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PARTE I ECONOMIA POLITICA Y ECONOMIA AGRARIA: INTRODUCCION

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PARTE I

ECONOMIA POLITICA YECONOMIA AGRARIA:

INTRODUCCION

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Estudio Introductorio

por José María GARCIA ALVARE^COQUE ^*)

1. LA POLITICA AGRARIA COMO RESULTADO DELPROCESO POLITICO

La idea de una política agraria «científica», con pretensio-nes de neutralidad, formulada a partir de unos valores socia-les «dados», ha tenido que ser abandonada por ingenua. Enla práctica, el economista con intenciones de influir en el di-seño de la política económica ha debido desistir de ser eseexperto neutral, independiente de los juicios de valor y conimagen de científico positivista. Hoy en día, pocos autores ob-servan la política como resultado de la elección de un planifi-cador «racional» sino más bien como resultado de un juego,intercambio o transacción, donde participan diversos indivi-duos y grupos de interés. El proceso político es complejo y dalugar a constantes interacciones entre factores económicos einstitucionales. En consecuencia, el e ŝquema de prioridadessociales aparece como endógeno, es decir, como resultado deun proceso político y no determinado «ex ante».

A1 analizar la Política Agraria, la postura inmediata es lade realizar un análisis crítico de la misma para formular unaserie de propuestas sobre lo que pensamos debe ser. Por elcontrario, pocas veces nos empeñamos en responder unacuestión que se antoja difícil: ^por qué la política agraria es laque es? Cuando se trata ya no de evaluar sino más bien de ex-plicar la política agraria, el análisis económico resulta útilpero no suficiente. Para explicar la generación de decisiones

(*) Universidad Politécnica de Valencia. Depanamento de Economía, Socio-logía y Política Agraria. E.T.S.LA.

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políticas, el análisis de la Política Agraria debe acabar recono-ciendo él papel de las instituciones en la formulación de lamisma, para lo cual debe ampliar su campo de estudio me-diante la incorporación de elementos de áreas diversas comola ciencia política y la sociología, además de la economía.

Con lo anterior no defendemos que el científico socialdeba restringirse a explicar o predecir asépticamente el cam-bio institucional. Aceptando que el científico social pueda rea-lizar también propuestas de política agraria, se trataría defundamentarlas sólidamente a través de una reflexión sobrelos factores que determinan la política en su forma actual yque condicionan su reforma. Algunos autores como Nelsonvan más lejos al afirmar que hacer caso omiso del entornopolítico llevaría a los economistas a un papel «irrelevante»que a la larga los excluiría de ser tenidos en cuenta por lospolíticos (p. 50). Es más, la no comprensión de esta idea hapodido llevar a los economistas a desenfocar la resolución deproblemas actuales (1) . En consecuencia, el científico socialdebería conocer mejor las instituciones y su entorno socio-político. Una ciencia económica consciente de ello contribui-ría con eficacia al diseño de las instituciones haciéndolas me-nos costosas pero también políticamente factibles. Pretenderotra cosa implicaría relegar al economista a un segundoplano no acorde con los requerimientos de la sociedad ac-

tual.Es precisamente la intención de entender el papel^ de las

instituciones en la formulación política lo que justifica la se-lección de lecturas realizada en esta obra. El presente estudiointroductorio sólo ofrece una contextualización del tema.Permítase al autor de estas líneas poner al principio escasoénfasis en la línea normativista tradicional del análisis de lapolítica agraria (la crítica) para destacar en cambio algunasde las teorías relativas a los factores determinantes de lamisma (la explicación). Ello no quita que el analista pueda

(1) Recuérdese, a título de ejemplo, la experiencia española del 14 de di-ciembre de 1988, demostrativa de en qué grado una determinada política econó-mica guiada por una lógica aparentemente impecable encontró serias resisten-cias políticas a su puesta en prácŝca.

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defender, como se razona en el punto 7 de este capítulo in-troductorio, una posición activa en la producción de valores.

Antes de continuar, cabría delimitar qué entenderemospor institución. Para nuestros propósitos, la identificación deltérmino «institución» con el concepto de «organización» re-sulta más bien restrictiva. Si lo que se trata es de analizarcómo el proceso político configura la política agraria, puedeser operativo ampliar el concepto de institución, incluyendobajo el mismo a toda regla o convención que module el com-portamiento de los individuos, las organizaciones o la socie-dad. Esta opción es coherente con el punto de vista de diver-sos autores (Runge y von Witzke, Hayami y Ruttan, North)quienes consideran como institución toda norma que aseguralas expectativas de cada persona con respecto a las demás, fa-cilitando la coordinación entre las mismas en un mundo in-cierto. Ello es coherente con el punto de vista de Michel Petitquien considera las instituciones como diseñadas para resol-ver los conflictos de intereses económicos (1985b, pág.. 73).Así pues, nos referiremos al cambio institucional como todocambio político que genere nuevas normas, lo cual no nece-sariamente implica nuevas organizaciones (2).

2. LAS CONTRIBUCIONFS DE LA ECONOMIA POLITICAECONOMICA

La profusa utilización de la Economía del Bienestar en elanálisis de la Política Agraria (incluso por el autor de estaspáginas) ha podido dar la impresión de que la misión deleconomista consistía en decir al político lo que debe hacerse, enbase a determinados criterios de eficiencia económica, con lapretensión casi ingenua de que el político escucharía y pon-dría en práctica tales propuestas. Es más, ha podido crear laperniciosa imagen de un político planificador racional cuyoprincipal interés fuera el bien común.

(2) Este punto de vista se aparta, por tanto, del marco analí ŝco de la co-rriente denominada insŝtucionalista basada en el estudio del comportamientode las organizaciones, como las empresas, los sindicatos, los carteles o el Estado.

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Hoy en día, pocos creen en la racionalidad del procesopolítico. Ello no significa que la Economía del Bienestar nosea de utilidad. Simplemente, es necesario reconocer queesta rama de conocimiento no pretende proporcionar unateoría de la elección pública sino más bien una informaciónque puede resultar de utilidad en la toma de decisiones. In-cluso especialistas en Economía del Bienestar han recono-cido que el análisis de bienestar es sólo una componente (uninput) más del proceso de formación política (ver Just, Huethy Schmitz, p. 13).

Ahora bien, una vez abandonado el mito del planificadorracional, ^qué teoría podría explicar la formulación institu-cional de la política agraria?

Tres de los trabajos de revisión incluidos en el presente li-bro (Schmitt, Zezza, Bowler) ponen de manifiesto que la ideade una teoría integradora del hecho institucional parece, hoypor hoy, una pura entelequia. Más bien, los enfoques son par-ciales, a veces complementarios, a veces contradictorios. Lagran sobrecarga teórica es quizá reflejo del no funciona-miento de un mecanismo «darwinista» de selección de teo-rías como es la simple confrontación con los hechos. Y ello sedebe en muchos casos a que son tan irrepetibles las circuns-tancias históricas, sociales y económicas que acompañaron aun determinada política agraria, que resulta bien difícil pre-decir si su forma sería la misma en otro marco histórico dis-tinto (3).

Por lo que aquí interesa, mencionaremos de modo sinté-tico algunos de los principales enfoques analíticos de los pro-cedimientos institucionales que guían las decisiones de polí-tica económica. Como se podrá comprobar, una cosa sítienen en común estos enfoques y es que todos consideran elcambio de las instituciones como endógeno al sistema econó-

(3) De Janvey señala en su artículo que las teorias del Estado tienen un ele-vado poder explicativo «ex post» pero escaso poder de predicción «ex ante».Esta afirmación quizá podría aplicarse en general al análisis económico. Es poresta razón por lo que el trabajo de contrastación de hipótesis presenta un indu-dable interés. Ello justifica la inclusión en este libro de dos trabajos econométri-cos como los de Rose-Ackerman y Evenson y von Witzke.

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mico. Con ello se apartan de la tradición del análisis econó-mico que consideraba las instituciones como un dato, deter-minado exógenamente.

2.1. Los modelos de votación

Aparecidos durante los tres últimos decenios, han produ-cido ideas fructíferas acerca de la selección de alternativaspor medio de votaciones (véase, por ejemplo, Mueller,Phelps, Boadway y Wildasin, y Atkinson y Stiglitz). Intentanexplicar, por ejemplo, por qué ciertas decisiones tomadas pormayoría son inestables, se replantean cíclicamente o son sen-cillamente contradictorias con decisiones anteriores. Se plan-tean también la posible existencia de mayorías «óptimas» re-ductoras al mínimo de los llamados «costes de transacción»,es decir, los costes en tiempo y recursos necesarios para llegara un acuerdo.

Esta cuestión presenta gran relevancia en el debate actualsobre la estructura institucional de la Comunidad Europea.Concretamente Schmitt, Bowler, Runge y von Witzke aludena los problemas que se han derivado de la adopción, de facto,de la regla de la unanimidad como criterio de decisión en elseno del Consejo de Ministros de la CEE.

Cabe preguntarse cuáles son los elementos que actúan enfavor o en contra de la persistencia de la unanimidad, comoregla de decisión frente a otras reglas como la mayoría cuali-ficada. En la literatura sobre elección pública han destacado,entre otros, los siguientes factores explicativos de la persisten-cia de la unanimidad (Mueller, Phelps):

• La unanimidad puede servir de camino para que unasituación conflictiva desemboque en una mejora social, en elsentido de Pareto. El mecanismo elegido usualmente es el de«logrolling» (négociación del voto, intercambio de favores ocomo se prefiera llamar). Este mecanismo da lugar a«paque-tes» de medidas complejas en las que, en realidad, no apa-rece ningún perdedor claro. Aunqué los paquetes sean costo-sos para la Comunidad en su conjunto, tienen la ventaja dedotar de estabilidad al sistema, protegiéndolo de posibles de-fecciones o deslealtades de países miembros.

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• La unanimidad disminuye el riesgo de. fluctuacionescaóticas de las decisiones, riesgo que es mayor en el caso dela regla mayoritaria. Así, se ha escrito mucho en relación conla «paradoja del voto» o intransitividad de las preferencias re-veladas por una regla mayoritaria. Así, puede demostrarseque la decisión adoptada por mayoría depende de cuales sonlas alternativas sacadas a votación. De hecho, una comunidadpodría encontrarse votando indefinidamente, con el riesgode no poder alcanzar un resultado mínimamente estable. Laestabilidad de la regla unánime es, en este sentido, superior,al no existir grupos perdedores (4).

Pero la regla de la unanimidad presenta también algunosinconvenientes:

• Los costes de transacción son elevados, sobre todocuando el número de votantes es grande y sus preferenciasdifieren significativamente entre sí. Los intentos estratégicosde un votante para influir en la disposición de los otros vo-tantes a hacer concesiones pueden resultar claramente costo-sos, como lo han revelado las crisis presupuestarias de la Polí-tica Agrícola Común en la década pasada.

• Relacionado con el punto anterior está el hecho deque el principio de unanimidad incorpora elementos de rigi-dez que implican una mayor dificultad de modificación de laPAC (Barceló y García Alvarez-Coque, 1987). Las propuestasde la Comisión tienden a ser «minimalistas» (Bowler). Ellonos conduce a la terrible conclusión de que el «status quo» ^existente, cualquiera que sea, es probable que tenga una in-fluencia decisiva en la orientación a tomar en el futuro. Lasnuevas orientaciones pueden deperider de las acciones yaemprendidas antes.

