LETTERATURA SPAGNOLA II AA 2013 2014

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LETTERATURA SPAGNOLA II AA 2013 2014 DOTT.SSA SELENA NOBILE [email protected] 1

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DOTT.SSA SELENA [email protected]

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Anónimo. LAZARILLO DE TORMES. “Prólogo”._____. “Tratado Primero Cuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fue”._____. “Tratado séptimo Cómo Lázaro se asentó con un alguacil, y de lo que le acaeció con él”.

Anónimo. Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa_____. Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa. Romances

Miguel de Cervantes Saavedra. NOVELAS EJEMPLARES: “CASAMIENTO ENGAÑOSO”.______. NOVELAS EJEMPLARES “El coloquio de los perros”.

_____. Don Quijote de la Mancha. Tomo I. “Dedicatoria”_____. Don Quijote de la Mancha. Tomo I. “Prólogo”_____. Don Quijote de la Mancha. Tomo I. “Capítulos I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII,

XIII, XIV”. _____. Don Quijote de la Mancha. Tomo II. “Dedicatoria”_____. Don Quijote de la Mancha. Tomo II. “Prólogo”_____. Don Quijote de la Mancha. Tomo II. “Capítulos I, LIV”

_____. El retablo de las maravillas (Ocho comedias, ocho entremeses).

Bartolomé de las Casas. Brevíssima relación de la destruyción de las Indias.

Fernando de Rojas. La Celestina. “Prólogo”.______. La Celestina. “Retrato de Celestina (acto I)”. ______. Acto 21

Garcilaso de la Vega. Sonetos: I, IV, V, XII, XIII, _____. Canción III_____. Égloga I.

Juan Boscán. Sonetos: I, XLIII

Fray Luis de León. Oda I

Anónimos. Romances.

San Juan de la Cruz. CÁNTICO ESPIRITUAL. Canciones entre el alma y el Esposo.

Lope de Vega. El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo

Calderón de la Barca. La vida es sueño.

Tirso de Molina. El Burlador de Sevilla (brani scelti)

Luis de Góngora. Poema de Madrid____ Sonetos: 53, 55, 60, 149, ____. Romance XXXII

Francisco de Quevedo. Amor constante más allá de la muerte_____. "¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?_____. Retrato de Lisi que traía una sortija_____. El Buscón. Libro primero. Capítulo I

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Mateo Alemán. El Guzmán de Alfarache. Capítulo primero. _______ Capítulo VIII. Gumán de Alfarache refiere la historia de los dos enamorados Ozmín y

Daraja, según se la contaron

Juan Meléndez Valdés. Oda II. El amor mariposa.

José de Cadalso. Cartas Marruecas. “Cartas: XXVII, XXVIII, LXXVIII”.

Ignacio de Luzán. La poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies(antología Libro III).

Gaspar Melchor de Jovellanos. El delincuente honrado_____. Sátira segunda a Arnesto.

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LAZARILLO DE TORMES

Prólogo

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan anoticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que laslea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite; y a este propósito dicePlinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que losgustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos cosastenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y ésto, para ninguna cosa se debría romper niechar a mal, si muy detestable no fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sinperjuicio y pudiendo sacar della algún fruto; porque si así no fuese, muy pocos escribirían parauno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no condineros, mas con que vean y lean sus obras, y si hay de que, se las alaben; y a este propósito diceTulio: "La honra cría las artes". ¿Quién piensa que el soldado que es primero del escala, tiene másaborrecido el vivir? No, por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse en peligro; y así, enlas artes y letras es lo mesmo. Predica muy bien el presentado, y es hombre que desea mucho elprovecho de las ánimas; mas pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: "¡Oh, quemaravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!" Justo muy ruinmente el señor don Fulano, ydio el sayete de armas al truhán, porque le loaba de haber llevado muy buenas lanzas. ¿Quéhiciera si fuera verdad??

Y todo va desta manera: que confesando yo no ser más santo que mis vecinos, desta nonada,que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelguen con ello todos losque en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros yadversidades.

Suplico a vuestra M. reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico si su podery deseo se conformarán. Y pues V. M. escribe se le escriba y relate el caso por muy extenso,parecióme no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mipersona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuan poco se les debe,pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuanto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerzay maña remando, salieron a buen puerto.

Tratado PrimeroCuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fue

Pues sepa V. M. ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tome Gonzálezy de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del ríoTormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone,tenía cargo de proveer una molienda de una acena, que esta ribera de aquel río, en la cual fuemolinero más de quince años; y estando mi madre una noche en la acena, preñada de mi, tomóleel parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues siendo yoniño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allía moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por justicia.Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempose hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterradopor el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor,como leal criado, feneció su vida.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos porser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer aciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de laMagdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de

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aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestracasa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, yentrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el colory mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien,porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. Demanera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muybonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padretrebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mi blancos, y a él no, huía dél conmiedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: "¡Madre, coco!".

Respondió él riendo: "¡Hideputa!" Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mihermanico, y dije entre mí: "¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no seven a sí mesmos!" Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegóa oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que paralas bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sabanas de loscaballos hacía perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudíaa mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el unohurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a unpobre esclavo el amor le animaba a ésto. Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí conamenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hastaciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastroazotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario,que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.

Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitarpeligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de laSolana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supoandar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demásque me mandaban.

En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería paraadestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buenhombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios nosaldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues erahuérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así lecomencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.

Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia asu contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, yambos llorando, me dio su bendición y dijo: "Hijo, ya se que no te veré más. Procura ser bueno, yDios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti". Y así me fui para mi amo,que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada della unanimal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal,y allí puesto, me dijo: "Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro dél". Yosimplemente llegué, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmórecio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró eldolor de la cornada, y díjome: "Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber másque el diablo", y rió mucho la burla.

Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba.Dije entre mí: "Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensarcomo me sepa valer". Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, ycomo me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía: "Yo oro ni plata no te lo puedo dar,más avisos para vivir muchos te mostraré". Y fue ansí, que después de Dios este me dio la vida, ysiendo ciego me alumbró y adestró en la carrera de vivir. Huelgo de contar a V. M. estas niñeríaspara mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos

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cuanto vicio.Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, V. M. sepa que desde que Dios

crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila; ciento y tantasoraciones sabía de coro: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacía resonar la iglesia donderezaba, un rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacergestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenía otras mil formasy maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: paramujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que susmaridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso demedicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre.Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía: "Haced esto, haréisestotro, cosed tal yerba, tomad tal raíz". Con ésto andábase todo el mundo tras él, especialmentemujeres, que cuanto les decían creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que digo,y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.

Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamás tanavariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mí de hambre, y así no medemediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me supieraremediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de talsuerte que siempre, o las mas veces, me cabía lo más y mejor. Para esto le hacía burlasendiabladas, de las cuales contaré algunas, aunque no todas a mi salvo.

Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo que por la boca se cerraba conuna argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tangran vigilancia y tanto por contadero, que no bastaba hombre en todo el mundo hacerle menosuna migaja; mas yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados eradespachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo estaba entendiendoen otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornabaa coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos ylonganiza; y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada faltaque el mal ciego me faltaba. Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y cuando lemandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagadocon ella, cuando yo la tenía lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que él echabala mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del justo precio. Quejábaseme el mal ciego,porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía: "¿Que diablo es ésto,que después que conmigo estás no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y unmaravedí hartas veces me pagaban? En ti debe estar esta desdicha". También él abreviaba el rezary la mitad de la oración no acababa, porque me tenía mandado que en yéndose el que la mandabarezar, le tirase por el cabo del capuz. Yo así lo hacia. Luego el tornaba a dar voces, diciendo:"¿Mandan rezar tal y tal oración?", como suelen decir.

Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y dabaun par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas turóme poco, que en los tragos conocía lafalta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asaasido; mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, quepara aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lodejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende enadelante mudó propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atapábale con la mano, y ansíbebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la pajano me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, ydelicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haberfrío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre queteníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla adestillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el

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pobreto iba a beber, no hallaba nada: espantábase, maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, nosabiendo que podía ser.

"No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano". Tantas vueltas ytiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimulo como si no lohubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en eldaño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía, estandorecibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos pormejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mívenganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejo caersobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que denada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente mepareció que el cielo, con todo lo que en el hay, me había caído encima. Fue tal el golpecillo, queme desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos dél se me metieron por lacara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día mequedé.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bienvi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos deljarro me había hecho, y sonriéndose decía: "¿Que te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana yda salud", y otros donaires que a mi gusto no lo eran.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpestales el cruel ciego ahorraría de mi, quise yo ahorrar dél; mas no lo hice tan presto por hacellomás a mi salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, nodaba lugar el maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni razónme hería, dándome coxcorrones y repelándome. Y si alguno le decía por que me trataba tan mal,luego contaba el cuento del jarro, diciendo: "¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente? Puesoíd si el demonio ensayara otra tal hazaña". Santiguándose los que lo oían, decían: "¡Mira, quiénpensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!", y reían mucho el artificio, y decíanle:"Castigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis". Y el con aquello nunca otra cosa hacía. Y en éstoyo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño: si había piedras,por ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo más enjuto, holgábame a mí dequebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con ésto siempre con el cabo alto del tientome atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos; yaunque yo juraba no lo hacer con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba nime creía más: tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.

Y porque vea V. M. a cuanto se estendía el ingenio deste astuto ciego, contaré un caso demuchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia.Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gentemás rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: "Más da el duro que el desnudo". Yvenimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia,deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan.

Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, unvendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos maltratados ytambién porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano;para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete,ansí por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazosy golpes. Sentámonos en un valladar y dijo: "Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, yes que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas dél tanta parte como yo. Partillo hemosdesta manera: tu picarás una vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez mas deuna uva, yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño". Hecho ansí elconcierto, comenzamos; mas luego al segundo lance; el traidor mudó de propósito y comenzó atomar de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la

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postura, no me contente ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, ycomo podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano ymeneando la cabeza dijo: "Lázaro, engañado me has: juraré yo a Dios que has tu comido las uvastres a tres". "No comí -dije yo- más ¿por qué sospecháis eso?" Respondió el sagacísimo ciego:"¿Sabes en que veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas". A lo cualyo no respondí.

Yendo que íbamos ansí por debajo de unos soportales en Escalona, adonde a la sazónestábamos en casa de un zapatero, había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, yparte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano, tocó en ellas, y viendo lo queera díjome: "Anda presto, mochacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo".Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era, y como no vi sino sogas y cinchas, queno era cosa de comer, díjele: "Tío, ¿por qué decís eso?" Respondióme: "Calla, sobrino; según lasmañas que llevas, lo sabrás y verás como digo verdad". Y ansí pasamos adelante por el mismoportal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, dondeataban los recueros sus bestias. Y como iba tentando si era allí el mesón, adonde el rezaba cadadía por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran sospiro dijo:"¡O mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobrecabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por ninguna vía!" Como le oí lo quedecía, dije: "Tío, ¿que es eso que decís?" "Calla, sobrino, que algún día te dará éste, que en lamano tengo, alguna mala comida y cena". "No le comeré yo -dije- y no me la dará". "Yo te digoverdad; si no, verlo has, si vives". Y ansí pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adondepluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que me sucedió en el.

Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y ansípor semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración. Reíme entre mí, yaunque mochacho noté mucho la discreta consideración del ciego.

Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que coneste mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y con él acabar.

Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y diome un pedazo de longanizaque la asase. Ya que la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí dela bolsa y mando que fuese por el de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante losojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño,larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al presentenadie estuviese sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro elsabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando que mepodría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba dela bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cualmi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar alque de ser cocido por sus deméritos había escapado.

Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la longaniza, y cuando vine hallé alpecador del ciego que tenía entre dos rebañadas apretado el nabo, al cual aun no había conocidopor no lo haber tentado con la mano. Como tomase las rebañadas y mordiese en ellas pensandotambién llevar parte de la longaniza, hallóse en frío con el frío nabo. Alteróse y dijo: "¿Qué esésto, Lazarillo?" "¡Lacerado de mí! -dije yo-.¿Si queréis a mi echar algo? ¿Yo no vengo de traerel vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría ésto". "No, no -dijo el-, que yo no he dejado elasador de la mano; no es posible " Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco ycambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía.Levantóse y asióme por la cabeza, y llegóse a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso debuen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndomecon las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual eltenía luenga y afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían augmentado un palmo, con el picode la cual me llego a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que tenía, y con la brevedad del

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tiempo, la negra longaniza aún no había hecho asiento en el estomago, y lo más principal, con eldestiento de la cumplidísima nariz medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron yfueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: demanera que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estomagoque le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra malmaxcada longaniza a untiempo salieron de mi boca.

¡Oh, gran Dios, quién estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal elcoraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida.Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañadala cara y rascunado el pescuezo y la garganta; y ésto bien lo merecía, pues por su maldad mevenían tantas persecuciones.

Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una yotra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tangrande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia ydonaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, meparecía que hacía sin justicia en no se las reír.

Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que memaldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello que la meitad delcamino estaba andado; que con sólo apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquelmalvado, por ventura lo retuviera mejor mi estómago que retuvo la longaniza, y no pareciendoellas pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así.Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el vino que para beber le habíatraído, laváronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:"Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos. A lomenos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque el una vez te engendro, mas elvino mil te ha dado la vida". Y luego contaba cuantas veces me había descalabrado y harpado lacara, y con vino luego sanaba.

"Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, queserás tú". Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el pronóstico delciego no salió mentiroso, y después acá muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin dudadebía tener spíritu de profecía, y me pesa de los sinsabores que le hice, aunque bien se lo pague,considerando lo que aquel día me dijo salirme tan verdadero como adelante V. M. oirá.

Visto ésto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, ycomo lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmélo más. Yfue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la nocheantes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquelpueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome elciego: "Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos ala posada con tiempo". Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua ibagrande. Yo le dije: "Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemosmás aina sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto".Parecióle buen consejo y dijo: "Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar dondeel arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados".Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar oposte de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellascasas, y dígole: "Tío, este es el paso más angosto que en el arroyo hay". Como llovía recio, y eltriste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo másprincipal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme dél venganza),creyóse de mí y dijo: "Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo". Yo le puse bien derecho enfrentedel pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele: "!Sus! Saltá todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua". Aun apenas lo había acabado de

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decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando unpaso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan reciocomo si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.

"¿Como, y olistes la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole! -le dije yo.Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en

los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Diosdel hizo, ni curé de lo saber.

Tratado séptimoCómo Lázaro se asentó con un alguacil, y de lo que le acaeció con él

Despedido del capellán, asenté por hombre de justicia con un alguacil; mas muy poco viví con él,por parecerme oficio peligroso. Mayormente que una noche nos corrieron a mí y a mi amo apedradas y a palos unos retraídos. Y a mi amo, que esperó, trataron mal; mas a mí no mealcanzaron. Con esto renegué del trato.

Y pensando en qué modo de vivir haría mi asiento, por tener descanso y ganar algo para la vejez,quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa. Y con favor que tuve deamigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzarlo que procuré, que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que le tienen.

En el cual el día de hoy vivo y resido a servicio de Dios y de vuestra merced. Y es que tengo cargode pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas, acompañarlos que padecen persecuciones por justicia y declarar a voces sus delitos: pregonero, hablando enbuen romance.

En el cual oficio, un día que ahorcábamos un apañador en Toledo, y llevaba una buena soga deesparto, conocí y caí en la cuenta de la sentencia que aquel mi ciego amo había dicho en Escalona, yme arrepentí del mal pago que le di, por lo mucho que me enseñó, que, después de Dios, él me dioindustria para llegar al estado que ahora estoy.

Hame sucedido tan bien, y yo le he usado tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantespasan por mi mano, tanto que, en toda la ciudad, el que ha de echar vino a vender, o algo, si Lázarode Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar provecho.

En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arciprestede San Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos,procuró casarme con una criada suya. Y visto por mí que de tal persona no podía venir sino bien yfavor, acordé de hacerlo. Y así, me casé con ella, y hasta agora no estoy arrepentido, porque,allende de ser buena hija y diligente servicial, tengo en mi señor arcipreste todo favor y ayuda. Ysiempre en el año le da, en veces, al pie de una carga de trigo; por las Pascuas, su carne; y cuando elpar de los bodigos, las calzas viejas que deja. E hízonos alquilar una casilla par de la suya; losdomingos y fiestas casi todas las comíamos en su casa.

Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí séqué, de que ven a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer. Y mejor les ayude Dios, queellos dicen la verdad, aunque en este tiempo siempre he tenido alguna sospechuela y habido algunasmalas cenas por esperalla algunas noches hasta las laudes, y aún más, y se me ha venido a lamemoria lo que a mi amo el ciego me dijo en Escalona, estando asido del cuerno; aunque, deverdad, siempre pienso que el diablo me lo trae a la memoria por hazerme malcasado, y no leaprovecha.

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Porque allende de no ser ella mujer que se pague de estas burlas, mi señor me ha prometido lo quepienso cumplirá; que él me habló un día muy largo delante de ella y me dijo:

-Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará. Digo esto, porqueno me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir de ella. Ella entra muy a tuhonra y suya. Y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca,digo, a tu provecho.

-Señor -le dije-, yo determiné de arrimarme a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos mehan dicho algo de eso, y aun por más de tres veces me han certificado que, antes que comigo casase,había parido tres veces, hablando con reverencia de vuestra merced, porque está ella delante.

Entonces mi mujer echó juramentos sobre sí, que yo pensé la casa se hundiera con nosotros. Ydespués tomóse a llorar y a echar maldiciones sobre quien comigo la había casado, en tal maneraque quisiera ser muerto antes que se me hubiera soltado aquella palabra de la boca. Mas yo de uncabo y mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos que cesó su llanto, con juramento que le hicede nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba y había por bien de que ellaentrase y saliese de noche y de día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todostres bien conformes.

Hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso; antes, cuando alguno siento que quiere deciralgo de ella, le atajo y le digo:

-Mirad, si sois mi amigo, no me digáis cosa con que me pese, que no tengo por mi amigo al que mehace pesar, mayormente si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del mundo que yomás quiero, y la amo más que a mí, y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yomerezco. Que yo juraré sobre la hostia consagrada que es tan buena mujer como vive dentro de laspuertas de Toledo. Quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él.

De esta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa.

Esto fue el mismo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró ytuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos, como vuestra merced habrá oído. Pues en estetiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna.

De lo que de aquí adelante me sucediere, avisaré a vuestra merced.

FIN

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Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa

Este es un vivo retrato de virtud, liberalidad, esfuerço, gentileza y lealtad, compuesto deRodrigo de Narvaez, y el Abencerraje, y Jarifa, su padre, y el rey de Granad[a d]el qual, aunquelos dos formaron y dibuxaron todo el cuerpo, los demas no dexaron de illustrar la tabla, y daralgunos rasguños en ella. Y como el precioso diamante engastado en oro, o en plata, o en plomo,siempre tiene su justo y cierto valor, por los quilates de su oriente: assi la virtud en qualquierdañado subjecto que assiente, resplandesce y muestra sus accidentes: bien que la esencia y efectode ella es como el grano que cayendo en la buena tierra, se acrescienta, y en la mala se perdió.

Dize el cuento, que en tiempo del infante don Fernando, que gano a Antequera, fue uncavallero que se llamó Rodrigo de Narvaez, notable en virtud, y hechos de armas. Este peleandocontra moros hizo cosas de mucho esfuerço: y particularmente en aquella empresa, y guerra deAntequera hizo hechos dignos de perpetua memoria: sino que esta nuestra España tiene en tan pocoel esfuerço (por serle tan natural y ordinario) que le paresce, que quanto se puede hazer es poco: nocomo aquellos Romanos, y Griegos, que al hombre que se aventurava a morir una vez en toda lavida le hazian en sus escriptos inmortal, y le trasladavan en las estrellas. Hizo pues este cavallerotanto en servicio de su ley, y de su Rey, que después de ganada la villa, le hizo alcayde d'ella: paraque pues auia sido tanta parte en ganalla lo fuesse en defendella. Hizole tambien alcayde de Alora,de suerte que tenía a cargo ambas fuerças, repartiendo el tiempo en ambas partes, y acudiendosiempre a la mayor necessidad. Lo mas ordinario residia en Alora, y alli tenia cinquenta escuderoshijosdalgo a los gages del Rey, para la defensa y seguridad de la fuerça: y este numero nuncafaltava, como los immortales del rey Dario, que en muriendo uno, ponian otro en su lugar. Teniantodos ellos tanta fee y fuerça en la virtud de su Capitan, que ninguna empresa se les hazia dificil: yassi no dexavan de ofender a sus enemigos, y defenderse dellos, y en todas las escaramuças queentravan salian vencedores, en lo qual ganavan honra y provecho, de que andavan siempre ricos.

Pues una noche acabando de cenar, que hazia el tiempo muy sossegado, el alcayde dixo atodos ellos estas palabras.

-Paresceme hijosdalgo (señores y hermanos mios) que ninguna cosa despierta tanto loscoraçones de los hombres, como el continuo [e]xercicio de las armas: porque con el se cobraexperiencia en las proprias, y se pierde miedo a las agenas. Y desto no ay para que yo traya testigosde fuera: porque vosotros soys verdaderos testimonios. Digo esto, porque han passado muchos diasque no hemos hecho cosa que nuestros nombres acresciente, y seria dar yo mala cuenta de mi y demi oficio, si teniendo a cargo tan virtuosa gente y valiente compañia dexasse passar el tiempo enbalde. Paresceme (si os paresce) pues la claridad y seguridad de la noche nos combida, que serabien dar a entender a nuestros enemigos, que los valedores de Alora no duermen. Yo os he dicho mivoluntad, hagase lo que os paresciere.

Ellos respondieron, que ordenasse, que todos le seguirian. Y nombrando nueve dellos, loshizo armar: y siendo armados, salieron por una puerta falsa que la fortaleza tenia, por no sersentidos: porque la fortaleza quedasse a buen recado. Y yendo por su camino adelante; hallaron otroque se dividia en dos. El alcayde les dijo:

-Ya podria ser, que yendo todos por este camino, se nos fuesse la caça por este otro.Vosotros cinco os yd por el uno, yo con estos quatro me yre por el otro: y si acaso los unos toparenenemigos que no basten a vencer, toque uno su cuerno, y a la señal acudirán los otros en su ayuda.

Yendo los cinco escuderos por su camino adelante, hablando en diversas cosas, el unod'ellos dijo:

-Teneos compañeros, que o yo me engaño, o viene gente.Y metiendose entre una arboleda, que junto al camino se hazia, oyeron ruydo. Y mirando

con mas atencion, vieron venir por donde ellos yvan un gentil moro en un cavallo ruano: el eragrande de cuerpo, y hermoso de rostro, y parescia muy bien a cavallo. Traya vestida una marlota de

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carmesi, y un albornoz de damasco d'el mismo color, todo bordado de oro y plata. Traya el braçoderecho regaçado y labrada en el una hermosa darna, y en la mano una gruessa y hermosa lança dedos hierros. Traya una darga y cimitarra, y en la cabeça una toca tunezi, que dandole muchasbueltas por ella, le servia de hermosura y defensa de su persona. En este habito venia el moro,mostrando gentil continente: y cantando un cantar que el compuso en la dulce membrança de susamores, que dezia:

Nascido en Granada,criado en Cartama:enamorado en Coyn,frontero de Alora.

Aunque a la musica faltava el arte, no faltava al moro contentamiento: y como traya elcoraçon enamorado, a todo lo que dezia dava buena gracia. Los escuderos trasportados en verle,erraron poco de dexarle passar, hasta que dieron sobre el. El viendose salteado, con animo gentilbolvio por si, y estuvo por ver lo que harian. Luego de los cinco escuderos los quatro se apartaron, yel uno le acometio: mas como el moro sabia mas de aquel menester, de una lançada dio con el y consu cavallo en el suelo. Visto esto de los quatro que quedavan los tres le acometieron, paresciendolesmuy fuerte: de manera que ya contra el moro eran tres Christianos, que cada uno bastava para diezmoros, y todos juntos no podian con este solo. Alli se vio en gran peligro: porque se le quebro lalança, y los escuderos le davan mucha priessa: mas fingiendo que huya, puso las piernas a sucavallo, y arremetio al escudero que derribara: y como una ave se colgo de la silla, y le tomo sulança, con la qual bolvio a hazer rostro a sus enemigos, que le yvan siguiendo (pensando que huya)y diose tan buena maña que a poco rato tenia de los tres los dos en el suelo. El otro que quedava,viendo la necessidad de sus compañeros, toco el cuerno, y fue a ayudarlos. Aqui se travofuertemente la escaramuça: porque ellos estavan afrontados de ver que un cavallero les duravatanto, y a el le yva mas que la vida en defenderse dellos. A esta hora le dio uno de los dos escuderosuna lançada en un muslo, que a no ser el golpe en soslayo, se le passara todo. El con rabia de verseherido, bolvio por si: y diole una lançada, que dio con el y con su cavallo muy mal herido en tierra.

Rodrigo de Narvaez, barruntando la necessidad en que sus compañeros estavan, atravessoel camino, y como traya mejor cavallo se adelanto: y viendo la valentia del moro quedo espantadoporque de los cinco escuderos tenia los quatro en el suelo y el otro casi al mismo punto. El le dijo:

-Moro vente a mi, y si tu me vences yo te asseguro de los demas.Y començaron a travar brava escaramuça: mas como el alcayde venia de refresco, y el

moro y su cavallo estavan heridos, davale tanta priessa, que no podia mantenerse: mas viendo queen sola esta batalla le yva la vida y contentamiento, dio una lançada a Rodrigo de Narvaez, que a notomar el golpe en su darga, le huviera muerto. El en rescibiendo el golpe, arremetio a el, y diole unaherida en el braço derecho, y cerrando luego con el, le travo a braços: y sacandole de la silla, diocon el en el suelo. Y yendo sobre el, le dijo:

-Cavallero, date por vencido, si no matarte he.-Matarme bien podras -dixo el moro- que en tu poder me tienes: mas no podra vencerme,

sino quien una vez me vencio.El alcayde no paro en el mysterio con que se dezian estas palabras, y usando en aquel

punto de su acostumbrada virtud, le ayudo a levantar porque de la herida que le dio el escudero enel muslo, y de la del braço, aunque no eran grandes, y del gran cansancio y cayda, quedoquebrantado: y tomando de los escuderos aparejo, le ligo las heridas. Y hecho esto, le hizo subir enun cavallo de un escudero, porque el suyo estava herido: y bolvieron el camino de Alora. Y yendopor el adelante hablando en la buena disposicion y valentia del moro, el dio un grande y profundosospiro: y hablo algunas palabras en Algaravia, que ninguno entendio. Rodrigo de Narvaez yvamirando su buen talle y dispusicion, acordavasele de lo que le vio hazer: y pareciale que tan grantristeza en animo tan fuerte no podia proceder de sola la causa que alli parescia. Y por informarsedel, le dijo:

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-Cavallero, mirad que el prisionero que en la prision pierde el animo, aventura el derechode la libertad. Mirad que en la guerra los cavalleros han de ganar y perder: porque los mas de sustrances estan subjectos a la fortuna: y paresce flaqueza que quien hasta aqui ha dado tan buenamuestra de su esfuerço, la de aora tan mala. Si sospirays del dolor de las llagas, a lugar vays dosereys bien curado? Si os duele la prision jornadas son de guerra a que estan subjectos quantos lasiguen. Y si teneys otro dolor secreto fialde de mi, que yo os prometo como hijodalgo de hazer porremediarle lo que en mi fuere.

El moro, levantando el rostro, que en el suelo tenia, le dijo:-¿Como os llamays cavallero que tanto sentimiento mostrays de mi mal.?-El le dijo:-A mi llaman Rodrigo de Narvaez, soy Alcayde de Antequera y Alora.El moro tornando el semblante algo alegre, le dixo.-Por cierto aora pierdo parte de mi quexa: pues ya que mi fortuna me fue adversa, me puso

en vuestras manos, que aunque nunca os vi, sino aora gran noticia tengo de vuestra virtud yexpiriencia de vuestro esfuerço: y porque no os parezca que el dolor de las heridas me haze sospirary tambien porque me paresce, que en vos cabe qualquier secreto, mandad apartar vuestrosescuderos, y hablaros he dos palabras.

El Alcayde los hizo apartar: y quedando solos el moro arrancando un gran sospiro, le dijo:-Rodrigo de Narvaez, alcayde tan nombrado de Alora, esta[te] atento a lo que te dixere, y

veras si bastan los casos de mi fortuna a derribar un coraçon de un hombre captivo. A mi llamanAbindar[r]aez el moço, a diferencia de un tio mio hermano de mi padre, que tiene el mismo nombre.Soy de los Abencerrajes de Granada, de los quales muchas vezes avras oydo dezir: y aunque mebastava la lastima presente, sin acordar las passadas, todavia te quiero contar esto.

»Huvo en Granada un linage de cavalleros, que llamavan los Abencerrajes, que eran flor detodo aquel reyno: porque en gentileza de sus personas, buena gracia, disposicion, y gran esfuerço,hazian ventaja a todos los demas, eran muy estimados del rey y de todos los cavalleros, y muyamados y quistos de la gente comun. En todas las escaramuças que entravan, salian vencedores: yen todos los regozijos de cavalleria se señalavan. Ellos inventavan las galas y los trages. De maneraque se podia bien dezir, que en exercicio de paz y de guerra, eran regla y ley de todo el reyno.Dizese, que nunca huvo Abencerraje escasso, ni covarde, ni de mala disposicion. No se tenia porAbencerraje el que no servia dama, ni se tenia por dama la que no tenia Abencerraje por servidor.Quiso la fortuna enemiga de su bien, que de esta excelencia cayessen de la manera que oyras. ElRey de Granada hizo a dos de estos Cavalleros, los que mas valian, un notable y injusto agravio,movido de falsa informacion, que contra ellos tuvo. Y quisose dezir (aunque yo no lo creo) queestos dos, y a su instancia otros diez, se conjuraron de matar al Rey: y dividir el Reyno entre si,vengando su injuria. Esta conjuracion, siendo verdadera, o falsa, fue descubierta: y por noescandalizar el Rey el reyno, que tanto los amava, los hizo a todos una noche degollar: porque adilatar la injusticia, no fuera poderoso de hazella. Ofrescieronse al Rey grandes rescates por susvidas: mas el aun escuchallo no quiso. Quando la gente se vio sin esperança de sus vidas, començode nuevo a llorarlos. Lloravanlos los padres que los engendraron, y las madres que los parieron;lloravanlos las damas a quien servian, y los cavalleros con quien se acompañavan. Y toda la gentecomun alçava un tan grande y continuo alarido, como si la ciudad se entrara de enemigos: demanera que si a precio de lagrymas se huvieran de comprar sus vidas, no murieran los Abencerrajestan miserablemente. Vees aqui en lo que acabo tan esclarescido linage, y tan principales Cavalleroscomo en el avia: considera quanto tarda la fortuna en subir un hombre y quan presto le derriba.Quanto tarda en crescer un arbol, y quan presto va al fuego. Con quanta dificultad se edifica unacasa, y con quanta brevedad se quema. Quantos podrian escarmentar en las cabeças destosdesdichados: pues tan sin culpa padecieron con publico pregon, siendo tantos y tales y estando en elfavor del mismo rey, sus casas fueron derribadas, sus heredades enajenadas: y su nombre dado en elreyno por traydor. Resulto deste infelice caso, que ningun Abencerraje pudiesse vivir en Granada,salvo mi padre y un tio mio que hallaron innocentes deste delicto: a condicion, que los hijos que les

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nasciesse[n] embiassen a criar fuera de la ciudad: para que no bolviessen a ella, y las hijas casassenfuera del reyno.»

Rodrigo de Narvaez, que estava mirando con quanta passion le contava su desdicha, ledijo:

-Por cierto cavallero, vuestro cuento es estraño, y la sinrazon que a los Abencerrajes sehizo fue grande, porque no es de creer que siendo ellos tales cometiessen traycion.

-Es como yo lo digo -dixo el-. Y aguardad mas y vereys como desde alli todos losbencerrajes deprendimos a ser desdichados.

»Yo sali al mundo del vientre de mi madre y por cumplir mi padre el mandamiento delRey, embiome a Cartama al Alcayde que en ella estava, con quien tenia estrecha amistad. Este teniauna hija, casi de mi edad, a quien amava mas que a si porque allende de ser sola y hermosissima, lecosto la muger que murio de su parto. Esta, y yo, en nuestra niñez, siempre nos tuvimos porhermanos (porque assi nos oyamos llamar). Nunca me acuerdo aver passado hora que noestuviessemos juntos. Juntos nos criaron, juntos andavamos, juntos comiamos y beviamos.Nascionos desta conformidad un natural amor que fue siempre creciendo con nuestras hedades.

»Acuerdome que entrando una siesta en la huerta, que dizen de los jazmines, la hallesentada junto a la fuente, componiendo su hermosa cabeça. Mirela vencido de su hermosura, yparesciome a Salmacis: y dixe entre mi:

»-¡Oh, quien fuera Trocho para parescer ante esta hermosa diosa!»No se como me peso de que fuesse mi hermana: y no aguardando mas fuyme a ella: y

quando me vio, con los braços abiertos me salio a rescebir, y sentandome junto a si, me dijo:»-Hermano, ¿como me dexastes tanto tiempo sola?»»Yo la respondi:»-Señora mia: porque ha gran rato que os busco, y nunca halle quien me dixesse do

estavades, hasta que mi coraçon me lo dixo. Mas dezidme aora, que certinidad teneys vos de queseamos hermanos?

»-Yo -dixo ella- no otra, mas del grande amor que te tengo, y ver que todos nos llamanhermanos.

»-Y si no lo fueramos -dixe yo- ¿quisierasme tanto?»-No ves -dixo ella- que a no serlo, no nos dexara mi padre andar siempre juntos y solos.»-Pues si esse bien me avian de quitar -dixe yo- mas quiero el mal que tengo.»Entonces ella encendiendo su hermoso rostro en color, me dijo:»-¿Y que pierdes tu en que seamos hermanos?»-Pierdo a mi y a vos -dixe yo.»-Yo no te entiendo -dixo ella- mas a mi me paresce que solo serlo, nos obliga a amarnos

naturalmente.»-A mi, sola vuestra hermosura me obliga, que antes essa hermandad paresce que me

resfria algunas vezes.»Y con esto baxando mis ojos, de empacho de lo que le dixe, vila en las aguas de la fuente

al proprio como ella era: de suerte que donde quiera que bolvia la cabeça hallava su imagen, y enmis entrañas la más verdadera. Y deziame yo a mi mismo (y pesarame que alguno me lo oyera)

»-Si yo me anegasse aora en esta fuente, donde veo a mi señora, ¡quanto mas desculpadomoriria yo que Narciso! Y si ella me amasse como yo la amo, ¡que dichoso seria yo! Y si la fortunanos permitiesse vivir siempre juntos, ¡que sabrosa vida seria la mia!

»Diziendo esto levanteme, y bolviendo las manos a unos jazmines, de que la fuente estavarodeada, mezclandolos con arrayan, hize una hermosa guirnalda, y poniendola sobre mi cabeça mebolvi a ella coronado y vencido. Ella puso los ojos en mi (a mi parescer) mas dulcemente que solia,y quitandomela, la puso sobre su cabeça. Paresciome en aquel punto mas hermosa que Venus,quando salio al juyzio de la mançana, y bolviendo el rostro a mi, me dijo:

»Que te paresce aora de mi Abindarraez?»Yo la dixe:

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»-Paresceme que acabays de vencer el mundo, y que os coronan por reyna y señora del.»Levantandose me tomo por la mano, y me dijo:»-Si esso fuera hermano no perdierades vos nada.»Yo sin la responder la segui hasta que salimos de la huerta. Esta engañosa vida traximos

mucho tiempo, hasta que ya el amor por vengarse de nosotros nos descubrio la cautela, que comofuymos creciendo en edad ambos acabamos de entender que no eramos hermanos. Ella no se lo quesintio al principio de saberlo: mas yo nunca mayor contentamiento recebi aunque despues aca lo hepagado bien. En el mismo punto que fuymos certificados desto, aquel amor limpio y sano que nosteniamos, se començo a dañar y se convertio en una raviosa enfermedad, que nos durara hasta lamuerte. Aqui no huvo primeros movimientos que escusar, porque el principio destos amores fue ungusto y deleyte fundado sobre bien: mas despues no vino el mal por principios, sino de golpe y todojunto, ya yo tenia mi contentamiento puesto en ella, y mi alma hecha a medida de la suya. Todo loque no via en ella me parecia feo escusado y sin provecho en el mundo. Todo mi pensamiento heraen ella. Ya en este tiempo nuestros pasatiempos heran differentes; ya yo la mirava con recelo de sersentido, ya tenia invidia del sol que la tocava. Su presencia me lastimava la vida, y su ausencia meenflaquescia el coraçon. Y de todo esto creo que no me devia nada, porque me pagava en la mismamoneda. Quiso la fortuna, embidiosa de nuestra dulce vida, quitarnos este contentamiento en lamanera que oyras.

»El Rey de Granada, por mejorar en cargo al alcayde de Cartama, embiole a mandar, queluego dexasse aquella fuerça, y se fuese a Coyn (que es aquel lugar frontero del vuestro) y que medexasse a mi en Cartama en poder del alcayde que a ella viniesse. Sabida esta desastrada nueva pormi señora y por mi, juzgad vos (si algun tiempo fuystes enamorado) lo que podriamos sentir.Juntamonos en un lugar secreto a llorar nuestro apartamiento. Yo la llamava:

»-Señora mia, alma mia, solo bien mio (y otros dulces nombres que el amor me enseñava.)Apartandose vuestra hermosura d'mi, ¿terneys alguna vez memoria deste vuestro captivo?

»Aqui las lagrymas y sospiros atajavan las palabras. Yo esforçandome para dezir mas,malparia algunas razones turbadas de que no me acuerdo: porque mi señora llevo mi memoriaconsigo. Pues ¡quien os contasse las lastimas que ella hazia aunque a mi siempre me parescianpocas! Deziame mil dulces palabras, que hasta aora me suenan en las orejas: y al fin porque no nossintiessen, despedimonos con muchas lagrymas y solloços, dexando cada uno al otro por prenda unabraçado, con un sospiro arrancado de las entrañas. Y porque ella me vio en tanta necessidad y conseñales d'muerto me dijo:

»-Abindarraez a mi se me sale el alma en apartarme de ti: y porque siento de ti lo mismo,yo quiero ser tuya hasta la muerte, tuyo es mi coraçon, tuya es mi vida, mi honra, y mi hazienda: yen testimonio desto llegada a Coyn, donde aora voy con mi padre, en teniendo lugar de hablarte, opor ausencia o indisposicion suya (que ya desseo) yo te avisare. Yras donde yo estuviere, y alli yo tedare lo que solamente llevo conmigo, debajo del nombre de esposo, que de otra suerte ni tu lealtad,ni mi ser lo consentirian, que todo lo demas muchos dias ha que es tuyo.

»Con esta promessa mi coraçon se sossego algo y besela las manos por la merced que meprometia. Ellos se partieron otro dia, yo quede como quien caminando por unas fragosas y asperasmontañas, se le eclypsa el sol. Comence a sentir su ausencia asperamente buscando falsos remedioscontra ella. Mirava las ventanas do se solia poner, las aguas do se vañava, la camara en que dormia,el jardin do reposava la siesta. Andava todas sus estaciones y en todas ellas hallava representacionde mi fatiga. Verdad es, que la esperança que me dio de llamarme, me sostenía: y con ella engañavaparte de mis trabajos, aunque algunas vezes de verla alargar tanto me causava mayor pena, yholgara que me dexara del todo desesperado: porque la desesperacion fatiga hasta que se tiene porcierta, y la esperança hasta que se cumple el desseo. Quiso mi ventura, que esta mañana mi señorame cumplió su palabra, embiandome a llamar con una criada suya, de quien se fiava: porque supadre era partido para Granada, llamado del rey para bolver luego. Yo resuscitado con esta buenanueva apercebime: y dexando venir la noche por salir mas secreto, puseme en el habito que meencontrastes, por mostrar a mi señora el alegria de mi coraçon: y por cierto no creyera yo que

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bastaran cient cavalleros juntos a tenerme campo, porque traya mi señora comigo, y si tu mevenciste, no fue por esfuerço (que no es possible) sino porque mi corta suerte, o la determinacióndel cielo, quisieron atajarme tanto bien.

»Assi, que, considera tu aora, en el fin de mis palabras, el bien que perdi, y el mal quetengo. Yo yva de Cartama a Coyn breve jornada (aunque el desseo la alargava mucho) el mashufano Abencerraje que nunca se vio, yva a llamado de mi señora, a ver a mi señora, a gozar de miseñora, y a casarme con mi señora. Veome aora herido, captivo, y vencido: y lo que mas siento queel termino y coyuntura de mi bien se acaba esta noche. Dexame pues Christiano consolar entre missospiros, y no los juzgues a flaqueza: pues lo fuera muy mayor tener animo para sufrir tan rigurosotrance.

Rodrigo de Narvaez quedo espantado y apiadado del estraño acontescimiento del moro: yparesciendole que para su negocio, ninguna cosa le podria dañar mas que la dilacion, le dijo:

-Abindarraez, quiero que veas que puede mas mi virtud, que tu ruyn fortuna. Si tu meprometes como cavallero de bolver a mi prision dentro de tercero dia, yo te dare libertad para quesigas tu camino: porque me pesaria de atajarte tan buena empresa.

El moro quando lo oyo, se quiso de contento echar a sus pies, y le dijo:-Rodrigo de Narvaez, si vos esso hazeys, avreys hecho la mayor gentileza de coraçon, que

nunca hombre hizo, y a mi me dareys la vida. Y para lo que pedis, tomad de mi la seguridad quequisieredes, que yo lo cumplire.

El Alcayde llamo a sus escuderos, y les dijo:-Señores fiad de mi este prisionero, que yo salgo fiador de su rescate. Ellos dixeron que

ordenasse a su voluntad. Y tomando la mano derecha entre las dos suyas al moro, le dijo:-¿Vos prometeysme como Cavallero de bolver a mi castillo de Alora a ser mi prisionero

dentro de tercero día?El le dijo:-Si prometo.-Pues yd con la buena ventura, y si para vuestro negocio teneys necessidad de mi persona,

o de otra cosa alguna, tambien se hara.Y diziendo que se lo agradescia, se fue camino de Coyn a mucha priessa. Rodrigo de

Narvaez y sus escuderos se bolvieron a Alora, hablando en la valentia y buena manera de el Moro.Y con la priessa que el Abencerraje llevava, no tardo mucho en llegar a Coyn, yendose

derecho a la fortaleza, como le era mandado, no paro hasta que hallo una puerta que en ella avia: ydeteniendose alli, començo a reconoscer el campo, por ver si avia algo de que guardarse, y viendoque estava todo seguro, toco en ella con el cuento de la lança, que esta era la señal que le avia dadola dueña. Luego ella misma le abrio, y le dijo:

-¿En que os aveis detenido señor mio? Que vuestra tardança nos ha puesto en granconfusion. Mi señora ha rato que os espera: apeaos y subireys donde esta.

El se apeo, y puso su cavallo en un lugar secreto, que alli hallo. Y dexando lança con sudarga y cimitarra, llevandole la dueña por la mano, lo mas passo que pudo, por no ser sentido de lagente del castillo, subio por una escalera, hasta llegar al aposento d'la hermosa Jarifa (que assi sellamava la dama.) Ella que ya avia sentido su venida, con los braços abiertos le salio a rescebir.Ambos se abraçaron, sin hablarse palabra, del sobrado contentamiento. Y la dama le dijo:

-¿En que os aveys detenido, señor mio? Que vuestra tardança me ha puesto en grancongoxa y sobresalto.

-Mi señora, dixo el, vos sabeys bien que por mi negligencia no avra sido: mas no siempresucceden las cosas como los hombres dessean.

Ella le tomo por la mano, y le metio en una camara secreta. Y sentandose sobre una camaque en ella avia, le dijo:

-He querido Abindarraez, que veays en que manera cumplen las captivas de amor suspalabras porque desde el dia que os la di por prenda de mi coraçon, he buscado aparejos paraquitarosla. Yo os mande venir a este mi castillo a ser mi prisionero, como yo lo soy vuestra, y

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hazeros señor de mi persona, y de la hazienda de mi padre, debaxo de nombre de esposo, aunqueesto, segun entiendo, sera muy contra su voluntad, que como no tiene tanto conoscimiento devuestro valor y experiencia d'vuestra virtud como yo quisiera darme marido mas rico: mas yo,vuestra persona y mi contentamiento tengo por la mayor riqueza del mundo.

Y diziendo esto baxo la cabeça, mostrando un cierto empacho d'averse descubierto tanto.El moro la tomo entre sus braços, y besandola muchas vezes las manos por la merced que le hazia,la dijo:

-Señora mia, en pago d'tanto bien como me aveys ofrescido, no tengo que daros que no seavuestro, sino sola esta prenda, en señal que os rescibo por mi señora y esposa.

Y llamando a la dueña se desposaron. Y siendo desposados se acostaron en su cama, dondecon la nueva experiencia encendieron mas el fuego de sus coraçones. En esta conquista passaronmuy amorosas obras y palabras, que son mas para contemplacion, que para escriptura.

Tras esto al moro vino un profundo pensamiento, y dexando llevarse del dio un gransospiro. La dama no pudiendo sufrir tan grande ofensa d'su hermosura y voluntad con gran fuerçade amor le bolvio a si, y le dijo:

-¿Ques esto Abindarraez? Paresce que te has entristecido con mi alegria: yo te oyo sospirarrebolviendo el cuerpo a todas partes: pues si yo soy todo tu bien y contentamiento, como me deziaspor quien sospiras? y si no lo soy, porque me engañaste? si has allado alguna falta en mi persona,pon los ojos en mi voluntad, que basta para encubrir muchas: y si sirves otra dama dime quien espara que la sirva yo: y si tienes otro dolor secreto de que yo no soy ofendida, dimelo, que o yomorire, o te librare del.

El Abencerraje corrido de lo que avia hecho, y paresciendole que no declararse, eraocasion d'gran sospecha, con un apassionado sospiro la dijo:

-Señora mia si yo no os quisiera mas que a mi, no huviera hecho este sentimiento: porqueel pesar que comigo traya, sufriale con buen animo, quando yva por mi solo: mas aora que meobliga a apartarme d'vos no tengo fuerças para sufrirle, y assi entendereys que mis sospiros secausan mas de sobra de lealtad que de falta della. Y porque no esteys mas suspensa sin saber deque, quiero deziros lo que passa.

Luego le conto todo lo que avia succedido: y al cabo la dijo:-De suerte señora que vuestro captivo lo es tambien del alcayde de Alora, yo no siento la

pena de la prision, que vos enseñastes mi coraçon a sufrir: mas vivir sin vos, tendria por la mismamuerte.

La dama con buen semblante, le dijo:-No te congoxes Abindarraez, que yo tomo el remedio de tu rescate a mi cargo: porque a

mi me cumple mas. Yo digo assi, que qualquier cavallero que diere la palabra de bolver a la prision,cumplira con embiar el rescate que se le puede pedir: y para esto ponedle vos mismo el nombre quequisierdes, que yo tengo las llaves de las riquezas de mi padre, yo os las porne en vuestro poder,embiad de todo ello lo que os paresciere. Rodrigo d'naruaez es buen cavallero, y os dio una vezlibertad, y le fiastes este negocio, que le obliga aora a usar de mayor virtud: yo creo que secontentara con esto, pues teniendoos en su poder ha de hazer lo mismo.

El Abencerraje la respondio:-Bien parece señora mia que lo mucho que me quereys nos dexa que me aconsejeys bien

por cierto no cayre yo en tan gran yerro porque si quando venia a verme con vos que yva por misolo estava obligado a cumplir mi palabra, aora que soy vuestro se me a doblado la obligacion. Yobolvere a Alora y me porne en las manos del Alcayde della y tras hazer yo lo que devo, haga el loque quisiere.

-Pues nunca Dios quiera -dixo Jarifa- que yendo vos a ser preso quede yo libre, pues no losoy, yo quiero acompañaros en esta jornada que ni el amor que os tengo, ni el miedo que he cobradoa mi padre de averle offendido me consentiran hazer otra cosa.

El moro llorando de contentamiento la abraço y le dijo:

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-Siempre vays señora mia acrescentandome las mercedes hagase lo que vos quisierdes queassi lo quiero yo.

Y con este acuerdo aparejando lo necessario. Otro dia de mañana se partieron llevando laDama el rostro cubierto por no ser conoscida.

Pues yendo por su camino adelante hablando en diversas cosas, toparon un hombre viejo ladama le pregunto donde yva. El la dijo:

-Voy a Alora a negocios que tengo con el alcayde della, que es el mas honrado y virtuosocavallero que yo jamas vi.

Jarifa se holgo mucho de oyr esto, paresciendole que pues todos hallavan tanta virtud eneste cavallero, que tambien la hallarian ellos que tan necessitados estavan della. Y bolviendo alcaminante, le dijo:

-Dezid hermano: ¿sabeys vos d'esse cavallero alguna cosa que aya hecho notable?-Muchas se -dixo el- mas contaros he una por donde entendereys todas las demas.»Este cavallero fue primero alcayde de Antequera, y alli anduvo mucho tiempo enamorado

de una dama muy hermosa, en cuyo servicio hizo mil gentilezas que son largas de contar: y aunqueella conoscia el valor deste cavallero amava a su marido tanto, que hazia poco caso del. Acontescioassi, que un dia de verano acabando de cenar, ella y su marido se baxaron a una huerta que teniadentro de casa: y el llevava un gavilan en la mano, y lançandole a unos paxaros, ellos huyeron, yfueronse a socorrer a una çarça, y el gavilan, como astuto, tirando el cuerpo afuera, metio la mano,y saco y mato muchos dellos. El cavallero le cebo, y bolvio a la dama, y la dijo:

»-¿Que os paresce señora del astucia con que el gavilan encerro los paxaros, y los mato?Pues hagoos saber, que cuando el alcayde de Alora escaramuça con los moros, assi los sigue, y assilos mata.

»Ella fingiendo no le conoscer, le pregunto quien era.»-Es el mas valiente y virtuoso cavallero, que yo hasta oy vi.»Y començo a hablar del muy altamente, tanto que a la dama le vino un cierto

arrepentimiento, y dijo:»-¡Pues como! los hombres estan enamorados deste Cavallero, y que no lo este yo de el,

estandolo el de mi! Por cierto yo estare bien disculpada de lo que por el hiziere pues mi marido meha informado de su derecho

»Otro dia adelante se ofrescio que el marido fue fuera de la ciudad y no pudiendo la damasufrirse en si embiole llamar con una criada suya. Rodrigo de Narvaez estuvo en poco de tornarseloco de plazer aunque no dio credito a ello acordandosele de la aspereza que siempre le aviamostrado. Mas con todo esso a la hora concertada muy a recado fue a ver la Dama que le estavaesperando en un lugar secreto y alli ella echo de ver el yerro que avia hecho y la vergüença quepassava en requerir aquel de quien tanto tiempo avia sido requerida pensava tambien en la fama quedescubre todas las cosas temia la inconstancia de los hombres y la offensa del marido y todos estosinconvenientes (como suelen) aprovecharon de vencerla mas, y passando por todos ellos le rescibiodulcemente y le metio en su camara donde passaron muy dulzes palabras, y en fin dellas le dijo:

»-Señor Rodrigo de Narvaez, yo soy vuestra de aqui adelante sin que en mi poder quedecosa que no lo sea, y esto no lo agradezcays a mi que todas vuestras passiones y diligencias falsas, overdaderas, os aprovecharan poco comigo, mas agradesceldo a mi marido que tales cosas me dixod'vos que me han puesto en el estado en que aora estoy.

»Tras esto le conto quanto con su marido avia passado y al cabo le dijo:»Y cierto señor vos deveys a mi marido mas que el a vos:»Pudieron tanto estas palabras con Rodrigo de Narvaez que le causaron confusion y

arrepentimiento del mal que hazia a quien del dezia tantos bienes y apartandose afuera, dijo:»-Por cierto señora yo os quiero mucho y os querre de aqui adelante mas nunca Dios quiera

que a hombre que tan afficionadamente ha hablado en mi haga yo tan cruel daño. Antes de oy mashe de procurar la honra de vuestro marido como la mia propria pues en ninguna cosa le puedo pagarmejor el bien que de mi dixo.

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»Y sin aguardar mas, se bolvio por donde avia venido. La dama devio de quedar burlada: ycierto (señores) el cavallero, a mi parescer uso de gran virtud y valentia, pues vencio su mismavoluntad.

El Abencerraje y su dama quedaron admirados del cuento: y alabandole mucho, el dixo,que nunca mayor virtud avia visto d'hombre. Ella respondio:

-Por dios señor yo no quisiera servidor tan virtuoso: mas el devia estar poco enamorado,pues tan presto se salio afuera: y pudo mas con el la honra del marido que la hermosura de lamuger.

Y sobre esto dixo otras muy graciosas palabras.Luego llegaron a la fortaleza: y llamando a la puerta, fue abierta por las guardas, que ya

tenian noticia de lo passado. Y yendo un hombre corriendo a llamar al alcayde le dixo.-Señor en el castillo esta el moro que venciste, y trae consigo una gentil dama.Al alcayde le dio el coraçon lo que podia ser: y baxo abaxo. El Abencerraje tomando su

esposa de la mano, se fue a el, y le dijo:-Rodrigo de Narvaez, mira si te cumplo bien mi palabra, pues te prometi de traer un preso,

y te trayo dos, que el uno basta para vencer otros muchos. Ves aqui mi señora, juzga si he padescidocon justa causa. Rescibenos por tuyos, que yo fio mi señora y mi honra de ti.

Rodrigo de Narvaez holgo mucho de verlos, y dixo a la dama:-Yo no se qual de vosotros deve mas al otro: mas yo devo mucho a los dos. Entrad y

reposareys en esta vuestra casa: y tenelda de aqui adelante por tal, pues lo es su dueño.Y con esto se fueron a un aposento que les estava aparejado y de ay a poco comieron:

porque venian cansados del camino. Y el alcayde pregunto al Abencerraje.-Señor. ¿que tal venis de las heridas?-Paresceme señor que con el camino las trayo enconadas, y con algun dolor.La hermosa Jarifa muy alterada, dijo:-¿Que es esto señor, heridas teneys vos de que yo no sepa?-Señora, quien escapo de las vuestras, en poco terna otras: verdad es que de la escaramuça

de la otra noche saque dos pequeñas heridas, y el camino y no averme curado me avran hecho algundaño.

-Bien sera -dixo el Alcalde- que os acosteys y verna un çurujano que ay en el castillo.Luego la hermosa Jarifa le començo a desnudar con grande alteracion y viniendo el

maestro y viendole, dixo que no hera nada, y con un ungüento que le puso le quito el dolor y de ay atres dias estuvo sano.

Un dia acaescio que acabando de comer el Avencerraje dixo estas palabras.-Rodrigo de Narvaez segun eres discreto en la manera de nuestra venida entenderas lo

demas, yo tengo esperança que este negocio que esta tan dañado se ha de remediar por tus manos:esta dueña es la hermosa Jarifa de quien te huve dicho es mi señora y mi esposa no quiso quedar encoyn, de miedo d'aver offendido a su padre todavia se teme deste caso, bien se que por tu virtud teama el Rey, aunque eres Christiano, suplicote alcances del que nos perdone su padre, por averhecho esto sin que el lo supiesse, pues la fortuna lo traxo por este camino.

El Alcayde les dijo:-Consolaos, que yo os prometo de hazer en ello quanto pudiere.Y tomando tinta y papel, escrivio una carta al Rey, que dezia assi.

CARTA DE RODRIGO DE NARVAEZ ALCAYDE DE ALORA,PARA EL REY DE GRANADA.

Muy alto y muy poderosorey de Granada:

Rodrigo d'Narvaez, alcayde de Alora tu servidor, beso tus reales manos: ydigo assi, Que el Abencerraje Abindarraez el moço, que nascio en Granada, y se crioen Cartama en poder de el Alcayde de ella, se enamoro de la hermosa Jarifa su hija.

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Despues tu por hazer merced al alcayde, le passaste a coyn. Los enamorados porassegurarse, se desposaron entre si. Y llamado el por ausencia del padre, que contigotienes, yendo a su fortaleza, yo le encontre en el camino, y en cierta escaramuça quecon el tuve, en que se mostro muy valiente, le gane por mi prisionero. Y contandome sucaso, apiadandome del le hize libre por dos dias: el se fue a ver con su esposa, desuerte que en la jornada perdio la libertad, y gano el amiga. Viendo ella que elAbencerraje bolvia a mi prision se vino con el y assi estan aora los dos en mi poder.Suplicote que no te ofenda el nombre de Abencerraje, que yo se que este y su padrefueron sin culpa en la conjuracion que contra tu real persona se hizo: y en testimoniodello viven. Suplico a tu real alteza, que el remedio destos tristes se reparta entre ti ymi. Yo les perdonare el rescate, y les soltare graciosamente. solo haras tu que el padredella los perdone y resciba en su gracia. Y en esto cumpliras con tu grandeza, y haraslo que de ella siempre espere.

Escripta la carta, despacho un escudero con ella, que llegado ante el rey, se la dio: el qualsabiendo cuya era, se holgo mucho, que a este solo Christiano amava por su virtud y buenasmaneras. Y como la leyo, bolvio el rostro al alcayde de Coyn, que alli estava y llamandole a parte,le dijo:

-Lee esta carta, que es del alcayde de Alora.Y leyendola, rescibio grande alteracion. El rey le dijo:-No te congoxes, aunque tengas porque, sabete que ninguna cosa me pedira el alcayde de

Alora que yo no lo haga. Y assi te mando que vayas luego a Alora y te veas con el, y perdones tushijos, y los lleves a tu casa, que en pago deste servicio a ellos y a ti hare siempre merced.

El moro lo sintio en el alma: mas viendo que no podia passar el mandamiento de el Rey,bolvio de buen continente, y dixo, que assi lo haria como su alteza lo mandava.

Y luego se partio a Alora donde ya sabian del escudero todo lo que avia passado, y fue detodos rescebido con mucho regozijo y alegria. El Abencerraje y su hija parescieron ante el con hartavergüença, y le besaron las manos. El los rescibio muy bien, y les dijo:

-No se trate aqui de cosa passada, yo os perdono averos casado sin mi voluntad, que en lodemas, vos hija escogistes mejor marido, que yo os pudiera dar.

El alcayde todos aquellos dias les hazia muchas fiestas: y una noche acabando de cenar enun jardin, les dijo:

-Yo tengo en tanto aver sido parte para que este negocio aya venido a tan buen estado, queninguna cosa me pudiera hazer mas contento: y assi digo, que sola la honra de averos tenido por misprisioneros quiero por rescate de la prision. De oy mas vos señor Abindarraez soys libre de mi parahazer de vos lo que quisierdes.

Ellos le besaron las manos por la merced y bien que les hazia: y otro dia por la mañanapartieron de la fortaleza, acompañandolos el Alcayde parte del camino.

Estando ya en Coyn gozando sossegada y seguramente el bien que tanto avia desseado. Elpadre les dijo:

-Hijos aora que con mi voluntad soys señores de mi hazienda, es justo que mostreys elagradescimiento que a Rodrigo de Narvaez se deve, por la buena obra que os hizo: que no por averusado con vosotros de tanta gentileza ha de perder su rescate, antes le meresce muy mayor. Yo osquiero dar seys mil doblas zaenes, embiadselas, y tenelde de aqui adelante por amigo, aunque lasleyes sean diferentes. Abindarraez le beso las manos y tomandolas con quatro muy hermososcavallos y quatro lanças con los hierros y cuentos de oro, y otras quatro dargas, las embio al alcaydede Alora, y le escrivio assi.

CARTA DEL ABENCERRAJE ABINDARRÁEZ,AL ALCAYDE DE ALORA.

Si piensas Rodrigo de Narvaez, que con darme libertad en tu castillo, paravenirme al mio, me dexaste libre: engañaste, que quando libertaste mi cuerpo,

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prendiste mi coraçon (las buenas obras, prisiones son de los nobles coraçones). Y si tupor alcançar honra y fama acostumbras hazer bien a los que podrias destruyr: yo porparescer a aquellos donde vengo, y no degenerar de la alta sangre de los Abencerrajes,antes coger y meter en mis venas toda la que dellos se vertio, estoy obligado aagradescerlo, y servirlo. Rescibiras de esse breve presente la voluntad de quien leembia, que es muy grande y de mi Jarifa: otra tan limpia y leal, que me contento yo deella.

El alcayde tuvo en mucho la grandeza y curiosidad del presente: y rescibiendo del loscavallos ,y lanças, y dargas, escrivio a Jarifa assi

CARTA DE EL ALCAYDE DE ALORA,A LA HERMOSA JARIFA

Hermosa Jarifa. No ha querido Abindarraez dexarme gozar de el verdaderotriumpho de su prision, que consiste en perdonar y hazer bien: y como a mi en estatierra nunca se me ofrescio empresa tan generosa, ni tan digna de Capitan Español,quisiera gozarla toda y labrar della una estatua para mi posteridad y descendencia.Los cavallos y armas rescibo yo para ayudarle a defender de sus enemigos. Y si enembiarme el oro se mostro cavallero generoso, en rescebirlo yo paresciera cobdiciosomercader: yo os sirvo con ello en pago de la merced que me hezistes en serviros de mien mi castillo. Y tambien señora yo no acostumbro robar damas, sino servirlas yhonrarlas.

Y con esto les bolvio a embiar las doblas. Jarifa las rescibio, y dijo:-Quien pensare vencer a Rodrigo de Narvaez, de armas, y cortesia, pensara mal.De esta manera quedaron los unos de los otros muy satisfechos y contentos, y travados con

tan estrecha amistad, que les duro toda la vida.

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EL ABENCERRAJE Y LA HERMOSA JARIFA

AUTOR ANÓNIMO

Flor de romances, escogida entre los de Abindarráez, Jarifa y Rodrigo de Narváez

ROMANCES

Rodrigo de Narváez guarda la frontera

En el tiempo que reinabael Infante don Fernando,que del reino de Aragón

fue después Rey coronado,

en España residíaun caballero esforzado,que Rodrigo de Narváez

fue de su nombre llamado,

que a todos los de su tiempoen valor se ha aventajado;y entre las cosas que hizo

adonde más le ha mostrado,

fue cuando ganó a Antequerael Infante ya nombrado;y ansí, de Alora y de ellapor alcaide le han dejado,

donde estuvo mucho tiempocon algunos hijosdalgo,muy valerosas empresascontra moros acabando.

Pues como la ociosidadnunca en ellos ha reinado,

saliéronse nueve juntosuna noche del verano,

del murmurar de los vientosapacible convidados,y de la luz de la lunaa la salida incitando,

por ver si tienen descuidolos de su bando contrario,o si sale alguno de ellosen la noche confiado [...]

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Cabalgata nocturna, bajo la luna, de Rodrigo de Narváez y los suyos

Al campo sale Narváez,vasallo del Rey de España

y alcaide de Antequera,con ilustre cabalgada;

todos a punto de guerra,de gran nombradía y fama,salen por topar los moros

haciendo alguna emboscada:

La media noche seríay la tierra en silencio estaba.

Narváez se sube al otero,de allí la luna miraba;

tan clara estaba y serena,que de vella se admiraba.

La noche parece día,según el cielo mostraba;

el camino por do ibanen dos caminos se aparta

[...]

3

Abindarráez, vistosamente ataviado y con ricas armas, sale por la noche en busca de Jarifa. Loscaballeros cristianos de Rodrigo de Narváez, al acecho, contemplan admirados la bella estampa

del moro cantando los amores con su dama

[...] Métense en una arboledamuy hermosa, que allí había.

Desde a poco rato vieronvenir con gran osadía

un valiente y gentil morode hermosa filosomía,

en un caballo ruano,poderoso a maravilla,

amenazando los vientoscon la furia que traía;

que la silla con el freno

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eran de grande valía,con muchas borlas de grana,

demostrando el alegría

que llevaba el fuerte moro,y en lo demás que traía:las cabezadas, de plata,labradas a la Turquía;

un caparazón bordadode aljófar, que relucía,y los estribos dorados,aciones de seda fina.

El moro venia vestidocon estrema galanía,marlota de carmesín,

muy llena de pedrería;

un albornoz de damascocortado de fantasía;una fuerte cimitarraa su costado ceñía;

el puño, de una esmeralda;pomo, de piedra zafira;la guarnición es de oro;

la vaina, de perlería.

Una adarga ante sus pechos,de fuerte piel granadina,

a la morisca labrada;una luna por divisa;

lleva el brazo arremangadoque muy fuerte parescía;

una lanza con dos hierros,que veinte palmos tenía;

con aquel brazo herculeofuertemente la blandía.Rica toca en su cabeza,

que tunecí se decía;

con las vueltas que le daba,de armadura le servía,

con rapacejos colgando,de oro de Alejandría.

Parecía el moro fuerteun Héctor en valentía;

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iba en todo tan lozano,y tan lleno de alegría,

que con una voz graciosaaqueste cantar decía:

En Granada fui nacidode una mora de valía,

y en Cartama fui criadopor triste ventura mía.

Tengo dentro de Coínlas cosas que más quería,

que es mi bien y mi señora,la muy graciosa jarifa.

Hora voy por su mandado,do muy presto la vería,

si le placiere a Mahoma,antes que amanezca el día.

Con tanta gracia cantaba,porque en todo la tenía,que a un triste corazónbastaba a dar alegría

[...]

4

En este romance se trata de la desgracia en que cayeron los Abencerrajes como consecuencia delas habladurías propaladas por sus enemigos en la Corte de Granada, causa del destierro de

Abindarráez a la frontera, cuando era niño

Caballeros granadinos,aunque moros, hijos dalgo,

con envidiosos intentosal rey moro van hablando,

viendo que los favorecetodo el granadino estado,hombres, niños y mujeres,

caballeros y villanos;

dicen que los Bencerrajes,linaje noble, afamado,

procuran dalle la muertepara gozar su reinado.

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Otro romance sobre la desgracia de la familia de los Abencerrajes

En las torres del Alhambrasonaba gran vocería

y en la ciudad de Granadagrande llanto se hacía,

porque sin razón el Reyhizo degollar un día

treinta y seis Abencerrajesnobles y de gran valía,

a quien Cegrís y Gomelesacusan de alevosía.

Granada los llora más,con gran dolor que sentía,

que en perder tales varoneses mucho lo que perdía:

hombres, niños y mujereslloran tan grande perdida,lloraban todas las damas,cuantas en Granada había.

Por las calles y ventanasmucho luto parecía;

no había dama principalque luto no se poníani caballero ninguno

que de negro no vestía,sino fueran los Gomeles,

do salió el alevosía;y con ellos los Cegrís

que les tienen compañía.

Y si alguno luto lleva,es por los que muerto habían

los Gazules y Alabeces,por vengar la villanía,

en el cuarto de los Leones,con gran valor y osadía.

Y si hallaran al reyle privaran de la vida,

por consentir la maldadque allí consentido había.

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En este romance se trata de los amores primeros de Abindarráez y Jarifa, y la separación de losenamorados por irse ella con su padre a otro lugar de la frontera

Crióse el Abindarráez

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en Cartama, esa alcaidía,hasta que fue de quince años

con la hermosa Jarifa.Padre llamaba al alcaideque él en guarda lo tenía,y Jarifa como hermana

le regalaba y servía.

Y solos por los jardinesse andaban de noche y día,cogiendo de entre las flores

la que mejor parecía.Si Abindarráez cantaba,

Jarifa le respondía,y si acaso estaba triste,

Jarifa se entristecía.

Y estando una madrugada,ya que la aurora salía,

sentados junto a una fuenteque el agua dulce corría,

Jarifa de Abindarráezmuchas veces se retira,

y aunque muestra rostro alegre,no burla como solía;

antes de muy congojadaen mirándole sospira,

y el valiente Abindarráezmucha tristeza sentía.

Y con la voz amorosale pregunta qué tenía.Jarifa como discreta

sospirando respondía:?¡Ay, Abindarráez querido,

ay, alma del alma mía!¡Cómo se nos va apartando

el contento y alegría!

Que a mi padre oí anoche,fingiendo estar yo dormida,

que hermandad ni parentescoentre nosotros no había;y que de aquesta fronterael rey, alcaide os hacía,y que mi padre en Coín

quiere el rey que asista y viva;y pues oí el desengañoen que engañada vivía,

siendo mi gloria tan breve¿cómo podré tener vida?

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Y estando los dos amantesen su triste despedida,

llega a Abindarráez un pajea pedille las albricias.

7

Romance de la carta de amor que escribe el Abencerraje a Jarifa instándole a que le mande llamar

A ti, la hermosa Jarifa,Abindarráez salud envía,

el cual sin ella y sin tiesta carta te escribía.

Mil veces dejé la plumay dejada la tenía;

el esfuerzo me animaba,el temor me combatía.

En esto el atrevimientoque te escribiese, decía;el temor, ya despedido,el amor me dio osadía.

Lo que te escribo, señora,corazón y vida mía,

es que te acuerdes de mí,cual salí de gallardía

en la vega de Granadavestido de tu divisa;

y lo que más te agradezco,Jarifa, en cuanto podía,

de saber cuán bien celastecon Fátima, tu querida,

nuestros secretos amores,como discreta entendida.

Lo que al presente suplicocon amor y cortesía

es que cumplas tu palabracomo de ti se confía,

que es de enviarme a llamar;di: ¿cuándo será este día?

Y si error hay en la carta,culpe a quien lo merecía.Al amor primeramenteporque me favorecía;

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después al atrevimiento,y a la mano que escribía.

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Romance de la carta de amor que escribe Jarifa a Abindarráez avisándole de la ausencia de supadre, para que vaya a encontrarse con ella

La pluma toma Jarifa,y en un papel escribía

una carta a Abindarráez,quien más que a sí le quería:

"Bien sabes, Abindarráez,que soy tu menor cautiva,

tu vasalla y servidorahasta el fin de mi vida.

Bien sabes que con tu ausencia,por ser tú mi compañía,vivo la más triste mora

de toda la morería.

Con esperanzas de vertetengo esperanza de vida.

Ha querido el gran Mahomadar hoy fin a mi porfía,

que mi padre es ido a Ronda,a Ronda, aquesa villa,

diciendo que ha de volverdentro de tercero día.

Luego, vista la presente,te parte[s], por vida mía,que la tierra está segura

y tu fuerza está rendida."

9

Romance de los temores del Abencerraje esperando la carta de Jarifa y la llegada del mensajerocon la misiva de amor

El postrero Abencerrajeque Abindarráez se llamaba,

teniendo por el rey Chicola alcaidía de Cartama,

ninguna noche duerme

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ni de día sosegabaviéndose tan apartado

del contento de su alma,

porque su amada Jarifaallá en Coín, donde estaba,

témese que no le olvide,siendo de otro festejada;

que aunque estaba bien fiado,siempre teme su mudanza,porque mudanza en mujer

es cosa muy ordinaria,

cuantimás que en larga ausencianinguna paciencia abasta.

Y con este pensamientograndes congojas pasaba,

mas todo es bien empleado.

Pues tan bien se le pasaba,que estando el Abencerraje

asomado a una ventana,mirando hacia aquella parte

donde su señora estaba,

que este era el mayor regaloque para su mal hallaba,

diciendo: "¡Dichosa tierra,pues que deseo alabada,

que tienes la flor del mundo,y la más hermosa dama

de todas cuantas han sidoni serán según su fama!";

vio venir un escuderoque a gran priesa caminaba,con una carta en la mano,

y hacia él enderezaba.

El moro cuando le vidosu corazón se alteraba,

porque no sabe quién fueseni para qué le buscaba,

y en llegando el escuderode rodillas se hincaba,

y la carta que traíaen su mano se le daba;

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y aunque no vio sobre escriptono quiso preguntar nada,

mas en habiéndola abiertola color se le mudaba,

porque vio en la cortesíaque era letra de su dama,que a dar fin a sus amoresle envía a decir que vaya.

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Lope de Vega cuenta, por medio de un romance en boca de Abindarráez, cómo Don Rodrigo rindióal moro cuando este iba camino de sus bodas Abindarráez a Jarifa

Llegó a Cartama Celindocon tu carta cuando estaba

el sol inclinado al Sur,pardo y triste, y no sin causa.

Leíla, beséla y dilealbricias de mi esperanza,

que se perdió en el ausenciadespués de llena de canas.

Vestíme, hermosa señora,colores, plumas y galas,

que un alegre pensamientocon todas tres se declara.

Bajé a nuestra huerta antigua,y despedíme en voz altade los árboles y flores,

de las fuentes y las aguas.

Diles mil abrazos tiernos,y ellos también se inclinaban

a darme para ti muchos,que aun tienen alma las plantas.

Puse al estribo las míassin el arzón, y a la casa

le dije volviendo el rostro:?Piedras, Jarifa me aguarda.

No sé si me respondieron,pero sentí que sonaban

por largo trecho las fuentes:o era envidia o tu alabanza.

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Esta, por todo el camino,jornada, aunque breve, larga,

iban alternando a vecesentre la lengua y el alma,

cuando de unos robles verdesentre pálidas retamas

oigo relinchos y voces,y alzo la lanza y la adarga.

Pero al punto estoy en mediode cinco lanzas cristianas,mas sin soberbia te digo

que eran pocas otras tantas;

y quizá porque eran pocas,trajo luego mi desgraciaotras tantas de refresco,

y una, la mejor de España:

Este fue el alcaide fuerte,si sabes su nombre y fama,

que es de Alora y Antequera,y estaba puesto en celada.

Apartó sus caballerosdesafióme a batalla

como caballero fuerte,cuerpo a cuerpo en la campaña.

Como era fuerza, acetéley ansí con la luna clara

comenzamos nuestra guerrajugando las fuertes lanzas.

Y pues al fin me venció.No me alabo; decir basta

que tenía tres heridasen brazo, muslo y espaldas.

No me las dieron huyendopero quien con diez batalla,también sospecho que tiene

en las espaldas la cara.

Don Rodrigo de Narváez,que así el alcaide se llama,

me prendió, y llevaba a Alorade sus diez hombres en guarda,

cuando, viendo mi tristeza,

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si le contaba la causa,me prometió dar remedioy ansí fue justo contarla:

Que hizo el cristiano conmigoesta gentileza extraña,con sólo mi juramento,porque le di la palabra

que dentro el día tercerovolvería a Alora sin faltaa ser su preso y cautivo.

Mira si es justo quebrarla.

Y mira, mi bien, si debollorar mi suerte contraria,

pues le he de llevar el cuerpode quien tú tienes el alma.

11

El Abencerraje cuenta a don Rodrigo, camino de la prisión, después de la derrota, sus amores conJarifa; en este fragmento de romance le refiere su juventud hasta que supo que la mora no era su

hermana

Cuando yo nascí, cuitado,luego mi padre me envía

para que criado fueseen Cartama aquesa villa.

Encargárame al Alcaide,que mi padre lo tenía

por grande amigo, y lo era,y en las obras parecía,pues con una hija solame criaba y le servía.

Ella me llamaba hermano,yo a ella hermana mía;

como hermanos muy amadospasábamos nuestra vida.

El amor entre los dosdiferencia no hacía;

como su hermano me amaba,yo por hermana tenía.

Tanto cresció en hermosura,que par a ella no había.

Vila una vez en la fuente

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que en nuestro jardín corría,

peinándose los cabelloscomo oro de Alejandría.A la hermosa Salmasis

en belleza parescía.

Dije: ?¡Oh, quién fuese Trocopara estar cabe esta ninfa,sin jamás quitarme de ella,

ni de noche ni de día!

Con su gracia y hermosuracorriendo a mí se venía,y abrazándome me dijo:

?Ay, hermano de mi vida,decidme, ¿dónde venís,

que yo buscado os había?

?Yo también a vos, hermana,que sin vos no hay alegría.

Pero vos ¿cómo sabéisque seáis hermana mía?

?Yo no más del grande amorque como hermano os tenía,y ver también que mi padre

como sus hijos nos cría.

Otras mil cosas pasamosque el amor nos insistía.

Y como el tiempo descubrelas cosas, yo supe un díacomo no era mi hermana,

y holguéme en demasía [...]

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Otro romance que cuenta el mismo episodio de la libertad del moro

Mal herido Abindarráezse sale de una batalla,

y preso, que es lo peor;y lo que más estimaba,

no por verse de un cristianosobrado lanza por lanza,

mas por no poder cumplira Jarifa su palabra.

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Solo va en medio de todoslos que el alcalde llevaba,

muy triste y muy pensativo,y la cabeza abajada.

Suspira de rato en rato,y entre sí él se quejaba:

?¿Hasta cuándo, di, fortuna,has de estar conmigo airada?

Acaba ya, si quisieres;mira que no ganas nada,

que no es honra en cuerpo muerto,como dicen, dar lanzada.

Jarifa, señora mía,mal nos fue en esta batalla,pues tú pierdes tu cautivo,

yo mi gloria deseada.

No esperes, porque si esperasestarás desesperada,

esperando a quien no espera,que se acabó su esperanza.

¡Ay de mí, triste cautivo,ay, que el alma se me arranca!Diciendo esto dio un suspiro,

y los ojos se alimpiaba.

El alcaide, que es discreto,y la noche hacía clara,iba notando del morola tristeza que llevaba,

y apartándole a una parte,supo de él toda la causa;y al punto le dio licenciacon que le diese palabra

de volver a su prisión,esta ventura acabada;

y el moro se fue contentoadonde Jarifa estaba.

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En el curso de la novela de los amores de Geminandro y Laura, un personaje canta el romance dela soledad de Jarifa mientras espera a su enamorado; sigue otro en el que se canta el gozo del

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encuentro entre los enamorados moros; y otro más sobre la vuelta de Abindarráez y Jarifa alcastillo de Rodrigo de Narváez

[...] y después de ya el suntuoso y rico banquete acabado, pidió Laura a Pinela tocase elinstrumento y cantase alguna historia de cristiano o moro. A quien Pinela respondió diciendo que

de cristiano no tenía cosa al presente de gusto, pero que sí tenía de moro enamorado, cuyahistoria, aunque antigua, la tenía sacada a lo nuevo; así, veniendo en ello Geminandro, y

templando el instrumento, comenzó a requebrar la soledad de Jarifa en suave canto:

Triste, pensativa y solaestá la bella Jarifa,temerosa de perder

al Bencerraje, su vida.

Debajo está de un jazmín,en un jardín retraída,

de celos y pensamientosel alma y fe combatida.

Siente que el plazo se pasay teme que se retira

el Abindarráez de verlapor mudanza o por desdicha.

Aflígela su sospechay el esperar la fatiga,

porque el firme amor, si espera,siente cualquier niñería.

Con la memoria y los ojosun solo camino mira,y por corazón y boca

al Abindarráez suspira.

Teme la lanza cristianaque don Fernando teníaen el castillo de Alora,por el Narváez regida.

Y con estas tristes olasla llama de amor batida,respirando por la boca

resuelve en llanto estas liras:

Si de la cruda ausencia,le nasce al alma desastrada suerte,

no espere otra sentenciael que espera la muerte

padesciendo este trago duro y fuerte.

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Ausencia tiene el almarendida al celo sospechoso y duro,

el pensamiento en calma;y el amor firme y puro,

si pasa mal de ausencia, no es seguro.

¡Ay, dulce Abindarráez,si extraño amor y ausencia te han mudado,

o el cristiano Narváezte tiene aprisionado,

no pierdas de Jarifa tu cuidado!

Cesó porque el moro vinoherido de dos heridas:

el fiel cuerpo, de Narváez,y el corazón, de Jarifa.

Fue el discantar de Pinela tan gustoso a Geminandro y Laura que a mucha instancia le pidieronproseguiese si tenía acabada la historia por conoscer el gozo de presencia en los amantes, que

ausencia fue tan penosa. Así proseguiendo Pinela, mudó el tono en la cítara y dijo:

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Holgando está con Jarifael Abindarráez gallardo,

y contemplando en la gloriaque meresció su cuidado.

"Mi alma y mi bien", le dice;ella: "mi ser y regalo";

él la llama: "mi señora";ella: "mi señor y amado".

Que cuando es amor de tempre,es con los suyos tan franco,que con placeres de un día,

paga pesares de un año.

Pero como viene herido,y cautivo de un cristiano,

no sabe si lo descubrao si lo tenga callado.

Al "sí" le fuerza el se verde su palabra obligado,

mas el dar pena en Jarifa,al "no" le está convidando.

Pero descúbrelo el rostro,

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que ya le tiene turbado,porque están juntos en él

amor y fe batallando.

Habla en Jarifa su celoy pide el por qué celado

vive, suspenso y cuidoso,triste, presente y mudado.

Rompen silencio en el moroamor, temor y mandado,y responde con suspiro

refiriendo el qué del caso:

"Ajeno de imaginarinsistiera mi contrario,

en resistir mi penara talle de batallar,

partí anoche solitario.

Intención sólo guiabaa ver tu dulce presenciapero fortuna que agravame ofreció batalla brava

cristiana, mas con clemencia.

De Alora ciertos guerreroscon Rodrigo de Narváez

en granadinos ligerossalieron [a] Abindarráez,armados de caballeros.

La sobrevista mirando,vieron en mí que era moro,y cinco que eran de bandome acometieron volando

agraviando su decoro.

Señaláronse en rencuentrocon la fuerza de su langa,pero no hicieron mudanzaen el corazón, que dentrogozaba de tu esperanza.

Ora la suerte quisiese,ora su corta ventura,

o el sitio de la espesura,no hubo alguno que me hiriese,

ni falsease la armadura.

Doblóseles fuerza en verme

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en la cruel liga metido,y pretendiendo prenderme,vieron tan bien defenderme

que temieron su partido.

Nascióles de este temorcorazón para llamaral alcaide, su tutor,

de cuya fuerza y valorte puedes asegurar.

León se mostró en la guerrahasta que me vio rendido,pero rendido y en tierra,

fue tan noble y comedido,que su término me atierra.

Orgulloso y de guerreropor armas quiso rendirme,

pero como caballerosabiendo mi amor tan vero,

dio licencia de partirme.

Déjele palabra y fede volver a su prisión,cumplida tu petición.

Esto, pues, es el por qué,Jarifa, de mi pasión.

Arto siento en despedirme,Jarifa, de tu presencia,

no por el temor de ausencia,pues mal podrán ya rendirmesu mudanza y empaciencia.

Y cuanto quiera llegara destrozar mi constancia,no hallarán tiempo y lugar;

para sólo imaginarsacará de mí ganancia.

Ágalo posible en ello,que aunque en hacer se deshaga

no podrá dejar la llagaque tiene en el alma sellode pagar lo que te paga."

Cuando Jarifa entendióel por qué del triste caso,

y conosció ser cautivoel Bencerraje su amado,

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determina de partirsea cumplir con él el plazo,por no se quedar sin alma

con su ausencia y sin su amparo.

¿Ha sido, hermana Pinela ?dijo Silabia?, tan grata a mi gusto la letra y el concierto de tu música,que si competidores y premios hubiera, a mi juicio merescieras la corona.

?Bien es verdad ?dijo Laura?, pero parésceme que ha favorescido en la letra menos a Jarifa, nosiendo ella en amar al moro menos aventajada.

?Harto a mi juicio ?dijo Geminandro? ha dicho de ella, señora, y si gustáis, pues no tienecompetidor que la contradiga, prosiga la historia que a mi parescer lo más gracioso resta.

Y viniendo en ello Laura, templando a talle la cítara, prosiguió Pinela la historia en diversastonadas de esta manera (prosigue en el romance XV)

15

Holgándose está con Jarifael Abindarráez gallardo,y contemplando la gloriaque mereció su cuidado.

"Mi alma y mi bien", le decía;ella: "Mi rey y regalo";

él: "Mi contento y señora";ella: "Mi señor y amado".

Que el amor, si está de temple,es con los suyos tan franco,

que por el placer de una horaquita pesares de un año.

Mas como él viene heridoy cautivo de un cristiano,de la villa de Antequera,

alcaide del rey don Sancho,

no pudo con el dolorllevar su contento al cabo;mas, con sobrada ocasión,un triste suspiro ha dado.

Armas verdes y cautivo,preso de amor sin batalla,rendido el pecho a Jarifa

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el Bencerraje cabalga.

No le dejan partir sololos amores de quien ama,

porque ella gusta de ir presadonde lleva presa el alma.

Parten los dos mano a manoa cumplir la fe y palabra

que Abindarráez dio a Rodrigode volver preso a su casa.

Pasando por el jaraladonde fue la batalla,

dice con un ¡ay! el moroque del corazón arranca:

?Dulce Jarifa, aquí fuedonde tu amante perdió

la victoria que ganócuando te vendió su fe,

y tu cautivo quedó.

Aquí cayó Abindarráezqueriendo la suerte dura,

y ofresció en esta espesuraa Rodrigo de Narváez

tiempo, lugar y ventura.

Visto el sentimiento que hace,tuerce Jarifa la hablapor restaurar el dolor

que le renueva la llaga.

Y con alegre semblantemueven cuestión delicadadel hacer comedimiento

a don Rodrigo en su casa.

?Porque la gente cristianano nos condene en lenguaje,

quiero saber, Bencerraje,qué salva será más llanapara tan llano hospedaje.

Pues donde hay vencimientoes como esclavo el vencido,

si el vencedor es servido,y este duro tratamiento

muchos hay que le han tenido.

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No le puede dar respuestaporque acabó la palabra

a la vista del castillodonde don Rodrigo aguarda.

En lo último iba Pinela de su gustoso canto cuando por un camino que algo encima la fuente caía,sintieron venir agramente llorando una dama...

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Romance con las quejas de la espera de Jarifa y la llegada del Abencerraje

Cercada de mil sospechasla hermosa Jarifa estaba,

temiendo que Abindarráezle faltase la palabra,

porque ve pasar la nochey que a Coín no llegaba.

Con la congoja que sientemuchas veces sospiraba,y sus ojos hechos fuentesestas palabras hablaba:

?¿Dónde estáis, Abindarráez?¡Qué es de ti, bien de mi alma!

¿Por qué has querido engañarme,sabiendo que soy tu esclava?

Si no pensabas venir,respondiérades a la carta,

y no hacerme esperarpara estar desesperada,

que aunque quiera no lo estarno es tan larga la jornada,

que pueda pensar que en ellagastaras noche tan larga.

Mas si acaso la fortuname quiso ser tan contraria,

que te encontrasen cristianospara vencerte en batalla,

ruego [a] Alá que esto no sea,antes que quede burlada

que, por no verte cautivo,daré por rescate el alma.

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Tanto lloraba Jarifaque las piedras ablandaba,

pero vínole el remediocuando más penada estaba,

porque lo oyó, que en el jardín,que sonaba un cuento de lanza,

y bajó corriendo [a] abrillede placer alborotada;

y con la gran turbacióncasi abrille no acertaba,

mas después que le hubo abierto,un recio abrazo le daba.

Con el brazo echado al hombro,al castillo lo llevaba,adonde le hizo señor

de su hermosura y gracia.

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Miguel de Cervantes Saavedra. NOVELAS EJEMPLARES: CASAMIENTO ENGAÑOSO

Salía del Hospital de la Resurrección, que está en Valladolid, fuera de la Puerta del Campo,un soldado que, por servirle su espada de báculo y por la flaqueza de sus piernas y amarillez de surostro, mostraba bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, debía de haber sudado enveinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora. Iba haciendo pinitos y dando traspiés,como convaleciente; y, al entrar por la puerta de la ciudad, vio que hacia él venía un su amigo, aquien no había visto en más de seis meses; el cual, santiguándose como si viera alguna mala visión,llegándose a él, le dijo:

-¿Qué es esto, señor alférez Campuzano? ¿Es posible que está vuesa merced en esta tierra?¡Como quien soy que le hacía en Flandes, antes terciando allá la pica que arrastrando aquí laespada! ¿Qué color, qué flaqueza es ésa? A lo cual respondió Campuzano:

-A lo si estoy en esta tierra o no, señor licenciado Peralta, el verme en ella le responde; a lasdemás preguntas no tengo qué decir, sino que salgo de aquel hospital de sudar catorce cargas debubas que me echó a cuestas una mujer que escogí por mía, que non debiera.

-¿Luego casóse vuesa merced? -replicó Peralta. -Sí, señor -respondió Campuzano. -Sería por amores -dijo Peralta-, y tales casamientos traen consigo aparejada la ejecución del

arrepentimiento. -No sabré decir si fue por amores -respondió el alférez-, aunque sabré afirmar que fue por

dolores, pues de mi casamiento, o cansamiento, saqué tantos en el cuerpo y en el alma, que los delcuerpo, para entretenerlos, me cuestan cuarenta sudores, y los del alma no hallo remedio paraaliviarlos siquiera. Pero, porque no estoy para tener largas pláticas en la calle, vuesa merced meperdone; que otro día con más comodidad le daré cuenta de mis sucesos, que son los más nuevos yperegrinos que vuesa merced habrá oído en todos los días de su vida.

-No ha de ser así -dijo el licenciado-, sino que quiero que venga conmigo a mi posada, y allíharemos penitencia juntos; que la olla es muy de enfermo, y, aunque está tasada para dos, un pastelsuplirá con mi criado; y si la convalecencia lo sufre, unas lonjas de jamón de Rute nos harán lasalva, y, sobre todo, la buena voluntad con que lo ofrezco, no sólo esta vez, sino todas las que vuesamerced quisiere.

Agradecióselo Campuzano y aceptó el convite y los ofrecimientos. Fueron a San Llorente, oyeron misa, llevóle Peralta a su casa, diole lo prometido y

ofrecióselo de nuevo, y pidióle, en acabando de comer, le contase los sucesos que tanto le habíaencarecido. No se hizo de rogar Campuzano; antes, comenzó a decir desta manera:

-«Bien se acordará vuesa merced, señor licenciado Peralta, como yo hacía en esta ciudadcamarada con el capitán Pedro de Herrera, que ahora está en Flandes.»

-Bien me acuerdo -respondió Peralta. -«Pues un día -prosiguió Campuzano- que acabábamos de comer en aquella posada de la

Solana, donde vivíamos, entraron dos mujeres de gentil parecer con dos criadas: la una se puso ahablar con el capitán en pie, arrimados a una ventana; y la otra se sentó en una silla junto a mí,derribado el manto hasta la barba, sin dejar ver el rosto más de aquello que concedía la raridad delmanto; y, aunque le supliqué que por cortesía me hiciese merced de descubrirse, no fue posibleacabarlo con ella, cosa que me encendió más el deseo de verla. Y, para acrecentarle más, o ya fuesede industria [o] acaso, sacó la señora una muy blanca mano con muy buenas sortijas. Estaba yoentonces bizarrísimo, con aquella gran cadena que vuesa merced debió de conocerme, el sombrerocon plumas y cintillo, el vestido de colores, a fuer de soldado, y tan gallardo, a los ojos de milocura, que me daba a entender que las podía matar en el aire. Con todo esto, le rogué que sedescubriese, a lo que ella me respondió: ''No seáis importuno: casa tengo, haced a un paje que mesiga; que, aunque yo soy más honrada de lo que promete esta respuesta, todavía, a trueco de ver siresponde vuestra discreción a vuestra gallardía, holgaré de que me veáis''. Beséle las manos por la

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grande merced que me hacía, en pago de la cual le prometí montes de oro. Acabó el capitán suplática; ellas se fueron, siguiólas un criado mío. Díjome el capitán que lo que la dama le quería eraque le llevase unas cartas a Flandes a otro capitán, que decía ser su primo, aunque él sabía que noera sino su galán.

»Yo quedé abrasado con las manos de nieve que había visto, y muerto por el rostro quedeseaba ver; y así, otro día, guiándome mi criado, dióseme libre entrada. Hallé una casa muy bienaderezada y una mujer de hasta treinta años, a quien conocí por las manos. No era hermosa enestremo, pero éralo de suerte que podía enamorar comunicada, porque tenía un tono de habla tansuave que se entraba por los oídos en el alma. Pasé con ella luengos y amorosos coloquios, blasoné,hendí, rajé, ofrecí, prometí y hice todas las demonstraciones que me pareció ser necesarias parahacerme bienquisto con ella. Pero, como ella estaba hecha a oír semejantes o mayores ofrecimientosy razones, parecía que les daba atento oído antes que crédito alguno. Finalmente, nuestra plática sepasó en flores cuatro días que continué en visitalla, sin que llegase a coger el fruto que deseaba.

»En el tiempo que la visité, siempre hallé la casa desembarazada, sin que viese visiones enella de parientes fingidos ni de amigos verdaderos; servíala una moza más taimada que simple.Finalmente, tratando mis amores como soldado que está en víspera de mudar, apuré a mi señoradoña Estefanía de Caicedo (que éste es el nombre de la que así me tiene) y respondíome: ''Señoralférez Campuzano, simplicidad sería si yo quisiese venderme a vuesa merced por santa: pecadorahe sido, y aun ahora lo soy, pero no de manera que los vecinos me murmuren ni los apartados menoten. Ni de mis padres ni de otro pariente heredé hacienda alguna, y con todo esto vale el menajede mi casa, bien validos, dos mil y quinientos escudos; y éstos en cosas que, puestas en almoneda,lo que se tardare en ponellas se tardará en convertirse en dineros. Con esta hacienda busco marido aquien entregarme y a quien tener obediencia; a quien, juntamente con la enmienda de mi vida, leentregaré una increíble solicitud de regalarle y servirle; porque no tiene príncipe cocinero másgoloso ni que mejor sepa dar el punto a los guisados que le sé dar yo, cuando, mostrando ser casera,me quiero poner a ello. Sé ser mayordomo en casa, moza en la cocina y señora en la sala; en efeto,sé mandar y sé hacer que me obedezcan. No desperdicio nada y allego mucho; mi real no valemenos, sino mucho más cuando se gasta por mi orden. La ropa blanca que tengo, que es mucha ymuy buena, no se sacó de tiendas ni lenceros; estos pulgares y los de mis criadas la hilaron; y sipudiera tejerse en casa, se tejiera. Digo estas alabanzas mías porque no acarrean vituperio cuando esforzosa la necesidad de decirlas. Finalmente, quiero decir que yo busco marido que me ampare, memande y me honre, y no galán que me sirva y me vitupere. Si vuesa merced gustare de aceptar laprenda que se le ofrece, aquí estoy mo[l]iente y corriente, sujeta a todo aquello que vuesa mercedordenare, sin andar en venta, que es lo mismo andar en lenguas de casamenteros, y no hay ningunotan bueno para concertar el todo como las mismas partes''.

»Yo, que tenía entonces el juicio, no en la cabeza, sino en los carcañares, haciéndoseme eldeleite en aquel punto mayor de lo que en la imaginación le pintaba, y ofreciéndoseme tan a la vistala cantidad de hacienda, que ya la contemplaba en dineros convertida, sin hacer otros discursos deaquellos a que daba lugar el gusto, que me tenía echados grillos al entendimiento, le dije que yo erael venturoso y bien afortunado en haberme dado el cielo, casi por milagro, tal compañera, parahacerla señora de mi voluntad y de mi hacienda, que no era tan poca que no valiese, con aquellacadena que traía al cuello y con otras joyuelas que tenía en casa, y con deshacerme de algunas galasde soldado, más de dos mil ducados, que juntos con los dos mil y quinientos suyos, era suficientecantidad para retirarnos a vivir a una aldea de donde yo era natural y adonde tenía algunas raíces;hacienda tal que, sobrellevada con el dinero, vendiendo los frutos a su tiempo, nos podía dar unavida alegre y descansada.

»En resolución, aquella vez se concertó nuestro desposorio, y se dio traza cómo los doshiciésemos información de solteros, y en los tres días de fiesta que vinieron luego juntos en unaPascua se hicieron las amonestaciones, y al cuarto día nos desposamos, hallándose presentes aldesposorio dos amigos míos y un mancebo que ella dijo ser primo suyo, a quien yo me ofrecí porpariente con palabras de mucho comedimiento, como lo habían sido todas las que hasta entonces a

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mi nueva esposa había dado, con intención tan torcida y traidora que la quiero callar; porque,aunque estoy diciendo verdades, no son verdades de confesión, que no pueden dejar de decirse.

»Mudó mi criado el baúl de la posada a casa de mi mujer; encerré en él, delante della, mimagnífica cadena; mostréle otras tres o cuatro, si no tan grandes, de mejor hechura, con otros tres ocuatro cintillos de diversas suertes; hícele patentes mis galas y mis plumas, y entreguéle para elgasto de casa hasta cuatrocientos reales que tenía. Seis días gocé del pan de la boda, espaciándomeen casa como el yerno ruin en la del suegro rico. Pisé ricas alhombras, ahajé sábanas de holanda,alumbréme con candeleros de plata; almorzaba en la cama, levantábame a las once, comía a lasdoce y a las dos sesteaba en el estrado; bailábanme doña Estefanía y la moza el agua delante. Mimozo, que hasta allí le había conocido perezoso y lerdo, se había vuelto un corzo. El rato que doñaEstefanía faltaba de mi lado, la habían de hallar en la cocina, toda solícita en ordenar guisados queme despertasen el gusto y me avivasen el apetito. Mis camisas, cuellos y pañuelos eran un nuevoAranjuez de flores, según olían, bañados en la agua de ángeles y de azahar que sobre ellos sederramaba.

»Pasáronse estos días volando, como se pasan los años, que están debajo de la jurisdición deltiempo; en los cuales días, por verme tan regalado y tan bien servido, iba mudando en buena la malaintención con que aquel negocio había comenzado. Al cabo de los cuales, una mañana, que aúnestaba con doña Estefanía en la cama, llamaron con grandes golpes a la puerta de la calle. Asomósela moza a la ventana y, quitándose al momento, dijo: ''¡Oh, que sea ella la bien venida! ¿Han visto, ycómo ha venido más presto de lo que escribió el otro día?'' ''¿Quién es la que ha venido, moza?'', lepregunté. ''¿Quién?'', respondió ella.'' Es mi señora doña Clementa Bueso, y viene con ella el señordon Lope Meléndez de Almendárez, con otros dos criados, y Hortigosa, la dueña que llevóconsigo''. ''¡Corre, moza, bien haya yo, y ábrelos!'', dijo a este punto doña Estefanía; ''y vos, señor,por mi amor que no os alborotéis ni respondáis por mí a ninguna cosa que contra mí oyéredes''.''Pues ¿quién ha de deciros cosa que os ofenda, y más estando yo delante? Decidme: ¿qué gente esésta?, que me parece que os ha alborotado su venida''. ''No tengo lugar de responderos'', dijo doñaEstefanía: ''sólo sabed que todo lo que aquí pasare es fingido y que tira a cierto designio y efeto quedespués sabréis''.

»Y, aunque quisiera replicarle a esto, no me dio lugar la señora doña Clementa Bueso, que seentró en la sala, vestida de raso verde prensado, con muchos pasamanos de oro, capotillo de lomismo y con la misma guarnición, sombrero con plumas verdes, blancas y encarnadas, y con ricocintillo de oro, y con un delgado velo cubierta la mitad del rostro. Entró con ella el señor don LopeMeléndez de Almendárez, no menos bizarro que ricamente vestido de camino. La dueña Hortigosafue la primera que habló, diciendo: ''¡Jesús! ¿Qué es esto? ¿Ocupado el lecho de mi señora doñaClementa, y más con ocupación de hombre? ¡Milagros veo hoy en esta casa! ¡A fe que se ha idobien del pie a la mano la señora doña Estefanía, fiada en la amistad de mi señora!'' ''Yo te loprometo, Hortigosa'', replicó doña Clementa; ''pero yo me tengo la culpa. ¡Que jamás escarmienteyo en tomar amigas que no lo saben ser si no es cuando les viene a cuento!'' A todo lo cualrespondió doña Estefanía: ''No reciba vuesa merced pesadumbre, mi señora doña Clementa Bueso, yentienda que no sin misterio vee lo que vee en esta su casa: que, cuando lo sepa, yo sé que quedarédesculpada y vuesa merced sin ninguna queja''.

»En esto, ya me había puesto yo en calzas y en jubón; y, tomándome doña Estefanía por lamano, me llevó a otro aposento, y allí me dijo que aquella su amiga quería hacer una burla a aqueldon Lope que venía con ella, con quien pretendía casarse; y que la burla era darle a entender queaquella casa y cuanto estaba en ella era todo suyo, de lo cual pensaba hacerle carta de dote; y quehecho el casamiento se le daba poco que se descubriese el engaño, fiada en el grande amor que eldon Lope la tenía. ''Y luego se me volverá lo que es mío, y no se le tendrá a mal a ella, ni a otramujer alguna, de que procure buscar marido honrado, aunque sea por medio de cualquier enbuste''.

»Yo le respondí que era grande estremo de amistad el que quería hacer, y que primero semirase bien en ello, porque después podría ser tener necesidad de valerse de la justicia para cobrarsu hacienda. Pero ella me respondió con tantas razones, representando tantas obligaciones que la

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obligaban a servir a doña Clementa, aun en cosas de más importancia, que, mal de mi grado y conremordimiento de mi juicio, hube de condecender con el gusto de doña Estefanía, asegurándomeella que solos ocho días podía durar el embuste, los cuales estaríamos en casa de otra amiga suya.Acabámonos de vestir ella y yo, y luego, entrándose a despedir de la señora doña Clementa Bueso ydel señor don Lope Meléndez de Almendárez, hizo a mi criado que se cargase el baúl y que lasiguiese, a quien yo también seguí, sin despedirme de nadie.

»Paró doña Estefanía en casa de una amiga suya, y, antes que entrásemos dentro, estuvo unbuen espacio hablando con ella, al cabo del cual salió una moza y dijo que entrásemos yo y micriado. Llevónos a un aposento estrecho, en el cual había dos camas tan juntas que parecían una, acausa que no había espacio que las dividiese, y las sábanas de entrambas se besaban. En efeto, allíestuvimos seis días, y en todos ellos no se pasó hora que no tuviésemos pendencia, diciéndole lanecedad que había hecho en haber dejado su casa y su hacienda, aunque fuera a su misma madre.

»En esto, iba yo y venía por momentos; tanto, que la huéspeda de casa, un día que doñaEstefanía dijo que iba a ver en qué término estaba su negocio, quiso saber de mí qué era la causaque me movía a reñir tanto con ella, y qué cosa había hecho que tanto se la afeaba, diciéndole quehabía sido necedad notoria más que amistad perfeta. Contéle todo el cuento, y cuando llegué a decirque me había casado con doña Estefanía, y la dote que trujo y la simplicidad que había hecho endejar su casa y hacienda a doña Clementa, aunque fuese con tan sana intención como era alcanzartan principal marido como don Lope, se comenzó a santiguar y a hacerse cruces con tanta priesa, ycon tanto ''¡Jesús, Jesús, de la mala hembra!'', que me puso en gran turbación; y al fin me dijo:''Señor alférez, no sé si voy contra mi conciencia en descubriros lo que me parece que también lacargaría si lo callase; pero, a Dios y a ventura, sea lo que fuere, ¡viva la verdad y muera la mentira!La verdad es que doña Clementa Bueso es la verdadera señora de la casa y de la hacienda de que oshicieron la dote; la mentira es todo cuanto os ha dicho doña Estefanía: que ni ella tiene casa, nihacienda, ni otro vestido del que trae puesto. Y el haber tenido lugar y espacio para hacer esteembuste fue que doña Clementa fue a visitar unos parientes suyos a la ciudad de Plasencia, y de allífue a tener novenas en Nuestra Señora de Guadalupe, y en este entretanto dejó en su casa a doñaEstefanía, que mirase por ella, porque, en efeto, son grandes amigas; aunque, bien mirado, no hayque culpar a la pobre señora, pues ha sabido granjear a una tal persona como la del señor alférez pormarido''.

»Aquí dio fin a su plática y yo di principio a desesperarme, y sin duda lo hiciera si tantico sedescuidara el ángel de mi guarda en socorrerme, acudiendo a decirme en el corazón que mirase queera cristiano y que el mayor pecado de los hombres era el de la desesperación, por ser pecado dedemonios. Esta consideración o buena inspiración me conhortó algo; pero no tanto que dejase detomar mi capa y espada y salir a buscar a doña Estefanía, con prosupuesto de hacer en ella unejemplar castigo; pero la suerte, que no sabré decir si mis cosas empeoraba o mejoraba, ordenó queen ninguna parte donde pensé hallar a doña Estefanía la hallase. Fuime a San Llorente,encomendéme a Nuestra Señora, sentéme sobre un escaño, y con la pesadumbre me tomó un sueñotan pesado, que no despertara tan presto si no me despertaran.

»Fui lleno de pensamientos y congojas a casa de doña Clementa, y halléla con tanto reposocomo señora de su casa; no le osé decir nada, porque estaba el señor don Lope delante. Volví encasa de mi huéspeda, que me dijo haber contado a doña Estefanía como yo sabía toda su maraña yembuste; y que ella le preguntó qué semblante había yo mostrado con tal nueva, y que le habíarespondido que muy malo, y que, a su parecer, había salido yo con mala intención y con peordeterminación a buscarla. Díjome, finalmente, que doña Estefanía se había llevado cuanto en el baúltenía, sin dejarme en él sino un solo vestido de camino. ¡Aquí fue ello! ¡Aquí me tuvo de nuevoDios de su mano! Fui a ver mi baúl, y halléle abierto y como sepultura que esperaba cuerpo difunto,y a buena razón había de ser el mío, si yo tuviera entendimiento para saber sentir y ponderar tamañadesgracia.»

-Bien grande fue -dijo a esta sazón el licenciado Peralta- haberse llevado doña Estefanía tantacadena y tanto cintillo; que, como suele decirse, todos los duelos..., etc.

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-Ninguna pena me dio esa falta -respondió el alférez-, pues también podré decir: ''Pensósedon Simueque que me engañaba con su hija la tuerta, y por el Dío, contrecho soy de un lado''.

-No sé a qué propósito puede vuesa merced decir eso -respondió Peralta. -El propósito es -respondió el alférez- de que toda aquella balumba y aparato de cadenas,

cintillos y brincos podía valer hasta diez o doce escudos. -Eso no es posible -replicó el licenciado-; porque la que el señor alférez traía al cuello

mostraba pesar más de docientos ducados. -Así fuera -respondió el alférez- si la verdad respondiera al parecer; pero como no es todo oro

lo que reluce, las cadenas, cintillos, joyas y brincos, con sólo ser de alquimia se contentaron; peroestaban tan bien hechas, que sólo el toque o el fuego podía descubrir su malicia.

-Desa manera -dijo el licenciado-, entre vuesa merced y la señora doña Estefania, pata es latraviesa.

-Y tan pata -respondió el alférez-, que podemos volver a barajar; pero el daño está, señorlicenciado, en que ella se podrá deshacer de mis cadenas y yo no de la falsía de su término; y enefeto, mal que me pese, es prenda mía.

-Dad gracias a Dios, señor Campuzano -dijo Peralta-, que fue prenda con pies, y que se os haido, y que no estáis obligado a buscarla.

-Así es -respondió el alférez-; pero, con todo eso, sin que la busque, la hallo siempre en laimaginación, y, adondequiera que estoy, tengo mi afrenta presente.

-No sé qué responderos -dijo Peralta-, si no es traeros a la memoria dos versos de Petrarca,que dicen:

Ché, qui prende dicleto di far fiode; Non si de lamentar si altri l'ingana. Que responden en nuestro castellano: "Que el que tiene costumbre y gusto de engañar a otro

no se debe quejar cuando es engañado". -Yo no me quejo -respondió el alférez-, sino lastímome: que el culpado no por conocer su

culpa deja de sentir la pena del castigo. Bien veo que quise engañar y fui engañado, porque mehirieron por mis propios filos; pero no puedo tener tan a raya el sentimiento que no me queje de mímismo. «Finalmente, por venir a lo que hace más al caso a mi historia (que este nombre se le puededar al cuento de mis sucesos), digo que supe que se había llevado a doña Estefanía el primo que dijeque se halló a nuestros desposorios, el cual de luengos tiempos atrás era su amigo a todo ruedo. Noquise buscarla, por no hallar el mal que me faltaba. Mudé posada y mudé el pelo dentro de pocosdías, porque comenzaron a pelárseme las cejas y las pestañas, y poco a poco me dejaron loscabellos, y antes de edad me hice calvo, dándome una enfermedad que llaman lupicia, y por otronombre más claro, la pelarela. Halléme verdaderamente hecho pelón, porque ni tenía barbas quepeinar ni dineros que gastar. Fue la enfermedad caminando al paso de mi necesidad, y, como lapobreza atropella a la honra, y a unos lleva a la horca y a otros al hospital, y a otros les hace entrarpor las puertas de sus enemigos con ruegos y sumisiones (que es una de las mayores miserias quepuede suceder a un desdichado), por no gastar en curarme los vestidos que me habían de cubrir yhonrar en salud, llegado el tiempo en que se dan los sudores en el Hospital de la Resurrección, meentré en él, donde he tomado cuarenta sudores. Dicen que quedaré sano si me guardo: espada tengo,lo demás Dios lo remedie.»

Ofreciósele de nuevo el licenciado, admirándose de las cosas que le había contado. -Pues de poco se maravilla vuesa merced, señor Peralta -dijo el alférez-; que otros sucesos me

quedan por decir que exceden a toda imaginación, pues van fuera de todos los términos denaturaleza: no quiera vuesa merced saber más, sino que son de suerte que doy por bien empleadastodas mis desgracias, por haber sido parte de haberme puesto en el hospital, donde vi lo que ahoradiré, que es lo que ahora ni nunca vuesa merced podrá creer, ni habrá persona en el mundo que locrea.

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Todos estos preámbulos y encarecimientos que el alférez hacía, antes de contar lo que habíavisto, encendían el deseo de Peralta de manera que, con no menores encarecimientos, le pidió queluego luego le dijese las maravillas que le quedaban por decir.

-Ya vuesa merced habrá visto -dijo el alférez- dos perros que con dos lanternas andan denoche con los hermanos de la Capacha, alumbrándoles cuando piden limosna.

-Sí he visto -respondió Peralta. -También habrá visto o oído vuesa merced -dijo el alférez- lo que dellos se cuenta: que si

acaso echan limosna de las ventanas y se cae en el suelo, ellos acuden luego a alumbrar y a buscarlo que se cae, y se paran delante de las ventanas donde saben que tienen costumbre de darleslimosna; y, con ir allí con tanta mansedumbre que más parecen corderos que perros, en el hospitalson unos leones, guardando la casa con grande cuidado y vigilancia.

-Yo he oído decir -dijo Peralta- que todo es así, pero eso no me puede ni debe causarmaravilla.

-Pues lo que ahora diré dellos es razón que la cause, y que, sin hacerse cruces, ni alegarimposibles ni dificultades, vuesa merced se acomode a creerlo; y es que yo oí y casi vi con mis ojosa estos dos perros, que el uno se llama Cipión y el otro Berganza, estar una noche, que fue lapenúltima que acabé de sudar, echados detrás de mi cama en unas esteras viejas; y, a la mitad deaquella noche, estando a escuras y desvelado, pensando en mis pasados sucesos y presentesdesgracias, oí hablar allí junto, y estuve con atento oído escuchando, por ver si podía venir enconocimiento de los que hablaban y de lo que hablaban; y a poco rato vine a conocer, por lo quehablaban, los que hablaban, y eran los dos perros, Cipión y Berganza. Apenas acabó de decir estoCampuzano, cuando, levantándose el licenciado, dijo:

-Vuesa merced quede mucho en buen hora, señor Campuzano, que hasta aquí estaba en dudasi creería o no lo que de su casamiento me había contado; y esto que ahora me cuenta de que oyóhablar los perros me ha hecho declarar por la parte de no creelle ninguna cosa. Por amor de Dios,señor alférez, que no cuente estos disparates a persona alguna, si ya no fuere a quien sea tan suamigo como yo.

-No me tenga vu[e]sa merced por tan ignorante -replicó Campuzano- que no entienda que, sino es por milagro, no pueden hablar los animales; que bien sé que si los tordos, picazas y papagayoshablan, no son sino las palabras que aprenden y toman de memoria, y por tener la lengua estosanimales cómoda para poder pronunciarlas; mas no por esto pueden hablar y responder con discursoconcertado, como estos perros hablaron; y así, muchas veces, después que los oí, yo mismo no hequerido dar crédito a mí mismo, y he querido tener por cosa soñada lo que realmente estandodespierto, con todos mis cinco sentidos, tales cuales nuestro Señor fue servido dármelos, oí,escuché, noté y, finalmente, escribí, sin faltar palabra, por su concierto; de donde se puede tomarindicio bastante que mueva y persuada a creer esta verdad que digo. Las cosas de que trataronfueron grandes y diferentes, y más para ser tratadas por varones sabios que para ser dichas porbocas de perros. Así que, pues yo no las pude inventar de mío, a mi pesar y contra mi opinión,vengo a creer que no soñaba y que los perros hablaban.

