Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

42
Dispensa Letteratura e cultura spagnola III Prof. Andrea Bresadola A.A. 2018/2019 - Federico García Lorca “Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla” (Romancero gitano) - Antonio Machado “A Líster, Jefe en los ejércitos del Ebro” - Rafael Alberti “Galope” - Miguel Hernández “Vientos del pueblo me llevan” (Viento del pueblo) - Vicente Aleixandre “El miliciano desconocido. Frente de Madrid” - Camilo José Cela La familia de Pascual Duarte - Ramón J. Sender Réquiem por un campesino español - Rafael Sánchez Ferlosio El Jarama - Luis Martín-Santos Tiempo de silencio - Miguel Delibes “Presentación” (Obras completas I. El novelista) - Andrea Bresadola “Variantes de autor en El camino- Fernando Larraz/Cristina Suárez “Realismo social y censura en la novela española (1954-1962)” - Francesco Luti “Carlos Barral e Italia”

Transcript of Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Page 1: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Dispensa

Letteratura e cultura spagnola III

Prof. Andrea Bresadola

A.A. 2018/2019

- Federico García Lorca “Prendimiento de Antoñito el Camborio en el

camino de Sevilla” (Romancero gitano)

- Antonio Machado “A Líster, Jefe en los ejércitos del Ebro”

- Rafael Alberti “Galope”

- Miguel Hernández “Vientos del pueblo me llevan” (Viento del pueblo)

- Vicente Aleixandre “El miliciano desconocido. Frente de Madrid”

- Camilo José Cela La familia de Pascual Duarte

- Ramón J. Sender Réquiem por un campesino español

- Rafael Sánchez Ferlosio El Jarama

- Luis Martín-Santos Tiempo de silencio

- Miguel Delibes “Presentación” (Obras completas I. El novelista)

- Andrea Bresadola “Variantes de autor en El camino”

- Fernando Larraz/Cristina Suárez “Realismo social y censura en la novela española

(1954-1962)”

- Francesco Luti “Carlos Barral e Italia”

Page 2: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 3: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 4: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Antonio Machado

“A Líster, Jefe en los ejércitos del Ebro” (1937)

Tu carta -oh noble corazón en vela,

español indomable, puña fuerte-,

tu carta, heroïco Líster, me consuela,

de esta, que pesa en mí carne de muerte.

Fragores en tu carta me han llegado

de lucha santa sobre el campo ibero ;

también mi corazón ha despertado

entre dores de pólvora y romero.

Donde annuncia marina caracola

que llega el Ebro, y en la peña fria

donde brota esa rúbrica española,

de monte a mar, esta palabra mía :

Si mi pluma valiera tu pistola

de capitán, contento moriría.

Rafael Alberti

“Galope” (1937)

Las tierras, las tierras, las tierras de España,

las grandes, las solas, desiertas llanuras.

Galopa, caballo cuatralbo,

jinete del pueblo,

al sol y a la luna.

¡A galopar,

a galopar,

hasta enterrarlos en el mar!

A corazón suenan, resuenan, resuenan

las tierras de España, en las herraduras.

Galopa, jinete del pueblo,

Page 5: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

caballo cuatralbo,

caballo de espuma.

¡A galopar,

a galopar,

hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;

que es nadie la muerte si va en tu montura.

Galopa, caballo cuatralbo,

jinete del pueblo,

que la tierra es tuya.

¡A galopar,

a galopar,

hasta enterrarlos en el mar!

Page 6: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 7: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 8: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

C L Á S I C O S H I S P Á N I C O S

Camilo José Cela

La familia de Pascual Duarte

Edición, introducción y notas

Darío Villanueva

Estudio de la obra

M. Ángeles Rodríguez Fontela

Ilustración

Javier Serrano

Page 9: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Pascual Duarte, de limpio

Pascual Duarte, a fuerza de llevar tiempo y tiempo sin mu-darse de ropa, estaba sucio y casi desconocido. Muy limpio, lo que se dice muy limpio, no lo fuera nunca, bien cierto es, pero tan sucio como últimamente andaba tampoco era su natural. Los libros que tienen muchas ediciones acaban siempre por ensuciarse y, de cuando en cuando, conviene fregotearles la cara para volverlos a su ser. Esto de la higie-ne es arte capcioso1 pero necesario, arte que si bien debe usarse con cautela para no caer en sus garras, fieras como las del vicio, tampoco es prudente huirlo ni despreciarlo. En Orense vivía un señor que se llamaba don Romualdo Vaqueriza Duque, quien motejaba al bidet de cabeza de puente de la masonería en la vetusta civilización hispa-na;1 la gente, como no sabía bien lo que quería decir eso de vetusta, lo dejaba hablar. Don Romualdo, que era muy aparente, murió de un incordio2 anal que, según la ciencia,

1 capcioso : asunto planteado con habilidad para hacer caer al interlocutor. 2 incordio : o buba, ‘úlcera o vesícula inflamatoria en la piel, llena de pus, a

menudo debida a una enfermedad venérea’.

1 Esto es, ‘que calificaba reprobatoriamente (motejaba) el bidet de posición militar avanzada en territorio enemigo (cabeza de puente) de la masonería en la viejísima (vetusta) civilización hispana’. La masonería es una asociación internacional de carácter filantrópico que tiene sus orígenes en la Edad Me-dia. Defiende una ideología racionalista en política y religión y propugna el progreso social y el desarrollo moral del ser humano. Condenada desde antiguo por la Iglesia Católica, que a menudo la calificó de atea y hereje, la masonería alcanzó su apogeo en España durante la Restauración y la Repú-blica, y fue duramente reprimida durante la Dictadura franquista.

Page 10: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte4

quizás hubiera podido desprendérsele con jabón. A mí no me agradaría que el recuerdo de Pascual Duarte —¡pobre Pascual Duarte, muerto en garrote!— muriese como don Romualdo, de resultas de su miedo al agua.

Los escritores, por lo común, corregimos las pruebas de nuestras primeras ediciones y a veces, ni eso. Las que siguen las dejamos al cuidado de los editores quienes, quizás por aquello de su conocida afición al noble y entretenido juego del pasabola,3 delegan en el impresor, el que se apoya en el corrector de pruebas que, como anda de cabeza, llama en su auxilio a ese primo pobre que todos tenemos quien, co-mo es más bien haragán,4 manda a un vecino. El resultado es que, al final, al texto no lo reconoce ni su padre: en este caso, un servidor de ustedes. Los libros, con frecuencia, me-joran con esta gratuita y tácita colaboración, pero los auto-res rara vez nos avenimos a reconocerlo y solemos preferir, quizás habitados por la soberbia, aquello que con mejor o peor fortuna habíamos escrito.

A veces pienso que escribir no es más que recopilar y or-denar y que los libros se están siempre escribiendo, a veces solos, incluso desde antes de empezar materialmente a es-cribirlos y aun después de ponerles su punto final. La cose-cha de las sensaciones se tamiza en la criba de mil agujeros de la cabeza y cuando se siente madura y en sazón, se apun-ta en el papel y el libro nace. Lo que sucede es que el libro, después de nacer, sigue creciendo —armónico o desordena-do— y evolucionando: en la cabeza de su autor, en la ima-ginación o el sentimiento de los lectores y, por descontado, en las páginas de sus ulteriores ediciones. Estos crecimien-tos no son de la misma sustancia, bien es verdad, pero todos

3 pasabola : lance del juego del billar en que la bola golpeada por el jugador choca con otra bola, pega en la banda opuesta y luego en una tercera bola.

4 haragán : vago, perezoso.

Page 11: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

5pascual duarte, de limpio

le hacen crecer. Un niño crece de diferente manera que un cáncer, pero el cáncer —y eso es lo malo— también crece.