2.2. F1 comportamiento de la burocracia

Los estudios del tema parten del principio de que losagentes públicos («servidores del Estado») persiguen maxi-

(4) Sin embargo, el problema de las mayorías cíclicas se evita, en parte, aldelegaz en un poder externo a la institución en cuestión la decisión de qué dis-yuntiva es la que se va a votar. Esto ocurre en la CEE donde es la Comisión el or-ganismo encargado de iniciar el proceso legislativo de una disposición que se so-mete a la aprobación del Consejo.

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mizar funciones de utilidad^que no riecesariamente coinci-den con los intereses del resto de la sociedad. A este tipo dereacciones se han dirigido los estudios de autores como, Tu-llock, Downs y Roppel. En general, se plantean hasta quépunto el comportamiento «egoísta» del político o burócratapuede provocar costes (derroche de recursos o tiempo) du-rante el procesó de plasma ŝión de las preferencias sociales enmedidas política concretas. La justificación reside, en parte,en los objetivos del burócrata consistentes en optimizar supropia influencia, cargo, reputación pública' y autonomía,plasmadas en mayores partidas presupuestarias y mayores co-tas competenciales.

En cuanto al comportamiento del funcionariado agrícola,la literatura ha barajado diversas hipótesis relativas a su com-portamiento e influencia en el proceso político. Se s_ospechaque los objetivos de los burócratas •an delimitado intensa-mente la aplicación de las políticas agrárias (5). No obstante,la información de campo sobre el tema es todavía escasa, demodo.que quedan diversas cuestiones por responder:

-^En qué. grado el compromiso del funcionariado agrí-cola con sus clientes -los agricultores- es mayor que el quepueda existir en el funcionariado de otros Ministerios o cen-tros de poder con sus respectivos clientes?

- Si se prueba dicho compromiso, ^a qué se debe? Esnecesario estudiar el peso de diversos factore ‚ que condicio-nan el comportamiento del burócrata agrícola en favor desus clientes. En.él pueden influir aspectos como la ideoloƒía(el llamado fundamentalismo agrarista), la extracción socialdel propío funcionario (que puede provenir de la propiaagricultura), la actividad del funcionario orientada hacia unreconocimiento por parte de sus clientes, válido para su pro-moción personal, o la maximización del presupuesto a sucargo. .

(5) EI trabajo de Winters formula algunas de estas hipótesis en relación alpapel de los burócratas en el reforzamiento del proteccionismo agrícola. Com-plementariamente, Bowler revisa la literatura descriptiva y crítica de los procesosde decisión de la CEE en materia agraria. '

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-^Cuáles son las restricciones que el marco institucionalimpone sobre el comportamiento del burócrata y en quégrado lo condicionan? Según Winters la escasa autonomía decompetencias de los Ministerios de Agricultura representa ensí misma un estímulo para que su output político sea técnica-mente complejo y costoso. Complementariamente, Bowler(1985) ha mostrado que la excesiva segmentación del pro-ceso de decisión en la Comunidad Europea da pie a la inter-ferencia en el mismo de numerosos intereses políticos, secto-riales o nacionales. Finalmente, el comportamiento de loscentros de gestión se asemeja frecuentemente a un procesode competición en donde la actuación de cada centro es res-tringida por los demás y el premio se traduce en mayores co-tas presupuestarias.

-^Cuáles son las restricciones que el comportamientodel funcionariado impone sobre el diseño de las políticasagrarias? Los burócratas, más informados que los políticos encuestiones de carácter técnico, pueden haber tenido un pesodefinitivo en la configuración final de determinadas regla-mentaciones. Es más, toda innovación institucional presenta,al igual que la innovación tecnológica, un efecto «paquete»,en el sentido de que una nueva normativa suele ir acompa-ñada de nuevos requerimientos de formación y de organiza-ción del personal de laŝ instituciones públicas (6). A todoesto se añade un cambio en la distribución del poder entrelos diversos centros de gestión que, obviamente, encontraráresistencias en los centros perdedores del proceso, condicio-nando así la configuración final del output institucional.

Lamentablemente, por el momento nos movemos en unterreno extremadamente especulativo. La investigación sobreel papel de la burocracia en la política agraria es insuficiente,seguramente por las dificultades obvias con que se enfrentatodo estudio que aspire a analizar el comportamiento de uncolectivo cuyos intereses podrían ser cuestionados.

(6) Para un informado análisis del efecto paquete en el cambio tecnoló-gico, véase Aldanondo.

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2.3. Los procesos de competición politica

Su estudio se ha basado en diversas teorías centradas pre-ferentemente en el comportamiento de los grupos de interés.Entre ellos, mencionamos aquí los siguientes:

- Las teorías pluralistas del poder (Truman, Bates, Batesy Rogerson), que consideran las decisiones políticas como lasimple resultante de las presiones ejercidas por grupos de in-terés. Aquí podríamos incluir el denominado «tráfico de in-fluencias», aunque la teoría.contempla todo tipo de accionesde presión política, incluidas muchas de las consideradascomo legales.

- La teoría de la regulación, tratada con cierta atenciónpor Zezza en su revisión incluida en el presente libro. El en-foque observa las normas políticas como si fueran objeto deintercambio en un mercado donde la oferta proviene delpropio proceso político (el «político» en pos de su reelec-ción) y la demanda es ejercida por los grupos de interés.^Qué condiciones se requieren para el éxito de un grupo deir.terés en su demanda dé protección pública? Esta es unapregunta que han intentado responder los impulsores de esteenfoque como Stigler, Peltzman o Posner, entre otros.

- La teoría de la sociedad de buscadores de renta (rent-seeking society) . Se centra en la utilización de recursos porlos grupos de interés con fines no productivos y con el obje-tivo de proteger sus rentas, evitando la competencia o lo-grando reglamentaciones favorables. Los mercados fuerte-mente intervenidos, en los que proliferan las licencias, loscontingentes y los controles de precios son un buen caldo decultivo para las actividades de búsqueda de rentas. El «coste»de la acción de los grupos de interés puede expresarse en tér-minos de eficiencia y equidad. Así,.en términos de eficiencia,la acción de los grupos de interés provoca un coste social(Krueger) reflejado en los recursos que, pudiendo haber sidosocialmente productivos son desviados hacia fines privada-mente rentables péro de escasa o nula rentabilidad social.

De estos enfoques se deduciría un proceso político emi-nentemente redistributivo en el cual los grupos más podero-sos y mejor organizados serían los que se llevarían el gato al

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agua. Así, la política de precios agrarios podría ser vista segúneste enfoque como un medio de apoyar los intereses de losmedianos y grandes agricultores. Dado que los Gobiernos nodesearían mostrar que se está beneficiando a un grupo espe-cífico, la política de precios tomaría diversas formas, basadasen los objetivos de la seguridad alimentaria o la estabilidadde precios, con la función latente de favorecer a los grandesagricultores (por la protección vía precios ligada a la produc-ción) aunque con algunas transferencias (concesiones) hacialos pequeños productores.

Ahora bien, algunos autores, como Gardner, han relativi-zado la importancia de este tipo de actividades. Así, en con-texto. de un marco político democrático y competitivo, lascúasi-rentas de los políticos maximizadores de su utilidadpueden verse limitadas en el largo plazo ante el riesgo de per-der las elecciones. Pero incluso en contextos no democráti-cos, la conveniencia de mantener «callada» a la oposiciónpuede conllevar no sólo medidas coactivas, sino también queuna parte de los recursos deba ser desviada hacia el exteriorde los grupos gobernantes. La conclusión es que, si bien acorto plazo las actividades de los buscadores de renta condi-cionan el output político, a largo plazo puede que influyanmás otros factores, especialmente los económicos (ver apar-tado 4) .

2.4. Teorias de acción colectiva

Con no pocas relacionés con las teorías anteriores, abor-dan el estudio de las condiciones que facilitan o dificultan elque determinados grupos de individuos, a menudo nutridosen número, tomen medidas colectivas en favor de los intere-ses del grupo. En este sentido, se ha reconocido el papel delas organizaciones profesionales agrarias como elemento de-terminante del proceso político. No obstante, la actividad deestos grupos puede verse limitada por diversas causas, entrelas que podemos destacar dos: primero, el carácter de bienpúblico de los servicios prestados por el colectivo; y segundo,la heterogeneidad de los grupos agrarios.

Con respecto al primer aspecto, en la medida en que las

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acciones del grupo constituyan un bien colectivo, algunos in-dividuos podrían disfrutrar de los beneficios sin necesidad depertenecer (contribuir) a la asociación. Pueden aparecer, portanto, «polizontes» o usuarios gratuitos («free-riders») cuyaacción socava la consolidación del grupo. Ese problema esŝorriente en sectores atomizados donde los grupos organiza-dos incluyen a muchos individuos (Olson). Si los componen-tes potenciales del grupo preveen esta situación se verán afec-tados por el denominado «riesgo moral» (i) el cual reducesu propensión a participar en el colectivo. En. consecuencia,puede hablarse de una «paradoja de los números» en el sen-tido de que a mayor número de miembros, menor eficaciareivindicativa de los grupos agrarios.

En cuanto a la heterogeneidad interna de las organizacio-nes agrarias, Moyano ha afirmado que «el proceso de articu-lación» de intereses es más complejo (en la agricultura) queen otros sectores, debido a la diversidad de áreas en las quese desarrolla la acción colectiva de los agricultores...» (1988,p. 18-19). La diversidad de procesos productivos (interesessectoriales) y la heterogeneidad de la estructura social (diver-sidad de las explotaciones en función del tamaño, grado deintegración en el mercado...) generan múltiples intereses quemarcan dificultades mayores en el proceso de articulación deintereses en la agricultura.

En realidad, es la interacción entre número y diversidadlo que determina la eficacia de las acciones colectivas. Así, al-gunos autores (Runge, North) han destacado que la unifor-midad ideológica atenúa buena parte de las dificultades im-plícitas en la paradoja de los números de Olson a la quealudimos dos párrafos atrás. Lamentablemente, aunque di-cha uniformidad ideológica pueda darse en ciertos países enlos que se observa lo que de Janvey denomina estructura so-

(7) En realidad, el problema del riesgo moral afecta no sólo a la factibili-dad de una acción colectiva. Se habla de riesgo moral también al analizar •osmercados en los que el riesgo sobre el comportamiento de los individuos es unfactor importante, empeorando las expectativas de los individuos respecto a unintercambio favorable. Como ejemplos podemos citar el mercado de seguros o,incluso, el mismo mercado de trabajo. Sobre el problema del riesgo moral comodistorsión del mercado pueden verse Runge, Myers y Just.

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cial «unimodal» de la agricultura (caso de EE.UU. y quizásdel Norte de Europa), éste no parece ser el caso en España.Así, Moyano señala cómo el propio discurso ideológico de losgrupos agrarios en España ha ido evolucionando desde unaconcepción unitaria («empresarial») hacia una concepción«dual» (yo me atrevería a calificar de «plural») reflejo de lasprofundas diferencias en la estructura social del mundo ru-ral. Ello ha provocado no sólo la casi inexistencia de platafor-mas agrarias unitarias sino que, además, influye en el tipo depolíticas reivindicadas. Así, los grupos que Moyano (1989)denomina como sindicalismo «empresarial» (las grandés ex-plotaciones) serían más favorables a la garantía del preciocomo protección de rentas, mientras que el sindicalismo «declase» (básicamente las pequeñas explotaciones familiares)serían más propensas al enfoque de política socio-estructural.