-¡Cuerpo de mí! -replicó el licenciado-. ¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuandohablaban las calabazas, o el de Isopo, cuando departía el gallo con la zorra y unos animales conotros!

-Uno dellos sería yo, y el mayor -replicó el alférez-, si creyese que ese tiempo ha vuelto; yaun también lo sería si dejase de creer lo que oí y lo que vi, y lo que me atreveré a jurar conjuramento que oblige y aun fuerce, a que lo crea la misma incredulidad. Pero, puesto caso que mehaya engañado, y que mi verdad sea sueño, y el porfiarla disparate, ¿no se holgará vuesa merced,señor Peralta, de ver escritas en un coloquio las cosas que estos perros, o sean quien fueren,hablaron?

-Como vuesa merced -replicó el licenciado- no se canse más en persuadirme que oyó hablar alos perros, de muy buena gana oiré ese coloquio, que por ser escrito y notado del buen ingenio delseñor alférez, ya le juzgo por bueno.

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-Pues hay en esto otra cosa -dijo el alférez-: que, como yo estaba tan atento y tenía delicado eljuicio, delicada, sotil y desocupada la memoria (merced a las muchas pasas y almendras que habíacomido), todo lo tomé de coro; y, casi por las mismas palabras que había oído, lo escribí otro día,sin buscar colores retóricas para adornarlo, ni qué añadir ni quitar para hacerle gustoso. No fue unanoche sola la plática, que fueron dos consecutivamente, aunque yo no tengo escrita más de una, quees la vida de Berganza; y la del compañero Cipión pienso escribir (que fue la que se contó la nochesegunda) cuando viere, o que ésta se crea, o, a lo menos, no se desprecie. El coloquio traigo en elseno; púselo en forma de coloquio por ahorrar de dijo Cipión, respondió Berganza, que suelealargar la escritura. Y, en diciendo esto, sacó del pecho un cartapacio y le puso en las manos dellicenciado, el cual le tomó riyéndose, y como haciendo burla de todo lo que había oído y de lo quepensaba leer.

-Yo me recuesto -dijo el alférez- en esta silla en tanto que vuesa merced lee, si quiere, esossueños o disparates, que no tienen otra cosa de bueno si no es el poderlos dejar cuando enfaden.

-Haga vuesa merced su gusto -dijo Peralta-, que yo con brevedad me despediré desta letura. Recostóse el alférez, abrió el licenciado el cartapacio, y en el principio vio que estaba puesto

este título:

Miguel de Cervantes Saavedra

NOVELA

COLOQUIO DE LOS PERROSNOVELA Y COLOQUIO QUE PASÓ ENTRE CIPIÓN Y BERGANZA,

PERROS DEL HOSPITAL DE LA RESURECCIÓN, QUE EST&AACUTE EN LA CIUDAD DE VALLADOLID,

FUERA DE LA PUERTA DEL CAMPO, A QUIEN COMÚNMENTE LLAMAN

"LOS PERROS DE MAHUDE"

CIPIÓN.-Berganza amigo, dejemos esta noche el Hospital en guarda de la confianza yretirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos desta novista merced que el cielo en un mismo punto a los dos nos ha hecho.

BERGANZA.-Cipión hermano, óyote hablar y sé que te hablo, y no puedo creerlo, porparecerme que el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza.

CIPIÓN.-Así es la verdad, Berganza; y viene a ser mayor este milagro en que no solamentehablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón, estando tan sinella que la diferencia que hay del animal bruto al hombre es ser el hombre animal racional, y elbruto, irracional.

BERGANZA.-Todo lo que dices, Cipión, entiendo, y el decirlo tú y entenderlo yo me causanueva admiración y nueva maravilla. Bien es verdad que, en el discurso de mi vida, diversas ymuchas veces he oído decir grandes prerrogativas nuestras: tanto, que parece que algunos hanquerido sentir que tenemos un natural distinto, tan vivo y tan agudo en muchas cosas, que daindicios y señales de faltar poco para mostrar que tenemos un no sé qué de entendimiento capaz dediscurso.

CIPIÓN.-Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimientoy gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad; y así, habrás visto(si has mirado en ello) que en las sepulturas de alabastro, donde suelen estar las figuras de los que

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allí están enterrados, cuando son marido y mujer, ponen entre los dos, a los pies, una figura deperro, en señal que se guardaron en la vidad amistad y fidelidad inviolable.

BERGANZA.-Bien sé que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con loscuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas dondeestaban enterrados sus señores sin apartarse dellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida. Sétambién que, después del elefante, el perro tiene el primer lugar de parecer que tiene entendimiento;luego, el caballo, y el último, la jimia.

CIPIÓN.-Ansí es, pero bien confesarás que ni has visto ni oído decir jamás que haya habladoningún elefante, perro, caballo o mona; por donde me doy a entender que este nuestro hablar tan deimproviso cae debajo del número de aquellas cosas que llaman portentos, las cuales, cuando semuestran y parecen, tiene averiguado la experiencia que alguna calamidad grande amenaza a lasgentes.

BERGANZA.-Desa manera, no haré yo mucho en tener por señal portentosa lo que oí decirlos días pasados a un estudiante, pasando por Alcalá de Henares.

CIPIÓN.-¿Qué le oíste decir? BERGANZA.-Que de cinco mil estudiantes que cursaban aquel año en la Universidad, los

dos mil oían Medicina. CIPIÓN.-Pues, ¿qué vienes a inferir deso? BERGANZA.-Infiero, o que estos dos mil médicos han de tener enfermos que curar (que

sería harta plaga y mala ventura), o ellos se han de morir de hambre. [CIPIÓN].-Pero, sea lo que fuere, nosotros hablamos, sea portento o no; que lo que el cielo

tiene ordenado que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana que lo pueda prevenir; y así, nohay para qué ponernos a disputar nosotros cómo o por qué hablamos; mejor será que este buen día,o buena noche, la metamos en nuestra casa; y, pues la tenemos tan buena en estas esteras y nosabemos cuánto durará esta nuestra ventura, sepamos aprovecharnos della y hablemos toda estanoche, sin dar lugar al sueño que nos impida este gusto, de mí por largos tiempos deseado.

BERGANZA.-Y aun de mí, que desde que tuve fuerzas para roer un hueso tuve deseo dehablar, para decir cosas que depositaba en la memoria; y allí, de antiguas y muchas, o seenmohecían o se me olvidaban. Empero, ahora, que tan sin pensarlo me veo enriquecido destedivino don de la habla, pienso gozarle y aprovecharme dél lo más que pudiere, dándome priesa adecir todo aquello que se me acordare, aunque sea atropellada y confusamente, porque no sé cuándome volverán a pedir este bien, que por prestado tengo.

CIPIÓN.-Sea ésta la manera, Berganza amigo: que esta noche me cuentes tu vida y lostrances por donde has venido al punto en que ahora te hallas, y si mañana en la noche estuviéremoscon habla, yo te contaré la mía; porque mejor será gastar el tiempo en contar las propias que enprocurar saber las ajenas vidas.

BERGANZA.-Siempre, Cipión, te he tenido por discreto y por amigo; y ahora más quenunca, pues como amigo quieres decirme tus sucesos y saber los míos, y como discreto hasrepartido el tiempo donde podamos manifestallos. Pero advierte primero si nos oye alguno.

CIPIÓN.-Ninguno, a lo que creo, puesto que aquí cerca está un soldado tomando sudores;pero en esta sazón más estará para dormir que para ponerse a escuchar a nadie.

BERGANZA.-Pues si puedo hablar con ese seguro, escucha; y si te cansare lo que te fuerediciendo, o me reprehende o manda que calle.

CIPIÓN.-Habla hasta que amanezca, o hasta que seamos sentidos; que yo te escucharé demuy buena gana, sin impedirte sino cuando viere ser necesario.

BERGANZA.-«Paréceme que la primera vez que vi el sol fue en Sevilla y en su Matadero,que está fuera de la Puerta de la Carne; por donde imaginara (si no fuera por lo que después te diré)que mis padres debieron de ser alanos de aquellos que crían los ministros de aquella confusión, aquien llaman jiferos. El primero que conocí por amo fue uno llamado Nicolás el Romo, mozorobusto, doblado y colérico, como lo son todos aquellos que ejercitan la jifería. Este tal Nicolás me

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enseñaba a mí y a otros cachorros a que, en compañía de alanos viejos, arremetiésemos a los toros yles hiciésemos presa de las orejas. Con mucha facilidad salí un águila en esto.»

CIPIÓN.-No me maravillo, Berganza; que, como el hacer mal viene de natural cosecha,fácilmente se aprende el hacerle.

BERGANZA.-¿Qué te diría, Cipión hermano, de lo que vi en aquel Matadero y de las cosasexorbitantes que en él pasan? Primero, has de presuponer que todos cuantos en él trabajan, desde elmenor hasta el mayor, es gente ancha de conciencia, desalmada, sin temer al Rey ni a su justicia; losmás, amancebados; son aves de rapiña carniceras: mantiénense ellos y sus amigas de lo que hurtan.Todas las mañanas que son días de carne, antes que amanezca, están en el Matadero gran cantidadde mujercillas y muchachos, todos con talegas, que, viniendo vacías, vuelven llenas de pedazos decarne, y las criadas con criadillas y lomos medio enteros. No hay res alguna que se mate de quienno lleve esta gente diezmos y primicias de lo más sabroso y bien parado. Y, como en Sevilla no hayobligado de la carne, cada uno puede traer la que quisiere; y la que primero se mata, o es la mejor, ola de más baja postura, y con este concierto hay siempre mucha abundancia. Los dueños seencomiendan a esta buena gente que he dicho, no para que no les hurten (que esto es imposible),sino para que se moderen en las tajadas y socaliñas que hacen en las reses muertas, que lasescamondan y podan como si fuesen sauces o parras. Pero ninguna cosa me admiraba más ni meparecía peor que el ver que estos jiferos con la misma facilidad matan a un hombre que a una vaca;por quítame allá esa paja, a dos por tres meten un cuchillo de cachas amarillas por la barriga de unapersona, como si acocotasen un toro. Por maravilla se pasa día sin pendencias y sin heridas, y aveces sin muertes; todos se pican de valientes, y aun tienen sus puntas de rufianes; no hay ningunoque no tenga su ángel de guarda en la plaza de San Francisco, granjeado con lomos y lenguas devaca. Finalmente, oí decir a un hombre discreto que tres cosas tenía el Rey por ganar en Sevilla: lacalle de la Caza, la Costanilla y el Matadero.

CIPIÓN.-Si en contar las condiciones de los amos que has tenido y las faltas de sus oficios tehas de estar, amigo Berganza, tanto como esta vez, menester será pedir al cielo nos conceda la hablasiquiera por un año, y aun temo que, al paso que llevas, no llegarás a la mitad de tu historia. Yquiérote advertir de una cosa, de la cual verás la experiencia cuando te cuente los sucesos de mivida; y es que los cuentos unos encierran y tienen la gracia en ellos mismos, otros en el modo decontarlos (quiero decir que algunos hay que, aunque se cuenten sin preámbulos y ornamentos depalabras, dan contento); otros hay que es menester vestirlos de palabras, y con demostraciones delrostro y de las manos, y con mudar la voz, se hacen algo de nonada, y de flojos y desmayados sevuelven agudos y gustosos; y no se te olvide este advertimiento, para aprovecharte dél en lo que tequeda por decir.

BERGANZA.-Yo lo haré así, si pudiere y si me da lugar la grande tentación que tengo dehablar; aunque me parece que con grandísima dificultad me podré ir a la mano.

CIPIÓN.-Vete a la lengua, que en ella consisten los mayores daños de la humana vida. BERGANZA.-«Digo, pues, que mi amo me enseñó a llevar una espuerta en la boca y a

defenderla de quien quitármela quisiese. Enseñóme también la casa de su amiga, y con esto seescusó la venida de su criada al Matadero, porque yo le llevaba las madrugadas lo que él habíahurtado las noches. Y un día que, entre dos luces, iba yo diligente a llevarle la porción, oí que mellamaban por mi nombre desde una ventana; alcé los ojos y vi una moza hermosa en estremo;detúveme un poco, y ella bajó a la puerta de la calle, y me tornó a llamar. Lleguéme a ella, como sifuera a ver lo que me quería, que no fue otra cosa que quitarme lo que llevaba en la cesta y ponermeen su lugar un chapín viejo. Entonces dije entre mí: ''La carne se ha ido a la carne''. Díjome la moza,en habiéndome quitado la carne: ''Andad [G]avilán, o como os llamáis, y decid a Nicolás el Romo,vuestro amo, que no se fíe de animales, y que del lobo un pelo, y ése de la espuerta''. Bien pudierayo volver a quitar lo que me quitó, pero no quise, por no poner mi boca jifera y sucia en aquellasmanos limpias y blancas.»

CIPIÓN.-Hiciste muy bien, por ser prerrogativa de la hermosura que siempre se le tengarespecto.

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BERGANZA.-«Así lo hice yo; y así, me volví a mi amo sin la porción y con el chapín.Parecióle que volví presto, vio el chapín, imaginó la burla, sacó uno de cachas y tiróme unapuñalada que, a no desviarme, nunca tú oyeras ahora este cuento, ni aun otros muchos que piensocontarte. Puse pies en polvorosa, y, tomando el camino en las manos y en los pies, por detrás de SanBernardo, me fui por aquellos campos de Dios adonde la fortuna quisiese llevarme.

»Aquella noche dormí al cielo abierto, y otro día me deparó la suerte un hato o rebaño deovejas y carneros. Así como le vi, creí que había hallado en él el centro de mi reposo, pareciéndomeser propio y natural oficio de los perros guardar ganado, que es obra donde se encierra una virtudgrande, como es amparar y defender de los poderosos y soberbios los humildes y los que pocopueden. Apenas me hubo visto uno de tres pastores que el ganado guardaban, cuando diciendo ''¡To,to!'' me llamó; y yo, que otra cosa no deseaba, me llegué a él bajando la cabeza y meneando la cola.Trújome la mano por el lomo, abrióme la boca, escupióme en ella, miróme las presas, conoció miedad, y dijo a otros pastores que yo tenía todas las señales de ser perro de casta. Llegó a esteinstante el señor del ganado sobre una yegua rucia a la jineta, con lanza y adarga: que más parecíaatajador de la costa que señor de ganado. Preguntó el pastor: ''¿Qué perro es éste, que tiene señalesde ser bueno?'' ''Bien lo puede vuesa merced creer -respondió el pastor-, que yo le he cotejado bieny no hay señal en él que no muestre y prometa que ha de ser un gran perro. Agora se llegó aquí y nosé cúyo sea, aunque sé que no es de los rebaños de la redonda''. ''Pues así es -respondió el señor-,ponle luego el collar de Leoncillo, el perro que se murió, y denle la ración que a los demás, yacaríciale, porque tome cariño al hato y se quede en él''. En diciendo esto, se fue; y el pastor mepuso luego al cuello unas carlancas llenas de puntas de acero, habiéndome dado primero en undornajo gran cantidad de sopas en leche. Y, asimismo, me puso nombre, y me llamó Barcino.

»Vime harto y contento con el segundo amo y con el nuevo oficio; mostréme solícito ydiligente en la guarda del rebaño, sin apartarme dél sino las siestas, que me iba a pasarlas o ya a lasombra de algún árbol, o de algún ribazo o peña, o a la de alguna mata, a la margen de algún arroyode los muchos que por allí corrían. Y estas horas de mi sosiego no las pasaba ociosas, porque enellas ocupaba la memoria en acordarme de muchas cosas, especialmente en la vida que había tenidoen el Matadero, y en la que tenía mi amo y todos los como él, que están sujetos a cumplir los gustosimpertinentes de sus amigas.»

¡Oh, qué de cosas te pudiera decir ahora de las que aprendí en la escuela de aquella jiferadama de mi amo! Pero habrélas de callar, porque no me tengas por largo y por murmurador.

CIPIÓN.-Por haber oído decir que dijo un gran poeta de los antiguos que era difícil cosa el noescribir sátiras, consentiré que murmures un poco de luz y no de sangre; quiero decir que señales yno hieras ni des mate a ninguno en cosa señalada: que no es buena la murmuración, aunque hagareír a muchos, si mata a uno; y si puedes agradar sin ella, te tendré por muy discreto.

BERGANZA.-Yo tomaré tu consejo, y esperaré con gran deseo que llegue el tiempo en queme cuentes tus sucesos; que de quien tan bien sabe conocer y enmendar los defetos que tengo encontar los míos, bien se puede esperar que contará los suyos de manera que enseñen y deleiten a unmismo punto.

«Pero, anudando el roto hilo de mi cuento, digo que en aquel silencio y soledad de missiestas, entre otras cosas, consideraba que no debía de ser verdad lo que había oído contar de la vidade los pastores; a lo menos, de aquellos que la dama de mi amo leía en unos libros cuando yo iba asu casa, que todos trataban de pastores y pastoras, diciendo que se les pasaba toda la vida cantandoy tañendo con gaitas, zampoñas, rabeles y chirumbelas, y con otros instrumentos extraordinarios.Deteníame a oírla leer, y leía cómo el pastor de Anfriso cantaba estremada y divinamente, alabandoa la sin par Belisarda, sin haber en todos los montes de Arcadia árbol en cuyo tronco no se hubiesesentado a cantar, desde que salía el sol en los brazos de la Aurora hasta que se ponía en los de Tetis;y aun después de haber tendido la negra noche por la faz de la tierra sus negras y escuras alas, él nocesaba de sus bien cantadas y mejor lloradas quejas. No se le quedaba entre renglones el pastorElicio, más enamorado que atrevido, de quien decía que, sin atender a sus amores ni a su ganado, seentraba en los cuidados ajenos. Decía también que el gran pastor de Fílida, único pintor de un

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retrato, había sido más confiado que dichoso. De los desmayos de Sireno y arrepentimiento deDiana decía que daba gracias a Dios y a la sabia Felicia, que con su agua encantada deshizo aquellamáquina de enredos y aclaró aquel laberinto de dificultades. Acordábame de otros muchos librosque deste jaez la había oído leer, pero no eran dignos de traerlos a la memoria.»

CIPIÓN.-Aprovechándote vas, Berganza, de mi aviso: murmura, pica y pasa, y sea tuintención limpia, aunque la lengua no lo parezca.

BERGANZA.-En estas materias nunca tropieza la lengua si no cae primero la intención; perosi acaso por descuido o por malicia murmurare, responderé a quien me reprehendiere lo querespondió Mauleón, poeta tonto y académico de burla de la Academia de los Imitadores, a uno quele preguntó que qué quería decir Deum de Deo; y respondió que "dé donde diere".

CIPIÓN.-Esa fue respuesta de un simple; pero tú, si eres discreto o lo quieres ser, nunca hasde decir cosa de que debas dar disculpa. Di adelante.

BERGANZA.-«Digo que todos los pensamientos que he dicho, y muchos más, me causaronver los diferentes tratos y ejercicios que mis pastores, y todos los demás de aquella marina, teníande aquellos que había oído leer que tenían los pastores de los libros; porque si los míos cantaban, noeran canciones acordadas y bien compuestas, sino un "Cata el lobo dó va, Juanica" y otras cosassemejantes; y esto no al son de chirumbelas, rabeles o gaitas, sino al que hacía el dar un cayado conotro o al de algunas tejuelas puestas entre los dedos; y no con voces delicadas, sonoras yadmirables, sino con voces roncas, que, solas o juntas, parecía, no que cantaban, sino que gritaban ogruñían. Lo más del día se les pasaba espulgándose o remendando sus abarcas; ni entre ellos senombraban Amarilis, Fílidas, Galateas y Dianas, ni había Lisardos, Lausos, Jacintos ni Riselos;todos eran Antones, Domingos, Pablos o Llorentes; por donde vine a entender lo que pienso quedeben de creer todos: que todos aquellos libros son cosas soñadas y bien escritas paraentretenimiento de los ociosos, y no verdad alguna; que, a serlo, entre mis pastores hubiera a[l]gunareliquia de aquella felicísima vida, y de aquellos amenos prados, espaciosas selvas, sagradosmontes, hermosos jardines, arroyos claros y cristalinas fuentes, y de aquellos tan honestos cuantobien declarados requiebros, y de aquel desmayarse aquí el pastor, allí la pastora, acullá resonar lazampoña del uno, acá el caramillo del otro.»

CIPIÓN.-Basta, Berganza; vuelve a tu senda y camina. BERGANZA.-Agradézcotelo, Cipión amigo; porque si no me avisaras, de manera se me iba

calentando la boca, que no parara hasta pintarte un libro entero destos que me tenían engañado; perotiempo vendrá en que lo diga todo con mejores razones y con mejor discurso que ahora.

CIPIÓN.-Mírate a los pies y desharás la rueda, Berganza; quiero decir que mires que eres unanimal que carece de razón, y si ahora muestras tener alguna, ya hemos averiguado entre los dos sercosa sobrenatural y jamás vista.

BERGANZA.-Eso fuera ansí si yo estuviera en mi primera ignorancia; mas ahora que me havenido a la memoria lo que te había de haber dicho al principio de nuestra plática, no sólo no memaravillo de lo que hablo, pero espántome de lo que dejo de hablar.

CIPIÓN.-Pues ¿ahora no puedes decir lo que ahora se te acuerda? BERGANZA.-Es una cierta historia que me pasó con una grande hechicera, discípula de la

Camacha de Montilla. CIPIÓN.-Digo que me la cuentes antes que pases más adelante en el cuento de tu vida. BERGANZA.- Eso no haré yo, por cierto, hasta su tiempo: ten paciencia y escucha por su

orden mis sucesos, que así te darán más gusto, si ya no te fatiga querer saber los medios antes de losprincipios.

CIPIÓN.-Sé breve, y cuenta lo que quisieres y como quisieres. BERGANZA.-«Digo, pues, que yo me hallaba bien con el oficio de guardar ganado, por

parecerme que comía el pan de mi sudor y trabajo, y que la ociosidad, raíz y madre de todos losvicios, no tenía que ver conmigo, a causa que si los días holgaba, las noches no dormía, dándonosasaltos a menudo y tocándonos a arma los lobos; y, apenas me habían dicho los pastores ''¡al lobo,Barcino!'', cuando acudía, primero que los otros perros, a la parte que me señalaban que estaba el

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lobo: corría los valles, escudriñaba los montes, desentrañaba las selvas, saltaba barrancos, cruzabacaminos, y a la mañana volvía al hato, sin haber hallado lobo ni rastro dél, anhelando, cansado,hecho pedazos y los pies abiertos de los garranchos; y hallaba en el hato, o ya una oveja muerta, oun carnero degollado y medio comido del lobo. Desesperábame de ver de cuán poco servía mimucho cuidado y diligencia. Venía el señor del ganado; salían los pastores a recebirle con las pielesde la res muerta; culpaba a los pastores por negligentes, y mandaba castigar a los perros porperezosos: llovían sobre nosotros palos, y sobre ellos reprehensiones; y así, viéndome un díacastigado sin culpa, y que mi cuidado, ligereza y braveza no eran de provecho para coger el lobo,determiné de mudar estilo, no desviándome a buscarle, como tenía de costumbre, lejos del rebaño,sino estarme junto a él; que, pues el lobo allí venía, allí sería más cierta la presa.

»Cada semana nos tocaban a rebato, y en una escurísima noche tuve yo vista para ver loslobos, de quien era imposible que el ganado se guardase. Agachéme detrás de una mata, pasaron losperros, mis compañeros, adelante, y desde allí oteé, y vi que dos pastores asieron de un carnero delos mejores del aprisco, y le mataron de manera que verdaderamente pareció a la mañana que habíasido su verdugo el lobo. Pasméme, quedé suspenso cuando vi que los pastores eran los lobos y quedespedazaban el ganado los mismos que le habían de guardar. Al punto, hacían saber a su amo lapresa del lobo, dábanle el pellejo y parte de la carne, y comíanse ellos lo más y lo mejor. Volvía areñirles el señor, y volvía también el castigo de los perros. No había lobos, menguaba el rebaño;quisiera yo descubrillo, hallábame mudo. Todo lo cual me traía lleno de admiración y de congoja.''¡Válame Dios! -decía entre mí-, ¿quién podrá remediar esta maldad? ¿Quién será poderoso a dar aentender que la defensa ofende, que las centinelas duermen, que la confianza roba y el que osguarda os mata?''»

CIPIÓN.-Y decías muy bien, Berganza, porque no hay mayor ni más sotil ladrón que eldoméstico, y así, mueren muchos más de los confiados que de los recatados; pero el daño está enque es imposible que puedan pasar bien las gentes en el mundo si no se fía y se confía. Mas quédeseaquí esto, que no quiero que parezcamos predicadores. Pasa adelante.

BERGANZA.-«Paso adelante, y digo que determiné dejar aquel oficio, aunque parecía tanbueno, y escoger otro donde por hacerle bien, ya que no fuese remunerado, no fuese castigado.Volvíme a Sevilla, y entré a servir a un mercader muy rico.»

CIPIÓN.-¿Qué modo tenías para entrar con amo? Porque, según lo que se usa, con grandificultad el día de hoy halla un hombre de bien señor a quien servir. Muy diferentes son los señoresde la tierra del Señor del cielo: aquéllos, para recebir un criado, primero le espulgan el linaje,examinan la habilidad, le marcan la apostura, y aun quieren saber los vestidos que tiene; pero, paraentrar a servir a Dios, el más pobre es más rico; el más humilde, de mejor linaje; y, con sólo que sedisponga con limpieza de corazón a querer servirle, luego le manda poner en el libro de sus gajes,señalándoselos tan aventajados que, de muchos y de grandes, apenas pueden caber en su deseo.

BERGANZA.-Todo eso es predicar, Cipión amigo. CIPIÓN.-Así me lo parece a mí, y así, callo. BERGANZA.-A lo que me preguntaste del orden que tenía para entrar con amo, digo que ya

tú sabes que la humildad es la basa y fundamento de todas virtudes, y que sin ella no hay alguna quelo sea. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos finesnos conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba laarrogancia de los soberbios; es madre de la modestia y hermana de la templanza; en fin, con ella nopueden atravesar triunfo que les sea de provecho los vicios, porque en su blandura y mansedumbrese embotan y despuntan las flechas de los pecados.

«Désta, pues, me aprovechaba yo cuando quería entrar a servir en alguna casa, habiendoprimero considerado y mirado muy bien ser casa que pudiese mantener y donde pudiese entrar unperro grande. Luego arrimábame a la puerta, y cuando, a mi parecer, entraba algún forastero, leladraba, y cuando venía el señor bajaba la cabeza y, moviendo la cola, me iba a él, y con la lenguale limpiaba los zapatos. Si me echaban a palos, sufríalos, y con la misma mansedumbre volvía ahacer halagos al que me apaleaba, que ninguno segundaba, viendo mi porfía y mi noble término.

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Desta manera, a dos porfías me quedaba en casa: servía bien, queríanme luego bien, y nadie medespidió, si no era que yo me despidiese, o, por mejor decir, me fuese; y tal vez hallé amo que éstefuera el día que yo estuviera en su casa, si la contraria suerte no me hubiera perseguido.»

CIPIÓN.-De la misma manera que has contado entraba yo con los amos que tuve, y pareceque nos leímos los pensamientos.

BERGANZA.-Como en esas cosas nos hemos encontrado, si no me engaño, y yo te las diré asu tiempo, como tengo prometido; y ahora escucha lo que me sucedió después que dejé el ganadoen poder de aquellos perdidos.

«Volvíme a Sevilla, como dije, que es amparo de pobres y refugio de desechados, que en sugrandeza no sólo caben los pequeños, pero no se echan de ver los grandes. Arriméme a la puerta deuna gran casa de un mercader, hice mis acostumbradas diligencias, y a pocos lances me quedé enella. Recibiéronme para tenerme atado detrás de la puerta de día y suelto de noche; servía con grancuidado y diligencia; ladraba a los forasteros y gruñía a los que no eran muy conocidos; no dormíade noche, visitando los corrales, subiendo a los terrados, hecho universal centinela de la mía y de lascasas ajenas. Agradóse tanto mi amo de mi buen servicio, que mandó que me tratasen bien y mediesen ración de pan y los huesos que se levantasen o arrojasen de su mesa, con las sobras de lacocina, a lo que yo me mostraba agradecido, dando infinitos saltos cuando veía a mi amo,especialmente cuando venía de fuera; que eran tantas las muestras de regocijo que daba y tantos lossaltos, que mi amo ordenó que me desatasen y me dejasen andar suelto de día y de noche. Como mevi suelto, corrí a él, rodeéle todo, sin osar llegarle con las manos, acordándome de la fábula deIsopo, cuando aquel asno, tan asno que quiso hacer a su señor las mismas caricias que le hacía unaperrilla regalada suya, que le granjearon ser molido a palos. Parecióme que en esta fábula se nos dioa entender que las gracias y donaires de algunos no están bien en otros.»

Apode el truhán, juegue de manos y voltee el histrión, rebuzne el pícaro, imite el canto de lospájaros y los diversos gestos y acciones de los animales y los hombres el hombre bajo que sehubiere dado a ello, y no lo quiera hacer el hombre principal, a quien ninguna habilidad déstas lepuede dar crédito ni nombre honroso.

CIPIÓN.-Basta; adelante, Berganza, que ya estás entendido. BERGANZA.-¡Ojalá que como tú me entiendes me entendiesen aquellos por quien lo digo;

que no sé qué tengo de buen natural, que me pesa infinito cuando veo que un caballero se hacechocarrero y se precia que sabe jugar los cubiletes y las agallas, y que no hay quien como él sepabailar la chacona! Un caballero conozco yo que se alababa que, a ruegos de un sacristán, habíacortado de papel treinta y dos florones para poner en un monumento sobre paños negros, y destascortaduras hizo tanto caudal, que así llevaba a sus amigos a verlas como si los llevara a ver lasbanderas y despojos de enemigos que sobre la sepultura de sus padres y abuelos estaban puestas.

«Este mercader, pues, tenía dos hijos, el uno de doce y el otro de hasta catorce años, loscuales estudiaban gramática en el estudio de la Compañía de Jesús; iban con autoridad, con ayo ycon pajes, que les llevaban los libros y aquel que llaman vademécum. El verlos ir con tanto aparato,en sillas si hacía sol, en coche si llovía, me hizo considerar y reparar en la mucha llaneza con que supadre iba a la Lonja a negociar sus negocios, porque no llevaba otro criado que un negro, y algunasveces se desmandaba a ir en un machuelo aun no bien aderezado.»

CIPIÓN.-Has de saber, Berganza, que es costumbre y condición de los mercaderes de Sevilla,y aun de las otras ciudades, mostrar su autoridad y riqueza, no en sus personas, sino en las de sushijos; porque los mercaderes son mayores en su sombra que en sí mismos. Y, como ellos pormaravilla atienden a otra cosa que a sus tratos y contratos, trátanse modestamente; y, como laambición y la riqueza muere por manifestarse, revienta por sus hijos, y así los tratan y autorizancomo si fuesen hijos de algún príncipe; y algunos hay que les procuran títulos, y ponerles en elpecho la marca que tanto distingue la gente principal de la plebeya.

BERGANZA.-Ambición es, pero ambición generosa, la de aquel que pretende mejorar suestado sin perjuicio de tercero.

CIPIÓN.-Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero.

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BERGANZA.-Ya hemos dicho que no hemos de murmurar. CIPIÓN.-Sí, que yo no murmuro de nadie. BERGANZA.-Ahora acabo de confirmar por verdad lo que muchas veces he oído decir.

Acaba un maldiciente murmurador de echar a perder diez linajes y de caluniar veinte buenos, y sialguno le reprehende por lo que ha dicho, responde que él no ha dicho nada, y que si ha dicho algo,no lo ha dicho por tanto, y que si pensara que alguno se había de agraviar, no lo dijera. A la fe,Cipión, mucho ha de saber, y muy sobre los estribos ha de andar el que quisiere sustentar dos horasde conversación sin tocar los límites de la murmuración; porque yo veo en mí que, con ser unanimal, como soy, a cuatro razones que digo, me acuden palabras a la lengua como mosquitos alvino, y todas maliciosas y murmurantes; por lo cual vuelvo a decir lo que otra vez he dicho: que elhacer y decir mal lo heredamos de nuestros primeros padres y lo mamamos en la leche. Vese claroen que, apenas ha sacado el niño el brazo de las fajas, cuando levanta la mano con muestras dequerer vengarse de quien, a su parecer, le ofende; y casi la primera palabra articulada que habla esllamar puta a su ama o a su madre.

CIPIÓN.-Así es verdad, y yo confieso mi yerro y quiero que me le perdones, pues te heperdonado tantos. Echemos pelillos a la mar, como dicen los muchachos, y no murmuremos de aquíadelante; y sigue tu cuento, que le dejaste en la autoridad con que los hijos del mercader tu amoiban al estudio de la Compañía de Jesús.

BERGANZA.-A Él me encomiendo en todo acontecimiento; y, aunque el dejar de murmurarlo tengo por dificultoso, pienso usar de un remedio que oí decir que usaba un gran jurador, el cual,arrepentido de su mala costumbre, cada vez que después de su arrepentimiento juraba, se daba unpellizco en el brazo, o besaba la tierra, en pena de su culpa; pero, con todo esto, juraba. Así yo, cadavez que fuere contra el precepto que me has dado de que no murmure y contra la intención quetengo de no murmurar, me morderé el pico de la lengua de modo que me duela y me acuerde de miculpa para no volver a ella.

CIPIÓN.-Tal es ese remedio, que si usas dél espero que te has de morder tantas veces que hasde quedar sin lengua, y así, quedarás imposibilitado de murmurar.

BERGANZA.-A lo menos, yo haré de mi parte mis diligencias, y supla las faltas el cielo. «Y así, digo que los hijos de mi amo se dejaron un día un cartapacio en el patio, donde yo a la

sazón estaba; y, como estaba enseñado a llevar la esportilla del jifero mi amo, así del vademécum yfuime tras ellos, con intención de no soltalle hasta el estudio. Sucedióme todo como lo deseaba: quemis amos, que me vieron venir con el vademécum en la boca, asido sotilmente de las cintas,mandaron a un paje me le quitase; mas yo no lo consentí ni le solté hasta que entré en el aula con él,cosa que causó risa a todos los estudiantes. Lleguéme al mayor de mis amos, y, a mi parecer, conmucha crianza se le puse en las manos, y quedéme sentado en cuclillas a la puerta del aula, mirandode hito en hito al maestro que en la cátedra leía. No sé qué tiene la virtud, que, con alcanzárseme amí tan poco o nada della, luego recibí gusto de ver el amor, el término, la solicitud y la industria conque aquellos benditos padres y maestros enseñaban a aquellos niños, enderezando las tiernas varasde su juventud, porque no torciesen ni tomasen mal siniestro en el camino de la virtud, quejuntamente con las letras les mostraban. Consideraba cómo los reñían con suavidad, los castigabancon misericordia, los animaban con ejemplos, los incitaban con premios y los sobrellevaban concordura; y, finalmente, cómo les pintaban la fealdad y horror de los vicios y les dibujaban lahermosura de las virtudes, para que, aborrecidos ellos y amadas ellas, consiguiesen el fin para quefueron criados.»

CIPIÓN.-Muy bien dices, Berganza; porque yo he oído decir desa bendita gente que pararepúblicos del mundo no los hay tan prudentes en todo él, y para guiadores y adalides del caminodel cielo, pocos les llegan. Son espejos donde se mira la honestidad, la católica dotrina, la singularprudencia, y, finalmente, la humildad profunda, basa sobre quien se levanta todo el edificio de labienaventuranza.

BERGANZA.-Todo es así como lo dices.

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«Y, siguiendo mi historia, digo que mis amos gustaron de que les llevase siempre elvademécum, lo que hice de muy buena voluntad; con lo cual tenía una vida de rey, y aun mejor,porque era descansada, a causa que los estudiantes dieron en burlarse conmigo, y domestiquémecon ellos de tal manera, que me metían la mano en la boca y los más chiquillos subían sobre mí.Arrojaban los bonetes o sombreros, y yo se los volvía a la mano limpiamente y con muestras degrande regocijo. Dieron en darme de comer cuanto ellos podían, y gustaban de ver que, cuando medaban nueces o avellanas, las partía como mona, dejando las cáscaras y comiendo lo tierno. Talhubo que, por hacer prueba de mi habilidad, me trujo en un pañuelo gran cantidad de ensalada, lacual comí como si fuera persona. Era tiempo de invierno, cuando campean en Sevilla los molletes ymantequillas, de quien era tan bien servido, que más de dos Antonios se empeñaron o vendieronpara que yo almorzase. Finalmente, yo pasaba una vida de estudiante sin hambre y sin sarna, que eslo más que se puede encarecer para decir que era buena; porque si la sarna y la hambre no fuesentan unas con los estudiantes, en las vidas no habría otra de más gusto y pasatiempo, porque correnparejas en ella la virtud y el gusto, y se pasa la mocedad aprendiendo y holgándose.

»Desta gloria y desta quietud me vino a quitar una señora que, a mi parecer, llaman por ahírazón de estado; que, cuando con ella se cumple, se ha de descumplir con otras razones muchas. Esel caso que aquellos señores maestros les pareció que la media hora que hay de lición a lición laocupaban los estudiantes, no en repasar las liciones, sino en holgarse conmigo; y así, ordenaron amis amos que no me llevasen más al estudio. Obedecieron, volviéronme a casa y a la antigua guardade la puerta, y, sin acordarse señor el viejo de la merced que me había hecho de que de día y denoche anduviese suelto, volví a entregar el cuello a la cadena y el cuerpo a una esterilla que detrásde la puerta me pusieron.»

¡Ay, amigo Cipión, si supieses cuán dura cosa es de sufrir el pasar de un estado felice a undesdichado! Mira: cuando las miserias y desdichas tienen larga la corriente y son continuas, o seacaban presto, con la muerte, o la continuación dellas hace un hábito y costumbre en padecellas,que suele en su mayor rigor servir de alivio; mas, cuando de la suerte desdichada y calamitosa, sinpensarlo y de improviso, se sale a gozar de otra suerte próspera, venturosa y alegre, y de allí a pocose vuelve a padecer la suerte primera y a los primeros trabajos y desdichas, es un dolor tan rigurosoque si no acaba la vida, es por atormentarla más viviendo.

«Digo, en fin, que volví a mi ración perruna y a los huesos que una negra de casa mearrojaba, y aun éstos me dezmaban dos gatos romanos: que, como sueltos y ligeros, érales fácilquitarme lo que no caía debajo del distrito que alcanzaba mi cadena.»

Cipión hermano, así el cielo te conceda el bien que deseas, que, sin que te enfades, me dejesahora filosofar un poco; porque si dejase de decir las cosas que en este instante me han venido a lamemoria de aquellas que entonces me ocurrieron, me parece que no sería mi historia cabal ni defruto alguno.

CIPIÓN.-Advierte, Berganza, no sea tentación del demonio esa gana de filosofar que dices teha venido, porque no tiene la murmuración mejor velo para paliar y encubrir su maldad disoluta quedarse a entender el murmurador que todo cuanto dice son sentencias de filósofos, y que el decir males reprehensión y el descubrir los defetos ajenos buen celo. Y no hay vida de ningún murmuranteque, si la consideras y escudriñas, no la halles llena de vicios y de insolencias. Y debajo de saberesto, filosofea ahora cuanto quisieres.

BERGANZA.-Seguro puedes estar, Cipión, de que más murmure, porque así lo tengoprosupuesto.

«Es, pues, el caso, que como me estaba todo el día ocioso y la ociosidad sea madre de lospensamientos, di en repasar por la memoria algunos latines que me quedaron en ella de muchos queoí cuando fui con mis amos al estudio, con que, a mi parecer, me hallé algo más mejorado deentendimiento, y determiné, como si hablar supiera, aprovecharme dellos en las ocasiones que seme ofreciesen; pero en manera diferente de la que se suelen aprovechar algunos ignorantes.»

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Hay algunos romancistas que en las conversaciones disparan de cuando en cuando con algúnlatín breve y compendioso, dando a entender a los que no lo entienden que son grandes latinos, yapenas saben declinar un nombre ni conjugar un verbo.

CIPIÓN.- Por menor daño tengo ése que el que hacen los que verdaderamente saben latín, delos cuales hay algunos tan imprudentes que, hablando con un zapatero o con un sastre, arrojanlatines como agua.

BERGANZA.-Deso podremos inferir que tanto peca el que dice latines delante de quien losignora, como el que los dice ignorándolos.

CIPIÓN.-Pues otra cosa puedes advertir, y es que hay algunos que no les escusa el ser latinosde ser asnos.

BERGANZA.-Pues ¿quién lo duda? La razón está clara, pues cuando en tiempo de losromanos hablaban todos latín, como lengua materna suya, algún majadero habría entre ellos, aquien no escusaría el hablar latín dejar de ser necio.

CIPIÓN.-Para saber callar en romance y hablar en latín, discreción es menester, hermanoBerganza.

BERGANZA.-Así es, porque también se puede decir una necedad en latín como en romance,y yo he visto letrados tontos, y gramáticos pesados, y romancistas vareteados con sus listas de latín,que con mucha facilidad pueden enfadar al mundo, no una sino muchas veces.

CIPIÓN.-Dejemos esto, y comienza a decir tus filosofías. BERGANZA.-Ya las he dicho: éstas son que acabo de decir. CIPIÓN.-¿Cuáles? BERGANZA.-Estas de los latines y romances, que yo comencé y tú acabaste. CIPIÓN.-¿Al murmurar llamas filosofar? ¡Así va ello! Canoniza, canoniza, Berganza, a la

maldita plaga de la murmuración, y dale el nombre que quisieres, que ella dará a nosotros el decínicos, que quiere decir perros murmuradores; y por tu vida que calles ya y sigas tu historia.

BERGANZA.-¿Cómo la tengo de seguir si callo? CIPIÓN.-Quiero decir que la sigas de golpe, sin que la hagas que parezca pulpo, según la vas

añadiendo colas. BERGANZA.-Habla con propiedad: que no se llaman colas las del pulpo. CIPIÓN.-Ése es el error que tuvo el que dijo que no era torpedad ni vicio nombrar las cosas

por sus propios nombres, como si no fuese mejor, ya que sea forzoso nombrarlas, decirlas porcircunloquios y rodeos que templen la asquerosidad que causa el oírlas por sus mismos nombres.Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe.

BERGANZA.-Quiero creerte; «y digo que, no contenta mi fortuna de haberme quitado de misestudios y de la vida que en ellos pasaba, tan regocijada y compuesta, y haberme puesto atrailladotras de una puerta, y de haber trocado la liberalidad de los estudiantes en la mezquinidad de lanegra, ordenó de sobresaltarme en lo que ya por quietud y descanso tenía.»

Mira, Cipión, ten por cierto y averiguado, como yo lo tengo, que al desdichado las desdichasle buscan y le hallan, aunque se esconda en los últimos rincones de la tierra.

«Dígolo porque la negra de casa estaba enamorada de un negro, asimismo esclavo de casa, elcual negro dormía en el zaguán, que es entre la puerta de la calle y la de en medio, detrás de la cualyo estaba; y no se podían juntar sino de noche, y para esto habían hurtado o contrahecho las llaves;y así, las más de las noches bajaba la negra, y, tapándome la boca con algún pedazo de carne oqueso, abría al negro, con quien se daba buen tiempo, facilitándolo mi silencio, y a costa de muchascosas que la negra hurtaba. Algunos días me estragaron la conciencia las dádivas de la negra,pareciéndome que sin ellas se me apretarían las ijadas y daría de mastín en galgo. Pero, en efeto,llevado de mi buen natural, quise responder a lo que a mi amo debía, pues tiraba sus gajes y comíasu pan, como lo deben hacer no sólo los perros honrados, a quien se les da renombre deagradecidos, sino todos aquellos que sirven.»

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CIPIÓN.-Esto sí, Berganza, quiero que pase por filosofía, porque son razones que consistenen buena verdad y en buen entendimiento; y adelante y no hagas soga, por no decir cola, de tuhistoria.

BERGANZA.-Primero te quiero rogar me digas, si es que lo sabes, qué quiere decir filosofía;que, aunque yo la nombro, no sé lo que es; sólo me doy a entender que es cosa buena.

CIPIÓN.- Con brevedad te la diré. Este nombre se compone de dos nombres griegos, que sonfilos y sofía; filos quiere decir amor, y sofía, la ciencia; así que filosofía significa 'amor de laciencia', y filósofo, 'amador de la ciencia'.

BERGANZA.-Mucho sabes, Cipión. ¿Quién diablos te enseñó a ti nombres griegos? CIPIÓN.-Verdaderamente, Berganza, que eres simple, pues desto haces caso; porque éstas

son cosas que las saben los niños de la escuela, y también hay quien presuma saber la lengua griegasin saberla, como la latina ignorándola.

BERGANZA.-Eso es lo que yo digo, y quisiera que a estos tales los pusieran en una prensa, ya fuerza de vueltas les sacaran el jugo de lo que saben, porque no anduviesen engañando el mundocon el oropel de sus gregüescos rotos y sus latines falsos, como hacen los portugueses con losnegros de Guinea.

CIPIÓN.-Ahora sí, Berganza, que te puedes morder la lengua, y tarazármela yo, porque todocuanto decimos es murmurar.

BERGANZA.-Sí, que no estoy obligado a hacer lo que he oído decir que hizo uno llamadoCorondas, tirio, el cual puso ley que ninguno entrase en el ayuntamiento de su ciudad con armas, sopena de la vida. Descuidóse desto, y otro día entró en el cabildo ceñida la espada; advirtiéronselo y,acordándose de la pena por él puesta, al momento desenvainó su espada y se pasó con ella el pecho,y fue el primero que puso y quebrantó la ley y pagó la pena. Lo que yo dije no fue poner ley, sinoprometer que me mordería la lengua cuando murmurase; pero ahora no van las cosas por el tenor yrigor de las antiguas: hoy se hace una ley y mañana se rompe, y quizá conviene que así sea. Ahorapromete uno de enmendarse de sus vicios, y de allí a un momento cae en otros mayores. Una cosaes alabar la disciplina y otra el darse con ella, y, en efeto, del dicho al hecho hay gran trecho.Muérdase el diablo, que yo no quiero morderme ni hacer finezas detrás de una estera, donde denadie soy visto que pueda alabar mi honrosa determinación.

CIPIÓN.-Según eso, Berganza, si tú fueras persona, fueras hipócrita, y todas las obras quehicieras fueran aparentes, fingidas y falsas, cubiertas con la capa de la virtud, sólo porque tealabaran, como todos los hipócritas hacen.

BERGANZA.-No sé lo que entonces hiciera; esto sé que quiero hacer ahora: que es nomorderme, quedándome tantas cosas por decir que no sé cómo ni cuándo podré acabarlas; y más,estando temeroso que al salir del sol nos hemos de quedar a escuras, faltándonos la habla.

CIPIÓN.-Mejor lo hará el cielo. Sigue tu historia y no te desvíes del camino carretero conimpertinentes digresiones; y así, por larga que sea, la acabarás presto.

BERGANZA.-«Digo, pues, que, habiendo visto la insolencia, ladronicio y deshonestidad delos negros, determiné, como buen criado, estorbarlo, por los mejores medios que pudiese; y pudetan bien, que salí con mi intento. Bajaba la negra, como has oído, a refocilarse con el negro, fiada enque me enmudecían los pedazos de carne, pan o queso que me arrojaba...»

¡Mucho pueden las dádivas, Cipión! CIPIÓN.-Mucho. No te diviertas, pasa adelante. BERGANZA.-Acuérdome que cuando estudiaba oí decir al precetor un refrán latino, que

ellos llaman adagio, que decía: Habet bovem in lingua. CIPIÓN.-¡Oh, que en hora mala hayáis encajado vuestro latín! ¿Tan presto se te ha olvidado

lo que poco ha dijimos contra los que entremeten latines en las conversaciones de romance? BERGANZA.-Este latín viene aquí de molde; que has de saber que los atenienses usaban,

entre otras, de una moneda sellada con la figura de un buey, y cuando algún juez dejaba de decir ohacer lo que era razón y justicia, por estar cohechado, decían: ''Este tiene el buey en la lengua''.

CIPIÓN.-La aplicación falta.

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BERGANZA.-¿No está bien clara, si las dádivas de la negra me tuvieron muchos días mudo,que ni quería ni osaba ladrarla cuando bajaba a verse con su negro enamorado? Por lo que vuelvo adecir que pueden mucho las dádivas.

CIPIÓN.-Ya te he respondido que pueden mucho, y si no fuera por no hacer ahora una largadigresión, con mil ejemplos probara lo mucho que las dádivas pueden; mas quizá lo diré, si el cielome concede tiempo, lugar y habla para contarte mi vida.

BERGANZA.-Dios te dé lo que deseas, y escucha. «Finalmente, mi buena intención rompió por las malas dádivas de la negra; a la cual, bajando

una noche muy escura a su acostumbrado pasatiempo, arremetí sin ladrar, porque no se alborotasenlos de casa, y en un instante le hice pedazos toda la camisa y le arranqué un pedazo de muslo: burlaque fue bastante a tenerla de veras más de ocho días en la cama, fingiendo para con sus amos no séqué enfermedad. Sanó, volvió otra noche, y yo volví a la pelea con mi perra, y, sin morderla, laarañé todo el cuerpo como si la hubiera cardado como manta. Nuestras batallas eran a la sorda, delas cuales salía siempre vencedor, y la negra, malparada y peor contenta. Pero sus enojos separecían bien en mi pelo y en mi salud: alzóseme con la ración y los huesos, y los míos poco a pocoiban señalando los nudos del espinazo. Con todo esto, aunque me quitaron el comer, no mepudieron quitar el ladrar. Pero la negra, por acabarme de una vez, me trujo una esponja frita conmanteca; conocí la maldad; vi que era peor que comer zarazas, porque a quien la come se le hinchael estómago y no sale dél sin llevarse tras sí la vida. Y, pareciéndome ser imposible guardarme delas asechanzas de tan indignados enemigos, acordé de poner tierra en medio, quitándomeles delantede los ojos.

»Halléme un día suelto, y sin decir adiós a ninguno de casa, me puse en la calle, y a menos decien pasos me deparó la suerte al alguacil que dije al principio de mi historia, que era grande amigode mi amo Nicolás el Romo; el cual, apenas me hubo visto, cuando me conoció y me llamó por minombre; también le conocí yo y, al llamarme, me llegé a él con mis acostumbradas ceremonias ycaricias. Asióme del cuello y dijo a dos corchetes suyos: ''Éste es famoso perro de ayuda, que fue deun grande amigo mío; llevémosle a casa''. Holgáronse los corchetes, y dijeron que si era de ayuda atodos sería de provecho. Quisieron asirme para llevarme, y mi amo dijo que no era menester asirme,que yo me iría, porque le conocía.

»Háseme olvidado decirte que las carlancas con puntas de acero que saqué cuando medesgarré y ausenté del ganado me las quitó un gitano en una venta, y ya en Sevilla andaba sin ellas;pero el alguacil me puso un collar tachonado todo de latón morisco.»

Considera, Cipión, ahora esta rueda variable de la fortuna mía: ayer me vi estudiante y hoyme vees corchete.

CIPIÓN.-Así va el mundo, y no hay para qué te pongas ahora a esagerar los vaivenes defortuna, como si hubiera mucha diferencia de ser mozo de un jifero a serlo de un corchete. Nopuedo sufrir ni llevar en paciencia oír las quejas que dan de la fortuna algunos hombres que lamayor que tuvieron fue tener premisas y esperanzas de llegar a ser escuderos. ¡Con qué maldicionesla maldicen! ¡Con cuántos improperios la deshonran! Y no por más de que porque piense el que losoye que de alta, próspera y buena ventura han venido a la desdichada y baja en que los miran.

BERGANZA.-Tienes razón; «y has de saber que este alguacil tenía amistad con un escribano,con quien se acompañaba; estaban los dos amancebados con dos mujercillas, no de poco más amenos, sino de menos en todo; verdad es que tenían algo de buenas caras, pero mucho de desenfadoy de taimería putesca. Éstas les servían de red y de anzuelo para pescar en seco, en esta forma:vestíanse de suerte que por la pinta descubrían la figura, y a tiro de arcabuz mostraban ser damas dela vida libre; andaban siempre a caza de estranjeros, y, cuando llegaba la vendeja a Cádiz y aSevilla, llegaba la huella de su ganancia, no quedando bretón con quien no embistiesen; y, encayendo el grasiento con alguna destas limpias, avisaban al alguacil y al escribano adónde y a quéposada iban, y, en estando juntos, les daban asalto y los prendían por amancebados; pero nunca losllevaban a la cárcel, a causa que los estranjeros siempre redimían la vejación con dineros.

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«Sucedió, pues, que la Colindres, que así se llamaba la amiga del alguacil, pescó un bretónunto y bisunto; concertó con él cena y noche en su posada; dio el cañuto a su amigo; y, apenas sehabían desnudado, cuando el alguacil, el escribano, dos corchetes y yo dimos con ellos.Alborotáronse los amantes; esageró el alguacil el delito; mandólos vestir a toda priesa para llevarlosa la cárcel; afligióse el bretón; terció, movido de caridad, el escribano, y a puros ruegos redujo lapena a solos cien reales. Pidió el bretón unos follados de camuza que había puesto en una silla a lospies de la cama, donde tenía dineros para pagar su libertad, y no parecieron los follados, ni podíanparecer; porque, así como yo entré en el aposento, llegó a mis narices un olor de tocino que meconsoló todo; descubríle con el olfato, y halléle en una faldriquera de los follados. Digo que hallé enella un pedazo de jamón famoso, y, por gozarle y poderle sacar sin rumor, saqué los follados a lacalle, y allí me entregué en el jamón a toda mi voluntad, y cuando volví al aposento hallé que elbretón daba voces diciendo en lenguaje adúltero y bastardo, aunque se entendía, que le volviesensus calzas, que en ellas tenía cincuenta escuti d'oro in oro. Imaginó el escribano o que la Colindreso los corchetes se los habían robado; el alguacil pensó lo mismo; llamólos aparte, no confesóninguno, y diéronse al diablo todos. Viendo yo lo que pasaba, volví a la calle donde había dejadolos follados, para volverlos, pues a mí no me aprovechaba nada el dinero; no los hallé, porque yaalgún venturoso que pasó se los había llevado. Como el alguacil vio que el bretón no tenía dineropara el cohecho, se desesperaba, y pensó sacar de la huéspeda de casa lo que el bretón no tenía;llamóla, y vino medio desnuda, y como oyó las voces y quejas del bretón, y a la Colindres desnuday llorando, al alguacil en cólera y al escribano enojado y a los corchetes despabilando lo quehallaban en el aposento, no le plugo mucho. Mandó el alguacil que se cubriese y se viniese con él ala cárcel, porque consentía en su casa hombres y mujeres de mal vivir. ¡Aquí fue ello! Aquí sí quefue cuando se aumentaron las voces y creció la confusión; porque dijo la huéspeda: ''Señor alguacily señor escribano, no conmigo tretas, que entrevo toda costura; no conmigo dijes ni poleos: callen laboca y váyanse con Dios; si no, por mi santiguada que arroje el bodegón por la ventana y que saquea plaza toda la chirinola desta historia; que bien conozco a la señora Colindres y sé que ha muchosmeses que es su cobertor el señor alguacil; y no hagan que me aclare más, sino vuélvase el dinero aeste señor, y quedemos todos por buenos; porque yo soy mujer honrada y tengo un marido con sucarta de ejecutoria, y con a perpenan rei de memoria, con sus colgaderos de plomo, Dios sea loado,y hago este oficio muy limpiamente y sin daño de barras. El arancel tengo clavado donde todo elmundo le vea; y no conmigo cuentos, que, por Dios, que sé despolvorearme. ¡Bonita soy yo paraque por mi orden entren mujeres con los huéspedes! Ellos tienen las llaves de sus aposentos, y yono soy quince, que tengo de ver tras siete paredes''.

»Pasmados quedaron mis amos de haber oído la arenga de la huéspeda y de ver cómo les leíala historia de sus vidas; pero, como vieron que no tenían de quién sacar dinero si della no, porfiabanen llevarla a la cárcel. Quejábase ella al cielo de la sinrazón y justicia que la hacían, estando sumarido ausente y siendo tan principal hidalgo. El bretón bramaba por sus cincuenta escuti. Loscorchetes porfiaban que ellos no habían visto los follados, ni Dios permitiese lo tal. El escribano,por lo callado, insistía al alguacil que mirase los vestidos de la Colindres, que le daba sospecha queella debía de tener los cincuenta escuti, por tener de costumbre visitar los escondrijos y faldriquerasde aquellos que con ella se envolvían. Ella decía que el bretón estaba borracho y que debía dementir en lo del dinero. En efeto, todo era confusión, gritos y juramentos, sin llevar modo deapaciguarse, ni se apaciguaran si al instante no entrara en el aposento el teniente de asistente, que,viniendo a visitar aquella posada, las voces le llevaron adonde era la grita. Preguntó la causa deaquellas voces; la huéspeda se la dio muy por menudo: dijo quién era la ninfa Colindres, que yaestaba vestida; publicó la pública amistad suya y del alguacil; echó en la calle sus tretas y modo derobar; disculpóse a sí misma de que con su consentimiento jamás había entrado en su casa mujer demala sospecha; canonizóse por santa y a su marido por un bendito, y dio voces a una moza quefuese corriendo y trujese de un cofre la carta ejecutoria de su marido, para que la viese el señortiniente, diciéndole que por ella echaría de ver que mujer de tan honrado marido no podía hacercosa mala; y que si tenía aquel oficio de casa de camas, era a no poder más: que Dios sabía lo que le

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pesaba, y si quisiera ella tener alguna renta y pan cuotidiano para pasar la vida, que tener aquelejercicio. El teniente, enfadado de su mucho hablar y presumir de ejecutoria, le dijo: ''Hermanacamera, yo quiero creer que vuestro marido tiene carta de hidalguía con que vos me confeséis quees hidalgo mesonero''. ''Y con mucha honra -respondió la huéspeda-. Y ¿qué linaje hay en el mundo,por bueno que sea, que no tenga algún dime y direte?'' ''Lo que yo os digo, hermana, es que oscubráis, que habéis de venir a la cárcel''. La cual nueva dio con ella en el suelo; arañóse el rostro;alzó el grito; pero, con todo eso, el teniente, demasiadamente severo, los llevó a todos a la cárcel;conviene a saber: al bretón, a la Colindres y a la huéspeda. Después supe que el bretón perdió suscincuenta escuti, y más diez, en que le condenaron en las costas; la huéspeda pagó otro tanto, y laColindres salió libre por la puerta afuera. Y el mismo día que la soltaron pescó a un marinero, quepagó por el bretón, con el mismo embuste del soplo; porque veas, Cipión, cuántos y cuán grandesinconvenientes nacieron de mi golosina.»

CIPIÓN.-Mejor dijeras de la bellaquería de tu amo. BERGANZA.-Pues escucha, que aún más adelante tiraban la barra, puesto que me pesa de

decir mal de alguaciles y de escribanos. CIPIÓN.-Sí, que decir mal de uno no es decirlo de todos; sí, que muchos y muy muchos

escribanos hay buenos, fieles y legales, y amigos de hacer placer sin daño de tercero; sí, que notodos entretienen los pleitos, ni avisan a las partes, ni todos llevan más de sus derechos, ni todos vanbuscando e inquiriendo las vidas ajenas para ponerlas en tela de juicio, ni todos se aúnan con el juezpara "háceme la barba y hacerte he el copete", ni todos los alguaciles se conciertan con losvagamundos y fulleros, ni tienen todos las amigas de tu amo para sus embustes. Muchos y muymuchos hay hidalgos por naturaleza y de hidalgas condiciones; muchos no son arrojados,insolentes, ni mal criados, ni rateros, como los que andan por los mesones midiendo las espadas alos estranjeros, y, hallándolas un pelo más de la marca, destruyen a sus dueños. Sí, que no todoscomo prenden sueltan, y son jueces y abogados cuando quieren.

BERGANZA.-«Más alto picaba mi amo; otro camino era el suyo; presumía de valiente y dehacer prisiones famosas; sustentaba la valentía sin peligro de su persona, pero a costa de su bolsa.Un día acometió en la Puerta de Jerez él solo a seis famosos rufianes, sin que yo le pudiese ayudaren nada, porque llevaba con un freno de cordel impedida la boca (que así me traía de día, y denoche me le quitaba). Quedé maravillado de ver su atrevimiento, su brío y su denuedo; así seentraba y salía por las seis espadas de los rufos como si fueran varas de mimbre; era cosamaravillosa ver la ligereza con que acometía, las estocadas que tiraba, los reparos, la cuenta, el ojoalerta porque no le tomasen las espaldas. Finalmente, él quedó en mi opinión y en la de todoscuantos la pendencia miraron y supieron por un nuevo Rodamonte, habiendo llevado a susenemigos desde la Puerta de Jerez hasta los mármoles del Colegio de Mase Rodrigo, que hay másde cien pasos. Dejólos encerrados, y volvió a coger los trofeos de la batalla, que fueron tres vainas,y luego se las fue a mostrar al asistente, que, si mal no me acuerdo, lo era entonces el licenciadoSarmiento de Valladares, famoso por la destruición de La Sauceda. Miraban a mi amo por las callesdo pasaba, señalándole con el dedo, como si dijeran: ''Aquél es el valiente que se atrevió a reñir solocon la flor de los bravos de la Andalucía''. En dar vueltas a la ciudad, para dejarse ver, se pasó loque quedaba del día, y la noche nos halló en Triana, en una calle junto al Molino de la Pólvora; y,habiendo mi amo avizorado (como en la jácara se dice) si alguien le veía, se entró en una casa, y yotras él, y hallamos en un patio a todos los jayanes de la pendencia, sin capas ni espadas, y todosdesabrochados; y uno, que debía de ser el huésped, tenía un gran jarro de vino en la una mano y enla otra una copa grande de taberna, la cual, colmándola de vino generoso y espumante, brindaba atoda la compañía. Apenas hubieron visto a mi amo, cuando todos se fueron a él con los brazosabiertos, y todos le brindaron, y él hizo la razón a todos, y aun la hiciera a otros tantos si le fueraalgo en ello, por ser de condición afable y amigo de no enfadar a nadie por pocas cosas.»

Quererte yo contar ahora lo que allí se trató, la cena que cenaron, las peleas que se contaron,los hurtos que se refirieron, las damas que de su trato se calificaron y las que se reprobaron, lasalabanzas que los unos a los otros se dieron, los bravos ausentes que se nombraron, la destreza que

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allí se puso en su punto, levantándose en mitad de la cena a poner en prática las tretas que se lesofrecían, esgrimiendo con las manos, los vocablos tan exquisitos de que usaban; y, finalmente, eltalle de la persona del huésped, a quien todos respetaban como a señor y padre, sería meterme en unlaberinto donde no me fuese posible salir cuando quisiese.

»Finalmente, vine a entender con toda certeza que el dueño de la casa, a quien llamabanMonipodio, era encubridor de ladrones y pala de rufianes, y que la gran pendencia de mi amo habíasido primero concertada con ellos, con las circunstancias del retirarse y de dejar las vainas, lascuales pagó mi amo allí, luego, de contado, con todo cuanto Monipodio dijo que había costado lacena, que se concluyó casi al amanecer, con mucho gusto de todos. Y fue su postre dar soplo a miamo de un rufián forastero que, nuevo y flamante, había llegado a la ciudad; debía de ser másvaliente que ellos, y de envidia le soplaron. Prendióle mi amo la siguiente noche, desnudo en lacama: que si vestido estuviera, yo vi en su talle que no se dejara prender tan a mansalva. Con estaprisión que sobrevino sobre la pendencia, creció la fama de mi cobarde, que lo era mi amo más queuna liebre, y a fuerza de meriendas y tragos sustentaba la fama de ser valiente, y todo cuanto con suoficio y con sus inteligencias granjeaba se le iba y desaguaba por la canal de la valentía.

»Pero ten paciencia, y escucha ahora un cuento que le sucedió, sin añadir ni quitar de laverdad una tilde. Dos ladrones hurtaron en Antequera un caballo muy bueno; trujéronle a Sevilla, ypara venderle sin peligro usaron de un ardid que, a mi parecer, tiene del agudo y del discreto.Fuéronse a posar a posadas diferentes, y el uno se fue a la justicia y pidió por una petición quePedro de Losada le debía cuatrocientos reales prestados, como parecía por una cédula firmada de sunombre, de la cual hacía presentación. Mandó el tiniente que el tal Losada reconociese la cédula, yque si la reconociese, le sacasen prendas de la cantidad o le pusiesen en la cárcel; tocó hacer estadiligencia a mi amo y al escribano su amigo; llevóles el ladrón a la posada del otro, y al puntoreconoció su firma y confesó la deuda, y señaló por prenda de la ejecución el caballo, el cual vistopor mi amo, le creció el ojo; y le marcó por suyo si acaso se vendiese. Dio el ladrón por pasados lostérminos de la ley, y el caballo se puso en venta y se remató en quinientos reales en un tercero quemi amo echó de manga para que se le comprase. Valía el caballo tanto y medio más de lo quedieron por él. Pero, como el bien del vendedor estaba en la brevedad de la venta, a la primer posturaremató su mercaduría. Cobró el un ladrón la deuda que no le debían, y el otro la carta de pago queno había menester, y mi amo se quedó con el caballo, que para él fue peor que el Seyano lo fue parasus dueños. Mondaron luego la haza los ladrones, y, de allí a dos días, después de haber trastejadomi amo las guarniciones y otras faltas del caballo, pareció sobre él en la plaza de San Francisco,más hueco y pomposo que aldeano vestido de fiesta. Diéronle mil parabienes de la buena compra,afirmándole que valía ciento y cincuenta ducados como un huevo un maravedí; y él, volteando yrevolviendo el caballo, representaba su tragedia en el teatro de la referida plaza. Y, estando en suscaracoles y rodeos, llegaron dos hombres de buen talle y de mejor ropaje, y el uno dijo: ''¡ViveDios, que éste es Piedehierro, mi caballo, que ha pocos días que me le hurtaron en Antequera!''.Todos los que venían con él, que eran cuatro criados, dijeron que así era la verdad: que aquél eraPiedehierro, el caballo que le habían hurtado. Pasmóse mi amo, querellóse el dueño, hubo pruebas,y fueron las que hizo el dueño tan buenas, que salió la sentencia en su favor y mi amo fuedesposeído del caballo. Súpose la burla y la industria de los ladrones, que por manos e intervenciónde la misma justicia vendieron lo que habían hurtado, y casi todos se holgaban de que la codicia demi amo le hubiese rompido el saco.

»Y no paró en esto su desgracia; que aquella noche, saliendo a rondar el mismo asistente, porhaberle dado noticia que hacia los barrios de San Ju[l]ián andaban ladrones, al pasar de unaencrucijada vieron pasar un hombre corriendo, y dijo a este punto el asistente, asiéndome por elcollar y zuzándome: ''¡Al ladrón, Gavilán! ¡Ea, Gavilán, hijo, al ladrón, al ladrón!'' Yo, a quien yatenían cansado las maldades de mi amo, por cumplir lo que el señor asistente me mandaba sindiscrepar en nada, arremetí con mi propio amo, y sin que pudiese valerse, di con él en el suelo; y sino me le quitaran, yo hiciera a más de a cuatro vengados; quitáronme con mucha pesadumbre de

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entrambos. Quisieran los corchetes castigarme, y aun matarme a palos, y lo hicieran si el asistenteno les dijera: ''No le toque nadie, que el perro hizo lo que yo le mandé''.

»Entendióse la malicia, y yo, sin despedirme de nadie, por un agujero de la muralla salí alcampo, y antes que amaneciese me puse en Mairena, que es un lugar que está cuatro leguas deSevilla. Quiso mi buena suerte que hallé allí una compañía de soldados que, según oí decir, se ibana embarcar a Cartagena. Estaban en ella cuatro rufianes de los amigos de mi amo, y el atambor erauno que había sido corchete y gran chocarrero, como lo suelen ser los más atambores.Conociéronme todos y todos me hablaron; y así, me preguntaban por mi amo como si les hubiera deresponder; pero el que más afición me mostró fue el atambor, y así, determiné de acomodarme conél, si él quisiese, y seguir aquella jornada, aunque me llevase a Italia o a Flandes; porque me parecea mí, y aun a ti te debe parecer lo mismo, que, puesto que dice el refrán "quien necio es en su villa,necio es en Castilla", el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombresdiscretos.»

CIPIÓN.-Es eso tan verdad, que me acuerdo haber oído decir a un amo que tuve de bonísimoingenio que al famoso griego llamado Ulises le dieron renombre de prudente por sólo haber andadomuchas tierras y comunicado con diversas gentes y varias naciones; y así, alabo la intención quetuviste de irte donde te llevasen.

BERGANZA.-«Es, pues, el caso que el atambor, por tener con qué mostrar más suschacorrerías, comenzó a enseñarme a bailar al son del atambor y a hacer otras monerías, tan ajenasde poder aprenderlas otro perro que no fuera yo como las oirás cuando te las diga.

»Por acabarse el distrito de la comisión, se marchaba poco a poco; no había comisario quenos limitase; el capitán era mozo, pero muy buen caballero y gran cristiano; el alférez no hacíamuchos meses que había dejado la Corte y el tinelo; el sargento era matrero y sagaz y grande arrierode compañías, desde donde se levantan hasta el embarcadero. Iba la compañía llena de rufianeschurrulleros, los cuales hacían algunas insolencias por los lugares do pasábamos, que redundabanen maldecir a quien no lo merecía. Infelicidad es del buen príncipe ser culpado de sus súbditos porla culpa de sus súbditos, a causa que los unos son verdugos de los otros, sin culpa del señor; pues,aunque quiera y lo procure no puede remediar estos daños, porque todas o las más cosas de laguerra traen consigo aspereza, riguridad y desconveniencia.

»En fin, en menos de quince días, con mi buen ingenio y con la diligencia que puso el quehabía escogido por patrón, supe saltar por el Rey de Francia y a no saltar por la mala tabernera.Enseñóme a hacer corvetas como caballo napolitano y a andar a la redonda como mula de atahona,con otras cosas que, si yo no tuviera cuenta en no adelantarme a mostrarlas, pusiera en duda si eraalgún demonio en figura de perro el que las hacía. Púsome nombre del "perro sabio", y no habíamosllegado al alojamiento cuando, tocando su atambor, andaba por todo el lugar pregonando que todaslas personas que quisiesen venir a ver las maravillosas gracias y habilidades del perro sabio en talcasa o en tal hospital las mostraban, a ocho o a cuatro maravedís, según era el pueblo grande ochico. Con estos encarecimientos no quedaba persona en todo el lugar que no me fuese a ver, yninguno había que no saliese admirado y contento de haberme visto. Triunfaba mi amo con lamucha ganancia, y sustentaba seis camaradas como unos reyes. La codicia y la envidia despertó enlos rufianes voluntad de hurtarme, y andaban buscando ocasión para ello: que esto del ganar decomer holgando tiene muchos aficionados y golosos; por esto hay tantos titereros en España, tantosque muestran retablos, tantos que venden alfileres y coplas, que todo su caudal, aunque le vendiesentodo, no llega a poderse sustentar un día; y, con esto, los unos y los otros no salen de los bodegonesy tabernas en todo el año; por do me doy a entender que de otra parte que de la de sus oficios sale lacorriente de sus borracheras. Toda esta gente es vagamunda, inúti[l] y sin provecho; esponjas delvino y gorgojos del pan.»

CIPIÓN.-No más, Berganza; no volvamos a lo pasado: sigue, que se va la noche, y no querríaque al salir del sol quedásemos a la sombra del silencio.

BERGANZA.-Tenle y escucha.

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»Como sea cosa fácil añadir a lo ya inventado, viendo mi amo cuán bien sabía imitar el corcelnapolitano, hízome unas cubiertas de guadamací y una silla pequeña, que me acomodó en lasespaldas, y sobre ella puso una figura liviana de un hombre con una lancilla de correr sortija, yenseñóme a correr derechamente a una sortija que entre dos palos ponía; y el día que había decorrerla pregonaba que aquel día corría sortija el perro sabio y hacía otras nuevas y nunca vistasgalanterías, las cuales de mi santiscario, como dicen, las hacía por no sacar mentiroso a mi amo.

»Llegamos, pues, por nuestras jornadas contadas a Montilla, villa del famoso y gran cristianoMarqués de Priego, señor de la casa de Aguilar y de Montilla. Alojaron a mi amo, porque él loprocuró, en un hospital; echó luego el ordinario bando, y, como ya la fama se había adelantado allevar las nuevas de las habilidades y gracias del perro sabio, en menos de una hora se llenó el patiode gente. Alegróse mi amo viendo que la cosecha iba de guilla, y mostróse aquel día chacorrero endemasía. Lo primero en que comenzaba la fiesta era en los saltos que yo daba por un aro de cedazo,que parecía de cuba: conjurábame por las ordinarias preguntas, y cuando él bajaba una varilla demembrillo que en la mano tenía, era señal del salto; y cuando la tenía alta, de que me estuviesequedo. El primer conjuro deste día (memorable entre todos los de mi vida) fue decirme: ''Ea,Gavilán amigo, salta por aquel viejo verde que tú conoces que se escabecha las barbas; y si noquieres, salta por la pompa y el aparato de doña Pimpinela de Plafagonia, que fue compañera de lamoza gallega que servía en Valdeastillas. ¿No te cuadra el conjuro, hijo Gavilán? Pues salta por elbachiller Pasillas, que se firma licenciado sin tener grado alguno. ¡Oh, perezoso estás! ¿Por qué nosaltas? Pero ya entiendo y alcanzo tus marrullerías: ahora salta por el licor de Esquivias, famoso alpar del de Ciudad Real, San Martín y Ribadavia''. Bajó la varilla y salté yo, y noté sus malicias ymalas entrañas.

»Volvióse luego al pueblo y en voz alta dijo: ''No piense vuesa merced, senado valeroso, quees cosa de burla lo que este perro sabe: veinte y cuatro piezas le tengo enseñadas que por la menordellas volaría un gavilán; quiero decir que por ver la menor se pueden caminar treinta leguas. Sabebailar la zarabanda y chacona mejor que su inventora misma; bébese una azumbre de vino sin dejargota; entona un sol fa mi re tan bien como un sacristán; todas estas cosas, y otras muchas que mequedan por decir, las irán viendo vuesas mercedes en los días que estuviere aquí la compañía; y porahora dé otro sa[l]to nuestro sabio, y luego entraremos en lo grueso''. Con esto suspendió elauditorio, que había llamado senado, y les encendió el deseo de no dejar de ver todo lo que yo sabía.

»Volvióse a mí mi amo y dijo: ''Volved, hijo Gavilán, y con gentil agilidad y destrezadeshaced los saltos que habéis hecho; pero ha de ser a devoción de la famosa hechicera que dicenque hubo en este lugar''. Apenas hubo dicho esto, cuando alzó la voz la hospitalera, que era unavieja, al parecer, de más de sesenta años, diciendo: ''¡Bellaco, charlatán, embaidor y hijo de puta,aquí no hay hechicera alguna! Si lo decís por la Camacha, ya ella pagó su pecado, y está donde Diosse sabe; si lo decís por mí, chacorrero, ni yo soy ni he sido hechicera en mi vida; y si he tenido famade haberlo sido, merced a los testigos falsos, y a la ley del encaje, y al juez arrojadizo y malinformado, ya sabe todo el mundo la vida que hago en penitencia, no de los hechizos que no hice,sino de otros muchos pecados: otros que como pecadora he cometido. Así que, socarróntamborilero, salid del hospital: si no, por vida de mi santiguada que os haga salir más que de paso''.Y, con esto, comenzó a dar tantos gritos y a decir tantas y tan atropelladas injurias a mi amo, que[le] puso en confusión y sobresalto; finalmente, no dejó que pasase adelante la fiesta en ningúnmodo. No le pesó a mi amo del alboroto, porque se quedó con los dineros y aplazó para otro día yen otro hospital lo que en aquél había faltado. Fuese la gente maldiciendo a la vieja, añadiendo alnombre de hechicera el de bruja, y el de barbuda sobre vieja. Con todo esto, nos quedamos en elhospital aquella noche; y, encontrándome la vieja en el corral solo, me dijo: ''¿Eres tú, hijo Montiel?¿Eres tú, por ventura, hijo?''. Alcé la cabeza y miréla muy de espacio; lo cual visto por ella, conlágrimas en los ojos se vino a mí y me echó los brazos al cuello, y si la dejara me besara en la boca;pero tuve asco y no lo consentí.»

CIPIÓN.- Bien hiciste, porque no es regalo, sino tormento, el besar ni dejar besarse de unavieja.

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BERGANZA.-Esto que ahora te quiero contar te lo había de haber dicho al principio de micuento, y así escusáramos la admiración que nos causó el vernos con habla.

«Porque has de saber que la vieja me dijo: ''Hijo Montiel, vente tras mí y sabrás mi aposento,y procura que esta noche nos veamos a solas en él, que yo dejaré abierta la puerta; y sabe que tengomuchas cosas que decirte de tu vida y para tu provecho''. Bajé yo la cabeza en señal de obedecerla,por lo cual ella se acabó de enterar en que yo era el perro Montiel que buscaba, según después me lodijo. Quedé atónito y confuso, esperando la noche, por ver en lo que paraba aquel misterio, oprodigio, de haberme hablado la vieja; y, como había oído llamarla de hechicera, esperaba de suvista y habla grandes cosas. Llegóse, en fin, el punto de verme con ella en su aposento, que eraescuro, estrecho y bajo, y solamente claro con la débil luz de un candil de barro que en él estaba;atizóle la vieja, y sentóse sobre una arquilla, y llegóme junto a sí, y, sin hablar palabra, me volvió aabrazar, y yo volví a tener cuenta con que no me besase. Lo primero que me dijo fue:

»''Bien esperaba yo en el cielo que, antes que estos mis ojos se cerrasen con el último sueño,te había de ver, hijo mío; y, ya que te he visto, venga la muerte y lléveme desta cansada vida. Hasde saber, hijo, que en esta villa vivió la más famosa hechicera que hubo en el mundo, a quienllamaron la Camacha de Montilla; fue tan única en su oficio, que las Eritos, las Circes, las Medeas,de quien he oído decir que están las historias llenas, no la igualaron. Ella congelaba las nubescuando quería, cubriendo con ellas la faz del sol, y cuando se le antojaba volvía sereno el másturbado cielo; traía los hombres en un instante de lejas tierras, remediaba maravillosamente lasdoncellas que habían tenido algún descuido en guardar su entereza, cubría a las viudas de modo quecon honestidad fuesen deshonestas, descasaba las casadas y casaba las que ella quería. Pordiciembre tenía rosas frescas en su jardín y por enero segaba trigo. Esto de hacer nacer berros enuna artesa era lo menos que ella hacía, ni el hacer ver en un espejo, o en la uña de una criatura, losvivos o los muertos que le pedían que mostrase. Tuvo fama que convertía los hombres en animales,y que se había servido de un sacristán seis años, en forma de asno, real y verdaderamente, lo que yonunca he podido alcanzar cómo se haga, porque lo que se dice de aquellas antiguas magas, queconvertían los hombres en bestias, dicen los que más saben que no era otra cosa sino que ellas, consu mucha hermosura y con sus halagos, atraían los hombres de manera a que las quisiesen bien, ylos sujetaban de suerte, sirviéndose dellos en todo cuanto querían, que parecían bestias. Pero en ti,hijo mío, la experiencia me muestra lo contrario: que sé que eres persona racional y te veo ensemejanza de perro, si ya no es que esto se hace con aquella ciencia que llaman tropelía, que haceparecer una cosa por otra. Sea lo que fuere, lo que me pesa es que yo ni tu madre, que fuimosdiscípulas de la buena Camacha, nunca llegamos a saber tanto como ella; y no por falta de ingenio,ni de habilidad, ni de ánimo, que antes nos sobraba que faltaba, sino por sobra de su malicia, quenunca quiso enseñarnos las cosas mayores, porque las reservaba para ella.

»''Tu madre, hijo, se llamó la Montiela, que después de la Camacha fue famosa; yo me llamola Cañizares, si ya no tan sabia como las dos, a lo menos de tan buenos deseos como cualquieradellas. Verdad es que el ánimo que tu madre tenía de hacer y entrar en un cerco y encerrarse en élcon una legión de demonios, no le hacía ventaja la misma Camacha. Yo fui siempre algomedrosilla; con conjurar media legión me contentaba, pero, con paz sea dicho de entrambas, en estode conficionar las unturas con que las brujas nos untamos, a ninguna de las dos diera ventaja, ni ladaré a cuantas hoy siguen y guardan nuestras reglas. Que has de saber, hijo, que como yo he visto yveo que la vida, que corre sobre las ligeras alas del tiempo, se acaba, he querido dejar todos losvicios de la hechicería, en que estaba engolfada muchos años había, y sólo me he quedado con lacuriosidad de ser bruja, que es un vicio dificultosísimo de dejar. Tu madre hizo lo mismo: demuchos vicios se apartó, muchas buenas obras hizo en esta vida, pero al fin murió bruja; y no murióde enfermedad alguna, sino de dolor de que supo que la Camacha, su maestra, de envidia que latuvo porque se le iba subiendo a las barbas en saber tanto como ella (o por otra pendenzuela decelos, que nunca pude averiguar), estando tu madre preñada y llegándose la hora del parto, fue sucomadre la Camacha, la cual recibió en sus manos lo que tu madre parió, y mostróle que habíaparido dos perritos; y, así como los vio, dijo: '¡Aquí hay maldad, aquí hay bellaquería!'. 'Pero,

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hermana Montiela, tu amiga soy; yo encubriré este parto, y atiende tú a estar sana, y haz cuenta queesta tu desgracia queda sepultada en el mismo silencio; no te dé pena alguna este suceso, que yasabes tú que puedo yo saber que si no es con Rodríguez, el ganapán tu amigo, días ha que no tratascon otro; así que, este perruno parto de otra parte viene y algún misterio contiene. Admiradasquedamos tu madre y yo, que me hallé presente a todo, del estraño suceso. La Camacha se fue y sellevó los cachorros; yo me quedé con tu madre para asistir a su regalo, la cual no podía creer lo quele había sucedido.

»''Llegóse el fin de la Camacha, y, estando en la última hora de su vida, llamó a tu madre y ledijo como ella había convertido a sus hijos en perros por cierto enojo que con ella tuvo; pero que notuviese pena, que ellos volverían a su ser cuando menos lo pensasen; mas que no podía ser primeroque ellos por sus mismos ojos viesen lo siguiente:

Volverán en su forma verdadera cuando vieren con presta diligencia derribar los soberbios levantados, y alzar a los humildes abatidos, con poderosa mano para hacello. »''Esto dijo la Camacha a tu madre al tiempo de su muerte, como ya te he dicho. Tomólo tu

madre por escrito y de memoria, y yo lo fijé en la mía para si sucediese tiempo de poderlo decir aalguno de vosotros; y, para poder conoceros, a todos los perros que veo de tu color los llamo con elnombre de tu madre, no por pensar que los perros han de saber el nombre, sino por ver sirespondían a ser llamados tan diferentemente como se llaman los otros perros. Y esta tarde, como tevi hacer tantas cosas y que te llaman el perro sabio, y también como alzaste la cabeza a mirarmecuando te llamé en el corral, he creído que tú eres hijo de la Montiela, a quien con grandísimo gustodoy noticia de tus sucesos y del modo con que has de cobrar tu forma primera; el cual modoquisiera yo que fuera tan fácil como el que se dice de Apu[l]eyo en El asno de oro, que consistía ensólo comer una rosa. Pero este tuyo va fundado en acciones ajenas y no en tu diligencia. Lo que hasde hacer, hijo, es encomendarte a Dios allá en tu corazón, y espera que éstas, que no quierollamarlas profecías, sino adivinanzas, han de suceder presto y prósperamente; que, pues la buena dela Camacha las dijo, sucederán sin duda alguna, y tú y tu hermano, si es vivo, os veréis comodeseáis.

»''De lo que a mí me pesa es que estoy tan cerca de mi acabamiento que no tendré lugar deverlo. Muchas veces he querido preguntar a mi cabrón qué fin tendrá vuestro suceso, pero no me heatrevido, porque nunca a lo que le preguntamos responde a derechas, sino con razones torcidas y demuchos sentidos. Así que, a este nuestro amo y señor no hay que preguntarle nada, porque con unaverdad mezcla mil mentiras; y, a lo que yo he colegido de sus respuestas, él no sabe nada de lo porvenir ciertamente, sino por conjeturas. Con todo esto, nos trae tan engañadas a las que somos brujas,que, con hacernos mil burlas, no le podemos dejar. Vamos a verle muy lejos de aquí, a un grancampo, donde nos juntamos infinidad de gente, brujos y brujas, y allí nos da de comerdesabridamente, y pasan otras cosas que en verdad y en Dios y en mi ánima que no me atrevo acontarlas, según son sucias y asquerosas, y no quiero ofender tus castas orejas. Hay opinión que novamos a estos convites sino con la fantasía, en la cual nos representa el demonio las imágenes detodas aquellas cosas que después contamos que nos han sucedido. Otros dicen que no, sino queverdaderamente vamos en cuerpo y en ánima; y entrambas opiniones tengo para mí que sonverdaderas, puesto que nosotras no sabemos cuándo vamos de una o de otra manera, porque todo loque nos pasa en la fantasía es tan intensamente que no hay diferenciarlo de cuando vamos real yverdaderamente. Algunas experiencias desto han hecho los señores inquisidores con algunas denosotras que han tenido presas, y pienso que han hallado ser verdad lo que digo.

»''Quisiera yo, hijo, apartarme deste pecado, y para ello he hecho mis diligencias: hemeacogido a ser hospitalera; curo a los pobres, y algunos se mueren que me dan a mí la vida con lo queme mandan o con lo que se les queda entre los remiendos, por el cuidado que yo tengo deespulgarlos los vestidos. Rezo poco y en público, murmuro mucho y en secreto. Vame mejor con

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ser hipócrita que con ser pecadora declarada: las apariencias de mis buenas obras presentes vanborrando en la memoria de los que me conocen las malas obras pasadas. En efeto, la santidadfingida no hace daño a ningún tercero, sino al que la usa. Mira, hijo Montiel, este consejo te doy:que seas bueno en todo cuanto pudieres; y si has de ser malo, procura no parecerlo en todo cuantopudieres. Bruja soy, no te lo niego; bruja y hechicera fue tu madre, que tampoco te lo puedo negar;pero las buenas apariencias de las dos podían acreditarnos en todo el mundo. Tres días antes quemuriese habíamos estado las dos en un valle de los Montes Perineos en una gran gira, y, con todoeso, cuando murió fue con tal sosiego y reposo, que si no fueron algunos visajes que hizo un cuartode hora antes que rindiese el alma, no parecía sino que estaba en aquélla como en un tálamo deflores. Llevaba atravesados en el corazón sus dos hijos, y nunca quiso, aun en el artículo de lamuerte, perdonar a la Camacha: tal era ella de entera y firme en sus cosas. Yo le cerré los ojos y fuicon ella hasta la sepultura; allí la dejé para no verla más, aunque no tengo perdida la esperanza deverla antes que me muera, porque se ha dicho por el lugar que la han visto algunas personas andarpor los cimenterios y encrucijadas en diferentes figuras, y quizá alguna vez la toparé yo, y lepreguntaré si manda que haga alguna cosa en descargo de su conciencia''.

»Cada cosa destas que la vieja me decía en alabanza de la que decía ser mi madre era unalanzada que me atravesaba el corazón, y quisiera arremeter a ella y hacerla pedazos entre losdientes; y si lo dejé de hacer fue porque no le tomase la muerte en tan mal estado. Finalmente, medijo que aquella noche pensaba untarse para ir a uno de sus usados convites, y que cuando alláestuviese pensaba preguntar a su dueño algo de lo que estaba por sucederme. Quisiérale yopreguntar qué unturas eran aquellas que decía, y parece que me leyó el deseo, pues respondió a miintención como si se lo hubiera preguntado, pues dijo:

»''Este ungüento con que las brujas nos untamos es compuesto de jugos de yerbas en todoestremo fríos, y no es, como dice el vulgo, hecho con la sangre de los niños que ahogamos. Aquípudieras también preguntarme qué gusto o provecho saca el demonio de hacernos matar lascriaturas tiernas, pues sabe que, estando bautizadas, como inocentes y sin pecado, se van al cielo, yél recibe pena particular con cada alma cristiana que se le escapa; a lo que no te sabré responderotra cosa sino lo que dice el refrán: "que tal hay que se quiebra dos ojos porque su enemigo sequiebre uno"; y por la pesadumbre que da a sus padres matándoles los hijos, que es la mayor que sepuede imaginar. Y lo que más le importa es hacer que nosotras cometamos a cada paso tan cruel yperverso pecado; y todo esto lo permite Dios por nuestros pecados, que sin su permisión yo he vistopor experiencia que no puede ofender el diabo a una hormiga; y es tan verdad esto que, rogándoleyo una vez que destruyese una viña de un mi enemigo, me respondió que ni aun tocar a una hojadella no podía, porque Dios no quería; por lo cual podrás venir a entender, cuando seas hombre, quetodas las desgracias que vienen a las gentes, a los reinos, a las ciudades y a los pueblos: las muertesrepentinas, los naufragios, las caídas, en fin, todos los males que llaman de daño, vienen de la manodel Altísimo y de su voluntad permitente; y los daños y males que llaman de culpa vienen y secausan por nosotros mismos. Dios es impecable, de do se infiere que nosotros somos autores delpecado, formándole en la intención, en la palabra y en la obra; todo permitiéndolo Dios, pornuestros pecados, como ya he dicho.

»''Dirás tú ahora, hijo, si es que acaso me entiendes, que quién me hizo a mí teóloga, y aunquizá dirás entre ti: '¡Cuerpo de tal con la puta vieja! ¿Por qué no deja de ser bruja, pues sabe tanto,y se vuelve a Dios, pues sabe que está más prompto a perdonar pecados que a permitirlos?' A esto terespondo, como si me lo preguntaras, que la costumbre del vicio se vuelve en naturaleza; y éste deser brujas se convierte en sangre y carne, y en medio de su ardor, que es mucho, trae un frío quepone en el alma tal, que la resfría y entorpece aun en la fe, de donde nace un olvido de sí misma, yni se acuerda de los temores con que Dios la amenaza ni de la gloria con que la convida; y, en efeto,como es pecado de carne y de deleites, es fuerza que amortigüe todos los sentidos, y los embelese yabsorte, sin dejarlos usar sus oficios como deben; y así, quedando el alma inútil, floja ydesmazalada, no puede levantar la consideración siquiera a tener algún buen pensamiento; y así,dejándose estar sumida en la profunda sima de su miseria, no quiere alzar la mano a la de Dios, que

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se la está dando, por sola su misericordia, para que se levante. Yo tengo una destas almas que te hepintado: todo lo veo y todo lo entiendo, y como el deleite me tiene echados grillos a la voluntad,siempre he sido y seré mala.

»''Pero dejemos esto y volvamos a lo de las unturas; y digo que son tan frías, que nos privande todos los sentidos en untándonos con ellas, y quedamos tendidas y desnudas en el suelo, yentonces dicen que en la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente. Otrasveces, acabadas de untar, a nuestro parecer, mudamos forma, y convertidas en gallos, lechuzas ocuervos, vamos al lugar donde nuestro dueño nos espera, y allí cobramos nuestra primera forma ygozamos de los deleites que te dejo de decir, por ser tales, que la memoria se escandaliza enacordarse dellos, y así, la lengua huye de contarlos; y, con todo esto, soy bruja, y cubro con la capade la hipocresía todas mis muchas faltas. Verdad es que si algunos me estiman y honran por buena,no faltan muchos que me dicen, no dos dedos del oído, el nombre de las fiestas, que es el que lesimprimió la furia de un juez colérico que en los tiempos pasados tuvo que ver conmigo y con tumadre, depositando su ira en las manos de un verdugo que, por no estar sobornado, usó de toda suplena potestad y rigor con nuestras espaldas. Pero esto ya pasó, y todas las cosas se pasan; lasmemorias se acaban, las vidas no vuelven, las lenguas se cansan, los sucesos nuevos hacen olvidarlos pasados. Hospitalera soy, buenas muestras doy de mi proceder, buenos ratos me dan misunturas, no soy tan vieja que no pueda vivir un año, puesto que tengo setenta y cinco; y, ya que nopuedo ayunar, por la edad, ni rezar, por los vaguidos, ni andar romerías, por la flaqueza de mispiernas, ni dar limosna, porque soy pobre, ni pensar en bien, porque soy amiga de murmurar, y parahaberlo de hacer es forzoso pensarlo primero, así que siempre mis pensamientos han de ser malos,con todo esto, sé que Dios es bueno y misericordioso y que Él sabe lo que ha de ser de mí, y basta;y quédese aquí esta plática, que verdaderamente me entristece. Ven, hijo, y verásme untar, quetodos los duelos con pan son buenos, el buen día, meterle en casa, pues mientras se ríe no se llora;quiero decir que, aunque los gustos que nos da el demonio son aparentes y falsos, todavía nosparecen gustos, y el deleite mucho mayor es imaginado que gozado, aunque en los verdaderosgustos debe de ser al contrario''.

»Levantóse, en diciendo esta larga arenga, y, tomando el candil, se entró en otro aposentillomás estrecho; seguíla, combatido de mil varios pensamientos y admirado de lo que había oído y delo que esperaba ver. Colgó la Cañizares el candil de la pared y con mucha priesa se desnudó hasta lacamisa; y, sacando de un rincón una olla vidriada, metió en ella la mano, y, murmurando entredientes, se untó desde los pies a la cabeza, que tenía sin toca. Antes que se acabase de untar me dijoque, ora se quedase su cuerpo en aquel aposento sin sentido, ora desapareciese dél, que no meespantase, ni dejase de aguardar allí hasta la mañana, porque sabría las nuevas de lo que mequedaba por pasar hasta ser hombre. Díjele bajando la cabeza que sí haría, y con esto acabó suuntura y se tendió en el suelo como muerta. Llegué mi boca a la suya y vi que no respiraba poco nimucho.»

Una verdad te quiero confesar, Cipión amigo: que me dio gran temor verme encerrado enaquel estrecho aposento con aquella figura delante, la cual te la pintaré como mejor supiere.

»Ella era larga de más de siete pies; toda era notomía de huesos, cubiertos con una piel negra,vellosa y curtida; con la barriga, que era de badana, se cubría las partes deshonestas, y aun lecolgaba hasta la mitad de los muslos; las tetas semejaban dos vejigas de vaca secas y arrugadas;denegridos los labios, traspillados los dientes, la nariz corva y entablada, desencasados los ojos, lacabeza desgreñada, la mejillas chupadas, angosta la garganta y los pechos sumidos; finalmente, todaera flaca y endemoniada. Púseme de espacio a mirarla y apriesa comenzó a apoderarse de mí elmiedo, considerando la mala visión de su cuerpo y la peor ocupación de su alma. Quise morderla,por ver si volvía en sí, y no hallé parte en toda ella que el asco no me lo estorbase; pero, con todoesto, la así de un carcaño y la saqué arrastrando al patio; mas ni por esto dio muestras de tenersentido. Allí, con mirar el cielo y verme en parte ancha, se me quitó el temor; a lo menos, se templóde manera que tuve ánimo de esperar a ver en lo que paraba la ida y vuel-ta de aquella malahembra, y lo que me contaba de mis sucesos. En esto me preguntaba yo a mí mismo: ''¿quién hizo a

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esta mala vieja tan discreta y tan mala? ¿De dónde sabe ella cuáles son males de daño y cuáles deculpa? ¿Cómo entiende y habla tanto de Dios, y obra tanto del diablo? ¿Cómo peca tan de malicia,no escusándose con ignorancia?''

»En estas consideraciones se pasó la noche y se vino el día, que nos halló a los dos en mitaddel patio: ella no vuelta en sí y a mí junto a ella, en cuclillas, atento, mirando su espantosa y feacatadura. Acudió la gente del hospital, y, viendo aquel retablo, unos decían: ''Ya la benditaCañizares es muerta; mirad cuán disfigurada y flaca la tenía la penitencia''; otros, más considerados,la tomaron el pulso, y vieron que le tenía, y que no era muerta, por do se dieron a entender queestaba en éxtasis y arrobada, de puro buena. Otros hubo que dijeron: ''Esta puta vieja sin duda debede ser bruja, y debe de estar untada; que nunca los santos hacen tan deshonestos arrobos, y hastaahora, entre los que la conocemos, más fama tiene de bruja que de santa''. Curiosos hubo que sellegaron a hincarle alfileres por las carnes, desde la punta hasta la cabeza: ni por eso recordaba ladormilona, ni volvió en sí hasta las siete del día; y, como se sintió acribada de los alfileres, ymordida de los carcañares, y magullada del arrastramiento fuera de su aposento, y a vista de tantosojos que la estaban mirando, creyó, y creyó la verdad, que yo había sido el autor de su deshonra; yasí, arremetió a mí, y, echándome ambas manos a la garganta, procuraba ahogarme diciendo: ''¡Ohbellaco, desagradecido, ignorante y malicioso! ¿Y es éste el pago que merecen las buenas obras quea tu madre hice y de las que te pensaba hacer a ti?'' Yo, que me vi en peligro de perder la vida entrelas uñas de aquella fiera arpía, sacudíme, y, asiéndole de las luengas faldas de su vientre, lazamarreé y arrastré por todo el patio; ella daba voces que la librasen de los dientes de aquel malignoespíritu.

»Con estas razones de la mala vieja, creyeron los más que yo debía de ser algún demonio delos que tienen ojeriza continua con los buenos cristianos, y unos acudieron a echarme agua bendita,otros no osaban llegar a quitarme, otros daban voces que me conjurasen; la vieja gruñía, yo apretabalos dientes, crecía la confusión, y mi amo, que ya había llegado al ruido, se desesperaba oyendodecir que yo era demonio. Otros, que no sabían de exorcismos, acudieron a tres o cuatro garrotes,con los cuales comenzaron a santiguarme los lomos; escocióme la burla, solté la vieja, y en tressaltos me puse en la calle, y en pocos más salí de la villa, perseguido de una infinidad demuchachos, que iban a grandes voces diciendo: ''¡Apártense que rabia el perro sabio!''; otros decían:''¡No rabia, sino que es demonio en figura de perro!'' Con este molimiento, a campana herida salí delpueblo, siguiéndome muchos que indubitablemente creyeron que era demonio, así por las cosas queme habían visto hacer como por las palabras que la vieja dijo cuando despertó de su maldito sueño.

»Dime tanta priesa a huir y a quitarme delante de sus ojos, que creyeron que me habíadesparecido como demonio: en seis horas anduve doce leguas, y llegué a un rancho de gitanos queestaba en un campo junto a Granada. Allí me reparé un poco, porque algunos de los gitanos meconocieron por el perro sabio, y con no pequeño gozo me acogieron y escondieron en una cueva,porque no me hallasen si fuese buscado; con intención, a lo que después entendí, de ganar conmigocomo lo hacía el atambor mi amo. Veinte días estuve con ellos, en los cuales supe y noté su vida ycostumbres, que por ser notables es forzoso que te las cuente.»

CIPIÓN.- Antes, Berganza, que pases adelante, es bien que reparemos en lo que te dijo labruja, y averigüemos si puede ser verdad la grande mentira a quien das crédito. Mira, Berganza,grandísimo disparate sería creer que la Camacha mudase los hombres en bestias y que el sacristánen forma de jumento la serviese los años que dicen que la sirvió. Todas estas cosas y las semejantesson embelecos, mentiras o apariencias del demonio; y si a nosotros nos parece ahora que tenemosalgún entendimiento y razón, pues hablamos siendo verdaderamente perros, o estando en su figura,ya hemos dicho que éste es caso portentoso y jamás visto, y que, aunque le tocamos con las manos,no le habemos de dar crédito hasta tanto que el suceso dél nos muestre lo que conviene quecreamos. ¿Quiéreslo ver más claro? Considera en cuán vanas cosas y en cuán tontos puntos dijo laCamacha que consistía nuestra restauración; y aquellas que a ti te deben parecer profecías no sonsino palabras de consejas o cuentos de viejas, como aquellos del caballo sin cabeza y de la varilla devirtudes, con que se entretienen al fuego las dilatadas noches del invierno; porque, a ser otra cosa,

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ya estaban cumplidas, si no es que sus palabras se han de tomar en un sentido que he oído decir sellama al[e]górico, el cual sentido no quiere decir lo que la letra suena, sino otra cosa que, aunquediferente, le haga semejanza; y así, decir:

Volverán a su forma verdadera cuando vieren con presta diligencia derribar los soberbios levantados, y alzar a los humildes abatidos, por mano poderosa para hacello, tomándolo en el sentido que he dicho, paréceme que quiere decir que cobraremos nuestra

forma cuando viéremos que los que ayer estaban en la cumbre de la rueda de la fortuna, hoy estánhollados y abatidos a los pies de la desgracia, y tenidos en poco de aquellos que más losestimaba[n]. Y, asimismo, cuando viéremos que otros que no ha dos horas que no tenían destemundo otra parte que servir en él de número que acrecentase el de las gentes, y ahora están tanencumbrados sobre la buena dicha que los perdemos de vista; y si primero no parecían porpequeños y encogidos, ahora no los podemos alcanzar por grandes y levantados. Y si en estoconsistiera volver nosotros a la forma que dices, ya lo hemos visto y lo vemos a cada paso; por dome doy a entender que no en el sentido alegórico, sino en el literal, se han de tomar los versos de laCamacha; ni tampoco en éste consiste nuestro remedio, pues muchas veces hemos visto lo quedicen y nos estamos tan perros como vees; así que, la Camacha fue burladora falsa, y la Cañizaresembustera, y la Montiela tonta, maliciosa y bellaca, con perdón sea dicho, si acaso es nuestra madrede entrambos, o tuya, que yo no la quiero tener por madre. Digo, pues, que el verdadero sentido esun juego de bolos, donde con presta diligencia derriban los que están en pie y vuelven a alzar loscaídos, y esto por la mano de quien lo puede hacer. Mira, pues, si en el discurso de nuestra vidahabremos visto jugar a los bolos, y si hemos visto por esto haber vuelto a ser hombres, si es que losomos.

BERGANZA.-Digo que tienes razón, Cipión hermano, y que eres más discreto de lo quepensaba; y de lo que has dicho vengo a pensar y creer que todo lo que hasta aquí hemos pasado y loque estamos pasando es sueño, y que somos perrros; pero no por esto dejemos de gozar deste biende la habla que tenemos y de la excelencia tan grande de tener discurso humano todo el tiempo quepudiéremos; y así, no te canse el oírme contar lo que me pasó con los gitanos que me escondieronen la cueva.

CIPIÓN.-De buena gana te escuho, por obligarte a que me escuches cuando te cuente, si elcielo fuere servido, los sucesos de mi vida.

BERGANZA.-«La que tuve con los gitanos fue considerar en aquel tiempo sus muchasmalicias, sus embaimientos y embustes, los hurtos en que se ejercitan, así gitanas como gitanos,desde el punto casi que salen de las mantillas y saben andar. ¿Vees la multitud que hay dellosesparcida por España? Pues todos se conocen y tienen noticia los unos de los otros, y trasiegan ytrasponen los hurtos déstos en aquéllos y los de aquéllos en éstos. Dan la obediencia, mejor que a surey, a uno que llaman Conde, al cual, y a todos los que dél suceden, tienen el sobrenombre deMaldonado; y no porque vengan del apellido deste noble linaje, sino porque un paje de un caballerodeste nombre se enamoró de una gitana, la cual no le quiso conceder su amor si no se hacía gitano yla tomaba por mujer. Hízolo así el paje, y agradó tanto a los demás gitanos, que le alzaron por señory le dieron la obediencia; y, como en señal de vasallaje, le acuden con parte de los hurtos que hacen,como sean de importancia.

»Ocúpanse, por dar color a su ociosidad, en labrar cosas de hierro, haciendo instrumentos conque facilitan sus hurtos; y así, los verás siempre traer a vender por las calles tenazas, barrenas,martillos; y ellas, trébedes y badiles. Todas ellas son parteras, y en esto llevan ventaja a las nuestras,porque sin costa ni ad[h]erentes sacan sus partos a luz, y lavan las criaturas con agua fría ennaciendo; y, desde que nacen hasta que mueren, se curten y muestran a sufrir las inclemencias yrigores del cielo; y así, verás que todos son alentados, volteadores, corredores y bailadores. Cásansesiempre entre ellos, porque no salgan sus malas costumbres a ser conocidas de otros; ellas guardan

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el decoro a sus maridos, y pocas hay que les ofendan con otros que no sean de su generación.Cuando piden limosna, más la sacan con invenciones y chocarrerías que con devociones; y, a títuloque no hay quien se fíe dellas, no sirven y dan en ser holgazanas. Y pocas o ninguna vez he visto, simal no me acuerdo, ninguna gitana a pie de altar comulgando, puesto que muchas veces he entradoen las iglesias.

»Son sus pensamientos imaginar cómo han de engañar y dónde han de hurtar; confieren sushurtos y el modo que tuvieron en hacellos; y así, un día contó un gitano delante de mí a otros unengaño y hurto que un día había hecho a un labrador, y fue que el gitano tenía un asno rabón, y en elpedazo de la cola que tenía sin cerdas le ingirió otra peluda, que parecía ser suya natural. Sacóle almercado, comprósele un labrador por diez ducados, y, en habiéndosele vendido y cobrado el dinero,le dijo que si quería comprarle otro asno hermano del mismo, y tan bueno como el que llevaba, quese le vendería por más buen precio. Respondióle el labrador que fuese por él y le trujese, que él se lecompraría, y que en tanto que volviese llevaría el comprado a su posada. Fuese el labrador, siguióleel gitano, y sea como sea, el gitano tuvo maña de hurtar al labrador el asno que le había vendido, yal mismo instante le quitó la cola postiza y quedó con la suya pelada. Mudóle la albarda y jáquima,y atrevióse a ir a buscar al labrador para que se le comprase, y hallóle antes que hubiese echadomenos el asno primero, y a pocos lances compró el segundo. Fuésele a pagar a la posada, dondehalló menos la bestia a la bestia; y, aunque lo era mucho, sospechó que el gitano se le había hurtado,y no quería pagarle. Acudió el gitano por testigos, y trujo a los que habían cobrado la alcabala delprimer jumento, y juraron que el gitano había vendido al labrador un asno con una cola muy larga ymuy diferente del asno segundo que vendía. A todo esto se halló presente un alguacil, que hizo laspartes del gitano con tantas veras que el labrador hubo de pagar el asno dos veces. Otros muchoshurtos contaron, y todos, o los más, de bestias, en quien son ellos graduados y en lo que más seejercitan. Finalmente, ella es mala gente, y, aunque muchos y muy prudentes jueces han salidocontra ellos, no por eso se enmiendan.

»A cabo de veinte días, me quisieron llevar a Murcia; pasé por Granada, donde ya estaba elcapitán, cuyo atambor era mi amo. Como los gitanos lo supieron, me encerraron en un aposento delmesón donde vivían; oíles decir la causa, no me pareció bien el viaje que llevaban, y así, determinésoltarme, como lo hice; y, saliéndome de Granada, di en una huerta de un morisco, que me acogióde buena voluntad, y yo quedé con mejor, pareciéndome que no me querría para más de paraguardarle la huerta: oficio, a mi cuenta, de menos trabajo que el de guardar ganado. Y, como nohabía allí altercar sobre tanto más cuanto al salario, fue cosa fácil hallar el morisco criado a quienmandar y yo amo a quien servir. Estuve con él más de un mes, no por el gusto de la vida que tenía,sino por el que me daba saber la de mi amo, y por ella la de todos cuantos moriscos viven enEspaña.»

¡Oh cuántas y cuáles cosas te pudiera decir, Cipión amigo, desta morisca canalla, si notemiera no poderlas dar fin en dos semanas! Y si las hubiera de particularizar, no acabara en dosmeses; mas, en efeto, habré de decir algo; y así, oye en general lo que yo vi y noté en particulardesta buena gente.

»Por maravilla se hallará entre tantos uno que crea derechamente en la sagrada ley cristiana;todo su intento es acuñar y guardar dinero acuñado, y para conseguirle trabajan y no comen; enentrando el real en su poder, como no sea sencillo, le condenan a cárcel perpetua y a escuridadeterna; de modo que, ganando siempre y gastando nunca, llegan y amontonan la mayor cantidad dedinero que hay en España. Ellos son su hucha, su polilla, sus picazas y sus comadrejas; todo lollegan, todo lo esconden y todo lo tragan. Considérese que ellos son muchos y que cada día ganan yesconden, poco o mucho, y que una calentura lenta acaba la vida como la de un tabardillo; y, comovan creciendo, se van aumentando los escondedores, que crecen y han de crecer en infinito, como laexperiencia lo muestra. Entre ellos no hay castidad, ni entran en religión ellos ni ellas: todos secasan, todos multiplican, porque el vivir sobriamente aumenta las causas de la generación. No losconsume la guerra, ni ejercicio que demasiadamente los trabaje; róbannos a pie quedo, y con losfrutos de nuestras heredades, que nos revenden, se hacen ricos. No tienen criados, porque todos lo

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son de sí mismos; no gastan con sus hijos en los estudios, porque su ciencia no es otra que la delrobarnos. De los doce hijos de Jacob que he oído decir que entraron en Egipto, cuando los sacóMoisés de aquel cautiverio, salieron seiscientos mil varones, sin niños y mujeres. De aquí se podráinferir lo que multiplicarán las déstos, que, sin comparación, son en mayor número.»

CIPIÓN.-Buscado se ha remedio para todos los daños que has apuntado y bosquejado ensombra: que bien sé que son más y mayores los que callas que los que cuentas, y hasta ahora no seha dado con el que conviene; pero celadores prudentísimos tiene nuestra república que,considerando que España cría y tiene en su seno tantas víboras como moriscos, ayudados de Dios,hallarán a tanto daño cierta, presta y segura salida. Di adelante.

BERGANZA.-«Como mi amo era mezquino, como lo son todos los de su casta, sustentábamecon pan de mijo y con algunas sobras de zahínas, común sustento suyo; pero esta miseria me ayudóa llevar el cielo por un modo tan estraño como el que ahora oirás.

»Cada mañana, juntamente con el alba, amanecía sentado al pie de un granado, de muchosque en la huerta había, un mancebo, al parecer estudiante, vestido de bayeta, no tan negra ni tanpeluda que no pareciese parda y tundida. Ocupábase en escribir en un cartapacio y de cuando encuando se daba palmadas en la frente y se mordía las uñas, estando mirando al cielo; y otras vecesse ponía tan imaginativo, que no movía pie ni mano, ni aun las pestañas: tal era su embelesamiento.Una vez me llegué junto a él, sin que me echase de ver; oíle murmurar entre dientes, y al cabo de unbuen espacio dio una gran voz, diciendo: ''¡Vive el Señor, que es la mejor octava que he hecho entodos los días de mi vida!'' Y, escribiendo apriesa en su cartapacio, daba muestras de gran contento;todo lo cual me dio a entender que el desdichado era poeta. Hícele mis acostumbradas caricias, porasegurarle de mi mansedumbre; echéme a sus pies, y él, con esta seguridad, prosiguió en suspensamientos y tornó a rascarse la cabeza y a sus arrobos, y a volver a escribir lo que habíapensado. Estando en esto, entró en la huerta otro mancebo, galán y bien aderezado, con unospapeles en la mano, en los cuales de cuando en cuando leía. Llegó donde estaba el primero y díjole:''¿Habéis acabado la primera jornada?'' ''Ahora le di fin -respondió el poeta-, la más gallardamenteque imaginarse puede''. ''¿De qué manera?'', preguntó el segundo. ''Désta -respondió el primero-:Sale Su Santidad del Papa vestido de pontifical, con doce cardenales, todos vestidos de morado,porque cuando sucedió el caso que cuenta la historia de mi comedia era tiempo de mutatiocaparum, en el cual los cardenales no se visten de rojo, sino de morado; y así, en todas manerasconviene, para guardar la propiedad, que estos mis cardenales salgan de morado; y éste es un puntoque hace mucho al caso para la comedia; y a buen seguro dieran en él, y así hacen a cada paso milimpertinencias y disparates. Yo no he podido errar en esto, porque he leído todo el ceremonialromano, por sólo acertar en estos vestidos''. ''Pues ¿de dónde queréis vos -replicó el otro- que tengami autor vestidos morados para doce cardenales?'' ''Pues si me quita uno tan sólo -respondió elpoeta-, así le daré yo mi comedia como volar. ¡Cuerpo de tal! ¿Esta apariencia tan grandiosa se hade perder? Imaginad vos desde aquí lo que parecerá en un teatro un Sumo Pontífice con doce gravescardenales y con otros ministros de acompañamiento que forzosamente han de traer consigo. ¡Viveel cielo, que sea uno de los mayores y más altos espectáculos que se haya visto en comedia, aunquesea la del Ramillete de Daraja!''