Con el Pascual Duarte casi he tenido —en esta oca-sión— que recurrir a la cirugía para podarle lo que le so-braba tanto como para devolverle lo que le quitaron; al final, afortunadamente, bastó con una buena jabonadura. Aunque ahora, al releerlo al cabo de los años, me entraron tentaciones de acicalarlo con mayor esmero y pulcritud,5 he preferido dejar las cosas —en lo fundamental— como esta-ban y no andarle hurgando. No la hurgues, que es mocita y pierde —oí decir por el campo de Salamanca, algo más arriba del paisaje extremeño de Pascual Duarte. Además, mi cabeza no es la misma de hace veinte años y este libro es producto de mi cabeza aquella y no de mi cabeza de hoy. Seamos respetuosos con el calendario.

Montaigne llamaba al orden virtud triste y sombría.2 Pro-bablemente, Montaigne confundió el orden con su máscara, con su mera apariencia; es actitud frecuente entre gentes de orden, entre quienes llaman orden a lo que no es ritmo sino quietud y, a fuerza de no distinguir entre el culo y las cuatro témporas,6 acaban tomando el rábano por las hojas. Yo pienso que el orden es algo alegre, vivo y luminoso; lo que es triste y muerto y opaco es lo que suele darse, fraudulenta y enfática-mente, por orden, cuando en realidad no pasa de ser un vacío. El firmamento es un hermoso prodigio de orden. El orden público, por el contrario, no es más cosa, con harta frecuen-cia, que un caos silencioso al que se fuerza a fingir el límpido color del orden aunque, claro es, nadie acabe creyéndoselo.

5 acicalar : limpiar, pulir, adornar; pulcritud : aseo, limpieza. 6 Esto es, ‘no distinguir entre cosas muy dispares’.

2 El filósofo francés Michel de Montaigne (1533-1592) fue autor de unos célebres Ensayos en los que expone su visión humanista del mundo en una serie de reflexiones que no siempre guardan un orden estricto.

Page 12: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte6

Pero si a veces pienso que escribir y ordenar son una misma cosa, otras veces sospecho lo contrario y hasta llego a creer en la inspiración de que nos hablan los poetas román-ticos —esos grandes mixtificadores— y los críticos román-ticos —esos denodados paladines de la confusión.7 Entiendo saludable —no sé si sabio— no pensar siempre lo mismo en lo adjetivo y sí, en cambio, variar poco en lo substantivo y permanente. Lo digo a cuenta de que tampoco me extrañaría poder llegar a incluir a la inspiración en la órbita del orden.

A mi novela La familia de Pascual Duarte, después de lo mucho que sobre ella he trabajado, voy a procurar no tocar-la más. Su texto original queda fijado (quizás fuera menos pedante decir: establecido) en esta edición y a ella procuraré remitirme siempre que lo necesite. Sus traducciones habrá que admitirlas tal como están, salvo que mis futuros tra-ductores prefieran ajustarse al texto de hoy, cosa que habría de agradecerles. Como es de sentido común, las traduccio-nes casi siempre he tenido que darlas por buenas porque, para revisarlas y comentarlas, precisaría de unos conoci-mientos que estoy muy lejos de poseer. En mis tiempos de La Coruña conocí y admiré mucho a un guardia municipal que se llamaba Castelo y que llevaba bordadas en la manga siete banderitas, una por cada país cuya lengua hablaba. No es mi caso y no me duelen prendas al reconocer que no hu-biera podido servir para guardia urbano o, al menos, para guardia urbano coruñés; a lo mejor, en Jaén o en Cáceres exigen menos requisitos y sabidurías.

En fin: Pascual Duarte está de limpio, que es lo importan-te. Ahora se dispone a empezar a morir de nuevo, poco a poco.

Palma de Mallorca, 23 de agosto de 1960.

7 mixtificador : que engaña o falsea; denodado paladín : esforzado defensor.

Page 13: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera.1

1 Esta dedicatoria aparece en la cuarta edición de la novela, de 1946, prolo-gada por Gregorio Marañón. Inicialmente La familia de Pascual Duarte fue dedicada al comediógrafo Víctor Ruiz Iriarte, amigo y compañero en an-danzas literarias de Cela tan solo cuatro años mayor que él. En el prólogo al primer tomo de su Obra Completa, publicado en 1962, el novelista anuncia que desechará «todas las dedicatorias ocasionales porque el tiempo se en-cargó de hacerme ver la provisionalidad de algunas», pero que mantendrá las «dedicatorias familiares y las literarias», estas últimas porque «forman parte del texto o, al menos, de su circunstancia».

Page 14: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 15: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Nota del transcriptor

Me parece que ha llegado la ocasión de dar a la imprenta las memorias de Pascual Duarte. Haberlas dado antes hubiera sido quizás un poco precipitado; no quise acelerarme en su preparación, porque todas las cosas quieren su tiempo, incluso la corrección de la errada ortografía de un manuscrito, y porque a nada bueno ha de concluir una labor trazada, como quien dice, a uña de caballo.1 Haberlas dado después, no hubiera tenido, para mí, ninguna jus-tificación; las cosas deben ser mostradas una vez acabadas.

Encontradas, las páginas que a continuación transcribo, por mí y a mediados del año 39, en una farmacia de Almendralejo1 —donde Dios sabe qué ignoradas manos las depositaron— me he ido entreteniendo, desde entonces acá, en irlas traduciendo y orde-nando, ya que el manuscrito —en parte debido a la mala letra y en parte también a que las cuartillas me las encontré sin numerar y no muy ordenadas— era punto menos que ilegible.

Quiero dejar bien patente desde el primer momento, que en la obra que hoy presento al curioso lector no me pertenece sino la trans-cripción; no he corregido ni añadido ni una tilde, porque he que-rido respetar el relato hasta en su estilo. He preferido, en algunos pasajes demasiado crudos de la obra, usar de la tijera y cortar por lo sano; el procedimiento priva, evidentemente, al lector de conocer algunos pequeños detalles —que nada pierde con ignorar—; pero

1 a uña de caballo : de prisa y corriendo.

1 Almendralejo es la capital de la comarca de Tierra de Barros en la provincia de Badajoz. En los años treinta del pasado siglo contaba con algo menos de 20.000 habitantes.

Page 16: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte10

presenta, en cambio, la ventaja de evitar el que recaiga la vista en intimidades incluso repugnantes, sobre las que —repito— me pareció más conveniente la poda que el pulido.

El personaje, a mi modo de ver, y quizá por lo único que lo saco a la luz, es un modelo de conductas; un modelo no para imitarlo, sino para huirlo; un modelo ante el cual toda actitud de duda so-bra; un modelo ante el que no cabe sino decir:

—¿Ves lo que hace? Pues hace lo contrario de lo que debiera.Pero dejemos que hable Pascual Duarte, que es quien tiene co-

sas interesantes que contarnos.

Page 17: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Carta anunciando el envío del original

Señor don Joaquín Barrera López.

Mérida.1

Muy señor mío:Usted me dispensará de que le envíe este largo relato en

compañía de esta carta, también larga para lo que es, pero como resulta que de los amigos de don Jesús González de la Riva (que Dios haya perdonado, como a buen seguro él me perdonó a mí) es usted el único del que guardo memoria de las señas,1 a usted quiero dirigirlo por librarme de su com-pañía, que me quema solo de pensar que haya podido escri-birlo, y para evitar el que lo tire en un momento de tristeza, de los que Dios quiere darme muchos por estas fechas, y prive de esa manera a algunos de aprender lo que yo no he sabido hasta que ha sido ya demasiado tarde.

Voy a explicarme un poco. Como desgraciadamente no se me oculta que mi recuerdo más ha de tener de maldito que de cosa alguna, y como quiero descargar, en lo que pueda, mi conciencia con esta pública confesión, que no es poca penitencia, es por lo que me he inclinado a relatar algo de lo que me acuerdo de mi vida. Nunca fue la memo-ria mi punto fuerte, y sé que es muy probable que me haya olvidado de muchas cosas incluso interesantes, pero a pesar

1 señas : dirección.

1 Mérida es la segunda ciudad de la provincia de Badajoz y actualmente capi-tal de Extremadura. En los años treinta del siglo xx superaba ya los 20.000 habitantes. Dista treinta kilómetros de Almendralejo, la población donde el transcriptor encuentra el manuscrito.