2.5. Teorias del Estado

Siguiendo una tradición alternativa al paradigma neoclá-sico («corriente principal» de la metodología económica delsiglo XX), diversas teorías han intentado arrojar luz acercade las funciones del Estado en la sociedad actual. Podemos ci-tar dos enfoques extremos:

- El Estado-cosa como «instrumento» de la clase domi-nante en su búsqueda del control económico y político. Esteenfoque «instrumentalista» sigue la tradición leninista quepresenta al Estado como una estructura reveladora de los in-tereses de las clases dirigentes (ver, por ejemplo, Poulantzas).

- El Estado-sujeto como instancia autónoma, racionali-zadora de la sociedad civil. Esta concepción, defendida porWeber y la corriente institucionalista-funcionalista, confiereautonomía a quienes se erigen en portadores del poder delEstado y de su racionalidad: la burocracia y las élites políticas.

Frente a estas dos concepciones extremas, la tradiciónmarxiana moderna (véase, por ejemplo, O'Connor) tiende apresentar al Estado como estructura relativamente autónomade segmentos específicos de las clases dominantes. Segúneste enfoque, el Estado tiene una lógica propia que persiguesu propia preservación así como la de las relaciones sociales

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del capitalismo. Con ello, el Estado se ve abocado a gestionarla organización del interés general de la burguesía para ase-gurar el proceso de acumulación de capital y de generaciónde excedentes del cual depende su subsistencia. En otros tér-minos, si la rivalidad de los capitalistas puede precipitar la cri-sis del sistema, será necesario una instancia autónoma que,colectivamente, pueda mantener el crecimiento económico ypreserve el sistema.

En lo concerniente a la agricultura, este doble enfoqueha sido recientemente aprovechado para relacionar la formade Estado con las ŝaracterístas de la intervención en la agri-cultura (véase de Janvey, Havens y Newby).

Un punto de vista con algunos puntos de contacto con elanterior, pero a la vez fuertemente influido por las nocionesweberianas de racionalidad y legitimidad, ha sido planteadopor Habermas y aplicado recientemente por Barceló al análi-sis del proteccionismo agrícola. Según esta visión, la reduc-ción del proteccionismo está justificada por las necesidadesde eficiencia del sistema económico en orden a su autocon-servación. Sin embargo, el Estado necesita legitimarse ante laopinión pública para lo cual recurre a una lógica de compor-tamiento basada en un modelo de «acción comunicativa, ra-cionalmente motivada, orientada hacia el entendimiento»(véase el artículo de Barceló, incluido en este libro). Esta exi-gencia de legitimación reduce la capacidad del Estado deafrontar medidas con alto riesgo de disentimiento social. Se-gún Barceló, en la actualidad, la reducción del proteccio-nismo agrícola se enfrenta ante planteamientos ideológicosagraristas («patologías de la modernidad») que, poco a poco,están cambiando para dar paso a una ética social basada en laequidad inter-personal en la distribución de la renta, más queen criterios de reparto regional o sectorial. Al demostrar quela reducción del proteccionismo agrícola resulta equitativadesde el punto de vista inter-personal, Barceló predice que«dicha operación podrá llevarse a cabo con éxito en un fu-turo más o menos próximo» (pág. 25).

Una ventaja del análisis de Barceló es que no pretende serpuramente explicativo -crítica aplicable a muchas teorías

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del Estado- sino también predictivo. De la lectura de su artí-culo se desprende un planteamiento coherente con la doc-trina Fukuyama del «fin de la historia». Ahora bien, el riesgode este tipo de proposiciones es, especialmente, su alto gradode generalidad y su todavía insuficiente base empírica. Así, larealidad es tan compleja que las predicciones generales nosirven para describir las trayectorias históricas previsibles enun plazo más o menos corto, en función de las circunstanciasparticulares de cada país. En otras palabras, en el largo plazopuede que ya no estemos en este mundo. Estas proposicionesuniversales requerirían contrastaciones empíricas rigurosas(hoy por hoy difíciles dado el estado de desarrollo de lasciencias sociales). De otro modo, da la impresión de que, alrealizar predicciones más o menos contundentes, estamosconvirtiendo nuestras intenciones en realidades, es decir, es-tamos construyendo un discurso eminentemente ideológico.

3. EXISTENCIA Y COEXISTENCIA DE PARADIGMASRIVALES

La mención que acabamos de hacer de las teorías del he-cho institucional tenía que ser por fuerza esquemática. Pre-tendemos, entre otras cosas, mostrar cuán diversa es la ma-nera de enfocar la economía política de la políticaeconómica. Sin ánimo de forzar la unidad teorética, si debe-ría reconocerse el interés de superar las contradicciones apa-rentes, expresando en lo posible paradigmas aparentementerivales en un lenguaje común. Como las teorías se refiereri almundo real, sus elementos necesitan ser relacionados con losobjetos del mundo real a través de un lenguaje observacional(Randall). El lenguaje observacional no es, por supuesto,único. Su elección es además convencional de forma que teo-rías basadas en diferentes lenguajes aparecen como teoríasdifícilmente comparables.

Así, por ejemplo, privada de la óptica de «clase social»,habría que preguntarse en qué medida la concepción «ins-trumentalista» de las teorías marxianas del Estado podría tra-

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ducirse a la óptica «grupo de interés», reduciéndose a la ló-gica implícita en la teoría pluralista.

Un planteamiento que ha intentado superar la economíapolítica ha sido el del mito neoclásico de la política econó-mica como resultante de una planificación racional. En gene-ral, la crítica al planteamiento neoclásico ha radicado en queéste ha puesto un énfasis quizá excesivo en la política econó-mica como orientada al reestable ŝimiento del sistema econó-mico («el tamaño de la tarta»), pero poco interés en el hechode que la política económica es un mecanismo que transfiererentas a determinados grupos («el reparto de la tarta») (8).

Las opciones han sido variadas. Así, una opción ha sidorechazar de plano el discurso neoclásico para, de algúnmodo, refundar el análisis de la política económica. Este pa-rece haber sido el camino adoptado por Bates cuando, desdeuna óptica pluralista, ha rechazado cualquier planteamientoque considere a los Gobiernos como agentes del bienestar co-lectivo, declarando el carácter pernicioso de la Economía delBienestar. Otro enfoque enfrentado a la tradición neoclásicaha sido el de las Teorías dél Estado, basadas en categoríasconceptuales formalmente distanciadas de la corriente prin-cipal del análisis económico.

Pero el discurso del planificador racional también ha sidosuperado desde una óptica que no rechaza el núcleo básicodel análisis neoclásico, sino más bien lo que hace es incórpo-rar al análisis económico el carácter endógeno de las decisio-nes políticas. Así, el lenguaje del paradigma de la elección pú-

blica no rompe formalmente con el lenguaje de la escuelaneoclásica sino que, más bien, lo subsume en una corrientemás general (Mueller, Doel) dentro de la cual la Economíadel Bienestar es un instrumento analítico más.

Resulta meritorio en algunas de las teoríás de la políticaeconómica que su planteamiento sea lo suficientemente ge-neral y flexible, como para poder explicar por qué en ciertas

(8) Es la distinción que hace Rausser entre la intervención pública del tipo

PERT (Political Economic Resource Transjers) y la del tipo PEST (Political Economic See-

king Transfers). Véase la revisión de los planteamientos PEST realizada por Anna-lisa Zezza en su artículo incluido en el presente libro.

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situaciones el sistema político adopta la eficiencia económicacomo valor social, mientras que en otras situaciones el sis-tema adopta posiciones de tipo redistributivo.

Así, por ejemplo, las Teorías del Estado nos suelen hablarde una lógica del Estado como organización autónoma queprevalece cuando eritra en crisis el proceso de crecimientoeconómico, incurriendo el Estado en una crisis fiscal. Parece,pues, que el valor social «eficiencia» no proviene de un có-digo «ex-ante» sino que podría aparecer como resultado dela propia crisis del sistema. La historia muestra ejemplos deuna defensa de la eficiencia motivada por una crisis. Tal es elcaso de la batalla desencadenada por los economistas españo-les a finales de los 50 que desembocó en el Plan de Estabiliza-ción (Fuentes Quintana). O el énfasis reciente en la flexibili-zación del mercado de trabajo que no habría sidoproblablemente tan intenso si no hubiera estado en juego laautoconservación del sistema (Barceló). La reforma de laPAC pareció inminente cuando el coste del «status-quo» entérminos políticos y financieros se volvió inaceptable. En ge-neral, los economistas han jugado su papel de modo cohe-rente con la lógica autónoma del Estado en pos de su preser-vación.

Complementariamente, estando o no en juego el procesode acumulación, el Estado puede ser instrumentalizado porciertos individuos, grupos de interés o clases sociales, espe-cialmente cuando se da lo que de Janvey denomina desarticu-lación social, es decir, cuando la demanda de bienes de con-sumo procede de unos grupos minoritarios de alto poderadquisitivo. Pero también puede conceder a una óptica másigualitaria en contexto de articulación social (la demanda deconsumo procede de amplias capas sociales).

Pero incluso desde otras ópticas diferenciadas a las Teo-rías del Estado puede llegarse a explicar por qué, a veces, alpolítico le importa no sólo transferir rentas a determinadosgrupos de interés sino también aumentar el tamaño de latarta, es decir, corregir ineficiencias. Así, desde el plantea-miento de las teorías de la competición política antes aludi-das, podría explicarse por qué el político puede tender a

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guiarse por el crecimiento económico y el bien común, y nosólo por repartir prebendas entre sus «clientes». En efecto,cuanto mayores sean los grados de concurrencia y transpa-rencia en el mercado político (elecciones democráticas ycompetitivas), mayor será el coste para el político -en térmi-nos de prestigio y votos- derivado del tráfico de influenciascon grupos minoritarios. A mayor competición política, me-nores serán las «rentas» capturadas por los políticos derivadasde su comportamiento egoísta.

En el contexto de las teorías de la acción colectiva, Olson(1986) ha mostrado la relación existente entre la amplitud delos grupos de interés y el objetivo político perseguido. En elámbito agrario, las pequeñas organizaciones probablementedefienden más los intereses de sus miembros a expensas delbienestar de los otros productores y de la sociedad en gene-ral. Las grandes organizaciones que aspiran a incluir a la ma-yoría de los productores, probablemente defenderán con ma-yor ahinco políticas que Olson califica de «orientadas alcrecimiento económico».

4. HACIA UNA TEORIA DEL CAMBIO INSTITUCIONALEN AGRICULTURA

En el apartado tres nos referimos a algunos de los enfo-ques parciales que pretenden desvelar el comportamiento delos actores políticos y el modo en que éstos interactuan en elescenario político. Ahora bien, ^es posible integrar estas ideasen un marco conceptual general que explique el cambio ins-titucional en agricultura? Recientemente, algunos autorescomo Petit (1985b) y Hayami y Ruttan (1984, 1985), han^in-tentado plantear las bases de este marco conceptual de modoque, siendo compatible con las teorías anteriores, aprenda lanaturaleza del cambio institucional en el sector agrario. Eneste sentido, una cosa parece clara y es la necesidad de unateoría dinámica que reconozca, por un lado, la naturalezacontinua y provisional del proceso político y, por otro, de-tecte los factores económicos que afectan al sector.,agrario yfuerzan el cambio institucional a largo plazo. Es claro que, te-niendo en cuenta los rápidos cambios verificados en el sector

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agrario en este siglo, el análisis del proceso político agrariodebe ser por fuerza dinámico (9).