»Aquí acabé de entender que el uno era poeta y el otro comediante. El comediante aconsejó alpoeta que cercenase algo de los cardenales, si no quería imposibilitar al autor el hacer la comedia. Alo que dijo el poeta que le agradeciesen que no había puesto todo el cónclave que se halló junto alacto memorable que pretendía traer a la memoria de las gentes en su felicísima comedia. Rióse elrecitante y dejóle en su ocupación por irse a la suya, que era estudiar un papel de una comedianueva. El poeta, después de haber escrito algunas coplas de su magnífica comedia, con muchososiego y espacio sacó de la faldriquera algunos mendrugos de pan y obra de veinte pasas, que, a miparecer, entiendo que se las conté, y aun estoy en duda si eran tantas, porque juntamente con ellashacían bulto ciertas migajas de pan que las acompañaban. Sopló y apartó las migajas, y una a una secomió las pasas y los palillos, porque no le vi arrojar ninguno, ayudándolas con los mendrugos, quemorados con la borra de la faldriquera, parecían mohosos, y eran tan duros de condición que,

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aunque él procuró enternecerlos, paseándolos por la boca una y muchas veces, no fue posiblemoverlos de su terquedad; todo lo cual redundó en mi provecho, porque me los arrojó, diciendo:''¡To, to! Toma, que buen provecho te hagan''. ''¡Mirad -dije entre mí- qué néctar o ambrosía me daeste poeta, de los que ellos dicen que se mantienen los dioses y su Apolo allá en el cielo!'' En fin,por la mayor parte, grande es la miseria de los poetas, pero mayor era mi necesidad, pues me obligóa comer lo que él desechaba. En tanto que duró la composición de su comedia, no dejó de venir a lahuerta ni a mí me faltaron mendrugos, porque los repartía conmigo con mucha liberalidad, y luegonos íbamos a la noria, donde, yo de bruces y él con un cangilón, satisfacíamos la sed como unosmonarcas. Pero faltó el poeta y sobró en mí la hambre tanto, que determiné dejar al morisco yentrarme en la ciudad a buscar ventura, que la halla el que se muda.

»Al entrar de la ciudad vi que salía del famoso monasterio de San Jerónimo mi poeta, quecomo me vio se vino a mí con los brazos abiertos, y yo me fui a él con nuevas muestras de regocijopor haberle hallado. Luego, al instante comenzó a desembaular pedazos de pan, más tiernos de losque solía llevar a la huerta, y a entregarlos a mis dientes sin repasarlos por los suyos: merced quecon nuevo gusto satisfizo mi hambre. Los tiernos mendrugos, y el haber visto salir a mi poeta delmonasterio dicho, me pusieron en sospecha de que tenía las musas vergonzantes, como otrosmuchos las tienen.

»Encaminóse a la ciudad, y yo le seguí con determinación de tenerle por amo si él quisiese,imaginando que de las sobras de su castillo se podía mantener mi real; porque no hay mayor nimejor bolsa que la de la caridad, cuyas liberales manos jamás están pobres; y así, no estoy bien conaquel refrán que dice: "Más da el duro que el desnudo", como si el duro y avaro diese algo, como loda el liberal desnudo, que, en efeto, da el buen deseo cuando más no tiene. De lance en lance,paramos en la casa de un autor de comedias que, a lo que me acuerdo, se llamaba Angulo el Malo,[...] de otro Angulo, no autor, sino representante, el más gracioso que entonces tuvieron y ahoratienen las comedias. Juntóse toda la compañía a oír la comedia de mi amo, que ya por tal le tenía; y,a la mitad de la jornada primera, uno a uno y dos a dos, se fueron saliendo todos, excepto el autor yyo, que servíamos de oyentes. La comedia era tal, que, con ser yo un asno en esto de la poesía, mepareció que la había compuesto el mismo Satanás, para total ruina y perdición del mismo poeta, queya iba tragando saliva, viendo la soledad en que el auditorio le había dejado; y no era mucho, si elalma, présaga, le decía allá dentro la desgracia que le estaba amenazando, que fue volver todos losrecitantes, que pasaban de doce, y, sin hablar palabra, asieron de mi poeta, y si no fuera porque laautoridad del autor, llena de ruegos y voces, se puso de por medio, sin duda le mantearan. Quedé yodel caso pasmado; el autor, desabrido; los farsantes, alegres, y el poeta, mohíno; el cual, con muchapaciencia, aunque algo torcido el rostro, tomó su comedia, y, encerrándosela en el seno, mediomurmurando, dijo: ''No es bien echar las margaritas a los puercos''. Y con esto se fue con muchososiego.

»Yo, de corrido, ni pude ni quise seguirle; y acertélo, a causa que el autor me hizo tantascaricias que me obligaron a que con él me quedase, y en menos de un mes salí grande entremesistay gran farsante de figuras mudas. Pusiéronme un freno de orillos y enseñáronme a que arremetieseen el teatro a quien ellos querían; de modo que, como los entremeses solían acabar por la mayorparte en palos, en la compañía de mi amo acababan en zuzarme, y yo derribaba y atropellaba atodos, con que daba que reír a los ignorantes y mucha ganancia a mi dueño.»

¡Oh Cipión, quién te pudiera contar lo que vi en ésta y en otras dos compañías decomediantes en que anduve! Mas, por no ser posible reducirlo a narración sucinta y breve, lo habréde dejar para otro día, si es que ha de haber otro día en que nos comuniquemos ¿Vees cuán larga hasido mi plática? ¿Vees mis muchos y diversos sucesos? ¿Consideras mis caminos y mis amostantos? Pues todo lo que has oído es nada, comparado a lo que te pudiera contar de lo que noté,averigüé y vi desta gente: su proceder, su vida, sus costumbres, sus ejercicios, su trabajo, suociosidad, su ignorancia y su agudeza, con otras infinitas cosas: unas para decirse al oído y otraspara aclamallas en público, y todas para hacer memoria dellas y para desengaño de muchos queidolatran en figuras fingidas y en bellezas de artificio y de transformación.

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CIPIÓN.-Bien se me trasluce, Berganza, el largo campo que se te descubría para dilatar tuplática, y soy de parecer que la dejes para cuento particular y para sosiego no sobresaltado.

BERGANZA.-Sea así, y escucha. «Con una compañía llegué a esta ciudad de Valladolid, donde en un entremés me dieron una

herida que me llegó casi al fin de la vida; no pude vengarme, por estar enfrenado entonces, ydespués, a sangre fría, no quise: que la venganza pensada arguye crueldad y mal ánimo. Cansómeaquel ejercicio, no por ser trabajo, sino porque veía en él cosas que juntamente pedían enmienda ycastigo; y, como a mí estaba más el sentillo que el remediallo, acordé de no verlo; y así, me acogí asagrado, como hacen aquellos que dejan los vicios cuando no pueden ejercitallos, aunque más valetarde que nunca. Digo, pues, que, viéndote una noche llevar la linterna con el buen cristianoMahudes, te consideré contento y justa y santamente ocupado; y lleno de buena envidia quise seguirtus pasos, y con esta loable intención me puse delante de Mahudes, que luego me eligió para tucompañero y me trujo a este hospital. Lo que en él me ha sucedido no es tan poco que no hayamenester espacio para contallo, especialmente lo que oí a cuatro enfermos que la suerte y lanecesidad trujo a este hospital, y a estar todos cuatro juntos en cuatro camas apareadas.»

Perdóname, porque el cuento es breve, y no sufre dilación, y viene aquí de molde. CIPIÓN.-Sí perdono. Concluye, que, a lo que creo, no debe de estar lejos el día. BERGANZA.-«Digo que en las cuatro camas que están al cabo desta enfermería, en la una

estaba un alquimista, en la otra un poeta, en la otra un matemático y en la otra uno de los quellaman arbitristas.»

CIPIÓN.-Ya me acuerdo haber visto a esa buena gente. BERGANZA.-«Digo, pues, que una siesta de las del verano pasado, estando cerradas las

ventanas y yo cogiendo el aire debajo de la cama del uno dellos, el poeta se comenzó a quejarlastimosamente de su fortuna, y, preguntándole el matemático de qué se quejaba, respondió que desu corta suerte. ''¿Cómo, y no será razón que me queje -prosiguió-, que, habiendo yo guardado loque Horacio manda en su Poética, que no salga a luz la obra que, después de compuesta, no hayanpasado diez años por ella, y que tenga yo una de veinte años de ocupación y doce de pasante,grande en el sujeto, admirable y nueva en la invención, grave en el verso, entretenida en losepisodios, maravillosa en la división, porque el principio responde al medio y al fin, de manera queconstituyen el poema alto, sonoro, heroico, deleitable y sustancioso; y que, con todo esto, no halloun príncipe a quien dirigirle? Príncipe, digo, que sea inteligente, liberal y magnánimo. ¡Mísera edady depravado siglo nuestro!'' ''¿De qué trata el libro?'', preguntó el alquimista. Respondió el poeta:''Trata de lo que dejó de escribir el Arzobispo Turpín del Rey Artús de Inglaterra, con otrosuplemento de la Historia de la demanda del Santo Brial, y todo en verso heroico, parte en octavasy parte en verso suelto; pero todo esdrújulamente, digo en esdrújulos de nombres sustantivos, sinadmitir verbo alguno''. ''A mi -respondió el alquimista- poco se me entiende de poesía; y así, nosabré poner en su punto la desgracia de que vuesa merced se queja, puesto que, aunque fuera mayor,no se igualaba a la mía, que es que, por faltarme instrumento, o un príncipe que me apoye y me dé ala mano los requisitos que la ciencia de la alquimia pide, no estoy ahora manando en oro y con másriquezas que los Midas, que los Crasos y Cresos''. ''¿Ha hecho vuesa merced -dijo a esta sazón elmatemático-, señor alquimista, la experiencia de sacar plata de otros metales?'' ''Yo -respondió elalquimista- no la he sacado hasta agora, pero realmente sé que se saca, y a mí no me faltan dosmeses para acabar la piedra filosofal, con que se puede hacer plata y oro de las mismas piedras''.''Bien han exagerado vuesas mercedes sus desgracias -dijo a esta sazón el matemático-; pero, al fin,el uno tiene libro que dirigir y el otro está en potencia propincua de sacar la piedra filosofal; más,¿qué diré yo de la mía, que es tan sola que no tiene dónde arrimarse? Veinte y dos años ha que andotras hallar el punto fijo, y aquí lo dejo y allí lo tomo; y, pareciéndome que ya lo he hallado y que nose me puede escapar en ninguna manera, cuando no me cato, me hallo tan lejos dél, que me admiro.Lo mismo me acaece con la cuadratura del círculo: que he llegado tan al remate de hallarla, que nosé ni puedo pensar cómo no la tengo ya en la faldriquera; y así, es mi pena semejable a las deTántalo, que está cerca del fruto y muere de hambre, y propincuo al agua y perece de sed. Por

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momentos pienso dar en la coyuntura de la verdad, y por minutos me hallo tan lejos della, quevuelvo a subir el monte que acabé de bajar, con el canto de mi trabajo a cuestas, como otro nuevoSísifo''.

»Había hasta este punto guardado silencio el arbitrista, y aquí le rompió diciendo: ''Cuatroquejosos tales que lo pueden ser del Gran Turco ha juntado en este hospital la pobreza, y reniego yode oficios y ejercicios que ni entretienen ni dan de comer a sus dueños. Yo, señores, soy arbitrista, yhe dado a Su Majestad en diferentes tiempos muchos y diferentes arbitrios, todos en provecho suyoy sin daño del reino; y ahora tengo hecho un memorial donde le suplico me señale persona conquien comunique un nuevo arbitrio que tengo: tal, que ha de ser la total restauración de susempeños; pero, por lo que me ha sucedido con otros memoriales, entiendo que éste también ha deparar en el carnero. Mas, porque vuesas mercedes no me tengan por mentecapto, aunque mi arbitrioquede desde este punto público, le quiero decir, que es éste: Hase de pedir en Cortes que todos losvasallos de Su Majestad, desde edad de catorce a sesenta años, sean obligados a ayunar una vez enel mes a pan y agua, y esto ha de ser el día que se escogiere y señalare, y que todo el gasto que enotros condumios de fruta, carne y pescado, vino, huevos y legumbres que han de gastar aquel día, sereduzga a dinero, y se dé a Su Majestad, sin defraudalle un ardite, so cargo de juramento; y conesto, en veinte años queda libre de socaliñas y desempeñado. Porque si se hace la cuenta, como yola tengo hecha, bien hay en España más de tres millones de personas de la dicha edad, fuera de losenfermos, más viejos o más muchachos, y ninguno déstos dejará de gastar, y esto contado almenorete, cada día real y medio; y yo quiero que sea no más de un real, que no puede ser menos,aunque coma alholvas. Pues ¿paréceles a vuesas mercedes que sería barro tener cada mes tresmillones de reales como ahecha-dos? Y esto antes sería provecho que daño a los ayunantes, porquecon el ayuno agradarían al cielo y servirían a su Rey; y tal podría ayunar que le fuese convenientepara su salud. Este es arbitrio limpio de polvo y de paja, y podríase coger por parroquias, sin costade comisarios, que destruyen la república''. Riyéronse todos del arbitrio y del arbitrante, y éltambién se riyó de sus disparates; y yo quedé admirado de haberlos oído y de ver que, por la mayorparte, los de semejantes humores venían a morir en los hospitales.»

CIPIÓN.-Tienes razón, Berganza. Mira si te queda más que decir. BERGANZA.-Dos cosas no más, con que daré fin a mi plática, que ya me parece que viene el

día. «Yendo una noche mi mayor a pedir limosna en casa del corregidor desta ciudad, que es un

gran caballero y muy gran cristiano, hallámosle solo; y parecióme a mí tomar ocasión de aquellasoledad para decirle ciertos advertimientos que había oído decir a un viejo enfermo deste hospital,acerca de cómo se podía remediar la perdición tan notoria de las mozas vagamundas, que por noservir dan en malas, y tan malas, que pueblan los veranos todos los hospitales de los perdidos quelas siguen: plaga intolerable y que pedía presto y eficaz remedio. Digo que, queriendo decírselo,alcé la voz, pensando que tenía habla, y en lugar de pronunciar razones concertadas ladré con tantapriesa y con tan levantado tono que, enfadado el corregidor, dio voces a sus criados que me echasende la sala a palos; y un lacayo que acudió a la voz de su señor, que fuera mejor que por entoncesestuviera sordo, asió de una cantimplora de cobre que le vino a la mano, y diómela tal en miscostillas, que hasta ahora guardo las reliquias de aquellos golpes.»

CIPIÓN.-Y ¿quéjaste deso, Berganza? BERGANZA.-Pues ¿no me tengo de quejar, si hasta ahora me duele, como he dicho, y si me

parece que no merecía tal castigo mi buena intención? CIPIÓN.-Mira, Berganza, nadie se ha de meter donde no le llaman, ni ha de querer usar del

oficio que por ningún caso le toca. Y has de considerar que nunca el consejo del pobre, por buenoque sea, fue admitido, ni el pobre humilde ha de tener presumpción de aconsejar a los grandes y alos que piensan que se lo saben todo. La sabiduría en el pobre está asombrada; que la necesidad ymiseria son las sombras y nubes que la escurecen, y si acaso se descubre, la juzgan por tontedad y latratan con menosprecio.

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BERGANZA.-Tienes razón, y, escarmentando en mi cabeza, de aquí adelante seguiré tusconsejos.

«Entré asimismo otra noche en casa de una señora principal, la cual tenía en los brazos unaperrilla destas que llaman de falda, tan pequeña que la pudiera esconder en el seno; la cual, cuandome vio, saltó de los brazos de su señora y arremetió a mí ladrando, y con tan gran denuedo, que noparó hasta morderme de una pierna. Volvíla a mirar con respecto y con enojo, y dije entre mí: ''Si yoos cogiera, animalejo ruin, en la calle, o no hiciera caso de vos o os hiciera pedazos entre losdientes''. Consideré en ella que hasta los cobardes y de poco ánimo son atrevidos e insolentescuando son favorecidos, y se adelantan a ofender a los que valen más que ellos.»

CIPIÓN.-Una muestra y señal desa verdad que dices nos dan algunos hombrecillos que a lasombra de sus amos se atreven a ser insolentes; y si acaso la muerte o otro accidente de fortunaderriba el árbol donde se arriman, luego se descubre y manifiesta su poco valor; porque, en efeto, noson de más quilates sus prendas que los que les dan sus dueños y valedores. La virtud y el buenentendimiento siempre es una y siempre es uno: desnudo o vestido, solo o acompañado. Bien esverdad que puede padecer acerca de la estimación de las gentes, mas no en la realidad verdadera delo que merece y vale. Y, con esto, pongamos fin a esta plática, que la luz que entra por estosresquicios muestra que es muy entrado el día, y esta noche que viene, si no nos ha dejado estegrande beneficio de la habla, será la mía, para contarte mi vida.

BERGANZA.-Sea ansí, y mira que acudas a este mismo puesto. El acabar el Coloquio el licenciado y el despertar el alférez fue todo a un tiempo; y el

licenciado dijo: -Aunque este coloquio sea fingido y nunca haya pasado, paréceme que está tan bien

compuesto que puede el señor alférez pasar adelante con el segundo. -Con ese parecer -respondió el alférez- me animaré y disporné a escribirle, sin ponerme más

en disputas con vuesa merced si hablaron los perros o no. A lo que dijo el licenciado: -Señor Alférez, no volvamos más a esa disputa. Yo alcanzo el artificio del Coloquio y la

invención, y basta. Vámonos al Espolón a recrear los ojos del cuerpo, pues ya he recreado los delentendimiento.

-Vamos -dijo el alférez. Y, con esto, se fueron.

Fin

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Miguel de Cervantes Saavedra

EL INGENIOSO HIDALGODON QUIJOTE DE LA MANCHA

TASA

Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de los que residen en suConsejo, certifico y doy fe que, habiendo visto por los señores dél un libro intitulado El ingeniosohidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicholibro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta eldicho libro docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel; y dieronlicencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio deldicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y, para que dello conste, di la presente en Valladolid, aveinte días del mes de deciembre de mil y seiscientos y cuatro años.

Juan Gallo de Andrada.

TESTIMONIO DE LAS ERRATAS

Este libro no tiene cosa digna que no corresponda a su original; en testimonio de lo haber correcto,di esta fee. En el Colegio de la Madre de Dios de los Teólogos de la , en primero de diciembre de1604 años.

El licenciado Francisco Murcia de la Llana.

EL REY

Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación que habíades compuestoun libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, el cual os había costado mucho trabajo y eramuy útil y provechoso, nos pedistes y suplicastes os mandásemos dar licencia y facultad para lepoder imprimir, y previlegio por el tiempo que fuésemos servidos, o como la nuestra merced fuese;lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias quela premática últimamente por nos fecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado quedebíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos, en la dicha razón; y nos tuvímoslo por bien. Porla cual, por os hacer bien y merced, os damos licencia y facultad para que vos, o la persona quevuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir el dicho libro, intitulado El ingeniosohidalgo de la Mancha, que desuso se hace mención, en todos estos nuestros reinos de Castilla, portiempo y espacio de diez años, que corran y se cuenten desde el dicho día de la data desta nuestracédula; so pena que la persona o personas que, sin tener vuestro poder, lo imprimiere o vendiere, ohiciere imprimir o vender, por el mesmo caso pierda la impresión quehiciere, con los moldes y aparejos della; y más, incurra en pena de cincuenta mil maravedís cadavez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, yla otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Contanto que todas las veces que hubiéredes de hacer imprimir el dicho libro, durante el tiempo de losdichos diez años, le traigáis al nuestro Consejo, juntamente con el original que en él fue visto, queva rubricado cada plana y firmado al fin dél de Juan Gallo de Andrada, nuestro Escribano deCámara, de los que en él residen, para saber si la dicha impresión está conforme el original; o

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traigáis fe en pública forma de cómo por corretor nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigióla dicha impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas las erratas por élapuntadas, para cada un libro de los que así fueren impresos, para que se tase el precio que por cadavolume hubiéredes de haber. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, noimprima el principio ni el primer pliego dél, ni entregue más de un solo libro con el original alautor, o persona a cuya costa lo imprimiere, ni otro alguno, para efeto de la dicha correción y tasa,hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo; y,estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, ysucesivamente ponga esta nuestra cédula y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurriren las penas contenidas en las leyes y premáticas destos nuestros reinos. Y mandamos a los delnuestro Consejo, y a otras cualesquier justicias dellos, guarden y cumplan esta nuestra cédula y loen ella contenido. Fecha en Valladolid, a veinte y seis días del mes de setiembre de mil y seiscientosy cuatro años.

YO, EL REY.

Por mandado del Rey nuestro señor:

Juan de Amezqueta.

AL DUQUE DE BÉJAR,

marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de La Puebla deAlcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, comopríncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abatenal servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote dela Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento quedebo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra,aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidaslas obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en eljuicio de algunos que, continiéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigory menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia enmi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.

Miguel de Cervantes Saavedra.

PRÓLOGO

Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo delentendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Perono he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Yasí, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco,avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, biencomo quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo tristeruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad delos cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musasmás estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y decontento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una

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venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuentaa sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de DonQuijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos,como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; yni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el máspintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo quecomúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre detodo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temorque te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.

Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogode los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse.Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor quehacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé,por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, elcodo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío,gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa; y, noencubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de donQuijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tannoble caballero.

-Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llamanvulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgoahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención,menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en lasmárgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque seanfabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva defilósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos yelocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino que son unos santosTomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en unrenglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es uncontento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotaren el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio,como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte yen Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro desonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos,damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que melos darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España.En fin, señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado ensus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan;porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porquenaturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decirsin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa paraponerme en ella la que de mí habéis oído.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa, medijo:

-Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo elmucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente entodas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra.

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¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tenerfuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper yatropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobrade pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréiscómo, en un abrir y cerrar de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltasque decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestrofamoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

-Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temory reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

-Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, yque sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajoen hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al PresteJuan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueronfamosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrásos muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen lamentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos quepusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunassentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo elbuscalle; como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudirluego con:

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas, Regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por laEscritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos,del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malospensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad delos amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos,

tempora si fuerint nubila, solus eris.

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de pocahonra y provecho el día de hoy.

»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: sinombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que oscostará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fueun filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según secuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para

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mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historiase nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue asídicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besandolos muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredesde ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está elobispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito;si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene aCalipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismoen sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas quesepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréisandaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todolo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino quevos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, ydejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros lasmárgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.

»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan.El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro quelos acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos envuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades deaprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos oshabéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lomenos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que nohabrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuantomás que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa deaquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías,de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajode la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de laastrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos dequien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino,que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tieneque aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta,tanto mejor será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer laautoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para quéandéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas,oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes,honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo loque alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sinintricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se muevaa risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el graveno la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar lamáquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más;que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieronen mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacereste prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía enhallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltasla historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadoresdel distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero quede muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que

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te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas elconocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doycifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías estánesparcidas.

Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide. Vale.

AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Urganda la desconocidaSi de llegarte a los bue-,libro, fueres con letu-,no te dirá el boquirru-que no pones bien los de-.Mas si el pan no se te cue-por ir a manos de idio-,verás de manos a bo-,aun no dar una en el cla-,si bien se comen las ma-por mostrar que son curio-.Y, pues la expiriencia ense-que el que a buen árbol se arri-buena sombra le cobi-,en Béjar tu buena estre-un árbol real te ofre-que da príncipes por fru-,en el cual floreció un du-que es nuevo Alejandro Ma-:llega a su sombra, que a osa-favorece la fortu-.De un noble hidalgo manche-contarás las aventu-,a quien ociosas letu-,trastornaron la cabe-:damas, armas, caballe-,le provocaron de mo-,que, cual Orlando furio-,templado a lo enamora-,alcanzó a fuerza de bra-a Dulcinea del Tobo-.No indiscretos hieroglí-estampes en el escu-,que, cuando es todo figu-,con ruines puntos se envi-.Si en la dirección te humi-,

no dirá, mofante, algu-:''¡Qué don Álvaro de Lu-,qué Anibal el de Carta-,qué rey Francisco en Espa-se queja de la Fortu-!''

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Pues al cielo no le plu-que salieses tan ladi-como el negro Juan Lati-,hablar latines rehú-.No me despuntes de agu-,ni me alegues con filó-,porque, torciendo la bo-,dirá el que entiende la le-,no un palmo de las ore-:''¿Para qué conmigo flo-?''No te metas en dibu-,ni en saber vidas aje-,que, en lo que no va ni vie-,

pasar de largo es cordu-.Que suelen en caperu-darles a los que grace-;mas tú quémate las ce-sólo en cobrar buena fa-;que el que imprime neceda-dalas a censo perpe-.Advierte que es desati-,siendo de vidrio el teja-,tomar piedras en las ma-para tirar al veci-.Deja que el hombre de jui-,en las obras que compo-,se vaya con pies de plo-;que el que saca a luz pape-para entretener donce-escribe a tontas y a lo-.

AMADÍS DE GAULAA DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Tú, que imitaste la llorosa vidaque tuve, ausente y desdeñado sobreel gran ribazo de la Peña Pobre,de alegre a penitencia reducida;tú, a quien los ojos dieron la bebidade abundante licor, aunque salobre,y alzándote la plata, estaño y cobre,te dio la tierra en tierra la comida,vive seguro de que eternamente,en tanto, al menos, que en la cuarta esfera,sus caballos aguije el rubio Apolo,tendrás claro renombre de valiente;tu patria será en todas la primera;tu sabio autor, al mundo único y solo.

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DON BELIANÍS DE GRECIA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Rompí, corté, abollé, y dije y hicemás que en el orbe caballero andante;fui diestro, fui valiente, fui arrogante;mil agravios vengué, cien mil deshice.Hazañas di a la Fama que eternice;fui comedido y regalado amante;fue enano para mí todo gigante,y al duelo en cualquier punto satisfice.Tuve a mis pies postrada la Fortuna,y trajo del copete mi corduraa la calva Ocasión al estricote.Más, aunque sobre el cuerno de la lunasiempre se vio encumbrada mi ventura,tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!

LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO

Soneto

¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,por más comodidad y más reposo,a Miraflores puesto en el Toboso,y trocara sus Londres con tu aldea!¡Oh, quién de tus deseos y libreaalma y cuerpo adornara, y del famosocaballero que hiciste venturosomirara alguna desigual pelea!¡Oh, quién tan castamente se escaparadel señor Amadís como tú hicistedel comedido hidalgo don Quijote!Que así envidiada fuera, y no envidiara,y fuera alegre el tiempo que fue triste,y gozara los gustos sin escote.

GANDALÍN, ESCUDERO DE AMADÍS DE GAULA, A SANCHO PANZA, ESCUDERO DEDON QUIJOTE

Soneto

Salve, varón famoso, a quien Fortuna,cuando en el trato escuderil te puso,tan blanda y cuerdamente lo dispuso,que lo pasaste sin desgracia alguna.Ya la azada o la hoz poco repugnaal andante ejercicio; ya está en usola llaneza escudera, con que acuso

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al soberbio que intenta hollar la luna.Envidio a tu jumento y a tu nombre,y a tus alforjas igualmente invidio,que mostraron tu cuerda providencia.Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen hombre,que a solo tú nuestro español Ovidiocon buzcorona te hace reverencia.

DEL DONOSO, POETA ENTREVERADO, A SANCHO PANZA Y ROCINANTE

Soy Sancho Panza, escude-del manchego don Quijo-.Puse pies en polvoro-,por vivir a lo discre-;que el tácito Villadie-toda su razón de esta-cifró en una retira-,según siente Celesti-,libro, en mi opinión, divi-si encubriera más lo huma-.A RocinanteSoy Rocinante, el famo-bisnieto del gran Babie-.Por pecados de flaque-,fui a poder de un don Quijo-.Parejas corrí a lo flo-;mas, por uña de caba-,no se me escapó ceba-;que esto saqué a Lazari-cuando, para hurtar el vi-al ciego, le di la pa-.

ORLANDO FURIOSO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Si no eres par, tampoco le has tenido:que par pudieras ser entre mil pares;ni puede haberle donde tú te hallares,invito vencedor, jamás vencido.Orlando soy, Quijote, que, perdidopor Angélica, vi remotos mares,ofreciendo a la Fama en sus altaresaquel valor que respetó el olvido.No puedo ser tu igual; que este decorose debe a tus proezas y a tu fama,puesto que, como yo, perdiste el seso.Mas serlo has mío, si al soberbio moroy cita fiero domas, que hoy nos llamaiguales en amor con mal suceso.

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EL CABALLERO DEL FEBO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

A vuestra espada no igualó la mía,Febo español, curioso cortesano,ni a la alta gloria de valor mi mano,que rayo fue do nace y muere el día.Imperios desprecié; la monarquíaque me ofreció el Oriente rojo en vanodejé, por ver el rostro soberanode Claridiana, aurora hermosa mía.Améla por milagro único y raro,y, ausente en su desgracia, el propio infiernotemió mi brazo, que domó su rabia.Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,por Dulcinea sois al mundo eterno,y ella, por vos, famosa, honesta y sabia.

DE SOLISDÁN A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

SonetoMaguer, señor Quijote, que sandecesvos tengan el cerbelo derrumbado,nunca seréis de alguno reprochadopor home de obras viles y soeces.Serán vuesas fazañas los joeces,pues tuertos desfaciendo habéis andado,siendo vegadas mil apaleadopor follones cautivos y raheces.Y si la vuesa linda Dulcineadesaguisado contra vos comete,ni a vuesas cuitas muestra buen talante,en tal desmán, vueso conorte seaque Sancho Panza fue mal alcagüete,necio él, dura ella, y vos no amante.

DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

SonetoB. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?R. Porque nunca se come, y se trabaja.B. Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?R. No me deja mi amo ni un bocado.B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.R. Asno se es de la cuna a la mortaja.¿Queréislo ver? Miraldo enamorado.B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia.B. Metafísico estáis. R. Es que no como.

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B. Quejaos del escudero. R. No es bastante.¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,si el amo y escudero o mayordomoson tan rocines como Rocinante?

INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

PRIMERA PARTE

Capítulo I.

Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía unhidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algomás vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas losviernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. Elresto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lomesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa unaama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo yplaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo conlos cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador yamigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hayalguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se dejaentender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en lanarración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más delaño, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto elejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatinoen esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías enque leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tanbien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellasentricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros ycartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razónse hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Ytambién cuando leía: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas osfortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarlesel sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. Noestaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, porgrandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno decicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa deaquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de laletra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores ycontinuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de sulugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero:Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decíaque ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor,

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hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no eracaballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro enclaro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, demanera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así deencantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas ydisparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquellamáquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia máscierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no teníaque ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dosfieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalleshabía muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo,el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser deaquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y biencriado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de sucastillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo deoro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama quetenía, y aun a su sobrina de añadidura.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en elmundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para elservicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas ycaballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballerosandantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligrosdonde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valorde su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos,llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba.

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas deorín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólasy aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada deencaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo demedia celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad quepara probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dosgolpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó deparecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó ahacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedósatisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celadafinísima de encaje.

Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo deGonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el delCid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque,según se decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él porsí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quiénhabía sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto enrazón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y deestruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. Y así, después demuchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria eimaginación, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de

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lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos losrocines del mundo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamientoduró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaronocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y noQuesada, como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se habíacontentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepilafamosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de lasuya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje ypatria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a símismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse;porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él así:

-Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante,como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le partopor mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarlepresentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde yrendido: ''Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien vencióen singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual memandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a sutalante''?

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló aquien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había unamoza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según seentiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció serbien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho delsuyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea delToboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo,como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Capítulo II. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento,apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agraviosque pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar ydeudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese,una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas susarmas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza,y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver concuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando leasaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue quele vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía nidebía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas,como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos

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pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razónalguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchosque así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas,pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto sequietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que enaquello consistía la fuerza de las aventuras.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo:

-¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de misfamosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primerasalidad tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de laancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños ypintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venidade la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones delmanchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de laMancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó acaminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».

Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo:

-Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas deentallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Ohtú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrinahistoria, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos miscaminos y carreras!

Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:

-¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!, mucho agravio me habedes fecho endespedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestrafermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas porvuestro amor padece.

Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado,imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesay con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera.

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba,porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autoreshay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la delos molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escritoen los Anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él sehallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algúncastillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambrey necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrellaque, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar, yllegó a ella a tiempo que anochecía.

Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevillacon unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y, como a nuestro

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aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo quehabía leído, luego que vio la venta, se le representó que era un castillo con sus cuatro torres ychapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellosadherentes que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a él le parecía castillo,y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre lasalmenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero, como vio que setardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, yvio a las dos destraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dosgraciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto, sucedió acasoque un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos -que, sin perdón,así se llaman- tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a donQuijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y así, con estrañocontento, llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte,armado y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote,coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco ypolvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo:

-No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca a la orden de caballería queprofeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestraspresencias demuestran.

Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría;mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, yfue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles:

-Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causaprocede; pero no vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es de álque de serviros.

El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas larisa y en él el enojo; y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, porser muy gordo, era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tandesiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a lasdoncellas en las muestras de su contento. Mas, en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos,determinó de hablarle comedidamente; y así, le dijo:

-Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (porque en esta venta no hayninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia.

Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le pareció a él el ventero y laventa, respondió:

-Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso elpelear, etc.

Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los sanos deCastilla, aunque él era andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, nimenos maleante que estudiantado paje; y así, le respondió:

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-Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; y siendo así,bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir entodo un año, cuanto más en una noche.

Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo,como aquel que en todo aquel día no se había desayunado.

Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza quecomía pan en el mundo. Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aunla mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cualestaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habíanquitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle lacontrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no podersequitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella nochecon la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y, aldesarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunasprincipales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:

-Nunca fuera caballero

de damas tan bien servido

como fuera don Quijote

cuando de su aldea vino:

doncellas curaban dél;

princesas, del su rocino,

o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío;que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro medescubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sidocausa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que las vuestras señoríasme manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.

Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo lepreguntaron si quería comer alguna cosa.

-Cualquiera yantaría yo -respondió don Quijote-, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso.

A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescadoque en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otrastruchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado quedalle a comer.

-Como haya muchas truchuelas -respondió don Quijote-, podrán servir de una trucha, porque eso seme da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría serque fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón.Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin elgobierno de las tripas.

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Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del malremojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materiade grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía ponernada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía; y ansí, una de aquellas señoras servíadeste menester. Mas, al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara unacaña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía enpaciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada.

Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos; y, así como llegó, sonó su silbato decañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famosocastillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas; el pan, candeal; y las rameras,damas; y el ventero, castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación ysalida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podríaponer legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.

Capítulo III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

Y así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamó alventero, y, encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole:

-No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía me otorgueun don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano.

El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sinsaber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo dedecir que él le otorgaba el don que le pedía.

-No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío -respondió don Quijote-; y así,os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana enaquel día me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo velaré lasarmas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, irpor todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos, comoestá a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantesfazañas es inclinado.

El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta dejuicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener quéreír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en lo quedeseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como élparecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, sehabía dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando susaventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla,Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro deCórdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de suspies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendoalgunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantasaudiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger aaquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los

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caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que lestenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo.

Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porqueestaba derribada para hacerla de nuevo; pero que, en caso de necesidad, él sabía que se podían velardondequiera, y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana, siendoDios servido, se harían las debidas ceremonias, de manera que él quedase armado caballero, y tancaballero que no pudiese ser más en el mundo.

Preguntóle si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leídoen las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero quese engañaba; que, puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autoresdellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros ycamisas limpias, no por eso se había de creer que no los trujeron; y así, tuviese por cierto yaveriguado que todos los caballeros andantes, de que tantos libros están llenos y atestados, llevabanbien herradas las bolsas, por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas y unaarqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recebían, porque no todas veces enlos campos y desiertos donde se combatían y salían heridos había quien los curase, si ya no era quetenían algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría, trayendo por el aire, en algunanube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud que, en gustando algunagota della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesentenido. Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada quesus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentospara curarse; y, cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos, que eran pocas y rarasveces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a lasancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia; porque, no siendo por ocasiónsemejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto ledaba por consejo, pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan presto lo había de ser,que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán biense hallaba con ellas cuando menos se pensase.

Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y así, se dio luegoorden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba; y, recogiéndolasdon Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y, embrazando su adarga, asióde su lanza y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó elpaseo comenzaba a cerrar la noche.

Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas yla armazón de caballería que esperaba. Admiráronse de tan estraño género de locura y fuéronselo amirar desde lejos, y vieron que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba; otras, arrimado a sulanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio dellas. Acabó de cerrar lanoche, pero con tanta claridad de la luna, que podía competir con el que se la prestaba, de maneraque cuanto el novel caballero hacía era bien visto de todos. Antojósele en esto a uno de los arrierosque estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, queestaban sobre la pila; el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo:

-¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valerosoandante que jamás se ciñó espada!, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida enpago de tu atrevimiento.

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No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud);antes, trabando de las correas, las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó losojos al cielo, y, puesto el pensamiento -a lo que pareció- en su señora Dulcinea, dijo:

-Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece; nome desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo.

Y, diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos y diocon ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo, tan maltrecho que, sisegundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas ytornó a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí a poco, sin saberse lo que habíapasado (porque aún estaba aturdido el arriero), llegó otro con la mesma intención de dar agua a susmulos; y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sinpedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga y alzó otra vez la lanza, y, sin hacerla pedazos, hizo másde tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente dela venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embrazó su adarga, y, puesta mano a suespada, dijo:

-¡Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío!Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamañaaventura está atendiendo.

Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, que si le acometieran todos los arrieros del mundo, novolviera el pie atrás. Los compañeros de los heridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos allover piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podía, se reparaba con su adarga, y no seosaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porqueya les había dicho como era loco, y que por loco se libraría, aunque los matase a todos. Tambiéndon Quijote las daba, mayores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo eraun follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se tratasen los andantescaballeros; y que si él hubiera recebido la orden de caballería, que él le diera a entender su alevosía:

-Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme encuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que lleváis de vuestra sandez y demasía.

Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometían; y, asípor esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos ytornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.

No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negraorden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese. Y así, llegándose a él, se desculpó dela insolencia que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna; pero quebien castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le había dicho que en aquel castillo nohabía capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedararmado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia delceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya habíacumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía,cuanto más, que él había estado más de cuatro. Todo se lo creyó don Quijote, y dijo que él estabaallí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fueseotra vez acometido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, ecetoaquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría.

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Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada quedaba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichasdoncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en sumanual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre elcuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurandoentre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada,la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventarde risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero lestenía la risa a raya. Al ceñirle la espada, dijo la buena señora:

-Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en lides.

Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedabaobligado por la merced recebida; porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por elvalor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija deun remendón natural de Toledo que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que dondequiera queella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que, por su amor, le hiciesemerced que de allí adelante se pusiese don y se llamase doña Tolosa. Ella se lo prometió, y la otra lecalzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada: preguntóle sunombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; ala cual también rogó don Quijote que se pusiese don y se llamase doña Molinera, ofreciéndolenuevos servicios y mercedes.

Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijotede verse a caballo y salir buscando las aventuras; y, ensillando luego a Rocinante, subió en él, y,abrazando a su huésped, le dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haberle armadocaballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con nomenos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas, y, sin pedirle la costa de laposada, le dejó ir a la buen hora.

Capítulo IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

La del alba sería cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado porverse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas, viniéndole a lamemoria los consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevarconsigo, especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y deun escudero, haciendo cuenta de recebir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, peromuy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinantehacia su aldea, el cual, casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecíaque no ponía los pies en el suelo.

No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque queallí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído,cuando dijo:

-Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante dondeyo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenosdeseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor yayuda.

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Y, volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían. Y, apocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a unmuchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las vocesdaba; y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buentalle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo.

Porque decía:

-La lengua queda y los ojos listos.

Y el muchacho respondía:

-No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez; y yo prometo detener de aquí adelante más cuidado con el hato.

Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:

-Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestrocaballo y tomad vuestra lanza -que también tenía una lanza arrimada a la encima adonde estabaarrendada la yegua-, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro,túvose por muerto, y con buenas palabras respondió:

-Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar unamanada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada día me faltauna; y, porque castigo su descuido, o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle lasoldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente.

-¿"Miente", delante de mí, ruin villano? -dijo don Quijote-. Por el sol que nos alumbra, que estoypor pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nosrige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego.

El labrador bajó la cabeza y, sin responder palabra, desató a su criado, al cual preguntó don Quijoteque cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta donQuijote y halló que montaban setenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento losdesembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que para el paso en queestaba y juramento que había hecho -y aún no había jurado nada-, que no eran tantos, porque se lehabían de descontar y recebir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado y un real de dossangrías que le habían hecho estando enfermo.

-Bien está todo eso -replicó don Quijote-, pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotesque sin culpa le habéis dado; que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos lehabéis rompido el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se lahabéis sacado; ansí que, por esta parte, no os debe nada.

-El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa,que yo se los pagaré un real sobre otro.

-¿Irme yo con él? -dijo el muchacho-. Mas, ¡mal año! No, señor, ni por pienso; porque, en viéndosesolo, me desuelle como a un San Bartolomé.

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-No hará tal -replicó don Quijote-: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que élme lo jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga.

-Mire vuestra merced, señor, lo que dice -dijo el muchacho-, que este mi amo no es caballero ni harecebido orden de caballería alguna; que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.

-Importa eso poco -respondió don Quijote-, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, quecada uno es hijo de sus obras.

-Así es verdad -dijo Andrés-; pero este mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada ymi sudor y trabajo?

-No niego, hermano Andrés -respondió el labrador-; y hacedme placer de veniros conmigo, que yojuro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un realsobre otro, y aun sahumados.

-Del sahumerio os hago gracia -dijo don Quijote-; dádselos en reales, que con eso me contento; ymirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no, por el mismo juramento os juro de volver abuscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y siqueréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yosoy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad,y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.

Y, en diciendo esto, picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó dellos. Siguióle el labradorcon los ojos, y, cuando vio que había traspuesto del bosque y que ya no parecía, volvióse a su criadoAndrés y díjole:

-Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel deshacedor de agravios medejó mandado.

-Eso juro yo -dijo Andrés-; y ¡cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir elmandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva; que, según es de valeroso y de buen juez,vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo!

-También lo juro yo -dijo el labrador-; pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deudapor acrecentar la paga.

Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos azotes, que le dejó por muerto.

-Llamad, señor Andrés, ahora -decía el labrador- al desfacedor de agravios, veréis cómo no desfaceaquéste; aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, comovos temíades.

Pero, al fin, le desató y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para que ejecutase la pronunciadasentencia. Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de laMancha y contalle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas.Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo.

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Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido,pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfación de símismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz:

-Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bellaDulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a untan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, comotodo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto yagravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aqueldespiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante.

En esto, llegó a un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación lasencrucejadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquéllos tomarían, y,por imitarlos, estuvo un rato quedo; y, al cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda aRocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irsecamino de su caballeriza.

Y, habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un grande tropel de gente, que, comodespués se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, yvenían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenaslos divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y, por imitar en todo cuanto aél le parecía posible los pasos que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno quepensaba hacer. Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó lalanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquelloscaballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho quese pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo:

-Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella máshermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Paráronse los mercaderes al son destas razones, y a ver la estraña figura del que las decía; y, por lafigura y por las razones, luego echaron de ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio enqué paraba aquella confesión que se les pedía, y uno dellos, que era un poco burlón y muy muchodiscreto, le dijo:

-Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla: quesi ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremosla verdad que por parte vuestra nos es pedida.

-Si os la mostrara -replicó don Quijote-, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tannotoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender;donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia. Que, ahora vengáis uno a uno,como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los devuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo.

-Señor caballero -replicó el mercader-, suplico a vuestra merced, en nombre de todos estos príncipesque aquí estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa pornosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarriay Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunquesea tamaño como un grano de trigo; que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con estosatisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan

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de su parte que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le manabermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todolo que quisiere.

-No le mana, canalla infame -respondió don Quijote, encendido en cólera-; no le mana, digo, esoque decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha queun huso de Guadarrama. Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamañabeldad como es la de mi señora.

Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojoque, si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasaramal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y,queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, conel peso de las antiguas armas. Y, entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo:

-¡Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended!; que no por culpa mía, sino de mi caballo,estoy aquí tendido.

Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo deciral pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y,llegándose a él, tomó la lanza, y, después de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó a dar anuestro don Quijote tantos palos que, a despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera.Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase, pero estaba ya el mozo picado y noquiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y, acudiendo por los demás trozos de lalanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos quesobre él vía, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal leparecían.

Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando qué contar en todo él del pobreapaleado. El cual, después que se vio solo, tornó a probar si podía levantarse; pero si no lo pudohacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aún se tenía por dichoso,pareciéndole que aquélla era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta desu caballo, y no era posible levantarse, según tenía brumado todo el cuerpo.

Capítulo V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

Viendo, pues, que, en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que erapensar en algún paso de sus libros; y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y delmarqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montiña, historia sabida de los niños, noignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos; y, con todo esto, no más verdadera quelos milagros de Mahoma. Ésta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que sehallaba; y así, con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra y a decir condebilitado aliento lo mesmo que dicen decía el herido caballero del bosque:

-¿Donde estás, señora mía,

que no te duele mi mal?

O no lo sabes, señora,

o eres falsa y desleal.

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Y, desta manera, fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos quedicen:

-¡Oh noble marqués de Mantua,

mi tío y señor carnal!

Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mesmolugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombreallí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía que tan tristemente sequejaba. Don Quijote creyó, sin duda, que aquél era el marqués de Mantua, su tío; y así, no lerespondió otra cosa si no fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de losamores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la mesma manera que el romance lo canta.

El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y, quitándole la visera, que ya estaba hechapedazos de los palos, le limpió el rostro, que le tenía cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado,cuando le conoció y le dijo:

-Señor Quijana -que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgososegado a caballero andante-, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte?

Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor quepudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna.Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecer caballeríamás sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cualtomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír losdisparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado,no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponía en elcielo; de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía; y noparece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque, enaquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide deAntequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. De suerte que, cuando ellabrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras yrazones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él habíaleído la historia en La Diana, de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechándose della tana propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por dondeconoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al pueblo, por escusar el enfado que donQuijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual, dijo:

-Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahorala linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos decaballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo.

A esto respondió el labrador:

-Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marquésde Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino elhonrado hidalgo del señor Quijana.

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-Yo sé quién soy -respondió don Quijote-; y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todoslos Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellostodos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías.

En estas pláticas y en otras semejantes, llegaron al lugar a la hora que anochecía, pero el labradoraguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero.Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual hallótoda alborotada; y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de donQuijote, que estaba diciéndoles su ama a voces:

-¿Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez -que así se llamaba el cura-, de ladesgracia de mi señor? Tres días ha que no parecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza ni lasarmas. ¡Desventurada de mí!, que me doy a entender, y así es ello la verdad como nací para morir,que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto eljuicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir muchas veces, hablando entre sí, que quería hacersecaballero andante e irse a buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean a Satanás y aBarrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en todala Mancha.

La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más:

-Sepa, señor maese Nicolás -que éste era el nombre del barbero-, que muchas veces le aconteció ami señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, alcabo de los cuales, arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada y andaba a cuchilladascon las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes comocuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que habíarecebido en la batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado,diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, ungrande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestrasmercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que hallegado, y quemaran todos estos descomulgados libros, que tiene muchos, que bien merecen serabrasados, como si fuesen de herejes.

-Esto digo yo también -dijo el cura-, y a fee que no se pase el día de mañana sin que dellos no sehaga acto público y sean condenados al fuego, porque no den ocasión a quien los leyere de hacer loque mi buen amigo debe de haber hecho.

Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabó de entender el labrador laenfermedad de su vecino; y así, comenzó a decir a voces:

-Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, que viene malferido,y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide deAntequera.

A estas voces salieron todos, y, como conocieron los unos a su amigo, las otras a su amo y tío, queaún no se había apeado del jumento, porque no podía, corrieron a abrazarle. Él dijo:

-Ténganse todos, que vengo malferido por la culpa de mi caballo. Llévenme a mi lecho y llámese, sifuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate de mis feridas.

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-¡Mirá, en hora maza -dijo a este punto el ama-, si me decía a mí bien mi corazón del pie quecojeaba mi señor! Suba vuestra merced en buen hora, que, sin que venga esa Hurgada, le sabremosaquí curar. ¡Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías, que tal hanparado a vuestra merced!

Lleváronle luego a la cama, y, catándole las feridas, no le hallaron ninguna; y él dijo que todo eramolimiento, por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diezjayanes, los más desaforados y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra.

-¡Ta, ta! -dijo el cura-. ¿Jayanes hay en la danza? Para mi santiguada, que yo los queme mañanaantes que llegue la noche.

Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen decomer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se informó muy ala larga del labrador del modo que había hallado a don Quijote. Él se lo contó todo, con losdisparates que al hallarle y al traerle había dicho; que fue poner más deseo en el licenciado de hacerlo que otro día hizo, que fue llamar a su amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino a casade don Quijote,

Capítulo VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

el cual aún todavía dormía. Pidió las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros,autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, yhallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, asícomo el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudillade agua bendita y un hisopo, y dijo:

-Tome vuestra merced, señor licenciado: rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de losmuchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos delmundo.

Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquelloslibros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigode fuego.

-No -dijo la sobrina-, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores;mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no,llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.

Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas elcura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio enlas manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura:

-Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballeríasque se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen déste; y así, me pareceque, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin escusa alguna, condenar al fuego.

-No, señor -dijo el barbero-, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que deeste género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar.

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-Así es verdad -dijo el cura-, y por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos esotro que estájunto a él.

-Es -dijo el barbero- las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula.

-Pues, en verdad -dijo el cura- que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama:abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer.

Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperandocon toda paciencia el fuego que le amenazaba.

-Adelante -dijo el cura.

-Este que viene -dijo el barbero- es Amadís de Grecia; y aun todos los deste lado, a lo que creo, sondel mesmo linaje de Amadís.

-Pues vayan todos al corral -dijo el cura-; que, a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y alpastor Darinel, y a sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemaré conellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante.

-De ese parecer soy yo -dijo el barbero.

-Y aun yo -añadió la sobrina.

-Pues así es -dijo el ama-, vengan, y al corral con ellos.

Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dio con ellos por la ventana abajo.

-¿Quién es ese tonel? -dijo el cura.

-Éste es -respondió el barbero- Don Olivante de Laura.

-El autor de ese libro -dijo el cura- fue el mesmo que compuso a Jardín de flores; y en verdad queno sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o, por decir mejor, menos mentiroso;sólo sé decir que éste irá al corral por disparatado y arrogante.

-Éste que se sigue es Florimorte de Hircania -dijo el barbero.

-¿Ahí está el señor Florimorte? -replicó el cura-. Pues a fe que ha de parar presto en el corral, apesar de su estraño nacimiento y sonadas aventuras; que no da lugar a otra cosa la dureza ysequedad de su estilo. Al corral con él y con esotro, señora ama.

-Que me place, señor mío -respondía ella; y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado.

-Éste es El Caballero Platir -dijo el barbero.

-Antiguo libro es éste -dijo el cura-, y no hallo en él cosa que merezca venia. Acompañe a losdemás sin réplica.

Y así fue hecho. Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El Caballero de la Cruz.

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-Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se sueledecir: "tras la cruz está el diablo"; vaya al fuego.

Tomando el barbero otro libro, dijo:

-Éste es Espejo de caballerías.

-Ya conozco a su merced -dijo el cura-. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigosy compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpín; y enverdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte dela invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta LudovicoAriosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respetoalguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.

-Pues yo le tengo en italiano -dijo el barbero-, mas no le entiendo.

-Ni aun fuera bien que vos le entendiérades -respondió el cura-, y aquí le perdonáramos al señorcapitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano; que le quitó mucho de su naturalvalor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que,por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienenen su primer nacimiento. Digo, en efeto, que este libro, y todos los que se hallaren que tratan destascosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que seha de hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí y a otro llamadoRoncesvalles; que éstos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las delfuego, sin remisión alguna.

Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era elcura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y,abriendo otro libro, vio que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerínde Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo:

-Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma deIngalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se haga para ello otra caja como la quehalló Alejandro en los despojos de Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poetaHomero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muybueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventurasdel castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, queguardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad y entendimiento. Digo, pues, salvovuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, ytodos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.

-No, señor compadre -replicó el barbero-; que éste que aquí tengo es el afamado Don Belianís.

-Pues ése -replicó el cura-, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco deruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de laFama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y comose enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto, tenedlos vos,compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno.

-Que me place -respondió el barbero.

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Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandesy diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallosque de echar una tela, por grande y delgada que fuera; y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojópor la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana dever de quién era, y vio que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.

-¡Válame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-. ¡Que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá,compadre; que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos.Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, yel caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de ladoncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz,enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste elmejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacentestamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen.Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria,que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que esverdad cuanto dél os he dicho.

-Así será -respondió el barbero-; pero, ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan?

-Éstos -dijo el cura- no deben de ser de caballerías, sino de poesía.

Y abriendo uno, vio que era La Diana, de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos losdemás eran del mesmo género:

-Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los decaballerías han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.

-¡Ay señor! -dijo la sobrina-, bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demás,porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendoéstos, se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo; y, loque sería peor, hacerse poeta; que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.

-Verdad dice esta doncella -dijo el cura-, y será bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo yocasión delante. Y, pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no sequeme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casitodos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa, y la honra de ser primero ensemejantes libros.

-Éste que se sigue -dijo el barbero- es La Diana llamada segunda del Salmantino; y éste, otro quetiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo.

-Pues la del Salmantino -respondió el cura-, acompañe y acreciente el número de los condenados alcorral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo; y pase adelante, señor compadre,y démonos prisa, que se va haciendo tarde.

-Este libro es -dijo el barbero, abriendo otro- Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos porAntonio de Lofraso, poeta sardo.

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-Por las órdenes que recebí -dijo el cura-, que, desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y lospoetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por sucamino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo; y el queno le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, queprecio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia.

Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo:

-Estos que se siguen son El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos.

-Pues no hay más que hacer -dijo el cura-, sino entregarlos al brazo seglar del ama; y no se mepregunte el porqué, que sería nunca acabar.

-Este que viene es El Pastor de Fílida.

-No es ése pastor -dijo el cura-, sino muy discreto cortesano; guárdese como joya preciosa.

-Este grande que aquí viene se intitula -dijo el barbero- Tesoro de varias poesías.

-Como ellas no fueran tantas -dijo el cura-, fueran más estimadas; menester es que este libro seescarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene. Guárdese, porque su autor esamigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito.

-Éste es -siguió el barbero- El Cancionero de López Maldonado.

-También el autor de ese libro -replicó el cura- es grande amigo mío, y sus versos en su bocaadmiran a quien los oye; y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo esen las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho: guárdese con los escogidos. Pero, ¿qué libro es eseque está junto a él?

-La Galatea, de Miguel de Cervantes -dijo el barbero.

-Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas queen versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo, y no concluye nada: es menesteresperar la segunda parte que promete; quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia queahora se le niega; y, entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre.

-Que me place -respondió el barbero-. Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, de don Alonsode Ercilla; La Austríada, de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués,poeta valenciano.

-Todos esos tres libros -dijo el cura- son los mejores que, en verso heroico, en lengua castellanaestán escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más ricasprendas de poesía que tiene España.

Cansóse el cura de ver más libros; y así, a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen;pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llamaba Las lágrimas de Angélica.

-Lloráralas yo -dijo el cura en oyendo el nombre- si tal libro hubiera mandado quemar; porque suautor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la traduciónde algunas fábulas de Ovidio.

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Capítulo VII. De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha

Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo:

-Aquí, aquí, valerosos caballeros; aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos,que los cortesanos llevan lo mejor del torneo.

Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio de los demás libros quequedaban; y así, se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni oídos, La Carolea y León de España,con Los Hechos del Emperador, compuestos por don Luis de Ávila, que, sin duda, debían de estarentre los que quedaban; y quizá, si el cura los viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia.

Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en susdesatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubieradormido. Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y, después que hubo sosegado unpoco, volviéndose a hablar con el cura, le dijo:

-Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos llamamos doce Pares dejar,tan sin más ni más, llevar la vitoria deste torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros losaventureros ganado el prez en los tres días antecedentes.

-Calle vuestra merced, señor compadre -dijo el cura-, que Dios será servido que la suerte se mude, yque lo que hoy se pierde se gane mañana; y atienda vuestra merced a su salud por agora, que meparece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está malferido.

-Ferido no -dijo don Quijote-, pero molido y quebrantado, no hay duda en ello; porque aquelbastardo de don Roldán me ha molido a palos con el tronco de una encina, y todo de envidia,porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentías. Mas no me llamaría yo Reinaldos deMontalbán si, en levantándome deste lecho, no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamentos; y,por agora, tráiganme de yantar, que sé que es lo que más me hará al caso, y quédese lo delvengarme a mi cargo.

Hiciéronlo ansí: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos, admirados de su locura.

Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y talesdebieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y lapereza del escrutiñador; y así, se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos porpecadores.

Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo, fue quele murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase -quizáquitando la causa, cesaría el efeto-, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y elaposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días se levantó don Quijote, y loprimero que hizo fue ir a ver sus libros; y, como no hallaba el aposento donde le había dejado,andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con lasmanos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero, al cabo de una buena pieza,preguntó a su ama quehacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bienadvertida de lo que había de responder, le dijo:

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-¿Qué aposento, o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa,porque todo se lo llevó el mesmo diablo.

-No era diablo -replicó la sobrina-, sino un encantador que vino sobre una nube una noche, despuésdel día que vuestra merced de aquí se partió, y, apeándose de una sierpe en que venía caballero,entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por eltejado, y dejó la casa llena de humo; y, cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimoslibro ni aposento alguno; sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama que, al tiempo del partirseaquel mal viejo, dijo en altas voces que, por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos librosy aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamabael sabio Muñatón.

-Frestón diría -dijo don Quijote.

-No sé -respondió el ama- si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que acabó en tón su nombre.

-Así es -dijo don Quijote-; que ése es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tieneojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear ensingular batalla con un caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo puedaestorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole yo que mal podrá élcontradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado.

-¿Quién duda de eso? -dijo la sobrina-. Pero, ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esaspendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en su casa y no irse por el mundo a buscar pan detrastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados?

-¡Oh sobrina mía -respondió don Quijote-, y cuán mal que estás en la cuenta! Primero que a mí metresquilen, tendré peladas y quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solocabello.

No quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le encendía la cólera.

Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querersegundar sus primeros devaneos, en los cuales días pasó graciosísimos cuentos con sus doscompadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundoera de caballeros andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura algunasveces le contradecía y otras concedía, porque si no guardaba este artificio, no había poderaveriguarse con él.

En este tiempo, solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien -si es que este títulose puede dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tantole persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero.Decíale, entre otras cosas, don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez lepodía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él porgobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador,dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino.

Dio luego don Quijote orden en buscar dineros; y, vendiendo una cosa y empeñando otra, ymalbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad. Acomodóse asimesmo de una rodela, quepidió prestada a un su amigo, y, pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, avisó a su escuderoSancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese

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que más le era menester. Sobre todo le encargó que llevase alforjas; e dijo que sí llevaría, y queansimesmo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba duecho a andar muchoa pie. En lo del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballeroandante había traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas,con todo esto, determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballeríaen habiendo ocasión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase.Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le habíadado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote desu ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminarontanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallaríanaunque los buscasen.

Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con muchodeseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido. Acertó don Quijote atomar la misma derrota y camino que el que él había tomado en su primer viaje, que fue por elcampo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque, por serla hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigaban. Dijo en esto SanchoPanza a su amo:

-Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tieneprometido; que yo la sabré gobernar, por grande que sea.

A lo cual le respondió don Quijote:

-Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantesantiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengodeterminado de que por mí no falte tan agradecida usanza; antes, pienso aventajarme en ella: porqueellos algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos; y, ya después dehartos de servir y de llevar malos días y peores noches, les daban algún título de conde, o, por lomucho, de marqués, de algún valle o provincia de poco más a menos; pero, si tú vives y yo vivo,bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino que tuviese otros a él adherentes, queviniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casosacontecen a los tales caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podríadar aún más de lo que te prometo.

-De esa manera -respondió Sancho Panza-, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestramerced dice, por lo menos, Juana Gutiérrez, mi oíslo, vendría a ser reina, y mis hijos infantes.

-Pues, ¿quién lo duda? -respondió don Quijote.

-Yo lo dudo -replicó Sancho Panza-; porque tengo para mí que, aunque lloviese Dios reinos sobre latierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dosmaravedís para reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda.

-Encomiéndalo tú a Dios, Sancho -respondió don Quijote-, que Él dará lo que más le convenga,pero no apoques tu ánimo tanto, que te vengas a contentar con menos que con ser adelantado.

-No lo haré, señor mío -respondió Sancho-; y más teniendo tan principal amo en vuestra merced,que me sabrá dar todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar.

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Capítulo VIII. Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como donQuijote los vio, dijo a su escudero:

-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigoSancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien piensohacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que éstaes buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

-¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza.

-Aquellos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casidos leguas.

-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sinomolinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacenandar la piedra del molino.

-Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos songigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar conellos en fiera y desigual batalla.

Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escuderoSancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellosque iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escuderoSancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en vocesaltas:

-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto pordon Quijote, dijo:

-Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en taltrance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galopede Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en elaspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y alcaballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todoel correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con élRocinante.

-¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que noeran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

-Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que las cosas de la guerra, más que otras, estánsujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón queme robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su

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vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malasartes contra la bondad de mi espada.

-Dios lo haga como puede -respondió Sancho Panza.

Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablandoen la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que noera posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que ibamuy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo:

-Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas,habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con élhizo tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y asíél como sus decendientes se llamaron, desde aquel día en adelante, Vargas y Machuca. Hete dichoesto, porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco tal y tanbueno como aquél, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bienafortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.

-A la mano de Dios -dijo Sancho-; yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderéceseun poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.

-Así es la verdad -respondió don Quijote-; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a loscaballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.

-Si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Sancho-, pero sabe Dios si yo me holgara quevuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar delmás pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballerosandantes eso del no quejarse.

No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así, le declaró que podía muybien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosaen contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer.Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase.Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de lasalforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de suespacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el másregalado bodegonero de Málaga. Y, en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no sele acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino pormucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen.

En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote unramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le habíaquebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, poracomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchasnoches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó ansíSancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevótoda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en elrostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo díasaludaban. Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes; yafligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No

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quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias.Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron.

-Aquí -dijo, en viéndole, don Quijote- podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta loscodos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros delmundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofendenes canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ningunamanera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armadocaballero.

-Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra merced sea muy bien obedicido en esto; y más,que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que,en lo que tocare a defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas yhumanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.

-No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra caballeros, has detener a raya tus naturales ímpetus.

-Digo que así lo haré -respondió Sancho-, y que guardaré ese preceto tan bien como el día deldomingo.

Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballerossobre dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos decamino y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que leacompañaban y dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una señoravizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honrosocargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas, apenas los divisó donQuijote, cuando dijo a su escudero:

-O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultosnegros que allí parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtadaalguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío.

-Peor será esto que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire, señor, que aquéllos son frailes de SanBenito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace,no sea el diablo que le engañe.

-Ya te he dicho, Sancho -respondió don Quijote-, que sabes poco de achaque de aventuras; lo queyo digo es verdad, y ahora lo verás.

Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, enllegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:

-Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváisforzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.

Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como desus razones, a las cuales respondieron:

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-Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de SanBenito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadasprincesas.

-Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla -dijo don Quijote.

Y, sin esperar más respuesta, picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primero fraile,con tanta furia y denuedo que, si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelomal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo quetrataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó a correr por aquellacampaña, más ligero que el mesmo viento.

Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno, arremetió a él y lecomenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por quéle desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente, como despojos de labatalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendíanaquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con lasque en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo; y, sin dejarle pelo enlas barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Y, sindetenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y,cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, yesperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzadosuceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas.

Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole:

-La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante,porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y,porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote dela Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea delToboso; y, en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis alToboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad hefecho.

Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que eravizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego habíade dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lenguacastellana y peor vizcaína, desta manera:

-Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas comoestás ahí vizcaíno.

Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió:

-Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautivacriatura.

A lo cual replicó el vizcaíno:

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-¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el aguacuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; ymientes que mira si otra dices cosa.

-¡Ahora lo veredes, dijo Agrajes! -respondió don Quijote.

Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno condeterminación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de lamula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sinosacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohadaque le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortalesenemigos. La demás gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en susmal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama ya toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo alcochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en eldiscurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, porencima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió lapesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo:

-¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que, porsatisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!

El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todofue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo.

El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó dehacer lo mesmo que don Quijote; y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear lamula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía darun paso.

Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, condeterminación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada yaforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que habíade suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demáscriadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devociónde España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que sehallaban.

Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia estabatalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote de las que dejareferidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historiaestuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de laMancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famosocaballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apaciblehistoria, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Capítulo IX. Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

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Dejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con lasespadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales que, si en lleno seacertaban, por lo menos se dividirían y fenderían de arriba abajo y abrirían como una granada; y queen aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticiasu autor dónde se podría hallar lo que della faltaba.

Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se volvía en disgusto, depensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabrosocuento. Parecióme cosa imposible y fuera de toda buena costumbre que a tan buen caballero lehubiese faltado algún sabio que tomara a cargo el escrebir sus nunca vistas hazañas, cosa que nofaltó a ninguno de los caballeros andantes,

de los que dicen las gentes

que van a sus aventuras,

porque cada uno dellos tenía uno o dos sabios, como de molde, que no solamente escribían sushechos, sino que pintaban sus más mínimos pensamientos y niñerías, por más escondidas quefuesen; y no había de ser tan desdichado tan buen caballero, que le faltase a él lo que sobró a Platiry a otros semejantes. Y así, no podía inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese quedadomanca y estropeada; y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todaslas cosas, el cual, o la tenía oculta o consumida.

Por otra parte, me parecía que, pues entre sus libros se habían hallado tan modernos comoDesengaño de celos y Ninfas y Pastores de Henares, que también su historia debía de ser moderna;y que, ya que no estuviese escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de las a ellacircunvecinas. Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber, real y verdaderamente, toda lavida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballeríamanchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo yejercicio de las andantes armas, y al desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, deaquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte enmonte y de valle en valle; que, si no era que algún follón, o algún villano de hacha y capellina, oalgún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo deochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepulturacomo la madre que la había parido. Digo, pues, que, por estos y otros muchos respetos, es dignonuestro gallardo Quijote de continuas y memorables alabanzas; y aun a mí no se me deben negar,por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin desta agradable historia; aunque bien sé que siel cielo, el caso y la fortuna no me ayudan, el mundo quedará falto y sin el pasatiempo y gusto quebien casi dos horas podrá tener el que con atención la leyere. Pasó, pues, el hallarla en esta manera:

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papelesviejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles,llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile concaracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduvemirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallarintérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin,la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió pormedio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír.

Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en elmargen por anotación. Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo:

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-Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces enesta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda laMancha".

Cuando yo oí decir "Dulcinea del Toboso", quedé atónito y suspenso, porque luego se merepresentó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le dipriesa que leyese el principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano,dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli,historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuandollegó a mis oídos el título del libro; y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos lospapeles y cartapacios por medio real; que, si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba,bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el moriscopor el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los quetrataban de donQuijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese.Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien yfielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tanbuen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmomodo que aquí se refiere.

Estaba en el primero cartapacio, pintada muy al natural, la batalla de don Quijote con el vizcaíno,puestos en la mesma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de surodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser dealquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título que decía: Don Sancho deAzpetia, que, sin duda, debía de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro que decía: DonQuijote. Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, contanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia ypropriedad se le había puesto el nombre de Rocinante. Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía delcabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de serque tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas; y poresto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llamaalgunas veces la historia. Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de pocaimportancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia; que ninguna es mala comosea verdadera.

Si a ésta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido suautor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos; aunque, por ser tannuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y ansí meparece a mí, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buencaballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo ydebiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni elmiedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia,émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente,advertencia de lo por venir. En ésta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la másapacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antesque por falta del sujeto. En fin, su segunda parte, siguiendo la tradución, comenzaba desta manera:

Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, noparecía sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continenteque tenían. Y el primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno, el cual fue dado con

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tanta fuerza y tanta furia que, a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuerabastante para dar fin a su rigurosa contienda y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas labuena suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modoque, aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado,llevándole de camino gran parte de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosaruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho.

¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en elcorazón de nuestro manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga más, sino que fue demanera que se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con talfuria descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sinser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por lasnarices, y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera,sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luegosoltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocoscorcovos dio con su dueño en tierra.

Estábaselo con mucho sosiego mirando don Quijote, y, como lo vio caer, saltó de su caballo y conmucha ligereza se llegó a él, y, poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese;si no, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder palabra, y éllo pasara mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con grandesmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con muchoencarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero. A locual don Quijote respondió, con mucho entono y gravedad:

-Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con unacondición y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso ypresentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de suvoluntad.

La temerosa y desconsolada señora, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedía, y sinpreguntar quién Dulcinea fuese, le prometió que el escudero haría todo aquello que de su parte lefuese mandado.

-Pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía bien merecido.

Capítulo X. De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno, y del peligro en que se vio con una turba de yangüeses

Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza, algo maltratado de los mozos de los frailes, yhabía estado atento a la batalla de su señor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servidode darle vitoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo habíaprometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvía a subir sobre Rocinante,llegó a tenerle el estribo; y antes que subiese se hincó de rodillas delante dél, y, asiéndole de lamano, se la besó y le dijo:

-Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en estarigurosa pendencia se ha ganado; que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberlagobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.

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A lo cual respondió don Quijote:

-Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas,sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos.Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sinomás adelante.

Agradecióselo mucho Sancho, y, besándole otra vez la mano y la falda de la loriga, le ayudó a subirsobre Rocinante; y él subió sobre su asno y comenzó a seguir a su señor, que, a paso tirado, sindespedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba. SeguíaleSancho a todo el trote de su jumento, pero caminaba tanto Rocinante que, viéndose quedar atrás, lefue forzoso dar voces a su amo que se aguardase. Hízolo así don Quijote, teniendo las riendas aRocinante hasta que llegase su cansado escudero, el cual, en llegando, le dijo:

-Paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia; que, según quedó maltrechoaquel con quien os combatistes, no será mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad y nosprendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel que nos ha de sudar el hopo.

-Calla -dijo don Quijote-. Y ¿dónde has visto tú, o leído jamás, que caballero andante haya sidopuesto ante la justicia, por más homicidios que hubiese cometido?

-Yo no sé nada de omecillos -respondió Sancho-, ni en mi vida le caté a ninguno; sólo sé que laSanta Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto.

-Pues no tengas pena, amigo -respondió don Quijote-, que yo te sacaré de las manos de los caldeos,cuanto más de las de la Hermandad. Pero dime, por tu vida: ¿has visto más valeroso caballero queyo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más bríoen acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?

-La verdad sea -respondió Sancho- que yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni sé leer niescrebir; mas lo que osaré apostar es que más atrevido amo que vuestra merced yo no le he servidoen todos los días de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho.Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre de esa oreja; que aquítraigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.

-Todo eso fuera bien escusado -respondió don Quijote- si a mí se me acordara de hacer una redomadel bálsamo de Fierabrás, que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas.

-¿Qué redoma y qué bálsamo es ése? -dijo Sancho Panza.

-Es un bálsamo -respondió don Quijote- de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hayque tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Y ansí, cuando yo le haga y te ledé, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por mediodel cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caídoen el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad quequedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo; luego me darás a beber solos dostragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana.

-Si eso hay -dijo Panza-, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otracosa, en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese

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estremado licor; que para mí tengo que valdrá la onza adondequiera más de a dos reales, y no hemenester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente. Pero es de saber agora si tienemucha costa el hacelle.

-Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres -respondió don Quijote.

-¡Pecador de mí! -replicó Sancho-. ¿Pues a qué aguarda vuestra merced a hacelle y a enseñármele?

-Calla, amigo -respondió don Quijote-, que mayores secretos pienso enseñarte y mayores mercedeshacerte; y, por agora, curémonos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera.

Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento. Mas, cuando don Quijote llegó a ver rota su celada,pensó perder el juicio, y, puesta la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo:

-Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los santos cuatro Evangelios, donde máslargamente están escritos, de hacer la vida que hizo el grande marqués de Mantua cuando juró devengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue de no comer pan a manteles, ni con su mujerfolgar, y otras cosas que, aunque dellas no me acuerdo, las doy aquí por expresadas, hasta tomarentera venganza del que tal desaguisado me fizo.

Oyendo esto Sancho, le dijo:

-Advierta vuestra merced, señor don Quijote, que si el caballero cumplió lo que se le dejó ordenadode irse a presentar ante mi señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido con lo que debía, y nomerece otra pena si no comete nuevo delito.

-Has hablado y apuntado muy bien -respondió don Quijote-; y así, anulo el juramento en cuanto loque toca a tomar dél nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo de hacer la vida que hedicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como ésta a algún caballero. Y nopienses, Sancho, que así a humo de pajas hago esto, que bien tengo a quien imitar en ello; que estomesmo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó a Sacripante.

-Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío –replicó Sancho-; que son muy endaño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia. Si no, dígame ahora: si acaso en muchos díasno topamos hombre armado con celada, ¿qué hemos de hacer? ¿Hase de cumplir el juramento, adespecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir vestido, y el no dormir enpoblado, y otras mil penitencias que contenía el juramento de aquel loco viejo del marqués deMantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien, que por todos estoscaminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no sólo no traen celadas, peroquizá no las han oído nombrar en todos los días de su vida.

-Engáñaste en eso -dijo don Quijote-, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas,cuando veamos más armados que los que vinieron sobre Albraca a la conquista de Angélica laBella.

-Alto, pues; sea ansí -dijo Sancho-, y a Dios prazga que nos suceda bien, y que se llegue ya eltiempo de ganar esta ínsula que tan cara me cuesta, y muérame yo luego.

-Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno; que, cuando faltare ínsula, ahí está elreino de Dinamarca o el de Soliadisa, que te vendrán como anillo al dedo; y más, que, por ser entierra firme, te debes más alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas

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alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde alojemos esta noche yhagamos el bálsamo que te he dicho; porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja.

-Aquí trayo una cebolla, y un poco de queso y no sé cuántos mendrugos de pan -dijo Sancho-, perono son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.

-¡Qué mal lo entiendes! -respondió don Quijote-. Hágote saber, Sancho, que es honra de loscaballeros andantes no comer en un mes; y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano;y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo; que, aunque han sido muchas,en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acasoy en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores. Y,aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteresnaturales, porque, en efeto, eran hombres como nosotros, hase de entender también que, andando lomás del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinariacomida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces. Así que, Sancho amigo, note congoje lo que amí me da gusto. Ni querrás tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andantede sus quicios.

-Perdóneme vuestra merced -dijo Sancho-; que, como yo no sé leer ni escrebir, como otra vez hedicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión caballeresca; y, de aquí adelante, yo proveerélas alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí lasproveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de más sustancia.

-No digo yo, Sancho -replicó don Quijote-, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otracosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser dellas, y de algunasyerbas que hallaban por los campos, que ellos conocían y yo también conozco.

-Virtud es -respondió Sancho- conocer esas yerbas; que, según yo me voy imaginando, algún díaserá menester usar de ese conocimiento.

Y, sacando, en esto, lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz y compaña. Pero, deseososde buscar donde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca comida.Subieron luego a caballo, y diéronse priesa por llegar a poblado antes que anocheciese; pero faltólesel sol, y la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto a unas chozas de unos cabreros, y así,determinaron de pasarla allí; que cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado, fue decontento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedíaera hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería.

Capítulo XI. De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros

Fue recogido de los cabreros con buen ánimo; y, habiendo Sancho, lo mejor que pudo, acomodado aRocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra quehirviendo al fuego en un caldero estaban; y, aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estabanen sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque los cabreros los quitarondel fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústicamesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse ala redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero congroseras ceremonias rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés lepusieron. Sentóse don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha decuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo:

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-Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería, y cuán a pique están los queen cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados delmundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas unamesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yobebiere; porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todaslas cosas iguala.

-¡Gran merced! -dijo Sancho-; pero sé decir a vuestra merced que, como yo tuviese bien de comer,tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, siva a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón, sin melindres ni respetos,aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio,beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas quela soledad y la libertad traen consigo. Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quieredarme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestramerced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que éstas, aunque lasdoy por bien recebidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.

-Con todo eso, te has de sentar; porque a quien se humilla, Dios le ensalza.

Y, asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase.

No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otracosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulabantasajo como el puño. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad debellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho deargamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno,ya vacío, como arcaduz de noria) que con facilidad vació un zaque de dos que estaban demanifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotasen la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:

-Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y noporque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquellaventurosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabrasde tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, paraalcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustasencinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentesy corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En lasquiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretasabejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo.Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas ylivianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, nomás que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todoconcordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañaspiadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértily espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían.Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, entrenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo quela honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora seusan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunashojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestascomo van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa

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les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, delmesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras paraencarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. Lajusticia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los delinterese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se habíasentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado.Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temorque la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto ypropria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque laoculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire,con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo surecogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, seinstituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas ysocorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quienagradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por leynatural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saberque sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a míposible, os agradezca la vuestra.

Toda esta larga arenga -que se pudiera muy bien escusar- dijo nuestro caballero porque las bellotasque le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento alos cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando.Sancho, asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque, que,porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un alcornoque.

Más tardó en hablar don Quijote que en acabarse la cena; al fin de la cual, uno de los cabreros dijo:

-Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero andante, que le agasajamoscon prompta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañeronuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, yque, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay más que desear.

Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel, y de allí apoco llegó el que le tañía, que era un mozo de hasta veinte y dos años, de muy buena gracia.Preguntáronle sus compañeros si había cenado, y, respondiendo que sí, el que había hecho losofrecimientos le dijo:

-De esa manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco, porque vea este señorhuésped que tenemos quien; también por los montes y selvas hay quien sepa de música. Hémosledicho tus buenas habilidades, y deseamos que las muestres y nos saques verdaderos; y así, te ruegopor tu vida que te sientes y cantes el romance de tus amores que te compuso el beneficiado tu tío,que en el pueblo ha parecido muy bien.

-Que me place -respondió el mozo.

Y, sin hacerse más de rogar, se sentó en el tronco de una desmochada encina, y, templando su rabel,de allí a poco, con muy buena gracia, comenzó a cantar, diciendo desta manera:

Antonio

-Yo sé, Olalla, que me adoras,

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puesto que no me lo has dichoni aun con los ojos siquiera,mudas lenguas de amoríos.Porque sé que eres sabida,en que me quieres me afirmo;que nunca fue desdichadoamor que fue conocido.Bien es verdad que tal vez,Olalla, me has dado indicioque tienes de bronce el almay el blanco pecho de risco.Mas allá entre tus reprochesy honestísimos desvíos,tal vez la esperanza muestrala orilla de su vestido.Abalánzase al señuelomi fe, que nunca ha podido,ni menguar por no llamado,ni crecer por escogido.Si el amor es cortesía,de la que tienes colijoque el fin de mis esperanzasha de ser cual imagino.Y si son servicios partede hacer un pecho benigno,algunos de los que he hechofortalecen mi partido.Porque si has mirado en ello,más de una vez habrás vistoque me he vestido en los luneslo que me honraba el domingo.Como el amor y la galaandan un mesmo camino,en todo tiempo a tus ojosquise mostrarme polido.Dejo el bailar por tu causa,ni las músicas te pintoque has escuchado a deshorasy al canto del gallo primo.No cuento las alabanzasque de tu belleza he dicho;que, aunque verdaderas, hacenser yo de algunas malquisto.Teresa del Berrocal,yo alabándote, me dijo:''Tal piensa que adora a un ángel,y viene a adorar a un jimio;merced a los muchos dijesy a los cabellos postizos,y a hipócritas hermosuras,que engañan al Amor mismo''.

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Desmentíla y enojóse;volvió por ella su primo:desafióme, y ya sabeslo que yo hice y él hizo.No te quiero yo a montón,ni te pretendo y te sirvopor lo de barraganía;que más bueno es mi designio.Coyundas tiene la Iglesiaque son lazadas de sirgo;pon tú el cuello en la gamella;verás como pongo el mío.Donde no, desde aquí juro,por el santo más bendito,de no salir destas sierrassino para capuchino.

Con esto dio el cabrero fin a su canto; y, aunque don Quijote le rogó que algo más cantase, no loconsintió Sancho Panza, porque estaba más para dormir que para oír canciones. Y ansí, dijo a suamo: -Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta noche, que eltrabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no permite que pasen las noches cantando. -Yate entiendo, Sancho -le respondió don Quijote-; que bien se me trasluce que las visitas del zaquepiden más recompensa de sueño que de música. -A todos nos sabe bien, bendito sea Dios -respondióSancho. -No lo niego -replicó don Quijote-, pero acomódate tú donde quisieres, que los de miprofesión mejor parecen velando que durmiendo. Pero, con todo esto, sería bien, Sancho, que mevuelvas a curar esta oreja, que me va doliendo más de lo que es menester. Hizo Sancho lo que se lemandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondríaremedio con que fácilmente se sanase. Y, tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allíhabía, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien,asegurándole que no había menester otra medicina; y así fue la verdad.

Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote

Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento, y dijo: -¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros? -¿Cómo lo podemos saber? -respondió uno dellos. -Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamadoGrisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hijade Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. -Por Marcela dirás -dijo uno. -Por ésa digo -respondió el cabrero-. Y es lo bueno, que mandó en su testamento que le enterrasenen el campo, como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque;porque, según es fama, y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Ytambién mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir, ni esbien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su amigoAmbrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltarnada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que sedice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren; y mañana le vienen aenterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a lomenos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar.

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-Todos haremos lo mesmo -respondieron los cabreros-; y echaremos suertes a quién ha de quedar aguardar las cabras de todos. -Bien dices, Pedro -dijo uno-; aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedarépor todos. Y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar elgarrancho que el otro día me pasó este pie. -Con todo eso, te lo agradecemos -respondió Pedro. Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora aquélla; a lo cual Pedrorespondió que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba enaquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cualeshabía vuelto a su lugar, con opinión de muy sabio y muy leído. -«Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan, allá en el cielo, elsol y la luna; porque puntualmente nos decía elcris del sol y de la luna.» -Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores -dijo don Quijote.Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:

-«Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.» -Estéril queréis decir, amigo -dijo don Quijote. -Estéril o estil -respondió Pedro-, todo se sale allá. «Y digo que con esto que decía se hicieron supadre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba,diciéndoles: ''Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; elque viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota''.» -Esa ciencia se llama astrología -dijo don Quijote. -No sé yo cómo se llama -replicó Pedro-, mas sé que todo esto sabía, y aún más. «Finalmente, nopasaron muchos meses, después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor,con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía; y juntamentese vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero enlos estudios. Olvidábaseme de decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componercoplas; tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para eldía de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por elcabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares,quedaron admirados, y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estrañamudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado enmucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado,mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor desoluto, y enverdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, ytenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje nohabía sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcelaque nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo.»Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza; quizá, y aun sin quizá, nohabréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna. -Decid Sarra -replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero. -Harto vive la sarna -respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cadapaso los vocablos, no acabaremos en un año. -Perdonad, amigo -dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; perovos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no osreplicaré más en nada. -«Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador aúnmás rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de lasmuchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujerque hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que del un

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cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creoque debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de lamuerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica,en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza,que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que lehabía de pasar la de la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie lamiraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados yperdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todoesto, la fama de su mucha hermosura se estendió de manera que, así por ella como por sus muchasriquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de losmejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a lasderechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlosin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de lamoza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo, enalabanza del buen sacerdote.» Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos detodo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de serdemasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente enlas aldeas. -Así es la verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buenPedro, le contáis con muy buena gracia. -La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demás sabréis que, aunque el tíoproponía a la sobrina y le decía las calidades de cada uno en particular, de los muchos que pormujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sinoque por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevarla carga del matrimonio. Con estas que daba, al parecer justas escusas, dejaba el tío de importunarla,y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decíaél, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Perohételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sinser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demászagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y, así como ella salió en público y suhermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos ylabradores han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno de loscuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y laadoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tanpoco o de ningúnrecogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de suhonestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos lasirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado algunapequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compañía yconversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle suintención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sícomo con un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ellaentrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan aservirla y a amarla, pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse; y así, nosaben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes,que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríadesresonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muylejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisacorteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela; y encima de alguna, una corona grabadaen el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece detoda la hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro; acullá se oyen amorosas

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canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al piede alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en suspensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, enmitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía susquejas al piadoso cielo. Y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y desenfadadamentetriunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar sualtivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar dehermosura tan estremada.» Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entenderque también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Yasí, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porqueGrisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse medialegua. -En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con lanarración de tan sabroso cuento.-¡Oh! -replicó el cabrero-, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela,mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora,bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puestoque es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente. SanchoPanza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó, por su parte, que su amo se entrasea dormir en la choza de Pedro. Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de suseñora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinantey su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.

Capítulo XIII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

Mas, apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente, cuando los cinco de los seiscabreros se levantaron y fueron a despertar a don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósitode ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otracosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual élhizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieronandado un cuarto de legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seispastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amargaadelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano. Venían con ellos, asimesmo, dosgentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie quelos acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron cortésmente, y, preguntándose los unos a losotros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y así, comenzaron acaminar todos juntos.Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo:-Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en vereste famoso entierro, que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contadoestrañezas, ansí del muerto pastor como de la pastora homicida.-Así me lo parece a mí -respondió Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro lahiciera a trueco de verle.Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijoque aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores, y que, por haberles visto en aqueltan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos selo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores demuchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, élcontó todo lo que Pedro a don Quijote había contado.

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Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a don Quijote qué era laocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondiódon Quijote:-La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera. El buen paso, elregalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y lasarmas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de loscuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos. Apenas le oyeron esto, cuando todos le tuvieronpor loco; y, por averiguarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldoque qué quería decir "caballeros andantes".-¿No han vuestras mercedes leído -respondió don Quijote- los anales e historias de Ingalaterra,donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romancecastellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de laGran Bretaña que este rey no murió, sino que, por arte de encantamento, se convirtió en cuervo, yque, andando los tiempos, ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro; a cuya causa no seprobará que desde aquel tiempo a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo deeste buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la TablaRedonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de don Lanzarote del Lagocon la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quintañona, dedonde nació aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra España, de:Nunca fuera caballerode damas tan bien servidocomo fuera Lanzarote

cuando de Bretaña vino; con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos.Pues desde entonces, de mano en mano, fue aquella orden de caballería estendiéndose y dilatándosepor muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos elvaliente Amadís de Gaula, con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación, y el valerosoFelixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestrosdías vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto,pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería; en la cual,como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mesmo que profesaron loscaballeros referidos profeso yo. Y así, me voy por estas soledades y despoblados buscando lasaventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerteme deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos. Por estas razones que dijo, acabaron deenterarse los caminantes que era don Quijote falto de juicio, y del género de locura que loseñoreaba, de lo cual recibieron la mesma admiración que recibían todos aquellos que de nuevovenían en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condición, porpasar sin pesadumbre el poco camino que decían que les faltaba, al llegar a la sierra del entierro,quiso darle ocasión a que pasase más adelante con sus disparates. Y así, le dijo:-Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechasprofesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha.-Tan estrecha bien podía ser -respondió nuestro don Quijote-, pero tan necesaria en el mundo noestoy en dos dedos de ponello en duda. Porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado quepone en ejecución lo que su capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. Quiero decirque los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados ycaballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos yfilos de nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de losinsufribles rayos del sol en verano y de los erizados yelos del invierno. Así que, somos ministros deDios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. Y, como las cosas de la guerra ylas a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanando ytrabajando, síguese que aquellos que la profesan tienen, sin duda, mayor trabajo que aquellos que en

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sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, nime pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerradoreligioso; sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que, sin duda, es más trabajoso y másaporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso; porque no hay duda sino que loscaballeros andantes pasados pasaron mucha malaventura en el discurso de su vida. Y si algunossubieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre yde su sudor; y que si a los que a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que losayudaran, que ellos quedaran bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus esperanzas.-De ese parecer estoy yo -replicó el caminante-; pero una cosa, entre otras muchas, me parece muymal de los caballeros andantes, y es que, cuando se ven en ocasión de acometer una grande ypeligrosa aventura, en que se vee manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante deacometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer enpeligros semejantes; antes, se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devoción como si ellasfueran su Dios: cosa que me parece que huele algo a gentilidad.-Señor -respondió don Quijote-, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso elcaballero andante que otra cosa hiciese; que ya está en uso y costumbre en la caballería andantescaque el caballero andante que, al acometer algún gran fecho de armas, tuviese su señoradelante,vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca yampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunaspalabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende; y desto tenemos innumerablesejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios;que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la obra.-Con todo eso -replicó el caminante-, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que setraban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, ya volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correrdellos, se vuelven a encontrar; y, en mitad de la corrida, se encomiendan a sus damas; y lo que suelesuceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrariode parte a parte, y al otro le viene también que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejarde venir al suelo. Y no sé yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso deesta tan acelerada obra. Mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a sudama las gastara en lo que debía y estaba obligado como cristiano. Cuanto más, que yo tengo paramí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos sonenamorados.-Eso no puede ser -respondió don Quijote-: digo que no puede ser que haya caballero andante sindama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas,y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por elmesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo, y queentró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador yladrón.-Con todo eso -dijo el caminante-, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor,hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse;y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.A lo cual respondió nuestro don Quijote:-Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba esecaballero muy bien enamorado; fuera que, aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecíanera condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bienque él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy amenudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.-Luego, si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado -dijo el caminante-, biense puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no seprecia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda

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esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama; que ella setendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero comovuestra merced parece.Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo:-Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólosé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; supatria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues esreina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos losimposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos sonoro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labioscorales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancuranieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso yentiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.-El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber -replicó Vivaldo.A lo cual respondió don Quijote:-No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos;ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia;Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón;Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portogal;pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generosoprincipio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuerecon las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:nadie las muevaque estar no pueda con Roldán a prueba.-Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo -respondió el caminante-, no le osaré yo poner conel del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no hallegado a mis oídos.-¡Como eso no habrá llegado! -replicó don Quijote.Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmoscabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Sólo SanchoPanza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocidodesde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso,porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca delToboso.En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajabanhasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, alo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas,cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo:-Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña esel lugar donde él mandó que le enterrasen. Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que yalos que venían habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos estabancavando la sepultura a un lado de una dura peña.Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los que con él venían sepusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido comopastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido derostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros ymuchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que esto miraban, como los que abrían la sepultura, ytodos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que almuerto trujeron dijo a otro:-Mirá bien, Ambrosio, si es éste el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmentese cumpla lo que dejó mandado en su testamento.

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-Éste es -respondió Ambrosio-; que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historiade su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano,y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, yallí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, de suerte que puso fin a latragedia de su miserable vida. Y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasenen las entrañas del eterno olvido.Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo:-Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien elcielo puso infinita parte de sus riquezas. Ése es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en elingenio, solo en la cortesía, estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, gravesin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundoen todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a unafiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, dequien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual diofin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lopudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que losentregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra.-De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos -dijo Vivaldo- que su mesmo dueño, pues no esjusto ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo razonablediscurso. Y no le tuviera bueno Augusto César si consintiera que se pusiera en ejecución lo que eldivino Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpode vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido; que si él ordenó como agraviado,no es bien que vos cumpláis como indiscreto. Antes haced, dando la vida a estos papeles, que latenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir,a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y losque aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistadvuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida; de la cual lamentablehistoria se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de laamistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que eldesvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y que eneste lugar había de ser enterrado; y así, de curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje, yacordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y, en pago destalástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, te rogamos, ¡oh discretoAmbrosio! (a lo menos, yo te lo suplico de mi parte), que, dejando de abrasar estos papeles, medejes llevar algunos dellos.Y, sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cercaestaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo:-Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar que dejaréde abrasar los que quedan es pensamiento vano.Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía portítulo: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo:-Ése es el último papel que escribió el desdichado; y, porque veáis, señor, en el término que letenían sus desventuras, leelde de modo que seáis oído; que bien os dará lugar a ello el que se tardareen abrir la sepultura.-Eso haré yo de muy buena gana -dijo Vivaldo.Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda; y él, leyendo envoz clara, vio que así decía:

Capítulo XIV. Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor,con otros no esperados sucesos

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Canción de Grisóstomo

Ya que quieres, cruel, que se publique,de lengua en lengua y de una en otra gente,del áspero rigor tuyo la fuerza,haré que el mesmo infierno comuniqueal triste pecho mío un son doliente,con que el uso común de mi voz tuerza.Y al par de mi deseo, que se esfuerzaa decir mi dolor y tus hazañas,de la espantable voz irá el acento,y en él mezcladas, por mayor tormento,pedazos de las míseras entrañas.Escucha, pues, y presta atento oído,no al concertado son, sino al rüidoque de lo hondo de mi amargo pecho,llevado de un forzoso desvarío,por gusto mío sale y tu despecho.

El rugir del león, del lobo fieroel temeroso aullido, el silbo horrendode escamosa serpiente, el espantablebaladro de algún monstruo, el agorerograznar de la corneja, y el estruendodel viento contrastado en mar instable;del ya vencido toro el implacablebramido, y de la viuda tortolillael sentible arrullar; el triste cantodel envidiado búho, con el llantode toda la infernal negra cuadrilla,salgan con la doliente ánima fuera,mezclados en un son, de tal maneraque se confundan los sentidos todos,pues la pena cruel que en mí se hallapara contalla pide nuevos modos.

De tanta confusión no las arenasdel padre Tajo oirán los tristes ecos,ni del famoso Betis las olivas:que allí se esparcirán mis duras penasen altos riscos y en profundos huecos,con muerta lengua y con palabras vivas;o ya en escuros valles, o en esquivasplayas, desnudas de contrato humano,o adonde el sol jamás mostró su lumbre,o entre la venenosa muchedumbrede fieras que alimenta el libio llano;que, puesto que en los páramos desiertoslos ecos roncos de mi mal, inciertos,suenen con tu rigor tan sin segundo,

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por privilegio de mis cortos hados,serán llevados por el ancho mundo.

Mata un desdén, atierra la paciencia,o verdadera o falsa, una sospecha;matan los celos con rigor más fuerte;desconcierta la vida larga ausencia;contra un temor de olvido no aprovechafirme esperanza de dichosa suerte.En todo hay cierta, inevitable muerte;mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivoceloso, ausente, desdeñado y ciertode las sospechas que me tienen muerto;y en el olvido en quien mi fuego avivo,y, entre tantos tormentos, nunca alcanzami vista a ver en sombra a la esperanza,ni yo, desesperado, la procuro;antes, por estremarme en mi querella,estar sin ella eternamente juro.

¿Puédese, por ventura, en un instanteesperar y temer, o es bien hacello,siendo las causas del temor más ciertas?¿Tengo, si el duro celo está delante,de cerrar estos ojos, si he de vellopor mil heridas en el alma abiertas?¿Quién no abrirá de par en par las puertasa la desconfianza, cuando miradescubierto el desdén, y las sospechas,¡oh amarga conversión!, verdades hechas,y la limpia verdad vuelta en mentira?¡Oh, en el reino de amor fieros tiranoscelos, ponedme un hierro en estas manos!Dame, desdén, una torcida soga.Mas, ¡ay de mí!, que, con cruel vitoria,vuestra memoria el sufrimiento ahoga.

Yo muero, en fin; y, porque nunca esperebuen suceso en la muerte ni en la vida,pertinaz estaré en mi fantasía.Diré que va acertado el que bien quiere,y que es más libre el alma más rendidaa la de amor antigua tiranía.Diré que la enemiga siempre míahermosa el alma como el cuerpo tiene,y que su olvido de mi culpa nace,y que, en fe de los males que nos hace,amor su imperio en justa paz mantiene.Y, con esta opinión y un duro lazo,acelerando el miserable plazoa que me han conducido sus desdenes,

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ofreceré a los vientos cuerpo y alma,sin lauro o palma de futuros bienes.

Tú, que con tantas sinrazones muestrasla razón que me fuerza a que la hagaa la cansada vida que aborrezco,pues ya ves que te da notorias muestrasesta del corazón profunda llaga,de cómo, alegre, a tu rigor me ofrezco,si, por dicha, conoces que merezcoque el cielo claro de tus bellos ojosen mi muerte se turbe, no lo hagas;que no quiero que en nada satisfagas,al darte de mi alma los despojos.Antes, con risa en la ocasión funesta,descubre que el fin mío fue tu fiesta;mas gran simpleza es avisarte desto,pues sé que está tu gloria conocidaen que mi vida llegue al fin tan presto.

Venga, que es tiempo ya, del hondo abismoTántalo con su sed; Sísifo vengacon el peso terrible de su canto;Ticio traya su buitre, y ansimismocon su rueda Egïón no se detenga,ni las hermanas que trabajan tanto;y todos juntos su mortal quebrantotrasladen en mi pecho, y en voz baja-si ya a un desesperado son debidas-canten obsequias tristes, doloridas,al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja.Y el portero infernal de los tres rostros,con otras mil quimeras y mil monstros,lleven el doloroso contrapunto;que otra pompa mejor no me pareceque la merece un amador difunto.

Canción desesperada, no te quejescuando mi triste compañía dejes;antes, pues que la causa do nacistecon mi desdicha augmenta su ventura,aun en la sepultura no estés triste.

Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyódijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad deMarcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuiciodel buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabíabien los más escondidos pensamientos de su amigo:-Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribióesta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver siusaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no

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le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y lassospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la famapregona de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un muchodesdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.-Así es la verdad -respondió Vivaldo.Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión-que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peñadonde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama suhermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y losque ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habíanvisto. Mas, apenas la hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo:-¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangrelas heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueleshazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de suabrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padreTarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que más gustas; que, por saber yo quelos pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, teobedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho –respondió Marcela-, sino a volverpor mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de lamuerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que noserá menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa,a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, queesté yo obligada a amaros.Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable;mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar aquien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feodigno de ser aborrecido, cae muy mal el decir ''Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque seafeo''. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales losdeseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad;que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas ydescaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos,infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y hade ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rindami voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si comoel cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no meamábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, talcual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece serculpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampocoyo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como elfuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca.La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe deparecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan yhermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intenciónde aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos.Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con losárboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espadapuesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseosse sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de

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ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hacecargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos,digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad desu intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase elfruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quisoporfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad delgolfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejorintención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido:¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespéreseaquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yoadmitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo niadmito.»El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar porelección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de suparticular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere deceloso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños nose han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosaperjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quiencruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni losbuscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impacienciay arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo milimpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que latenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo librecondición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicitoaquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destasaldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y side aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su moradaprimera.Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo máscerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de suhermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosaflecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, sin aprovecharse delmanifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí veníabien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño desu espada, en altas e inteligibles voces, dijo:-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela,so pena de caer en la furiosa indignación mía.Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en lamuerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de susamantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada detodos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intenciónvive.O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen conlo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que,acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sinmuchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que seacababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que había dedecir desta manera:

Yace aquí de un amadorel mísero cuerpo helado,

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que fue pastor de ganado,perdido por desamor.Murió a manos del rigorde una esquiva hermosa ingrata,con quien su imperio dilatala tiranía de su amor.

Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando todos el pésame a suamigo Ambrosio, se despidieron dél. Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compañero, y don Quijote sedespidió de sus huéspedes y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla,por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen másque en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced,y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellassierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buenadeterminación, no quisieron los caminantes importunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo,le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la historia deMarcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote. El cual determinó de ir a buscar a lapastora Marcela y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio. Mas no le avino como él pensaba,según se cuenta en el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte.

Tercera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

EL INGENIOSO CABALLERO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

SEGUNDA PARTE

TASA

Yo, Hernando de Vallejo, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de los que residen en suConsejo, doy fe que, habiéndose visto por los señores dél un libro que compuso Miguel deCervantes Saavedra, intitulado Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, que con licencia de SuMajestad fue impreso, le tasaron a cuatro maravedís cada pliego en papel, el cual tiene setenta y trespliegos, que al dicho respeto suma y monta docientos y noventa y dos maravedís, y mandaron queesta tasa se ponga al principio de cada volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda lo quepor él se ha de pedir y llevar, sin que se exceda en ello en manera alguna, como consta y parece porel auto y decreto original sobre ello dado, y que queda en mi poder, a que me refiero; y demandamiento de los dichos señores del Consejo y de pedimiento de la parte del dicho Miguel deCervantes, di esta fee en Madrid, a veinte y uno días del mes de octubre del mil y seiscientos yquince años.

Hernando de Vallejo.

FEE DE ERRATAS

Vi este libro intitulado Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel deCervantes Saavedra, y no hay en él cosa digna de notar que no corresponda a su original. Dada enMadrid, a veinte y uno de otubre, mil y seiscientos y quince.

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El licenciado Francisco Murcia de la Llana.

APROBACIÓN

Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he hecho ver el libro contenido en estememorial: no contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro de muchoentretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral; puédesele dar licencia para imprimirle.En Madrid, a cinco de noviembre de mil seiscientos y quince.

Doctor Gutierre de Cetina.

APROBACIÓN

Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he visto la Segunda parte de don Quijote de laMancha, por Miguel de Cervantes Saavedra: no contiene cosa contra nuestra santa fe católica, nibuenas costumbres, antes, muchas de honesta recreación y apacible divertimiento, que los antiguosjuzgaron convenientes a sus repúblicas, pues aun en la severa de los lacedemonios levantaronestatua a la risa, y los de Tesalia la dedicaron fiestas, como lo dice Pausanias, referido de Bosio,libro II De signis Ecclesiae, cap. 10, alentando ánimos marchitos y espíritus melancólicos, de que seacordó Tulio en el primero De legibus, y el poeta diciendo:

Interpone tuis interdum gaudia curis,

lo cual hace el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lofaceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprehensión, y cumpliendo con elacertado asunto en que pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buenadiligencia mañosamente alimpiando de su contagiosa dolencia a estos reinos, es obra muy digna desu grande ingenio, honra y lustre de nuestra nación, admiración y invidia de las estrañas. Éste es miparecer, salvo etc. En Madrid, a 17 de marzo de 1615.

El maestro Josef de Valdivielso.

APROBACIÓN

Por comisión del señor doctor Gutierre de Cetina, vicario general desta villa de Madrid, corte de SuMajestad, he visto este libro de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha,por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hallo en él cosa indigna de un cristiano celo, ni que disuenede la decencia debida a buen ejemplo, ni virtudes morales; antes, mucha erudición yaprovechamiento, así en la continencia de su bien seguido asunto para extirpar los vanos ymentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en lalisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razónaborrecido de hombres cuerdos; y en la correción de vicios que generalmente toca, ocasionado desus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprehensión cristiana, que aquel quefuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinasgustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo provechosode la detestación de su vicio, con que se hallará, que es lo más difícil de conseguirse, gustoso yreprehendido. Ha habido muchos que, por no haber sabido templar ni mezclar a propósito lo útil conlo dulce, han dado con todo su molesto trabajo en tierra, pues no pudiendo imitar a Diógenes en lofilósofo y docto, atrevida, por no decir licenciosa y desalumbradamente, le pretenden imitar en locínico, entregándose a maldicientes, inventando casos que no pasaron, para hacer capaz al vicio quetocan de su áspera reprehensión, y por ventura descubren caminos para seguirle, hasta entonces

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ignorados, con que vienen a quedar, si no reprehensores, a lo menos maestros dél. Hácense odiososa los bien entendidos, con el pueblo pierden el crédito, si alguno tuvieron, para admitir sus escritosy los vicios que arrojada e imprudentemente quisieren corregir en muy peor estado que antes, queno todas las postemas a un mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas o cauterios;antes, algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya aplicación, elatentado y docto médico consigue el fin de resolverlas, término que muchas veces es mejor que noel que se alcanza con el rigor del hierro. Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel deCervantes, así nuestra nación como las estrañas, pues como a milagro desean ver el autor de librosque con general aplauso, así por su decoro y decencia como por la suavidad y blandura de susdiscursos, han recebido España, Francia, Italia, Alemania y Flandes. Certifico con verdad que enveinte y cinco de febrero deste año de seiscientos y quince, habiendo ido el ilustrísimo señor donBernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, a pagar la visita que a SuIlustrísima hizo el embajador de Francia, que vino a tratar cosas tocantes a los casamientos de suspríncipes y los de España, muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando alembajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mí y a otroscapellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y,tocando acaso en éste que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes,cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, así en Francia como enlos reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoriala primera parte désta, y las Novelas. Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles queviesen el autor dellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos. Preguntáronme muypor menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo,soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: ''Pues, ¿a tal hombre no letiene España muy rico y sustentado del erario público?'' Acudió otro de aquellos caballeros con estepensamiento y con mucha agudeza, y dijo: ''Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Diosque nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo''.Bien creo que está, para censura, un poco larga; alguno dirá que toca los límites de lisonjero elogio;mas la verdad de lo que cortamente digo deshace en el crítico la sospecha y en mí el cuidado;además que el día de hoy no se lisonjea a quien no tiene con qué cebar el pico del adulador, que,aunque afectuosa y falsamente dice de burlas, pretende ser remunerado de veras. En Madrid, aveinte y siete de febrero de mil y seiscientos y quince.

El licenciado Márquez Torres.

PRIVILEGIO

Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue fecha relación que habíadescompuesto la Segunda parte de don Quijote de la Mancha, de la cual hacíades presentación, y, porser libro de historia agradable y honesta, y haberos costado mucho trabajo y estudio, nos suplicastesos mandásemos dar licencia para le poder imprimir y privilegio por veinte años, o como la nuestramerced fuese; lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hizo ladiligencia que la premática por nos sobre ello fecha dispone, fue acordado que debíamos mandardar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien. Por la cual vos damos licencia yfacultad para que, por tiempo y espacio de diez años, cumplidos primeros siguientes, que corran yse cuenten desde el día de la fecha de esta nuestra cédula en adelante, vos, o la persona que para ellovuestro poder hobiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender el dicho libro que desuso se hacemención; y por la presente damos licencia y facultad a cualquier impresor de nuestros reinos quenombráredes para que durante el dicho tiempo le pueda imprimir por el original que en el nuestroConsejo se vio, que va rubricado y firmado al fin de Hernando de Vallejo, nuestro escribano deCámara, y uno de los que en él residen, con que antes y primero que se venda lo traigáis ante ellos,juntamente con el dicho original, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, o traigáis

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fe en pública forma cómo, por corretor por nos nombrado, se vio y corrigió la dicha impresión porel dicho original, y más al dicho impresor que ansí imprimiere el dicho libro no imprima elprincipio y primer pliego dél, ni entregue más de un solo libro con el original al autor y persona acuya costa lo imprimiere, ni a otra alguna, para efecto de la dicha correción y tasa, hasta que antes yprimero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo, y estando hecho, y no deotra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, en el cual imediatamente ponga estanuestra licencia y la aprobación, tasa y erratas, ni lo podáis vender ni vendáis vos ni otra personaalguna, hasta que esté el dicho libro en la forma susodicha, so pena de caer e incurrir en las penascontenidas en la dicha premática y leyes de nuestros reinos que sobre ello disponen; y más, quedurante el dicho tiempo persona alguna sin vuestra licencia no le pueda imprimir ni vender, so penaque el que lo imprimiere y vendiere hayaperdido y pierda cualesquiera libros, moldes y aparejos que dél tuviere, y más incurra en pena decincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere, de la cual dicha pena sea la terciaparte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia partepar el que lo denunciare; y más a los del nuestro Consejo, presidentes, oidores de las nuestrasAudiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa y Corte y Chancillerías, y a otras cualesquierajusticias de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, y a cada uno en sujuridición, ansí a los que agora son como a los que serán de aquí adelante, que vos guarden ycumplan esta nuestra cédula y merced, que ansí vos hacemos, y contra ella no vayan ni pasen enmanera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Dadaen Madrid, a treinta días del mes de marzo de mil y seiscientos y quince años.

YO, EL REY.

Por mandado del Rey nuestro señor:

Pedro de Contreras.

PRÓLOGO AL LECTOR

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo,este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote;digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad queno te he dar este contento; que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildespechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, delmentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan selo coma y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco,como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mimanquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglospasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos dequien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; queel soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, quesi ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquellafacción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldadomuestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al dedesear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con elentendimiento, el cual suele mejorarse con los años.

He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me describa qué cosa sea lainvidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bienintencionada; y, siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si

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tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo,engañóse de todo en todo: que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua yvirtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricasque ejemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo.

Paréceme que me dices que ando muy limitado y que me contengo mucho en los términos de mimodestia, sabiendo que no se ha añadir aflición al afligido, y que la que debe de tener este señor sinduda es grande, pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre,fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad. Si, por ventura, llegaresa conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado: que bien sé lo que son tentaciones deldemonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puedecomponer y imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama;y, para confirmación desto, quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento:

«Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo. Yfue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y, en cogiendo algún perro en la calle, o encualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejorpodía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota; y, enteniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba, diciendo a loscircunstantes, que siempre eran muchos: ''¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajohinchar un perro?''»

¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?

Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro:

«Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo delosa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto,y a plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro, y, dando ladridos y aullidos, noparaba en tres calles. Sucedió, pues, que, entre los perros que descargó la carga, fue uno un perro deun bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito elmolido perro, violo y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco y no le dejó huesosano; y cada palo que le daba decía: ''Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que erapodenco mi perro?'' Y, repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho unaalheña. Escarmentó el loco y retiróse, y en más de un mes no salió a la plaza; al cabo del cualtiempo, volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y, mirándolemuy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la piedra, decía: ''Este es podenco:¡guarda!'' En efeto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos, o gozques, decía que eranpodencos; y así, no soltó más el canto.»

Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador: que no se atreverá a soltar más la presa desu ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas.

Dile también que de la amenaza que me hace, que me ha de quitar la ganancia con su libro, no seme da un ardite, que, acomodándome al entremés famoso de La Perendenga, le respondo que meviva el Veinte y cuatro, mi señor, y Cristo con todos. Viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandady liberalidad, bien conocida, contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie, y vívamela suma caridad del ilustrísimo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no hayaemprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las Coplas deMingo Revulgo. Estos dos príncipes, sin que los solicite adulación mía ni otro género de aplauso,por sola su bondad, han tomado a su cargo el hacerme merced y favorecerme; en lo que me tengo

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por más dichoso y más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su cumbre.La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso; la pobreza puede anublar a la nobleza, pero noescurecerla del todo; pero, como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes yresquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus, y, por elconsiguiente, favorecida. Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte queconsideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y delmesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y, finalmente, muerto ysepultado, porque ninguno seatreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta también que un hombrehonrado haya dado noticia destas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que laabundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de lasmalas, se estima en algo. Olvídaseme de decirte que esperes el Persiles, que ya estoy acabando, y lasegunda parte de Galatea.

