America Latina y El Socialismo

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  • AmricA LAtinA y eL SociALiSmo en eL SigLo XXi:

    LA PertinenciA de un LegAdo

    Antonio Bermejo Santos

  • UNIVERSIDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA

    AMRICA LATINA Y EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXILa pertinencia de un legado

    Antonio Bermejo Santos

    Sobre la presente edicinUniversidad Bolivariana de Venezuela.

    Depsito Legal: lf86120113002193ISBN: 978-980-404-008-5

    DIREccIN gENERAL DE pROmOcIN y DIVULgAcIN DE SABEREScOORDINAcIN DE EDIcIONES y pUBLIcAcIONES / ImpRENTA UBV:

    Diseo, diagramacin, correccin de pruebas, montaje,filmacin de negativos, fotolito e impresin.

    caracas, Venezuela, marzo 2011

    Impreso en Venezuelaprinted in Venezuela

  • Amrica Latina y el socialismo en el Siglo XXI

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    ndice

    A manera de introduccin ..................................................I) Esbozo de algunos basamentos epistemolgicos, metodolgi-

    cos e ideolgicos para el estudio del pensamiento latinoame-ricano ...................................................................................

    Parte iI. La asuncin crtico-electiva y el enriquecimiento discursivo

    en las propuestas filosficas de Maritegui y Gramsci ...........1.1.- Jos Carlos Maritegui: Asuncin crtico-electiva y pro-

    blemtica filosfica .......................................................1.2.- Gramsci y Maritegui: Confluencias, analogas y para-

    lelismos. Esbozo de una hiptesis ................................

    Parte iiII. La crtica esttica: dimisin desalienadora y liberadora.

    2.1. Jos Carlos Maritegui: Aproximacin a su crtica est-tica ..............................................................................

    2.2. La Revista Amauta y la visin mariateguiana del nexo entre esttica y poltica .................................................

    2.3. Jos Carlos Maritegui y el proceso de la literatura en el Per .............................................................................

    Parte iiiIII. Pensar la liberacin desde una perspectiva latinoamericana:

    Maritegui -Arismendi y la vitalidad de una metodologa de Cara al Socialismo del siglo XXI.3.1. Introduccin al proyecto mariateguiano de redencin

    social ...........................................................................3.2. Rodney Arismendi: Sus concepciones sobre la intelec-

    tualidad y los intelectuales. El Paradigma del intelec-tual orgnico ................................................................

    3.3. Amrica Latina y el Socialismo del Siglo XXI. Legado y presente histrico. Espectros de Rodney Arismendi ......

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    Parte iVIV. Racionalidad liberadora versus Barbarie Imperial...............

    4.1) La izquierda y el panfleto apocalptico.4.2) Imperativos del saber filosfico contemporneo en el con-

    texto del socialismo en el siglo XXI.

    A manera de eplogo ...........................................................

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    A mAnerA de introduccin

    La problemtica referida a la transformacin revolucionaria de Amrica Latina afortunadamente vuelve a ocupar un es-pacio en el quehacer intelectual comprometido con la necesidad de modificacin del tejido social regional. En esta oportunidad el debate terico poltico resurge con nuevos bros atemperados, a las condiciones histricas concretas y potenciando una lectura crtica de las experiencias emancipatorias precedentes y de la trgica desaparicin del modelo Euro Sovitico del socialismo real. El presente libro debe inscribirse dentro del empeo polti-co intelectual contemporneo que se plantea un socialismo en el siglo XXI como alternativa al orden social capitalista incompati-ble con la sobrevivencia futura de la especie humana.

    La asuncin del legado liberador debe verse como una de las directrices principales de la operacin poltico-intelectual que presupone la re-creacin del paradigma emancipatorio si de so-cialismo del siglo XXI se trata. Por supuesto habr que detener-se en la elaboracin conceptual de otras directrices significati-vas entre las que se encuentran: condiciones histrico concretas a nivel mundial, regional y nacional, la construccin del sujeto pluriclasista, la conformacin de la hegemona revolucionaria en la sociedad civil, la viabilidad electoral y unidad de accin de las nuevas configuraciones polticas de izquierda, la toma del poder y las vas al socialismo, la concienciacin de un modelo de democracia participativa en todo los ordenes de la vida so-cial, el diseo de una poltica econmica afincada en la justicia social, la independencia y el propsito supremo de garantizar un bienestar material racional y espiritual, la sistematizacin de un esquema integracionista de una marcada efectividad poltica, econmica y cultural.

    El presente libro cuenta con cuatro captulos. El primero pone el acento en el alcance epistemolgico del electivismo crtico creador, una postura que ha tipificado lo mejor del pensamiento latinoamericano en torno al pasado y al espectro discursivo de alcance universal de su tiempo histrico. Dicha postura recibe

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    un tratamiento en las figuras de Antonio Gramsci y Jos Carlos Maritegui, quienes potencian de forma ejemplar una asuncin crtico-electiva ajena a las actitudes nihilistas que desconocen los elementos de pretensin universal contenidos en el legado precedente y en otras corrientes distantes de su filiacin pol-tico- filosfica. El segundo por su parte, centra la atencin en los momentos fundamentales del pensamiento esttico de Ma-ritegui, puestos en tensin a propsito de la sistematizacin de aquellas zonas de perceptible significacin humanista y des-alienadora. Esta vertiente de la reflexin viene a demostrar la heterodoxia del peruano, lo que sin duda se revela como un referente ha tener en cuenta en la re-creacin del paradigma del socialismo en el siglo XXI.

    En la tercera parte, se aborda el legado liberador del Amauta peruano y del dirigente comunista uruguayo Rodney Arismendi en lo que al mtodo de indagacin de sus tejidos sociales espe-cficos se refiere, de donde brota el proyecto de transformacin revolucionaria de la realidad peruana y uruguaya respectiva-mente de su tiempo histrico. En este sentido se evidencia una vitalidad en el mtodo de aproximacin a la realidad particular, que no puede ser soslayado en el proceso de elaboracin del nuevo paradigma. La cuarta parte, pone el nfasis en algunas manifestaciones de pobreza epistemolgica presente en el itine-rario de la izquierda de la regin que deben ser superados, si de un socialismo cualitativamente superior se trata. Asimismo, se dedica un apartado a los retos del saber filosfico al servicio del proceso de cambios que experimenta hoy Amrica Latina.

    El autor, Caracas, febrero del 2009.

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    eSBoZo de ALgunoS BASAmentoS ePiStemoLgicoS, metodoLgicoS e ideoLgicoS PArA eL eStudio deL

    PenSAmiento LAtinoAmericAno

    Ya Lenin proclamaba en su tiempo histrico que no poda haber prctica revolucionaria sin teora revolucionaria, tal apo-tegma vena a ser un llamado de atencin acerca de la necesidad imperiosa de no perder de vista la imbricacin orgnica entre teora y praxis por lo que esto representaba, no slo en lo que conformacin y consolidacin de la hegemona revolucionaria se refiere, sino tambin por su implicacin en la fundamentacin sistematizada(conceptual) de los cambios sociales y de las exi-gencias que va imponiendo a la teora la variada, diversa y no pocas veces contradictorias, prcticas socio polticas.

    Son verdaderamente complejos los retos que deben asumir los intelectuales orgnicos al servicio del proceso emancipatorio que vive hoy la regin. Sin duda una zona importante de dicha empresa tiene que ver con la re-construccin histrica del deve-nir de las ideas en Amrica Latina, con el propsito de indagar en el pasado discursivo y encontrar aquellos elementos de validez a la hora de fundamentar la dimensin liberadora del paradigma del socialismo en el siglo XXI. En esta oportunidad, pretendo exponer algunos fundamentos bsicos en el orden epistemol-gico, metodolgico e ideolgico, que contribuyan modestamente a la operacin intelectual de carcter colectivo y coordinado que la transformacin revolucionaria reclama hoy de la inteligen-cia comprometida. Estas meditaciones fueron ampliadas en el contexto del seminario sobre Pensamiento Marxista en Amrica Latina, que tuve el privilegio de impartir en la Universidad Boli-variana de Caracas en Abril de 2008.

    a) El sujeto de la investigacin debe estar dotado de los rudi-mentos cognoscitivos y metodolgicos que le permitan con-cienciar la interconexin existente entre la llamada historia universal-la historia de Amrica y la historia de las formacio-nes nacionales.

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    b) El sujeto de la investigacin, entendido como un intelectual al servicio de la liberacin de nuestros pueblos no podr pa-sar por alto la conexin entre tica y conocimiento, lo que presupone tener en cuenta lo siguiente:

    1) Desterrar la charlatanera y la pedantera intelectual. Asi-mismo, se precisa de una vigilancia permanente consigo mismo que impida la proliferacin de una especie de ego aristocrtico portador de una supuesta verdad absoluta de nuevo tipo, no pocas veces evidenciada en una actitud terica nihilista en torno al pasado discursivo y al espectro epistemolgico coetneo.

    2) Potenciar la duda metdica. Cerrar filas frente al nihilismo y el escepticismo. Privilegiar una postura terica crtico-electiva que posibilite una recepcin crtica de los elemen-tos afirmativos de pretensin universal contenidos en el pa-sado discursivo, llmese aquellos basamentos de carcter liberador y desalienador, que en modo alguno han agotado su valor histrico, en tanto se convierte en referente his-trico y terico del paradigma emancipatorio del proceso revolucionario que experimenta hoy la regin. En este sen-tido, resulta coherente la aseveracin de Ral Fornet Be-tancourt: ..Trataremos ms bien de rastrear la historia de la filosofa en Amrica Latina para mostrar como se forma en ella una tradicin de pensamiento cuyo hilo conductor independientemente del color de las escuelas, es el inters prctico por hacer de la filosofa un agente del cambio so-cial. El problema ser aqu entonces el del discernimiento de la consecuencia y radicalidad con que la filosofa realiza concretamente su aporte histrico, as como el problema de la fundamentacin de su toma de partido o preferencia por este o aquel programa de transformacin socio poltica1.

    3) Necesidad de una brjula cosmovisiva y epistemolgica. Tener una afiliacin y fe. Esto tiene que ver con la necesi-dad de inscribirse dentro de los paradigmas tericos y me-

    1 Fornet Betancourt, Ral. Estudios de Filosofa Latinoamericana, UNAm, mxico, 1992, p. 158.

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    todolgicos vlidos, dada la efectividad de las herramien-tas epistmicas a la hora de desentraar el movimiento de lo real, llmese los nexos causales que rigen la dinmica y desarrollo de un contexto histrico social especfico. Lo anterior debe estar coherentemente imbricado a una tica de la liberacin que supone un compromiso con el cambio social y la creencia fundada en razones de que un mundo mejor es posible.