El enfoque de Hayami y Ruttan consiste en la aplicaciónde.la teoría de la innovación inducida -popular en el análi-sis del cambio tecnológico-- al estudio del cambio institucio-nal. Este enfoque sitúa el cambio institucional como una sen-cilla extensión del análisis económico no representando unaruptura radical con la tradición neoclásica, sino más bien am-pliándola para considerar el cambio institucional como endó-geno al sistema económico. Desde este punto de vista, elcambio institucional es un output social resultante de la inte-racción entre una «oferta» y una «demanda» de innovacionesinstitucionales. Este marco aspira a ser integrador y resulta,cuanto menos, pedagógico (10) .

En cuanto a la oferta de cambio institucional, resulta inte-resante pensar en una función de oferta de innovaciones insti-tucionales producidas por el proceso político y cuya elastici-dad depende del coste marginal de los políticos en su intentode diseñar nuevas instituciones. Puede así observarse al polí-tico como un empresario cuyo objetivo es maximizar su utili-dad, teniendo en cuenta un coste de oportunidad de movili-zar recursos políticos en la producción de una instituciónconcreta. Este coste de oportunidad es función de los diversoselementos participantes en el proceso político. Entre estos fac-tores podemos mencionar el equilibrio entre grupos de inte-rés, el comportamiento de la burocracia y, por qué no, el pro-pio procedimiento institucional de la toma de decisiones.

En cuanto a la demanda de cambio institucional, los auto-res citados destacan la crucial importancia en las fuerzas eco-nómicas que afectan a los mercados agrarios. A este respecto,Marx concedió una ŝran importancia al cambio tecnológicocomo fuénte de conflicto entre «fuerzas materiales» y«rela-ciones de producción», iñduciendo la transformación de la«superestructura». Hayami y Ruttan consideran que los cam-

(9) A la intepretación de Janvey basada en la Teoría del Estado, habría quereconocerle el mérito de recoger esta vertiente dinámica del cambio institucional.

(10) Ello justifica la selección, en la presente compilación, de los trabajosde Ruttan, de Runge y von Witzke, coherentes con este enfoque:

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bios en la dotación de factores y demanda de productos sonigualmente importantes como fuente de reforma institucional.Petit señala que las tendencias económicas a largo plazo ayudana configurar los intereses en juego en el debate político, provo-cando una tensión hacia el cambio.

Si es verdad que los factores económicos «importan» (almenos a largo plazo) en el proceso de cambio institucional, elloimplica que la Teoría Económica sigue siendo una rama de co-nocimiento funcional en el debate sobre las innovaciones insti-tucionales. Incluso podría decirse que la llamada Economía delBienestar aporta algunos elementos útiles al estimar el coste dela aparición de «fallos» de mercado (monopolización, externa-lidades, bienes públicos, incertidumbre) que implican unas dis-torsiones en la asignación de .recursos. Simplemente, habríaque matizar que la aparición de un «fallo» implicaría un de ŝpla-zamiento de la demanda de cambio institucional, lo cual noprejuzga la política correctora finalmente adoptada tras el pro-ceso político. Los factores económicos afectan a los intereses delos grupos sociales implicados, intereses que intervienen en elproceso político. .

La innovación institucional surgiría entonces desde el mo-mento en que la dinámica de las fuerzas económicas provocaseun desajuŝte entre las reglas del juego y aquello que los agenteseconómicos perciben como producción eficiente y distribuciónjusta. Cuaqdo las instituciones no responden a las exigencias so-ciales, generándose lo que Bromley denomina como «disonan-cia institucional», la necesidad de cambio se hace patente.

Como se ha destacado, la teoría de la innovación institu-cional inducida, tal como la han formulado los autores ante-riores, tiene el mérito de presentar al cambio institucionalcomo endógeno. Ahora bien, en mi opinión, dicha teoría con-cede un protagonismo quizá excesivo a los factores económi-cos al considerar qúe el cambio institucional, resulta de la in-teracción entre unos factores económicos^aparentemente

exógenos y el proceso político (11) . Con ello, los factores

(11) Hayami y Ruttan hacen referencia en su 6bro (pág. 113), a las teoríasde Olson que posicionan a ciertas instituciones cómo fuente de decadencia eco-nómica de las naciones (Olson, 1982). Sin embargo, unas páginas atrás definen

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económicos aparecen como los únicos determinantes de la de-manda de cambio institucional. Es cierto que en un momento«t» el cambio institucional viene motivado por la interacciónentre las fuerzas económicas -que han venido actuando du-rante los períodos anteriores- y el proceso político en el perí-odo «t». Pero los factores económicos pueden ser consideradossólo hasta cierto grado como exógenos al sistema, toda vez quesu dinámica ha venido condicionada por las innovaciones insti-tucionales ocurridas en el pasado. Así, por ejemplo, si el rá-pido cambio tecnológico ha provocado la crisis de sobre-di-mensionamiento del sector agrario, puede ser útil estudiar losfactores institucionales que generaron dicho progreso técnico.Si el sobre-dimensionamiento de la agricultura resulta costosopara el sector público, es porque se adoptó en el pasado unmétodo de protección que llegó a ser gravoso para el presu-puesto (en la CEE las restituciones a la exportación).

En consecuencia, no son sólo los factores e ŝonómicos losque determinan la demanda de innovaciones institucionalessino también los institucionales, aunque sea a través de su inte-racción con los factores económicos. Si nos limitáramos a acep-tar los factores económicos como exógenos entonces sólo pre-deciríamos el futuro más inmediato del proceso político. Sinembargo, si el analista debe pretender ir más allá, evaluandolas consecuencias futuras de las posibles decisiones y recupe-rando así su papel de asesoramiento, parece necesario que sepregunte sobre las consecuencias económicas de las decisionespolíticas, es decir, que tome los factores económicos como en-dógenos.

La anterior argumentación podría ser contestada con laaseveración de que cuando se dice que las fuerzas económicasson exógenas se está haciendo referencia al «largo plazo».Aun aceptando esta idea habría que preguntarse cuantos añoshay que contabilizar, «ceteris paribus», para que el horizontepueda ser considerado de largo plazo. Es difícil sustraerse a la

al cambio tecnológico, las dotaciones de factores y la demanda de productoscomo fuentes primarias de cambio institucional. En cuanto a Petit, define los fac-tores económicos como exógenos, en su análisis de los factores determinantesde la política agraria de EE.UU. y la CEE.

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idea de que las sendas de crecimiento económico puedenser modificadas durante un buen número de años por efectode decisiones políticas. Con ello, resulta primordial el estu-dio de los factores institucionales como determinantes nosólo de la oferta de cambio institucional, como defiendenHayami y Ruttan, sino también de la demanda de cambioinstitucional (12). -

5. LA INTERVENCION DEL ESTADO EN LA AGRICULTURADE LOS PAISES DESARROLLADOS Y DE LOS PAISESEN VIAS DE DESARROLLO.

Una de las primeras cuestiones que ha abordado la eco-nomía política de la agricultura, ha sido la de explicar el ca-rácter diferenciado de la intervención del Estado en la agri-cultura de los países ricos con respecto a los países pobres. Alabordar este tema nos encontramos, una vez más, con la pa-radoja de los números. Esta reside en el hecho de que en lassociedades pobres, donde amplias capas de la población sonagricultores, la tendencia de la intervención estatal ha sido lade fijar precios demasiado bajos para los productos agrícolas,mientras que en los países ricos, donde los agricultores sonminoritarios, suele ocurrir lo contrario, es decir, se protege alsector agrícola. ^Cuál ha sido la respuesta de la economía po-lítica a esta aparente contradicción?

El proceso político, naturalmente, debe de ser tenido encuenta para explicar la naturaleza de la intervención pública.Entre las hipótesis explicativas barajadas en la literatura po-demos destacar las siguientes:

(12) En el análisis del cambio tecnológico endógeno pueden encontrarseanalogías interesantes para destacar la importancia de los propios factores insti-tucionales en la demanda de cambio institucional. El cambio tecnológico es unproceso continuado de pruebas y errores que, a su vez, conducen a otras prue-bas y errores. Es más, el cambio tecnológico se da a menudo en la forma de ^pa-quetes- que conllevan no sólo la introducción de nuevos factores de producción,sino necesidades de aprendizaje y de cambio en la organización del trabajo. Esdecir, el cambio tecnológico primario origina, a su vez, cambio tecnológico se-cundario (véase Aldanondo). Lo mismo podría decirse del cambio institucional.

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- Puede establecerse uña cierta relación entre grado dedesarrollo económico y eficacia en la acción colectiva de losgrupos agrarios. Así, de acuerdo con Olson (1982, 1985) , eldesarrollo económico lleva asociado que los grupos agrariossean menos numerosos pero mejor comunicados, con una ac-ción reivindicativa más eficaz y con mayores posibilidades deevitar el problema del usuario gratuito. Incluso con una me-jor organización de los agricultores en torno a cooperativas,estas últimas pueden jugar el papel de grupos de presión a lavez que empresas. En las sociedades sub^lesarrolladas éste noha sido el caso: «en las zónas rurales de sociedades pobresque no cuentan con redes de transpórte y comuni ŝación mo-dernos y extendidos, normalmente es imposible que se to-men medidas colectivas continuadas» (Olson, 1986, p. 369).Complementariamente, el poder de los grupos urbanos enlos países de desarrollo es apreciable dado su grado de con-centración geográfica y su localización estrátégica (Bates) .

- El «dualismo» de la estructura social agraria (explota-ción comercial versus explotación cámpesina) se encuentraacentuado en las sociedades pobres, frente a una estructura«unimodal» (explotaciones comerciales únicamente) más fre-cuente en los países desarrollados. En los subdesarrollados, eldualismo ha dado pie a una protección discriminatoria en fa-vor del sector de explotaciones orientadas a la exportación(necesidades de divisas), mientras que al sector de explota-ciones campesinas se le ha exigido la producción de alimen-tos baratos (véase de Janvey, p. 197).

- Los faŝtores ideológicos. La ideología puede aportaruna explicación del por qué los intereses agrícolas son defen-didos en las sociedades desarrolladas, aun cuando la pobla-ción agrícola es claramente minoritaria. El altruismo ideoló-gico puede representar una función redistributiva a favor de ,'la agricultura. En cierto sentido, la agricultura es un bien pú-.blico que beneficia a muchos. Más de un individuo •uarda en .su memoria la idea de un pariente o ascendiente que tuvo ^que abandonar el modo de vida rural para emigrar a la urbe.Así, la eficacia de los argumentos de los defensores de la agri-cultura (el denominado «fundamentalismo» agrarista) es dé-

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bida en buena parte a que encuentran eco en la ciudadaníaurbana. El fundamentalismo agrícola justifica la defensa de laagricultura como suministradora de alimentos, como conser-vadora del medio natural, como preservadora de una estruc-tura social estable o, como medio de subsistencia de un con-junto de individuos que sólo .reclaman la justicia de la«paridad de rentas». La fuerza de estos argumentos aún estávigente (Schmitt, Barceló, 1989). Aun en el debate actual so-bre la desprotección agrícola muy poŝos cuestionan que laagricultura merezca protección pública, sino más bien lo quese discute es la forma de implementar la protección (Etxeza-rreta ét al., Sumpsi, Tió).