DEDICATORIA

AL CONDE DE LEMOS

Enviando a Vuestra Excelencia los días pasados mis comedias, antes impresas que representadas, sibien me acuerdo, dije que don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir a besar las manos aVuestra Excelencia; y ahora digo que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega,me parece que habré hecho algún servicio a Vuestra Excelencia, porque es mucha la priesa que deinfinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago y la náusea que ha causado otro donQuijote, que, con nombre de segunda parte, se ha disfrazado y corrido por el orbe; y el que más hamostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mesque me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se leenviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libroque se leyese fuese el de la historia de don Quijote. Juntamente con esto, me decía que fuese yo aser el rector del tal colegio.

Preguntéle al portador si Su Majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondiómeque ni por pensamiento. ''Pues, hermano -le respondí yo-, vos os podéis volver a vuestra China a lasdiez, o a las veinte, o a las que venís despachado, porque yo no estoy con salud para ponerme en tanlargo viaje; además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, ymonarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos decolegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear''.

Con esto le despedí, y con esto me despido, ofreciendo a Vuestra Excelencia los Trabajos dePersiles y Sigismunda, libro a quien daré fin dentro de cuatro meses, Deo volente; el cual ha de sero el más malo o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los deentretenimiento; y digo que me arrepiento de haber dicho el más malo, porque, según la opinión demis amigos, ha de llegar al estremo de bondad posible.

Venga Vuestra Excelencia con la salud que es deseado; que ya estará Persiles para besarle lasmanos, y yo los pies, como criado que soy de Vuestra Excelencia. De Madrid, último de otubre demil seiscientos y quince.

Criado de Vuestra Excelencia,

Miguel de Cervantes Saavedra.

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Capítulo I. De lo que el cura y el barbero pasaron con don Quijotecerca de su enfermedad

Cuenta Cide Hamete Benengeli, en la segunda parte desta historia y tercera salida de don Quijote,que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memorialas cosas pasadas; pero no por esto dejaron de visitar a su sobrina y a su ama, encargándolastuviesen cuenta con regalarle, dándole a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y elcelebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura. Las cuales dijeron que así lohacían, y lo harían, con la voluntad y cuidado posible, porque echaban de ver que su señor pormomentos iba dando muestras de estar en su entero juicio; de lo cual recibieron los dos grancontento, por parecerles que habían acertado en haberle traído encantado en el carro de los bueyes,como se contó en la primera parte desta tan grande como puntual historia, en su último capítulo. Yasí, determinaron de visitarle y hacer esperiencia de su mejoría, aunque tenían casi por imposibleque la tuviese, y acordaron de no tocarle en ningún punto de la andante caballería, por no ponerse apeligro de descoser los de la herida, que tan tiernos estaban.

Visitáronle, en fin, y halláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde, con unbonete colorado toledano; y estaba tan seco y amojamado, que no parecía sino hecho de carnemomia. Fueron dél muy bien recebidos, preguntáronle por su salud, y él dio cuenta de sí y de ellacon mucho juicio y con muy elegantes palabras; y en el discurso de su plática vinieron a tratar enesto que llaman razón de estado y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquél,reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador,un Licurgo moderno o un Solón flamante; y de tal manera renovaron la república, que no pareciósino que la habían puesto en una fragua, y sacado otra de la que pusieron; y habló don Quijote contanta discreción en todas las materias que se tocaron, que los dos esaminadores creyeronindubitadamente que estaba del todo bueno y en su entero juicio.

Halláronse presentes a la plática la sobrina y ama, y no se hartaban de dar gracias a Dios de ver a suseñor con tan buen entendimiento; pero el cura, mudando el propósito primero, que era de notocarle en cosa de caballerías, quiso hacer de todo en todo esperiencia si la sanidad de don Quijoteera falsa o verdadera, y así, de lance en lance, vino a contar algunas nuevas que habían venido de lacorte; y, entre otras, dijo que se tenía por cierto que el Turco bajaba con una poderosa armada, y queno se sabía su designio, ni adónde había de descargar tan gran nublado; y, con este temor, con quecasi cada año nos toca arma, estaba puesta en ella toda la cristiandad, y Su Majestad había hechoproveer las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta. A esto respondió don Quijote:

-Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer sus estados con tiempo, porque nole halle desapercebido el enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de unaprevención, de la cual Su Majestad la hora de agora debe estar muy ajeno de pensar en ella.

Apenas oyó esto el cura, cuando dijo entre sí:

-¡Dios te tenga de su mano, pobre don Quijote: que me parece que te despeñas de la alta cumbre detu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad!

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Mas el barbero, que ya había dado en el mesmo pensamiento que el cura, preguntó a don Quijotecuál era la advertencia de la prevención que decía era bien se hiciese; quizá podría ser tal, que sepusiese en la lista de los muchos advertimientos impertinentes que se suelen dar a los príncipes.

-El mío, señor rapador -dijo don Quijote-, no será impertinente, sino perteneciente.

-No lo digo por tanto -replicó el barbero-, sino porque tiene mostrado la esperiencia que todos o losmás arbitrios que se dan a Su Majestad, o son imposibles, o disparatados, o en daño del rey o delreino.

-Pues el mío -respondió don Quijote- ni es imposible ni disparatado, sino el más fácil, el más justo yel más mañero y breve que puede caber en pensamiento de arbitrante alguno.

-Ya tarda en decirle vuestra merced, señor don Quijote -dijo el cura.

-No querría -dijo don Quijote- que le dijese yo aquí agora, y amaneciese mañana en los oídos de losseñores consejeros, y se llevase otro las gracias y el premio de mi trabajo.

-Por mí -dijo el barbero-, doy la palabra, para aquí y para delante de Dios, de no decir lo que vuestramerced dijere a rey ni a roque, ni a hombre terrenal, juramento que aprendí del romance del curaque en el prefacio avisó al rey del ladrón que le había robado las cien doblas y la su mula laandariega.

-No sé historias -dijo don Quijote-, pero sé que es bueno ese juramento, en fee de que sé que eshombre de bien el señor barbero.

-Cuando no lo fuera -dijo el cura-, yo le abono y salgo por él, que en este caso no hablará más queun mudo, so pena de pagar lo juzgado y sentenciado.

-Y a vuestra merced, ¿quién le fía, señor cura? -dijo don Quijote.

-Mi profesión -respondió el cura-, que es de guardar secreto.

-¡Cuerpo de tal! -dijo a esta sazón don Quijote-. ¿Hay más, sino mandar Su Majestad por públicopregón que se junten en la corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan porEspaña; que, aunque no viniesen sino media docena, tal podría venir entre ellos, que solo bastase adestruir toda la potestad del Turco? Esténme vuestras mercedes atentos, y vayan conmigo. ¿Porventura es cosa nueva deshacer un solo caballero andante un ejército de docientos mil hombres,como si todos juntos tuvieran una sola garganta, o fueran hechos de alfenique? Si no, díganme:¿cuántas historias están llenas destas maravillas? ¡Había, en hora mala para mí, que no quiero decirpara otro, de vivir hoy el famoso don Belianís, o alguno de los del inumerable linaje de Amadís deGaula; que si alguno déstos hoy viviera y con el Turco se afrontara, a fee que no le arrendara laganancia! Pero Dios mirará por su pueblo, y deparará alguno que, si no tan bravo como los pasadosandantes caballeros, a lo menos no les será inferior en el ánimo; y Dios me entiende, y no digo más.

-¡Ay! -dijo a este punto la sobrina-; ¡que me maten si no quiere mi señor volver a ser caballeroandante!

A lo que dijo don Quijote:

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-Caballero andante he de morir, y baje o suba el Turco cuando él quisiere y cuan poderosamentepudiere; que otra vez digo que Dios me entiende.

A esta sazón dijo el barbero:

-Suplico a vuestras mercedes que se me dé licencia para contar un cuento breve que sucedió enSevilla, que, por venir aquí como de molde, me da gana de contarle.

Dio la licencia don Quijote, y el cura y los demás le prestaron atención, y él comenzó desta manera:

-«En la casa de los locos de Sevilla estaba un hombre a quien sus parientes habían puesto allí porfalto de juicio. Era graduado en cánones por Osuna, pero, aunque lo fuera por Salamanca, segúnopinión de muchos, no dejara de ser loco. Este tal graduado, al cabo de algunos años derecogimiento, se dio a entender que estaba cuerdo y en su entero juicio, y con esta imaginaciónescribió al arzobispo, suplicándole encarecidamente y con muy concertadas razones le mandasesacar de aquella miseria en que vivía, pues por la misericordia de Dios había ya cobrado el juicioperdido; pero que sus parientes, por gozar de la parte de su hacienda, le tenían allí, y, a pesar de laverdad, querían que fuese loco hasta la muerte.

»El arzobispo, persuadido de muchos billetes concertados y discretos, mandó a un capellán suyo seinformase del retor de la casa si era verdad lo que aquel licenciado le escribía, y que asimesmohablase con el loco, y que si le pareciese que tenía juicio, le sacase y pusiese en libertad. Hízolo asíel capellán, y el retor le dijo que aquel hombre aún se estaba loco: que, puesto que hablaba muchasveces como persona de grande entendimiento, al cabo disparaba con tantas necedades, que enmuchas y en grandes igualaban a sus primeras discreciones, como se podía hacer la esperienciahablándole. Quiso hacerla el capellán, y, poniéndole con el loco, habló con él una hora y más, y entodo aquel tiempo jamás el loco dijo razón torcida ni disparatada; antes, habló tan atentadamente,que el capellán fue forzado a creer que el loco estaba cuerdo; y entre otras cosas que el loco le dijofue que el retor le tenía ojeriza, por no perder los regalos que sus parientes le hacían porque dijeseque aún estaba loco, y con lúcidos intervalos; y que el mayor contrario que en su desgracia tenía erasu mucha hacienda, pues, por gozar della sus enemigos, ponían dolo y dudaban de la merced queNuestro Señor le había hecho en volverle de bestia en hombre. Finalmente, él habló de manera quehizo sospechoso al retor, codiciosos y desalmados a sus parientes, y a él tan discreto que el capellánse determinó a llevársele consigo a que el arzobispo le viese y tocase con la mano la verdad deaquel negocio.

»Con esta buena fee, el buen capellán pidió al retor mandase dar los vestidos con que allí habíaentrado el licenciado; volvió a decir el retor que mirase lo que hacía, porque, sin duda alguna, ellicenciado aún se estaba loco. No sirvieron de nada para con el capellán las prevenciones yadvertimientos del retor para que dejase de llevarle; obedeció el retor, viendo ser orden delarzobispo; pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes, y, como él se vio vestidode cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellán que por caridad le diese licencia para ir adespedirse de sus compañeros los locos. El capellán dijo que él le quería acompañar y ver los locosque en la casa había. Subieron, en efeto, y con ellos algunos que se hallaron presentes; y, llegado ellicenciado a una jaula adonde estaba un loco furioso, aunque entonces sosegado y quieto, le dijo:''Hermano mío, mire si me manda algo, que me voy a mi casa; que ya Dios ha sido servido, por suinfinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo, de volverme mi juicio: ya estoy sano y cuerdo; queacerca del poder de Dios ninguna cosa es imposible. Tenga grande esperanza y confianza en Él,que, pues a mí me ha vuelto a mi primero estado, también le volverá a él si en Él confía. Yo tendrécuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en todo caso, que le hago saber queimagino, como quien ha pasado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los

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estómagos vacíos y los celebros llenos de aire. Esfuércese, esfuércese, que el descaecimiento en losinfortunios apoca la salud y acarrea la muerte''.

»Todas estas razones del licenciado escuchó otro loco que estaba en otra jaula, frontero de la delfurioso, y, levantándose de una estera vieja donde estaba echado y desnudo en cueros, preguntó agrandes voces quién era el que se iba sano y cuerdo. El licenciado respondió: ''Yo soy, hermano, elque me voy; que ya no tengo necesidad de estar más aquí, por lo que doy infinitas gracias a loscielos, que tan grande merced me han hecho''. ''Mirad lo que decís, licenciado, no os engañe eldiablo -replicó el loco-; sosegad el pie, y estaos quedito en vuestra casa, y ahorraréis la vuelta''. ''Yosé que estoy bueno -replicó el licenciado-, y no habrá para qué tornar a andar estaciones''. ''¿Vosbueno? -dijo el loco-: agora bien, ello dirá; andad con Dios, pero yo os voto a Júpiter, cuya majestadyo represento en la tierra, que por solo este pecado que hoy comete Sevilla, en sacaros desta casa yen teneros por cuerdo, tengo de hacer un tal castigo en ella, que quede memoria dél por todos lossiglos del los siglos, amén. ¿No sabes tú, licenciadillo menguado, que lo podré hacer, pues, comodigo, soy Júpiter Tonante, que tengo en mis manos los rayos abrasadores con que puedoy suelo amenazar y destruir el mundo? Pero con sola una cosa quiero castigar a este ignorantepueblo, y es con no llover en él ni en todo su distrito y contorno por tres enteros años, que se han decontar desde el día y punto en que ha sido hecha esta amenaza en adelante. ¿Tú libre, tú sano, túcuerdo, y yo loco, y yo enfermo, y yo atado...? Así pienso llover como pensar ahorcarme''.

»A las voces y a las razones del loco estuvieron los circustantes atentos, pero nuestro licenciado,volviéndose a nuestro capellán y asiéndole de las manos, le dijo: ''No tenga vuestra merced pena,señor mío, ni haga caso de lo que este loco ha dicho, que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, quesoy Neptuno, el padre y el dios de las aguas, lloveré todas las veces que se me antojare y fueremenester''. A lo que respondió el capellán: ''Con todo eso, señor Neptuno, no será bien enojar alseñor Júpiter: vuestra merced se quede en su casa, que otro día, cuando haya más comodidad y másespacio, volveremos por vuestra merced''. Rióse el retor y los presentes, por cuya risa se mediocorrió el capellán; desnudaron al licenciado, quedóse en casa y acabóse el cuento.»

-Pues, ¿éste es el cuento, señor barbero -dijo don Quijote-, que, por venir aquí como de molde, nopodía dejar de contarle? ¡Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no vee por telade cedazo! Y ¿es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen deingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempreodiosas y mal recebidas? Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el dios de las aguas, ni procuro quenadie me tenga por discreto no lo siendo; sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error enque está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería.Pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron lasedades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa delos reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de lossoberbios y el premio de los humildes. Los más de los caballeros que agora se usan, antes les crujenlos damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya nohay caballero que duerma en los campos, sujeto al rigor del cielo, armado de todas armas desde lospies a la cabeza; y ya no hay quien, sin sacar los pies de losestribos, arrimado a su lanza, sólo procure descabezar, como dicen, el sueño, como lo hacían loscaballeros andantes. Ya no hay ninguno que, saliendo deste bosque, entre en aquella montaña, y deallí pise una estéril y desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y, hallando en ellay en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón searroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya lebajan al abismo; y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se hallatres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y, saltando en tierra remota y noconocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces. Mas agora,

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ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de lavalentía y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edadesdel oro y en los andantes caballeros. Si no, díganme: ¿quién más honesto y más valiente que elfamoso Amadís de Gaula?; ¿quién más discreto que Palmerín de Inglaterra?; ¿quién másacomodado y manual que Tirante el Blanco?; ¿quién más galán que Lisuarte de Grecia?; ¿quiénmás acuchillado ni acuchillador que don Belianís?; ¿quién más intrépido que Perión de Gaula, oquién más acometedor de peligros que Felixmarte de Hircania, o quién más sincero queEsplandián?; ¿quién mas arrojado que don Cirongilio de Tracia?; ¿quién más bravo queRodamonte?; ¿quién más prudente que el rey Sobrino?; ¿quién más atrevido que Reinaldos?; ¿quiénmás invencible que Roldán?; y ¿quién más gallardo y más cortés que Rugero, de quien deciendenhoy los duques de Ferrara, según Turpín en su Cosmografía? Todos estos caballeros, y otrosmuchos que pudiera decir, señor cura, fueron caballeros andantes, luz y gloria de la caballería.Déstos, o tales como éstos, quisiera yo que fueran los de mi arbitrio, que, a serlo, Su Majestad sehallara bien servido y ahorrara de mucho gasto, y el Turco se quedara pelando las barbas, y conesto, no quiero quedar en mi casa, pues no me saca el capellán della; y si su Júpiter, como ha dichoel barbero, no lloviere, aquí estoy yo, que lloveré cuando se me antojare. Digo esto porque sepa elseñor Bacía que le entiendo.

-En verdad, señor don Quijote -dijo el barbero-, que no lo dije por tanto, y así me ayude Dios comofue buena mi intención, y que no debe vuestra merced sentirse.

-Si puedo sentirme o no -respondió don Quijote-, yo me lo sé.

A esto dijo el cura:

-Aun bien que yo casi no he hablado palabra hasta ahora, y no quisiera quedar con un escrúpulo queme roe y escarba la conciencia, nacido de lo que aquí el señor don Quijote ha dicho.

-Para otras cosas más -respondió don Quijote- tiene licencia el señor cura; y así, puede decir suescrúpulo, porque no es de gusto andar con la conciencia escrupulosa.

-Pues con ese beneplácito -respondió el cura-, digo que mi escrúpulo es que no me puedo persuadiren ninguna manera a que toda la caterva de caballeros andantes que vuestra merced, señor donQuijote, ha referido, hayan sido real y verdaderamente personas de carne y hueso en el mundo;antes, imagino que todo es ficción, fábula y mentira, y sueños contados por hombres despiertos, o,por mejor decir, medio dormidos.

-Ése es otro error -respondió don Quijote- en que han caído muchos, que no creen que haya habidotales caballeros en el mundo; y yo muchas veces, con diversas gentes y ocasiones, he procuradosacar a la luz de la verdad este casi común engaño; pero algunas veces no he salido con miintención, y otras sí, sustentándola sobre los hombros de la verdad; la cual verdad es tan cierta, queestoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula, que era un hombre alto de cuerpo,blanco de rostro, bien puesto de barba, aunque negra, de vista entre blanda y rigurosa, corto derazones, tardo en airarse y presto en deponer la ira; y del modo que he delineado a Amadís pudiera,a mi parecer, pintar y descubrir todos cuantos caballeros andantes andan en las historias en el orbe,que, por la aprehensión que tengo de que fueron como sus historias cuentan, y por las hazañas quehicieron y condiciones que tuvieron, se pueden sacar por buena filosofía sus faciones, sus colores yestaturas.

-¿Que tan grande le parece a vuestra merced, mi señor don Quijote –preguntó el barbero-, debía deser el gigante Morgante?

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-En esto de gigantes -respondió don Quijote- hay diferentes opiniones, si los ha habido o no en elmundo; pero la Santa Escritura, que no puede faltar un átomo en la verdad, nos muestra que loshubo, contándonos la historia de aquel filisteazo de Golías, que tenía siete codos y medio de altura,que es una desmesurada grandeza. También en la isla de Sicilia se han hallado canillas y espaldastan grandes, que su grandeza manifiesta que fueron gigantes sus dueños, y tan grandes comograndes torres; que la geometría saca esta verdad de duda. Pero, con todo esto, no sabré decir concertidumbre qué tamaño tuviese Morgante, aunque imagino que no debió de ser muy alto; ymuéveme a ser deste parecer hallar en la historia donde se hace mención particular de sus hazañasque muchas veces dormía debajo de techado; y, pues hallaba casa donde cupiese, claro está que noera desmesurada su grandeza.

-Así es -dijo el cura.

El cual, gustando de oírle decir tan grandes disparates, le preguntó que qué sentía acerca de losrostros de Reinaldos de Montalbán y de don Roldán, y de los demás Doce Pares de Francia, puestodos habían sido caballeros andantes.

-De Reinaldos -respondió don Quijote- me atrevo a decir que era ancho de rostro, de color bermejo,los ojos bailadores y algo saltados, puntoso y colérico en demasía, amigo de ladrones y de genteperdida. De Roldán, o Rotolando, o Orlando, que con todos estos nombres le nombran las historias,soy de parecer y me afirmo que fue de mediana estatura, ancho de espaldas, algo estevado, morenode rostro y barbitaheño, velloso en el cuerpo y de vista amenazadora; corto de razones, pero muycomedido y bien criado.

-Si no fue Roldán más gentilhombre que vuestra merced ha dicho -replicó el cura-, no fue maravillaque la señora Angélica la Bella le desdeñase y dejase por la gala, brío y donaire que debía de tenerel morillo barbiponiente a quien ella se entregó; y anduvo discreta de adamar antes la blandura deMedoro que la aspereza de Roldán.

-Esa Angélica -respondió don Quijote-, señor cura, fue una doncella destraída, andariega y algoantojadiza, y tan lleno dejó el mundo de sus impertinencias como de la fama de su hermosura:despreció mil señores, mil valientes y mil discretos, y contentóse con un pajecillo barbilucio, sinotra hacienda ni nombre que el que le pudo dar de agradecido la amistad que guardó a su amigo. Elgran cantor de su belleza, el famoso Ariosto, por no atreverse, o por no querer cantar lo que a estaseñora le sucedió después de su ruin entrego, que no debieron ser cosas demasiadamente honestas,la dejó donde dijo:

Y como del Catay recibió el cetro, quizá otro cantará con mejor plectro.

Y, sin duda, que esto fue como profecía; que los poetas también se llaman vates, que quiere deciradivinos. Véese esta verdad clara, porque, después acá, un famoso poeta andaluz lloró y cantó suslágrimas, y otro famoso y único poeta castellano cantó su hermosura.

-Dígame, señor don Quijote -dijo a esta sazón el barbero-, ¿no ha habido algún poeta que hayahecho alguna sátira a esa señora Angélica, entre tantos como la han alabado?

-Bien creo yo -respondió don Quijote- que si Sacripante o Roldán fueran poetas, que ya mehubieran jabonado a la doncella; porque es propio y natural de los poetas desdeñados y noadmitidos de sus damas fingidas –o fingidas, en efeto, de aquéllos a quien ellos escogieron porseñoras de sus pensamientos-, vengarse con sátiras y libelos (venganza, por cierto, indigna de

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pechos generosos), pero hasta agora no ha llegado a mi noticia ningún verso infamatorio contra laseñora Angélica, que trujo revuelto el mundo.

-¡Milagro! -dijo el cura.

Y, en esto, oyeron que la ama y la sobrina, que ya habían dejado la conversación, daban grandesvoces en el patio, y acudieron todos al ruido.

Capítulo LIV. Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna

Resolviéronse el duque y la duquesa de que el desafío que don Quijote hizo a su vasallo, por lacausa ya referida, pasase adelante; y, puesto que el mozo estaba en Flandes, adonde se había idohuyendo, por no tener por suegra a doña Rodríguez, ordenaron de poner en su lugar a un lacayogascón, que se llamaba Tosilos, industriándole primero muy bien de todo lo que había de hacer.

De allí a dos días dijo el duque a don Quijote como desde allí a cuatro vendría su contrario, y sepresentaría en el campo, armado como caballero, y sustentaría como la doncella mentía por mitadde la barba, y aun por toda la barba entera, si se afirmaba que él le hubiese dado palabra decasamiento. Don Quijote recibió mucho gusto con las tales nuevas, y se prometió a sí mismo dehacer maravillas en el caso, y tuvo a gran ventura habérsele ofrecido ocasión donde aquellosseñores pudiesen ver hasta dónde se estendía el valor de su poderoso brazo; y así, con alborozo ycontento, esperaba los cuatro días, que se le iban haciendo, a la cuenta de su deseo, cuatrocientossiglos.

Dejémoslos pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos a acompañar a Sancho, queentre alegre y triste venía caminando sobre el rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradabamás que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo.

Sucedió, pues, que, no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno -que él nunca sepuso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba-, vio que por el camino pordonde él iba venían seis peregrinos con sus bordones, de estos estranjeros que piden la limosnacantando, los cuales, en llegando a él, se pusieron en ala, y, levantando las voces todos juntos,comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, si no fue una palabra queclaramente pronunciaba limosna, por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; ycomo él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y medioqueso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles.Ellos lo recibieron de muy buena gana, y dijeron:

-¡Guelte! ¡Guelte!

-No entiendo -respondió Sancho- qué es lo que me pedís, buena gente.

Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que lepedían dineros; y él, poniéndose el dedo pulgar en la garganta y estendiendo la mano arriba, les dioa entender que no tenía ostugo de moneda, y, picando al rucio, rompió por ellos; y, al pasar,habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él, echándole los brazos porla cintura; en voz alta y muy castellana, dijo:

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-¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis brazos al mi caro amigo, al mibuen vecino Sancho Panza? Sí tengo, sin duda, porque yo ni duermo, ni estoy ahora borracho.

Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre y de verse abrazar del estranjero peregrino, y,después de haberle estado mirando sin hablar palabra, con mucha atención, nunca pudo conocerle;pero, viendo su suspensión el peregrino, le dijo:

-¿Cómo, y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco,tendero de tu lugar?

Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y , finalmente, le vino aconocer de todo punto, y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello, y le dijo:

-¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime: ¿quién teha hecho franchote, y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocentendrás harta mala ventura?

-Si tú no me descubres, Sancho -respondió el peregrino-, seguro estoy que en este traje no habránadie que me conozca; y apartémonos del camino a aquella alameda que allí parece, donde quierencomer y reposar mis compañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente. Yo tendrélugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer elbando de Su Majestad, que con tanto rigor a los desdichados de mi nación amenazaba, según oíste.

Hízolo así Sancho, y, hablando Ricote a los demás peregrinos, se apartaron a la alameda que separecía, bien desviados del camino real. Arrojaron los bordones, quitáronse las mucetas o esclavinasy quedaron en pelota, y todos ellos eran mozos y muy gentileshombres, excepto Ricote, que ya erahombre entrado en años. Todos traían alforjas, y todas, según pareció, venían bien proveídas, a lomenos, de cosas incitativas y que llaman a la sed de dos leguas.

Tendiéronse en el suelo, y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos,nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el serchupados. Pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial, y es hecho de huevosde pescados, gran despertador de la colambre. No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adoboalguno, pero sabrosas y entretenidas. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueronseis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se habíatransformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir conlas cinco.

Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy de espacio, saboreándose con cada bocado, quele tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa, y luego, al punto, todos a una,levantaron los brazos y las botas en el aire; puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en elcielo, no parecía sino que ponían en él la puntería; y desta manera, meneando las cabezas a un ladoy a otro, señales que acreditaban el gusto que recebían, se estuvieron un buen espacio, trasegandoen sus estómagos las entrañas de las vasijas.

Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía; antes, por cumplir con el refrán, que él muybien sabía, de "cuando a Roma fueres, haz como vieres", pidió a Ricote la bota, y tomó su punteríacomo los demás, y no con menos gusto que ellos.

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Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas; pero la quinta no fue posible, porque yaestaban más enjutas y secas que un esparto, cosa que puso mustia la alegría que hasta allí habíanmostrado. De cuando en cuando, juntaba alguno su mano derecha con la de Sancho, y decía:

-Español y tudesqui, tuto uno: bon compaño.

Y Sancho respondía: Bon compaño, jura Di!

Y disparaba con una risa que le duraba un hora, sin acordarse entonces de nada de lo que le habíasucedido en su gobierno; porque sobre el rato y tiempo cuando se come y bebe, poca jurisdiciónsuelen tener los cuidados. Finalmente, el acabársele el vino fue principio de un sueño que dio atodos, quedándose dormidos sobre las mismas mesas y manteles; solos Ricote y Sancho quedaronalerta, porque habían comido más y bebido menos; y, apartando Ricote a Sancho, se sentaron al piede una haya, dejando a los peregrinos sepultados en dulce sueño; y Ricote, sin tropezar nada en sulengua morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones:

-«Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón y bando que Su Majestadmandó publicar contra los de mi nación puso terror y espanto en todos nosotros; a lo menos, en míle puso de suerte que me parece que antes del tiempo que se nos concedía para que hiciésemosausencia de España, ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona y en la de mis hijos.Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así como el que sabe que para tal tiempo le han dequitar la casa donde vive y se provee de otra donde mudarse; ordené, digo, de salir yo solo, sin mifamilia, de mi pueblo, y ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demássalieron; porque bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran sóloamenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a sudeterminado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados intentos quelos nuestros tenían, y tales, que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad aponer en efecto tan gallarda resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos habíacristianos firmes y verdaderos; pero eran tan pocos que no se podían oponer a los que no lo eran, yno era bien criar la sierpe en el seno, teniendo los enemigos dentro de casa. Finalmente, con justarazón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero alnuestro, la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos lloramos por España, que, enfin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento quenuestra desventura desea, y en Berbería, y en todas las partes de África, donde esperábamos serrecebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan. No hemos conocido elbien hasta que le hemos perdido; y es el deseo tan grande, que casi todos tenemos de volver aEspaña, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, ydejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco yexperimento lo que suele decirse: que es dulce el amor de la patria. Salí, como digo, de nuestropueblo, entré en Francia, y, aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italiay llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadoresno miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vivecon libertad de conciencia. Dejé tomada casa en un pueblo junto a Augusta; juntéme con estosperegrinos, que tienen por costumbre de venir a España muchos dellos, cada año, a visitar lossantuarios della, que los tienen por sus Indias, y por certísima granjería y conocida ganancia.Ándanla casi toda, y no hay pueblo ninguno de donde no salgan comidos y bebidos, como sueledecirse, y con un real, por lo menos, en dineros, y al cabo de su viaje salen con más de cien escudosde sobra que, trocados en oro, o ya en el hueco de los bordones, o entre los remiendos de lasesclavinas, o con la industria que ellos pueden, los sacan del reino y los pasan a sus tierras, a pesarde las guardas de los puestos y puertos donde se registran. Ahora es mi intención, Sancho, sacar eltesoro que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo lo podré hacer sin peligro y escribir o pasar

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desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que está en Argel, y dar traza como traerlas a algúnpuerto de Francia, y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere hacerde nosotros; que, en resolución, Sancho, yo sé cierto que la Ricota mi hija y Francisca Ricota, mimujer, son católicas cristianas, y, aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que demoro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengode servir. Y lo que me tiene admirado es no saber por qué se fue mi mujer y mi hija antes a Berberíaque a Francia, adonde podía vivir como cristiana.»

A lo que respondió Sancho:

-Mira, Ricote, eso no debió estar en su mano, porque las llevó Juan Tiopieyo, el hermano de tumujer; y, como debe de ser fino moro, fuese a lo más bien parado, y séte decir otra cosa: que creoque vas en balde a buscar lo que dejaste encerrado; porque tuvimos nuevas que habían quitado a tucuñado y tu mujer muchas perlas y mucho dinero en oro que llevaban por registrar.

-Bien puede ser eso -replicó Ricote-, pero yo sé, Sancho, que no tocaron a mi encierro, porque yono les descubrí dónde estaba, temeroso de algún desmán; y así, si tú, Sancho, quieres venir conmigoy ayudarme a sacarlo y a encubrirlo, yo te daré docientos escudos, con que podrás remediar tusnecesidades, que ya sabes que sé yo que las tienes muchas.

-Yo lo hiciera -respondió Sancho-, pero no soy nada codicioso; que, a serlo, un oficio dejé yo estamañana de las manos, donde pudiera hacer las paredes de mi casa de oro, y comer antes de seismeses en platos de plata; y, así por esto como por parecerme haría traición a mi rey en dar favor asus enemigos, no fuera contigo, si como me prometes docientos escudos, me dieras aquí de contadocuatrocientos.

-Y ¿qué oficio es el que has dejado, Sancho? -preguntó Ricote.

-He dejado de ser gobernador de una ínsula -respondió Sancho-, y tal, que a buena fee que no hallenotra como ella a tres tirones.

-¿Y dónde está esa ínsula? -preguntó Ricote.

-¿Adónde? -respondió Sancho-. Dos leguas de aquí, y se llama la ínsula Barataria.

-Calla, Sancho -dijo Ricote-, que las ínsulas están allá dentro de la mar; que no hay ínsulas en latierra firme.

-¿Cómo no? -replicó Sancho-. Dígote, Ricote amigo, que esta mañana me partí della, y ayer estuveen ella gobernando a mi placer, como un sagitario; pero, con todo eso, la he dejado, por parecermeoficio peligroso el de los gobernadores.

-Y ¿qué has ganado en el gobierno? -preguntó Ricote.

-He ganado -respondió Sancho- el haber conocido que no soy bueno para gobernar, si no es un hatode ganado, y que las riquezas que se ganan en los tales gobiernos son a costa de perder el descansoy el sueño, y aun el sustento; porque en las ínsulas deben de comer poco los gobernadores,especialmente si tienen médicos que miren por su salud.

-Yo no te entiendo, Sancho -dijo Ricote-, pero paréceme que todo lo que dices es disparate; que,¿quién te había de dar a ti ínsulas que gobernases? ¿Faltaban hombres en el mundo más hábiles para

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gobernadores que tú eres? Calla, Sancho, y vuelve en ti, y mira si quieres venir conmigo, como tehe dicho, a ayudarme a sacar el tesoro que dejé escondido; que en verdad que es tanto, que se puedellamar tesoro, y te daré con que vivas, como te he dicho.

-Ya te he dicho, Ricote -replicó Sancho-, que no quiero; conténtate que por mí no serás descubierto,y prosigue en buena hora tu camino, y déjame seguir el mío; que yo sé que lo bien ganado se pierde,y lo malo, ello y su dueño.

-No quiero porfiar, Sancho -dijo Ricote-, pero dime: ¿hallástete en nuestro lugar, cuando se partiódél mi mujer, mi hija y mi cuñado?

-Sí hallé -respondió Sancho-, y séte decir que salió tu hija tan hermosa que salieron a verla cuantoshabía en el pueblo, y todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba llorando y abrazabaa todas sus amigas y conocidas, y a cuantos llegaban a verla, y a todos pedía la encomendasen aDios y a Nuestra Señora su madre; y esto, con tanto sentimiento, que a mí me hizo llorar, que nosuelo ser muy llorón. Y a fee que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir a quitársela en elcamino; pero el miedo de ir contra el mandado del rey los detuvo. Principalmente se mostró másapasionado don Pedro Gregorio, aquel mancebo mayorazgo rico que tú conoces, que dicen que laquería mucho, y después que ella se partió, nunca más él ha parecido en nuestro lugar, y todospensamos que iba tras ella para robarla; pero hasta ahora no se ha sabido nada.

-Siempre tuve yo mala sospecha -dijo Ricote- de que ese caballero adamaba a mi hija; pero, fiadoen el valor de mi Ricota, nunca me dio pesadumbre el saber que la quería bien; que ya habrás oídodecir, Sancho, que las moriscas pocas o ninguna vez se mezclaron por amores con cristianos viejos,y mi hija, que, a lo que yo creo, atendía a ser más cristiana que enamorada, no se curaría de lassolicitudes de ese señor mayorazgo.

-Dios lo haga -replicó Sancho-, que a entrambos les estaría mal. Y déjame partir de aquí, Ricoteamigo, que quiero llegar esta noche adonde está mi señor don Quijote.

-Dios vaya contigo, Sancho hermano, que ya mis compañeros se rebullen, y también es hora queprosigamos nuestro camino.

Y luego se abrazaron los dos, y Sancho subió en su rucio, y Ricote se arrimó a su bordón, y seapartaron.

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Miguel de Cervantes Saavedra

Entremés del

RETABLO DE LAS MARAVILLAS

Personas que hablan en él:CHANFALLALa CHIRINOSRABELÍNGOBERNADORPedro CAPACHOBENITO RepolloJUAN CastradoJuana CASTRADATERESA RepolloSOBRINOFURRIER de compañías

Salen CHANFALLA y la CHIRINOS

CHANFALLA - No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos, principalmente losque te he dado para este nuevo embuste, que ha de salir tan a luz como el pasado del Llovista.CHIRINOS - Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere tenlo como de molde; que tanta memoria tengocomo entendimiento, a quien se junta una voluntad de acertar a satisfacerte, que excede a las demáspotencias. Pero dime: ¿de qué sirve este Rabelín que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿nopudiéramos salir con esta empresa?CHANFALLA - Habíamosle menester como el pan de la boca, para tocar en los espacios quetardaren en salir las figuras del Retablo de las Maravillas. CHIRINOS - Maravilla será si no nos apedrean por solo el Rabelín; porque tan desventuradacriaturilla no la he visto en todos los días de mi vida. Entra el RABELÍNRABELÍN - ¿Hase de hacer algo en este pueblo, señor autor? Que ya me muero porque vuesamerced vea que no me tomó a carga cerrada.CHIRINOS - Cuatro cuerpos de los vuestros no harán un tercio, cuanto más una carga; si no soismás gran músico que grande, medrados estamos.RABELÍN - Ello dirá; que en verdad que me han escrito para entrar en una compañía de partes, porchico que soy. CHANFALLA - Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible. Chirinos, poco apoco, estamos ya en el pueblo, y éstos que aquí vienen deben de ser, como lo son sin duda, elGobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de laadulación; pero no despuntes de aguda. Salen el GOBERNADOR y BENITO Repollo, alcalde, JUAN Castrado, regidor, y PedroCAPACHO, escribano Beso a vuesas mercedes las manos: ¿quién de vuesas mercedes es el Gobernador deste pueblo?GOBERNADOR - Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?CHANFALLA - A tener yo dos onzas de entendimiento, hubiera echado de ver que esa peripatéticay anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador deste honrado pueblo;

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que, con venirlo a ser de las Algarrobillas, lo deseche vuesa merced.CHIRINOS - En vida de la señora y de los señoritos, si es que el señor Gobernador los tiene.CAPACHO - No es casado el señor Gobernador.CHIRINOS - Para cuando lo sea; que no se perderá nada.GOBERNADOR - Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?CHIRINOS - Honrados días viva vuesa merced, que así nos honra; en fin, la encina da bellotas; elpero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.BENITO - Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.CAPACHO - Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.BENITO - Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más veces no acierto; en fin, buenhombre, ¿qué queréis?CHANFALLA - Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las maravillas. Hanmeenviado a llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor decomedias en ella, y perecen los hospitales, y con mi ida se remediará todo.GOBERNADOR - Y ¿qué quiere decir Retablo de las maravillas?CHANFALLA - Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran, viene a ser llamadoRetablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos,rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver lascosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de suspadres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado destas dos tan usadas enfermedades,despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.BENITO - Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¿que se llamabaTontonelo el sabio que el retablo compuso?CHIRINOS - Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay famaque le llegaba la barba a la cintura.BENITO - Por la mayor parte, los hombres de grandes barbas son sabiondos.GOBERNADOR - Señor regidor Juan Castrado, yo determino, debajo de su buen parecer, que estanoche se despose la señora [Juana] Castrada, su hija, de quien yo soy padrino, y, en regocijo de lafiesta, quiero que el señor Montiel muestre en vuestra casa su Retablo.JUAN - Eso tengo yo por servir al señor Gobernador, con cuyo parecer me convengo, entablo yarrimo, aunque haya otra cosa en contrario.CHIRINOS - La cosa que hay en contrario es que, si no se nos paga primero nuestro trabajo, asíverán las figuras como por el cerro de Úbeda. ¿Y vuesas mercedes, señores justicias, tienenconciencia y alma en esos cuerpos? ¡Bueno sería que entrase esta noche todo el pueblo en casa delseñor Juan Castrado, o como es su gracia, y viese lo contenido en el tal Retablo, y mañana, cuandoquisiésemos mostralle al pueblo, no hubiese ánima que le viese! No, señores; no, señores: anteomnia nos han de pagar lo que fuere justo.BENITO - Señora autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona, ni ningún Antoño; el señorregidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y si no, el Concejo. ¡Bien conocéis ellugar, por cierto! Aquí, hermana, no aguardamos a que ninguna Antona pague por nosotros.CAPACHO - ¡Pecador de mí, señor Benito Repollo, y qué lejos da del blanco! No dice la señoraautora que pague ninguna Antona, sino que le paguen adelantado y ante todas cosas, que eso quieredecir ante omnia.BENITO - Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderéa pie llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo no.JUAN - Ahora bien, ¿contentarse ha el señor autor con que yo le dé adelantados media docena deducados? Y más, que se tendrá cuidado que no entre gente del pueblo esta noche en mi casa.CHANFALLA - Soy contento; porque yo me fío de la diligencia de vuesa merced y de su buentérmino.JUAN - Pues véngase conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi casa, y la comodidad que hay en ellapara mostrar ese retablo.

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CHANFALLA - Vamos; y no se les pase de las mientes las calidades que han de tener los que seatrevieren a mirar el maravilloso retablo.BENITO - A mi cargo queda eso, y séle decir que, por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues tengoel padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatrocostados de mi linaje: ¡miren si veré el tal retablo!CAPACHO - Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.JUAN - No nacimos acá en las malvas, señor Pedro Capacho.GOBERNADOR - Todo será menester, según voy viendo, señores Alcalde, Regidor y Escribano.JUAN - Vamos, autor, y manos a la obra; que Juan Castrado me llamo, hijo de Antón Castrado y deJuana Macha; y no digo más en abono y seguro que podré ponerme cara a cara y a pie quedodelante del referido retablo. CHIRINOS - ¡Dios lo haga! [Vanse] JUAN Castrado y CHANFALLA GOBERNADOR - Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte de fama y rumbo,especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntas y collar de poeta, y pícome dela farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se veen las unas a las otras,y estoy aguardando coyuntura para ir a la Corte y enriquecer con ellas media docena de autores.CHIRINOS - A lo que vuesa merced, señor Gobernador, me pregunta de los poetas, no le sabréresponder; porque hay tantos, que quitan el sol, y todos piensan que son famosos. Los poetascómicos son los ordinarios y que siempre se usan, y así no hay para qué nombrallos. Pero dígamevuesa merced, por su vida: ¿cómo es su buena gracia? ¿cómo se llama?GOBERNADOR - A mí, señora autora, me llaman el licenciado Gomecillos.CHIRINOS - ¡Válame Dios! ¿Y que vuesa merced es el señor licenciado Gomecillos, el quecompuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer estaba malo y tómale mal de fuera? GOBERNADOR - Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas, y así fueron mías comodel Gran Turco. Las que yo compuse, y no lo quiero negar, fueron aquellas que trataron del Diluviode Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me precié de hurtar nada anadie: con mis versos me ayude Dios, y hurte el que quisiere. Vuelve CHANFALLACHANFALLA - Señores, vuesas mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más quecomenzar.CHIRINOS - ¿Está ya el dinero in corbona?CHANFALLA - Y aun entre las telas del corazón.CHIRINOS - Pues doite por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta.CHANFALLA - ¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque todos los de humorsemejante son hechos a la mazacona; gente descuidada, crédula y no nada maliciosa. BENITO - Vamos, autor; que me saltan los pies por ver esas maravillas. [Vanse] todos. Salen Juana CASTRADA y TERESA Repolla, labradoras: la una como desposada,que es la CASTRADA CASTRADA - Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el retablo enfrente; y,pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del retablo, no te descuides, que sería unagran desgracia.TERESA - Ya sabes, Juana Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan cierto tuviera yo elcielo como tengo cierto ver todo aquello que el retablo mostrare! ¡Por el siglo de mi madre, que mesacase los mismos ojos de mi cara, si alguna desgracia me aconteciese! ¡Bonita soy yo para eso!CASTRADA - Sosiégate, prima; que toda la gente viene.[Salen] el GOBERNADOR, BENITO Repollo, JUAN Castrado, Pedro CAPACHO, el autor y laautora, y el músico, y otra gente del pueblo, y un sobrino de BENITO, que ha de ser aquelgentilhombre que baila CHANFALLA - Siéntense todos. El retablo ha de estar detrás deste repostero, y la autora también,y aquí el músico.

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BENITO - ¿Músico es éste? Métanle también detrás del repostero; que, a trueco de no velle, darépor bien empleado el no oílle.CHANFALLA - No tiene vuesa merced razón, señor alcalde Repollo, de descontentarse del músico,que en verdad que es muy buen cristiano y hidalgo de solar conocido.GOBERNADOR - ¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!BENITO - De solar, bien podrá ser; mas de sonar, abrenuncio.RABELÍN - ¡Eso se merece el bellaco que se viene a sonar delante de...!BENITO - ¡Pues, por Dios, que hemos visto aquí sonar a otros músicos tan...!GOBERNADOR - Quédese esta razón en el de del señor Rabel y en el tan del Alcalde, que seráproceder en infinito; y el señor Montiel comience su obra.BENITO - Poca balumba trae este autor para tan gran retablo.JUAN - Todo debe de ser de maravillas.CHANFALLA - ¡Atención, señores, que comienzo! ¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricasteeste retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas por la virtud queen él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinente muestres a estos señoresalgunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin escándaloalguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura delvalentísimo Sansón, abrazado con las colunas del templo, para derriballe por el suelo y tomarvenganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagastal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se hajuntado!BENITO - ¡Téngase, cuerpo de tal, conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de habernos venido aholgar, quedásemos aquí hechos plasta! ¡Téngase, señor Sansón, pesia a mis males, que se lo rueganbuenos!CAPACHO - ¿Veisle vos, Castrado?JUAN - Pues, ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?GOBERNADOR - [Aparte] Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora, como el GranTurco; pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.CHIRINOS - ¡Guárdate, hombre, que sale el mesmo toro que mató al ganapán en Salamanca!¡échate, hombre; échate, hombre; Dios te libre, Dios te libre!CHANFALLA - ¡échense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho! échanse todosy alborótanseBENITO - El diablo lleva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene de hosco y de bragado; si no metiendo, me lleva de vuelo.JUAN - Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí,sino por estas mochachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad deltoro.CASTRADA - Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus cuernos, quelos tiene agudos como una lesna.JUAN - No fueras tú mi hija, y no lo vieras.GOBERNADOR - [Aparte] Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir que loveo, por la negra honrilla.CHIRINOS - Esa manada de ratones que allá va deciende por línea recta de aquellos que se criaronen el Arca de Noé; dellos son blancos, dellos albarazados, dellos jaspeados y dellos azules; y,finalmente, todos son ratones.CASTRADA - ¡Jesús!, ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojaré por aquella ventana! ¿Ratones?¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te muerdan; ¡y monta que son pocos! ¡Por elsiglo de mi abuela, que pasan de milenta![TERESA] - Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno; un ratón morenicome tiene asida de una rodilla. ¡Socorro venga del cielo, pues en la tierra me falta!BENITO - Aun bien que tengo gregüescos: que no hay ratón que se me entre, por pequeño que sea.

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CHANFALLA - Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente queda origen y principio al río Jordán. Toda mujer a quien tocare en el rostro, se le volverá como deplata bruñida, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro.CASTRADA - ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa. ¡Oh, qué licor tansabroso! Cúbrase, padre, no se moje.JUAN - Todos nos cubrimos, hija.BENITO - Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.CAPACHO - Yo estoy más seco que un esparto.GOBERNADOR - [Aparte] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota, dondetodos se ahogan? Mas ¿si viniera yo a ser bastardo entre tantos legítimos?BENITO - Quítenme de allí aquel músico; si no, voto a Dios que me vaya sin ver más figura.¡Válgate el diablo por músico aduendado, y qué hace de menudear sin cítola y sin son!RABELÍN - Señor alcalde, no tome conmigo la hincha; que yo toco como Dios ha sido servido deenseñarme.BENITO - ¿Dios te había de enseñar, sabandija? ¡Métete tras la manta; si no, por Dios que te arrojeeste banco!RABELÍN - El diablo creo que me ha traído a este pueblo. - CAPACHOFresca es el agua del santo río Jordán; y, aunque me cubrí lo que pude, todavía me alcanzó un pocoen los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.BENITO - Y aun peor cincuenta veces.CHIRINOS - Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros; todo vivientese guarde; que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzasde Hércules con espadas desenvainadas.JUAN - Ea, señor autor, ¡cuerpo de nosla! ¿Y agora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?BENITO - ¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino leones y dragones! Señorautor, y salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las vistas; y Dios le guíe, y nopare más en el pueblo un momento.CASTRADA - Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, yrecebiremos mucho contento.JUAN - Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y agora pides osos y leones?CASTRADA - Todo lo nuevo aplace, señor padre.CHIRINOS - Esa doncella, que agora se muestra tan galana y tan compuesta, es la llamadaHerodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay quien la ayude abailar, verán maravillas.BENITO - ¡ésta sí, cuerpo del mundo, que es figura hermosa, apacible y reluciente! ¡Hideputa, ycómo que se vuelve la mochac[h]a! Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de castañetas,ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas. SOBRINO - Que me place, tío Benito Repollo. Tocan la zarabanda CAPACHO - ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!BENITO - Ea, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca jodía; pero, si ésta es jodía, ¿cómo ve estasmaravillas? CHANFALLA - Todas las reglas tienen excepción, señor Alcalde. Suena una trompeta, o corneta dentro del teatro, y entra un FURRIER de compañías FURRIER - ¿Quién es aquí el señor Gobernador?GOBERNADOR - Yo soy. ¿Qué manda vuesa merced? FURRIER - Que luego al punto mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas quellegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós. [Vase] BENITO - Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.CHANFALLA - No hay tal; que ésta es una compañía de caballos que estaba alojada dos leguas de

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aquí.BENITO - Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos bellacos, noperdonando al músico; y mirad que os mando que mandéis a Tontonelo no tenga atrevimiento deenviar estos hombres de armas, que le haré dar docientos azotes en las espaldas, que se vean unos aotros.CHANFALLA - ¡Digo, señor Alcalde, que no los envía Tontonelo!BENITO - Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandi[j]as que yo he visto.CAPACHO - Todos las habemos visto, señor Benito Repollo. BENITO - No digo yo que no, señor Pedro Capacho. No toques más, músico de entre sueños, que teromperé la cabeza. Vuelve el FURRIER FURRIER - Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.BENITO - ¿Que todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto a tal, autor de humos yde embelecos, que me lo habéis de pagar!CHANFALLA - Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.CHIRINOS - Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su Majestad lo manda el sabioTontonelo.BENITO - Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios todopoderoso.GOBERNADOR - Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben de serde burlas.FURRIER - ¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?JUAN - Bien pudieran ser atontonelados: como esas cosas habemos visto aquí. Por vida del autor,que haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizácon esto le cohecharemos para que se vaya presto del lugar.CHANFALLA - Eso en buen hora, y véisla aquí a do vuelve, y hace de señas a su bailador a que denuevo la ayude.SOBRINO - Por mí no quedará, por cierto.BENITO - Eso sí, sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue lamuchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello!FURRIER - ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué Tontonelo?CAPACHO - Luego, ¿no vee la doncella herodiana el señor furrier?FURRIER - ¿Qué diablos de doncella tengo de ver?CAPACHO - Basta: ¡de ex il[l]is es!GOBERNADOR - ¡De ex il[l]is es; de ex il[l]is es!JUAN - ¡Dellos es, dellos el señor furrier; dellos es!FURRIER - ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que si echo mano a la espada, quelos haga salir por las ventanas, que no por la puerta!CAPACHO - Basta: ¡de ex il[l]is es!BENITO - Basta: ¡dellos es, pues no ve nada!FURRIER - Canalla barretina: si otra vez me dicen que soy dellos, no les dejaré hueso sano.BENITO - Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir:¡dellos es, dellos es! FURRIER - ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad! Mete mano a la espada y acuchíllase con todos; y el Alcalde aporrea al Rabellejo; y la CHERINOSdescuelga la manta y dice [CHIRINOS] - El diablo ha sido la trompeta y la ven[i]da de los hombres de armas; parece que losllamaron con campanilla. CHANFALLA - El suceso ha sido extraordinario; la virtud del retablo se queda en su punto, ymañana lo podemos mostrar al pueblo; y nosotros mismos podemos cantar el triunfo desta batalla,diciendo: ¡vivan Chirinos y Chanfalla! FIN DEL ENTREMÉS

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Bartolomé de las Casas

Brevíssima relación de la destruyción de las Indias

Argumento del presente epítome

Prólogo del obispo don Fray Bartolomé de las Casas, o Casaus Descubrimiento de las Indias De la isla Española De los reinos que había en la isla Española De las dos islas de Sant Juan y Jamaica

"Argumento del presente epítome"

Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso descubrimiento, y delprincipio que a ellas fueron españoles, para estar tiempo alguno, y después, en el proceso adelantehasta los días de agora, han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido,que parece haber añublado y puesto silencio y bastantes a poner olvido a todas cuantas, porhazañosas que fuesen, en los siglos pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre éstas son lasmatanzas y estragos de gentes inocentes, y despoblaciones de pueblos, provincias y reinos que enellas se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las unas y las otras, refiriendo adiversas personas, que no las sabían, el obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus, la vez quevino a la corte, después de fraile, a informar al Emperador nuestro señor (como quien todas bienvisto había), y causando a los oyentes con la relación dellas una manera de éxtasi y suspensión deánimos, fue rogado e importunado que destas postreras pusiese algunas con brevedad por escripto.El lo hizo, y viendo algunos años después muchos insensibles hombres, que la cobdicia y ambiciónha hecho degenerar del ser hombres, y sus facinorosas obras traído en reprobado sentido, que, nocontentos con las traiciones y maldades que han cometido, despoblando con exquisitas especies decrueldad aquel orbe, importunaban al rey por licencia y auctoridad, para tornarlas a cometer y otraspeores (si peores pudiesen ser) acordó presentar esta suma de lo que cerca desto escribió al Príncipenuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase. Y parecióle cosa convenienteponella en molde, porque Su Alteza la leyese con más facilidad. Y esta es la razón del siguienteEpítome, o brevísima relación.Fin del argumento

"Prólogo del obispo don Fray Bartolomé de las Casas, o Casaus"

para el muy alto y muy poderoso señor el príncipe de las Españas don Felipe, nuestro señor

Muy alto y muy poderoso señor.

Como la providencia divina tenga ordenado en su mundo que para dirección y común utilidad dellinaje humano se constituyesen en los Reinos y pueblos, reyes, como padres y pastores (según losnombra Homero), y por consiguiente sean los más nobles y generosos miembros de las repúblicas,ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales se tiene, o con recta razón se debe tener, que sialgunos defectos, nocumentos y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino carecer losreyes de la noticia dellos. Los cuales si les contasen, con sumo estudio y vigilante solerciaextirparían. Esto parece haber dado a entender la divina escriptura en los proverbios de Salomón:Rex, qui sedet in solio judicii, dissipat omne malum in tuitu suo [El Rey que está sentado en el solio

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del juicio disipa todo mal con su mirada]. Porque de la innata y natural virtud del rey así se supone,conviene a saber, que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima, para que lo disipe, y que nipor un momento sólo en cuanto en sí fuere lo pueda sufrir.Considerando, pues, yo (muy poderososeñor), los males y daños, perdición y jacturas (de los cuales nunca otros iguales ni semejantes seimaginaron poderse por hombres hacer) de aquellos tantos y tan grandes y tales reinos, y por mejordecir de aquel vastísimo y nuevo mundo de las Indias, concedidos y encomendados por Dios y porsu Iglesia a los reyes de Castilla, para que se los rigiesen y gobernasen, convertiesen y prosperasentemporal y espiritualmente, como hombre que por cincuenta años y más de experiencia, siendo enaquellas tierras presente, los he visto cometer; que constándole a Vuestra Alteza algunasparticulares hazañas dellos, no podría contenerse de suplicar a su Majestad con instancia importuna,que no conceda ni permita las que los tiranos inventaron, prosiguieron y han cometido, [que] llamanconquistas. En las cuales (si se permitiesen) han de tornarse a hacer, pues de sí mismas (hechascontra aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden) son inicuas,tiránicas, y por toda ley natural, divina y humana condenadas, detestadas y malditas; deliberé, porno ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas y cuerpos infinitas que los tales perpetraran,poner en molde algunas y muy pocas que los días pasados colegí de innumerables que con verdadpodría referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza las pueda leer.Y puesto que el arzobispo de Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo obispo de Cartagena, melas pidió y presentó a Vuestra Alteza, pero por los largos caminos de mar y de tierra que VuestraAlteza ha emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido, puede haber sido que, oVuestra Alteza no las leyó, o que ya olvidadas las tiene, y el ansia temeraria e irracional de los quetienen por nada indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre, y despoblar de susnaturales moradores y poseedores, matando mil cuentos de gentes, aquellas tierras grandísimas, yrobar incomparables tesoros, crece cada día, importunando por diversas vías y varios fíngidoscolores que se les concedan o permitan las dichas conquistas (las cuales no se les podrían concedersin violación de la ley natural y divina, y por consiguiente gravísimos pecados mortales, dignos deterribles y eternos suplicios), tuve por conviniente servir a Vuestra Alteza con este sumariobrevísimo de muy difusa historia que de los estragos y perdiciones se podría y debería componer.Suplico a Vuestra Alteza lo reciba y lea con la clemencia y real benignidad que suele las obras desus criados y servidores, que puramente por sólo el bien público y prosperidad del estado real, servirdesean. Lo cual visto, y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes sehace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola lacudicia y ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra Alteza tenga por bien decon eficacia suplicar y persuadir a Su Majestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas ydetestables empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror queninguno sea osado dende adelante ni aun solamente se las nombrar.Cosa es ésta, muy alto señor, convenientisima y necesaria para que todo el estado de la corona realde Castilla, espiritual y temporalmente Dios lo prospere y conserve y haga bienaventurado, Amén.

"Descubrimiento de las Indias"

Descubriéronse las Indias en el año de mil e cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el añosiguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellascantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar, fue la grande yfelicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitasislas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas denaturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que estáde esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar másde diez mil leguas descubiertas e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de

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gentes, en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios enaquellas tierras todo el golpe, o la mayor cantidad de todo el linaje humano.Todas estas universas e infinitas gentes a toto genero crió Dios los más simples, sin maldades nidobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; máshumildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos, noquerulosos, sin rancores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimesmo lasgentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que másfácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros,criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entreellos son de linaje de labradores. Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quierenposeer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no cubdiciosas. Su comida estal que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosani pobre. Sus vestidos comúnmente son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando muchocúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra.Sus camas son encima de una estera e, cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, queen lengua de la isla Española llamaban hamacas. Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivosentendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina, aptísimos para recebír nuestrasancta fe católica, e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienenpara esto que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tenernoticia de las cosas de la fe, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el cultodivino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de donmuy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchosaños acá e muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: "cierto, estas gentes eranlas más bienaventuradas del mundo, si solamente conoscieran a Dios".En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas,entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos e tigres y leones cruelísimos demuchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoyen este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillaspor las estrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad,de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobretres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales della docientas personas. La isla deCuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma, está hoy cuasi toda despoblada. La isla deSant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Lasislas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española e a Cuba por la parte del Norte, que sonmás de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellases más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cualeshabía más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas epor traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della. Andandoun navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas,porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen convertillos e ganallos aCristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta islas, que están encomarca de la isla de Sant Juan, por la mesma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estasislas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.De la gran Tierra Firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras,han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más dediez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hayde Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por lasdichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos deánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más dequince cuentos.

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Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, enestirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles,sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar osospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señoresnaturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozosy mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres nibestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e se resuelven, osubalternan como a géneros, todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que soninfinitas.La causa por que han muerto y destruido tantas y tales e tan infinito número de ánimas loscristianos, ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muybreves días, e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas; conviene a saber, por lainsaciable cudicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por seraquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles asubjectarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima(hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porquepluguiera a Dios que como a bestias las hobieran tractado y estimado), pero como y menos queestiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas e de sus ánimas, e por esto todos los números ecuentos dichos han muerto sin fe e sin sacramentos. Y ésta es una muy notoria e averiguada verdad,que todos, aunque sean los tiranos e matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios detodas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta queprimero muchas veces hobieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes,violencias y vejaciones dellos mesmos.

"De la isla Española"

En la isla Española, que fue la primera, como dejimos, donde entraron cristianos e comenzaron losgrandes estragos e perdiciones destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron; comenzandolos cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirse e para usar mal dellos; e comerlessus comidas que de sus sudores e trabajos salían, no contentándose con lo que los indios les dabande su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía, que siempre es poca, porque no suelen tenermás de lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo, e lo que basta para tres casasde a diez personas cada una para un mes, come un cristiano e destruye en un día; e otras muchasfuerzas e violencias e vejaciones que les hacían; comenzaron a entender los indios que aquelloshombres no debían de haber venido del cielo. Y algunos escondían sus comidas; otros sus mujeres ehijos; otros huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible conversación. Loscristianos dábanles de bofetadas e puñadas y de palos hasta poner las manos en los señores de lospueblos. E llegó esto a tanta temeridad y desvergüenza, que al mayor rey, señor de toda la isla, uncapitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer. De aquí comenzaron los indios a buscarmaneras para echar los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas que son harto flacas e de pocaofensión e resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegosde cañas e aun de niños); los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacermatanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos nimujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unoscorderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombrepor medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas delas tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban conellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando e cayendo en el agua decían: bullís cuerpo de tal;otras criaturas metían a espada con las madres juntamente e todos cuantos delante de sí hallaban.

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Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor yreverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego los quemabanvivos. Otros ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca, pegándoles fuego así los quemaban. Otrosy todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, ydecíanles: "Andad con cartas", conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huidaspor los montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unasparrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para quepoco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aunpienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandesgritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, queera peor que verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla),no quiso ahogallos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizólesel fuego hasta que se asaron de espacio como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas ymuchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía alas sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores ycapitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que enviendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera unpuerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas,mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que porun cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios.

"Los reinos que había en la isla Española"

Había en esta isla Española cinco reinos muy grandes principales y cinco reyes muy poderosos, alos cuales cuasi obedecían todos los otros señores, que eran sin número, puesto que algunos señoresde algunas apartadas provincias no reconocían superior dellos alguno. El un reino se llamabaMaguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta vega es de las más insignesy admirables cosas del mundo, porque dura ochenta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tienede ancho cinco leguas y ocho hasta diez; y tierras altísimas de una parte y de otra. Entran en ellasobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero yGuadalquivir. Y todos los ríos que vienen de la una sierra que está al poniente, que son los veinte yveinte y cinco mil, son riquísimos de oro. En la cual sierra o sierras se contiene la provincia deCibao, donde se dicen las minas de Cibao, de donde sale aquel señalado y subido en quilates oroque por acá tiene gran fama. El rey y señor deste reino se llamaba Guarionex; tenía señores tangrandes por vasallos, que juntaba uno dellos dieciséis mil hombres de pelea para servir a Guarionex,e yo conocí a algunos dellos. Este rey Guarionex era muy obediente y virtuoso y naturalmentepacífico y devoto a los reyes de Castilla; y dio ciertos años su gente, por su mandado, cada personaque tenía casa, lo güeco de un cascabel lleno de oro, y después, no pudiendo henchirlo, se locortaron por medio e dio llena aquella mitad, porque los indios de aquella isla tenían muy poca oninguna industria de coger o sacar el oro de las minas. Decía y ofrescíase este cacique a servir al reyde Castilla, con hacer una labranza que llegase desde la Isabela, que fue la primera población de loscristianos, hasta la ciudad de Sancto Domingo, que son grandes cincuenta leguas, porque no lepidiesen oro, porque decía, y con verdad, que no lo sabían coger sus vasallos. La labranza que decíaque haría sé yo que la podía hacer y con grande alegría, y que valiera más al rey cada año de trescuentos de castellanos; y aun fuera tal que causara esta labranza haber en la isla hoy más decincuenta ciudades tan grandes como Sevilla.El pago que dieron a este rey y señor tan bueno y tan grande, fue deshonrallo por la mujer,violándosela un capitán mal cristiano: él, que pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente para

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vengarse, acordó de irse y esconderse sola su persona y morir desterrado de su reino y estado a unaprovincia que se decía de los Ciguayos, donde era un gran señor su vasallo. Desde que lo hallaronmenos los cristianos, no se les pudo encubrir: van y hacen guerra al señor que lo tenía. Dondehicieron grandes matanzas hasta que en fin lo hobieron de hallar y prender, y preso con cadenas ygrillos lo metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual se perdió en la mar y con él seahogaron muchos cristianos y gran cantidad de oro, entre lo cual pereció el grano grande, que eracomo una hogaza y pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza de tangrandes injusticias.El otro reino se decía del Maríen, donde agora es el Puerto Real, al cabo de la Vega, hacia el norte,y más grande que el reino de Portugal, aunque cierto harto más felice y digno de ser poblado, y demuchas y grandes sierras y minas de oro y cobre muy rico, cuyo rey se llamaba Guscanagarí (últimaaguda); debajo del cual había muchos y muy grandes señores, de los cuales yo vide y conocímuchos; y a la tierra déste fue primero a parar el Almirante viejo que descubrió las Indias. Al cualrecibió la primera vez el dicho Guscanagarí, cuando descubrió la isla, con tanta humanidad ycaridad, y a todos los cristianos que con él iban; y les hizo tan suave y gracioso rescibimiento ysocorro y aviamiento (perdiéndosele allí aun la nao en que iba el Almirante), que en su misma patriay de sus mismos padres no lo pudiera rescebir mejor. Esto sé por relación y palabras del mismoAlmirante. Este rey murió huyendo de las matanzas y crueldades de los cristianos, destruido yprivado de su estado, por los montes perdido. Todos los otros señores súbditos suyos murieron en latiranía y servidumbre que abajo será dicha.El tercero reino y señoría fue la Maguana; tierra también admirable, sanísima y fertilísima, dondeagora se hace la mejor azúcar de aquella isla. El rey dél se llamó Caonabo. Este, en esfuerzo yestado y gravedad y cerimonias de su servicio, excedió a todos los otros. A éste prendieron con unagran sutileza y maldad, estando seguro en su casa. Metiéronlo después en un navío para traello aCastilla, y estando en el puerto seis navíos para se partir, quiso Dios mostrar ser aquella con lasotras grande iniquidad e injusticia y envió aquella noche una tormenta que hundió todos los navíosy ahogó todos los cristianos que en ellos estaban; donde murió el dicho Caonabo cargado decadenas y grillos. Tenía este señor tres o cuatro hermanos muy varoniles y esforzados como él; vistala prisión tan injusta de su hermano y señor y las destruiciones y matanzas que los cristianos en losotros reinos hacían, especialmente desque supieron que el rey su hermano era muerto, pusiéronse enarmas para ir a cometer y vengarse de los cristianos: van los cristianos a ellos con ciertos de caballo(que es la más perniciosa arma que puede ser para entre indios) y hacen tantos estragos y matanzasque asolaron y despoblaron la mitad de todo aquel reino.El cuarto reino es [el] que se llamó de Xaragua; éste era como el meollo o médula o como la cortede toda aquella isla; excedía en la lengua y habla ser más polida; en la policía y crianza másordenada y compuesta; en la muchedumbre de la nobleza y generosidad, porque había muchos y engran cantidad señores y nobles; y en la lindeza y hermosura de toda la gente, a todos los otros. Elrey y señor dél se llamaba Behechio; tenía una hermana que se llamaba Anacaona. Estos doshermanos hicieron grandes servicios a los reyes de Castilla e inmensos beneficios a los cristianos,librándolos de muchos peligros de muerte; y después de muerto el rey Behechio quedó en el reinopor señora Anacaona. Aquí llegó una vez el gobernador que gobernaba esta isla, con sesenta decaballo y más trescientos peones, que los de caballo solos bastaban para asolar a toda la isla y laTierra Firme, y llegáronse más de trescientos señores a su llamado seguros; de los cuales hizo meterdentro de una casa de paja muy grande los más señores por engaño; e metidos les mandó ponerfuego y los quemaron vivos. A todos los otros alancearon e metieron a espada con infinita gente, e ala señora Anacaona, por hacelle honra, ahorcaron. Y acaescía algunos cristianos, o por piedad o porcudicia, tomar algunos niños para mamparallos no los matasen, e poníanlos a las ancas de loscaballos: venía otro español por detrás e pasábalos con su lanza. Otrosí, estaba el niño en el suelo, lecortaban las piernas con el espada. Alguna gente que pudo huir desta tan inhumana crueldadpasáronse a una isla pequeña que está cerca de allí ocho leguas en la mar, y el dicho gobernadorcondenó a todos estos que allí se pasaron que fuesen esclavos, porque huyeron de la carnicería.

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El quinto reino se llamaba Higüey e señoreábalo una reina vieja que se llamó Higuanama. A éstaahorcaron e fueron infinitas las gentes que yo vide quemar vivas y despedazar e atormentar pordiversas y nuevas maneras de muerte e tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron. Yporque son tantas las particularidades que en estas matanzas e perdiciones de aquellas gentes hahabido, que en mucha escriptura no podrían caber (porque en verdad que creo que por mucho quedijese no pueda explicar de mil partes una), sólo quiero en lo de las guerras susodichas concluir condecir e afirmar que en Dios y en mi consciencia que tengo por cierto que para hacer todas lasinjusticias y maldades dichas e las otras que dejo e podría decir, no dieron más causa los indios nituvieron más culpa que podrían dar o tener un convento de buenos e concertados religiosos pararoballos e matallos y, los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en perpetuo captiverio eservidumbre de esclavos. Y más afirmo, que hasta que todas las muchedumbres de gentes deaquella isla fueron muertas e asoladas, que pueda yo creer y conjecturar, no cometieron contra loscristianos un solo pecado mortal que fuese punible por hombres; y los que solamente son reservadosa Dios, como son los deseos de venganza, odio y rancor que podían tener aquellas gentes contra tancapitales enemigos, como les fueron los cristianos, éstos creo que cayeron en muy pocas personasde los indios, y eran poco más impetuosos e rigurosos, por la mucha experiencia que dellos tengo,que de niños o muchachos de diez o doce años. Y sé por cierta e infalible sciencia, que los indiostuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, e los cristianos una ni ninguna nuncatuvieron justa contra los indios; antes fueron todas diabólicas e injustísimas e mucho más que deningún tirano se puede decir del mundo; e lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas lasIndias.Después de acabadas las guerras e muertes en ellas todos los hombres, quedando comúnmente losmancebos e mujeres y niños, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a otrociento y docientos (según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decíangobernador). Y así repartidos a cada cristiano dábanselos con esta color: que los enseñase en lascosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos eviciosos, haciéndoles curas de ánimas. Y la cura o cuidado que dellos tuvieron, fue enviar loshombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable; e las mujeres ponían en las estancias,que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios.No daban a los unos ni a las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían substancia;secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, e así murieron en breve todas las criaturas. Ypor estar los maridos apartados, que nunca vían a las mujeres, cesó entre ellos la generación;murieron ellos en las minas, de trabajos y hambre, y ellas en las estancias o granjas, de lo mesmo, easí se acabaron tantas e tales multitúdines de gentes de aquella isla; e así se pudiera haber acabadotodas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arrobas, e los llevaban cientoy docientas leguas. Y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que son como redes, acuestas de los indios, porque siempre usaron dellos como de bestias para cargar. Tenían matadurasen los hombros y espaldas, de las cargas, como muy matadas bestias. Decir asimesmo los azotes,palos, bofetadas, puñadas, maldiciones e otros mil géneros de tormentos que en los trabajos lesdaban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir e que fuese para espantar loshombres.Y es de notar que la perdición destas islas e tierras se comenzaron a perder y destruir desde que alláse supo la muerte de la serenísima reina doña Isabel, que fue el año de mil e quinientos e cuatro,porque hasta entonces sólo en esta isla se habían destruido algunas provincias por guerras injustas,pero no del todo, y éstas por la mayor parte y cuasi todas se le encubrieron a la Reina. Porque laReina, que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado e admirable celo a la salvación yprosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos con nuestros ojos emanos los ejemplos desto.Débese de notar otra regla en esto: que en todas las partes de las Indias donde han ido y pasadocristianos, siempre hicieron en los indios todas las crueldades susodichas e matanzas e tiranías yopresiones abominables en aquellas ínnocentes gentes; e añadían muchas más e mayores y más

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nuevas maneras de tormentos, e más crueles siempre fueron porque los dejaba Dios más de golpecaer y derrocarse en reprobado juicio o sentimiento.

"De las dos islas de Sant Juan y Jamaica"

Pasaron a la isla de Sant Juan y a la de Jamaica (que eran unas huertas y unas colmenas) el año demil e quinientos y nueve los españoles, con el fin e propósito que fueron a la Española. Los cualeshicieron e cometieron los grandes insultos e pecados susodichos, y añidieron muchas señaladas egrandísimas crueldades más; matando y quemando y asando y echando a perros bravos, e despuésoprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en los otros trabajos, hasta consumir y acabartodos aquellos infelices innocentes: que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas,y creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una docientas personas, todas perecidas sin fe esin sacramentos.

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Fernando de Rojas

La Celestina

Tragicomedia de Calisto y Melibea

nuevamente revista y emendada con addición de los argumentos de cada un auto en principio. Laqual contiene demás de su agradable y dulce estilo muchas sentencias filosofales y avisos muynecessarios para mancebos mostrándoles los engaños que están encerrados en sirvientes yalcahuetas.

El autor a un su amigo

Suelen los que de sus tierras absentes se fallan considerar de qué cosa aquel lugar donde partenmayor inopia o falta padezca para con la tal servir a los conterráneos, de quien en algún tiempobeneficio recebido tienen; y viendo que legítima obligación a investigar lo semijante me compelíapara pagar las muchas mercedes de vuestra libre liberalidad recebidas, asaz vezes retraído en micámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores y my juyzio a bolar, mevenía a la memoria no sólo la necessidad que nuestra común patria tiene de la presente obra por lamuchedumbre de galanes y enamorados mancebos que posee, pero aun en particular vuestra mesmapersona, cuya juventud de amor ser presa se me representa aver visto y dél cruelmente lastimada, acausa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos, las quales hallé esculpidas en estospapeles, no fabricadas en las grandes herrerías de Milán, mas en los claros ingenios de doctosvarones castellanos formadas. Y como mirasse su primor, su sotil artificio, su fuerte y claro metal,su modo y manera de lavor, su estilo elegante, jamás en nuestra castellana lengua visto ni oído, leílotres o quatro vezes, y tantas quantas más lo leía, tanta más necessidad me ponía de releerlo y tantomás me agradava, y en su processo nuevas sentencias sentía. Vi no sólo ser dulce en su principalystoria o fición toda junta, pero aun de algunas sus particularidades salían delectables fontezicas defilosophía, de otros agradables donayres, de otros avisos y consejos contra lisongeros y malossirvientes y falsas mugeres hechizeras. Vi que no tenía su firma del autor, el qual, según algunosdizen, fue Juan de Mena, e según otros, Rodrigo Cota, pero quienquier que fuese, es digno derecordable memoria por la sotil invención, por la gran copia de sentencias entrexeridas que so colorde donayres tiene. Gran filósofo era. Y pues él con temor de detractores y nocibles lenguas másaparejadas a reprehender que a saber inventar, quiso celar e encubrir su nombre, no me culpéys sien el fin baxo que le pongo, no espresare el mío. Mayormente que, siendo jurista yo, aunque obradiscreta, es agena de mi facultad, y quien lo supiese diría que no por recreación de mi principalestudio, del qual yo más me precio, como es la verdad, lo fiziesse, antes distraído de los derechos,en esta nueva lavor me entremetiesse. Pero aunque no acierten, sería pago de mi osadía. Asimismopensarían que no quinze días de unas vacaciones, mientra mis socios en sus tierras, en acabarlo medetoviesse, como es lo cierto; pero aun más tiempo y menos accepto. Para desculpa de lo qual todo,no sólo a vos, pero a quantos lo leyeren, offrezco los siguientes metros. E por que conoscáys dondecomiençan mis maldoladas razones [y acaban las de antiguo auctor], acordé que todo lo del antiguoauctor fuesse sin división en un aucto o cena incluso, hasta el segundo aucto, donde dize:«Hermanos míos», etc. Vale.

[Prólogo]

Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla, dize aquel gran sabio Eráclito en estemodo: «Omnia secundum litem fiunt». Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria.

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Y como sea cierto que toda palabra del hombre sciente esté preñada, desta se puede dezir que demuy hinchada y llena quiere rebentar, echando de sí tan crescidos ramos y hojas, que del menorpimpollo se sacaría harto fruto entre personas discreta. Pero como mi pobre saber no baste a más deroer sus secas cortezas de los dichos de aquellos que por claror de sus ingenios merescieron seraprovados, con lo poco que de allí alcançare, satisfaré al propósito deste perbreve (pró)logo. Halléesta sentencia corroborada por aquel gran orador y poeta laureado, Francisco Petrarcha, diziendo:«Sine lite atque offensione ni(hi)l genuit natura parens»: Sin lid y offensión ninguna cosa engendróla natura, madre de todo. Dize más adelante: «Sic est enim, et sic propemodum universa testantur:rapido stelle obviant firmamento; contraria invicem elementa confligunt; terrae tremunt; mariafluctuant; aer quatitur; crepant flamme; bellum immortale venti gerunt; tempora temporibusconcertant; secum singula nobiscum omnia.» Que quiere decir: «En verdad assí es, y assí todas lascosas desto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo, losadversos elementos unos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el ayre sesacude, suenan las llamas, los vientos entre sí traen perpetua guerra, los tiempos con tiemposcontienden y litigan entre sí, uno a uno y todos contra nosotros.» El verano vemos que nos aquexacon calor demasiado, el invierno con frío y aspereza, assí que este nos paresce revolución temporal,esto con que nos sostenemos, esto con que nos criamos y bevimos, si comiença a ensobervecersemás de lo acostumbrado, no es sino guerra. Y quanto se ha de temer, manifiéstase por los grandesterremotos y torvellinos, por los naufragios y encendios, assí celestiales como terrenales, por lafuerça de los aguaduchos, por aquel bramar de truenos, por aquel temeroso ímpetu de rayos,aquellos cursos y recursos de las nuves, de cuyos abiertos movimientos, para saber la secreta causade que proceden, no es menor la dissención de los filósofos en las escuelas, que de las ondas en lamar. Pues entre los animales ningún género carece de guerra: pesces, fieras, aves, serpientes, de loqual todo una especie a otra persigue. El león al lobo, el lobo la cabra, el perro la liebre y, si noparesciese conseja de tras el fuego, yo llegaría más al cabo esta cuenta. El elefante, animal tanpoderoso y fuerte, se espanta y huye de la vista de un suziuelo ratón, y aun de sólo oírle toma grantemor. Entre las serpientes el vajarisco crió la natura tan ponçoñoso y conquistador de todas lasotras, que con su silvo las asombra y con su venida las ahuyenta y disparze, con su vista las mata.La bívora, reptilia o serpiente enconada, al tiempo del concebir, por la boca de la hembra metida lacabeça del macho y ella con el gran dulçor apriétale tanto que le mata, y quedando preñada, elprimer hijo rompe las yjares de la madre, por do todos salen y ella muerta queda; él quasi comovengador de la paterna muerte. ¿Qué mayor lid, qué mayor conquista ni guerra que engendrar en sucuerpo quien coma sus entrañas? Pues no menos dissensiones naturales creemos haver en lospescados, pues es cosa cierta gozar la mar de tantas formas de pesces, quantas la tierra y el ayre críade aves y animalias y muchas más. Aristóteles y Plinio cuentan maravillas de un pequeño pecellamado Echeneis, quanto sea apta su propriedad para diversos géneros de lides. Especialmentetiene una que si allega a una nao o carraca, la detiene, que no se puede menear aunque vaya muyrezio por las aguas, de lo cual haze Lucano mención, diziendo; «Non pupim retinens, Euro tendenterudientes,/ In mediis Echeneis aquis.» «No falta allí el pece dicho Echeneis, que detiene las fustas,quando el viento Euro estiende las cuerdas en medio de la mar.» ¡Oh natural contienda, digna deadmiración, poder más un pequeño pece que un gran navío con toda su fuerça de los vientos! Puessi discurrimos por las aves y por sus menudas enemistades, bien affirmaremos ser todas las cosascriadas a manera de contienda. Las más biven de rapina, como halcones y águilas y gavilanes. Hastalos grosseros milanos insultan dentro en nuestras moradas los domésticos pollos y debaxo las alasde sus madres los vienen a caçar. De una ave llamada Rocho, que nace en el índico mar de oriente,se dize ser de grandeza jamás oída y que lleva sobre su pico fasta las nuves no sólo un hombre odiez, pero un navío cargado de todas sus xarcías y gente. Y como los míseros navegantes estén assísuspensos en el ayre, con el meneo de su buelo caen y reciben crueles muertes. ¿Pues qué diremosentre los hombres a quien todo lo sobredicho es subjeto? ¿Quién explanará sus guerras, susenemistades, sus embidias, sus aceleramientos y movimientos y descontentamientos? ¿Aquel mudarde trajes, aquel derribar y renovar edificios y otros muchos affectos diversos y variedades que desta

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nuestra flaca humanidad nos provienen? Y pues es antigua querella y visitada de largos tiempos, noquiero maravillarme si esta presente obra ha seído instrumento de lid o contienda a sus lectores paraponerlos en differencias, dando cada uno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. Unos dezíanque era prolixa, otros breve, otros agradable, otros escura; de manera que cortarla a medida detantas y tan differentes condiciones a solo Dios pertenesce. Mayormente pues ella con toda las otrascosas que al mundo son, van debaxo de la vandera desta notable sentencia, «que aun la mesma vidade los hombres, si bien lo miramos, desde la primera edad hasta que blanquean las casas, esbatalla». Los niños con los juegos, los moços con las letras, los mancebos con los deleytes, losviejos con mill especies de enfermedades pelean y estos papeles con todas las edades. La primeralos borra y rompe, la segunda no los sabe bien leer, la tercera, que es la alegre juventud y mancebía,discorda. Unos les roen los huessos que no tienen virtud, que es la hystoria toda junta, noaprovechándose de las particularidades, haziéndola cuento de camino; otros pican los donayres yrefranes comunes, loándolos con toda atención, dexando passar por alto lo que haze más al caso yutilidad suya. Pero aquellos para cuyo verdadero plazer es todo, desechan el cuento de la hystoriapara contar, coligen la suma para su provecho, ríen lo donoso, las sentencias y dichos dephilósophos guardan en su memoria para trasponer en lugares convenibles a sus autos y propósitos.Assí que quando diez personas se juntaren a oír esta comedia en quien quepa esta differencia decondiciones, como suele acaescer, ¿quién negará que aya contienda en cosa que de tantas manerasse entienda? Que aun los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios alprincipio de cada auto, narrando en breve lo que dentro contenía; una cosa bien escusada según loque los antiguos escriptores usaron. Otros han litigado sobre el nombre, diziendo que no se avía dellamar comedia, pues acabava en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer autor quiso darledenominación del principio, que fue plazer, y llamóla comedia. Yo viendo estas discordias, entreestos estremos partí agora por medio la porfía y llaméla tragicomedia. Assí que viendo estascontiendas, estos díssonos y varios juyzios, miré a donde la mayor parte acostava y hallé quequerían que alargasse en el proceso de su deleyte destos amantes sobre lo qual fuy muyimportunado, de manera que acordé, aunque contra mi voluntad, meter segunda vez la pluma en tanestraña lavor y tan agena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio, con otrashoras destinadas para recreación, puesto que no han de faltar nuevos detractores a la nueva adición.

[Retrato de Celestina (acto I)]

PÁRMENO. ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congoxas? ¿Y tú piensas que esvituperio en las orejas désta el nombre que la llamé? No lo creas, que ansí se glorifica en looír, como tú quando dizen: «Diestro cavallero es Calisto.» Y demás, desto es nombrada, y portal título conoscida. Si entre cient mugeres va y alguno dize «¡Puta vieja!», sin ningúnempacho luego buelve la cabeça y responde con alegre cara. En los combites, en las fiestas, enlas bodas, en las confradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ellapassan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otracosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznandodizen: «¡Puta vieja!»; las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre losherreros, aquello dizen sus martillos; carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores,todo officio de instrumento forma en el ayre su nombre. Cántanla los carpinteros, péynanlalos peynadores, texedores; labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadascon ella passan el afán cotidiano; al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todascosas que son hazen, a doquiera que ella está, el tal nombre representan. ¡O qué comedor dehuevos assados era su marido! Qué quieres más, sino que, si una piedra topa con otra, luegosuena «¡Puta vieja!»

CALISTO. Y tú, ¿cómo lo sabes y la conosces?

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PÁRMENO. Saberlo has. Días grandes son passados que mi madre, mujer pobre, morava en suvezindad, la qual rogada por esta Celestina, me dio a ella por serviente, aunque ella no meconosce, por lo poco que la serví y por la mudança que la edad ha hecho.

CALISTO. ¿De qué la sirvías?PÁRMENO. Señor, yva a la plaça y traíale de comer y acompañávala; suplía en aquellos

menesteres que mi tierna fuera bastava. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía lanueva memoria lo que la vieja no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de lacibdad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, pococompuesta y menos abastada. Ella tenía seys officios, conviene [a] saber: labrandera,perfumera, maestra de hazer afeytes y de hazer virgos, alcahueta y un poquito hechizera. Erael primero officio cobertura de los otros, so color del qual muchas moças destas sirvientesentravan en su casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ningunavenía sin torrezno, trigo, harina, o jarro de vino y de las otras provisiones que podían a susamas hurtar; y aún otros hurtillos de más qualidad allí se encubrían. Assaz era amiga destudiantes y despenseros y moços de abades. A éstos vendía ella aquella sangre innocente delas cuytadillas, la qual ligeramente aventuravan en esfuerço de la restitución que ella lesprometía. Subió su hecho a más: que por medio de aquellas, comunicava con las másencerradas, hasta traer a execución su propósito, y aquestas en tiempo honesto, comoestaciones, processiones de noche, missas del gallo, missas del alva, y otras secretasdevociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa; tras ellas hombres descalços, contritos, yreboçados, desatacados, que entravan allí a llorar sus peccados. ¡Qué tráfagos, si piensas,traía! Hazíase física de niños; tomaba estambre de unas casas; dávalo a hilar en otras, porachaque de entrar en todas. Las unas, «¡Madre acá!», las otras, «¡Madre acullá! ¡Cata la vieja!¡Ya viene el ama!» de todas muy conoscida. Con todos estos affanes, nunca passava sin missani bispras ni dexava monasterios de frayles ni de monjas; esto porque allí hazía ella susaleluyas y conciertos. Y en su casa hazía perfumes, falsava estoraques, menjuí, ánimes,ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, deredomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mil faciones;hazía solimán, afeyte cosido, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, unturillas, lustres,lucentores, ciarimientes, alvalines y otras aguas de rostro, de rassuras de gamones, de corteza,de spantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destillados y açucarados.Adelgasava los cueros con çumos de limones, con turvino, con tuétano de corço y de garça, yotras confaciones. Sacaba agua[s] para oler, de rosas, de azaar, de jasmín, de trébol, demadreselvia y clavellinas, mosquatadas y almizcladas, polvorizadas con vino. Hazía lexíaspara enruviar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de maurrubios, con salitre, con alumbrey millifolia y otras diversas cosas. Y los untes y mantecas que tenía, es fastío de dezir: devaca, de osso, de cavallos y de camellos, de culebra y de conejo, de vallena de garça, y dealcaraván, y de gamo, y de gato montés, y de texón, de harda, de herizo, de nutria. Aparejospara baños, esto es una maravilla; de las yervas y raízes que tenía en el techo de su casacolgadas; mançanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de saúco y demostaza, spliego y laurel blanco, tortarosa y gramonilla, flor salvaje y higueruela, pico de oroy hojatinta. Los azeytes que sacava para el rostro no es cosa de creer: de storaque, y dejazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de benjuy, de alfócigos, de piñones, de granillo, deaçufayfes, de neguilla, de altramuces, de arvejas, y de carillas, y de yerva paxarera; y unpoquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla que guardava para aquel rascuño que tiene porlas narizes. Esto de los virgos, unos hazía de bexiga y otros curava de punto. Tenía en untabladillo, en una caxuela pintada, unas agujas delgadas y peligeros, y hilos de sedaencerados, y colgadas allí raízes de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana ycepacavallo. Hazía con esto maravillas: que, quando vino por aquí el embaxador francés, tresvezes vendió por virgen una criada que tenía.

CALISTO. ¡Assí pudiera ciento!

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PÁRMENO. ¡Sí, santo Dios! Y remediava por caridad muchas huérfanas y erradas que seencomendavan a ella. Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien:tenía huessos de corçón de ciervo, lengua de bívora, cabeças de codornizes, sesos de asno, telade cavallo, mantillo de niño, hava morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra,spina de erizo, pie de texón, granos de helecho; la piedra del nido del águila, y otras mil cosas.Venían a ella muchos hombres y mujeres, y a unos demandava el pan do mordían, a otros, desu ropa; a otros, de sus cabellos, a otros, pintava en la palma letras con açafrán; a otros, conbermellón, a otros dava unos coraçones de cera, llenos de agujas quebradas, y a otras cosas enbarro y en plomo fechas, muy espantables a ver. Pintava figuras, dezía palabras en tierra.¿Quién te podrá dezir lo que esta vieja hazía? Y todo era burla y mentira.

Argumento del noveno autoSEMPRONIO y PÁRMENO van a casa de CELESTINA entre sí hablando. Llegados allá, hallan a

ELICIA Y AREÚSA. Pónense a comer; entre comer riñe ELICIA con SEMPRONIO.Levántase de la mesa. Tórnanla apaziguar. Estando ellos todos entre sí razonando, vieneLUCRECIA, criada de MELIBEA, llamar a CELESTINA que vaya a estar con MELIBEA.

SEMPRONIO, PÁRMENO, CELESTINA, ELICIA, AREÚSA, LUCRECIASEMPRONIO. Baxa, Pármeno, nuestras capas y spadas, si te parece que es hora que vamos a

comer.PÁRMENO. Vamos presto. Ya creo que se quexarán de nuestra tardança. No por essa calle, sino

que estotra, porque nos entremos por la yglesia y veremos si oviere acabado Celestina susdevociones. Llevarla hemos de camino.

SEMPRONIO. A donosa hora ha destar rezando.PÁRMENO. No se puede dezir sin tiempo hecho lo que en todo tiempo se puede hazer.SEMPRONIO. Verdad es, pero mal conoces a Celestina. Quando ella tiene que hazer, no se acuerda

de Dios ni cura de santidades. Quando ay que roer en casa, sanos están los santos; quando vaa la yglesia con sus cuentas en la mano, no sobra el comer en casa. Aunque ella te crió, mejorconozco yo sus proprietades que tú. Lo que en sus cuentas reza es los virgos que tiene a cargo,y quántos enamorados ay en la cibdad, y quántas moças tiene encomendadas, y quédespenseros le dan ración, y quál mejor, y cómo los llaman por nombre, porque quando losencontrare no hable como estraña, y qué canónigo es más moço y franco. Quando menea loslabios es fengir mentiras, ordenar cautelas para aver dinero: «Por aquí le entraré, esto meresponderá, esto[tro] replicaré.» Assí bive esta que nosotros mucho honrramos.

PÁRMENO. Más que esso sé yo, sino porque te enojaste estotro día, no quiero hablar; quando lodixe a Calisto.

SEMPRONIO. Aunque lo sepamos para nuestro provecho, no lo publiquemos para nuestro daño.Saberlo nuestro amo es echalla por quien es y no curar della. Dexándola, verná forçado otrade cuyo trabajo no esperemos parte como désta, que de grado o por fuerça nos dará de lo quele diere.

PÁRMENO. Bien has dicho. Calla, que está abierta la puerta; en casa está. Llama antes que entres,que por ventura están rebueltas y no querrán ser ansí vistas.

SEMPRONIO. Entra, no cures, que todos somos de casa; ya ponen la mesa.CELESTINA. ¡O mis enamorados, mis perlas de oro, tal me venga el año qual me parece vuestra

venida!PÁRMENO. (Que palabras tiene la noble; bien ves, hermano, estos halagos fengidos.SEMPRONIO. Déxala, que desso bive; que no sé quién diablos le mostró tanta ruyndad.PÁRMENO. La necessitad y pobreza, la hambre, que no ay mejor maestra en el mundo, no ay

mejor despertadora y abivadora de ingenios. ¿Quién mostró a las picaças y papagayos ymitarnuestra propia habla con sus harpadas lenguas, nuestro órgano y boz, sino ésta?).

CELESTINA. ¡Mochachas, mochachas, bovas, andad acá baxo presto, que están aquí dos hombresque me quieren forçar!

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ELICIA. ¡Mas nunca acá vinieran; y mucho conbidar con tiempo, que ha tres horas que está aquí miprima! Este perezoso de Sempronio avrá sido causa de la tardança, que no ha ojos por doverme.

SEMPRONIO. Calla, mi señora, mi vida, mis amores, que quien a otro sirve no es libre; assí quesojeción me relieva de culpa. No ayamos enojo; assentémonos a comer.

ELICIA. Assí; para assentar a comer muy diligente; a mesa puesta con tus manos lavadas y pocavergüença.

SEMPRONIO. Después reñiremos; comamos agora. Asséntate, madre Celestina, tú primero.CELESTINA. Assentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar ay para todos, a Dios gracias. Tanto

nos diessen del paraíso quando allá vamos. Poneos en orden cada uno cabe la suya; yo queestoy sola porné cabe mí este jarro y taça, que no es más mi vida de quanto con ello hablo.Después que me fui haziendo vieja no sé mejor officio a la mesa que escanciar, porque quienla miel trata siempre se le pega dello. Pues de noche en invierno no ay tal escalentador decama; que con dos jarrillos destos que beva, quando me quiero acostar no siento frío en todala noche. Desto afforro todos mis vestidos quando viene la Navidad; esto me callenta lasangre; esto me sostiene contino en un ser; esto me haze andar siempre alegre; esto me parafresca. Desto vea yo sobrado en casa que nunca temeré el mal año, que un cortezón de panratonado me basta para tres días. Esto quita la tristeza del coraçón más que el oro ni el coral.Esto da esfuerço al moço, y al viejo fuerça, pone color al descolorido, corage al covarde, alfloxo diligencia, conforta los celebros, saca el frío del stómago, quita el hedor del aliento,haze potentes los fríos, haze sofrir los afanes de las labranças a los cansados segadores, hazesudar toda agua mala, sana el romadizo y las muelas, sostiene sin heder en la mar, lo qual nohaze el agua. Más propiedades te diría dello, que todos tenés cabellos. Assí que no sé quienno se goze en mentarlo. No tiene sino una tacha, que lo bueno vale caro y lo malo hace daño.Assí que con lo que sana el hígado, enferma la bolsa, pero todavía con mi fatiga busco lomejor para esso poco que bevo: una sola dozena de vezes a cada comida, no me haránpassar de allí salvo si no soy conbidada como agora.

PÁRMENO. Madre, pues tres vezes dizen que es lo bueno y honesto todos los que scrivieron.CELESTINA. Hijo, estará corrupta la letra; por treze, tres.SEMPRONIO. Tía señora, a todos nos sabe bien comiendo y hablando, porque después no havrá

tiempo para entender en los amores deste perdido de nuestro amo y de aquella graciosa ygentil Melibea.

ELICIA. ¡Apártateme allá, dessabrido, enojoso; mal provecho te haga lo que comes, tal comida meas dado! Por mi alma, revessar quiero quanto tengo en el cuerpo de asco de oírte llamar aaquélla gentil. ¡Mirad quién gentil! ¡Jesú, Jesú, y qué hastío y enojo es ver tu poca vergüença!¿A quién gentil? ¡Mal me haga Dios si ella lo es ni tiene parte dello, sino que ay ojos que delagaña se agradan! Santiguarme quiero de tu necedad y poco conoscimiento. ¡O quiénstoviesse de gana para disputar contigo su hermosura y gentileza! ¿Gentil, [gentil] esMelibea? Entonces lo es, entonces acertarán quando andan a pares los diez mandamientos.Aquella hermosura por una moneda se compra de la tienda. Por cierto que conosco yo en lacalle donde ella bive, quatro donzellas en quien Dios más repartió su gracia que no enMelibea, que si algo tiene de hermosura es por buenos atavíos que trae. Ponedlos a un palo,tanbién dirés que es gentil. Por mi vida, que no lo digo por alabarme, mas creo que soy tanhermosa como vuestra Melibea.

AREÚSA. Pues no la has tú visto como yo, hermana mía; Dios me lo demande si en ayunas latopasses, si aquel día pudiesses comer de asco. Todo el año se está encerrada con mudas demil suziedades. Por una vez que haya de salir donde pueda ser vista, enviste su cara con hiel ymiel, con unas tostadas y higos passados, y con otras cosas que por reverencia de la mesadexo de dezir. Las riquezas las hazen a éstas hermosas y ser alabadas, que no las gracias de sucuerpo, que assí goze de mí, unas tetas tiene para ser donzella como si tres vezes oviesseparido; no parescen sino dos grandes calabaças. El vientre no se le he visto, pero juzgando por

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lo otro creo que le tiene tan floxo como vieja de cinquenta años. No sé qué se ha visto Calistoporque dexa de amar otras que más ligeramente podría aver y con quien más él holgasse, sinoque el gusto dañado muchas vezes juzga por dulce lo amargo.

SEMPRONIO. Hermana, parésceme aquí que cada bohonero alaba sus agujas, que el contrariodesso se suena por la ciudad.

AREÚSA. Ninguna cosa es más lexos de la verdad que la vulgar opinión; nunca alegre bivirás sipor voluntad de muchos te riges. Porque éstas son conclusiones verdaderas. Que qualquiercosa que el vulgo piensa es vanidad, lo que habla falsedad, lo que reprueva es bondad, lo queapprueva, maldad. Y pues éste es su más cierto uso y costumbre, no juzgues la bondad yhermosura de Melibea por esso ser la que affirmas.

SEMPRONIO. Señora, el vulgo parlero no perdona las tachas de sus señores, y assí yo creo que sialguna toviesse Melibea, ya sería descobierta de los que con ella más que nosotros tratan. Yaunque lo que dizes concediesse, Calisto es cavallero, Melibea hijadalgo; assí que losnascidos por linaje escogidos búscanse unos a otros. Por ende no es de maravillar que ameantes a ésta que a otra.

AREÚSA. Ruyn sea quien por ruyn se tiene; las obras hazen linaje, que al fin todos somos hijos deAdam y Eva. Procure de ser cada uno bueno por sí, y no vaya a buscar en la nobleza de suspassados la virtud.

CELESTINA. Hijos, por mi vida, que cessen essas razones de enojo, y tú Elicia, que te tornes a lamesa y dexes essos enojos.

ELICIA. Con tal que mala pro me hiziesse, con tal que rebentasse en comiéndolo. ¿Avía yo decomer con esse malvado que en mi cara me ha porfiado que es más gentil su andrajo deMelibea que yo?

SEMPRONIO. Calla, mi vida, que tú la comparaste; toda comparación es odiosa. Tú tienes la culpay no yo.

AREÚSA. Ven, hermana, a comer, no hagas agora esse plazer a estos locos porfiados; si no,levantarme he yo de la mesa.

ELICIA. Necessidad de complazerte me haze contentar a esse enemigo mío y usar de virtudes contodos.

SEMPRONIO. ¡He, he, he!ELICIA. ¿De qué te ríes? ¡De mala cançre sea comida essa boca desgraciada, enojoso!CELESTINA. No la respondas, hijo, si no, nunca acabaremos; entendamos en lo que haze a nuestro

caso. Dezidme ¿cómo quedó Calisto? ¿Cómo le dexastes? ¿Cómo os podistes entramosdescabullir dél?

PÁRMENO. Allá fue a la maldición, echando huego, desesperado, perdido, medio loco, a missa a laMadalena a rogar a Dios que te dé gracia, que puedas bien roer los huessos destos pollos, yprotestando de no bolver a casa hasta oír que eres venida con Melibea en tu arremango. Tusaya y manto y aun mi sayo cierto stá; lo otro vaya y venga; el quándo lo dará no lo sé.

CELESTINA. Sea quando fuere; buenas son mangas passada la pascua. Todo aquello alegra quecon poco trabajo se gana, mayormente viniendo de parte donde tan poca mella haze, dehombre tan rico que con los salvados de su casa podría yo salir de lazería, según lo mucho lesobra. No les duele a los tales lo que gastan y según la causa por que lo dan; no lo sienten conel embevecimiento del amor. No les pena, no veen, no oyen, lo qual yo juzgo por otros que heconoçido menos apassionados y metidos en este huego de amor que a Calisto veo. Que nicomen ni beven, ni ríen ni lloran, ni duermen ni velan, ni hablan ni callan, ni penan nidescansan, ni están contentos ni se quexan, según la perplexidad de aquella dulce y fiera llagade sus coraçones. Y si alguna cosa déstas la natural necessidad les fuerça a hazer, están en elacto tan olvidados que comiendo se olvida la mano de llevar la vianda a la boca. Pues si conellos hablan, jamás conveniente respuesta buelven. Allí tienen los cuerpos, con sus amigas loscoraçones y sentidos. Mucha fuerça tiene el amor; no sólo la tierra, mas aun las marestraspassa según su poder. Ygual mando tiene en todo género de hombres; todas las

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difficultades quiebra. Anxiosa cosa es, temerosa y solícita; todas las cosas mira en derredor.Assí que si vosotros buenos enamorados avés sido, juzgarés yo dezir verdad.

SEMPRONIO. Señora, en todo concedo con tu razón, que aquí está quien me causó algún tiempoandar fecho otro Calisto, perdido el sentido, cansado el cuerpo, la cabeça vana, los días maldurmiendo, las noches todas velando, dando alvoradas, haziendo momos, saltando paredes,poniendo cada día la vida al tablero, esperando toros, corriendo cavallos, tirando barra,echando lança, cansando amigos, quebrando spadas, haziendo scalas, vistiendo armas, y otrosmil atos de enamorado; haziendo coplas, pintando motes, sacando invenciones. Pero todo lodoy por bienempleado, pues tal joya gané.

ELICIA. ¿Mucho piensas que me tienes ganada? Pues hágote cierto que no as tú buelto la cabeçaquando está en casa otro que más quiere, más gracioso que tú, y aun que no ande buscandocómo me dar enojo; a cabo de un año que me vienes a ver tarde y con mal.

CELESTINA. Hijo, déxala dezir, que devanea; mientra más de esso la oyeres, más se confirma ensu amor. Todo es porque avés aquí alabado a Melibea; no sabe en otra cosa que os lo pagarsino en dezir esso, y creo que no vee la hora que aver comido para lo que yo me sé. Puesessotra su prima yo [me] la conozco; gozad vuestras frescas moçedades, que quien tiempotiene y mejor le espera, tiempo viene que se arrepiente, como yo fago agora por algunas horasque dexé perder quando moça, quando me preciava, quando me querían, que ya, mal pecado,caducado he; nadie no me quiere, que sabe Dios mi buen deseo. Besaos y abraçaos, que a míno me queda otra cosa sino gozarme de vello. Mientra a la mesa estáys, de la cinta arriba todose perdona; quando seáys aparte, no quiero poner tassa, pues que el rey no la pone, que yo sépor las mochachas que nunca de importunos os acusen, y la vieja Celestina maxcará dedentera con sus botas enzías las migajas de los manteles. ¡Bendígaos Dios como lo reís yholgáys, putillos, loquillos, traviessos; en esto avía de parar el nublado de las questioncillasque avés tenido; mira no derribés la mesa!

ELICIA. Madre, a la puerta llaman; el solaz es derramado.CELESTINA. Mira, hija, quién es; por ventura será quien lo acreciente y allegue.ELICIA. O la boz me engaña, o es mi prima Lucrecia.CELESTINA. Ábrela y entre ella y buenos años, que aun a ella algo se le entiende desto que aquí

hablamos, aunque su mucho encerramiento le impide el gozo de su moçedad.AREÚSA. Assí goçe de mí, que es verdad, que éstas que sirven a señoras ni gozan deleyte ni

conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientas, con yguales a quien puedenhablar tú por tú, con quien digan: «¿qué cenaste?; ¿estás preñada?; ¿quántas gallinascrías?; llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado; ¿quánto ha que no te vido?;¿cómo te va con él?; ¿quién son tus vezinas?» y otras cosas de ygualdad semejantes. ¡O tía, yqué duro nombre y qué grave y sobervio es «señora» contino en la boca. Por esto me bivosobre mí, desde que me sé conoscer, que jamás me precié de llamar de otrie sino mía.Mayormente destas señoras que agora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo, y conuna saya rota de las que ellas desechan, pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadaslas traen, contino sojuzgadas, que hablar delante [de] ellas no osan, y quando ven cerca eltiempo de la obligación de casallas, levántales un caramillo que se echan con el moço, o conel hijo, o pídenles çelos del marido, o que meten hombres en casa, o que hurtó la taça, operdió el anillo; danles un ciento de açotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeça,diziendo: «Allá yrás, ladrona, puta, no destruyrás mi casa y honrra.» Assí que esperangalardón, sacan baldón, esperan salir casadas, salen amenguadas, esperan vestidos y joyas deboda, salen desnudas y denostadas. Éstos son sus premios, éstos son sus beneficios y pagos.Oblíganse a darles marido, quítanles el vestido; la mejor honrra que en sus casas tienen esandar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes acuestas. Nunca oyen sunombre propio, de la boca dellas, sino puta acá, puta acullá. «¿A dó vas, tiñosa? ¿Qué heziste,vellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué nolimpiaste el manto, çuzia? ¿Cómo dixiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada?

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¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián le avrás dado. Ven acá, mala mujer, lagallina havada no parece; pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tu soldada lacontaré.» Y tras esto mil chapinazos y pellizcos, palos y açotes. No ay quien las sepacontentar, no quien puede soffrirlas. Su plazer es dar bozes, su gloria es reñir; de lo mejorhecho, menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más bivir en mi pequeñacasa esenta y señora, que no en sus ricos palacios sojuzgada y cativa.

CELESTINA. En tu seso has estado; bien sabes lo que hazes. Que los sabios dizen que vale másuna migaja de pan con paz que toda la casa llena de viandas con renzilla. Mas agora cesse estarazón, que entra Lucrecia.

LUCRECIA. Buena pro os haga, tía, y la compañía. Dios bendiga tanta gente y tan honrrada.CELESTINA. ¿Tanta, hija? ¿Por mucha has ésta? Bien paresce que no me conociste en mi

prosperidad, hoy ha veynte años. ¡Ay, quien me vido y quien me vee agora, no sé cómo noquiebra su coraçón de dolor! Yo vi, mi amor, a esta mesa donde agora están tus primasassentadas, nueve moças de tus días, que la mayor no passava de deziocho años, y ningunaavía menor de quatorze. Mundo es, passe, ande su rueda, rodee sus alcaduces, unos llenos,otros vazíos. Ley es de fortuna que ninguna cosa en un ser mucho tiempo permanesce; suorden es mudanças. No puedo dezir sin lágrimas la mucha honrra que entonces tenía, aunquepor mis pecados y mala dicha, poco a poco ha venido en diminución. Como declinavan misdías, assí se disminuía y menguava mi provecho. Proverbio es antiguo que quanto al mundoes, o crece o decrece. Todo tiene sus límites, todo tiene sus grados. Mi honrra llegó a lacumbre según quien yo era; de necessidad es que desmengüe y se abaxe. Cerca ando de mifin. En esto veo que me queda poca vida. Pero bien sé que sobí para descender, florecí parasecarme, gozé para entristecerme, nascí para bivir, biví para crecer, crescí para envejeçer,envejecí para morirme. Y pues esto antes de agora me consta, sofriré con menos pena mi mal,aunque del todo no pueda despedir el sentimiento como sea de carne sensible formada.

LUCRECIA. Trabajo tenías, madre, con tantas moças, que es ganado muy penoso de guardar.CELESTINA. ¿Trabajo, mi amor? Antes descanso y alivio. Todas me obedescían, todas me

honrravan, de todas era acatada; ninguna salía de mi querer; lo que yo dezía era lo bueno; acada qual dava [su] cobro; no escogían más de lo que les mandava; coxo o tuerto o manco,aquél avían por sano que más dinero me dava. Mío era el provecho, suyo el afán. Puesservidores ¿no tenía por su causa dellas? Cavalleros, viejos [y] moços, abades de todasdignidades, desde obispos hasta sacristanes. En entrando por la yglesia vía derrocar bonetesen mi honor como si yo fuera una duquesa. El que menos avía que negociar conmigo, por másruyn se tenía. De media legua que me viessen dexavan las horas; uno a uno [y] dos a dosvenían a donde yo estava, a ver si mandava algo, a preguntarme cada uno por la suya. [Quehombre avía, que estando diziendo missa] en viéndome entrar se turbavan, que no hazían nidezían cosa a derechas. Unos me llamavan señora, otros tía, otros enamorada, otros viejahonrrada. Assí se concertavan sus venidas a mi casa, allí las ydas a la suya. Allí se meoffrescían dineros, allí promessas, allí otras dádivas, besando el cabo de mi manto, y aunalgunos en la cara por me tener más contenta. Agora hame traído la fortuna a tal estado queme digas: «¡Buena pro hagan las çapatas!»

SEMPRONIO. Spantados nos tienes con tales cosas como nos cuentas de essa religiosa gente ybenditas coronas. ¿Si que no serían todos?

CELESTINA. No, hijo, ni Dios lo mande que yo tal cosa levante. Que muchos viejos devotos avíacon quien yo poco medrava, y aun que no me podían ver, pero creo que de embidia de losotros que me hablavan. Como la cleresía era grande, avía de todos, unos muy castos, otros quetenían cargo de mantener a las de mi officio, y aun todavía creo que no faltan. Y embiavan susescuderos y moços a que me acompañassen, y apenas era llegada a mi casa quando entravanpor mi puerta muchos pollos y gallinas, anserones, anadones, perdizes, tórtolas, perniles detoçino, tortas de trigo, lechones. Cada qual como lo recibía de aquellos diezmos de Dios, assílo venían luego a registrar para que comiesse yo y aquellas sus devotas. Pues vino, ¿no me

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sobraba? De lo mejor que se bevía en la ciudad, venido de diversas partes: de Monviedro, deLuque, de Toro, de Madrigal, de San Martín, y de otros muchos lugares, y tantos que aunquetengo la differencia de los gustos y sabor en la boca, no tengo la diversidad de sus tierras en lamemoria, que harto es que una vieja como yo en oliendo qualquiera vino diga de dónde es.Pues otros curas sin renta, no era offreçido el bodigo quando en besando el feligrés la stola erade primero boleo en mi casa. Espessos como piedras a tablado entravan mochachos cargadosde provisiones por mi puerta. No sé cómo me puedo bivir cayendo de tal stado.

AREÚSA. Por Dios, pues somos venidas a haver plazer, no llores, madre, ni te fatigues, que Dios loremediará todo.

CELESTINA. Harto tengo, hija, que llorar, acordándome de tan alegre tiempo y tal vida como yotenía, y quán servida era de todo el mundo, que jamás hovo fruta nueva de que yo primero nogozasse, que otros supiessen si era nascida. En mi casa se avía de allar, si para alguna preñadase buscasse.

SEMPRONIO. Madre, ningún provecho trae la memoria del buen tiempo si cobrar no se puede,antes tristeza; como a ti agora que nos has sacado el plazer dentre las manos. Álcese la mesa;yrnos hemos a holgar, y tú darás respuesta a esta donzella que aquí es venida.

CELESTINA. Hija Lucrecia, dexadas essas razones, querría que me dixiesses qué fue agora tubuena venida.

LUCRECIA. Por cierto, ya se me avía olvidado mi principal demanda y mensaje con la memoria deesse tan alegre tiempo como as contado, y assí me estuviera un año sin comer, escuchándote ypensando en aquella vida buena que aquellas moças gozarían, que me paresce y semeja queestó yo agora en ella. Mi venida, señora, es lo que tú sabrás; pedirte el ceñidero y demásdesto, te ruega mi señora sea de ti visitada y muy presto, porque se siente muy fatigada dedesmayos y de dolor del coraçón.

CELESTINA. Hija, destos dolorçillos tales más es el ruydo que las nuezes. Maravillada estoysentirse del coraçón muger tan moça.

LUCRECIA. (¡Assí te arrastren, traydora! ¿Tú no sabes qué es? Haze la vieja falsa sus hechizos yvase; después házese de nuevas.)

CELESTINA. ¿Qué dizes, hija?LUCRECIA. Madre, que vamos presto y me des el cordón.CELESTINA. Vamos, que yo le llevo.

Argumento del veynte e un autoPLEBERIO, tornado a su cámara con grandísímo llanto, pregúntale ALISA, su muger, la causa de

tan súpito mal. Cuéntale la muerte de su hija MELIBEA, mostrándole el cuerpo della todofecho pedaços, y haziendo su planto, concluye.

ALISA, PLEBERIOALISA. ¿Qué es esto, señor Pleberio? ¿Por qué son tus fuertes alaridos? Sin seso estava adormida

del pesar que ove quando oí dezir que sentía dolor nuestra hija. Agora oyendo tus gemidos,tus bozes tan altas, tus quexas no acostumbradas, tu llanto y congoxa de tanto sentimiento, ental manera penetraron mis entrañas, en tal manera traspassaron mi coraçón, assí abivaron misturbados sentidos, que el ya recebido pesar alancé de mí. Un dolor sacó otro, un sentimientootro. Dime la causa de tus quexas. ¿Por qué maldizes tu honrrada vejez? ¿Por qué pides lamuerte? ¿Por qué arrancas tus blancos cabellos? ¿Por qué hieres tu honrrada cara? ¿Es algúnmal de Melibea? Por Dios, que me lo digas, porque si ella pena, no quiero yo vivir.