    4) No al libre pensamiento. Sera un equvoco costoso pensar que se puede interpretar y transformar la realidad desde la postura pequeo burguesa que patentiza que se puede estar al margen de paradigmas y proyectos tericos. El li-bre pensador, como en su tiempo adverta Jos Carlos Ma-ritegui, queda finalmente atrapado por la especulacin, el nihilismo y la rebelda estril.

    5) Estar abiertos al aprendizaje. Prestar atencin a las verda-des del sentido comn o del buen sentido, no desconocer la sabidura popular. Resulta oportuno destacar el vnculo histrico entre sabidura popular y las formas sistematiza-das de produccin espiritual. stas se han nutrido de di-chas sabidura en las distintas etapas de la historia, pues de alguna manera la idiosincrasia, la psicologa social, las tradiciones, han impactado los contornos identitarios del discurso, incluso en ocasiones determinadas problemti-cas del sentido comn han devenido concepciones siste-matizadas de un marcado alcance cosmovisivo.

    6) Asumir la mxima socrtica, slo s que nada s. Esto tiene que ver con el enriquecimiento de nuestros conoci-mientos, la necesidad de estar orientados hacia la bsque-da y la indagacin de lo nuevo bajo el precepto del apren-dizaje continuo.

    7) Desterrar el cientificismo, el universalismo abstracto, el positivismo rampln y los dogmas asumidos de forma es-colstica.

    8) No tener temor a la construccin de conceptos y catego-ras, siempre y cuando se conviertan en efectivas herra-mientas epistmicas para acceder a la realidad cambiante

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    y contradictoria, lo cual es antittico a las posiciones aco-modaticias que privilegian la configuracin especulativa de rtulos y etiquetas de pobre alcance epistemolgico.

    c. No se debe perder de vista la aseveracin Gramsciana de que el valor histrico de una filosofa (o de cualquier propuesta discursiva de otro carcter) reside en el grado de intensidad de la reaccin frente al contexto social. Slo calibrando esta cuestin clave, se puede precisar en la investigacin en qu medida dicha propuesta deja de ser elucubracin individual para convertirse en hecho histrico.

    d. Para re-crear un itinerario discursivo se debe atender entre otras premisas a las siguientes: Potenciar una lectura crtica de la propuesta discursiva y

    su entorno social. Determinar los nexos causales que rigen la dinmica del

    contexto histrico social especfico. Revelar la estructura compleja de las relaciones que im-

    pera en la totalidad social particular donde se realiza la elaboracin conceptual.

    Distinguir en la propuesta lo que concierne a la evolucin intelectual de la figura y lo que alcanza en la trayectoria del discurso el rango de fuente terica.

    Dilucidar y a la vez justipreciar mediante una postura cr-tico-electiva la contribucin cognoscitiva y metodolgica del pasado discursivo.

    e. Potenciar como parte de la aproximacin a una figura hist-rica el mtodo crtico-desacralizador o en cambio el mtodo crtico-apologtico. Esto es: si de lo que se trata es de de-construir e invertir sobre bases nuevas viejos apotegmas sacralizados por los idelogos de las clases dominantes oli-grquicas, la historiografa oficial o estudiosos eruditos, etc, puede resultar apropiado el primer mtodo. Si por el contra-rio se est en presencia de la injusticia histrica que repre-senta la marginacin voluntaria o involuntaria de un legado discursivo, el tono de la indagacin estar en legitimar la propuesta resultando oportuno la puesta en tensin del se-gundo mtodo.

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    f Rechazar toda forma de eurocentrismo y de norteamericani-zacin tanto en el terreno de la metodologa de la investiga-cin social, como en lo referido a la exposicin discursiva y al estilo de pensar. Ambos enfoques son colonizadores, por tanto forman parte de una estrategia de dominacin simb-lica de nuestros pueblos por parte de las potencias hegem-nicas (capitalismo imperialista) en su afn de desarraigar el ser poltico, econmico y cultural de lo que Jos Mart y otros insignes pensadores llamaron nuestra Amrica.

    g. Frente a los citados modelos de pensamiento y praxis, elabo-rados por los intelectuales orgnicos de las clases dominan-tes de las naciones que conforman el bloque del capitalismo imperialista contemporneo, se impone la conformacin de una arquitectura discursiva y praxiolgica sustentada en he-rramientas epistmicas y en modos de expresin de la re-flexin que broten de la peculiaridad latinoamericana, cuyo foco central deber ser la respuesta sistematizada a las exi-gencias contextuales y el imperativo en ltima instancia po-ltico, de legitimar nuestro ente histrico cultural ante las arremetidas del expansionismo y los centrismos. Para este empeo se cuenta entre otras divisas, como una herencia de pensamiento poltico-prctico con notables trazos creativos, antittica en el decurso a las posturas de mimesis o copia y recepcin acrtica de esquemas forneos.

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    PArte i

    Jos carlos maritegui:

    I. Asuncincrtico-electivayproblemticafilosfica.

    1.1. Valoracin crtica del contexto sociopoltico europeo

    1.1.1. La lectura de la crisis mundial en la conformacin crtica de su pensamiento.

    El encuentro de Jos Carlos Maritegui con las fuentes te-ricas principales de su reflexin filosfica se produce en su es-tancia en Europa comprendida entre 1919 y 19231.El contex-to sociopoltico europeo de esos aos se caracteriza, a grandes rasgos, por las secuelas que en el orden econmico, poltico, social y espiritual haba dejado la Primera Guerra Mundial. La contienda blica haba trado consigo entre otros efectos la crisis econmica en Europa y la consiguiente depauperacin de las masas populares, as como una nueva correlacin de fuerzas en el espectro poltico-militar europeo originada por la aplicacin del Tratado de Versalles2.

    Asimismo, resultaba perceptible en el contexto europeo de la postguerra una crisis de tipo espiritual, que afectaba prctica-mente a toda la vida social de la regin, incidiendo tanto en la fi-losofa del sentido comn del hombre medio como en la reflexin ms coherente y sistemtica de las lites intelectuales. stas asumieron distintas posturas que iban desde el escepticismo, el nihilismo y el pensamiento de tono apocalptico, incluye desde el impacto de la teora de la deshumanizacin del arte de Ortega y Gasset hasta el impacto de la concepcin sobre la decaden-cia total de Occidente, de Oswaldo Spengler, hasta la reflexin crtico-contestaria frente a la civilizacin capitalista decadente, que patentizaba el advenimiento del socialismo dentro de las mismas entraas del antiguo rgimen, incluye desde el pacifis-mo que afirma la necesidad de la revolucin para alcanzar la paz y que profesaba simpatas por el comunismo como el caso de los

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    escritores franceses Henri Barbusse y Romain Rolland, pasando por el surrealismo francs y terminando con las agudas preci-siones de Trotsky sobre la crisis de la cultura burguesa y la pre-visin optimista del porvenir del Occidente y de la humanidad.

    Por otra parte, el escenario europeo de la postguerra estaba marcadamente influenciado por la Revolucin Bolchevique y los primeros aos de poder revolucionario en Rusia. Dicho aconte-cimiento, junto a la fundacin de la III Internacional en marzo de 19193 y la aprobacin definitiva en su Segundo Congreso de-sarrollado en 1920 de los Veintin Puntos4, motivaron las ms variadas actitudes tanto en el seno del movimiento obrero y so-cialista a nivel internacional como en los sectores intelectuales de distintas partes del mundo. Las posturas polticas iban desde el partidismo a favor de la alternativa revolucionaria (maxima-lista) potenciada por los bolcheviques en el proceso de la revo-lucin rusa y la filiacin a la III Internacional hasta la no acep-tacin de los Veintin Puntos, a pesar del reconocimiento de la significacin histrico universal de la revolucin, liderada por Lenin y la actitud socialdemcrata (minimalista) que se pronun-ciaba por el parlamentarismo, la colaboracin con la burguesa y las reformas como partes esenciales de una estrategia poltica que paulatinamente preparara el camino para el advenimiento de un perodo revolucionario.

    La estada de Maritegui en Europa le permite una lectura cr-tica de las condicionantes histricas que tipificaban el escenario europeo de la postguerra. Sin temor a equvocos, puede decirse que se convirti en un analista lcido de la compleja dinmica de la poltica internacional de la poca. Sus estudios desde una postura polmica, beligerante y clasista no estaban dirigidos tan slo al examen crtico y objetivo de la hechologa poltica de la post-guerra, sino, y sobre todo, a rebasar el anlisis propio de las coyunturas polticas transitorias para desentraar las ten-dencias fundamentales que caracterizaban el marco histrico europeo y mundial despus de la contienda blica5.

    Sus conferencias en la Universidad Popular Manuel Gonzlez Prada, entre el ao 1923 y enero de 1924, sintetizan el resultado de una observacin aguda potenciada durante tres aos y medio

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    de estancia en Europa. En dicho ciclo de conferencias desplie-ga sus concepciones sobre la crisis mundial de la etapa post-blica. Del esbozo de los rasgos fundamentales de dicha crisis se derivan las posturas poltico-filosficas al respecto, lo que permite desentraar las coordenadas principales del proceso de asuncin crtica del contexto europeo y por otra parte, determi-nar las aristas principales de una problemtica filosfica que va a estar modulada por la filiacin poltico-filosfica (el marxismo y el leninismo) y por el imperativo de conformar un proyecto de transformacin de una realidad especfica.

    Los rasgos principales de la crisis mundial expuestos en sus conferencias pueden ser resumidos de la siguiente manera:a) La crisis mundial no es tan slo crisis econmica y poltica.