- El comportamiento electoral de los agricultores. Enun marco institucional democrático, a pesar de que la pobla-ción rural pueda ser minoritaria, el agricultor puede compor-tarse como votante «mediano», es decir, ^votantes que pu-diendo cambiar de voto, pueden de hecho. decidir criticamenteen una votación (Schmitt). Esto hace que cualquier opción seplantee el favorecer a los agricultores por motivos electorales(13) . Por otro lado, bien es verdad que las zonas rurales seencuentran a menudo sobre-representadas electoralménte, locual puede llevar a una mayor asignación de recursos públi-cos a la agricultura, que en el caso de que el sistema electoralresultase en un número de escaños estrictamente igual al nú-mero de votos censados. Los intereses agrícolas podrían te-ner, por tanto, una mayor influencia que la que se deduciríade su participación en la población total. Como revela el estu-dio empíricó de Rose-tlckerman y Evenson, incluido en elpresente libro, .la sobre-representación de los intereses agrí-colas parece haber pesado significativamente en la asignacióndel gasto estatal en investigación agrícola en los Éstados Uni-dos. En cuanto a los países subdesarrollados, la mayoría se haencontrado con un entorno político no competitivo (no de-mocrático). Por esta razón, la influencia de los grupos urba-

.(13) La indefinición ideológica en favor de un partido determinado de lamayoría de las organizaciones agrarias en España sería consistente con esta afir-mación. Esta ambig•edad es funcional cuando se trata de que los partidos políti-cos compitan por el voto agrícola.

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nos, unida al comportamiento de una burocracia que de-fiende los intereses de los grupos gobernantes, lleva a la sub-representación de los intereses agrícolas. Bates ha llegado aafirmar que el control de la oposición rural se ha ejercitadoen muchos países africanos mediante una política agraria ba-sada en la realización y subsidización de proyectos de inver-sión, política más discrecional en favor de ciertos grupos ozonas que la simple aplicación de precios de garantía, sistemade protección poco discrecional.

Estas son algunas de las hipótesis relativas al modo en queel proceso político ha propiciado la sobre-valoración de laagricailtura en los países desarrollados democráticos y su sub-valoración en el Tercer Mundo. Sin embargo, algunos auto-res han rechazado que toda la explicación se deba a la natu-raleza del proceso político (14). En efecto, el sentido comúnva contra la hipótesis de que en los países industrializados elethos social haya aceptado deliberadamente sobre-valorar alsector agrario. ^Por qué, entonces, se ha dado dicha sobreva-loración?

De acuerdo con los planteamientos de la teoría de la in-novación institucional inducida, es necesario acudir al análi-sis de los factores económiŝos para desarrollar una teoría po-lítica de la protección agrícola. Así, de acuerdo con algunosautores, la génesis del proteccionismo en EE.UU y Francia sejustificó cuando la depresión económica de los^treinta propi-ció un ambiente favorable a la intervención del Estado en elsostenimiento de los precios agrícolas (15). Hacía falta un en-torno económico que propiciara la incorporación de las exi-gencias de los agricultores al «acquis» institucional. El pro-ceso político sin duda influyó en la génesis del proteccionismo,

(14) La insuficiencia de los modelos estáticos basados en el proceso polí-tico para explicar la intervención del Estado en la agricultura, es precisamentelo que ha dado lugar a la generación de modelos dinámicos de cambio institu-cional, que incorporan la influencia de las fuerzas económicas (Petit, 1985; Ha-yami y Ruttan, 1984, 1985). Véase el apartado anterior.

(15) En la terminología de Janvey, la lógica autónoma del Estado de soste=nimiento del proceso de acumulación de capital requería, en contexto de desar-ticulación social, alimentos baratos necesarios para mantener los costes laboralesbajos.

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pero tenía que encontrar un ambiente económico que legiti-mara las reivindicaciones de la agricultura.

Así, de acuerdo con Petit (t985), los agricultores america-nos ya manifestaban sus exigencias de protección desde al-gún tiempo antes de la creación de la Agricultural Adjust-ment Administration -principal innovación institucional-en 1933. Esta última respondió a la lógica correctora de lagran depresión más que a una simple concesión a las deman-das sociales. La grave crisis agrícola, plasmada en fuertes caí-das de precios, legitimó las demandas sociales, y dio lugar a laaplicación de medidas, de «urgencia» que, debido a su éxitoinicial, persistieron en el tiempo como un hecho normal. Lasmedidas consistieron, tanto en Estados Unidos como en laFrancia del Frente Popular, en una expansión de la demandaagrícola, lo cual resultaba coherente con la lógica Keynesianaque daría más tarde soporte teórico a la política puesta enpráctica. En estas circunstancias, el Estado se comportó segúnuña lógica, relativamente autónoma dé los intereses de losgrupos particulares, en pos de la preservación del sistemaeconómico (de Janvey; Barceló, 1989).

Por otro lado, la protección agrícola resultaba coherentecon la estructura económica socialmente articulada de laseconomías occidentales democráticas (amplias capas socialesparticipan del consumo final). En ellas, la agricultura -supoder de compra- juega un papel importante en el restable-cimiento de la demanda agregada, hecho destacado por el es-tudio de Janvey. Proteger al sector agrario implicaba despla-zar la demanda final de consumo. La provisión de alimentosbaratos sería resultado de la innovación tecnológica más quede una limitación de los precios -verdadera «exacción»-como la que se puso en práctica en bastantes países del Ter-cer Mundo. Ya que, en estos últimos, la demanda final de bie-nes de consumo es ejercida fundamentalmente por las élitesurbanas, no resultaba funcional el apoyo a los precios agríco-las sino más bien lo contrario.

El proteccionismo agrícola no entra en crisis hasta losaños ochenta debido a que su coste económico resultaba fá-

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cilmente soportable. El proceso de modernización de la agri-cultura en los países occidentales desplazaba la curva deoferta hacia la derecha, implicando una tendencia decre-ciente de los precios aun cuando el sector público se empe-ñase en intentar sostenerlos. De este modo, los consumidoresno percibían el coste social de la protección a pesar de que laagricultura resultaba sobre-valorada con respecto a la tenden-cia de los precios de libre mercado. Sólo en los últimos añosla protección ha sido percibida como costosa por los agenteseconómicos. Ello se ha debido a que la elevación de las sub-venciones a la exportación se ha plasmado en altos costespresupuestarios (tangibles) o ha reducido las posibilidadesde expansión de las exportaciones de otros países, incremen-tándose las tensiones internacionales. Así pues, aunque loseconomistas nos hemos preocupado durante décadas de de-nunciar la ineficacia de la protección vía precios, la sociedadoccidental sólo ha reconocido dicha ineficiencia en el mo-mento en que se hizo políticamente tangible, a través del pre-supuesto o de los conflictos comerciales internacionales.

En cuanto a los países del Tercer Mundo, los factores eco-nómicos pueden haber influido en la tendencia política a lasub-valoración de su agricultura. Por una parte, ha influidouna concepción del desarrollo económico en la que la agri-cultura debía proporcionar alimentos baratos y mano de obraen el proceso de industrialización. Pero, por otro lado, los pa-íses en vía de desarrollo se han encontrado ante limitacionesen el crecimiento de la productividad agrícola que ha yugu-lado el proceso de crecimiento económico. Así, la disyuntivaera la siguiente: o promover primero el desarrollo agrícolaposponiendo la industrialización, o industrializar con un me-nor volumen de recursos destinados al crecimiento de la pro-ductividad agrícola. En esta última opción las ganancias deproductividad agraria no podían ser trasladadas a los consu-midores a través del precio simplemente porque no las había.En este contexto, alguien tendría que acabar perdiendo, olos agricultores o los consumidores urbanos (véase Paarlberg,pág. 217).

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6. UNA REFLEXION SOBRE LA INTERVENCION DELESTADO EN LA AGRICULTURA ESPAÑOLA

Cabría preguntarse si las circunstancias que originaron elproteccionismo agrícola en muchos países industrializados sévieron reflejadas en la experiencia histórica española. Comoacabamos de ver, la lógica dé la intervención estatal en lasagriculturas de Francia y EE.UU. respondió a la necesidad decorregir el nivel de demanda, evitando así las fuertes caídasde los precios agrarios características de las crisis agrarias.^Qué ocurrió en la Españá de los años 30?

La crisis agraria de la España republicana presenta un do-ble frente. El primero proviene de la sobreproducción (extra-ordinarias cosechas de 1932 y 1934) que, por la vía de la Leyde King, empeoró .las condiciones de vida de los agricultorescastellanos. El segundo frente se inicia con la caída de la de-manda de exportaciones citrícolas, especialmente' a partir de1933, a consecuencia de la grave crisis económica que habíarestado poder de compra a nuestros clientes europeos.

La respuesta de los gobernantes de la II República a la cri-sis agraria no fue la de acentuar la intervención, al menos enel mismo sentido que en otros países europeos industrializa-dos. ^Por qué esta escasa atención de la República a las exi-gencias de protecŝión de los agricultores? No es difícil avan-zar dos hipótesis que, debidamente contrastadas, podríanresponder a esta cuestión.

En primer lugar, el proteccionismo agrícola no resultó enEspaña tan necesario como en otros países para corregir lacrisis de demanda agregada cáusante de la gran depresión.Sencillamente, España no se vio afectada con especial viru-lencia por la crisis económica de los 30. Esto es así por diver-sas circunstancias que Palafox cifra en.una tendencia autár-quica de la economía española (relativo aislamiento de lasfluctuaciónes del comercio internacional) y en la fuerte .ele-vación de los salarios reales, tras la proclamación de la Repú-blica. La consecuencia fue que, mientras que la demandaagregada se deprimió en la mayoría de los países industriali-zados, en España la renta nacional se mantuvo estable en el

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período 1930-1935. En conclusión, el proteccionismo agrí-cola no resultaba funcional como salida a una crisis de de-manda agregada que, sencillamente, no existió.

En segundo lugar, la atención de los gobernantes seorientó más hacia las graves tensiones sociales del período. Elproblema de la distribución de la tierra fue central en losaños previos a la Guerra Civil. Como destaca Fontana, el pro-blema del latifundio se consideró como más apremiante y demayor proyección social y política que el de la sobreproduc-ción de trigo. El horizonte político, al borde de un enfrenta-miento armado, resultaba más corto que el horizonte econó-mico necesario para que fragúasen soluciones estables. Deeste modo, la II República Española ilustraba lo que deJanvey denomina Estado en «modo de respuesta a crisis»donde los intereses de política económica son fundamental-mente de tipo redistributivo y no promotor del crecimientoeconómico.

El advenimiento del régimen autoritario que siguió a laGuerra Civil amplió ciertamente el horizonte temporal de lapolítica económica. El análisis institucional de la políticaagraria del Estado franquista sugiere dos cuestiones intere-santes. Una primera es si en verdad la agricultura españoladisfrutó de elevados niveles de protección. La segunda cues-tión es si la lógica de la intervención estatal en la agriculturarespondió a las presiones de determinados grupos de intere-ses agrarios o, alternativamente, a un discurso relativamenteautónomo de los intereses agrarios y, a su vez, subordinado alas exigencias de la política económica general.