PLEBERIO. ¡Ay, ay, noble mujer, nuestro gozo en el pozo; nuestro bien todo es perdido; noqueramos más bivir! Y por que el incogitado dolor te dé más pena, todo junto sin pensarle,por que más presto vayas al sepulcro, por que no llore yo solo la pérdida dolorida deentramos, vez allí a la que tú pariste y yo engendré, hecha pedaços. La causa supe della, másla he sabido por estenso desta su triste sirviente. Ayúdame a llorar nuestra llagada

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postremería. ¡O gentes que venís a mi dolor, o amigos y señores, ayudadme a sentir mi pena!¡O mi hija y mi bien todo, crueldad sería que biva yo sobre ti! Más dignos eran mis sesentaaños de la sepultura, que tus veynte. Turbóse la orden del morir con la tristeza que teaquexavas. O mis canas, salidas para aver pesar, mejor gozara de vosotras la tierra que deaquellos ruvios cabellos que presentes veo; fuertes días me sobran para bivir; quexarme he dela muerte; incusarla he su dilación, quanto tiempo me dexare solo después de ti. Fáltame lavida, pues me faltó tu agradable compañía. O mujer mía, levántate de sobre ella, y si algunavida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos, en quebrantamiento y sospirar, y si porcaso tu spíritu reposa con el suyo, si ya as dexado esta vida de dolor, ¿por qué quesiste que lopasse yo todo? En esto tenés ventaja las hembras a los varones, que puede un gran dolorsacaros del mundo sin lo sentir, o a lo menos perdéys el sentido, que es parte de descanso. ¡Oduro coraçón de padre! ¿cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera?¿Para quién edifiqué torres; para quién adquirí honrras; para quién planté árboles, para quiénfabriqué navíos? ¡O tierra dura! ¿cómo me sostienes? ¿Adónde hallará abrigo midesconsolada vejez? ¡O fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!¿Por qué no executaste tu cruel yra, tus mudables ondas, en aquello que a ti es subjeto? ¿Porqué no destruíste mi patrimonio; por qué no quemaste mi morada; por qué no asolaste misgrandes heredamientos? Dexárasme aquella florida planta en quien tú poder no tenías;diérasme, fortuna flutuosa, triste la moçedad con vejez alegre; no pervertieras la orden. Mejorsufriera persecuciones de tus engaños en la rezia y robusta edad que no en la flacapostremería. ¡O vida de congoxas llena, de miserias acompañada, o mundo, mundo! Muchosmucho de ti dixieron, muchos en tus qualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídaste compararon. Yo por triste experiencia lo contaré, como a quien las ventas y compras de tuengañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta agora calladotus falsas propiedades por no encender con odio tu yra, por que no me secasses sin tiempoesta flor que este día echaste de tu poder. Pues agora sin temor, como quien no tiene quéperder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre que sin temorde los crueles salteadores va cantando en alta boz. Yo pensava en mi más tierna edad que erasy eran tus hechos regidos por alguna orden. Agora, visto el pro y la contra de tusbienandanças, me pareçes un laberinto de errores, un desierto spantable, una morada de fieras,juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de spinas, montealto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente decuydados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponçoña, vanaesperança, falsa alegría, verdadero dolor. Cévasnos, mundo falso, con el manjar de tusdeleytes; al mejor sabor nos descubres el anzuelo; no lo podemos huyr, que nos tiene yacaçadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples. Échasnos de ti, porque no tepodamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tusviciosos vicios muy descuydados, a rienda suelta; descúbresnos la celada quando ya no aylugar de bolver. Muchos te dexaron con temor de tu arrebatado dexar; bienaventurados sellamarán quando vean el gualardón que a este triste viejo as dado en pago de tan largoservicio. Quiébrasnos el ojo y úntanos con consuelo[s] el caxco. Hazes mal a todos por queningún triste se halle solo en ninguna adversidad, diziendo que es alivio a los míseros, comoyo, tener compañeros en la pena. Pues desconsolado viejo, ¡qué solo estoy! Yo fui lastimadosin aver ygual compañero de semejante dolor, aunque más en mi fatigada memoria rebuelvopresentes y passados. Que si aquella severidad y paciencia de Paulo Emilio me viniere aconsolar con pérdida de dos hijos muertos en siete días, diziendo que su animosidad obró queconsolasse él al pueblo romano y no el pueblo a él, no me satisfaze, que otros dos hijos lequedavan dados en adopción. ¿Qué compañía me ternán en mi dolor aquel Pericles capitánateniense, ni el fuerte Xenofón, pues sus pérdidas fueron de hijos absentes de sus tierras? Nifue mucho no mudar su frente y tenerla serena, y el otro responder al mensajero que las tristesalbricias de la muerte de su hijo le venía a pedir, que no recibiesse él pena, que él no sentía

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pesar. Que todo esto bien differente es a mi mal. Pues menos podrás dezir, mundo lleno demales, que fuimos semejantes en pérdida aquel Anaxágoras y yo, que seamos yguales ensentir y que responda yo, muerta mi amada hija, lo que él su único hijo, que dixo: «Como yofuesse mortal sabía que avía de morir el que yo engendrava». Porque mi Melibea mató a ssímisma de su voluntad a mis ojos con la gran fatiga de amor que le aquexava; el otromatáronle en muy lícita batalla. ¡O incomparable pérdida, o lastimado viejo, que quanto másbusco consuelos, menos razón hallo para me consolar! Que si el profeta y rey David al hijoque enfermo llorava, muerto no quiso llorar, diziendo que era quasi locura llorar loirrecuperable, quedávanle otros muchos con que soldasse su llaga. Y yo no lloro triste a ellamuerta pero la causa desastrada de su morir. Agora perderé contigo, mi desdichada hija, losmiedos y temores que cada día me espavorecían. Sola tu muerte es la que a mí me haze segurode sospecha. ¿Qué haré quando entre en tu cámara y retraymiento y la halle sola? ¿Qué haréde que no me respondas si te llamo? ¿Quién me podrá cobrir la gran falta que tú me hazes?Ninguno perdió lo que yo el día de hoy, aunque algo conforme parescía la fuerte animosidadde Lambas de Auria, duque de los athenienses, que a su hijo herido con sus braços desde lanao echó en la mar; porque todas éstas son muertes que, si roban la vida, es forçado decomplir con la fama. Pero ¿quién forçó a mi hija [a] morir, sino la fuerte fuerça de amor?Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar enti conociendo tus falsías, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacasvoluntades? ¿A dó me pones mi hija? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada?¿Quién terná en regalos mis años que caducan? ¡O amor, amor, que no pensé que teníasfuerça ni poder de matar a tus sujectos! Herida fue de ti mi juventud. Por medio de tus brasaspassé ¿cómo me soltaste para me dar la paga de la huida en mi vejez? Bien pensé que de tuslazos me avía librado quando los quarenta años toqué, quando fui contento con mi conyugalcompañera, quando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. No pensé que tomavasen los hijos la vengança de los padres, ni sé si hieres con hierro, ni si quemas con huego; sanadexas la ropa; lastimas el coraçón. Hazes que feo amen y hermoso les paresca. ¿Quién te diotanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fuesses, amarías a tussirvientes; si los amasses, no les darías pena; si alegres biviessen, no se matarían como agorami amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestinamurió a manos de los más fieles compañeros que ella para tu servicio emponçoñado jamáshalló; ellos murieron degollados, Calisto despeñado. Mi triste hija quiso tomar la mismamuerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron, amargos hechos hazes. No dasyguales galardones; iniqua es la ley que a todos ygual no es. Alegra tu sonido, entristece tutrato. Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros,no sé con qué error de su sentido traídos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que tesiguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlosmetidos en tu congoxosa dança. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sinorden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y moço. Pónente un arco en la mano con que tires atiento; más ciegos son tus ministros que jamás sienten ni veen el desabrido galardón que sesaca de tu servicio. Tu fuego es ardiente rayo que jamás haze señal do llega. La leña que gastatu llama son almas y vidas de humanas criaturas, las quales son tantas que de quién començarpueda apenas me ocurre; no sólo de christianos mas de gentiles y judíos y todo en pago debuenos servicios. ¿Qué me dirás de aquel Macías de nuestro tiempo, cómo acabó amando,cuyo triste fin tú fuiste la causa? ¿Qué hizo por ti Paris? ¿Qué Helena? ¿Qué hizoYpermestra? ¿Qué Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues a Sapho, Ariadna, Leandro ¿quépago les diste? Hasta David y Salomón no quesiste dexar sin pena. Por tu amistad Sansónpagó lo que meresció por creerse de quien tú le forçaste a darle fe. Otros muchos que calloporque tengo harto que contar en mi mal. Del mundo me quexo porque en sí me crió, porqueno me dando vida no engendrara en él a Melibea; no nascida, no amara; no amando, cessarami quexosa y desconsolada postremería. O mi compañera buena y [o] mi hija despedagada,

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¿por qué no quesiste que estorvasse tu muerte? ¿Por qué no oviste lástima de tu querida yamada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? [¿Por qué me dexaste,quando yo te havía de dexar?] ¿Por qué me dexaste penado? ¿Por qué me dexaste triste y soloin hac lacrimarum valle?

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Francesco Petrarca

I

Voi ch'ascoltate in rime sparse il suonodi quei sospiri ond'io nudriva 'l core

in sul mio primo giovenile errorequand'era in parte altr'uom da quel ch'i' sono,

del vario stile in ch'io piango e ragionofra le vane speranze e 'l van dolore,ove sia chi per prova intenda amore,spero trovar pietà, nonché perdono.

Ma ben veggio or sì come al popol tuttofavola fui gran tempo, onde soventedi me medesmo meco mi vergogno;

e del mio vaneggiar vergogna è 'l frutto,e 'l pentersi, e 'l conoscer chiaramente

che quanto piace al mondo è breve sogno.

Juan Boscán

Soneto I

Nunca de amor estuve tan contento,que en su loor mis versos ocupase:ni a nadie aconsejé que se engañasebuscando en el amor contentamiento.

Esto siempre juzgó mi entendimiento,que deste mal todo hombre se guardase;y así porque esta ley se conservase,holgué de ser a todos escarmiento.

¡Oh! vosotros que andáis tras mis escritos,gustando de leer tormentos tristes,según que por amar son infinitos;

mis versos son deciros: «¡Oh! benditoslos que de Dios tan gran merced hubistes,que del poder de amor fuésedes quitos!».

Garcilaso de la Vega

Soneto I

Cuando me paro a contemplar mi estado,y a ver los pasos por do me ha traído,hallo, según por do anduve perdido,que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino estó olvidado,a tanto mal no sé por dó he venido;sé que me acabo, y más he yo sentidover acabar conmigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin artea quien sabrá perderme y acabarme,si ella quisiere, y aun sabrá quererlo;

que pues mi voluntad puede matarme,la suya, que no es tanto de mi parte,pudiendo, ¿qué hará sino hacerlo?

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Francesco PetrarcaPommi ove 'l sole occide i fiori et l'erba

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Pommi ove 'l sole occide i fiori et l'erba,o dove vince lui il ghiaccio et la neve;

ponmi ov'è 'l carro suo temprato et leve,et ov'è chi ce 'l rende, o chi ce 'l serba;

ponmi in humil fortuna, od in superba,al dolce aere sereno, al fosco et greve;

ponmi a la notte, al dí lungo ed al breve,a la matura etate od a l'acerba;

ponmi in cielo, od in terra, od in abisso,in alto poggio, in valle ima et palustre,libero spirto, od a' suoi membri affisso;

ponmi con fama oscura, o con illustre:sarò qual fui, vivrò com'io son visso,continüando il mio sospir trilustre.

Juan Boscán

Soneto XLIII

Ponme en la vida más brava, importuna,do pida a Dios mil veces la mortaja.Ponme en edad do el seso más trabaja,o en los brazos del ama o en la cuna.

Ponme en baja o en próspera fortuna.Ponme do el sol el trato humano ataja,o a do por frío el alto mar se cuaja,o en el abismo o encima de la luna.

Ponme do a nuestros pies viven las gentes,o en la tierra o en el cielo o en el viento.Ponme entre fieras, puesto entre sus dientes,

do muerte y sangre es todo el fundamento.Dondequiera terné siempre presenteslos ojos por quien muero tan contento.

Fernando de Herrera

Soneto XXXVI

Llevarme puede bien la suerte míaal destemplado cerco y fuego ardientede l' abrasada Libia, o do se sientecasi perpetua sombra y noche fría; qu' en la niebla tendré lumbre del día, templança en el calor, aunqu' esté ausentede vos, mi bien, y Amor siempre inclementeme niegue la esperança d' alegría. Y no podrá mi áspero tormento,y el inmenso dolor, que temo tanto, turbarm' un solo punto de mi gloria; qu' en medio de mi grave sentimiento,de mi ielo y mi llama, alegre cantode mi dichoso mal la rica istoria.

Luís de Camões

Quem quiser ver de Amor uma excelênciaOnde sua fineza mais se apura,Atente onde me põe minha ventura,Por ter de minha fé experiência.

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.Onde lembranças mata a longa ausência.Em temeroso mar, em guerra dura,Ali a saudade está segura,Quando mor risco corre a paciência..Mas ponha-me a Fortuna e o duro FadoEm nojo, morte, dano e perdição,Ou em sublime e próspera ventura;.Ponha-me, enfim, em baixo ou alto estado;Que até na dura morte me acharãoNa língua o nome e na alma a vista pura.

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Garcilaso de la Vega

Soneto IV

Un rato se levanta mi esperanza. Tan cansada de haberse levantado torna a caer, que deja, mal mi grado, libre el lugar a la desconfianza.

¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? ¡Oh, corazón cansado! esfuerza en la miseria de tu estado, que tras fortuna suele haber bonanza.

Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos romper un monte, que otro no rompiera,de mil inconvenientes muy espeso.

Muerte, prisión no pueden, ni embarazos, quitarme de ir a veros, como quiera, desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.

Soneto V

Escrito ‘stá en mi alma vuestro gestoy cuanto yo escribir de vos deseo;vos sola lo escribisteis, yo lo leotan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,de tanto bien lo que no entiendo creo,tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;mi alma os ha cortado a su medida;por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;por vos nací, por vos tengo la vida,por vos he de morir y por vos muero

Soneto XII

Si para refrenar este deseo loco, imposible, vano, temeroso, y guarecer de un mal tan peligroso, que es darme a entender yo lo que no creo,

no me aprovecha verme cual me veo, o muy aventurado o muy medroso, en tanta confusión, que nunca oso fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura de aquel que con las alas derretidas cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura llora entre aquellas plantas conocidas, apenas en el agua resfriado?

Soneto XIII

A Dafne ya los brazos le crecíanY en luengos ramos vueltos se mostraban;en verdes hojas vi que se tornabanlos cabellos qu’el oro escurecian;

de aspera corteza se cubrianlos tiernos miembros que aun bullendo ‘staban;los blancos pies en tierra se hincabany en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,a fuerza de llorar, crecer hacíaeste arbol, que con lagrimas regaba.

Oh miserable estado, oh mal tamaño,que con llorarla crezca cada díala causa y la razón por que lloraba!

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Garcilaso de la Vega

Canción III

1.

Con un manso rüido d’agua corriente y claracerca el Danubio una isla que pudiera ser lugar escogido para que descansaraquien, como estó yo agora, no estuviera: do siempre primavera parece en la verdura sembrada de las flores; hacen los ruiseñoresrenovar el placer o la tristura con sus blandas querellas,que nunca, dia ni noche, cesan dellas,

2.

Aquí estuve yo puesto, o por mejor decillo,preso y forzado y solo en tierra ajena; bien pueden hacer esto en quien puede sufrilloy en quien él a sí mismo se condena. Tengo sola una pena, si muero desterrado y en tanta desventura: que piensen por venturaque juntos tantos males me han llevado, y sé yo bien que mueropor solo aquello que morir espero.

3.

El cuerpo está en poder y en mano de quien puedehacer a su placer lo que quisiere, mas no podrá hacer que mal librado quedemientras de mí otra prenda no tuviere; cuando ya el mal viniere y la postrera suerte, aquí me ha de hallar en el mismo lugar,que otra cosa más dura que la muerte me halla y me ha hallado,y esto sabe muy bien quien lo ha probado.

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4.

No es necesario agora hablar más sin provecho,que es mi necesidad muy apretada, pues ha sido en una hora todo aquello deshechoen que toda mi vida fue gastada. Y al fin de tal jornada ¿presumen d’espantarme? Sepan que ya no puedo morir sino sin miedo,que aun nunca qué temer quiso dejarme la desventura mía,qu’el bien y el miedo me quitó en un día.

5.

Danubio, rio divino, que por fieras nacionesvas con tus claras ondas discurriendo, pues no hay otro camino por donde mis razonesvayan fuera d’aquí sino corriendo por tus aguas y siendo en ellas anegadas, si en tierra tan ajena, en la desierta arena,d’alguno fueren a la fin halladas, entiérrelas siquieraporque su error s’acabe en tu ribera.

6.

Aunque en el agua mueras, canción, no has de quejarte,que yo he mirado bien lo que te toca; menos vida tuvieras si hubiera de igualartecon otras que se m’an muerto en la boca, Quién tiene culpa en esto,allá lo entenderás de mí muy presto.

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Garcilaso de la Vega

Égloga I

1 El dulce lamentar de dos pastores,Salicio juntamente y Nemoroso,he de contar, sus quejas imitando;cuyas ovejas al cantar sabrosoestaban muy atentas, los amores, 5(de pacer olvidadas) escuchando.Tú, que ganaste obrandoun nombre en todo el mundoy un grado sin segundo,agora estés atento sólo y dado 10el ínclito gobierno del estadoAlbano; agora vuelto a la otra parte,resplandeciente, armado,representando en tierra el fiero Marte; 2 agora de cuidados enojosos 15y de negocios libre, por venturaandes a caza, el monte fatigandoen ardiente jinete, que apresurael curso tras los ciervos temerosos,que en vano su morir van dilatando; 20espera, que en tornandoa ser restituidoal ocio ya perdido,luego verás ejercitar mi plumapor la infinita innumerable suma 25de tus virtudes y famosas obras,antes que me consuma,faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

3 En tanto que este tiempo que adivinoviene a sacarme de la deuda un día, 30que se debe a tu fama y a tu gloria(que es deuda general, no sólo mía,mas de cualquier ingenio peregrinoque celebra lo digno de memoria),el árbol de victoria, 35que ciñe estrechamentetu gloriosa frente,dé lugar a la hiedra que se plantadebajo de tu sombra, y se levantapoco a poco, arrimada a tus loores; 40y en cuanto esto se canta,escucha tú el cantar de mis pastores.

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4 Saliendo de las ondas encendido,rayaba de los montes al alturael sol, cuando Salicio, recostado 45al pie de un alta haya en la verdura,por donde un agua clara con sonidoatravesaba el fresco y verde prado,él, con canto acordadoal rumor que sonaba, 50del agua que pasaba,se quejaba tan dulce y blandamentecomo si no estuviera de allí ausentela que de su dolor culpa tenía;y así, como presente, 55razonando con ella, le decía:

5Salicio:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas,y al encendido fuego en que me quemomás helada que nieve, Galatea!,estoy muriendo, y aún la vida temo; 60témola con razón, pues tú me dejas,que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.Vergüenza he que me veaninguno en tal estado,de ti desamparado, 65y de mí mismo yo me corro agora.¿De un alma te desdeñas ser señora,donde siempre moraste, no pudiendode ella salir un hora?Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 70

6 El sol tiende los rayos de su lumbrepor montes y por valles, despertandolas aves y animales y la gente:cuál por el aire claro va volando,cuál por el verde valle o alta cumbre 75paciendo va segura y libremente,cuál con el sol presenteva de nuevo al oficio,y al usado ejerciciodo su natura o menester le inclina, 80siempre está en llanto esta ánima mezquina,cuando la sombra el mondo va cubriendo,o la luz se avecina.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

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7 ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada, 85sin mostrar un pequeño sentimientode que por ti Salicio triste muera,dejas llevar (¡desconocida!) al vientoel amor y la fe que ser guardadaeternamente sólo a mí debiera? 90¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,(pues ves desde tu alturaesta falsa perjuracausar la muerte de un estrecho amigo)no recibe del cielo algún castigo? 95Si en pago del amor yo estoy muriendo,¿qué hará el enemigo?Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

8 Por ti el silencio de la selva umbrosa,por ti la esquividad y apartamiento 100del solitario monte me agradaba;por ti la verde hierba, el fresco viento,el blanco lirio y colorada rosay dulce primavera deseaba.¡Ay, cuánto me engañaba! 105¡Ay, cuán diferente eray cuán de otra maneralo que en tu falso pecho se escondía!Bien claro con su voz me lo decíala siniestra corneja, repitiendo 110la desventura mía.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

9 ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,(reputándolo yo por desvarío)vi mi mal entre sueños, desdichado! 115Soñaba que en el tiempo del estíollevaba, por pasar allí la sienta,a beber en el Tajo mi ganado;y después de llegado,sin saber de cuál arte, 120por desusada partey por nuevo camino el agua se iba;ardiendo yo con la calor estiva,el curso enajenado iba siguiendodel agua fugitiva. 125Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

10 Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?

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Tus claros ojos ¿a quién los volviste?¿Por quién tan sin respeto me trocaste?Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste? 130¿Cuál es el cuello que, como en cadena,de tus hermosos brazos anudaste?No hay corazón que baste,aunque fuese de piedra,viendo mi amada hiedra, 135de mí arrancada, en otro muro asida,y mi parra en otro olmo entretejida,que no se esté con llanto deshaciendohasta acabar la vida.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 140

11 ¿Qué no se esperará de aquí adelante,por difícil que sea y por incierto?O ¿qué discordia no será juntada?,y juntamente ¿qué tendrá por cierto,o qué de hoy más no temerá el amante, 145siendo a todo materia por ti dada?Cuando tú enajenadade mi cuidado fuiste,notable causa diste,y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo, 150que el más seguro tema con receloperder lo que estuviere poseyendo.Salid fuera sin duelo,salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

12 Materia diste al mundo de esperanza 155de alcanzar lo imposible y no pensado,y de hacer juntar lo diferente,dando a quien diste el corazón malvado,quitándolo de mí con tal mudanzaque siempre sonará de gente en gente. 160La cordera pacientecon el lobo hambrientohará su ayuntamiento,y con las simples aves sin ruidoharán las bravas sierpes ya su nido; 165que mayor diferencia comprendode ti al que has escogido.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

13 Siempre de nueva leche en el veranoy en el invierno abundo; en mi majada 170la manteca y el queso está sobrado;de mi cantar, pues, yo te vi agradada

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tanto que no pudiera el mantuanoTítiro ser de ti más alabado.No soy, pues, bien mirado, 175tan disforme ni feo;que aún agora me veoen esta agua que corre clara y pura,y cierto no trocara mi figuracon ese que de mí se está riendo; 180¡trocara mi ventura!Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

14 ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?¿Cómo te fui tan presto aborrecible?¿Cómo te faltó en mí el conocimiento? 185Si no tuvieras condición terrible,siempre fuera tenido de ti en precio,y no viera de ti este apartamiento.¿No sabes que sin cuentobuscan en el estío 190mis ovejas el fríode la sierra de Cuenca, y el gobiernodel abrigado Estremo en el invierno?Mas ¡qué vale el tener, si derritiendome estoy en llanto eterno! 195Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

15 Con mi llorar las piedras enternecensu natural dureza y la quebrantan;los árboles parece que se inclinan:las aves que me escuchan, cuando cantan, 200con diferente voz se condolecen,y mi morir cantando me adivinan.Las fieras, que reclinansu cuerpo fatigado,dejan el sosegado 205sueño por escuchar mi llanto triste.Tú sola contra mí te endureciste,los ojos aún siquiera no volviendoa lo que tú hiciste.Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 210 16 Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,no dejes el lugar que tanto amaste,que bien podrás venir de mí segura;yo dejaré el lugar do me dejaste; ven, si por sólo esto te detienes; 215ves aquí un prado lleno de verdura,ves aquí una espesura,

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ves aquí una agua clara,en otro tiempo cara, a quien de ti con lágrimas me quejo. 220Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)al que todo mi bien quitarme puede;que pues el bien le dejo,no es mucho que el lugar también le quede.

17 Aquí dio fin a su cantar Salicio, 225y suspirando en el postrero acento,soltó de llanto una profunda vena.Queriendo el monte al grave sentimientode aquel dolor en algo ser propicio, con la pesada voz retumba y suena. 230La blanca Filomena,casi como doliday a compasión movida,dulcemente responde al son lloroso. Lo que cantó tras esto Nemoroso 235decidlo vos Piérides, que tantono puedo yo, ni oso,que siento enflaquecer mi débil canto.

18Nemoroso:

Corrientes aguas, puras, cristalinas,árboles que os estáis mirando en ellas, 240verde prado, de fresca sombra lleno,aves que aquí sembráis vuestras querellas,hiedra que por los árboles caminas,torciendo el paso por su verde seno:yo me vi tan ajeno 245del grave mal que siento,que de puro contentocon vuestra soledad me recreaba,donde con dulce sueño reposaba,o con el pensamiento discurría 250por donde no hallabasino memorias llenas de alegría.

19 Y en este mismo valle, donde agorame entristezco y me canso, en el reposoestuve ya contento y descansado. 255¡Oh bien caduco, vano y presuroso!Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,que despertando, a Elisa vi a mi lado.¡Oh miserable hado!¡Oh tela delicada, 260

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antes de tiempo dadaa los agudos filos de la muerte!Más convenible fuera aquesta suertea los cansados años de mi vida,que es más que el hierro fuerte, 265pues no la ha quebrantado tu partida.

20 ¿Dó están agora aquellos claros ojosque llevaban tras sí, como colgada,mi ánima doquier que ellos se volvían?¿Dó está la blanca mano delicada, 270llena de vencimientos y despojosque de mí mis sentidos le ofrecían?Los cabellos que víancon gran desprecio al oro,como a menor tesoro, 275¿adónde están? ¿Adónde el blando pecho?¿Dó la columna que el dorado techocon presunción graciosa sostenía?Aquesto todo agora ya se encierra,por desventura mía, 280en la fría, desierta y dura tierra.

21 ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,cuando en aqueste valle al fresco vientoandábamos cogiendo tiernas flores,que había de ver con largo apartamiento 285venir el triste y solitario díaque diese amargo fin a mis amores?El cielo en mis dolorescargó la mano tanto,que a sempiterno llanto 290y a triste soledad me ha condenado;y lo que siento más es verme atadoa la pesada vida y enojosa,solo, desamparado,ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa. 295

22 Después que nos dejaste, nunca paceen hartura el ganado ya, ni acudeel campo al labrador con mano llena.No hay bien que en mal no se convierta y mude:la mala hierba al trigo ahoga, y nace 300en lugar suyo la infelice avena;la tierra, que de buenagana nos producíaflores con que solíaquitar en sólo vellas mil enojos, 305

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produce agora en cambio estos abrojos,ya de rigor de espinas intratable;yo hago con mis ojoscrecer, llorando, el fruto miserable.

23 Como al partir del sol la sombra crece, 310y en cayendo su rayo se levantala negra escuridad que el mundo cubre,de do viene el temor que nos espanta,y la medrosa forma en que se ofreceaquello que la noche nos encubre, 315hasta que el sol descubresu luz pura y hermosa:tal es la tenebrosanoche de tu partir, en que he quedadode sombra y de temor atormentado, 320hasta que muerte el tiempo determineque a ver el deseadosol de tu clara vista me encamine.

24 Cual suele el ruiseñor con triste cantoquejarse, entre las hojas escondido, 325del duro labrador, que cautamentele despojó su caro y dulce nidode los tiernos hijuelos, entre tantoque del amado ramo estaba ausente,y aquel dolor que siente 330con diferencia tantapor la dulce gargantadespide, y a su canto el aire suena,y la callada noche no refrenasu lamentable oficio y sus querellas, 335trayendo de su penaal cielo por testigo y las estrellas;

25 desta manera suelto yo la riendaa mi dolor, y así me quejo en vanode la dureza de la muerte airada. 340Ella en mi corazón metió la mano,y de allí me llevó mi dulce prenda,que aquél era su nido y su morada.¡Ay muerte arrebatada!Por ti me estoy quejando 345al cielo y enojandocon importuno llanto al mundo todo:tan desigual dolor no sufre modo.No me podrán quitar el doloridosentir, si ya del todo 350

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primero no me quitan el sentido.

26 Una parte guardé de tus cabellos,Elisa, envueltos en un blanco paño,que nunca de mi seno se me apartan;descójolos, y de un dolor tamaño 355enternecerme siento, que sobre ellosnunca mis ojos de llorar se hartan.Sin que de allí se partan,con sospiros calientes,más que la llama ardientes, 360los enjugo del llanto, y de consunocasi los paso y cuento uno a uno;juntándolos, con un cordón los ato.Tras esto el importunodolor me deja descansar un rato. 365

27 Mas luego a la memoria se me ofreceaquella noche tenebrosa, escura,que siempre aflige esta ánima mezquinacon la memoria de mi desventuraVerte presente agora me parece 370en aquel duro trance de Lucina,y aquella voz divina,con cuyo son y acentosa los airados vientospudieras amansar, que agora es muda. 375Me parece que oigo que a la cruda,inexorable diosa demandabasen aquel paso ayuda;y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

28 ¿Ibate tanto en perseguir las fieras? 380¿Ibate tanto en un pastor dormido?¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,que, conmovida a compasión, oídoa los votos y lágrimas no dieras,por no ver hecha tierra tal belleza, 385o no ver la tristezaen que tu Nemorosoqueda, que su reposoera seguir tu oficio, persiguiendolas fieras por los monte, y ofreciendo 390a tus sagradas aras los despojos?¿Y tú, ingrata, riendodejas morir mi bien ante los ojos?

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Divina Elisa, pues agora el cielocon inmortales pies pisas y mides, 395y su mudanza ves, estando queda,¿por qué de mí te olvidas y no pidesque se apresure el tiempo en que este velorompa del cuerpo, y verme libre pueda,y en la tercera rueda, 400contigo mano a mano,busquemos otro llano,busquemos otros montes y otros ríos,otros valles floridos y sombríos,do descansar y siempre pueda verte 405ante los ojos míos,sin miedo y sobresalto de perderte?

------30 Nunca pusieran fin al triste llorolos pastores, ni fueran acabadaslas canciones que sólo el monte oía, 410si mirando las nubes coloradas,al tramontar del sol bordadas de oro,no vieran que era ya pasado el día,la sombra se veíavenir corriendo apriesa 415ya por la falda espesadel altísimo monte, y recordandoambos como de sueño, y acabandoel fugitivo sol, de luz escaso,su ganado llevando, 420se fueran recogiendo paso a paso.

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Fray Luis de León

ODA I

Vida retirada

¡Qué descansada vidala del que huye el mundanal ruïdoy sigue la escondidasenda por donde han idolos pocos sabios que en el mundo han sido! 5

Que no le enturbia el pechode los soberbios grandes el estado,ni del dorado techose admira, fabricadodel sabio moro, en jaspes sustentado. 10

No cura si la famacanta con voz su nombre pregonera,ni cura si encaramala lengua lisonjeralo que condena la verdad sincera. 15

¿Qué presta a mi contentosi soy del vano dedo señalado,si en busca de este vientoando desalentadocon ansias vivas y mortal cuidado? 20

¡Oh campo, oh monte, oh río!¡Oh secreto seguro deleitoso!roto casi el navío,a vuestro almo reposohuyo de aqueste mar tempestuoso. 25

Un no rompido sueño,un día puro, alegre, libre quiero;no quiero ver el ceñovanamente severode quien la sangre ensalza o el dinero. 30

Despiértenme las avescon su cantar süave no aprendido,no los cuidados gravesde que es siempre seguidoquien al ajeno abritrio está atenido. 35

Vivir quiero conmigo,gozar quiero del bien que debo al cieloa solas, sin testigo,libre de amor, de celo,de odio, de esperanzas, de recelo. 40

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Del monte en la laderapor mi mano plantado tengo un huerto,que con la primaverade bella flor cubierto,ya muestra en esperanza el fruto cierto. 45

Y como codiciosade ver y acrecentar su hermosura,desde la cumbre airosauna fontana purahasta llegar corriendo se apresura. 50

Y luego sosegadael paso entre los árboles torciendo,el suelo de pasadade verdura vistiendo,y con diversas flores va esparciendo. 55

El aire el huerto orea,y ofrece mil olores al sentido,los árboles meneacon un manso ruïdo,que del oro y del cetro pone olvido. 60

Ténganse su tesorolos que de un flaco leño se confían:no es mío ver al llorode los que desconfíancuando el cierzo y el ábrego porfían. 65

La combatida antenacruje, y en ciega noche el claro díase torna; al cielo suenaconfusa vocería,y la mar enriquecen a porfía. 70

A mí una pobrecillamesa, de amable paz bien abastadame baste, y la vajillade fino oro labrada,sea de quien la mar no teme airada. 75

Y mientras miserable-mente se están los otros abrasandoen sed insacïabledel no durable mando,tendido yo a la sombra esté cantando. 80

A la sombra tendidode yedra y lauro eterno coronado,puesto el atento oídoal son dulce, acordado,del plectro sabiamente meneado. 85

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Romances

Romance de Melisenda

Todas las gentes dormíanen las que Dios había partemas no duerme la Melisendala hija del emperante,que amores del conde Ayuelosno la dejan reposar.Salto diera de la camacomo la parió su madre,vistiérase una alcandorano hallando su brial,vase para los palaciosdonde sus damas están.Dando palmadas en ellaslas empezó de llamar:"¡Si dormides, mis mis doncellas,si dormides recordad!Las que sabedes de amoresconsejo me queráis dar;las que de amor non sabedestengádesme poridad,que amores del conde Ayuelosno me dejan reposar".Allí hablara una viejavieja es de antigüedad:"Mientras sois moza, mi fija,placer vos querades darque si esperáis a la vejeznon vos querrá un rapaz".Desque esto oyó Melisendano quiso más esperar,y vase buscar al condea los palacios do está;a sombra va de tejadosque no la conozca nadie.Encontró con Hernandillo,el alguacil de su padredesque la vido y solaempezóse a santiguare:"¿Qué es aquesto, Melisenda,esto que podría estar?¡O vos tenéis mal de amoreso os queréis loca tornar!"."Que no tengo mal de amores,ni tengo por quien penar;mas cuando yo era pequeñatuve una enfermedad,prometí tener novenasallá en San Juan de Letrán:las dueñas iban de día,doncellas agora van".Desque esto oyera Hernandillopuso fin a su hablar.La infanta mal enojada,

La bella mal maridada

"La bella mal maridada,de las lindas que yo vi,véote tan triste enojada;la verdad dila tú a mí.Si has de tomar amorespor otro, no dejes a mí,que a tu marido, señora,con otras dueñas lo vi,besando y retozando:mucho mal dice de ti;juraba y perjurabaque te había de ferir".Allí habló la señora,allí habló, y dijo así:"Sácame tú, el caballero,tú sacásesme de aquí;por las tierras donde fueresbien te sabría yo servir:yo te haría bien la camaen que hayamos de dormir,yo te guisaré la cenacomo a caballero gentil,de gallinas y caponesy otras cosas más de mil;que a éste mi maridoya no le puedo sufrir,que me da muy mala vidacual vos bien podéis oir".Ellos en aquesto estandosu marido hélo aquí:"¿Qué hacéis mala traidora?¡Hoy habedes de morir!"."¿Y por qué, señor, por qué?Que nunca os lo merecí.Nunca besé a hombre,mas hombre besó a mí;las penas que él merecía,señor, daldas vos a mí;con riendas de tu caballo,señor, azotes a mí;con cordones de oro y sirgoviva ahorques a mí.En la huerta de los naranjosviva entierres a mí,en sepoltura de oroy labrada de marfil;y pongas encima un mote,señor, que diga así:«Aquí está la flor de las flores,por amores murió aquí;

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queriendo dél se vengar:"Prestásesme ora, Hernando,prestásesme tu puñalque miedo me tengo, miedode los perros de la calle".Tomó el puñal por la punta,los cabos le fuera dar;dióle ella tal puñalada,que en el suelo muerto cae."Ahora vete tú, Hernandillo,y cuéntalo al rey mi padre".Y vase para el palacioa do el conde Ayuelo está.Las puertas halló cerradasno encontró por donde entrarcon arte de encantamientoábrelas de par en par;siete antorchas que allí ardentodas las fuera a apagar.Despertado se había el condecon un temor atán grande:"¡Ay, válasme, Dios del cieloy Santa María su Madre!¿Si eran mis enemigosque me vienen a mataro eran los mis pecadosque me vienen a tentar?".La Melisenda, discreta,le empezara de hablar:"No te congojes, señor,no quieras pavor tomar,que yo soy una moricavenida de allende el mar.Mi cuerpo tengo tan blancocomo un fino cristalmis dientes tan menudicosmenudos como la salmi boca tan coloradacomo un fino coral".Allí fablara el buen condetal respuesta le fue a dar."Juramento tengo hecho,y en un libro misalque mujer que a mí demandenunca mi cuerpo negallesi no era a la Melisendala hija del Emperante".Entonces la Melisendacomenzóle de besar,y en las tinieblas oscurasde Venus es el jugar.Cuando vino la mañanaque quería alborearhizo abrir las sus ventanaspor la morica mirarvido que era Melisendaempeçóle de hablar:"¡Señora cuán bueno fuera

cualquier que muere de amoresmándese enterrar aquí.que así hice yo, mezquina,que por amar me perdí»".

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a esta noche me matarantes que haber cometidoaqueste tan gran mal!".Fuérase al emperadorpor habérselo de contarlas rodillas por el suelole comiença de hablar:"Una nueva vos traíadolorosa de contar,más catad aquí la espadaque en mí lo podéis vengar,que esta noche Melisendaen mis palacios fue a entrar,díjome que era moricamorica de allén la mary que venía conmigoa dormir y a folgar,y entonces yo desdichadocabe mí la dexé echar".Allí fabló el emperadortal respuesta le fue a dar:"Tira, tira allá tu espadaque no te quiero fer mal;más si tu la quieres condepor mujer se te dará"."Pláceme - dijera el conde -pláceme de voluntad,lo que vuestra alteza mandeveisme aquí a vuestro mandar".Hacen venir a un arzobispopara allí los desposar;ricas fiestas hicieroncon mucha solemnidad.

Romance del enamorado y la muerte

Un sueño soñaba anoche,soñito del alma mía,soñaba con mis amoresque en mis brazos los tenía.Vi entrar señora tan blancamuy más que la nieve fría."¿Por dónde has entrado amor?¿Cómo has entrado mi vida?Las puertas están cerradas,ventanas y celosías"."No soy el amor, amante:la Muerte que Dios te envía"."¡Ay, Muerte tan rigurosa,déjame vivir un día!"."Un día no puede ser,una hora tienes de vida".Muy de prisa se calzaba,más de prisa se vestía;ya se va para la calle,en donde su amor vivía."¡Ábreme la puerta, blanca,ábreme la puerta niña!".

Romance de rosa fresca

"¡Rosa fresca, rosa fresca,tan garrida y con amor,cuando yo os tuve en mis brazos,non vos supe servir, non:y agora que vos servíanon vos puedo yo haber, non!"."Vuestra fue la culpa, amigo,vuestra fue, que mía non;enviásteme una cartacon un vuestro servidor,y, en lugar de recaudarél dijera otra razón:que érades casado amigo,allá en tierras de León;que tenéis mujer hermosae hijos como una flor"."Quien vos lo dijo, señora,non vos dijo verdad, non;que yo nunca entré en Castillani allá en tierras de León,sino cuando era pequeño,

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"¿Como te podré yo abrirsi la ocasión no es venida?Mi padre no fue al palacio,mi madre no está dormida"."Si no me abres esta noche,ya no me abrirás querida;la Muerte me está buscando,junto a ti vida sería"."Vete bajo la ventanadonde labraba y cosía,te echaré cordón de sedapara que subas arriba,y si el cordón no alcanzaremis trenzas añadiría".La fina seda se rompe;la Muerte que allí venía:"Vamos, el enamorado,que la hora ya está cumplida".

que non sabía de amor".

La misa del amor

En Sevilla está una ermitacual dicen de San Simón,adonde todas las damasiban a hacer oración.Allá va la mi señora,sobre todas la mejor,saya lleva sobre saya,mantillo de un tornasol,en la su boca muy lindalleva un poco de dulzor,en la su cara muy blancalleva un poco de color,y en los sus ojuelos garzoslleva un poco de alcohol,a la entrada de la ermita,relumbrando como el sol.El abad que dice misano la puede decir, no,monacillos que le ayudanno aciertan responder, no,por decir: amén, amén,decían: amor, amor.

Romance de fonte frida y con amor

Fonte frida, fonte fridafonte frida y con amor,do todas las avecicasvan tomar consolación,sino es la tortolica,que está viuda y con dolor.Por ahí fuera a pasarel traidor del ruiseñor;las palabras que le dicellenas son de traición:"Si tú quisieses, señora,yo sería tu servidor"."Vete de ahí, enemigo,malo, falso, engañador,que ni poso en ramo verdeni en ramo que tenga flor,que si el agua hallo claraturbia la bebiera yo;que no quiero haber maridoporque hijos no haya, no;no quiero placer con ellosni menos consolación.¡Déjame triste, enemigo,malo, falso, mal traidor;que no quiero ser tu amigani casar contigo, no!".

Romance de Rosaflorida

En Castilla está un castillo,que se llama Rocafrida;al castillo llaman Roca,y a la fuente llaman Frida.Almenas tiene de oro,paredes de plata fina;entre almena y almena

Romance de Doña Urraca y el Cid

"¡Afuera, afuera, Rodrigo,el soberbio castellano!Acordársete debríade aquel buen tiempo pasadoque te armaron caballeroen el altar de Santiago,cuando el rey fue tu padrino,

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está una piedra zafira,tanto relumbra de nochecomo el sol a mediodía.Dentro estaba una doncellaque llaman Rosaflorida;siete condes la demandan,tres duques de Lombardía;a todos les desdeñaba,tanta es su lozanía.Enamoróse de Montesinosde oídas, que no de vista;a eso de la media nochegritos da Rosaflorida.Oyérala un camarero,que ella por ayo tenía:"¿Qué es aquesto, mi señora,Qué es esto, Rosaflorida?O tenedes mal de amores,o estades loca sperdida"."Ruégote, mi camarero,que de mí tengas mancilla;mas llevásesme estas cartasa Francia la bien guarnida;diéseslas a Montesinos,prenda que yo más quería;que me venga presto a verpara la Pascua Florida.Si no quisiere venir,bien pagaré su venida:vestiré sus escuderosde una escarlata broslida;daréle siete castilloslos mejores de Castilla;y si de mí más quisiereyo mucho más le daría:daréle yo este mi cuerpo,que más lindo no lo había,si no es el de mi hermana,¡de mal fuego sea ardida!Si ella me lleva en lindeza,yo a ella en galanía".

tú, Rodrigo, el ahijado;mi padre te dio las armas,mi madre te dio el caballo,yo te calcé espuela de oroporque fueses más honrado;pensando casar contigo,¡no lo quiso mi pecado!,casástete con Jimena,hija del conde Lozano;con ella hubiste dineros,conmigo hubieras estados;dejaste hija de reypor tomar la de un vasallo".En oír esto Rodrigovolvióse mal angustiado:"¡Afuera, afuera, los míos,los de a pie y los de a caballo,pues de aquella torre mochauna vira me han tirado!,no traía el asta hierro,el corazón me ha pasado;ya ningún remedio siento,sino vivir más penado".

El infante Arnaldos

¡Quien hubiera tal venturasobre las aguas del marcomo hubo el infante Arnaldosla mañana de San Juan!Andando a buscar la cazapara su falcón cebar,vio venir una galeraque a tierra quiere llegar;las velas trae de sedas,la ejarcia de oro terzal,áncoras tiene de plata,tablas de fino coral.Marinero que la guía,diciendo viene un cantar,

Romance de Gerineldo

Levantóse Gerineldo,que al rey dejara dormido,fuese para la infantadonde estaba en el castillo.- Abráisme, dijo, señora,abráisme, cuerpo garrido.- ¿Quién sois vos, el caballero,que llamáis a mi postigo?- Gerineldo soy, señora,vuestro tan querido amigo.Tomárala por la mano,en un lecho la ha metido,y besando y abrazandoGerineldo se ha dormido.

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que la mar ponía en calma,los vientos hace amainar;los peces que andan al hondo,arriba los hace andar;las aves que van volando,al mástil vienen posar.Allí habló el infante Arnaldos,bien oiréis lo que dirá:"Por tu vida, el marinero,dígasme ora ese cantar".Respondióle el marinero,tal respuesta le fue a dar:"Yo no digo mi canciónsino a quién conmigo va".

Recordado había el reyde un sueño despavorido;tres veces lo había llamado,ninguna le ha respondido.- Gerineldo, Gerinaldo,mi camarero pulido;si me andas en traición,trátasme como a enemigo.O dormías con la infantao me has vendido el castillo.Tomó la espada en la mano,en gran saña va encendido,fuérase para la camadonde a Gerineldo vido.El quisiéralo matar,mas criole de chiquito.Sacara luego la espada,entrambos la ha metido,porque desque recordaseviese cómo era sentido.Recordado había la infantay la espada ha conocido.- Recordados, Gerineldo,que ya érades sentido,que la espada de mi padreyo me la he bien conocido.

Romance de Moraima

Yo me era mora Moraimamorilla de un bel catar;cristiano vino a mi puerta,cuitada, por m'engañar.Hablóme en algarabíacomo aquel que bien la sabe:- Ábrasme la puerta, mora,si Alá te guarde de mal.- ¿Cómo t'abriré, mezquina,que no sé quién te serás?- Yo soy el moro Mazote,hermano de la tu madre,que un cristiano dejo muerto;tras mí venía el alcalde.Si no abres tú, mi vida,aquí me verás matar.Cuando esto oí, cuitada,comencéme a levantar,vistiérame una almejíano hallando mi brial,fuérame a la puertay abríla de par en par.

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San Juan de la Cruz

IICÁNTICO ESPIRITUAL

Canciones entre el alma y el Esposo.1

ESPOSA ¿A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huíste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido. 2 Pastores los que fuerdes allá por las majadas al otero, si por ventura vierdes aquel que yo más quiero, decilde que adolezco, peno y muero. 3 Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.

PREGUNTA A LAS CRIATURAS 4

¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado, oh, prado de verduras, de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado!

RESPUESTA DE LAS CRIATURAS 5 Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura.

ESPOSA 6 ¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero; no quieras enviarme de hoy más ya mensajero, que no saben decirme lo que quiero.

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7 Y todos cuantos vagan, de ti me van mil gracias refiriendo y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo. 8 Mas, ¿cómo perseveras, oh vida, no viviendo donde vives, y haciendo porque mueras, las flechas que recibes, de lo que del Amado en ti concibes? 9 ¿Por qué, pues has llagado a aqueste corazón, no le sanaste? y pues me le has robado, ¿por qué así le dejaste, y no tomas el robo que robaste? 10 Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos. 11 Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor que no se cura sino con la presencia y la figura. 12 ¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados, formases de repente los ojos deseados, que tengo en mis entrañas dibujados! 13 Apártalos, Amado, que voy de vuelo.

ESPOSO buélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma, al aire de tu vuelo, y fresco toma. 14

ESPOSA Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas,

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los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos. 15 La noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena, que recrea y enamora. 16 Nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en púrpura tendido, de paz edificado, de mil escudos de oro coronado. 17 A zaga de tu huella las jóvenes discurren al camino al toque de centella, al adobado vino, emisiones de bálsamo divino. 18 En la interior bodega de mi amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía, y el ganado perdí, que antes seguía. 19 Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa, y yo le di de hecho a mí, sin dejar cosa; allí le prometí de ser su esposa. 20 Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio; que ya sólo en amar es mi ejercicio. 21 Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, qué andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada. 22 De flores y esmeraldas en las frescas mañanas escogidas, haremos las guirnaldas,

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en tu amor florecidas, y en un cabello mío entretejidas. 23 En sólo aquel cabello, que en mi cuello volar consideraste, mirástele en mi cuello, y en él preso quedaste, y en uno de mis ojos te llagaste. 24 Cuando tú me mirabas, tu gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me adamabas, y en eso merecían los míos adorar lo que en ti vían. 25 No quieras despreciarme, que si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste. 26 Cogednos las raposas, que está ya florecida nuestra viña, en tanto que de rosas hacemos una piña, y no parezca nadie en la montiña. 27 Detente, Cierzo muerto; ven, Austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto, y corran sus olores, y pacerá el Amado entre las flores. 28

ESPOSO Entrádose ha la Esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado. 29 Debajo del manzano, allí conmigo fuiste desposada, allí te di la mano, y fuiste reparada, donde tu madre fuera violada. 30 A las aves ligeras, leones, ciervos, gamos saltadores. montes, valles, riberas,

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aguas, aires, ardores, y miedos de las noches veladores: 31 Por las amenas liras y canto de serenas os conjuro que cesen vuestras iras, y no toquéis al muro, porque la Esposa duerma más seguro. 32

ESPOSA ¡Oh ninfas de Judea, en tanto que en las flores y rosales el ámbar perfumea, morá en los arrabales, y no queráis tocar nuestros umbrales! 33 Escóndete, Carillo, y mira con tu haz a las montañas, y no quieras decillo: mas mira las compañas de la que va por ínsulas extrañas. 34

ESPOSO La blanca palomica al arca con el ramo se ha tornado, y ya la tortolica al socio deseado en las riberas verdes ha hallado. 35 En soledad vivía, y en soledad ha puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido. 36

ESPOSA Gocémonos, Amado, v vámonos a ver en tu hermosura al monte o al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura. 37 Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos, que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos. 38

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Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día. 39El aspirar del aire, el canto de la dulce Filomena, el soto y su donaire, en la noche serena con llama que consume y no da pena. 40 Que nadie lo miraba, Aminadab tampoco parecía, y el cerco sosegaba, y la caballería a vista de las aguas descendía.

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Canticum Canticorum Salomonis

11 Sponsa. Osculetur me osculo oris sui ;quia meliora sunt ubera tua vino,2 fragrantia unguentis optimis.Oleum effusum nomen tuum ;ideo adolescentulæ dilexerunt te.3 Chorus Adolescentularum. Trahe me, post te curremusin odorem unguentorum tuorum.Introduxit me rex in cellaria sua ;exsultabimus et lætabimur in te,memores uberum tuorum super vinum.Recti diligunt te.4 Sponsa. Nigra sum, sed formosa, filiæ Jerusalem,sicut tabernacula Cedar, sicut pelles Salomonis.5 Nolite me considerare quod fusca sim,quia decoloravit me sol.Filii matris meæ pugnaverunt contra me ;posuerunt me custodem in vineis :vineam meam non custodivi.6 Indica mihi, quem diligit anima mea, ubi pascas,ubi cubes in meridie,ne vagari incipiam post greges sodalium tuorum.7 Sponsus. Si ignoras te, o pulcherrima inter mulieres,egredere, et abi post vestigia gregum,et pasce hædos tuos juxta tabernacula pastorum.8 Equitatui meo in curribus Pharaonisassimilavi te, amica mea.9 Pulchræ sunt genæ tuæ sicut turturis ;collum tuum sicut monilia.10 Murenulas aureas faciemus tibi,vermiculatas argento.11 Sponsa. Dum esset rex in accubitu suo,nardus mea dedit odorem suum.12 Fasciculus myrrhæ dilectus meus mihi ;inter ubera mea commorabitur.13 Botrus cypri dilectus meus mihiin vineis Engaddi.14 Sponsus. Ecce tu pulchra es, amica mea ! ecce tu pulchra es !Oculi tui columbarum.15 Sponsa. Ecce tu pulcher es, dilecte mi, et decorus !Lectulus noster floridus.16 Tigna domorum nostrarum cedrina,laquearia nostra cypressina.

21 Ego flos campi,et lilium convallium.2 Sponsus. Sicut lilium inter spinas,sic amica mea inter filias.3 Sponsa. Sicut malus inter ligna silvarum,sic dilectus meus inter filios.Sub umbra illius quem desideraveram sedi,et fructus ejus dulcis gutturi meo.4 Introduxit me in cellam vinariam ;ordinavit in me caritatem.5 Fulcite me floribus,stipate me malis,quia amore langueo.6 Læva ejus sub capite meo,et dextera illius amplexabitur me.7 Sponsus. Adjuro vos, filiæ Jerusalem,per capreas cervosque camporum,ne suscitetis, neque evigilare faciatis dilectam,quoadusque ipsa velit.8 Sponsa. Vox dilecti mei ; ecce iste venit,saliens in montibus, transiliens colles.9 Similis est dilectus meus capreæ,hinnuloque cervorum.En ipse stat post parietem nostrum,respiciens per fenestras,prospiciens per cancellos.10 En dilectus meus loquitur mihi.Sponsus. Surge, propera, amica mea,columba mea, formosa mea, et veni :11 jam enim hiems transiit ;imber abiit, et recessit.12 Flores apparuerunt in terra nostra ;tempus putationis advenit :vox turturis audita est in terra nostra ;13 ficus protulit grossos suos ;vineæ florentes dederunt odorem suum.Surge, amica mea, speciosa mea, et veni :14 columba mea, in foraminibus petræ, in caverna maceriæ,ostende mihi faciem tuam,sonet vox tua in auribus meis :vox enim tua dulcis, et facies tua decora.15 Sponsa. Capite nobis vulpes parvulasquæ demoliuntur vineas :nam vinea nostra floruit.16 Dilectus meus mihi, et ego illi,qui pascitur inter lilia,17 donec aspiret dies, et inclinentur umbræ.Revertere ; similis esto, dilecte mi, capreæ,hinnuloque cervorum super montes Bether.

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31 In lectulo meo, per noctes,quæsivi quem diligit anima mea :quæsivi illum, et non inveni.2 Surgam, et circuibo civitatem :per vicos et plateasquæram quem diligit anima mea :quæsivi illum, et non inveni.3 Invenerunt me vigiles qui custodiunt civitatem :Num quem diligit anima mea vidistis ?4 Paululum cum pertransissem eos,inveni quem diligit anima mea :tenui eum, nec dimittam,donec introducam illum in domum matris meæ,et in cubiculum genetricis meæ.5 Sponsus. Adjuro vos, filiæ Jerusalem,per capreas cervosque camporum,ne suscitetis, neque evigilare faciatis dilectam,donec ipsa velit.6 Chorus. Quæ est ista quæ ascendit per desertumsicut virgula fumi ex aromatibus myrrhæ,et thuris, et universi pulveris pigmentarii ?7 En lectulum Salomonis sexaginta fortes ambiuntex fortissimis Israël,8 omnes tenentes gladios, et ad bella doctissimi :uniuscujusque ensis super femur suumpropter timores nocturnos.9 Ferculum fecit sibi rex Salomonde lignis Libani ;10 columnas ejus fecit argenteas,reclinatorium aureum, ascensum purpureum ;media caritate constravit,propter filias Jerusalem.11 Egredimini et videte, filiæ Sion,regem Salomonem in diademate quo coronavit illummater suain die desponsationis illius,et in die lætitiæ cordis ejus.

41 Sponsus. Quam pulchra es, amica mea ! quam pulchra es !Oculi tui columbarum,absque eo quod intrinsecus latet.Capilli tui sicut greges caprarumquæ ascenderunt de monte Galaad.2 Dentes tui sicut greges tonsarumquæ ascenderunt de lavacro ;omnes gemellis fœtibus,et sterilis non est inter eas.3 Sicut vitta coccinea labia tua,et eloquium tuum dulce.Sicut fragmen mali punici, ita genæ tuæ,absque eo quod intrinsecus latet.4 Sicut turris David collum tuum,quæ ædificata est cum propugnaculis ;mille clypei pendent ex ea,omnis armatura fortium.5 Duo ubera tua sicut duo hinnuli,capreæ gemelli, qui pascuntur in liliis.6 Donec aspiret dies, et inclinentur umbræ,vadam ad montem myrrhæ, et ad collem thuris.7 Tota pulchra es, amica mea,et macula non est in te.8 Veni de Libano, sponsa mea :veni de Libano, veni, coronaberis :de capite Amana, de vertice Sanir et Hermon,de cubilibus leonum, de montibus pardorum.9 Vulnerasti cor meum, soror mea, sponsa ;vulnerasti cor meum in uno oculorum tuorum,et in uno crine colli tui.10 Quam pulchræ sunt mammæ tuæ, soror mea sponsa !pulchriora sunt ubera tua vino,et odor unguentorum tuorum super omnia aromata.11 Favus distillans labia tua, sponsa ;mel et lac sub lingua tua :et odor vestimentorum tuorum sicut odor thuris.12 Hortus conclusus soror mea, sponsa,hortus conclusus, fons signatus.13 Emissiones tuæ paradisus malorum punicorum,cum pomorum fructibus, cypri cum nardo.14 Nardus et crocus, fistula et cinnamomum,cum universis lignis Libani ;myrrha et aloë, cum omnibus primis unguentis.15 Fons hortorum, puteus aquarum viventium,quæ fluunt impetu de Libano.16 Sponsa. Surge, aquilo, et veni, auster :perfla hortum meum, et fluant aromata illius.

51 Veniat dilectus meus in hortum suum,et comedat fructum pomorum suorum.Sponsus. Veni in hortum meum, soror mea, sponsa ;messui myrrham meam cum aromatibus meis ;comedi favum cum melle meo ;

61 Sponsa. Dilectus meus descendit in hortum suum ad areolam aromatum,ut pascatur in hortis, et lilia colligat.2 Ego dilecto meo, et dilectus meus mihi,qui pascitur inter lilia.

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bibi vinum meum cum lacte meo ;comedite, amici, et bibite,et inebriamini, carissimi.2 Sponsa. Ego dormio, et cor meum vigilat.Vox dilecti mei pulsantis :Sponsus. Aperi mihi, soror mea, amica mea,columba mea, immaculata mea,quia caput meum plenum est rore,et cincinni mei guttis noctium.3 Sponsa. Expoliavi me tunica mea : quomodo induar illa ?lavi pedes meos : quomodo inquinabo illos ?4 Dilectus meus misit manum suam per foramen,et venter meus intremuit ad tactum ejus.5 Surrexi ut aperirem dilecto meo ;manus meæ stillaverunt myrrham,et digiti mei pleni myrrha probatissima.6 Pessulum ostii mei aperui dilecto meo,at ille declinaverat, atque transierat.Anima mea liquefacta est, ut locutus est ;quæsivi, et non inveni illum ;vocavi, et non respondit mihi.7 Invenerunt me custodes qui circumeunt civitatem ;percusserunt me, et vulneraverunt me.Tulerunt pallium meum mihi custodes murorum.8 Adjuro vos, filiæ Jerusalem,si inveneritis dilectum meum,ut nuntietis ei quia amore langueo.9 Chorus. Qualis est dilectus tuus ex dilecto, o pulcherrima mulierum ?qualis est dilectus tuus ex dilecto, quia sic adjurasti nos ?10 Sponsa. Dilectus meus candidus et rubicundus ;electus ex millibus.11 Caput ejus aurum optimum ;comæ ejus sicut elatæ palmarum, nigræ quasi corvus.12 Oculi ejus sicut columbæ super rivulos aquarum,quæ lacte sunt lotæ, et resident juxta fluenta plenissima.13 Genæ illius sicut areolæ aromatum,consitæ a pigmentariis.Labia ejus lilia,distillantia myrrham primam.14 Manus illius tornatiles, aureæ,plenæ hyacinthis.Venter ejus eburneus,distinctus sapphiris.15 Crura illius columnæ marmoreæquæ fundatæ sunt super bases aureas.Species ejus ut Libani,electus ut cedri.16 Guttur illius suavissimum,et totus desiderabilis.Talis est dilectus meus,et ipse est amicus meus, filiæ Jerusalem.

3 Sponsus. Pulchra es, amica mea ;suavis, et decora sicut Jerusalem ;terribilis ut castrorum acies ordinata.4 Averte oculos tuos a me,quia ipsi me avolare fecerunt.Capilli tui sicut grex caprarumquæ apparuerunt de Galaad.5 Dentes tui sicut grex oviumquæ ascenderunt de lavacro :omnes gemellis fœtibus,et sterilis non est in eis.6 Sicut cortex mali punici, sic genæ tuæ,absque occultis tuis.7 Sexaginta sunt reginæ, et octoginta concubinæ,et adolescentularum non est numerus.8 Una est columba mea, perfecta mea,una est matris suæ, electa genetrici suæ.Viderunt eam filiæ, et beatissimam prædicaverunt ;reginæ et concubinæ, et laudaverunt eam.9 Quæ est ista quæ progreditur quasi aurora consurgens,pulchra ut luna, electa ut sol,terribilis ut castrorum acies ordinata ?10 Sponsa. Descendi in hortum nucum,ut viderem poma convallium,et inspicerem si floruisset vinea,et germinassent mala punica.11 Nescivi : anima mea conturbavit me,propter quadrigas Aminadab.12 Chorus. Revertere, revertere, Sulamitis !revertere, revertere ut intueamur te.

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17 Chorus. Quo abiit dilectus tuus, o pulcherrima mulierum ?quo declinavit dilectus tuus ?et quæremus eum tecum.71 Sponsa. Quid videbis in Sulamite, nisi choros castrorum ?Chorus. Quam pulchri sunt gressus tui in calceamentis, filia principis !Juncturæ femorum tuorum sicut moniliaquæ fabricata sunt manu artificis.2 Umbilicus tuus crater tornatilis,numquam indigens poculis.Venter tuus sicut acervus tritici vallatus liliis.3 Duo ubera tua sicut duo hinnuli,gemelli capreæ.4 Collum tuum sicut turris eburnea ;oculi tui sicut piscinæ in Hesebonquæ sunt in porta filiæ multitudinis.Nasus tuus sicut turris Libani,quæ respicit contra Damascum.5 Caput tuum ut Carmelus ;et comæ capitis tui sicut purpura regisvincta canalibus.6 Sponsus. Quam pulchra es, et quam decora,carissima, in deliciis !7 Statura tua assimilata est palmæ,et ubera tua botris.8 Dixi : Ascendam in palmam,et apprehendam fructus ejus ;et erunt ubera tua sicut botri vineæ,et odor oris tui sicut malorum.9 Guttur tuum sicut vinum optimum,dignum dilecto meo ad potandum,labiisque et dentibus illius ad ruminandum.10 Sponsa. Ego dilecto meo,et ad me conversio ejus.11 Veni, dilecte mi, egrediamur in agrum,commoremur in villis.12 Mane surgamus ad vineas :videamus si floruit vinea,si flores fructus parturiunt,si floruerunt mala punica ;ibi dabo tibi ubera mea.13 Mandragoræ dederunt odoremin portis nostris omnia poma :nova et vetera, dilecte mi, servavi tibi.

81 Quis mihi det te fratrem meum,sugentem ubera matris meæ,ut inveniam te foris, et deosculer te,et jam me nemo despiciat ?2 Apprehendam te, et ducam in domum matris meæ :ibi me docebis,et dabo tibi poculum ex vino condito,et mustum malorum granatorum meorum.3 Læva ejus sub capite meo,et dextera illius amplexabitur me.4 Sponsus. Adjuro vos, filiæ Jerusalem,ne suscitetis, neque evigilare faciatis dilectam,donec ipsa velit.5 Chorus. Quæ est ista quæ ascendit de deserto, deliciis affluens,innixa super dilectum suum ?Sponsus. Sub arbore malo suscitavi te ;ibi corrupta est mater tua,ibi violata est genitrix tua.6 Sponsa. Pone me ut signaculum super cor tuum,ut signaculum super brachium tuum,quia fortis est ut mors dilectio,dura sicut infernus æmulatio :lampades ejus lampades ignis atque flammarum.7 Aquæ multæ non potuerunt extinguere caritatem,nec flumina obruent illam.Si dederit homo omnem substantiam domus suæ pro dilectione,quasi nihil despiciet eam.8 Chorus Fratrum. Soror nostra parva,et ubera non habet ;quid faciemus sorori nostræin die quando alloquenda est ?9 Si murus est,ædificemus super eum propugnacula argentea ;si ostium est, compingamus illud tabulis cedrinis.10 Sponsa. Ego murus, et ubera mea sicut turris,ex quo facta sum coram eo, quasi pacem reperiens.11 Chorus Fratrum. Vinea fuit pacifico in ea quæ habet populos :tradidit eam custodibus ;vir affert pro fructu ejus mille argenteos.12 Sponsa. Vinea mea coram me est.Mille tui pacifici,et ducenti his qui custodiunt fructus ejus.13 Sponsus. Quæ habitas in hortis, amici auscultant ;fac me audire vocem tuam.14 Sponsa. Fuge, dilecte mi, et assimilare capreæ,hinnuloque cervorum super montes aromatum.

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LOPE DE VEGA

EL ARTE NUEVO DE HACER COMEDIAS EN ESTE TIEMPO

(Dirigido a la Academia de Madrid)

Mándanme, ingenios nobles, flor de España,que en esta junta y Academia insigne,en breve tiempo excederéis no sóloa las de Italia, que envidiando a Grecia,

5 ilustró Cicerón del mismo nombre,junto al Averno lago, sino Atenas,adonde en su platónico Liceo,se vio tan alta junta de filósofos,que un arte de comedias os escriba

10 que al estilo del vulgo se reciba. Fácil parece este sujeto, y fácilfuera para cualquiera de vosotrosque ha escrito menos de ellas, y más sabedel arte de escribirlas y de todo,

15 que lo que a mí me daña en esta partees haberlas escrito sin el arte.No porque yo ignorase los preceptos,gracias a Dios, que ya tirón gramáticopasé los libros que trataban de esto

20 antes que hubiese visto al sol diez vecesdiscurrir desde el Aries a los Peces.Mas porque en fin, hallé que las comediasestaban en España en aquel tiempo,no como sus primeros inventores

25 pensaron que en el mundo se escribieran,mas como las trataron muchos bárbarosque enseñaron el vulgo a sus rudezas.Y así introdujeron de tal modoque quien con arte agora las escribe

30 muere sin fama y galardón, que puedeentre los que carecen de su lumbremas que razón y fuerza la costumbre. Verdad es que yo he escrito algunas vecessiguiendo el arte que conocen pocos,

35 mas luego que salir por otra parteveo los monstruos de apariencias llenosadonde acude el vulgo y las mujeresque este triste ejercicio canonizan,a aquel hábito bárbaro me vuelvo,

40 y cuando he de escribir una comedia,encierro los preceptos con seis llaves,saco a Terencio y Plauto de mi estudiopara que no me den voces, que sueledar gritos la verdad en libros mudos,

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45 y escribo por el arte que inventaronlos que el vulgar aplauso pretendieronporque como las paga el vulgo, es justohablarle en necio para darle gusto. Ya tiene la comedia verdadera

50 su fin propuesto como todo génerode poema o poesis, y este ha sidoimitar las acciones de los hombres,y pintar de aquel siglo las costumbres:También cualquiera imitación poética

55 se hace de tres cosas, que son, plática,verso dulce, armonía y la música,que en esto fue común con la tragedia,sólo diferenciándola en que tratalas acciones humildes y plebeyas,

60 y la tragedia las reales y altas.Mirad si hay en las nuestras pocas faltas. Acto fueron llamadas, porque imitanlas vulgares acciones y negocios,Lope de Rueda fue en España ejemplo

65 de estos preceptos y hoy se ven impresassus comedias de prosa tan vulgaresque introduce mecánicos oficios,y el amor de una hija de un herrero,de donde se ha quedado la costumbre

70 de llamar entremeses las comediasantiguas, donde está en su fuerza el artesiendo una acción, y entre plebeya gente,porque entremés de rey jamás se ha visto,y aquí se ve que el arte por bajeza

75 de estilo vino a estar en tal desprecio,y el rey en la comedia para el necio.Aristóteles pinta en su Poética(puesto que escuramente su principio)la contienda de Atenas, y Megara

80 sobre cuál de ellos fue inventor primerolos megarenses dicen que Epicarmo,aunque Atenas quisiera que Magnetes,Elio Donato dice que tuvieronprincipio en los antiguos sacrificios;

85 da por autor de la tragedia Tespis,siguiendo a Horacio que lo mismo afirma,como de las comedias a Aristófanes,Homero a imitación de la Comediala Odiséa compuso, mas la Ilíada

90 de la tragedia fue famoso ejemplo,a cuya imitación llamé epopeyaa mi Jerusalén y añadí trágicay así a su Infierno, Purgatorio y Cielodel célebre poeta Dante Aligero

95 llaman Comedia todos comunmente

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y el Maneto en su prólogo lo siente. Ya todos saben qué silencio tuvopor sospechosa un tiempo la comedia,y que de allí nació también la sátira

100 que siendo más crüel cesó más presto,y dio licencia a la comedia nueva.Los coros fueron los primeros luegode las figuras se introdujo el número,pero Menandro a quién siguió Terencio

105 por enfadosos despreció los coros.Terencio fue más visto en los preceptos,pues que jamás alzó el estilo cómicoa la grandeza trágica, que tantosreprehendieron por vicioso en Plauto

110 porque en esto Terencio fue más cauto. Por argumento, la tragedia tienela historia y la comedia el fingimiento,por esto fue llamada planipediadel argumento humilde pues la hacía

115 sin coturno y teatro el recitante.Hubo comedias paliatas, mimos,togatas, atelanas, tabernarias,que también eran como agora varias.Con ática elegancia los de Atenas

120 reprehendían vicios y costumbrescon las comedias y a los dos autoresdel verso, y de la acción daban sus premios.Por eso Tulio las llamaba espejode las costumbres, y una viva imagen

125 de la verdad, altísimo atributo,en que corre parejas con la historia;mirad si es digna de corona y gloria. Pero ya me parece estáis diciendo,que es traducir los libros y cansaros

130 pintaros esta máquina confusa.Creed que ha sido fuerza que os trujesea la memoria algunas cosas de éstas,porque veáis que me pedís que escribaarte de hacer comedias en España

135 donde cuánto se escribe es contra el arte;y que decir como serán agoracontra el antiguo y qué en razón se fundaes pedir parecer a mi experiencia,no al arte porque el arte verdad dice

140 que el ignorante vulgo contradice. Si pedís arte, yo os suplico, ingenios,que leáis al doctísimo UtinenseRobortelo, y veréis sobre Aristótelesya parte en lo que escribe de comedia

145 cuánto por muchos libros hay difuso,que todo lo de agora está confuso,

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Si pedís parecer de las que agoraestán en posesión, y que es forzosoque el vulgo con sus leyes establezca

150 la vil quimera deste monstruo cómico,diré [el] que tengo, y perdonad, pues deboobedecer a quién mandarme puede,que dorando el error del vulgo quierodeciros de qué modo las querría,

155 ya que seguir el arte no hay remedioen estos dos extremos dando un medio. Elíjase el sujeto y no se mire,(perdonen los preceptos) si es de reyesaunque por esto entiendo que el prudente

160 Felipe, rey de España y señor nuestro,en viendo un rey, en ella[s] se enfadaba,o fuese el ver que al arte contradice,o que la autoridad real no debeandar fingida entre la humilde plebe.

165 Esto es volver a la comedia antiguadonde vemos que Plauto puso diosescomo en su Anfitrión lo muestra Jupiter.Sabe Dios que me pesa de aprobarlo,porque Plutarco hablando de Menandro

170 no siente bien de la comedia antigua,mas pues del arte vamos tan remotosy en España le hacemos mil agravios;cierren los doctos esta vez los labios.Lo trágico y lo cómico mezclado,

175 y Terencio con Séneca, aunque seacomo otro Minotauro de Pasifeharán grave una parte, otra ridícula,que aquesta variedad deleita mucho.Buen ejemplo nos da naturaleza,

180 que por tal variedad tiene belleza. Adviértase que sólo este sujetotenga una acción, mirando que la fábulade ninguna manera sea episódica,quiero decir inserta de otras cosas,

185 que del primero intento se desvíen,ni que de ella se pueda quitar miembroque del contexto no derriba el todo.No hay que advertir que pase en el períodode un sol, aunque es consejo de Aristóteles

190 porque ya le perdimos el respeto,cuando mezclamos la sentencia trágicaa la humildad de la bajeza cómica.Pase en el menos tiempo que ser pueda,si no es cuando el poeta escriba historia

195 en que hayan de pasar algunos años,que estos podrá poner en las distanciasde los dos actos, o si fuere fuerza

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hacer algún camino una figura,cosa que tanto ofende quien lo entiende,

200 pero no vaya a verlas quien se ofende.¡O, cuántos de este tiempo se hace crucesde ver que han de pasar años en cosaque un día artificial tuvo de término!Que aun no quisieron darle el Matemático;

205 porque, considerando que la cólerade un español sentado no se templasi no le representan en dos horas,hasta el final jüicio desde el Génesis,yo hallo que si allí se ha de dar gusto,

210 con lo que se consigue es lo más justo. El sujeto elegido escriba en prosay en tres actos de tiempo le repartaprocurando si puede en cada unono interrumpir el término del día.

215 El Capitán Virués, insigne ingenio,puso en tres actos la comedia, que antesandaba en cuatro, como pies de niñoque eran entonces niñas las comedias.Y yo las escribí de once y doce años

220 de a cuatro actos y de a cuatro pliegosporque cada acto un pliego contenía.Y era que entonces en las tres distanciasse hacían tres pequeños entremeses,y agora apenas uno, y luego un baile,

225 aunque el baile le es tanto en la comediaque le aprueba Aristóteles, y tratanAteneo Platón, y Xenofontepuesto que reprehende el deshonesto;y por esto se enfada de Calípides,

230 con que parece imita el coro antiguo. Dividido en dos partes el asunto,ponga la conexión desde el principiohasta que va ya declinando el paso;pero la solución no la permita

235 hasta que llegue a la postrera escena;porque en sabiendo el vulgo el fin que tiene,vuelve el rostro a la puerta y las espaldasal que esperó tres horas cara a cara;que no hay más que saber que en lo que para.

240 Quede muy pocas veces el teatrosin persona que hable, porque el vulgoen aquellas distancias se inquïeta,y gran rato la fábula se alarga;que, fuera de ser esto un grande vicio,

245 aumenta mayor gracia y artificio. Comience pues y con lenguaje casto;no gaste pensamientos ni conceptosen las cosas domésticas, que sólo

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ha de imitar de dos o tres la plática;250 mas cuando la persona que introduce

persüade, aconseja, o disüade,allí ha de haber sentencias y conceptos,porque se imita la verdad sin duda,pues habla un hombre en diferente estilo

255 del que tiene vulgar cuando aconseja,persüade o aparta alguna cosa.Diónos ejemplo Arístides retórico,porque quiere que el cómico lenguajesea puro, claro, fácil, y aún añade

260 que se tome del uso de la gente,haciendo diferencia al que el político;porque serán entonces las diccionesespléndidas, sonoras y adornadas.No trai[g]a la escritura, ni el lenguaje

265 ofenda con vocablos exquisitos,porque si ha de imitar a los que hablan,no ha de ser por pancayas, por metauros,hipogrifos, semones y centauros.Si hablare el rey, imite cuanto pueda

270 la gravedad real; si el viejo hablareprocure una modestia sentenciosa;describa los amantes con afectosque muevan con extremo a quien escucha;los [soliloquios] pinte de manera

275 que se transforme todo el recitante,y con mudarse a sí, mude al oyente.Pregúntese y respóndase a sí mismo,y si formare quejas, siempre guardeel divino decoro a las mujeres.

280 Las damas no desdigan de su nombre.Y si mudaren traje, sea de modoque pueda perdonarse, porque sueleel disfraz varonil agradar mucho.Guárdese de imposibles, porque es máxima

285 que sólo ha de imitar lo verosímil.El lacayo no trate cosas altas,ni diga los conceptos que hemos vistoen algunas comedias extranjeras;y, de ninguna suerte, la figura

290 se contradiga en lo que tiene dicho.Quiero decir, se olvide, como en Sófoclesse reprehende no acordarse édipodel haber muerto por su mano a Layo.Remátense las escenas con sentencia,

295 con donaire, con versos elegantes,de suerte que al entrarse el que recitano deje con disgusto el auditorio. En el acto primero ponga el caso,en el segundo enlace los sucesos

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300 de suerte que hasta el medio del terceroapenas juzgue nadie en lo que para.Engañe siempre el gusto, y donde veaque se deja entender alguna cosade muy lejos de aquello que promete.

305 Acomode los versos con prudenciaa los sujetos de que va tratando.Las décimas son buenas para quejas;el soneto está bien en los que aguardan;las relaciones piden los romances,

310 aunque en octavas lucen por extremo.Son los tercetos para cosas graves,y para las de amor, las redondillas. Las figuras retóricas importancomo repetición, o anadiplosis,

315 y en el principio de los mismos versos,aquellas relaciones de la anáfora,las ironías, y adubitaciones,apóstrofes también y exclamaciones. El engañar con la verdad es cosa

320 que ha parecido bien, como [lo] usabaen todas sus comedias Miguel Sánchez,digno por la invención de esta memoria.Siempre el hablar equívoco ha tenidoy aquella incertidumbre anfibológica

325 gran lugar en el vulgo, porque piensaque él sólo entiende lo que el otro dice. Los casos de la honra son mejores,porque mueven con fuerza a toda gente,con ellos las acciones virtüosas,

330 que la virtud es dondequiera amada;pues que vemos, si acaso un recitantehace un traidor, es tan odioso a todosque lo que va a comprar no se lo vende,y huye el vulgo de él cuando le encuentra.

335 Y si es leal, le prestan y convidan,y hasta los principales le honran y aman,le buscan, le regalan y le aclaman. Tenga cada acto cuatro pliegos solos,que doce están medidos con el tiempo,

340 y la paciencia de él que está escuchando.En la parte satírica no seaclaro ni descubierto, pues que sabe,que por ley se vedaron las comediaspor esta causa en Grecia y en Italia.

345 Pique sin odio, que si acaso infama,ni espere aplauso ni pretenda fama. éstos podéis tener por aforismos,los que del arte no tratáis antiguoque no da más lugar agora el tiempo;

350 pues lo que les compete a los tres géneros

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del aparato que Vitrubio dice,toca al autor como Valerio MáximoPedro Crinito, Horacio en sus Epístolas,y otros los pintan con sus lienzos y árboles,

355 cabañas, casas y fingidos mármoles. Los trajes nos dijera Julio Póllux,si fuera necesario, que en Españaes de las cosas bárbaras que tienela comedia presente recibidas,

360 sacar un turco un cuello de cristiano,y calzas atacadas un romano. Mas ninguno de todos llamar puedomás bárbaro que yo, pues contra el arteme atrevo a dar preceptos, y me dejo

365 lle[v]ar de la vulgar corriente adondeme llamen ignorante Italia, y Francia.Pero, ¿qué puedo hacer si tengo escritascon una que he acabado esta semanacuatrocientas y ochenta y tres comedias?

370 Porque fuera de seis, las demás todaspecaron contra el arte gravemente.Sustento en fin lo que escribí, y conozcoque aunque fueran mejor de otra manera,no tuvieran el gusto que han tenido

375 porque a veces lo que es contra lo justopor la misma razón deleita el gusto.

Humana cur sit speculum comedia vitaequa ve ferat juveni, commoda quae ve seniquid praeter lepidosque sales, excultaque verba

380 et genus eloqui ipurius inde petasquae gravia in mediis ocurrant lusibus, et quamjucundis passim seria mixta iocis,quam sint fallaces servi, quam improba semperfraudeque et omni genis foemina plena dolis

385 quam miser infelix stultus, et ineptus amatorquam vix succedant quae bene coepta putes.

Oye atento, [y] del arte no disputes,que en la comedia se hallará de modoque oyéndola se pueda saber todo.

FIN

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LA VIDA ES SUEÑO

Pedro Calderón de la Barca

Personas que hablan en ella:

ROSAURA, damaSEGISMUNDO, príncipeCLOTALDO, viejoESTRELLA, infantaCLARÍN, graciosoBASILIO, rey de PoloniaASTOLFO, infanteGUARDASSOLDADOSMÚSICOS

ACTO PRIMERO

Suena ruido de cadenas

CLARÍN: ¿Qué es lo que escucho, cielo!ROSAURA: Inmóvil bulto soy de fuego y hielo.CLARÍN: ¿Cadenita hay que suena?

Mátenme, si no es galeote en pena.Bien mi temor lo dice.

Dentro SEGISMUNDO

SEGISMUNDO: ¡Ay, mísero de mí, y ay infelice!ROSAURA: ¡Qué triste vos escucho!

Con nuevas penas y tormentos lucho.CLARÍN: Yo con nuevos temores.ROSAURA: Clarín...CLARÍN: ¿Señora...?ROSAURA: Huyamos los rigores

de esta encantada torre.CLARÍN: Yo aún no tengo

ánimo de huír, cuando a eso vengo.ROSAURA: ¿No es breve luz aquella

caduca exhalación, pálida estrella,que en trémulos desmayospulsando ardores y latiendo rayos,hace más tenebrosala obscura habitación con luz dudosa?

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Sí, pues a sus reflejospuedo determinar, aunque de lejos,una prisión obscura;que es de un vivo cadáver sepultura;y porque más me asombre,en el traje de fiera yace un hombrede prisiones cargadoy sólo de la luz acompañado.Pues huír no podemos,desde aquí sus desdichas escuchemos.Sepamos lo que dice.

Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de pieles

SEGISMUNDO: ¡Ay mísero de mí, y ay infelice!Apurar, cielos, pretendo,ya que me tratáis así,qué delito cometícontra vosotros naciendo.Aunque si nací, ya entiendoqué delito he cometido;bastante causa ha tenidovuestra justicia y rigor,pues el delito mayordel hombre es haber nacido.Sólo quisiera saberpara apurar mis desvelos-dejando a una parte, cielos,el delito del nacer-,¿qué más os pude ofender,para castigarme más?¿No nacieron los demás?Pues si los demás nacieron,¿qué privilegios tuvieronque no yo gocé jamás?Nace el ave, y con las galasque le dan belleza suma,apenas es flor de pluma,o ramillete con alas,cuando las etéreas salascorta con velocidad,negándose a la piedaddel nido que dejan en calma;¿y teniendo yo más alma,tengo menos libertad?Nace el bruto, y con la pielque dibujan manchas bellas,apenas signo es de estrellas-gracias al docto pincel-,cuando, atrevido y crüel,la humana necesidad

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le enseña a tener crueldad,monstruo de su laberinto;¿y yo, con mejor instinto,tengo menos libertad?Nace el pez, que no respira,aborto de ovas y lamas,y apenas bajel de escamassobre las ondas se mira,cuando a todas partes gira,midiendo la inmensidadde tanta capacidadcomo le da el centro frío;¿y yo, con más albedrío,tengo menos libertad?Nace el arroyo, culebraque entre flores se desata,y apenas sierpe de plata,entre las flores se quiebra,cuando músico celebrade las flores la piedadque le dan la majestaddel campo abierto a su huída;¿y teniendo yo más vida,tengo menos libertad?En llegando a esta pasión,un volcán, un Etna hecho,quisiera sacar del pechopedazos del corazón.¿Qué ley, justicia o razónnegar a los hombres sabeprivilegios tan süaveexcepción tan principal,que Dios le ha dado a un cristal,a un pez, a un bruto y a un ave?

ROSAURA: Temor y piedad en mísus razones han causado.

SEGISMUNDO: ¿Quién mis voces ha escuchado?¿Es Clotaldo?

CLARÍN: Di que sí.ROSAURA: No es sino un triste, ¡ay de mí!,

que en estas bóvedas fríasoyó tus melancolías.

SEGISMUNDO: Pues la muerte te daréporque no sepas que séque sabes flaquezas mías.Sólo porque me has oído,entre mis membrudos brazoste tengo de hacer pedazos.

CLARÍN: Yo soy sordo, y no he podidoescucharte.

ROSAURA: Si has nacido

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humano, baste el postrarmea tus pies para librarme.

SEGISMUNDO: Tu voz pudo enternecerme,tu presencia suspenderme,y tu respeto turbarme.¿Quién eres? Que aunque yo aquítan poco del mundo sé,que cuna y sepulcro fueesta torre para mí;y aunque desde que nací-si esto es nacer- sólo adviertoeres rústico desiertodonde miserable vivo,siendo un esqueleto vivo,siendo un animado muerte.Y aunque nunca vi ni hablésino a un hombre solamenteque aquí mis desdichas siente,por quien las noticias sédel cielo y tierra; y aunqueaquí, por que más te asombresy monstruo humano me nombres,este asombros y quimeras,soy un hombre de las fierasy una fiera de los hombres.Y aunque en desdichas tan graves,la política he estudiado,de los brutos enseñado,advertido de las aves,y de los astros süaveslos círculos he medido,tú sólo, tú has suspendidola pasión a mis enojos,la suspensión a mis ojos,la admiración al oído.Con cada vez que te veonueva admiración me das,y cuando te miro más,aun más mirarte deseo.Ojos hidrópicos creoque mis ojos deben ser;pues cuando es muerte el beber,beben más, y de esta suerte,viendo que el ver me da muerte,estoy muriendo por ver.Pero véate yo y muera;que no sé, rendido ya,si el verte muerte me da,el no verte ¿qué me diera?Fuera más que muerte fiera,ira, rabia y dolor fuerte

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fuera vida. De esta suertesu rigor he ponderado,pues dar vida a una desdichadoes dar a un dichoso muerte.

ROSAURA: Con asombro de mirarte,con admiración de oírte,ni sé qué pueda decirte,ni qué pueda preguntarte;sólo diré que a esta partehoy el cielo me ha guïadopara haberme consolado,si consuelo puede serdel que es desdichado, vera otro que es más desdichado.Cuentan de un sabio que un díatan pobre y mísero estaba,que sólo se sustentabade unas yerbas que comía.¿Habrá otro -entre sí decía-más pobre y triste que yo?Y cuando el rostro volvió,halló la respuesta, viendoque iba otro sabio cogiendolas hojas que él arrojó.Quejoso de la fortunayo en este mundo vivía,y cuando entre mí decía:¿Habrá otra persona algunade suerte más importuna?,piadoso me has respondido;pues volviendo en mi sentido,hallo que las penas mías,para hacerlas tú alegríaslas hubieras recogido.Y por si acaso mis penaspueden aliviarte en parte,óyelas atento, y tomalas que de ellas no sobraren.Yo soy...

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EL BURLADOR DE SEVILLA,de Tirso de Molina(Gabriel Téllez)

Personas que hablan en ella:

Don DIEGO Tenorio, viejoDon JUAN Tenorio, su hijoCATALINÓN, lacayoEl REY de NápolesEl Duque OCTAVIODon PEDRO Tenorio, tíoEl Marqués de la MOTADon GONZALO de UlloaEl REY de Castilla, ALFONSO XIFABIO, criadoISABELA, DuquesaTISBEA, pescadoraBELISA, villanaANFRISO, pescadorCORIDÓN, pescadorGASENO, labradorBATRICIO, labradorRIPIO, ciradoDoña ANA de UlloaAMINTA, labradoraACOMPAÑAMIENTOCANTORESGUARDASCRIADOSENLUTADOSMÚSICOSPASTORESPESCADORES

ACTO PRIMERO

Salen don JUAN Tenorio e ISABELA, duquesa

ISABELA Duque Octavio, por aquípodrás salir más seguro.

JUAN Duquesa, de nuevo os jurode cumplir el dulce sí.

ISABELA Mi gloria, ¿serán verdadespromesas y ofrecimientos,regalos y cumplimientos,voluntades y amistades?

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JUAN Sí, mi bien.ISABELA Quiero sacar

una luz.JUAN Pues, ¿para qué?ISABELA Para que el alma dé fe

del bien que llego a gozar.JUAN Mataréte la luz yo.ISABELA ¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre?JUAN ¿Quién soy? Un hombre sin nombre.ISABELA ¿Que no eres el duque?JUAN No.ISABELA ¡Ah de palacio!JUAN Detente.

Dame, duquesa, la mano.ISABELA No me detengas, villano.

¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!

Sale el REY de Nápoles, con una vela en un candelero

REY ¿Qué es esto?ISABELA ¡Favor! ¡Ay, triste,

que es el rey!REY ¿Qué es?JUAN ¿Qué ha de ser?

Un hombre y una mujer.REY (Esto en prudencia consiste.) Aparte

¡Ah de mi guarda! Prendéa este hombre.

ISABELA ¡Ay, perdido honor!

Sale don PEDRO Tenorio, embajador de España, y GUARDA

PEDRO ¿En tu cuarto, gran señorvoces? ¿Quién la causa fue?

REY Don Pedro Tenorio, a vosesta prisión os encargo.Si ando corto, andad vos largo.Mirad quién son estos dos. Y con secreto ha de ser,que algún mal suceso creo;porque si yo aquí los veo,no me queda más que ver.

Vase el REY

PEDRO Prendedle.JUAN ¿Quién ha de osar?

Bien puedo perder la vida;mas ha de ir tan bien vendidaque a alguno le ha de pesar.

PEDRO Matadle.JUAN ¿Quién os engaña?

Resuelto en morir estoy,porque caballero soy.El embajador de España llegue solo, que ha de serél quien me rinda.

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PEDRO Apartad;a ese cuarto os retiradtodos con esa mujer.

Vanse los otros

Ya estamos solos los dos;muestra aquí tu esfuerzo y brío.

JUAN Aunque tengo esfuerzo, tío,no le tengo para vos.

PEDRO Di quién eres.JUAN Ya lo digo.

Tu sobrino.PEDRO ¡Ay, corazón,

que temo alguna traición!¿Qué es lo que has hecho, enemigo? ¿Cómo estás de aquesta suerte?Dime presto lo que ha sido.¡Desobediente, atrevido!Estoy por darte la muerte. Acaba.

JUAN Tío y señor,mozo soy y mozo fuiste;y pues que de amor supiste,tenga disculpa mi amor. Y pues a decir me obligasla verdad, oye y diréla.Yo engañé y gocé a Isabelala duquesa.

PEDRO No prosigas, tente. ¿Cómo la engañaste?Habla quedo, y cierra el labio.

JUAN Fingí ser el duque Octavio.PEDRO No digas más. ¡Calla! ¡Baste!

Perdido soy si el rey sabeeste caso. ¿Qué he de hacer?Industria me ha de valeren un negocio tan grave. Di, vil, ¿no bastó emprendercon ira y fiereza extrañatan gran traición en Españacon otra noble mujer, sino en Nápoles también,y en el palacio realcon mujer tan principal?¡Castíguete el cielo, amén! Tu padre desde Castillaa Nápoles te envió,y en sus márgenes te diotierra la espumosa orilla del mar de Italia, atendiendoque el haberte recibidopagaras agradecido,y estás su honor ofendiendo. ¡Y en tan principal mujer!Pero en aquesta ocasiónnos daña la dilación.

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Mira qué quieres hacer.JUAN No quiero daros disculpa,

que la habré de dar siniestra,mi sangre es, señor, la vuestra;sacadla, y pague la culpa. A esos pies estoy rendido,y ésta es mi espada, señor.

PEDRO Álzate, y muestra valor,que esa humildad me ha vencido. ¿Atreveráste a bajarpor ese balcón?

JUAN Sí atrevo,que alas en tu favor llevo.

PEDRO Pues yo te quiero ayudar. Vete a Sicilia o Milán,donde vivas encubierto.

JUAN Luego me iré.PEDRO ¿Cierto?JUAN Cierto.PEDRO Mis cartas te avisarán

en qué para este sucesotriste, que causado has.

JUAN Para mí alegre dirás.Que tuve culpa confieso.

PEDRO Esa mocedad te engaña.Baja por ese balcón.

JUAN (Con tan justa pretensión, Apartegozoso me parto a España).

Vase don JUAN y entra el REY

PEDRO Ejecutando, señor,lo que mandó vuestra alteza,el hombre...

REY ¿Murió?PEDRO Escapóse

de las cuchillas soberbias.REY: ¿De qué forma?PEDRO De esta forma:

aun no lo mandaste apenas,cuando sin dar más disculpa,la espada en la mano aprieta,revuelve la capa al brazo,y con gallarda presteza,ofendiendo a los soldadosy buscando su defensa,viendo vecina la muerte,por el balcón de la huertase arroja desesperado.Siguióle con diligenciatu gente. Cuando salieronpor esa vecina puerta,le hallaron agonizandocomo enroscada culebra.Levantóse, y al decirlos soldados, "¡Muera, muera!",bañado con sangre el rostro,

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con tan heroica prestezase fue, que quedé confuso.La mujer, que es Isabela,--que para admirarte nombro--retirada en esa pieza,dice que fue el duque Octavioquien, con engaño y cautela,la gozó.

REY ¿Qué dices?PEDRO Digo

lo que ella propia confiesa.REY: ¡Ah, pobre honor! Si eres alma

del hombre, ¿por qué te dejanen la mujer inconstante,si es la misma ligereza?¡Hola!

Sale un CRIADO

CRIADO ¿Gran señor?REY Traed

delante de mi presenciaesa mujer.

PEDRO Ya la guardiaviene, gran señor, con ella.

Trae la GUARDA a ISABELA

ISABELA ¿Con qué ojos veré al rey?REY Idos, y guardad la puerta

de esa cuadra. Di, mujer,¿qué rigor, qué airada estrellate incitó, que en mi palacio,con hermosura y soberbia,profanases sus umbrales?

ISABELA Señor...REY Calla, que la lengua

no podrá dorar el yerroque has cometido en mi ofensa.¿Aquél era del duque Octavio?

ISABELA Sí, señor.REY No importan fuerzas,

guardas, crïados, murallas,fortalecidas almenas,para amor, que la de un niñohasta los muros penetra.Don Pedro Tenorio, al puntoa esa mujer llevad presaa una torre, y con secretohaced que al duque le prendan;que quiero hacer que le cumplala palabra, o la promesa.

ISABELA Gran señor, volvedme el rostro.REY Ofensa a mi espalda hecha,

es justicia y es razóncastigalla a espaldas vueltas.

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Vase el REY

PEDRO Vamos, duquesa.ISABELA (Mi culpa Aparte

no hay disculpa que la venza,mas no será el yerro tantosi el duque Octavio lo enmienda).

Vanse todos. Salen el duque OCTAVIO, y RIPIO su criado

RIPIO ¿Tan de mañana, señor,te levantas?

OCTAVIO No hay sosiegoque pueda apagar el fuegoque enciende en mi alma Amor. Porque, como al fin es niño,no apetece cama blanda,entre regalada holanda,cubierta de blanco armiño. Acuéstase. No sosiega.Siempre quiere madrugarpor levantarse a jugar,que al fin como niño juega. Pensamientos de Isabelame tienen, amigo, en calma;que como vive en el alma,anda el cuerpo siempre en vela, guardando ausente y presente,el castillo del honor.

RIPIO Perdóname, que tu amores amor impertinente.

OCTAVIO ¿Qué dices, necio?RIPIO Esto digo,

impertinencia es amarcomo amas. ¿Vas a escuchar?

OCTAVIO Sí, prosigue.RIPIO Ya prosigo.

¿Quiérete Isabela a tiOCTAVIO ¿Eso, necio, has de dudar?RIPIO No, mas quiero preguntar,

¿Y tú no la quieres?OCTAVIO Sí.RIPIO Pues, ¿no seré majadero,

y de solar conocido,si pierdo yo mi sentidopor quien me quiere y la quiero? Si ella a ti no te quisiera,fuera bien el porfïalla,regalalla y adoralla,y aguardar que se rindiera; mas si los dos os queréiscon una mesma igualdad,dime, ¿hay más dificultadde que luego os desposéis?

OCTAVIO Eso fuera, necio, a serde lacayo o lavanderala boda.

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RIPIO Pues, ¿es quien quierauna lavandriz mujer, lavando y fregatrizando,defendiendo y ofendiendo,los paños suyos tendiendo,regalando y remendando? Dando, dije, porque al darno hay cosa que se le iguale,y si no, a Isabela dale,a ver si sabe tomar.

Sale un CRIADO

CRIADO El embajador de Españaen este punto se apeaen el zaguán, y desea,con ira y fiereza extraña, hablarte, y si no entendíyo mal, entiendo es prisión.

OCTAVIO ¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión?Decid que entre.

Entra Don PEDRO Tenorio con guardas

PEDRO Quien así con tanto descuido duerme,limpia tiene la conciencia.

OCTAVIO Cuando viene vueselenciaa honrarme y favorecerme, no es justo que duerma yo.Velaré toda mi vida.¿a qué y por qué es la venida?

PEDRO Porque aquí el rey me envió.OCTAVIO Si el rey mi señor se acuerda

de mí en aquesta ocasión,será justicia y razónque por él la vida pierda. Decidme, señor, qué dichao qué estrella me ha guïado,que de mí el rey se ha acordado?

PEDRO Fue, duque, vuestra desdicha. Embajador del rey soy.De él os traigo una embajada.

OCTAVIO Marqués, no me inquieta nada.Decid, que aguardando estoy.

PEDRO A prenderos me ha envïadoel rey. No os alborotéis.

OCTAVIO ¿Vos por el rey me prendéis?Pues, ¿en qué he sido culpado?

PEDRO Mejor lo sabéis que yo,mas, por si acaso me engaño,escuchad el desengaño,y a lo que el rey me envió. Cuando los negros gigantes,plegando funestos toldosya del crepúsculo huían,unos tropezando en otros,

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estando yo con su alteza,tratando ciertos negocios,porque antípodas del solson siempre los poderosos,voces de mujer oímos,cuyos ecos medio roncos,por los artesones sacrosnos repitieron "¡Socorro!"A las voces y al rüidoacudió, duque, el rey propio,halló a Isabela en los brazosde algún hombre poderoso;mas quien al cielo se atrevesin duda es gigante o monstruo.Mandó el rey que los prendiera,quedé con el hombre solo.Llegué y quise desarmalle,pero pienso que el demonioen él formó forma humana,pues que, vuelto en humo, y polvo,se arrojó por los balcones,entre los pies de esos olmos,que coronan del palaciolos chapiteles hermosos.Hice prender la duquesa,y en la presencia de todosdice que es el duque Octavioel que con mano de esposola gozó.

OCTAVIO ¿Qué dices?PEDRO Digo

lo que al mundo es ya notorio,y que tan claro se sabe,que a Isabela, por mil modos,[presa, ya lo ha dicho al rey].Con vos, señor, o con otro,esta noche en el palacio,la habemos hallado todos.

OCTAVIO Dejadme, no me digáistan gran traición de Isabela,mas... ¿si fue su amor cautela?Proseguid, ¿por qué calláis?(Mas, si veneno me dais Apartea un firme corazón toca,y así a decir me provocaque imita a la comadreja,que concibe por la oreja,para parir por la boca. ¿Será verdad que Isabela,alma, se olvidó de mípara darme muerte? Sí,que el bien suena y el mal vuela.Ya el pecho nada recela,juzgando si son antojos,que por darme más enojos,al entendimiento entró,y por la oreja escuchó,

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lo que acreditan los ojos.) Señor marqués, ¿es posibleque Isabela me ha engañado,y que mi amor ha burlado?Parece cosa imposible.¡Oh mujer, ley tan terriblede honor, a quien me provocoa emprender! Mas ya no tocoen tu honor esta cautela.¿Anoche con Isabelahombre en palacio? Estoy loco.

PEDRO Como es verdad que en los vientoshay aves, en el mar peces,que participan a vecesde todos cuatro elementos;como en la gloria hay contentos,lealtad en el buen amigo,traición en el enemigo,en la noche oscuridad,y en el día claridad,y así es verdad lo que digo.

OCTAVIO Marqués, yo os quiero creer,ya no hay cosa que me espante,que la mujer más constantees, en efecto, mujer.No me queda más que ver,pues es patente mi agravio.

PEDRO Pues que sois prudente y sabioelegid el mejor medio.

OCTAVIO Ausentarme es mi remedio.PEDRO Pues sea presto, duque Octavio.OCTAVIO Embarcarme quiero a España,

y darle a mis males fin.PEDRO Por la puerta del jardín,

duque, esta prisión se engaña.OCTAVIO ¡Ah veleta, ah débil caña!

A más furor me provoco,y extrañas provincias toco,huyendo de esta cautela.Patria, adiós. ¿Con Isabelahombre en palacio? Estoy loco.

Vanse todos. Sale TISBEA, pescadora, con una cañade pescar en la mano

TISBEA Yo, de cuantas el mar,pies de jazmín y rosas,en sus riberas besa,con fugitivas olas,sola de amor exenta,como en ventura sola,tirana me reservode sus prisiones locas.Aquí donde el sol pisasoñolientas las ondas,alegrando zafiroslas que espantaba sombras,

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por la menuda arena,unas veces aljófar,y átomos otras vecesdel sol, que así le adora,oyendo de las aveslas quejas amorosas,y los combates dulcesdel agua entre las rocas,ya con la sutil caña,que el débil peso dobladel tierno pececillo,que el mar salado azota,o ya con la atarraya,que en sus moradas hondasprende en cuantos habitanaposentos de conchas,seguramente tengoque en libertad se gozael alma, que amor áspidno le ofende ponzoña.En pequeñuelo esquife,ya en compañía de otras,tal vez al mar le peinola cabeza espumosa.Y cuando más perdidasquerellas de amor forman,como de todos ríoenvidia soy de todas.Dichosa yo mil veces,Amor, pues me perdonas,si ya por ser humildeno desprecias mi choza.Obeliscos de pajami edificio coronan,nidos, si no a cigüeñas,a tortolillas locas.Mi honor conservo en pajascomo fruta sabrosa,vidrio guardado en ellaspara que no se rompa.De cuantos pescadorescon fuego Tarragonade piratas defiendeen la argentada costa,desprecio soy, encanto,a sus suspiros sorda,a sus ruegos terrible,a sus promesas roca.Anfriso, a quien el cielo,con mano poderosa,prodigó un cuerpo y almadotado en gracias todas,medido en las palabras,liberal en las obras,sufrido en los desdenes,modesto en las congojas,mis pajizos umbrales,

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que heladas noches ronda,a pesar de los tiemposlas mañanas remoza,pues con los ramos verdes,que de los olmos corta,cubiertos amanecende flores sin lisonjas.Ya con vigüelas dulces,y sutiles zampoñas,músicas me consagra,y todo no le importa,porque en tirano imperiovivo de amor señora,que halla gusto en sus penas,y en sus infiernos gloria.Todas por él se mueren,y yo, todas las horas,le mato con desdenes,de amor condición propia;querer donde aborrecen,despreciar donde adoran,que si le alegran muere,y vive si le oprobian.En tan alegre día,segura de lisonjas,mis juveniles añosamor no los malogra;que en edad tan florida,Amor, no es suerte poca,no ver, tratando en redes,las tuyas amorosas.Pero, necio discurso,que mi ejercicio estorbas,en él no me diviertasen cosa que no importa.Quiero entregar la cañaal viento, y a la bocadel pececillo el cebo.¡Pero al agua se arrojandos hombres de una nave,antes que el mar la sorba,que sobre el agua viene,y en un escollo aborda!Como hermoso pavónhacen las velas ola,adonde los pilotostodos los ojos pongan.Las olas va escarbando,y ya su orgullo y pompacasi la desvanece,agua un costado toma.Hundióse, y dejó al vientola gavia, que la escojapara morada suya,que un loco en gavias mora.

Dentro gritos de "¡Que me ahogo!"

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Un hombre al otro aguarda,que dice que se ahoga.¡Gallarda cortesía,en los hombros le toma!Anquises le hace Eneassi el mar está hecho Troya.Ya nadando, las aguascon valentía corta,y en la playa no veoquien lo ampare y socorra.Daré voces. ¡Tirso,Anfriso, Alfredo, hola!Pescadores me miran,plega a Dios que me oigan,mas milagrosamenteya tierra los dos toman,sin aliento el que nada,con vida el que le estorba.

Saca en brazos CATALINÓN a don JUAN, mojados

CATALINÓN ¡Válgame la Cananea,y qué salado es el mar!Aquí puede bien nadarel que salvarse desea, que allá dentro es desatinodonde la muerte se fragua.Donde Dios juntó tanta agua¿no juntara tanto vino? Agua, y salada. Extremadacosa para quien no pesca.Si es mala aun el agua fresca,¿qué será el agua salada? ¡Oh, quién hallara una fraguade vino, aunque algo encendido!Si del agua que he bebidohoy escapo, no más agua. Desde hoy abrenuncio de ella,que la devoción me quitatanto, que aun agua benditano pienso ver, por no vella. ¡Ah señor! Helado y fríoestá. ¿Si estará ya muerto?Del mar fue este desconcierto,y mío este desvarío. ¡Mal haya aquél que primeropinos en el mar sembróy el que sus rumbos midiócon quebradizo madero! ¡Maldito sea el vil sastreque cosió el mar que dibujacon astronómica aguja,causando tanto desastre! ¡Maldito sea Jasón,y Tifis maldito sea!

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Muerto está. No hay quien lo crea.¡Mísero Catalinón! ¿Qué he de hacer?

TISBEA Hombre, ¿qué tienes?CATALINÓN En desventura iguales,

pescadora, muchos males,y falta de muchos bienes. Veo, por librarme a mí,sin vida a mi señor. Mirasi es verdad.

TISBEA No, que aun respira.CATALINÓN ¿Por dónde, por aquí?TISBEA Sí,

pues, ¿por dónde...?CATALINÓN Bien podía

respirar por otra parte.TISBEA Necio estás.CATALINÓN Quiero besarte

las manos de nieve fría.TISBEA Ve a llamar los pescadores

que en aquella choza están.CATALINÓN ¿Y si los llamo, ¿vendrán?TISBEA Vendrán presto, no lo ignores.

¿Quién es este caballero?CATALINÓN Es hijo aqueste señor

del camarero mayordel rey, por quien ser espero antes de seis días Condeen Sevilla, a donde va,y adonde su alteza está,si a mi amistad corresponde.

TISBEA ¿Cómo se llama?CATALINÓN Don Juan

Tenorio.TISBEA Llama mi gente.CATALINÓN Ya voy.

Vase CATALINÓN. Coge en el regazo TISBEA a don JUAN

TISBEA Mancebo excelente,gallardo, noble y galán. Volved en vos, caballero.

JUAN ¿Dónde estoy?TISBEA Ya podéis ver,

en brazos de una mujer.JUAN Vivo en vos, si en el mar muero.

Ya perdí todo el receloque me pudiera anegar,pues del infierno del marsalgo a vuestro claro cielo. Un espantoso huracándio con mi nave al través,para arrojarme a esos pies,que abrigo y puerto me dan, y en vuestro divino orienterenazco, y no hay que espantar,pues veis que hay de amar a mar

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una letra solamente.TISBEA Muy grande aliento tenéis

para venir sin aliento,y tras de tanto tormento,mucho contento ofrecéis; pero si es tormento el mar,y son sus ondas crüeles,la fuerza de los cordeles,pienso que os hacen hablar. Sin duda que habéis bebidodel mar la ración pasada,pues por ser de agua saladacon tan grande sal ha sido. Mucho habláis cuando no habláis,y cuando muerto venís,mucho al parecer sentís,plega a Dios que no mintáis. Parecéis caballo griego,que el mar a mis pies desagua,pues venís formado de agua,y estáis preñado de fuego. Y si mojado abrasáis,estando enjuto, ¿qué haréis?Mucho fuego prometéis,plega a Dios que no mintáis.

JUAN A Dios, zagala, pluguieraque en el agua me anegara,para que cuerdo acabara,y loco en vos no muriera; que el mar pudiera anegarmeentre sus olas de plata,que sus límites desata,mas no pudiera abrasarme. Gran parte del sol mostráis,pues que el sol os da licencia,pues sólo con la apariencia,siendo de nieve abrasáis.

TISBEA Por más helado que estáis,tanto fuego en vos tenéis,que en este mío os ardéis,plega a Dios que no mintáis.

Salen CATALINÓN, CORIDÓN y ANFRISO, pescadores

CATALINÓN Ya vienen todos aquí.TISBEA Y ya está tu fuego vivo.JUAN Con tu presencia recibo

el aliento que perdí.CORIDÓN ¿Qué nos mandas?TISBEA Coridón,

Anfriso, amigos...CORIDÓN Todos

buscamos por varios modosesta dichosa ocasión. Di qué nos mandas, Tisbea,que por labios de clavelno lo habrás mandado a aquél

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que idolatrarte desea, apenas, cuando al momento,sin reservar llanto, o sierra,surque el mar, are la tierra,tale el fuego y pare el viento.

TISBEA ¡Oh, qué mal me parecíaestas lisonjas ayer,y hoy echo en ellas de verque sus labios no mentían! Estando, amigos, pescandosobre este peñasco, vihundirse una nave allí,y entre las olas nadando dos hombres, y compasivadi voces que nadie oyó;y en tanta aflicción llególibre de la furia esquiva del mar, sin vida a la arena,de éste en los hombros cargado,un hidalgo, ya anegado;y envuelta en tan triste pena, a llamaros envïé.

ANFRISO Pues aquí todos estamos,manda que en tu gusto hagamos,lo que pensado no fue.

TISBEA Que a mi choza los llevemosquiero, donde agradecidosreparemos sus vestidosy a ellos los regalemos, que mi padre gusta muchode esta debida piedad.

CATALINÓN Extremada es su beldad.JUAN Escucha aparte.CATALINÓN Ya escucho.JUAN Si te pregunta quién soy,

di que no sabes.CATALINÓN ¿A mí

quieres advertirme aquílo que he de hacer?

JUAN Muerto voy por la hermosa pescadora.Esta noche he de gozalla.

CATALINÓN ¿De qué suerte?JUAN Ven y calla.CORIDÓN Anfriso, dentro de un hora

los pescadores prevénque canten y bailen.

ANFRISO Vamos,y esta noche nos hagamosrajas, y paños también.

JUAN Muerto soy.TISBEA ¿Cómo, si andáis?JUAN Ando en pena, como veis.TISBEA Mucho habláis.JUAN Mucho encendéis.TISBEA Plega a Dios que no mintáis.

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Vanse todosSalen don GONZALO de Ulloa y el REY don Alfonso de Castilla

REY ¿Cómo os ha sucedido en la embajada,comendador mayor?

GONZALO Hallé en Lisboaal rey don Juan tu primo, previniendotreinta naves de armada.

REY ¿Y para dónde?GONZALO Para Goa me dijo, mas yo entiendo

que a otra empresa más fácil apercibe;a Ceuta, o Tánger pienso que pretendecercar este verano.

REY Dios le ayude,y premie el cielo de aumentar su gloria.¿Qué es lo que concertasteis?

GONZALO Señor, pidea Cerpa, y Mora, y Olivencia, y Toro,y por eso te vuelve a Villaverde,al Almendral, a Mértola, y Herreraentre Castilla y Portugal.

REY Al puntose firman los conciertos, don Gonzalo;mas decidme primero cómo ha idoen el camino, que vendréis cansado,y alcanzado también.

GONZALO Para serviros,nunca, señor, me canso.

REY ¿Es buena tierraLisboa?

GONZALO La mayor ciudad de España.Y si mandas que diga lo que he vistode lo exterior y célebre, en un puntoen tu presencia te podré un retrato.

REY Gustaré de oíllo. Dadme silla.GONZALO Es Lisboa una octava maravilla.

De las entrañas de España,que son las tierras de Cuenca,nace el caudaloso Tajo,que media España atraviesa.Entra en el mar Oceano,en las sagradas riberasde esta ciudad por la partedel sur; mas antes que pierdasu curso y su claro nombrehace un cuarto entre dos sierrasdonde están de todo el orbebarcas, naves, caravelas.Hay galeras y saetías,tantas que desde la tierrapara una gran ciudadadonde Neptuno reina.A la parte del poniente,guardan del puerto dos fuerzas,de Cascaes y Sangián,las más fuertes de la tierra.Está de esta gran ciudad,

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poco más de media legua,Belén, convento del santoconocido por la piedray por el león de guarda,donde los reyes y reinas,católicos y cristianos,tienen sus casas perpetuas.Luego esta máquina insigne,desde Alcántara comienzauna gran legua a tenderseal convento de Jabregas.En medio está el valle hermosocoronado de tres cuestas,que quedara corto Apelescuando pintarlas quisiera,porque miradas de lejosparecen piñas de perlas,que están pendientes del cielo,en cuya grandeza inmensase ven diez Romas cifradasen conventos y en iglesias,en edificios y calles,en solares y encomiendas,en las letras y en las armas,en la justicia tan recta,y en una Misericordia,que está honrando su ribera,y pudiera honrar a España,y aun enseñar a tenerla.Y en lo que yo más alabode esta máquina soberbia,es que del mismo castillo,en distancia de seis leguas,se ven sesenta lugaresque llega el mar a sus puertas,uno de los cuales esel Convento de Odivelas,en el cual vi por mis ojosseiscientas y treinta celdas,y entre monjas y beatas,pasan de mil y doscientas.Tiene desde allí a Lisboa,en distancia muy pequeña,mil y ciento y treinta quintas,que en nuestra provincia Béticallaman cortijos, y todascon sus huertos y alamedas.En medio de la ciudadhay una plaza soberbia,que se llama del Ruzío,grande, hermosa, y bien dispuesta,que habrá cien años y aun másque el mar bañaba su arena,y agora de ella a la mar,hay treinta mil casas hechas,que perdiendo el mar su curso,se tendió a partes diversas.

