grupo, percatándose alinstante del incontrolable

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nerviosismo que les dominaba. Elsemblante de Cohuatzin era el de unhombre al borde del colapso: susojos hundidos en medio de profundasojeras reflejaban un profundo terror,un continuo tic le desfiguraba elrostro y sus palabras no poseían ni lafluidez ni el meloso acento quecaracterizaba su natural hablar, puesahora tartamudeaba y entrecortabalas frases, acentuando con ello elgrotesco aspecto que tenía toda sufigura en aquellos momentos. ElPortador del Emblema Sagradoconcluyó para sus adentros que

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Cohuatzin, al impulso de sunaturaleza ambiciosa e intrigante, sehabía dejado llevar por losacontecimientos hasta el grado depretender preservar sus interesesorganizando una conspiración que lellevaría inexorablemente a un choquefrontal con las autoridades del Reino,empresa del todo desproporcionadaa su capacidad y posibilidades, perode la cual no podía ya desligarse apesar de que seguramente hacíatiempo que se hallaba arrepentido dehaberla iniciado.

En unión de tan poco grata

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comitiva, Tlacaélel se dirigió alencuentro de Itzcóatl. El monarca loaguardaba en compañía de lasprincipales personalidades delgobierno azteca. NuevamenteCohuatzin improvisó algunasbalbuceantes frases para expresar sulealtad al rey y la complacencia quele producía la ejecución de la obrallevada a cabo por Técpatl. Losmandatarios respondieron en formafríamente cortés a los afectuosossaludos de los dirigentes de lascorporaciones de artistas y artesanos,con la excepción de Moctezuma,

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quien de plano se negó a darrespuesta a los saludos de losconspiradores, limitándose atraspasarlos con fiera mirada. Laactitud del guerrero incrementó almáximo el manifiesto pavor quedominaba a los acompañantes deCohuatzin, varios de los cualesdieron la impresión de que podríancaer desmayados de un momento aotro.

No deseando prolongar por mástiempo aquella embarazosa situación,Itzcóatl dio la orden de encaminarsecuanto antes al taller de Yoyontzin.

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Una enorme multitud esperaba a susgobernantes en la gran plaza central,deseosa de acompañarles durantetodo el trayecto. Muy pronto elavance de los dignatarios por lascalles y canales de la ciudad seconvirtió en un entusiasta homenajedel pueblo a sus autoridades.Tlacaélel, Itzcóatl y Moctezuma, eranvitoreados en forma incesante yatronadora. Un festivo ambiente dealegría imperaba en toda la capitalazteca.

Tlacaélel no veía a Citlalminapor ningún lado, pero adivinaba su

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inconfundible aliento e inspiraciónen todo cuanto contemplaba: en losemocionados rostros de los niños yniñas que agrupados en numerososconjuntos entonaban por doquiervibrantes canciones, en lossemblantes enérgicos y decididos delos jóvenes, que dando muestras deuna organización y disciplinaimpecables, mantenían una efectivavigilancia en el amplio sector de laciudad comprendido en el recorrido,y en general, en el evidentesentimiento de altiva y seguraconfianza en sí mismo que parecía

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caracterizar a todo el pueblo aztecaen aquellos momentos. Ante tanpalpables muestras de la existenciade una conciencia popular vigilante ypoderosa, Tlacaélel no tuvo la menorduda de que las fuerzas mercenariasal servicio de Cohuatzin no seatreverían a intentar acción alguna.

Tanto la comitiva como lainmensa multitud que le seguía sedetuvieron al llegar frente a la casade Yoyontzin. Con objeto de que laescultura de Técpatl resultase visibledesde el exterior al mayor númeroposible de personas, el artesano

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había ordenado, desde el díaanterior, se derribase una buena partede la barda que rodeaba al taller. Enesta forma, las curiosas miradas delos recién llegados se posaron deinmediato en el enorme bultoenvuelto en toscos ayates que seencontraba colocado sobre una reciaplataforma en el centro del patio.

Técpatl y Yoyontzin aguardabanla llegada de las autoridades a laentrada del taller. La serena actituddel joven contrastaba marcadamentecon la intensa emoción que dominabaal anciano. Técpatl presentó ante los

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dignatarios aztecas a los jóvenes quehabían colaborado con él en laejecución de la escultura.

Tlacaélel observó en todosellos esa mirada a un mismo tiemposoñadora y enérgica que caracterizaa los auténticos artistas.

Autoridades y artistasavanzaron hasta llegar junto a laplataforma, detrás de ellos seapretujaba un enorme gentío quehabía invadido ya cuanto espaciodisponible existía: el patio del taller,los techos de las casas cercanas, lascalles adyacentes y los amplios

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terrenos aún no construidos queexistían frente a la casa deYoyontzin. Los ojos de todos lospresentes no se despegaban ni uninstante del misterioso envoltorio,como si intentasen arrancar sucubierta a fuerza de mirarlo. De unágil salto Técpatl se encaramó en laplataforma, y luego, con un ademánno exento de cierta solemneteatralidad, deshizo de un solo tirónel nudo del grueso cordel quemantenía unidos todos los ayates;éstos cayeron al instante dejando aldescubierto su oculto contenido.

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Únicamente la paralizante einenarrable sorpresa que tal vez seproduzca en el espíritu de aquéllos alos que la muerte arrebata en formarepentina, podría compararse a laconmoción que se generó en el ánimode los espectadores cuando surgióante ellos la imagen de la Deidad quesintetizaba en su ser uno de los dosaspectos -el femenino- de la dualidadcreadora. En un primer momento,ninguno de los presentes creyó que sehallaba ante una mera representaciónescultórica de la venerada Coatlicue,sino más bien juzgaron que por algún

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incomprensible prodigio les era dadocontemplar a la manifestación real yverdadera de la Deidad. Y es queaquella efigie en piedra era muchomás que una simple escultura, en ellahabían sido plasmadas, en formamagistral, intuiciones presentidas porel pueblo azteca a lo largo de siglos.Oscuros sueños adormecidos en elsubconsciente colectivo y elaboradasconcepciones teogónicas de loscerebros más esclarecidos, aparecíanahora claramente representados enuna obra magnífica y terrible.

Estática, muda, fascinada ante

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lo que contemplaba, la multitudpermanecía extrañamente inmóvil,como si desease prolongarindefinidamente aquel singularinstante de éxtasis y comunióncolectivos. Haciendo un esfuerzo,Tlacaélel logró finalmente sustraerseal estado cercano a la hipnosis enque se encontraban todos e intentó deinmediato analizar la obra con unespíritu puramente crítico.

La escultura constituía,primordialmente, una conjunción desímbolos genialmente integrados enuna sola figura. Cada uno de los

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múltiples detalles que componían laobra aludía a una profundaconcepción de carácter cósmicoreligioso: caracoles, serpientes,manos, corazones, cráneos, garras ycabezas de águila, así como losdemás elementos contenidos en elmonolito, poseían un significadoespecífico, y era atendiendo almismo, que habían sido colocados yarmonizados en aquella obra defuerza y vigor indescriptibles.

Aquella simétrica y majestuosaescultura era un auténtico compendiode conocimientos materializados en

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piedra y el desentrañar plenamentesu significado constituía una laborque requería una buena cantidad detiempo, incluso para una mente comola de Tlacaélel; así pues, el Portadordel Emblema Sagrado optó por dejarpara posteriores observaciones ellograr una apreciación integral de laobra, y dirigiéndose a los sacerdotesque le acompañaban, les instó a darcomienzo a la ceremonia deconsagración de la escultura.

Lentamente, como si cada unode sus movimientos constituyese paraellos un enorme esfuerzo, los

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sacerdotes dieron inicio al actoreligioso de consagración de laimagen en piedra de la Deidad quesimbolizaba a las fuerzas cósmicasde signo femenino que animan a latierra y que dan origen a la vida y ala muerte. El Heredero deQuetzalcóatl presidía la ceremoniapronunciando con recia voz lassacramentales palabras, fórmulasmilenarias preservadas en virtud deuna celosa tradición que habíalogrado mantener incólumes lossagrados rituales.

Sumido aún en aquel estado de

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conciencia que le había permitidoalcanzar el éxtasis colectivo, elpueblo mantuvo un respetuososilencio a lo largo de toda laceremonia; al concluir ésta, elhechizo que imperaba en el ambientepareció comenzar a desvanecerse yun murmullo de voces expresando suadmiración hacia la obra de Técpatlse dejó escuchar por doquier.

Itzcóatl mandó llamar al jefe delos porteadores que tendrían a sucargo la misión de transportar lamonumental efigie desde aquel lugarhasta el Templo Mayor y le ordenó

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dar comienzo a la operación. Unelevado número de cargadores rodeóen un instante a la escultura,discutiendo sin cesar sobre la mejorforma de llevar a cabo la difícilmaniobra.

Desplazándose mediante unabase colocada sobre pesados yuniformes troncos de árbol que ibansiendo movidos con gran cuidado, lacolosal efigie inició su avance haciael centro de la ciudad. En elmomento mismo en que la operacióndel traslado daba comienzo,suscitóse un acontecimiento del todo

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inesperado: sin que existiese alparecer un motivo en especial paraello, la reverente actitud de lamultitud se trocó repentinamente enun sentimiento de ira incontenible.Miles de puños se alzaronamenazadores señalando a Cohuatziny a los demás dirigentes de lascorporaciones de artistas y artesanos.Un solo rugido, proferido al unísonopor incontables gargantas, hizoestremecer el aire produciendo uneco de ominosas vibraciones. Talparecía que una pesada venda sehubiese desprendido bruscamente de

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los rostros de todos, permitiéndolespercatarse tanto de los mezquinosintereses que guiaban la conducta delos supuestos artistas, como de lasbajas argucias de que éstos se habíanvalido para intentar impedir larealización de la admirable obra queahora se erguía triunfante ante susojos.

Una ola humana, vengativa ycolérica, se precipitó hacia el lugardonde se encontraban Cohuatzin y sucamarilla. Profiriendo agudos gritosde terror, los falsos artistas serefugiaron en el interior de la casa de

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Yoyontzin, quien en unión deTécpatl, así como de los discípulosde éste y de sus propios ayudantes,intentaba vanamente contener elavance de la airada multitud.

Tlacaélel y Moctezumaprosiguieron tranquilamente sucamino, sin manifestar el menorinterés en lo que ocurría, Itzcóatl, porel contrario, se volvió rápidamentesobre sus pasos e internándose en lacasa del artesano subió a la azotea ydesde ahí conminó con enérgicoacento a la multitud, ordenándoledispersarse de inmediato.

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Atendiendo a las indicaciones delmonarca, el pueblo se retiró de lasinmediaciones de la casa deYoyontzin, sin embargo, él exaltadoánimo que privaba entre la multitudestaba aún lejos de extinguirse, losrumores acerca de la existencia defuerzas mercenarias dentro de laciudad eran ya del dominio público yla enardecida población se lanzó atratar de localizarlas.

En ninguna parte fue posiblehallar a un solo mercenario, éstoshabían huido muy de mañana, alpercatarse de la imposibilidad de

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pretender llevar a cabo una agresiónfrente a un pueblo organizado y enactitud de alerta. Ante lo infructuosode su búsqueda, la multitud desahogósu furia destruyendo e incendiandolas casas y los talleres de Cohuatziny de todos sus incondicionales.

En la tarde de ese mismo día,mientras los rescoldos de las casasincendiadas aún humeaban y la calmaretornaba lentamente a la agitadacapital azteca, Cohuatzin y sucamarilla abandonaron la ciudad,protegidos de las iras populares porun numeroso contingente de tropas.

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Itzcóatl había decretado que losfracasados conspiradores fuesenexpulsados de los confines del ReinoAzteca, quedándoles prohibido elretorno bajo pena de muerte.

A pesar de que Tlacaélel seopuso terminantemente a que en loscódices en donde iban siendoanotados los principalesacontecimientos se registrasen lasmaniobras urdidas por Coahuatzin ysus secuaces (aduciendo que lasactividades desarrolladas por dichossujetos constituían un hecho carentede la menor importancia) el pueblo,

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por medio de la tradición oral,conservó fiel memoria de estossucesos, a los cuales dio la irónicadenominación de "La Rebelión de losFalsos Artistas".

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Capítulo XIV

CONSTRUYENDO UN IMPERIO

En el año trece pedernal, aconsecuencias de una pulmoníafulminante murió Itzcóatl, rey de lostenochcas. Al ascender al tronocontaba cuarenta y siete años de edady sesenta al ocurrir su fallecimiento.Durante su reinado, iniciado bajo las

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más adversas circunstancias, habíantenido lugar los trascendentalesacontecimientos que transformaran aun pueblo sojuzgado y vasallo, en elpoderoso reino que con ánimoresuelto intentaba unificar al mundoentero bajo su dominio.

Poseedor de una personalidaddesprovista de ambiciones de poder,Itzcóatl había obtenido su altainvestidura como resultado de unaacertada determinación de Tlacaélel,que con certera visión, descubrieraen él al sujeto indicado para impedirel estallido de la lucha fraticida que

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amenazaba escindir al pueblo aztecaen los momentos en que más serequería la unidad de todos suscomponentes. Itzcóatl había sabidodesempeñar su difícil cargo conseñorío, serenidad y prudencia. Suhabilidad para lograr conciliar losmás opuestos intereses era yalegendaria, como lo era también suimparcialidad para impartir justicia.El afectuoso recuerdo que del extintomonarca conservaría siempre elpueblo tenochca, constituía el mejorhomenaje a su memoria.

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En vista de la forma del todofavorable a sus proyectos en quevenían desarrollándose losacontecimientos, Tlacaélel juzgó quehabía llegado la tan esperadaoportunidad de llevar a cabo elrestablecimiento del Poder Imperial.La decisión de Tlacaélel implicaba,antes que nada, la designación de lapersona en quien habría de recaer laresponsabilidad de ostentar el cargode Emperador. En virtud de que elAzteca entre los Aztecas manteníainalterable el criterio de que a sucondición de Portador del Emblema

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Sagrado no debía agregarse la deEmperador -pues la acumulaciónextrema de poder había demostradoser nefasta a juzgar por lo ocurridoen el Segundo Imperio Tolteca- noquedaba sino una sola persona capazde sobrellevar con la debidadignidad tan elevado cargo:Moctezuma, el Flechador del Cielo.

Las ceremonias tendientes aformalizar el restablecimiento delImperio revistieron una particularsolemnidad y culminaron con laentrega que de los símbolos delPoder Imperial -penacho de plumas

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de quetzal adornado con diadema deoro y turquesas, largo manto verde ycetro en forma de serpienteemplumada- hizo Tlacaélel aMoctezuma.

Una vez concluidos los festejosde la coronación, numerosasdelegaciones de embajadorestenochcas se encaminaron a las másapartadas regiones, para difundir pordoquier idéntico mensaje: a partir deaquel momento sólo existía un sologobierno legítimo sobre la tierra yéste era el representado por lasAutoridades Imperiales, así pues,

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cualquiera que se ostentase comogobernante debería manifestar deinmediato su voluntad de acatar elpoderío azteca o de lo contrario seríaconsiderado como un rebelde.

Los tenochcas no eran taningenuos como para suponer que latransmisión de un simple mensajebastaba para garantizar el generalacatamiento a sus designios, peroconfiaban en que a resultas de laactuación de sus embajadores seproducirían dos consecuenciasfavorables a sus intereses. Laprimera de ellas, era la de que

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muchos gobernantes que hastaentonces se habían mantenidoindecisos entre hacer frente a lacreciente hegemonía de Tenochtítlano procurar avenirse a su mandato,terminarían por inclinarse hacia estaúltima alternativa, y la segunda, queaun en los casos de aquéllos quehabían optado con ánimo resuelto porcombatir la expansión azteca, alsaber que luchaban en contra de unImperio que se ostentaba como elúnico legítimo depositario de laautoridad, verían debilitada suvoluntad de resistencia en las futuras

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contiendas.Muy pronto las actividades

diplomáticas que tenían lugar enTenochtítlan se incrementaron almáximo. Numerosos reinos que aúnconservaban su independencia, peroque se hallaban en lugares cercanos alos territorios que integraban eldominio azteca, enviaronrepresentantes con la doble misiónde patentizar su obediencia a losdictados tenochcas y de negociar lasmejores condiciones posibles en quehabría de efectuarse su incorporaciónal Imperio. Por el contrario, de

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lejanos lugares retornabanembajadores portando las firmesnegativas expresadas por diversosreinos a los designios de predominiouniversal de los tenochcas.

Una larga serie de campañasmilitares, tendientes a someterpoblaciones cada vez más distantes,comenzaron a desarrollarse conresultados siempre favorables a lasarmas imperiales.

Las reformas introducidas enmateria de educación comenzaban yaa dar sus primeros frutos; en loscentros de enseñanza se estaban

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formando seres dotados de unadiferente y superior personalidad,poseedores de una firme voluntad yde un recio carácter, sinceramenteinteresados en dedicar su vida enteraa la consecución de los más elevadosideales. La aplicación intensiva ygeneralizada de los antiguos métodosde enseñanza, producía una vez másmagníficos resultados.

1Guiado por el propósito de

proporcionar al naciente Imperio unasólida estructura, Tlacaélel decidió

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llevar a cabo el restablecimiento dela antigua Orden de los CaballerosÁguilas y Caballeros Tigres.

Esta Orden había sido en elpasado la base de sustentación detoda la organización social y políticade los dos Imperios Toltecas y elPortador del Emblema Sagradodeseaba que, en igual forma,constituyese la columna vertebral dela nueva sociedad azteca.

Los requisitos para ingresarcomo aspirante en la Orden de losCaballeros Águilas y CaballerosTigres eran de muy variada índole;

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en primer término, se requería haberconcluido en forma destacada losestudios que se impartían en algunasde las instituciones de enseñanzasuperior; en segundo lugar, erapreciso haber participado comoguerrero en por lo menos trescampañas militares y haber dadomuestras de una gran valentía;finalmente, se necesitaba laaprobación de las autoridades delCalpulli en cuya localidad sehabitaba, las cuales debían avalar labuena conducta del solicitante yatestiguar que se trataba de una

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persona caracterizada por unmanifiesto interés hacia losproblemas de su comunidad.

Al ingresar como aspirantes enla Orden, los jóvenes abandonabansus hogares y se trasladaban aresidencias especiales en dondeiniciaban un periodo de aprendizajeque habría de prolongarse a lo largode cinco años. Durante dichoperiodo, además de fortalecer sucuerpo y su espíritu a través de unarigurosa disciplina, comenzaban aponerse en contacto con el nivel máselevado de las antiguas enseñanzas.

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Profundos conocimientos sobreteogonía, matemáticas, astronomía,botánica, lectura e interpretación decódices y muchas otras materias más,eran impartidos en forma intensiva enlas escuelas de la Orden.

El alto grado de dificultad, tantode los estudios que realizaban comode las disciplinas a que tenían queajustarse, hacía que el número deaspirantes se fuese reduciendoconsiderablemente en el transcursode los cinco años que duraba lainstrucción. Al concluir ésta venía unperíodo de pruebas, durante el cual

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los aspirantes tenían que darmuestras de su capacidad de mando -dirigiendo un regular número detropas en diferentes combates- y desu habilidad para aplicar enbeneficio de su comunidad losconocimientos adquiridos. Una vezfinalizado este período, losaspirantes que habían logrado salvarsatisfactoriamente todos losobstáculos eran admitidos comomiembros de la Orden,otorgándoseles en una impresionanteceremonia el grado de CaballerosTigres.

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El otorgamiento del grado deCaballero Tigre no constituía tansólo una especie de reconocimientoal hecho de que una persona habíaalcanzado una amplia cultura y unpleno dominio sobre sí mismo, sinoque fundamentalmente representabala aceptación de un compromiso antela sociedad, en virtud del cual, losnuevos integrantes de la Orden seobligaban a dedicar todo su esfuerzo,conocimiento y entusiasmo, a la tareade lograr el mejoramiento de lacolectividad.

Una vez adquirida la alta

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distinción y el compromiso queentrañaba su designación, los reciénnombrados Caballeros Tigres podíanescoger libremente entre las dosopciones que ante ellos sepresentaban: la primera consistía enpermanecer al servicio directo de laOrden, realizando las tareas que lesfuesen encomendadas -instrucción delos nuevos aspirantes, administraciónde los bienes de la Orden, direcciónde cuerpos especiales del ejército,etc.- y la otra, retornar al hogarpaterno, contraer matrimonio ydedicarse a la actividad de su

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preferencia, procurando, desdeluego, que el ejercicio de dichaactividad constituyese un medioseguro para llevar a cabo unaconsiderable contribución almejoramiento de su comunidad.

Con la obtención del grado deCaballero Tigre se otorgaba almismo tiempo la calidad de aspirantea Caballero Águila. Así como elCaballero Tigre era larepresentación del ser que es yadueño de sí mismo y que se halla alservicio de sus semejantes, elCaballero Águila simbolizaba la

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conquista de la más elevada de lasaspiraciones humanas: la superacióndel nivel ordinario de conciencia y laobtención de una alta espiritualidad.

No existían -y no podía ser deotra forma- reglas fijas para el logrode tan alto objetivo. Aun cuando losprincipales esfuerzos de la Ordenestaban dirigidos a prestar a susmiembros la máxima ayuda posible,alentándolos en su empeño yproporcionándoles los valiososconocimientos de que eradepositaría, la realización interiorque se requería para llegar a ser un

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Caballero Águila era resultado de unesfuerzo puramente personal,alcanzable a través de muy diferentescaminos que cada aspirante debíaescoger y recorrer por sí mismo,hasta lograr, merced a una largaascesis purificadora, una supremacíaespiritual a tal grado evidente, quellevase a la Orden a reconocer en éla un ser que había logrado realizar elideal contenido en el más venerablede los símbolos náhuatl: el águila -expresión del espíritu- habíatriunfado sobre la serpiente -representación de la materia.

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2Los nuevos grupos que día con

día surgían y se desarrollaban en elseno de la sociedad azteca tendían enforma natural a vertebrarla yjerarquizarla. Tlacaélel juzgaba quesi este proceso no era debidamenteencauzado terminaría fatalmente porcrear una sociedad de castascerradas, celosas de sus diferentesprerrogativas, propensas a intentarmedrar a costa de las demás ydispuestas a luchar entre sí por elmantenimiento de sus respectivosintereses. La importante función que

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la recién restablecida Orden de losCaballeros Águilas y CaballerosTigres estaba llamada a realizarrequería, por lo tanto, el desempeñode múltiples y complejas tareas,siendo una de ellas la de convertirseen la directora de la transformaciónsocial que estaba teniendo lugar en elpueblo tenochca y en guiar dichatransformación en tal forma que éstase tradujese siempre en beneficio detoda la colectividad y no sólo de unpequeño grupo. El hecho de que losCaballeros Águilas y Tigres -que enpoco tiempo habrían de ocupar todos

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los cargos de importancia en elImperio- obtuviesen su grado no porhaberlo heredado de sus padres nipor poseer mayores recursoseconómicos, sino atendiendoexclusivamente a sus relevantescualidades personales, garantizaba aun mismo tiempo que la conducciónde los destinos del Imperio sehallaban en buenas manos y que elprocedimiento adoptado paradeterminar la movilidad en elorganismo social era el másapropiado para impulsar tanto lasuperación individual como el

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beneficio colectivo.El incesante incremento de la

población tenochca y su cada vezmayor diseminación hacía crecer decontinuo el número de Calpultin,originando que la labor de coordinara las autoridades de los mismos seestuviese convirtiendo en unaabrumadora tarea que absorbíademasiado tiempo al ConsejoImperial,

3 impidiéndole con ello prestarla debida atención a laadministración de las provincias que

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iban siendo conquistadas. Tlacaélel yMoctezuma adoptaron variasresoluciones para hacer frente a esteproblema: se creó un organismointermedio entre el Consejo y losCalpultin, integrado por losdirigentes de estos últimos y dotadode las atribuciones necesarias parapoder llevar a cabo la mencionadacoordinación y para designar a tresde los seis miembros que integrabanel Consejo Imperial.

4Asimismo, se constituyó un

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cuerpo de funcionarios directamenteresponsables ante el Monarca y elConsejo Imperial, que tenía a sucargo la administración del crecientenúmero de provincias que ibanpasando a formar parte del Imperio.

La recia solidez que el Imperioiba adquiriendo, así como sucapacidad para hacer frente aproblemas de la más diversa índole,fueron puestas a prueba con motivode los desastres naturales que seabatieron sobre la región delAnáhuac a partir del séptimo año deiniciado el gobierno de Moctezuma.

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En el año Siete Caña una seriede tormentas de no recordadaintensidad produjeron un inusitadoaumento en el nivel de los lagos delValle, ocasionando con ello unainundación general en la capitalazteca: casas y templos, escuelas ycuarteles, se vieron seriamenteafectados por el incontenible ascensode las aguas. Innumerablesconstrucciones se derrumbaron y losdaños ocasionados en las cosechasmotivaron una pérdida casi total delas mismas. Por primera vez en lahistoria de la ciudad, sus habitantes

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comprobaron que la existencia deTenochtítlan implicaba un retopermanente a la naturaleza y que éstapodía llegar a cobrar venganza por laofensa que se le había inferido,intentando recuperar el espacio que alo largo de los años y a costa de tangrandes esfuerzos le había sidoarrebatado.

Tlacaélel y Moctezumadecidieron consultar aNezahualcóyotl acerca de lasmedidas que podrían adoptarse paraevitar en el futuro otra inundación detan graves consecuencias como la

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que estaba padeciendo la capitalazteca. Tras de estudiarcuidadosamente el problema, el reyde Texcoco presentó un audazproyecto para lograr un controlefectivo de todos los lagos existentesen el Valle del Anáhuac. El proyectoen cuestión consistía en separar lasaguas dulces de las saladas,canalizar el agua potable que brotabaen Chapultépec para llevarla aTenochtítlan, y construir una vastared de diques en todo el Valle quepermitiese una regulación integral delas aguas, así como un adecuado

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aprovechamiento de éstas para finesagrícolas.

Las autoridades tenochcasaprobaron el plan de Nezahualcóyotly dieron comienzo de inmediato a suejecución. Cuando finalmente,después de ímprobos esfuerzos, fueconcluido el ambicioso proyecto -enel corto plazo de unos cuantos años,gracias a la gran cantidad derecursos de que el Imperio podíaechar mano- tanto los aztecas comoel Rey de Texcoco contemplaron suobra con orgullosa satisfacción ycelebraron su conclusión con toda

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clase de festejos.

5No habían transcurrido muchos

años después de aquél en queocurriera la inundación, cuandosobrevino un periodo de sequíasparticularmente intenso que afectó atodo el territorio controlado por losaztecas, así como a las regionescircunvecinas, y que se prolongó a lolargo de varias temporadasagrícolas, ocasionando considerablespérdidas en las cosechas, ya que conexcepción de las tierras que eran

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regadas utilizando las aguasalmacenadas en los lagos, todas lassiembras basadas en las lluvias detemporal se malograbanirremisiblemente una y otra vez.

Durante la época de transicióncomprendida entre la desaparicióndel Segundo Imperio Tolteca y larestauración del Poder Imperial porlos aztecas, siempre que la sequíahabía afectado durante periodosprolongados a extensas regioneshabía sido origen de fatalesconsecuencias, incluyendo en algunasocasiones la extinción, por hambre,

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de poblaciones enteras. La causa deello era que la producción agrícolade los señoríos apenas bastaba parasatisfacer las necesidades ordinariasde su propio autoconsumo, perocuando sobrevenía una sequía y seproducía una pérdida total de lascosechas, la población se veíaobligada, para poder subsistir, aconsumir una gran parte de losgranos destinados a las nuevassiembras. Cuando la sequía seprolongaba por varios años lasituación adquiría proporciones deuna auténtica catástrofe: numerosos

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pueblos emigraban en masa buscandotrasladarse a regiones en donde fueraposible sobrevivir alimentándose deraíces o de la caza de pequeñosanimales; la movilización de laspoblaciones suscitaba sangrientosconflictos entre los recién llegados ylos antiguos pobladores de lasregiones más disputadas,derivándose de todo ello unapavorosa desolación en extensasregiones, que a veces se prolongabadurante varios decenios después dehaber concluido la sequía.

Una de las primeras

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providencias adoptadas por lasautoridades tenochcas, desde laépoca de Itzcóatl, había sido laconstrucción de enormes bodegas enlas cuales se almacenabanimportantes dotaciones de granos,destinadas no sólo a ser utilizadas enlas siembras futuras, sino comoreserva de alimento para cuando semalograsen las cosechas porcualquier causa; esto había sidoposible en virtud de la crecienteprosperidad del Reino y del mayoraprovechamiento de obras de riegoque permitían la obtención de

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cosechas aun en épocas de carenciade lluvias.

Al sobrevenir la grave yprolongada sequía durante elgobierno de Moctezuma, los aztecashicieron uso primeramente de susvastas reservas de granos, alagotarse éstas y continuarseperdiendo sucesivamente lascosechas de temporal por la falta delluvias, aplicaron una serie de bienplaneadas medidas con el fin dedisminuir, en lo posible, los dañosderivados de la difícil situación porla que atravesaban. Se estableció un

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estricto racionamiento de ladistribución de los alimentos,dándose prioridad a los niños y a lasmujeres embarazadas, se utilizaronlas reservas de oro y la totalidad dela producción artesanal paratrocarlas por las mayores cantidadesposibles de granos que era dableadquirir en las apartadas regionesque no habían sido afectadas por lasequía, finalmente, se incrementaronal máximo las obras de riego quepermitían el empleo para finesagrícolas de las aguas de los lagosdel valle, ya que ello garantizaba, al

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menos, la suficiente dotación desemillas para llevar a cabo unanueva siembra. En esta forma, losefectos producidos por la atrozsequía, sin dejar de ser graves y deocasionar calamidades sin cuento alos habitantes de una extensa zona, noalcanzaran, ni mucho menos, lasdevastadoras proporciones de otrasocasiones. La organización socio-política y económica del Imperio semantuvo firme, poniendo demanifiesto una gran eficiencia parahacer frente a esta clase dedificultades.

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Tras de siete años de continuassequías se produjo al fin el tanesperado cambio en la conducta delas nubes, las cuales proporcionaronagua en abundancia, permitiendo conello la obtención de magníficascosechas, tanto de granos como defrutas y legumbres.

Superadas las crisis con que lanaturaleza parecía haber queridoprobar la solidez del nuevo Imperio,se inició para éste una era deininterrumpida prosperidad en todoslos órdenes de su existencia.

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Capítulo XV

A LA BÚSQUEDA DE AZTLAN

Una vertiginosa y radicaltransformación se estaba operando enla fisonomía de la capital azteca.Transmutando una pasajera desgraciaen un permanente beneficio, lasautoridades imperiales habíanaprovechado la oportunidad que les

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brindara la inundación que tan gravesdaños causara a Tenochtítlan, parainiciar toda una serie de obrastendientes a convertir a la hastaentonces modesta ciudad en la dignasede de un poderoso Imperio.

En primer lugar se elaboró unbien meditado proyecto deurbanización y remodelación integralde la ciudad. Una vez aprobado, diocomienzo la gigantesca tarea: setrazaron anchas y firmes avenidas, sedesasolvaron canales y reforzaronlos muros de contención, sereedificaron multitud de casas y se

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ampliaron considerablemente losbarrios que integraban la metrópoli,se inició la construcción deauténticos palacios, entre los quedestacaban, por su particular bellezay grandiosidad, la residencia delEmperador y la Casa de la Orden delos Caballeros Águilas y CaballerosTigres; finalmente, en la gran PlazaCentral, en el mismo sitio donde suserrantes antepasados habíanconcluido el largo peregrinaje alencontrar el águila devorando a laserpiente, los aztecas comenzaron aedificar un templo de majestuosas

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proporciones.Una vez al mes, sin más

compañía que la de algún sirviente,Tlacaélel acostumbraba atravesar laciudad para llegar hasta la casadonde antaño estuviera el taller deYoyontzin. El anciano alfarero yahabía fallecido, pero Técpatl, elgenial escultor, continuaba laborandoen aquella casa.

El taller de Técpatl era ahora elsitio de reunión predilecto de todoslos artistas, no sólo de los quehabitaban dentro de los confines delImperio, sino incluso de los que

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moraban en apartadas regionestodavía fuera de su dominio, loscuales efectuaban penosas travesíaspara conocer al famoso escultor ypermanecer largas temporadas a sulado, colaborando con él en algunade sus extraordinarias creaciones.Este constante ir y venir de artistaspertenecientes a muy diferentestradiciones culturales, permitía unaincesante confrontación de las másvariadas corrientes artísticas y dabaorigen a la formulación de toda clasede proyectos, muchos de los cualesse veían posteriormente realizados

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en diversos talleres y poblaciones.El incesante crecimiento del

Imperio Azteca originó la necesidadde introducir importantes cambios enel sistema utilizado hasta entoncespara capacitar a los jóvenes queintegraban al ejército, consistente encombinar los periodos de instruccióny entrenamiento que tenían lugar enlos cuarteles, con la experienciapráctica adquirida a través de suparticipación en los combates.

Las campañas militares, que enun principio se desarrollabansiempre en lugares cercanos a la

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capital azteca, comenzaron aefectuarse en apartadas regiones,obligando con ello a los integrantesde los ejércitos a permanecer fuerade su base de operación duranteperiodos cada vez más prolongados.

Previniendo que esta situaciónhabría de acentuarse conforme sefueran ensanchando los límites delImperio, las autoridades tenochcasidearon una solución que permitiría alos nuevos reclutas continuar suentrenamiento regular en loscuarteles y tomar parte en combateslibrados en lugares situados a

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distancias que no resultasendemasiado alejadas de los mismos.

Hacia el Oriente del Anáhuacexistían los señoríos de Tlaxcallan,habitados por pueblosparticularmente valerosos y diestrosen el manejo de las armas.

Los territorios ocupados porestos pueblos aún no habían sidoinvadidos por los ejércitos deMoctezuma, sin embargo, sudefinitiva incorporación al Imperioera considerada por todos como unasimple cuestión de tiempo. Losseñoríos de Tlaxcallan se

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encontraban rodeados por doquier deprovincias tenochcas,imposibilitados por tanto deconcertar cualquier alianza que lespermitiese la esperanza de presentarresistencia con algunasprobabilidades de éxito.

La fecha para iniciar lacampaña que tenía por objeto lograrel sojuzgamiento de los indómitoshabitantes de Tlaxcallan había sidoya fijada, cuando las autoridadesimperiales decidieron dar un nuevogiro a los acontecimientos yofrecieron a los gobernantes de estos

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señoríos respetar la independencia yautonomía de sus territorios, siemprey cuando se comprometieran apresentar combate a los ejércitos quelos aztecas mandaríanperiódicamente en su contra, en lainteligencia de que dichos ejércitosno tendrían como misión convertir aTlaxcallan en provincia del Imperio,sino tan sólo efectuar batallas quesirvieran a un tiempo comoentrenamiento a sus jóvenesguerreros y como un medio decapturar prisioneros para lossacrificios.

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Los gobernantes de Tlaxcallananalizaron fríamente el ofrecimientode los tenochcas y llegaron a laconclusión de que éste entrañaba unmal comparativamente menor al quese produciría como consecuencia dela conquista lisa y llana de susterritorios, así pues, optaron porcelebrar un singular pacto con susoponentes, en virtud del cual,periódicamente se llevarían a caboguerras previamente programadas -alas que se dio el nombre de"floridas"- y cuyo objeto sería, comoya ha quedado dicho, la capacitación

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de los jóvenes aztecas que seiniciaban en la carrera de las armas yla obtención de un buen número devíctimas para los sacrificios.

Sin que fuera posibledeterminar con precisión en quémomento y en dónde se habíaplanteado por vez primera tanproblemática cuestión, el puebloazteca comenzó a preguntarse concreciente inquietud lo que ocurriríael día en que los ejércitos tenochcas,en su arrollador avance, llegasenhasta las blancas tierras de Aztlán,esto es ¿qué clase de relaciones

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deberían establecerse entre ambasentidades? ¿Pasaría Aztlán a formarparte del Imperio o se respetarían suintegridad y autonomía?

Los aztecas poseíanprofundamente arraigado en lo másíntimo de su ser el orgullo deprovenir de una región consideradaentre las más sagradas de toda latierra: Aztlán, el lugar en donde loshombres podían dialogarpermanentemente con los Dioses.

A pesar del tiempo transcurridodesde la lejana fecha en quepartieran de Aztlán, los aztecas

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seguían sintiéndose vinculadosespiritualmente a la región donde seencontraban sus raíces: sus poetascomponían de continuo bellospoemas para expresar el nostálgicoanhelo de retornar algún día alterritorio de sus antepasados, y engeneral, el pueblo manifestabasiempre un profundo interés porcualquier asunto relativo a su lugarde origen.

Las discusiones en torno a laíndole de las relaciones que en lofuturo debían establecerse entreAztlán y Tenochtítlan llegaron a tal

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punto, que Tlacaélel se sintióobligado a expresar oficialmente suopinión al respecto. El territorio deAztlán, afirmó el Heredero deQuetzalcóatl, era sagrado, y portanto, el Imperio mantendría siempreel más profundo respeto a suintegridad y autonomía.

La clara posición asumida porTlacaélel en lo relativo a lashipotéticas relaciones con Aztlán fuerecibida con general beneplácito ytranquilizó la inquietud que esteasunto había despertado en lapoblación; todos parecieron quedar

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satisfechos con la forma en que elPortador del Emblema Sagrado habíaresuelto el problema, todos menos elpropio Tlacaélel, pues el inesperadoplanteamiento de semejante cuestiónen el ánimo popular le habíapermitido percatarse de que elpueblo azteca daba por cierto que elreencuentro con su propio pasadoestaba por producirse de un momentoa otro, y que de no ocurrir estehecho, el espíritu mismo del puebloazteca se vería afectado por unafrustración de incalculablesconsecuencias.

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Atendiendo a lo expresado enlas más antiguas tradiciones, Aztlánse hallaba situado en una lejanaregión ubicada al norte del Anáhuac,sin embargo, ninguno de los informesque frecuentemente recibía Tlacaélelde personas que viajaban por tierrassituadas muy al norte le permitíaforjarse la menor esperanza de unapronta localización de Aztlán.Embajadores, comerciantes, jefesmilitares y exploradores, coincidíanen una misma opinión: en losapartados territorios del nortepredominaban enormes extensiones

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desérticas, habitadas por escasospobladores caracterizados por unbajo nivel cultural. No existía -concluían los informantes- ningúnindicio que denotase la presencia enalguna parte de aquellos contornosde un pueblo poderoso y altamentecivilizado, como de seguro lo era elque habitaba junto a los milenariostemplos de Aztlán.

Tlacaélel concluyó que la mejorforma de solucionar el misterio queplanteaba la localización de Aztlánera encabezar personalmente unaexpedición que partiese en su

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búsqueda lo antes posible. Así pues,se dio de inmediato a la tarea deorganizar los preparativos parallevar a cabo la nueva misión que sehabía impuesto.

Un elevado número decomisionados especiales partieronde la capital azteca rumbo al norte,portando órdenes específicas parafacilitar la marcha de los futurosviajeros. Sus instrucciones ibandesde la compra y almacenamientode provisiones en determinadoslugares, hasta la obtención de todotipo de informes que pudiesen

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resultar útiles para los fines de laexpedición.

El Portador del EmblemaSagrado designó como comandantede la escolta que habría deacompañarle a Tlecatzin, jovenguerrero de comprobado valor ydestacadas facultades de estratego,que recientemente había obtenido elgrado de Caballero Tigre. Tlecatzinhabía nacido el mismo día en que elpueblo azteca librara la batalladecisiva contra los ejércitos deMaxtla. Su alumbramiento, ocurridoen las cercanías del lugar donde se

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desarrollara el combate, habíaocasionado la muerte de su madre, apesar de todos los esfuerzos que paraimpedirlo había realizado la bellaCitlalmina convertida enimprovisada partera. El padre deTlecatzin -capitán de arqueros en elejército azteca- había perecidotambién en aquella memorablejornada, completándose así laorfandad del recién nacido. A partirde aquellos sucesos, Citlalmina sehabía hecho cargo del pequeño,adoptándolo y educándolo con elmismo cariño y dedicación que

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habría puesto en el hijo que, en otrascircunstancias, hubiera podido llegara concebir con Tlacaélel.