Page 18: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte12

de ello me he metido a contar aquella parte que no quiso borrárseme de la cabeza y que la mano no se resistió a trazar sobre el papel, porque otra parte hubo que al intentar con-tarla sentía tan grandes arcadas2 en el alma que preferí ca-llármela y ahora olvidarla. Al empezar a escribir esta espe-cie de memorias me daba buena cuenta de que algo habría en mi vida —mi muerte, que Dios quiera abreviar— que en modo alguno podría yo contar; mucho me dio que cavi-lar este asuntillo y, por la poca vida que me queda, podría jurarle que en más de una ocasión pensé desfallecer cuando la inteligencia no me esclarecía dónde debía poner punto final. Pensé que lo mejor sería empezar y dejar el desenlace para cuando Dios quisiera dejarme de la mano, y así lo hice; hoy, que parece que ya estoy aburrido de todos los cientos de hojas que llené con mi palabrería, suspendo definitiva-mente el seguir escribiendo para dejar a su imaginación la reconstrucción de lo que me quede todavía de vida, recons-trucción que no ha de serle difícil, porque, a más de ser poco seguramente, entre estas cuatro paredes no creo que grandes nuevas cosas me hayan de suceder.

Me atosigaba, al empezar a redactar lo que le envío, la idea de que por aquellas fechas ya alguien sabía si había de llegar al fin de mi relato, o dónde habría de cortar si el tiempo que he gastado hubiera ido mal medido, y esa segu-ridad de que mis actos habían de ser, a la fuerza, trazados sobre surcos ya previstos, era algo que me sacaba de quicio. Hoy, más cerca ya de la otra vida, estoy más resignado. Que Dios se haya dignado darme su perdón.

Noto cierto descanso después de haber relatado todo lo que pasé, y hay momentos en que hasta la conciencia quiere remorderme menos.

2 arcadas : movimientos del estómago que preceden o acompañan al vómito.

Page 19: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

13carta anunciando el envío del original

Confío en que usted sabrá entender lo que mejor no le digo, porque mejor no sabría. Pesaroso estoy ahora de ha-ber equivocado mi camino, pero ya ni pido perdón en esta vida. ¿Para qué? Tal vez sea mejor que hagan conmigo lo que está dispuesto, porque es más que probable que si no lo hicieran volviera a las andadas. No quiero pedir el indulto, porque es demasiado lo malo que la vida me enseñó y mu-cha mi flaqueza para resistir al instinto. Hágase lo que está escrito en el libro de los Cielos.2

Reciba, señor don Joaquín, con este paquete de papel escrito, mi disculpa por haberme dirigido a usted, y acoja este ruego de perdón que le envía, como si fuera al mismo don Jesús, su humilde servidor.

Pascual Duarte.

Cárcel de Badajoz, 15 de febrero de 1937.3

2 El libro de los Cielos es tanto como la voluntad de Dios. En el Evangelio de San Lucas (10, 20) Jesucristo dice a sus discípulos: «Alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos».

3 Desde agosto de 1936 Badajoz estaba bajo gobierno del ejército sublevado, comandado por el teniente coronel y activo falangista Juan Yagüe.

Page 20: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Cláusula del testamento ológrafo1 otorgado por don Joaquín Barrera López, quien por morir sin descendencia legó sus bienes a las monjas del servicio doméstico

Cuarta: Ordeno que el paquete de papeles que hay en el cajón de mi mesa de escribir, atado con bramante,2 y rotulado en lápiz rojo diciendo: Pascual Duarte, sea dado a las llamas sin leerlo, y sin demora alguna, por disolvente y contrario a las buenas costumbres. No obstante, y si la Pro-videncia dispone que, sin mediar malas artes de nadie, el citado paquete se libre durante dieciocho meses de la pena que le deseo, ordeno al que lo encontrare lo libre de la des-trucción, lo tome para su propiedad y disponga de él según su voluntad, si no está en desacuerdo con la mía.

. . . . . . . . . . . . .

Dado en Mérida (Badajoz) y en trance de muerte, a 11 de mayo de 1937.1

1 testamento ológrafo : el que una persona deja escrito y firmado de su propia mano y que posteriormente es certificado y autorizado por un notario.

2 bramante : cordel delgado de cáñamo que se emplea para atar paquetes.

1 Ese mismo día de 1916 nació Camilo José Cela Trulock.

Page 21: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

A la memoria del insigne patricio1 don Jesús González de la Riva, conde de Torremejía,1 quien al irlo a rematar el autor de este escrito, le llamó Pas-cualillo y sonreía.

P. D.

1 insigne : ilustre; patricio : individuo que por su nacimiento, riqueza o virtu-des descuella entre sus conciudadanos.

1 Torremejía, una población a medio camino entre Mérida y Almendralejo, es «ese pueblo perdido por la provincia de Badajoz […] caliente y soleado» (pp. 17-18) en el que nace Pascual Duarte y donde reside don Jesús Gon-zález. Cela dedica a Torremejía un capítulo en Memorias, entendimientos y vo-luntades (1993), pues allí estuvo en los últimos días de la guerra civil, entre el 8 de febrero y el 3 de marzo de 1939.

Page 22: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 23: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

[1]

Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.1 Los mismos cueros1 tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el desti-no se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arre-bol2 y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.

Nací hace ya muchos años —lo menos cincuenta y cin-co— en un pueblo perdido por la provincia de Badajoz; el pueblo estaba a unas dos leguas3 de Almendralejo, agacha-do sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días —de una lisura y una largura como usted para su bien, no puede ni figurarse— de un condena-do a muerte.

1 Es decir, ‘todos estamos hechos de la misma pasta’. Cela suele utilizar el término cuero (‘pellejo de los animales’) para referirse a la naturaleza corpo-ral de las personas.

2 arrebol : cosmético de tono rojizo. 3 Esto es, ‘a unos 10 km’, pues la legua equivale a 5,5 km.

1 El relato epistolar en que se reconocen tardíamente los errores cometidos es uno de los rasgos que emparentan esta novela con la picaresca.

Page 24: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte18

Era un pueblo caliente y soleado, bastante rico en olivos y guarros (con perdón),4 con las casas pintadas tan blancas, que aún me duele la vista al recordarlas, con una plaza toda de losas, con una hermosa fuente de tres caños en medio de la plaza. Hacía ya varios años, cuando del pueblo salí, que no manaba el agua de las bocas y sin embargo, ¡qué airosa!, ¡qué elegante!, nos parecía a todos la fuente con su remate figurando un niño desnudo, con su bañera5 toda rizada al borde como las conchas de los romeros.6 En la plaza estaba el ayuntamiento, que era grande y cuadrado como un cajón de tabaco, con una torre en medio, y en la torre un reló,7 blanco como una hostia, parado siempre en las nueve co-mo si el pueblo no necesitase de su servicio, sino solo de su adorno. En el pueblo, como es natural, había casas buenas y casas malas, que son, como pasa con todo, las que más abundaban; había una de dos pisos, la de don Jesús, que daba gozo de verla con su recibidor todo lleno de azulejos y macetas. Don Jesús había sido siempre muy partidario de las plantas, y para mí que tenía ordenado al ama vigila-se los geranios, y los heliotropos, y las palmas, y la yerba-buena, con el mismo cariño que si fuesen hijos, porque la vieja andaba siempre correteando con un cazo en la mano, regando los tiestos con un mimo que a no dudar agradecían los tallos, tales eran su lozanía y su verdor. La casa de don Jesús estaba también en la plaza y, cosa rara para el capital

4 Pascual se disculpa por emplear la palabra guarro (otro término para cerdo) porque se está dirigiendo a una persona de respeto y debe mencionar un animal sucio y grosero. El mismo prurito asoma más adelante en más de una ocasión: «se me escurría un poco el trasero (con perdón)» (p. 24).