    Es tambin y sobre todo crisis ideolgica. Esto ltimo corro-borado en la decadencia de las filosofas positivistas de la so-ciedad capitalista, minadas por una corriente de escepticismo y de relativismo. Est en crisis, en definitiva, la civilizacin capitalista, la civilizacin occidental, la civilizacin europea.

    b) Despus de la contienda blica el campo proletario no est ya dividido en socialistas y sindicalistas, sino en reformistas y revolucionarios. Se ha producido una escisin en el movi-miento socialista. Una parte del socialismo ha asumido una orientacin socialdemcrata, colaboracionista y la otra parte ha seguido una orientacin anti-colaboracionista, revolucio-naria. Esta ltima ha adoptado el nombre de comunismo6.

    c) El Per y Amrica Latina estn indisolublemente conectados a los acontecimientos que tipificaban el contexto histrico-social europeo de la postguerra. Un perodo de reaccin en Europa ser tambin un perodo de reaccin en Amrica. Un perodo de revolucin en Europa ser tambin un perodo de revolucin en Amrica7.Junto a los rasgos principales de la crisis mundial el peruano

    patentizaba su postura poltico-filosfica al respecto. Frente al escepticismo y nihilismo de la civilizacin capitalista, fijaba su optimismo histrico: Presenciamos la disgregacin, la agona de una sociedad caduca, senil, decrpita y, al mismo tiempo, presenciamos la gestacin, la formacin, la elaboracin lenta e

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    inquieta de la sociedad nueva. Todos los hombres, a los cuales, una sincera filiacin ideolgica nos vincula a la sociedad nueva y nos separa de la sociedad vieja, debemos fijar hondamente la mirada en este perodo trascendental agitado e intenso de la historia humana8.

    Su optimismo histrico se convierte en una postura poltico-filosfica contrapuesta al nihilismo, el escepticismo y el pesi-mismo presentes en una buena parte de la conciencia poltica, filosfica y artstica europea de la post-guerra. De hecho, dicha postura en torno a la civilizacin capitalista, puede ser situada dentro de la corriente crtico-contestaria, que si bien reconoce la decadencia, la agona, la disgregacin de la vieja sociedad (rgi-men capitalista), no deja de poner la tnica en el advenimiento de un perodo de transformaciones revolucionarias que traer consigo el triunfo de las revoluciones socialistas y, por ende, de la nueva cultura socialista.

    Esta posicin poltico-filosfica va a estar indisolublemente vinculada al partidismo poltico y filosfico frente a la escisin del movimiento socialista en dos grandes tendencias: reformis-tas y revolucionarios. Al respecto puntualizaba: Yo participo de la opinin de los que creen que la humanidad vive un perodo revolucionario y estoy convencido del prximo ocaso de todas las tesis social-democrticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas9.

    La anterior aseveracin corrobora la tesis de que el perodo que se abre al mundo despus de la contienda blica es emi-nentemente revolucionario. A ello lleg a partir de un anlisis a fondo del sistema de contradicciones econmicas y polticas del capitalismo en el contexto de la post-guerra, su impacto en la clase obrera y en la ideologa socialista. Para l, si antes de la guerra poda explicarse la colaboracin de los socialistas con la burguesa, atendiendo a las sucesivas concesiones econmicas al proletariado, en medio de un capitalismo en apogeo, con una produccin material sostenida y una clase media numerosa y prspera; en las nuevas condiciones histricas donde Europa apareca con su riqueza social prcticamente destruida debido a la guerra, cualquier tentativa de colaboracin de los socialistas

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    con la burguesa culpable del conflicto blico era simple y llana-mente una contribucin a la consolidacin de esta ltima clase social. Una renuncia a toda conquista de la clase obrera.

    Sin embargo, no se trata tan slo del partidismo poltico a favor de la misin histrico-universal del proletariado contra el capital como la respuesta ms coherente frente a la crisis mun-dial. Asumir dicha respuesta como una necesidad histrica im-plicaba de hecho un partidismo de tipo filosfico, al lado de la concepcin del mundo y el mtodo marxista. Esto va a repercu-tir directamente en la propia dinmica de los recursos epistmi-cos y los resortes volitivos potenciados en funcin de una praxis revolucionaria orientada a la transformacin de una realidad especfica. De esta manera, Maritegui se distanciaba de for-ma radical de las concepciones evolucionistas y positivistas que servan de sostn a la interpretacin que los socialdemcratas realizaban de la crisis mundial.

    Por otra parte, la propia elaboracin de una alternativa de cambio revolucionario parta de la tesis mariateguiana sobre la plena insercin del Per y Amrica Latina en el proceso de transformaciones profundas que deba operarse en las nuevas condiciones histricas generadas por la primera conflagracin mundial. Por tanto, si en el escenario europeo de la postgue-rra se abra un perodo de revoluciones, en el contexto ameri-cano, conectado a la civilizacin occidental y con un sistema de contradicciones propias que no haban tenido solucin, se abrira tambin un perodo revolucionario. Esto resulta de vital importancia para entender los contornos identitarios de la pro-blemtica poltica y filosfica diseada en lo fundamental en la estancia del peruano en Europa.

    1.1.2. el contexto ideopoltico italiano (1919-1922). Asun-cincrtico-electivayproblema-ticafilosfica

    Las posturas poltico-filosficas del autor en torno a la crisis mundial permiten corroborar la tesis de que el aprendizaje eu-ropeo no quedaba desplegado tan slo en la recepcin crtica de la cultura del Viejo Mundo y en la formacin de una visin cul-

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    tural universal slida, sino que simultneamente a lo anterior, iba potenciando una asuncin crtico-electiva en funcin de una problemtica filosfica y poltica que empezaba a disear, que desde el primer momento iba a estar en plena sintona con su filiacin marxista y la necesidad impostergable de construir un proyecto de modificacin profunda de una realidad particular: la del Per.

    Por tanto, revelar el itinerario del intercambio crtico con el contexto cultural europeo de la postguerra adquiere una especial significacin para la reconstruccin de la biografa intelectual o la investigacin histrico-biogrfica. Como bien sealara el te-rico y dirigente poltico italiano Antonio Gramsci, al referirse a las influencias que recibi Marx: El estudio de la cultura filos-fica de un hombre como el fundador de la filosofa de la praxis no solo es interesante, sino que es necesario siempre que no se olvide que forma parte exclusivamente de la reconstruccin de su biografa intelectual y que los elementos de espinosismo, de feuerbachismo, de hegelianismo, de materialismo francs, etc-tera, no son en absoluto partes esenciales de la filosofa de la praxis ni sta se reduce a aqullos, sino que lo que ms interesa es precisamente la superacin de las viejas filosofas, la nueva sntesis o los elementos de una nueva sntesis, el nuevo modo de concebir la filosofa en la que los elementos se hallan conte-nidos en los aforismos o dispersos en los escritos del fundador de la filosofa de la praxis y que justamente hay que identificar y desarrollar coherentemente10.

    Siguiendo esta lgica se puede afirmar que una buena par-te de los estudios sobre las influencias recibidas por Marite-gui en su estada en Europa van dirigidos, en lo fundamental, a reconstruir su biografa intelectual, o en cambio a constatar en qu medida en su reflexin estn presentes los elementos vitalistas, irracionalistas o antipositivistas. Y de esta manera acentuar las influencias que recibi de pensadores como Sorel, Bergson, Nietzsche, Croce, Unamuno, Freud, etctera. Debe no-tarse tambin al respecto que algunos estudios son francamente tendenciosos cuando pretenden minimizar el lugar que ocupa la teora marxista en la meditacin mediante una postura terica

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    que equipara en un mismo nivel de significacin a las dismiles corrientes que lo nutrieron.

    Sobre esto ltimo el terico marxista uruguayo Niko Schvarz ha manifestado: Ahora bien: al abordar el tema de las influen-cias que se ejercieron sobre l, se cometera un grueso error si se las coloca en un pie de igualdad. Algunas de esas influencias fueron contradictorias, otras sirvieron de acicate a su pensa-miento o excitaron su pasin polmica. Pero si se estudia el proceso de formacin y autoformacin de Maritegui se advierte que sobre el cimiento de Marx- va creciendo la influencia de Lenin. Equiparar las distintas corrientes que influyeron en el Maritegui de la madurez, equivaldra a yuxtaponerlas mecni-camente, como un puzzle, dejando de lado la sntesis que se iba operando en su cabeza11.

    Sin embargo, cabe sealar que el estudio por s solo de la cultura filosfica, poltica y artstica del autor no es suficiente para desentraar las fuentes tericas principales de su reflexin filosfica. Si bien es cierto que no fue indiferente ni insensible a ninguna de las expresiones del contexto cultural de su po-ca, fundamentalmente europeo, no es menos cierto que en el intercambio con ese universo cultural amplio, sin el ms mni-mo asomo de estrechez sectaria, l va potenciando un tipo de asuncin crtico-electiva objetivada en dos grandes direcciones: por una parte, en el proceso de seleccin y recreacin de los elementos afirmativos de pretensin universal encontrados en las corrientes filosficas, artsticas y sicolgicas de su tiempo y, por otra parte, en la asuncin del mtodo, la concepcin del mundo, el proyecto poltico del marxismo clsico y de la teora revolucionaria de los lderes de la revolucin bolchevique en las condiciones de la fase imperialista del desarrollo capitalista.

    La naturaleza especfica de la asuncin crtico-electiva est en buena medida determinada por la problemtica filosfica. La interconexin que se produce entre sta y aqulla resulta de vital importancia para revelar el peso especfico de las fuentes consultadas por l en el proceso de aprendizaje europeo. Aqu el concepto de problemtica tiene en cuenta la lgica explicativa althusseriana sobre el corte epistemolgico que se produce en la

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    obra de Marx y que propone una nueva problemtica a partir del nexo indisoluble entre la determinacin terminolgica, la siste-matizacin conceptual y el proyecto terico revolucionario12.

    Para Maritegui la estancia en Europa represent el comien-zo de un proceso de maduracin en el orden cultural, poltico e ideolgico, que va a tener una continuidad cualitativamente su-perior con la produccin terica y la praxis poltica del perodo 1923-1930 en el Per. En el viejo mundo comienza a esbozarse lo que puede calificarse como una problemtica en desarrollo, es decir, como se declara explcitamente en el enunciado anterior, de lo que se trata es de una reflexin que comienza a desplegar sus coordenadas identitarias en la misma medida que por una parte, potencia un marxismo que rescata la subjetividad y la necesidad de la transformacin revolucionaria escamoteada por el gradualismo y las tendencias socialdemcratas con sus inter-pretaciones evolucionistas de la crisis mundial y, por otra parte, se va orientando a la conformacin de los fundamentos metaf-sicos de una voluntad de accin revolucionaria en funcin de la modificacin de una realidad especfica. Dialcticamente se da la interaccin entre lo universal y lo particular.

    Un factor que incide en el nexo entre la asuncin crtico-elec-tiva y la problemtica filosfica en desarrollo es, precisamente, la praxis poltica de Maritegui en Italia, donde permaneci en-tre diciembre de 1919 y junio de 1922. Entre las expresiones ms representativas de la integracin del peruano al contexto poltico local se encuentran: su pertenencia al Partido Socialista Italiano y la participacin en calidad de corresponsal en el 27 Congreso de dicho partido, desarrollado en Livorno en enero de 1921, donde se produce la escisin de los socialistas y surge de esta manera el Partido Comunista Italiano. Asimismo, durante su estancia en la pennsula form parte del crculo de activistas del Partido Socialista en Roma.