Una vez concluidos lospreparativos y celebradas lasceremonias religiosas tendientes apropiciar el favor de los dioses, laexpedición partió de Tenochtítlanencaminándose hacia el norte, a labúsqueda de Aztlán, la sagradaregión en donde se hallaban los másremotos orígenes del pueblo azteca.

Avanzando a buen ritmo ycontando con todo género de ayudadurante las primeras etapas de su

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recorrido, la expedición llegó enpocas semanas a las zonas limítrofesdel Imperio. Después de un brevedescanso de algunos días, Tlacaélely sus acompañantes reanudaron lamarcha, adentrándose en territoriosdonde no imperaba ya la hegemoníatenochca; a pesar de ello, el avanceprosiguió sin mayores contratiemposdurante un buen tiempo. Laspoblaciones por las que atravesabanconocían muy bien el poderío aztecay se cuidaban de no efectuar actos dehostilidad en su contra; por otraparte, los enviados que precedieran a

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la expedición habían hecho unabuena labor: comprando importantesdotaciones de provisiones,contratando los servicios de guías ytraductores y obteniendo toda clasede información sobre las diferentesregiones por las que habrían decruzar los expedicionarios.

Al continuar siempre adelante,internándose por territorios cada vezmás alejados y desconocidos, laexpedición dejó de contar con laayuda externa que había venidorecibiendo y tuvo que atenerseexclusivamente a sus propios

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recursos para subsistir. Áridasplanicies en las que predominaba unclima extremoso se sucedían una trasotra, en una inacabable continuidadque parecía no tener fin.

Cierto día los aztecas llegaron alas riberas de un río de regularesdimensiones, dotado de un caudal deagua que jamás hubieran imaginadoencontrar en aquellas tierras secas ydesoladas. Mientras atravesaba el ríoa nado -la expedición no contaba conninguna clase de canoas, pues ellohubiera significado un considerableimpedimento- Tlacaélel tuvo el claro

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presentimiento de estar cruzando unafrontera inmemorial, una especie delínea de demarcación sancionada porel tiempo y la naturaleza, queseparaba a dos mundos del tododiferentes; ello le llevó a concebir laesperanza de que el término de aquelviaje se encontraba próximo y de quemuy pronto comenzarían a extenderseante su vista los innumerablestemplos y palacios que engalanabanlas fabulosas ciudades dondemoraban los privilegiados habitantesde Aztlán.

Las optimistas esperanzas de

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Tlacaélel no tardaron en sufrir unaruda prueba. Al día siguiente deaquél en que los aztecas cruzaran elrío fueron objeto de un ataque porparte de una numerosa banda desalvajes. El rápido contraataque delos guerreros tenochcas hizo huir deinmediato a los agresores poniendofin a la escaramuza, pero se tratabatan sólo del comienzo; a partir deentonces, resultaron frecuentes lasemboscadas y los ataquessorpresivos efectuados en contra dela expedición por partidas debárbaros, al parecer nómadas, que

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con una manifiesta falta deorganización y una total carencia decoordinación en sus acciones, selanzaban al ataque profiriendoinvariablemente feroces gritos deguerra.

Aun cuando la superiorestrategia y armamento de lostenochcas les permitía salirvictoriosos en todos los encuentros,no por ello dejaban de ocasionarlesbajas, que en aquellas circunstanciasresultaban siempre considerables, yaque cualquier guerrero muertorepresentaba una disminución en la

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capacidad combativa de laexpedición, y por lo que respecta alos heridos, su presencia y losconsiguientes cuidados de que eranobjeto obligaban a un ritmo demarcha mucho más lento.

En más de una ocasión, alobservar la forma en que Tlecatzinhacía frente a los peligros y resolvíalas dificultades que de continuo sepresentaban, Tlacaélel se congratulópor haberlo designado como jefemilitar de la expedición. Tlecatzinposeía cualidades que lo convertíanen el dirigente ideal para llevar a

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cabo misiones particularmentedifíciles. Dotado de una perspicazinteligencia y de una gran serenidadde ánimo, sabía ser a un mismotiempo valeroso y prudente.Asimismo, el hijo adoptivo deCitlalmina contaba en su favor conesa característica que en un buenmilitar resulta un don inapreciable, yque consiste en poder establecerrápidamente una especie de invisiblee indestructible vínculo con cada unode los integrantes de las fuerzas bajosu mando, lo que permite laposibilidad de ejecutar acciones para

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las cuales se requiere una perfectasincronización de todos los soldadosque en ella participan.

La enorme dificultad con quelos expedicionarios lograban obtenerlos alimentos necesarios parasubsistir constituía un problema aúnmayor que el representado por losataques de los bárbaros. Los parajesPor los que transitaban eraninhóspitos en extremo y a duraspenas lograban cazar uno que otroanimal y encontrar algunas plantas yraíces que resultasen comestibles.Cuando después de atravesar un

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calcinante desierto se adentraron enuna región ligeramente fértil, losaztecas hicieron una breve pausa ensu ininterrumpido avance, y tras deconstruir un albergue fortificado,permanecieron en aquel refugiorecuperando sus gastadas energías.

Con base en lo observadopersonalmente a lo largo de aquelprolongado viaje -o sea la evidentecarencia de cualquier signo quedenotase la presencia de un centrovivo de cultura en aquelloscontornos- Tlacaélel había llegado ala conclusión de que Aztlán había

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desaparecido de la faz de la tierradesde hacía mucho tiempo, siendo lacausa más probable de su extinciónun devastador ataque de los pueblosbárbaros que le rodeaban; sinembargo, el Portador del EmblemaSagrado consideraba que laexpedición debía continuar adelante,no ya con la esperanza de establecercontacto directo con los guíasespirituales de la milenaria nación,sino con la finalidad de hallar entreaquellas vastas soledades las ruinasde la antaño portentosa civilización,para extraer de las mismas algunos

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preciados restos que pudiesen sertrasladados a Tenochtítlan, como unfehaciente testimonio del grandiosopasado del pueblo azteca.

Una vez recobradasparcialmente las fuerzas, lostenochcas abandonaron la relativaseguridad que les ofrecía suimprovisado campamento yprosiguieron su avance con renovadoímpetu. Tlacaélel había dialogadolargamente con sus acompañantes ytodos ellos coincidieron con él enuna misma y firme resolución: laexpedición debía continuar adelante

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hasta encontrar indicios inequívocosde la existencia de Aztlán o hasta quepereciese el último de susintegrantes, jamás retornarían a lacapital azteca llevando a cuestas laignominia de no haber sabidocumplir con su misión.

A los dieciocho días dereiniciada la marcha, al trasponeruna colina en cuyo costado fluía unabundante manantial, los viajerosobservaron pequeñas estelas dehumo que se alzaban de entre losescombros de lo que hasta hacíapoco tiempo debía haber sido un

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poblado de regulares dimensiones,situado al pie de la colina.

Al frente de una patrullaTlecatzin llegó hasta la derruidapoblación para efectuar unainspección. Ante su vista fuesurgiendo un desolador panorama enel que la muerte y la devastaciónreinaban por doquier. Los atacantesdel poblado habían llevado supropósito de exterminio hasta elúltimo extremo: los cadáveres dehombres, mujeres, niños y ancianos,yacían insepultos entre el polvo y lasruinas, semidevorados por las fieras

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y por incontables bandas de buitres yzopilotes, que se elevabanpesadamente por los aires ante lapresencia de los guerreros aztecas.Tlecatzin concluyó que a juzgar portodos los indicios la matanza ydestrucción de que eran testigoshabía tenido lugar dos días antes. Apesar de lo rápido de su visita a tanfúnebre paraje, los tenochcaspudieron percatarse de que existíanen diversos lugares del pobladopequeñas reservas de alimentos quese habían salvado del saqueo y de ladestrucción perpetrados por los

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asaltantes. Concluida su inspección,la patrulla retornó donde seencontraba el resto de la expediciónpara dar cuenta de todo loobservado.

Tras de escuchar el informe deTlecatzin, Tlacaélel resolvió que laexpedición se encaminase hacia lasafueras de la población, con objetode acampar en sus proximidades ydedicar por lo menos un día a lacremación y entierro de los muertos,así como a la localización de cuantasprovisiones les fuese posible hallaren aquel lugar, pues ya casi no

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contaban con alimentos.Iniciaban los aztecas la penosa

tarea de ir concentrando loscadáveres con miras a su posteriorcremación, cuando repentinamente,de entre los escombros de unahabitación al parecer vacía, surgió lafigura de una niña que a granvelocidad intentaba alejarse de laaldea. La recién aparecida poseíauna increíble agilidad, razón por lacual resultó necesaria la intervenciónde numerosos tenochcas para lograratraparla. En medio de agudos gritose intentando en todo momento

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liberarse de sus captores, la pequeñafue llevada ante Tlacaélel.

La serena presencia de ánimoque emanaba siempre del Portadordel Emblema Sagrado pareció obrarlas veces de un bálsamo reparador enel ánimo de la niña, la cualpermaneció durante un buen ratosollozando quedamente, abrazada alcuello del Azteca entre los Aztecas,mientras éste le acariciabaafectuosamente la negra cabellera. Eltembloroso cuerpo de la chiquilla erala imagen misma del miedo y en susredondos ojos, negros e inundados de

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llanto, podía leerse con toda claridadla impresión que en su indefenso serhabían dejado los recientesacontecimientos que condujeran a latotal destrucción de su pequeñomundo. Tlacaélel estimó que la únicasobreviviente de aquelladesventurada población llegaríacuando mucho a los siete años deedad. El ovalado rostro de lapequeñuela estaba dotado de unagracia singular y de una manifiestapicardía; todos los rasgos de susfacciones eran a un mismo tiempoenormemente parecidos e

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indefinidamente diferentes a los quepodía esperarse que poseyeracualquier niña azteca de similaredad. Su atuendo, siendo en extremosencillo, revelaba buen gusto y uncierto refinamiento., característicasque resultaban igualmente aplicablesa los distintos ropajes y enseresutilizados por los habitantes deaquella aldea, que al parecer, habíanlogrado distanciarse en buenamedida del marcado primitivismopredominante en los restantespobladores de aquellas regiones.

Durante los días que

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permanecieron en aquel solitarioparaje, la chiquilla descubierta porlos tenochcas dio muestras de haberperdido todo temor hacia losintegrantes de la expedición. Auncuando el idioma hablado por la niñaresultaba del todo incomprensiblepara los aztecas, ella procurabamanifestarles en muy distintas formasque les consideraba sus amigos yprotectores. Atendiendo a la fecha enque la encontraron, Tlacaélel dio a lapequeña el nombre de Macuilxóchitl

1 y decidió unirla a la suerte de

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la expedición.Una vez concluida la

incineración y entierro de loscadáveres, así como la recolecciónde cuantas provisiones les fueposible hallar entre los restos de lascasas, Tlacaélel dio la orden deproseguir la interrumpida marcharumbo al norte. Al percatarseMacuilxóchitl de que los extrañosguerreros que la habían salvado deperecer devorada por las fieras sedisponían a marcharse y que iban allevarla consigo, se dio prisa enrecoger un minúsculo ramo de flores

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silvestres, y acto seguido, comenzó aindicar con toda clase de señales suintención de dirigirse al otro lado dela colina junto a la cual se asentabala aldea. Él Portador del EmblemaSagrado supuso que la niña, alpresentir que habría de alejarse parasiempre de aquel lugar, deseabadepositar algunas flores en elcementerio del pueblo a modo dedespedida; así pues, indicó aTlecatzin que acompañase a lapequeña y regresasen lo antesposible pues se encontraban a puntode partir.

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La pareja se alejó para retornaral poco rato. Una manifiesta emocióndominaba a Tlecatzin, quien informóa Tlacaélel haber encontrado unextraño símbolo grabado a la entradade una caverna.

El Cihuacóatl Azteca decidióexaminar al instante aquel inesperadohallazgo y en unión de Tlecatzinsubió a la cercana colina e inició eldescenso de la misma por el extremoopuesto. Al llegar a la mitad de laondonada el jefe de la escolta lemostró la abertura que daba paso alinterior de una caverna. La entrada

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de la gruta lucía numerosas ofrendasde marchitas flores, queevidenciaban el respeto que poraquel sitio habían sentido losmoradores de la cercana y destruidaaldea. A un costado de la entradafiguraba el singular símbolo queatrajera la atención de Tlecatzin. Apesar de que la estructura del diseñograbado en la roca poseía unaaparente sencillez -se trataba tan sólode dos espirales unidas y rodeadasde huellas de pisadas humanas-resultaba evidente, por la impecableperfección de su trazo, que aquella

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obra no podía ser producto de unamentalidad primitiva, sino por elcontrario, expresión de un espíritusuperior, capaz de sintetizar, con tanescasos elementos, los másprofundos conceptos.

Una vez concluida unaprolongada y minuciosa observacióndel grabado, a Tlacaélel no le cupola menor duda de que se hallaba anteun símbolo que compendiaba todo loque la Coatlicue representaba: losciclos cósmicos de fecundidad yesterilidad que rigen para todos losseres, la maternal responsabilidad

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que la Tierra tiene respecto de laLuna, la muerte como origen delnacimiento, y en general todo lo queconstituye esa poderosa energía deíndole femenina en la cual seencierra el secreto de la vida y de lamuerte, aparecía magistralmentesintetizado en aquel símbolo dedesconocido origen.

A la memoria de Tlacaélel vinoel recuerdo de la escultura quealudiendo al mismo tema había sidotallada tiempo atrás por Técpatl. Ladiferencia de estilos y ejecuciónentre ambas obras era indudable, sin

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embargo, el mensaje expresado enellas sobre la esencia íntima de loque la Coatlicue simbolizaba, eraidéntico, como si ambos artistashubiesen alcanzado en muy distintasépocas y lugares el mismo grado decomprensión sobre la forma deactuar de las fuerzas que creaban ydestruían al Universo entero.

Presintiendo que aquellacaverna encerraba aún muchosvaliosos secretos, Tlacaélel retornóa la aldea únicamente paracomunicar a los miembros de laexpedición del importante hallazgo

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realizado -que constituía una pruebairrefutable de que en alguna remotaépoca había florecido una elevadacultura en esos mismos territorios enlos que ahora imperaba la barbarie-y para cancelar su orden de marcha,permanecerían en aquel lugar conobjeto de llevar a cabo unaminuciosa búsqueda en lasprofundidades de la gruta.

Poseídos de un enormeentusiasmo y portando un grannúmero de antorchas, los aztecasdieron comienzo de inmediato a sunueva tarea. Muy pronto se

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percataron de que el interior de lacaverna era mucho más extenso de loque en un principio imaginaran:incontables pasadizos subterráneosse entrecruzaban por doquier,comunicando salas de las másvariadas dimensiones y haciendo deaquella gruta un intrincado laberinto.Un fascinante mundo poblado porrocas de formas caprichosas yextravagantes comenzó a desplegarseante los asombrados ojos de losexploradores tenochcas.

Transcurrió una semana sin queel incesante ir y venir de los aztecas

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por las profundidades de lascavernas se tradujese en resultadoalguno, pero al cumplirse el séptimodía de incesante búsqueda, alatravesar una sala pletórica deestalactitas por la que ya habíantransitado, en varias ocasiones,Tlecatzin notó que el paso a uno delos túneles que conducían a dichasala se hallaba obstruido por un aludde rocas. Aun cuando la obstrucciónmuy bien podía deberse a loesefectos de un temblor de tierra, elhijo adoptivo de Citlamina concluyó,después de observar detenidamente

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la forma en que se encontrabancolocadas las piedras, que se tratabade una labor efectuada por sereshumanos y no de un simple resultadode la acción de fuerzas naturales.

Durante cinco días los aztecastrabajaron incansablemente,apartando el compacto montón depiedras que les cerraba el paso. Setrataba de una tarea en extremo arduay fatigosa, realizada a la luz de lasantorchas y en medio de un sin fin deincomodidades. Una vez quelograron hacer un hueco losuficientemente ancho como para dar

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cabida a un hombre, Tlecatzin searrastró lentamente por el angostopasadizo hasta desaparecer tragadopor la impenetrable obscuridad.Varios guerreros lo siguieron,semiasfixiados por el polvo y elhumo de las antorchas; el eco de susfuertes toses resonaba en losestrechos muros de roca yamplificado volvía a ellos una y otravez, produciéndoles la angustiosasensación de que eran muchoscentenares de gargantas las que seahogaban en aquel apretado pasaje.Durante algunos instantes Tlecatzin

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no alcanzó a vislumbrar nadaespecial en la sala subterránea a laque había penetrado: se trataba deuna concavidad de regularesdimensiones, desprovista de otrasalida que no fuese la angostaabertura por la que continúanafluyendo guerreros tenochcascubiertos de polvo, pero alaproximar uno de ellos su antorcha ala rocosa pared, el capitán aztecadescubrió con asombro un sinnúmerode jeroglíficos finamente esculpidosque se extendían por todos los murosde la sala, haciendo de ésta una

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especie de colosal códice tallado enpiedra.

Informado de loa acontecido,Tlacaélel acudió de inmediato aexaminar por sí mismo aquel nuevoenigma descubierto en el interior dela caverna. Una sola mirada le bastópara percatarse que se hallaba anteun excepcional descubrimiento quede seguro recompensaría con crecestodas las penalidades y sacrificiospadecidos a lo largo de laexpedición. Tras de efectuar unreconocimiento de las largas filas deenigmáticos signos grabados en la

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roca, concluyó que si bien le llevaríatiempo y un paciente esfuerzo paralograrlo, terminaría descifrando elmensaje encerrado en aquellosjeroglíficos, pues éstos constituían unconjunto de símbolos proyectadospara ser comprendidos a través deltiempo por todos aquéllos queposeyesen conocimientossuficientemente profundos en lamateria de simbología, y durante suestancia en el monasterio escuela deChololan, había sido instruido acercade las distintas claves existentes paralograr la comprensión de las antiguas

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escrituras.Acompañado únicamente de

Tecatzin y de dos de sus guerrerosexpertos en la elaboración decódices, los cuales tenían a su cargola misión de copiar hasta en susmenores detalles cada uno de losjeroglíficos grabados en la roca,Tlacaélel se dio a la tarea de intentardescifrar el oculto contenido deaquel pétreo depósito deconocimientos. Día tras día, a lolargo de varias semanas, el Aztecaentre los Aztecas penetraba muy demañana en la caverna y permanecía

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en ella hasta bien entrada la tarde,dedicado a su difícil y laboriosotrabajo.

Lentamente, como si la cavernase resistiese a manifestar todos lossecretos que tan celosamente habíasabido guardar y éstos tuviesen queirle siendo arrancados uno a uno,TIacaélel fue desentrañando elsignificado de los jeroglíficos. Lanarración contenida en losenigmáticos signos trazados en laroca era nada menos que la historiaintegral de Aztlán; pero no se tratabade un simple relato en el cual se

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enumerasen los hechos másrelevantes acontecidos en dichanación, sino de algo mucho másimportante y trascendental: lo queaquellos jeroglíficos revelaban era elinflujo que ejercía el cosmos sobrela porción de la tierra donde existíaAztlán, esto es, expresaban losresultados de profundos estudiosastronómicos realizados por losantiguos sabios aztleños, tendientes adeterminar, con rigurosa exactitud,cuáles habían sido y cuáles serían lasinfluencias que sobre su territorioejercían los astros.

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A través de la lectura de aquelasombroso mapa celeste, Tlacaélelfue adentrándose en el conocimientode las características esenciales deAztlán, así como de la particularfunción que esta nación veníadesempeñando y del porqué de suaparente inexistencia en aquellosmomentos.

En virtud de determinadasinfluencias cósmicas, Aztlánconstituía una región de la tierrasingularmente favorable para eldesarrollo de la más altaespiritualidad; sin embargo, como

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resultado precisamente de lascambiantes posiciones de los astros,la historia de Aztlán estaba sujeta aradicales transformaciones: cuandolas condiciones cósmicas eranfavorables se generaba en su interioruna indescriptible tensión queimpulsaba a las personas dotadas deun mayor grado de conciencia alograr, a través de sobrehumanosesfuerzos, una radical superación entodos los órdenes de su existencia,derivándose de ello el florecimientode civilizaciones altamente refinadasy espirituales, cuya duración se

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prolongaba largos periodos; por elcontrario, cuando las mencionadascondiciones celestes se tornabanbruscamente desfavorables, Aztlán seveía abocada a una incontenibledecadencia de consecuenciassiempre funestas, pues encontrándoserodeada de vastas extensiones porlas que transitaban una gran variedadde pueblos nómadas -que nuncallegaban a incorporarse del todo a lacivilización, a pesar de labienhechora influencia cultural queella irradiaba- muy pronto susfronteras eran traspuestas por

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oleadas de invasores que terminabanarrasando sus ciudades sagradas yborrando todo vestigio de su antiguoesplendor. El último de aquelloscataclismos había ocurridoprecisamente al poco tiempo de lasalida del pueblo azteca de su paísde origen, siendo lo más probableque dicha salida obedeciese a unasabia previsión de los dirigentes queregían los destinos de Aztlán, loscuales, percatándose de la catástrofeque se avecinaba, debían de haberjuzgado conveniente la emigración deuna buena parte de la población

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hacia regiones más propicias para susupervivencia. A juzgar por loasentado en los jeroglíficosdescifrados por TIacaélel, faltabanaún varios siglos para que lascondiciones cósmicas resultasenpropicias a un nuevo renacimiento deAztlán.

Una vez concluida la labor dereproducir en los códices todos losjeroglíficos que se hallaban talladosen las paredes de roca, TIacaélelconsideró llegado el momento deiniciar el largo recorrido de retornohacia el Valle del Anáhuac. Aun

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cuando los resultados alcanzados porla expedición no eran precisamentelos esperados, de ninguna manerapodían calificarse como un fracaso,pues habían permitido logrartestimonios que confirmaban enforma irrefutable la veracidad de loasentado por la tradición popular detodos los tiempos: la existencia deAztlán, lugar de origen del puebloazteca, cuna de místicos y de artistasy centro civilizador de primer ordensobre la tierra.

En contra de lo que suponían losintegrantes de la expedición, los

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incesantes ataques de tribus bárbaraspadecidos a lo largo de su recorridorumbo al norte no habrían derepetirse durante las agotadorasjornadas que lentamente los ibanaproximando a su país. Al parecer, lanoticia de sus anteriores encuentros,en los que invariablemente salieranvictoriosas las armas tenochcas,había tenido una amplia difusión poraquellos contornos dotándolos de unconveniente prestigio de seresinvencibles y paralizando la voluntadde los belicosos nómadas.

Extenuados por las

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interminables caminatas, losprolongados ayunos y los rigores deuna naturaleza que les resultabahostil en extremo, los aztecasllegaron de nuevo al río en el queTlacaélel había presentido laexistencia de una frontera natural queen forma tajante establecía ladivisión entre dos mundos. A pesarde que la distancia que les separabade las fronteras imperiales era aúnconsiderable, los expedicionariostuvieron la acogedora sensación, alcruzar el río y arribar a la orillaopuesta, de encontrarse ya próximos

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a sus hogares.A los pocos días de haber

transpuesto el río, Tlacaélel y susacompañantes se toparon con unnumeroso contingente de tropasaztecas enviadas en su búsqueda porMoctezuma. El largo períodotranscurrido desde la salida de suhermano, así como la total carenciade noticias sobre la suerte corridapor los viajeros, habían terminadopor alarmar seriamente alEmperador, resolviéndolo aorganizar una segunda y poderosaexpedición, que había marchado

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hacia el norte con el expresopropósito de localizar a losintegrantes de la primera yfacilitarles su retorno al Anáhuac.Tras de unir sus fuerzas, las dosexpediciones iniciaron el recorridodel dilatado trayecto que debíaconducirles hasta la GranTenochtítlan.

La noticia del feliz desempeñode sus respectivas misiones precedíasiempre a los expedicionarios, loscuales eran acogidos con crecientesmuestras de afecto conforme se ibanadentrando en regiones cada vez más

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cercanas a la capital azteca.La entrada en la Gran

Tenochtítlan del Azteca entre losAztecas y de los cansados integrantesde su escolta fue motivo de unamemorable celebración para todo elpueblo tenochca, Moctezuma, enunión de los más altos dignatariosdel Imperio, salió a recibir a losviajeros a las afueras de la ciudad yefectuó en su compañía el triunfalrecorrido hasta la Plaza Central. Unentusiasmo tan sólo comparable alque imperaba en la capital azteca eldía en que llegara a ella Tlacaélel

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portando el Emblema Sagrado,predominaba en todos los rumbos dela gran ciudad, cuyas calles y canalesse veían invadidos de una inmensamultitud, deseosa de contemplar decerca a los expedicionarios quehabían tenido el privilegio de tocarel suelo sagrado de Aztlán.

Tras de depositar formalmenteen el Templo Mayor los documentosen los que se habían reproducidotodos los jeroglíficos hallados en lacaverna, así como a la pequeñaMacuilxochitl,

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2 el Heredero de Quetzalcóatlofició en lo alto del Templo, y antela vista de todo el pueblo ahíreunido, una ceremonia religiosacelebrada para expresar suagradecimiento a la Divinidad por elfeliz desenlace de la misiónrealizada.

Al día siguiente de su retorno,Tlacaélel se dirigió al edificio quealbergaba a la Orden de losCaballeros Águilas y CaballerosTigres, con el objeto de exponer antetodos los integrantes de la misma unpormenorizado relato de su viaje.

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En el estilo a un mismo tiempoelegante y conciso que caracterizabaa su oratoria, el Azteca entre losAztecas narró a los más destacadosexponentes de la sociedad tenochcalos principales sucesos acaecidos ala expedición, resaltando la singularimportancia de los descubrimientosperpetrados, en virtud de los cualesse había podido confirmarplenamente la veracidad de lastradiciones que explicaban losorígenes del pueblo azteca.

Con emotivas palabrasimpregnadas de optimistas presagios,

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Tlacaélel concluyó su relato:

La tierra de la blancura y de laaurora, la sagrada Aztlán, cuna decivilizaciones y hogar de nuestrosantepasados, repara actualmentesus cansadas fuerzas mediantepasajero sueño; cuando despierte,el mundo entero se llenará deasombro, atenderá a su voz ycomprenderá de nuevo los mensajesdel cielo.

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Capítulo XVI

TRES ESTRELLAS SE APAGAN

En el año dos pedernal, tras deocupar el trono imperial duranteveintinueve años, fallecióMoctezuma Ilhuicamina. La reciapersonalidad del afamado guerrerohabía constituido un factordeterminante en los acontecimientos

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que condujeron al vertiginosoencumbramiento de la hegemoníaazteca. El altivo gesto del Flechadordel Cielo al pretender defenderTenochtítlan por sí solo, constituyóel origen de la rebelión juvenil conque diera comienzo la luchalibertaria del pueblo tenochca. Jefemilitar indiscutido de las fuerzasaliadas de aztecas y texcocanos, supoguiarlas a la victoria definitiva,destruyendo a las hasta entoncesinvencibles tropas de Maxtla.Forjador del ejército azteca, hizo deéste el instrumento bélico más

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poderoso de que se tuviera memoriaen el Anáhuac. Al restaurarse laDignidad Imperial, desaparecidadesde los lejanos tiempos de lostoltecas, Moctezuma había sidodesignado por sus altos méritos paraocupar el trono de los antiguosEmperadores. Durante su gobierno,el Imperio Azteca había alcanzadoinimaginadas cumbres de gloria ygrandeza.

Para Tlacaélel la muerte deMoctezuma representaba una pérdidairreparable. Desde pequeños, amboshermanos estaban acostumbrados a

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actuar siempre en estrechacolaboración, uniendo sus esfuerzospara el logro de sus propósitos.Durante su juventud, Tlacaélel sehabía ejercitado en el manejo de lasarmas bajo la acertada dirección deMoctezuma, aprendiendo de ésteimportantes conocimientos sobre elarte de la guerra. Por su parte, elfuturo Flechador del Cielo gustabade escuchar con atención loselevados conceptos expresados porsu hermano, particularmente en todoaquello que se relacionase con elproyecto de lograr la liberación del

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entonces sojuzgado pueblo azteca. Alo largo de su prolongada actuacióncomo Emperador, la colaboraciónentre Moctezuma y Tlacaélel habíaalcanzado su máxima expresión, talparecía como si las dos poderosaspersonalidades se hubiesen fundidoen una sola e indomable voluntad,bajo cuyo mando el Imperioincrementaba día con día su poderío,hasta transformarse en una fuerzairresistible y avasalladora.

Las exequias del extintomonarca estuvieron revestidas degran solemnidad, acudiendo a ellas

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delegaciones de los distintos pueblosque integraban el vasto Imperio. Unprofundo y sincero pesar prevalecíaen la capital azteca; para todosresultaba evidente que con la muertedel valeroso Moctezuma se cerrabatoda una época en la historia delAnáhuac.

La noche misma del día en quetuvieron lugar los funerales deMoctezuma, al contemplar desde loalto del Templo Mayor de la GranTenochtítlan los incontables astrosque poblaban el firmamento,Tlacaélel creyó percibir la súbita

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desaparición de la luz de unaestrella. El suceso no le causóextrañeza alguna, pues vio en él lamás clara representación de loocurrido sobre la tierra: la noblefigura del Flechador del Cielo, quepor tanto tiempo constituyera unaestrella que guiaba la marchaascendente del pueblo azteca, habíadejado de brillar.

El fallecimiento de Moctezumaplanteaba como lógica consecuenciala cuestión relativa a la designacióndel nuevo monarca que habría de

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sucederle. El problema no era unasunto de fácil solución, pues dadaslas relevantes cualidades delgobernante desaparecido, no sevislumbraba una personalidadposeedora de suficientesmerecimientos como para convertirseen el sucesor del Flechador delCielo.

Convencidos de que, salvoTlacaélel, no existía en todo elImperio nadie capaz de superar losméritos del anterior monarca, losmiembros del Consejo Imperialsuplicaron al Heredero de

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Quetzalcóatl que aceptaseconvertirse en el nuevo Emperador.El propio Nezahualcóyotl -miembrohonorario del Consejo-, al serrequerido para que externase suopinión sobre la trascendentalcuestión que se debatía, afirmó quelo más conveniente en aquellascircunstancias era que el Aztecaentre los Aztecas aceptase el elevadocargo que se le ofrecía.

A pesar de las numerosasopiniones en contra, Tlacaélelsostuvo la validez del criterio quevenía sustentando desde el inicio de

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su actuación pública: era necesarioevitar la acumulación de todo elpoder en una sola persona y mantenerla dualidad de Emperador yCihuacóatl que tan buenos resultadoshabía producido. Por otra parte,debía tomarse en cuenta que elImperio Azteca había superado ya laetapa de su desarrollo en que laactuación de personalidadesexcepcionales podía haber resultadoimprescindible Y que ahora debíabasarse, principalmente, en laexistencia de las poderosasorganizaciones sobre las cuales se

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cimentaba.Atendiendo a las indicaciones

de Tlacaélel, el Consejo Imperialdesignó como Emperador aAxayácatl. Se trataba de un jovenguerrero, nieto de Moctezuma, que aligual que sus dos hermanos menores-Tízoc y Ahuízotl- llamaba desdehacía tiempo la atención de laopinión pública por su reconocidovalor y destacada inteligencia.

El alto grado de expansión ypoderío alcanzado por el Imperio sepuso una vez más de manifiesto conmotivo de la coronación de

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Axayácatl, celebrada con fastuosasceremonias y ante la presencia deinnumerables delegaciones, quedesde las más apartadas regiones,acudieron a la capital azteca con elpropósito de hacer patente su lealtadal nuevo monarca.

Aún no se cumplían cuatro añosde gobierno bajo el reinado deAxayácatl, cuando tuvo lugar unsorpresivo acontecimiento que atrajola atención de todos los habitantesdel Imperio: Teconal, uno de los másimportantes comerciantes deTlatelolco, famoso por su insaciable

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sed de riquezas y por una marcadacarencia de escrúpulos que en másde una ocasión le había ocasionadoserias dificultades con lasautoridades, anunció jubiloso supróximo enlace matrimonial conCitlalmina.

Citlalmina era ya una leyendaviviente para el pueblo azteca. Suentusiasta y carismática personalidadhabía desempeñado siempre un papeldeterminante en cuanto movimientopopular de generosa inspiración sesuscitara en el alma colectiva de lasociedad tenochca. Sin poseer cargo

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oficial alguno, pues se había negadoinvariablemente no sólo a percibir lamenor retribución por susactividades, sino incluso a ocuparpuestos puramente honoríficos,Citlalmina había sido la inspiradorae indiscutida guía de un sinnúmero deorganizaciones populares que tendíana convertir en realidad los máselevados ideales.

El anuncio de la boda deCitlalmina con un sujeto de tanpésima reputación como lo eraTeconal, produjo en un primermomento una generalizada

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incredulidad sobre la veracidad detan increíble suceso, pero al serconfirmada la noticia por propia vozde la interesada, un confusosentimiento, mezcla del más profundoasombro y de la más amarga de lasdesilusiones, se extendió deinmediato entre los aztecas.

Tomando en cuenta la edad deambos contrayentes -el comerciantetenía setenta años y Citlalminasesenta y cuatro- la gente dio pordescartada la existencia de un móvilpasional o sentimental como causadel anunciado enlace, e intentó

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desentrañar los verdaderos motivosde tan desconcertanteacontecimiento.

En cuanto al ambiciosomercader, se concluyó que elpropósito que lo motivaba a contraermatrimonio con Citlalmina era sudeseo de hacer ver a todos loacertado del razonamiento que habíadeterminado siempre su conducta,consistente en considerar que tantolas personas como las cosas,incluyendo a las más respetadas ysagradas, podían ser compradascuando se era propietario de una

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enorme fortuna.Por lo que respecta a

Citlalmina, las causas que podíanhaberle llevado a adoptar tan extrañaconducta resultaban mucho másdifíciles de determinar, sin embargo,al no lograr encontrar unajustificación lógica, la mayoría de lagente terminó por aceptar comoválida la que al parecer era laexplicación más evidente: cansadade representar el papel de heroína,Citlalmina deseaba pasar los últimosaños de su existencia rodeada de lascomodidades que podían

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proporcionarle las cuantiosasriquezas de su futuro esposo.

El servicio de información conque contaba Tlacaélel para enterarsede lo que ocurría en el Imperiogozaba de un bien ganado prestigiode eficiencia. Una vasta red deindividuos al servicio directo delCihuacóatl Imperial, diseminadospor los cuatro puntos cardinales,transmitían diariamente a la GranTenochtítlan -por medio demensajeros tan veloces como los delmismo monarca- toda una serie denoticias y de informes que permitían

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al Heredero de Quetzalcóatl normarsu criterio y tomar determinacionescon base en los más recientesacontecimientos.

A pesar de lo anterior, los díastranscurrían y Tlacaélel continuabasiendo la única persona en el Imperioque ignoraba todo lo concerniente alproyecto matrimonial entre Teconal yCitlalmina, pues ninguno de los quele rodeaban deseaba transmitirlesemejante noticia.

El primer indicio que tuvoTlacaélel de que ignoraba algúnextraño suceso, provino de una al

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parecer inexplicable solicitud que leformulara Tlecatzin. El hijo adoptivode Citlalmina ostentaba ya el gradode Caballero Águila y era uno de losmás destacados generales delejército tenochca: tras de dirigir enforma brillante varias campañas,había sido designado Director de laEscuela de Aspirantes de la Ordende Caballeros Águilas y CaballerosTigres, cargo que veníadesempeñando con singular acierto.Tlacaélel profesaba hacia Tlecatzinun profundo afecto y lo recibía confrecuencia para charlar de muy

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diversas cuestiones; razón por la cualno le llamó mayormente la atenciónla visita del guerrero, pero encambio encontró incomprensible loque éste le solicitaba: deseabaabandonar de inmediato la capitalazteca, para lo cual pedía se lerelevase de su cargo de Director dela Escuela Militar y se leincorporase, con el simple grado decombatiente, en cualesquiera de losejércitos que en aquellos momentosdesarrollaban alguna acción en lasfronteras del Imperio.

Ante lo insólito de la petición,

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Tlacaélel pidió a Tlecatzin queexplicase los motivos que laoriginaban, pero éste se negórotundamente a mencionarlos. ElPortador del Emblema Sagrado sepercató de la enorme confusión queprivaba en el ánimo del guerrero ycreyó adivinar, en su angustiadamirada, la certeza de que no eranecesario proceder a justificar suconducta, puesto que las causas quela determinaban debían ser ya delconocimiento de Tlacaélel, sinembargo, como no era ese el caso,éste dio por concluida la entrevista,

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ordenando a Tlecatzin que continuaseen su puesto y se abstuviese deformular peticiones absurdas.

Al darse cuenta Axayácatl delvacío de información que se habíacreado en torno a Tlacaélel,comprendió que le correspondería aél la poco grata tarea de tener queinformarle lo que ocurría. Así pues,el Emperador acudió al TemploMayor a visitarlo, y a solas, lo pusoal tanto del acontecimiento queacaparaba en esos momentos a laatención pública.

La revelación que escuchara de

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labios de Axayácatl produjo enTlacaélel un abrumadordesconcierto: por vez primera en suexistencia se veía frente a un hechoque rebasaba su capacidad deanálisis, y ante el cual, se sentíaincapaz de encontrar una respuestaadecuada.

El inusitado estado de ánimo enTlacaélel obedecía a que éste habíaconsiderado siempre que Citlalminay él constituían en realidad un soloser, y que el hecho de que actuasen através de cuerpos físicos diferentes,obedecía únicamente a una expresión

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más de la ley de dualidad que rigetodo lo creado, pero que ello nomodificaba en nada el hecho de queambos formaban una sola entidadespiritual.

A pesar de que habíantranscurrido ya más de cuarenta añosdesde su último y fugaz encuentrocon Citlalmina (ocurrido el día enque arribara a Tenochtítlan portandoel Emblema Sagrado y escuchara enla voz de su bella exprometida ladesignación con que habría dequedar claramente definido ante todoel pueblo el verdadero carácter de su

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personalidad: "Azteca entre losAztecas") Tlacaélel no había dejadode sentir jamás dentro de sí larenovadora y vigorosa presencia dela mujer que encarnaba la otra mitadde su propio ser. Así pues, y al igualque para todos los tenochcas, elinesperado compromiso matrimonialde Citlalmina constituía para él unindescifrable enigma. La explicaciónfinalmente aceptada por la opiniónpública, o sea la de considerar queCitlalmina no buscaba otra cosa sinopasar los últimos años de su vidadisfrutando de las comodidades que

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otorga la riqueza, resultaba a sujuicio absurda e imposible; sinembargo, no lograba ni siquieraimaginar cuál podría ser laverdadera causa del sorpresivocambio de conducta de la máximaheroína del pueblo azteca.

Independientemente de lasimplicaciones estrictamentepersonales que aquel asunto teníapara Tlacaélel, entrañaba tambiénalgunas importantes cuestiones a lasque éste debía prestar particularatención en su calidad de CihuacóatlImperial.

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Así, por ejemplo, era necesariovalorar los alcances de la frustraciónque tan sorpresivo suceso habría deocasionar en el pueblo. Tras dereflexionar detenidamente sobre ello,Tlacaélel llegó a la conclusión deque si bien la actuación deCitlalmina había resultadodeterminante tanto para alcanzar eltriunfo en la lucha de liberación,como para llevar a cabo la tarea decimentación y construcción delImperio, una vez lograda laedificación del mismo y asentadoéste en la sólida estructura que le

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daban las organizaciones creadaspara dirigirlo, dicha actuación habíadejado ya de ser imprescindible,razón por la cual, la frustración quese derivaría de la destrucción de lavenerada imagen que el pueblo sehabía forjado de Citlalmina noacarrearía ninguna consecuencia decarácter irreparable.