5 bañera : la pila donde el agua cae. 6 Los peregrinos (romeros) que regresaban de Santiago de Compostela solían

portar una concha, como símbolo de la muerte y la resurrección. 7 reló : variante relajada y popular de la forma correcta reloj que en este caso se

mantiene aunque la «errada ortografía» del manuscrito de Pascual ha sido corregida por el transcriptor.

Page 25: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

19capítulo 1

del dueño que no reparaba en gastar, se diferenciaba de las demás, además de en todo lo bueno que llevo dicho, en una cosa en la que todas le ganaban: en la fachada, que aparecía del color natural de la piedra, que tan ordinario hace, y no enjalbegada8 como hasta la del más pobre estaba; sus mo-tivos tendría. Sobre el portal había unas piedras de escudo, de mucho valer, según dicen, terminadas en unas cabezas de guerreros de la antigüedad, con su cabezal9 y sus plu-mas, que miraban, una para el levante y otra para el ponien-te, como si quisieran representar que estaban vigilando lo que de un lado o de otro podríales venir. Detrás de la plaza, y por la parte de la casa de don Jesús, estaba la parroquial con su campanario de piedra y su esquilón10 que sonaba de una manera que no podría contar, pero que se me viene a la memoria como si estuviese sonando por estas esquinas. La torre del campanario era del mismo alto que la del reló y en verano, cuando venían las cigüeñas, ya sabían en qué to-rre habían estado el verano anterior; la cigüeña cojita, que aún aguantó dos inviernos, era del nido de la parroquial, de donde hubo de caerse, aún muy tierna, asustada por el gavilán.

Mi casa estaba fuera del pueblo, a unos doscientos pasos largos de las últimas de la piña.11 Era estrecha y de un solo piso, como correspondía a mi posición, pero como llegué a tomarle cariño, temporadas hubo en que hasta me sentía orgulloso de ella. En realidad lo único de la casa que se po-día ver era la cocina, lo primero que se encontraba al entrar, siempre limpia y blanqueada con primor; cierto es que el suelo era de tierra, pero tan bien pisada la tenía, con sus gui-

8 ordinario : vulgar; enjalbegar : blanquear las paredes con cal o yeso. 9 cabezal : aquí, ‘casco’.10 parroquial : iglesia parroquial; esquilón : campana pequeña.11 Esto es, ‘de las últimas casas del pueblo que estaban juntas o adosadas’.

Page 26: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte20

jarrillos12 haciendo dibujos, que en nada desmerecía de otras muchas en las que el dueño había echado porlan13 por sentir-se más moderno. El hogar14 era amplio y despejado y alrede-dor de la campana teníamos un vasar15 con lozas de adorno, con jarras con recuerdos pintados en azul, con platos con dibujos azules o naranja; algunos platos tenían una cara pin-tada, otros una flor, otros un nombre, otros un pescado. En las paredes teníamos varias cosas: un calendario muy bonito que representaba una joven abanicándose sobre una barca y debajo de la cual se leía en letras que parecían de polvillo de plata, «Modesto Rodríguez. Ultramarinos finos. Mérida (Badajoz)», un retrato del Espartero2 con el traje de luces dado de color16 y tres o cuatro fotografías —unas pequeñas y otras regular— de no sé quién, porque siempre las vi en el mismo sitio y no se me ocurrió nunca preguntar. Tenía-mos también un reló despertador colgado de la pared, que no es por nada, pero siempre funcionó como Dios manda, y un acerico17 de peluche colorado, del que estaban clavados unos bonitos alfileres con sus cabecitas de vidrio de color. El mobiliario de la cocina era tan escaso como sencillo: tres sillas —una de ellas muy fina, con su respaldo y sus patas de madera curvada, y su culera de rejilla— y una mesa de pino, con su cajón correspondiente, que resultaba algo baja para las sillas, pero hacía su avío.18 En la cocina se estaba bien: era

12 guijarros : piedra pequeña redondeada por acción de las aguas.13 porlan : variedad de cemento.14 hogar : sitio donde se hace la lumbre en la cocina de la casa.15 vasar : estante o anaquel que, sobresaliendo de la pared, sirve para poner

vasos, platos, etc. en las cocinas o despensas.16 Esto es, ‘con el traje de torear, bordado de oro y plata, coloreado’.17 acerico : almohadilla que sirve para clavar en ella alfileres o agujas.18 Es decir, ‘hacía su papel’, ‘tenía su utilidad’.

2 Manuel García, conocido como «el Espartero» por el oficio de su padre, fue un famoso y popular torero sevillano, que en 1894 murió en la plaza de Madrid lidiando a un miura.

Page 27: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

21capítulo 1

cómoda y en el verano, como no la encendíamos, se estaba fresco sentado sobre la piedra del hogar cuando, a la caída de la tarde, abríamos las puertas de par en par; en el invierno se estaba caliente con las brasas que, a veces, cuidándolas un poco, guardaban el rescoldo toda la noche. ¡Era gracioso mi-rar las sombras de nosotros por la pared, cuando había unas llamitas! Iban y venían, unas veces lentamente, otras a sal-titos como jugando. Me acuerdo que de pequeño me daban miedo, y aún ahora, de mayor, me corre un estremecimiento cuando traigo memoria de aquellos miedos.

El resto de la casa no merece la pena ni describirlo, tal era su vulgaridad. Teníamos otras dos habitaciones, si ha-bitaciones hemos de llamarlas por eso de que estaban habi-tadas, ya que no por otra cosa alguna, y la cuadra, que en muchas ocasiones pienso ahora que no sé por qué la llamá-bamos así, de vacía y desamparada como la teníamos. En una de las habitaciones dormíamos yo y mi mujer, y en la otra mis padres hasta que Dios, o quién sabe si el diablo, quiso llevárselos; después quedó vacía casi siempre, al prin-cipio porque no había quien la ocupase, y más tarde, cuan-do podía haber habido alguien, porque este alguien prefirió siempre la cocina, que además de ser más clara no tenía so-plos.19 Mi hermana, cuando venía, dormía siempre en ella, y los chiquillos, cuando los tuve, también tiraban para allí en cuanto se despegaban de la madre. La verdad es que las habitaciones no estaban muy limpias ni muy construidas, pero en realidad tampoco había para quejarse; se podía vi-vir, que es lo principal, a resguardo de las nubes de la na-vidad, y a buen recaudo —para lo que uno se merecía— de las asfixias de la Virgen de agosto.3 La cuadra era lo peor;

19 Esto es, ‘no tenía corrientes de aire’.

3 Es decir, ‘protegido (a buen recaudo) del calor asfixiante de mediados de agosto’, pues la Virgen de la Asunción se celebra el día 15 de ese mes.

Page 28: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte22

era lóbrega y oscura,4 y en sus paredes estaba empapado el mismo olor a bestia muerta que desprendía el despeñadero cuando allá por el mes de mayo comenzaban los animales a criar la carroña que los cuervos habíanse de comer.

Es extraño pero, de mozo, si me privaban de aquel olor me entraban unas angustias como de muerte; me acuerdo de aquel viaje que hice a la capital por mor de las quintas;20 anduve todo el día de Dios desazonado, venteando los aires como un perro de caza. Cuando me fui a acostar, en la po-sada, olí mi pantalón de pana. La sangre me calentaba todo el cuerpo. Quité a un lado la almohada y apoyé la cabeza para dormir sobre mi pantalón, doblado. Dormí como una piedra aquella noche.

En la cuadra teníamos un burrillo matalón21 y escurrido de carnes que nos ayudaba en la faena y, cuando las cosas venían bien dadas, que dicho sea pensando en la verdad no siempre ocurría, teníamos también un par de guarros (con perdón) o tres. En la parte de atrás de la casa teníamos un corral o saledizo, no muy grande, pero que nos hacía su ser-vicio, y en él un pozo que andando el tiempo hube de cegar porque dejaba manar un agua muy enfermiza.