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Tiene una calle que llamanRúa Nova, o calle nueva,donde se cifra el orienteen grandezas y riquezas,tanto que el rey me contóque hay un mercader en ella,que por no poder contarlo,mide el dinero a fanegas.El terrero, donde tienePortugal su casa regiatiene infinitos navíos,varados siempre en la tierra,de sólo cebada y trigo,de Francia y Ingalaterra.Pues, el palacio real,que el Tajo sus manos besa,es edificio de Ulises,que basta para grandeza,de quien toma la ciudadnombre en la latina lengua,llamándose Ulisibona,cuyas armas son la esfera,por pedestal de las llagas,que, en la batalla sangrienta,al rey don Alfonso Enríquezdio la majestad inmensa.Tiene en su gran Tarazanadiversas naves, y entre ellaslas naves de la conquista,tan grandes, que de la tierramiradas, juzgan los hombresque tocan en las estrellas.Y lo que de esta ciudadte cuento por excelencia,es, que estando sus vecinoscomiendo, desde las mesas,ven los copos del pescadoque junto a sus puertas pescanque, bullendo entre las redes,vienen a entrarse por ellas.Y sobre todo el llegarcada tarde a su riberamás de mil barcos cargadosde mercancías diversas,y de sustento ordinario,pan, aceite, vino y leña,frutas de infinita suerte,nieve de sierra de Estrella,que por las calles a gritos,puesta sobre las cabezas,la venden; mas, ¿qué me canso?,porque es contar las estrellas,querer contar una partede la ciudad opulenta.Ciento y treinta mil vecinostiene, gran señor, por cuenta,y por no cansarte más,

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un rey que tus manos besa.REY Más estimo, don Gonzalo,

escuchar de vuestra lenguaesa relación sucinta,que haber visto su grandeza.¿Tenéis hijos?

GONZALO Gran señor,una hija hermosa y bella,en cuyo rostro divinose esmeró naturaleza.

REY Pues yo os la quiero casarde mi mano.

GONZALO Como seatu gusto, digo, señor,que yo la acepto por ella;pero ¿quién es el esposo?

REY Aunque no está en esta tierra,es de Sevilla, y se llamadon Juan Tenorio.

GONZALO Las nuevasvoy a llevar a doña Ana.[¡Qué ilustre esposo le espera!]

REY Id en buena hora, y volved,Gonzalo, con la respuesta.

Vanse todos. Salen don JUAN Tenorio y CATALINÓN

JUAN Esas dos yeguas prevén,pues acomodadas son.

CATALINÓN Aunque soy Catalinón,soy, señor, hombre de bien, que no se dijo por mí,"Catalinón es el hombre,"que sabes que aquese nombreme asienta al revés aquí.

JUAN Mientras que los pescadoresvan de regocijo y fiesta,tú las dos yeguas apresta,que de sus pies voladores, sólo nuestro engaño fío.

CATALINÓN ¿Al fin pretendes gozara Tisbea?

JUAN Si el burlares hábito antiguo mío, ¿qué me preguntas, sabiendomi condición?

CATALINÓN Ya sé que erescastigo de las mujeres.

JUAN Por Tisbea estoy muriendo, que es buena moza.

CATALINÓN Buen pagoa su hospedaje deseas.

JUAN Necio, lo mismo hizo Eneascon la reina de Cartago.

CATALINÓN Los que fingís y engañáislas mujeres de esa suerte,lo pagaréis en la muerte.

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JUAN ¡Qué largo me lo fiáis! Catalinón con razónte llaman.

CATALINÓN Tus pareceressigue, que en burlar mujeresquiero ser Catalinón. Ya viene la desdichada.

JUAN Vete, y las yeguas prevén.CATALINÓN Pobre mujer, harto bien

te pagamos la posada.

Vase CATALINÓN y sale TISBEA

TISBEA El rato que sin ti estoyestoy ajena de mí.

JUAN Por lo que finges ansí,ningún crédito te doy.

TISBEA ¿Por qué?JUAN Porque si me amaras

mi alma favorecieras.TISBEA Tuya soy.JUAN Pues, di, ¿qué esperas?

¿O en qué, señora, reparas?TISBEA Reparo en que fue castigo

de amor el que he hallado en ti.JUAN Si vivo, mi bien, en ti,

a cualquier cosa me obligo, aunque yo sepa perderen tu servicio la vida,la diera por bien perdida,y te prometo de ser tu esposo.

TISBEA Soy desiguala tu ser.

JUAN Amor es reyque iguala con justa leyla seda con el sayal.

TISBEA Casi te quiero creer,mas sois los hombres traidores.

JUAN ¿Posible es, mi bien, que ignoresmi amoroso proceder? Hoy prendes con tus cabellosmi alma.

TISBEA Ya a ti me allano,bajo la palabra y manode esposo.

JUAN Juro, ojos bellos, que mirando me matáis,de ser vuestro esposo.

TISBEA Advierte,mi bien, que hay Dios y que hay muerte.

JUAN ¡Qué largo me lo fiáis! Ojos bellos, mientras vivayo vuestro esclavo seré,ésta es mi mano y mi fe.

TISBEA No seré en pagarte esquiva.JUAN Ya en mí mismo no sosiego.

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TISBEA Ven, y será la cabañadel amor que me acompaña,tálamo de nuestro fuego. Entre estas cañas te esconde,hasta que tenga lugar.

JUAN ¿Por dónde tengo de entrar?TISBEA Ven, y te diré por dónde.JUAN Gloria al alma, mi bien, dais.TISBEA Esa voluntad te obligue,

y si no, Dios te castigue.JUAN ¡Qué largo me lo fiáis!

Vanse y salen CORIDÓN, ANFRISO, BELISA y MÚSICOS

CORIDÓN Ea, llamad a Tisbea,y las zagalas llamad,para que en la soledadel huésped la corte vea.

ANFRISO ¡Tisbea, Lucindo, Antandra!No vi cosa más crüel,triste y mísero de aquélque en su fuego es salamandra. Antes que el baile empecemos,a Tisbea prevengamos.

BELISA: Vamos a llamarla.CORIDÓN Vamos.BELISA: A su cabaña lleguemos.CORIDÓN ¿No ves que estará ocupada

con los huéspedes dichosos,de quien hay mil envidiosos?

ANFRISO Siempre es Tisbea envidiada.BELISA: Cantad algo mientras viene,

porque queremos bailar.ANFRISO ¿Cómo podrá descansar

cuidado que celos tiene?

Cantan

MÚSICOS "A pescar sale la niña,tendiendo redes,y en lugar de pececillos,las almas prende."

Sale TISBEA

TISBEA ¡Fuego, fuego, que me quemo,que mi cabaña se abrasa!Repicad a fuego, amigos,que ya dan mis ojos agua.Mi pobre edificio quedahecho otra Troya en las llamas,que después que faltan Troyas,quiere amor quemar cabañas;mas si amor abrasa peñas,con gran ira, fuerza extraña,mal podrán de su rigorreservarse humildes pajas.

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¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!Amor, clemencia, que se abrasa el alma.Ay choza, vil instrumentode mi deshonra, y mi infamia,cueva de ladrones fiera,que mis agravios amparas.Rayos de ardientes estrellasen tus cabelleras caigan,porque abrasadas estén,si del viento mal peinadas.¡Ah falso huésped, que dejasuna mujer deshonrada!Nube que del mar salió,para anegar mis entrañas.¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!Amor, clemencia, que se abrasa el alma.Yo soy la que hacía siemprede los hombres burla tanta.¡Que siempre las que hacen burla,vienen a quedar burladas!Engañóme el caballerodebajo de fe y palabrade marido, y profanómi honestidad y mi cama.Gozóme al fin, y yo propiale di a su rigor las alas,en dos yeguas que crïé,con que me burló y se escapa.Seguidle todos, seguidle,mas no importa que se vaya,que en la presencia del reytengo de pedir venganza.¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!Amor, clemencia, que se abrasa el alma.

Vase TISBEA

CORIDÓN Seguid al vil caballero.ANFRISO Triste del que pena y calla,

mas vive el cielo que en élme he de vengar de esta ingrata.Vamos tras ella nosotros,porque va desesperada,y podrá ser que ella vayabuscando mayor desgracia.

CORIDÓN Tal fin la soberbia tiene,su locura y confïanzaparó en esto.

Dentro se oye gritando TISBEA "¡Fuego, fuego!"

ANFRISO Al mar se arroja.CORIDÓN Tisbea, detente y para.TISBEA ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!

Amor, clemencia, que se abrasa el alma.

FIN DEL ACTO PRIMERO

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ACTO SEGUNDO

Salen el REY y don Diego TENORIO, el viejo

REY ¿Que esto pasa?TENORIO Señor, esto me escribe

de Nápoles don Pedro, que le hallaroncon dama en el palacio; y aperciberemedio en este caso.

REY ¿Y le dejaroncon vida?

TENORIO Por don Pedro, señor, vive,que, sin que se supiese, le ausentaron;y la dama, inocente de este agravioagresor hizo de esto al duque Octavio, y ya en Sevilla está.

REY Sí; mas ¿qué haremoscon Gonzalo de Ulloa, que le habíatratado el casamiento?

TENORIO Bien podremosponer remedio, pues el tiempo envíaocasión, y en la mano la tenemos;que el duque Octavio remediar podríael yerro de don Juan, pues que su casaa la de don Gonzalo llega, y pasa.

REY No me parece mal, como no inquieteal duque la pasión que de Isabela,con el amor que tuvo, nos promete,en cuya confusión hoy se desvela.Pues la ocasión tenemos del copete,asirla, que es ligera y siempre vuela;y viene a ser aquéste el mejor medioque a dos casos como éstos da remedio. Y ¿adónde esté ese loco?

TENORIO Jamás niegoa vuestra alteza cosa que pretendasaber; y cuando aquí pende el sosiegode don Juan, y con esto el yerro enmienda,por quien se acabe el encendido fuegoque él comenzó, es ya justo que lo entienda,señor. Tu alteza, ya en Sevilla asiste,y así encubierto está mientras se viste.

REY Pues decidle que de ella salga al punto,que pienso que es travieso, y la pasea,porque el remedio de esto venga junto.

TENORIO A Lebrija se irá.REY Mi enojo vea

en el destierro.TENORIO Quedará difunto

cuando lo sepa.REY Lo que digo sea

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sin falta.TENORIO El duque Octavio es el que viene.REY Decid que llegue, que licencia tiene.

Sale el duque OCTAVIO, de camino

OCTAVIO A esos pies, gran señor, un peregrinomísero y desterrado, ofrece el labio,juzgando por más fácil el caminoen vuestra gran presencia, el duque Octavio.Huyendo vengo el fiero desatinode una mujer, el no pensado agraviode un caballero, que la causa ha sidode que así a vuestros pies haya venido.

REY Ya, duque Octavio, sé vuestra inocencia,y al rey escribiré que os restituyaen vuestro estado, puesto que el ausenciaque hicisteis, algún daño os atribuya.Yo os casaré en Sevilla, con licenciadel rey, y con perdón y gracia suyaque puesto que Isabela un ángel sea,mirando la que os doy, ha de ser fea. Comendador mayor de Calatravaes Gonzalo de Ulloa, un caballeroa quien el moro por temor alaba,que siempre es el cobarde lisonjero.Éste tiene una hija, en quien bastabaen dote la virtud, que considero,después de la beldad, que es maravillay el sol de las estrellas de Sevilla. Ésta quiero que sea vuestra esposa.

OCTAVIO Cuando yo este viaje le emprendierasólo a eso, mi suerte era dichosa,sabiendo yo que vuestro gusto fuera.

REY Hospedaréis al duque, sin que cosaen su regalo falte.

OCTAVIO Quien esperaen vos, señor, saldrá de premios lleno.Primero Alfonso sois, siendo el onceno.

Vanse el REY y don Diego TENORIO, y sale RIPIO

RIPIO ¿Qué ha sucedido?OCTAVIO Que he dado

el trabajo recibido,conforme me ha sucedido,desde hoy por bien empleado. Hablé al rey, vióme y honróme,César con él César fui,pues vi, peleé y vencí,y ya hace que esposa tome de su mano, y se prefierea desenojar al reyen la fulminada ley.

RIPIO Con razón el nombre adquiere de generoso en Castilla.¿Al fin te llegó a ofrecer

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mujer?OCTAVIO Sí, amigo, y mujer

de Sevilla, que Sevilla da, si averiguarlo quieres,porque de oíllo te asombres,si fuertes y airosos hombres,también gallardas mujeres. Un manto tapado, un brío,donde un puro sol se esconde,si no es en Sevilla, ¿adóndese admite? El contento mío es tal que ya me consuelaen mi mal.

Salen CATALINÓN y don JUAN

CATALINÓN Señor, detente,que aquí está el duque, inocentesagitario de Isabela, aunque mejor le dirécapricornio.

JUAN Disimula.CATALINÓN Cuando le vende, le adula.JUAN Como a Nápoles dejé

por envïarme a llamarcon tanta prisa mi rey,y como su gusto es ley,no tuve, Octavio, lugar de despedirme de vosde ningún modo.

OCTAVIO Por eso,don Juan amigo, os confieso,que hoy nos juntamos los dos en Sevilla.

JUAN ¿Quién pensara,duque, que en Sevilla os viera;¿vos Puzol, vos la Ribera,desde Parténope clara dejáis? Aunque es un lugarNápoles tan excelente,por Sevilla solamentese puede, amigo, dejar.

OCTAVIO Si en Nápoles os oyera,y no en la parte en que estoy,del crédito que ahora os doysospecho que me riera. Mas, llegándola a habitar,es, por lo mucho que alcanzacorta, cualquier alabanzaque a Sevilla queráis dar, ¿quién es el que viene allí?

JUAN El que viene es el marquésde la Mota.

OCTAVIO Descortéses fuerza ser.

JUAN Si de mí algo hubiereis menester,

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aquí espada y brazo está.CATALINÓN (Y si importa gozará Aparte

en su nombre otra mujer, que tiene buena opinión).

OCTAVIO De vos estoy satisfecho.CATALINÓN Si fuere de algún provecho,

señores, Catalinón, vuarcedes continuamenteme hallarán para servillos.

RIPIO ¿Y dónde?CATALINÓN En los Pajarillos,

tabernáculo excelente.

Vanse OCTAVIO y RIPIO y salen el marqués de la MOTA y suCRIADO

MOTA Todo hoy os ando buscando,y no os he podido hallar.¿Vos, don Juan, en el lugar,y vuestro amigo penando en vuestra ausencia?

JUAN Por Dios,amigo, que me debéisesa merced que me hacéis.

CATALINÓN (Como no le entreguéis vos Aparte moza o cosa que lo valga,bien podéis fïaros de él,que en cuanto a esto es crüel,tiene condición hidalga).

JUAN ¿Qué hay de Sevilla?MOTA Está ya

toda esta corte mudada.JUAN ¿Mujeres?MOTA Cosa juzgada.JUAN ¿Inés?MOTA A Bejel se va.JUAN Buen lugar para vivir

la que tan dama nació.MOTA El tiempo la desterró

a Bejel.JUAN Irá a morir.

¿Constanza?MOTA Es lástima vella

lampiña de frente y ceja,llámala el portugués vieja,y ella imagina que bella.

JUAN Sí, que velha en portuguéssuena "vieja" en castellano.¿Y Teodora?

MOTA Este veranose escapó del mal francés por un río de sudores,y está tan tierna y recienteque anteayer me arrojó un dienteenvuelto entre muchas flores.

JUAN ¿Julia, la del Candilejo?MOTA Ya con sus afeites lucha.

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JUAN ¿Véndese siempre por trucha?MOTA Ya se da por abadejo.JUAN ¿El barrio de Cantarranas

tiene buena población?MOTA Ranas las más de ellas son.JUAN ¿Y viven las dos hermanas?MOTA Y la mona de Tolú

de su madre Celestina,que les enseña doctrina.

JUAN ¡Oh, vieja de Belcebú! ¿Cómo la mayor está?

MOTA Blanca, y sin blanca ninguna.Tiene un santo a quien ayuna.

JUAN ¿Agora en vigilias da?MOTA Es firme y santa mujer.JUAN ¿Y esotra?MOTA Mejor principio

tiene; no desecha ripio.JUAN Buen albañir quiere ser.

Marqués, ¿qué hay de perros muertos?MOTA Yo y don Pedro de Esquivel

dimos anoche uno crüel,y esta noche tengo ciertos otros dos.

JUAN Iré con vos,que también recorreréciertos nidos que dejéen huevos para los dos. ¿Qué hay de terrero?

MOTA No mueroen terrero, que enterradome tiene mayor cuidado.

JUAN ¿Cómo?MOTA Un imposible quiero.JUAN Pues, ¿no os corresponde?MOTA Sí,

me favorece y me estima.JUAN ¿Quién es?MOTA Doña Ana, mi prima,

que es recién llegada aquí.JUAN Pues, ¿dónde ha estado?MOTA En Lisboa,

con su padre en la embajada.JUAN ¿Es hermosa?MOTA Es extremada,

porque en doña Ana de Ulloa se extremó Naturaleza.

JUAN ¿Tan bella es esa mujer?¡Vive Dios que la he de ver!

MOTA Veréis la mayor belleza que los ojos del sol ven.

JUAN Casaos, si es tan extremada.MOTA El rey la tiene casada

y no se sabe con quién.JUAN ¿No os favorece?MOTA Y me escribe.CATALINÓN (No prosigas, que te engaña Aparte

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el gran burlador de España).JUAN Quien tan satisfecho vive

de su amor, ¿desdichas teme?Sacadla, solicitadla,escribidla, y engañadla,y el mundo se abrase y queme.

MOTA Agora estoy esperandola postrer resolución.

JUAN Pues no perdáis la ocasión,que aquí os estoy aguardando.

MOTA Ya vuelvo.CATALINÓN Señor cuadrado,

o señor redondo, adiós.CRIADO Adiós.

Vanse el marqués de la MOTA y su CRIADO

JUAN Pues solos los dos,amigo, habemos quedado, los pasos sigue al marqués,que en el palacio se entró.

Vase CATALINÓN, habla por una reja una MUJER

MUJER Ce, ¿a quién digo?JUAN ¿Quién llamó?MUJER Si sois prudente y cortés,

y su amigo, dadle luegoal marqués este papel;mirad que consiste en élde una señora el sosiego.

JUAN Digo que se lo daré,soy su amigo y caballero.

MUJER Basta, señor forastero,adiós.

Vase la MUJER

JUAN Ya la voz se fue. ¿No parece encantamientoesto que agora ha pasado?A mí el papel ha llegadopor la estafeta del viento. Sin duda que es de la damaque el marqués me ha encarecido.Venturoso en esto he sido.Sevilla a voces me llama el burlador, y el mayorgusto que en mí puede haberes burlar una mujery dejarla sin honor. Vive Dios que le he de abrir,pues salí de la plazuela.Mas ¿si hubiese otra cautela?Gana me da de reír. Ya está abierto el papel,y que es suyo es cosa llana,

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porque aquí firma doña Ana.Dice así: "Mi padre infiel en secreto me ha casado,sin poderme resistir.No sé si podré vivir,porque la muerte me ha dado. Si estimas, como es razón,mi amor y mi voluntad,y si tu amor fue verdad,muéstralo en esta ocasión. Porque veas que te estimo,ven esta noche a la puerta,que estará a las once abierta,donde tu esperanza, primo, goces, y el fin de tu amor.Traerás, mi gloria, por señasde Leonorilla y las dueñasuna capa de color. Mi amor todo de ti fío,y adiós." ¡Desdichado amante!¿Hay suceso semejante?Ya de la burla me río. Gozaréla, vive Dios,con el engaño y cautelaque en Nápoles a Isabela.

Sale CATALINÓN

CATALINÓN Ya el marqués viene.JUAN Los dos

aquesta noche tenemosque hacer.

CATALINÓN ¿Hay engaño nuevo?JUAN ¡Extremado!CATALINÓN No lo apruebo.

Tú pretendes que escapemos una vez, señor, burlados;que el que vive de burlar,burlado habrá de escaparpagando tantos pecados de una vez.

JUAN ¿Predicadorte vuelves, impertinente?

CATALINÓN La razón hace al valiente.JUAN Y al cobarde hace el temor.

El que se pone a servir,voluntad no ha de tener,y todo ha de ser hacer,y nada ha de ser decir. Sirviendo, jugando estás,y si quieres ganar luego,haz siempre, porque en el juegoquien más hace, gana más.

CATALINÓN Y también quien hace y dicetopa y pierde en cualquier parte.

JUAN Esta vez quiero avisarteporque otra vez no te avise.

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CATALINÓN Digo que de aquí adelantelo que me mandes haré,y a tu lado forzaréun tigre y un elefante; guárdese de mí un priorque si me mandas que calle,y le fuerce, he de forzallesin réplica, mi señor.

Sale el marqués de la MOTA

JUAN Calla, que viene el marqués.CATALINÓN ¿Pues, ha de ser el forzado?JUAN Para vos, marqués me han dado

un recado harto cortés, por esa reja, sin verel que me lo daba allí.Sólo en la voz conocíque me lo daba mujer. Dícete al fin, que a las docevayas secreto a la puerta,que estará a las once abierta,donde tu esperanza goce la posesión de tu amor,y que llevases por señasde Leonorilla y las dueñas,una capa de color.

MOTA ¿Qué decís?JUAN Que este recado

de una ventana me dieron,sin ver quién.

MOTA Con él pusieronsosiego en tanto cuidado. ¡Ay, amigo, sólo en timi esperanza renaciera!Dame esos pies.

JUAN Consideraque no está tu prima en mí. ¿Eres tú quien ha de serquien la tiene de gozar,y me llegas a abrazarlos pies?

MOTA Es tal el placer que me ha sacado de mí.¡Oh sol, apresura el paso!

JUAN Ya el sol camina al ocaso.MOTA Vamos, amigo, de aquí,

y de noche nos pondremos;loco voy.

JUAN Bien se conoce,mas yo bien sé que a las doceharás mayores extremos.

MOTA ¡Ay, prima del alma, prima,que quieres premiar mi fe!

CATALINÓN (¡Vive Cristo que no dé Aparteuna blanca por su prima!)

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Vase el marqués de la MOTA, y sale don DIEGO

DIEGO ¡Don Juan!CATALINÓN Tu padre te llama.JUAN ¿Qué manda vueseñoría?DIEGO Verte más cuerdo quería,

más bueno, y con mejor fama. ¿Es posible que procurastodas las horas mi muerte?

JUAN ¿Por qué vienes de esa suerte?DIEGO Por tu trato, y tus locuras.

Al fin el rey me ha mandadoque te eche de la ciudad,porque está de una maldadcon justa causa indignado. Que aunque me lo has encubierto,ya en Sevilla el rey lo sabe,cuyo delito es tan grave,que a decírtelo no acierto. ¿En el palacio realtraición, y con un amigo?Traidor, Dios te dé el castigoque pide delito igual. Mira que aunque al parecerDios te consiente, y aguarda,tu castigo no se tarda,y que castigo ha de haber para los que profanáissu nombre, y que es juez fuerteDios en la muerte.

JUAN ¿En la muerte?¿Tan largo me lo fiáis? De aquí allá hay larga jornada.

DIEGO Breve te ha de parecer.JUAN Y la que tengo de hacer,

pues a su alteza le agrada, agora, ¿es larga también?

DIEGO Hasta que el injusto agraviosatisfaga el duque Octavio,y apaciguados estén en Nápoles de Isabelalos sucesos que has causado,en Lebrija retirado,por tu traición y cautela, quiere el rey que estés agora,pena a tu maldad ligera.

CATALINÓN (Si el caso también supiera Apartede la pobre pescadora, más se enojara el buen viejo).

DIEGO Pues no te venzo y castigocon cuanto hago y cuanto digo,a Dios tu castigo dejo.

Vase don DIEGO

CATALINÓN Fuése el viejo enternecido.JUAN Luego las lágrimas copia,

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condición de viejos propia,vamos, pues ha anochecido, a buscar al marqués.

CATALINÓN Vamos,y al fin gozarás su dama.

JUAN Ha de ser burla de fama.CATALINÓN Ruego al cielo que salgamos

de ella en paz.JUAN ¡Catalinón,

en fin!CATALINÓN Y tú, señor, eres

langosta de las mujeres;¡y con público pregón! Porque de ti se guardara,cuando a noticia vinierade la que doncella fuera,fuera bien se pregonara: "Guárdense todos de un hombre,que a las mujeres engaña,y es el burlador de España."

JUAN Tú me has dado gentil nombre.

Sale el marqués de la MOTA, de noche, con MÚSICOS y pasea el tablado, y se entran cantando

MÚSICOS "El que un bien gozar esperacuando espera desespera."

JUAN ¿Qué es esto?CATALINÓN Música es.MOTA Parece que habla conmigo

el poeta. ¿Quién es?JUAN Amigo.MOTA ¿Es don Juan?JUAN ¿Es el marqués?MOTA ¿Quién puede ser sino yo?JUAN Luego que la capa vi

que érades vos conocí.MOTA Cantad, pues don Juan llegó.MÚSICOS "El que un bien gozar espera

cuando espera desespera."JUAN ¿Qué casa es la que miráis?MOTA De don Gonzalo de Ulloa.JUAN ¿Dónde iremos?MOTA A Lisboa.JUAN ¿Cómo, si en Sevilla estáis?MOTA ¿Pues aqueso os maravilla?

¿No vive con gusto iguallo peor de Portugalen lo mejor de Sevilla?

JUAN ¿Dónde viven?MOTA En la calle

de la Sierpe, donde vesa Adán vuelto en portugués;que en aqueste amargo valle con bocados solicitanmil Evas; que aunque dorados,en efecto, son bocadoscon que las vidas nos quitan.

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CATALINÓN Ir de noche no quisierapor esa calle crüel,pues lo que de día en mielde noche lo dan en cera. Una noche, por mi mal,la vi sobre mí vertida,y hallé que era corrompidala cera de Portugal.

JUAN Mientras a la calle vais,yo dar un perro quisiera.

MOTA Pues cerca de aquí me esperaun bravo.

JUAN Si me dejáis, señor marqués, vos veréiscómo de mí no se escapa.

MOTA Vamos, y poneos mi capapara que mejor lo deis.

JUAN Bien habéis dicho; venidy me enseñaréis la casa.

MOTA Mientras el suceso pasa,la voz y el habla fingid. ¿Veis aquella celosía?

JUAN Ya la veo.MOTA Pues llegad,

y decid "Beatriz," y entrad.JUAN ¿Qué mujer?MOTA Rosada, y fría.CATALINÓN Será mujer cantimplora.MOTA En Gradas os aguardamos.JUAN Adiós, marqués.CATALINÓN ¿Dónde vamos?JUAN Adonde la burla agora;

ejecute.CATALINÓN No se escapa

nadie de ti.JUAN El trueco adoro.CATALINÓN Echaste la capa al toro.JUAN No, el toro me echó la capa.

Vanse don JUAN y CATALINÓN

MOTA La mujer ha de pensarque soy yo.

MÚSICO ¡Qué gentil perro!MOTA Esto es acertar por yerro.MÚSICO Todo este mundo es errar,

que está compuesto de errores.MOTA El alma en las horas tengo,

y en sus cuartos me prevengopara mayores favores. ¡Ay, noche espantosa y fría,para que largos los goce,corre veloz a las doce,y después no venga el día!

MÚSICO ¿Adónde guía la danza?MOTA Cal de la Sierpe guïad.MÚSICO ¿Qué cantaremos?

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MOTA Cantadlisonjas a mi esperanza.

MÚSICOS "El que un bien gozar espera,cuando espera desespera."

Vanse, y dice doña ANA dentro

ANA ¡Falso, no eres el marqués!¡Que me has engañado!

JUAN Digoque lo soy.

ANA Fiero enemigo,mientes, mientes.

Sale el comendador don GONZALO, medio desnudo, con espada y rodela

GONZALO La voz es de doña Ana la que siento.

ANA ¿No hay quien mate este traidorhomicida de mi honor?

GONZALO ¿Hay tan grande atrevimiento? "Muerto honor" dijo, ¡ay de mí!;y es su lengua tan liviana,que aquí sirve de campana.

ANA ¡Matadle!

Salen don JUAN y CATALINÓN, con las espadas desnudas

JUAN ¿Quién está aquí?GONZALO La barbacana caída

de la torre de ese honorque has combatido, traidor,donde era alcaide la vida.

JUAN Déjame pasar.GONZALO ¿Pasar?

Por la punta de esta espada.JUAN Morirás.GONZALO No importa nada.JUAN Mira que te he de matar.GONZALO ¡Muere, traidor!JUAN De esta suerte

muero yo.CATALINÓN Si escapo de ésta,

no más burlas, no más fiesta.GONZALO ¡Ay, que me has dado la muerte!

Mas, si el honor me quitaste,¿de qué la vida servía?

JUAN ¡Huye!GONZALO Aguarda, que es sangría,

con que el valor me aumentaste; mas no es posible que aguarde...Seguirále mi furor,que es traidor, y el que es traidores traidor porque es cobarde.

Entran muerto a don GONZALO, y sale el marqués de la MOTA y MÚSICOS

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MOTA Presto las doce darány mucho don Juan se tarda,¡fiera pensión del que aguarda!

Salen don JUAN y CATALINÓN

JUAN ¿Es el marqués?MOTA ¿Es don Juan?JUAN Yo soy, tomad vuestra capa.MOTA ¿Y el perro?JUAN Funesto ha sido;

al fin, marqués, muerto ha habido.CATALINÓN Señor, del muerto te escapa.MOTA ¿Burlásteisla?JUAN Sí, burlé.CATALINÓN (Y aun a vos os ha burlado). AparteJUAN Caro la burla ha costado.MOTA Yo, don Juan, lo pagaré,

porque estará la mujerquejosa de mí.

JUAN Las docedarán.

MOTA Como mi bien gocenunca llegue a amanecer.

JUAN Adiós, marqués.CATALINÓN Muy buen lance

el desdichado hallará.JUAN Huyamos.CATALINÓN Señor, no habrá

aguilita que me alcance.

Vanse don JUAN y CATALINÓN

MOTA Vosotros os podéis irtodos a casa, que yohe de ir solo.

MÚSICO Dios crïólas noches para dormir.

Vanse los MÚSICOS y dicen dentro

VOCES ¿Vióse desdicha mayor,y vióse mayor desgracia?

MOTA ¡Válgame Dios! Voces oigoen la plaza del alcázar.¿Qué puede ser a estas horas?Un hielo me baña el alma.Desde aquí parece todouna Troya que se abrasa,porque tantas hachas juntasparen gigantes de llamas.Mas una escuadra de lucesse acerca a mí, ¿Por qué andael fuego emulando al sol,dividiéndose en escuadras?Quiero preguntar lo que es.

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Sale don DIEGO Tenorio, y la guarda con hachas

DIEGO ¿Qué gente?MOTA Gente que aguarda

saber de aqueste alborotola ocasión.

DIEGO Ésta es la capaque dijo el comendadoren las postreras palabras.Préndanle.

MOTA ¿Prenderme a mí?DIEGO Volved la espada a la vaina,

que la mayor valentíaes no tratar de las armas.

MOTA ¿Cómo al marqués de la Motahablan ansí?

DIEGO Dad la espada,que el rey os manda prender.

MOTA ¡Vive Dios!

Sale el REY y acompañamiento

REY En toda Españano ha de caber, ni tampocoen Italia, si va a Italia.

DIEGO Señor, aquí está el marqués.MOTA ¿Vuestra alteza a mí me manda

prender?REY Llevadle y ponedle

la cabeza en una escarpia.¿En mi presencia te pones?

MOTA ¡Ah, glorias de amor tiranas,siempre en el pasar ligerascomo en el vivir pesadas!Bien dijo un sabio, que habíaentre la boca y la tazapeligro; mas el enojodel rey me admira y espanta.¿No sabré por qué voy preso?

DIEGO ¿Quién mejor sabrá la causaque vueseñoría?

MOTA ¿Yo?DIEGO Vamos.MOTA Confusión extraña.REY Fulmínesele el proceso

al marqués luego, y mañanale cortarán la cabeza.Y al comendador, con cuantasolemnidad y grandezase da a las personas sacrasy reales, el entierrose haga; en bronce y piedra párea,un sepulcro con un bultole ofrezcan, donde en mosaicaslabores, góticas letrasden lenguas a su venganza.Y entierro, bulto y sepulcro

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quiero que a mi costa se haga;¿dónde doña Ana se fue?

DIEGO Fuése al sagrado doña Anade mi señora la reina.

REY Ha de sentir esta faltaCastilla. Tal capitánha de llorar Calatrava.

Vanse todos

Sale BATRICIO desposado, con AMINTA, GASENO, viejo, BELISA y pastores MÚSICOS

MÚSICOS "Lindo sale el sol de Abril,por trébol y torongil;y aunque le sirva de estrella,Aminta sale más bella."

BATRICIO Sobre esta alfombra florida,adonde en campos de escarchael sol sin aliento marchacon su luz recién nacida,os sentad, pues no convidaal tálamo el sitio hermoso.

AMINTA Cantadle a mi dulce esposofavores de mil en mil.

MÚSICOS "Lindo sale el sol de Abril,por trébol y torongil;y aunque le sirva de estrella,Aminta sale más bella."

GASENO Ya, Batricio, os he entregadoel alma y ser en mi Aminta.

BATRICIO Por eso se baña y pintade más colores el prado.Con deseos la he ganado,con obras le he merecido.

MÚSICOS Tal mujer y tal maridoviva juntos años mil. "Lindo sale el sol de Abril,por trébol y torongil;y aunque le sirva de estrella,Aminta sale más bella."

BATRICIO No sale así el sol de orientecomo el sol que al alba sale,que no hay sol que al sol se igualede sus niñas y su fuente,a este sol claro y lucienteque eclipsa al sol su arrebol;y ansí cantadle a mi solmotetes de mil en mil.

MÚSICOS "Lindo sale el sol de Abril,por trébol y torongil;y aunque le sirva de estrella,Aminta sale más bella."

AMINTA Batricio, aunque lo agradezco,falso y lisonjero estás;mas si tus rayos me daspor ti ser luna merezco.Tú eres el sol por quien crezco,

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después de salir menguante,para que al Alba te cantela salva en tono sutil.

MÚSICOS "Lindo sale el sol de Abril,por trébol y torongil;y aunque le sirva de estrella,Aminta sale más bella."

Sale CATALINÓN, de camino

CATALINÓN Señores, el desposoriohuéspedes ha de tener.

GASENO A todo el mundo ha de sereste contento notorio.¿Quién viene?

CATALINÓN Don Juan Tenorio.GASENO ¿El viejo?CATALINÓN No ése, don Juan.BELISA: Será su hijo el galán.BATRICIO Téngolo por mal agüero;

que galán y caballeroquitan gusto, y celos dan. Pues, ¿quién noticia les diode mis bodas?

CATALINÓN De caminopasa a Lebrija.

BATRICIO Imaginoque el demonio le envió;mas ¿de qué me aflijo yo?Vengan a mis dulces bodasdel mundo las gentes todas;mas, con todo, un caballeroen mis bodas... Mal agüero.

GASENO Venga el Coloso de Rodas, venga el Papa, el Preste Juan,y don Alfonso el oncenocon su corte, que en Gasenoánimo y valor verán.Montes en casa hay de pan,Guadalquivides de vino,Babilonias de tocino,y entre ejércitos cobardesde aves, para que las lardes,el pollo y el palomino. Venga tan gran caballeroa ser hoy en Dos Hermanashonra de estas nobles canas.

BELISA: Es hijo del camareromayor.

BATRICIO Todo es mal agüeropara mí, pues le han de darjunto a mi esposa lugar.Aun no gozo, y ya los cielosme están condenando a celos.Amor, sufrir y callar.

Sale don JUAN Tenorio

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JUAN Pasando acaso he sabidoque hay bodas en el lugar,y de ellas quise gozar,pues tan venturoso he sido.

GASENO Vueseñoría ha venidoa honrallas y engrandecellas.

BATRICIO Yo que soy el dueño de ellasdigo entre mí que vengáisen hora mala.

GASENO ¿No daislugar a este caballero?

JUAN Con vuestra licencia quierosentarme aquí.

Siéntase junto a la novia

BATRICIO Si os sentáis delante de mí, señor,seréis de aquesa manerael novio.

JUAN Cuando lo fuerano escogiera lo peor.

GASENO ¡Que es el novio!JUAN De mi error

e ignorancia perdón pido.CATALINÓN ¡Desventurado marido!JUAN Corrido está.CATALINÓN No lo ignoro,

mas, si tiene de ser toro,¿qué mucho que esté corrido? No daré por su mujer,ni por su honor un cornado.¡Desdichado tú, que has dadoen manos de Lucifer!

JUAN ¿Posible es que vengo a ser,señora, tan venturoso?Envidia tengo al esposo.

AMINTA Parecéisme lisonjero.BATRICIO Bien dije que es mal agüero

en bodas un poderoso.JUAN Hermosas manos tenéis

para esposa de un villano.CATALINÓN Si al juego le dais la mano,

vos la mano perderéis.BATRICIO Celos, muerte no me deis.GASENO Ea, vamos a almorzar,

porque pueda descansarun rato su señoría.

Tómale don JUAN la mano a la novia

JUAN ¿Por qué la escondéis?AMINTA No es mía.GASENO Ea, volved a cantar.JUAN ¿Qué dices tú?CATALINÓN ¿Yo? Que temo

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muerte vil de esos villanos.JUAN Buenos ojos, blancas manos,

en ello me abraso y quemo.CATALINÓN Almagrar y echar a extremo;

con ésta cuatro serán.JUAN Ven, que mirándome están.BATRICIO ¿En mis bodas caballero?

¡Mal agüero!GASENO Cantad.BATRICIO Muero.CATALINÓN Canten, que ellos lloraránMÚSICOS "Lindo sale el sol de Abril,

por trébol y torongil;y aunque le sirva de estrella,Aminta sale más bella."

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

ACTO TERCERO

Sale BATRICIO pensativo

BATRICIO Celos, reloj de cuidados,que a todas las horas daistormentos con que matáis,aunque andéis desconcertados; celos, del vivir desprecioscon que ignorancias hacéis,pues todo lo que tenéisde ricos, tenéis de necios, dejadme de atormentar,pues es cosa tan sabida,que cuando amor me da vida,la muerte me queréis dar. ¿Qué me queréis, caballero,que me atormentáis ansí?Bien dije, cuando le vien mis bodas: "Mal agüero." ¿No es bueno que se sentóa cenar con mi mujer,y a mí en el plato meterla mano no me dejó? Pues cada vez que queríametella, la desvïaba,diciendo a cuanto tomaba:"Grosería, grosería." No se apartó de su ladohasta cenar, de maneraque todos pensaban que erayo padrino, él desposado. Y si decirle queríaalgo a mi esposa, gruñendome la apartaba, diciendo:"Grosería, grosería."

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Pues llegándome a quejara algunos me respondían,y con risa me decían:"No tenéis de qué os quejar. Eso no es cosa que importe,no tenéis de qué temer,callad, que debe de seruso de allá en la corte." Buen uso, trato extremado,más no se usara en Sodoma;que otro con la novia coma,y que ayune el desposado. Pues el otro bellacón,a cuanto comer quería,"¿Esto no coméis?," decía."No tenéis, señor, razón." Y de delante, al momentome lo quitaba. Corridoestoy, pienso que esto ha sidoculebra, y no casamiento. Ya no se puede sufrirni entre cristianos pasar;y acabando de cenarcon los dos, ¿mas que a dormir se ha de ir también, si porfía,con nosotros, y ha de serel llegar yo a mi mujer"Grosería, grosería?" Ya viene, no me resisto,aquí me quiero esconder,pero ya no puede ser,que imagino que me ha visto.

Sale don JUAN Tenorio

JUAN Batricio.BATRICIO Su señoría,

¿qué manda?JUAN Haceros saber...BATRICIO Mas que ha de venir a ser

alguna desdicha mía.JUAN Que ha muchos días, Batricio,

que a Aminta el alma le di,y he gozado...

BATRICIO ¿Su honor?JUAN Sí.BATRICIO Manifiesto y claro indicio

de lo que he llegado a ver;que si bien no le quisiera,nunca a su casa viniera;al fin, al fin es mujer.

JUAN Al fin, Aminta celosa,o quizá desesperadade verse de mí olvidada,y de ajeno dueño esposa, esta carta me escribióenviándome a llamar,

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y yo prometí gozarlo que el alma prometió. Esto pasa de esta suerte,dad a vuestra vida un medio,que le daré sin remedio,a quien lo impida la muerte.

BATRICIO Si tú en mi elección lo pones,tu gusto pretendo hacer,que el honor y la mujerson males en opiniones. La mujer en opinión,siempre más pierde que gana,que son como la campanaque se estima por el son, y ansí es cosa averiguada,que opinión viene a perder,cuando cualquiera mujersuena a campana quebrada. No quiero, pues me reducesel bien que mi amor ordena,mujer entre mala y buena,que es moneda entre dos luces. Gózala, señor, mil años,que yo quiero resistir,desengañar y morir,y no vivir con engaños.

Vase BATRICIO

JUAN Con el honor le vencí,porque siempre los villanostienen su honor en las manos,y siempre miran por sí; que por tantas variedades,es bien que se entienda y crea,que el honor se fue al aldeahuyendo de las ciudades. Pero antes de hacer el dañole pretendo reparar.A su padre voy a hablar,para autorizar mi engaño. Bien lo supe negociar;gozarla esta noche espero,la noche camina, y quierosu viejo padre llamar. Estrellas que me alumbráis,dadme en este engaño suerte,si el galardón en la muerte,tan largo me lo guardáis.

Vase don JUAN. Salen AMINTA y BELISA

BELISA Mira que vendrá tu esposo.Entra a desnudarte, Aminta.

AMINTA De estas infelices bodasno sé qué siento, Belisa.Todo hoy mi Batricio ha estado

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bañando en melancolía,todo en confusión y celos.¡Mira qué grande desdicha!Di, ¿qué caballero es ésteque de mi esposo me priva?La desvergüenza en Españase ha hecho caballería.Déjame, que estoy sin seso,déjame, que estoy perdida.¡Mal hubiese el caballeroque mis contentos me quita!

BELISA Calla, que pienso que viene;que nadie en la casa pisade un desposado tan recio.

AMINTA Queda a Dios, Belisa mía.BELISA Desenójale en los brazos.AMINTA Plega a los cielos que sirvan

mis suspiros de requiebros,mis lágrimas de caricias.

Vanse AMINTA y BELISA. Salen don JUAN, CATALINÓN y GASENO

JUAN Gaseno, quedad con Dios.GASENO Acompañaros querría

por dalle de esta venturael parabién a mi hija.

JUAN Tiempo mañana nos queda.GASENO Bien decís, el alma mía

en la muchacha os ofrezco.JUAN Mi esposa decid.

Vase GASENO

Tú, ensilla,Catalinón.

CATALINÓN ¿Para cuándo?JUAN Para el alba que de risa

muerta ha de salir mañanade este engaño.

CATALINÓN Allá en Lebrija,señor, nos está aguardandootra boda. Por tu vidaque despaches presto en ésta.

JUAN La burla más escogidade todas ha de ser ésta.

CATALINÓN Que saliésemos querríade todas bien.

JUAN Si es mi padreel dueño de la justicia,y es la privanza del rey,¿qué temes?

CATALINÓN De los que privansuele Dios tomar venganza,si delitos no castigan,y se suelen en el juegoperder también los que miran.Yo he sido mirón del tuyo

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y por mirón no querríaque me cogiese algún rayo,y me trocase en cecina.

JUAN Vete, ensilla, que mañanahe de dormir en Sevilla.

CATALINÓN ¿En Sevilla?JUAN Sí.CATALINÓN ¿Qué dices?

Mira lo que has hecho, y miraque hasta la muerte, señor,es corta la mayor vida;y que hay tras la muerte imperio.

JUAN Si tan largo me lo fías,vengan engaños.

CATALINÓN ¡Señor!JUAN Vete, que ya me amohinas

con tus temores extraños.CATALINÓN Fuerza al turco, fuerza al scita,

al persa, y al caramanto,al gallego, al troglodita,al alemán y al Japón,al sastre con la agujitade oro en mano, imitandocontinuo a la blanca niña.

Vase CATALINÓN

JUAN La noche en negro silenciose extiende, y ya las cabrillasentre racimos de estrellasel polo más alto pisan.Yo quiero poner mi engañopor obra, el amor me guíaa mi inclinación, de quienno hay hombre que se resista.Quiero llegar a la cama.Aminta.

Sale AMINTA, como que está acostada

AMINTA ¿Quién llama a Aminta?¿Es mi Batricio?

JUAN No soytu Batricio.

AMINTA Pues, ¿quién?JUAN Mira

de espacio, Aminta, quién soy.AMINTA ¡Ay de mí! Yo soy perdida.

¿En mi aposento a estas horas?JUAN Éstas son las horas mías.AMINTA Volvéos, que daré voces,

no excedáis la cortesíaque a mi Batricio se debe,ved que hay romanas Emiliasen Dos Hermanas también,y hay Lucrecias vengativas.

JUAN Escúchame dos palabras,

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y esconde de las mejillasen el corazón la grana,por ti más preciosa y rica.

AMINTA Vete, que vendrá mi esposo.JUAN Yo lo soy. ¿De qué te admiras?AMINTA ¿Desde cuándo?JUAN Desde agora.AMINTA ¿Quién lo ha tratado?JUAN Mi dicha.AMINTA ¿Y quién nos casó?JUAN Tus ojos.AMINTA ¿Con qué poder?JUAN Con la vista.AMINTA ¿Sábelo Batricio?JUAN Sí,

que te olvida.AMINTA ¿Que me olvida?JUAN Sí, que yo te adoro.AMINTA ¿Cómo?JUAN Con mis dos brazos.AMINTA Desvía.JUAN ¿Cómo puedo, si es verdad

que muero?AMINTA ¡Qué gran mentira!JUAN Aminta, escucha y sabrás,

si quieres que te la digala verdad, si las mujeressois de verdades amigas.Yo soy noble caballero,cabeza de la familiade los Tenorios antiguos,ganadores de Sevilla.Mi padre, después del rey,se reverencia y se estimaen la corte, y de sus labiospenden las muertes y vidas.Torciendo el camino acaso,llegué a verte, que amor guíatal vez las cosas, de suerteque él mismo de ellas se admira.Víte, adoréte, abraséme,tanto que tu amor me obligaa que contigo me case.Mira qué acción tan precisa.Y aunque lo murmure el reino,y aunque el rey lo contradiga,y aunque mi padre enojadocon amenazas lo impida,tu esposo tengo de ser,dando en tus ojos envidiaa los que viere en su sangrela venganza que imagina.Ya Batricio ha desistidode su acción, y aquí me envíatu padre a darte la mano.¿Qué dices?

AMINTA No sé qué diga,

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que se encubren tus verdadescon retóricas mentiras.Porque si estoy desposada,como es cosa conocida,con Batricio, el matrimoniono se absuelve, aunque él desista.

JUAN En no siendo consumado,por engaño o por malicia,puede anularse.

AMINTA Es verdad;mas ¡ay Dios!, que no querríaque me dejases burlada,cuando mi esposo me quitas.

JUAN Ahora bien, dame esa mano,y esta voluntad confirmacon ella.

AMINTA ¿Que no me engañas?JUAN Mío el engaño sería.AMINTA Pues jura que cumplirás

la palabra prometida.JUAN Juro a esta mano, señora,

infierno de nieve fría,de cumplirte la palabra.

AMINTA Jura a Dios, que te maldigasi no la cumples.

JUAN Si acasola palabra y la fe míate faltare, ruego a Diosque a traición y a alevosía,me dé muerte un hombre muerto.(Que vivo, Dios no permita). Aparte

AMINTA Pues con ese juramentosoy tu esposa.

JUAN Al alma míaentre los brazos te ofrezco.

AMINTA Tuya es el alma y la vida.JUAN ¡Ay, Aminta de mis ojos!,

mañana sobre virillasde tersa plata, estrelladascon clavos de oro de Tíbar,pondrás los hermosos pies,y en prisión de gargantillasla alabastrina garganta,y los dedos en sortijasen cuyo engaste parezcanestrellas las amatistas;y en tus orejas pondrástransparentes perlas finas.

AMINTA A tu voluntad, esposo,la mía desde hoy se inclina.Tuya soy.

JUAN (¡Qué mal conocesal burlador de Sevilla!)

Vanse don JUAN y AMINTA. Salen ISABELA y FABIO, de camino

ISABELA Que me robase el sueño

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la prenda que estimaba, y más quería...¡Oh, riguroso empeñode la verdad! ¡Oh, máscara del día!¡Noche al fin tenebrosa,antípoda del sol, del sueño esposa!

FABIO ¿De qué sirve, Isabela,la tristeza en el alma y en los ojos,si amor todo es cautelay en campos de desdenes causa enojos,y el que se ríe agora,en breve espacio desventuras llora? El mar está alterado,y en grave temporal, riesgo se corre;el abrigo han tomadolas galeras, duquesa, de la torreque esta playa corona.

ISABELA ¿Adónde estamos, Fabio?FABIO En Tarragona.

Y de aquí a poco espaciodaremos en Valencia, ciudad bella,del mismo sol palacio,divertiráse algunos días en ella;y después a Sevillairás a ver la octava maravilla. Que si a Octavio perdistemás galán es don Juan, y de notoriosolar. ¿De qué estás triste?Conde dicen que es ya don Juan Tenorio,el rey con él te casa,y el padre es la privanza de su casa.

ISABELA No nace mi tristezade ser esposa de don Juan, que el mundoconoce su nobleza;en la esparcida voz, mi agravio fundo,que esta opinión perdidahe de llorar mientras tuviere vida.

FABIO Allí una pescadoratiernamente suspira, y se lamenta,y dulcemente llora.Acá viene sin duda, y verte intenta.Mientras llamo a tu gente,lamentaréis las dos más dulcemente.

Vase FABIO, y sale TISBEA

TISBEA Robusto mar de España,ondas de fuego, fugitivas ondas,Troya de mi cabaña,que ya el fuego por mares y por ondasen sus abismos fraguay en el mar forma por las llamas de agua, ¡maldito el leño seaque a tu amargo cristal halló camino,y, antojo de Medea,tu cáñamo primero, o primer linoaspado de los vientos,para telas de engaños e instrumentos!

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ISABELA ¿Por qué del mar te quejastan tiernamente, hermosa pescadora?

TISBEA Al mar formo mil quejas.Dichosa vos, que en su tormento agorade él os estás riendo.

ISABELA También quejas del mar estoy haciendo. ¿De dónde sois?

TISBEA De aquellascabañas que miráis del viento heridas,tan victorioso entre ellas,cuyas pobres paredes, desparcidas,van en pedazos graves,dándole mil graznidos ya las aves. En sus pajas me dieroncorazón de fortísimo diamante,mas las obras me hicieronde este monstruo que ves tan arroganteablandarme, de suerteque al sol la cera es más robusta y fuerte. ¿Sois vos la Europa hermosa,que esos toros os llevan?

ISABELA A Sevillallévanme a ser esposacontra mi voluntad.

TISBEA Si mi mancillaa lástima os provoca,y si injurias del mar os tienen loca, en vuestra compañíapara serviros como humilde esclavame llevad, que querría,si el dolor o la afrenta no me acaba,pedir al rey justiciade un engaño crüel, de una malicia. Del agua derrotadoa esta tierra llegó un don Juan Tenoriodifunto y anegado;amparéle, hospedéle en tan notoriopeligro, y el vil huéspedvíbora fue a mi planta en tierno césped. Con palabra de esposo,la que de nuestra costa burla hacía,se rindió al engañoso.¡Mal haya la mujer que en hombres fía!Fuése al fin y dejóme,mira si es justo que venganza tome.

ISABELA ¡Calla, mujer maldita!¡Vete de mi presencia, que me has muerto!Mas, si el dolor te incitano tienes culpa tú. Prosigue, ¿es cierto?

TISBEA Tan claro es como el día.ISABELA ¡Mal haya la mujer que en hombres fía!

Pero sin duda el cieloa ver estas cabañas me ha traído,y de ti mi consueloen tan grave pasión ha renacidopara venganza mía.¡Mal haya la mujer que en hombres fía!

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TISBEA ¡Que me llevéis os ruegocon vos, señora, a mí y a un viejo padre,porque de aqueste fuegola venganza me dé que más me cuadre,y al rey pida justiciade este engaño y traición, de esta malicia! Anfriso, en cuyos brazosme pensé ver en tálamo dichoso,dándole eternos lazos,conmigo ha de ir, que quiere ser mi esposo.

ISABELA Ven en mi compañía.TISBEA ¡Mal haya la mujer que en hombres fía!

Vanse ISABELA y TISBEASalen don JUAN y CATALINÓN

CATALINÓN Todo en mal estado está.JUAN ¿Cómo?CATALINÓN Que Octavio ha sabido

la traición de Italia ya,y el de la Mota ofendidode ti justas quejas da, y dice que fue el recadode su prima le distefingido y disimulado,y con su capa emprendistela traición que la ha infamado. Dicen que viene Isabelaa que seas su marido,y dicen...

JUAN Calla.CATALINÓN Una muela

en la boca me has rompido.JUAN Hablador, ¿quién te revela

tanto disparate junto?CATALINÓN ¿Disparate?JUAN Disparate.CATALINÓN Verdades son.JUAN No pregunto

si lo son, cuando me mateOctavio, ¿estoy yo difunto? ¿No tengo manos también?¿Dónde me tienes posada?

CATALINÓN En calle oculta.JUAN Está bien.CATALINÓN La iglesia es tierra sagrada.JUAN Di que de día me den

en ella la muerte. ¿Visteal novio de Dos Hermanas?

CATALINÓN Allí le vi, ansiado y triste.JUAN Aminta estas dos semanas

no ha de caer en el chiste.CATALINÓN Tan bien engañada está

que se llama doña Aminta.JUAN Graciosa burla será.CATALINÓN Graciosa burla, y sucinta,

mas ella la llorará.

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Descúbrese un sepulcro de don GONZALO de Ulloa

JUAN ¿Qué sepulcro es éste?CATALINÓN Aquí

don Gonzalo está enterrado.JUAN Éste es a quien muerte di.

Gran sepulcro le han labrado.CATALINÓN Ordenólo el rey ansí.

¿Cómo dice este letrero?JUAN "Aquí aguarda del Señor

el más leal caballerola venganza de un traidor".Del mote reírme quiero. Y, ¿habéisos vos de vengar,buen viejo, barbas de piedra?

CATALINÓN No se las podrá pelarquien barbas tan fuertes medra.

JUAN Aquesta noche a cenar os aguardo en mi posada;allí el desafío haremos,si la venganza os agrada,aunque mal reñir podremos,si es de piedra vuestra espada.

CATALINÓN Ya, señor, ha anochecido,vámonos a recoger.

JUAN Larga esta venganza ha sido;si es que vos la habéis de hacer,importa no estar dormido, que si a la muerte aguardáisla venganza, la esperanzaagora es bien que perdáis,pues vuestro enojo, y venganza,tan largo me lo fiáis.

Vanse don JUAN y CATALINÓN. Ponen la mesa dos criados

CRIADO 1 Quiero apercibir la mesaque vendrá a cenar don Juan.

CRIADO 2 Puestas las mesas están.¡Qué flema tiene si empieza! Ya tarda como solíami señor, no me contenta;la bebida se calienta,y la comida se enfría. Mas ¿quién a don Juan ordenaeste desorden?

Entran don JUAN y CATALINÓN

JUAN ¿Cerraste?CATALINÓN Ya cerré como mandaste.JUAN ¡Hola, tráiganme la cena!CRIADO 2 Ya está aquí.JUAN Catalinón,

siéntate.CATALINÓN Yo soy amigo

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de cenar de espacio.JUAN Digo

que te sientes.CATALINÓN La razón

haré.CRIADO 1 También es camino

éste, si cena con él.JUAN Siéntate.

Un golpe dentro

CATALINÓN Golpe es aquél.JUAN Que llamaron imagino.

Mira quién es.CRIADO 1 Voy volando.CATALINÓN ¿Si es la justicia, señor?JUAN Sea, no tengas temor.

Vuelve el CRIADO huyendo

¿Quién es? ¿De qué estás temblando?CATALINÓN De algún mal da testimonio.JUAN Mal mi cólera resisto.

Habla, responde, ¿qué has visto?¿Asombróte algún demonio? Ve tú, y mira aquella puerta,presto, acaba.

CATALINÓN ¿Yo?JUAN Tú, pues,

acaba, menea los pies.CATALINÓN A mi abuela hallaron muerta,

como racimo colgada,y desde entonces se suenaque anda siempre su alma en pena,tanto golpe no me agrada.

JUAN Acaba.CATALINÓN ¡Señor, si sabes

que soy un Catalinón!JUAN Acaba.CATALINÓN Fuerte ocasión.JUAN ¿No vas?CATALINÓN ¿Quién tiene las llaves

de la puerta?CRIADO 2 Con la aldaba

está cerrada no más.JUAN ¿Qué tienes? ¿Por qué no vas?CATALINÓN Hoy Catalinón acaba.

Mas, ¿si las forzadas vienena vengarse de los dos?

Llega CATALINÓN a la puerta, y viene corriendo,cae y levántase

JUAN ¿Qué es eso?CATALINÓN ¡Válgame Dios,

que me matan, que me tienen!JUAN ¿Quién te tiene? ¿Quién te mata?

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¿Qué has visto?CATALINÓN Señor, yo allí

vide, cuando luego fui,quién me ase, quién me arrebata. Llegué, cuando después ciego,cuando vile, juro a Dios,habló, y dijo, ¿quién sois vos?Respondió, respondí. Luego, Topé y vide...

JUAN ¿A quién?CATALINÓN No sé.JUAN ¡Como el vino desatina!

Dame la vela, gallina,y yo a quien llama veré.

Toma don JUAN la vela, y llega a la puerta, sale al encuentro don GONZALO, en la forma queestaba en el sepulcro, y don JUAN se retira atrás turbado, empuñando la espada, y en la otra lavela, y don GONZALO hacia él con pasos menudos, y al compás don JUAN, retirándose, hastaestar en medios del teatro

JUAN ¿Quién va?GONZALO Yo soy.JUAN ¿Quién sois vos?GONZALO Soy el caballero honrado

que a cenar has convidado.JUAN Cena habrá para los dos,

y si vienen más contigo,para todos cena habrá,ya puesta la mesa está.Siéntate.

CATALINÓN ¡Dios sea conmigo, San Panuncio, San Antón!Pues ¿los muertos comen? Di.Por señas dice que sí.

JUAN Siéntate, Catalinón.CATALINÓN No señor, yo lo recibo

por cenado.JUAN Es desconcierto.

¿Qué temor tienes a un muerto?¿Qué hicieras estando vivo? Necio y villano temor.

CATALINÓN Cena con tu convidado,que yo, señor, ya he cenado.

JUAN ¿He de enojarme?CATALINÓN Señor,

¡vive Dios que huelo mal!JUAN Llega, que aguardando estoy.CATALINÓN Yo pienso que muerto soy

y está muerto mi arrabal.

Tiemblan los CRIADOS

JUAN Y vosotros, ¿qué decísy qué hacéis? Necio temblar.

CATALINÓN Nunca quisiera cenarcon gente de otro país. ¿Yo, señor, con convidado

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de piedra?JUAN Necio temer.

Si es piedra, ¿qué te ha de hacer?CATALINÓN Dejarme descalabrado.JUAN Háblale con cortesía.CATALINÓN ¿Está bueno? ¿Es buena tierra

la otra vida? ¿Es llano o sierra?¿Préciase allá la poesía?

CRIADO 1 A todo dice que sícon la cabeza.

CATALINÓN ¿Hay allámuchas tabernas? Sí habrá,si Noé reside allá.

JUAN ¡Hola, dadnos de cenar!CATALINÓN Señor muerto, ¿allá se bebe

con nieve?

Baja la cabeza don GONZALO

Así que allá hay nieve;buen país.

JUAN Si oír cantar queréis, cantarán.

Baja la cabeza don GONZALO

CRIADO 1 Sí, dijo.JUAN Cantad.CATALINÓN Tiene el señor muerto

buen gusto.CRIADO 1 Es noble por cierto,

y amigo de regocijo.

Cantan dentro

MÚSICOS "Si de mi amar aguardáis,señora, de aquesta suerte,el galardón a la muerte,¡qué largo me lo fiáis!"

CATALINÓN O es sin duda veraniegoel señor muerto, o debe serhombre de poco comer.Temblando al plato me llego.

Bebe

Poco beben por allá,yo beberé por los dos.Brindis de piedra, por Dios,menos temor tengo ya.

MÚSICOS "Si este plazo me convidapara que serviros pueda,pues larga vida me queda,dejad que pase la vida. Si de mi amor aguardáis,señora, de aquesta suerte,el galardón a la muerte,

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¡qué largo me lo fiáis!"CATALINÓN ¿Con cuál de tantas mujeres

como has burlado, señor,hablan?

JUAN De todas me río,amigo, en esta ocasión.En Nápoles a Isabelaburlé.

CATALINÓN Ésa ya no es hoyburlada, porque se casacontigo, como es razón.Burlaste a la pescadoraque del mar te redimió,pagándole el hospedajeen moneda de rigor.Burlaste a doña Ana...

JUAN Calla,que hay parte aquí que lastópor ella, y vengarse aguarda.

CATALINÓN Hombre es de mucho valor,que él es piedra, tú eres carne,no es buena resolución.

GONZALO hace señas, que se quite la mesa, y queden solos

JUAN Hola, quitad esa mesa,que hace señas que los dosnos quedemos, y se vayanlos demás.

CATALINÓN Malo, por Dios,no te quedes, porque hay muertoque mata de un mojicóna un gigante.

JUAN Salíos todos,a ser yo Catalinón.Vete.

Vanse, y quedan los dos solos, y hace señas que cierre la puerta

¿Qué cierre la puerta?Ya está cerrada, y ya estoyaguardando lo que quieres,sombra, fantasma o visión.Si andas en pena, o si buscasalguna satisfacción,aquí estoy, dímelo a mí,que mi palabra te doyde hacer todo lo que ordenes.¿Estás gozando de Dios?¿Eres alma condenadao de la eterna región?¿Díte la muerte en pecado?Habla, que aguardando estoy.

Paso, como cosa del otro mundo

GONZALO ¿Cumplirásme una palabra

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como caballero?JUAN Honor

tengo, y las palabras cumplo,porque caballero soy.

GONZALO Dame esa mano, no temas.JUAN ¿Eso dices? ¿Yo temor?

Si fueras el mismo infiernola mano te diera yo.

Dale la mano

GONZALO Bajo esa palabra y manomañana a las diez, te estoypara cenar aguardando.¿Irás?

JUAN Empresa mayorentendí que me pedías.Mañana tu huésped soy.¿Dónde he de ir?

GONZALO A la capilla.JUAN ¿Iré solo?GONZALO No, id los dos,

y cúmpleme la palabracomo la he cumplido yo.

JUAN Digo que la cumpliré,que soy Tenorio.

GONZALO Y yo soyUlloa.

JUAN Yo iré sin falta.GONZALO Yo lo creo. Adiós.JUAN Adiós.

Va a la puerta

Aguarda, te alumbraré.GONZALO No alumbres, que en gracia estoy.

Vase GONZALO muy poco a poco, mirando a don JUAN, y don JUAN a él, hasta quedesaparece, y queda don JUAN con pavor

JUAN ¡Válgame Dios! Todo el cuerpose ha bañado de un sudorhelado, y en las entrañasse me ha helado el corazón.Un aliento respiraba,organizando la voztan frío, que parecíainfernal respiración.Cuando me tomó la manode suerte me la abrasó,que un infierno parecíamás que no vital calor.Pero todas son ideasque da a la imaginaciónel temor; y temer muertoses más villano temor.Si un cuerpo con alma noble,

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con potencias y razón,y con ira, no se teme,¿quién cuerpos muertos temió?Iré mañana a la iglesia,donde convidado estoy,porque se admire y espanteSevilla de mi valor.

Vase don JUANSale el REY, don DIEGO Tenorio, y acompañamiento

REY ¿Llegó al fin Isabela?DIEGO Y disgustada.REY Pues ¿no ha tomado bien el casamiento?DIEGO Siente, señor, el nombre de infamada.REY De otra causa precede su tormento,

¿dónde está?DIEGO En el convento está alojada

de las Descalzas.REY Salga del convento

luego al punto, que quiero que en palacioasista con la reina, más de espacio.

DIEGO Si ha de ser con don Juan el desposorio,manda, señor, que tu presencia vea.

REY Véame, y galán salga, que notorioquiero que este placer al mundo sea.Conde será desde hoy, don Juan Tenorio,de Lebrija, él la mande y la posea;que si Isabela a un duque corresponde,ya que ha perdido un duque, gane un conde.

DIEGO Todos por la merced, tus pies besamos.REY Merecéis mi favor tan dignamente,

que si aquí los servicios ponderamos,me quedo atrás con el favor presente.Paréceme, don Diego, que hoy hagamoslas bodas de doña Ana juntamente.

DIEGO ¿Con Octavio?REY No es bien que el duque Octavio

sea el restaurador de aqueste agravio. Doña Ana, con la reina, me ha pedidoque perdone al marqués, porque doña Ana,ya que el padre murió, quiere marido,porque si le perdió, con él le gana.Iréis con poca gente, y sin rüidoluego a hablalle, a la fuerza de Trïana,por su satisfacción, y por su abono,de su agraviada prima, le perdono.

DIEGO Ya he visto lo que tanto deseaba.REY Que esta noche han de ser, podéis decille,

los desposorios.DIEGO Todo en bien se acaba;

fácil será el marqués el persuadille,que de su prima amartelado estaba.

REY También podéis a Octavio prevenille.Desdichado es el duque con mujeres,son todas opinión, y pareceres. Hanme dicho que está muy enojado

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con don Juan.DIEGO No me espanto, si ha sabido

de don Juan el delito averiguadoque la causa de tanto daño ha sido.El duque viene.

REY No dejéis mi lado,que en el delito sois comprehendido.

Sale el duque OCTAVIO

OCTAVIO Los pies, invicto rey, me dé tu alteza.REY Alzad, duque, y cubrid vuestra cabeza.

¿Qué pedís?OCTAVIO Vengo a pediros,

postrado ante vuestras plantas,una merced, cosa justa,digna de serme otorgada.

REY Duque, como justa sea,digo que os doy mi palabrade otorgárosla. Pedid.

OCTAVIO Ya sabes, señor, por cartasde tu embajador, y el mundopor la lengua de la famasabe, que don Juan Tenorio,con española arrogancia,en Nápoles, una noche,para mí noche tan mala,con mi nombre profanóel sagrado de una dama.

REY No pases más adelante,ya supe vuestra desgracia,en efecto. ¿Qué pedís?

OCTAVIO Licencia que en la campañadefienda cómo es traidor.

DIEGO Eso no, su sangre claraes tan honrada.

REY Don Diego...DIEGO ¿Señor?...OCTAVIO ¿Quién eres, que hablas

en la presencia del reyde esta suerte?

DIEGO Soy quien callaporque me lo manda el rey,que si no, con esta espadate respondiera.

OCTAVIO Eres viejo.DIEGO Yo he sido mozo en Italia,

a vuestro pesar un tiempo.Ya conocieron mi espadaen Nápoles y en Milán.

OCTAVIO Tienes ya la sangre helada,no vale "fui," sino "soy."

Empuña don DIEGO

DIEGO Pues fui, y soy.REY Tened, basta,

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bueno está. Callad don Diego,que a mi persona se guardapoco respeto, y vos, duque,después que las bodas se hagan,más de espacio me hablaréis.Gentilhombre de mi cámaraes don Juan, y hechura mía,y de aqueste tronco rama.Mirad por él.

OCTAVIO Yo lo haré,gran señor, como lo mandas.

REY Venid conmigo, don Diego.DIEGO ¡Ay hijo, qué mal me pagas

el amor que te he tenido!Duque...

OCTAVIO Gran señor...REY Mañana

vuestras bodas han de hacer.OCTAVIO Háganse, pues tú lo mandas.

Vase el REY y don DIEGO, y salen GASENO y AMINTA

GASENO Este señor nos dirádónde está don Juan Tenorio.Señor, ¿Si está por acáun don Juan, a quien notorioya su apellido será?

OCTAVIO Don Juan Tenorio diréis.AMINTA Sí, señor, ese don Juan.OCTAVIO Aquí está. ¿Qué le queréis?AMINTA Es mi esposo ese galán.OCTAVIO ¿Cómo?AMINTA Pues, ¿no lo sabéis

siendo del Alcázar vos?OCTAVIO No me ha dicho don Juan nada.GASENO ¿Es posible?OCTAVIO Sí, por Dios.GASENO Doña Aminta es muy honrada

cuando se casen los dos, que cristiana vieja eshasta los huesos, y tienede la hacienda el interésy a su virtud aun le avienemás bien que un conde, un marqués. Casóse don Juan con ella,y quitósela a Batricio.

AMINTA Decid cómo fui doncellaa su poder.

GASENO No es jüicioesto, ni aquesta querella.

OCTAVIO (Ésta es burla de don Juan, Apartey para venganza míaéstos diciéndola están.)¿Qué pedís al fin?

GASENO Querría,porque los días se van, que se hiciese el casamiento,

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o querellarme ante el rey.OCTAVIO Digo que es justo ese intento.GASENO Y razón, y justa ley.OCTAVIO Medida a mi pensamiento

ha venido la ocasión;en el Alcázar tenemosbodas.

AMINTA ¿Si las mías son?OCTAVIO Quiero, para que acertemos

valerme de una invención. Venid donde os vestiréis,señora, a lo cortesano,y a un cuarto del rey saldréisconmigo.

AMINTA Vos de la manoa don Juan me llevaréis.

OCTAVIO (Que de esta suerte es cautela). AparteGASENO El arbitrio me consuela.OCTAVIO (Éstos venganza me dan Aparte

de aqueste traidor don Juany el agravio de Isabela.

Vanse todos. Salen don JUAN y CATALINÓN

CATALINÓN ¿Cómo el rey te recibió?JUAN Con más amor que mi padre.CATALINÓN ¿Viste a Isabela?JUAN También.CATALINÓN ¿Cómo viene?JUAN Como un ángel.CATALINÓN ¿Recibióte bien?JUAN El rostro

bañado de leche, y sangre,como la rosa que al albarevienta la verde cárcel.

CATALINÓN ¿Al fin esta noche sonlas bodas?

JUAN Sin falta.CATALINÓN Si antes

hubieran sido, no hubierasengañado a tantas antes.Pero tú tomas esposa,señor, con cargas muy grandes.

JUAN Di, ¿comienzas a ser necio?CATALINÓN Y podrás muy bien casarte

mañana, que hoy es mal día.JUAN Pues ¿qué día es hoy?CATALINÓN Es martes.JUAN Mil embusteros y locos

dan en esos disparates.Sólo aquél llamo mal día,acïago y detestable,en que no tengo dineros,que los demás es donaire.

CATALINÓN Vamos, si te has de vestir,que te aguardarán y es tarde.

JUAN Otro negocio tenemos

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que hacer, aunque nos aguarden.CATALINÓN ¿Cuál es?JUAN Cenar con el muerto.CATALINÓN Necedad de necedades.JUAN ¿No ves que di mi palabra?CATALINÓN ¿Y cuando se la quebrantes,

qué importa? ¿Habrá de pedirteuna figura de jaspela palabra?

JUAN Podrá el muertollamarme a voces infame.

CATALINÓN Ya está cerrada la iglesia.JUAN Llama.CATALINÓN ¿Qué importa que llame?

¿Quién tiene de abrir, que estándurmiendo los sacristanes?

JUAN Llama a ese postigo.CATALINÓN Abierto

está.JUAN Pues entra.CATALINÓN ¡Entre un fraile

con hisopo y con estola!JUAN Sígueme y calla.CATALINÓN ¿Que calle?JUAN Sí.CATALINÓN Ya callo. Dios en paz

de estos convites me saque.

Entran por una puerta y salen por otra

¡Qué oscura que está la iglesia,señor, para ser tan grande!¡Ay de mí! ¡Tenme, señor,porque de la capa me asen!

Sale don GONZALO como de antes y encuéntrase con ellos

JUAN ¿Quién es?GONZALO Yo soy.CATALINÓN Muerto estoy.GONZALO El muerto soy, no te espantes,

no entendí que me cumplierasla palabra, según hacesde todos burla.

JUAN ¿Me tienesen opinión de cobarde?

GONZALO Sí, que aquella noche huístede mí, cuando me mataste.

JUAN Huí de ser conocido,mas ya me tienes delante,di presto lo que me quieres.

GONZALO Quiero a cenar convidarte.CATALINÓN Aquí excusamos la cena,

que toda ha de ser fiambrepues no parece cocina[si al convidado le mate].

JUAN Cenemos.

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GONZALO Para cenares menester que levantesesa tumba.

JUAN Y si te importalevantaré esos pilares.

GONZALO Valiente estás.JUAN Tengo brío,

y corazón en las carnes.CATALINÓN Mesa de Guinea es ésta,

pues, ¿no hay por allá quien lave?GONZALO Siéntate.JUAN ¿A dónde?CATALINÓN Con sillas

vienen ya dos negros pajes.

Salen dos enlutados con sillas

¿También acá se usan lutosy bayeticas de Flandes?

GONZALO Siéntate tú.CATALINÓN Yo, señor,

he merendado esta tarde.Cena con tu convidado.

GONZALO Ea, pues, ¿he de enojarme?No repliques.

CATALINÓN No replico.Dios en paz de esto me saque.¿Qué plato es éste, señor?

GONZALO Este plato es de alacranesy víboras.

CATALINÓN ¡Gentil platopara el que trae buena hambre!¿Es bueno el vino, señor?

GONZALO Pruébale.CATALINÓN ¡Hiel y vinagre

es este vino!GONZALO Este vino

exprimen nuestros lagares¿No comes tú?

JUAN Comerési me dieses áspid a áspidcuanto el infierno tiene.

GONZALO También quiero que te canten.

Canten

MÚSICOS "Adviertan los que de Diosjuzgan los castigos tarde,que no hay plazo que no llegueni deuda que no se pague."

CATALINÓN Malo es esto, vive Cristo,que he entendido este romance,y que con nosotros habla.

JUAN Un hielo el pecho me parte.

Canten

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MÚSICOS "Mientras en el mundo viva,no es justo que diga nadiequé largo me lo fiáissiendo tan breve el cobrarse."

CATALINÓN ¿De qué es este guisadillo?GONZALO De uñas.CATALINÓN De uñas de sastre

será, si es guisado de uñas.JUAN Ya he cenado, haz que levanten

la mesa.GONZALO Dame esa mano.

No temas, la mano dame.JUAN ¿Eso dices? ¿Yo temor?

¡Que me abraso! No me abrasescon tu fuego.

GONZALO Aquéste es pocopara el fuego que buscaste.Las maravillas de Diosson, don Juan, investigables,y así quiere que tus culpasa manos de un muerto pagues,y así pagas de esta suertelas doncellas que burlaste.Ésta es justicia de Dios,quien tal hace, que tal pague.

JUAN Que me abraso, no me aprietes,con la daga he de matarte,mas, ¡ay, que me canso en vanode tirar golpes al aire!A tu hija no ofendí,que vio mis engaños antes.

GONZALO No importa, que ya pusistetu intento.

JUAN Deja que llamequien me confiese y absuelva.

GONZALO No hay lugar, ya acuerdas tarde.JUAN ¡Que me quemo! ¡Que me abraso!

Muerto soy.

Cae muerto don JUAN

CATALINÓN No hay quien se escape,que aquí tengo de morirtambién por acompañarte.

GONZALO Ésta es justicia de Dios,quien tal hace, que tal pague.

Húndese el sepulcro con don JUAN, y don GONZALO, con mucho ruido, y sale CATALINÓNarrastrando

CATALINÓN ¡Válgame Dios! ¿Qué es aquesto?Toda la capilla se arde,y con el muerto he quedado,para que le vele y guardeArrastrando como pueda,iré a avisar a su padre,san Jorge, san Agnus Dei,

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sacadme en paz a la calle.

Vase CATALINÓN. Sale el REY, don DIEGOy acompañamiento

DIEGO Ya el marqués, señor, esperabesar vuestros pies reales.

REY Entre luego y avisadal conde, porque no aguarde.

Salen BATRICIO y GASENO

BATRICIO ¿Dónde, señor, se permitendesenvolturas tan grandes?Que tus crïados afrentena los hombres miserables.

REY ¿Qué dices?BATRICIO Don Juan Tenorio,

alevoso y detestable,la noche del casamiento,antes que le consumase,a mi mujer me quitó,testigos tengo delante.

Salen TISBEA e ISABELA y acompañamiento

TISBEA Si vuestra alteza, señor,de don Juan Tenorio no hacejusticia, a Dios y a los hombres,mientras viva he de quejarme.Derrotado le echó el mar,díle vida y hospedaje,y pagóme esta amistadcon mentirme y engañarmecon nombre de mi marido.

REY ¿Qué dices?ISABELA Dice verdades.

Salen AMINTA y el duque OCTAVIO

AMINTA ¿Adónde mi esposo está?REY ¿Quién es?AMINTA Pues, ¿aún no lo sabe?

El señor don Juan Tenorio,con quien vengo a desposarme,porque me debe el honor,y es noble, y no ha de negarme.Manda que nos desposemos.

REY Prendedle luego y matadle.

Sale el marqués de la MOTA

MOTA Pues es tiempo, gran señor,que a luz verdades se saquen,sabrás que don Juan Tenoriola culpa que me imputastecometió, que con mi capa

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pudo él crüel engañarmede que tengo dos testigos.

REY ¿Hay desvergüenza tan grande?DIEGO En premio de mis servicios

haz que le prendan, y paguesus culpas, porque del cielorayos contra mí no bajen,siendo mi hijo tan malo.

REY ¿Esto mis privados hacen?

Sale CATALINÓN

CATALINÓN Escuchad, oíd, señores,el suceso más notableque en el mundo ha sucedido,y en oyéndolo matadme.Don Juan, del comendadorhaciendo burla una tarde,después de haberle quitadolas dos prendas que más valen,tirando al bulto de piedrala barba por ultrajarle,a cenar le convidó.¡Nunca fuera a convidarle!Fue el bulto, y le convidóy agora, porque no os canse,acabando de cenarentre mil presagios gravesde la mano le tomóy le aprieta hasta quitallela vida, diciendo "Diosme manda que así te mate,castigando tus delitos.¡Quién tal hace, que tal pague!"

REY ¿Qué dices?CATALINÓN Lo que es verdad,

diciendo antes que acabase,que a doña Ana no debíahonor, que lo oyeron antesdel engaño.

MOTA Por las nuevasmil albricias quiero darte.

REY ¡Justo castigo del cielo!Y agora es bien que se casentodos, pues la causa es muerta,vida de tantos desastres.

OCTAVIO Pues ha enviudado Isabela,quiero con ella casarme.

MOTA Yo con mi prima.BATRICIO Y nosotros

con las nuestras, porque acabe"El convidado de piedra."

REY Y el sepulcro se trasladeen San Francisco en Madridpara memoria más grande.

FIN DE LA COMEDIA

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Luis de GóngoraPoema De Madrid

Nilo no sufre márgenes, ni murosMadrid, oh peregrino, tú que pasas,Que a su menor inundación de casasNi aun los campos del Tajo están seguros.Émula la verán siglos futurosDe Menfis no, que el término le tasas;Del tiempo sí, que sus profundas basasNo son en vano pedernales duros.Dosel de reyes, de sus hijos cunaHa sido y es; zodíaco lucienteDe la beldad, teatro de Fortuna.La invidia aquí su venenoso dienteCebar suele, a privanzas importuna.Camina en paz, refiérelo a tu gente.

Soneto 53

De pura honestidad templo sagrado,Cuyo bello cimiento y gentil muroDe blanco nácar y alabastro duroFue por divina mano fabricado;

Pequeña puerta de coral preciado,Claras lumbreras de mirar seguro,Que a la esmeralda fina el verde puroHabéis para viriles usurpado;

Soberbio techo, cuyas cimbrias de oroAl claro sol, en cuanto en torno gira,Ornan de luz, coronan de belleza;

Ídolo bello, a quien humilde adoro,Oye piadoso al que por ti suspira,Tus himnos canta, y tus virtudes reza.

Soneto 55

Al tramontar del sol, la ninfa mía,de flores despojando el verde llano,cuantas troncaba la hermosa mano,tantas el blanco pie crecer hacía.Ondeábale el viento que corríael oro fino con error galano,cual verde hoja de álamo lozanose mueve al rojo despuntar del día;mas luego que ciñó sus sienes bellasde los varios despojos de su falda

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-término puesto al oro y a la nieve-,juraré que lució más su guirnaldacon ser de flores, la otra ser de estrellas,que la que ilustra el cielo en luces nueve.

Soneto 60

Ya besando unas manos cristalinas,ya anudándome a un blanco y liso cuello,ya esparciendo por él aquel cabelloque amor sacó entre el oro de sus minas,ya quebrando en aquellas perlas finaspalabras dulces mil sin merecello,ya cogiendo de cada labio bellopurpúreas rosas sin temor de espinas,estaba, oh claro sol invidïoso,cuando tu luz, hiriéndome los ojos,mató mi gloria y acabó mi suerte.Si el cielo ya no es menos poderoso,porque no den los tuyos más enojos,rayos, como a tu hijo, te den muerte.

Soneto 149

Mientras por competir con tu cabello,oro bruñido al sol relumbra en vano;mientras con menosprecio en medio el llanomira tu blanca frente el lilio bello;mientras a cada labio, por cogello.siguen más ojos que al clavel temprano;y mientras triunfa con desdén lozanodel luciente cristal tu gentil cuello:goza cuello, cabello, labio y frente,antes que lo que fue en tu edad doradaoro, lilio, clavel, cristal luciente,no sólo en plata o vïola troncadase vuelva, mas tú y ello juntamenteen tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Romance XXXII

1. Servía en Orán al Reyun español con dos lanzas,y con el alma y la vidaa una gallarda africana,

2. tan noble como hermosa,tan amante como amada,

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con quien estaba una noche,cuando tocaron alarma.

3. Trescientos cenetes erande este rebato la causa,que los rayos de la lunadescubrieron las adargas;

4. las adargas avisarona las mudas atalayas,las atalayas los fuegos,los fuegos a las campanas;

5. y ellas al enamorado,que en los brazos de su damaoyó el militar estruendode las tropas y las cajas.

6. Espuelas de honor le picany freno de amor le para;no salir es cobardía,ingratitud es dejalla.

7. Del cuello pendiente ella,viéndole tomar la espada,con lágrimas y suspirosle dice aquestas palabras:

8. "Salid al campo, señor,bañen mis ojos la cama;que ella me será también,sin vos, campo de batalla.

9. Vestíos y salid apriesa,que el general os aguarda;yo os hago a vos mucha sobray vos a él mucha falta.

10. Bien podéis salir desnudo,pues mi llanto no os ablanda;que tenéis de acero el pechoy no habéis menester armas."

11. Viendo el español briosocuánto le detiene, y habla,le dice así: "Mi señora,tan dulce como enojada,

12. porque con honra y amoryo me quede, cumpla y vaya,vaya a los moros el cuerpo,y quede con vos el alma.

13. Concededme, dueño mío,licencia para que salgaal rebato en vuestro nombre,y en vuestro nombre combata".

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Francisco de Quevedo

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrerasombra que me llevare el blanco día,y podrá desatar esta alma míahora a su afán ansioso lisonjera:[p. 92] mas no, de esotra parte, en la ribera,dejará la memoria, en donde ardía:nadar sabe mi llama la agua fría,y perder el respeto a ley severa.Alma a quien todo un dios prisión ha sido,venas que humor a tanto fuego han dado,medulas que han gloriosamente ardido,su cuerpo dejará, no su cuidado;serán ceniza, mas tendrá sentido;polvo serán, mas polvo enamorado.

"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?

"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?¡Aquí de los antaños que he vivido!La Fortuna mis tiempos ha mordido;las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni a dóndela salud y la edad se hayan huido!Falta la vida, asiste lo vivido,y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;hoy se está yendo sin parar un punto:soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, juntopañales y mortaja, y he quedadopresentes sucesiones de difunto.

Retrato de Lisi que traía una sortija

En breve cárcel traigo aprisionado,con toda su familia de oro ardienteel cerco de la luz resplandeciente,y grande imperio del Amor cerrado.

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Traigo el campo que pacen estrelladolas fieras altas de la piel luciente;y a escondidas del cielo y del Oriente,día de luz y parto mejorado.

Traigo todas las Indias en mi mano,perlas que, en un diamante, por rubíespronuncian con desdén sonoro yelo,

y razonan tal vez fuego tiranorelámpagos de risa carmesíes,auroras, gala y presunción del cielo.

Hiissttoorriiaa ddee llaa vviiddaa ddeell Buussccóónn llllaamaaddoo ddoonn Paabbllooss,,eejjeempplloo ddee vvaaggaamuunnddooss yy eessppeejjoo ddee ttaaccaaññooss.

LLiibbrroo pprrii meerroo

Capítulo I:En que cuenta quién es el Buscón.

Yo, señora, soy de Segovia; mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios letenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos suspensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastrede barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado conAldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábaseen el pueblo que no era cristiana vieja, aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombresy sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era decendiente de la gloria. Tuvo muy buenparecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres delalma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajosrecién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos debastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras lesdaba con el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacabamuy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en lacárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal querobaba a todos las voluntades.Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, lesacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratáronle aquellos señores regaladamente. Ibaa la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etcétera,que no hay más que decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronledocientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla. Más se movía elque se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo con las alabanzas que iba oyendode sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado.Mi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que eratal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía, no sin sentimiento: -En su tiempo, hijo,eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y los más en un día mismoamanecidos y puestos. Hubo fama que reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encubriendocanas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo,

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solas las calvas se la cubría, porque hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía deadornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos, otros,algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros ycuál tejedora de carnes y por mal nombre alcagüeta. Para unos era tercera, primera para otros y fluxpara los dineros de todos.Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a Dios. No medetendré en decir la penitencia que hacía. Tenía su aposento – donde solo ella entraba y algunasveces yo, que, como era chico, podía- todo rodeado de calaveras que ella decía eran para memoriasde la muerte, y otros, por vituperarla, que para voluntades de la vida. Su cama estaba armadas sobresogas de ahorcado, y decíame a mí:- ¿Qué piensas? Estas tengo por reliquias, porque los más de estos se salvan.Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, quesiempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíamemi padre: -Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal. Y de allí a un rato, habiendosuspirado, decía de manos: -Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que losalguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras noscuelgan..., no lo puedo decir sin lágrimas (lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de lasque le habían batanado las costillas). Porque no querrían que donde están hubiese otros ladronessino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia. En mi mocedad siempre andabapor las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno sihubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Presoestuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos misnegocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado elpunto en boca, el chitón y los nones. Y con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo máshonradamente que he podido.-¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella con grande cólera. Yo os he sustentado a vos, y sacádoos de lascárceles con industria y mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestroánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes! Y si no temiera que me habían de oíren la calle, yo dijera lo de cuando entré por la chimenea y os saqué por el tejado. Más dijera, segúnse había encolerizado, si con los golpes que daba no se le desensartara un rosario de muelas dedifuntos que tenía. Metílos en paz diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente y ir con misbuenos pensamientos adelante, y que para esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir nose podía hacer nada. Parecióles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mimadre tornó a ocuparse en ensartar las muelas, y mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) no sé sila barba o la bolsa: lo más ordinario era uno y otro. Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porqueme hizo hijo de padres tan celosos de mi bien.

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Mateo Alemán

Libro primero de Guzmán de Alfarache

Capítulo primero

En que cuenta quién fue su padre

El deseo que tenía, curioso lector, de contarte mi vida me daba tanta priesa para engolfarte enella sin prevenir algunas cosas que, como primer principio, es bien dejarlas entendidas -porquesiendo esenciales a este discurso también te serán de no pequeño gusto-, que me olvidaba de cerrarun portillo por donde me pudiera entrar acusando cualquier terminista de mal latín, redarguyéndomede pecado, porque no procedí de la difinición a lo difinido, y antes de contarla no dejé dicho quiénesy cuáles fueron mis padres y confuso nacimiento; que en su tanto, si dellos hubiera de escribirse,fuera sin duda más agradable y bien recibida que esta mía. Tomaré por mayor lo más importante,dejando lo que no me es lícito, para que otro haga la baza.

Y aunque a ninguno conviene tener la propiedad de la hiena, que se sustenta desenterrandocuerpos muertos, yo aseguro, según hoy hay en el mundo censores, que no les falten coronistas. Yno es de maravillar que aun esta pequeña sombra querrás della inferir que les corto de tijera ytemerariamente me darás mil atributos, que será el menor dellos tonto o necio, porque, noguardando mis faltas, mejor descubriré las ajenas. Alabo tu razón por buena; pero quiérote advertirque, aunque me tendrás por malo, no lo quisiera parecer -que es peor serlo y honrarse dello-, y que,contraviniendo a un tan santo precepto como el cuarto, del honor y reverencia que les debo, quisieracubrir mis flaquezas con las de mis mayores; pues nace de viles y bajos pensamientos tratar dehonrarse con afrentas ajenas, según de ordinario se acostumbra: lo cual condeno por necedadsolemne de siete capas como fiesta doble. Y no lo puede ser mayor, pues descubro mi punto, nosalvando mi yerro el de mi vecino o deudo, y siempre vemos vituperado el maldiciente. Mas a míno me sucede así, porque, adornando la historia, siéndome necesario, todos dirán: «bien haya el quea los suyos parece», llevándome estas bendiciones de camino. Demás que fue su vida tan sabida ytodo a todos tan manifiesto, que pretenderlo negar sería locura y a resto abierto dar nueva materiade murmuración. Antes entiendo que les hago -si así decirse puede notoria cortesía en expresar elpuro y verdadero texto con que desmentiré las glosas que sobre él se han hecho. Pues cada vez quealguno algo dello cuenta, lo multiplica con los ceros de su antojo, una vez más y nunca menos,como acude la vena y se le pone en capricho; que hay hombre [que], si se le ofrece propósito paracuadrar su cuento, deshará las pirámidas de Egipto, haciendo de la pulga gigante, de la presunciónevidencia, de lo oído visto y ciencia de la opinión, sólo por florear su elocuencia y acreditar sudiscreción.

Así acontece ordinario y se vio en un caballero extranjero que en Madrid conocí, el cual, comofuese aficionado a caballos españoles, deseando llevar a su tierra el fiel retrato, tanto para su gustocomo para enseñarlo a sus amigos, por ser de nación muy remota, y no siéndole permitido niposible llevarlos vivos, teniendo en su casa los dos más hermosos de talle que se hallaban en lacorte, pidió a dos famosos pintores que cada uno le retratase el suyo, prometiendo, demás de lapaga, cierto premio al que más en su arte se extremase. El uno pintó un overo con tanta perfección,que sólo faltó darle lo imposible, que fue el alma; porque en lo más, engañado a la vista, por nohacer del natural diferencia, cegara de improviso cualquiera descuidado entendimiento. Con estosolo acabó su cuadro, dando en todo lo dél restante claros y oscuros, en as partes y, según queconvenía.

El otro pintó un rucio rodado, color de cielo, y, aunque su obra muy buena, no llegó con granparte a la que os he referido; pero estremóse en una cosa de que él era muy diestro: y fue que,pintado el caballo, a otras partes en las que halló blancos, por lo alto dibujó admirables lejos, nubes,

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arreboles, edificios arruinados y varios encasamentos, por lo bajo del suelo cercano muchasarboledas, yerbas floridas, prados y riscos; y en una parte del cuadro, colgando de un tronco losjaeces, y, al pie dél estaba una silla jineta. Tan costosamente obrado y bien acabado, cuanto sepuede encarecer.

Cuando vio el caballero sus cuadros, aficionado -y con razón- al primero, fue el primero a quepuso precio y, sin reparar en el que por él pidieron, dando en premio una rica sortija al ingeniosopintor, lo dejó pagado y con la ventaja de su pintura. Tanto se desvaneció el otro con la suya y conla liberalidad franca de la paga, que pidió por ella un excesivo precio. El caballero, absorto dehaberle pedido tanto y que apenas pudiera pagarle, dijo: «Vos hermano, ¿por qué no consideráis loque me costó aqueste otro lienzo, a quien el vuestro no se aventaja?» «En lo que es el caballo-respondió el pintor- Vuesa Merced tiene razón; pero árbol y ruinas hay en el mío, que valen tantocomo el principal de esotro.»

El caballero replicó: «No me convenía ni era necesario llevar a mi tierra tanta baluma deárboles y carga de edificios, que allá tenemos muchos y muy buenos. Demás que no les tengo laafición que a los caballos, y lo que de otro modo que por pintura no puedo gozar, eso huelgo dellevar.»

Volvió el pintor a decir: «En lienzo tan grande pareciera muy mal un solo caballo; y esimportante y aun forzoso para la vista y ornato componer la pintura de otras cosas diferentes que lacalifiquen y den lustre, de tal manera que, pareciendo así mejor, es muy justo llevar con el caballosus guarniciones y silla, especialmente estando con tal perfección obrado, que, si de oro me diesenotras tales, no las tomaré por las pintadas.»

El caballero, que ya tenía lo importante a su deseo, pareciéndole lo demás impertinente, aunqueen su tanto muy bueno, y no hallándose tan sobrado que lo pudiera pagar, con discreción le dijo:«Yo os pedí un caballo solo, y tal como por bueno os lo pagaré, si me lo queréis vender; los jaeces,quedaos con ellos o dadlos a otros, que no los he menester.» El pintor quedó corrido sin paga por suobra añadida y haberse alargado a la elección de su albedrío, creyendo que por más composición lefuera más bien premiado.

Común y general costumbre ha sido y es de los hombres, cuando les pedís reciten o refieran loque oyeron o vieron, o que os digan la verdad y, sustancia de una cosa, enmascararla y afeitarla, quese desconoce, como el rostro de la fea. Cada uno le da sus matices y sentidos, ya para exagerar,incitar, aniquilar o divertir, según su pasión le dita. Así la estira con los dientes para que alcance; lalima y pule para que entalle, levantando de punto lo que se les antoja, graduando, como condepalatino, al necio de sabio, al feo de hermoso y al cobarde de valiente. Quilatan con u estimación lascosas, no pensando cumplen con pintar el caballo si lo dejan en cerro y desenjaezado, ni dicen lacosa si no la comentan como más viene a cuento a cada uno.

Tal sucedió a mi padre que, respeto de la verdad, ya no se dice cosa que lo sea. De tres hanhecho trece y los trece, trecientos; porque a todos les parece añadir algo más y, destos algos hanhecho un mucho que no tiene fondo ni se le halla suelo, reforzándose unas a otras añadiduras, y loque en singular cada una no prestaba, juntas muchas hacen daño. Son lenguas engañosas y falsasque, como saetas agudas y brasas encendidas, les han querido herir las honras y abrasar las famas,de que a ellos y a mí resultan cada día notables afrentas.

Podrásme bien creer que, si valiera elegir de adonde nos pareciera, que de la masa de Adamprocurara escoger la mejor parte, aunque anduviéramos al puñete por ello. Mas no vale a eso, sino atomar cada uno lo que le cupiere, pues el que lo repartió pudo y supo bien lo que hizo. Él sea loado,que, aunque tuve jarretes y manchas, cayeron en sangre noble de todas partes. La sangre e hereda yel vicio se apega; quien fuere cual debe, será como tal premiado y no purgará las culpas de suspadres.

Cuanto a lo primero, el mío y sus deudos fueron levantiscos. Vinieron a residir a Génova,donde fueron agregados a la nobleza; y aunque de allí no naturales, aquí los habré de nombrar comotales. Era su trato el ordinario de aquella tierra, y lo es ya por nuestros pecados en la nuestra:cambios y recambios por todo el mundo. Hasta en esto lo persiguieron, infamándolo de logrero.

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Muchas veces lo oyó a sus oídos y, con su buena condición, pasaba por ello. No tenían razón, quelos cambios han sido y son permitidos. No quiero yo loar, ni Dios lo quiera, que defienda ser lícitolo que algunos dicen, prestar dinero por dinero, sobre prendas de oro o plata, por tiempo limitado oque se queden rematadas, ni otros tratillos paliados, ni los que llaman cambio seco, ni que corra eldinero de feria en feria, donde jamás tuvieron hombre ni trato, que llevan la voz de Jacob y lasmanos de Esaú, y a tiro de escopeta descubren el engaño. Que las ales, aunque se las achacaron, yono las vi ni dellas daré señas.

Mas, lo que absolutamente se entiende cambio es obra indiferente, de que se puede usar bien ymal; y, como tal, aunque injustamente, no me maravillo que, no debiéndola tener por mala, serepruebe; mas la evidentemente buena, sin sombra de cosa que no lo sea, que se murmure yvitupere, eso es lo que me asombra. Decir, si viese a un religioso entrar a la media noche por unaventana en parte sospechosa, la espada en la mano y el broquel en el cinto, que va a dar lossacramentos, es locura, que ni quiere Dios ni su Iglesia permite que yo sea tonto y de lo tal,evidentemente malo, sienta bien. Que un hombre rece, frecuente virtuosos ejercicios, oiga misa,onfiese y comulgue a menudo y por ello le llamen hipócrita, no lo puedo sufrir ni hay maldadsemejante a ésta.

Tenía mi padre un largo rosario entero de quince dieces, en que se enseñó a rezar- en lenguacastellana hablo-, las cuentas gruesas más que avellanas. Éste se lo dio mi madre, que lo heredó dela suya. Nunca se le caía de las manos. Cada mañana oía su misa, sentadas ambas rodillas en elsuelo, juntas las manos, levantadas del pecho arriba, el sombrero encima dellas. Arguyéronlemaldicientes que estaba de aquella manera rezando para no oír, y el sombrero alto para no ver.juzguen deste juicio los que se hallan desapasionados y digan si haya sido perverso y temerario, egente desalmada, sin conciencia.

También es verdad que esta murmuración tuvo causa: y fue su principio que, habiéndose alzadoen Sevilla un su compañero y llevándole gran suma de dineros, venía en su seguimiento, tanto aremediar lo que pudiera del daño, como a componer otras cosas. La nave fue saqueada y él, con losmás que en ella venían, cautivo y llevado en Argel, donde, medroso y desesperado- el temor de nosaber cómo o con qué volver en libertad, desesperado de cobrar la deuda por bien de paz-, comoquien no dice nada, renegó.

Allá se casó con una mora hermosa y principal, con buena hacienda. Que en materia de interés-por lo general, de quien siempre voy tratando, sin perjuicio de mucho número de nobles caballerosy gente grave y principales, que en todas partes hay de todo-, diré de paso lo que en algunos deudosde mi padre conocí el tiempo que los traté. Eran amigos de solicitar casas ajenas, olvidándose de lasproprias; que se les tratase verdad y de no decirla; que se les pagase lo que se les debía y no pagar loque debían; ganar y gastar largo, diese donde diese, que ya estaba rematada la prenda y -comodicen- a Roma por todo. Sucedió pues, que, asegurado el compañero de no haber quien le pidiese,acordó tomar medios con los acreedores presentes, poniendo condiciones y plazos, con que pudoquedar de allí en adelante rico y satisfechas las deudas.

Cuando esto supo mi padre, nacióle nuevo deseo de venirse con secreto y diligencia; y paraengañar a la mora, le dijo se quería ocupar en ciertos tratos de mercancías. Vendió la hacienda y,puesta en cequíes -moneda de oro fino berberisca-, con las más joyas que pudo, dejándola sola ypobre, se vino huyendo. Y sin que algún amigo ni enemigo lo supiera, reduciéndose a la fe deJesucristo, arrepentido y lloroso, delató de sí mismo, pidiendo misericordiosa penitencia; la cualsiéndole dada, después de cumplida pasó adelante a cobrar su deuda. Ésta fue la causa por quejamás le creyeron obra que hiciese buena. Si otra les piden, dirán lo que muchas veces conimpertinencia y sin propósito me dijeron: que quien una vez ha sido malo, siempre se presume serloen aquel género de maldad. La proposición es verdadera; pero no hay alguna sin excepción. ¿Quésabe nadie de la manera que toca Dios a cada uno y si, conforme dice una Auténtica, tenía yareintegradas las costumbres?

Veis aquí, sin más acá ni más allá, los linderos de mi padre. Porque decir que se alzó dos o tresveces con haciendas ajenas, también se le alzaron a él, no es maravilla. Los hombres no son de

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acero ni están obligados a tener como los clavos, que aun a ellos les falta la fuerza y suelen soltar yaflojar. Estratagemas son de mercaderes, que donde quiera se pratican, en España especialmente,donde lo han hecho granjería ordinaria. No hay de qué nos asombremos; allá se entienden, allá se lohayan; a sus confesores dan larga cuenta dello. Solo es Dios el juez de aquestas cosas, mire quienlos absuelve lo que hace. Muchos veo que lo traen por uso y a ninguno ahorcado por ello. Si fueradelito, mala cosa o hurto, claro está que se castigara, pues por menos de seis reales vemos azotar yechar cien pobretos a las galeras.

Por no ser contra mi padre, quisiera callar lo que siento; aunque si he de seguir al Filósofo, miamigo es Platón y mucho más la verdad, conformándome con ella. Perdone todo viviente, quecanonizo este caso por muy gran bellaquería, digna de muy ejemplar castigo.

Alguno del arte mercante me dirá: «Mirad por qué consistorio de pontífice y cardenales vadeterminado. ¿Quién mete al idiota, galeote, pícaro, en establecer leyes ni calificar los tratos que noentiende?» Ya veo que yerro en decir lo que no ha de aprovechar, que de buena gana sufriera tusoprobios, en tal que se castigara y tuviera remedio esta honrosa manera de robar, aunque mi padreestrenara la horca. Corra como corre, que la reformación de semejantes cosas importantes otras quelo son más, va de capa caída y a mí no me toca: es dar voces al lobo, tener el sol y predicar endesierto.

Vuelvo a lo que más le achacaron: que estuvo preso por lo que tú dices o a ti te dijeron; que porser hombre rico y -como dicen- el padre alcalde y compadre el escribano, se libró; que hartosindicios hubo para ser castigado. Hermano mío, los indicios no son capaces de castigo por sí solos.Así te pienso concluir que todas han sido consejas de horneras, mentiras y falsos testimonioslevantados; porque confesándote una parte, no negarás de la mía ser justo defenderte la otra. Digoque tener compadres escribanos es conforme al dinero con que cada uno pleitea; que en robar a ojosvistas tienen algunos el alma del gitano y harán de la justicia el juego de pasa pasa, poniéndola en ellugar que se les antojare, sin que las partes lo puedan impedir ni los letrados lo sepan defender ni eljuez juzgar.

Y antes que me huya de la memoria, oye lo que en la iglesia de San Gil de Madrid predicó alos señores del Consejo Supremo un docto predicador, un viernes de la cuaresma. Fue discurriendopor todos los ministros de justicia hasta llegar al escribano, al cual dejó de industria para la postre, ydijo: «Aquí ha parado el carro, metido y sonrodado está en el lodo; no sé cómo salga, si el ángel deDios no revuelve la piscina. Confieso, señores, que de treinta y más años a esta parte tengo vistas yoídas confesiones de muchos pecadores que caídos en un pecado reincidieron muchas veces en él, ya todos, por la misericordia de Dios, que han reformado sus vidas y conciencias. Al amancebado leconsumieron el tiempo y la mala mujer; al jugador desengañó el tablajero que, como sanguisuela deunos y otros, poco a poco les va chupando la sangre: hoy ganas, mañana pierdes, rueda el dinero,vásele quedando, y los que juegan, sin él; al famoso ladrón reformaron el miedo y la vergüenza; altemerario murmurador, la perlesía, de que pocos escapan; al soberbio su misma miseria lodesengaña, conociéndose que es lodo; al mentiroso puso freno la mala voz y afrentas que deordinario recibe en sus mismas barbas; al desatinado blasfemo corrigieron continuas reprehensionesde sus amigos y deudos. Todos tarde o temprano sacan fruto y dejan, como la culebra, el hábitoviejo, aunque para ello se estrechen. A todos he hallado señales de su salvación; en sólo elescribano pierdo la cuenta: ni le hallo enmienda más hoy que ayer, este año que los treinta pasados,que siempre es el mismo. Ni sé cómo se confiesa ni quién lo absuelve -digo al que no usa fielmentede su oficio-, porque informan y escriben lo que se les antoja, y por dos ducados o por complacer ael amigo y aun a la amiga -que negocian mucho los mantos- quitan las vidas, las honras y lashaciendas, dando puerta a infinito número de pecados. Pecan de codicia insaciable, tienen hambrecanina, con un calor de fuego infernal en el alma, que les hace tragar sin mascar, a diestro y asiniestro, la hacienda ajena. Y como reciben por momentos lo que no se les debe, y aquel dinero,puesto en las palmas de las manos, en el punto se convierte en sangre y carne, no lo pueden volver aechar de sí, y al mundo y al diablo sí. Y así me parece que cuando alguno se salva -que no todosdeben de ser como los que yo he llegado a tratar-, al entrar en la gloria, dirán los ángeles unos a

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otros llenos de alegría: 'Laetamini in Domino. ¿Escribano en el cielo? Fruta nueva, fruta nueva'.»Con esto acabó su sermón.

Que hayan vuelto al escribano, pase. También sabrá responder por sí, dando a su culpadisculpa, que el hierro también se puede dorar. Y dirán que son los aranceles del tiempo viejo, quelos mantenimientos cada día valen más, que los pechos y derechos crecen, que no les dieron debalde los oficios, que de su dinero han de sacar la renta y pagarse de la ocupación de su persona.

Y así debió de ser en todo tiempo, pues Aristóteles dice que el mayor daño que puede venir a larepública es de la venta de los oficios. Y Alcámeno, espartano, siendo preguntado cómo será unreino bienaventurado, respondió que menospreciando el rey su propia ganancia. Mas el juez que selo dieron gracioso, en confianza para hacer oficio de Dios, y, así se llaman dioses de la tierra, decirdeste tal que vende la justicia dejando de castigar lo malo y premiar lo bueno y que, si le hallararastro de pecado, lo salvara, niégolo y con evidencia lo pruebo.

¿Quién ha de creer haya en el mundo juez tan malo, descompuesto ni desvergonzado -que talsería el que tal hiciese-, que rompa la ley y le doble la vara un monte de oro? Bien que por ahí dicenalgunos que esto de pretender oficios y judicaturas va por ciertas indirectas y destiladeras, o, pormejor decir, falsas relaciones con que se alcanzan; y después de constituidos en ellos, para volveralgunos a poner su caudal en pie, se vuelven como pulpos. No hay poro ni coyuntura en todo sucuerpo que no sean bocas y garras. Por allí les entra y agarran el trigo, la cebada, el vino, el aceite,el tocino, el paño, el lienzo, sedas, joyas y dineros. Desde las tapicerías hasta las especerías, desdesu cama hasta la de su mula, desde lo más granado hasta lo más menudo; de que sólo el arpón de lamuerte los puede desasir, porque en comenzándose a corromper, quedan para siempre dañados conel mal uso y, así reciben como si fuesen gajes, de manera que no guardan justicia; disimulan con losladrones, porque les contribuyen con las primicias de lo que roban; tienen ganado el favor y perdidoel temor, tanto el mercader como el regatón, y con aquello cada no tiene su ángel de guardacomprado por su dinero, o con lo más difícil de enajenar, para las impertinentes necesidades delcuerpo, demás del que Dios les dio para las importantes del alma.

Bien puede ser que algo desto suceda y no por eso se ha de presumir; mas el que diere con lacodicia en semejante bajeza, será de mil uno, mal nacido y de viles pensamientos, y no le quierasmayor mal ni desventura: consigo lleva el castigo, pues anda señalado con el dedo. Es murmuradode los hombres, aborrecido de los ángeles, en público y secreto vituperado de todos. Y así no poréste han de perder los demás; y si alguno se queja de agraviado, debes creer que, como sean lospleitos contiendas de diversos fines, no es posible que ambas partes queden contentas de un juicio.Quejosos ha de haber con razón o sin ella, pero advierte que estas cosas quieren solicitud y maña. Ysi te falta, será la culpa tuya, y no será mucho que pierdas tu derecho, no sabiendo hacer tu hecho, yque el juez te niegue la justicia, porque muchas veces la deja de dar al que le consta tenerla, porqueno la prueba y lo hizo el contrario bien, mal o como pudo; y otras por negligencia de la parte oporque les falta fuerza y dineros con que seguirla y tener opositor poderoso. Y así no es bien culparjueces, y menos en superiores tribunales, donde son muchos y escogidos entre los mejores; ycuando uno por alguna pasión quisiese precipitarse, los otros no la tienen y le irían a la mano.

Acuérdome que un labrador en Granada solicitaba por su interese un pleito, en voz de concejo,contra el señor de su pueblo, pareciéndole que lo había con Pero Crespo, el alcalde dél, y quepudiera traer los oidores de la oreja. Y estando un día en la plaza Nueva mirando la portada de laChancillería, que es uno de los más famosos edificios, en su tanto, de todos los de España, y a quiende los de su manera no se le conoce igual en estos tiempos, vio que las armas reales tenían en elremate a los dos lados la Justicia y Fortaleza. Preguntándole otro labrador de su tierra qué hacía, porqué no entraba a solicitar su negocio, le respondió: «Estoy considerando que estas cosas no son paramí, y de buena gana me fuera para mi casa; porque en ésta tienen tan alta la usticia, que no se dejasobajar, ni sé si la podré alcanzar.»

No es maravilla, como dije, y lo sería, aunque uno la tenga, no sabiendo ni pudiéndoladefender, si se la diesen. A mi padre se la dieron porque la tuvo, la supo y pudo pleitear; demás que

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en el tormento purgó los indicios y tachó los testigos de pública enemistad, que deponían de vanaspresunciones y de vano fundamento.

Ya oigo al murmurador diciendo la mala voz que tuvo: rizarse, afeitarse y otras cosas quecallo, dineros que bullían, presentes que cruzaban, mujeres que solicitaban, me dejan la espina en eldedo. Hombre de la maldición, mucho me aprietas y, cansado me tienes: pienso desta vez dejartesatisfecho y no responder más a tus replicatos, que sería proceder en infinito aguardar a tussofisterías. Y así, no digo que dices disparates ni cosas de que no puedas obtener la parte quequisieres, en cuanto la verdad se determina. Y cuando los pleitos andan de ese modo, escandalizan,mas todo es menester. Líbrete Dios de juez con leyes del encaje y escribano enemigo de cualquierdellos cohechado.

Mas cuando te quieras dejar llevar de la opinión y voz del vulgo - que siempre es la más flaca ymenos verdadera, por serlo el sujeto de donde sale-, dime como cuerdo: ¿todo cuanto has dicho esparte para que indubitablemente mi padre fuese culpado? Y más que, si es cierta la opinión dealgunos médicos, que lo tienen por enfermedad, ¿quién puede juzgar si estaba mi padre sano? Y a loque es tratar de rizados y más porquerías, no lo alabo, ni a los que en España lo consienten, cuantomás a los que lo hacen.