    Por otra parte, la estada en Italia le permiti un estudio a fon-do del movimiento socialista y de sus principales tendencias13.Igualmente conoci de manera directa la experiencia de los Con-sejos de Fbricas y se identifica con la lnea de Gramsci dentro del Partido Socialista Italiano, la que aboga por la Revolucin

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    Social, los Consejos de Fbricas y la preparacin del proletaria-do para la revolucin. No comparte las posturas parlamentarias, reformistas y oportunistas dentro del Partido Socialista.

    En Italia (1921) se considera ya un marxista. Su filiacin po-ltico-filosfica se produce precisamente en medio de la atms-fera poltica e intelectual del debate marxista en la pennsula y de las luchas intestinas en el seno del Partido Socialista Italiano las cuales van a desembocar en el nacimiento del Partido Co-munista Italiano, en Livorno. Por tanto, dicha filiacin no brota tan slo del estudio a fondo de las obras del marxismo (incluye el marxismo clsico y a distintos autores pertenecientes a otras generaciones de marxistas)14, sino tambin de la observacin aguda del tejido social italiano y de la participacin activa en el proceso poltico de la pennsula entre 1919 y 1922. A lo anterior se une un hecho que representa la consecuencia orgnica de la filiacin marxista: a comienzos de 1922 poco antes de abando-nar Italia, Maritegui manifiesta el propsito de iniciar la activi-dad socialista en el Per.

    De esta manera, las posturas poltico-filosficas en torno al debate ideolgico dentro del movimiento socialista italiano uni-do a la oportuna filiacin al marxismo revolucionario y la ntima conviccin de preparar el camino socialista en el pas andino, se convierten en los resortes que orientan y modulan la inter-conexin que se produce entre la asuncin crtico-electiva y la problemtica filosfica en desarrollo. Su partidismo a favor de la alternativa marximalista (revolucionaria) en Italia, tendr una incidencia directa en la concepcin sobre la reivindicacin de los resortes subjetivos en el marxismo y la necesidad de poten-ciarlos en funcin de la transformacin revolucionaria de una realidad especfica.

    Por otra parte, su temprana filiacin al marxismo presupone desde el primer momento un partidismo al lado del marxismo revolucionario con su acento transformador y emancipatorio esencialmente antittico a un tipo de discurso sustentado bsi-camente por los ideolgicos de la II Internacional y sus aclitos, que se autoproclamaba marxista y que, de hecho, representaba una desnaturalizacin oportunista del alcance histrico de la

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    teora de Marx15. Esto puede explicar la crtica mariateguiana a la mentalidad evolucionista de los idelogos de la socialdemo-cracia europea, as como la alta estima hacia la interpretacin del marxismo que realizaban los principales lderes de la revo-lucin bolchevique y los aportes del idelogo del sindicalismo revolucionario en Francia, Georges Sorel, con su crtica a las concepciones minimalistas y a la degeneracin parlamentaria en el seno del movimiento obrero y socialista en Europa.

    La lectura crtica que realizaba del contexto ideo-poltico ita-liano, el cual funcionaba en cierta medida como un modelo re-productor de las principales tendencias ideo-polticas de la post-guerra, se convierte en un material terico de indudable valor para cualquier estudio a fondo dirigido a clarificar las fuentes tericas y el peso especfico de cada una de ellas en la reflexin filosfica mariateguiana. Dicha lectura tiene como la resultante ms coherente a las posturas poltico-filosficas del autor en torno al debate dentro del movimiento socialista en la pennsula y en dos sucesos de especial trascendencia: su filiacin tem-prana al marxismo (1921) y la decisin de iniciar la actividad socialista en el pas andino (1922).

    Sin duda, los contornos identitarios de la asuncin crtico-electiva y la problemtica filosfica en desarrollo quedan defi-nitivamente fecundados por la adhesin de Maritegui al mar-xismo revolucionario y la voluntad manifiesta de construir un proyecto de transformacin revolucionaria de la sociedad pe-ruana. Los elementos afirmativos de pretensin universal que l encuentra en el contacto con la produccin filosfica poltica y artstica de la postguerra, que de manera coherente incorpora al itinerario de su reflexin, van a estar supeditados a un discurso con fines de interpretacin y de redencin sociales que est bajo la gida de una cosmovisin marxista que germina precisamen-te en la estancia en Italia. En dicho pas queda planteada la piedra angular que permite desentraar las fuentes tericas del pensamiento filosfico mariateguiano y su real incidencia en el conjunto del discurso filosfico: la interconexin entre la asun-cin crtico-electiva y la problemtica filosfica en desarrollo.

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    1.2. recepcin crtica del pensamiento marxista

    1.2.1. marx y engels

    El encuentro de Maritegui con las obras de Marx y Engels se produce en su estancia en Europa, comprendida entre 1919-1923. Para el investigador peruano Guillermo Rouilln, al llegar aquel al viejo mundo tena tan slo a su favor lecturas frag-mentarias del marxismo bsicamente a travs de intermediarios como Jos Ingenieros, Alfonso Asturato, Antonio Labriola, Geor-ges Sorel, entre otros. Es decir, la cultura del peruano en este sentido era simple, y llanamente incipiente y sumaria. En su es-tada europea se dedica al estudio paciente de una buena parte de la produccin terica de Marx; sin embargo, debe notarse que trabajos importantes de ste como los Manuscritos econmicos-filosficos de 1844, La ideologa alemana, Glosas marginales, Los Grundrisse, Tesis doctoral, fueron publicados despus de la muerte de Maritegui16.

    En la obra mariateguiana se encuentran importantes plan-teos acerca de Marx y el marxismo, que corroboran de manera inequvoca la significacin primaria de la asuncin de las tesis fundamentales contenidas en las obras de Marx. Puede decirse que asume de Marx los pilares de su materialismo, privilegia la dimensin metodolgica del materialismo histrico, manifiesta su adhesin a la teora de la lucha de clases y a las bases teri-co-polticas del socialismo cientfico.

    Para Maritegui el materialismo marxista aparece como una forma superior de materialismo que superaba a la decadente con-cepcin metafsica condicionada al cientificismo y el positivismo. Al respecto puntualizaba: [...] el materialismo marxista compren-de, como ya se ha afirmado en otra ocasin, todas las posibilidades de ascensin moral, espiritual y filosfica de nuestra poca17.

    Sostena la tesis de que el ncleo del materialismo marxista era el materialismo histrico, privilegiando en dicha concepcin la dimensin metodolgica. Para l, en el descubrimiento por Marx de este mtodo, estaba la esencia renovadora del marxis-mo. En esta direccin precisaba: El materialismo histrico no

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    es, precisamente, el materialismo metafsico o filosfico, ni es una filosofa de la Historia, dejada atrs por el progreso cientfi-co. Marx no tena por qu crear ms que un mtodo de interpre-tacin histrica de la sociedad actual18.

    Por otra parte, consideraba que el mrito excepcional de Marx consista en haber descubierto al proletariado como clase esencialmente antittica de la burguesa y portadora del espri-tu revolucionario de la sociedad industrial moderna. La teora de Marx, a su juicio, desentraaba el conjunto de contradiccio-nes entre la forma poltica y la forma econmica de la sociedad capitalista, diagnosticaba la ineluctable y fatal decadencia de dicha sociedad y sobre bases cientficas orientaba al movimien-to proletario hacia la meta final: la propiedad colectiva de los instrumentos de produccin y de cambio. A partir de la asun-cin de la teora de la lucha de clases de Marx, pona el acento en el fundamento econmico del inters de clase, realizando de esta manera un profundo anlisis crtico del proceso mediante el cual la filosofa historicista y evolucionista, en franca etapa de decadencia, ante la impotencia de los mitos de la historia y de la evolucin para resistir al socialismo, devena anti-historicista y se refugiaba en las supersticiones, favoreciendo el retorno a la trascendencia y la teologa19.

    Para el autor no era posible la transformacin social sin la lucha de clases. Era precisamente en el terreno de la con-frontacin clasista donde el proletariado ascenda a una moral de productores radicalmente distinta de la moral de esclavos. nicamente en el desarrollo de una praxis transformativa, que cambiara efectivamente las relaciones de produccin donde se encontraba institucionalizada la dominacin, era posible el pro-ceso de realizacin de la moral de productores.

    Refirindose al papel de la lucha de clases sealaba: Los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo or-den social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias y oprimidos, guiados por evanglicos predicado-res del bien [] En la lucha de clases, donde residen todos los elementos de lo sublime y lo heroico de su ascensin, el proleta-riado debe elevarse a una moral de productores, muy distante y

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    distinta de la moral de esclavos [] Su moral de clases depende de la energa y herosmo con que opera en este terreno y de la amplitud con que conozca y domine la economa burguesa20.

    Asume la teora marxista de la lucha de clases en su dimen-sin ms integral, es decir, teniendo muy en cuenta la accin recproca entre el fundamento econmico del inters clasista y los resortes subjetivos potenciados en el proceso de la praxis transformativa. Esto incide de manera directa en que su discur-so en esta direccin quede definitivamente alejado de cualquier enfoque economicista, fruto de una postura epistmica unila-teral y simplificadora. Por otra parte, esta comprensin de la lucha de clases est indisolublemente vinculada a la recepcin que l realizaba de los pilares del socialismo marxista.

    Sostena la tesis de que en el propio bregar de la lucha anti-capitalista se formaba la tica del socialismo. Consideraba que a partir de Marx el socialismo adquira una nueva dimensin radicalmente diferente del socialismo moralizante, romntico y utpico anarquista. Sobre este particular acotaba: El socialis-mo a partir de Marx aparece como la concepcin de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenan nada en comn con el romanticismo de quienes repudian cual una abominacin la obra capitalista. El proletariado suceda a la burguesa en la empresa civilizadora21.

    Para l, el socialismo marxista representaba el proyecto po-ltico que sobre bases cientficas fundamentaba la misin his-trico-universal de una clase, que haba alcanzado su mayora de edad, superando los ms altos objetivos de la burguesa: el proletariado. Consideraba que la concepcin de Marx sobre el socialismo pona en manos de la clase proletaria, por vez prime-ra en la historia, la nica alternativa posible para el despliegue pleno de sus potencialidades histricas.