Por detrás del corral pasaba un regato, a veces medio seco y nunca demasiado lleno, cochino y maloliente como tropa de gitanos, y en el que podían cogerse unas anguilas hermosas, como yo algunas tardes y por matar el tiempo me entretenía en hacer. Mi mujer, que en medio de todo

20 Esto es, ‘a causa del (por mor de) sorteo llevado a cabo con el objeto de reclu-tar mozos para el servicio militar (quintas)’.

21 matalón : flaco, endeble y con mataduras (‘llagas o heridas’).

4 Los adjetivos «lóbrega y oscura» con los que el narrador describe la cuadra son una reminiscencia del modo en que Lázaro de Tormes pinta la casa del escudero, con una entrada tan «oscura y lóbrega […] que paresce que ponía temor a los que en ella entraban». Se trata de una huella más de la herencia de la novela picaresca en el Pascual Duarte.

Page 29: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

23capítulo 1

tenía gracia, decía que las anguilas estaban rollizas por-que comían lo mismo que don Jesús, solo que un día más tarde. Cuando me daba por pescar se me pasaban las horas tan sin sentirlas, que cuando tocaba a recoger los bártulos casi siempre era de noche; allá, a lo lejos, como una tortu-ga baja y gorda, como una culebra enroscada que temiese despegarse del suelo, Almendralejo comenzaba a encender sus luces eléctricas. Sus habitantes a buen seguro que ig-noraban que yo había estado pescando, que estaba en aquel momento mismo mirando cómo se encendían las luces de sus casas, imaginando incluso cómo muchos de ellos decían cosas que a mí se me figuraban o hablaban de cosas que a mí se me ocurrían. ¡Los habitantes de las ciudades viven vueltos de espaldas a la verdad y muchas veces ni se dan cuenta siquiera de que a dos leguas, en medio de la llanura, un hombre del campo se distrae pensando en ellos mientras dobla la caña de pescar, mientras recoge del suelo el cestillo de mimbre con seis o siete anguilas dentro!

Sin embargo, la pesca siempre me pareció pasatiempo poco de hombres, y las más de las veces dedicaba mis ocios a la caza; en el pueblo me dieron fama de no hacerlo mal del todo y, modestia aparte, he de decir con sinceridad que no iba descaminado quien me la dio. Tenía una perrilla perdiguera22 —la Chispa—, medio ruin,23 medio bravía, pero que se entendía muy bien conmigo; con ella me iba muchas mañanas hasta la Charca, a legua y media del pue-blo hacia la raya24 de Portugal, y nunca nos volvíamos de vacío para casa. Al volver, la perra se me adelantaba y me esperaba siempre junto al cruce; había allí una piedra re-donda y achatada como una silla baja, de la que guardo tan

22 perdiguera : que caza perdices.23 ruin : pequeña, desmedrada y humilde.24 raya : frontera.

Page 30: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

la familia de pascual duarte24

grato recuerdo como de cualquier persona; mejor, segura-mente, que el que guardo de muchas de ellas. Era ancha y algo hundida y cuando me sentaba se me escurría un poco el trasero (con perdón) y quedaba tan acomodado que sentía tener que dejarla; me pasaba largos ratos sentado sobre la piedra del cruce, silbando, con la escopeta entre las piernas, mirando lo que había de verse, fumando pitillos. La perrilla se sentaba enfrente de mí, sobre sus dos patas de atrás, y me miraba, con la cabeza ladeada, con sus dos ojillos castaños muy despiertos; yo le hablaba y ella, como si quisiese en-tenderme mejor, levantaba un poco las orejas; cuando me callaba aprovechaba para dar unas carreras detrás de los sal-tamontes, o simplemente para cambiar de postura. Cuando me marchaba, siempre, sin saber por qué, había de volver la cabeza hacia la piedra, como para despedirme, y hubo un día que debió parecerme tan triste por mi marcha, que no tuve más suerte que volver sobre mis pasos a sentarme de nuevo. La perra volvió a echarse frente a mí y volvió a mi-rarme; ahora me doy cuenta de que tenía la mirada de los confesores, escrutadora y fría, como dicen que es la de los linces… Un temblor recorrió todo mi cuerpo; parecía co-mo una corriente que forzaba por salirme por los brazos. El pitillo se me había apagado; la escopeta, de un solo caño, se dejaba acariciar, lentamente, entre mis piernas. La perra seguía mirándome fija, como si no me hubiera visto nunca, como si fuese a culparme de algo de un momento a otro, y su mirada me calentaba la sangre de las venas de tal manera que se veía llegar el momento en que tuviese que entregar-me; hacía calor, un calor espantoso, y mis ojos se entorna-ban dominados por el mirar, como un clavo, del animal.

Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a dis-parar. La perra tenía una sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra.

Page 31: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 32: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

Mosén Millán hizo un gesto de fatiga, y les pidió que sacaran el animal, del templo. Salieron los tres con elmonaguillo. Formaron una ancha fila, y fueron acosando al potro con los brazos extendidos. Don Valerianodecía que aquello era un sacrilegio, y que tal vez habría que consagrar el templo de nuevo. Los otros creíanque no.

Seguían acosando al animal. En una verja -la de la capilla del Cristo- un diablo de forja parecía hacerguiños. San Juan en su hornacina alzaba el dedo y mostraba la rodilla desnuda y femenina. Don Valerianoy Cástulo, en su excitación, alzaban la voz como si estuvieran en un establo:

-¡Riiia! ¡Riiia!El potro corría por el templo a su gusto. Las mujeres del carasol, si el carasol existiera, tendrían un buen

tema de conversación. Cuando el alcalde y don Gumersindo acorralaban al potro, éste brincaba entre ellosy se pasaba al otro lado con un alegre relincho. El señor Cástulo tuvo una idea feliz:

Abran las hojas de la puerta como se hace para las procesiones. Así verá el animal que tiene la salidafranca.

El sacristán corría a hacerlo contra el parecer de don Valeriano que no podía tolerar que donde estaba,él tuviera iniciativa alguna el señor Cástulo. Cuando las grandes hojas estuvieron abiertas el potro miróextrañado aquel torrente de luz. Al fondo del atrio se veía la plaza de la aldea, desierta, con una casa pin-tada de amarillo, otra encalada, con cenefas azules. El sacristán llamaba al potro en la dirección de la sal-ida. Por fin convencido el animal de que aquél no era su sitio, se marchó. El monaguillo recitaba todavíaentre dientes:

Cerraron las puertas, y el templo volvió a quedar en sombras. San Miguel con su brazo desnudo alzabala espada sobre el dragón. En un rincón chisporroteaba una lámpara sobre el baptisterio.

Don Valeriano, don Gumersindo y el señor Cástuló fueron a sentarse en el primer banco.El monaguillo fue al presbiterio, hizo la genuflexión al pasar frente al sagrario y se perdió en la sacristía:-Ya se ha marchado, mosén Millán.El cura seguía con sus recuerdos de un año antes. Los forasteros de las pistolas obligaron a mosén

Millán a ir con ellos a las Pardinas. Una vez allí dejaron que el cura se acercara solo.-Paco -gritó con cierto temor-. Soy yo. ¿No ves que soy yo?Nadie contestaba. En una ventana se veía la boca de una carabina. Mosén Millán volvió a gritar:-Paco, no seas loco. Es mejor que te entregues.De las sombras de la ventana salió una voz:-Muerto, me entregaré. Apártese y que vengan los otros si se atreven.Mosén Millán daba a su voz una gran sinceridad:-Paco, en el nombre de lo que más quieras, de tu mujer, de tu madre. Entrégate.No contestaba nadie. Por fin se oyó otra vez la voz de Paco:-¿Dónde están mis padres? ¿Y mi mujer?-¿Dónde quieres que estén? En casa.-¿No les ha pasado nada?-No, pero, si tú sigues así, ¿quién sabe lo que puede pasar?A estas palabras del cura volvió a suceder un largo silencio. Mosén Millán llamaba a Paco por su nom-

bre, pero nadie respondía. Por fin, Paco se asomó. Llevaba la carabina en las manos. Se le veía fatigadoy pálido.