^Cuál fue el grado de protección de la agricultura espa-ñola? Cuando se habla de protección es necesario pregun-tarse si la agricultura recibió recursos de otros sectores eco-nómicos. La respuesta, nos tememos, depende del paradigmao sistema de comparación con respecto al cual midamos la re-lación real de intercambio de la agricultura. Este paradigmade referencia puede ser el escenario de libre mercado (au-sencia de intervención) o algún otro escenario. Si aceptáse-mos como situación de referencia la ausencia de restriccionesal comercio exterior agrícola podríamos contestar que sí, en

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efecto, un sector importante de la agricultura española es-tuvo protegido, al menos, a partir de los primeros años de ladécada de los sesenta. Así lo demuestran los altos «equivalen-tes» de subsidio al productor calculados por García Alvarez-Coque, reflejo de las rígidas regulaciones del comercio exte-rior agroalimentario de la época. El de subsidio al productorequivalente fue especialmente grande a mediados de los años60 productos como trigo, carnes de vacuno y ovino y leche devaca.

Sin embargo, si adoptamos como referencia la libre evolu-ción de los términos de intercambio agricultura-resto de lossectores económicos, la conclusión puede cambiar. En verdad,si estudiamos el grado de protección relativo agricultura-indus-tria no es nada evidente que el sector público discriminara sig-nificativamente a favor del sector agrario. No olvidemos el en-torno proteccionista que rodeó a la industria española en losaños 40 y 50, e incluso persistió en los años posteriores al Plande Estabilización, primer esfuerzo liberalizador. Con esto quere-mos decir que quizá sea el «grado de protección efectiva» (por-centaje de exceso del valor añadido en escenario protegido, so-bre el valor añadido de libre comercio en todos los sectores) unindicador más útil del nivel de protección exterior del sectoragrícola español de aquellos años. Considerando la fuerte pro-tección industrial, la protección efectiva del sector agrario espa-ñol quedaba francamente mermada, como lo indican los cálcu-los de Luis Gámir. De acuerdo con los resultados de San Juan,la agricultura comenzó a transferir rentas vía precios al resto dela economía a partir de mediados de los años sesenta. Sin em-bargo, esta transferencia de recursos, en contexto de proteccio-nismo industrial, se debe atribuir en buena parte a una distor-sión sobre sus términos de intercambio con respecto a laindustria y no exclusivamente a un proceso de transferencia deganancias de productividad (Leal et al., San Juan). En realidad,el cambio tecnológico no se acelera en la agricultura españolahasta entrados los setenta. De este modo, es cuestionable que laagricultura hubiera jugado antes un papel promotor del creci-miento económico, por la vía de las ganancias de productividadtransferidas a otros sectores de la economía.

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Las anteriores consideraciones sugieren que, después detodo, la agricultura española pudo no haber estado tan prote-gida como la de otros países de Europa Occidental en los queel proteccionismo industrial no era tan acusado. Unicamenteen los años 40 y 50 puede decirse que el sector agrario espa-ñol disfrutó de una evolución favorable en sus términos deintercambio con la industria, y ello a pesar de la política deracionamiento de la post-guerra. Como se muestra en el librode Leal et al., en los primeros años de la década de los 40 lasituación de escasez de alimentos implicó una tensión haciael deterioro para la industria de la relación entre preciosagrarios e industriales, que evolucionan paralelamente du-rañte aquellos años gracias a la pólítica intervencioni ŝta (aun-que los indicadóres no reflejan la influencia del mercado ne-gro). Esto hace pensar en las posibles concesiones del Estadofranquista hacia las zonas agrarias que apoyaron el nuevo ré-gimen. El régimen franquista se levantó sobre cimientos ideo-lógicos que aludían a la superioridad moral del campesinofrente al ciudadano (Fontana), de modo que, en la estapa ini-cial del régimen, la ruina progresiva del campesino castellanoy la presión del latifundista andaluz pudieron articularse enprogramas políticos. En contexto de agricultura escasamentemodernizada como era la española de aquellos años, con unalto porcentaje de población activa en el campo y un régi-men autoritario, resultaba políticamente factible mantenerlos precios agrícolas relativamente elevados sin riesgo de unacontestación popular en las ciudades. El racionamiento pudodar una imagen de preocupación hacia los consumidores ur-banos aun cuando el mercado negro («estraperlo») era co-rriente.

Sin embargo, como hemos apuntado, la evolución del sec-tor agrario español en años posteriores (tendencia desfavora-ble de los términos de intercambio con la industria en con-texto de protección industrial) denota que la lógica de laintervención estatal en la agricultura española, ya no resultótanto en una respuesta a las exigencias de los grupos agrariossino posiblemente a las exigencias del proceso de creci-miento económico, coherentes con la progresiva urbaniza-

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ción e industrialización del país. Así, a partir de los años se-senta puede ser útil, a modo de síntesis, hablar de tres perío-dos hasta la integración de España en la CEE:

Un primer subperíodo, en los años 60, cuando la Españade los Planes de Desarrollo asiste al cambio en los hábitos deconsumo de la población española. La demanda de bienes«superiores» como carne, leche y huevos configura proble-mas de abastecimiento ante una oferta que no respondía conceleridad suficiente a las nuevas necesidades. Los problemasde abastecimiento alimentario se solapan al persistente défi-cit de la balanza comercial, de modo que el régimen no optópor liberalizar el comercio exterior agroalimentario para cu-brir la demanda interna. Así pues, si el grueso de la protec-ción agrícola de los años 60 se concentraba, como muestraGarcía Alvarez-Coque, en los productos animales, ello parecíacorresponder en mayor medida a las exigencias de autoabas-tecimiento y reducción del déficit comercial, que a una deli-berada transferencia de rentas al subdesarrollado sector pro-ductor de carne vacuno y leche, concentrado en el Norte deEspaña. No olvidemos, además, que después del primer em-puje liberalizador del Plan de Estabilización, la industria es-pañola siguió baŝtante protegida en estos años (FuentesQuintana) manteniendo así bajos los términos de intercam-bio de la agricultura en relación a la industria.

En los años 70 irrumpe la grave crisis económica marcadapor elevadas tasas de inflación y desempleo en nuestro país.Esta vez una prioridad del sistema resultó ser la lucha anti-in-flacionista, a la cual colaboró la política discrecional de im-portaciones. Los equivalentes de subsidio al productor se re-ducen gracias en buena parte a la crisis de materias primas delos años 70 que produjo el alza de los precios internacionales(García Alvarez-Coque, 1986). No deja de resultar paradójicoque el alumbramiento de las organizaciones agrarias de la Es-paña democrática haya acompañado, e incluso precedido, ala fuerte caída, en el período 1978-1983, de los términos deintercambio de la agricultura española.

Finalmente, en los 80, la prioridad viene dada por las exi-gencias de integración en un área económica más amplia, la

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CEE. Quien consulte las memorias del FORPPA de los últi-mos años previos a la integración, comprobará hasta quepunto la política de precios agrarios estuvo condicionada porla futura armonización con la Política Agrícola Común, ini-ciándose, incluso, desde algunos años antes de 1986, la apro-ximación de precios institucionales españoles a los comunita-rios. La agricultura española no podía dejar de beneficiarsedel proceso de creciente protección pública. Pero lo que aquíse pone en cuestión es si ese proceso respondió a las exigen-cias de los grupos agrarios o a exigencias más amplias de laeconomía española.

Incluso en la primera década de la transición democráticaespañola, la fuerza reivindicativa de las organizaciones agra-rias españolas debe ser matizada. Algunos de los trabajos deEduardo Moyano nos enseñan bastante sobre el papel de lasorganizaciones agrarias durante los últimos años. Todavía,hace unos pocos años, el citado autor señalaba: «La agricul-tura española está, en definitiva, en una situación de desarti-culación del sindicalismo vertical que...; había actuado sobrela sociedad rural como una. especie de «corsé», de articula-ción forzosa, y por otra, de la dificultad de consolidación delas nuevas organizaciones sindicales, excesivamente dispersasy con estructuras organizativas insuficientemente adecuadaspara jugar el papel que les corresponde en la necesaria con-centración social» (Moyano, 1985, pág. 33). Estas líneas mati-zan la posible influencia de los grupos agrarios eñ el diseñode la política agraria española de las últimas décadas.

Así pues, la evolución de la política agraria española pa-rece haber respondido quizá más a factores económicos y afactores políticos, exógenos a los propios intereses agrarios,cuya explicación institucional se escapa a los objetivos delpresente estudio. Con ello no queremos decir que la tasa decaída de los precios agrarios no se viera ralentizada en ciertosperíodos por el efecto de las políticas comerciales agrarias,beneficiándose así la agricultura con respecto a la tendenciaque hubiera impuesto el libre mercado. Lo que cuestionamosaquí, a modo de hifiótesis, es que el proceso político haya gene-rado una protección deliberada al sector agrícola, aun cuando

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la ,política agraria fuera campo abonado de medidas «cosmé-ticas» en pos de una legitimidad social. La política agraria pa-rece haber respondido a las exigencias de la política econó-mica general como el equilibrio de la balanza de pagos, lalucha anti-inflacionista o las necesidades de integración enun área económica más amplia.

7. EL PAPEL DE LOS ECONOMISTAS AGRARIOS

^Cuál debe ser el papel del economista agrario a la horade evaluar políticas? Esta pregunta sugiere dos cuestiones in-teresantes. La primera, hasta qué punto el economista debe«mojarse», es decir, tomar postura, a la hora de juzgar políti-cas agrarias. La segunda es si la investigación en ciencias so-ciales tiene algo que decir en un mundo donde los conflictosde intereses parecen ser determinantes en la forma final delas políticas agrarias.

Con respecto al primer problema, la cuestión relevante essi, una vez abandonado el mito del planificador racional, eleconomista puede evaluar la racionalidad del proceso polí-tico. A este respecto, cabría mencionar tres posibles actitudesmetodológicas:

-«Normativismo condicional». Este enfoque asume pri-mero las respuestas a cuestiones normativas y luego pasa a de-finir problemas y alcanzar prescripciones sin recurrir a untrabajo empírico sobre valores sociales. El economista puede,incluso, obtener las consecuencias de diversas alternativas po-líticas, bajo distintos juicios de valor, explícitamente expresa-dos, dejando la decisión final al político, en función de susvalores particulares sin necesidad de «mojarse» (16).

-«Racionalidad social». Aquí supondríamos que el pro-ceso político refleja las preferencias de la sociedad. El econo-mista centraría su trabajo en investigar los valores socialespara, una vez obtenida la función objetivo del centro político,

(16) Véase, a este respecto, el trabajo de García Alvarez-Coque para unaaplicación de la función de bienestar de Atkinson, con juicios de valor explicitosy parametrizados, al análisis de la política de precios agrarios.

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realizar prescripciones coherentes con la misma. En su formaextrema, las prescripciones pragmáticas, conocidos los valo-res sociales, se reducen en realidad a meras «descripciones»de lo que «debe ser». Así pues, el enfoque pragmatista se con-centra sobre todo en la formulación de prescripciones consi-derando que los conocimientos normativo y positivo son in-terdependientes y no reconocibles separadamente (17).