    Los fundamentos del socialismo marxista son utilizados como un eficaz antdoto frente a la visin pseudocristiana, pseudohu-manista, especulativa y anacrnica del socialismo tico, satura-do de especulaciones altruistas y filantrpicas. Asimismo, serva de antdoto frente al programa mnimo de Lasalle marcadamente reformista. La crtica a dicho programa descansaba en el desplie-

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    gue de la concepcin poltica maximalista de Marx, que parta del estudio a fondo de las contradicciones de la sociedad capitalista y revelaba la tendencia a la irremediable y fatal desaparicin de esta sociedad, y la toma del poder poltico e implantacin de la propiedad colectiva por el movimiento proletario.

    Otro momento significativo de la asuncin de los fundamen-tos bsicos de la teora de Marx es el que concierne a la interpre-tacin sobre el alcance y la vigencia de la concepcin poltico-filosfica del pensador alemn. Sobre este particular enfatizaba: La crtica marxista estudia concretamente la sociedad capita-lista. Mientras el capitalismo no haya trasmontado definitiva-mente el canon de Marx sigue siendo vlido. El socialismo, o sea, la lucha por transformar el orden social de capitalista en colectivista mantiene viva esa crtica, la contina, la confirma, la corrige. Vana es toda tentativa de catalogarla como una sim-ple teora cientfica, mientras obre en la historia como evangelio y mtodo de un movimiento de masas22.

    En la anterior aseveracin queda planteada de manera sin-ttica la significacin que tiene para este autor el nexo indiso-luble entre la crtica marxista al capital y el proyecto poltico marxista. Esto resulta de vital importancia para comprender, por un lado, el enfoque mariateguiano sobre el socialismo como teora y mtodo del movimiento de masas, es decir, el proyecto poltico marxista en manos de la clase obrera (socialismo) como expresin de la crtica transformativa al capital y a la vez como un factor dinmico llamado a asegurar la vitalidad esencial de dicha crtica, mientras exista el modo de produccin capitalista y el conjunto de sus contradicciones se hagan cada vez ms agudas, y por otro, lo que tiene que ver con la visin del mrito histrico universal de Marx, el que, en modo alguno, quedaba restringido a la contribucin terica del fundador del socialismo cientfico, sino que junto a ello justipreciaba cmo ste haba iniciado un tipo nuevo de hombre de accin y pensamiento, que apareca con rasgos ms definidos en las grandes figuras del proceso de la revolucin rusa.

    En la actualidad, algunos estudios apuntan a restar signifi-cacin a la influencia bsica que Maritegui recibe de la teora

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    de Marx. Dicha tentativa se revela en dos direcciones: por una parte, se pretende acentuar las influencias no marxistas en el peruano: Una parte de los crticos y estudiosos de Maritegui se han preocupado ms en explicar las influencias que ste re-cibi de autores no marxistas que en entender su filiacin e in-terpretacin terico-poltica. As, Maritegui ha sido visto, tanto como soreliano, nietzscheano, croceano que como marxista23.

    Por otra parte, se pretende filiar su legado terico-poltico a la visin del socialismo reformista. En este tipo de estudio, bajo el supuesto propsito de buscar un sistema de pensamiento pro-pio, la influencia de Marx queda relegada a una posicin secun-daria. Un ejemplo representativo de esta tentativa lo constituye las postura terica sustentada por el peruanista francs Roland Forgues24. Dicho autor, en una entrevista concedida a la inves-tigadora Sara Beatriz Guardia, ha expuesto las principales tesis que desarrolla en su libro Maritegui, la Utopa Realizable.

    Las premisas o puntos de arranque de la investigacin cons-tatan el marcado propsito de aislar el legado mariateguiano de la contaminacin decisiva que recibe del marxismo. Lo anterior queda corroborado en la aseveracin siguiente: He evitado en especial partir del presupuesto del marxismo de Maritegui en el que se fundan los estudios anteriores y que ha conducido a interpretaciones que conoces. El marxismo de Maritegui no me interesa sino en la medida en que me permite aclarar algunos aspectos de su obra. No me importa examinar su fidelidad a las proclamadas fuentes; Marx, Sorel, Lenin, entre otros. Me impor-ta ver cmo Maritegui construye su propio sistema de pensa-miento y sealar los aportes de ese pensamiento a las corrientes del socialismo reformista y revolucionario de la poca de la II y III Internacional25.

    Resulta un equvoco mayor proponerse revelar la raigambre de la teora de Maritegui marginando lo que constituye la m-dula de su filiacin poltico-filosfica: el marxismo. Este repre-senta la fuente terica bsica de su reflexin filosfica, si esto se obvia se estar irremediablemente asistiendo a una especu-lacin a caballo de la fantasa. Tratar de probar una marcada incompatibilidad entre la conformacin de un sistema propio y

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    original de acercamiento a la realidad peruana y el mtodo mar-xista en la propuesta terico-poltica mariateguiana, es simple y llanamente, transitar por el camino que conduce a la supuesta no viabilidad de la metodologa marxista para el estudio del con-texto peruano de los aos veinte del pasado siglo.

    Por otra parte, el investigador francs llega en su libro a paten-tizar que en el legado de Maritegui se reconcilian el revoluciona-rismo de Sorel con el reformismo de Jaures. Estas dos herencias terico-polticas segn l son el punto de partida del socialismo mariateguiano. Sin dudas, se pretende de forma maniquea adap-tar la produccin terica del peruano a los postulados bsicos del socialismo democrtico, obviando de esta manera la crtica al socialismo reformista, a la degeneracin parlamentaria de los idelogos de la II Internacional y desconociendo a su vez la asun-cin de los fundamentos del socialismo marxista.

    Maritegui, en una misiva al amigo argentino Samuel Glus-berg, se encargara de esclarecer lo alejado que estaba de las posturas terico-polticas del social-reformismo. Al respecto se-alaba: Estoy polticamente en el polo opuesto de Lugones. Soy revolucionario. Pero creo que entre hombres de pensamiento neto y posicin definida es fcil entenderse y apreciarse, an combatindose. Sobre todo, combatindose. Con el sector po-ltico con el que no me entender nunca es con el otro: el del reformismo mediocre, el del socialismo domesticado, el de la de-mocracia farisea. Adems, si la revolucin exige violencia, au-toridad, disciplina, estoy por la violencia, la autoridad, la disci-plina. La acepto, en bloque con todos sus horrores, sin reservas cobardes26.

    No se precisa potenciar una exgesis de la obra mariate-guiana para demostrar los equvocos de las posturas tericas que se proponen negar o minimizar el marxismo de Maritegui, llegando a desnaturalizar a tal grado su legado que pretenden normalizar su concepcin poltico-filosfica a los fundamentos del social reformismo. La explcita alta valoracin de la obra de Marx contenida en sus escritos, as como su marxismo convicto y confeso, la crtica orgnica a la mentalidad evolucionista y re-formista del socialismo domesticado, constituyen el ments por

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    excelencia de aquellas posturas tericas que en el decurso han ido afortunadamente de ms a menos; y en la actualidad repre-sentan una posicin terica francamente minoritaria dentro de la literatura sobre el autor.

    El encuentro con la produccin terica de Marx y Engels re-sulta de suma importancia para comprender el lugar y papel de la teora marxista clsica en la reflexin filosfica mariateguia-na. De dicho encuentro brota tanto la filiacin poltico-filosfica como los rudimentos terico-metodolgicos que orientan y mo-dulan la asuncin crtico-electiva potenciada en el intercambio crtico con el quehacer intelectual de la post-guerra. No se trata tan slo del reconocimiento explcito del mrito terico de Marx, junto a ello hay que sealar la incorporacin crtica al itinerario de la meditacin filosfica mariateguiana del acento transforma-dor y revolucionario contenido en la cosmovisin marxista, en la metodologa del materialismo histrico y en el proyecto poltico del socialismo cientfico.

    1.2.2. Lenin

    La Revolucin Rusa constituy para Maritegui un aconteci-miento histrico de trascendencia universal. Desde su retorno al Per en 1923 se convirti en uno de los ms fervientes divulgado-res de lo acontecido en Rusia y, sobre todo, un profundo analiza-dor de las enseanzas de la Revolucin de Octubre entre fuerzas polticas y sociales interesadas en el cambio social en su pas. Dentro de los pensadores y hombres de accin ms destacados de la revolucin bolchevique, indiscutiblemente, las figuras de Lenin y Trotsky fueron las de mayor influencia en el autor27.

    Refirindose al mrito histrico universal de Lenin y la revo-lucin rusa, destacaba: [...] y Lenin aparece, incontestablemen-te en nuestra poca como el restaurador ms enrgico y fecundo del pensamiento marxista [...] La Revolucin rusa constituye, acptenlo o no los reformistas, el acontecimiento dominante del socialismo contemporneo. Es en ese acontecimiento, cuyo al-cance histrico no se puede an medir, donde hay que ir a bus-car la nueva etapa marxista28.

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    La aseveracin anterior revela con toda nitidez el lugar que le concede Maritegui a Lenin en las nuevas condiciones histri-cas esencialmente determinadas por el desarrollo de la fase im-perialista del capitalismo. Tal reconocimiento est indisoluble-mente vinculado a la asuncin de la significacin histrica y la vitalidad de la revolucin rusa como alternativa que expresaba un estadio cualitativamente superior en el devenir de la teora y la praxis poltica marxistas. De esta manera, la obra terica y el accionar poltico de Lenin incidieron directamente en la visin mariateguiana sobre la necesidad de reivindicar frente a la crisis mundial el marxismo maximalista (emancipatorio) con su acen-to de voluntad y fe, tal y como lo haba corroborado el proceso de revolucin en Rusia.

    Por otra parte, asume los fundamentos tericos leninistas sobre la fase imperialista del desarrollo capitalista, en parti-cular, lo que concierne a la naturaleza de esta etapa del modo de produccin capitalista y sus rasgos fundamentales. Para l los Estados Unidos ms que una democracia era un gran imperio, cuyo crecimiento vigoroso tena que desembocar en una conclusin imperialista con marcada tendencia expansiva. Sostena que la organizacin o desorganizacin del mundo en la poca imperialista era econmica antes que poltica, el poder econmico confera poder poltico; el imperialismo yanqui era una realidad ms evidente que la democracia yanqui. Consi-deraba que en las condiciones del capitalismo monopolista, el poder econmico dominaba la conduccin de la poltica y se extenda fuera de las fronteras nacionales de las grandes po-tencias constituyendo una fuerza de colonizacin de los pases ms dbiles.