-Contésteme a lo que le pregunte, Mosén Millán.-Sí, hijo.-¿Maté ayer a alguno de los que venían a buscarme?-No.-¿A ninguno? ¿Está seguro?-Que Dios me castigue si miento. A nadie.Esto parecía mejorar las condiciones. El cura, dándose cuenta, añadió:-Yo he venido aquí con la condición de que no te harán nada. Es decir, te juzgaran- delante de un tribu-

nal, y si tienes culpa, irás a la cárcel. Pero nada más.-¿Está seguro?

Réquiem por un ampesino español Ramón J. Sender

25

... las cotovías se paran en la cruz del camposanto.

Page 33: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

El cura tardaba en contestar. Por fin dijo:-Eso he pedido yo. En todo caso, hijo, piensa en tu familia y en que no merecen pagar por ti.Paco miraba alrededor, en silencio. Por fin dijo:-Bien, me quedan cincuenta tiros, y podría vender la vida cara. Dígales a los otros que se acerquen sin

miedo, que me entregaré.De detrás de una cerca se oyó la voz del centurión:-Que tire la carabina por la ventana, y que salga.Obedeció Paco.Momentos después lo habían sacado de las Pardinas, y lo llevaban a empujones y culatazos al pueblo.

Le habían atado las manos a la espalda. Andaba Paco cojeando mucho, y aquella cojera y la barba dequince días que le ensombrecía el rostro le daban una apariencia diferente. Viéndolo mosén Millán leencontraba un aire culpable. Lo encerraron en la cárcel del municipio.

Aquella misma tarde los señoritos forasteros obligaron a la gente a acudir a la plaza e hicieron discur-sos que nadie entendió, hablando del imperio y del destino inmortal y del orden y de la santa fe. Luego can-taron un himno con el brazo levantado y la mano extendida, y mandaron a todos retirarse a sus casas y novolver a salir hasta el día siguiente bajo amenazas graves.

Cuando no quedaba nadie en la plaza, sacaron a Paco y a otros dos campesinos de la cárcel, y los lle-varon al cementerio, a pie. Al llegar era casi de noche. Quedaba detrás, en la aldea, un silencio temeroso.

El centurión, al ponerlos contra el muro, recordó que no se habían confesado, y envió a buscar a mosénMillán. Éste se extrañó de ver que lo llevaban en el coche del señor Cástulo. (Él lo había ofrecido a lasnuevas autoridades.) El coche pudo avanzar hasta el lugar de la ejecución. No se había atrevido mosénMillán a preguntar nada. Cuando vio a Paco, no sintió sorpresa alguna, sino un gran desaliento. Se confe-saron los tres. Uno de ellos era un hombre que había trabajado en casa de Paco. El pobre, sin saber lo quehacía, repetía fuera de sí una vez y otra entre dientes: «Yo me acuso, padre..., yo me acuso, padre...». Elmismo coche del señor Cástulo servía de confesionario, con la puerta abierta y el sacerdote sentado den-tro. El reo se arrodillaba en el estribo. Cuando mosén Millán decía ego te absolvo, dos hombres arranca-ban al penitente y volvían a llevarlo al muro.

El último en confesarse fue Paco.-En mala hora lo veo a usted -dijo al cura con una voz que mosén Millán no le había oído nunca-. Pero

usted me conoce, mosén Millán. Usted sabe quién soy.-Sí, hijo.-Usted me prometió que me llevarían a un tribunal y me juzgarían.-Me han engañado a mí también. ¿Qué puedo hacer? Piensa, hijo, en tu alma, y olvida, si puedes, todo

lo demás.-¿Por qué me matan? ¿Qué he hecho yo? Nosotros no hemos matado a nadie. Diga usted que yo no he

hecho nada. Usted sabe que soy inocente, que somos inocentes los tres.-Sí, hijo. Todos sois inocentes; pero ¿qué puedo hacer yo?-Si me matan por haberme defendido en las Pardinas, bien. Pero los otros dos no han hecho nada.Paco se agarraba a la sotana de mosén Millán, y repetía: «No han hecho nada, y van a matarlos. No

han hecho nada». Mosén Millán, conmovido hasta las lágrimas, decía:-A veces, hijo mío, Dios permite que muera un inocente. Lo permitió de su propio Hijo, que era mas

inocente que vosotros tres.Paco, al oír estas palabras, se quedó paralizado y mudo. El cura tampoco hablaba. Lejos, en el pueblo,

se oían ladrar perros y sonaba una campana. Desde hacía dos semanas no se oía sino aquélla campanadía y noche. Paco dijo con una firmeza desesperada:

-Entonces, si es verdad que no tenemos salvación, mosén Millán, tengo mujer. Está esperando un hijo.¿Qué será de ella? ¿Y de mis padres?

Hablaba como si fuera a faltarle el aliento, y le contestaba mosén Millán con la misma prisa enloqueci-da, entre dientes. A veces pronunciaban las palabras de tal manera, que no se entendían, pero había entreellos una relación de sobrentendidos. Mosén Millán hablaba atropelladamente de los designios de Dios, yal final de una larga-lamentación preguntó:

-¿Te arrepientes de tus pecados?Paco no lo entendía. Era la primera expresión del cura que no entendía. Cuando el sacerdote repitió por

cuarta vez, mecánicamente, la pregunta, Paco respondió que sí con la cabeza. En aquel momento mosénMillán alzó la mano, y dijo: Ego te absolvo in... Al oír estas palabras dos hombres tomaron a Paco por los

Réquiem por un ampesino español Ramón J. Sender

26

Page 34: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

brazos y lo llevaron al muro donde estaban ya los otros. Paco gritó:-¿Por qué matan a estos otros? Ellos no han hecho nada.Uno de ellos vivía en una cueva, como aquel a quien un día llevaron la unción. Los faros del coche -del

mismo coche donde estaba mosén Millán- se encendieron, y la descarga sonó casi al mismo tiempo sin quenadie diera órdenes ni se escuchara voz alguna. Los otros dos campesinos cayeron, pero Paco, cubiertode sangre, corrió hacia el coche.

-Mosén Millán, usted me conoce -gritaba enloquecido.Quiso entrar, no podía. Todo lo manchaba de sangre. Mosén Millán callaba, con los ojos cerrados y

rezando. El centurión puso su revólver detrás de la oreja de Paco, y alguien dijo alarmado:-No. ¡Ahí no!Se llevaron a Paco arrastrando. Iba repitiendo en voz ronca:-Pregunten a mosén Millán; él me conoce.Se oyeron dos o tres tiros más. Luego siguió un silencio en el cual todavía susurraba Paco: «Él me

denunció... Mosén Millán, mosén Millán...».El sacerdote seguía en el coche, con los ojos muy abiertos, oyendo su nombre sin poder rezar. Alguien

había vuelto a apagar las luces del coche.-¿Ya? -preguntó el centurión.Mosén Millán bajó y, auxiliado por el monaguillo, dio la extremaunción a los tres. Después un hombre le

dio el reloj de Paco -regalo de boda de su mujer- y un pañuelo de bolsillo.Regresaron al pueblo. A través de la ventanilla, mosén Millán miraba al cielo y, recordando la noche en

que con el mismo Paco fue a dar la unción a las cuevas, envolvía el reloj en’ el pañuelo, y lo conservabacuidadosamente con las dos manos juntas. Seguía sin poder rezar. Pasaron junto al carasol desierto. Lasgrandes rocas desnudas parecían juntar las cabezas y hablar. Pensando mosén Millán en los campesinosmuertos, en las pobres mujeres del carasol, sentía una especie de desdén involuntario, que al mismo tiem-po le hacía avergonzarse y sentirse culpable.

Cuando llegó a la abadía, mosén Millán estuvo dos semanas sin salir sino para la misa. El pueblo enteroestaba callado y sombrío, como una inmensa tumba. La Jerónima había vuelto a salir, e iba al carasol, ellasola, hablando para sí. En el carasol daba voces cuando creía que no podían oírla, y otras veces callaba yse ponía a contar en las rocas las huellas de las balas.