Lo que le vi el tiempo que lo conocí, te puedo decir. Era blanco, rubio, colorado, rizo, y creo denaturaleza, tenía los ojos grandes, turquesados. Traía copete y sienes ensortijadas. Si esto erapropio, no fuera justo, dándoselo Dios, que se tiznara la cara ni arrojara en la calle semejantesprendas. Pero si es verdad, como dices, que se valía de untos y artificios de sebillos que los dientesy manos, que tanto le loaban, era a poder de polvillos, hieles, jabonetes y otras porquerías,confesaréte cuanto dél dijeres y seré su capital enemigo y de todos los que de cosa semejante tratan;pues demás que son actos de afeminados maricas, dan ocasión para que dellos murmuren y sesospeche toda vileza, viéndolos embarrados y compuestos con las cosas tan solamente a mujerespermitidas, que, por no tener bastante hermosura, se ayudan de pinturas y barnices, a costa de susalud y dinero. Y es lástima de ver que no sólo las feas son las que aquesto hacen, sino aun las muyhermosas, que pensando parecerlo más, comienzan en la cama por la mañana y acaban a mediodía,la mesa puesta. De donde no sin razón digo que la mujer, cuanto más mirare la cara, tanto másdestruye la casa. Si esto es aun en mujeres vituperio, ¿cuánto lo será más en los hombres?

¡Oh fealdad sobre toda fealdad, afrenta de todas las afrentas! No me podrás decir que amorpaterno me ciega ni el natural de la patria me cohecha, ni me hallarás fuera de razón y verdad. Perosi en lo malo hay descargo, cuando en alguna parte hubiera sido mi padre culpado, quiero decirteuna curiosidad, por ser este su lugar, y todo sucedió casi en un tiempo. A ti servirá de viso y a mí deconsuelo, como mal de muchos.

El año de mil y quinientos y doce, en Ravena, poco antes que fuese saqueada, hubo en Italiacrueles guerras, y en esta ciudad nació un monstruo muy estraño, que puso grandísima admiración.Tenía de la cintura para arriba todo su cuerpo, cabeza y rostro de criatura humana, pero un cuernoen la frente. Faltábanle los brazos, y diole naturaleza por ellos en su lugar dos alas de murciélago.Tenía en el pecho figurado la Y pitagórica, y en el estómago, hacia el vientre, una cruz bienformada. Era hermafrodito y muy formados los dos naturales sexos. No tenía más de un muslo y enél una pierna con su pie de milano y las garras de la misma forma. En el ñudo de a rodilla tenía unojo solo.

De aquestas monstruosidades tenían todos muy gran admiración; y considerando personas muydoctas que siempre semejantes monstruos suelen ser prodigiosos, pusiéronse a especular susignificación. Y entre las más que se dieron, fue sola bien recebida la siguiente: que el cuernosignificaba orgullo y ambición; las alas, inconstancia y ligereza; falta de brazos, falta de buenasobras; el pie de ave de rapiña, robos, usuras y avaricias; el ojo en la rodilla, afición a vanidades ycosas mundanas; los dos sexos, sodomía y bestial bruteza; en todos los cuales vicios abundaba porentonces toda Italia, por lo cual Dios la castigaba con aquel azote de guerras y disensiones. Pero lacruz y la Y eran señales buenas y dichosas, porque la Y en el pecho significaba virtud; la cruz en el

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vientre, que si, reprimiendo las torpes carnalidades, abrazasen en su pecho la virtud, les daría Diospaz y ablandaría su ira.

Ves aquí, en caso negado, que, cuando todo corra turbios, iba mi padre con el hilo de la gente yno fue solo el que pecó. Harto más digno de culpa serías tú, si pecases, por la mejor escuela que hastenido. Ténganos Dios de su mano para no caer en otras semejantes miserias, que todos somoshombres.

Capítulo VIII

Gumán de Alfarache refiere la historia de los dos enamorados Ozmín y Daraja,según se la contaron

Luego como acabaron de rezar, que fue muy breve espacio, cerraron sus breviarios y, metidosen las alforjas, siendo de los demás con gran atención oído, comenzó el buen sacerdote la historiaprometida, en esta manera:

«Estando los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel sobre el cerco de Baza, fue tanpeleado, que en mucho tiempo dél no se conoció ventaja en alguna de las partes. Porque, aunque lade los reyes era favorecida con el grande número de gente, la de los moros, habiendo muchos,estaba fortalecida con la buena disposición del sitio.

»La reina doña Isabel asistía en Jaén preveniendo a las cosas necesarias; y el rey don Fernandoacudía personalmente a las del ejército. Teníalo dividido en dos partes: en la una plantada laartillería y encomendada a los marqueses de Cádiz y Aguilar, a Luis Fernández Portocarrero, señorde Palma, y a los comendadores de Alcántara y Calatrava, con otros capitanes y soldados; en la otraestaba su alojamiento con los más caballeros y gente de su ejército, teniendo la ciudad en mediocercada.

»Y si por dentro della pudieran atravesar, había como distancia de media legua de un real a elotro; mas por serle impedido el paso, rodeaban otra media por la sierra y así distaban una legua. Yporque con dificultad podían socorrerse, acordaron hacer ciertas cavas y castillos, que el Rey por supersona muy a menudo visitaba. Y aunque los moros procuraban impedir no se hiciesen, loscristianos lo apoyaban defendiéndolo valerosamente, sobre que cada día no pasó alguno sin que doso más veces escaramuzasen, habiendo de todas partes muchos heridos y muertos. Pero, porque laobra no cesase, siendo tan importante, siempre con los que en ella trabajaban asistían de guardanoche y día las compañías necesarias.

»Aconteció que, estando de guarda don Rodrigo y don Hurtado de Mendoza, Adelantado deCazorla, y don Sancho de Castilla, les mandó el Rey no la dejasen hasta que los condes de Cabra yUreña y el marqués de Astorga entrasen con la suya, para cierto efecto. Los moros, que, como dije,siempre se desvelaban procurando estorbar la obra, subieron como hasta tres mil peones ycuatrocientos caballos por lo alto de la sierra contra don Rodrigo de Mendoza. El Adelantado y donSancho comenzaron con ellos la pelea y, estando trabada, socorrieron a los moros otros muchos dela ciudad. El rey don Fernando que lo vio, hallándose presente, mandó al conde de Tendilla que porotra parte les acometiese, en que se trabó una muy sangrienta batalla para todos. Viendo el Rey alconde apretado y herido, mandó al maestre de Santiago acometer por una parte, y al marqués deCádiz y duque de Nájera y a los comendadores de Calatrava y a Francisco de Bovadilla, que con susgentes acometiesen por donde estaba la artillería.

»Los moros sacaron contra ellos otra tercera escuadra y pelearon valentísimamente así elloscomo los cristianos. Y hallándose el Rey en esta refriega, visto por los del real, se armaron a muchapriesa, yendo todos en su ayuda. Tanto fue el número de los que acudieron, que no pudiendoresistirse los moros, dieron a huir y los cristianos en su alcance, haciendo gran estrago hastameterlos por los arrabales de la ciudad, adonde muchos de los soldados entraron y saquearongrandes riquezas, cautivando algunas cabezas, entre las cuales fue Daraja, doncella mora, única hijadel alcaide de aquella fortaleza.

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»Era la suya una de las más perfectas y peregrina hermosura que en otra se había visto. Seríade edad hasta diez y siete años no cumplidos. Y siendo en el grado que tengo referido, la ponía enmucho mayor su discreción, gravedad y gracia. Tan diestramente hablaba castellano, que condificultad se le conociera no ser cristiana vieja, pues entre las más ladinas pudiera pasar por unadellas. El Rey la estimó en mucho, pareciéndole de gran precio. Luego la envió a la Reina su mujer,que no la tuvo en menos y, recibiéndola alegremente, así por su merecimiento como por serprincipal decendiente de reyes, hija de un caballero tan honrado, como por ver si pudiera ser parteque le entregara la ciudad sin más daños ni peleas, procuró hacerle todo buen tratamiento,regalándola de la manera, y con ventajas, que a otras de las más llegadas a su persona. Y así nocomo a cautiva, antes como a deuda, la iba acariciando, con deseo que mujer semejante y dondetanta hermosura de cuerpo estaba no tuviera el alma fea.

»Estas razones eran para no dejarla punto de su lado, demás del gusto que recibía en hablar conella; porque le daba cuenta de toda la tierra por menor, como si fuera de más edad y varón muyprudente por quien todo hubiera pasado. Y aunque los reyes vinieron después ajuntarse en Baza,rendida la ciudad con ciertas condiciones, nunca la reina quiso deshacerse de Daraja, por la granafición que la tenía, prometiendo a el alcaide su padre hacerle por ella particulares mercedes.Mucho sintió su ausencia, mas diole alivio entender el amor que los reyes la tenían, de donde leshabía de resultar honra y bienes, y así no replicó palabra en ello.

»Siempre la reina la tuvo consigo y llevó a la ciudad de Sevilla, donde con el deseo que fuesecristiana, para disponerla poco a poco sin violencia, con apacibles medios, le dijo un día:

»-Ya entenderás, Daraja, lo que deseo tus cosas y gusto. En parte de pago dello te quiero pediruna cosa en mi servicio: que trueques esos vestidos a los que te daré de mi persona, para gozar de loque en el hábito nuestro se aventaja tu hermosura.

»Daraja le respondió: »-Haré con entera voluntad lo que tu Alteza me manda. Porque habiéndote obedecido, si hay

algo en mí de alguna consideración, de hoy más estimaré por bueno, y lo será sin duda, que me lodarán tus atavíos y suplirán mis faltas.

»-Todo lo tienes de cosecha -le replicó la reina- y estimo ese servicio y voluntad con que leofreces.

»Daraja se vistió a la castellana, residiendo en palacio por algunos días, hasta que de allípartieron a poner cerco sobre Granada, que así por los trabajos de la guerra, como para irlasaboreando en las cosas de nuestra fe, le pareció a la reina sería bien dejarla en casa de don Luis dePadilla, caballero principal muy gran privado suyo, donde se entretuviese con doña Elvira deGuzmán, su hija doncella, a quienes encargaron el cuidado de su regalo. Y aunque allí lo recibía,mucho sintió verse lejos de su tierra y otras causas que le daban mayor pena, mas no las descubrió;que con sereno rostro, el semblante alegre, mostró que en ser aquél gusto de su Alteza lo estimabaen merced y recebía por suyo.

»Esta doncella tenían sus padres desposada con un caballero moro de Granada, cuyo nombreera Ozmín. Sus calidades muy conformes a las de Daraja: mancebo rico, galán, discreto y, sobretodo, valiente y animoso, y cada una destas partes dispuesta a recebir un muy, y le era bien debido.Tan diestro estaba en la lengua española, como si en el riñón de Castilla se criara y hubiera nacidoen ella. Cosa digna de alabanza de mozos virtuosos y gloria de padres, que en varias lenguas ynobles ejercicios ocupan sus hijos. Amaba su esposa tiernamente. De modo idolatraba en ella que, sise le permitiera, en altares pusiera sus estatuas. En ella ocupaba su memoria, por ella desvelaba sussentidos, della era su voluntad. Y su esposa, reconocida, nada le quedaba en deuda.

»Era el amor igual, como las más cosas en ellos y sobre todo un honestísimo trato en que seconservaban. La dulzura de razones que se escribían, los amorosos recaudos que se enviaban, no sepueden encarecer. Habíanse visto y visitado, pero no tratado sus amores a boca; los ojos parlerosmuchas veces, que nunca perdieron ocasión de hablarse. Porque los dos, de muchos años antes -yno muchos, pues ambos tenían pocos-, mas para bien hablar, desde su niñez se amaban y las visitaseran a deseo. Enlazóse la verdadera amistad en los padres y amor en los hijos con tan estrechos

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ñudos, que de conformidad todos desearon volverlo en parentesco y con este casamiento tuvoefecto; pero en hora desgraciada y rigor de planeta, que apenas acabó de concluirse cuando Bazafue cercada.

»Con esta revuelta y alborotos lo dilataron, aguardando juntarlos con más comodidad y alegría,para solenizar con juegos y fiestas lo que aquélla pedía y casamiento de tan calificada gente.

»Daraja, ya dije quién era su padre. Su madre fue sobrina, hija de hermana, de Boabdelín, reyde aquella ciudad, que había tratado el casamiento. Y Ozmín, primo hermano de Mahomet, rey quellamaron Chiquito, de Granada.

»Pues, como sucediese al revés de sus deseos, mostrándose a todos la fortuna contraria,estando Daraja en poder de los reyes y habiéndola dejado en Sevilla, luego que su esposo lo supo,las exclamaciones que hizo, lástimas que dijo, suspiros que daba, efectos de tristeza que mostró, atodos repartía y ninguno salía con pequeña parte. Mas como el daño fuese tan solo suyo y la pérdidatan de su alma, tanto creció el dolor en ella, que brevemente le cupo parte al cuerpo, adoleciendo deuna enfermedad grave tan dificultosa de curar, cuanto lejos de ser conocida y los remediosdistantes. Crecían los efectos con indicios mortales, porque la causa crecía, sin ser a propósito lasmedicinas; y lo peor, que el mal no se entendía, siendo lo más esencial de su reparo. Así de su saludlos afligidos padres ya tenían rendida la esperanza: los médicos la negaban, confirmándose con losacidentes.

»Todos en esta pena y el enfermo casi en la última, se le representó una imaginación de que lepareció sacar algún fruto y, aunque con riesgo, mas puesto en parangón del que tenía, no podía serotro mayor. Y con las ansias de la ejecución, procurando alcanzar ver a su querida esposa, cobróaliento y algún esfuerzo, resistiendo animosamente las cosas que podían dañarle. Despidió lastristezas y melancolías, pensaba solamente cómo tener salud. Con esto vino a cobrar mejoría, adesesperación de todos los que le vieron llegar a tal punto. Dicen bien que el deseo vence al miedo,tordella inconvenientes y allana dificultades. Y el alegría en el enfermo es el mejor jarabe y cordialepíctima, y así es bien procurársela y, cuando alegre lo vieres, cuéntalo por sano.

»Luego comenzó a convalecer. Y apenas podía tenerse sobre sí, cuando preveniéndose, paraguía, de un moro lengua, que a los reyes de Granada sirvió mucho tiempo de espía, joyas y dinerospara el viaje, en un buen caballo morcillo, un arcabuz en el arzón de la silla, su espada y dagaceñida, en traje andaluz, salieron de la ciudad una noche, atrochando por fuera de camino, como losque sabían bien la tierra.

»Pasaron a vista del real y, habiéndolo dejado bien atrás, por sendas y veredas iban a Loja,cuando cerca de la ciudad su avara suerte los encontró con un capitán de campaña, que andabarecogiendo la gente que huyendo del ejército desamparaban la milicia. Pues como así los viese, losprendió. Fingió el moro tener pasaporte, buscándolo ya en el seno, ya en la faltriquera y otraspartes; y como no lo hallase y los viese descaminados, tomando mala sospecha, los prendió paravolverlos al real.

»Ozmín, sin alterarse alguna cosa, con libres palabras, aprovechándose del nombre delcaballero en cuyo poder estaba su esposa, fingió ser hijo suyo, llamándose don Rodrigo de Padilla,y haber venido a traer un recaudo a los reyes de parte de su padre y cosas de Daraja; y por haberadolecido, se volvía. Otrosí le afirmó haber perdido el pasaporte y el camino, y que para tornar a élhabían tomado aquella senda.

»Nada le aprovechaba, que todavía insistía, queriéndolos volver, y no lo entendían, que ni a élse le diera una tarja que se fueran o volvieran. Sola fue su pretensión que un caballero tal comorepresentaba le quebrara los ojos con algunos doblones, que no hay firma de general que iguale alsello real, y tanto más cuanto en más noble metal estuviere estampado. Para los maltrapillos ysoldados de tornillo tienen dientes y en ellos muestran su poder ejecutando las órdenes; que no enquien pueden sacar algún provecho, que eso buscan.

»Ozmín, sospechando en lo que tantos fieros habían de parar, volvió a decirle:

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»-No entienda, señor capitán, que me diera pena volver atrás otra vez ni diez, ni reiterar elcamino lo estimara en algo, si salud, como vee, no me faltara; mas pues consta la necesidad quellevo, suplícole no reciba vejación semejante por el riesgo de mi vida.

»Y sacando del dedo una rica sortija, la puso en su mano, que fue como si echaran vinagre alfuego, que luego le dijo:

»-Señor, Vuestra Merced vaya en buen hora, que bien se deja entender de hombre tan principalque no se va con la paga del rey ni desamparara su campo menos que con la ocasión que tiene. Iréleacompañando hasta Loja, donde le daré recaudo para que con seguridad pueda pasar adelante.

»Así lo hizo, quedando muy amigos; y habiendo reposado se despidieron, tomando cada unopor su vía.

»Con estas y otras desgracias llegaron a Sevilla, donde por la relación que traía supo la calle ycasa donde Daraja estaba. Dio algunas vueltas a diferentes horas y en diversos días, mas nunca lapudo ver; que, como no iba fuera ni a la iglesia, ocupaba todo el tiempo en su labor y recrearse consu amiga doña Elvira.

»Viendo, pues, Ozmín la dificultad que tenía su deseo y la nota que daba, como en común ladan en cualquier lugar los forasteros, que todos ponen los ojos en ellos deseando saber quiénes y dedónde son, qué buscan y de qué viven, especialmente si pasean una calle y miran con cuidado a lasventanas o puertas: de allí nace la invidia, crece la mormuración, sale de balde el odio, aunque nohaya interesados.

»Algo desto se comenzaba y fue forzoso, evitando el escándalo, cesar por algunos días. Elcriado hacía el oficio como persona de poca cuenta. Mas no descubriéndosele camino, sólo seconsolaba con que las noches a deshora pasando por su calle abrazaba las paredes, besando laspuertas y umbrales de la casa.

»En esta desesperación vivió algún tiempo, hasta que por suerte llegó el que deseaba. Quecomo su criado tuviese cuidado de dar algunas vueltas entre día, vio que don Luis hacía repararcierta pared, sacándola de cimientos. Asió de la ocasión por el copete, aconsejando a su amo que,comprando un vestidillo vil, hiciese cómo entrar por peón de albañería. Parecióle bien, púsolo enejecución, dejó su criado por guarda de su caballo y hacienda en la posada, para valerse dellocuando se le ofreciese, y así se fue a la obra. Pidió si había en qué trabajar para un forastero; dijeronque sí. Bien es de creer que no se reparó de su parte en el concierto.

»Comenzó su oficio procurando aventajarse a todos; y aunque con disgustos que tenía no habíacobrado entera salud, sacaba -como dicen- fuerzas de flaqueza, que el corazón manda las carnes.Era el primero que a la obra venía, siendo el postrero que la dejaba. Cuando todos holgaban,buscaba en qué ocuparse. Tanto, que siendo reprehendido por ello de sus compañeros -que hasta enlas desventuras tiene lugar la invidia- respondía no poder estar ocioso. Don Luis, que notó susolicitud, parecióle servirse dél en ministerios de casa, en especial del jardín. Preguntóle si dello sele entendía; dijo que un poco, mas que el deseo de acertarle a servir haría que con brevedad supiesemucho. Contentóse de su conversación y talle, porque de cualquiera cosa lo hallaba tan suficientecomo solícito.

»El albañir acabó los reparos y Ozmín quedó por jardinero. Que hasta este día nunca le habíasido posible ver a Daraja. Quiso su buena fortuna le amaneciese el sol claro, sereno y favorable elcielo; y deshecho el nublado de sus desgracias, descubrió la nueva luz con que vio el alegre puertode sus naufragios. Y la primera tarde que ejercitó el nuevo oficio, vio que su esposa se venía solapaseando por una espaciosa calle, toda de arrayanes, mosquetas, jazmines y otras flores, cogiendoalgunas dellas con que adornaba el cabello.

»Ya por el vestido la desconociera, si el original verdadero no concertara con el vivo trasladoque en el alma tenía. Y bien vio que tanta hermosura no podía dejar de ser la suya. Turbóse en verlade hablarle y, tanto vergonzoso como empachado, al tiempo que pasaba bajó la cabeza, labrando latierra con un almocafre que en la mano tenía. Volvió a mirar Daraja el nuevo jardinero y, por unlado del rostro, aquello que cómodamente pudo descubrir, se le representó a la imaginación el lugardonde siempre la tenía, por la mucha semejanza de su esposo. De donde le vino una tan súbita

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tristeza, que dejándose caer en el suelo, arrimada al encañado del jardín, despidió un ansioso suspiroacompañado de infinitas lágrimas; y puesta la mano en la rosada mejilla, estuvo trayendo a lamemoria muchas que, si en cualquiera perseverara, pudiera ser verdugo de su vida. Despidiólas desí como pudo, con otro nuevo deseo de entretener el alma con la vista, engañándola con aquellaparte que de Ozmín le representaba. Levantóse temblando todo el cuerpo y el corazón alborotado,volviendo a contemplar de nuevo la imagen de su adoración, que, cuanto más atentamente lomiraba, más vivamente las transformaba en sí. Parecíale sueño y, viéndose despierta, temía serfantasma. Conociendo ser hombre, deseaba fuera el que amaba. Quedó perpleja y dudosa sinentender qué fuese, porque la enfermedad lo tenía flaco y falto de las colores que solía; mas en lorestante de faiciones, compostura de su persona y sobresalto lo averaban. El oficio, vestido y lugarla despedían y desengañaban. Pesábale del desengaño, porfiando en su deseo sin poder abstenersede cobrarle particular afición por la representación que hacía. Y con la duda y ansias de saber quiénfuese, le dijo:

»-Hermano, ¿de dónde sois? »Ozmín alzó la cabeza, viendo su regalada y dulce prenda, y, añudada la lengua en la garganta

sin poder formar palabra ni siendo poderoso a responderle con ella, lo hicieron los ojos, regando latierra con abundancia de agua que salía dellos, cual si de dos represas alzaran las compuertas: conque los dos queridos amantes quedaron conocidos.

»Daraja correspondió por la misma orden, vertiendo hilos de perlas por su rostro. Ya quisieranabrazarse, a lo menos decirse algunas dulces palabras y regalados amores, cuando entró por eljardín don Rodrigo, hijo mayor de don Luis, que, enamorado de Daraja, siempre seguía sus pasos,procurando gozar las ocasiones de estarla contemplando. Ellos, por no darle a entender alguna cosa,Ozmín volvió a su labor y Daraja pasó adelante.

»Don Rodrigo conoció de su semblante triste y ojos encendidos novedad en su rostro.Presumió si hubiera sido algún enojo y preguntóselo a Ozmín, el cual, aunque no se había bienvuelto a cobrar del pasado sentimiento, mas ezforzándose por la necesidad que tenía dello, le dijo:

»-Señor, del modo que la viste la vi cuando aquí llegó, sin que conmigo hablase palabra, y, así,no me lo dijo ni sé cuál sea su pasión. Especialmente que, siendo hoy el día primero que en estelugar entré, ni a mí fuera lícito preguntarla ni a su discreción comunicármela.

»Con esto se fue de allí, con intención de saberlo de Daraja; mas, en cuanto en estas palabrasse entretuvo, ella se subió a largo paso por una escalera de caracol a sus aposentos y cerró tras de síla puerta.

»Algunas tardes y mañanas pasaban destas los amantes, gozando en algunas ocasiones algunasflores y honestos frutos del árbol de amor, con que daban alivio a sus congojas, entreteniendo losverdaderos gustos, deseando aquel tiempo venturoso que sin sombras ni embarazos pudierangozarse. No mucho ni con seguridad tuvieron este gusto; porque de la continuación extraordinaria yverlos estar juntos hablándose en algarabía y ella escusarse para ello de la compañía de su amigadoña Elvira, ya daba pesadumbre a todos los de casa, y a don Rodrigo rabioso cuidado, que seabrasaba en celos, no de entender que el jardinero tratase cosa ilícita ni amores, mas ver que fuesedigno de entretenerse con tanta franqueza en su dulce conversación, lo cual no hacía con otroalguno tan desenvueltamente.

»La mormuración, como hija natural del odio y de la invidia, siempre anda procurando cómomanchar y escurecer las vidas y virtudes ajenas. Y así en la gente de condición vil y baja, que esdonde hace sus audiencias, es la salsa de mayor apetito, sin quien alguna vianda no tiene buen gustoni está sazonada. Es el ave de más ligero vuelo, que más presto se abalanza y más daño hace. Nofaltó quien pasó la palabra de mano en mano, unos poniendo y otros componiendo sobre tantafamiliaridad, hasta llegar a lo llano la bola y a los oídos de don Luis la chisme, creyendo sacar dellosu acrecentamiento con honrosa privanza. Esto es lo que el mundo pratica y trata: granjear a losmayores a costa ajena, con invenciones y mentiras, cuando en las verdades no hay paño de quepuedan sacar lo que desean. Oficio digno de aquellos a quien la propria virtud falta y por sus obrasni persona merecen.

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»Dioles don Luis oído atento a las bien compuestas y afeitadas palabras que le dijeron. Eracaballero prudente y sabio: no se las dejó estar paradas donde se las pusieron. Pasólas a laimaginación, dejando lugar desocupado para que cupiesen las del reo. Abrió el oído, no lo consintiócerrado, aunque algo se escandalizó. Muchas cosas pensaba, todas lejos de la cierta, y la que más loturbó fue sospechar si su jardinero era moro que con cautela hubiera venido a robar a Daraja.Creyendo que así sería, cegóse luego; y lo que mal se considera, muchas veces y las más no hasalido bien la ejecución por la puerta cuando el arrepentimiento se entra dentro en casa. Con estepensamiento se resolvió a prenderlo.

»Él, sin resistirse, no mostrándose triste ni alterado, se consintió encerrar en una sala. Ydejándolo con este seguro, fuese donde Daraja estaba, que ya con el alboroto de los ministros ysirvientes lo sabía todo y aun de días antes lo había barruntado.

»Mostróse a don Luis muy agraviada, formando quejas, cómo en la bondad y limpieza de suvida se hubiese puesto duda, dando puerta que con borrón semejante cada uno pensase lo quequisiese y mejor se le antojase, pues habían abierto senda para cualquier mala sospecha.

»Estas y otras bien compuestas razones, con afecto de ánimo recitadas, hicieron a don Luis confacilidad arrepentirse de lo hecho. Quisiera, según Daraja lo deshizo, nunca haber tratado de talcosa, indignándose contra sí mismo y contra los que lo impusieron en ello. Mas por no mostrarsefácil y que sin mucha consideración se hubiese movido a cosa tan grave, disimulando suarrepentimiento le dijo desta manera:

»-Bien creo y de cierto conozco, hija Daraja, la razón que tienes y lo mal que con términosemejante contra ti se ha procedido, sin haber primero examinado el ánimo de los testigos que hanen tu ofensa depuesto. Conozco tu valor, el de tus padres y mayores de quien deciendes. Conozcoque los méritos de tu persona sola tienen alcanzado de los reyes, mis señores, todo el amor que unsolo y verdadero hijo puede ganar de sus amorosos y tiernos padres, haciéndote pródigas yconocidas mercedes. Con esto debes conocer que te pusieron en mi casa para que fueses en ellaservida con todo cuidado y diligencia en cuanto fuese tu voluntad, y que debo dar de ti la cuentaconforme a la confianza que de mí se hizo. Por lo cual y por lo que mi deseo de tu servicio merece,has de corresponder como quien eres, con el buen trato que a mi lealtad y a lo más referido se ledebe. No puedo ni quiero pensar pueda en ti haber cosa que desdiga ni degenere. Mas haengendrado un cuidado la familiaridad grande que con Ambrosio tienes -que este nombre se pusoOzmín cuando entró a servir de peón-, acompañada de hablar en arábigo, para desear todos entenderlo que sea o cuál fue su principio, sin haberle antes tú ni yo visto ni conocido. Y esto satisfecho, amuchos quitarás la duda y a mí un impertinente y prolijo desasosiego. Suplícote por quien eres nosabsuelvas esta duda, creyendo de mí que en lo que fuere posible seré siempre contigo en cuanto sete ofrezca.

»Curiosamente estuvo atenta Daraja en lo que don Luis le decía, para poderle responder;aunque su buen entendimiento ya se había prevenido de razones para el descargo, si algo se hubieradescubierto. Mas en aquel breve término, dejando las pensadas, le fue necesario valerse de otrasmás a propósito a lo que fue preguntada, con que fácilmente, dejándolo satisfecho, descuidase,cautelando lo venidero, para gozarse con su esposo según solía; y dijo así:

»-Señor y padre mío, que así te puedo llamar: señor por estar en tu poder y padre por las obrasque de tal me haces; mal correspondiera con lo que soy obligada a las continuas mercedes querecibo de sus Altezas por tus manos y con tus intercesiones en mi favor acrecientas, si no depositaraen el archivo de tu discreción mis mayores secretos, amparándolos con tu sombra y gobernándomecon tu cordura, y si con la misma verdad no dejara colmado tu deseo. Que, aunque traer a lamemoria cosas que me es forzoso recitarte, ha de ser para mí gran pesadumbre, y aun de nopequeño martirio, con él te quiero pagar y dejar deudor de mi sentimiento, y de lo que me mandas,asegurado. Ya, señor, habrás entendido quién soy, que te es notorio, y cómo mis desgracias o buenasuerte -que no puedo, hasta encerrar el fruto, viendo el fin de tantos trabajos, condenar lo uno niloar lo otro- me trajeron a tu casa, después de haberse tratado de casarme con un caballero de losmejores de Granada, deudo muy cercano y descendiente de los reyes della. Este mi esposo, si tal

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puedo llamarle, se crió, siendo como de seis o siete años, con otro niño cristiano cativo y de sumisma edad, que para su servicio y entretenimiento le compraron sus padres. Andaban siemprejuntos, jugaban juntos, juntos comían y dormían de ordinario, por lo mucho que se amaban. Ved sieran prendas de amistad las que he referido. Así lo amaba mi esposo, como si su igual o deudo suyofuera. Dél fiaba su persona por ser muy valiente; era depósito de sus gustos, compañero de susentretenimientos, erario de sus secretos y, en sustancia, otro él. Ambos en todo tan conformes, quela ley sola los diferenciaba; que, por la mucha discreción de ambos, nunca della se trataron por nodeshermanarse. Merecíalo bien el cativo -dije mal: mejor dijera hermano, y tal debiera llamarlo- porsu trato fiel, compuestas costumbres y ahidalgado proceder. Que si no conociéramos haber nacidode humildes padres labradores, que con él fueron cativos en una pobre alquería, creyéramos porcierto decendir de alguna noble sangre y generosa casa. Éste, habiéndose tratado de mis bodas, erala estafeta de nuestros entretenimientos, que, como tan fiel, en otra cosa no se ocupaba. Traíamepapeles y, regalos, volviendo los retornos debidos a semejantes portes. Pues como Baza fueseentregada y él estuviese allí, fue puesto en libertad con los más cativos que dentro se hallaron. Malsabré decir si el gozo de cobrarla fue tanto como el dolor de perdernos. Dél podrás fácilmentesaberlo, con lo mas que quisieres entender, porque es Ambrosio, el que en tu servicio tienes, quepara refrigerio de mis desdichas Dios fue servido que a él viniese. Sin pensar lo perdí y a caso lo hevuelto a hallar: con él repaso los cursos de mis desgracias, después que en ellas me gradué; con élalivio las esperanzas de mi enemiga suerte y entretengo la penosa vida, para engañar el cansanciodel prolijo tiempo. Si este consuelo, por ser en mi favor, te ofende, haz a tu voluntad, que será lamía en cuanto la dispusieres.

»Don Luis quedó admirado y enternecido, tanto de la estrañeza como del caso lastimoso, segúnel modo de proceder que en contarlo tuvo, sin pausa, turbación o accidente de donde pudierapresumirse que lo iba componiendo. Demás que lo acreditó vertiendo de sus ojos algunas eficaceslágrimas, que pudieran ablandar las duras piedras y labrar finos diamantes.

»Con esto fue suelto de la prisión Ambrosio, sin preguntarle alguna cosa, por no hacer ofensaen ello a la información de Daraja. Sólo poniéndole los brazos en el cuello, con alegre rostro le dijo:

»-Agora conozco, Ambrosio, que debes tener principio de alguna valerosa sangre, y si éstefaltara, tú lo dieras por tus virtudes y nobleza. Que, según lo que de ti he sabido, en obligación teestoy por ello, para hacerte de hoy más el tratamiento que mereces.

»Ozmín le dijo: »-En ello, señor, harás como quien eres; y el bien que recibiere, podré preciarme siempre que

de tu largueza y casa me ha procedido. »Con esto se le permitió que volviese al jardín con la misma familiaridad que primero y más

franca licencia. Las veces que querían se hablaban, sin que alguno en ello ya se escandalizase. »En este intermedio, siempre tuvieron los reyes cuidado de saber de la salud y estado de las

cosas de Daraja, de que les era dado particular aviso. Holgaban de saberlo, encomendándola muchopor sus cartas. Pudo tanto este favor, que por el deseo de privanza y méritos de la doncella, así donRodrigo como los más principales caballeros de aquella ciudad, deseaban fuese cristiana,pretendiéndola por mujer. Mas como don Rodrigo la tuviese -como dicen- de las puertas adentro,era entre los demás opositores el de mejor acción, al común parecer. El caso era llano, y la sospechaverisímil; pues de su condición, costumbres y trato ella tenía hecha experiencia, y las ostentacionesdesta calidad no suelen ser de poco momento, ni el escalón más bajo haber uno hecho alardepúblico de sus virtudes y nobleza, donde por ellas pretende ser conocido y aventajado. Mas comolos amantes tuviesen las almas trocadas y ninguno poseyese la suya, tan firmes estaban en amarse,cuanto ajenos de ofenderse. Nunca Daraja dio lugar con descompostura ni otra causa que alguno sele atreviese, aunque todos la adoraban. Cada uno buscaba sus medios y echaba redes con rodeos,mas ninguno tenía fundamento.

»Visto por don Rodrigo cuán poco aprovechaban sus servicios, cuán en balde su trabajo y elpoco remedio que tenía, pues en tantos días pasados de continua conversación estaba como el

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primero, vínole al pensamiento valerse de Ozmín, creyendo por su intercesión alcanzar algunosfavores. Y tomándolos por el más acertado medio, estando una mañana en el jardín le dijo:

»-Bien sabrás, Ambrosio hermano, las obligaciones que tienes a tu ley, a tu rey, a tu natural, ael pan que de mis padres comes y al deseo que de tu aprovechamiento tenemos. Entiendo que, comocristiano de la calidad que tus obras publican, has de corresponder a quien eres. Vengo a ti con unanecesidad que se me ofrece, de donde pende todo el acrecentamiento de mi honra y el rescate de mivida, que está en tu mano, si tratando con Daraja, entre las más razones la dispusieres con lasbuenas tuyas a que, dejada la seta falsa que sigue, se quiera volver cristiana. Lo que dello podráresultar, bien te es notorio: a ella salvación, servicio a Dios, a los reyes gusto, honra en tu patria y amí total remedio. Porque pidiéndola por mujer vendré a casar con ella, y no será poco el útil quesacarás deste viaje, que siéndote honroso te será juntamente provechoso, tanto cuanto puedeponderar tu buen entendimiento; porque siendo de Dios galardonado por el alma que ganas, yo demi parte gratificaré con muchas veras la vida que me dieres con la buena obra y amistad que porintercesión tuya recibiere. No dejes de favorecerme, pues tanto puedes, y donde tantas obligacionesfuerzan juntas, no es justo serte importuno.

»Ya cuando tuvo acabada de hacer su exhortación, Ozmín le respondió lo siguiente: »-La misma razón con que has querido ligarme, señor don Rodrigo, te obligará que creas

cuánto deseo que Daraja siga mi ley, a que con muchas veras, infinitas y diversas veces la tengopersuadida. No es otro mi deseo sino el tuyo, y así haré la diligencia en causa propria, como en cosaque soy tan interesado. Pero amando tan de corazón a su esposo y mi señor, tratar de volverlacristiana es doblarle la pasión sin otro fruto alguno; que aún en ella viven algunas esperanzas quepodría mudarse la fortuna, dándose trazas como conseguir su deseo, Esto es lo que he sabido della ysiempre me ha dicho y lo en que la he visto firme. Mas para cumplir con lo que me mandas, noobstante que no ha de ser de fruto, la volveré a hablar y a tratar dello, y te daré su respuesta.

»No mintió el moro palabra en cuanto dijo, si hubiera sido entendido; mas con el descuido decosa tan remota, creyó don Rodrigo no lo que quiso decir, sino lo que formalmente dijo. Y así,engañado, llevó alguna confianza: que quien de veras ama, se engaña con desengaños.

»Ozmín quedó tan triste de ver al descubierto la instancia que en su daño se hacía, que casisalía de juicio con el celo. De manera lo apretó, que de allí adelante no se le pudo más ver el rostroalegre, pareciéndole lo imposible posible. Luchaba consigo mismo, imaginando que el nuevocompetidor, como poderoso en su tierra y casa, pudiera valerse de trazas y mañas con que impedirlesu intento, siendo cual era tanta su solicitud. Temíase no se la mudasen: que las muchas bateríasaportillan los fuertes muros y con secretas minas los prostran y arruinan. Con este recelo discurríapor el pensamiento a trágicos fines y funestos acaecimientos que se le representaban. Mucho lostemía y algo los creía, como perfecto amador. Viendo Daraja tantos días tan triste a su queridoesposo, deseaba con deseo saber la causa; mas ni él se la dijo ni trató alguna cosa de lo que con donRodrigo había pasado. Ella no sabía qué hacer ni cómo poderlo alegrar; aunque con dulces palabras,dichas con regalada lengua, risueña boca y firme corazón, exageradas con los hermosos ojos que lasenternecían con el agua que dellos a ellas bajaban, así le dijo:

»-Señor de mi libertad, dios que adoro y esposo a quien obedezco, ¿qué cosa puede ser de tantafuerza que, estando viva y en vuestra presencia, en mi ofensa os atormente? ¿Podrá por ventura mivida ser el precio de vuestra alegría? ¿O cómo la tendréis, para que con ella salga mi alma delinfierno de vuestra tristeza, en que está atormentada? Deshaga el alegre ciclo de vuestro rostro lasnieblas de mi corazón. Si con vos algo puedo, si el amor que os tengo algo merece, si los trabajos enque estoy a piedad os mueven, si no queréis que en vuestro secreto quede sepultada mi vida,suplícoos me digáis qué os tiene triste.

»Aquí paró, que la ahogaba el llanto, haciendo en los dos un mismo efecto, pues no le pudoresponder de otro modo que con ardientes y amorosas lágrimas, procurando cada uno con lasproprias enjugar las ajenas, siendo todas unas por estar impedida la lengua.

»Ozmín, con la opresión de los suspiros, temiendo si los diera ser sentido, tanto los resistióvolviéndolos al alma, que le dio un recio desmayo, como si quedara muerto. No sabía Daraja qué

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hacerse, con qué volverlo ni cómo consolarlo, ni pudo entender cuál pudiera ser ocasión de tantamudanza en quien estaba siempre alegre. Ocupábase limpiándole el rostro, enjugándole los ojos,poniendo en ellos sus hermosas manos, después de haber mojado un precioso lienzo que en ellastenía, matizado de oro y plata con otras varias colores, entretejidas en ellas aljófares y perlas demucha estimación. Tanto se tranformaba en esta pena, tan ocupada con sus sentidos todos estaba enremediarla, que, si se descuidara un poco más, los hallara don Rodrigo poco menos que abrazados;porque Daraja le tenía la cabeza reclinada en su rodilla y él recostado en sus faldas en cuanto en sívolvía. Y habiendo ya cobrado mejoría, queriendo despedirse, entró por el jardín.

»Daraja, con la turbación, se apartó como pudo, dejándose en el suelo el curioso lienzo, quebrevemente fue por su dueño puesto en cobro. Y viendo que don Rodrigo se acercaba, ella se fue yellos quedaron solos. Preguntále qué había negociado. Respondióle lo que siempre:

»-Tan firme la hallo en el amor de su esposo, que no sólo no será, como pretendes, cristiana,pero que si lo fuera, por él dejara de serio, volviéndose mora: y a tal estremo llega su locura, elamor de su ley y de su esposo. Habléle tu negocio, y a ti porque lo intentas y a mí porque lo tratonos ha cobrado tal odio, que ha propuesto, si dello más le hablo, no verme, y a ti de verte venir sefue huyendo. Así que no te canses ni en ello gastes tiempo, que será muy en vano.

»Entristecióseme mucho don Rodrigo de tan resuelta respuesta, dada con tal aspereza.Sospechó que antes Ozmín era en su daño que de provecho; parecióle que a lo menos, cuandoDaraja la diera tan desabrida, él no debiera referirla con acción semejante, haciéndose casi dueñodel negocio. Y es imposible amor y consideración: tanto uno se desbarata más, cuanto más ama.Representósele la muy estrecha amistad que se decía tener con su primero amo. Parecióle que aúnsería viva y no de creer haberse resfriado las cenizas de aquel fuego. Con este pensamientoreforzado de pasión, se determinó echarlo de casa, diciéndole a su padre cuán dañoso era permitir,donde Daraja estuviese, quien pudiera entretenerla con sus pasados amores ni hablarla dellos; enespecial, siendo la intención de sus Altezas volverla cristiana, y en cuanto Ambrosio allí estuviese,lo tenía por dificultoso.

»-Hagamos -dijo-, señor, el ensaye con apartarlos unos días, en que veremos lo que resulta. »No pareció mal a don Luis el consejo de su hijo, y luego, formando quejas de lo que no las

pudo haber -que al poderoso no hay pedirle causa y suele el capitán con sus soldados hacer con dosochos quince-, lo despidió de su casa, mandándole que aun por la puerta no pasase. Cogiólo desobresalto, que aun despedirse no pudo. Y obedeciendo a su amo, fingiendo menor dolor del quesentía, sacó de allí el cuerpo, prenda que pudo, porque tenía dueño el alma en cuyo poder la dejó.

»Viendo Daraja tan súbita mudanza, creyó que la tristeza pasada hubiera nacido de la sospechade aquel nuevo suceso y que ya lo sabía. Con esto, juntándose un mal a otro, pesar a pesar y dolor adolores, careciendo de ver a su esposo, aunque la pobre señora disimulaba cuanto más podía, eraeso lo que más la dañaba. Llore, gima, suspire, grite y hable quien se viere afligido: que, cuandocon ello no quite la carga de la pena, a lo menos la hace menor, y mengua el colmo. Tan falta decontento andaba, tan sin gusto y desabrida, cual se le conocía muy bien de su rostro y talle.

»No quiso el enamorado moro mudar estado; que, como antes andaba, tal se trató siempre, y enhábito de trabajador seguía su trabajada suerte: en él había tenido la buena pasada y esperaba otracon mejoría. Ocupábase ganando jornal en la parte que lo hallaba, yendo desta manera probandoventura, si entrando en unas y otras partes oyese o supiese algo que le importase, que no por otrointerese, pues podía con larga mano gastar por muchos días de los dineros y joyas que sacó de sucasa. Mas así por lo dicho como por haberse dado a conocer en aquel vestido, teniendo francalicencia y andar más desconocido, sin que sus disinios le pudieran ser desbaratados, perseveró en élpor entonces.

»Los caballeros mancebos que servían a Daraja, conociendo el favor que con ella Ozmín teníay que ya no servía en casa de don Luis, cada uno lo codició para sí por sus fines, que presto en todosfueron públicos. Adelantóse don Alonso de Zúñiga, mayorazgo en aquella ciudad, caballeromancebo, galán y rico, fiado que la necesidad y su dinero, por medios de Ambrosio, le daríanganado el juego. Mandólo llamar, concertóse con él, hízole ventajas conocidas, diole regaladas

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palabras, comenzaron una manera de amistad -si entre señor y criado puede haberla, no obstanteque en cuanto hombres es compatible, pero su proprio nombre comúnmente se llama privanza-, conque pasados algunos lances le vino a descubrir su deseo, prometiéndole grandes intereses; que todofue volverle a manifestar las heridas, refrescando llagas, y hacerlas mayores.

»Y si antes recelaba de uno, ya eran dos, y en poco espacio supo de muchos que el amo ledescubrió y los caminos por donde cada uno marchaba y de quién se valía. Díjole que otros noquería ni buscaba más de su buena inteligencia, creyendo, como tenía cierto sería sola su intercesiónbastante a efetuarlo.

»No sabré decir ni se podrá encarecer lo que sintió verse hacer segunda vez alcahuete de suesposa y cuánto le convenía pasar por todo con discreta disimulación. Respondióle con buenaspalabras, temeroso no le sucediera lo que con don Rodrigo. Y si con todos hubiera de arrojarse,mucho le quedaba por andar, todo lo perdiera y de nada tuviera conocimiento. Paciencia ysufrimiento quieren las cosas, para que pacíficamente se alcance el fin dellas.

»Fuelo entreteniendo, aunque se abrasaba vivo. Batallaba con varios pensamientos y, como porvarias partes le daban guerra y le tiraban garrochas, no sabía dónde acudir ni tras quién correr nipara sus penas hallaba consuelo que lo fuese.

»La liebre una, los galgos muchos y buenos corredores, favorecidos de halcones caseros,amigas, conocidas, banquetes, visitas, que suelen poner a las honras fuego; y en muchas casas quese tienen por muy honradas, entran muchas señoras, que al parecer lo son, a dejarlo de ser, debajode título de visita, por las dificultades que en las proprias tienen, y otras por engaño, que de todohay, todo se pratica. Y para la gente principal y grave no se descuidó el diablo de otras talescobijaderas y cobijas.

»Todo lo temía y más a don Rodrigo, a quien él y los otros competientes tenían gran odio porsu arrogancia falsa. Cautelaba con ella, para que los otros desistiesen, desmayados en creer sería elorigen della los favores de Daraja. Hablábanle bien, queríanle mal. Vertíanle almíbar por la boca,dejando en el corazón ponzoña. Metíanlo en sus entrañas, deseando vérselas despedazadas.Hacíanle rostro de risa, y era la que suele hacer el perro a las avispas: que tal es todo lo que hoycorre, y más entre los mejores.

»Volvamos a decir de Daraja los tormentos que padecía, el cuidado con que andaba para saberde su esposo, dónde se fue, qué se hizo, si estaba con salud, en qué pasaba, si amaba en otra parte.Y esto le daba más cuidado; porque, aunque las madres también lo tienen de sus hijos ausentes, haydiferencia: que ellas temen la vida del hijo y la mujer el amor del marido, si hay otra que concaricias y fingidos halagos lo entretenga. ¡Qué días tan tristes aquéllos, qué noches tan prolijas, quétejer y destejer pensamientos, como la tela de Penélope con el casto deseo de su amado Ulises!

»Mucho diré callando en este paso. Que para pintar tristeza semejante, fuera poco el ardid queusó un pintor famoso en la muerte de una doncella, que, después de pintada muerta en su lugar,puso a la redonda sus padres, hermanos, deudos, amigos, conocidos y criados de la casa, en la partey con el sentimiento que a cada uno en su grado podía tocarle; mas, cuando llegó a los padres,dejóles por acabar las caras, dando licencia que pintase cada uno semejante dolor según lo sintiese.Porque no hay palabras ni pincel que llegue a manifestar amor ni dolor de padres, sino solas algunasobras que de los gentiles habemos leído. Así lo habré de hacer. El pincel de mi ruda lengua serábrochón grosero y ha de formar borrones. Cordura será dejar a discreción del oyente y del que lahistoria supiere, cómo suelen sentirse pasiones cual ésta. Cada uno lo considere juzgando el corazónajeno por el suyo.

»Andaba tan triste, que las muestras exteriores manifestaban las interiores. Viéndola don Luisen tal extremo de melancolía y don Rodrigo, su hijo, ambos por alegrarla ordenaron unas fiestas detoros y juego de cañas; y por ser la ciudad tan acomodada para ello, brevemente tuvo efecto.Juntáronse las cuadrillas, de sedas y colores diferentes cada una, mostrando los cuadrilleros en ellassus pasiones, cuál desesperado, cuál con esperanza, cuál cativo, cuál amartelado, cuál alegre, cuáltriste, cuál celoso, cuál enamorado. Pero la paga de Daraja igual a todos.

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»Luego que Ozmín supo la ordenada fiesta y ser su amo cuadrillero, parecióle no perdertiempo de ver su esposa, dando muestra de su valor señalándose aquel día. El cual, como fuesellegado al tiempo que se corrían los toros, entró en su caballo, ambos bien aderezados. Llevaba conun tafetán azul cubierto el rostro, y el caballo tapados los ojos con una banda negra. Fingió serforastero. Iba su criado delante con una gruesa lanza. Dio a toda la plaza vuelta, viendo muchascosas de admiración que en ella estaban.

»Entre todo ello, así resplandecía la hermosura de Daraja como el día contra la noche, y en supresencia todo era tinieblas. Púsose frontero de su ventana, donde luego que llegó vio alterada laplaza, huyendo la turba de un famoso toro que a este punto soltaron. Era de Tarifa, grande,madrigado y como un león de bravo.

»Así como salió, dando dos o tres ligeros brincos se puso enmedio de la plaza, haciéndosedueño della, con que a todos puso miedo. Encarábase a una y otra parte, de donde le tiraron algunasvaras y, sacudiéndolas de sí, se daba tal maña, que no consentía le tirasen otras desde el suelo,porque hizo algunos lances y ninguno perdido. Y no se le atrevían a poner delante ni había quien apie lo esperase, aun de muy lejos. Dejáronlo solo: que otro más del enamorado Ozmín y su criadono parecían allí cerca.

»El toro volvió al caballero, como un viento, y fuele necesario sin pereza tomar su lanza,porque el toro no la tuvo en entrarle; y, levantando el brazo derecho -que con el lienzo de Darajatraía por el molledo atado-, con graciosa destreza y galán aire le atravesó por medio del gatillo todoel cuerpo, clavándole en el suelo la uña del pie izquierdo; y cual si fuera de piedra, sin másmenearse, lo dejó allí muerto, quedándole en la mano un trozo de lanza, que arrojó por el suelo, y sesalió de la plaza. Mucho se alegró Daraja en verlo, que cuando entró lo conoció por el criado, elcual también lo había sido suyo, y después en el lienzo del brazo.

»Todos quedaron con general mormullo de admiración y alabanza, encareciendo el venturosolance y fuerzas del embozado. No se trataba otra cosa que ponderar el caso, hablándose los unos alos otros. Todos lo vieron y todos lo contaban. A todos pareció sueño y todos volvían a referirlo:aquél dando palmadas, el otro dando voces; éste habla de mano, aquél se admira, el otro se santigua;éste alza el brazo y dedo, llena la boca y ojos de alegría; el otro tuerce el cuerpo y se levanta; unosarquean las cejas; otros, reventando de contento, hacen graciosos matachines... Que todo paraDaraja eran grados de gloria.

»Ozmín se recogió fuera de la ciudad, entre unas huertas, de donde había salido, y, dejando elcaballo, trocado el vestido, con su espada ceñida, volviendo a ser Ambrosio se vino a la plaza.Púsose a parte donde vía lo que deseaba y era visto de quien le quería más que a su vida. Holgabanen contemplarse; aunque Daraja estaba temerosa, viéndole a pie, no le sucediese desgracia. Hízoleseñas que se subiese a un tablado. Disimuló que no las entendía y estúvose quedo en tanto que lostoros se corrieron.

»Veis aquí, al caer de la tarde, cuando entran los del juego de cañas en la forma siguiente: loprimero de todo trompetas, menestriles y atabales, con libreas de colores, a quien seguían ochoacémilas cargadas con haces de cañas. Eran de ocho cuadrilleros que jugaban; cada una su reposterode terciopelo encima, bordadas en él con oro y seda las armas de su dueño. Llevaban sobrecargas deoro y seda con los garrotes de plata.

»Entraron tras esto docientos y cuarenta caballos de cuarenta y ocho caballeros, de cada unocinco, sin el que servía de entrada, que eran seis. Pero éstos, que entraron delante, de diestro, veníanen dos hileras de los dos puestos contrarios. Los primeros dos caballos, que iban pareados, a cadacinco por banda, llevaban en los arzones a la parte de afuera colgando las adargas de sus dueños,pintadas en ellos enigmas y motes, puestas bandas y borlas, cada uno como quiso. Los más caballosllevaban solamente sus pretales de caxcabeles, y todos con jaeces tan ricos y curiosos, con tansoberbios bozales de oro y plata, llenos de riquísima pedrería, cuanto se puede exagerar. Baste porencarecimiento ser en Sevilla, donde no hay poco ni saben dél, y que los caballeros eran amantes,competidores, ricos, mozos, y la dama presente.

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»Esto entró por una puerta de la plaza, y, habiendo dado vuelta por toda en torno, salían porotra que estaba junto a la por donde entraron: de manera que no se impedían los de la entrada conlos de la salida, y así pasaron todos.

»Habiendo salido los caballos entraron los caballeros, corriendo de dos en dos las ochocuadrillas. Las libreas, como he dicho; sus lanzas en las manos, que vibradas en ellas, parecíanjuntar los cuentos a los hierros, y cada asta cuatro; animando con alaridos los caballos, que heridosdel agudo acicate volaban, pareciendo los dueños y ellos un solo cuerpo, según en las jinetas ibanajustados. No es encarecimiento, pues en toda la mayor parte del Andalucía, como Sevilla,Córdoba, Jerez de la Frontera, sacan los niños -como dicen- de las cunas a los caballos, de lamanera que se acostumbra en otras partes dárselos de caña. Y es cosa de admiración ver en tantiernas edades tan duros aceros y tanta destreza, porque hacerles mal tienen por su ordinarioejercicio.

»Dieron a la plaza la vuelta, corriendo por las cuatro partes della, y, volviendo a salir, hicieronotra entrada como antes; pero mudados los caballos y embrazadas las adargas, y cañas en las manos.

»Partiéronse los puestos y seis a seis, a la costumbre de la tierra, se trabó un bien concertadojuego, que, habiendo pasado en él como un cuarto de hora, entraron de por medio algunos otroscaballeros a despartirlos, comenzando con otros caballos una ordenada escaramuza, los del uno yotro puesto, tan puntual que parecía danza muy concertada, deque todos en mirarla estabansuspensos y contentos.

»Ésta desbarató un furioso toro que soltaron de postre. Los de a caballo, con garrochones quetomaron, comenzaron a cercarlo a la redonda, mas el toro estábase quedo sin saber a cuál acometer:miraba con los ojos a todos, escarbando la tierra con las manos. Y estando en esto esperando susuerte cada uno, salió de través un maltrapillo haciéndole cocos.

»Pocos fueron menester para que el toro, como rabioso, dejando los de a caballo, viniera paraél. Volvióse huyendo, y el toro lo siguió, hasta ponerse debajo de las ventanas de Daraja y adondeOzmín estaba; que, pareciéndole haberse acogido el mozuelo a lugar privilegiado y haciendo casode injuria de su dama y suya, si allí recibiera mal tratamiento, tanto por esto como abrasado de losque allí habían querido señalar sus gracias, por medio de la gente salió contra el toro, que, dejandoal que seguía, se fue para él. Bien creyeron todos debía de ser loco quien con aquel ánimo arremetíapara semejante bestia fiera, y esperaban sacarlo de entre sus cuernos hecho pedazos.

»Todos le gritaban, dando grandes voces, que se guardase. De su esposa ya se puede considerarcuál estaría, no sé qué diga, salvo que, como mujer, sin alma propria, ya el cuerpo no sentía de tantosentir. El toro bajó la cabeza para darle el golpe; mas fue humillársele al sacrificio, pues no volvió alevantarla, que sacando el moro el cuerpo a un lado y con estraña ligereza la espada de la cinta, todoa un tiempo, le dio tal cuchillada en el pescuezo, que, partiéndole los huesos del celebro, se la dejócolgando del gaznate y papadas, y, allí quedó muerto. Luego, como si nada hubiera hecho,envainando su espada, se salió de la plaza.

»Mas el poblacho novelero, tanto algunos de a caballo como gente de a pie, lo comenzaron acercar por conocerlo. Poníansele delante admirados de verlo; y tantos cargaron, que casi loahogaban, sin dejarle menear el paso. En ventanas y tablados comenzaron otro nuevo mormullo deadmiración cual el primero, y en todos tan general alegría, y por haber sucedido cuando se acababanlas fiestas, que otra cosa no se hablaba más de en los dos maravillosos casos de aquella tarde,dudando cuál fuese mayor y agradeciendo el buen postre que se les había dado, dejándoles elpaladar y boca sabrosa para contar hazañas tales por inmortales tiempos.

»Tuvo Daraja este día -como habéis visto- salteados los placeres, aguada la alegría, los bienesfalsos y los gustos desabridos. Apenas llegaba el contento de ver lo que deseaba, cuando almomento la ejecutaba el temor del peligro. También la martirizaba el acordarse de no saber concuál ocasión otra vez lo vería ni cómo apacentaría su corazón, satisfaciendo la hambre de los ojosen los manjares de su deseo. Y como el placer no llega adonde deja el pesar, no se le pudo conoceren el rostro si las fiestas le hubiesen sido de entretenimiento, aunque le trataron dellas. Esto yquedar los galanes algo más picados que antes, encendidos en la mucha hermosura de Daraja,

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deseosos cómo más agradarla y ocasión con que volver a verla, con aquel orgullo a sangre calienteordenaron una justa, haciendo mantenedor a don Rodrigo.

»El cartel se publicó una de aquellas noches con gran aparato de músicas y hachas encendidas,que las calles y plazas parecían arderse con el fuego. Fijáronlo en parte que a todos fuera notorio,pudiendo ser leído.

»Había una tela puesta junto a la puerta que llaman de Córdoba, pegada con la muralla -que lavi en mis tiempos y la conocí, aunque maltratada-, donde se iban a ensayar y corrían lanzas loscaballeros. Allí don Alonso de Zúñiga, como novel, también se ejercitaba, deseoso de señalarse porla grande afición que a Daraja tenía.

»Temíase perder en la justa y así lo decía en la conversación públicamente, no porque el ánimoni fuerzas le faltasen; mas como la prática en las cosas hace a los hombres maestros dellas y con lateórica sola se yerran los más confiados, él no quisiera errar, hallábase atajado y cuidadoso.

»Por otra parte, Ozmín deseaba tener de los enemigos los menos y, ya que él no podía justar nile fuera posible, quisiera entrara en la tela quien a don Rodrigo derribara la soberbia, por ser dequien más se recelaba. Con este ánimo, y no de hacer a su amo servicio, le dijo:

»-Señor, si me das licencia para lo que quiero, diré lo que por ventura te podrá ser de algúnprovecho en ocasión honrosa.

»Don Alonso, muy remoto y descuidado que le pudiera tratar de tales ejercicios, creyendoantes fuesen cosas de sus amores, le dijo:

»-Ya tardas, que crecen el pensamiento y deseo hasta saberlo. »-He visto -le dijo-, señor, que a la fiesta divulgada desta justa es forzoso que salgas. Y no me

maravillo, que donde el premio de glorioso nombre se atraviesa, los hombres anden temerosos conla codicia de ganarlo. Yo, tu criado, te serviré, adiestrándote en lo que saber quisieres de ejerciciosde caballería, en breve tiempo y de manera que te sean de fruto mis leciones. No te admire niescandalice mi poca edad, que, por ser cosas en que me crié, tengo dellas alguna noticia.

»Holgóse don Alonso en oírlo y, agradeciéndoselo, dijo: »-Si lo que ofreces cumples, a mucho me obligas. »Ozmín le respondió:»-Quien promete lo que no piensa cumplir, lejos está dello, entretiene y achaques busca; mas el

que está, como yo, donde no los puede haber, si no es loco, queda forzado a cumplir con obras másde lo que prometen sus palabras. Manda, señor, apercebir las armas de tu persona y mía, que prestoconocerás cuánto más he tardado en ofrecerlo que me podré ocupar en salir desta deuda libre, y node la obligación de servirte.

»Mandó luego don Alonso aprestar lo necesario y, prevenido, se salieron a lugar apartado,adonde aquel día y los más siguientes hasta el determinado de la justa se ocuparon en ejerciciosdella. De modo que brevemente don Alonso estuvo en la silla tan firme y cierto en el ristre, sacandola lanza con tan buen aire y llevando en ella tanta gracia, que parecía lo hubiera ejercitado muchosaños. A todo lo cual era de gran importancia -y así le ayudaban- su gentileza de cuerpo y buenasfuerzas.

»De la destreza en subir a caballo en ambas sillas, del proceder en las leciones, del talle,compostura, término, costumbres y habla de Ozmín le nació a don Alonso un pensamiento: serimposible llamarse Ambrosio ni ser trabajador, sino trabajado, según mostraba. Descubría por susobras un resplandor de persona principal y noble que por algún vario suceso anduviese de aquellamanera. Y no pudiendo reportarse sin salir deste cuidado, apartándolo a solas, en secreto le dijo:

»-Ambrosio, poco habrá que me sirves y a mucho me tienes obligado. Tan claro muestranquién eres tus virtudes y trato, que no lo puedes encubrir. Con el velo del vil vestido que vistes ydebajo de aquesa ropa, oficio y nombre, hay otro encubierto. Claro entiendo por las evidencias quetuyas he tenido, que me tienes o, por mejor decir, has tenido engañado; pues a un pobre trabajadorque representas, es dificultoso y no de creer sea tan general en todo y más en los actos de caballeríay siendo tan mozo. He visto en ti y entiendo que debajo de aquesos terrones y conchas feas está eloro finísimo y perlas orientales. Ya te es notorio quién soy y a mí oscuro quién tú seas; aunque,

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como digo, se conocen las causas de los efectos y no te me puedes encubrir. Yo prometo por la fede Jesucristo que creo y orden que de caballería mantengo, de serte amigo fiel y secreto, guardandoel que depositares en mí, ayudándote con cuanto de mi hacienda y persona pudiere. Dame cuenta detu fortuna, para que pueda en algo chancelar parte de las buenas obras de ti recibidas.

»Y Ozmín le respondió: »-Tan fuertemente, señor, me has conjurado, así has apretado los husillos, que es forzoso sacar

de mi alma lo que otra opresión que los tornos de tu hidalgo proceder fuera imposible. Ycumpliendo lo que me mandas, en confianza de quien eres y tienes prometido, sabrás de mí que soycaballero natural de Zaragoza de Aragón. Es mi nombre Jaime Vives, hijo del mismo. Podrá haberpocos años que, siguiendo una ocasión, fue cativo y en poder de moros por una cautelosa alevosíade unos fingidos amigos. Y si lo causó su invidia o mi desdicha, es cuento largo. Sabréte decir queestando en su poder me vendieron a un renegado, y para el tratamiento que me hizo, el nombrebasta. Metióme la tierra adentro hasta llevarme a Granada, donde me compró un caballero zegrí delos principales della. Tenía un hijo de mi edad que se llamaba Ozmín, retrato mío, así en edad comoel talle, rostro, condición y suerte: que por parecerle tanto le puso más codicia de comprarme yhacer buen tratamiento, causando entre nosotros mayor amistad. Enseñéle lo que pude y supe, segúnlo aprendí de los míos en mi tierra y con la mucha frecuentación que en ella tenemos en semejantesejercicios, de que no saqué poco fruto; porque tratando con el hijo de mi amo dellos, aumenté lo quesabía, que en otra manera pudiera ser los olvidara; y porque los hombres enseñando aprenden. Deaquí vino a resultar afinarse más en hijo y padre la afición que me tenían, fiando de mí sus personasy hacienda. Este mozo estaba tratado casarse con Daraja, hija del alcaide de Baza, mi señora, que tútanto adoras. Llegó a punto de tener efecto, por haberlo tenido las capitulaciones, si el cerco yguerras no lo impidieran. Fueles forzoso dilatarlo. Baza se rindió y quedaron suspensas estas bodas.Como yo era el que privaba, iba y venía con presentes y regalos de una ciudad a otra. Acerté a estaren Baza, por mi buena dicha, cuando vino a entregarse, y así cobré mi libertad con los más cativosdella. Quise volverme a mi tierra, faltóme dinero. Tuve noticia que estaba en esta ciudad un deudomío. Juntáronse dos cosas: el deseo de verla, por ser tan ilustre y generosa, y socorrer mi personapara seguir mi camino. Estuve aquí mucho tiempo sin hallar a quien buscaba, porque las nuevasdello fueron inciertas. Y salió cierta mi perdición, hallando lo que no busqué, como acontece deordinario. Íbame por la ciudad vagando con poco dinero y mucho cuidado; vi una peregrinahermosura para mis ojos, cuando para los otros no lo sea: porque sólo es hermoso lo que agrada.Entreguéle mis potencias, quedé sin alma, no supe más de mí ni cosa poseo que suya no sea. Ésta esdoña Elvira, hermana de don Rodrigo, hija de don Luis de Padilla, mi señor. Y como suelen decirque de la necesidad nace el consejo, viéndome tan perdido en sus amores y sin remedio de cómopodérselos manifestar con las calidades de mi persona, tomé por acuerdo acertado escribir milibertad a mi padre, y estaba en mil doblas empeñada, que me socorriera con ellas. Sucedió bien,que habiéndomelas enviado y un criado con un caballo en que fuese, me valí de todo. Los primerosdías comencé a pasearle la calle, dando vueltas a todas horas; pero no la podía ver. De lacontinuación en mi paseo nació en alguna gente cierta nota y me traían sobre ojos, de manera quepara desmentir las espías me convino el recato. Mi criado, a quien di parte de mis amores,considerando algunas cosas me dio por consejo, como más en días, viendo que en casa de mi señorandaba cierta obra, que comprando este vestido de trabajador y mudando el nombre, porque no sesupiera quién fuese, asentase por peón de albañilería. Púseme a pensar qué pudiera dello sucederme.Mas como para el amor ni muerte hay casa fuerte, todo lo vencí, todo se me hizo fácil.Determinéme y acerté. Acontecióme un caso no pensado, y fue que, acabada la obra, me recibieronpor jardinero en la misma casa. Fue tal entonces mi buena dicha, creció tanto mi luna y el colmo demi ventura, que el día primero que asenté la plaza y metí el pie dentro del jardín, fue hallarme conDaraja. Si se admiró de verme, no menos yo de verla. Dímonos finiquito de nuestras vidas,refiriendo nuestras desgracias, contándome las suyas y yo las mías y cómo los amores de su amigame tenían de aquel modo. Supliquéle que, pues tenía tan clara noticia de mis padres y mía y de lasangre de nuestro linaje, me favoreciese con ella de modo que por su mano y buena intercesión

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viniese con el santo matrimonio a gozar el fructo de mis esperanzas. Así me lo prometió y lo quepudo cumplió. Mas, como sea tan avara mi fortuna, cuando más nuestros tiernos amores ibancobrando alguna fuerza, quebráronse los pimpollos, la flor se secó de un áspero solano, royó ungusano la raíz, con que todo se acabó. Salí desterrado de su casa sin decirme la causa, cayendo de lamás alta cumbre de bienes a la más ínfima miseria de males. El que de la lanzada mató el toro, elque de una cuchillada rindió el otro, yo soy, que en su servicio lo hice. Bien me vio y conoció y nopoco se regocijó, que en el rostro se lo conocí, sus ojos me lo dijeron. Y si en esta ocasión fueraposible, también me procurara señalar por el gusto de mi dama, que eternizara mis obras dando aconocer quién soy, con lo que valgo. De no poder ejecutar este deseo reviento de tristeza. Si pudieracomprarlo, diera en su cambio la sangre de mis venas. Ves aquí, señor, te he dicho todo el procesode mi historia y remate de desgracias.

»Don Alonso, acabándolo de oír, le echó los brazos encima, apretándolo estrechamente. Ozmínporfiaba en tomarle las manos para besárselas; mas no se lo consintió, diciendo:

»-Estas manos y brazos en tu servicio se han de ocupar para merecer ganar las tuyas. No estiempo de cumplimientos ni que se altere de como hasta aquí, en tanto que tu voluntad ordene otracosa. Y no te ponga cuidado la justa, que en ella entrarás, no lo dudes...

»Otra vez quisiera Ozmín y arremetió a tomarle las manos, bajando la rodilla en el suelo. DonAlonso hizo lo mismo, haciéndose muchas ofertas, con la fuerza de nueva amistad. Así pasaronlargas conversaciones aquellos días, hasta que llegó el de la justa, en que habían de señalarse.

»Ya dije de don Rodrigo cómo por su arrogancia era secretamente malquisto. Parecióle a donAlonso haber hallado lo que deseaba, porque, justando Jaime Vives, estaba muy cierto eldescomponerlo, humillándole la soberbia.

»Ozmín, por su parte, también lo deseaba y, antes de ser hora de armarse, por ver entrar aDaraja en la plaza, se anduvo de espacio por ella paseando, admirándose de verla tan bienaderezada, tantas colgaduras de oro y seda cuantas no se pueden significar, tanta variedad en lascolores, tanta curiosidad en el ventanaje, tanta hermosura en las damas, riqueza de sus aderezos yvestidos, concurso de tan ilustre gente, que toda junta parecía un inestimable joyel y cada cosa porsí preciosa piedra engastada en él. Estaba la tela que, dividiendo la plaza en dos iguales partes,atravesaba por medio della; el tablado de los jueces en lugar acomodado, y frontero las ventanas deDaraja y doña Elvira. Las cuales, en dos blancos palafrenes enjaezados, con guarniciones deterciopelo negro y chapería de plata, con mucho acompañamiento entraron, y dando vuelta por todala plaza, llegaron a su asiento. Luego, dejándola en él, se salió della Ozmín, porque ya queríanentrar los mantenedores, los cuales llegaron de allí a poco espacio, muy bien aderezados.

»Comenzaron a sonar los menestriles, trompetas y otros instrumentos, tañendo sin cesar hastaque se pusieron en su puesto. Entraron justadores combatientes, y fue de los primeros don Alonso,que, corridas las tres lanzas y muy bien, pues fueron de las mejores, luego se fue a su casa. Ya teníaganada licencia para un caballero amigo suyo, que fingió esperaba de Jerez de la Frontera, y estabaOzmín aguardando. Fuéronse a la tela juntos y apadrinólo don Alonso.

»Llevaba el moro las armas negras de todo punto, el caballo morcillo, sin plumas la celada y ensu lugar por ellas, hecha con gran curiosidad, una rosa del lienzo de Daraja: cierta señal, en queluego por él fue conocido della. Púsose en el puesto y quiso la suerte que la primera lanza cupiese aun ayudante del mantenedor. Hicieron señal, partieron de carrera; Ozmín tocó al contrario en lavista, donde rompió la lanza; y volviéndole a dar de reencuentro con lo tieso della, lo sacó de la silladando con él en el suelo por las ancas del caballo; pero no le hizo más mal que el gran golpe de lasarmas.

»Para las dos últimas lanzas entró don Rodrigo, el cual barreó la primera por cima del brazalizquierdo del moro, quedando herido dél en el guardabrazo derecho, donde rompió la lanza por trespartes. En la última desbarró don Rodrigo y Ozmín rompió la suya en la junta de la babera,dejándole en ella un gran pedazo de astilla. Creyeron todos quedaba mal herido; mas defendióle elalmete no haberle hecho gran daño. Y así el moro, rotas las tres lanzas, salió con vitoria ufano, ymucho más don Alonso por haberlo apadrinado, que no cabía de contento.

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»Salieron de la plaza, fuese a desarmar a su casa sin dejarse conocer de otro alguno, y tomandosu ordinario vestido, salió por un postigo de la casa ocultamente, volviéndose a contemplar en suDaraja y ver lo que en la justa pasaba. Púsose tan cerca de la dama, que casi se pudieran dar lasmanos. Mirábanse el uno al otro; empero él siempre los ojos tristes y ella tristísimos, pensando quélo pudiera causar, que su vista no le hubiera alegrado. Estuvo confusa de haberle visto justar conarmas y caballo todo negro, señal entre ellos de mal agüero.

»Todo le causó profundísima melancolía, y tan de veras fue aposesionándose della, cargóle tanpesadamente, que las fiestas no eran bien acabadas, cuando reventándole el corazón en el cuerpo,quitándose de la ventana se fueron a la posada.

»Los que con ella estaban se admiraron cómo de alguna cosa no recebía contento y aun lomurmuraban, sospechando cada uno aquello con que mejor se casaba su malicia. Don Luis, comoprudente caballero, en las partes que dello se trataba, satisfacía. Y así lo hizo a sus hijos aquellanoche, que les dijo:

»-El alma triste en los gustos llora. ¿Qué cosa puede alegrar al ausente de lo que bien quiere?Los bienes tanto se estiman en más, cuanto se gozan con los conocidos y proprios. Entre estrañospuede haber holguras, pero no se sienten, y tanto más en el alma levantan el dolor, cuanto en lasajenas veen más alegría. No la culpo ni me admiro; antes lo juzgo a su mucha prudencia y loatribuyo a cordura, que fuera lo contrario liviandad notoria. Hállase sin sus padres, lejos de suesposo y, aunque libre, cativa en tierra estraña, sin saber de su remedio ni tener para ello medio.Examine cada uno su pecho, póngase en el contrario puesto: sentirá lo que aquesto se siente; que nolo haciendo así, es decir el sano al enfermo que coma.

»Pasada esta plática secreta entre ellos, trataron en público lo bien que lo hizo el jerezano, ycómo, aunque desearon saber quién hubiese sido, nunca don Alonso dijo más de lo primero, ycreyeron ser verdad.

»Las tristezas de Daraja iban muy adelante. Ninguno las acertaba ni daba en el blanco ni aun alterrero, de cuantos le asestaban. Todos juzgaban al revés, buscándole cuantos entretenimientospodían darle; ninguno era capaz ni cuadraba en el círculo de sus deseos.

»Tenían en el Ajarafe la casa y hacienda de su mayorazgo, en un lugar aldea de Sevilla. Era eltiempo templado, a vueltas de febrero. La caza y campo parece que alegran en tales días. Acordaronirse a holgar allá una temporada, por no dejar de andar esta vereda y ver si pudieran divertirla de sustristezas. A esto parece que mostró algo más buen rostro, creyendo, si salía de la ciudad, habría enel campo modos cómo ver y hablar a Ozmín. Aderezaron la recámara, y era cosa de alegría vertanto bullicio: cuál que lleva los galgos de traílla, cuál va con los podencos y hurona, cuáles llevanhalcones, cuál el búho, cuál su escopeta al hombro o la ballesta, otros con las acémilas cargadas;todos iban de trulla, alborotados con la fiesta.

»Ya don Alonso lo sabía y había dicho a Ozmín que sus damas eran de campo a cierta huelga ycómo se quedaban allá por entonces, no sabiendo cuándo volverían. No les pareció mal por doscosas: la una, que allá tendrían por ventura menos competidores para tratar sus amores; la otra,mejor ocasión para no ser conocidos.

»Hacía las noches no claras ni muy oscuras, no frío ni calor, antes un agradable sosiego, conserenidad apacible. Los dos enamorados amigos acordaron probar la mano y su buena venturacaminando a ver sus damas. Vistiéronse de labradores; así salieron, al poner del sol, en dos rocinesy, antes de llegar a la aldea un cuarto de legua, se apearon en una casería, para que yendo a pie nohubiese nota. Entonces les hubiera sucedido bien si la fortuna no rodara y les volviera las espaldas;porque llegaron a tiempo que las damas estaban en un balcón, entretenidas en sus conversaciones.

»No se atrevió a llegar don Alonso, por no espantar la caza, y dijo al compañero que fuera soloa negociar por ambos, que, pues doña Elvira lo amaba y Daraja lo conocía, no había de quérecelarse. Así Ozmín poco a poco, con cuidadoso descuido, se fue paseando por delante, cantandoen tono bajo, como entre dientes, una canción arábiga, que para quien sabía la lengua eran losacentos claros, y para la que no y estaba descuidada, le parecía el cantar de lala, lala...

»Doña Elvira dijo a Daraja:

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»-Aun en esta gente bruta puso Dios dones de precio, si supiesen aprovecharse dellos. ¿Noconsideras aquel salvaje, qué voz entonada y suave que tiene y va cantando la madre de loscantares? Es como el agua que llueve en la mar sin provecho.

»-Agora sabes -dijo Daraja- que son las cosas todas como el sujeto en que están y así seestiman. Estos labradores, por maravilla, si de tiernos no se trasplantan en vida política y losinjieren y mudan de tierras ásperas a cultivadas, desnudándolos de la rústica corteza en que nacen,tarde o nunca podrán ser bien morigerados; y al revés, los que son ciudadanos, de político natural,son como la viña, que, dejándola de labrar algunos años, da fruto, aunque poco; y si sobre ellavuelven, reconociendo el regalo, rinde colmadamente el beneficio. Este que aquí canta, no serápoderoso un carpintero con hacha ni azuela para desalabearlo ni ponerlo de provecho. Pena me daoírle aquel cantar de tórtola. Vámonos de aquí, si te parece, que es hora de acostarnos.

»Bien se habían entendido los amantes, ella el canto y él sus palabras y el fin con que las dijo.Fuéronse las damas, quedándose Daraja un poco atrás y en arábigo le dijo que esperase. Él quedóaguardando y, en tanto que volvía, se paseaba por aquella calle.

»La gente villana siempre tiene a la noble -por propiedad oculta- un odio natural, como ellagarto a la culebra, el cisne al águila, el gallo al francolín, el lagostín al pulpo, el delfín a la ballena,el aceite a la pez, la vid a la berza, y otros deste modo. Que si preguntáis deseando saber qué sea lacausa natural, no se sabe otra más de que la piedra imán atrae a sí el acero, el heliotropio sigue alsol, el basilisco mata mirando, la celidonia favorece a la vista. Que así como unas cosas entre sí seaman, se aborrecen otras, por influjo celeste: que los hombres no han alcanzado hasta hoy razón quelo sea para ello. Que las cosas de diversas especies tengan esto no es maravilla, porque constan decomposiciones, calidades y naturaleza diversa, mas hombres racionales, los unos y los otros de unmismo barro, de una carne, de una sangre, de un principio, para un fin, de una ley, de una dotrina,todos en todo lo que es hombres tan una misma cosa, que todo hombre naturalmente ame a todohombre y en éstos haya este resabio, que aquesta canalla endurecida, más empedernida que nuezgaliciana, persiga con tanta vehemencia la nobleza, es grande admiración.

»Andábanse también paseando aquella noche unos mozuelos. Acertaron a ver a los forasteros yen aquel punto, sin más causa ni razón, sin darles alguna ocasión, comenzaron a convocarse y,ligados en tropa, vinieron diciendo: «¡Al lobo, al lobo!» Y desembrazando piedra menuda, como sidel cielo lloviera, los apedrearon de manera que les fue forzoso huir y no esperarlos; y así sevolvieron, que lugar no tuvo Ozmín para despedirse. Fuéronse donde estaban sus caballos, y enellos a la ciudad, con ánimo de volver la noche siguiente algo más tarde para no ser sentidos. Depoco les aprovechó, que si rayos del cielo cayeran y con ellos pensaran ser deshechos, había villanoen ellos que antes dejara la vida que de guardar el puesto sólo por hacer mal y daño. Pues apenas laotra noche habían metido los pies en el pueblo, que junta una bandada de aquellos mozalbillos,habiéndolos reconocido, cuál con honda, cuál a brazo, unos con azagayas, palos, chuzos, otros conasadores, no dejando segura la pala o barredero del horno, como a perro que rabia, salieron a ellos.

»Pero halláronlos más apercebidos que la noche pasada. Porque aquesta ya traían buenas cotas,cascos acerados y rodelas fuertes. De la una parte viérades pedradas, palos, alaridos; de la otra muyrecias cuchilladas; y de entrambas tanto alboroto, que con el ruido parecía hundirse el pueblo con latrabada guerrilla. Descuidóse don Alonso y al atravesar de una calle le dieron una muy malapedrada en los pechos, de que cayó en tierra sin hallarse con fuerzas para volver más a la pelea; ycomo pudo se fue retirando, en tanto que Ozmín se iba entrando con ellos la calle arriba,haciéndoles mucho daño, porque algunos y no pocos quedaban heridos y tres muertos.

»Creciendo el alboroto, se convocó el pueblo todo. Tomáronle el paso, que no pudo huir,aunque lo probó a hacer. Por otra parte llegó un destripaterrones y diole con una tranca de puerta enun hombro, que lo hizo arrodillar. Mas no le valió ser hijo del alcalde, que antes que pudiera volvera darle segundo, yéndose para él, de una cuchillada le partió la cabeza por medio, como si fuera decabrito, dejándole hecho un atún en la playa, rendida la vida en pago de su desvergüenza. Tantoscargaron por una y otra banda, tanto lo acosaron, que no pudiéndose defender, quedó preso.

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»Daraja y doña Elvira vieron el ruido desde su principio y el alboroto de la prisión, cómo leataron las manos atrás con un cordel, cual si fuera igual suyo. Unos y otros lo maltrataron, dándolepuñadas, rempujones y coces, haciéndole mil ignominiosas afrentas con que se vengaban delrendido. ¡Qué cosa fea y torpe, sólo de semejantes villanos usada como propria!

»¿Qué os parece tal desgracia? ¿Cómo la sentiría la que adoraba su sombra? Esto por unaparte; heridos y muertos de la otra, y su honra en medio. Que habiendo de saber don Luis el caso,forzoso preguntaría lo que buscaba Ambrosio en el aldea. En esta confusión sacó de la necesidadconsejo. Prevínose de una carta y cerrada la metió en un cofrecillo suyo, para cuando viniese donLuis hacer con ella su descargo.

»Ya era el otro día amanecido y la gente no sosegaba. Habían enviado a la ciudad a dar noticiadel caso, para que se hiciese la información. Y venido el escribano, comenzaron a examinartestigos. Acudió mucho número dellos, aun sin ser llamados, que los malos para el mal se convidanellos mismos y se hacen amigos los enemigos. Unos juraron que con Ozmín venían seis o siete;otros que salieron de casa de don Luis y que de la ventana dijeron: «¡Matálos, matálos!»; otros queestando los del pueblo seguros y quietos, les acometieron; otros que los fueron a sacar de sus casascon desafío; sin haber hombre que jurase verdad.

»Líbreos Dios de villanos, que son tiesos como encinas y de su misma calidad. El fruto dan apalos, y antes dejarán arrancarse de cuajo por la raíz, quedando destruidos y sus haciendas asoladas,que dejarse doblar un poco. Y sin dan en perseguir, serán perjuros mil veces en lo que no lesimporta una paja, sino sólo hacer mal. Y es lo malo y peor que piensan los desdichados que así sesalvan y por maravilla se confiesan de aquella ponzoña.

»Las muertes y heridas quedaron averiguadas y el hombre cargado de hierro a buen recaudo.Don Luis, cuando lo supo, fue a la aldea; informóse de su hija; díjole lo pasado de la manera quehabía sido. Preguntóselo a Daraja: díjole lo mismo y que ella envió a llamar a Ambrosio para darleuna carta que encaminase a Granada y, antes que le pudiera llegar a hablar, lo habían apedreadoestas dos noches, de modo que, sin habérsela dado, se le había quedado escrita.

»Don Luis le pidió se la enseñase para ver qué podría enviar a decir y a sus escusas ella hizocomo que le pesaba de darla. No fue necesario rogárselo mucho, pues otra cosa no deseaba, y,sacándola de donde la tenía, dijo:

»-Doyla, porque se entienda mi verdad y no se sospeche que escribo cosas dignas deesconderse.

»Don Luis la tomó y, queriéndola leer, vio que estaba en arábigo y no supo. Buscó despuésquien la leyese, y lo que iba escrito era decir a su padre el cuidado en que vivía por saber de susalud, que ella la tenía; y si el deseo de verle no lo impidiera, estaba la más contenta y acariciada dedon Luis que ninguno de sus hijos; y así le suplicaba que, en reconocimiento desta cortesía y buenhospedaje, lo regalasen con un presente.

»Como en semejantes alborotos las dicciones crecen y cada uno canoniza su presunción segúnse le antoja, murmuraban de don Luis y de la gente de su casa. A él se le subía la mostaza en lasnarices; mas, como caballero cuerdo, tuvo a mejor disimular con algo y volver a la ciudad su casa ygente.

»Cuando sucedieron estas cosas, ya Granada se había rendido con los partidos que sabemos porlas historias y aún oímos a nuestros padres. Entre los nobles que en ella quedaron fueron los dosconsuegros, Alboacén, padre de Ozmín, y el alcaide de Baza. Ambos pidieron el baptismo,deseando ser cristianos; y siéndolo, el alcaide suplicó a los reyes le diesen licencia para ver aDaraja, su hija. Siéndole otorgada, dijeron que le mandarían avisar cómo y cuándo sería. Alboacén,creyendo que su hijo sería muerto o cautivo, hizo muchas diligencias para informarse dondepudieran darle alguna nueva; mas nunca descubrió rastro suyo. Estaba tan triste por ello cuanto lopedía pérdida de tal hijo, solo, de padres principales y ricos. No lo sentía menos el alcaide, pues portan su verdadero hijo lo tenía como proprio padre, y por lo que Daraja sentiría cuando le diesen tanpesarosas nuevas.

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»Los reyes por su parte enviaron a Sevilla su mandado y que luego don Luis partiese adondeestaban y trajese consigo a Daraja, con el respeto que dél confiaban. Vistas las cartas y entendidaesta orden, ella quedó fuera de sí, por serle forzoso en esta ocasión hacer ausencia, sin saber el finque había de tener y el estrecho en que dejaba el preso.

»Hallóse confusa, imaginativa y triste, llamándose mil veces desdichada sobre la mismadesdicha y la más lastimada de todas las mujeres. Queriendo atropellarlo todo y perder con suesposo la vida, estuvo perpleja y casi determinada de hacer un atrocísimo yerro, en señal del casto yverdadero amor que a Ozmín tenía; mas era de buen juicio, y corrigiendo sus crueles imaginaciones,volviendo sobre sí determinó fiar sus desdichas en manos de Fortuna, su enemiga, esperando el finque les daba. Pues el último mal era la muerte, no quiso desesperarse. Mas no pudo la presa delsufrimiento resistir un mar de lágrimas que le reventó de los ojos. Todos creyeron era de alegría devolver a su natural y engañábanse todos. Cada uno la alentaba y alguno no la consolaba.

»Llegó don Rodrigo a despedirse della, y con el rostro bañado de las cristalinas corrientes deaquellos divinos ojos, le dijo tales palabras:

»-Bien pudiera, señor don Rodrigo, persuadiros con abundancia de razones a las obras que devos en esta ocasión pretendo, y de suyo es cosa tan justa, que ni puedo dejar de pedirla ni vos deconcedérmela, por la mucha parte que tenéis en ella. Ya sabéis la obligación de hacer bien a cuantonos estreche, si como ley natural divina con todos habla y no hay bárbaro que la ignore. Esta tienetanta fuerza cuantas más razones se le allegan, entre las cuales una principal y no pequeña es a losque dimos nuestro pan, y bastara para que, correspondiendo a quien sois, no fuera mi intercesiónnecesaria. Mas lo que quiero con ella pediros es que, como sabéis, Ambrosio fue criado de vuestrospadres y de los míos. Tenémosle por ello particular deuda, y yo mayor, habiéndolo puesto por miculpa en la pena que padece, no teniendo él en ello causa suya más de mi proprio interese. De mimano está puesto en el peligro de que estoy hecha cargo. Si librarme queréis dél, si deseastes migusto, si pretendéis obligarme al vuestro para que siempre quede agradecida, será que, cargandosobre vuestro cuidado mi proprio deseo, acudáis a su libertad, que es la mía, con las veras que os losuplico. Don Luis, mi señor, antes que de aquí comigo parta, hará su posible diligencia con susamigos y deudos, para que los unos ayudados de los otros, en su ausencia me saquen libre destadeuda...

»Don Rodrigo se lo prometió, y así se partieron. Como la pobre señora dejaba en tanto riesgo asu querido esposo, sentía su pena, y tanto más cuanto más dél se alejaba, de manera que cuando aGranada llegó, no parecía ser ella. Lleváronla luego a palacio, donde será bien que la dejemos yvolvamos al preso, a quien don Rodrigo favorecía con el ánimo que si fuera su hermano.

»Don Alonso, como escapó lastimado en los pechos, acostóse mal dispuesto; pero en sabiendoque habían traído el preso a Sevilla, se levantó y sin sosegar momento solicitaba el pleito cual sifuera suyo mismo. Mas, como las partes acusasen y fuesen mal intencionados los actores, losmuertos y heridos muchos, no lo pudieron defender que no fuese condenado a horca pública.

»Don Rodrigo se enojó de que a su padre y a él se perdiera el respeto, ahorcando sin culpa sucriado. Por otra parte, don Alonso defendía, diciendo no permitirse ni poder ser ahorcado uncaballero de noble sangre, tal como Jaime Vives, amigo suyo, que, cuando el delito fuera mayor, ladistancia de las calidades le salvara la vida, y en especial de muerte de horca, y debiera serdegollado.

»La justicia quedó confusa, sin saber qué fuera el caso. Don Rodrigo lo llama criado y donAlonso amigo; don Rodrigo defiende pidiendo por Ambrosio, y alega don Alonso por Jaime Vives,caballero natural de Zaragoza, que en las fiestas de toros hizo las dos suertes de que toda la ciudadera testigo; y en la justa, siéndole padrino, derribó al un mantenedor, señalando valerosamente supersona. Era la diferencia tanta, los apellidos tan contrarios, las calidades alegadas tan distantes, quepara salir desta duda se resolvieron los jueces en tomar su declaración.

»Preguntáronle si era caballero. Respondió ser noble, de sangre real; pero no llamarseAmbrosio ni Jaime Vives. Pídenle que diga su nombre y califique su persona. Respondió que no pordescubrirse escusara la pena y que, habiendo de morir indubitablemente, no era necesario decirlo ni

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de importancia padecer una ni otra muerte. Rogáronle dijese si había sido el que don Alonso decíaque tan señalado anduvo en los toros y justa. Respondió ser así, pero no tenía los nombres quedecían.

»Y como tan de veras negase su linaje, pareciéndoles hombre de calidad, fuéronse deteniendoalgo con él para verificar quién fuese y por qué los dos caballeros lo defendían y en general toda laciudad deseaba su libertad y le estaban apasionados.

»Con esto despacharon a Zaragoza que se averiguara la verdad y supiera su nacimiento; mashabiéndose gastado algunos días en ello y hecho muchas diligencias, no se descubrió quien déldiese noticia ni supiera quién pudiera ser el caballero de su nombre ni señas. Traído este maldespacho, aunque le importunaron sus amigos y la justicia le requirió diversas veces que secalificara, jamás lo quiso hacer ni fue posible. Así pasados los términos, los jueces, muy contra suvoluntad, condolidos de tanta mocedad y valentía, no pudiendo dejar de hacer justicia, siendo conimportunación pedida de los contrarios, confirmaron la sentencia.

»Daraja ni sus padres no dormían en cuanto esto pasaba, que ya tenían hecha relación a susAltezas de todo el caso y estaban informados de la verdad. Dábanseles memoriales por momentos.Daraja personalmente solicitaba la vida de su esposo, pidiéndola de merced y nada se respondía;pero secretamente despacharon luego a don Luis con su real provisión a las justicias, para que, en elestado que aquel pleito estuviese, originalmente con el preso se lo entregasen, que así convenía a suservicio.

»Don Luis partió con mucha diligencia, como le fue mandado, y la pobre Daraja, padre ysuegro, se deshacían en lágrimas considerando la priesa que la justicia se daría en despachar alpobre caballero y que a sus peticiones y merced suplicada se respondiese con tanto espacio. Nosabían qué decir de dilación semejante, sin darles alguna buena ni mala respuesta ni esperanza.Causábales mucha pena, no alcanzaban lance con que remediarlo ni lo habían dejado por intentar,porque temían sobre todo el peligro en la tardanza.

»En cuanto en esto vacilaban, ya -como dije don Luis caminaba muy apriesa y con muchosecreto. Él entraba por las puertas de Sevilla; Ozmín salía por las de la cárcel a ser justiciado. Lascalles y plazas por donde lo pasaban estaban llenas de gente, todo el lugar con gran alboroto. Nohabía persona que no llorase, viendo un mancebo tan de buen talle y rostro, valiente y bienquistopor los famosos hechos que públicamente hizo; y mayor dolor ponía que moría sin querer confesar.Todos creían lo hacía por escapar o dilatar la vida. Mas palabra no hablaba ni tristeza mostraba enel rostro; antes con semblante casi risueño iba mirando a todos. Paráronse con él un poco parapersuadirlo a que confesase y no quisiese así perder el alma con el cuerpo; a nada respondía y atodo callaba.

»Estando así todos en esta confusión y la ciudad esperando el espectáculo triste, llegó donLuis, apartando la gente, para impedir la ejecución. Los alguaciles creyeron era resistencia; perocon el temor que le tenían, por ser arriscado y poderoso caballero, desamparando a Ozmín, con granalboroto fueron a dar cuenta de lo pasado a sus mayores. Ellos venían a saber qué pudiera causardesacato semejante. Salióles don Luis al encuentro con el preso. Enseñóles la orden y recaudo delos reyes, que con gran gusto fue dellos obedecida, y con mucho acompañamiento de todos loscaballeros de aquella ciudad y común alegría della llevaron a Ozmín a casa de don Luis, haciendoaquella noche una galana máscara poniendo muchas hachas y luminarias en calles y ventanas por elgeneral contento. Y en señal de regocijo quisieran hacer fiestas públicas aquellos días, porque sesupo entonces quién era; mas don Luis no dio lugar a ello, que, guardando la instrución, se partiócon el preso luego por la mañana, llevándolo muy regalado.

»Habiendo llegado a Granada, lo tuvo consigo secretamente algunos días, hasta que susAltezas le mandaron lo llevase a palacio. Cuando lo pusieron en su presencia, holgaron de verlo; yteniéndolo ante sí, mandaran salir a Daraja. Viéndose los dos en lugar semejante y tan ajenos dello,podrás por tu pecho ser juez de la no pensada alegría que recibieron y lo que cada uno dellospudiera sentir. La reina se adelantó, diciéndoles cómo sus padres eran cristianos, aunque ya Darajalo sabía. Pidióles que, si ellos lo querían ser, les haría mucha merced; mas que el amor ni temor los

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obligase, sino solamente el de Dios y de salvarse, porque de cualquier manera, desde aquel punto seles daba libertad para que de sus personas y hacienda dispusiesen a su voluntad.

»Ozmín quisiera responder por todas las coyunturas de su cuerpo, haciéndose lenguas con querendir las gracias de tan alto beneficio, y, diciendo que quería ser baptizado, pidió lo mismo enpresencia de los reyes a su esposa. Daraja, que los ojos no había quitado de su esposo, teniéndolosvertiendo suaves lágrimas, volviéndolos entonces con ellas a los reyes, dijo que, pues la divinavoluntad había sido darles verdadera luz trayéndolos a su conocimiento por tan ásperos caminos,estaba dispuesta de verdadero corazón a lo mesmo y a la obediencia de los reyes, sus señores, encuyo amparo y reales manos ponía sus cosas.

»Así fueron baptizados, llamándolos a él Fernando y a ella Isabel, según sus Altezas, quefueron los padrinos de pila y luego a pocos días de sus bodas, haciéndoles cumplidas mercedes enaquella ciudad, adonde habitaron y tuvieron ilustre generación.»

Con gran silencio veníamos escuchando aquesta historia, cuando llegamos a vista de Cazalla,que pareció haberla medido al justo, aunque más dilatada y con alma diferente nos la dijo de lo queyo la he contado. El arriero -que estuvo mudo desde que se comenzó, aunque todos también loveníamos- ya habló y lo primero fue decir:

-Ea, señores, apéense, que he de ir por esta senda a los lagares. Y a mí me dijo: -¿Y el señor mancebito? Hagamos cuenta. Aún este trago me quedaba por pasar -dije entre mí-, porque creí haber sido amistad lo pasado.

Cortéme, no supe qué responder otra cosa más de preguntarle qué le debía. -Por la caballería de nueve leguas, deme lo que mandare, como estos señores. La mesa y

posada montó tres reales. Hízoseme caro el vientre del machuelo. Demás que para pagarlo no había dinero. Díjele: -Hermano, lo del escote veislo aquí; pero la caballería no la debo, que vos me convidastes con

ella sin pedírosla. -Aun eso sería el diablo si quisiese haber venido caballero de balde -volvió a replicar. Comenzamos a barajar sobre ello, pusiéronse los clérigos de por medio, condenáronme que

pagase la cebada de mi jumento de aquella noche; paguéla y hice balance de cuenta con la bolsa, sindejar en ella más de veinte maravedís, con que me ajusté aquella noche. El mozo se fue a suhacienda; los clérigos y yo entramos en Cazalla, donde nos despedimos, yéndose cada uno por suparte.

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Juan Meléndez Valdés

Oda II

El amor mariposa

Viendo el Amor un día que mil lindas zagalas huían de él medrosas por mirarle con armas,

dicen que de picado les juró la venganza y una burla les hizo, como suya, extremada.

Tornose en mariposa, los bracitos en alas, y los pies ternezuelos en patitas doradas.

¡Oh!, ¡qué bien que parece! ¡Oh!, ¡qué suelto que vaga, y ante el sol hace alarde de su púrpura y nácar!

Ya en el valle se pierde, ya en una flor se para, ya otra besa festivo, y otra ronda y halaga.

Las zagalas, al verle, por sus vuelos y gracia mariposa le juzgan y en seguirle no tardan.

Una a cogerle llega, y él la burla y se escapa; otra en pos va corriendo, y otra simple le llama,

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despertando el bullicio de tan loca algazara en sus pechos incautos la ternura más grata.

Ya que juntas las mira, dando alegres risadas súbito Amor se muestra, y a todas las abrasa.

Mas las alas ligeras en los hombros por gala se guardó el fementido, y así a todos alcanza.

También de mariposa le quedó la inconstancia: llega, hiere, y de un pecho a herir otro se pasa.

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José de Cadalso

Cartas Marruecas

Carta XXVII

Del mismo al mismo

Toda la noche pasada estuvo hablando mi amigo Nuño de una cosa que llaman fama póstuma.Éste es un fantasma que ha alborotado muchas provincias y quitado el sueño a muchos, hastasecarles el cerebro y hacerles perder el juicio. Alguna dificultad me costó entender lo que era, perolo que aun ahora no puedo comprender es que haya hombres que apetezcan la tal fama. ¡Cosa queyo no he de gozar, no sé por qué he de apetecerla! Si después de morir en opinión de hombreinsigne, hubiese yo de volver a segunda vida, en que sacase el fruto de la fama que merecieron lasacciones de la primera, y que esto fuese indefectible, sería cosa muy cuerda trabajar en la actualpara la segunda: era una especie de economía, aun mayor y más plausible que la del joven queguarda para la vejez. Pero, Ben-Beley, ¿de qué me servirá? ¿Qué puede ser este deseo que vemos enalgunos tan eficaz de adquirir tan inútil ventaja? En nuestra religión y en la cristiana, el hombre quemuere no tiene ya conexión temporal con los que quedan vivos. Los palacios que fabricó no le hande hospedar, ni ha de comer el fruto del árbol que dejó plantado, ni ha de abrazar los hijos que dejó;¿de qué, pues, le sirven los hijos, los huertos, los palacios? ¿Será, acaso, la quinta esencia denuestro amor propio este deseo de dejar nombre a la posteridad? Sospecho que sí. Un hombre quelogró atraerse la consideración de su país o siglo, conoce que va a perder el humo de tantoincensario desde el instante que expire; conoce que va a ser igual con el último de sus esclavos. Suorgullo padece en este instante un abatimiento tan grande como lo fue la suma de todas las lisonjasrecibidas mientras adquirió la fama. ¿Por qué no he de vivir eternamente, dícese a sí mismo,recibiendo los aplausos que voy a perder? Voces tan agradables, ¿no han de volver a lisonjear misoídos? El gustoso espectáculo de tanta rodilla hincada ante mí, ¿no ha de volver a deleitar mi vista?La turba de los que me necesitan, ¿han de volverme la espalda? ¿Han de tener ya por objeto de ascoy horror el que fue para ellos un dios tutelar, a quien temblaban airado y aclamaban piadoso?Semejantes reflexiones le atormentan en la muerte; pero hace su último esfuerzo su amor propio, yle engaña diciendo: tus hazañas llevarán tu nombre de siglo en siglo a la más remota posteridad; lafama no se oscurece con el humo de la hoguera, ni se corrompe con el polvo del sepulcro. Comohombre, te comprende la muerte; como héroe, la vences. Ella misma se hace la primera esclava detu triunfo, y su guadaña el primero de tus trofeos. La tumba es una cuna nueva para semidiosescomo tú; en su bóveda han de resonar las alabanzas que te canten futuras generaciones. Tu sombraha de ser tan venerada por los hijos de los que viven como lo fue tu presencia entre sus padres.Hércules, Alejandro y otros ¿no viven? ¿Acaso han de olvidarse sus nombres? Con estos y otrosiguales delirios se aniquila el hombre; muchos de este carácter inficionan toda la especie; y anhelana inmortalizarse algunos que ni aun en su vida son conocidos.

Carta XXVIII

De Ben-Beley a Gazel, respuesta de la anterior

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He leído muchas veces la relación que me haces de esas especies de locura que llaman deseo dela fama póstuma. Veo lo que me dices del exceso de amor propio, de donde nace esa necedad dequerer un hombre sobrevivirse a sí mismo. Creo, como tú, que la fama póstuma de nada sirve almuerto, pero puede servir a los vivos con el estímulo del ejemplo que deja el que ha fallecido. Talvez éste es el motivo del aplauso que logra.

En este supuesto, ninguna fama póstuma es apreciable sino la que deja el hombre de bien. Queun guerrero transmita a la posteridad la fama de conquistador, con monumentos de ciudadesasaltadas, naves incendiadas, campos desbaratados, provincias despobladas, ¿qué ventajas producirásu nombre? Los siglos venideros sabrán que hubo un hombre que destruyó medio millón dehermanos suyos; nada más. Si algo más se produce de esta inhumana noticia, será tal vez enardecerel tierno pecho de algún joven príncipe; llenarle la cabeza de ambición y el corazón de dureza;hacerle dejar el gobierno de su pueblo y descuidar la administración de la justicia para ponerse a lacabeza de cien mil hombres que esparzan el terror y llanto por todas las provincias vecinas. Que unsabio sea nombrado con veneración por muchos siglos, con motivo de algún descubrimiento nuevoen las que se llaman ciencias, ¿qué fruto sacarán los hombres? Dar motivo de risa a otros sabiosposteriores, que demostrarán ser engaño lo que el primero dio por punto evidente; nada más. Si algomás sale de aquí, es que los hombres se envanezcan de lo poco que saben, sin considerar lo muchoque ignoran.

La fama póstuma del justo y bueno tiene otro mayor y mejor influjo en los corazones de loshombres, y puede causar superiores efectos en el género humano. Si nos hubiésemos aplicado acultivar la virtud tanto como las armas y las letras, y si en lugar de las historias de los guerreros ylos literatos se hubiesen escrito con exactitud las vidas de los hombres buenos, tal obra, ¡cuánto másprovechosa sería! Los niños en las escuelas, los jueces en los tribunales, los reyes en los palacios,los padres de familia en el centro de ellas, leyendo pocas hojas de semejante libro, aumentarían supropia bondad y la ajena, y con la misma mano desarraigarían la propia y la ajena maldad.

El tirano, al ir a cometer un horror, se detendría con la memoria de los príncipes que contabanpor perdido el día de su reinado que no señalaban con algún efecto de benignidad. ¿Qué madreprostituiría sus hijas? ¿Qué marido se volvería verdugo de su mujer? ¿Qué insolente abusaría de laflaqueza de una inocente virgen? ¿Qué padre maltrataría a su hijo? ¿Qué hijo no adoraría a supadre? ¿Qué esposa violaría el lecho conyugal? Y, en fin, ¿quién sería malo, acostumbrado a vertantos actos de bondad? Los libros frecuentes en el mundo apenas tratan sino de venganzas,rencores, crueldades y otros defectos semejantes, que son las acciones celebradas de los héroes cuyafama póstuma tanto nos admira. Si yo hubiese sido siglos ha un hombre de estos insignes, yresucitase ahora a recoger los frutos del nombre que dejé aún permanente, sintiera mucho oír estas oiguales palabras: «Ben-Beley fue uno de los principales conquistadores que pasaron el mar conTarif. Su alfanje dejó las huestes cristianas como la siega deja el campo en que hubo trigo. Lasaguas del Guadalete se volvieron rojas con la sangre goda que él solo derramó. Tocáronle muchasleguas del terreno conquistado; lo hizo cultivar por muchos millares de españoles. Con el trabajo deotros tantos se mandó fabricar dos alcázares suntuosos: uno en los fértiles campos de Córdoba, otroen la deliciosa Granada; adornólos ambos con el oro y plata que le tocaron en el reparto de losdespojos. Mil españolas de singular belleza se ocupaban en su delicia y servido. Llegado ya a unagloriosa vejez, le consolaron muchos hijos dignos de besar la mano a tal padre; instruidos por él,llevaron nuestros pendones hasta la falda de los Pirineos e hicieron a su padre abuelo de una prolenumerosa, que el cielo pareció multiplicar por la total aniquilación del nombre español. En estashojas, en estas piedras, en estos bronces están los hechos de Ben-Beley. Con esta lanza atravesó aAtanagildo; con esta espada degolló a Endeca; con aquel puñal mató a Valia, etc.»

Nada de esto lisonjearía mi oído. Semejantes voces harían estremecer mi corazón. Mi pecho separtiría como la nube que despide el rayo. ¡Cuán diferentes efectos me causaría oír!: «Aquí yace

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Ben-Beley, que fue buen hijo, buen padre, buen esposo, buen amigo, buen ciudadano. Los pobres lequerían porque les aliviaba en las miserias; los magnates también, porque no tenía el orgullo decompetir con ellos. Amábanle los extraños, porque hallaban en él la justa hospitalidad; llóranle lospropios, porque han perdido un dechado vivo de virtudes. Después de una larga vida, gastada todaen hacer bien, murió no sólo tranquilo, sino alegre, rodeado de hijos, nietos y amigos, que llorandorepetían: no merecía vivir en tan malvado mundo; su muerte fue como el ocaso del sol, que esglorioso y resplandeciente, y deja siempre luz a los astros que quedan en su ausencia».

Sí, Gazel, el día que el género humano conozca que su verdadera gloria y ciencia consiste en lavirtud, mirarán los hombres con tedio a los que tanto les pasman ahora. Estos Aquiles, Ciros,Alejandros y otros héroes de armas y los iguales en letras dejarán de ser repetidos con frecuencia; ylos sabios (que entonces merecerán este nombre) andarán indagando a costa de muchos desvelos losnombres de los que cultivan las virtudes que hacen al hombre feliz. Si tus viajes no te mejoran enellas, si la virtud que empezó a brillar en tu corazón desde niño como matiz en la tierna flor no seaumenta con lo que veas y oigas, volverás tal vez más erudito en las ciencias europeas, o más llenodel furor y entusiasmo soldadesco; pero miraré como perdido el tiempo de tu ausencia. Si alcontrario, como lo pido a Alá, han ido creciendo tus virtudes al paso que te acercas más a tu patria,semejante al río que toma notable incremento al paso que llega al mar, me parecerán otros tantosaños más de vida concedidos a mi vejez los que hayas gastado en tus viajes.

Carta LXXVIII

Del mismo al mismo

¿Sabes tú lo que es un verdadero sabio escolástico? No digo de aquellos que, siguiendo porcarrera o razón de estado el método común, se instruyen plenamente a sus solas de las verdaderasciencias positivas, estudian a Newtón en su cuarto y explican a Aristóteles en su cátedra -de loscuales hay muchos en España-, sino de los que creen en su fuero interno que es desatino físico yateísmo puro todo lo que ellos mismos no enseñan a sus discípulos y no aprendieron de susmaestros. Pues mira, hazte cuenta que vas a oírle hablar. Figúrate antes que ves un hombre muyseco, muy alto, muy lleno de tabaco, muy cargado de anteojos, muy incapaz de bajar la cabeza nisaludar a alma viviente, y muy adornado de otros requisitos semejantes. Ésta es la pintura que Nuñome hizo de ellos, y que yo verifiqué ser muy conforme al original cuando anduve por susuniversidades. Te dirán, pues, de este modo, si le vas insinuando alguna afición tuya a otras cienciasque las que él sabe:

«Para nada se necesitan dos años, ni uno siquiera, de retórica. Con saber unas cuantas docenas devoces largas de catorce o quince sílabas cada una, y repetirlas con frecuencia y estrépito, secompone una oración o bien fúnebre o bien gratulatoria». Si le dices las ventajas de la buenaoratoria, su uso, sus reglas, los ejemplos de Solís, Mendoza, Mariana u otros, se echará a reír y tevolverá la espalda.

«La poesía es un pasatiempo frívolo. ¿Quién no sabe hacer una décima o glosar una cuarteta derepente a una dama, a un viejo, contra un médico o una vieja, en memoria de tal santo u enreverenda de tal Misterio? » Si le dices que esto no es poesía, que la poesía es una cosa inexplicable

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y que sólo se aprende y se conoce leyendo los poetas griegos y latinos y tal cual moderno; que lareligión misma usa de la poesía en las alabanzas al Criador; que la buena poesía es la piedra detoque del buen gusto de una nación o siglo; que, despreciando las producciones ridículas deequivoquistas, truhanes y bufones, las poesías heroicas y satíricas son las obras tal vez más útiles ala república literaria, pues sirven para perpetuar la memoria de los héroes y corregir las costumbresde nuestros contemporáneos, no harían caso de ti.

«La física moderna es un juego de títeres. He visto esas que llaman máquinas de físicaexperimental: juego de títeres, vuelvo a decir, agua que sube, fuego que baja, hilos, alambres,cartones, puro juguete de niños». Si le instas que a lo que él llama juego de títeres deben todas lasnaciones los adelantamientos en la vida civil, y aun de la vida física, pues estarían algunasprovincias debajo del agua sin el uso de los diques y máquinas construidas por buenos principios dela tal ciencia; si les dices que no hay arte mecánica que no necesite de dicha física para subsistir yadelantar; si les dices, en fin, que en todo el universo culto se hace mucho caso de esta ciencia y desus profesores, te llamaré hereje.

Pobre de ti si le hablas de matemáticas. «Embuste y pasatiempo -dirá él muy grave-. Aquítuvimos a don Diego de Torres, repetirá con mucha solemnidad y orgullo, y nunca estimamos sufacultad, aunque mucho su persona por las sales y conceptos de sus obras». Si le dices: yo no sénada de don Diego de Torres, sobre si fue o no gran matemático, pero las matemáticas son y hansido siempre tenidas por un conjunto de conocimientos que forman la única ciencia que así puedellamarse entre los hombres. Decir si ha de llover por marzo, ha de hacer frío por diciembre, si hande morir algunas personas en este año y nacer otras en el que viene, decir que tal planeta tiene talinflujo, que el comer melones ha de dar tercianas, que el nacer en tal día, a tal hora, significa tal otal serie de acontecimientos, es, sin duda, un despreciable delirio; y si ustedes han llamado a estomatemática, y si creen que la matemática no es otra cosa diversa, no lo digan donde lo oigan gentes.La física, la navegación, la construcción de los navíos, la fortificación de las plazas, la arquitecturacivil, los acampamentos de los ejércitos, la fundición, manejo y suceso de la artillería, la formaciónde los caminos, el adelantamiento de todas las artes mecánicas, y otras partes más sublimes, sonramos de esta facultad, y vean ustedes si estos ramos son útiles en la vida humana.

«La medicina que basta, dirá el mismo, es lo extractado de Galeno e Hipócrates. Aforismosracionales, ayudados de buenos silogismos, bastan para constituir un buen médico». Si le dices que,sin despreciar el mérito de aquellos dos sabios, los modernos han adelantado en esta facultad por elmayor conocimiento de la anatomía y botánica, que no tuvieron en tanto grado los antiguos, a másde muchos medicamentos, como la quina y mercurio, que no se usó hasta ahora poco, también sereirá de ti.