    Sobre este particular enfatizaba: El capitalismo norteame-ricano no puede desarrollarse ms dentro de los confines de los Estados Unidos y de sus colonias. Manifiesta por esto una gran fuerza de expansin y dominio [...] La participacin de los Estados Unidos en la guerra mundial fue dictada por un inters imperialista29.

    Los fundamentos leninistas no slo sirvieron de base para sus propias apreciaciones sobre el desarrollo desigual del capi-

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    talismo en la etapa imperialista y sus principales tendencias en las primeras dcadas del pasado siglo, sino que resultaron par-ticularmente valiosos para los anlisis mariateguianos acerca del capital ingls y norteamericano en Amrica Latina y la nueva relacin de dependencia de esta regin con las nuevas metrpo-lis: Inglaterra y Estados Unidos. Su tesis de que pases poltica-mente independientes podran ser econmicamente coloniales es ilustrativa de las influencias recibidas de Lenin.

    Asimismo, valor positivamente la contribucin del lder bol-chevique en la conformacin de la tctica y la estrategia de la Revolucin Socialista de Octubre. Se puede decir que asumi los fundamentos bsicos de la teora leninista de la revolucin. En sus anlisis sobre el proceso de revolucin en Alemania se reve-la la asimilacin que realiz de los presupuestos de Lenin acerca de la situacin revolucionaria y el papel del factor subjetivo: Ha-ba en Alemania, en suma, una situacin revolucionaria pero no haba casi lderes revolucionarios, ni conciencia revolucionaria. Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Mehring, Joguisches, Levin, di-sidentes de la minora [...] reunieron en la spartacusbund a los elementos ms combativos del socialismo30.

    En la reflexin mariateguiana sobre los procesos de revolu-cin en Europa est presente una delimitacin bien precisa de los conceptos de situacin revolucionaria y factor subjetivo. Sin embargo, debe notarse la atencin particular que en dicha re-flexin se le brinda a la dialctica entre estos dos componentes bsicos para la revolucin: Pero lo caracterstico de las situa-ciones revolucionarias es la celeridad con que crean las fuerzas y el progreso de una revolucin31.

    A no dudar, la revolucin rusa y los aportes tericos de su principal lder tendrn una apreciable incidencia en la asuncin crtico-electiva potenciada en el proceso de formacin ideolgica en el viejo mundo, as como en la conformacin de los contornos identitarios de la problemtica filosfica en desarrollo. Por un lado, asumir los elementos nucleicos de la teora revoluciona-ria de Lenin en las condiciones del capitalismo monopolista de estado y, por otro, dichos elementos los integrar de manera coherente y creativa a toda su visin sobre la necesidad de con-

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    cebir un marxismo que rescate la dimensin subjetiva en fun-cin de la transformacin revolucionaria frente a las corrientes socialdemcratas con sus interpretaciones evolucionistas de la crisis mundial.

    De esta manera, la revolucin rusa se revel como el hecho histrico por excelencia que expresa el acento de fe y volun-tad que debe corresponder a toda teora y praxis revolucionaria. Justipreci la decisin de Lenin y sus seguidores sin dejar de analizar cada paso, cada fase de organizar la accin revolucio-naria en Rusia, pese a los llamados frecuentes que se le reali-zaban al lder ruso desde el campo revolucionario, tanto en su pas como en el resto de Europa, bsicamente desde las filas de la II Internacional, para que esperara y no forzara los aconteci-mientos, lo que equivala, de hecho, a retardar la confrontacin decisiva para la toma del poder poltico. Puede decirse que las enseanzas del proceso revolucionario ruso nutrieron en una buena medida los fundamentos metafsicos de una voluntad de accin revolucionaria orientada a la modificacin radical de la realidad peruana, cuyos fermentos datan, como se sabe, del ao 1922, cuando el autor estaba a punto de concluir la estancia en Italia.

    La teora leninista no slo se convierte en una fuente te-rica principal de la meditacin filosfica mariateguiana repre-senta tambin un componente central de la filiacin poltico-filosfica. Lo anterior queda corroborado en el juicio categrico siguiente: La praxis del socialismo marxista es en este perodo la del marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo es el mtodo revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopo-lios. El Partido Socialista del Per lo adopta como un mtodo de lucha32.

    Sin embargo, cabe sealar que a mediados de los aos trein-ta del pasado siglo, aparece una posicin terico-poltica que sostiene que Maritegui no fue marxista, la cual congrega a funcionarios de la Tercera Internacional Comunista, al Partido Comunista del Per y a algunos lderes e intelectuales apris-tas. Los ltimos pretenden fundamentar sus posturas tericas nihilistas en torno al marxismo de Maritegui acudiendo a las

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    coincidencias de este con Haya de la Torre y a la obvia proximi-dad del peruano con el sindicalista francs Georges Sorel33. Por su parte, el Partido Comunista del Per sostiene, entre diciem-bre de 1933 y enero de 1934, que Maritegui era un confucio-nista alejado de Lenin y cuyo pensamiento y accin habran constituido un gran obstculo para el avance del marxismo. En 1935 la Internacional Comunista condenaba los presun-tos residuos del pasado aprista del peruano. Todava en 1941 algunos estudiosos calificaban a Maritegui de un socialista pequeo burgus y un populista que no haba comprendido el papel del proletariado.

    En torno a las relaciones entre Maritegui y la Internacional Comunista todava hoy no existe consenso en la comunidad de investigadores de la obra mariateguiana. Por un lado es-tn los estudios que enfatizan en un tipo de relacin tensa, que tiene sus orgenes en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, desarrollada en Buenos Aires en 1929; por otro lado, aparecen estudios que niegan que se hayan dado discrepancias entre el peruano y la Komintern. Para Jorge del Prado, quien fue Secretario General del Partido Comunista del Per, se trata de un hipottico antagonismo o una inventada polmica. Recientemente el terico marxista uruguayo Niko Schvarz ha sealado que nueve meses despus de la Confe-rencia de Buenos Aires, exactamente el 4 de marzo de 1930, el Partido Comunista del Per haba solicitado su afiliacin a la III Internacional, y que mucho tiempo antes de dicha fecha y en forma no pblica, Maritegui y su grupo mantenan relacio-nes con la Internacional Comunista y su bur sudamericano. Sostiene, asimismo, que se exager mucho y se distorsion el tono y el contenido de la discusin de Buenos Aires en relacin con el nombre del partido peruano. Segn l, las actas de la reunin de Buenos Aires, revisadas, entre otros, por el profesor Jrgen Mothes, muestran que Victorio Codovilla, dirigente del Bur Sudamericano de la Internacional Comunista, formul crticas en un tono paternalista, elogiando en todo momento la abnegacin, el nimo constructivo y los aportes al debate de la delegacin peruana34.

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    Asumir la postura de un hipottico antagonismo o una in-ventada polmica en el vnculo de Maritegui con la Komin-tern resulta una tentativa inconsistente que desemboca en la falsificacin de la verdad histrica. Sin lugar a dudas, las tesis y ponencias presentadas por la delegacin peruana en la Confe-rencia de Buenos Aires (El problema de las razas en la Amrica Latina y Punto de vista antiimperialista)35, en cuya elabora-cin Maritegui haba tenido un papel fundamental deben verse como parte del proceso de internacionalizacin del marxismo en la realidad latinoamericana durante la dcada del veinte del si-glo pasado. Dicho proceso se vio interrumpido abruptamente en la dcada siguiente precisamente con la implantacin del esque-ma terico-poltico de la Internacional Comunista en la praxis poltica de los partidos comunistas de la regin; este hecho pue-de explicar con toda nitidez el alcance de la aguda polmica en la reunin de Buenos Aires. Por otra parte, los que aluden a un hipottico antagonismo podrn acaso explicar la campaa de desmariateguizacin que se produce en el seno del partido tras la muerte del peruano, liderada por el nuevo Secretario General de la agrupacin poltica, Eudocio Ravines. Podrn acaso fun-damentar una supuesta intencin benigna en los grotescos ca-lificativos usados por la dirigencia del partido, los funcionarios de la Komintern y sus aclitos contra Maritegui: confusionis-ta, aprista, socialista pequeo burgus, etctera. Incluso no puede explicarse el tono paternalista de las crticas de Victorio Codovilla al peruano, pasando por alto el hecho cierto de sentir-se el primero autorizado para asumir tal actitud.

    En la actualidad algunos autores vinculados a la fundacin Rodney Arismendi en Uruguay (Manuel Claps, Niko Schvarz y Rubn Yez)36 han planteado la necesidad de reivindicar al Ma-ritegui marxista-leninista frente a aquellas posturas que ter-giversan o deforman su pensamiento hasta adquirir, segn el terico marxista uruguayo Niko Schvarz, dimensiones grotes-cas y monstruosas37. Este autor en su libro Jos Carlos Mari-tegui y Rodney Arismendi: Dos cumbres del marxismo en Amri-ca Latina, somete a un profundo examen crtico las posiciones tericas que bajo los ms dismiles ropajes pretenden negar

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    la aplicacin por el peruano del mtodo marxista al estudio de la realidad social o en cambio pretenden reducir el marxismo-leninismo a un concepto vaciado de contenido real. Para dicho autor situar a ste en una corriente heterodoxa frente al mar-xismo es simple y llanamente tergiversar de manera completa la verdad histrica38.

    Los autores uruguayos parten del reconocimiento del marxis-mo-leninismo como una doctrina dinmica y en pleno enrique-cimiento, la cual est bien distante de cualquier interpretacin cerrada, esclerosada, reseca, dogmtica y estrecha del marxismo y el leninismo. Niko Schvarz, en este sentido, sostiene la tesis de que el marxismo-leninismo no es ms que una doctrina en permanente interrogacin sobre s misma; crtica y autocrtica permanente, que se interroga sobre todos los fenmenos nuevos y que se cuestiona incluso lo que claramente mucho tiempo se consider la piedra sillar del marxismo39.

    Los investigadores no pretenden, en modo alguno, normali-zar el marxismo de Maritegui al cuerpo terico cerrado conce-bido por el Socialismo real, como se intent hacer con el legado mariateguiano luego de los aos cuarenta del siglo pasado. Para ellos el marxismo-leninismo del autor es compatible con la pro-pia visin que ste tena sobre el marxismo y el socialismo como creacin heroica. De esta manera, una conditio sine qua non en este tipo de lectura del marxismo-leninismo era la lectura crea-tiva a partir de las condiciones particulares de cada pas.