Un año había pasado desde todo aquello, y parecía un siglo. La muerte de Paco estaba tan fresca, quemosén Millán creía tener todavía manchas de sangre en sus vestidos. Abrió los ojos y preguntó al mon-aguillo:

-¿Dices que ya se ha marchado el potro?-Sí, señor.Y recitaba en su memoria, apoyándose en un pie y luego en el otro:

En un cajón del armario de la sacristía estaba el reloj y el pañuelo de Paco. No se había atrevido mosénMillán todavía a llevarlo a los padres y a la viuda del muerto.

Salió al presbiterio y comenzó la misa. En la iglesia no había nadie, con la excepción de don Valeriano,don Gumersindo y el señor Cástulo. Mientras recitaba mosén Millán, introibo ad altare Dei, pensaba enPaco, y se decía: «Es verdad. Yo lo bauticé, yo le di la unción. Al menos -Dios lo perdone- nació, vivió ymurió dentro de los ámbitos de la Santa Madre Iglesia». Creía oír su nombre en los labios del agonizantecaído en tierra: «... Mosén Millán». Y pensaba aterrado y enternecido al mismo tiempo: «Ahora yo digo ensufragio de su alma esta misa de réquiem, que sus enemigos quieren pagar».

Réquiem por un ampesino español Ramón J. Sender

27

... y rindió el postrer suspiro al Señor de lo creado. -Amén.

Page 35: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

E l J a r a m a R a f a e l S á n c h e z F e r l o s i o

5

"DESCRIBIRÉ brevemente y por su orden estos ríos, empezando por Jarama: sus primeras fuentes se encuentran en el gneis de la vertiente Sur de Somosierra, entre el Cerro de la Cebollera y el de Excomunión. Corre tocando la Provincia de Madrid, por La Hiruela y por los molinos de Montejo de la Sierra y de Pradeña del Rincón. Entra luego en Guadalajara, atravesando pizarras silurianas, hasta el Convento que fue de Bonaval. Penetra por grandes estrechuras en la faja caliza del cretáceo — prolongación de la del Pontón de la Oliva, que se dirige por Tamajón a Congostrina hacia Sigüenza. Se une al Lozoya un poco más abajo del Pontón de la Oliva. Tuerce después al Sur y hace la vega de Torrelaguna, dejando Uceda a la izquierda, ochenta metros más alta, donde hay un puente de madera. Desde su unión con el Lozoya sirve de límite a las dos provincias. Se interna en la de Madrid, pocos kilómetros arriba del Espartal, ya en la faja de arenas diluviales del tiempo cuaternario, y sus aguas divagan por un cauce indeciso, sin dejar provecho a la agricultura. En Talamanca, tan sólo, se pudo hacer con ellas una acequia muy corta, para dar movimiento a un molino de dos piedras. Tiene un puente en el mismo Talamanca, hoy ya inútil, porque el río lo rehusó hace largos años y se abrió otro camino. De Talamanca a Paracuellos se pasa el rio por diferentes barcas, hasta el Puente Viveros, por donde cruza la carretera de Aragón-Cataluña, en el kilómetro dieciséis desde Madrid...»

—¿Me dejas que descorra la cortina? Siempre estaba sentado de la misma manera: su espalda contra lo oscuro de la pared del

fondo; su cara contra la puerta, hacia la luz. El mostrador corría a su izquierda, paralelo a su mirada. Colocaba la silla de lado, de modo que el respaldo de ésta le sostribase el brazo derecho, mientras ponía el izquierdo sobre el mostrador. Así que se encajaba como en una hornacina, parapetando su cuerpo por tres lados; y por el cuarto quería tener luz. Por el frente quería tener abierto el camino de la cara y no soportaba que la cortina le cortase la vista hacia afuera de la puerta.

—¿Me dejas que descorra la cortina? El ventero asentía con la cabeza. Era un lienzo pesado, de tela de costales. Pronto le conocieron la manía y en cuanto se hubo sentado una mañana, como siempre, en su

rincón, fue el mismo ventero quien apartó la cortina, sin que él se lo hubiese pedido. Lo hizo ceremonioso, con un gesto alusivo, y el otro se ofendió:

—Si te molesta que abra la cortina, podías haberlo dicho, y me largo a beber en otra parte. Pero ese retintín que te manejas, no es manera de decirme las cosas.

—Pero hombre, Lucio, ¿ni una broma tan chica se te puede gastar? No me molesta, hombre; no es más que por las moscas, ahora en el verano; pero me da lo mismo, si estás a gusto así. Sólo que me hace gracia el capricho que tienes con mirar para afuera. ¿No estás harto de verlo? Siempre ese mismo árbol y ese cacho camino y esa tapia.

—No es cuestión de lo que se vea o se deje de ver. Yo no sé ni siquiera si lo veo; pero me gusta que esté abierto, capricho o lo que sea. De la otra forma es un agobio, que no sabes qué hacer con los ojos, ni dónde colocarlos. Y además, me gusta ver quién pasa.

—Ver quién no pasa, me querrás decir. Callaban. El ventero tenía los antebrazos peludos contra el mostrador, y todo el peso del torso

sobre ellos. Una tira dé sol se recostaba en el cemento del piso. Cuando el pito del tren llegó hasta sus oídos, habló el ventero:

—Las nueve menos cuarto. Ambos cambiaron imperceptiblemente de postura. Vino de dentro una voz de mujer: —¡A ver si le dices a ése, cuando venga, que se quede esta tarde, para servir en el jardín; que

Justina no puede. Viene el novio a las cuatro a buscarla! El ventero respondió hacia el pasillo de donde había venido la voz: —Ése también podía escoger un día entre semana, para salir con ella. Ya lo sabe que los

domingos Justina me hace falta aquí.

Page 36: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

E l J a r a m a R a f a e l S á n c h e z F e r l o s i o

6

Entró la mujer, con la cabeza ladeada, y peleando con el peine contra un nudo de su pelo grisáceo, dijo:

—La niña no tiene por qué estarse aquí sacrificada todos los domingos; también tiene derecho de ir al cine.

—Nadie la quita de que vaya al cine. Yo sólo digo que se les ocurra otro día. —¿Y cómo quieres que le dé al otro tiempo, en día de diario, venir desde Madrid y volverse

con ella, si sale a las siete y media de trabajar, o más tarde? —Pues bueno, mujer, no he dicho nada. Que hagan lo que quieran. La mujer ya se había desenredado el pelo y ahora, más libre, se dirigió a su marido en otro

tono: —Y además, se la lleva los domingos, precisamente porque no le gusta que la chica despache

en el jardín y tenga que aguantar las miradas y groserías de los clientes. Y en eso le doy toda la razón.

—Ah, ¿conque no le gusta? ¿Y quién es él para decir lo que ha de hacer mi hija y lo que no? Buenos estamos. Ahora me va a enseñar a mí cómo la tengo que educar.

—¡Falta te hacía! Eso es. Que entendieras lo que es una muchacha, para que no la tuvieras por ahí, de mesa en mesa, como un mozo de taberna. Falta te hacía enterarte de una vez que una chica es asunto delicado — discutía con su marido a través del mostrador y le agitaba el gran peine negro delante de la cara —. Parece hasta mentira, Mauricio, que abuses de esa manera con tu hija. Me alegro que se la lleve; en eso le alabo el gusto, ya ves tú.

—Vamos, que ahora ése nos va a meter a todos a señores. Lucio miraba a uno y a otro alternativamente.

—Ni señores ni nada. La chica sale hoy, se ha concluido. Se metió para adentro a terminarse de peinar. Mauricio miró al otro y se encogió de hombros.