Existía también, en relación conel mismo asunto, una segundacuestión que comprendía aspectosmucho más complejos:

La unificación económica demuy diferentes regiones productivas

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que trajera consigo la incesanteexpansión del Imperio, habíagenerado condiciones en extremopropicias para el desarrollo delcomercio en alta escala, mismas quehabían sido aprovechadas por ungrupo de mercaderes aztecas, queteniendo como base al tradicionalbarrio comercial de Tlatelolco,habían extendido su red deoperaciones a todos los territoriosconquistados, obteniendo con ellocuantiosas ganancias.

Ahora bien, el sistemaeducativo, así como la Orden de los

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Caballeros Águilas y CaballerosTigres, tendían a obtener unaestructura social en la que laposición de cada persona seencontrase determinada por su gradode desarrollo espiritual. Dentro deeste sistema se había negado hastaentonces cualquier posibilidad deprogreso social o político a losmercaderes, por considerar que lasactividades mercantiles eran muypoco propicias para la realización deideales elevados. En esta forma,todos aquéllos que se dedicaban alcomercio sabían que a pesar de que

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llegasen a poseer una considerablefortuna, jamás podrían ocupar unpuesto público, ni gozar del respeto yla admiración de sus compatriotas.

El hecho de que a pesar de susriquezas los comerciantes careciesenno sólo de fuerza política para hacervaler sus intereses, sino incluso de laposibilidad de ascender socialmenteque le era otorgada hasta al máshumilde de los habitantes delImperio, había venido provocando uncreciente descontento entre el grupode caudalosos mercaderesestablecidos en Tlatelolco. El

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dirigente del movimiento de protestade los comerciantes en contra de esteestado de cosas era precisamenteTeconal, quien a últimas fechas,además de los problemas quecomúnmente tenía ante los tribunalesa causa de su tradicional falta deescrúpulos, comenzaba a ser objetode acusaciones, hasta entonces nocomprobadas, según las cualesintentaba hacer uso del soborno paralograr que las autoridades asumiesenuna conducta que resultase másfavorable a los intereses de loscomerciantes.

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En medio de semejantescircunstancias resultaba lógicopreveer -concluyó Tlacaélel- que laboda de Teconal con Citlalminavendría a incrementar laspretensiones de los mercaderes, pueséstos sentirían que habían logradohacerse de una valiosa aliada, quegozaba más que nadie del afecto delpueblo y del respeto de lasautoridades.

Por segunda vez en un breveperiodo, al observar las múltiplesestrellas que poblaban el firmamento,Tlacaélel tuvo la segura convicción

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de que una de éstas había dejado debrillar, y al igual que ocurrieracuando el fallecimiento deMoctezuma, ello no le produjosorpresa alguna, pues así como todolo que sucede en el cielo repercutesobre la tierra, lo que en éstaacontece se refleja también en elcosmos.

En el cielo de las antiguastierras de Anáhuac se habíaextinguido la más pura de todas susluces: Citlalmina no iluminaba ya elcamino por donde avanzaba elpueblo azteca con firme y

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acompasada marcha.Como resultado de la anunciada

boda entre Teconal y Citlalmina, laGran Tenochtítlan se habíaconvertido para Tlacaélel en un lugaren extremo incómodo para el normaldesempeño de sus actividades. Enlas miradas de todos cuantos lerodeaban, lo mismo se tratase de losmás altos funcionarios del Imperioque de las más modestas gentes delpueblo, el Azteca entre los Aztecasadvertía una misma petición que nose atrevía a ser formulada enpalabras: la de que fuese él quien

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proporcionase una explicaciónsatisfactoria de aquel extrañoacontecimiento, e indicase si sedebía tomar alguna clase de medidaspara impedir su realización.

En vista de la imposibilidad enque se hallaba para dar una respuestaadecuada a semejantes interrogantes,Tlacaélel pensó que era prudenteausentarse transitoriamente de lacapital azteca. Aduciendo comopretexto el efectuar una visitaprotocolaria al monarca de Texcoco,Tlacaélel salió al encuentro deNezahualcóyotl, confiado en que la

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profunda intuición que éste poseíapor ser poeta, le permitiríacomprender lo que para él resultabainexplicable.

Nezahualcóyotl veníapadeciendo de tiempo atrás unaenfermedad incurable que le ibaaproximando lentamente a la muerte;no obstante, la llegada de Tlacaélelpareció infundirle nuevas energías yabandonando su lecho, efectuó en sucompañía largos paseos por losbellísimos jardines de la ciudad,disertando con su deslumbranteinteligencia acerca de los más

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variados e intrincados temas.La noche anterior a su retorno a

la Gran Tenochtítlan, mientrascontemplaban desde una de lasamplias terrazas del palacio real elespacio infinito pletórico deestrellas, Tlacaélel expuso ante suamigo, mediante elaboradosimbolismo, la cuestión que lo teníaconfundido:

La gran sabiduría, el profundoconocimiento de nuestrosantepasados, les permitiódeterminar, llegar a saber la índole

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de las influencias que los astrosejercen sobre la vida de aquéllosque transitamos sobre la tierra. Sinembargo ignoramos si elpredominio de los astros perdura odesaparece cuando éstos no brillanmás en el cielo.

Nezahualcóyotl escuchó conatención el singular problema celesteplanteado por su ilustre huésped,intuyendo de inmediato el significadoencerrado en aquella metáfora. Trasde meditar largo rato en silencio, elpríncipe poeta afirmó con seguro

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acento:

Al igual que como ocurre conaquellas personas que son luz yguía para los demás, los astrosejercen siempre un constanteascendiente en nuestras vidas. Elsúbito ocultamiento de suresplandor en los cielos no significaque se extinga su acción rectora. Loque sucede, lo que acontece, es queen estos casos resulta mucho másdifícil poder precisar su influjo,pero este subsiste, permanece, y a lalarga, cuando personas y astros son

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realmente poderosos, terminamospor darnos cuenta de su presenciaoculta, por reconocer supermanente influencia.

Las palabras de Nezahualcóyotlprodujeron una evidentecomplacencia en su interlocutor. Elsemblante de Tlacaélel, que enúltimas fechas había perdido suhabitual expresión de serenaconfianza, la recuperó al instante, altiempo que parecía iluminarse aresultas de una profunda alegríainterna.

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El azteca y el texcocano nopronunciaron ya palabra alguna, selimitaron a contemplar conrespetuosa atención el lejano cintilarde las estrellas.

Aún no cumplía Tlacaélel unasemana de haber regresado a la GranTenochtítlan, cuando llegó desdeTexcoco un apesadumbradomensajero portando la no poresperada menos infausta noticia:Nezahualcóyotl había fallecido.

En unión del EmperadorAxayácatl y de los más altosdirigentes del Imperio, así como de

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un gran número de componentes delos más diversos sectores de lapoblación azteca, Tlacaélel seencaminó de inmediato a la capitalaliada, para participar en lasexequias de su mejor amigo.

Un sentimiento de pesar a talgrado tangible que parecía haberseextendido a la naturaleza misma -pues todo en el ambiente era gris ysombrío- imperaba en el Reino deTexcoco. El llanto incontenible depoblaciones enteras constituía el másfiel testimonio del inmenso cariñoque Nezahualcóyotl había logrado

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despertar en su pueblo.La multifacética personalidad

del Rey de Texcoco encarnaba elmás claro ejemplo de la capacidadde superación prácticamenteilimitada que posee el ser humano. Alo largo de su azarosa existencia,Nezahualcóyotl había desempeñadocon sin igual maestría un sinnúmerode actividades: rebelde y estadista,filósofo y arquitecto, poeta yguerrero, legislador y urbanista. A sumuerte dejaba más de cien viudas ycerca de trescientos hijos. Nada en élhabía sido mediocre.

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Los funerales de Nezahualcóyotlhabían concluido; y en formasimultánea a la aparición de lastinieblas nocturnas, un impresionantesilencio unido a una opresiva quietudcomenzaron a extenderseprogresivamente por la ciudad deTexcoco, produciendo unainmovilidad total y anormal. Talparecía que la bella y alegre capitalno deseaba sobrevivir a la muerte desu insigne gobernante.

Cansados por la agotadoratensión que prevalecía en el ambientey deseosos de emprender el camino

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de regreso a la Gran Tenochtítlan conlas primeras luces del alba, los altosfuncionarios tenochcas presentes enlas exequias de Nezahualcóyotl sehabían recluido desde el anocheceren los aposentos del palacio degobierno donde se alojaban. En loalto del enorme edificio, en la mismaterraza en donde días atrásmantuviera con el recién fallecidomonarca una poética conversaciónsobre las influencias celestes,Tlacaélel observaba, solitario ymeditabundo, la marcha inmutable delos astros a través del firmamento.

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El profundo pesar que ladesaparición de Nezahualcóyotlproducía en el ánimo del Aztecaentre los Aztecas, se aliviabagrandemente al recordar losconceptos vertidos en aquel lugar porel extinto poeta. No importaba, portanto, el que una vez más Tlacaélelse percatase de que en el cielo habíadejado de fulgurar una estrella, puesahora comprendía claramente, que taly como de seguro acontecía conMoctezuma Ilhuicamina y conCitlalmina, la poderosa luz queprovenía de Nezahualcóyotl

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continuaría iluminando,permanentemente, las tierras deAnáhuac.

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Capítulo XVII

LA REBELIÓN DE LOSMERCADERES

En medio de la noche, cuando laGran Tenochtítlan semejaba unaespecie de poderoso gigantedormitando entre las aguas delinmenso lago, el corazón deTlacaélel dejó súbitamente de latir.

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Al ocurrir el inesperadocolapso, el Azteca entre los Aztecasreposaba tranquilo en sushabitaciones. El brusco sobresalto desu organismo en agonía le hizodespertar y percatarse al instante delo que ocurría. No sólo comprendióque iba a morir, sino que conociótambién, en vislumbrante atisbo desuprema conciencia, la causa quemotivaba su fallecimiento:Citlalmina perecía en aquel instante,y poseyendo ambos un solo y únicoespíritu, él tenía igualmente quemarchar al mundo de los

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desencarnados. Sereno eimperturbable, Tlacaélel observócon atención el avance inexorable, delas tinieblas, hasta que finalmente,terminó por perder todo asomo deconocimiento.

Un débil y lento, pero rítmico einsistente sonido, fue la primerapercepción captada por la aúnaturdida conciencia de Tlacaélel. Enun primer momento, el CihuacóatlAzteca supuso que se encontraba yaen alguna de las diferentes regionesque integran al mundo de losmuertos, pero después, al lograr

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entrever por entre las sombras que lerodeaban los objetos de suhabitación que le eran familiares,concluyó que aún se hallaba con viday trató de incorporarse. Suparalizado organismo se negó aobedecerle, permaneciendo rígido einmóvil sobre el lecho.

Durante un buen rato únicamenteel funcionamiento de su mente y ellatido de su corazón -autor del débilsonido que escuchara al comenzar arecuperar el conocimiento-permitieron a Tlacaélel mantener elcriterio de que aún vivía, pues el

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resto de su organismo permanecíainerte, dominado por una parálisistotal; pero luego muy lentamente -iniciándose la recuperación por lasextremidades inferiores- el cuerpodel Azteca entre los Aztecascomenzó poco a poco a recobrar lacapacidad de movimiento.

Al mismo tiempo quepermanecía atento al lento procesoque iba reintegrando su organismo ala normalidad, el pensamiento deTlacaélel se esforzaba por encontraruna explicación coherente de loocurrido. Una misma pregunta,

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formulada en mil distintas formas, seplanteaba una y otra vez en su mente:¿Por qué si Citlalmina habíafallecido -y de ello no le cabía lamenor duda- continuaba él con vida?

En lo más profundo de suconciencia, Tlacaélel encontró laúnica respuesta posible a lainterrogante que le atormentaba:había sido Citlalmina quien lograra,mediante un acto supremo devoluntad realizado en el instantemismo de su muerte, mantenersubsistente la dualidad a través de lacual venía manifestándose en este

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mundo el espíritu que ella yTlacaélel encarnaban. En esta forma,al impedir que dicho espíriturecobrase su natural unidad, habíaoriginado aquella singular anomalíaconsistente en que la mitad de unmismo ser habitase ya en la regióndel misterio, mientras la otra partecontinuaba existiendo sobre la tierra.

Aun cuando el propósitoperseguido por Citlalmina con tanextraño proceder constituía por elmomento un enigma indescifrable,Tlacaélel presentía con certeza quese aproximaba el momento en que

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habrían de resolverse todas lasincógnitas que últimamente habíavenido planteando la extrañaconducta de la heroína azteca.

La tímida y respetuosa voz deuno de sus sirvientes, llamándoledesde el pórtico de la habitación,vino a interrumpir las profundascavilaciones de Tlacaélel. Eratodavía muy entrada la noche yresultaba por tanto inusitado quealguien viniese a perturbar sudescanso. Haciendo un esfuerzosobrehumano Tlacaélel logróincorporarse, constatando con agrado

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que había recuperado plenamente elcontrol de su organismo.

Tras de autorizar la entrada alsirviente, éste penetró en eldormitorio y procedió a informar queChalchiuhnenetzin solicitaba conextrema urgencia una entrevista paraexponer ante el Cihuacóatl Imperialun asunto de suma gravedad.

1Tlacaélel recordó que hacía tan

sólo unas semanas había sidoinformado del cambio de residenciade Citlalmina, quien atendiendo a la

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invitación de Chalchiuhnenetzin -dequien era íntima amiga- había dejadosu modesta casa ubicada en lasproximidades de la Plaza Mayor,para trasladarse al barrio deTlatelolco, a la bella residenciadonde moraban Moquíhuix yChalchiuhnenetzin, todo ello conobjeto de poder efectuar másfácilmente los preparativos de supróxima boda con Teconal. ElAzteca entre los Aztecas supuso queChalchiuhnenetzin venía aparticiparle la muerte de Citlalmina,y sin pérdida de tiempo, se encaminó

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hasta la sala de audiencias en dondele aguardaba la hermana delEmperador.

Chalchiuhnenetzin se encontrabaataviada con modestos ropajesusuales entre la servidumbre; susenérgicas facciones reflejaban unaprofunda preocupación. Después dedisculparse por lo insólito de laentrevista, la recién llegada expuso aTlacaélel el motivo de su visita:existía una conspiración paraderrocar al monarca, asesinar a losmás altos dignatarios del Imperio yabolir los elevados ideales que

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normaban la conducta del puebloazteca.

Mediante palabras quepretendían ser expresadas con ánimosereno, pero en las cuales setraslucía una emoción largamentecontenida, la hermana del Emperadorfue revelando a Tlacaélel toda lavasta información que poseía acercade la conjura:

Desde tiempo atrás y a pesardel inmenso cariño que profesaba asu marido, Chalchiuhnenetzin sehabía percatado de la malsanaambición que dominaba a Moquíhuix,

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así como del hecho de que éste sólola había tomado como esposa guiadopor el propósito de ser grato a losojos de Axayácatl y obtener con elloun puesto de mayor jerarquía dentrodel gobierno. Sin embargo, en vistade que el tiempo transcurría sin quese le otorgase la tan esperadapromoción, Moquíhuix habíaterminado por desesperarse ycomenzado a prestar atención a lasveladas proposiciones de apoyomutuo que venían haciéndole Teconaly demás integrantes del poderosogrupo de mercaderes establecidos en

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Tlatelolco.En cuanto Moquíhuix comunicó

a Teconal su disposición de aliarse alos mercaderes -continuó narrandoChalchiuhnenetzin-, éstosprocedieron, dentro del más estrictosecreto, a informarle de sus aviesasintenciones: proyectaban eliminarmediante un audaz golpe de fuerza alos principales personajes delImperio y sustituirlos por sujetos quepermitiesen a los comerciantesejercer una influencia determinanteen el gobierno. El afán de incesantesuperación espiritual y la pretensión

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de intervenir en la marcha delcosmos, que constituían los máximosideales del Imperio Azteca, seríansustituidos por una finalidad muchomás pragmática, como lo era la dereorganizar a los territoriosconquistados con objeto de lograruna mejor explotación de losmismos. Para poder llevar adelantela conjura con posibilidades deéxito, los mercaderes requerían delapoyo de un buen número de tropas.Riquezas sin cuento aguardaban atodos aquellos militares queestuviesen dispuestos a secundarlos

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en sus propósitos.Debido a su larga experiencia

en el ejército, Moquíhuix habíapodido darse cuenta de la existenciadentro del mismo de militares que sehallaban resentidos por no haber sidopromovidos desde hacía muchotiempo; pues dados los rigurososcriterios de ascetismo espiritual queimperaban en las fuerzas armadas,hasta el más leve ascenso constituíauna conquista difícilmentealcanzable. Así pues, Moquíhuixtenía la seguridad de que lograríaatraer a su causa a un buen número

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de oficiales al mando de tropas.

2Tras de comprometerse a

proporcionar a los mercaderes laayuda militar necesaria para larealización de sus planes, elgobernante tlatelolca habíamanifestado a su vez cuál era elmóvil que lo impulsaba. No anhelabala posesión de riquezas, sinoconvertirse en la máxima autoridaddel pueblo azteca. En vista de que elcargo de Emperador sólo podía serconferido por el Heredero de

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Quetzalcóatl, Moquíhuix estabaconsciente de que le resultaríaimposible alcanzar semejantedignidad, pues Tlacaélel noaccedería nunca a sus propósitos; sinembargo, se contentaba con llegar aser reconocido como rey de lostenochcas, para lo cual precisaba,además de conquistar el poder,contar con el apoyo de algún sectordentro del sacerdocio.

Como una consecuencia delarraigado concepto de dualidad -aplicable según los postulados de lafilosofía náhuatl a todo lo existente-

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el sacerdocio azteca se hallabadividido en dos grandes grupos,cuyos componentes, de acuerdo conla índole del culto que practicaban,se autodenominaban respectivamentecomo sacerdotes solares o lunares.Desde la lejana época en que lostenochcas adoptaran aHuitzilopóchtli como a su máximadeidad protectora, existía dentro dela sociedad azteca una marcadapreponderancia del clero dedicado alculto solar, situación que se habíahecho aún más patente a partir delmomento en que Tlacaélel

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estableciera como objetivoprimordial de los tenochcas el decoadyuvar al engrandecimiento delsol.

El Templo Mayor de Tlatelolcose hallaba consagrado al culto lunary constituía la sede central de esteculto en todo el Imperio. En sucalidad de gobernador del barrio deTlatelolco, Moquíhuix mantenía unestrecho contacto con los dirigentesde dicho templo, y en esta forma,estaba al tanto del oculto despechoque existía en muchos de ellos aconsecuencia de la marcada

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inferioridad en que se encontrabatodo lo concerniente al culto lunar encomparación con el solar. Tomandoen cuenta esta situación, Moquíhuixhabía considerado que no leresultaría imposible obtener el apoyode esta marginada porción del cleropara la realización de su ambiciosoproyecto de convertirse en rey de losaztecas.

Tal y como supusieraMoquíhuix -continuó relatando lahermana del Emperador- destacadossacerdotes del culto lunar y diversosmilitares de rango secundario -pero

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que ocupaban posiciones que podíanresultar de primordial importancia enun determinado momento- habíanaccedido a secundar a losconjurados, integrándose así unapeligrosa y poderosa organización deopositores a la Autoridad Imperial,que aguardaban ansiosos el momentomás propicio para entrar en acción.

A pesar de los esfuerzos deMoquíhuix tendientes a lograr que suconsorte no sospechase la clase deasunto que se traía entre manos, éstahabía descubierto, casi desde unprincipio, el hecho de que su esposo

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se hallaba involucrado en unaconjura que tenía como propósitoderrocar al gobierno.

Enfrentada a la difícildisyuntiva de permanecer leal alhombre que amaba y traicionar conello no sólo a su familia, sinotambién a los ideales que constituíanla base de sustentación de toda suexistencia, Chalchiuhnenetzin habíapermanecido indecisa y vacilantedurante un largo tiempo, hasta quefinalmente, al borde de ladesesperación, había optado poracudir ante Citlalmina, quien fuera

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antaño su maestra y era ahora sumejor amiga, en busca de guía yconsejo.

Una sola entrevista entre ambasmujeres había bastado para queCitlalmina hiciese ver a su antiguadiscípula la decisión que debía tomaren aquel conflicto: su adhesión a loselevados ideales por los cualesluchaba el pueblo del sol, debíaprevalecer sobre cualquier afecto decarácter personal.

La actitud asumida por aquelpuñado de repugnantes traidores,había afirmado Citlalmina con

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encendido acento, ponía en gravepeligro la supervivencia del Imperio,no debía, por tanto, tenerse ningunaclase de consideraciones con ellos,sino por el contrario, era precisoaprovechar la ocasión para efectuarel más drástico de los escarmientos.Sin embargo, había añadido, noconsideraba que hubiese llegado aúnel momento de informar a lasautoridades de la conspiraciónurdida en su contra. Conveníaprimero recabar la máximainformación posible acerca de laconjura, averiguando tanto sus

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alcances como los nombres de todoslos que en ella participaban.

Para poder llevar a cabo suspropósitos -siguió relatandoChalchiuhnenetzin a Tlacaélel-Citlalmina se había trazado unpeligroso plan de acción.Convencida de que si bienMoquíhuix constituía el brazoejecutor de la conspiración, lospromotores y directores intelectualesde la misma eran los enriquecidoscomerciantes que Teconalencabezaba, decidió no perder devista al jefe de los mercaderes, y con

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este objeto, buscó la manera derelacionarse con dicho personaje através de su amiga.

La afable actitud que adoptóCitlalmina a partir de entonces en sutrato con Teconal había constituidopara éste la más grata e inesperadade las sorpresas. Cegado por sudesmesurada vanidad, creyó ver enello una evidente prueba declaudicación a los ideales de rectitudy austeridad preconizados durantetantos años por la mujer másrespetada del Imperio.

Plenamente consciente de la

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enorme influencia popular con quecontaba Citlalmina y deseoso deaprovecharla en beneficio propio,Teconal comenzó colmando a laheroína azteca de los más valiosospresentes para terminar ofreciéndolematrimonio, compromiso que éstahabía aceptado de inmediato. Apartir de ese momento, Citlalminapasó a formar parte del grupo depersonas que rodeaban a Teconal yentre las cuales se gestaba la conjuraen contra de las AutoridadesImperiales. Aun cuando el mercaderno se atrevió a comunicar sus

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insidiosos planes a su prometida, nohabía sido para ésta una labor enextremo difícil obtener -a través deltrato diario con sus nuevasamistades- valiosos fragmentos deinformación sobre la proyectadaconspiración, que al ser reunidos, lepermitieron formarse una visióncompleta de la misma.

Una vez que Citlalmina tuvoconocimiento de la fecha y lugar enque se intentaría llevar a cabo elderrocamiento, consideró que habíallegado el momento de actuar, y conese objeto dio a su amiga

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instrucciones precisas. En atención aéstas, Chalchiuhnenetzin memorizóprimero toda la información obtenidapor Citlalmina en torno a la conjura ydespués buscó una buena excusa parasalir de Tlatelolco sin despertarsospechas.

En la residencia de Moquíhuixse hallaban de visita varias primasde Chalchiuhnenetzin que habitabanen Coatlinchan. Al participarle éstasel deseo de retornar a su hogar yproponerle que las acompañase apasar una temporada en dichapoblación, la hermana del

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Emperador comprendió que aquellaera la oportunidad que veníaaguardando y aceptó al instante lainvitación. Sin sospechar en ningúnmomento las intenciones queanimaban a su consorte, Moquíhuixhabía dado su consentimiento alproyectado viaje, pensando quetendría mayor libertad de acción sisu esposa se encontraba fuera de lacapital durante los decisivosacontecimientos que se avecinaban.

La estancia deGhalchiuhnenetzin en Coatlinchan nose prolongó por mucho tiempo. A los

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pocos días de su llegada simuló unrepentino recrudecimiento de la viejadolencia que padecía en las encías,razón por la cual emprendió deinmediato el camino de retorno a lacapital azteca, en busca de lasupuesta atención que su malrequería.

Chalchiuhnenetzin no regresó asu hogar en Tlatelolco. Aduciendoser víctima de agudos dolores, pidióser llevada directamente a la casa dela anciana experta en plantasmedicinales que en anterioresocasiones había logrado curarla, y ya

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a solas con ésta, le confió la delicadamisión en que se hallaba empeñada,solicitando su ayuda para llevarla acabo.

La anciana había comprendidomuy bien la gravedad de la situación,prestándose de buen grado aproporcionar cuanta colaboración leera posible. Haciendo uso de susprofundos conocimientos en materiade herbolaria, mezcló en la comidadestinada a los sirvientes queacompañaban a Chalchiuhnenetzinsubstancias que les producirían unprolongado estado de letargo,

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eliminando así cualquier posibilidadde que alguno de ellos pudiese avisara Moquíhuix que su esposa sehallaba de vuelta en la ciudad. Acontinuación, la hermana delEmperador cambió su atuendo por elatavío que portaba una de susadormiladas sirvientas, y encompañía de la anciana, aguardóimpaciente a que el avance de lanoche hiciese cesar poco a poco elperpetuo bullicio que caracterizaba alas calles de la Gran Tenochtítlan.Ya casi en la madrugada, las dosmujeres se habían encaminado

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sigilosamente hacia la residencia delAzteca entre los Aztecas.

Chalchiuhnenetzin concluyó surelato proporcionando a Tlacaélel undetallado informe acerca de laspersonas involucradas en la conjura.Finalmente. le participó que laconspiración estallaría la noche deldía que estaba por iniciarse. Losconjurados habían escogido aquellafecha debido a que terminaba elimportante período de festejospopulares que tenían lugar alfinalizar el séptimo mes del año(Tecuilhuitontli) y por tanto, el

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pueblo y las autoridades seencontrarían distraídos y fatigadostras la celebración de dichosfestejos.

3Tlacaélel agradeció a

Chalchiuhnenetzin su valiosainformación y le aseguró que sabríautilizarla adecuadamente en defensadel Imperio, después de ello lepreguntó si tenía alguna noticiareciente acerca de Citlalmina, a locual la interrogada contestó que nosabía nada sobre su amiga desde que

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partiera hacia Coatlinchan, sinembargo, esperaba que ésta sepondría oportunamente a salvo decualquier peligro, abandonando esemismo día el barrio de Tlatelolco yretornando a su antigua casa en elcentro de la ciudad. Tlacaélel seguardó de comunicar a la joven susegura convicción respecto de lamuerte de Citlalmina. Finalmente, elCihuacóatl Azteca pidió a suinformante que permaneciese ocultadurante aquel día, pues seguía siendode trascendental importancia paralograr frustrar los planes de los

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conjurados que estos continuasencreyendo que las autoridades noestaban al tanto de sus propósitos.

Mientras contemplaba desde loalto del Templo Mayor elsurgimiento de las primeras luces delalba, y con ellas el inicio de unaincesante actividad por todos losrumbos de la imperial metrópoli,Tlacaélel meditó serenamente sobrela mejor forma de hacer frente alproblema que para la continuación dela hasta entonces ascendente marchadel pueblo azteca planteaba laexistencia del pequeño grupo de

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seres ambiciosos y traidores queintegraban la conspiración. En virtudde la oportuna información que leproporcionara Chalchiuhnenetzin, nodudaba que resultaría una tarea muysencilla frustrar la conjura, bastaríapara ello que el ejército procedieseesa misma mañana al arresto detodos los confabulados. Tal vez éstosintentarían oponer alguna resistencia,pero en vista del escaso número detropas de que disponían, y nocontando ya con el factor sorpresa asu favor, sería tan sólo cuestión detiempo -y de muy poco tiempo-

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lograr su total sojuzgamiento. Sinembargo, Tlacaélel concluyó quesemejante solución no era enrealidad la apropiada, sino que seríamucho más conveniente tratar deaprovechar aquella inesperada crisispara poner a prueba la fortaleza yfirmeza de principios que en verdadposeían aquellos que habrían dedirigir, en el futuro, los destinos delImperio.

Formando parte de los festejosy celebraciones que se estabanrealizando, tendría lugar en lamañana de aquel día la ceremonia de

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reconocimiento de] grado deCaballero Tigre a todos los jóvenesque habían logrado concluir el arduoperiodo de aprendizaje que serequería para el otorgamiento dedicho grado.

La ceremonia de admisión delos nuevos miembros de la Ordenrevestía en esta ocasión un especialinterés, pues singularescircunstancias habían concentrado laatención pública en aquellageneración de aspirantes.

Dos hermanos del EmperadorAxayácatl, Ahuízotl y Tízoc,

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formaban parte del grupo de jóvenesaztecas que esa mañana ingresarían ala prestigiada Orden. Se trataba, enambos casos, de recias y destacadaspersonalidades, poseedoras decontrastantes características.

A pesar de su juventud, la figurade Ahuízotl era ya ampliamenteconocida en todos los confines delImperio. Se decía de él que al ocurrirsu nacimiento no había prorrumpidoen llanto en momento alguno, y queen igual forma, a lo largo de toda suexistencia había mantenido taldominio sobre sí mismo y tema tal

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control de sus emociones, que nadiejamás le había visto nunca derramaruna lágrima o esbozar una sonrisa.Como quiera que fuese, una cosaresultaba innegable: Ahuízotl era unpersonaje completamente fuera de locomún, no sólo por su inmutabilidad,sino también por su profundainteligencia e indomable tenacidad,así como por su valentía y capacidadde mando.

Además de las ya mencionadascaracterísticas, Ahuízotl poseía unpeculiar atributo que terminaba porhacer de él un sujeto en extremo

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singular, y éste era el de sentirsedirectamente responsable de todocuanto ocurría en su derredor, en talforma que consideraba como unaobligación personal el reparar loserrores cometidos por cualesquierade las personas con las que sehallaba vinculado.

Poseyendo igualmentecualidades que hacían de él un serexcepcional, eran sin embargo muydiferentes las características queconfiguraban la personalidad deTízoc. Dotado de un agudo sentidodel humor y de un carácter

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particularmente alegre y festivo,acostumbraba bromear de continuo,aun a costa de personas consideradascomo muy respetables. Una fértilimaginación unida a una mente ágil ypoco convencional, le facultabanpara encontrar soluciones aproblemas que los demás calificabande insolubles. Durante suadolescencia había soñado con llegara ser un prestigiado escultor, eincluso, sin desatender sus estudiosen el Calmecac, había frecuentado eltaller de Técpatl con miras a iraprendiendo los fundamentos de

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dicho arte; sin embargo, al percatarsede que en realidad poseía tan sólofacultades mediocres para el dominiode las formas, había optado poringresar como aspirante a la Ordende Caballeros Águilas y CaballerosTigres, crisol donde se forjaban losfuturos gobernantes del Imperio.

Estimulados por el ejemplo deincesante superación que Ahuízotlencarnaba, los integrantes de sugeneración habían sorteado todas laspruebas del riguroso noviciado sinque se produjera -caso único en todala historia de la Orden- la deserción

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de ninguno de ellos, cuandoinesperadamente, en el último año deaprendizaje, había tenido lugar unacontecimiento que estuvo a punto detorcer el destino de aquel grupo dejóvenes.

Mientras participaban en unaclase que versaba sobre la forma deelaborar medicamentos, un recipienteconteniendo una substancia de coloramarillento se había volcadoaccidentalmente sobre el maestro queimpartía la enseñanza, impregnandoparte de su cuerpo de dicho color. Elintrascendente suceso había sido

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aprovechado por Tízoc para externarcon festivo acento una broma en lacual se comparaba al profesor conTlazoltéotl.

4La severa disciplina imperante

en la escuela de aspirantes resultabaincompatible con esta clase dehumoradas, y como ya en ocasionesanteriores Tízoc había sidoreprendido por la comisión de faltassimilares, las autoridades del plantello consideraron acreedor a laexpulsión, sanción que le había sido

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aplicada de inmediato.En cuanto Ahuízotl tuvo

conocimiento del castigo impuesto aTízoc, manifestó que, siendoresponsable de la conducta de suhermano, dicho castigo resultabaasimismo aplicable a su persona,razón por la cual él también seconsideraba expulsado.

Al parecer el curioso conceptode responsabilidad colectivaadoptado por Ahuízotl había pasadoa ser compartido por todos losintegrantes de su generación, pueséstos externaron una opinión del todo

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semejante a la anterior,considerándose igualmentemerecedores a la expulsión.

Alarmado ante el giro queestaban tomando los acontecimientos,Tízoc había acudido en aquellaocasión ante Tlacaélel, solicitandosu intervención para impedir queresultasen afectados todos suscompañeros por una falta de la queen realidad sólo él era responsable.

En su calidad de máximodirigente de la Orden de CaballerosÁguilas y Caballeros Tigres,Tlacaélel tenía una ingerencia directa

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en todo lo concerniente a la escuelade aspirantes a dicha Orden; conbase en ello, decidió actuar paraimpedir la pérdida de aquellavaliosa generación de jóvenes, peroal mismo tiempo, resolvió hacerlo ental forma que aquel asunto nomarcara un precedente de ruptura delas reglas disciplinarias que regían alos aspirantes. Tras de convocar aéstos, les dio a conocer sudeterminación: estimaba correcto elcriterio por ellos adoptado, deacuerdo con el cual, la falta de unosolo debía acarrear para todos

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idéntico castigo, así pues, debíanconsiderarse como expulsados yretornar cuanto antes a susrespectivos hogares. Sin embargo, sialguno de ellos deseaba reiniciardesde el principio su aprendizaje, noexistiría, llegado el momento,impedimento alguno para sureadmisión.

Tal y como supusiera Tlacaélel,en cuanto dio comienzo el periodo deadmisión para la integración de unnuevo grupo de aspirantes, loscomponentes de la anteriorgeneración -sin una sola excepción-

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habían solicitado su reingreso.Cumpliendo su ofrecimiento, elAzteca entre los Aztecas avalópersonalmente la solicitud de losjóvenes, los cuales iniciaron denueva cuenta, con redobladoentusiasmo, su interrumpidonoviciado.

Además de los readmitidos,integraban el grupo un buen númerode nuevos aspirantes, lo que hacía deaquella generación la más numerosade que se tuviera memoria en lahistoria de la Orden. Una vez más, lapoderosa voluntad de Ahuízotl

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pareció infundir a todos suscompañeros la inquebrantabledeterminación de vencer cuantoobstáculo se opusiese a la finalidadde lograr que todos juntosconcluyesen venturosamente sunoviciado. Tízoc no había vuelto ahacer de las suyas, contentándose condirigir sus consabidas ironías a suspropios compañeros, mas no a susmaestros.

Y en esta forma, concluido tantoel periodo de aprendizaje como laetapa de pruebas, llegaba al fin elesperado día en que todos los

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integrantes de aquella generaciónhabrían de recibir el grado deCaballero Tigre. Este era, por tanto,el grupo de jóvenes al cual Tlacaélelproyectaba dar a conocer la traiciónurdida en el seno mismo del Imperio.

Los bellos ejercicios de danzaejecutados por incontables jóvenesen la explanada central de la ciudadhabían concluido. En compañía delas más altas autoridades delImperio, Axayácatl se retiró alinterior del Palacio a descansarbreves instantes antes de seguir conel apretado programa de festejos que

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habrían de desarrollarse en ese día.Ya a solas con los principales

dignatarios, Tlacaélel hizo delconocimiento de sus sorprendidosoyentes toda la información queposeía acerca de la proyectadaconjura. En igual forma, expuso anteéstos el plan que había elaboradopara hacer frente al inesperadoproblema. Aun cuando los dirigentestenochcas se manifestaron partidariosde una acción directa e inmediata encontra de los conspiradores, elPortador del Emblema Sagradoinsistió en llevar adelante su

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personal solución, terminando porconvencer a los demás de lasventajas que ésta ofrecía para lograruna reafirmación de las futuras basesen que habría de sustentarse elImperio.

En unión de sus acompañantes,Tlacaélel y Axayácatl salieron delPalacio y se encaminaron al edificioque albergaba a la Orden deCaballeros Águilas y CaballerosTigres. Durante el corto trayecto queseparaba ambos edificios, unainmensa multitud aclamó entusiasta asus dirigentes. Tlacaélel concluyó

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para sus adentros que si entre lagente había espías enviados porMoquíhuix y Teconal para vigilar laactitud asumida por las autoridades,éstos darían por seguro que aún noexistía la menor sospecha acerca dela conjura, pues jamás aceptarían quea sabiendas de lo que se tramaba ensu contra las autoridadesprosiguiesen sin alteración algunacon el programa de festejos.

El arribo de los dignatariosimperiales a la casa sede de la Ordense realizó en medio de respetuosasmuestras de afecto. Una tensa

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expectación predominaba en elambiente. Tanto las severasfacciones de los maestros como losjuveniles rostros de los aspirantes,excepción hecha del de Ahuízotl,revelaban la profunda emoción queles embargaba. Hacía ya largotiempo que unos y otros aguardabanansiosos la llegada de aquelesperado momento.

Cumpliendo con el milenarioritual establecido desde el iniciomismo de la Orden, Tlacaélel fueotorgando a cada uno de losaspirantes el grado de Caballero

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Tigre. Al concluir la ceremonia,todos los participantes secongregaron en el amplio patiointerior del edificio para escucharlas palabras que, según eracostumbre, dirigía en esas ocasionesa los nuevos miembros de la Ordenel Heredero de Quetzalcóatl, y a lascuales daba respuesta, de acuerdotambién con antigua tradición, aquelde entre los recién nombradosCaballeros Tigres que era designadopara este efecto por sus propioscompañeros.

Lo habitual en estos casos era

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que las palabras del CihuacóatlImperial hiciesen referencia a lasarduas responsabilidades contraídaspor aquéllos que acababan deingresar en la Orden, para luegoconcluir su discurso expresando eldeseo de ver algún día a todos ellosconvertidos en Caballeros Águilas,pero en esta ocasión, el contenidodel mensaje iba a ser muy otro.

Sin mediar preámbulo alguno,con palabras impregnadas devibrante energía, Tlacaélel fueexponiendo ante su asombradoauditorio toda la información que

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poseía sobre la conjura urdida encontra del Imperio. En el vivo yanimado relato del Portador delEmblema Sagrado, fueron desfilandouna a una las principales figuras quehabían venido escenificando eldesconocido drama: Teconal y sugrupo de ambiciosos mercaderes,Moquíhuix y los frustrados guerrerosy sacerdotes que le secundaban,Citlalmina y Chalchiuhnenetzin, acuya sagacidad y firmeza de carácterse debía el que los traicionerospropósitos de los conspiradoreshubiesen quedado al descubierto.

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Después de haber descrito loshechos y personajes que constituían eintegraban la conspiración, Tlacaélelhizo una breve pausa en suexposición, para luego dar a conocercuál era la inesperada actitud queante aquel acontecimiento asumiríanlas autoridades, pues no serían ellasquienes determinasen la conducta quese habría de seguir frente al peligroque las amenazaba; tanto elEmperador como el ConsejoImperial delegaban a la juventudazteca, representada por aquel grupode nuevos Caballeros Tigres, la tarea

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de resolver el conflicto a su enterocriterio, adoptando para ello lasmedidas que estimasen convenientes.

Una expresión que revelabasorpresa y desconcierto fueasomándose en los semblantes de losnuevos Caballeros Tigres al tiempoque escuchaban la inusitadaproposición de Tlacaélel. Resultabaevidente que sí bien daban por ciertoque en el futuro llegarían a ocuparpuestos que implicaban grandesresponsabilidades, en donde porfuerza tendrían que tomar importantesdeterminaciones, jamás habían

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imaginado que esto ocurriría elmismo día de su ingreso a la Orden.Alineado en medio de una de laslargas hileras de jóvenes, Ahuízotlpermanecía rígido e inmutable, sinque sus facciones denotasen la masleve emoción ante lo que escuchaba,como si considerase perfectamentelógico y normal el que fuesen ellos yno las autoridades los encargados deresolver el más grave antagonismointerno surgido hasta entonces en lasociedad azteca.