    Se debe notar que las posturas tericas de los autores uru-guayos tienen como punto de partida la propia exgesis mariate-guiana sobre el marxismo-leninismo, bien diferente a la versin rgida construida por el stalinismo y los principales idelogos del socialismo real, bajo el nombre de marxismo-leninismo. Lo anterior le imprime a dichas posturas tericas la debida co-herencia frente a aquellas posiciones que acentan un tipo de heterodoxia en torno al marxismo en el peruano, que a la larga desembocan en la minimizacin del lugar y papel de la teora marxista en su meditacin poltica y filosfica.

    Sin embargo, cabe apuntar que no todas las posturas te-ricas que sostienen que el peruano es un marxista heterodoxo

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    terminan por restar significacin a las influencias que del mar-xismo ste recibi. Una buena parte de la produccin terica que acenta la heterodoxia en lo concerniente al marxismo, la que irrumpe con marcada intensidad en la dcada del setenta del siglo XX y constituye una postura dominante despus del derrumbe del modelo euro-sovitico del socialismo real, pre-tende ms bien distinguir entre un tipo de marxismo abierto y creativo y aquella versin dogmtica y estereotipada que con la etiqueta de marxismo-leninismo se conform en la antigua URSS y el resto de los pases socialistas de Europa Oriental.

    Por otra parte, el reconocimiento de este tipo de heterodo-xia en Maritegui no presupone en lo ms mnimo que se des-conozca la interpretacin que ste realizaba de la concepcin marxista-leninista. Esto y aquello no tiene por qu presentarse como anttesis polares: sostener la heterodoxia del peruano no implica, de hecho, excluir del anlisis su propia exgesis sobre el marxismo-leninismo. Por el contrario, su legado terico corro-bora que la heterodoxia frente a un marxismo institucionalizado convertido en dogma consolida su propia visin sobre la nece-sidad impostergable de reivindicar el verdadero espritu de la herencia terico-poltica de Marx, Engels y Lenin. Por lo tanto, resulta necesario si se atiende a la connotacin poltica y terica que ello tiene, clarificar la incompatibilidad del legado mariate-guiano con el marxismo-leninismo del modelo eurosovitico del socialismo real. En este sentido, es plenamente coherente que se aborde la heterodoxia frente a la supuesta ortodoxia marxista-leninista erigida en sagrada escritura.

    En esta direccin, la cuestin clave est en revelar mediante el anlisis terico la verdadera intencin de un autor al sus-tentar una u otra postura en torno al marxismo de Maritegui. Aqu lo nocivo resultara enfocar la heterodoxia a partir de un manejo maniqueo de las fuentes tericas de la reflexin filos-fica que conduzca irremediablemente a sustentar un supuesto eclecticismo en el peruano, que simple y llanamente margine, o en cambio, reste importancia a la influencia decisiva que ste recibe de la teora de Marx y Lenin.

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    1.2.3. trotsky

    Maritegui asume las ideas de Len Trotsky acerca del por-venir de Occidente y de la humanidad frente a las tesis de Oswald Spengler sobre la decadencia de Occidente. Coincide con Trotsky al sealar que nicamente est en crisis la cultura burguesa. Al respecto puntualizaba: La dialctica de Trotsky nos conduce a una previsin optimista del porvenir de Occi-dente y de la humanidad. Spengler anuncia la decadencia total de Occidente. El socialismo segn su teora no es sino una etapa de la trayectoria de una civilizacin. Trotsky constata nicamente la crisis de la cultura burguesa, el tramonto de la sociedad capitalista. Esta cultura, esta sociedad, envejecidas, hastiadas, desaparecen; una nueva cultura, una nueva socie-dad emergen de su entraa40.

    Las tesis de Trotsky sobre el futuro de Occidente enrique-cen y a la vez refuerzan el optimismo histrico del autor frente al contexto histrico-social europeo de la postguerra, caracte-rizado en lo fundamental por la destruccin provocada por la contienda blica y la consiguiente depauperacin econmica y social. Los aportes del lder ruso, en este sentido, se revelan tambin como un fundamento valioso que nutre las principa-les tesis mariateguianas que patentizan la necesidad de que el movimiento proletario mundial emprendiera la alternativa maxi-malista (revolucionaria) como la respuesta ms coherente frente a lo que se daba en llamar la crisis mundial. Sobre esto ltimo cabe sealar que, si bien es cierto que el peruano le dedic una particular atencin a la creacin de un proyecto socialista acor-de a las exigencias de la realidad peruana, no es menos cierto su marcada preocupacin, a diferencia de Haya de la Torre, por la revolucin mundial y las problemticas vinculadas con el in-ternacionalismo de la revolucin socialista41.

    Por otro lado, en los estudios acerca de la herencia de feu-dalidad presente en la sociedad peruana de los aos veinte, cuyas tesis principales se encuentran expuestas en la seccin Peruanicemos al Per y luego en Siete ensayos de interpreta-cin de la realidad peruana, se aprecian las huellas dejadas

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    por los trabajos de Trotsky sobre los estadios del progreso hu-mano. Este distingua cuatro etapas fundamentales: Antige-dad (rgimen esclavista), Edad Media (rgimen de servidum-bre), Capitalismo (rgimen de salario), Socialismo (rgimen de igualdad social). Maritegui, por su parte, sostiene la tesis sobre la existencia en el Per de la servidumbre y la ausencia de un rgimen salarial en el campo, como tendencia, lo cual demostraba fehacientemente la presencia de feudalidad en la regin incaica.

    En otro sentido, cabe destacar que el autor no estuvo ajeno a la polmica ideolgica de Trotsky con el estado mayor bolche-vique42. Aqu cabe sealar que, si bien es cierto que reconoce la presencia en el trotskismo de un cierto radicalismo terico que no logra materializarse en frmulas concretas y precisas en lo que concierne a la poltica agraria e industrial, as como en la lucha contra el burocratismo y el espritu de la NEP, no es me-nos cierto su llamado de atencin sobre la necesidad de que la direccin bolchevique no perdiera de vista el importante papel que deba desempear el pensamiento crtico como un eficaz an-tdoto frente a determinadas deformaciones que podran engen-drarse en la prctica de la construccin socialista. Al respecto precisaba: Sin una crtica vigilante, que es la mejor prueba de la vitalidad del partido bolchevique, el gobierno sovitico corre-ra probablemente el riesgo de caer en un burocratismo forma-lista, mecnico43. Cuando reconoce el arma de la crtica como un instrumento inseparable de la teora y praxis de un partido de nuevo tipo como el partido bolchevique est de hecho justi-preciando la parte fundamental de la plataforma de la oposicin trotskista: la crtica impostergable y necesaria.

    Como se sabe, el peruano se percata de algunas limitacio-nes de las propuestas del lder ruso, incluso en el sentido del cumplimiento del programa marxista desde la praxis del poder poltico confiere una mayor capacidad objetiva a los bolchevi-ques ortodoxos (Stalin y la mayora). Esto ltimo, sin embargo, no puede verse como la cuestin central del asunto, si se tiene en cuenta que la opinin mariateguiana al respecto no implica-ba en modo alguno un partidismo terico-poltico a favor de la

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    direccin ortodoxa de dicho partido, lo que se debe entre otras razones a que considera que entre una y otra posicin encontra-das en la polmica existan no pocas confluencias.

    Lo que de ninguna manera puede quedar soslayado cuando se realiza un anlisis de la presencia de Trotsky en los escri-tos de Maritegui, es el hecho cierto que representa la alta estima manifestada por ste hacia la obra terica y la praxis revolucionaria del lder ruso. Ni en los momentos ms tensos y lamentables de la polmica ideolgica en el seno del parti-do bolchevique, dej de patentizar su admiracin por Trotsky. De lo anterior da prueba fehaciente la aseveracin siguiente: Trotsky es uno de los personajes ms interesantes de la histo-ria contempornea: condottiere de la revolucin rusa, organi-zador y animador del ejrcito rojo, pensador y crtico brillante del comunismo44.

    Asimismo, se debe notar la inconformidad del autor con la imagen ficticia que algunos medios de prensa de la poca da-ban de la figura de Trotsky cuando calificaban a ste de mar-cial y napolenico. Tal inconformidad queda plasmada de ma-nera precisa en El Trotsky real, el Trotsky verdadero es aquel que nos revela sus escritos. Un libro da siempre de un hombre una imagen ms exacta y ms verdica que un uniforme. Un generalsimo, sobre todo, no puede filosofar tan humana y tan humanitariamente45.

    La dimensin humanstica y crtica del filosofar de Trotsky influye de manera perceptible en la reflexin filosfica mariate-guiana. Por un lado, el humanismo emancipatorio del lder ruso sustentado en una lectura revolucionaria de la crisis mundial enriquece la visin mariateguiana sobre el momento revolucio-nario que se abra al mundo despus de la conflagracin mun-dial, del cual no escapaba la realidad peruana como parte de una Amrica Latina conectada a la civilizacin occidental; por otro lado, el arma de la crtica potenciada por Trotsky dejaba sus huellas en el espritu crtico, polmico, beligerante que ti-pifica la produccin terica mariateguiana, lo que confirma un modo de conscientizar el marxismo como pensamiento crtico.

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    1.3.Elpensamientofilosficonomarxista

    1.3.1. georges Sorel

    No ocult Maritegui su admiracin por el idelogo del sin-dicalismo revolucionario en Francia, Georges Sorel. Incluso, no pocas veces el nombre del sindicalista francs es colocado junto al de Carlos Marx. La obra fundamental de Sorel, Reflexiones so-bre la violencia, ocupa un lugar privilegiado en la admiracin del peruano y las citas del autor francs son frecuentes en itinerario de su reflexin filosfica46. Para l el alcance de la propuesta terico-poltica del lder del sindicalismo revolucionario radica-ba en lo siguiente: Georges Sorel, en estudios que separan y distinguen lo que en Marx es esencial y sustantivo, de lo que es formal y contingente, represent en los dos primeros decenios del siglo actual, ms acaso que la reaccin del sentimiento cla-sista de los sindicatos contra la degeneracin evolucionista y parlamentaria del socialismo, el retorno a la concepcin dinmi-ca y revolucionaria de Marx y su insercin en la nueva realidad intelectual y orgnica 47.