-«Racionalidad limitada» del proceso político. Con estavisión, no todos los valores sociales pueden deducirse delcomportamiento político realmente observado. En este sen-tido, el analista económico puede aconsejar sobre el mediode alcanzar ciertos objetivos políticos que se presumen razo-nables pero no revelados como resultado real del proceso po-lítico (18). El Estado puede fallar en alcanzar ciértos objeti-vos o si los alcanza lo hace con exceso de coste. Este énfasisen los costes del proceso político nos lleva a preguntarnos enqué medida una determinada estructura institucional estábien diseñada. Claramente, esta concepción da un mayorprotagonismo y relevancia al papel del analista político-eco-nómico. Es más, como miembro de una profesión, el econo-mista puede llegar a defender «el punto de vista del econo-mista». No son pocos los casos, y la experiencia española delas últimas décadas parece confirmarlo, en los que los econo-mistas han tenido éxito en la defensa de ciertos valores, sobretodo los relacionados con la eficiencia económica. En estesentido, este punto de vista pretendería descubrir el apoyo dela sociedad a ciertos valores sólo como una respuesta poste-rior a su defensa explícita por parte de los economistas.

(17) Véase la discusión de Winters sobre esta visión metodológica. Unejemplo de este enfoque podemos encontrarlo en un artículo de Cooter y Rap-poport que reivindica una concepción interpersonal de la utilidad, expresableen términos observables, objetivos y comparables. Glenn Johnson reivindica tam-bién la no separabilidad de los conocimientos positivo y normativo. En esta líneapodría incluirse el artículo de Burton, que intenta definir una función de prefe-rencia del Consejo de Ministros de la CEE, a partir del conocimiento históricode decisiones pasadas, con el fin de obtener el óptimo nivel de la cuota a aplicara la producción lechera de la CEE.

(18) Esta postura es defendida por Winters en su trabajo incluido en estelibro. Nelson va más allá al mostrar cómo el punto de vista de los economistas hasido crucial para la adopción de determinadas innovaciones institucionales.

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Ahora bien, lo cierto es que, sea cual sea la posición meto-dológica correcta, los economistas sí parecen haber jugado unpapel activo en la formulación de las políticas agrarias. Deacuerdo con lo dicho en el apartado anterior, y coherente-mente con lo expuesto por algunos autores (Petit, Winters,Moyano, 1983), la influencia de las organizaciones agrariasen las elaboraciones de los programas agrícolas debe ser ma-tizada. Las exigencias de los agricultores pueden haberlas«inspirado» pero sus vicios son en parte atribuibles a quienlos diseña, economista o legislador. De acuerdo con esta idea,los programas agrícolas no han sido ni muchos menos indife-rentes al estado de conocimiento de las ciencias socialescuando fueron gestados.

Un interesante ejemplo nos lo ofrece el trabajo de Rut-tan. En los años cuarenta, la propuesta recogida en el deno-minado Plan Brannan defendía un sistema de pagos directosa los agricultores norteamericanos con una aparentementeimpecable racionalidad. Como señala Ruttan, (19) «la capaci-dad limitada para... calcular de forma empírica los paráme-tros de los modelos de productos y de sector, constituyeronuna grave carga tanto para el diseño como para la aceptacióndel Plan Brannan». Es más, «hasta principios de la década de1960 no dispusieron los analistas políticos de un cuerpo sus-tancial de la literatura sobre costes y efectos de los progra-mas». Así pues, es bien séguro que las formas iniciales de pro-tección no fueron indiferentes al incipiente desarrollo de lasciencias sociales en la época de su elaboración.

Como vemos, la elasticidad de la oferta institucional(grado de respuesta a la demanda de cambio institucional)depende en buena medida del desarrollo de las ciencias so-ciales, aunque el procedimiento a través del cual los resulta-dos de la investigación pueden traducirse en una innovación

(19) Ruttan, en su artículo seleccionado por nosotros, señala que los cien-tíficos sociales han creido que ^el diseño institucional es sólo cuestión de habili-dad analítica y voluntad política... En consecuencia, hemos encontrado con fre-cuencia dificultades para eludir las repercusiones de los cambios a corto plazoen el entorno económico y político, o de los cambios, a menudo volátiles, del en-torno intelectual^.

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institucional concreta restan por ser suficientemente estudia-dos (Calatrava).

La investigación en ciencias sociales puede ser útil al pre-decir la futura evolucióri de los mercados agrarios o la reac-ción de los distintos agentes sociales ante cambios de escena-rio político. De este modo, se consigue un elemento clave enla reducción de los «costes» de transacción de todo procesonegociador: la disminución de incertidumbres. Podría argu-mentarse que, dado el estado incipiente de las ciencias socia-les, éstas poco pueden contribuir todavía en esa tarea de ayu-dar a los individuos a formular sus expectativas. No obstante,aunque sólo aparezcan a muy largo plazo, los beneficios so-ciales netos de la investigación en economía agraria son, enmi opinión, positivos. Las carencias de la investigación sobrela situación y respuestas del sector agrario en España ha con-ducido a menudo a debates dotados de una excesiva cargaideológica. Ya sé que la ideología también es un activo intere-sante en la producción de los científicos sociales. Pero, aun-que «no sólo de pan vive el hombre» mi opinión es que tam-bién habrá que producir pan.

8. iJNA SINTESIS DE LOS TRABAJOS RECOPILADOS

El presente estudio introductorio sólo ha pretendidoaportar unas cuantas ideas sobre el modo en que los econo-mistas agrarios observan el papel de las instituciones en la va-loración cuantitativa y cualitativa de la intervención del Es-tado en la agricultura. La selección de artículos queincluimos en este libro no aspira a ser ni mucho menos ex-haustiva. Se trata más bien de presentar un material, en sumayor parte hasta el momento no disponible en lengua caste-llana, que cumpla diversas utilidades. Así, junto a artículos in-troductorios como el de G. Schmitt, hemos incluido trabajosde revisión de la literatura (A. Zezza e I. Bowler), enfoquesanalíticos como los de A. de Janvey, V. Ruttan y E. Moyano, ytrabajos aplicados a realidades concretas como es el caso delos artículos de Barceló, Petit y Winters (debate sobre el pro-teccionismo); Runge y von Witzke (debate sobre la política

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agrícola común); y, finalmente, von Witzke, Rose-Ackerman yEvenson (enfoque econométrico).

Así pues, en la parte II del libro, titulada Sobre la releuanciadel factor institucional en la formulación de la Política Agraria se in-

cluyen cuatro trabajos que, de algún modo, tienen que vercon lo que unas páginas atrás, denominábamos «la oferta deinnovaciones institucionales». El trabajo introductorio de G.Schmitt, titulado El papel de las instituciones en la formulación dela política agraria y publicado en Agricultura y Sociedad, centrasu atención en la política agraria como output resultante delproceso político. La pregunta fundamental que G. Schmittplantea es si dicho proceso, al menos en lo que concierne alas democracias parlámentarias occidentales, revela fielmentelas preferencias de los ciudadanos. Si esto es así, ^por qué eloutput político discrepa a menudo de los dictados de la eco-nomía del bienestar? En principio, la lógica económica noayuda a explicar en sí misma el porqué un grupo minoritariode la sociedad como es el agrario, es receptor de transferen-cias de renta del resto de la sociedad, como así sucede en lapráctica real de los países industrializados. La contradicciónentre «racionalidad» económica y realidad política, reside ajuicio del autor, en factores como el compromiso ideológicode la sociedad con la agricultura, reforzado y acelerado por laactuación de los grupos de interés y la burocracia agrarista.

A continuación del artículo de G. Schmitt, útil para cen-trar el análisis del proceso político como condicionante de laoferta de política agraria, sigue el trabajo de A. Zezza: C^rupos

de interés y política agraria; una reseña dé la literatura (publicadoen La Questione Agraria). Este artículo resulta interesante entanto en cuanto presenta una revisión de enfoques que M. DeBenedictis encuadra en la categoría denominada MOGRI(«Modelos de grupos de interés»). El trabajo de A. Zezza esmás general de lo que sugiere su título al preocuparse no sólode los conflictos de interés sino, además, de otros enfoques so-bre el papel del Estado en la agricultura. Así, en una primerafase, dedicada a los modelos de economía política aplicados ala política económica general -no exclusivamente la agra-ria- A. Zezza alude a la teoría del Estado, la lógica de acción

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colectiva, la teoría de la regulación y, finalmente, la teoria dela sociedad de buscadores de renta. En una segunda fase, eltrabajo trata los enfoques de economía política aplicadós a laagricultura, destacando la notable disonancia existente entreel análisis económico del sector, muy desarrollado en el con-texto de la investigación económico agraria, y el estudio de losmecanismos de aplicación de las recomendaciónes políticas.

Dentro del estudio de los grupos de interés, cabría desta-car los problemas de coordinación de los agricultores en de-fensa de sus intereses. Estos son tratados en el trabajo de E.Moyano, titulado Estado y Agricultura en el Capitalismo avan-zado: la necesidad de interlocutores, publicado en Agricultura ySociedad. Factores como la heterogeneidad de orientacionesproductivas, los condicionamientos físicos de la actividadagraria, la estructura de la propiedad y la ideología, han con-dicionado el proceso de corporatización en la agricultura, de-bilitándolo. El estudio de E. Moyano, complementado por di-versas aportaciones posteriores, resulta útil como marcoteórico para determinar si la agricultura, en ciertas condicio-nes, más que un sector protegido, puede jugar un papel su-bordinado en el sistema económico general e interferido porotras estructuras corporatistas.

Pero, además de la influencia de los grupos de interés, laoferta de la política agraria ha estado condicionada por otrosfactores, uno de los cuales es la velocidad en que el procesopolítico incorpora los dictámenes de los economistas agra-rios. Como señala V.W. Ruttan en su artículo seleccionadoConocimiento científico-social y cambio institucional (publicado enel American Journal of Agricultural Economics), los avancesen las ciencias sociales ofrecen la oportunidad de reducir loscostes de cualquier innovación institucional. El artículo delprofesor Ruttan es un buen exponente de la teoría de la in-novación institucional inducida, que hemos mencionadounas páginas atrás, y que tiende a explicar la demanda decambio institucional como resultado de cambios de las dota-ciones de recursos y de la tecnología. Como señala V. Ruttan,los economistas han sido poco sensibles a las restriccionesque los entornos económico y social imponían sobre el di-

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seño institucional. Tanto el diseño lógico como las fuerzaseconómicas y sociales han contribuido a la generación de losprogramas agrícolas. Para ilustrar el papel de los economistasagrarios en este contexto, el profesor Ruttan recurre a unejemplo histórico: la implantación del sistema de pagos direc-tos a los agricultores en los EE.UU. Como concluye el autor,el estado de las ciencias sociales agrarias es determinantepara que una idea de cambio institucional sea adoptada conéxito. Con un desarrollo incipiente, la economía agraria seha revelado muy dependiente de las eventualidades del en-torno político e ideológico. Posiblemente, con una mayor so-lidez en las ciencias sociales agrarias, la forma que habríanadquirido numerosos programas agrícolas habría sido biendistinta de la que finalmente adquirieron.

A continuación de estos cuatro trabajos incluidos en laparte II introductoria, nuestra selección se ha orientado a tra-bajos que aplican la economía política al análisis de proble-mas reales, con especial relevancia en la actualidad. Así, laparte III del presente libro se dedica a tratar los condicionan-tes de la política agraria practicada en realidad. Esta parte in-cluye cuatro interesantés aportaciones.