Con palabras que sintetizabanen unas cuantas frases la disyuntiva

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existente en aquellos momentos parala vida del Imperio, Tlacaélel diopor terminado su discurso:

Deseando recuperar para losseres humanos su olvidada misiónde participar en la labor decoadyuvar al orden cósmico, losaztecas hemos edificado, hemosconstruido un Imperio destinado ala sagrada tarea de acrecentar elpoderío del Sol. Este ha sido elpropósito que ha venido guiandotodos los pasos del pueblo deHuitzilopochtli, pero hoy en día no

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es ya el único que se plantea anuestras conciencias, precisamos,por tanto, detener un momentonuestro avance para preguntarnos,para interrogarnos: ¿Debe elImperio continuar laborando paraun mayor engrandecimiento del Sol,o convertirse tan sólo en uninstrumento destinado aincrementar las ganancias de unpuñado de avariciosos y taimadosmercaderes? ¡Jóvenes aztecas,futuros Caballeros Águilas! ¿Cuáles vuestra respuesta?

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Atendiendo a la costumbreestablecida en anteriores ceremoniasde esta índole, correspondía ahoraque un representante de los reciénnombrados Caballeros Tigres seencaminase hasta el estrado, paradesde ahí dar respuesta a laspalabras del Cihuacóatl Azteca. Enesta ocasión, el encargado de hablaren nombre de sus compañeros lo eraAhuízotl, quien al parecer consideróque la pregunta formulada porTlacaélel al final de su disertaciónprecisaba ser contestada con tantaurgencia, que no podía perder ni

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siquiera el tiempo que le llevaríallegar hasta el estrado. Aúnresonaban en el espacio las últimaspalabras proferidas por Tlacaélel,cuando Ahuízotl, avanzando un pasoal frente y levantando muy en alto unpuño, pronunció tres veces, con recioacento, una misma palabra:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

Una especie de invisiblerelámpago pareció haber descargadosúbitamente su enorme energía en elgrupo de jóvenes alineados en elamplio patio central del edificio de

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la Orden; las expresiones deasombro y perplejidaddesaparecieron al instante de todoslos semblantes para ser substituidaspor las más evidentes señales defirmeza y determinación. Como unsolo hombre, los integrantes de lanueva generación de CaballerosTigres alzaron al cielo el rostro y lospuños, a la vez que repetían con elatronador estrépito de una tempestad:

¡Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

La casa que albergaba a laOrden de Caballeros Águilas y

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Caballeros Tigres no era ya unasimple e inanimada construcción. Laspalabras de Tlacaélel transfiriendo alos nuevos miembros de la Orden laautoridad suficiente para hacer frenteal conflicto existente, así como lagallarda actitud asumida por losjóvenes y muy particularmente laincesante repetición que éstos hacíandel misterioso y sagrado vocablo,parecían haber dotado al belloedificio de una poderosa vitalidad,transformándolo en el corazón mismode todo el vasto organismo delImperio.

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Manifestando en sus miradasuna profunda satisfacción y unaserena confianza, los dignatariostenochcas que habían presidido laceremonia comenzaron a descenderdel estrado para dirigirse en seguidahacía la puerta de salida. El Directorde la Escuela de Aspirantes noacompañó en esta ocasión a losmandatarios hasta el exterior deledificio. Desde el instante mismo enque Tlacaélel revelara la decisivaintervención que había tenidoCitlalmina en el desenmascaramientode la conjura, una especie de

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paralizante estupor se habíaapoderado de Tlecatzin,impidiéndole hablar y concertarcualquier clase de movimiento. Losseveros juicios - jamás expresadosen palabras pero consentidos por elpensamiento- con que calificara laconducta asumida en los últimostiempos por su madre adoptiva, seconvertían ahora, al conocer lasverdaderas causas de dicha conducta,en un peso insoportable sobre laconciencia del guerrero. Finalmente,el remordimiento que devorabainteriormente a Tlecatzin logró

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materializarse y gruesas lágrimascomenzaron a deslizarseinvoluntariamente por la noble fazdel forjador de Caballeros Tigres.

Mientras los altos funcionariosimperiales se alejaban del edificiode la Orden y Tlecatzin recuperabasus perdidas facultades de voz ymovimiento, en el aire continuabavibrando, con rítmico y estremecedoracento, el antaño secreto nombre dela región donde tantas veces habíanflorecido prodigiosas culturas:

i Me-xíhc-co. Me-xíhc-co. Me-xíhc-co!

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La respuesta de la nuevageneración de Caballeros Tigres a laamenaza planteada por losambiciosos mercaderes no seconcretó tan sólo a repetir conferviente entusiasmo el milenariovocablo. Al poco rato de queAxayácatl y sus acompañantesretornaron a palacio, fueroninformados de que una comisiónintegrada por varios de los reciéndesignados Caballeros Tigressolicitaba una entrevista.

La comisión era presidida porAhuízotl, el cual expuso ante el

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monarca un plan de acción para latotal destrucción de los conjurados.En cumplimiento de la promesaformulada por Tlacaélel a losjóvenes, Axayácatl no modificó ennada lo acordado por los novelesCaballeros Tigres, sino que seconcretó a girar las instruccionesnecesarias para que se diese unexacto cumplimiento al proyecto porellos elaborado.

Un aguacero pertinaz se abatiósobre la capital azteca durante buenaparte de, aquella tarde y aún no dabatrazas de concluir al principiar la

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noche. La mayoría de los habitantesde la Gran Tenochtítlan, cansadospor la celebración de los animados yrecién finalizados festejos, habíaprocurado recluirse desde tempranahora en sus casas, por lo que muypronto la ciudad adquirió undesusado ambiente de apaciblequietud. Nada permitía presagiar losagitados sucesos que habrían dedesarrollarse durante aquella noche.

Un rumor apagado e insistente,semejante al que producen las olaspequeñas al chocar contra la playa,avanzaba por las húmedas calles de

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la ciudad en dirección a la gran plazacentral. Sin proferir palabra alguna yprocurando hacer el menor ruidoposible, las tropas al mando deMoquíhuix se aproximaban cada vezmás a su objetivo.

Repentinamente, proviniendo delo alto del Templo Mayor, se dejóescuchar el penetrante y poderososonido de un caracol marino. Alinstante, como si se tratase demultiplicados ecos de aquellasmismas notas, incontables caracolesresonaron desde diferentes lugarescercanos a la plaza. Sin que nadie lo

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hubiese ordenado, las tropas quecomandaba Moquíhuix detuvieron suavance; sin embargo, el rumor quepoblaba las calles no desapareció enningún momento, sino al contrario,pareció alcanzar de improviso unaredoblada intensidad, y es que noeran ahora estas tropas las que loproducían: eran los incontablesbatallones que por doquier surgíancerrando toda posibilidad de escapea sus contrarios.

Ante lo que ocurría, Moquíhuixcomprendió de inmediato que laconspiración había sido descubierta

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por las autoridades y que éstas leshabían tendido una trampa de la quedifícilmente escaparían, sin embargo,conociendo lo que les esperaba sieran hechos prisioneros, dio la ordende ataque a sus tropas, indicándolesque intentasen romper el cercoavanzando hacia el canal máspróximo al lugar donde seencontraban.

Se inició un combate frenético ydespiadado. Impulsados por laconvicción de que no tenían ya nadaque perder, los contingentescomandados por Moquíhuix luchaban

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con feroz desesperación.Conocedoras de su superioridadnumérica y del lógico final quehabría de tener aquel encuentro, lastropas leales al gobierno combatíancon serena y firme determinación. Lacerrada obscuridad de la noche y elestrecho espacio donde se libraba elcombate impedían cualquier acciónde rescate de los heridos, el que caíaperecía aplastado por la compactamasa de guerreros trabados enimplacable lucha.

La innegable destreza en elmanejo de las armas que poseía

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Moquíhuix causaba estragos en lasfilas de sus enemigos, pero ello noimpedía que estos continuasen suinexorable avance, limitando cadavez más el cerco que contenía a lastropas rebeldes. Ahuízotl y Tízochabían avistado ya al deslealcomandante e intentaban llegar hastaél con la evidente intención de lograrsu captura. Ambos hermanosluchaban coordinada y eficazmente,apoyándose uno al otro en susavances y movimientos y aniquilandoa todo aquel que se interponía en sucamino.

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Varias de las casas contiguas alas calles donde se libraba elcombate estaban también convertidasen campo de batalla. Guerreros deambos bandos habían penetrado enellas para proseguir la contienda antelas asustadas miradas de susmoradores. Comprendiendo que sucaptura era ya inminente, Moquíhuixse introdujo en la casa más próxima ysin pérdida de tiempo ascendió hastala azotea de la construcción, seguidopor varios de sus partidarios y porincontables rivales que a toda costatrataban de darle alcance.

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Saltando por entre las azoteas,Moquíhuix y una veintena desoldados consiguieron burlar a susperseguidores y escapar del teatro dela lucha. Atravesando a nado losmúltiples canales que cruzaban laciudad y teniendo a su favor laprotección que les brindaba la noche,los fugitivos lograron llegar hasta elTemplo de Tlatelolco, donde lesaguardaban el resto de losconjurados.

Los comerciantes y sacerdotesimplicados en la conspiración,habían permanecido en el interior del

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templo esperando impacientes elaviso de Moquíhuix de que habíalogrado adueñarse de los másimportantes edificios de gobierno ydado muerte a las principalesautoridades. Al conocer el fracasosufrido por los militares que les eranadictos, la más profundaconsternación invadió a losconjurados, pues éstoscomprendieron de inmediato queestaban irremisiblemente perdidos yque no tardarían en verse rodeadospor innumerables contingentes detropas leales.

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Y en efecto, después de obtenerla más contundente victoria en elnocturno combate, los novelesCaballeros Tigres que dirigían laoperación habían procedido areagrupar sus tropas e iniciado unrápido avance en dirección al barriode Tlatelolco.

Tras de cruzar buena parte de laciudad -cuyas calles todavía entinieblas comenzaban a verseinvadidas de personas deseosas deaveriguar lo que estaba ocurriendo-las largas columnas de guerrerosllegaron hasta la gran plaza central

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de Tlatelolco. Uno de loscontingentes avanzó hasta el Templosiendo recibido por una cerradalluvia de flechas, lanzadas desde loalto por los mercaderes y sacerdotesrebeldes, que comandados porMoquíhuix y Teconal, intentabanpresentar una última y desesperadadefensa.

Las tropas rodearon la elevadapirámide e iniciaron su ascenso pordiferentes lugares. Poseídos de unaespecie de frenético afán suicida,sacerdotes y mercaderes se arrojaroncontra los guerreros intentando

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arrastrarlos en su caída. Algunos lolograron y perecieron aferrados a susrivales. Otros fueron acribillados aflechazos o cayeron con el cráneohundido a golpes de macuahuitl.Moquíhuix y Teconal se lanzaron alvacío desde lo alto del Templo yencontraron la muerte al estrellarsecontra los costados del edificio.

Al mismo tiempo que dabacomienzo el asalto al Templo, unpequeño destacamento al mando deTlecatlin se posesionaba del Palaciode Gobierno en Tlatelolco, iniciabala búsqueda de Citlalmina por entre

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las numerosas habitaciones de lalujosa construcción.

Durante su alocución a losrecién designados Caballeros Tigres,Tlacaélel se había limitado a ponerde relieve la participación deCitlalmina en el descubrimiento de laconspiración, pero no había hechomención alguna sobre la certeza quetenía acerca del fallecimiento de laheroína azteca. Así pues, estimandoque Citlalmina corría un gravepeligro al encontrarse aún en laguarida de los conspiradores,Tlccatzin había solicitado a los

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jóvenes guerreros que dirigían laoperación le autorizasen a intentarrescatarla de entre las manos de susposibles captores. Los CaballerosTigres habían acordado gustosos lasolicitud de su antiguo Director,proporcionándole un contingente detropas para el desempeño de sumisión.

El Palacio de Gobierno deTlatelolco -residencia oficial deMoquíhuix estaba del todo desierto yabandonado. La servidumbre habíahuido atemorizada ante la llegada delas tropas y al parecer no quedaba

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nadie en el inmenso edificio.Repentinamente, al penetrar a una delas habitaciones, Tlccatzin seencontró ante un inesperadoespectáculo: recostada sobre unaestera y luciendo un sencillo atuendoyacía la inerte figura de Citlalmina.

La tranquila serenidad queparecía emanar de Citlalmina, asícomo la natural viveza que animabasus facciones, hicieron creer alguerrero, durante un primer momento,que ésta se encontraba tan sólosumida en un profundo sueño. Alcomprender la realidad de la

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situación, Tlecatzin se arrodilló anteel cadáver para besar respetuoso lasmanos de su madre adoptiva.

Nada en el exterior deCitlalmina permitía adivinar la causade su muerte ni daba base parasuponer que ésta hubiese sidoviolenta. No sólo no presentabaninguna clase de herida o contusión,sino que incluso su físico parecíahaber sufrido una inexplicable yfavorable transmutación. Su rostrolucía rejuvenecido, revelandoalgunos rasgos de su otroraasombrosa belleza, y una especie de

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poderosa energía parecía fluir detodo su ser, impregnando el ambientede paz y fortaleza. Tlccatzin enviómensajeros a informar a Tlacaélel yal Emperador del funesto suceso,mientras él y algunos de susguerreros permanecían en silenciosaguardia al lado de Citlalmina.

Los resplandores de las llamasque incendiaban la cúspide de lapirámide de Tlatelolco se unieronmuy pronto a las primeras luces delamanecer. La rebelión de losmercaderes había sido sofocada.

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Capítulo XVIII

A UN PASO DEL SOL

La noticia de los sucesosocurridos durante la agitada noche enque tuviera lugar la frustradarebelión de los mercaderes seextendió con increíble rapidez portodos los rumbos de la capital azteca.Aún no amanecía del todo, cuando ya

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enormes multitudes -impulsadas nosólo por un febril afán deinformación acerca de lo que estabasucediendo, sino deseosas de tomarparte activa en los acontecimientos-recorrían las calles de la imperialmetrópoli. Al enterarse de lafracasada intentona de insurrecciónrealizada por Moquíhuix y losmercaderes, un sentimiento de ira yestupor se dejó sentir entre todos losintegrantes de la población tenochca;sin embargo, muy pronto el asunto dela sofocada revuelta pasó a segundotérmino -e incluso quedó del todo

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olvidado- al difundirse la noticia dela muerte de Citlalmina.

Aun cuando el respeto rayano enveneración que el pueblo aztecaprofesara antaño a Citlalmina sehabía transformado en los últimostiempos en una desdeñosaindiferencia, aquella mañana, aldarse a conocer -por labios de losnuevos Caballeros Tigres- los hastaentonces ocultos motivos que habíanmovido a Citlalmina a tramar suproyectado matrimonio con Teconal,y conjuntamente, propalarse lanoticia de su fallecimiento, una

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especie de telúrico estremecimientosacudió la conciencia del puebloazteca. Arrepentimiento y dolor,tristeza y vergüenza, admiración ynostalgia, se entremezclaron alunísono en el alma de los tenochcas.La exacta valoración de lo que lafigura de Citlalmina representaba enel nacimiento y desarrollo delImperio, se hacía ahora patente antelos ojos de todos.

Como obedeciendo a un mismoe irresistible impulso, los habitantesde la Gran Tenochtítlan comenzarona dirigirse en largas filas de

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silenciosos dolientes hacia la Plazade Tlatelolco, en uno de cuyoscostados se encontraba el edificio degobierno donde yacía el cadáver deCitlalmina. Mujeres y niños de todaslas edades, de cuyos ojos brotabanraudales de lágrimas, avanzaban conpausado andar portando entre susbrazos enormes ramos de flores delas más variadas especies. Muypronto, la segunda gran plaza de lacapital azteca empezó a resultar deltodo insuficiente para dar cabida alsiempre creciente mar humano queiba llenando hasta los últimos

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resquicios de la enorme explanada.Mientras la población se

agolpaba en torno al lugar donde seencontraba el cadáver de Citlalmina,Axayácatl ordenaba desde su palaciose tributasen a la recién fallecidaheroína los mismos honores que serendían a los generales aztecas queperecían en combate. Encumplimiento a lo dispuesto por elEmperador, un batallón de tropasselectas se encaminó a toda prisa aTlatelolco con instrucciones deponerse bajo el mando de Tlecatzin ytrasladar de inmediato el cuerpo de

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Citlalmina hasta el Templo Mayor dela ciudad. La resolución deAxayácatl obedecía a un sincerodeseo de rendir a la difunta elmáximo homenaje que a su juicioresultaba posible; sin embargo, enesta ocasión, las órdenes imperialesno iban a ser acatadas.

A través de su activa existencia,Citlalmina había demostrado enincontables ocasiones que el pueblono necesita estar aguardando a quesean siempre las autoridades las quevengan a resolver todos susproblemas, sino que puede muy bien

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organizarse para llevar a cabo suspropios propósitos. La muerte de laheroína azteca daría lugar a unanueva manifestación de esta forma deproceder: mucho antes de que losenviados de Axayácatl llegasen aTlatelolco portando las órdenes delmonarca sobre la forma de celebrarlas honras fúnebres, el pueblo habíacomenzado ya, por su propia cuenta,a organizar los funerales.

Construida por manos anónimas,una sencilla plataforma de maderaadornada con flores fue introducidahasta el lugar donde se encontraba el

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cuerpo de Citlalmina. Junto con laplataforma irrumpió en el edificiouna multitud respetuosa, perodecidida a sacar cuanto antes elcadáver de la heroína para darcomienzo a un público homenaje.Tlecatzin no tenía aún conocimientode las disposiciones acordadas porel Emperador, y al constatar la firmedeterminación popular de rendir unúltimo y espontáneo tributo aCitlalmina, vio en ello el másapropiado de todos los homenajes.Así pues, ordenó a las tropas bajo sumando que diesen por terminada la

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guardia que habían venidomanteniendo junto al cadáver, y consus propios brazos, depositó elcuerpo de su madre adoptiva en larústica plataforma tapizada de flores.Estimando que en los funerales deCitlalmina saldría sobrandocualquier ostentación de pretendidasuperioridad, Tlecatzin se despojóde sus insignias de Caballero Águilay marchó como un doliente más enseguimiento de la plataforma en queera conducido el cadáver. Losjóvenes Caballeros Tigres, que alfrente de sus fatigados y victoriosos

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guerreros permanecían aún en losrecién conquistados edificios quebordeaban la plaza de Tlatelolco, alobservar la conducta asumida por surespetado Director procedieron aimitarla, y guardando sus flamantesinsignias, se entremezclaron con ladolorida multitud que lentamentecomenzaba a desplazarse hacia elcentro de la ciudad.

La ancha y larga avenida queconducía desde Tlatelolco hasta laPlaza Mayor había sido convertidapor el pueblo en una gigantescaalfombra de flores. En sus costados

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se agolpaban miles y miles depersonas de entristecidos rostros queaguardaban el paso del cortejo paraunírsele. Un brusco y sorprendentecambio de estado de ánimo seoperaba en todas las gentes en cuantoles era dado contemplar el cadáverde Citlalmina: como si la vigorosa ycontagiosa energía que caracterizaraa la heroína durante toda su vidacontinuase emanando de su cuerpoahora inerte, ante su presencia, lamultitud iba trocando la inicialpesadumbre que la dominaba en unaactitud de serena firmeza. Una voz de

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mujer comenzó a entonar uno de lospopulares cánticos que los poetashabían compuesto en honor de ladesaparecida, de inmediatoincontables voces se le unieron, y apartir de aquel instante, la plataformay su mortuoria carga prosiguieron suavance entre un incesante recitar deversos y entonar de canciones.Aquello no parecía ya unas exequias,sino el desfile triunfal de unguerrero.

Informado de lo que acontecía,Axayácatl había cancelado susinstrucciones iniciales -dejando por

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tanto al pueblo plena iniciativa en laorganización del funeral- y en uniónde Tlacaélel observaba desde lo altodel Templo Mayor el avance de laaún lejana multitud que lentamente seiba aproximando al corazón de laciudad. En lontananza, y haciacualquier punto a donde voltearan lamirada, podían contemplar unincesante afluir de lanchas pletóricasde gente que a toda prisa sedesplazaban hacia la capital azteca.

Resultaba evidente que lanoticia de la muerte de Citlalmina,como si hubiese sido propalada por

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los vientos, había llegado ya hasta ungran número de poblaciones situadasen los contornos del lago y que susmoradores acudían presurosos arendir un último homenaje a lafallecida defensora de las causaspopulares.

En los bien trazados contornosde la Plaza Mayor, trabajando cualinmenso hormiguero, incontablespersonas laboraban febrilmente en laconfección de una gigantescaalfombra de flores que abarcase todala explanada. Técpatl, en compañíade otros destacados artistas, dirigía

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personalmente a los operarios, quecon inigualable habilidad y rapideziban transformando el vasto espaciodisponible en una policromía de granbelleza, en la que figurabanrepresentaciones de Deidades ygeométricos dibujos de complicadodiseño. Al pie de la enorme pirámideque albergaba al Templo Mayor, sehallaba colocado un alto montículode madera, destinado a convertirseen la hoguera cuyas llamasconsumirían el cuerpo de la heroínaazteca.

Al percatarse de la proximidad

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del cortejo, Tlacaélel y Axayácatldescendieron del Templo y en uniónde los más importantes dignatariosimperiales se dispusieron a salir a laPlaza para participar en losfunerales. Sabedores de la actitudadoptada por Tlecatzin y los novelesCaballeros Tigres, se despojarontambién de todas las insigniasinherentes a sus altos cargos, ysencillamente ataviados, seencaminaron hacia el lugar dondehabría de encenderse la hoguera.

La aparición de las autoridadesen la Plaza Central coincidió con la

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llegada de la inmensa multitud queacompañaba al cadáver. Un profundoasombro suscitóse entre el pueblo alcontemplar a los principalespersonajes del Imperio despojadosde todo distintivo que aludiese a sugrandeza y poderío. Particularmentela figura de Tlacaélel era objeto dela asombrada mirada de todos lospresentes, pues no se conocía ningúnprecedente de algún Portador delEmblema Sagrado que hubieseparticipado en un acto público sinostentar sobre su pecho la veneradainsignia.

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Los cánticos cesaron y unextraño e impresionante silencioprevaleció en el ambiente.Lentamente, como si sus portadoresse resistiesen a hacer entrega de supreciada carga, la plataformaconteniendo el cuerpo de Citlalminallegó hasta donde se encontraba lamadera convenientemente dispuestapara facilitar su incineración. En losmomentos en que el cadáver iba a sertrasladado de la plataforma almontículo, el viento agitó las blancasvestiduras que cubrían el cuerpo,produciendo con ello una fugaz

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ilusión de vida y movimiento. Unrumor revelador de nerviosainquietud se dejó escuchar entre laapretada multitud. La contemplaciónde la natural serenidad queprevalecía en las facciones deCitlalmina había suscitado yanumerosas dudas entre el pueblo -principalmente entre las mujeres-acerca de si en verdad la heroína seencontraba muerta o tan sólo sumidaen un profundo sueño. La impresiónde movimiento producida por elviento transformó en un instanteaquellas dudas en la segura

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convicción de que Citlalmina nohabía fallecido, sino que se hallabaen una especie de trance semejante alsueño.

Inesperadamente, sin que nadiesupiese de donde había brotado, unavoz pronunció una palabra con lafirme seguridad de aquel que enunciala adecuada solución a un complejoproblema:

¡ Iztaccíhuatl!Millares y millares de rostros

elevaron al unísono la mirada endirección a los eternos centinelas delAnáhuac: la majestuosa pareja de

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volcanes de nevadas cumbres ysingular figura, fuente inmemorial deinspiración de las más bellasleyendas. Al contemplar a la colosalmontaña con forma de mujer queparecía dormir aguardando una nuevaEdad para recobrar la conciencia, lamultitud captó en un instante, en unaespecie de súbita percepcióncolectiva, la simbólica similitud queidentificaba a aquellos dos seres -lamujer de carne y la mujer de nieve-habitantes de una desconocidarealidad que trascendía,1a aparentedualidad que entrañan la vida y la

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muerte.Sin que fuese necesario que

nadie la expresase en palabras, unafirme determinación pareció surgiren el ánimo popular al percatarse dela semejanza existente entre las dosyacientes figuras: la de elevar elcuerpo de Citlalmina hasta las nievesdel Iztaccíhuatl, para que ambosseres aguardasen unidos su futurodespertar.

Una vez más, el pueblo se pusoen movimiento transportando lafloreada plataforma que contenía elcuerpo de Citlalmina hasta el

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embarcadero más cercano. Al llegara éste, fue colocada con sumocuidado en una canoa que al instantecomenzó a surcar las aguas, seguidamuy de cerca por enjambres delanchas en las que se agolpaba unapoblación deseosa de acompañar aCitlalmina hasta su nuevo hogar.

Al borde del lago, acampadosen una amplia llanura y protegidosdel frío de la noche por incontablesfogatas cuyos resplandores sepercibían desde lejanas distancias, elpueblo azteca esperó el amanecer delnuevo día para proseguir su marcha

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hacia las nevadas faldas delIztaccíhuatl.

Al despuntar el alba, lostenochcas dieron comienzo a unininterrumpido ascenso a través deextensos y solitarios bosques. Lasúltimas luces rojizas del atardecercoloreaban el cielo, cuando losfatigados caminantes se detuvieronante la pequeña abertura de unaprofunda oquedad en un conjuntorocoso. Se encontraban ya en unlugar donde dan comienzo las nievesperpetuas del femenino y adormecidovolcán.

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Un grupo de leñadores,habitantes de aquellas soledades,introdujo el cuerpo de Citlalminahasta el final de la grieta,depositándolo sobre una sencillaestera de algodón. Un tosco enrejadode madera y una barrera de piedrascubrieron y ocultaron la salida delrecinto.

Profundamente emocionado,pero sin dar muestras de tristeza, elpueblo se mantuvo inmóvil yexpectante mientras los leñadoresterminaban por cubrir del todo laangosta abertura. Confundido entre la

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gente, Tlacaélel permanecíaimpasible e inescrutable. Nadiecolocó una sola ofrenda ni sepronunció tampoco oración alguna,pues no se trataba de un funeral, sinoúnicamente de coadyuvar al largoreposo que iniciaba Citlalmina en suhelada y solitaria morada.

En medio del más completosilencio, como si temiesen perturbarel sueño de los seres excepcionalesque dejaban a sus espaldas, lostenochcas se alejaron presurosos delaquel lugar. Mujer y montañaesperarían juntas el retorno del

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tiempo en el que nuevamente habríande entrar en acción.

A partir de la fecha en que elcuerpo de Citlalmina fuera confiadoa la custodia del Iztaccíhuatl, unaespecie de parálisis espiritualpareció apoderarse de Técpatl,impidiéndole no sólo proseguir sulabor artística, sino incluso efectuarla mayor parte de las accionesnecesarias para sobrevivir.Silencioso y ensimismado en suspropios pensamientos, pasaba losdías con la mirada perdida,contemplando en el lejano horizonte

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a la gigantesca mujer de nieve yrocas en cuyo seno reposaba laheroína azteca.

Dejando sin respuesta losangustiados requerimientos de susdiscípulos y amigos, que sin cesar leimploraban cambiase de proceder, elindiscutido dirigente de la vidaartística del mundo náhuatllanguidecía a ojos vistas, su cuerpo,de por sí delgado en extremo, no eraya -al igual que durante suadolescencia y primera juventud-sino un poco de piel queinexplicablemente porfiaba en

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continuar adherida a los huesos.Alarmados ante una situación

que no podía prolongarse sin quesobreviniese un trágico desenlace,una comisión de artistas y artesanosacudió ante Tlacaélel para exponerlela penosa situación por la queatravesaba el escultor y pedirle queintentase alguna acción tendiente alograr que éste recuperase su sanojuicio.

El Cihuacóatl Azteca escuchócon sincera preocupación el relato delo que acontecía a Técpatl y creyóentrever la posible causa que

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motivaba su, al parecer, inexplicablecomportamiento. Desde los yalejanos días en que la intervenciónde Citlalmina había salvado la vidadel escultor -e influido en formadecisiva para transformar lageneralizada desconfianza por suobra en un vigoroso movimiento deapoyo popular a sus ideales derenovación artística- Técpatl,además de conservar una profundagratitud a su providencialbienhechora, había encontrado enésta la fuerza inspiradora que lepermitía convertir en prodigiosas

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realizaciones escultóricas suselevadas intuiciones. Al fallecerCitlalmina resultaba evidente, ajuzgar por su actitud, que Técpatlconsideraba concluida su labor sobrela tierra y ya tan sólo aguardaba elmomento de su muerte.

Tlacaélel prometió a quienessolicitaban su intervención visitaresa misma tarde a Técpatl, sinembargo, les previno que noconfiasen demasiado en quenecesariamente se derivase de elloun cambio en la actitud del artista,pues si éste había tomado una

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determinación irrevocable, noexistiría razonamiento alguno capazde hacerle cambiar de conducta.

La presencia de Tlacaélel en elantiguo taller de Yoyontzin parecióreanimar al desfallecido Técpatl,quien abandonando por unosinstantes la perpetua contemplacióndel Iztaccíhuatl a que se hallabaconsagrado, se incorporó solícito adar la bienvenida a su inesperadovisitante.

Como resultado de los pocogratos acontecimientos que se habíanvenido sucediendo a partir del

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anuncio del supuesto matrimonioentre Citlalmina y Teconal, hacía yaalgún tiempo que el Azteca entre losAztecas no realizaba sus habitualesvisitas al taller del escultor, así pues,le costó trabajo reconocer a Técpatlen el cadáver viviente que tenía antesus ojos.

Tlacaélel no reprochó al artistasu conducta, se limitó a externar anteéste la segura convicción de que tal ycomo el pueblo certeramenteintuyera, Citlalmina no habíafallecido a resultas de una agresión ovíctima de una repentina enfermedad,

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sino que considerando que por elmomento no era ya imprescindiblepara su pueblo había optado,consciente y voluntariamente, porllevar su espíritu a una desconocidaregión -más misteriosa incluso queaquélla donde moraban los muertos-desde la cual aguardaría a quenuevamente se diesen en Me-xíhc-cocircunstancias que requiriesen supresencia.

Antes de abandonar el taller,Tlacaélel efectuó la compra dealgunos sencillos utensilios decerámica de uso cotidiano, mismos

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que pagó de inmediato con unamoneda de cacao. Para todos lospresentes resultó evidente elsignificado de aquella compra:constituía a un mismo tiempo unreconocimiento a la actitud adoptadapor los alfareros que laboraban enaquel lugar -los cuales habíancontinuado trabajando a pesar de loque ahí acontecía- y una veladareconvención a los escultores deltaller, pues éstos habían paralizadodel todo sus actividades en cuanto lohiciera su director y maestro.

Transcurrió cerca de una

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semana sin que Tlacaélel supiese sise había operado algún cambio en laconducta del escultor, hasta que unamañana, al informarse de losnombres de las personas quesolicitaban audiencia, se enteró deque Técpatl se encontraba entreéstas. Al recibirlo, observó unanotoria mejoría en su aspecto, pues apesar de su aún exagerada delgadez,nuevamente dimanaba de él lapoderosa e indefinible energía quesiempre le caracterizara.

Técpatl expuso ante elCihuacóatl Imperial haber localizado

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por la región de Tizápan una enormepiedra que deseaba esculpir, razónpor la cual, requería ayuda paralograr trasladarla hasta su taller.Tomando en consideración que elartista disponía de medios suficientespara realizar por su cuenta laoperación de transporte, Tlacaélelvio en aquella petición no sólo elmedio a través del cual Técpatl lemanifestaba haber superado la crisisque le dominaba, sino también ungesto romántico y evocador delpasado, pues había sido con unasolicitud exactamente igual a ésa,

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como el escultor iniciara sus laboresartísticas en la capital azteca.

Tlacaélel acordófavorablemente la petición, y a lamañana siguiente, un numeroso grupode cargadores, bajo la personaldirección del artista, dio comienzo ala difícil maniobra.

La frustrada revuelta de losmercaderes había hecho comprendera Tlacaélel que la política seguidahasta entonces en lo referente a laregulación de las actividadesmercantiles se traduciría en constantefuente de conflictos en caso de no ser

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modificada, pues si bien era ciertoque al mantener a los comerciantesen una posición de marcadainferioridad política y social, seevitaba toda posibilidad de que éstospudiesen transformar los objetivosde carácter espiritual que normabanla conducta de la sociedad,substituyéndolos por el simple afánde enriquecimiento personal que loscaracterizaba, también lo era que losmercaderes jamás terminaríanresignándose con la marginación deque eran objeto, y que valiéndose delas cuantiosas riquezas que poseían -

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derivadas del incesante incrementode las actividades mercantilespropiciado por la expansión delImperio- intentarían una y otra vezcambiar este orden de cosas que lesresultaba tan adverso.

Después de reflexionarlargamente sobre el problema,Tlacaélel llegó a la conclusión deque existían básicamente dosposibles soluciones.

La primera consistía en que lasautoridades se hiciesen cargoíntegramente del desempeño de lasactividades comerciales, realizando

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éstas por su propia cuenta yeliminando con ello a los mercaderesindependientes. Si bien una medidade esta índole resultaba al parecer lamás apropiada, Tlacaélel estimó quede aplicarla se corría el riesgo deobligar al gobierno a tener queprestar una excesiva atención a losasuntos de carácter mercantil, lo quea la larga acarrearía justamente elmal que se trataba de evitar, o sea elque consideraciones de carácterpuramente comercial llegasen a serlas que determinasen la forma deactuar de las autoridades. Así pues,

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decidió intentar una segunda soluciónque si bien era evidentemente muchomás difícil, podía dar quizás mejoresresultados: motivar a los mercaderesa que procediesen inspirados por losmismos ideales que normaban laconducta del resto de la poblaciónazteca.

Para lograr lo anterior, sereorganizaron las antiguascorporaciones de comerciantes,adquiriendo a partir de entonces unmarcado carácter teocrático-militar.El ejercicio del comercio dejó de sertan sólo un medio para la adquisición

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de riquezas y comenzó lentamente aconvertirse en un valioso auxiliar delGobierno Imperial.

1La definitiva conquista de los

territorios habitados por lostotonacas, realizada a través deexitosas campañas militares y deastutas negociaciones, además deproporcionar a los tenochcas unafuente segura de aprovisionamientode las variadas mercaderías que seproducían en la región de la costa,incrementó su afán por ver concluida,

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lo antes posible, la totalincorporación del mundo entero a lasfronteras del Imperio.

Con objeto de poseer una claravisión de lo que en realidadconstituía el vasto Imperio Azteca,así como de programar lasconquistas que aún faltaban porrealizar, Axayácatl encomendó a ungrupo integrado por varios de losmás destacados dignatarios, laelaboración de un minucioso informeque abarcase lo concerniente a lasdistintas regiones que componían elImperio y a los territorios que aún

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faltaban por conquistar.Tras de varios meses de

incesante labor, los funcionarios quetenían a su cargo el cumplimiento dela misión encomendada por elEmperador dieron por concluida sutarea y procedieron a transcribir, enun elegante y ornamentado Códice devarios centenares de hojas plegadas,los resultados de su trabajo.

El bien elaborado informecondensaba la existencia de todo unmundo fascinante y multifacético. Elextendido Imperio había logradoconjuntar una extensa variedad de

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pueblos, creencias, lenguas yorganizaciones políticas. Las cifrasrelativas tanto al número dehabitantes que moraban en lasdiferentes regiones del Imperio,como a la increíble variedad deartículos que en ellas se producían,resultaban simplementeimpresionantes.

En lo tocante a las futurasconquistas por realizar, losredactores del informe estimaban queéstas serían ya escasas, pues laanhelada fecha en que los límites delImperio coincidirían con los del

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mundo habitado se encontraba yapróxima.

Tanto por el este como por eloeste, la expansión tenochca habíallegado hasta el Teoatl,

2 considerado desde siemprecomo una infranqueable barrera. Laexpedición que Tlacaélel encabezarapara encontrar Aztlán, había puestode manifiesto la verdadera realidadprevaleciente en los territorios delnorte: inmensas soledadesescasamente pobladas por tribusnómadas y bárbaras. No convenía,

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por tanto, pensar en un avanceininterrumpido de las fronterasimperiales en aquellas regiones, másvalía aguardar la época aún lejana enque habría de ocurrir un nuevo ydeslumbrante renacimiento de Aztlán,para poder así establecer con éstafraternales relaciones. No quedabanpues sino dos territoriosverdaderamente importantes porincorporar al Imperio. Uno de ellosera el Reino de Michhuacan,habitado por los valientes tarascos.El otro era la amplia e imprecisaárea donde se asentaban los señoríos

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mayas, cuyos límites más apartadosllegaban hasta la región de las selvasimpenetrables, que al parecerconstituían también una barrerainsalvable.

Después de estudiardetenidamente el informe, el ConsejoImperial adoptó una determinación:proceder primero a la conquista delReino de Michhuacan, y una vezconcluida ésta, iniciar laincorporación al Imperio de losnumerosos señoríos mayas. Lasrazones para esta decisión proveníande la consideración de que si bien el

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Reino Tarasco era mucho máspoderoso que cualquiera de losseñoríos mayas, su conquista podríarealizarse a través de una solavictoriosa campaña militar, mientrasque en cambio, la extensión de losterritorios donde moraban laspoblaciones de origen maya, asícomo la gran variedad de gobiernosque los regían, obligaríanforzosamente a la adopción de unatáctica de avances progresivos de losejércitos tenochcas.

Por otra parte, Tlacaélelpensaba que quizás la incorporación

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de la región maya al Imperio podríalograrse sin tener que recurrir alargas y costosas guerras, sinohaciendo valer su condición delógico pretendiente a la totalposesión del Emblema Sagrado deQuetzalcóatl.

3Así pues, al mismo tiempo que

daban comienzo los preparativospara la campaña militar en contra delos tarascos, se envió a la lejanaregión donde habitaban los mayasuna delegación diplomática especial,

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con la misión de localizar alposeedor de la segunda mitad delCaracol Sagrado y solicitarle quehiciese formal entrega del mismo aTlacaélel, poseedor de la otra mitad,en virtud de que la condición fijadapor el propio Quetzalcóatl para quela unión de ambas partes se llevase acabo -la creación de un nuevoImperio que gobernase a toda lahumanidad y que tuviese comofinalidad elevar su nivel espiritual-estaba ya próxima a cumplirse.

Un año había transcurrido desdela fecha en que el equipo de

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porteadores enviado por Tlacaéleltrasladase, a costa de grandesesfuerzos, la pesada piedraseleccionada por Técpatl para llevara cabo una escultura, cuando elartista se presentó ante el Aztecaentre los Aztecas para invitarlo aconocer la obra realizada.

Al día siguiente, muy demañana, el taller de escultura ycerámica de mayor fama en todo elAnáhuac recibía, una vez más, lavisita del Cihuacóatl Imperial. Sinpérdida de tiempo, Técpatl condujo aTlacaélel ante su recién terminada

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escultura. A pesar de que Tlacaélelestaba ya habituado a las prodigiosasrealizaciones que Técpatlacostumbraba efectuar, en estaocasión no pudo menos que poner demanifiesto, mediante una francaexpresión de complacido asombro, laprofunda emoción que le embargabaante lo que sus ojos contemplaban.