Así de las demás facultades. Pues ¿cómo hemos de vivir con estas gentes?, preguntarácualquiera. Muy fácilmente, responde Nuño. Dejémoslos gritar continuamente sobre la famosacuestión que propone un satírico moderno, utrum chimera, bombilians in vacuo possit comederesecundas intentiones. Trabajemos nosotros a las ciencias positivas, para que no nos llamen bárbaroslos extranjeros; haga nuestra juventud los progresos que pueda; procure dar obras al público sobrematerias útiles, deje morir a los viejos como han vivido, y cuando los que ahora son mozos lleguena edad madura, podrán enseñar públicamente lo que ahora aprenden ocultos. Dentro de veinte añosse ha de haber mudado todo el sistema científico de España insensiblemente, sin estrépito, yentonces verán las academias extranjeras si tienen motivo para tratarnos con desprecio. Si nuestrossabios tardan algún tiempo en igualarse con los suyos, tendrán la excusa de decirles: -Señores,cuando éramos jóvenes, tuvimos unos maestros que nos decían: Hijos míos, vamos a enseñaros todocuanto hay que saber en el mundo; cuidado no toméis otras lecciones, porque de ellas noaprenderéis sino cosas frívolas, inútiles, despreciables y tal vez dañosas. Nosotros no teníamos ganade gastar el tiempo sino en lo que nos pudiese dar conocimientos útiles y seguros, con que nos

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aplicamos a lo que oíamos. Pero a poco fuimos oyendo otras voces y leyendo otros libros, que, sinos espantaron al principio, después nos gustaron. Los empezamos a leer con aplicación, y comovimos que en ellos se contenían mil verdades en nada opuestas a la religión ni a la patria, pero sí ala desidia y preocupación, fuimos dando varios usos a unos y a otros cartapacios y librosescolásticos, hasta que no quedó uno. De esto ya ha pasado algún tiempo, y en él nos hemosigualado con ustedes, aunque nos llevaban siglo y cerca de medio de delantera. Cuéntese por nadalo dicho, y pongamos la fecha desde hoy, supo suponiendo que la península se hundió a mediadosdel siglo XVII y ha vuelto a salir de la mar a últimos del de XVIII.

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El delincuente honrado

(1773)

de

Jovellanos

¤ ¤ ¤ ¤

Índice

Personajes:

DON JUSTO DE LARA, alcalde de casa y corte.DON SIMÓN DE ESCOBEDO, Corregidor de Segovia y padre deDOÑA LAURA, viuda del marqués de Montilla y esposa actual deDON TORCUATO RAMÍREZ, hijo natural, desconocido, de Don Justo.DON ANSELMO, amigo de don Torcuato.DON CLAUDIO, escribano, oficial de la sala.DON JUAN, mayordomo de don Simón.FELIPE, criado de don Torcuato.EUGENIA, criada de doña Laura.Un Alcalde, dos centinelas, tropa y Ministros de Justicia.

Acto IActo IIActo IIIActo IVActo V

Acto I

El teatro representa el estudio del Corregidor, adornado sin ostentación. A un lado se verán dos estantes con algunos librotes viejos, todos en gran folio y encuadernados en pergamino. Al otro habrá un gran bufete, y sobre él varios libros, procesos y papeles. TORCUATO, sentado, acaba de cerrar un pliego, le guarda, y se levanta con semblante inquieto.

Escena I

TORCUATO.- No hay remedio; ya es preciso tomar algún partido. Las diligencias que se practican son muy vivas, y mi delito se va a descubrir. ¡Ay, Laura! ¿Qué dirás cuando sepas que he sido el matador de tu primer esposo? ¿Podrás tú perdonarme...? Pero mi amigo tarda, y yo no puedo sosegar un momento. (Vuelve a sentarse, toma un libro, empieza a leer, y le deja al punto.). Este ministro que ha venido al seguimiento de la causa es tan activo... ¡Ah!, ¿dónde hallaré un asilo contra el rigor de las leyes...? Mi amor y mi delito me seguirán a todas partes... Pero Felipe viene.

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Escena II

TORCUATO, FELIPE.

FELIPE.- Señor...

TORCUATO.- Pues ¿y don Anselmo?

FELIPE.- Viene al instante. ¡Oh, qué trabajo me costó despertarle! Cuando entré en su cuarto estabadormido como un tronco; pero le hablé tan recio, metí tanta bulla y di tales tirones de la ropa de su cama, que hubo de volver de su profundo letargo, y me dijo que venía corriendo. Ya yo me volvía muy satisfecho de su respuesta, cuando veo que, dando una vuelta al otro lado, se echó a roncar como un prior; con que me quité de ruidos, y con grandísimo tiento le fui poco a poco incorporando; le arrimé las calcetas, ayudele a vestirse, y gracias a Dios, le dejo ya con los huesos en punta.

TORCUATO.- Muy bien. ¿Y has sabido si tendremos carruaje?

FELIPE.- ¿Carruaje? Cuantos pidáis. Mientras la corte está en San Ildefonso, no hay cosa más de sobra en Segovia; pero, como yo no sabía dónde era nuestro viaje, no me atreví a ajustar alguno. Si vamos a Madrid, tendremos retornos a docenas. El coche que trajo el alcalde de corte aún no se ha ido y se podrá ajustar barato. ¡Ah, señor! (me acuerdo ahora por el alcalde de corte), ¿no sabéis lo que hay de nuevo...? (TORCUATO nada le responde.) Acaban de traer a la cárcel a Juanillo, el criado del Marqués. (TORCUATO se inmuta.) ¡Pobrete! Ahora tendrá que confesar de plano, si no quiere cantar en el ansia. Dicen que sabe cuanto pasó en el desafío de su amo. Pardiez, él será muy tonto en no desembuchar cuanto ha visto.

TORCUATO.- (Aparte.) Ya el riesgo es más urgente... Felipe.

FELIPE.- Señor...

TORCUATO.- Haz que mis vestidos se pongan en los baúles; a Eugenia que te entregue toda mi ropa blanca; y date prisa, porque nuestro viaje es pronto, y durará algunos días.

FELIPE.- Aquí hay algún misterio. (Anda por el cuarto, poniendo en orden los muebles, y recogiendo alguna ropa de su amo que habrá sobre ellos.)

TORCUATO.- Aún no parece Anselmo... (Sacando el reloj.) Las siete y cuarto. ¡Qué tardo pasa el tiempo sobre la vida de un desdichado!

FELIPE.- (Sin dejar su ocupación.) ¡Tan recién casado hacer un viaje...! ¡Él está tan triste...! ¿Qué diablos tendrá?

TORCUATO.- Acaso juzgará intempestiva mi resolución. ¡Ah!, no sabe toda la aflicción de mi alma.

FELIPE.- (Mirando a su amo.) ¡Tiene un genio tan reservado...!

TORCUATO.- Ya parece que viene.

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FELIPE.- No quiero interrumpirlos.

TORCUATO.- Cuidado con lo que te tengo prevenido. Si alguien me buscare, que no estoy en casa,y si don Simón preguntase por mí, que estoy escribiendo.

Escena III

ANSELMO, TORCUATO.

ANSELMO.- A fe, amigo mío, que me has hecho bien mala obra. ¡Dejar la cama a las siete de la mañana...! Hombre, no lo haría ni por una duquesa; mas tu recado fue tan ejecutivo... (Después de alguna pausa.) Pero, Torcuato, tú estás triste... Tus ojos... Vaya, ¿apostemos a que has llorado?

TORCUATO.- En mi dolor apenas he tenido ese pequeño desahogo.

ANSELMO.- ¿Desahogo? ¿Las lágrimas...? No lo entiendo. Pues qué, ¿un hombre como tú no se correría...?

TORCUATO.- Si las lágrimas son efecto de la sensibilidad del corazón, ¡desdichado de aquel que no es capaz de derramarlas!

ANSELMO.- Como quiera que sea, yo no te comprendo, Torcuato. Tus ojos están hinchados, tu semblante triste, y de algunos días a esta parte noto que has perdido tu natural alegría. ¿Qué es esto?Cuando debieras... Hombre, vamos claros; ¿quieres que te diga lo que he pensado? Tú acabas de casarte con Laura, y por más que la quieras, tener una mujer para toda la vida, sufrir a un suegro viejo e impertinente, empezar a sentir la falta de la dulce libertad y el peso de las obligaciones del matrimonio, son sin duda para un joven graves motivos de tristeza; y ve aquí a lo que atribuyo la tuya. Pero, si esta es la causa, tú no tienes disculpa, amigo mío, porque te la has buscado por tu mano. Por otra parte, Laura es virtuosa, es linda, tiene un genio dócil y amable, te quiere mucho; y tú, que has sido siempre derretido, creo que no le vas en zaga. (Viendo que no le responde.) Sobre todo, Torcuato, tú no debes afligirte por frioleras; goza con sosiego de las dulzuras del matrimonio; que ya llegará el día en que cada cual tome su partido.

TORCUATO.- ¡Ay, Anselmo! Esas dulzuras, que pudieran hacerme tan dichoso, se van a cambiar en pena y desconsuelo; yo las voy a perder para siempre.

ANSELMO.- ¿A perderlas? Pues ¿qué...? ¡Ah! (Dándose una palmada en la frente.) Ahora me acuerdo que tu criado me dijo no sé qué de un viaje... Pero yo estaba tan dormido...

TORCUATO.- Tú eres mi amigo, Anselmo, y voy a darte ahora la última prueba de mi confianza.

ANSELMO.- Pues sea sin preámbulos, porque los aborrezco. ¿Puedo servirte en algo? Mi caudal, mis fuerzas, mi vida, todo es tuyo; di lo que quieres, y si es preciso...

TORCUATO.- Ya sabes que fui autor de la muerte del marqués de Montilla, y que este funesto secreto, que hoy llena mi vida de amargura, se conserva entre los dos.

ANSELMO.- Es verdad; pero en cuanto al secreto no hay que recelar. Tú sabes también cuánto hicecon Juanillo, el criado del Marqués, para alejar toda sospecha; pues aunque sólo tenía algunos antecedentes del desafío, yo le gratifiqué, le traspuse a Madrid, donde nadie le conoce, y mi amigo

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el marqués de la Fuente está encargado de observar sus pasos. No; lejos de pensar en ti ese bribón, tal vez creerá... Pero no hablemos de eso, porque no es posible...

TORCUATO.- ¡Ay, Anselmo, cuánto te engañas! Ese criado está ya en las cárceles de Segovia.

ANSELMO.- ¿Cómo? ¿Juanillo...? Pero ¿el marqués no me avisaría...?

TORCUATO.- Tal vez no lo sabe, porque todo se ha hecho con el mayor secreto. Desde que de orden del Rey vino a continuar la causa el alcalde don Justo de Lara, es infinito lo que se ha adelantado. Aún no ha seis días que está en Segovia, y quizá sabe ya todos los lances que precedieron al desafío. Él tomó por sí mismo informes y noticias, examinó testigos, practicó diligencias, y procediendo siempre con actividad y sin estrépito, logró descubrir el paradero de Juanillo, despachó posta a Madrid, y le hizo conducir arrestado. Antes de su arribo vivíamos sin susto. El Alcalde mayor, que previno esta causa, se afanó mucho al principio por descubrir el agresor; pero sólo pudo tomar algunas señas por aquellos soldados que nos vieron reñir; y contentándose con despachar las requisitorias de estilo, cesó en la continuación del sumario y le dejó dormir. Pero la corte, que cuando el desafío estaba, como ahora, en San Ildefonso, esperaba con ansia las resultas de este negocio. Las recientes pragmáticas de duelos, las instancias de los parientes del muerto, y la cercanía de esta ciudad al Sitio, interesaron al Gobierno en él, y de aquí resultó la comisión de este ministro, cuya actividad... ¿Quién sabe si a la hora de ésta mi nombre...? Ya ves, Anselmo, que en tal conflicto no me queda otro recurso que la fuga. Estoy determinado a emprenderla; pero no he querido hacerlo sin avisarte.

ANSELMO.- Cuanto me dices me deja sorprendido. Estaba yo tan descuidado en este punto... Pero Juanillo ignora absolutamente que tú fueses el matador de su amo... ¿Y quién sabe si esta ausencia precipitada hará sospechar...? Por otra parte, la fuga es un recurso tan arriesgado..., tan poco honroso...

TORCUATO.- ¿Y piensas tú que cuando recurro a ella lo hago por evitar el castigo? ¡Ah!, en el conflicto en que me hallo, la muerte fuera dulce a mis ojos. Pero si se descubre mi delito, ¿cómo sufriré la presencia de don Simón, mi bienhechor, a quien ofendí tanto; la de Laura, a quien hice verter tan tiernas lágrimas sobre el sepulcro de su esposo, y a quien después hice el atroz agravio de ocultarle mi delito? ¡Ah!, yo llené sus corazones de luto y desconsuelo, yo desterré de esta casa el gusto y la alegría, y yo, en fin, turbé la paz de una familia virtuosa, que sin mi delito, gozaría aún del sosiego más puro. Este remordimiento llenará mi alma de eterna amargura. Sí, amigo mío, lejos de Laura y de su padre, buscaré en mi destierro el castigo de que soy digno, y al fin me hallará la muerte donde nadie sea testigo de mi perfidia y mis engaños.

ANSELMO.- ¡Ay, Torcuato!, el dolor te enajena y te hace delirar. ¿Qué quiere decir «mi delito, mi perfidia, mis engaños»? ¿Acaso lo que has hecho merece esos nombres? Es verdad que has muerto al marqués de Montilla; pero lo hiciste insultado, provocado y precisado a defender tu honor. Él era un temerario, un hombre sin seso. Entregado a todos los vicios, y siempre enredado con tahúres y mujercillas, después de haber disipado el caudal de su esposa, pretendió asaltar el de su suegro y hacerte cómplice en este delito. Tú resististe sus propuestas, procuraste apartarle de tan viles intentos, y no pudiendo conseguirlo, avisaste a su suegro para que viviese con precaución; pero sin descubrirle a él. Esta fue la única causa de su enojo. No contento con haberte insultado y ultrajado atrozmente, te desafió varias veces. En vano quisiste satisfacerle y templarle; su temeraria importunidad te obligó a contestar. No, Torcuato, tú no eres reo de su muerte; su genio violento le condujo a ella. Yo mismo vi que mientras el marqués, como un león furioso, buscaba tu corazón con la punta de su espada, tú, reportado y sereno, pensabas sólo en defenderte; y sin duda no hubiera perecido, si su ciego furor no le hubiese precipitado sobre la tuya. En cuanto a tu silencio,

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¿no me has dicho que don Simón, prendado de tu juiciosa conducta, movido de su antigua amistad con tu tía, doña Flora Ramírez, y cierto de tu inclinación a Laura, te la ofreció en matrimonio? ¿Hiciste otra cosa que aceptar esta oferta? Y qué, después de lo que debes a esta familia, ¿pudieras despreciarla sin agraviar al amor, al reconocimiento y a la hospitalidad? No, amigo mío, no; tú tomarás el partido que te acomode, pero tu interior debe estar tranquilo.

TORCUATO.- (Con viveza.) ¿Tranquilo después de haber engañado a Laura? ¡Ah!, su corazón no merecía tal perfidia. Yo le entregué una mano manchada en la sangre de su primer esposo, le ofrecí una alma sellada con el sello de la iniquidad y le consagré una vida envilecida con el reato de este crimen, que me hace deudor de un escarmiento a la sociedad y siervo de la ley. ¡Qué de agravios contra el amor y la virtud de una desdichada! No, Anselmo, yo no podré sufrir su vista; no hay remedio, voy a ausentarme de ella para siempre.

ANSELMO.- Amigo mío, yo no puedo aprobar un partido tan peligroso; pero si tú estás resuelto a marchar, yo debo estarlo a servirte. ¿Quieres que te siga? ¿Que vayamos juntos hasta los desiertos de Siberia? ¿Quieres...?

TORCUATO.- No, Anselmo; conviene que te quedes. Yo necesito aquí de un fiel amigo, que me envíe noticias de mi esposa, y se las dé de mi destino. No porque piense en ocultar a Laura mi resolución, no; este nuevo engaño me haría indigno de su memoria y de la luz del día. Aunque haya de serle amarga la noticia de mi separación, quiero que la deba a mi franqueza y fidelidad, y remediar de algún modo mis antiguas reservas.

ANSELMO.- Pues bien, ¿y cuándo piensas...?

TORCUATO.- Después de comer. He pretextado un viaje de pocos días a Madrid para deslumbrar ami suegro, y aún no le dije cosa alguna. En cuanto a mis intereses y negocios, este pliego te dirá lo que debes hacer. Contiene una instrucción puntual conforme a mis intenciones, y un poder general de que podrás valerte cuando llegare el caso. Sobre todo, querido amigo, te recomiendo a Laura. En ella te dejo mi corazón; procura consolarla... ¡Ah! ¿cómo podrá consolarse su alma desdichada?

ANSELMO.- (Enternecido.) Mi buen amigo, lejos de ti, también yo habré menester de consuelo, y no le hallaré en parte alguna. ¡Cuánto me duele tu amarga situación! ¡Qué amigo, qué consolador, qué compañero voy a perder con tu ausencia! Pero te has empeñado en afligirnos... En fin, cuenta con mi amistad y con el puntual desempeño de tus encargos. ¡Ah, si fuese capaz de mejorar tu suerte!

TORCUATO.- (Abatido.) El cielo me ha condenado a vivir en la adversidad. ¡Qué desdichado nací!Incierto de los autores de mi vida, he andado siempre sin patria ni hogar propio, y cuando acababa de labrarme una fortuna, que me hacía cumplidamente dichoso, quiere mi mala estrella... Pero, Anselmo, no demos ocasión en la familia... Felipe vuelve... Aún nos veremos antes de mi partida.

ANSELMO.- Sí, tengo que volver a cumplimentar a ese ministro; entonces hablaremos. Adiós.

Escena IV

TORCUATO, FELIPE.

TORCUATO.- (Con serenidad.) ¿Han preguntado por mí?

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FELIPE.- El señor don Simón, y con algún cuidado. Dijo que iba a misa, y que volvía al instante. También preguntó mi ama; díjela que estabais con vuestro amigo.

TORCUATO.- (Inquieto.) ¿Cómo? Pues ¿no te previne...?

FELIPE.- Vos no me prevenisteis que callase.

TORCUATO.- (Con serenidad.) Anda a ver si hay algún retorno de Madrid, y ajústale para después de mediodía. ¿Entiendes?

FELIPE.- Muy bien, señor. ¡Qué mal humor tiene!

Escena V

SIMÓN, TORCUATO.

SIMÓN.- ¿Qué es eso de retorno? ¿Qué viaje es ése, Torcuato? Tú traes a Felipe alborotado con tu viaje, y no me has dicho cosa alguna. Tampoco Laura...

TORCUATO.- Perdonad si no he solicitado antes vuestro permiso. ¡Andáis tan ocupado con el huésped! Cuando me vestí aún dormía Laura, y por no incomodarla... Ya sabéis que por muerte de mi tía quedaron en Madrid aquellos veinte mil pesos... Yo quisiera pasar a recogerlos.

SIMÓN.- Me parece muy bien. ¡Pero me haces tanta falta para acompañar a este ministro...! Él gusta tanto de tu conversación...

TORCUATO.- En todo caso estoy pronto a complaceros; si os parece...

SIMÓN.- No, hijo mío; haz tu viaje y procura volver cuanto antes. Laura sin ti no vivirá contenta, niyo puedo pasar sin tu ayuda, porque las ocupaciones son muchas, y el trabajo excesivo me aflige demasiado. ¡Ah!, en otro tiempo... Pero ya soy muy viejo... A propósito, ¿qué te parece de este don Justo?

TORCUATO.- Jamás traté ministro alguno que reúna en sí las cualidades de buen juez en tan alto grado. ¡Qué rectitud! ¡Qué talento! ¡Qué humanidad!

SIMÓN.- Pero, hombre, es tan blando, tan filósofo... Yo quisiera a los ministros más duros, más enteros. Me acuerdo que le conocí en Salamanca de colegial, y a fe que entonces era bien enamorado. Pero, hijo mío, ¡si tú hubieras alcanzado a los ministros de mi tiempo...! ¡Oh, aquéllos sí que eran hombres en forma! ¡Qué teoricones! Cada uno era un Digesto vivo. ¿Y su entereza? Vaya, no se puede ponderar. Entonces se ahorcaban hombres a docenas.

TORCUATO.- Habría más delitos.

SIMÓN.- ¿Más delitos que ahora? Pues, ¿no ves que estamos rodeados de ladrones y asesinos?

TORCUATO.- Según eso, habría menos conocimiento de las leyes.

SIMÓN.- ¿De las leyes? ¡Bueno! Ahí están los comentarios que escribieron sobre ellas; míralos, y verás si las conocieron. Hombre hubo que sobre una ley de dos renglones escribió un tomo en folio.

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Pero hoy se piensa de otro modo. Todo se reduce a libritos en octavo, y no contentos con hacernos comer y vestir como la gente de extranjía, quieren también que estudiemos y sepamos a la francesa. ¿No ves que sólo se trata de planes, métodos, ideas nuevas...? ¡Así anda ello! ¿Querrás creerme que hablando la otra noche don Justo de la muerte de mi yerno, se dejó decir que nuestra legislación sobre los duelos necesitaba de reforma, y que era una cosa muy cruel castigar con la misma pena al que admite un desafío que al que le provoca? ¡Mira tú que disparate tan garrafal! ¡Como si no fuese igual la culpa de ambos! Que lea, que lea los autores, y verá si encuentra en alguno tal opinión.

TORCUATO.- No por eso dejará de ser acertada. Los más de nuestros autores se han copiado unos a otros, y apenas hay dos que hayan trabajado seriamente en descubrir el espíritu de nuestras leyes. ¡Oh!, en esa parte lo mismo pienso yo que el señor don Justo.

SIMÓN.- Pero, hombre...

TORCUATO.- En los desafíos, señor, el que provoca es, por lo común, el más temerario y el que tiene menos disculpa. Si está injuriado, ¿por qué no se queja a la justicia? Los tribunales le oirán, y satisfarán su agravio, según las leyes. Si no lo está, su provocación es un insulto insufrible; pero el desafiado...

SIMÓN.- Que se queje también a la justicia.

TORCUATO.- ¿Y quedará su honor bien puesto? El honor, señor, es un bien que todos debemos conservar; pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimación de los demás. La opinión pública le da y le quita. ¿Sabéis que quien no admite un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un caballero, un militar, ¿de qué le servirá acudir a la justicia? La nota que le impuso la opinión pública, ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el honor es una quimera, pero sé también que sin él no puede subsistir una monarquía; que es alma de la sociedad; que distingue las condiciones y las clases; que es principio de mil virtudes políticas, y, en fin, que la legislación, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle.

SIMÓN.- ¡Bueno, muy bueno! Discursos a la moda y opinioncitas de ayer acá; déjalos correr, y quese maten los hombres como pulgas.

TORCUATO.- La buena legislación debe atender a todo, sin perder de vista el bien universal. Si la idea que se tiene del honor no parece justa, al legislador toca rectificarla. Después de conseguido se podrá castigar al temerario que confunda el honor con la bravura. Pero mientras duren las falsas ideas, es cosa muy terrible castigar con la muerte una acción que se tiene por honrada.

SIMÓN.- Según eso, al reptado que mata a su enemigo se le darán las gracias, ¿no es verdad?

TORCUATO.- Si fue injustamente provocado; si procuró evitar el desafío por medios honrados y prudentes; si sólo cedió a los ímpetus de un agresor temerario y a la necesidad de conservar su reputación, que se le absuelva. Con eso, nadie buscará la satisfacción de sus injurias en el campo, sino en los tribunales; habrá menos desafíos o ninguno; y cuando los haya, no reñirán entre sí la razón y la ley, ni vacilará el ánimo del juez sobre la suerte de un desdichado... Pero, señor, Laura estará impaciente... Si os pareces...

SIMÓN.- Sí, sí, vamos allá. (Se va y vuelve.) ¡Ah!, ¿sabes que han preso a Juanillo? No, ¡don Justo adelanta terriblemente en la causa! Tanto como eso, es menester confesarlo: él es activo como un diablo. (Yéndose.) Sí, como un diablo... ¡Fuego!

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Escena VI

TORCUATO.- (Paseándose.) En fin, voy a alejarme para siempre de esta mansión, que ha sido en algún tiempo teatro de mis dichas y fiel testigo de mis tiernos amores. ¡Con cuánto dolor me separo de los objetos que la habitan! Errante y fugitivo, tus lágrimas, ¡oh, Laura!, estarán siempre presentesa mis ojos, y tus justas querellas resonarán en mis oídos. ¡Alma inocente y celestial! ¡Cuánta amargura te va a costar la noticia de mi ausencia! Tú has perdido un esposo, que ni te amaba ni te merecía, y ahora vas a perder otro, que te idolatra, pero que te merece menos, pues te ha conseguidopor medio de un engaño. (Después de alguna pausa.) ¿Y adónde iré a esconder mi vida desdichada...? Sin patria, sin familia, prófugo y desconocido sobre la tierra, ¿dónde hallaré refugio contra la adversidad? ¡Ah!, la imagen de mi esposa ofendida y los remordimientos de mi concienciame afligirán en todas partes.

Acto II

El teatro representa una sala decentemente adornada. A un lado estará Laura, haciendo labor; a alguna distancia Torcuato, con aire triste y extremamente inquieto; Eugenia en pie detrás de la silla de su ama, y Simón se pasea por el frente de la escena.

Escena I

SIMÓN, TORCUATO, LAURA, EUGENIA.

SIMÓN.- Y bien, Torcuato, ¿piensas estar en Madrid muchos días?

TORCUATO.- El asunto de que os hablé pudiera despacharse en pocas horas; pero las gentes de comercio son tan prolijas y gastan tantas formalidades...

SIMÓN.- ¡Oh!, eso de soltar dinero a nadie le gusta.

LAURA.- (A EUGENIA.) ¿Están ya compuestos los baúles?

EUGENIA.- Sí, señora; ya están cerrados, y Felipe ha recogido las llaves.

LAURA.- ¿Qué ropa blanca has puesto en ellos?

EUGENIA.- Toda la de mi señor.

LAURA.- (Con alguna admiración.) ¿Toda?

EUGENIA.- Felipe me lo dijo.

TORCUATO.- Sí, yo se lo previne. Aunque deseo que mi vuelta sea breve, ¿qué sabemos lo que podrá suceder?

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LAURA.- ¡Yo estoy sin sosiego! Este viaje tan repentino... Su tristeza... Las expresiones que me dijo anoche... ¡Todo me inquieta!

TORCUATO.- (Mirándola.) ¡Qué afligida está Laura! ¡Ah, si supiera la noticia que le preparo!

SIMÓN.- (Siempre paseándose.) Este don Justo toma las cosas con un calor... Desde las siete de la mañana está zampado en la cárcel. Quizá tendrá órdenes tan estrechas... ¡Oh!, la corte quiere que se hagan las cosas a galope tendido. (Mirando a LAURA y TORCUATO.) Pero mis hijos están tristes... ¿Si será por el viaje? ¡Eh!, mimos de recién casados.

TORCUATO.- (Con inquietud.) Si este hombre no se va, yo no podré decírselo.

SIMÓN.- Laura, ¿qué es eso? Tú estás triste. También lo está Torcuato. ¡Qué!, ¿un viajecillo de pocos días puede turbar vuestro buen humor?

TORCUATO.- Para dos corazones que se aman, la menor ausencia, señor, es un mal grave. Como cuentan sus gustos por momentos, cualquiera tiempo, cualquiera distancia que los separe, los aflige.

LAURA.- (Con énfasis.) Añadid al que se queda la incertidumbre, y veréis cuánto es más justo su dolor.

SIMÓN.- ¡Bueno! ¡Lindo! No lo dijeran mejor dos amantes de Calderón. Ea, niña, no te vayas haciendo melindrosa. Que tu marido vaya y venga a sus negocios cuando le acomode, que harto tiempo os queda para vivir juntos.

TORCUATO.- (Aparte.) ¡Pluguiera al cielo!

SIMÓN.- (A LAURA.) Mira si quieres que te traiga algo de Madrid, y díselo.

LAURA.- (Mirando a TORCUATO con ternura.) Sólo quiero que vuelva pronto.

TORCUATO.- ¡Ah, cómo podré dejarla!

Escena II

JUAN, los dichos.

JUAN.- (A SIMÓN.) Señor, el ministro Garroso dice que os quiere hablar; ha hecho no sé qué prisiones...

SIMÓN.- (Siempre paseándose.) Algunos raterillos, ¿eh?

JUAN.- Dice que son gitanos.

SIMÓN.- Eso es peor. Dile que voy allá... Pero mira, que antes avise a mi alcalde mayor, y que luego vuelva. ¡Gitanos...!¡Fuego!

JUAN.- (Se va y vuelve.) ¡Ah, señor...! También ha estado ahí aquel don Vicente...

SIMÓN.- ¡Litigante eterno! ¿Y qué le has dicho?

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JUAN.- Que estabais ocupado.

SIMÓN.- Lindamente. Él sólo viene a quitarme el tiempo, como si yo no tuviese que hacer más queatender a su pleito. (JUAN se va.)

TORCUATO.- (Aparte.) ¡Infeliz! Acaso penderá de ese pleito la subsistencia de su familia.

Escena III

FELIPE, los dichos.

FELIPE.- (A TORCUATO.) Ya está ahí el carruaje, señor.

LAURA.- ¡Tan temprano! Aún no hemos comido.

SIMÓN.- Tanto peor para ellos. Que se aguarden.

TORCUATO.- (A FELIPE.) Haz que entretanto se vayan poniendo los cofres en la zaga. (Se va FELIPE.)

Escena IV

JUAN, los dichos.

JUAN.- El señor don Justo envía a decir que, si acaso no está aquí al mediodía, no se le aguarde a comer.

SIMÓN.- Pardiez, que lo ha tomado bien de asiento. Voyme a trabajar a mi despacho; si acaso viniere, que me avisen, y si tardare demasiado, que nos den de comer.

LAURA.- (A EUGENIA.) Ve, tú, Eugenia, a disponer lo que te tengo prevenido, y haz que den de comer a Felipe, para que no haga falta a su amo.

Escena V

TORCUATO, LAURA.

LAURA.- (Mirando a TORCUATO.) Al fin nos han dejado solos; veamos lo que dice. (TORCUATO la mira, levanta los ojos al cielo y suspira.) ¡Qué afligido está! No me atrevo a preguntarle... Pero es preciso salir de tantas dudas. (Con serenidad.) Torcuato, este viaje que vas a hacer te tiene muy inquieto: yo lo conozco en tu semblante, y no sé cómo una ausencia de tan pocosdías, y que, por otra parte, es voluntaria, te pueda costar tanto desasosiego.

TORCUATO.- (Se levanta, mirando a todas partes.) ¡Ah! ¿cómo se lo diré?

LAURA.- (Asustada.) Pero, ¿qué es esto, Torcuato? ¿Tú suspiras? ¿Nada me respondes? (Levantándose.) Querido esposo...

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TORCUATO.- (Con pasión.) ¡Ay, Laura!

LAURA.- (Con blandura.) Querido amigo, ¿qué es esto? ¿Tú desconfías de tu esposa? ¿Puede haberen tu pecho alguna pena de que Laura no participe? ¡Ah!, yo he perdido tu confianza... Sí, tú me aborreces.

TORCUATO.- ¿Yo aborrecerte? ¡Oh, Dios! No, tierna esposa, no; jamás mi corazón te ha querido con más ardor ni con mayor ternura.

LAURA.- (Con inquietud.) Pues bien, ¿qué es lo que te aflige?

TORCUATO.- (Con extremo dolor.) El temor de perderte.

LAURA.- (Con sobresalto.) ¿De perderme?

TORCUATO.- (Como arriba.) Sí, Laura mía, y de perderte para siempre.

LAURA.- (Asustada.) ¡Oh, Dios! ¿Qué oigo?

TORCUATO.- Mi corazón, querida esposa, no siente sus tormentos. Es muy digno de los que sufre y de los que le aguardan. Pero la aflicción que te preparo... ¡Ah esto, esto es lo que me tiene sin sentido!

LAURA.- (Con resolución.) Ahora bien, Torcuato; el cielo por rumbos muy extraños me ha conducido hasta tu lecho. Mil veces me has oído que vivo contenta en este destino, y que en él he encontrado mi felicidad. Desde que un santo ñudo unió nuestros corazones, nuestros gustos y nuestras penas deben ser comunes, y si yo fuese capaz de ocultarte alguno de mis cuidados, creería faltar a la fidelidad que te debo. Háblame claro, descúbreme tu alma, y líbrame de las angustias en que me tiene tu silencio.

TORCUATO.- Sí, Laura mía; voy a satisfacer ese justo deseo. Tu virtud y tu candor lo merecen, y ¡ojalá mi corazón les hubiese hecho en otro tiempo tanta justicia como ahora! Pero ya no hay remedio... Prevén el tuyo para el terrible golpe que va a descargar en él este bárbaro esposo... ¡Ah, cuánto dolor me cuesta el afligirte!

LAURA.- (Sobresaltada.) Mi alma se estremece al escucharte.

TORCUATO.- Ya ves con cuánto ardor se busca al matador de tu primer marido, y cuántas y cuán vivas diligencias se practican por descubrirle. El brazo de la justicia está levantado contra su vida miserable. El Soberano ha empeñado su augusto nombre en esta pesquisa, tu padre y los parientes del muerto están sedientos de su sangre, y tal vez tú misma ofreces el deseo de su muerte a la tierna memoria de tu primer amor. Pues este delincuente, este hombre proscrito, desdichado, aborrecido de todos y perseguido en todas partes... soy yo mismo.

LAURA.- (Cae sobre su silla.) ¡Oh, cielo!

TORCUATO.- Sí, adorada Laura; yo soy ese objeto miserable de la ira del cielo y de los hombres; ysin embargo, viviría tranquilo si no mereciese serlo también de la tuya... Pero yo te he ofendido, y lo conozco. Ocultándote mi situación, hice a tu alma inocente el más atroz agravio, y esto solo me hace digno de los mayores suplicios. No; la muerte de tu esposo fue de mi parte un delito involuntario. El cielo es testigo de cuanto hice por evitarla. Pero mi silencio... mi perfidia... haberte

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engañado... ¡Ah! En vano querrá perdonarme tu alma virtuosa; yo no puedo perdonarme a mí mismo.

LAURA.- (Con sumo abatimiento.) Mujer desventurada, ¡qué es lo que acabas de saber!

TORCUATO.- (Con despecho.) Pero, Laura, consuélate; yo voy a vengarte. No; mi perfidia atroz no quedará sin castigo. Voy a huir de ti para siempre, y a esconder mi vida detestable en los horribles climas donde no llega la luz del sol, y donde reinan siempre el horror y la oscuridad. Y no creas que voy huyendo de la muerte. ¿Qué hay en ella de horrible para los desdichados? ¡Ah!, lejos de tu vista, el dolor de haberte ofendido será para mi alma un suplicio más duro y más terrible que la muerte misma.

LAURA.- (Como arriba.) Buen Dios, ¿por qué delito castigas a esta desdichada?

TORCUATO.- ¡Triste esposa! Yo soy el único autor de tus desdichas... Soy un monstruo, que está envenenando tu corazón y llenándole de amargura. ¡Ah! ¡mi silencio...! A lo menos, si después de perderla conservase su estimación...

Escena VI

FELIPE, los dichos.

FELIPE,- (Asustado.) Señor, señor...

TORCUATO.- ¿Qué? ¿Qué quieres?

FELIPE.- Acaban de traer preso al señor don Anselmo a una de las torres de este alcázar. Yo estaba sobre el foso disponiendo las zagas, y le vi entrar. También me vio su merced, y me dijo al paso: «Corre, Felipe; corre, dile a tu amo lo que pasa; que vaya sin cuidado; que no se detenga, y que me escriba desde Madrid.»

TORCUATO.- (Con notable admiración y susto.) ¡Oh, Dios, qué golpe tan terrible!

FELIPE.- Dicen los que le trajeron que es quien mató al señor marqués, y que Juanillo lo ha declarado.

TORCUATO.- Bien está; vete. (Se va FELIPE.)

Escena VII

TORCUATO, LAURA.

TORCUATO.- (Resolviéndose, después de una gran pausa.) No, yo no sufriré que padezca un momento por mi causa. Él está inocente, y voy a socorrerle.

LAURA.- (Deteniéndole.) ¡A socorrerle! ¿Y podrás hacerlo sin exponer tu vida?

TORCUATO.- Pero, Laura, ¿cómo he de sufrir que padezca mi amigo por mi culpa? ¿Le veré arrestado, deshonrado y tenido por delincuente, sin correr a ayudarle, siendo el único autor de su

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calamidad? No, no; voy a delatarme, a librar su preciosa vida y a morir, pues solo soy digno de este infortunio.

LAURA.- ¿Y las lágrimas de tu esposa, hombre cruel, no podrán reprimir tus ímpetus violentos? ¿Quieres exponer mi triste vida a nuevos desconsuelos? Sosiégate, desdichado, y ten compasión de esta infeliz. Don Anselmo está inocente; el cielo velará sobre su vida, y nos dará medios de conservársela. Salva ahora la tuya, pues nos importa tanto. Huye, huye al instante de este funesto clima, donde te persigue el infortunio, y deja a nuestro cuidado la libertad de tu amigo.

TORCUATO.- No, querida Laura; no puedo obedecerte. Las cosas han tomado otro semblante, y yano puedo separarme de aquí sin hacer traición al más honrado y digno amigo. Anselmo está preso por mi causa. Conozco su corazón; es incapaz de descubrirme, y antes correrá mil veces a la muerte,que contribuya a la desgracia de un amigo. Yo no expondré temerariamente mi vida, no, Laura mía; tú me la haces amable; pero tampoco puedo abandonarle. Voy a enterarme de todo, a poner en salvosu vida y su reputación, y en fin, si no pudiere conseguirlo, a tomar el partido que me dicten el honor y la amistad.

Escena VIII

LAURA.- (Sentada y muy afligida.) Yo no sé dónde estoy... El cielo sin duda se complace en llenar mi corazón de susto y desconsuelo... ¡Desventurada! Aún no ha dos horas que gozaba de la dicha más pura, y ahora, rodeada de aflicciones, me veo expuesta a perder lo que idolatro. ¡Cruel esposo! Tu silencio... ¿Era indigno mi corazón de tu confianza? ¡Ah, si conocieras la ternura con que te ama...! Pero yo soy injusta; tú me amabas también; temías perderme y un exceso de amor te hizo conmigo delincuente... ¿Y sufriré que tu vida en tan urgente riesgo...? (Levantándose.) No; corro a defenderte... (Deteniéndose.) ¿Y a quién acudiré con mis lágrimas...? Mi padre... ¡Ah!, ¿podrá sufrirmi padre que interceda por el matador de mi esposo? (Con resolución.) Pero este mismo, ¿no es mi esposo también? Sí; ya reconozco mi primera obligación. (Viendo a su padre.) Padre...

Escena IX

SIMÓN, LAURA.

SIMÓN.- (Desde la puerta.) ¡Vaya, vaya, que la hemos hecho buena! Laura, ¿no sabes lo que pasa? ¡Jesús! ¡Jesús! Estoy aturdido. El amigote de tu marido está en la torre, y dicen es quien mató al marqués. ¿Quién lo creyera? ¡Sobre que no se puede fiar de los hombres! Pero a fe que no le arriendo la ganancia. Ya, ya el amigo don Justo le dirá cuántas son cinco. Que vaya, que vaya ahoraa defenderle tu marido con sus filosofías. Qué, ¿no hay más que andarse matando los hombres por frioleras, y luego disculparlos con opiniones galanas? Todos estos modernos gritan: la razón, la humanidad, la naturaleza. Bueno andará el mundo cuando se haga caso de esas cosas. Pero don Justo...

Escena X

JUSTO, el ESCRIBANO, los dichos.

JUSTO.- (Al ESCRIBANO, en el fondo.) Don Claudio, váyase a descansar un rato, y vuelva después de las dos.

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ESCRIBANO.- Señor, las doce han dado ya.

JUSTO.- Y bien, ¿no le bastan dos horas para comer y reposar? Ponga esos papeles sobre mi bufete,y vuelva a la hora que le digo. (El ESCRIBANO pasa con los papeles a un cuarto interior, y vuelve a salir por la misma pieza.)

SIMÓN.- (Viéndole pasar.) ¡Eh! Yo apuesto a que no va contento. Este bribón querrá trabajar poco,y que la comisión dure mucho... Sí, a mí con esas.

Escena XI

JUSTO, SIMÓN, LAURA.

JUSTO.- (Acercándose.) ¡Quién podrá reposar tranquilo mientras los infelices maldicen su descanso!

SIMÓN.- Vaya, señor don Justo, que esta mañana se ha trabajado mucho.

JUSTO.- Sí, amigo; pero se ha adelantado poco.

SIMÓN.- ¡Poco! Pues ¿no habéis atrapado dos reos, que se escaparon a la penetración de mi alcaldemayor?

JUSTO.- Cierto es; pero, si no me engaño, aún estamos muy lejos de la verdad. (A LAURA.) Señora, ¿por qué estáis tan triste? ¿Qué...?

SIMÓN.- No hagáis caso de niñerías. Su marido se va a Madrid por una o dos semanas, y ved ahí loque la tiene sin consuelo.

Escena XII

TORCUATO, FELIPE, los dichos.

FELIPE.- (A su amo, en el fondo.) Conque, ¿les digo que se vayan?

TORCUATO.- Sí; págales el día, pues ya no los necesito.

FELIPE.- Jamás le vi tan impertinente. (Se va FELIPE.)

SIMÓN.- Pues qué, Torcuato, ¿ya no te vas?

TORCUATO.- No, señor; no puedo desamparar a mi amigo.

JUSTO.- Si yo fuese delicado, señor don Torcuato, atribuiría esta ausencia a la incomodidad de mi hospedaje; pero tengo de vos mejor opinión.

TORCUATO.- Señor, las personas de vuestro mérito, lejos de incomodar, hacen dichoso a cualquiera que las obsequia. Un negocio doméstico me obligaba a pasar a Madrid; pero vos me habéis detenido, arrestando a un amigo, a quien no puedo desamparar.

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JUSTO.- Siempre me es apreciable vuestra compañía; pero no quisiera lograrla a tanta costa. La suerte de don Anselmo me compadece mucho, y la amistad con que le honráis no es lo que menos me interesa en su favor.

TORCUATO.- Nunca tendréis que arrepentiros de haberle honrado con vuestra compasión, pues además de sus buenas cualidades, tiene, para merecerla, la de ser inocente. (Al oír esto se inmuta LAURA.)

JUSTO.- Así lo espero. Su semblante, su compostura y la serenidad que manifiesta, no son compatibles con una conciencia delincuente. Pero él se ha obstinado en callar cuanto sabe sobre el desafío y muerte del marqués, y esto no se lo perdonarán las leyes.

SIMÓN.- ¡Oh! Cuando lo sabe y no lo dice, algo será ello. Señor don Justo, no hay que juzgar a los hombres por sus semblantes; reos he visto yo que parecían unos santos, y eran peores que Barrabás.

TORCUATO.- No es Anselmo de ese número, ni es tan fácil a los perversos ocultar la iniquidad de su corazón. En fin, soy su amigo, y debo hacer por él cuanto me permitan el honor y la justicia.

JUSTO.- (Aparte.) ¡Qué juicio, qué compostura! No he visto mozo más cabal.

Escena XIII

JUAN, los dichos.

JUAN.- (En el fondo.) Señores, la sopa está en la mesa.

SIMÓN.- ¡Santa palabra! Vamos, vamos a comerla antes que se enfríe, que lo demás lo descubrirá el tiempo.

Escena XIV

TORCUATO.- (Muy pensativo y paseando.) En fin, ya no hay recurso... Ya no puedo salvar a mi amigo sin exponer mi propia vida. ¡Anselmo tiene contra sí tantas sospechas...! Si se obstina en callar, sufrirá todo el rigor de la ley... Y tal vez la tortura... (Horrorizado.) ¡La tortura...! ¡Oh nombre odioso! ¡Nombre funesto...! ¿Es posible que en un siglo en que se respeta la humanidad y en que la filosofía derrama su luz por todas partes, se escuchen aun entre nosotros los gritos de la inocencia oprimida...? Pero ¿sufriré yo que por mi causa...? No; el honor me sujeta a la dureza de las leyes, y yo sería digno de ella si le expusiese por evitarla. Perdona, triste Laura, tú, cuyas virtudes eran dignas de suerte más dichosa; perdona a este infeliz el sacrificio que va a hacer de unavida que es tuya, en las aras del honor y de la amistad.

Acto III

El teatro representa lo mismo que en el acto primero.

Escena I

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JUSTO, SIMÓN, TORCUATO.

JUSTO.- Sí, señor don Torcuato; quien sabe de los autores de un delito, debe esta triste noticia a la causa pública y a la seguridad de los demás. Las leyes no pueden castigar los delitos si antes no los prueban. ¿Y cómo los probarán si miran con indiferencia la ocultación de la verdad? Así que don Anselmo podrá estar inocente en cuanto al desafío; pero él contesta haber gratificado al criado del marqués, enviádole a Madrid y mantenídole a su costa hasta el día; y esto supone que tiene noticia de la ejecución, y aun del autor del delito. Os aseguro que esto mismo excita mi compasión hacia él,pues conozco que por un efecto de generosidad labra su propia ruina por evitar la de algún otro.

SIMÓN.- Allá se las avenga; si no quiere pernear, que cante de plano. Tú, hijo mío, ya has abogado bastante en su favor; deja ahora que el señor don Justo haga su oficio, pues sabe lo que se hace.

TORCUATO.- (A SIMÓN.) También sé yo lo que me toca hacer por un amigo de cuya inocencia estoy seguro. (A JUSTO.) ¿Y habrá algún inconveniente en que yo le hable?

JUSTO.- No os lo permitirán sin orden mía; pero os la daré, y no habrá embarazo. (JUSTO se acerca a la mesa, escribe un papel, le entrega a TORCUATO, y éste se retira. JUSTO, viendo ir a TORCUATO.) ¡Cuánto me compadece! La suerte de su amigo le tiene inconsolable. ¡Qué corazón tan honrado!

Escena II

JUSTO, SIMÓN.

JUSTO.- (Paseándose.) Mucho me agradan, señor don Simón, el juicio y los talentos de este mozo. La señora Laura será muy dichosa en su compañía.

SIMÓN.- ¡Oh! Ella está loca de contento. Es verdad que salió de un marido tan malo... El marqués era un calaverón de cuatro suelas. ¡Qué malos ratos dio a la muchacha, y qué pesadumbres a mí! A los ocho días de casado ya no hacía caso de ella, y a los dos meses no tenía de la dote ni dos cuartos. Ahí nos engañaron con que sus parientes eran grandes señores en la corte, y nos hicieron creer... ¡Eh!, palabrones de cortesanos, que se llevó el viento. ¡Oh! Torcuato, Torcuato es otra cosa. ¡Qué mujer era su tía! Yo la conocí mucho en Salamanca. A su muerte le dejó una corta herencia, porque siempre le quiso como si fuera su hijo; y aun hubo malas lenguas... Pero era muy virtuosa; Dios la tenga en descanso. En fin, las locuras del marqués me dejaron harto de señoritos; con que, por no tropezar con otro, viendo que Laura quedaba viuda y niña, y que Torcuato la tenía inclinación, se la ofrecí, sin esperar que él la pidiese, y hoy viven ambos dichosos y contentos.

JUSTO.- ¿Y no pensáis en darle algún destino?

SIMÓN.- ¿Destino? No, señor; soy ya muy viejo; mañana o esotro me moriré, les dejaré cuanto tengo y con ello podrán vivir sin quebraderos de cabeza. ¿Destino? ¡Buena es esa! Los hombres de empleo no sosiegan un instante. ¡Yo no sé cómo pretenden los que tienen con qué pasar! Y luego, ¡se premia tan mal...!

JUSTO.- Señor don Simón, para el hombre honrado la satisfacción de servir bien es el mejor premio.

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SIMÓN.- ¿Y os parece que la alcanzan los que sirven mejor? No, por cierto. Hasta el crédito y la buena fama se reparte sin ton ni son. ¡Ah, señor!, vos no conocéis todavía el mundo. Antiguamente era otra cosa; pero hoy se juzga sólo por apariencias. Todo consiste en un poco de maña y de ingeniatura. Los hombres honrados por lo común son modestos; pero los pícaros sudan y se afanan por parecer honrados, con que pasa por bueno, no el que lo es en realidad, sino el que mejor sabe fingirlo.

JUSTO.- En todo caso el hombre de bien, después de haber cumplido con sus deberes, vivirá contento y la injusticia de los que le juzguen no podrá quitarle su tranquilidad, que es el más dulce fruto de las buenas acciones.

Escena III

ESCRIBANO, los dichos.

ESCRIBANO.- (A la puerta.) Señor, las dos han dado.

JUSTO.- Bien está (A SIMÓN.) Yo trataré de volver a buen tiempo para haceros la partida.

SIMÓN.- Señor, vos trabajáis mucho y a malas horas, cuidad más de vuestro descanso; que al cabo de la jornada sale más bien librado el que se incomoda menos.

JUSTO.- Este hombre tiene muy buen corazón, pero muy malos principios. (El ESCRIBANO entra,y vuelve a salir con los papeles que dejó en el acto antecedente. Con él sale un criado, que entrega aJUSTO bastón, sombrero y espada, y se van.)

Escena IV

SIMÓN.- El hombre no sosiega. Con el bocado en la boca vuelve a su trabajo. ¡Fuego de Dios! El que cogiere debajo, no se le ha de escapar a dos tirones.

Escena V

LAURA, SIMÓN.

LAURA.- (Asustada.) Señor, ¿habéis visto a Torcuato?

SIMÓN.- Poco ha que salió de aquí. Pero ¿qué tienes, muchacha? ¿Por qué vienes tan asustada...? Tú has llorado... ¿eh?

LAURA.- ¡Ay, padre!

SIMÓN.- Pues ¿qué? ¿Qué te ha dado? ¿Has perdido el juicio? Yo no os entiendo. Desde que tu marido resolvió su viaje, andas tan alborotada y tan triste, que no te conozco; y el otro, desde que prendieron a su amigote, anda también fuera de sí. Antes mucha prisa por irse, y ahora ya parece que no se va... Aquí estuvo charlando una hora con don Justo sobre las cosas de don Anselmo, y al fin se fue diciendo que iba a verle.

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LAURA.- (Más asustada.) ¿Y qué? ¿Le habéis dejado ir?

SIMÓN.- (Sereno.) ¿Dejado? ¿Por qué no?

LAURA.- ¡Ay, padre, yo temo una desgracia!

SIMÓN.- (Cuidadoso.) ¿Una desgracia? ¿Cómo...?

LAURA.- ¡Ah! No ha querido oírme... Sin duda se complace en hacerme desdichada... Tal vez a la hora de ésta...

SIMÓN.- Pero, muchacha... (Viendo a FELIPE, que entra corriendo y lloroso.) ¿Otra tenemos?

Escena VI

FELIPE, los dichos.

FELIPE.- (Sollozando.) ¡Ay, señor, qué desgracia! ¡Quién creyera lo que acaba de suceder!

SIMÓN.- Pues ¿qué...? ¿Qué hay? ¿Qué traes? ¡Jesús! Hoy todos andan locos en mi casa.

FELIPE.- Señor, yo estaba en este instante con los centinelas que guardan al señor don Anselmo, cuando veo a mi amo llegar a la torre con mucha prisa, diciendo que quería hablarle; y aunque los soldados trataban de estorbárselo, manifestó una orden del señor don Justo, y le dieron entrada. Al punto corre hacia su amigo, le abraza, y sin reparar en los que estaban presentes: «Anselmo, le dice,yo vengo a librarte; no es justo que por mi causa padezcas inocente». Don Anselmo, que conoció suidea, procuró contenerle para que callase, le hizo mil señas, le interrumpió mil veces, y hasta le tapóla boca; pero todo fue en vano, porque mi amo, desatinado y como fuera de sí, proseguía diciendo a voces que él había dado muerte al señor marqués. A este tiempo entra el señor don Justo, a quien miamo repite la misma confesión, intercediendo por su amigo y asegurándole que estaba inocente. De todo tomó razón el escribano, y ya quedan examinándolos. Don Anselmo quería persuadir al juez que él sólo era el reo; pero mi amo se afligió tanto e hizo tantas protestas, que le obligó a desdecirse. El señor don Justo queda sorprendido sobremanera, su amigo confuso e inconsolable y hasta los centinelas, viendo su generosidad, lloraban como unas criaturas. No, yo no puedo vivir si pierdo a mi amo.

LAURA.- ¡Ah, mi corazón me anunciaba esta desgracia! ¡Padre mío...!

SIMÓN.- (Paseándose muy aprisa.) ¡Yo no sé dónde estoy...! ¡Qué! ¿Torcuato...? ¿Mi yerno...? No, no puede ser... Felipe, ¿estás bien seguro?

FELIPE.- Ay, señor, ¡ojalá no lo estuviera! Por señas, que antes de apartarse de nuestra vista, me dijo: «Corre, querido Felipe; dile a mi esposa que ya está vengada; pero que si la interesa mi sosiego, me restituya su gracia y moriré contento».

LAURA.- ¡Que le restituya mi gracia...! ¡Ah, si pudiera salvarle a costa de mi vida! ¡Desdichada de mí...! ¿A quién acudiré? ¿Quién me socorrerá en tan terrible angustia? ¡Querido padre! ¿Vos me abandonáis en este conflicto? ¿Cómo no volamos a socorrerle?

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SIMÓN.- No, hija mía; yo no lo creo aún, ¡Qué!, ¿tu marido? ¿Torcuato? No, no puede ser... ¿Cómo es posible que nos engañara...? (Después de una larga pausa.) Pero si es cierto, si ha sido capaz de una superchería tan infame... No, Laura; no lo esperes, yo no podré perdonársela; antes seré el primero que clame por su castigo... ¿Pues qué?, después de haberle hospedado y protegido, de haberle agregado a mi familia y tenídole en lugar de hijo, ¿habrá sido capaz de olvidar todos mis beneficios y de engañarme de esta suerte...? Pero, no, no puede ser... yo no lo creo... Él es allá medio filósofo, y tal vez querrá librar a su amigo por medio de una acción generosa.

LAURA.- No, señor; ya es tiempo de hablar con claridad; su delito es cierto; él mismo me lo ha confesado.

SIMÓN.- (Muy enojado.) ¿Él te lo ha confesado? ¿Y tuviste sufrimiento para oírlo? ¡Pícaro engañador! ¡Llenar de aflicción la familia donde estaba acogido, asesinar al que yo tenía en lugar dehijo, aspirar a la mano de su misma viuda, y lograrla por medio de un engaño...! No, Laura; él es muy digno de toda nuestra cólera, y tú misma no puedes olvidar los agravios que te ha hecho.

LAURA.- Padre mío, estoy muy segura de su inocencia. No, Torcuato no es merecedor de los viles títulos con que afeáis su conducta... Sobre todo, señor, él es mi esposo. Y debo protegerle; vos sois mi padre, y no podéis abandonarme... (SIMÓN continúo paseándose, sin ceder de su enojo.) Pero si vuestro corazón resiste a mis suspiros, yo iré a lanzarlos a los pies del señor don Justo; su alma piadosa se enternecerá con mis lágrimas; le ofreceré mi vida por redimir la de mi esposo; y si no pudiese salvarle moriremos juntos, pues yo no he de sobrevivir a su desgracia.

SIMÓN.- (Más aplacado.) ¡Laura, Laura...! Yo no sé lo que me pasa; tantas cosas como han sucedido en solo un día me tienen sin cabeza... ¿Y qué? ¿Qué puedo hacer en su favor, aunque quisiera protegerle? No; su delito es de aquellos que nunca perdonan las leyes; su juez es justo y recto, y las consecuencias son muy fáciles de adivinar.

LAURA.- ¿Conque todos me abandonarán en esta tribulación? ¿Y vos también, padre cruel, queréisver a vuestra hija reducida a nueva y más desamparada viudez? ¡Almas sin compasión! Las lágrimas de una desdichada... Pero no importa; yo sola correré... (Quiere irse, y se detiene viendo a ANSELMO.)

Escena VII

ANSELMO, los dichos.

LAURA.- ¡Ay, don Anselmo! Ya lo sabemos todo.

ANSELMO.- Señora, no soy capaz de explicaros cuánta es mi aflicción. ¡Generoso amigo...! ¡Con cuánto gusto hubiera dado la vida por salvarle! Pero la suya queda en el más terrible riesgo... No; yono puedo abandonarle en esta situación; desde ahora voy a sacrificar mi caudal y mi vida por su libertad. Si fuere preciso, iré a los pies del Rey... Pero, señor... (A SIMÓN.) No perdamos tiempo; juntemos todos nuestros ruegos, nuestras lágrimas...

LAURA.- (Con eficacia.) Sí, padre mío; él está inocente y es muy digno de vuestra protección. ¡Ah!, en su alma virtuosa no caben el dolo y la perversidad que caracterizan los delitos.

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SIMÓN.- Pero, señores, lo que yo no puedo comprender es por qué este hombre nos calló su situación. Al fin, si me lo hubiera dicho, yo no soy ningún roble... Pero haber callado... haberse casado...

ANSELMO.- ¡Ay, señor! Él es muy disculpable; el amor que profesaba a Laura y el temor de perderla le alucinaron. Creedme, señor don Simón; yo era testigo de todos sus secretos. Apenas se celebraron las bodas, cuando un continuo remordimiento empezó a destrozarle el corazón, y en sus angustias lo que más le afligía era el temor de perder a Laura y de disgustar a su bienhechor.

LAURA.- ¡Esposo desdichado! Yo no te merecía.

SIMÓN.- (Enternecido.) ¡Pobrecita...! Sosiégate, hija mía, y no te abandones al dolor con tanto extremo. Sus lágrimas me enternecen... (Viendo a JUSTO.) ¡Ah, señor don Justo!

Escena VIII

JUSTO, los dichos.

JUSTO.- (En el fondo de la escena.) ¡Cuán graves y penosas son las pensiones de la magistratura!

LAURA.- (A JUSTO.) ¡Ay, señor, si pudiesen las lágrimas de una desdichada...!

JUSTO.- ¡Qué terrible conflicto! Yo he traído la tribulación al seno de esta familia. (A LAURA.) Señora, la virtud y generosidad de don Torcuato excitan mi compasión aún más eficazmente que vuestras lágrimas, y me hallo más interesado en favor suyo de lo que podéis imaginar. Sosegaos, pues, y confiad en la Providencia, que nunca desampara a los virtuosos.

SIMÓN.- ¡Ay, señor don Justo! ¿quién nos diría que vuestro amigo y mi yerno era el delincuente que buscábamos?

JUSTO.- ¡Ah! no podré yo explicar la turbación que causó en mi alma su vista al llegar a la torre. La presencia de don Anselmo, lleno de prisiones, le tenía fuera de sí, y apenas me vio, cuando empezó a clamar por su libertad con un ardor increíble: pero no bien le miró libre, cuando volvió repentinamente a su natural compostura. Mientras duró la confesión se mantuvo tranquilo y reposado, respondió a los cargos con serenidad y con modestia; y aunque conocía que su delito no tenía defensa alguna contra el rigor de las leyes, no por eso dejó de confesarle con toda claridad. La verdad pendía de sus labios, y la inocencia brillaba en su semblante. Entretanto estaba yo tan conmovido, tan sin sosiego, que parecía haber pasado al corazón del juez toda la inquietud que debiera tener el reo. En medio de este conflicto, ciertas ideas concurrieron a alterar mi interior... ¡Qué ilusión! (A LAURA.) Pero, señora; pensad en vuestro reposo, y moderad los primeros ímpetusdel dolor. Señor don Simón, no la abandonéis en situación en que tanto os necesita. Su esposo me laha recomendado con la mayor ternura, y este era el único cuidado que afligía su buen corazón.

LAURA.- ¡Desventurada!

ANSELMO.- ¡Ah, mi buen amigo!

SIMÓN.- Sí, hija; vamos a pensar en tu alivio, y cuenta con la ternura de un padre que no es capaz de olvidarse de tu bien. (Yéndose.) ¡Este don Justo es un ángel! Otros jueces hay tan desabridos, tansecos... No he visto otro por el término.

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JUSTO.- (Profundamente pensativo.) La fisonomía de don Torcuato... el tono de su voz... ¡Ah, vanas memorias...! Pero es forzoso averiguarlo.

Escena IX

ESCRIBANO, JUSTO.

ESCRIBANO.- Señor, acaba de llegar del Sitio un expreso con este pliego, y me ha pedido testimonio de la hora de su entrega.

JUSTO.- (Tomando el pliego.) Veamos. Id a despacharle.

Escena X

JUSTO (solo.)

JUSTO.- (Lee.) «Enterado el Rey de que las averiguaciones hechas últimamente en la causa del desafío y muerte del marqués de Montilla, en que V. S. entiende de su orden, han producido la prisión del sirviente del mismo marqués, que se hallaba prófugo en Madrid, y de que con este motivo se espera descubrir y arrestar al matador, quiere S. M. que, si así sucediese, proceda V. S. a recibir su confesión al reo; y no exponiendo en ella descargo o excepción que, legítimamente probados, le eximan de la pena de la ley, determine V. S. la causa conforme a la última pragmática de desafíos, consultando con S. M. la sentencia que diere, con remisión de los autos originales por mi mano; todo con la posible brevedad. Nuestro Señor guarde a V. S. muchos años. -San Ildefonso, etc. -Señor don Justo de Lara». (Paseándose con inquietud.) ¡Tanta priesa! ¡Tanta precipitación...! ¡Así trata la corte un negocio de esta importancia...! Pero no hay remedio; el Rey lo manda, y es fuerza obedecer. Yo no sé lo que me anuncia el corazón... Este don Torcuato... Él está inocente... Un primer movimiento... un impulso de su honor ultrajado... ¡Ah, cuánto me compadece su desgracia...! Pero las leyes están decisivas. ¡Oh, leyes! ¡Oh, duras e inflexibles leyes! En vano gritan la razón y la humanidad en favor del inocente... ¿Y seré yo tan cruel, que no exponga al Soberano...? No; yo le representaré en favor de un hombre honrado, cuyo delito consiste en haberlo sido.

Acto IV

El teatro representa el interior de una torre del alcázar, que sirve de prisión a TORCUATO. La escena es de noche. En esta habitación no habrá más adorno que dos o tres sillas, una mesa, y sobre ella un bujía. En el fondo habrá una puerta, que comunique al cuarto interior, donde se supone está el reo, y a esta puerta se verán dos centinelas. JUSTO está sentado junto a la mesa con aire triste, inquieto y pensativo, y el ESCRIBANO en pie, algo retirado.

Escena I

JUSTO, ESCRIBANO.

ESCRIBANO.- (Acercándose.) Señor, ya está todo evacuado; a las cinco y media en punto partió elposta con los autos y la representación.

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JUSTO.- Muy bien, don Claudio; idos a mi cuarto, y esperadme en él sin separaros un instante. Si alguno me buscare para cosa urgente, avisadme; y si no lo fuere, que nadie me interrumpa. Si volviese el expreso, traedle aquí con reserva; sobre todo, un profundo silencio...

ESCRIBANO.- Ya entiendo, señor. (Yéndose.) ¡Qué afligido está!

Escena II

JUSTO.

JUSTO.- (Después de alguna pausa.) En fin, he cumplido con mi funesto ministerio sin olvidar la humanidad. ¡Quiera el cielo que mis razones sean atendidas! Pero el Ministro no verá las lágrimas de estos infelices, ni los clamores de una familia desolada podrán penetrar hasta su oído... ¡Ve aquí por qué los poderosos son insensibles...! Sumidas en el fausto y la grandeza, ¿cómo podrán sus almas prestarse a la compasión? ¡Ah! ¡Desdichados los que se creen dichosos en medio de las miserias públicas...! Mas yo confío en la piedad del Soberano... Su ánimo benigno no puede desatender tan justas instancias. (Se levanta y pasea inquieto.) No sé de qué nace esta inquietud que me atormenta. ¿No pudiera ser que don Torcuato...? Haber nacido en Salamanca... No tener noticia de sus padres... Su edad... Su fisonomía... ¡Ah, dulce y funesta ilusión! ¡El fruto desdichado de nuestros amores pasó rápidamente de la cuna al sepulcro...! No obstante, quiero hablarle. (Llamando a los centinelas.) ¡Hola!, que venga el reo a mi presencia. (Se sienta. Los centinelas entran por la puerta del cuarto interior; salen luego con TORCUATO, que debe venir poco a poco por causa de los grillos, y le conducen hasta la presencia del Juez.)

Escena III

JUSTO, TORCUATO.

JUSTO.- Sí, yo le preguntaré... (Viéndole.) Su vista me quebranta el corazón. (A los centinelas.) Despejad. (A TORCUATO.) Sentaos. (Los centinelas se retiran, y TORCUATO se irá acercando poco a poco a una de las sillas, donde se sienta.) Sentaos, amigo mío; ya no soy vuestro juez, pues sólo vengo a consolaros y daros una prueba de lo que os estimo. Vuestra honradez me tiene sorprendido, y vuestra franqueza me parece digna de la mayor admiración; pero siento que os hayansido tan perjudiciales.

TORCUATO.- El honor, que fue la única causa de mi delito, es, señor, la única disculpa que pudiera alegar; pero esta excepción no la aprecian las leyes. Respeto, como debo, la autoridad pública, y no trato de eludir sus decisiones con enredos y falsedades. Cuando acepté el desafío prevíestas consecuencias; por no perder el honor me expuse entonces a la muerte, y ahora por conservarle la sufriré tranquilo.

JUSTO.- Pero ¡tanto empeño en callar las injurias con que os provocó vuestro agresor...! Tal vez su atrocidad, representada al Soberano...

TORCUATO.- ¡Ay, señor!, las leyes son recientes y claras, y no dejan refugio alguno al que acepta un desafío. ¿Por qué queríais que dejase perpetuados en el proceso los nombres viles...?

JUSTO.- Pues qué, ¿acaso el marqués...?

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TORCUATO.- Me habéis dicho que no me habláis como juez; por eso os voy a responder como amigo. Mi ofensor, señor, era uno de aquellos hombres temerarios a quienes su alto nacimiento y una perversa educación inspiran un orgullo intolerable. En nuestro disgusto me dijo mil denuestos, que yo disimulé a su temeridad. Me desafió varias veces, y yo me desentendí sin contestarle; pero alfin insistió tanto y llevó a tal extremo su provocación, que me echó en cara un defecto... El rubor nome deja repetirle. (TORCUATO se cubre el rostro.)

JUSTO.- Y bien, ¿qué os dijo? Habladme con lisura.

TORCUATO.- (Llorando.) ¡Ay, señor! entre mis desgracias cuento por la mayor la de no saber a quién debo la vida. Yo he sido fruto desdichado de un amor ilegítimo; y aunque este defecto estuvo siempre oculto, ciertos rumores... En fin, el marqués...

JUSTO.- (Sobresaltado y con prontitud.) Ya, ya entiendo... Y, con efecto, ¿habéis nacido en Salamanca?

TORCUATO.- Sí, señor; allí nací, y allí tuve mi primera educación.

JUSTO.- (Siempre sobresaltado.) ¿Y a quién la debisteis?

TORCUATO.- A una parienta de mi propia madre, que me negó siempre el dulce nombre de hijo.

JUSTO.- (Con mayor inquietud.) Pero ¿supisteis después que lo erais en efecto?

TORCUATO.- Una criada antigua me dio las únicas noticias que tengo de mi origen. Mi madre, señor, fue una de aquellas damas desdichadas a quienes el arrepentimiento de una flaqueza empeña para siempre en el ejercicio de la virtud. Su pundonor y su recato eran extremos. No se contentó conocultar al público su desgracia por los medios más exquisitos, sino que pensó toda su vida en remediarla. Una parienta anciana fue la única confidente de su cuidado; por medio de ésta me hizo criar en una aldea vecina a Salamanca; después me agregó a su familia con el título de sobrino, fingiendo que mis padres habían muerto en Vizcaya; y, en fin, engañó aun a su mismo amante, suponiendo mi muerte, y reservando para otro tiempo la noticia de mi existencia. Ni paró aquí su delicadeza; clamó continuamente por la vuelta de mi padre, a quien la necesidad obligara a buscar en países lejanos los medios de mantener honradamente una familia. Estaba ya cercana su vuelta, y para entonces preparado un matrimonio que debía asegurarme la noticia y la legitimidad de mi origen; pero la muerte desbarató estos proyectos. Un accidente repentino privó a mi madre de la vida, y a mí de tan dulces y legítimas esperanzas... Mas, señor, vos estáis inquieto; ¿sentís acaso alguna novedad?

JUSTO.- (Mirándole atentamente y conturbado en extremo.) No hay duda; él es... sí; él es...

TORCUATO.- ¡Señor...!

JUSTO.- (Esforzándose para mostrar serenidad.) No, amigo mío; no tengáis cuidado; y decidme: ¿nunca habéis sabido el nombre de ese padre desdichado?

TORCUATO.- No, señor; la única noticia que pude adquirir de él fue que había pasado con empleo a Nueva España y que debía regresar con la última flota.

JUSTO.- ¡Oh, Dios! ¡Oh, justo Dios! Mi corazón me lo había dicho... ¡Hijo mío...!

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TORCUATO.- (Asombrado.) ¡Qué! Señor, ¿es posible...?

JUSTO.- (Prontamente.) Sí, hijo mío; yo soy ese padre desdichado que nunca has conocido.

TORCUATO.- (De rodillas, y besando la mano de su padre con gran ternura y llanto.) ¡Mi padre...! ¡Ay, padre mío!, después de haber pronunciado tan dulce nombre, ya no temo la muerte.

JUSTO.- (Con extremo dolor y ternura.) ¡Hijo mío! ¡Hijo desventurado...! ¡En qué estado te vuelve el cielo a los brazos de tu padre!

TORCUATO.- (Como antes.) No, padre mío; después de haberos conocido, ya moriré contento.

JUSTO.- (Levantándole.) El cielo castiga en este instante las flaquezas de mi liviana juventud... Pero ¿sabes, hijo infeliz, cuál es tu desgracia? ¿Sabes cuánto debe ser mi dolor en este día...? ¡Ah!, ¿por qué no suspendí una hora, siquiera una hora...? Tu desdichado padre ha vuelto de su largo destierro sólo para ser causa de tu ruina... ¡Ay, Flora; por cuántos títulos me debe ser dolorosa la noticia de tu muerte!

TORCUATO.- (Con serenidad y ternura.) Bien sé, padre mío, cuál es mi situación y cuál el funesto ministerio que debéis ejercer conmigo. Pero suponiendo mi suerte inevitable, ¿no es un favor distinguido de la Providencia que me restituya a los brazos de mi padre? Ya no moriré con el desconsuelo de ignorar el autor de mis días; vos me confortaréis en el terrible trance, vuestra virtud sostendrá mi flaqueza; y a Laura, (enternecido), le quedará un digno consolador en su triste viudez.

JUSTO.- (Enternecido.) ¡Hijo infeliz! ¡Hijo digno de mejor suerte y de un padre menos desdichado!Tu virtud me encanta y tus discursos me destrozan el corazón... ¡Ah, yo pude salvarte, y te he perdido...! Sólo la bondad del Soberano... Sí; su corazón es grande y benéfico, y no desatenderá misrazones.

Escena IV

ESCRIBANO, los dichos.

ESCRIBANO.- (A JUSTO, desde el fondo de la escena.) Señor, el caballero Corregidor solicita entrar.

JUSTO.- (Al ESCRIBANO.) Aguardad un momento. (A TORCUATO.) Hijo mío, reserva en tu corazón este secreto, porque importa a mis ideas; y si el cielo no se doliere de este padre desventurado, ocultemos a la naturaleza un ejemplo capaz de horrorizarla.

ESCRIBANO.- (Desde la puerta.) ¡Con qué ternura le habla! Hasta le da el nombre de hijo por consolarle. ¡Oh, qué ejemplo tan digno de imitación y de alabanza!

JUSTO.- (Al ESCRIBANO.) Que entre. (El ESCRIBANO se retira, vuelve con SIMÓN hasta la puerta, y se va.)

TORCUATO.- Sólo me toca obedeceros.

Escena V

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SIMÓN, JUSTO, TORCUATO.

SIMÓN.- Perdonad, señor don Justo. Esta muchacha no me deja sosegar un instante; si no la detengo, ya venía despeñada a echarse a vuestros pies. Clama por su marido, y dice que no quiere separarse de su lado. También desea verle don Anselmo.

JUSTO.- ¡Ah, si supieran cuál es su suerte!

SIMÓN.- (A TORCUATO.) ¡Muy buena la hemos hecho, Torcuato! ¡Mira en qué estado nos has puesto!

JUSTO.- (Con gravedad.) Señor don Simón, ya no es tiempo de reconvenciones; si no os doléis de su triste situación, al menos no le aflijáis.

TORCUATO.- (A JUSTO.) Pero, señor, ¿se me negará el consuelo...?

JUSTO.- (Con blandura.) ¿Para qué queréis exponeros a la angustia de ver las lágrimas de vuestra esposa y vuestro amigo? Tan tiernos objetos sólo pueden serviros de mayor quebranto. Yo quiero excusárosle, amigo mío; retiraos un instante, y tratad de tranquilizar vuestro espíritu. Quizá en mejor ocasión podréis satisfacer tan justo deseo. (A los centinelas.) ¡Hola!, retiradle. (Los centinelasse van con TORCUATO en la misma forma que han salido.)

Escena VI

JUSTO, SIMÓN.

SIMÓN (Viendo salir a TORCUATO.) ¡Este mozo nos ha perdido! Mi casa está hecha una Babilonia; todos lloran, todos se afligen y todos sienten su desgracia. Ve aquí, señor don Justo, las consecuencias de los desafíos. Estos muchachos quieren disculparse con el honor, sin advertir que por conservarle atropellan todas sus obligaciones. No; la ley los castiga con sobrada razón.

JUSTO.- Otra vez hemos tocado este punto, y yo creía haberos convencido. Bien sé que el verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes. El hombre justo debe sacrificar a su conservación todas las preocupaciones vulgares; pero por desgracia la solidez de esta máxima se esconde a la muchedumbre. Para un pueblo de filósofos sería buena la legislación que castigase con dureza al que admite un desafío, que entre ellos fuera undelito grande. Pero en un país donde la educación, el clima, las costumbres, el genio nacional y la misma constitución inspiran a la nobleza estos sentimientos fogosos y delicados a que se da el nombre de pundonor; en un país donde el más honrado es el menos sufrido, y el más valiente el que tiene más osadía; en un país, en fin, donde a la cordura se llama cobardía, y a la moderación falta deespíritu, ¿será justa la ley que priva de la vida a un desdichado sólo porque piensa como sus iguales;una ley que sólo podrán cumplir los muy virtuosos o los muy cobardes?

SIMÓN.- Pero, señor; yo creía que el mejor modo de hacer a los mozos más sufridos era agravar laspenas contra los temerarios.

JUSTO.- Cuando haya mejores ideas acerca del honor, convendrá acaso asegurarlas por ese medio; pero entre tanto las penas fuertes serán injustas y no producirán efecto alguno. Nuestra antigua legislación era en este punto menos bárbara. El genio caballeresco de los antiguos españoles hacía

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plausibles los duelos, y entonces la legislación los autorizaba; pero hoy pensamos, poco más o menos, como los godos, y, sin embargo, castigamos los duelos con penas capitales.

SIMÓN.- Esos discursos, señor, son demasiado profundos; yo no soy filósofo ni los entiendo, pero estoy muy mal con que los mozos...

JUSTO.- (Con alguna aspereza.) Dejemos una contestación que debe afligirnos a entrambos, y vamos a consolar a Laura, pues tanto lo necesita.

SIMÓN.- Pero, decidme, ¿no habrá algún medio de salvar a Torcuato?

JUSTO.- (Con seriedad.) Esa pregunta es bien extraña en quien sabe las obligaciones de un juez. El órgano de la ley no es árbitro de ella. No tengo más arbitrio que el de representar; y pues habéis oído cómo pienso, podréis inferir si lo habré hecho con eficacia.

SIMÓN.- ¡Oh! pues si habéis representado, yo confío...

JUSTO.- No haréis bien en confiar. Las representaciones de un juez suelen valer muy poco cuando conspiran a mitigar el rigor de una ley reciente. Sin embargo, la Providencia... la piedad del Soberano...

Escena VII

ESCRIBANO, los dichos.

ESCRIBANO.- Señor, acaba de llegar el expreso.

JUSTO.- (Recibiendo el pliego.) Veamos... (Asustado.) No sé lo que me altera; el corazón no me cabe en el pecho.

SIMÓN.- ¿Qué tendrá, que tanto se ha turbado?

JUSTO.- (Leyendo en secreto la carta, manifiesta en su semblante grande conmoción y extremo dolor, y después de haber acabado se arroja en una silla.) ¡Oh, padre sin ventura! ¡Oh, hijo desdichado!

ESCRIBANO.- ¡Malo, malo! ¡Sin duda se ha confirmado la sentencia! (Se va el ESCRIBANO, y SIMÓN, como temeroso de interrumpir a JUSTO, se retira al fondo de la escena, sin resolverse a desampararle.)

SIMÓN.- Yo no comprendo... Él ha perdido el color... ¡Cuál se ha puesto, Dios mío! ¿Qué traerá esta carta? (Cuanto dice JUSTO en el resto de la presente escena, se entiende aparte.)

JUSTO.- Sí, sí; yo he sido el cruel que ha acelerado su desgracia... ¡Ah! Yo esperaba que mis clamores en favor de un inocente... ¡Hijo desventurado!

SIMÓN.- ¿Señor...? (Acercándose con timidez.) ¿Qué tendrá que tanto exclama?

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JUSTO.- (Sin oírle.) ¡No sólo aprueban su muerte, sino que quieren también atropellarla! (Levantándose.) No; al Soberano le han engañado. ¡Ah! Si hubiera oído mis razones, ¿cómo pudieranegarse su piadoso ánimo a la defensa de un inocente?

SIMÓN.- (Desde lejos.) Señor don Justo...

JUSTO.- (Paseando por la escena, como fuera de sí.) ¡Hijo mío! ¡Hijo desdichado! ¿Cómo he de consentir...? Iré a bañar los pies del mejor de los reyes con mis humildes lágrimas.

SIMÓN.- ¡Cuál está, Dios mío! ¡No sosiega un instante! Señor don Justo... Por vida de... Señor don Justo... Pero, ¡qué gritos...!

Escena VIII

LAURA, ANSELMO, los dichos.

(LAURA entra corriendo en la escena y ANSELMO deteniéndola.)

ANSELMO.- Señora, señora, deteneos.

LAURA.- (Mirando a todas partes.) ¡Qué! ¿Él correrá a la muerte, y yo no podré abrazarle...? Querido esposo, ¿dónde te esconden? ¿Quiénes son los crueles que nos separan?

SIMÓN.- ¡Hija mía! ¿Qué es esto...? Don Anselmo...

ANSELMO.- Señor, no he podido contenerla... El posta que llegó de la corte esparció la voz de que traía malas nuevas; entendiéronlo algunos de la familia, y sus lágrimas...

LAURA.-(A JUSTO, de rodillas.) ¡Ay señor! ¿Así abandonáis a vuestro amigo?¿Sufriréis que su esposa desventurada...?

JUSTO.- (Volviendo el rostro.) ¡Ve aquí lo que faltaba al complemento de mi desdicha! Señor don Simón, separad a vuestra hija de este sitio, donde nada es capaz de aliviar su dolor.

SIMÓN.- Vamos, hija, vamos.

LAURA- (Resistiéndose.) No, yo no me separaré de aquí... ¡Qué! Después de perderle, ¿me negarántambién el consuelo de morir en sus brazos? ¡Crueles! Todos son crueles con esta desdichada. (SIMÓN lleva casi violentamente a su hija, y ANSELMO pretende seguirlos, pero se detiene, avisado por JUSTO.)

Escena IX

JUSTO, ANSELMO.

JUSTO.- Quedaos, don Anselmo. Los sucesos de este triste día me han hecho conocer la fina amistad que profesáis a don Torcuato. ¿Queréis dar un paso en su favor, que le pueda librar de la desdicha que le amenaza?

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ANSELMO.- ¡Pues qué!, ¿lo dudáis, señor? ¡Ah!, no es posible comprender cuánto estimo sus virtudes ni cuánto me duele su triste situación. ¡Ah!, si pudiera a costa de mi vida...

JUSTO.- A menos costa podéis serle muy útil y defender la suya. A pesar de cuantas razones expuse en su favor, la corte ha resuelto lo que oiréis ahora.

ANSELMO.- ¡Oh, Dios!

JUSTO.- (Lee con dolor y turbación.) «He dado cuenta al Rey de la causa escrita sobre el desafío que hubo en esa ciudad el día 4 de agosto del año próximo pasado, entre el marqués de Montilla y don Torcuato Ramírez, de que resultó la muerte del primero; y sin embargo de cuanto V. S. expone en su representación a favor del homicida, S. M., considerando el escándalo que ha causado este suceso en esa ciudad, este real Sitio y todo el reino, singularmente cuando estaba tan reciente la publicación de su pragmática de 28 de abril del mismo año pasado, y teniendo asimismo presente que el reo está llanamente confeso en su delito, se ha servido resolver que V. S. ponga en ejecución la sentencia de muerte y confiscación que ha dado en dicha causa, concediendo al reo sólo el tiempopreciso para disponerse a morir como cristiano; y V. S. me dará cuenta de haberse ejecutado en la forma prevenida. -Nuestro Señor, etc.»

ANSELMO.- (Lloroso.) ¡Infeliz amigo! Yo no podré sobrevivir a tu muerte.

JUSTO.- ¡Desdichado! ¡Todos se compadecen de su desgracia! Sólo la corte está sorda a nuestros clamores. Pero, don Anselmo, aún no sabéis hasta dónde llega la desdicha de vuestro amigo.

ANSELMO.-¡Qué, señor!, ¿después de una sentencia...?

JUSTO.- Sí, amigo mío; esta bárbara sentencia ha sido dictada por su mismo padre.

ANSELMO.- (Asombrado.) ¿Vos padre suyo? ¡Oh, Dios!

JUSTO.- (Transportado de pena.) No, yo no soy su padre; soy un monstruo, que le ha dado la vida para arrebatársela después... ¡Insensato! Yo hubiera podido... Pero no perdamos, amigo, un tiempo tan precioso. La terrible sentencia se va a notificar a Torcuato; la corte está cerca; vos sois su amigo; tenéis en ella valedores... Tal vez nuestras instancias...

ANSELMO.- (Yéndose con precipitación.) Basta, señor, he entendido; no me detengo ni un instante.

JUSTO.- (Siguiéndole.) Si fuere preciso que el nombre de su padre...

ANSELMO.- (Desde la puerta, y sin volver el rostro.) Entiendo, entiendo.

Escena X

JUSTO, solo.

JUSTO.- ¡Santo Dios, encamina sus pasos...! Ve aquí el natural y dulce fruto de la virtud: todos se complacen en protegerla, y todos corren ansiosos a sostenerla en la adversidad. Pero ¡cuán débiles son sus apoyos contra la fuerza y el poder! ¡Virtud santa y amable! Tú serás siempre respetada de las almas sencillas; mas no esperes hallar asilo entre los vanos y poderosos... ¡Cuánto ha cambiado

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mi suerte en solo un día! ¿Es posible que me he de hallar en la dura necesidad de derramar mi propia sangre...? ¡Hijo desventurado...! ¡La mano de tu bárbaro padre te va a ofrecer el amargo cálizde la muerte! ¡Funesta obligación...! ¡Horrible ministerio...! Si acaso don Anselmo... ¡Ah!, ¡qué podrán sus débiles ruegos contra los de tantos importunos... contra el respeto de las leyes... contra lapreocupación del Gobierno...! ¡Ah!...

Acto V

Descúbrese a TORCUATO, sentado con prisiones y con la misma ropa que debe llevar al suplicio. JUSTO, algo distante, se pasea con aire profundamente inquieto y abatido. El ESCRIBANO estará retirado lejos de todos, y habrá centinelas dobles. La escena es de día.

Escena I

JUSTO, TORCUATO, el ESCRIBANO.

JUSTO.- (Al ESCRIBANO.) Dejadnos solos por un rato, y avisad cuando sea tiempo. (Se va el ESCRIBANO. Sacando el reloj.) Ya no me queda esperanza alguna... La hora funesta está cercana, y don Anselmo no parece... ¡Oh, justo Dios! ¿negaréis este consuelo a mis ardientes lágrimas?

TORCUATO.- (Con voz desmayada.) En este triste y pavoroso instante la imagen de Laura ocupa únicamente mi memoria, y el eco penetrante de sus suspiros resuena en el fondo de mi alma... ¡Ay, Laura! Yo no soy digno de tan amargas lágrimas... (Mirando a su padre.) Mi padre... ¡Ah! su venerable presencia y su tristeza me destrozan el corazón... ¡Oh, muerte! Sin

estos objetos tú no serías terrible a mis ojos. (Llamando a su padre.) Padre...

JUSTO.- (Sin oírle, y paseándose.) Hay que vencer tantas dificultades antes de hablar a un Soberano!

TORCUATO.- (Con voz más animada.) Padre...

JUSTO.- (Paseándose, pero sin volver el rostro.) Las lágrimas me ahogan... No puedo responderle.

TORCUATO.- (Esforzando más la voz.) Querido padre...

JUSTO.- (Prontamente.) ¡Hijo mío!

TORCUATO.- Yo estoy fatigado, y el peso de los grillos no me deja llegar a vuestras plantas... Mi hora se acerca... Dignaos de bendecir por la última vez a este hijo desgraciado.

JUSTO.- (Acercándose y tomando su mano.) ¡Hijo mío! Tus angustias se acabarán muy luego, y tú irás a descansar para siempre en el seno del Criador. Allí hallarás un Padre que sabrá recompensar tus virtudes.

TORCUATO.- Sí, venerado padre; voy a ofrecerle mi espíritu y a interceder en su presencia por los dulces objetos de que me separa su justicia... ¡Padre mío! Vuestro corazón y el de Laura, llenos de pureza y rectitud, tendrán todo su valor ante el Omnipotente! ¡Ah, qué consuelo! ¡Esperar en el senode la eternidad la compañía de dos almas tan puras!

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JUSTO.- Tú has cumplido, hijo mío, con todos tus deberes, y puedes creerte dichoso, pues vas a recibir el galardón. ¡Ah!, nosotros, infelices, quedamos sumidos en un abismo de aflicción y miseria, mientras tu espíritu sobre las alas de la inmortalidad va a penetrar las mansiones eternas y aesconderse en el seno del mismo Dios que le ha criado. Procura imprimir en tu alma estas dulces ideas; que ellas te harán superior a las angustias de la muerte. (A este tiempo se oye el reloj que da las once; TORCUATO se estremece; JUSTO, horrorizado, se aparta de él, volviendo el rostro a otrolado, e inmediatamente entra el ESCRIBANO.)

Escena II

ESCRIBANO, los dichos.

ESCRIBANO.- (Desde la puerta y con voz tímida.) Señor... la hora ha dado ya.

TORCUATO.- (Asustado.) ¡Oh, Dios...! Esta es la última de mi vida... Conque, ¿no hay remedio...?(Resignado, después de alguna pausa.) Vamos, pues, a morir.

JUSTO.- (Con extrema inquietud, paseando por el frente de la escena.) Este don Anselmo... ¡Don Anselmo...! ¡Gran Dios!, ¿así abandonáis al inocente...? (Hace seña al ESCRIBANO, que se habrá mantenido a la puerta).

Escena III

Los dichos.

El ESCRIBANO, sin salir, hace una seña desde la puerta, y a ella entran sucesivamente el ALCAIDE, la tropa y los ministros de Justicia. El ALCAIDE despoja a TORCUATO de sus prisiones; los soldados, con bayoneta calada, le rodean por todos lados, y la gente de justicia se coloca parte a la frente y parte cerrando la comitiva. El ESCRIBANO precede a todos. En este orden irán saliendo con mucha pausa, y entretanto sonará a lo lejos música militar lúgubre. JUSTO se mantiene inmoble en un extremo del teatro con toda la serenidad que pueda aparentar, pero sin volver el rostro hacia el interior de la escena.

TORCUATO.- (Mientras le quitan las prisiones.) Querido padre, yo os recomiendo la inocente Laura; sustituidla en lugar de este hijo, que vais a perder.

JUSTO.- Hijo mío, ella será mi único consuelo en las angustias que me aguardan.

TORCUATO.- (Empezando a salir.) ¡Padre! Adiós, querido padre. (JUSTO no le puede responder por el exceso de su dolor; se arroja en una silla, luego se reclina sobre la mesa, cubriendo su rostro con las manos, y entretanto acaba de salir todo el acompañamiento.)

JUSTO.- (Levantando las manos al cielo.) ¡Este don Anselmo...!

TORCUATO.- (Fuera de la escena.) ¡Adiós, querido padre! (JUSTO, al oírle, se vuelve a cubrir el rostro, y reclinado como antes, guarda silencio por un rato.)

Escena IV

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JUSTO, con voz interrumpida.

JUSTO.- ¡Hijo infeliz...! Yo soy quien te priva de la inocente vida... Lo que hice por salvarle ha sido tan poco... ¡Qué idea tan horrible...! Pero no hay remedio... Bien presto la fúnebre campana me avisará de su muerte... (Levantándose asustado.) Ya parece que suena en mis oídos. ¡Santo Dios! (Paseándose por la escena con suma inquietud.) No hallo sosiego en parte alguna. ¡Hijo desdichado!¿Es posible...? ¿Conque tu inocencia, tus virtudes, los ruegos de un amigo, los tiernos suspiros de una esposa, las lágrimas de un padre y el sentimiento universal de la naturaleza, nada pudo librarte de la muerte; de una muerte tan acerba y tan ignominiosa...? ¡Buen Dios! ¿Por qué no le socorres... (Asustado.) ¿Pero qué ruido se oye? ¿Si estará ya expirando?

Escena V

SIMÓN, LAURA, JUSTO.

LAURA entra en la escena corriendo, desgreñada y llorosa, y su padre deteniéndola.

SIMÓN.- (Desde el fondo.) Señor, señor; no puedo detenerla. Un solo instante que nos descuidamos...

LAURA.- (Mirando a todas partes.) No, no; todos me engañan. ¡Crueles! ¿Por qué me quitáis a mi esposo? ¿Dónde está? ¡Qué!, ¿no parece? ¿Se le han llevado ya? ¡Verdugos! ¡Crueles verdugos de mi inocente esposo! ¿Estaréis ya contentos...? No, él no ha muerto aún, pues yo respiro. Dejadme, dejadme que vaya a acompañarle; que la sangrienta espada corte a un mismo tiempo nuestros cuellos... ¡Querido esposo! ¡Ah! Tú lucharás también con tus verdugos por venir a unirte con tu Laura. ¿Por qué no quieren que expiremos juntos?

JUSTO.- (Procurando templar a LAURA.) ¡Hija...!

LAURA.- (Mirándole con horror.) Yo no soy vuestra hija, ¡cruel!, yo no soy vuestra hija. Vos me habéis quitado mi esposo; sí, vos me le habéis quitado. Y no os disculpéis con las leyes, con esas leyes bárbaras y crueles, que sólo tienen fuerza contra los desvalidos.

JUSTO.- ¡Qué alma podrá resistir a tantas aflicciones! (Se oye a lo lejos una confusa gritería, y casi al mismo tiempo el toque de la campana que se acostumbra en semejantes casos.) Pero, ¡qué oigo! ¡Qué rumor...! ¡Oh, santo Dios! Recibe su espíritu. (Se vuelve a arrojar en la silla, tomando la misma situación en que antes estuvo. LAURA corre como furiosa; su padre manifiesta también mucho dolor, y la sigue sin hablar.)

LAURA.- ¡Qué! ¿Ya expiró? No, no puede ser... Mi esposo... ¡Oh, triste; oh, desdichado esposo...! Tu sangre corre ya derramada... ¡Ah!, voy a detenerla. (Hace un esfuerzo por salir de la escena, y cae al suelo, oprimida del dolor.)

SIMÓN.- ¡Hija mía! ¡Hija de mi vida...! ¡Ah!, que no respira. (Aquí se hace una larga pausa, y durante ella continúa el sonido de la campana.)

JUSTO.- Este melancólico silencio llena mi alma de luto y de pavor. ¡Eterno Dios! ¡Tú has recibidoya su espíritu en la morada de los justos!

SIMÓN.- Hija mía... ¡Oh, padre desdichado!

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LAURA.- (Volviendo en sí.) Conque, ¿ya no hay remedio? Conque, el golpe fatal... No, yo no puedo vivir. ¡Querido esposo! ¡Ah, bárbaros! ¡Ah, crueles verdugos!

JUSTO.- Buen Dios, pues nos envías esta tribulación, conforta nuestras almas para sufrirla.

SIMÓN.- ¡Hija mía! ¡Querida Laura...!

LAURA.- (Levantándose con furor.) ¿Y el justo cielo no vengará la sangre del inocente? ¡Oh, Dios!Atiende a mi ruego, y haz que perezcan los verdugos que le han asesinado; que la triste sombra de mi inocente esposo llene sus corazones de susto y de zozobra; que los gritos, los atroces lamentos de su viuda infeliz, resuenen siempre en sus almas impías, que sean eterno objeto de tu terrible cólera. (Vuelve a caer en los brazos de su padre, como antes.)

SIMÓN.- ¡Hija...! El dolor la tiene sin sentido. ¡Hija mía...!

JUSTO.- ¡Ah! ¡Su dolor es muy justo! ¡Desventurada...! Pero ¿qué nuevo rumor? ¿Qué habrá sucedido...?

Escena VI

Los dichos.

(El ALCAIDE, el ESCRIBANO, EUGENIA y algunos otros domésticos salen apresurados a la escena, diciendo todos a una voz:)

¡Albricias, albricias!

SIMÓN.- Pues ¿qué? ¿Qué hay?

ESCRIBANO.- ¡Albricias! ¡El Rey le ha perdonado!

JUSTO y SIMÓN.- ¡Oh, Dios!

LAURA.- (Corriendo hacia el ESCRIBANO.) ¿Pues qué? ¿Vive? ¿Vive todavía? Amigo...

ESCRIBANO (Fatigado.) Si el señor don Anselmo tarda un instante más, todo se ha perdido; pero el cielo le trajo a tan buen tiempo... Sí, señores; vive aún, y está perdonado; este es su indulto. (Entrega un pliego a JUSTO.)

LAURA.- ¿Y dónde está? Vamos a verle. (SIMÓN la detiene.)

JUSTO.- (Abriendo el pliego, besa la real firma, la pone sobre la cabeza, y se retira a leer, diciendo): Al fin, ¡buen Dios!, los clamores de un padre desdichado no han sido vanos en tu adorable presencia.

SIMÓN.- (Al ESCRIBANO.) Pues vaya, hombre; cuéntenos lo que ha pasado, y sáquenos de dudas.

ESCRIBANO.- (Mientras lee JUSTO.) Yo no sé si podré, porque estoy tan alterado, tan gozoso... Ya todo estaba pronto, y el reo había subido a lo alto del cadalso; toda la ciudad se hallaba en la gran plaza de este alcázar, ansiosa de ver el triste espectáculo; el susto y la curiosidad tenían al

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pueblo en profundo silencio, y sólo se oía el funesto pregón de la sentencia y las voces de los religiosos que auxiliaban. Entretanto conservaba Torcuato en su semblante la compostura y gravedad de su natural, y los ojos de todo el concurso estaban clavados en él, cuando el verdugo le advirtió que había llegado su hora. Entonces, sereno y mesurado, se acomoda la lúgubre vestidura, tiende su vista por toda la plaza, la fija por un rato en este alcázar, y lanzando un profundo suspiro, se dispone para la sangrienta ejecución. Todos guardaban un melancólico silencio, y ya el verdugo iba a descargar el fatal golpe, cuando una voz que clamaba a lo lejos: «¡Perdón, perdón!» detuvo el impulso de su brazo. A esta voz siguió una grande y confusa gritería del pueblo, cuyo rumor engañóal que tenía a su cargo la campana; de suerte que el fúnebre sonido de ésta y las alegres voces del indulto y del perdón resonaron a un tiempo en todos los oídos. Ya a este punto llegaba don Anselmoa caballo al sitio del suplicio. El susto, el polvo y el sudor habían desfigurado su semblante de forma que nadie le conocía. Traía en su mano la real cédula de indulto, que me entregó al instante (JUSTO acaba de leer, y se acerca a oír al ESCRIBANO), y dándome orden de que viniese a presentarla, se apeó, subió al cadalso, y allí queda, dando tiernos abrazos a su amigo y bañando su rostro en lágrimas de gozo.

JUSTO.- ¡Ay, amigo!, corred; no os detengáis un punto, poned a mi hijo en libertad, y que venga al instante a nuestra vista. (El ESCRIBANO se va con precipitación.) ¡Oh, buen Dios! Mi corazón desfallece de contento. Sí, querida Laura; él es mi hijo, y tú lo eres también... Ven a mis brazos, y ayúdame a dar gracias a la Providencia por este inefable beneficio.

LAURA.- (Corriendo a abrazarle.) ¿Qué, señor? ¿Vos sois su padre?

SIMÓN.- ¿Su padre? ¿También tenemos ésa?

JUSTO.- Sí, soy su padre, y sin embargo, había decretado su muerte. ¡Ah! si el cielo no le hubiese salvado, sólo el sepulcro pudiera terminar mis tormentos. Sosiégate, querida hija, y tranquiliza tu espíritu agitado. En mejor tiempo te descubriré los designios de la Providencia sobre el origen de tu esposo.

LAURA.- (Besando la mano a JUSTO.) ¡Querido padre! El cielo me le vuelve por vuestra mano, y a su virtud y a la vuestra debo tan gran ventura.

SIMÓN.- Señores, cuanto pasa parece una novela; yo estoy aturdido, y apenas creo lo mismo que estoy viendo... Querida Laura, ven a los brazos de tu padre. (LAURA va a abrazar a su padre; pero viendo a su esposo, corre a encontrarle al fondo de la escena, donde se abrazan estrechamente.)

Escena VII

ANSELMO, TORCUATO, FELIPE, los dichos.

(TORCUATO, desgreñado, pero sin las vestiduras de reo, con semblante risueño, aunque muy conmovido. ANSELMO, lleno de polvo y en traje de posta.)

LAURA.- ¡Ah, querido esposo...!

TORCUATO.- (Corriendo a abrazarla.) ¡Ah, Laura mía...!

JUSTO.- (Abrazando a ANSELMO.) ¡Mi bienhechor, mi amigo! ¿Con qué podremos corresponder a tan sublime beneficio?

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ANSELMO.- En él mismo, señor, está mi recompensa. He tenido la dulce satisfacción de salvar a mi amigo.

TORCUATO.- (A su padre, abrazándole.) ¡Querido padre!

JUSTO.- Ven a mis brazos, hijo mío; ven a mis brazos... Tú serás el apoyo de mi vejez.

LAURA.- ¡Ah!, el gozo me tiene fuera de mí... Querido don Anselmo, yo seré eternamente esclava vuestra.

TORCUATO.- (A SIMÓN.) ¡Padre mío...!

SIMÓN.- (Abrazándole.) Buen susto nos has dado, hijo; Dios te le perdone... Vaya, señores, dejemos los abrazos para mejor tiempo, y díganos don Anselmo cómo se ha hecho este milagro.

ANSELMO.- Jamás sufrió mi alma tan terribles angustias. Cuando llegué a la corte estaba S. M. recogido, y mis gritos, mis clamores fueron vanos, porque nadie se atrevió a interrumpir su descanso. Yo no dormí en toda la noche ni un instante, pero tampoco dejé sosegar a nadie. El ministro, el sumiller, el mayordomo mayor, el capitán de guardias, todos sufrieron mis importunidades. En vano me decían que mi solicitud era inasequible; porque yo no los dejaba respirar. Al fin, por librarse de mí, ofrecieron pedir a S. M. una audiencia, y con esto los dejé por unrato; pero empleé el tiempo que restaba hasta la hora señalada en prevenir a los que debían extenderla cédula, en caso de ser el despacho favorable, con lo cual todos estuvieron prontos y propicios. A las siete me admitió el Soberano. Le expuse con brevedad y con modestia cuanto había pasado en eldesafío; le pinté con colores muy vivos el genio provocativo del marqués, el corazón blando y virtuoso de Torcuato, el candor y la virtud de su esposa, y sobre todo, la constancia y rectitud del juez, diciendo que era su mismo padre. El cielo sin duda animaba mis palabras, y disponía el corazón del Monarca. ¡Ah, qué Monarca tan piadoso! ¡Yo vi correr tiernas lágrimas de sus augustosojos! Después de haberme oído con la mayor humanidad: «La suerte de ese desdichado -me dijo- conmueve mi real ánimo, y mucho más la de su buen padre. Anda, ya está perdonado; pero no pueda jamás vivir en Segovia ni entrar en mi corte». Al punto me postré a sus pies y los inundé con abundoso llanto. Salgo corriendo, acelero el despacho, tomo el caballo, vuelo en el camino, y ¡oh, Dios!, un instante más me hubiera privado del mejor amigo.

TORCUATO.- Querido amigo, vuelve otra vez a mis brazos; tú has sido mi libertador. ¡Cuántos y cuán dulces vínculos unirán desde hoy nuestras almas!

JUSTO.- Hijos míos, empecemos a corresponder a los beneficios del Rey obedeciéndole. Vamos atratar de vuestro destino, y demos gracias a la inefable Providencia, que nunca abandona a losvirtuosos ni se olvida de los inocentes oprimidos.

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Gaspar Melchor de Jovellanos

SATIRA SEGUNDA A ARNESTO Perit omnis in illo nobilitas, cujus laus est in origine sola.(Lucano, Carm. ad Pison.)

¿De qué sirve la clase ilustre, una alta descendencia, sin la virtud? ¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas de pardomonte envuelto, con patillas de tres pulgadas afeado el rostro, magro, pálido y sucio, que al arrimo de la esquina de enfrente nos acecha con aire sesgo y baladí? Pues ése, ése es un nono nieto del Rey Chico. Si el breve chupetín, las anchas bragas y el albornoz, no sin primor terciado, no te lo han dicho; si los mil botones, de filigrana berberisca que andan por los confines del jubón perdidos no lo gritan, la faja, el guadijeño, el arpa, la bandurria y la guitarra lo cantarán. No hay duda: el tiempo mismo lo testifica. Atiende a sus blasones: sobre el portón de su palacio ostenta, grabado en berroqueña, un ancho escudo de medias lunas y turbantes lleno. Nácenle al pie las bombas y las balas entre tambores, chuzos y banderas, como en sombrío matorral los hongos. El águila imperial con dos cabezas se ve picando del morrión las plumas allá en la cima, y de uno y otro lado, a pesar de las puntas asomantes, grifo y león rampantes le sostienen. Ve aquí sus timbres, pero sigue, sube, entra y verás colgado en la antesala el árbol gentilicio, ahumado y roto en partes mil; empero de sus ramas, cual suele el fruto en la pomposa higuera, sombreros penden, mitras y bastones. En procesión aquí y allí caminan en sendos cuadros los ilustres deudos, por hábil brocha al vivo retratados. ¡Qué gregüescos! ¡Qué caras! ¡Qué bigotes!

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El polvo y telarañas son los gajes de su vejez. ¿Qué más? Hasta los duros sillones moscovitas y el chinesco escritorio, con ámbar perfumado, en otro tiempo de marfil y nácar sobre ébano embutido, y hoy deshecho, la ancianidad de su solar pregonan. Tal es, tan rancia y tan sin par su alcurnia, que aunque embozado y en castaña el pelo, nada les debe a Ponces ni Guzmanes. No los aprecia, tiénese en más que ellos, y vive así. Sus dedos y sus labios del humo del cigarro encallecidos, índe son de su crianza. Nunca pasó del B-A ba. Nunca sus viajes más allá de Getafe se extendieron. Fue antaño allá por ver unos novillos junto con Pacotrigo y la Caramba. Por señas, que volvió ya con estrellas, beodo por demás, y durmió al raso. Examínale. ¡Oh idiota!, nada sabe. Trópicos, era, geografía, historia son para el pobre exóticos vocablos. Dile que dende el hondo Pirineo corre espumoso el Betis a sumirse de Ontígola en el mar, o que cargadas de almendra y gomas las inglesas quillas surgen en Puerto Lápichi, y se levan llenas de estaño y de abadejo. ¡Oh!, todo, todo lo creerá, por más que añadas que fue en las Navas Witiza el santo deshecho por los celtas, o que invicto triunfó en Aljubarrota Mauregato. ¡Qué mucho, Arnesto, si del padre Astete ni aun leyó el catecismo! Mas no creas su memoria vacía. Oye, y diráte de Cándido y Marchante la progenie; quién de Romero o Costillares saca la muleta mejor, y quién más limpio hiere en la cruz al bruto jarameño. Haráte de Guerrero y la Catuja larga memoria, y de la malograda, de la divina Lavenant, que ahora anda en campos de luz paciendo estrellas, la sal, el garabato, el aire, el chiste,

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la fama y los ilustres contratiempos recordará con lágrimas. Prosigue, si esto no basta, y te dirá qué año, qué ingenio, qué ocasión dio a los chorizos eterno nombre, y cuántas cuchilladas, dadas de día en día, tan pujantes sobre el triste polaco los mantiene. Ve aquí su ocupación; ésta es su ciencia. No la debió ni al dómine, ni al tanto de su ayo mosén Marc, sólo ajustado para irle en pos cuando era señorito. Debiósela a cocheros y lacayos, dueñas, fregonas, truhanes y otros bichos de su niñez perennes compañeros; mas sobre todo a Pericuelo el paje, mozo avieso, chorizo y pepillista hasta morir, cuando le andaba en torno. De él aprendió la jota, la guaracha, el bolero, y en fin, música y baile. Fuele también maestro algunos meses el sota Andrés, chispero de la Huerta con quien, por orden de su padre, entonces pasar solía tardes y mañanas jugando entre las mulas. Ni dejaste de darle tú santísimas lecciones, oh Paquita, después de aquel trabajo de que el Refugio te sacó, y su madre te ajustó por doncella. ¡Tanto puede la gratitud en generosos pechos! De ti aprendió a reírse de sus padres, y a hacer al pedagogo la mamola, a pellizcar, a andar al escondite, tratar con cirujanos y con viejas, beber, mentir, trampear, y en dos palabras, de ti aprendió a ser hombre... y de provecho. Si algo más sabe, débelo a la buena de doña Ana, patrón de zurcidoras, piadosa como Enone, y más chuchera que la embaidora Celestina. ¡Oh cuánto de ella alcanzó! Del Rastro a Maravillas, del alto de San Blas a las Bellocas, no hay barrio, calle, casa ni zahúrda a su padrón negado. ¡Cuántos nombres y cuáles vido en su librete escritos! Allí leyó el de Cándida, la invicta,

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que nunca se rindió, la que una noche venció de once cadetes los ataques, uno en pos de otro, en singular batalla. Allí el de aquella siete veces virgen, más que por esto, insigne por sus robos, pues que en un mes empobreció al indiano, y chupó a un escocés tres mil guineas, veinte acciones de banco y un navío. Allí aprendió a temer el de Belica la venenosa, en cuyos dulces brazos más de un galán dio el último suspiro; y allí también en torpe mescolanza vio de mil bellas las ilustres cifras, nobles, plebeyas, majas y señoras, a las que vio nacer el Pirineo, des Junquera hasta do muere el Miño, y a las que el Ebro y Turia dieron fama y el Darro y Betis todos sus encantos; a las de rancio y perdurable nombre, ilustradas con turca y sombrerillo, simón y paje, en cuyo abono sudan bandas, veneras, gorras y bastones y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos; y en fin, a aquellas que en nocturnas zambras, al son del cuerno congregadas, dieron fama a la Unión que de una imbécil Temis toleró el celo y castigó la envidia. ¡Ah, cuánto allí la cifra de tu nombre brillaba, escrita en caracteres de oro, oh Cloe! solo deslumbrar pudiera a nuestro jaque, apenas de las uñas de su doncella libre. No adornaban tu casa entonces, como hogaño, ricas telas de Italia o de Cantón, ni lustros venidos del Adriático, ni alfombras, sofá, otomana o muebles peregrinos. Ni la alegraban, de Bolonia al uso, la simia, il pappagallo e la spinetta. La salserilla, el sahumador, la esponja, cinco sillas de enea, un pobre anafe, un bufete, un velón y dos cortinas eran todo tu ajuar, y hasta la cama, do alzó después tu trono la fortuna, ¡quién lo diría!, entonces era humilde. Púsote en zancos el hidalgo y diote

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a dos por tres la escandalosa buena que treinta años de afanes y de ayuno costó a su padre. ¡Oh, cuánto tus jubones, de perlas y oro recamados, cuánto tus francachelas y tripudios dieron en la cazuela, el Prado y los tendidos de escándalo y envidia! Como el humo todo pasó: duró lo que la hijuela. ¡Pobre galán! ¡Qué paga tan mezquina se dio a tu amor! ¡Cuán presto le feriaron al último doblón el postrer beso! Viérasle, Arnesto, desolado, vieras cuál iba humilde a mendigar la gracia de su perjura, y cuál correspondía la infiel con carcajadas a su lloro. No hay medio; le plantó; quedó por puertas... ¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego? ¡Bravo! Allí olvida su pesar. Prestóle un amigo... ¡Qué amigo! Ya otra nueva esperanza le anima. ¡Ah! salió vana... Marró la cuarta sota. Adiós, bolsillo... Toma un censo... Adelante; mas perdióle al primer trascartón, y quedó asperges. No hay ya amor ni amistad. En tan gran cuita se halla ¡oh Zulem Zegrí! tu nono nieto. ¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia un alfeñique perfumado y lindo, de noble traje y ruines pensamientos? Admiran su solar el alto Auseva, Limia, Pamplona o la feroz Cantabria, mas se educó en Sorez. París y Roma nueva fe le infundieron, vicios nuevos le inocularon; cátale perdido, no es ya el mismo. ¡Oh, cuál otro el Bidasoa tornó a pasar! ¡Cuál habla por los codos! ¿Quién calará su atroz galimatías? Ni Du Marsais ni Aldrete le entendieran. Mira cuál corre, en polisón vestido, por las mañanas de un burdel en otro, y entre alcahuetas y rufianes bulle. No importa: viaja incógnito, con palo, sin insignias y en frac. Nadie le mira. Vuelve, se adoba, sale y huele a almizcle desde una milla... ¡Oh, cómo el sol chispea en el charol del coche ultramarino!

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¡Cuál brillan los tirantes carmesíes sobre la negra crin de los frisones!... Visita, come en noble compañía; al Prado, a la luneta, a la tertulia y al garito después. ¡Qué linda vida, digna de un noble! ¿Quieres su compendio? Puteó, jugó, perdió salud y bienes, y sin tocar a los cuarenta abriles la mano del placer le hundió en la huesa. ¡Cuántos, Arnesto, así! Si alguno escapa, la vejez se anticipa, le sorprende, y en cínica e infame soltería, solo, aburrido y lleno de amarguras, la muerte invoca, sorda a su plegaria. Si antes al ara de Himeneo acoge su delincuente corazón, y el resto de sus amargos días le consagra, ¡triste de aquella que a su yugo uncida víctima cae! Los primeros meses la lleva en triunfo acá y allá, la mima, la galantea... Palco, galas, dijes, coche a la inglesa... ¡Míseros recursos! El buen tiempo pasó. Del vicio infame corre en sus venas la cruel ponzoña. Tímido, exhausto, sin vigor... ¡Oh rabia! El tálamo es su potro... Mira, Arnesto, cuál desde Gades a Brigancia el vicio ha inficionado el germen de la vida, y cuál su virulencia va enervando la actual generación. ¡Apenas de hombres la forma existe...! ¡Adónde está el forzudo brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello o de Paredes los robustos hombros? El pesado morrión, la penachuda y alta cimera, ¿acaso se forjaron para cráneos raquíticos? ¿Quién puede sobre la cuera y la enmallada cota vestir ya el duro y centellante peto? ¿Quién enristrar la ponderosa lanza? ¿Quién?... Vuelve ¡oh fiero berberisco, vuelve, y otra vez corre desde Calpe al Deva, que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos que te resistan; débiles pigmeos te esperan. De tu corva cimitarra

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al solo amago caerán rendidos... ¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran los timbres y blasones? ¿De qué sirve la clase ilustre, una alta descendencia, sin la virtud? Los nombres venerandos de Laras Tellos, Haros y Girones, ¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos a quienes fía su defensa el trono? ¿Es ésta la nobleza de Castilla? ¿Es éste el brazo, un día tan temido, en quien libraba el castellano pueblo su libertad? ¡Oh vilipendio! ¡Oh siglo! Faltó el apoyo de las leyes. Todo se precipita; el más humilde cieno fermenta, y brota espíritus altivos, que hasta los tronos del Olimpo se alzan. ¿Qué importa? Venga denodada, venga la humilde plebe en irrupción y usurpe lustre, nobleza, títulos y honores. Sea todo infame behetría: no haya clases ni estados. Si la virtud sola les puede ser antemural y escudo, todo sin ella acabe y se confunda.

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