La primera es el trabajo de A. de Janvey titulado ^Por quélos golriernos hacen lo que hacen? y publicado originalmente porWestview Press. El autor nos presenta sintéticamente los ele-mentos de una teoría integradora del Estado -de corte mar-xiano=, cuyos principios han sido destacados varias veces alo largo de este estudio introductorio, y que confronta las dos«lógicas» del Estado -instrumentalista y autónoma- paraexplicar la forma que adquiere la intervención en función deaspectos, como las estructuras económica y social y la inser-ción del país en cuestión en la división internacional del tra-bajo. El artículo de Janvey presenta un doble atractivo. Poruna parte, su teoría permite explicar el por qué el nivel deprotección a la agricultura puede variar de un país a otro; y,segundo, no se limita únicamente a suministrar un modeloabstracto sino también aplicado a casos como los EE.UU., Co-lombia y Egipto. Se trata, en definitiva, de responder a lacuestión de por qué los gobiernos orientan su actuación ha-

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cia la manipulación de los precios agrícolas, dejando de ladopaquetes políticos alternativos que persiguen con mayor éxitoel desarrollo agrícola y rural, así como las necesidades nutriti-vas de la población, especialmente en el Tercer Mundo.

Frente al análisis de las discrepancias entre los enfoquespolíticos seguidos por los países desarrollados y los subdesa-rrollados (realizado en el estudio anteriormente citado), eltrabajo de L. A. Winters titulado La Economía Política de la Po-lítica Agraria en los ^iaíses industriales (publicado en la Euro-pean Review of Agricultural Economics) se centra en el pri-mer grupo de países. En este artículo, L. A. Winters analizalas causas fundamentales de la crisis del modelo proteccio-nista de la política agraria. En opinión del autor, las causas deesta crisis son el resultado del conflicto entre actitudes socia-les adversas al cambio, por un lado, y un sistema económico yuna tecnología agraria en constante mutación, por el otro.En las fórmulas proteccionistas han influido los grupos depresión, los burócratas y los políticos. Pero, a juicio de L. A.Winters, para explicar el proteccionismo, no basta con las teo-rías más simples del «mercado políŝCO» que atribuyen las re-glamentaciones al comportamiento egoísta del político enpos de su reelección. Una explicación más completa del pro-teccionismo como fenómeno persistente debe recurrir a con-siderar factores como, primero, las restricciones que impo-nen sobre el político las reglas de decisión, afectando porejemplo, a la configuración de las coaliciones y a los paquetesde medidas adoptadas, en buena parte relacionados concuestiones de los sectores no agrícolas. En segundo lugar, lasimpatía ideológica de la ciudadanía hacia la agricultura. Ter-cero, los procesos dinámicos que implican que sólo ante crisisextremas se producirá la confluencia de intereses necesariapara la adopción de innovaciones institucionales de entidad.Por otra parte, la vigencia de «funciones de bienestar socialconservadoras» (FBSC) perpetúa los programas y resulta, fi-nalmente, en un mayor grado de sofisticación de los paquetesde medidas.

El trabajo de L. A. Winters entra de lleno en el debate so-bre cuáles son las resistencias políticas con que se enfrenta

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un eventual desmantelamiento de las políticas de precios protec-cionistas. En este debate interviene también L. V. Barceló en sutrabajo titulado La reducción del ^iroteccionismo agrario. Eacig^zcza delsistema y deseabilidad social (publicado en I.C.E.), del cual inclui-mos la seccióq I que sintetiza con mayor claridad las posicionesdel autor. Las ideas matrices para enjuiciar el proteccionismo, enopinión de Barceló, atienden a dos conceptos a menudo contrapuestos: eacigencias de autoconservación del sistema (eficiencia)y exigencias de integración social (equidad). Las alusiones a la re-alidad de la agricultura y la sociedad españolas son frecuentes enel intento del autor de demostrar lo efimero de actitudes defensi-vas corporatistas -en la linea de las FBSC mencionadas en pá-rrafo anterior- en medio de la tendencia hacia la universaliza-ción de la moral, propia de la modernidad, que tiende a hacerprevalecer los criterios de equidad interpersonal no corporatis-tas.

Una restricción de importancia creciente sobre la políticaagraria viene provocada por la cada vez más patente interdepen-dencia internacional, causante de frecuentes conf'lictos comercia-les. A este respecto, mientras el papel del GATT es abordado yapor los dos artículos anteriores, el trabajo de Petit entra de llenoen los factores determinantes de la política agraria de uno de losparticipantes de mayor peso en el corriente conflicto comercialinternacional agroalimentario: los EE.UU. En su artículo titulado^[^an a cambiar los Fstados Unidos de política agrícola? (publicado enAgricultura y Sociedac^, M. Petit identifica a los actores principalesen el debate sobre la politica agraria norteamericana, llegando aesbozar diversos escenarios de evolución probables. Por un lado,la influencia de las organizaciones agrarias, parece que sí juegaun papel principal en la estrategia americana. Por el otro, el pro-ceso de toma de decisiones, mediatizado por el papel de los legis-ladores, la Cámara y el ejecutivo, marca la forma final de la polí-tica agraria. El caso norteamericano es relevante en tanto encuanto, como destaca M. Petit, las consecuencias de sus programas agrícolas para la agricultura europea son considerables.Tanto EE.UU. como la CEE se enfrentan a un problema de ca-racteristicas similares: el sobredimensionamiento del sector aa*rí-cola. Pero ^cuál puede ser la respuesta europea?

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A responder la cuestión planteada pueden contribuir losdos trabajos incluidos en la parte IV de este libro de lecturas,dedicado al caso particular de la Comunidad Europea. A esterespecto, Ian Bowler nos ofrece el artículo titulado El «fallono comercial» de la política agraria ^cna revisión de la literaturarelacionada con la Comunidad Europea-. La detallada revisiónde Bowler se centra en el funcionamiento del proceso polí-tico en la Comunidad, aludiendo a lo que se sabe o no sesabe acerca de sus instituciones centrales -el Consejo y laComisión- así como de los intereses agrícolas expresados através del Parlamento Europeo y los grupos de presión. La re-visión revela que sabemos poco sobre el modo de operar delentramado decisional de la Comunidad. Por otra parte, a jui-cio del autor, una explicación de los fallos del proceso polí-tico comunitario requiere reconocer los «locus» de responsa-bilidad en la estructura decisional de la Comunidad. ^Quiéntiene la responsabilidad de los fallos del proceso? ^El Con-sejo, la influencia de los intereses agrícolas? El trabajo deBowler demuestra que nuestro conocimiento empírico delproceso político comunitario es escaso y. que mucho habráque profundizar en él para llegar a diseños institucionalesmenos costosos en términos de tiempo y recursos.

A estudiar los factores de cambio en la estructura institu-cional de la Comunidad se dedica el trabajo de C. F. RungeH. von Witzke titulado El cambio institucional en la PolíticaAgrícola Común de la Comunidad Eurapea, publicado en el Ame-rican Journal of Agricultural Economics. Una vez más, se recurrea la teoría de la innovación institucional inducida, propuestapor Hayami y Ruttan, para estudiar la política agraria en unaComunidad de doce miembros. Del lado de la demanda decambio institucional, los autores nombran elementos comolos efectos redistributivos internacionales derivados de laPAC, los costes de transacción implicados en el proceso polí-tico comunitario, el crecimiento incontrolado de los gastos,y los intentos de renacionalización de los programas agríco-las. Finalmente, los profesores Runge y von Witzke examinanalgunas posibles innovaciones institucionales alternativasque podrían asegurar un mejor compromiso entre eficiencia

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y equidad en la distribución de los costes y beneficios de laPAC.

Pero el análisis institucional en la práctica puede exten-derse a algo más que consideraciones cualitativas, llegandotambién a la contrastación de hipótesis,. mediante métodoscuantitativos. Con ello no significamos que sólo lo expresableen números sea empíricamente comprobable. Ahora bien,no queríamos dejar fuera de _esta compilación al enfoquecuantitativo de contrastación de hipótesis que está comen-zando a mostrarse válido en la detección de las razones políti-cas que subyacen a una política dada, y en la predicción delresultado político en función de sus diversos factores deter-minantes. Así pues, la parte final de este libro de lecturas in-cluye los dos trabajos siguientes: Las causas determinantes de lapolítica agrícola de la Comunidad Económica Europea y su contribu-ción a la inestabilidad de la agricultura, de H. von Witzke (REASno 137) ; y La Economía Política de Investigación y Extensión agra-rias: subvenciones, votos y redistribución parlamentaria, de S. Rose-Ackerman y R. Evenson, publicado en el American.journal ofAgricultural Economics.

En el primero de los dos trabajos citados, H. von Witzkeestablece, finalmente, una relación entre la tasa de creci-miento de los precios agrarios institucionales y sus principa-les factores explicativos: la renta agrícola y el gasto presupues-tario. Esta última variable es, a su vez, función de los preciosde mercado mundial y los tipos de cambio Ecu/dólar. De estemodo no se refuta, en las ecuacionés estimadas por procedi-mientos de regresión, la hipótesis de que la PAC no viene de-terminada por una lógica de planificación racional en pos dela eficiencia del sistema, sino especialmente depende de res-tricciones presupuestarias e internacionales. Un estudio delas características del propuesto por el profesor Witzke resul-taría interesanté para detectar la naturaleza de las coyunturaseconómicas, que pueden implicar en el futuro una CEE máspropensa a la reducción del proteccionismo.

Pero el enfoque econométrico de contrastación de hipó-tesis relativas a la economía política de la política agraria, nose circunscribe al examen del apoyo público a la agricultura

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vía precios sino, en general, a la distribución del gasto pú-blico entre distintas finalidades. Así, el artículo de S. Rose Ac-kerman y R. Evenson se orienta a la identificación, con ayudade métodos estadísticos, de los factores económicos y políti-cos que subyacen al gasto en investigación y extensión agra-rias efectuado por los distintos Estados que conforman losEE.UU. En el gasto estatal en I+D agrícola no sólo influyenlos niveles de renta agraria y la importancia relativa de la po-blación activa agraria, sino también las relaciones entre losdistintos niveles de Gobierno así como la fuerza política, entérminos electorales, de los agricultores. De un lado, la exis-tencia de ayudas federales puede estimular el gasto estatal de-bido a la «ilusión» que el contribuyente puede recibir conrespecto al impacto marginal del gasto en I+D. Por otraparte, el sistema electoral norteamericano ha tendido a redu-cir en las últimas décadas la sobre-representación electoral delos intereses agrícolas (que llegó a ser marcada en los años50), lo cual induce a predecir una caída progresiva del gastopúblico agrícola en I+D, al estar éste cada vez más asociado,con el sistema actual, a la importancia relativa de la pobla-ción agrícola en la población total.

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A continuación presentamos una selección de referencias bibliográ-ficas recientes sobre los temas tratados en este libro. Esta lista no pre-tende ser de ningún modo exhaustiva sino únicamente informar sobreun conjunto de aportaciones básicas que, complementando al materialincluido en el presente libro, puedan servir de base al lector que quieraprofundizar en los factores institucionales que determinan la políticaagraria.

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PARTE II ^

SOBRE LA RELEVANCIADEL FACTOR

INSTITUCIONAL EN LASDECISIONES DE LAPOLITICA AGRARIA

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