Las verdades esenciales de todocuanto concernía al Tiempo -incluyendo la indisoluble vinculaciónde éste con el Espacio Celeste-aparecían claramente representadasen el gigantesco monolito frente al

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cual se hallaba Tlacaélel. La cíclicarepetición del acaecer cósmico, lalucha incesante de fuerzas contrariasque dan origen a la dualidadcreadora, la gráfica narración de lascuatro Edades anteriores, lapresencia rectora y determinante deTonatiuh

4 como máxima fuerzasustentadora de lo manifestado, laíntima dependencia existente entrelos seres que pueblan la tierra y losastros que viven en el firmamento,los veinte símbolos de los diferentes

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días, que permiten al hombre intentarfijar la conducta más adecuadaatendiendo a las cambiantescondiciones celestes, todo ello, ymuchas otras importantes cuestionessobre la estrecha relación que guardaTonatiuh con todo lo referente alTiempo, aparecían magistralmentesintetizadas en aquella impresionantey monumental escultura.

Tlacaélel felicitó a Técpatl y asus ayudantes por la realización detan magnífica obra y propuso a ésteque la conservase durante algúntiempo en el taller, pues deseaba que

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su traslado a la Plaza Mayor de laciudad -único marco que considerabaapropiado para una escultura de talesdimensiones- coincidiese con lasfiestas que habrían de celebrarsecuando retornase victorioso elejército que estaba por partir a laconquista del Reino Tarasco.

El escultor estuvo de acuerdocon la proposición de Tlacaélel,pero comunicó a éste que no seencontraría presente en la ciudadcuando tuviesen lugar dichascelebraciones, pues con aquella obradaba por definitivamente concluida

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su labor artística y deseaba pasar loque le restara de vida orando ytrabajando la tierra, para lo cual seencaminaría esa misma semana haciasu nuevo domicilio: un apartadocalpulli por la región de Chololan, endonde laboraban familiares de unode sus discípulos. El taller, concluyóTécpatl, quedaría a cargo de loscapaces escultores y alfareros quehabían venido colaborando con éldesde largo tiempo atrás.

Convencido de que ningunaclase de razonamiento haría cambiarla firme determinación adoptada por

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el artista, Tlacaélel se despidió de suamigo y se dirigió al PalacioImperial, a tomar parte en la juntaque fijaría la fecha en que las tropasaztecas, comandadas por elEmperador, iniciarían su marcharumbo a Michhuacan.

La salida del numeroso ejércitoque habría de llevar a cabo lacampaña contra los tarascosconstituyó todo un acontecimiento enla capital azteca. Enormesmultitudes, aglomeradas en las callesy apretujadas sobre lasembarcaciones que cubrían los

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canales, observaron con manifiestoorgullo el desfile de las tropastenochcas.

El espectáculo constituía enverdad algo impresionante. La figuraseñera y altiva de los CaballerosÁguilas, recubiertos de la cabeza alos pies con sus llamativos yricamente decorados uniformes queles asemejaban a gigantescas ypoderosas aves. El paso firme yelástico de los Caballeros Tigres,envueltos en corazas de moteada piely portando escudos bellamenteadornados. El alegre sonido de los

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cascabeles de oro que ceñían enbrazos y piernas los portaestandartes, cuyos multicoloresbanderines del más variado diseñopermitían diferenciar a losinnumerables batallones. La marcharítmica y vigorosa de las tropas. Elronco vibrar de los tambores y elagudo sonar de las chirimías. Y laadusta majestad del Emperador, cuyorostro a un tiempo juvenil y antiguo,parecía simbolizar el alma misma delpueblo azteca.

Para los tenochcas, que entreincesantes vítores despedían a su

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ejército, no podían pasardesapercibidos dos hechossobresalientes de aquel desfile: unode ellos lo era el que Ahuízotl lucíaya el uniforme de Caballero Águila,y el otro, el que las insignias demando del ejército que se alejabaeran portadas, en primer término, porel Emperador en persona, y ensegundo lugar, por Tlecatzin yZacuantzin, lo que indicabaclaramente el propósito de lograr unequilibrio entre el valor firme, pero ala vez sereno y prudente, quecaracterizaba al hijo adoptivo de

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Citlalmina, y el arrojo impetuoso ytemerario de que solía hacer galaZacuantzin, quien a últimas fechas,como resultado de una serie defulgurantes y exitosas campañas, sehabía convertido en el general aztecade mayor prestigio.

Avanzando a buen paso altravés de la calzada que por elponiente conectaba a la CapitalAzteca con la tierra firme, el ejércitose perdió muy pronto de vista,dejando en el aire el eco del recio yarmónico compás de miles de pasosretumbando sobre el empedrado.

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Aquella noche, mientrascontemplaba la dormida ciudad quese extendía bajo sus plantas,Tlacaélel repasó mentalmente losmás recientes sucesos: laexcepcional escultura realizada porTécpatl, el informe presentado alEmperador sobre la variadaextensión de los dominios tenochcas,el ejército marchando a la conquistade una de las últimas regiones aún noincorporadas a las fronterasImperiales. Después de reflexionarlargamente acerca del posiblesignificado de aquellos

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acontecimientos, llegó a laconclusión de que todos ellos poníande manifiesto la proximidad del díaen que podría afirmarse con justezaque el Imperio había logrado cumplirlas tareas para las cuales fueracreado, en otras palabras -yutilizando el simbólico lenguaje delos poetas- el Imperio Azteca estabaya tan sólo a un paso del sol.

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Capítulo XIX

AHUIZOTL RÍE A CARCAJADAS

El reino de los tarascos enMichhuacan se extendía sobre unaregión de bien ganada fama por suparticular belleza. Ríos de cristalinasaguas dotaban a las tierras deaquellos contornos de una increíblefertilidad. Sus bosques poseían una

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gran diversidad de las más finasmaderas y de sus montañas podíaextraerse oro y cobre con relativafacilidad. Hermosos lagos en los queabundaba la pesca y un climatemplado y benigno, constituían otrostantos atributos de tan privilegiadoterritorio.

Según los relatos contenidostanto en la tradición azteca como enla de los tarascos o purépechas,ambos pueblos habían partido juntosde Aztlán y unidos realizado granparte de su largo peregrinaje enbusca de un definitivo asentamiento.

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Al llegar al lago de Pátzcuaro sehabían separado, continuando lostenochcas hacia el Anáhuac, mientraslos purépechas, tras de sojuzgar a losantiguos pobladores de Michhuacan,fundaban un reino que muy prontoadquiriría renombre y poderío.

Poseedores de un espíritu activoy emprendedor, así como de uncarácter altivo y valeroso, lostarascos se dieron a la tarea deensanchar los límites de sus inicialesdominios, expandiendo las fronterasde éstos hacia los cuatro puntoscardinales. Los bellos productos

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elaborados por sus artíficescomenzaron muy pronto a llegar hastalos más apartados confines, siendocada vez más apreciados y mejorcotizados. Tzinzuntzan, la capital delReino Tarasco, crecía sin cesar nosólo en cuanto al número de sushabitantes, sino también en lo quehace a la cantidad y esplendor de sustemplos y edificios.

Plenamente conscientes de quetarde o temprano tendrían que hacerfrente a las pretensiones de conquistauniversal sustentadas por susantiguos compañeros de viaje, los

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tarascos se preparaban sin cesar parala inevitable guerra que habrían desostener con los aztecas. Ante elgrave conflicto que se avecinaba,Tzitzipandácuare, el sobrio yvaleroso monarca que regía losdestinos del pueblo purépecha,contaba con dos inapreciables armas.La primera de ellas era la firme yunificada voluntad de su pueblo,decidido a desaparecer de la faz dela tierra antes que quedar sujeto a unpoder extraño. Y la segunda, el geniosuperior de Zamacoyáhuac, militarcuyo prestigio rebasaba ya los

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límites de las tierras tarascas.Zamacoyáhuac constituía la

personalidad más vigorosa yrelevante de todo el Reino Tarasco.Hijo de padre desconocido y de unamujer de muy modesta condición,había sido obsequiado por su madrecuando apenas contaba seis años deedad a una pareja de ancianoscampesinos, crueles y despóticos,que obligaban al pequeño adesempeñar agotadoras faenas,castigándolo con extremo rigor por lamenor falta cometida. A pesar de loduro de su existencia, nunca se le

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escuchó proferir una queja niderramar una lágrima. Al cumplir lostrece años, el adolescente huyó de lacasa en que vivía y durante una largatemporada permaneció vagandosolitario por entre los montes,aprendiendo a sobrevivir en las másadversas condiciones, defendiéndosede las fieras, de los elementos y delos hombres. Su errante existencia lealejó muy pronto de sus antiguoslares, llevándole hacia apartadoslugares. Hábil cazador, aprendió apreservar las pieles de sus presas y acomerciar con ellas cuando se

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presentaba una ocasión propicia. Unamañana, mientras se encontraba en loalto de una montaña que dominaba unamplio valle, se desarrolló bajo suspies, ante su absorta mirada, uninesperado espectáculo. Después delargos preliminares dedicados arealizar complicadas maniobras, dosejércitos se enfrascaron en fieralucha, obteniendo uno de ellos lavictoria en forma rápida ycontundente. Al terminar el combateZamacoyáhuac sabía ya cuál sería eldestino que habría de dar a suexistencia: sería guerrero y

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aprendería el motivo de aquellosextraños desplazamientos de lossoldados en el campo de batalla,pues intuía que era en su correctaejecución, donde radicaba en granmedida el éxito o fracaso de uncombate.

Venciendo su naturalpropensión al aislamiento,Zamacoyáhuac había buscado laforma de establecer relaciones conlos integrantes del ejército vencedor.Se trataba de tropas aztecas,empeñadas en la conquista de laregión mixteca. El profundo

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conocimiento que de aquellosterritorios poseía el solitario cazadorle había valido para ser aceptadocomo guía del ejército imperial,iniciándose en esta forma paraZamacoyáhuac un largo periodo defructífero aprendizaje, pues al mismotiempo que desempeñaba los másvariados y modestos trabajos alservicio de las tropas tenochcas -guía, porteador, enterrador- su sagazinteligencia le iba permitiendocompenetrarse en los secretos de laorganización adoptada por losvictoriosos ejércitos imperiales, así

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como en los eficaces métodos decombate que dichos ejércitosutilizaban durante sus incesantesguerras.

Una visita a la capital azteca -resultado de su estrecha vinculacióncon las tropas a las que prestaba susservicios- no sólo proporcionó aZamacoyáhuac una clara visión delcreciente poderío del ImperioAzteca, sino que le hizo tomarconciencia del ilimitado afánexpansionista que dominaba a lostenochcas y de la grave amenaza quecomo consecuencia de ello se cernía

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sobre el Reino Tarasco. A pesar delo amargo de su niñez y del largoperiodo transcurrido desde queabandonara el suelo natal,Zamacoyáhuac había mantenidosiempre vivo en su interior unsentimiento de profunda devociónhacia su propio pueblo. Así pues,decidió consagrar íntegramente susenergías y los conocimientos quehabía logrado adquirir en materiamilitar a la tarea de impedir que elpueblo purépecha fuese sojuzgadopor los aztecas. A la primeraoportunidad abandonó su trabajo en

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el ejército imperial y emprendió elcamino de retorno hacia la tierra desus mayores. Ninguno de sus antiguosjefes prestó la menor atención a ladesaparición del adusto y silenciososirviente.

Una vez llegado a tierrastarascas, Zamacoyáhuac ingresó deinmediato en el ejército en dondemuy pronto comenzó a destacarse porsus relevantes cualidades. Suprimera misión de importanciaconsistió en lograr la pacificación dela frontera norte del Reino, asediadacontinuamente por las incursiones de

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tribus nómadas, para lo cual llevó acabo la construcción de una cadenade sólidas fortificaciones quepermitían un control permanente deaquellas agrestes regiones, pero noeran los mal coordinados ataques deestas tribus, sino la posibilidad deuna invasión azteca, lo que suscitabala perenne preocupación deZamacoyáhuac.

Atendiendo a sus ruegos y a sucomprobada capacidad, le fueencomendada la jefatura de todas lasguarniciones próximas a losterritorios dominados por los

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aztecas. En un tiempo increíblementecorto el guerrero iba a transformaraquella extensa frontera en unauténtico bastión defensivo.

El carácter en extremoreservado de Zamacoyáhuac no seprestaba mucho a la elocuencia; conmiras a compensar esta deficienciaestimuló la formación, dentro delejército, de un grupo de excelentesoradores encargados de predicar díay noche a la población sobre elpeligro tenochca y la necesidad deque todos participasen activamenteen las obras de defensa. La reacción

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popular superó muy pronto a las másoptimistas predicciones. Trabajandocon ánimo incansable, el pueblodesmontó bosques, abrió caminos yedificó cuarteles y fortificaciones enlos más diversos lugares.

Zamacoyáhuac se encontrabaefectuando un recorrido por elinterior del Reino, dedicado areclutar nuevos soldados paraengrosar sus fuerzas, cuando llegóhasta él un agotado mensajeroenviado por el Rey Tzitzipandácuare;venía a comunicarle que elEmperador Azteca, al frente de un

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numeroso ejército, se aproximaba aMichhuacan con la evidente intenciónde avasallarlo. Junto con el informereferente a la invasión, el mensajeroera portador de una realdeterminación: aquel que ignoraba elnombre de su padre y fueradespreciado incluso por su propiamadre, el otrora acosado adolescenteque viviera escondido entre losmontes disputando su comida con lasfieras, el antaño ignorado sirvientede las orgullosas tropas imperiales,había sido designado comandante enjefe de todas las fuerzas militares

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existentes en el Reino Tarasco,encomendándosele la difícil misiónde hacer frente a la invasión azteca.

En un lugar cercano a loslímites donde terminaba lahegemonía imperial y se iniciabanlos dominios purépechas, las tropasaztecas detuvieron su avance y seaprestaron para la contienda. Lasnumerosas patrullas de observaciónenviadas para atisbar losmovimientos de las tropas enemigashabían retornado ya tras de sufrirconsiderables bajas. La estrechavigilancia que las tropas tarascas

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ejercían sobre su frontera habíadificultado enormemente la labor delas patrullas, obligándolas a librarincesantes encuentros que enocasiones adquirían el carácter depequeños combates. Ninguno de losescasos prisioneros que habían sidocapturados revelaba temor alguno ensu actitud, sino por el contrario, semantenían orgullosos y desafiantesfrente a sus captores. Sin embargo,pese a todos los obstáculos, laspatrullas habían retornado con unbuen caudal de valiosa información,según la cual, los ejércitos

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purépechas estaban procediendo aconcentrarse con gran prisa en unmismo lugar: unas enormes ypoderosas fortificacionesrecientemente concluidas, ubicadasen un lugar próximo a la frontera, nomuy lejano de aquel donde seencontraba acampado el ejércitoazteca. Junto con esta información,los componentes de las patrullasproporcionaron otra que resultabadel todo inexplicable: las tropastarascas no marchaban solas, conellas se movían enormes contingentesde población civil. Tal parecía como

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si los habitantes de Michhuacanpretendiesen oponer a los invasoresun gigantesco muro de contenciónconstruido con sus propios cuerpos.

Los generales aztecasdeliberaron largamente sobre lasituación y llegaron a la conclusiónde que, a juzgar por la conductaadoptada por sus contrarios, éstoshabían decidido realizar unadesesperada lucha defensiva,encerrándose pueblo y ejército en sussólidas fortificaciones, con la firmedeterminación de defenderlas hastala muerte. En vista de ello, los

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tenochcas determinaron no retrasarpor más tiempo su avance, sinoencaminarse directamente al lugardonde se encontraban los baluartesenemigos.

Una vez más las patrullas delejército azteca se adelantaron a éste,ahora con el propósito de realizarobservaciones sobre el lugar dondese desarrollaría el combate.

Las fortificaciones escogidaspor los purépechas para hacer frentea los invasores no constituían unsimple conjunto de construcciones.En realidad se trataba de una extensa

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región en la que existían tresestratégicos valles, los cuales habíansido debidamente acondicionadospara permitir que en su interiorpudiese vivir un elevado número dedefensores.

En las montañas que rodeaban acada uno de estos valles se habíanrealizado complicadas obrastendientes a convertirlos en sólidasfortificaciones. Particularmente elvalle central, que era el más grandede los tres, presentaba un aspecto pordemás impresionante. Todas lasladeras de las montañas habían sido

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recortadas y reforzadas con elevadosmuros de piedra. En lo alto, largasbarreras construidas con troncos deárbol protegían a interminables filasde arqueros, que en cualquiermomento podían comenzar a lanzaruna mortífera lluvia de flechas contraaquéllos que intentasen escalar losmuros. Un manantial que brotaba enel centro del valle y el hecho de quese hubiesen almacenado con todaoportunidad considerables reservasde alimentos, garantizaban lasubsistencia de los defensoresdurante un largo período.

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Los tenochcas no teníanningunos deseos de permanecermeses enteros asediando losbaluartes tarascos hasta que susdefensores se rindiesen por hambre,así pues -y contando con la seguridadque les daba el saber que no podíanser atacados por la retaguardia, puessus rivales se encontraban al frente yencerrados en sus propias defensas-decidieron utilizar la totalidad de sustropas en un ataque demoledor,encaminado a conquistar por asaltolas fortificaciones enemigas; con esteobjeto procedieron a dividir sus

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fuerzas en tres secciones. La primera,bajo el mando directo delEmperador, tendría como misiónatacar el valle central. La segunda,comandada por Tlecatzin, seencargaría del asalto al valle situadoa la izquierda del ejército azteca.Finalmente, una tercera secciónencabezada por Zacuantzin ocuparíalos baluartes ubicados en el valle dela derecha.

Con objeto de impedir que lospurépechas se percatasenanticipadamente de la distribución delas fuerzas que les acometerían (lo

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que les permitiría ajustar antes delataque la integración de susrespectivos contingentes en cada unode los baluartes) los generalesaztecas optaron por aprovechar laoscuridad de la noche para efectuarla movilización de sus tropas endirección a las diferentesfortificaciones enemigas.

El valle que contenía losbaluartes situados a la izquierda delcampamento azteca se encontrababastante retirado de las otras dosposiciones enemigas, razón por lacual, los guerreros bajo el mando de

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Tlecatzin fueron los primeros enmovilizarse a través de la negrura dela noche. Les siguieron muy pronto,en dirección contraria, las tropas queconducía el temerario Zacuantzin, yal poco rato, la sección central y másnumerosa del ejército tenochca,inició el recorrido del corto trechoque le separaba de las estribacionesdel valle donde se encontraba laprincipal fortificación purépecha.

Las tropas aztecas contaban enesta ocasión con un variado arsenaldestinado a nulificar las elaboradasobras de defensa a las cuales

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tendrían que hacer frente: largasescaleras de madera, gruesos rollosde recias cuerdas, diversosinstrumentos para socavar los murosenemigos, enormes escudosdestinados a proteger tanto a los quelaborasen en la destrucción de losdiferentes obstáculos, como a los quesimultáneamente debían ir venciendoa las tropas contrarias que losocupaban. Todo había sidocuidadosamente planeado, buscandono dejar nada al azar ni a laimprovisación.

Después de realizar una última

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visita de inspección a las tropas delsector central, desplegadas ya enformación de combate, Ahuízotl seencaminó al puesto de mando dondese encontraba el Emperador, conobjeto de informarle que el ataquepodía dar comienzo en el momentoen que éste así lo ordenase.Similares informes habían llegado yade los sectores a cargo de Tlecatzin yZacuantzin.

Ahuízotl se disponía a entrar enel improvisado campamento dondese encontraba Axayácatl, cuando sedetuvo unos momentos a contemplar

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con profunda atención las poderosasfortificaciones que se alzaban ante suvista. Aun cuando tanto por ladistancia como por los obstáculostras de los cuales se guarnecían lostarascos resultaba imposible lograruna clara visión de los mismos,podía observarse en lo alto deaquellas murallas a muchos miles depequeñas figuras que de seguro seaprestaban a presentar una resueltadefensa. Era evidente que la batallaque estaba por iniciarse no iba aconstituir una fácil victoria para lasfuerzas imperiales. Sin embargo,

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Ahuízotl se sentía un tanto extrañadoante el plan de combate adoptado porlos tarascos, pues no era esto lo queesperaba del genio militar que seatribuía a Zamacoyáhuac. Al asumiruna simple actitud defensivaencerrándose tras de sus sólidosbaluartes, los purépechas estabanreconociendo que no buscabanvencer a sus oponentes, sino que secontentaban con lograr rechazarlos,pero esto no pasaba de ser unaimposible esperanza, pues por altosque fuesen los muros de aquellasfortalezas y por muy grande que

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resultase el valor puesto en sudefensa, terminarían tarde otemprano por sucumbir ante los biencoordinados ataques del ejércitoimperial.

Además de la extrañeza que leproducía la aparente carencia deaudacia que revelaba la conducta desus enemigos, Ahuízotl era presadesde hacía varios días de unapertinaz e insólita sensación, que leinducía a considerar que en algunaforma ya había vivido una contiendasemejante a la que estaba poriniciarse. Súbitamente, mientras

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contemplaba las bien alineadas filasde guerreros aztecas listos a entrar enacción, comprendió cuál era la causade tan singular sentimiento. Lo que enverdad había estado recordandodurante todo aquel tiempo sin tenerplena conciencia de ello, eran losrelatos que gustaban hacer losancianos sobre la lucha que en contrade los tecpanecas habían libradolargo tiempo atrás los aztecas, en unaépoca en la que él aún no habíanacido. Y en realidad existía unamarcada semejanza entre los dosconflictos, pues en ambos casos, no

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eran sólo dos agrupaciones de tropasantagónicas las que habrían deenfrentarse, sino, por una parte, unpueblo decidido a perecer antes queperder su libertad, y por la otra, unpoderoso ejército adiestrado ydirigido profesionalmente.

A pesar de la similitud entreaquellas luchas -concluyó Ahuízotlpara sus adentros- resultaba muydiferente la conducta adoptada enambos casos por los dirigentesaztecas y tarascos, pues mientras losprimeros habían sabido utilizar laparticipación de toda la población en

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un combate donde se buscabaalcanzar la victoria, los segundosconducían a su pueblo al campo debatalla a tomar parte en unadesesperada lucha defensiva, quepodría retardar la derrota pero noimpedirla.

Desde lo más profundo de suinterior, afloró una duda en elpensamiento de Ahuízotl: ¿Y si apesar de lo que todas las aparienciasindicaban, los tarascos no pretendíantan sólo resistir hasta lo último, sinovencer al ejército invasor?

Ahuízotl observó con

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reconcentrada atención los baluartesenemigos, tanto los que se levantabanfrente a él a escasa distancia, comolos existentes en los valles ubicadosa derecha e izquierda. A su menteacudió el relato, tantas vecesescuchado, sobre las enormes nubesde polvo con que la población aztecano combatiente había logradoconfundir a los tecpanecas durante eltranscurso del encuentro decisivoentre ambos contendientes. Una fugazpero profunda intuición sacudió suconciencia haciéndole captar elparalelismo existente entre las

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legendarias nubes de polvo y lasfortificaciones que se alzaban ante suvista. Y entonces, una estruendosacarcajada, a un mismo tiempo huecay sonora, brotó de sus labiosestremeciendo el aire y paralizandode estupor a todos cuantos seencontraban próximos al guerrero.

Sorprendidos por la sonoridadde aquella risa extraña y singular, elEmperador y los militares que leacompañaban salieron presurososdel campamento, justo a tiempo parapresenciar el inusitado espectáculoque ofrecía la personalidad tenida

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como la más austera e impasible delImperio profiriendo, sin motivoaparente alguno, resonantescarcajadas.

Tal y como las iniciara,Ahuízotl concluyó bruscamente susmanifestaciones de hilaridad,recuperando de inmediato sutradicional e inescrutable apariencia;después, ante el creciente asombrode los presentes, solicitó alEmperador que abandonase el campode batalla y le delegase cuanto antesel mando supremo del ejército.

Al comprender que los que lo

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escuchaban comenzaban a creer quehabía perdido repentinamente eljuicio, Ahuízotl rompió una vara dearbusto y al mismo tiempo quedibujaba con ella sobre la tierra unplano de la región donde seencontraban, fue enunciando las mássorprendentes aseveraciones. Losbaluartes purépechas -afirmó consereno acento- eran tan sólo unengaño destinado a lograr que losaztecas dividiesen sus fuerzas. Laenorme fortificación que teníanenfrente no debía estar defendida porsoldados, sino a lo sumo ocupada

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por el puesto de mando y algunastropas de reserva; las figuras que enella se veían debían ser de ancianos,mujeres y niños. El ejército enemigo,dividido en dos partes, aguardabatras los valles situados a derecha eizquierda, pero no lo hacía enposición de defensa, sino dispuestoal ataque. En esta forma, a pesar deque ambos adversarios poseían unnúmero de tropas más o menosanálogo, la disposición de lasmismas favorecía marcadamente alos tarascos, pues estos contarían encada una de las fases del combate

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con una considerable superioridadnumérica que les permitiríaproceder, en primer término a ladestrucción de las alas del ejércitoazteca, y posteriormente, alaniquilamiento del cuerpo central dedicho ejército. La batalla, por tanto,estaba perdida para los tenochcasaún antes de haberse iniciado.

Ahuízotl dio término a su brevealocución afirmando que no debíasentarse el precedente de que unejército dirigido por el Emperadoren persona fuese objeto de unaderrota, y que por ello, lo más

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conveniente era que Axayácatl noparticipase en la lucha, sino que lefacultase para que fuese él quien ladirigiera, ya que en esta forma laresponsabilidad del descalabro nosería atribuible a la figura delEmperador, sino a la de un simpleguerrero. El peculiar atributo deAhuízotl, que le llevaba aresponsabilizarse de todo cuantoocurría en su derredor, se ponía unavez más de manifiesto en aquellasdramáticas circunstancias.

Axayácatl permaneció unosinstantes en silencio, analizando el

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crucial dilema al que se enfrentaba.Aun cuando comprendía muy bien lanecesidad de mantener incólume elprestigio de invencibilidad quecaracterizaba hasta entonces a lafigura del Emperador, considerabaque abandonar en aquellascircunstancias el campo de batallaconstituiría una denigrante cobardía.Apremiado por la urgencia de lasituación, el monarca adoptó ladeterminación que consideró másconveniente: cedería el mando delejército a Ahuízotl y una guardia dehonor llevaría a lugar seguro las

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insignias imperiales, pero él,convertido tan sólo en uncombatiente más, participaría en lalucha. Tras de afirmar lo anterior,hizo entrega del bastón de mando asu hermano y procedió a despojarsede los emblemas inherentes a suelevado rango.

Ahuízotl asumió de inmediatosus funciones de comandante en jefe.Primeramente procedió a integrar lapequeña escolta que tendría a sucargo la custodia de las divisasimperiales, ordenándole se alejasecuanto antes del campo de batalla.

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Acto seguido, el guerrero explicó asus lugartenientes el plan que habíaideado para tratar de impedir ladestrucción del ejército bajo sumando. Se intentaría efectuar unaretirada, para lo cual se requería quelas dos alas del ejército tenochca,que en esos momentos se encontrabanbastante alejadas de su cuerpocentral, se incorporasen a éste loantes posible. A pesar de que el plande acción que tan vertiginosamenteconcibiera Ahuízotl era bastanteriesgoso -pues dependía de lograr enplena retirada una perfecta

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coordinación de las tres seccionesdel ejército azteca-, los oficialestenochcas estimaron que contaba conbastantes posibilidades derealización.

Desde el pequeño promontoriorocoso que le servía de atalaya,Tlecatzin observó la figura delmensajero que procedente del puestode mando del Emperador seaproximaba con rápida y rítmicacarrera. La tardanza en la recepciónde la orden para dar comienzo alataque tenía ya preocupado al hijoadoptivo de Citlalmina, pero ahora,

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al contemplar al mensajero quellegaba ante él portando lasinstrucciones imperiales en unaenrollada hoja de papel de amate,Tlecatzin respiró aliviado,firmemente convencido de queaquellas instrucciones contenían tansólo la indicación de procedercuanto antes al asalto de losbaluartes purépechas cuya ocupaciónle había sido asignada.

Los mensajeros del ejércitoazteca no eran simples transmisoresde papeles conteniendo dibujos enclave sobre la forma de efectuar

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determinadas maniobras en el campode batalla, en virtud de un riguroso yprolongado adiestramiento, estabancapacitados para completar dichosdibujos con adecuadas explicacionesorales. En esta ocasión, el mensajerotenochca era portador de las noticiasy órdenes más graves e inusitadas deque se tenía memoria en toda lahistoria del ejército azteca.

Al escuchar la narración de loocurrido en el campamento delEmperador, y al enterarse de que lecorrespondería a él la poco honrosadistinción de ser el primer general

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azteca que daría una orden deretirada en una batalla, Tlecatzinsintió por unos instantes que eluniverso entero se desplomaba sobresu persona. Un sordo sentimiento derebeldía surgió en el interior delforjador de Caballeros Tigres alconocer el plan trazado por Ahuízotl:¿Por qué se le ordenaba a él y no aZacuantzin iniciar la retirada? Lastropas de éste se encontraban muchomás próximas a las del sector centraly les resultaría por ello relativamentefácil ejecutar la maniobra deincorporarse al mismo, en cambio las

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suyas se hallaban muy alejadas delresto del ejército y les sería muydifícil efectuar el movimiento deretorno que se esperaba de ellas.

Conteniendo a duras penas lacólera y el desconcierto que ledominaban, Tlecatzin dirigió unaairada mirada en dirección aldistante lugar donde se encontraba elpuesto de mando del ejércitotenochca. En virtud de la lejanía, elnumeroso contingente de tropas queintegraban el sector central semejabatan sólo una pequeña alfombramulticolor, extendida al pie de las

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principales fortificaciones tarascas.Mientras contemplaba el sitio dondese encontraba el puesto de mando delas fuerzas imperiales, una radicaltransformación se fue operando en elánimo de Tlecatzin. Como si enalguna forma su agitado espírituhubiese logrado establecer contactocon el pensamiento de Ahuízotl,comprendió de pronto los motivosque habían guiado a éste al dictar susórdenes. En aquellos trascendentalesmomentos, cuando estaba en juego laexistencia misma del ejército azteca,su antiguo discípulo, el guerrero que

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con fortaleza de inamovible rocahabía asumido la responsabilidad deconducir una batalla perdida deantemano, depositaba en él suconfianza para llevar a cabo la partemás difícil de la única maniobrasalvadora que podía efectuarse en tanadversas circunstancias. No setrataba, por tanto, de una misión queentrañase deshonor alguno, sino de lamás honrosa distinción que le fuerejamás conferida.

Dando media vuelta, Tlecatzinordenó al mensajero que retornase deinmediato al cuartel central, e

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informase a Ahuízotl que podía tenerla plena seguridad de que cuando elsol estuviese en lo más alto del cielo,el ala izquierda del ejército aztecahabría terminado ya su retirada y seencontraría en el lugar señalado paraefectuar la reunificación de lastropas.

Mientras el mensajero sealejaba con veloz carrera, Tlecatzindescendió de su atalaya y en brevereunión con sus oficiales transmitió aéstos, con voz firme y tranquila, lasinstrucciones concernientes a laforma como debía efectuarse la

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retirada: los batallones aztecas,alineados ya para el ataque en largashileras, procederían de inmediato acambiar tan vulnerable formación,estrechando al máximo sus filas hastaconstituirse en una especie decompacto núcleo, capaz de abrirsepaso a través de cualquier obstáculo.

La reacción de los oficialestenochcas al enterarse de lainesperada acción que tendrían quedesempeñar fue del todo semejante ala experimentada por Tlecatzin. Enun primer momento parecieronquedar paralizados por el asombro,

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pero enseguida, la tranquila fortalezaque emanaba del general aztecapareció comunicarse a sussubalternos, transmitiéndoles susentimiento de orgullosa distinciónpor la difícil tarea que les había sidoencomendada. Sin pronunciarpalabra alguna, pero revelando ensus rostros la firme resolución dellevar a cabo las órdenes recibidas,los militares se dispersaron,encaminándose presurosos a susrespectivos batallones.

En compañía de algunosayudantes, Tlecatzin retornó al

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promontorio desde el cual podíaobservar a todas las tropas queintegraban el ala izquierda delejército azteca. Su mirada recorrióuno a uno los bellos estandartes delos diferentes batallones bajo sumando. Un sentimiento desatisfacción le invadió al observarlas largas filas de recios guerrerosprestos para el combate. En virtud desu larga experiencia en incontablescampañas, existía entre él y aquellastropas una plena identificación. Estoseran sus soldados, los que él habíaforjado y a los que había conducido

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de victoria en victoria, venciendo atoda clase de enemigos en las másdiversas y lejanas regiones.

Mientras contemplaba aquelespectáculo que le era tan familiar,acudió a la memoria de Tlecatzin larepetida narración que le hiciera sumadre adoptiva sobre los dramáticossucesos acaecidos el día de sunacimiento: la muerte de su padre -capitán de arqueros del ejércitotenochca- que pereciera al iniciarsela batalla decisiva contra lostecpanecas; y el fallecimiento de sumadre, ocurrido a resultas del parto

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al finalizar el día, cuando comenzabaya la desbandada de las tropas deMaxtla. Asimismo, recordó tambiénlas palabras que, según le refiriera lapropia Citlalmina, había pronunciadoésta mientras mostraba al reciénnacido el campo de batalla dondetriunfaban las tropas aztecas:

Llegarás a ser un guerreroejemplar y tus ojos no verán nuncala derrota de los tenochcas.

Al meditar sobre aquellaspalabras, Tlecatzin comprendió con

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tristeza que la profecía enunciada porCitlalmina estaba a punto de serrefutada por los hechos: dentro deunos instantes se iniciaría la retiradade las tropas aztecas y habrían de sersus ojos los primeros en contemplartan poco grato acontecimiento. Unarepentina determinación cruzóentonces por la mente de Tlecatzin.Apretando con firmeza su afiladopuñal de hueso, el guerrero lointrodujo sin vacilación alguna enambas pupilas, haciendo brotar alinstante dos gruesos chorros desangre de las cuencas de sus ojos.

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Los ayudantes de Tlecatzin quele acompañaban profirieronahogadas exclamaciones de asombroy pretendieron sujetar los brazos desu general, pero éste les increpó conrecia voz, ordenándoles quecontinuasen en su sitio, mientras élpermanecía inmutable, en actitudfirme y erguida, con el rostro sin ojosvuelto en dirección al lugar donde seencontraban sus guerreros, los cualesiniciaban ya la maniobra dereagrupamiento que debía preceder ala retirada.

Y fue en aquellos momentos

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cuando las tropas purépechashicieron su aparición. Ocultos tras desus baluartes, los tarascos habíanaguardado impacientes el ataque delos aztecas, estimando que su propiocontraataque resultaría mucho másefectivo si se producíasimultáneamente al asalto enemigo,pero al no ocurrir éste y al percatarsede que los tenochcas comenzaban acerrar sus filas para adoptar unaformación defensiva, decidieron noesperar más y se lanzaron alencuentro de sus contrarios.

La acometida tarasca constituyó

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una especie de impetuosa avalanchaque proviniendo de lo alto del vallese desbordaba sobre la llanura. Losrostros de los guerreros purépechaseran la imagen misma de la fiereza yen cada uno de sus apretados rasgosse ponía de manifiesto la firmedecisión que les animaba. Resultabaevidente que el prestigio deinvencibilidad de que gozaban lastropas imperiales no producía enellos el menor síntoma de temor orespeto. A todo lo largo del espacioocupado por las tropas tenochcas seinició un combate mortífero y

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despiadado. Superadasconsiderablemente en número, lasextendidas filas de soldados aztecasestuvieron en múltiples ocasiones apunto de ser perforadas por todoslados, lo que habría provocado suinmediato y completo aniquilamiento,al quedar reducidas a pequeñosgrupos aislados. Sin embargo, entodos los casos una reaccióndesesperada de último momentopermitió volver a cerrar lasamenazantes brechas, y en estaforma, las bambaleantes líneastenochcas lograron continuar

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actuando en forma coordinada. Almismo tiempo que combatían pordoquier rechazando los incesantesataques de sus adversarios, losaztecas proseguían llevando a cabo,en forma lenta pero ininterrumpida,la maniobra tendiente a estrechar susfilas.

Durante el desarrollo de laoperación que tenía por objetoconvertirse en un sólido conjuntodefensivo, la cercana presencia deTlecatzin constituyó para las tropasimperiales un factor insustituible ydeterminante. La serena e indomable

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energía que emanaba del comandanteazteca parecía comunicar de continuoun renovado aliento a sus soldados,reanimando sus desfallecientesfuerzas e impulsándoles a proseguirla lucha con creciente denuedo. Losguerreros aztecas ignoraban que auncuando ellos podían observar a laaltiva figura de Tlecatzin dominandoel campo de batalla desde la pequeñaprotuberancia donde se encontraba, aéste le resultaba ya imposiblecontemplar la feroz contienda que selibraba en torno suyo, pues sus ojoseran tan sólo dos sanguinolentas

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hendiduras en su noble semblante.Una vez concluido el

reagrupamiento, los aztecas iniciaronde inmediato la retirada.Comprendiendo que sus acosadosrivales intentaban la escapatoria, lostarascos redoblaron el ímpetu de susataques, tratando a toda costa deimpedir que los tenochcas llevasen acabo su propósito, pero el momentocrucial del combate para las fuerzasde Tlecatzin ya había pasado;transformadas ahora en un compactoorganismo al que difícilmente podíaescindirse, las tropas aztecas

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avanzaban lentamente, buscandoalejarse de la trampa aniquiladora enla que se encontraban.

El impacto de varias saetasclavándose sobre su ajustadaarmadura de algodón indicó aTlecatzin la cercana proximidad delenemigo. Los ayudantes que leacompañaban corroboraron loasentado por los proyectiles: tan sólolos integrantes de la retaguardiatenochca permanecían aún en aquelsitio, la ocupación del mismo por lastropas purépechas se produciría encualquier momento.

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Apoyado en los hombros de susasistentes, Tlecatzin descendió porsu propio pie del promontorio enmedio de una creciente lluvia deflechas. Las últimas tropas aztecasque restaban por retirarse seconstituyeron de inmediato en lasegura escolta de su comandante. Alpercatarse de la ceguera deTlecatzin, una profunda tristeza sereflejó en los rostros de los soldadosque le custodiaban. Uno de ellos, convoz quebrada por la emoción,comenzó a vitorearle con entristecidoy afectuoso acento, siendo secundado

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al instante por sus compañeros.Atendiendo a las instrucciones

de sus oficiales, los batallonespurépechas suspendieron en undeterminado momento la persecuciónde sus rivales. Después, tras de unapronta reorganización de sus filas,iniciaron un largo rodeo queevidenciaba su propósito de quedarsituados a espaldas del sector centraldel ejército azteca.

Por su parte, las tropas almando de Tlecatzin prosiguieron suretirada, encaminándose hacia elsitio que les fuera fijado por

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Ahuízotl.El audaz Zacuantzin,

comandante del ala derecha delejército azteca, aguardaba impacientela llegada de la orden de ataque encontra de las fortificacionesenemigas. Aquel combaterepresentaba para él la posibilidadde añadir un nuevo e importantegalardón a su meteórica carreramilitar, confirmando con ello surecién adquirido prestigio de máximoestratego del Imperio. Lasperspectivas futuras del jovengeneral le eran del todo favorables,

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lo que le hacía suponer que quizás enun tiempo no lejano llegaría a formarparte del selecto grupo de personasque integraban el Consejo Imperial.

La llegada de un mensajeroproveniente del puesto de mandointerrumpió las cavilaciones deZacuantzin en torno a su prometedorfuturo. El enviado de Ahuízotl eraportador de órdenes del todoinesperadas. No sólo se cancelaba elproyectado ataque, sino que debíarealizarse una inmediata retirada.

El asombro inicial deZacuantzin fue pronto substituido por

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una incontrolable ira. Con vozairada, el guerrero comenzóexpresando su total desacuerdo conel mandato recibido y terminónegándose a cumplir la orden deretirada, a no ser que ésta fueseconfirmada en forma expresa por elpropio Emperador.