    La anterior aseveracin tiene que ver con el influjo que recibi de los postulados sorelianos acerca del retorno al marxismo en medio de un contexto ideo-poltico caracterizado en lo funda-mental por la marcada presencia de la mentalidad positivista o evolucionista de los exponentes del socialismo domesticado. La vindicacin de Marx por Sorel era entendida como una cierta actualizacin del legado del pensador alemn, la cual quedaba objetivada en la crtica del terico francs a las bases racionalis-tas y positivistas de las tendencias socialdemcratas de los lde-res e idelogos de la II Internacional y en la restitucin de la mi-sin revolucionaria del movimiento obrero, la reivindicacin del sindicato como factor primordial de una conciencia socialista y como organizacin representativa de un nuevo orden econmico y poltico. Las ideas de Sorel representaban el renacimiento de la idea clasista frente al aburguesamiento intelectual y espiri-tual de los partidos y de sus parlamentarios y las ilusiones de-mocrticas del apogeo del sufragio universal.

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    No pocos investigadores se han referido a las huellas dejadas por la reflexin soreliana en el itinerario de la meditacin filosfi-ca y poltica del peruano. Vale la pena detenerse en las posturas tericas de Robert Paris, Anbal Quijano y Michel Lwy. Para el primero, Sorel permaneci siempre presente en Maritegui, lo que determina la alusin de ste al binomio Marx-Sorel48. El segundo, en sus estudios al respecto, patentiza la sorpresa que causa la desaforada admiracin por un pensamiento tan confuso y pres-cindible como el del sindicalista francs. Sobre las inconsisten-cias de Sorel puntualiza: Sorel estaba, pues, interesado menos en la revolucin socialista del proletariado, cuanto en la destruccin del orden burgus liberal y socialdemcrata. Nada sorprendente en consecuencia, que enfatizara el sindicalismo y no la lucha por el Estado como estrategia revolucionaria y que fuera el fascismo mussoliniano el que mejor entendiera el mensaje soreliano49.

    Por su parte, Michel Lwy sostiene que Sorel representa tan slo una referencia terica ya que desde el ngulo visual de la prctica poltica haba sido el bolchevismo el que trajo la energa romntica a la lucha del proletariado. El socilogo francs en su lgica explicativa sobre dicha referencia terica expone una tesis de indudable coherencia: Si Maritegui eligi a Sorel fue porque necesitaba al pensador francs como un crtico despiadado de la ilusin del progreso y un partidario de la interpretacin heroi-ca y voluntarista del mito revolucionario para combatir la re-duccin determinista y positivista del materialismo histrico50.

    Una buena parte de las investigaciones realizadas sobre las influencias de Georges Sorel en Maritegui aportan granos de verdad al esclarecimiento del polmico vnculo entre uno y otro pensador. Sin embargo, no se le ha prestado la debida atencin al nexo que se establece entre la asuncin crtico-electiva poten-ciada en el manejo de las fuentes filosficas y la problemtica filosfica mariateguiana. Es decir, en modo alguno puede ob-viarse un hecho cierto: los elementos afirmativos asumidos de la teora soreliana son re-creados y potenciados en funcin de la conformacin de los fundamentos metafsicos de una voluntad de accin revolucionaria orientada a la modificacin radical de una realidad especfica.

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    El reconocimiento de dicho nexo permite clarificar en qu medida el peruano se distancia del legado soreliano. Tanto los elementos nucleicos que conforman la problemtica filosfica mariateguiana como la orientacin que recibe la misma se dife-rencian esencialmente de la propuesta terico-poltica del sindi-calista francs. Lo anterior convierte en inconsistente aquellas posturas tericas como las de Robert Paris, que enfatizan en la fidelidad mariateguiana al binomio Marx-Sorel. Tal fidelidad debe verse nicamente en el sentido de la admiracin explcita hacia la concepcin maximalista del terico francs en particular, lo con-cerniente al papel de los resortes volitivos en el proceso de praxis revolucionaria. Estos ingredientes son re-creados y puestos en tensin a partir de las exigencias de un tejido social especfico. Es por ello que si bien es cierto que Sorel constituye una referencia terica para el peruano, no es menos cierto que el legado sorelia-no en modo alguno representa para aquel un paradigma terico-poltico convertido en filiacin poltico-filosfica.

    Por otro lado, en la comunidad de investigadores de la obra mariateguiana con cierta frecuencia han emergido las opiniones que patentizan la sorpresa que causa la hiperbolizada admira-cin hacia el legado terico y poltico de Sorel, a quien conside-ran un pensador de segundo orden. Sin entrar a discutir este polmico calificativo, la cuestin clave est en que las ambige-dades y limitaciones sorelianas en torno al lugar y papel de la violencia en la accin revolucionaria son francamente supera-das por Maritegui en su proyecto de redencin social.

    La influencias centrales que recibe de Sorel, las cuales estn determinadas por la manera en que tributan a la problemtica filosfica mariateguiana, son las siguientes: la teora del mito revolucionario, la crtica soreliana a las bases racionalistas y po-sitivistas de las corrientes socialdemcratas, y lo concerniente a la necesidad de una moral de productores. De la teora soreliana del mito asume su acento heroico y voluntarista, devenido re-sorte impulsor de la accin de las masas en instrumento que de-ba encarnar las legtimas aspiraciones populares. Sin embargo, cabe sealar que la concepcin del mito no le llegaba al peruano tan solo a travs de Sorel, le llegaba tambin de una realidad

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    especfica donde el mito haba estado presente a lo largo de su historia como parte de la vida cotidiana del indio, incluso, pudo haber recibido el influjo del catolicismo tradicional prevaleciente en el hogar en su temprana edad.

    Los elementos afirmativos asumidos de la teora soreliana del mito son re-creados y potenciados en funcin de la conforma-cin de los fundamentos metafsicos de una voluntad de accin revolucionaria orientada a la transformacin radical de una rea-lidad especfica. Lo anterior est en sintona con las apreciacio-nes del filsofo peruano Anbal Quijano, quien sostiene que no es posible separar la reflexin mariateguiana sobre el mito revo-lucionario de su indagacin y de su meditacin sobre el contexto social e inter-subjetivo en el cual acta y sobre el cual y para el cual trabaja ese particular problema.

    Sobre este aspecto Anbal Quijano puntualizaba: En Sorel no estaba planteada esta problemtica, no tena por qu estarlo. La Francia era una cultura nacional tan homognea como cabe a una tal experiencia. Las fracturas intersubjetivas all tienen un origen de clase y no racial o tnico, y en consecuencia no se presenta, por lo menos con la misma fuerza que en Amrica La-tina el fundamental problema de la heterogeneidad cultural, de sentidos, de modos y de fuentes de produccin de sentidos51.

    De esta manera en el itinerario de la reflexin filosfica ma-riateguiana el mito se convierte en fe, pasin, fuerza religiosa, mstica y espiritual. Es lisa y llanamente el resorte catalizador de la emocin revolucionaria de las multitudes que actan como sujeto de cambio en el proceso de transformaciones sociales. En sntesis, puede decirse que el mito constituye el resorte metafsi-co por excelencia para la movilizacin de los factores subjetivos en la preparacin de la revolucin social en el Per. Tal acep-cin y orientacin del mito representa un claro distanciamiento con respecto a la restringida concepcin soreliana donde el mito quedaba finalmente reducido a la accin prctica del sindicato y su realizacin ms plena, la huelga general.

    Por otra parte, el peruano asume los presupuestos centrales de la crtica soreliana a las bases racionalistas y positivistas de las corrientes socialdemcratas de finales del siglo XIX y prime-

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    ras dcadas del siglo XX. Uno de los mritos ms importantes que le atribua al sindicalista francs era su contribucin al re-nacimiento del espritu revolucionario y clasista del proletariado enervado por la prctica reformista y parlamentaria. La defensa mariateguiana del programa maximalista del socialismo revolu-cionario en la etapa post-blica, le debe no poco a la contribu-cin, en este sentido, del lder sindical francs. Tanto en Sorel como en Maritegui la violencia revolucionaria aparece como un eficaz antdoto frente a las interpretaciones deterministas y po-sitivistas del materialismo histrico.

    Sin embargo, se debe notar que entre una y otra concepcin sobre la violencia revolucionaria existen diferencias esenciales. La apologa soreliana de la violencia no desembocaba en la liqui-dacin del rgimen capitalista y de la burguesa, sino que estaba explcitamente diseada como un mecanismo de utilizacin de la lucha de clases y de su violencia para galvanizar de nuevo la voluntad de la burguesa. Por otro lado, la teora soreliana de la accin revolucionaria desconoca el papel del partido poltico y se manifestaba contraria a todo plan preestablecido conside-rndolo de utpico y reaccionario. Por su parte, la teora maria-teguiana sobre la violencia revolucionaria patentizaba la nece-sidad de la destruccin del capitalismo y, por ende, del derro-camiento de la burguesa como clase dominante y explotadora mediante la revolucin socialista y le adjudicaba un importante papel al partido de nuevo tipo en todo el proceso de preparacin de los cambios sociales.

    Finalmente, asuma de Sorel la tesis de una moral de pro-ductores, la que no surga mecnicamente del inters econmi-co; se formaba en la lucha de clases librada con nimo heroico. La idea soreliana de que el proceso de trabajo depende en muy vasta medida de los sentimientos que experimentan los obreros ante su tarea, resultaba una puntual contrapartida a los enfo-ques economicistas simplificadores que predominaban al res-pecto. Maritegui valoraba en su justa dimensin al recepcionar dicha tesis, el papel de la lucha de clases, la necesidad del factor conciencia de clase como resortes impulsores de las transforma-ciones sociales.

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    Varios estudiosos han sostenido la posicin terica de que Maritegui no fue marxista, aludiendo en sus fundamentacio-nes la obvia proximidad a Georges Sorel. Dentro de dicha posi-cin se destacan los estudios de Jos A. Barba Caballero y Hugo Garca Salvatecci52. Para el primero, Maritegui crey en el mito como motor de la historia, crey en Sorel, ms an fue sorelia-no. El segundo lo califica como un soreliano y a Sorel como la fuente ms importante del pensamiento mariateguiano. Estas posturas tericas son simple y llanamente poco consistentes. El legado terico del sindicalista francs se revela tan slo como una referencia terica. La explcita admiracin del autor hacia la obra de Sorel no desembocaba en una filiacin poltico-filo-sfica, lo que hace endeble el calificativo de soleriano. Por otra parte, no debe obviarse en las consideraciones al respecto, el hecho de que los elementos afirmativos asumidos de la produc-cin terica soreliana son re-creados y potenciados en funcin de la modificacin radical de una realidad especfica (entindase como el despliegue del proyecto mariateguiano de revolucin so-cialista en el Per).

    1.3.2. Henri Bergson

    Las influencias que Maritegui recibe del filsofo francs Henri Bergson le llegan en lo fundamental a travs de las lectu-ras que realiz de la obra de Sorel. Sin embargo, se debe desta-car que ley la obra de Bergson, L