Luego miraban hacia la puerta. Dijo Mauricio, suspirando: —Aquí cada día nos inventamos algo nuevo. Callaron. Aquel rectángulo de sol se había ensanchado levemente ; daba el reflejo contra el

techo. Zumbaban moscas en la ráfaga de polvo y de luz. Lucio cambiaba de postura, dijo: —Hoy vendrá gente al río. —Sí, más que el domingo pasado, si cabe. Con el calor que ha hecho esta semana... —Hoy tiene que venir mucha gente, lo digo yo. —Es en el campo, y no se para de calor, conque ¿qué no será en la Capital? —De bote en bote se va a poner el río. —Tienen que haber tenido lo menos treinta y treinta y cinco a la sombra, ayer y antes de ayer. —Sí, hoy vendrán; hoy tiene que venir la mar de gente, a bañarse en el río. Los almanaques enseñaban sus estridentes colores. El reverbero que venía del suelo, de la

mancha de sol, se difundía por la sombra y la volvía brillante e iluminada, como la claridad de las cantinas. Refulgió en los estantes el vidrio vanidoso de las blancas botellas de cazalla y de anís, que ponían en exhibición sus cuadraditos, como piedras preciosas, sus cuerpos de tortugas transparentes. Macas, muescas, nudos, asperezas, huellas de vasos, se dibujaban en el fregado y refregado mostrador de madera. Mauricio se entretenía en arrancar una amarilla hebra de estropajo, que había quedado prendida en uno de los clavos. En las rendijas entre tabla y tabla había jabón y mugre. Las vetas más resistentes al desgaste sobresalían de la madera, cuya superficie ondulada se quedaba grabada en los antebrazos de Mauricio. Luego él se divertía mirándose el dibujo y se rascaba con fruición sobre la piel enrojecida. Lucio se andaba en la nariz. Veía, en el cuadro de la puerta, tierra tostada y olivar, y las casas del pueblo a un kilómetro; la ruina sobresaliente de la fábrica vieja. Y al otro lado, las tierras onduladas hasta el mismo horizonte, velado de una franja

Page 37: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

E l J a r a m a R a f a e l S á n c h e z F e r l o s i o

7

sucia y baja, como de bruma, o polvo y tamo de las eras. De ahí para arriba, el cielo liso, impávido, como un acero de coraza, sin una sola perturbación.

Aquel hombrón cubría toda la puerta con sus hombros. Había mirado a un lado y a otro en el momento en que iba a entrar. Se oscureció el local,

mientras cruzaba el quicio. —¿Dónde le dejo esto? Buenos días. Traía contra un lado del cuello una barra de hielo, liada

en arpillera. —Hola, Demetrio. Pues déjalo aquí de momento; primero hay que partirlo. Ve trayendo las

otras, no se las coma el sol. Mauricio le ayudó a desliar la arpillera. El otro volvió a salir. Mauricio buscaba su martillo

por todos los cajones. Entró Demetrio otra vez, con la segunda barra. —¿Dónde dejaste el carro, que no lo hemos oído? —Pues a la sombra. ¿Dónde quería que lo dejase? —Ya. Me extrañaba. ¿Las cajas las traes también? —Sí, dos; la una de cerveza, y de gaseosas la otra; ¿no era eso? —Eso era, sí. Vete a por la otra barra, que se va a deshacer. ¡Este martillo del demonio!

¡Faustina! Aquí te cogen las cosas de los sitios y luego no se molestan en volverlas a poner donde uno las tiene. ¡Faustina!

Levantó la cabeza y se la vio delante. —¿Qué quieres? Aquí estoy. Con una vez que me llames ya basta; tampoco soy sorda. —Ah, ¡dónde echáis el martillo, quisiera yo saber! —Si es un perro te muerde — señaló a los estantes —. Míralo. —¡Me lo vais a poner en unos sitios! ¿Para qué sirven los cajones? —¿Algo más? —¡Nooo! Ya saliendo, Faustina tocó a Lucio en el hombro y señaló a su marido con el pulgar hacia

atrás; murmuró: —Ya lo sabes. Lucio hizo un guiño y encogió las espaldas. El carrero depositó la última barra de hielo junto

a las anteriores. —No te traigas las cajas todavía. Ayúdame a partir el hielo, haz favor. Demetrio sujetaba la barra, y Mauricio la iba cuarteando a golpes de martillo. Saltó hasta

Lucio alguna esquirla de hielo; la miró deshacerse rápidamente sobre la manga de su chaqueta, hasta volverse una gotita.

—Enteras entran muy mal y así me queda el frío más repartido. Ya puedes traerme las cajas. Demetrio salió de nuevo. Lucio habló, señalando a la puerta: —Buen chico éste. —Un poco blanco, pero bueno. A carta cabal. —No se parece a su padre. Aquel... —Suerte que lo dejó huérfano a tiempo. —Suerte. —Lo que tiene de grande lo tiene de infeliz. —Incapaz de nada malo. Un buen muchacho, sí señor. —Y el poco orgullo que tiene, que le dices cualquier cosa y escapado te la hace, como si fuera

suya. Otros, a sus años, se te ponen gallitos y se creen que los quieres avasallar...

Page 38: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III

E l J a r a m a R a f a e l S á n c h e z F e r l o s i o

8

La sombra anunció de nuevo la presencia de Demetrio. —¿Me quiere usted ayudar, señor Mauricio? —Trae. El ventero salió del mostrador y le ayudó a depositar las cajas. Después los botellines

estuvieron sonando un buen rato, como ocas, al ir pasando uno a uno desde sus cajas a la caja de hielo. Mauricio puso el último y le echaba a Demetrio una copita de cazalla.

—A ver si esta tarde te dejas caer un rato por aquí, para echarme una mano. —Tenía pensamiento de ir al baile esta tarde, señor Mauricio; si puede usted llamar a otro,

mejor sería. —Tras de alguna andas tú, cuando te dejas unos duros por el baile. Déjalo, qué le vamos a

hacer. Mi hija se va al cine; no sé a quién llamaría. —Pues que lo ayude a usted el señor Lucio, que no hace nunca nada. —Ya hice bastante cuando era como tú. —¿Qué hizo?, a ver. —Muchas cosas; más que tú hice. —Dígame alguna... —Más que tú. —No me lo creo. —Mira, muchacho, no sabes nada todavía. Te queda mucho que aprender. —Anda, toma lo tuyo y no te metas con el señor Lucio. Puso tres duros sobre el mostrador. Los había sacado del cajón con la mano mojada. Se la

secó en el paño. Demetrio recogió los billetes. —Bueno, otro día será. Que te diviertas en el baile. Ya me defenderé como sea yo solo. —Pues voy a dejar el carro, que se me hace tarde. Hasta mañana. —Adiós. Demetrio volvió al sol de fuera. Mauricio dijo: —No lo vas a obligar. Ya está haciendo siempre por uno bastante más de lo que tiene

obligación. Ésta se cree que puede uno disponer de quien quiere y cuando quiere. Si a la niña se le antoja ir al cine, el mismo derecho tiene éste, hoy que es domingo para todos. No se puede abusar de la gente; y el que se gane una propina no quita que sea un favor lo que me hace con quedárseme aquí todo el santo domingo a despachar.

—Naturalmente. Las mujeres disponen de todo como suyo. Hasta de las personas. —Sí, pero en cambio su hija que no se la miren. ¡Ya lo acabas de oír! —Eso es que son ellas así; que no hay quien las mude. —Pues esta tarde yo me voy a ver negro para poder atender. —Desde luego. Ya verás hoy el público que afluye. No son las diez todavía, y ya se siente

calor. —¡Es un verano! No hay quien lo resista. —Pues mejor para ti; a más calor, más se te llena el establecimiento. —Desde luego. Como que no siendo por días como éste, no valía ni casi la pena perder

tiempo detrás del mostrador. Por más que ahora ya no es como antes, cá, ni muchísimo menos; va habiendo ya demasiado merendero pegando al río y la General. Antes estaba yo casi solo. Tú esto no lo has llegado a conocer en sus tiempos mejores.

—Pero lo bueno que tiene es que está más aislado. —No lo creas. No sé yo si la gente no prefiere mejor en aquellos, así sea en mitad del barullo,

Page 39: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 40: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 41: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III
Page 42: Dispensa Letteratura e cultura spagnola III