Al mismo tiempo que elmensajero emprendía a toda prisa elcamino de regreso al cuartel central,una violenta discusión tenía lugar enel campamento de Zacuantzin. Loslugartenientes de éste se habíanpercatado de la índole de las

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instrucciones impartidas porAhuízotl, y aun cuando les resultabadel todo incomprensible tanto larazón de las mismas como el hechode que no fuese ya el Emperadorquien estuviese dirigiendo la batalla,conocían de sobra la bien ganadafama de inflexible severidad quecaracterizaba al autor de dichasinstrucciones, y en su mayoría, noestaban dispuestos a asumir lasconsecuencias que podríanproducirse debido a la adopción deuna conducta de franco desacato a lasórdenes de Ahuízotl.

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Enfurecido ante la actitud de susoficiales, Zacuantzin acusó a éstos decobardía y anunció que no esperaríani un instante más para dar comienzoal esperado ataque, sino quesecundado por todos aquellos quequisieran seguirle, se lanzaría deinmediato al asalto de las posicionesenemigas.

Dando por terminada la reunión,los oficiales se dirigieron a suscorrespondientes batallones, einiciaron la movilización de éstos enuna doble y contradictoria maniobra.Los escasos capitanes adictos a

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Zacuantzin marcharon hacia adelanteseguidos por sus tropas, mientras lamayor parte de las fuerzas iniciabanla retirada en medio de un grandesorden, pues no había nadie queestuviese a cargo de coordinaradecuadamente esta acción.

Recién daba comienzo el ataqueque encabezaba Zacuantzin, cuandosobrevino el contraataque tarasco.Descendiendo por incontableslugares desde la parte superior delfortificado valle, la acometida de losguerreros purépechas adquirió desdeel primer momento la fuerza

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irresistible de un huracán devastador.De nada valió la innegable ydesesperada valentía con queZacuantzin y sus hombres intentaronhacerles frente. Muy pronto se vieronenvueltos y arrollados por laaplastante superioridad numérica desus contrarios. Ciego de ira eimpotencia, Zacuantzin se lanzó enmedio de sus rivales buscandoabiertamente la muerte. Su deseo notardó en verse cumplido. Un círculoimplacable de guerreros tarascos secerró sobre su persona,convirtiéndolo en pocos instantes en

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una masa informe e irreconocible.Sin pérdida de tiempo, los

purépechas se lanzaron enpersecución de las tropas aztecas quese retiraban. Les dieron alcance y setrabó de nueva cuenta el combate.

Carentes de una dirección queorganizase el repliegue, losbatallones aztecas marchabanseparadamente. Al sobrevenir elataque varios oficiales intentaronefectuar un reagrupamiento quepermitiese presentar una mejordefensa, pero ya era tarde paralograrlo. Las tropas tarascas se

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introducían por todos los espaciosque separaban a los batallonestenochcas, aislándolos ycondenándolos a un seguroaniquilamiento.

La lucha entre amboscontendientes fue rápida ydespiadada. Aun a sabiendas de loinevitable de su derrota, lostenochcas se defendieron con ferozdeterminación intentando causar elmayor daño posible a sus contrarios.Uno tras otro los aislados grupos deguerreros aztecas fueronexterminados. El triunfo de la

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estrategia purépecha en aquellasección del frente había sidocontundente y definitivo.

Al escuchar el informe delmensajero sobre la negativa deZacuantzin a ejecutar la orden deretirada, Ahuízotl comprendió quetodos sus planes para salvar elejército azteca de la trampa en que seencontraba amenazaban con venirseabajo. Sin manifestar la menoralteración ante tan inesperadocontratiempo, procedió a darinstrucciones a Tízoc para que setrasladase de inmediato al

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campamento del indisciplinadogeneral, y tras de hacerse cargo delmando de sus tropas, llevase a caboel proyectado repliegue. Antes deello, Tízoc debía despojar aZacuantzin de sus insignias militaresy darle muerte en castigo a suinsubordinación.

Acompañado de una pequeñaescolta, Tízoc se encaminó a todaprisa a tratar de cumplir las órdenesde su hermano. No lo lograría. Alascender un pequeño lomerío seofreció ante su sorprendida miradaun inesperado espectáculo: la extensa

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llanura que se divisaba en lontananzaparecía materialmente alfombrada decadáveres de guerreros tenochcas. Enuno de los costados del terrenonumerosos contingentes de tropastarascas -indiscutibles vencedorasdel recién finalizado encuentro-procedían a reorganizar sus filas, conla evidente intención de proseguir suavance.

En las proximidades del sitiodonde se encontraba Tízoc, pequeñosgrupos de soldados aztecas, del todosemejantes a los maltrechos restos deun devorador naufragio,

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deambulaban sin rumbo fijo,confusos y desorientados, buscandotan sólo apartarse cuanto antes deaquel lugar que tan fatídico lesresultara.

Durante un primer momento,Tízoc se resistió a aceptar que lascontadas y aturdidas figuras quecontemplaba constituían los únicossobrevivientes de toda el ala derechadel ejército azteca. Tras desobreponerse a su sorpresa, se diocuenta de la gravedad de la situación,y suspendiendo su avance, envió unmensajero para prevenir a Ahuízotl

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de la imposibilidad que existía derealizar la retirada conjuntamentecon las tropas del ala derecha, pueséstas habían dejado de existir. Actoseguido, Tízoc ordenó a uno de susacompañantes que hiciese sonar elcaracol que portaba, convocando asía congregarse en torno suyo a losdispersos soldados tenochcas que seencontraban deambulando por losalrededores. Estos no tardaron enacudir al llamado, en sus miradaspodía leerse la completa turbaciónque les dominaba, resultaba evidenteque sus cerebros aún no terminaban

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de admitir la realidad de lo ocurrido.Trascendido ya el inicial

asombro, Tízoc recuperóprontamente su cotidianapersonalidad, vivaz y burlona, ycomenzó a expresarse con frasesllenas de humor sobre la estropeadaapariencia que presentaban lossoldados que iban llegando,comparando a éstos con asustadosconejos que huían de un vorazcoyote.

La innegable presencia deánimo que revelaba el humorismo deTízoc produjo una pronta y favorable

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reacción en el abatido espíritu de losvencidos. Recobrando su proverbialmarcialidad y gallardía, losguerreros se alinearon en bienordenada formación, y marchandocon rítmico andar, prosiguieron suretirada bajo el mando de Tízoc,incorporándose finalmente al gruesodel ejército tenochca.

Comprendiendo que suproyectada maniobra de retiradaresultaba ya de imposiblerealización, Ahuízotl ordenó seprocediese a organizar rápidamente alas tropas en una cerrada formación

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defensiva. Asimismo, envió variosmensajeros al lugar señaladoinicialmente para llevar a cabo lareunión con las fuerzas de Tlecatzin,indicando a éste que no le aguardaseen aquel sitio, sino que acudiesecuanto antes en su ayuda. Losmensajeros retornaron al pocotiempo sin haber podido cumplir sumisión, pues ya no era posibletraspasar el cerco tendido por lasfuerzas tarascas que avanzaban entodas direcciones y cuya llegada seproduciría de un momento a otro.

Y en efecto, la llegada de las

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tropas purépechas no se hizo esperar.Su avance ponía de manifiesto ciertaprecipitación, como si cada uno delos guerreros tarascos pretendieseser el primero en iniciar el combate.Las vigorosas facciones de los reciénllegados revelaban bien a las clarassus pensamientos y la intención queles animaba: sabían que el desarrollode la batalla les era favorable yestaban resueltos a coronar suesfuerzo con el total aniquilamientode sus contrarios.

Ahuízotl observó con fría eimpasible mirada la llegada de la

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avalancha purépecha. Volviéndosehacia los oficiales que le rodeabanlevantó en alto su afilado macuahuitly pronunció con fuerte voz una solapalabra:

¡Tlacaélel!Repetido primeramente por los

oficiales próximos al comandanteazteca y acto seguido por sucesivasfilas de guerreros, el nombre delCihuacóatl Imperial se extendió enondas vibratorias por todo el ejércitotenochca. Confluyendo yentremezclándose, la pronunciación ylos ecos de aquella palabra se

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unificaron, estremeciendo el aire consu acento:

¡Tlacaélel!La evocación de la figura del

Azteca entre los Aztecas justo en elmomento que antecedía al choquedecisivo de ambos ejércitos,obedecía a un deliberado propósitopor parte de Ahuízotl: delimitar conprecisa exactitud la verdaderatrascendencia que tenía aquellabatalla, e impedir que los guerrerostenochcas pudiesen ser afectados ensu capacidad combativa por unaexagerada valoración de las posibles

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consecuencias de aquel encuentro, enel cual tal vez todos pereciesen y elEmperador resultase muerto ocapturado; pero todo esto no tenía enrealidad una auténtica importancia,ya que no constituía en modo algunouna amenaza ni a la supervivenciadel Imperio, ni mucho menos a lacontinuidad de los fines para loscuales éste había sido creado, puesallá en la capital azteca, el forjador yauténtico guía de la grandezatenochca sabría de seguro encontrarlos medios adecuados para lograrque el Pueblo del Sol superase el

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contratiempo sufrido y continuaseadelante en su ascendente marcha.No quedaba, por tanto, sino que enesos momentos cada guerreroolvidase cualquier otra preocupaciónque no fuese la de concentrar toda suatención y energía en el combate quese avecinaba.

La furiosa arremetida de lastropas tarascas hizo estremecer alejército azteca y estuvo a punto delograr su desorganización, pero lacerrada formación de las filastenochcas les permitió absorber elimpacto y permanecer aferradas al

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terreno.El encuentro adquirió desde el

primer momento un inusitado frenesíque tenía algo de anormal ysobrehumano, como si amboscontendientes se encontrasenposeídos de una poderosa energíaque les permitía destruirse conasombrosa rapidez y eficacia.Batallones enteros quedaban fuera decombate en un abrir y cerrar de ojos.Nadie cedía un paso, prefiriendo entodo caso quedar muerto en el mismositio donde combatía.

Como era siempre su

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costumbre, Ahuízotl y Tízoc luchabanuno al lado del otro, coordinando susmovimientos con tan perfectaprecisión, que más bien parecían unsolo guerrero dotado de miembrosduplicados.

Sin ostentar ninguna de lasinsignias inherentes a su altainvestidura, Axayácatl era tan sólo unguerrero más en las filas del acosadoejército azteca. Una especie de afánsuicida parecía dominarleimpulsándole a un estilo de lucha enextremo riesgoso, como sideliberadamente pretendiese perder

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la vida en medio de aquel mortíferocombate.

La valentía y arrojo con queluchaban los guerreros tenochcas ytarascos eran del todo semejantes, yde ello se derivaba la falsaimpresión de que aquel encuentrosólo concluiría hasta que los dosejércitos se hubiesen mutuamenteaniquilado, pero ello no era así, puesmerced a la estrategia puesta enpráctica por Zamacoyáhuac, sustropas contaban ahora con unaconsiderable superioridad numérica,y en forma lenta pero segura, dicha

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ventaja iba inclinando poco a poco lavictoria en su favor. Sin posibilidadalguna de romper el cerco por suspropias fuerzas, la destrucción delejército azteca era tan sólo cuestiónde tiempo. Y así lo comprendían susintegrantes, que si bien proseguíancombatiendo con inquebrantableahínco, no vislumbraban yaesperanza alguna de salvación.

Existía, sin embargo, unapersona que a pesar de hallarsesumida en la más completa negruracomo resultado de la recientepérdida de sus ojos, continuaba

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poseyendo en su mente una claravisión de todas las posiblesperspectivas sobre las cuales podíadesarrollarse la batalla. Tras dehaber logrado escapar al ataque desus enemigos, Tlecatzin habíaconducido a sus tropas hasta el sitiofijado inicialmente por Ahuízotl paraefectuar la reunificación de lasfuerzas aztecas. Después de esto nose había limitado a esperar inactivola llegada de las otras dos seccionesdel ejército, sino que habíadespachado numerosos mensajeros arealizar misiones de observación en

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todas direcciones.Al retornar los mensajeros con

la información de que a ciertadistancia de aquel lugar se estabalibrando una feroz batalla quemantenía inmovilizadas a las tropasaztecas, Tlecatzin comprendió deinmediato que el plan de retiradaideado por Ahuízotl no se estabacumpliendo en los términosprevistos; y sin pérdida de tiempo,ordenó a sus tropas constituir dosgruesas columnas de ataque, ytransportado en andas por jóvenesguerreros que se iban turnando para

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sostenerle, se encaminó a toda prisahacia el lugar donde se desarrollabael combate.

Muy pronto el fragor de labatalla llegó hasta los oídos deTlecatzin, indicándole la proximidaddel sitio donde tenía lugar elencuentro. El guerrero comprendió lanecesidad de hacer saber a las tropassitiadas su presencia, evitando así elposible desaliento que podíagenerarse en ellas al suponer, enmedio de la confusión reinante, quellegaban nuevos refuerzos de tropasenemigas. Apoyándose en los

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hombres de quienes lo conducían, elgeneral azteca alzó su cuerpo altiempo que exclamaba con toda lafuerza de sus pulmones:

¡ Citlalmina!El nombre de la madre adoptiva

de Tlecatzin fue de inmediatocoreado por incontables voces,inundando el campo de batalla con sumusical acento:

¡ Citlalmina!Las sitiadas tropas tenochcas,

que a duras penas continuabansosteniendo el embate tarasco,escucharon gratamente sorprendidas

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la incesante repetición del nombre dela legendaria hefoína azteca ypronunciaron a su vez, condesesperado afán, su propio grito deguerra.

¡Tlacaélel!Dominando el estruendo que

producían el entrechocar de escudosy macuahuimeh, de silbar de flechasy gemidos de heridos, la enunciaciónde los nombres de las dospersonalidades más famosas delmundo azteca -fundiéndose en unasola y prolongada palabra- parecíanimprimir todo un vibrante ritmo al

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espacio donde se libraba lacontienda:

¡ Citlalmina-Tlacaélel! ¡Tlacaélel-Citlalmina!

Las columnas mandadas porTlecatzin se arrojaron contra lastropas purépechas, con la evidenteintención de abrir una especie deestrecho corredor que permitiese lasalida de sus cercados compañeros.Por su parte, los guerreros tarascosse aprestaron con determinación afrustrar los propósitos de sus rivales.

Desde lo alto de la principalfortaleza purépecha,

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Tzitzipandácuare, Rey deMichhuacan, y Zamacoyáhuac,comandante en jefe de los ejércitostarascos, habían permanecidoobservando con reconcentradaatención el desarrollo de la batalla.En varias ocasionesTzitzipandácuare había tenido quedirigir la palabra a la numerosa yexcitada población civil ahí reunida,tanto para recomendarle que semantuviese en calma y confiada en eltriunfo de su causa, como paraoponerse rotundamente a laspeticiones de mujeres, ancianos y

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niños, que deseaban descender a lallanura a tomar parte en el combate.

Los mensajeros llegados delcampo de batalla habían transmitidoa Zamacoyáhuac, una y otra vez, lasolicitud de que acudiese a tomarparte en la lucha al frente delpequeño grupo de tropas de reservaque éste mantenía consigo, pues dehacerlo así -opinaban los oficialestarascos- se aceleraría la destruccióndel cercado ejército azteca. Sinembargo, el taciturno generalpurépecha no había accedido aún a lapetición de sus subalternos,

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estimando que la intervención de tanescasas fuerzas no alteraría en nadael curso del encuentro, y en cambio,le privaría de toda posibilidad dehacer frente a cualquier eventualidadque pudiese presentarse. YZamacoyáhuac estaba seguro de quedi • cha eventualidad habría deocurrir antes de que finalizara lacontienda, pues conocía de sobra lapericia militar de Tlecatzin -puestauna vez más de manifiesto al ejecutarla maniobra con que lograra burlar latrampa urdida en su contra- y nodudaba que en cualquier momento las

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tropas del general azteca harían sureaparición en el campo de batalla.

Las dos largas estelas de polvoque surgiendo en el horizonte seacercaban a toda prisa a la llanuradonde se desarrollaba el encuentro,constituyeron para Zamacoyáhuac unseguro indicio del próximo arribo delas fuerzas de Tlecatzin.Comprendiendo que la batalla seacercaba a su momento decisivo, elgeneral tarasco organizó en columnade ataque al pequeño contingente detropas de reserva, y marchando enunión de Tzitzipandácuare al frente

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de sus fuerzas, inició un rápidodescenso rumbo a la llanura.

La llegada de los refuerzospurépechas coincidió en forma casisimultánea con el arribo al campo debatalla de las tropas de Tlecatzin.Ambas acciones pusieron demanifiesto ante todos loscombatientes la necesidad de realizaren aquellos instantes un poderososobreesfuerzo, con miras a lograr elcumplimiento de sus respectivospropósitos. Decididos a impedir atodo trance la escapatoria de susrivales, los tarascos efectuaron un

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nuevo y furioso intento por deshacerla cerrada formación de losbatallones tenochcas. Los aztecas,por su parte, al percatarse que sepresentaba ante ellos una esperanzade salvación, sacaron fuerzas de suagotamiento, y al mismo tiempo queproseguían luchando para impedir laruptura de sus cuadros, intentaron undesesperado contraataque justo en ellugar por donde arremetían las tropasde Tlecatzin.

Deseando llevar a cabo un actoque produjese la consternación ensus rivales y terminase por ocasionar

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la anhelada y al parecer ya inminentedesorganización de sus filas,Zamacoyáhuac procuró localizar,desde el momento mismo de suarribo al campo de batalla, el sitiodonde se hallaba el EmperadorAzteca. Aun cuando Axayácatl nolucía insignia alguna sobre supersona, muy pronto fue descubiertopor la aguda mirada del comandantepurépecha; quien arrollando a todoaquel que se interponía en su camino,logró irse aproximando almandatario azteca.

Axayácatl pareció adivinar que

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el fornido general tarasco que seacercaba derribando guerrerostenochcas cual si fuesen débilescañas, era precisamente el causantedel inusitado apuro en que seencontraban las fuerzas imperiales, ya su vez, buscó también aproximarsea su rival, con el claro propósito deenfrentársele.

Muy pronto ambos personajesse hallaron frente a frente,iniciándose al instante una cerradacontienda. Axayácatl era famoso porsu habilidad en el manejo delmacuahuitl y el escudo, armas que

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sabía utilizar con inigualable pericia;sin embargo, en esta ocasión ledominaba un incontrolablesentimiento de furia, pues presentíaque aquella figura con la queluchaba, personificaba todo elespíritu de oposición de los tarascosa los propósitos tenochcas depredominio universal. El afán deabatir cuanto antes a su adversariollevó al Emperador a cometer unleve error en la sincronización de susmovimientos. Pretendiendo darmayor impulso al brazo para lanzarun golpe, apartó ligeramente su

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escudo desprotegiendo así su cabezadurante un tiempo no mayor al de unparpadeo. El pequeño resquicio fuellenado al punto por el macuahuitl deZamacoyáhuac, lanzado con la fuerzay la velocidad de un zarpaso. Elimpacto deshizo el casco protectordel Emperador -engalanado con unaaltiva cabeza de águila- afectando alcráneo con una grave herida queoriginó el inmediato desplome deAxayácatl. Incontables brazostenochcas se lanzaron al rescate delcuerpo del monarca, apartándolo conprontitud del centro de la lucha.

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En contra de lo previsto porZamacoyáhuac, el derrumbe delEmperador no ocasionó mayoresconsecuencias en el desarrollo delcombate. La transferencia de mandorealizada por Axayácatl en favor deAhuízotl no había sido un actopuramente formal, sino quecorrespondía a una auténticarealidad, y el impasible guerreroazteca era ahora la fuerza desustentación que permitía a lasacosadas fuerzas imperialesmantener su coherencia.

Al advertir su error,

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Zamacoyáhuac buscó de nueva cuentaentre sus rivales al dirigente delejército tenochca. No tardó enpercatarse de la presencia deAhuízotl, quien en unión de Tízoccontinuaba derribando a cuantos seatrevían a cruzar sus armas con lassuyas. Una sola mirada bastó algeneral purépecha para entender queera aquel guerrero y no otro quienconstituía en esos momentos lavoluntad conductora de las fuerzasimperiales. Teniendo siempre a sulado a Zitzipandácuare, elcomandante tarasco se fue abriendo

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paso rumbo al sitio donde seencontraba Ahuízotl, quien habíaobservado ya la proximidad deZamacoyáhuac, y a su vez, buscabatambién la forma de llegar junto a élpara enfrentársele.

Cuando todo parecía indicarque el encuentro entre amboscomandantes tendría forzosamenteque producirse, la batalla tomó derepente un nuevo giro: venciendo latenaz oposición enemiga mediante un.continuado y desesperado esfuerzo,las tropas de Tlecatzin habíanlogrado finalmente traspasar el cerco

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tarasco y establecer contacto con susabrumados compañeros. Se inició alinstante la retirada del ejércitoazteca, que aprovechando el espaciologrado gracias al contraataque delciego y valeroso general, seprecipitó a través del salvadorpasadizo, transportando consigo a ungran número de heridos ymanteniendo todo el tiempo laorganizada formación de sus filas. Labatalla entró de inmediato en unanueva fase, en la que los aztecasbuscaban alejarse lo másrápidamente posible, mientras que

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los tarascos presionaban a susrivales, intentando impedir o almenos obstaculizar al máximo suretirada.

Las circunstancias en que sedesarrollaba el combate hacíandifícil el enfrentamiento entreAhuízotl y Zamacoyáhuac. Enrealidad habría bastado con que elguerrero azteca retrocediera máslentamente o el general tarascoacelerase ligeramente su avance,para que el encuentro se produjera,pero en aquellos instantes, amboscomandantes encarnaban en su

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persona la voluntad conductora queguiaba a los ejércitos en pugna, y lasincronización entre sus acciones y laactuación de sus respectivas tropasera de tal grado, que de variar algunode ellos el ritmo de su avance oretroceso, se produciría de inmediatoun cambio de idéntico sentido entodos los soldados bajo su mando, loque fatalmente pondría en peligro alejército que así actuase: si losaztecas disminuían la velocidad desu retirada quedarían cercados y silos tarascos apresuraban suacometida se exponían a

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desorganizar sus filas y a quedarexpuestos a un contraataque enemigo.

En medio del frenéticotorbellino de aquel devastadorencuentro, tanto Ahuízotl comoZamacoyáhuac conservaban unainalterable serenidad y un plenodominio de sus emociones. Así pues,aun cuando ambos buscaban laposibilidad de un enfrentamientopersonal, no estaban dispuestos a queesto implicase el menor riesgo parasus respectivos ejércitos, por lo queninguno de los dos alteró el ritmo desus pasos y la en ese momento corta

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distancia que les separaba comenzólentamente a ensancharse. Comoobedeciendo a un mismo impulso, enel instante en que empezaban aalejarse, los dos guerreros apartaronligeramente los escudos que lesprotegían y levantando sus armadosbrazos efectuaron con éstos unescueto ademán, a modo derespetuoso saludo a su oponente. Alrealizar este gesto sus miradas seencontraron y les fue posible, por vezprimera, observar por unosmomentos el rostro de su adversario.Las facciones inmutables de los dos

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guerreros sufrieron al punto unainusitada transformación, al reflejarsus semblantes una fugaz expresióndel más completo asombro. Y es quepara ambos el contemplar la faz desu rival fue como el asomarse a unacorriente de agua y ver en ellareflejado el propio rostro, pues lasemejanza de facciones del guerreropurépecha y del militar azteca eracompleta. No se trataba solamente deun simple caso de fisonomías más omenos parecidas, sino de unaauténtica y total similitud entre doscaras, fenómeno singularmente

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extraño, producto tal vez de laprofunda analogía existente tambiénentre las almas de ambos guerreros.

La retirada del ejército aztecaconstituía ya un hecho consumado. Apesar del acoso incesante de lostarascos, los escuadrones tenochcasproseguían llevando a cabo, cada vezcon mayor celeridad, su movimientode repliegue. La luz solar era paraentonces únicamente un pálidoreflejo rojizo en el horizonte. Muypronto la negrura de una noche sinluna envolvía por igual a todos loscontendientes. Inopinadamente, una

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recia tempestad se abatió sobre elcampo de batalla, poniendo puntofinal al combate, pues con laexcepción de pequeños grupos deguerreros separados del grueso delas tropas, que entre las tinieblas y elfango continuaban luchando hasta sutotal exterminio, ambos ejércitosdieron por concluidas lashostilidades e iniciaron la tarea deorganizar, en medio de lasconsiguientes dificultades, susrespectivos campamentos.

Como resultado de las gravesheridas sufridas en su enfrentamiento

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con el general tarasco, el EmperadorAxayácatl se encontraba privado delconocimiento, razón por la cual eraAhuízotl quien continuaba ejerciendola máxima autoridad en el ejércitotenochca. En cuanto hubo cesado lalucha, el primer acto del comandanteazteca fue localizar a Tlecatzin yexternarle un lacónico elogio por suacertada actuación, que había evitadoel total aniquilamiento de las fuerzasimperiales. A continuación, sininquirir en ningún momento por losmotivos que habían inducido aTlecatzin a privarse de la vista,

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Ahuízotl le expuso sus planes decombate para el día siguiente, en quemuy probablemente se reanudaría elencuentro entre ambos contendientes.

A pesar de la derrota sufrida enla jornada recién concluida, Ahuízotlestimaba que existía ciertaposibilidad de convertir el fracasoen victoria durante el desarrollo delpróximo combate, pues éste serealizaría en condiciones distintas alanterior. La ingeniosa estratagematarasca que condujera a los aztecas adispersar sus tropas no podría volvera repetirse. La totalidad de las

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fuerzas que integraban a los dosejércitos se encontraban ahora frentea frente, acampadas en medio de unaextensa llanura. El nuevo encuentroconstituiría, por tanto, una especie decerrado duelo a base de rápidas ycambiantes maniobras. La mayorexperiencia de las tropas tenochcasen esta clase de combatesrepresentaba una ventaja que muybien podía resultar determinante. Conacento pausado y frases en extremoconcisas, Ahuízotl concluyó deexplicar a su antiguo maestro loslineamientos generales de la

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estrategia que intentaba poner enpráctica. Tlecatzin consideróapropiado el proyecto de Ahuízotl yproporcionó a éste algunos útilesconsejos, producto de losconocimientos adquiridos en su largavida de guerrero.

Semialumbrados por lavacilante luz de humeantes hogueras -cuyos empapados leños parecíannegarse a proporcionar luz y calor alas tropas invasoras- los oficialestenochcas escucharon de labios deAhuízotl el plan de batalla con quepretendía devolver a los tarascos el

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quebranto sufrido. Concluida lareunión, sus integrantes sedispersaron presurosos por todo elcampamento. Instantes después lamovilización de los batallonesaztecas daba comienzo. No fue sinohasta que todo el ejército quedósituado en la posición que seestimaba más conveniente para elcomienzo de la nueva batalla, cuandose autorizó proporcionar un brevedescanso a las tropas.

Una enorme algarabía y undesbordante júbilo imperaban en elimprovisado campamento tarasco.

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Aunada a la comprensible alegríapor la victoria obtenida,predominaba en soldados y oficialesla certeza de que al día siguientelograrían completar su triunfo con elaniquilamiento de las fuerzasenemigas. En estas condiciones, laopinión de Zamacoyáhuac -externadaen la junta de oficiales convocadapor el rey Tzitzipandácuare en cuantohubo terminado el combate-constituyó para todos una inesperaday desagradable sorpresa.

Zamacoyáhuac estimaba quedebían alejarse cuanto antes de aquel

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sitio y proceder a concentrarse en suscercanas fortalezas. Estaba en contrade un encuentro a campo abierto conel ejército azteca sin haber elaboradopreviamente un adecuado planestratégico, pues de lo contrario,afirmaba, la mayor experiencia delas tropas tenochcas en un combatede esta índole les permitiríaimprovisar más rápidamente susacciones y realizar una batalla congrandes posibilidades de éxito.

La proposición deZamacoyáhuac de adoptar unaposición defensiva fue motivo de las

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más airadas protestas por parte delos generales tarascos, firmementeconvencidos de que sólo bastaba unúltimo esfuerzo para lograr elexterminio del ejército enemigo. Alinsistir el comandante purépecha ensus puntos de vista, varios de sussubalternos se dejaron llevar por lacólera y, haciendo a un lado losargumentos, comenzaron a insultarleacusándolo de cobardía; uno deellos, empuñando con fiereza unlargo cuchillo de obsidiana, se lanzóen su contra con la evidente intenciónde asesinarle. Zamacoyáhuac esquivó

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con ágil movimiento la cuchillada yde un solo golpe dejó tendido einconsciente a su atacante. Despuésde ello y dirigiéndose aTzitzipandácuare -que hasta esemomento había optado por nointervenir, concretándose a escucharlas opiniones de sus militares-manifestó al monarca queconsideraba inútil prolongar por mástiempo la discusión, razón por lacual, se retiraba a supervisar lasmedidas que se estaban tomando paraatender a los heridos, en lainteligencia de que fuese cual fuere

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la resolución que el soberanoadoptase, él la acataría sin la menorréplica.

El rey de Michhuacan era ungobernante a un tiempo valeroso yprudente. Al igual que sus generales,deseaba ardientemente llevar hastasu total conclusión la victoria de lasarmas tarascas; sin embargo,comprendía muy bien la veracidad delos argumentos de Zamacoyáhuac,máxime que en su mente estaba aúnfijo el recuerdo de lo quecontemplara aquella mañana al iniciode la batalla, cuando las tropas al

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mando de Tlecatzin, demostrando unaincreíble capacidad de maniobra,habían logrado escapar a un cercoque parecía imposible de romper.Así pues, con palabras cuya firmezadejaba bien a las claras loirrevocable de su determinación,Tzitzipandácuare manifestó ante elconsejo de oficiales la decisión quehabía tomado y las razones de ésta:abandonarían esa misma noche elcampo de batalla y se retirarían a susfortalezas. Las tropas invasoras -afirmó el monarca- muy bien podíandarse el lujo de intentar recuperar la

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iniciativa, arriesgando el todo por eltodo en una segunda batalla, pues aunen el supuesto de que resultasenaniquiladas y el Emperadorpereciese, en la capital aztecaestaban en posibilidad de organizarnuevos ejércitos y de designar otroEmperador. Muy distinta era lasituación a la que se enfrentaban lostarascos, cuya derrota en un combateque ya no era estrictamente necesario-pues el descalabro sufrido por lasfuerzas enemigas las incapacitabapara llevar adelante la invasiónproyectada- significaría la

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desaparición misma del ReinoTarasco como entidad independiente.

Una vez adoptada la resoluciónde asumir una posición defensiva,Tzitzipandácuare mandó llamar aZamacoyáhuac y tras de reafirmarlesu plena confianza, le encomendó ladirección de la retirada. Sin pérdidade tiempo, el comandante tarascocomenzó a impartir las órdenesnecesarias para llevar a cabo elrepliegue, disponiendo, asimismo, laforma en que las tropas debíanquedar distribuidas entre losdistintos baluartes, finalmente, dio

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instrucciones para que los numerososcontingentes de población civil quehabían descendido de las fortalezas acolaborar en diferentes labores -transporte de víveres y armas,asistencia a los heridos, retiro decadáveres, etc.- se dieran a la tareade recoger del campo de batalla todoel equipo abandonado por los aztecasdurante su precipitada retirada, puesen gran parte ese equipo consistía enlos implementos que los tenochcaspensaban utilizar en su asedio de lasfortificaciones purépechas.

Las órdenes de Zamacoyáhuac

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comenzaron a ser ejecutadas con granceleridad y muy pronto contingentescada vez más numerosos de tropastarascas se encaminabanordenadamente, en medio de lapenumbra de la noche, en dirección alos baluartes cuya defensa les habíasido encomendada.

La noticia referente a lafrustrada agresión perpetrada encontra de Zamacoyáhuac por uno desus propios oficiales, así como ladiferencia de pareceres surgida entreaquel y sus subalternos, se difundiórápidamente entre los integrantes de

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la población purépecha presente enlas proximidades del campo debatalla. De inmediato la poblacióncivil dio a conocer cuál era suunificada opinión al respecto: vítoresincesantes y entusiastas en favor delgeneral tarasco, proferidos por gentedel pueblo, comenzaron a dejarse oírpor doquier. Cuando ya cerca delamanecer y al frente del último grupode tropas, Zamacoyáhuac hizo suarribo a la más importante de lasfortificaciones, le aguardaba elespontáneo homenaje de lainnumerable población ahí

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congregada, que de múltiplesmaneras deseaba testimoniar sugratitud al genial estratego que habíasabido engañar y derrotar a unejército tenido hasta entonces comoinvencible, preservando así laexistencia del Reino Tarasco.

Zamacoyáhuac permaneció tanimpasible ante el emocionadohomenaje de su pueblo, como anteslo había estado frente a los insultosde sus oficiales.

La luz del nuevo día iluminó aun maltrecho ejército azteca alineadoen formación de combate en medio

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de una solitaria llanura, sin ningúnrival al frente con quien llevar acabo la proyectada batalla. A lolejos, en los elevados valles dondese asentaban los baluartespurépechas, las sólidas defensasenemigas lucían más inexpugnablesque nunca.

En una breve reunión en la queparticiparon todos los oficialestenochcas, Ahuízotl expuso con fríorealismo la situación en la que seencontraban: tras de las cuantiosasbajas sufridas en la batalla del díaanterior y desprovistas de sus

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implementos de asedio, las tropasaztecas no contaban con la menorprobabilidad de éxito en caso de quese intentara tomar por asalto lasfortificaciones enemigas; noquedaba, por tanto, sino aceptar elfracaso padecido en aquellacampaña, e iniciar cuanto antes elcamino de retorno.

Mientras las fuerzas imperialeslevantaban el campo y con ánimodolorido se preparaban para el largoviaje de regreso, un selecto númerode mensajeros se encaminaba conveloz andar rumbo a la capital

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azteca. Atendiendo a las expresasinstrucciones impartidas porAhuízotl, los mensajeros no debíanrelatar a nadie lo acontecido entierras tarascas, manteniendo ensecreto la noticia de la derrotasufrida por el ejército azteca, hasta elmomento en que se hallaran a solasfrente a Tlacaélel.

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Capítulo XX

¡ME-XIHC-CO - ME-XIHC-COME-XIHC-CO!

Con objeto de lograr que suentrada a la capital azteca pasase lomás desapercibida posible, losmensajeros enviados por Ahuízotlaprovecharon la oscuridad nocturnapara efectuar la última parte de su

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largo recorrido. Alumbrados portenues antorchas colocadas en laproa de sus embarcaciones, remaronsin cesar durante toda la noche hastaarribar, con las primeras luces delamanecer, al corazón del Imperio.

Tlacaélel recibió con agrado lanoticia de la llegada de mensajerosprovenientes de la región purépecha,seguro como estaba de que éstostraerían la nueva del triunfo de lasarmas tenochcas y de la consiguienteincorporación del Reino Tarasco aldominio azteca. Sin tener queefectuar espera alguna, los

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mensajeros fueron introducidos antela presencia del Cihuacóatl Imperial.

El rostro del Azteca entre losAztecas permaneció imperturbablemientras escuchaba de labios de losrecién llegados, con pormenorizadaexactitud, el relato del inesperadodescalabro padecido por las tropasaztecas en su enfrentamiento con lostarascos. Concluida su narración, losatribulados mensajeros recibieronuna afable felicitación de Tlacaélelpor el eficaz desempeño de sumisión, así como la terminanteindicación de que, hasta nueva orden,

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no debían aún informar a nadie mássobre lo acontecido en Michhuacan.

Después de ordenar que sesuspendieran las audiencias de aqueldía, Tlacaélel salió del PalacioImperial y se encaminó solitario a lomás alto del Templo Mayor,ensimismándose largo rato en lacontemplación del fascinanteespectáculo que ofrecía de continuola capital azteca, toda ella rebosantede una incesante actividad y de unnotorio sentimiento de orgullosaconfianza en su fortaleza y poderío.

Mientras observaba la

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bulliciosa ciudad que se extendíabajo sus plantas, el Portador delEmblema Sagrado recordó que ennumerosas ocasiones, mientras sesucedían sin interrupción los triunfosde los ejércitos tenochcas, habíadeseado en su fuero interno que éstospadeciesen al menos una derrota,pues sabía que son siempre laadversidad y los contratiempos losque permiten fortalecer el alma delos pueblos, pero en contra de susdeseos, la larga serie de victoriasaztecas había proseguidoincontenible. Y era precisamente

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ahora; cuando el sueño tanlargamente acariciado de lograr launificación del género humanoparecía estar al alcance de la mano,cuando ya todos los tenochcas sehabían acostumbrado a considerarseasí mismos como invencibles ycuando él, que fuera quien condujeraa su pueblo en la labor de edificar unImperio, era ya un anciano que vivíala última etapa de su existencia, elmomento en que aquella derrotaantaño deseada se producía en formadel todo sorpresiva e inesperada.

Tras de echar un último vistazo

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a la siempre cambiante ciudad,Tlacaélel trató de imaginar, sinconseguirlo, la posible reacción quesobrevendría entre sus habitantes almomento de enterarse de lo ocurrido,concluyendo para sus adentros, quesería precisamente la conducta quefrente a este hecho adoptase elpueblo la que vendría a poner demanifiesto la verdadera fortaleza delImperio, demostrando así si éste erasólo un gigante engreído y vanidoso,incapaz de hacer frente al infortunioy de alcanzar las elevadas metas paralas que había sido creado, o si por el

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contrario, constituía ya un organismolo suficientemente poderoso comopara lograr convertir sus fracasos envaliosas experiencias, que viniesen aacrecentar sus fuerzas en lugar dedisminuirlas.

Retornando al Palacio Imperial,Tlacaélel ordenó que se convocasede inmediato a los habitantes de lacapital azteca a una gran reunión enla Plaza Mayor, pues deseabainformar a todo el pueblo respecto aun asunto de particular importancia.

Los enormes caracoles marinosexistentes en los diversos templos de

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la ciudad comenzaron a inundar elespacio con su ronco y poderosoacento. Ante su insistente llamado, lagente interrumpía el desempeño desus actividades cotidianas y acudíapresurosa a inquirir la causa de taninusitada algarabía. Los mensajerosenviados a todos los templos de lacapital se concretaban a informar, acuantos querían escucharles, que elAzteca entre los Aztecas había citadoa su pueblo para comunicarle unatrascendental noticia. Muy pronto,los canales y las calles de la GranTenochtítlan comenzaron a verse

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pictóricos de largas filas de canoas yde apretadas multitudes, queconvergían desde los cuatro rumbosde la ciudad hacia la Gran PlazaMayor, tradicional lugar de reunióndel Pueblo del Sol.

Por el rumbo de Teopan -regiónoriente de la capital azteca- existíauna prestigiada escuela para niñosmenores de diez años fundada muchotiempo atrás por Citlalmina, a la queasistían Moctezuma y Cuitláhuac,hijos del Emperador Axayácatl, denueve y seis años de edadrespectivamente.

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Después de reunir a niños ymaestras en el amplio patio de laescuela, la Directora anunció que porese día quedaban suspendidas lasclases, pues todos debían dirigirsede inmediato al centro de la ciudad, atomar parte en una reuniónconvocada por el CihuacóatlImperial. Haciéndose eco del rumorque para entonces circulaba ya portoda la ciudad, la Directora sepermitió anticipar a su auditorio, conevidente júbilo, el propósito queseguramente había motivado lareunión: dar a conocer el triunfo

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alcanzado por el ejército azteca entierras tarascas.

Al igual que los niños decualquier época y lugar, lospequeños escolares se llenaron dealegría al enterarse que se produciríauna inesperada interrupción de suslabores normales. Entre risas yempujones, regaños de maestras y ungeneralizado regocijo, los chiquillosfueron integrando largas y apretadasfilas para luego emprender lacaminata hacia el centro de laciudad.

La inmensa plaza lucía pletórica

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de una abigarrada multitud. Unambiente festivo imperaba pordoquier y se manifestaba en ladespreocupada expresión de losrostros y en el alborozado murmullode las voces.

El bullicio se trocó deinmediato en respetuoso silencio alaparecer, en el primer descanso de laescalinata de la alta pirámide quealbergaba al Templo Mayor, laconocida figura del Azteca entre losAztecas. Una tenue brisa hacíaondear levemente el largo mantonegro y blanco de Tlacaélel, que se

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hallaba ataviado con todos losemblemas inherentes a su investidurade Cihuacóatl Imperial y portaba,asimismo, la más venerada de todaslas insignias: la mitad del CaracolSagrado de Quetzalcóatl de la cualera depositario.

Amplificadas por la excelenteacústica lograda gracias a laadecuada disposición de losedificios, las palabras de Tlacaélelresonaron enseguida en la enormeexplanada. Su voz conservaba elmismo poderoso vigor que tuviera ensus años juveniles y su elocuente

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oratoria, caracterizada por constantesy bien moduladas inflexiones y por laintroducción de imprevistas pausasque ocasionaban silencios tensos yexpectantes, constituía, como decostumbre, una refinada obra maestrade la expresión oral.

En forma del todo fidedigna,cual si hubiese estado presente almomento de efectuarse el combate,Tlacaélel fue relatando a susasombrados oyentes el desarrollo dela batalla librada por las tropasimperiales con el ejército tarasco,así como las funestas consecuencias

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que para las primeras se habíanderivado de aquel encuentro:alrededor de treinta mil guerrerosaztecas habían perecido y eraincontable el número de heridos, elEmperador se debatía entre la vida yla muerte a consecuencias de unagrave lesión y el ejército tenochca sehabía visto obligado, por vezprimera en su historia, a emprenderel camino de retorno sin cumplir lamisión que le fuera encomendada.

Después de una última yprolongada pausa, Tlacaélelconcluyó su alocución con

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categóricas afirmaciones yenigmáticas interrogantes:

Escuchad. Meditad. Existenacontecimientos que son tan sólodébiles vislumbres, pálidos reflejosde la realidad que yace oculta en lomás profundo de los corazones.

La derrota de un pueblo, lapérdida de su fortaleza y poderío,no sobreviene nunca como resultadode fracasos ocurridos en los camposde batalla, es siempre consecuenciade la quiebra interior de suvoluntad. Sólo está vencido quien

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admite estarlo.¡Pueblo de Tenoch. Os he

narrado, os he referido elinfortunado combate librado pornuestros guerreros con los ejércitospurépechas. Este encuentro aún noha concluido. La luchaverdaderamente trascendental ydecisiva tendrá lugar, ahora, en elcorazón de todos los aztecas!

¿Quién logrará el triunfo eneste combate?

¿Quién obtendrá la definitiva yauténtica victoria?

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Tras de pronunciar las últimasfrases con tan recio acento que hastalos gigantescos edificios queencuadraban la plaza parecieronvibrar y estremecerse, Tlacaélel seencaminó al interior del TemploMayor, desapareciendo ante la vistade la multitud.

Muy lentamente, cual sidespertase de una colectiva yparalizante pesadilla, el enormegentío comenzó a dar síntomas devida. Un intenso murmullo, resultadode miles de voces hablando alunísono, fue inundando el aire de

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crecientes sonidos. Al parecer, cadatenochca deseaba constatar con sumás próximo acompañante si enverdad el Cihuacóatl Imperial habíapronunciado las palabras que susoídos escucharan, o éstas habían sidoun simple producto de una pasajeraalucinación personal.

Al ir cobrando conciencia de larealidad y gravedad de losacontecimientos relatados porTlacaélel, se suscitaron en el seno dela multitud las más variadasemociones. Ira y estupor, pesar yconfusión, alternaban fugazmente su

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dominio sobre el agitado espíritupopular, sin que ninguno de estossentimientos perdurase el tiemposuficiente para expresarse mediantealguna clase de acción. En ciertosmomentos, el rumor de voces conmarcado tono de exaltada furiaparecía crecer en forma incontenible,pero luego, se trocabarepentinamente en un zumbido apenasperceptible, que evidenciaba el máscompleto desconcierto. El corazónde la metrópoli azteca semejaba a unnaciente huracán prisionero de suspropias fuerzas, cuyos vientos

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encontrados no alcanzaban a escogerla dirección adecuada para expandersu contenida energía.

Observando sin ser visto desdeel Templo Mayor a través de unaangosta abertura, Tlacaélel manteníafija la mirada en la Plaza,contemplando, con preocupadaatención, la manifiesta incapacidadque dominaba a la multitud paralograr unificar y expresar sussentimientos.

En uno de los extremos de laplaza, confundido entre las largasfilas de sus compañeros de escuela,

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el pequeño Cuitláhuac, hijo delEmperador Axayácatl, se encontrabasufriendo la experiencia más amargade su corta existencia. Al igual quetodos los presentes, había acudido ala reunión con ánimo alegre ydespreocupado, esperando escucharde labios del Cihuacóatl Imperial laconfirmación de la noticia yaanticipada por la Directora de suescuela, o sea el anuncio de unavictoria más del invencible ejércitoazteca, pero en lugar de ello, elrespetado anciano de imponente vozy majestuosa figura había enunciado

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una serie de incomprensibles yaciagos sucesos. Al escuchar que supropio padre -a quien consideraba elmás poderoso guerrero que podíaexistir sobre la tierra- había caídoabatido por los certeros golpes delgeneral enemigo, y que tal vez enaquellos instantes no formaba yaparte del mundo de los vivos, el almainfantil de Cuitláhuac se viosobrecogida por la tristeza y ladesesperanza.

El caótico remolino deencontradas emociones en que sehabía transformado la plaza,

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incrementó aún más la asfixiantesensación de angustia que dominabaa Cuitláhuac. Al borde del llanto, losojos del pequeño buscaron conansiedad los rostros de sus maestras,intentando hallar en ellos una miradade aliento y comprensión, pero sóloencontró en su derredor desoladossemblantes femeninos bañados enlágrimas. Desesperado, abandonó sulugar al principio de la fila e intentóllegar al final de la misma, hasta elsitio donde se encontraba su hermanoMoctezuma, quien constituía para élejemplo insuperable de arrogante

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valentía. A unos pasos de suobjetivo, Cuitláhuac se detuvoparalizado de asombro, al observarque al igual que los demás niños quele rodeaban, su hermano mayorlloraba abierta y desconsoladamente.

En el instante mismo en queCuitláhuac presintió que le resultaríaimposible contener por más tiempoel llanto que ya asomaba a sus ojos,una energía poderosa y desconocidapareció despertar súbitamente en lomás profundo de su ser. Con la faztransformada por la vigorosaresolución que le animaba, el niño de

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apenas seis años de edad levantó susbrazos en dirección al TemploMayor, a la vez que repetía una yotra vez con firme acento:

¡ Me-xíhc-co - Me-xíhc-co -Me-xíhc-co! En medio de la confusaalgarabía que reinaba en la plaza, lavoz de Cuitláhuac no alcanzó a serpercibida por nadie durante un largorato, pero luego, los más cercanos desus compañeros comenzaron a unirsus voces a la suya, y muy pronto,todos los pequeños integrantes de laescuela fundada por Citlalmina eranun solo grito resonando entre la

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aturdida muchedumbre:¡ Me-xíhc-co - Me-xíhc-co -

Me-xíhc-co!Las maestras que acompañaban

a los niños, secando sus lágrimas,incorporaron sus emocionadas vocesal creciente coro. Igual cosa hicieronlas numerosas vendedoras delmercado de Tlatelolco, agrupadas enun lugar próximo a los escolares.

¡ Me-xíhc-co - Me-xíhc-co -Me-xíhc-co!

En pocos momentos, recias yvaroniles voces secundaron elrítmico grito de niños y mujeres.

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Campesinos y pescadores, artesanosy comerciantes, sacerdotes yguerreros, parecieron presentir queel ancestral vocablo contenía en símismo la respuesta a la inesperadacrisis a que se enfrentaban, ysuperando la turbación que lesdominaba, se unieron con ánimoresuelto en una sola voluntad deinquebrantable fortaleza.

La plaza entera se cimbraba aresultas de la poderosa energía enella desencadenada.

¡ Me-xíhc-co - Me-xíhc-co -Me-xíhc-co!

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Desde su oculto observatorio, elAzteca entre los Aztecas atisbaba,gratamente complacido, la vigorosareacción de su pueblo.

Aún resonaban en la plaza losúltimos ecos de la palabra símbolo,cuando improvisados dirigentessurgidos del pueblo iniciaban ya, enforma del todo espontánea, la tareade organizar un sistema defensivo dela ciudad que integrase a todos sushabitantes. Actuando como si noexistiese un poderoso ejército queguarnecía a la capital del Imperio yésta estuviese a punto de sufrir un

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ataque de fuerzas enemigas, lostenochcas dieron comienzo a unavasta labor tendiente a convertir suciudad en un sólido bastión de cuyadefensa todos fueran responsables.

Al iniciarse el nuevo día, unacomisión de representantes popularesacudió ante Tlacaélel parainformarle de las diferentes medidasde índole militar que la poblacióncivil estaba adoptando. El CihuacóatlImperial manifestó su más completaaprobación a las diferentes accionesemprendidas por el pueblo y externósu preocupación en torno a las

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repercusiones que podríansobrevenir en los territoriosconquistados, una vez que en éstos seconociera la noticia del recientedescalabro tenochca.

Las opiniones vertidas por elAzteca entre los Aztecas en aquellareunión, pronto fueron ampliamenteconocidas y comentadas por lapoblación, que de inmediato sedispuso a resolver el problemaseñalado por Tlacaélel. Conasombrosa rapidez fueronorganizándose grupos heterogéneosde voluntarios, decididos a marchar

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a todas las regiones que integrabanlos vastos dominios aztecas, conobjeto de disipar -con su entusiastapresencia- cualquier suposición quepretendiese ver en el recientedescalabro tenochca el indicio de unpróximo declinamiento del poderíoImperial.

El cansado mensajero azteca sedetuvo a contemplar, desde lo altodel camino, el panorama que le eratan familiar pero del cual habíaestado ausente durante varios meses:un cielo brillante y transparenteenmarcando el amplio Valle del

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Anáhuac, singular porción del mundoimpregnada de un vago eindescifrable misterio. En el centrode la enorme laguna que abarcababuena parte del valle, como surgidadel fondo de las aguas a resultas deun milagroso conjuro, la capitalazteca lucía en toda su indescriptiblebelleza y prodigiosa simetría.

El mensajero se disponía ainiciar el descenso hacia el interiordel valle, cuando observó unnumeroso grupo de viajeros que,marchando en dirección opuesta a lasuya, se aproximaban al sitio donde

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se encontraba. Deseoso de obtenerinformes sobre los sucesos ocurridosen la ciudad durante su ausencia,entabló conversación con losintegrantes de aquel grupo, entre loscuales había lo mismo sencilloscampesinos de ambos sexos que unelegante conjunto de danzantes ysacerdotes de muy distintos rangos.

Los viajeros informaron almensajero de la suerte corrida porlas tropas tenochcas en tierrastarascas, narrándole, asimismo, losacontecimientos a que había dadolugar en la Gran Tenochtítlan el

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conocimiento de tan lamentablesuceso; finalmente, concluyeronexponiéndole los motivos queguiaban sus pasos: se dirigían adiversas poblaciones para llevar aéstas un irrefutable testimonio decual era el espíritu que animaba enaquellos momentos al pueblo azteca.Para ello, proyectaban celebrar pordoquier lo mismo solemnesceremonias religiosas que alegresfestejos, todo con el evidentepropósito de dejar sentado, en formaclara, que el contratiempo sufrido nohabía afectado en lo más mínimo al

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auténtico soporte sobre el cual seasentaba el poderío del Imperio, osea la indomable voluntad del puebloazteca.

A su vez, los viajerosinterrogaron al mensajero sobre sumisión y el lugar donde la habíadesempeñado.

El interrogado respondió queretornaba tras de un largo recorridopor uno de los más apartadosrincones de la tierra -la lejana regiónhabitada por los mayas- y relatóalgunas de las extrañas costumbresque privaban por aquellos remotos

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contornos; sin embargo, se abstuvode revelar cualquier detalle sobre lacomisión que le fuera confiada, y trasde despedirse de sus interlocutores,reemprendió su camino con la vistafija en la meta final de su prolongadoviaje.

El mensaje del cual eraportador el agotado caminante no eraotro sino la respuesta a la solicitudde Tlacaélel de que le fueraentregada la parte faltante delCaracol Sagrado: el sacerdote mayaposeedor de la otra mitad delvenerado emblema se negaba a

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acceder a la petición del CihuacóatlAzteca.

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Capítulo XXI

LA OTRA CARA DE ME-XIHC-CO

Contrariamente a lo queimaginaban, el camino de retornodesde Michhuacan hasta la GranTenochtítlan no representó, para losintegrantes del abatido ejércitoazteca, un vergonzante y penoso

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trayecto. En cada una de laspoblaciones de importanciacomprendidas en su ruta lesesperaban afectuosos recibimientos,organizados por los contingentespopulares enviados para este findesde la capital azteca. Su entrada enla metrópoli constituyó todo unmemorable acontecimiento. Elpueblo se volcó a las calles paratributar a las tropas una calurosaacogida, manifestando en todomomento su firme determinación deproseguir adelante la labor deunificar al mundo entero con base a

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sus propios lineamientos.El mismo día de su llegada, el

Emperador Axayácatl fue objeto deun minucioso examen por parte delos más destacados médicos delImperio. El diagnóstico no dio lamenor esperanza de curación para elmonarca: el daño sufrido por sucerebro era irreversible y habría deacarrearle la muerte, aun cuando éstatardaría, posiblemente, varios mesesen producirse.

En reunión del Consejo Imperialconvocada por Tlacaélel, losdignatarios aztecas, en unión de sus

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aliados los reyes de Téxcoco yTlacopan, analizaron condetenimiento la forma como debíande actuar mientras se prolongase laagonía del Emperador. La idea deproceder a la designación de unnuevo monarca sin aguardar primerola muerte de Axayácatl ni siquierallegó a ser propuesta, pues en lamente de todos estaba que elloconstituiría una afrenta a la personadel valeroso y postrado gobernante.Así pues, se acordó que operase parael caso la regla que establecía que elCihuacóatl Imperial debía asumir

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provisionalmente las funciones delEmperador cuando éste se encontraseincapacitado de ejercer el mando porcualquier causa.

Una vez resuelto el problemarelativo a la continuidad de laautoridad, se discutió ampliamente laconducta a seguir respecto alproblema tarasco. Algunos de losintegrantes del Consejo opinaban quedebía emprenderse de inmediato unanueva guerra en contra de lospurépechas, destinando al efecto lamayor parte de las fuerzasdisponibles; por el contrario, otros

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consejeros juzgaban más convenienteaguardar algún tiempo antes dereiniciar las hostilidades, estimandoque debía procederse primero avalorar las experiencias extraídas dela reciente campaña, con miras adeterminar las causas que habíanoriginado el descalabro sufrido y laforma más conveniente de evitar uncontratiempo semejante en lo futuro.Tlacaélel coincidía plenamente coneste último criterio, mismo quefinalmente terminó por ser adoptadopor el Consejo.

Para sorpresa de todos los

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asistentes a la reunión, el Aztecaentre los Aztecas, tras de informarlesde la negativa recibida a su peticiónde que le fuera entregada la partefaltante del Caracol Sagrado,procedió a comunicarles sudeterminación de encaminarse cuantoantes a la región maya, con objeto deentrevistarse personalmente con elSumo Sacerdote que portaba la otramitad del Símbolo Sagrado y hacerlever que la condición señalada por elpropio Quetzalcóatl para dar términoa la separación de ambas porcionesdel emblema -o sea la previa

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consecución de la unidad del génerohumano- estaba ya próxima acumplirse, merced a la labor que coneste propósito venía desarrollando elImperio Azteca.

A pesar de que algunos de losintegrantes del Consejo arguyeronque consideraban aquel viaje muypoco oportuno, pues se desarrollaríajusto en los momentos en que comoconsecuencia de la postración delmonarca correspondería alCihuacóatl Imperial mantenercentralizadas en su persona todaclase de atribuciones, Tlacaélel

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replicó que su ausencia de la capitalen aquellas circunstanciasconstituiría, precisamente, la mejorprueba de la firme estabilidad queposeían desde tiempo atrás lasInstituciones Imperiales; por otraparte, les hizo ver la conveniencia deobtener la mitad faltante del CaracolSagrado, pues a su juicio, ello daríalugar a que los innumerablesseñoríos existentes en la región mayaaceptasen la hegemonía tenochca, sintener que llevar a cabo toda una largaserie de campañas militares paralograrlo.

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Finalmente, los mandatariosaztecas acordaron, por aprobaciónunánime, designar a Ahuízotlmiembro integrante del ConsejoImperial. Los relevantes méritos deladusto guerrero -puestosparticularmente de manifiesto durantela reciente contienda- recibían así elmás completo reconocimiento porparte de las principales autoridadesdel Imperio.

En la vida de los pueblosexisten épocas de excepcionalgrandeza alternadas con otras deacentuada decadencia. El pueblo

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maya había conocido ambas a travésde su prolongada existencia. En unremoto pasado toda el área mayahabía constituido el espacio dondefloreciera una de las más grandescivilizaciones que hayan existidojamás sobre la tierra. Ciudadessagradas, articuladas en tal formaque cada una de ellas reproducíamediante rigurosos simbolismos unadeterminada porción del cosmos,eran habitadas por sociedades en lasque predominaba la más elevadaespiritualidad y el más exquisitorefinamiento. Sabios sacerdotes,

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profundos conocedores de las leyesque rigen la vida de los astros y delos hombres, gobernaban con aciertoa una próspera y laboriosapoblación, poseedora de unasombroso porcentaje de excelentesartistas.

Tras de un largo periodo deprodigioso esplendor, el ciclo vitalinherente a todas las civilizacionesse había cumplido fatalmente en ladesarrollada por los mayas: ladecadencia y la muerte sobrevinierondespoblando ciudades y dispersandoa sus habitantes. Domeñada durante

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siglos, la selva cobró su desquite,sepultando templos y palacios bajoun manto de impenetrable verdor.

La llegada de Ce AcatlTopiltzin Quetzalcóatl, el desterradoEmperador Tolteca, habíadespertado a los mayas de suprolongado letargo. Al impulso deaquella superior personalidad tuvolugar un sorprendente renacimiento.Los sabios reanudaron susinterrumpidas observaciones de loscuerpos celestes. Se repoblaronalgunas de las antiguas ciudades y seerigieron otras nuevas, aplicando en

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ellas los estilos de construcciónllegados del Anáhuac. Una febrilactividad se generó en toda el áreamaya dando origen a las másvariadas realizaciones, y si bienéstas no alcanzaron el grado deperfección logrado en el pasado, nopor ello dejaron de constituiradmirables ejemplos del quehacerhumano.

Una vez más, el inexorabledevenir del tiempo trajo consigo unnuevo ocaso al mundo de los mayas.Desgarradas por luchas incesantes aresultas de cambiantes alianzas, las

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ciudades fueron declinando yperdiendo su vigor, hasta quedarsemivacías y ruinosas. Caciquesambiciosos y despóticos tiranizabana una población que, si biencontinuaba siendo altamentenumerosa, se encontrabaempobrecida y dispersa.

Esta era, pues, la situaciónprevaleciente en la lejana regiónhacia la que se encaminabaTlacaélel.

La comitiva de Tlacaélel,integrada solamente por un escasonúmero de sirvientes y una escolta

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comandada por Tízoc, atravesóbuena parte de los extensosterritorios pertenecientes al Imperio,para luego adentrarse en la extensacomarca de imprecisos contornospoblada por los mayas. El Aztecaentre los Aztecas no había aceptadoser llevado en andas y realizaba apie las diarias y agotadoras jornadas.Resultaba evidente que a pesar de loavanzado de su edad, su organismocontinuaba poseyendo una increíblefortaleza.

Aun cuando la marcha de lacomitiva estaba desprovista de toda

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ostentación, la presencia deTlacaélel por vez primera enaquellos lugares no sólo no podíapasar desapercibida, sino que motivóde inmediato una gran conmociónentre todos los habitantes de laregión, suscitándose entre éstos lasmás variadas interpretacionesrespecto a los propósitos que habíadetrás de aquel viaje.

Para los codiciosos eincompetentes caciques que tantoabundaban en las tierras mayas,aquella visita inesperada sólo podíatener como objetivo indagar quiénes,

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de entre ellos, estaban dispuestos asometerse a la hegemonía imperial yquiénes pretendían ofrecerresistencia a la expansión azteca.Poseídos por el pánico y deseosos desalvar cuanto fuera posible de susventajas y privilegios, loscomponentes de las clasesgobernantes -pasando por alto lassonrisas burlonas del pueblo- seapresuraron a patentizar ante elCihuacóatl Azteca su servil voluntadde sometimiento al poderío tenochca.Muy pronto, Tlacaélel vioentorpecido su avance a causa de las

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múltiples muestras de respeto yacatamiento de que era objeto, tantopor parte de los gobernantes queregían los señoríos por los quetransitaba, como por numerosascomisiones que, encabezadas por loscaciques más prominentes, acudíandesde todos los puntos con idénticopropósito.

El viaje de Tlacaélel parecíadestinado a convertirse en unrecorrido triunfal que traería consigola conquista pacífica de todos losterritorios habitados por los mayas;sin embargo, a veces ocurre que aun

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en sus etapas de mayor decadencia,los pueblos que han tenido un pasadograndioso, al verse enfrentados a unagrave crisis, reciben en alguna formamisteriosa e inexplicable una ayudasalvadora proveniente de supoderosa alma de antaño.

Tlacaélel lo ignoraba, pero elespíritu de los antiguos mayas quevivieran en aquella misma regiónmuchos siglos atrás -sacerdotesastrónomos, valientes guerreros,geniales artistas- no estaba dispuestoa entregar a un intruso su sagradosuelo y encontraría muy pronto la

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forma de poder acudir en su defensa.Al igual que todas las mañanas

desde que traspusieran las fronterasdel Imperio, Tízoc no aguardó lallegada del alba para reiniciar lamarcha. En unión de algunossoldados y de uno de los guías mayasque acompañaban a la comitiva, eljoven guerrero se adelantó al restode sus compañeros, con objeto deasegurarse sobre la ausencia decualquier peligro y de formarse unaidea de las condiciones del caminoque habrían de recorrer en la jornadaque se iniciaba.

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Los viajeros se encontraban enun paraje situado en plena selva.Hacía ya varios días que no hallabana su paso ninguna población deimportancia, tan sólo pequeños yaislados conjuntos de chozas, cuyosmoradores tenían a su cargo impedira la exuberante vegetación devorar elangosto camino por dondetransitaban, pues éste resultaba vitalpara los comerciantes que circulabanpor él transportando toda clase demercancías.

Aún no llevaban andado unlargo trecho, cuando Tízoc observó,

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iluminados por los primeros rayosdel amanecer, los restos sepultadosentre la maleza de una construcciónsituada a escasa distancia delcamino. Al preguntarle al guía sobreaquella edificación, éste respondióindiferente que la selva ocultaba pordoquier ruinas de antiguas ciudades.Curioso por naturaleza, Tízocdecidió examinar de cerca el lugar, eintroduciéndose por entre lassinuosas lianas y los apretadosarbustos, llegó hasta la derruidaconstrucción. Un extraño silencioimperaba en el ambiente, como si las

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aves y demás habitantes de la selvasintiesen un respetuoso temor haciaaquel sitio y hubiesen optado por noperturbar con sus ruidos la singularquietud que ahí prevalecía.

La construcción que llamara laatención de Tízoc formaba parte deun vasto conjunto de edificioscubiertos por la vegetación. Lasplantas habían infiltrado sus ramas yraíces por todos los resquicios,abrazando los muros e inundando lashabitaciones. La humedad y el mohopenetraban en las piedras a tal grado,que éstas más que minerales

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semejaban vegetales de insólitasformas.

Aun cuando a lo largo de surecorrido por territorio maya no eraésta la primera ocasión que surgíanante su vista restos de ciudadesabandonadas, Tízoc comprendió deinmediato que contemplaba losvestigios de una ciudad del tododiferente a cuantas habían venidoencontrando en su camino. Hastaaquel momento, todas las grandesconstrucciones en ruinas por las quecruzaran poseían el inconfundibleestilo arquitectónico desarrollado

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por los toltecas y, por ende,resultaban altamente familiares paralos aztecas; por el contrario, aquellosedificios semisumergidos entre unmar de verdura eran fascinantementeextraños y diferentes.

Durante largo rato Tízoc vagósolitario por entre las ruinas,escurriéndose a través de la cerradavegetación que las aprisionaba.Majestuosas pirámides, edificios decorredores largos y estrechos,santuarios coronados por crestas demultiforme diseño, y enormesestelas, conteniendo desconocidos

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jeroglíficos y la representación deelegantes y hieráticos personajes,fueron desfilando lentamente ante laasombrada mirada del guerreroazteca.

Ensimismado en susdescubrimientos, Tízoc perdió lanoción del tiempo; cuando retornó alsitio donde dejara a sus compañerosde avanzada era ya cerca delmediodía y le aguardaban no sóloéstos, sino todos los integrantes de lacomitiva azteca. Tlacaélel no riñó alguerrero por tan patenteincumplimiento a sus deberes de

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comandante, sino que se limitó amanifestarle, con irónico acento, quecuando se encontrase desempeñandouna misión no debía entretenersecazando mariposillas.

1Acostumbrado a ser siempre el

autor de las bromas y no el sujetopasivo de las mismas, Tízocmanifestó de momento un grandesconcierto y enrojeció en medio delas francas risotadas de sus soldados,pero luego, recobrando su habitualjovialidad, estalló también en alegres

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carcajadas.Una vez concluido el momento

de regocijo, Tízoc informó aTlacaélel respecto a las extrañasconstrucciones que encontrara en laselva. Intrigado, el Azteca entre losAztecas decidió investigarpersonalmente aquel sitio yacompañado del propio comandantede su escolta y de algunos guerrerosmás -que intentaban con grandesesfuerzos abrirle un angosto paso através del tupido follaje- se internóentre la maleza, llegando en pocotiempo hasta los derruidos edificios.

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Tlacaélel observó con profundointerés el vasto conjunto demonumentos inmersos en lavegetación. A pesar de que sólo eravisible una mínima parte de losmismos, resultaba más que suficientepara poder apreciar el derroche desabiduría y refinamiento que habíanplasmado en aquellos edificios susdesconocidos constructores.

Guiado por su penetranteintuición, Tlacaélel se encaminó enderechura hacia un pequeño santuarioque se alzaba sobre una angosta yelevada pirámide, pues presentía que

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era aquel templo el que habíaconstituido el motivo fundamental dela existencia de toda la ciudad.

Ayudado por Tízoc, Tlacaélelascendió el empinado montículo deramajes y piedras en que estabaconvertida la pirámide. Una estrechaabertura le condujo al recinto quecoronaba el edificio. En su interior,húmedo y vacío, existía únicamenteun enorme bajorrelieve labrado enpiedra caliza que abarcabaíntegramente el muro central delsantuario. Gruesas capas de musgoocultaban la mayor parte del

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bajorrelieve, por lo que Tlacaélel yTízoc procedieron a limpiarlo consumo cuidado. Al hacerlo, fueronapareciendo lentamente una granvariedad de jeroglíficos, cuyostrazos resultaban claramente visiblesa pesar de su evidente antigüedad.

Tlacaélel comprendió que habíarealizado un hallazgo de singularimportancia y tomó la determinaciónde interrumpir su viaje durante eltiempo que fuera necesario paralograr develar el secreto de aquellasinscripciones. Así pues, mientras elresto de los tenochcas procedía a

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instalar un campamento al pie de lapirámide, el Azteca entre los Aztecasempezó a utilizar todos susconocimientos sobre simbología enla ardua labor de descifrar aquelperdido mensaje del pasado.

Durante varias semanas,mientras en el exterior llovía sincesar la mayor parte del tiempo,Tlacaélel permaneció en el derruidosantuario, entregado sin descanso asu paciente tarea. A su lado,auxiliándolo en todo lo que le eraposible, se hallaba siempre Tízoc,quien merced a sus regulares dotes

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para el ejercicio de las artes, ibalogrando reproducir en un códice unoa uno de los complicadosjeroglíficos.

En la misma forma que habíaocurrido muchos años atrás en lacaverna que ocultaba el secreto de laadormecida Aztlán, el descifrado delos signos encontrados en el recintomaya fue dando lentamente aTlacaélel no el simple contenido deun relato, sino la comprensión detoda una profunda cosmovisión, pueslo que el Azteca entre los Aztecastenía ante los ojos era, nada menos,

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que una pormenorizada exposiciónde las diferentes influencias que loscuerpos celestes ejercen sobre latotalidad de ese particular territorioque constituye Me-xíhc-co.

El rasgo esencial de Me-xíhc-co-su excepcional fertilidad para elracimiento y desarrollo de las másaltas culturas- aparecía subrayadouna y otra vez a lo largo delbajorrelieve. En igual forma, seponía de manifiesto la importanciaque para el apropiado desempeñodel rasgo esencial tenía el lograr unaadecuada armonización de los

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diferentes grupos humanos quehabitan en su suelo, pues éstos nuncahan constituido una entidad uniformey homogénea, sino por el contrario,han sido siempre un vasto ymultifacético conjunto, producto dela interacción de encontradasenergías representadas por una grandiversidad de pueblos poseedores demuy distintas peculiaridades y,solamente cuando todas y cada unade estas diferentes energías logranmanifestarse en perfectaconsonancia, resulta posible llevar acabo la difícil y elevada misión que

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a Me-xíhc-co le es propia: la de darorigen a nuevas y grandiosasculturas.

En virtud de que el tiempoanalizado desde una perspectivacósmica no constituye algo sucesivosino simultáneo, el mensajecontenido en el bajorrelieve no sóloproporcionaba una cabalcomprensión de las característicasinmutables de Me-xíhc-co, sinotambién una clara visión de supasado, presente y futuro. Lasinfluencias celestes que habíanpermitido el desarrollo de edades

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inmemoriales, en las cuales elpredominio de] espíritu constituía lanota permanente de los sereshumanos y no algo puramente latentey balbuceante, aparecían expuestascon toda claridad. Asimismo,figuraba también un análisisdetallado de las energías cósmicaspredominantes durante las épocasoscuras, en que la humanidad sehabía precipitado al abismodesapareciendo incluso en variasocasiones de la faz de la tierra. Acontinuación, se representaba elmapa celeste correspondiente a la

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última edad, durante la cual habíanflorecido en Me-xíhcco las diferentesculturas de las que todavía seconservaba memoria, si bien muchasde ellas eran tan remotas, que apenassi subsistían algunas vagas noticiasde su existencia.

Tlacaélel prestó especialatención a la parte del bajorrelievereferente al futuro que se avecinaba.Era evidente que estaba próximo untiempo en el que harían su apariciónfuerzas desconocidas que acarrearíanuna tremenda conmoción, a tal grado,que la sobrevivencia misma de la

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invaluable herencia de Me-xíhc-coestaría en juego y en inminentepeligro de perderse para siempre.

Profundamente preocupado antelo que observaba en aquelantiquísimo bajorrelieve, el Aztecaentre los Aztecas continuódescifrando su contenido. Losjeroglíficos dejaban ver una posiblesolución tendiente a superar elpeligro que se aproximaba.

Como consecuencia de. laestrecha interrelación existente entretodos los seres que pueblan elCosmos, las acciones de los astros y

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de los seres humanos se entrelazan yrepercuten entre sí, convirtiéndose ennecesarios los unos a los otros. Elconocimiento de esta verdadfundamental había sido la causa quediera origen a la creación delImperio Azteca, sin embargo, ahoraTlacaélel comprendía -a través de lalectura del pétreo mensaje- que latarea de coadyuvar al crecimientodel Universo jamás sería logradamediante el simple recurso de extraercorazones a un creciente número devíctimas, era necesario algo muchomás profundo y trascendente: un

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sacrificio interior -voluntario yconsciente- que propiciase unaauténtica elevación espiritual de lanaturaleza humana. Y de la adecuadarealización de esta elevada misióndependía, precisamente, el que Me-xíhc-co lograse preservar supreciada herencia a pesar de losbruscos cambios de influenciascelestes que próximamente habríande producirse.

Agotado por el esfuerzorealizado, Tlacaélel detuvo por unosmomentos su labor, para procederdespués al desciframiento del último

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jeroglífico contenido en elbajorrelieve. El signo aludía a unlejano futuro, a una época aúndistante que tardaría varios siglos enmaterializarse. Todo auguraba lasmás favorables condiciones paraaquellos tiempos. Tal y comoocurriera tantas veces en el pasado,las influencias celestes seconjugarían de nuevo para coadyuvaral nacimiento y desarrollo en Me-xíhc-co de una vigorosa cultura.

Tlacaélel se sintió mástranquilo ante los buenos presagiosdel último jeroglífico, pero no por

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ello podía dejar de preguntarse si lasagrada herencia de Mexíhc-colograría subsistir hasta el día en quelas condiciones cósmicas tornasen aser favorables o si, por el contrario,desaparecería a resultas de la gravecrisis que se avecinaba. El Aztecaentre los Aztecas concluyó que larespuesta a esta trascendentalinterrogante era del todoimpredecible. Los astros, en suincesante transitar por los cielos,iban propiciando todo género deinfluencias sobre la tierra, pero eranlos seres humanos quienes, mediante

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su conducta, determinaban en últimainstancia el resultado de losacontecimientos. Así pues, tododependía de la actitud que antecuestión tan vital asumiesen loshabitantes de Me-xíhc-co, tanto losque lo poblaban en aquellosmomentos, como los integrantes delas futuras generaciones.

Firmemente decidido aconsagrar hasta el último instante desu existencia a la tarea dereorganizar el Imperio, de forma queestuviera preparado para hacer frentea las difíciles pruebas que le

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aguardaban, Tlacaélel comenzó aplanear -desde aquel derruidosantuario enclavado en medio de laselva- algunas de las numerosasreformas que para este fin tendríanque efectuarse lo antes posible Enprimer término, había que proceder ala suspensión de los sacrificioshumanos. Asimismo, eraindispensable un cambio radical enel sistema de gobierno, pues debíareemplazarse el forzado y aplastantecentralismo por un sistema dealianzas, que sin destruir la unidaddel Imperio, permitiese a los

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distintos pueblos que lo constituíandesarrollar libremente su propiodestino.

Dando por concluida su estanciaen aquel olvidado paraje que tantassorpresas le había deparado,Tlacaélel dio instrucciones a Tízocpara que organizara la reanudaciónde la marcha al amanecer del díasiguiente.

Conforme la comitiva aztecaproseguía su avance fueproduciéndose una lenta, perofácilmente perceptible,transformación del paisaje. La selva,

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tras de perder su prodigiosaexuberancia, terminó portransformarse en matorralesenmarañados y espinosos, para luegodar lugar a una extensa y resecaplanicie, en donde la única aguaexistente se encontraba depositada enprofundas cavidades subterráneas.

Cansados y sudorosos, lostenochcas llegaron finalmente altérmino de su viaje: unainsignificante aldea de apenas unadocena de chozas, donde habitaba NaPuc Tun, el Sumo Sacerdote Mayaque tenía bajo su custodia una de las

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dos partes que integraban elEmblema Sagrado de Quetzalcóatl.

El encuentro del Maya y elAzteca estuvo exento de solemnidad.Después de intercambiar algunasbreves frases de cortesía a través delos intérpretes que acompañaban alos tenochcas, ambos personajes sedieron a la tarea de hacer frente a losprosaicos, pero ineludiblesproblemas, que creaba la presenciade los recién llegados en aquellapequeña población.

Así pues, mientras la mayorparte de los aztecas en unión de los

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habitantes de la aldea se dedicaban atoda prisa a levantar alberguesprovisionales donde guarecerse, elresto de sus compañeros seencaminaba a una población másgrande, a medio día de marcha, conobjeto de adquirir en ella suficientessubsistencias para toda la comitiva.

En cuanto se terminó laconstrucción de la choza en dondetendrían lugar las pláticas entre losdos dignatarios, éstos se trasladarona ella acompañados tan sólo de unintérprete y de sus respectivosayudantes: Tízoc y un joven maya de

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inteligente y escrutadora mirada.Na Puc Tun, el supremo

representante de todas lasorganizaciones religiosas existentesen los territorios mayas, era un sujetode baja estatura y regularcomplexión, dotado de largos brazosrematados por manos que parecíanlas garras de un jaguar. Su rostro -surcado de incontables arrugas-evidenciaba una poderosa voluntad ala par que una infinita tristeza. Entorno de su figura parecía flotar unindefinible ambiente de insondableantigüedad, a grado tal que, a pesar

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de ser varios años menor queTlacaélel, representaba una edadmucho mayor que éste.

La presencia del SumoSacerdote Maya hacía evocar decontinuo en Tlacaélel el recuerdo deCenteotl.

2 Sin que existiera entre ambospersonajes ninguna semejanza en loexterior, se daban entre ellosprofundas similitudes que convertíansus respectivas existencias en vidasdel todo paralelas. Guardianes de losmás valiosos secretos de un pasado

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desaparecido, ambos habían sabidodesempeñar fielmente su misión, auna sabiendas de que no vivirían losuficiente para contemplar la llegadade mejores tiempos. Altivos yorgullosos, habían permanecidoaislados e indiferentes a todo cuantosu propia época podía ofrecerles,despreciando los honores y riquezasque con propósitos mezquinosintentaban poner bajo sus pies losmediocres gobernantes en turno.

Desde el inicio mismo de laspláticas, tanto el Cihuacóatl Aztecacomo el Sumo Sacerdote Maya

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comprendieron que no les resultaríadifícil llegar a un acuerdo, puesposeían criterios bastante afinessobre las cuestiones que abordaban.Tlacaélel comenzó la entrevistamostrando a su interlocutor el códicerecién elaborado por Tízoc, en el quese reproducían todos y cada uno delos jeroglíficos hallados en elderruido santuario de la selva. NaPuc Tun manifestó que conocía muybien toda aquella información. A sujuicio, los graves peligros que endichos jeroglíficos se anunciabanestaban íntimamente relacionados

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con el retorno de Kukulkán,

3 acontecimiento largamenteesperado pero poco comprendido,pues para que tuviese lugar no eranecesario el regreso físico de dichopersonaje -lo que no obstantetambién podría ocurrir- sinofundamentalmente que se operase uncambio en las influencias cósmicasque imperaban sobre Me-xíhc-co, ental forma que las energíasrepresentadas por el cuerpo celesteal que los Aztecas habíanidentificado con su máxima deidad -

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Huitzilopóchtli- dejasen depredominar y lo hiciesen en cambiolas provenientes del astro cuyonombre había sido dado aldesterrado emperador tolteca.

4A continuación, el sacerdote

maya expuso una posibilidaddesconcertante: existían tal vez sobrela tierra ignotas y apartadas regioneshabitadas por desconocidospobladores, pues de cuando encuando llegaban a manos de loscomerciantes mayas extraños objetos

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no elaborados por ninguna de lasagrupaciones humanas de que setenía noticia. Al indagar sobre elorigen de aquellos objetos se obteníasiempre idéntica respuesta:provenían del sur, de más allá de lasselvas impenetrables, de algún sitioremotamente lejano, en donde,quizás, existían también enormesciudades y poderosos reinos.

Asimismo, Na Puc Tun relató aTlacaélel varias antiguas leyendasmayas, en las que se aludía a laexistencia de pueblos de extrañascostumbres que moraban allende los

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mares, en territorios situados adistancias que no alcanzaban a serconcebidas ni por la imaginaciónmás audaz. Sin embargo -prosiguióafirmando el envejecido sacerdotemaya- tal vez no estaba lejano el díaen que se produciría el arribo de loshabitantes de aquellas regiones, bienfuera de los que vivían más allá delas selvas, o de los que quizáhabitaban al otro lado de los mares,cuando esto ocurriera, la naturalincomprensión de aquellos sereshacia todo lo que Me-xíhc-co era yrepresentaba constituiría, muy

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posiblemente, la forma como habríade materializarse el peligro que seavecinaba.

Tlacaélel preguntó a Na PucTun cuál estimaba que podría ser lamejor forma de hacer frente al graveriesgo que les amenazaba, a lo queeste contestó que la respuesta estabadada por los propios jeroglíficos quele habían mostrado: era precisoiniciar un movimiento tendiente alograr una profunda ascésispurificadera, llevar a cabo ungigantesco sacrificio colectivo decarácter espiritual, en tal forma que

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la población estuviese en posibilidadno sólo de adaptarse al cambio deinfluencias cósmicas que habrían desobrevenir, sino incluso de poderparticipar, activamente, en elarmónico desarrollo de dichasinfluencias.

El Azteca entre los Aztecasexpresó que aquéllas eranprecisamente las conclusiones a lasque había llegado tras haber logradodescifrar el mensaje contenido en elantiguo templo maya y que, en cuantoregresara a la capital del Imperio,iniciaría la tarea de convertir en

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realidad dichos propósitos.Na Puc Tun permaneció largo

rato en silencio, sumido al parecer enprofundas cavilaciones;posteriórmente, con voz cuyo graveacento evidenciaba la trascendenciade la determinación que acababa detomar, manifestó que en vista de laposición adoptada por Tlacaélel,estaba dispuesto a cambiar suresolución anterior y hacerle entregade la parte del Emblema Sagrado dela cual era custodio, puesconsideraba que el CihuacóatlAzteca contaba con mejores

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posibilidades que él para intentarcumplir la difícil misión que enaquellos momentos exigían los astrosde los seres humanos.

Después de pronunciar aquellaspalabras, Na Puc Tun concluyóseñalando que consideraba alsantuario donde el propio Kukulkánhabía hecho depositario a unsacerdote maya de la mitad delCaracol Sagrado como el lugar másapropiado para efectuar la ceremoniacon la cual se pondría término,finalmente, al largo período en quehabía subsistido la separación de las

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dos partes del venerado emblema.Así pues, si el Cihuacóatl Imperialestaba de acuerdo, al día siguientepodrían emprender el viaje hacia lasagrada ciudad de Uxmal.

Tlacaélel asintió,profundamente conmovido ante laevidente grandeza de espíritu delsacerdote maya.

Guiado por Na Puc Tun,Tlacaélel realizó un recorrido porentre los conjuntos de edificios queintegraban el corazón de la en otrostiempos floreciente Ciudad deUxmal. Las construcciones se

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encontraban abandonadas y ruinosas,pues la ciudad se hallabaprácticamente deshabitada y susescasos moradores preferían vivir enlas afueras; sin embargo, todavíaresultaba fácilmente apreciable, encualquiera de aquellas derruidasconstrucciones, el selloinconfundible de máximoperfeccionamiento que los antiguosmayas habían sabido imprimir atodas sus obras.

Fascinado ante aquel fastuosoespectáculo, Tlacaélel recorrió una yotra vez los alargados edificios

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ordenados en forma de cuadrángulos,admirando la riqueza ornamental desu decorado a base de columnillas,mascarones, grecas y celosías. Todala ciudad era un modelo dearmoniosa simetría y de unaequilibrada integración de elementosarquitectónicos y escultóricos.

Finalmente, Tlacaélel se detuvoa contemplar durante largo rato lapirámide en cuya cúspide tendríalugar, al día siguiente, la ceremoniade reunificación del EmblemaSagrado. Se trataba de unaconstrucción gigantesca, a un mismo

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tiempo monumental y refinada, queconstituía sin lugar a dudas laedificación de mayor altura en todala ciudad.

La historia de aquella pirámide-explicó Na Puc Tun- abarcabaincontables siglos. A través deltiempo, el edificio había sido objetode múltiples modificaciones,tendientes todas ellas a mantenerloen consonancia con las siemprecambiantes energías provenientes delcosmos. El pequeño santuario que sealzaba en lo alto de la pirámide era,comparativamente, de reciente

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construcción. Lo habían edificado lostoltecas para efectuar ahí laceremonia en que Kukulkán se habíadespojado del último vestigio que lerestaba de su imperial investidura.

El sol se encontrabaexactamente a la mitad de su diariorecorrido de la bóveda celeste,cuando el largo y complicado ritualiniciado desde el amanecer llegó a sumomento culminante. Actuando alunísono, Tlacaélel y Na Puc Tunfueron aproximando lentamente susrespectivas mitades del pequeñocaracol -colocado sobre una

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plataforma de piedra- hasta que losfinos rebordes de oro, elaboradospor los artífices de Chololan en losvértices de ambas partes, quedaronengarzados con perfectasincronización. Acto seguido, elsacerdote maya introdujo en lasdelgadas argollas incrustadas en elemblema las dos cadenas de oro delas que hasta entonces habíanpendido las separadas mitades, ylevantando las cadenas con supreciada carga, las mantuvooscilando durante un buen rato frenteal rostro sereno e impasible de

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Tlacaélel, después, colocó sobre elpecho del Azteca entre los Aztecas elunificado emblema.

Al pie de la pirámide, losintegrantes de la comitiva azteca enunión de media docena de sacerdotesmayas y de algunos cuantoscampesinos de la región observaban,intensamente emocionados, eldesarrollo de tan trascendentalceremonia.

Una vez cumplido el propósitoque les llevara a la región maya, lostenochcas iniciaron de inmediato elviaje de retorno rumbo a la capital

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azteca.Avanzando lo más rápidamente

posible, la comitiva fue desandandolos extensos territorios que leseparaban de su lugar de origen. Trasde cruzar la casi desértica planicie,los aztecas se introdujeron en la zonaselvática, pasando de nuevo -sindetenerse- a escasa distancia de laolvidada ciudad en cuyo santuarioencontraran el bajorrelieve con surevelador mensaje.

Al dejar atrás las tierrashabitadas por los mayas, Tlacaélelcomunicó a Tízoc la impresión que le

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había dejado el conocimiento directode aquella región y de suspobladores: todo aquello constituíala otra cara de Me-xíhc-co, el otrolado de un rostro a un mismo tiemposemejante y distinto.

Tlacaélel y sus acompañantes seencontraban ya tan sólo a ocho díasde marcha de la Gran Tenochtítlan,cuando llegó hasta ellos una tristenoticia: el Emperador Axayácatlhabía sucumbido finalmente a sularga agonía.

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Capítulo XXII

CUAUHTEMOC

En el año dos casa elEmperador Axayácatl dejó de existir.A pesar de no poseer unapersonalidad de tan excepcionalesrelieves como la de MoctezumaIIhuicamina, su ilustre antecesor,había sabido ganarse el respeto y

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cariño de todos sus subditos, merceda su arrojada valentía y a suincesante laborar en pro delengrandecimiento del Imperio.Durante los trece años de sugobierno habían tenido lugarmúltiples e importantesacontecimientos: considerableexpansión de las fronteras tenochcas;desprestigio, muerte y reivindicaciónde Citlalmina; frustrada intentona deadueñarse del poder llevada a cabopor un puñado de mercaderesambiciosos y de militares desleales;y finalmente, el primer descalabro de

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las hasta entonces invencibles tropasaztecas.

Concluidas las honras fúnebres,tuvo lugar la reunión del ConsejoImperial que habría de designar alnuevo monarca. La totalidad de lapoblación vio aquella reunión comoun simple requisito formal, puestodos daban por seguro que Ahuízotl-sin lugar a dudas la figura en esosmomentos más sobresaliente delImperio después de Tlacaélel- seríaquien asumiese las insignias demando que en otros tiemposostentaran los Emperadores Toltecas.

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En su calidad de Cihuacóatlcorrespondía a Tlacaélel enunciar enprimer término, ante los restantesmiembros del Consejo, el nombre dela persona que a su juicio seencontraba mejor capacitada paraejercer las funciones de Emperador.En las dos designaciones anterioreslas propuestas hechas por Tlacaélelhabían sido unánimemente aceptadas,y si en aquellas pasadas reuniones sehabían suscitado diferencias deopinión, se debía tan sólo a lainsistente petición formulada por los

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dignatarios tenochcas, en el sentidode que fuese el propio Azteca entrelos Aztecas quien pasase a ocupar elcargo de Emperador, solicitudinvariablemente rechazada porTlacaélel en forma categórica, porconsiderar que ello conduciría a unaconcentración de poder que antiguasexperiencias desaconsejaban.

En esta ocasión, antes de hacermención de algún nombre enespecial, Tlacaélel trazó unpanorama general de la situaciónprevaleciente en el Imperio,añadiendo que se aproximaba una

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época que habría de requerir deprofundas reformas, tanto en lamentalidad como en la organizaciónde la sociedad azteca. Acto seguido,sin haber especificado en ningúnmomento cuáles podrían ser lasposibles reformas a las que estabaaludiendo, afirmó que en vista de lasnuevas necesidades a las que elfuturo Emperador habría de hacerfrente, la designación para dichocargo debería recaer en una personaposeedora de un espírituparticularmente innovador ypropenso al cambio. Tlacaélel

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concluyó su exposición revelando elnombre de aquel a quien considerabamás apropiado, en vista de lascircunstancias, para ocupar el altocargo de Emperador: Tízoc.

Al escuchar el nombrepronunciado por Tlacaélel unaexpresión del más completo asombrose dibujó en los rostros de susinterlocutores. Con la excepción deAhuízotl -cuyas duras eimpenetrables faccionespermanecieron tan inescrutablescomo de costumbre- los demásintegrantes del Consejo Imperial no

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pudieron impedir que la sorpresaasomase a sus semblantes yenmudeciese sus voces.

Después de unos momentos deprofundo y embarazoso silencio,Ahuizotl tomó la palabra. Con firmey reposado acento pronunció unbreve discurso, exaltando la atinadavisión que caracterizara siempre aTlacaélel para encontrar lassoluciones más adecuadas a losproblemas que afectaban al Imperio.Debía, por tanto, acatarse supropuesta con la segura convicciónde que ésta sería acertada.

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Si bien los integrantes delConsejo no lograban superar elasombro que les causaba taninesperada proposición, el enormerespeto que les inspiraba lapersonalidad del Azteca entre losAztecas y la actitud asumida porAhuízotl de apoyarincondicionalmente la resolución deTlacaélel, terminaron porconvencerles de que no tenía yaningún sentido intentar llevaradelante sus propósitos iniciales deentronizar a Ahuízotl. Así pues, convoces que no denotaban una gran

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convicción, uno a uno fueronaprobando la designación de Tízoccomo nuevo monarca del Imperio.

La reacción de Tízoc al tenerconocimiento de lo acordado por elConsejo fue primero de una francaincredulidad, y posteriormente, de unsincero rechazo a su designacióncomo Emperador, pues no seconsideraba merecedor de tanelevada dignidad.

Durante el transcurso de unalarga entrevista con el jovenguerrero, Tlacaélel expuso a éste lasrazones que explicaban su

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designación, o sea lastrascendentales reformas que seproponía realizar y las cualesrequerían de una nueva mentalidad alfrente del gobierno. Tízoc quedógratamente sorprendido al escucharlos planes del Portador del EmblemaSagrado, sin embargo, expresó denueva cuenta sus dudas respecto a supropia capacidad para el desempeñode la difícil misión que Tlacaélelesperaba de él, y pidió tres días deplazo antes de dar a conocer suresolución definitiva.

Concluido el plazo, Tízoc

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acudió ante Tlacaélel paramanifestarle su aceptación al cargode Emperador, así como su firmedeterminación de coadyuvar contodas sus fuerzas, desde su futura eimportante posición, a la realizaciónde los objetivos señalados por elHeredero de Quetzalcóatl.

Tal y como era costumbre, laentronización del nuevo monarcaazteca constituyó un memorableacontecimiento, que congregó en laGran Tenochtítlan a personalidadesprovenientes de las cuatrodireccionalidades del mundo

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conocido. Lujosos séquitos degrandes señores de apartadosconfines, figuraban al lado demodestas representaciones llegadasde lugares igualmente distantes.

La ceremonia de coronaciónalcanzó su momento culminantecuando Tlacaélel, una vez cumplidastodas las distintas etapas delcomplicado ritual, hizo entrega aTízoc de los emblemas que leconvertían en el legítimo sucesor delantiguo Imperio de los Toltecas.

Tlacaélel y Tízoc comprendíanmuy bien las enormes dificultades a

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que habrían de enfrentarse parallevar adelante sus proyectadasreformas -particularmente la relativaa la supresión de los sacrificioshumanos-, razón por la cual, sedieron a la tarea de planear con tododetenimiento cada uno de losdistintos pasos encaminados a larealización de sus propósitos.

El Azteca entre los Aztecasestimaba que en virtud de laimportancia de los acontecimientosque se avecinaban, procedíaconvocar a una reunión de todos losdirigentes de las organizaciones

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religioso-culturales de que se teníanoticia, con miras a la celebración deuna asamblea semejante a la quetuviera lugar tiempo atrás, cuandoapenas se iniciaba la labor deestructurar los cimientos sobre loscuales se había edificado el ImperioAzteca.

Una reunión de esta índole -pensaba Tlacaélel- permitiríacomenzar a crear una claraconciencia de los cambios que seestaban operando en el cosmos, asícomo de la ineludible necesidad deadoptar las medidas apropiadas para

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adecuar la actuación de los sereshumanos a las nuevas condicionesexistentes en los cielos.

Considerando que lo másprudente, antes de llevar a cabo unaasamblea de tanta trascendencia, eralograr una cierta unificación decriterio del pueblo y el gobiernoaztecas, Tlacaélel y Tízoc decidierondar a conocer sus propósitos enforma paulatina y escalonada, estoes, exponerlos primero a losintegrantes del Consejo Imperial,posteriormente a los miembros de laOrden de Caballeros Águilas y

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Caballeros Tigres, y finalmente, antetodo el pueblo tenochca.

Tras de penetrar en el vastoconjunto de lujosos edificios y debien cuidados jardines queintegraban el Tecpancalli, Ahuízotlse encaminó en línea recta rumbo a laamplia estancia donde tenían lugarlas reuniones del Consejo Imperial.Al cruzar el gran patio enlosadosituado a la entrada del salón, dioalcance a Tlacaélel, que se dirigíacon pausado andar hacia el mismositio. El Cihuacóatl Imperial saludócon amable acento al adusto guerrero

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y procedió a preguntarle sobre elestado que guardaba la salud de suesposa. Tiyacapantzin, la bella einteligente mujer de Ahuízotl, seencontraba en la etapa final de unembarazo que desde el principiohabía sido motivo de gravesdolencias. Las parteras que laatendían presagiaban un fataldesenlace tanto para ella como parala criatura, y sus pesimistaspredicciones parecían estar a puntode cumplirse, pues Tiyacapantzinvenía empeorando a ojos vistasconforme se aproximaba el momento

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del alumbramiento.Ahuízotl respondió que su

esposa no había tenido ningunamejoría y agradeció la preocupaciónque por ella manifestaba Tlacaélel.Ambos personajes entraron juntos alrecinto donde habría de celebrarse lareunión, y después de saludar a losintegrantes del Consejo ahí reunidos,ocuparon sus correspondienteslugares. Ahuízotl observó que no sehallaban presentes los reyes deTexcoco y Tlacopan, sino tan sólolos altos dignatarios tenochcas queen compañía de aquellos integraban

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el Consejo Imperial, lo que le hizosuponer que la junta tendría porobjeto tratar asuntos de índoleestrictamente interna del gobiernoazteca.

La llegada del Emperador no sehizo esperar y con ella dio comienzola reunión. Tízoc anunció que lacausa por la cual se hallabancongregados revestía una inusitadaimportancia y que deseaba fuera elpropio Heredero de Quetzalcóatlquien la diera a conocer, anticipandode antemano que coincidíaplenamente con los puntos de vista

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de Tlacaélel, y que su mayor anheloera el de lograr la unánimeaceptación del plan de accióntrazado por éste para hacer frente alos problemas que se avecinaban.

Ante su reducido auditorio,Tlacaélel dio comienzo al que habríade ser el más brillante y emotivo detodos sus discursos. Como unaespecie de terremoto, cuyo comienzofuera apenas un imperceptibletemblor de tierra que lentamente vatransformándose en una irresistible yestruendosa sacudida, las palabrasdel Azteca entre los Aztecas, en un

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principio serenas y pausadas, seconvirtieron pronto en un torrente dedesbordada elocuencia.

Tlacaélel comenzó narrando losinesperados descubrimientosefectuados durante su viaje a tierrasmayas. Con vivas imágenes describióel hallazgo del santuario perdido enmedio de la selva y del excepcionalmensaje que en él se conservaba: lahistoria completa de Me-xíhc-co,incluyendo su pasado, presente yfuturo.

Mediante un conciso resumen,Tlacaélel transmitió a sus oyentes lo

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esencial de la copiosa informacióncontenida en el olvidadobajorrelieve maya, desde lasreferencias al grandioso esplendorde pasadas Edades y a los periódicoscataclismos que asolaban la tierra,hasta la directa alusión a lospróximos peligros que se cerníansobre Me-xíhc-co, como resultadodel cambio de las influenciascelestes imperantes.

Con voz cuyo grave acentorevelaba la singular trascendenciaque atribuía al tema que estabaabordando, el Azteca entre los

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Aztecas planteó la urgente necesidadde reestructurar el Imperio desde loscimientos, con miras a lograr que sufuncionamiento estuviese acorde conlas nuevas realidades cósmicas, paralo cual, se requería adoptar toda unaserie de radicales medidas:supresión de los sacrificios humanos,fomento a la libre expresión de lasdistintas peculiaridades quecaracterizaban a cada uno de lospueblos conquistados, yfundamentalmente, propiciar portodos los medios el desarrollo de unaprofunda espiritualidad, lograda a

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través del sacrificio interior yconsciente de todos los habitantesdel Imperio. Convenía, desde luego,convocar cuanto antes a una reuniónde las distintas organizacionesreligioso-culturales, con objeto delograr su necesaria colaboración enlas múltiples y decisivas tareas porrealizar.

Tlacaélel finalizó enunciandodramáticos vaticinios respecto a loque podría acontecer si no sealcanzaban los fines propuestos:siendo en gran medida lo existente enla tierra un reflejo de la realidad

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prevaleciente en los cielos, la faltade una armónica adecuación entre lasactividades de los hombres y de losastros sólo podía traducirse enfunestas consecuencias para losprimeros. Así pues, la subsistenciano sólo del Imperio, sino incluso dela ancestral herencia de Me-xíhc-co,se hallaban en juego, pues de noproceder en forma conveniente yoportuna, el cambio de influenciascelestes terminaría por expresarse enla tierra mediante la acción de otrospueblos, quizás desconocidos hastaentonces por los aztecas, los cuales,

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acatando dictados cósmicos de losque tal vez ni siquiera seríanconscientes, procederían a derribarla estructura del Imperio por resultarésta contraria a las nuevas exigenciasde los astros, y al hacerlo, pondríanen peligro el inmemorial y valiosolegado del cual dicho Imperio eradepositario.

Durante el transcurso de suexposición, Tlacaélel no dejó deobservar el efecto que sus palabrasestaban produciendo en quienes leescuchaban, percatándose fácilmentedel estupor y confusión que se iban

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apoderando del ánimo de susoyentes. Únicamente el rostro deAhuízotl se mantenía impasible, sinque el menor movimiento de susrasgos permitiese presagiar lospensamientos que cruzaban por sumente en aquellos instantes.

En cuanto Tlacaélel terminó dehablar, Ahuízotl, sin siquiera darcumplimiento al formulismo quedisponía solicitar primero alEmperador el uso de la palabra, dejóoír su voz, pronunciando condesafiante acento un popular poema:

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¿Quién podrá sitiar aTenochtítlan?

¿Quién podrá sitiar loscimientos del cielo?

Con nuestras flechasCon nuestros escudosEstá existiendo la ciudad.

Las palabras de Ahuízotl -yparticularmente el tono de franco retocon que habían sido proferidas-constituían la más evidentemanifestación de su inconformidadcon el criterio sustentado porTlacaélel. El breve poema enunciado

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por el guerrero retumbó en lasconciencias de los miembros delConsejo con mayor estruendo que losaterradores tronidos de unatempestad, pues todos comprendieronde inmediato que una grave escisión-de incalculables consecuencias-amenazaba en forma inesperada lahasta entonces indestructible unidaddel Imperio.

En virtud del profundoconocimiento que tenía del carácterde su hermano, Tízoc fue el primeroen percatarse claramente de lo quehabía acontecido en la inflexible

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mente de Ahuízotl. Para el inmutableguerrero, el Imperio Aztecarepresentaba la más sagradarealización jamás llevada a cabo porlos seres humanos, y todo intento quepretendiese modificar losfundamentos en que se sustentaba,constituía, ante sus ojos, una acciónreprobable en extremo.

Por otra parte, y comoconsecuencia de su singular sentidode responsabilidad, resultabaevidente que Ahuízotl debíaconsiderar que le correspondía a élla misión de impedir que cualquier

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persona -así fuese el propio Portadordel Emblema Sagrado- atentase encontra de los que él considerabainamovibles cimientos del Imperio.

Intentando aparentar una calmaque estaba muy lejos de sentir, Tízocpreguntó si alguien más deseabaañadir algo en torno a lo expuestopor Tlacaélel. Un total mutismoacogió sus palabras. Comprendiendoque sería inútil prolongar por mástiempo la reunión, el Emperadordecidió darla por concluida, no sinantes anunciar su reanudación para eldía siguiente, fecha en la cual debía

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llegarse a un acuerdo sobre elproblema planteado.

Las pisadas de los consejeros alatravesar el amplio patio enlosadoresonaron con opresivo y ominosoacento. Tízoc presintió que aquellosrítmicos sonidos contenían el anunciode un funesto augurio.

El cauteloso avance de unaspisadas, deslizándose en lasproximidades de su dormitorio,interrumpieron bruscamente el sueñode Tlacaélel. Era media noche y alparecer reinaba la más completacalma en la alargada construcción -

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parte integral del Tecpancalli- queservía de residencia al CihuacóatlImperial. No existían, ni habíanexistido jamás, guardias queefectuasen una labor de vigilancia enaquel edificio. El profundo respetoque inspiraba la personalidad delAzteca entre los Aztecas habíaconstituido siempre su mejor garantíade seguridad.

Actuando con gran celeridadTlacaélel se incorporó del lecho,ciñó su cintura con un corto lienzo dealgodón y cruzó sobre su pecho ladoble cadena de oro de la que pendía

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el Caracol Sagrado. Después de esto,aguardó erguido y con una severaexpresión de reproche reflejada en elrostro la aparición del misteriosovisitante.

El anciano sirviente que dormíaen la habitación contigua a la deTlacaélel había escuchado tambiénlos pasos del merodeador. Extrañadoante lo insólito del acontecimiento,se levantó presuroso y encendió unaantorcha cuyo resplandor iluminó deinmediato un amplio espacio.

Enmarcado por la luminosidadproveniente de la antorcha destacó al

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punto, en la puerta de entrada dé lahabitación que ocupaba el sirviente,la musculosa figura de Ahuízotl. Elguerrero portaba en sus manos unagruesa y corta lanza. Su semblantemantenía la inescrutableinmutabilidad que le eracaracterística.

Comprendiendo que algoextrañamente anormal se encerrabaen aquella inexplicable visitanocturna, el sirviente retrocedióalarmado, pretendiendo cubrir con sucuerpo la entrada que conducía alaposento de Tlacaélel. Un fuerte

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empujón le hizo rodar por los suelos,dejándole maltrecho ysemiinconsciente.

Con rápido andar Ahuízotlpenetró en la habitación. Tlacaélelobservó la lanza del guerrero yadivinó al instante sus propósitos.Las miradas de ambos se cruzaronpermaneciendo fijas una en otradurante un largo rato. Los ojos deAhuízotl poseían la impersonaldureza de dos cuentas de obsidiana.Las pupilas de Tlacaélel semejabanhogueras de volcánica energía.

La sombra casi imperceptible

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de una paralizante vacilación pareciócruzar momentáneamente el rostro deAhuízotl. La frialdad de su mirada seatenuó levemente por unos instantes ysus manos denotaron un ligero peroal parecer involuntarioestremecimiento. Recuperandorápidamente su habitual dominio,Ahuízotl retrocedió unos pasos paracobrar impulso, al tiempo quelevantaba la lanza para luegoarrojarla con poderoso ímpetu.

El arma atravesó velozmente lahabitación y se estrelló con fuerza enel Emblema Sagrado que Tlacaélel

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ostentaba sobre su pecho. Ante elimpacto, el pequeño y milenariocaracol saltó hecho trizas, y la lanza,cuyo impulso se había amortiguadopero no detenido, se incrustó en elcorazón del Azteca entre los Aztecas.

Muy lentamente Tlacaélel fueinclinándose, resbalando poco apoco sobre la pared en la que seapoyaban sus espaldas, mientrasmantenía los brazos abiertos yligeramente separados del cuerpo. Lasombra que de su figura proyectabala luz de la antorcha semejaba, conincreíble realismo, la silueta de una

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águila gigantesca cayendo desde loalto. Finalmente, el Heredero deQuetzalcóatl quedó tendido e inertesobre el piso.

Alejándose sigilosamente de laresidencia del Cihuacóatl Imperial,Ahuízotl recorrió buena parte de ladormida ciudad. Al llegar a su casa,la abundancia de luces y el intensomovimiento que prevalecía en suinterior le hicieron percatarse de quealgo anormal había acontecido en suausencia. Al observar la presenciade las parteras que atendían a suesposa, concluyó que de seguro se

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había producido el esperado ytemido alumbramiento. Lasalborozadas voces de los sirvientesconfirmaron de inmediato sussuposiciones: el nacimiento habíaocurrido ya, y contrariando todas laspesimistas predicciones, se habíadesarrollado normal yfavorablemente, Tiyacapantzin seencontraba bien, al igual que elrecién nacido, un varoncito que lucíafuerte y saludable.

Después de hablar brevementecon su esposa, Ahuízotl penetró en lahabitación donde se encontraba el

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niño. Las parteras le habían bañadocon sumo cuidado y envuelto enligeros ropajes, colocando bajo suspies un arco y varias saetas,significando con ello cual sería lamisión que le tocaba en suertedesempeñar en el mundo.

Al fijar su atención en el rostrodel recién nacido, una incontrolableexpresión de asombro reflejóse en elsemblante de Ahuízotl. ¡Las pupilasdel niño poseían la mismainconfundible mirada quecontemplara tantas veces en los ojosde Tlacaélel! De los ojos del

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pequeño brotaba ese fuego, vigorosoe incontenible, que había sidosiempre la más destacadacaracterística en la personalidad delforjador del Imperio Azteca.

Tras de reflexionar sobre elhecho singular de que el nacimientode su hijo hubiese ocurrido al mismotiempo que la muerte de Tlacaélel,Ahuízotl llegó a la conclusión de queambos seres debían constituir, enalguna forma del todo misteriosa eincomprensible, la dualmanifestación de una misma y únicaenergía.

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Mientras continuaba absorto enla silenciosa contemplación delnuevo ser, acudió a la mente deAhuízotl el recuerdo de la extrañaimagen que observara aquella mismanoche en la habitación de Tlacaélel:el perfil de una enorme águilaprecipitándose en veloz caída;pasajera visión creada por la sombraque, al desplomarse herido demuerte, había proyectado la figuradel Azteca entre los Aztecas.

Repentinamente operóse unasorprendente transformación en lasfacciones de Ahuízotl. El rostro del

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guerrero perdió su granítica dureza, ysus ojos -que de acuerdo con lacreencia popular no se habíanhumedecido jamás por llanto alguno-comenzaron a derramar copiosaslágrimas.

Con voz apenas audible, pero enla cual resonaban acentos profetices,Ahuízotl pronunció el nombre -símbolo y destino, destino y símbolo-que habría de llevar el recién nacidodurante su estancia en la tierra:

Cuauhtémoc.

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Los que leen,gozan;

los queestudian,aprenden.

P.ÁngelMaríaGaribayK.

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05/10/2008

notes

1 Teotihuacan.1 ¡El Flechador del Cielo!1 Itzcóatl era hijo de

Acamapichtli -que había sido el

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primer monarca azteca- y de unamujer de muy modesta condiciónpero famosa por su astucia y belleza.

1 El Maxtlatl era un lienzo dealgodón enrollado en torno a lacintura y el tilmatli una manta quecolgaba de los hombros.

1 El macahuitl calificado conacierto como la “espadaprehispánica”, se elaborabaincrustando filosas navajas deobsidiana a ambos lados de un reciopedazo de madera aproximadamenteun metro de largo por veintecentímetros de ancho.

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2 La aceptación de Tlacaélel deaquellos símbolos le habríaconvertido de inmediato en rey ysumo sacerdote de los technochas. Surechazo, efectuado ante la vista deincontables testigos, constituyo paratodos no solo un claro testimonio deque tanto Itzcóatl comoTozcuecuetzin contaba con su máscompleta aprobación, sino tambiénuna prueba evidente de que la misiónque el Heredero de Quetzalcóatlvenía a desempeñar dentro de lasociedad technocha era de uncarácter superior y diferente a la del

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monarca y sumo sacerdote.1 Al comprender que habían

perdido la partida y que muyposiblemente la ira popular sedesataría en su contra, los integrantesdel Consejo del Reino habían optadopor abandonar Tenochtítlan para ir arefugiarse en Azcapotzalco,reconociendo así abiertamente quiénera en verdad el amo al cual habíanestado sirviendo.

1 Por ser uno de los hijosmenores de Tezozómoc (Rey deAzcapotzalco y creador del poderíotecpaneca) Maxtla contaba al nacer

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con muy escasas probabilidades deheredar el Reino de su padre, sinembargo, haciendo gala de unaastucia y capacidad de intriga pococomunes, había logrado imponerse atodos sus hermanos -dando muerte avarios de ellos- y adueñarse delpoder.

1 Coyote hambriento.2 Me-xíhc-co: "Lugar en donde

se unen el sol y la luna".1 Consejero principal del

monarca.2 O sea el "Juego de pelota",

designación desde luego errónea,

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originada en la natural incapacidaden que se hallaban losconquistadores españoles paradesentrañar el complejo simbolismode esta ceremonia.

3 Estos individuos eranconsiderados como auténticossímbolos de los cuerpos celestes. Elprincipal elemento de juicio que seutilizaba para efectuar la selecciónde estas personas era el análisis delas influencias ejercidas sobre ellaspor los astros como resultado dellugar y momento de su nacimiento.

4 Designación que se daba al

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recinto en donde se efectuaba laceremonia.

5 La primera tenía lugar en eldía y la segunda por la noche.

6 Huitzilopóchtli era a unmismo tiempo un símbolo del planetaMarte y una Deidad Solar, o másexactamente, constituía unarepresentación de las influencias queejercía el planeta Marte sobre laTierra cuando sus fuerzas seconjugaban con la energía del Sol.Los toltecas del Segundo Imperiohabían designado a esta mismainfluencia celeste con el nombre de

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"Tezcatlipoca azul".1 La residencia de Tlacaélel se

encontraba a un costado del TemploMayor y formaba parte del"Tecpancalli", o sea del conjunto deedificios donde habitaban el Rey ylas principales autoridadestenochcas.

2 Con motivo de este incidentelas autoridades aztecas ordenaron laconstitución de una guardia especialpara la vigilancia del mercado ycrearon un tribunal que tenía porobjeto dirimir cualquier controversiaque se suscitase dentro del mismo.

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1 La prodigiosa capacidad deresurgimiento que caracterizara almundo náhuatl -que en la época delos aztecas ya había sido objeto porlo menos de dos terriblesdevastaciones debido a lasinvasiones de pueblos bárbarosprovenientes del norte- se explica enbuena medida por los profundos y enverdad asombrosos sistemas deenseñanza que le eran propios, loscuales tenían como objetivo fomentaral máximo la potencialidad creativade los educandos, hasta logrardotarlos, según poética expresión,

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"de un rostro y un corazón".2 Como es lógico suponer dadas

las ingentes dificultades de laempresa, los Caballeros Tigres quellegaban a convertirse en CaballerosÁguilas eran siempre muy escasos;sin embargo, a pesar de lo reducidode su número, la actividad de estepequeño grupo resultó trascendentala todo lo largo de la existencia delImperio Azteca.

3 Al constituirse el Imperio, elantiguo "Consejo Consultivo delReino" habíase transformado en elTlatocan o "Consejo Imperial".

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4 Los otros tres miembros delConsejo Supremo eran el Cihuacóatly los reyes de Texcoco y Tlacopan.El Cihuacóatl era el Consejero másimportante del monarca y la principalautoridad en cuestiones judiciales. Apartir de la restauración de la Ordende los Caballeros Águilas yCaballeros Tigres, corresponderíasiempre al máximo dirigente de estaOrden ocupar el cargo de CihuacóatlImperial. Los dos reyes aliadosactuaban exclusivamente comoconsejeros, sin poseer facultades dedecisión en las cuestiones internas

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del gobierno azteca.5 La vasta red de diques con

que los aztecas habían logrado unperfecto control de los grandesvolúmenes de agua existentes en loslagos del Valle, fue para losespañoles motivo de particularadmiración. Durante el sitio de laGran Tenochtítlan los diquesquedaron inutilizables al serperforados en incontables sitios conel fin de permitir la movilidad de lospequeños bergantines artilladosutilizados por los conquistadorespara cañonear la ciudad. La

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destrucción de los diques habría deconvertirse en el origen de gravesvicisitudes para la capital de laNueva España, que en variasocasiones padeció de terriblesinundaciones.

Tanto en la etapa Colonial comoen el Porfiriato y en la Época Actual,se han venido realizando importantesobras de ingeniería -a un costoincreíblemente elevado- tendientes acombatir la amenaza de lasinundaciones que pende sobre laCiudad de México; en todos loscasos, el sistema utilizado para ello

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ha sido el de construir canales desuperficie o profundos túneles através de los cuales poder sacar elagua fuera del Valle. El empleocontinuado de este procedimiento haocasionado un trastorno total en elequilibrio ecológico del Valle: losgrandes lagos se han secado y de sussecos lechos de tierra se levantaninsalubres polvaredas, una gran partede la vegetación ha desaparecido,incluyendo vastas extensionesboscosas, el subsuelo se ha resecadoprovocando un inconteniblehundimiento del terreno, numerosas

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especies de animales se hanextinguido, e incluso el clima se havisto alterado.

Así pues, y con base en loshechos anteriormente mencionados,puede afirmarse que la solución quepara resolver el Problema de lasinundaciones en el Valle de Méxicoadoptaron en su tiempoNezahualcóyotl y los Aztecas, fuemucho más acertada e inteligente quelas que posteriormente han venidoaplicándose, con idéntico fin, a partirde entonces.

1 Flor. Este día era considerado

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por los aztecas como particularmentefavorable para el desarrollo de lasbellas artes, especialmente en lo querespecta a la danza, la poesía y elcanto.

2 Debido quizás a lascondiciones en que se habíaproducido su rescate, así como a sudeterminante participación en losvaliosos descubrimientos llevados acabo por la expedición, los aztecasconsideraron a Macuilxochitl untestimonio personificado de lacapacidad de sobrevivencia delespíritu que animaba a los habitantes

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de la tierra de sus mayores -unaespecie de símbolo viviente deAztlán- otorgándole los más diversoshonores; fue consagrada al cultosacerdotal y adoptada como hija porel propio Tlacaélel. A partir deentonces, el Heredero deQuetzalcóatl veló con esmero por laeducación de la niña, manifestandopor ella un profundo y sincero afecto.

El augurio contenido en elnombre de la pequeña habría decumplirse plenamente, Macuilxochitlllegaría a ser, con el tiempo, una delas más destacadas poetisas del

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mundo náhuatl.1 Chalchiuhnenetzin era

hermana del Emperador Axayácatl, yal igual que todos sus hermanos,había dado muestras desde pequeñade una superior inteligencia. Unaperiódica y virulenta infección en lasencías había afeado su rostroimprimiéndole un aspecto deprematura vejez. A pesar de lodesfavorable de su apariencia,Chalchiuhnenetzin había celebradoun buen matrimonio a juicio de todos,pues se hallaba casada conMoquíhuix, personaje de indiscutible

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talento que desempeñaba el cargo degobernador de Tlatelolco.

2 Moquíhuix era CaballeroTigre y a pesar de que en variasocasiones había sido propuesto paraCaballero Águila no se le habíaotorgado dicho grado, pues varios delos dirigentes de la Orden -incluyendo al propio Tlacaélel-opinaban que si bien le sobrabanvalor e inteligencia, estaba aún muylejos de poseer la elevadaespiritualidad que se requería paraostentar tan alta distinción.

3 Estas fiestas duraban diez días

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y concluían en fecha equivalente al24 de junio del actual calendario. Elobjetivo fundamental de las mismasera el de subrayar la transcendenciadel solsticio de verano.

4 Tlazoltcotl: "Diosa delpecado o de la basura'', "comederade inmundicias". Se le representabaen los códices con el cuerpo pintadode amarillo.

1 A la llegada de los españoleslos comerciantes aztecas("pochtecas") habían adquirido yauna preeminente posición dentro dela sociedad tenochca, pues su figura

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se aproximaba en buena medida alprototipo de "sacerdote militar" queconstituía el ideal de esta sociedad:los comerciantes destacaban por sureligiosidad, sabían convertirse endiestros guerreros cuando la ocasiónlo requería, y proporcionaban a lasAutoridades Imperiales la mayorparte de la información que éstasnecesitaban de las poblaciones queproyectaban conquistar.

2 "Aguas divinas sin fin."3 Como se recordará por lo

relatado en el Capítulo Primero deesta obra, Ce Acatl Topiltzin

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Quetzalcóatl, Emperador Tolteca yPortador del Emblema de la Deidaddel mismo nombre, tras de su derrotay expulsión de Tula inició en uniónde sus partidarios una larga marchahacia el sureste. Al pasar por laciudad de Chololan, vencido por lafrustrante desesperación que ledominaba, se despojó del CaracolSagrado arrojándolo al suelo yrompiéndolo en dos pedazos. Apartir de entonces el veneradoemblema había quedado dividido endos partes: una de ellas permanecióen Chololan y era portada por el

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Sumo Sacerdote de la HermandadBlanca de Quetzalcóatl, la otra mitadhabía sido llevada por el propio CeAcatl Topiltzin hasta Uxmal yentregada al más elevadorepresentante del sacerdocio maya.

4 El sol, o más exactamente lasfuerzas cósmicas que éste representa.

1 El diálogo en náhuatl relativoa este episodio -que al igual que elrelato de todas las acciones deTlacaélel ha sido conservadofidedignamente por la tradición oral-deja ver muy claramente que elAzteca entre los Aztecas hace un

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juego de palabras con el término"mariposillas" (papalototon)utilizándolo con un doble sentido, osea dándole la acepción popular quelo empleaba para designar a lasmujeres de la llamada vida fácil.

La anécdota en cuestión resultaparticularmente interesante, pues esla única que nos revela a unTlacaélel dotado de sentido delhumor, sin que desde luego nos seaposible dilucidar, a través de estesolo hecho, si dicha característicaformaba realmente, parte de supersonalidad, o si lo ocurrido fue tan

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sólo un episodio aislado, que tuvolugar en una época en que el forjadordel Imperio Azteca tenía ya una edadmuy avanzada.

2 Centeotl: anciano sacerdotede Chololan de quien Tlacaélelrecibiera la mitad del CaracolSagrado de la cual era depositario.(Ver Cap. I de esta obra,.)

3 Kukulkán: nombre dado porlos mayas a Quetzalcóatl.

4 En otras palabras, lo que NaPuc Tun afirmaba era que se iba aoperar un cambio en las energíascósmicas predominantes en Me-xíhc-

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co, y que las provenientes de la unióndel Sol y Venus, prevalecerían sobrelas que conjuntamente irradiaban elSol y Marte.