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    La funcin de los orculos en el Imperio inca

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    Marco Curatola Petrocchi

    Pontificia Universidad Catlica del Per

    La funcin de los orculos en el Imperio inca*

    *El ttulo del presente ensayo est expresamente inspirado en el de la ponencia La funcin del tejido envarios contextos sociales en el Estado inca, presentada por John V. Murra en el II Congreso Nacional deHistoria del Per, que se celebr en Lima en 1958 y que, de alguna manera, marc el inicio del desarrollo delos estudios etnohistricos en el Per (Curatola, 2002a: 51; cf. Murra, 2002: 113 y 121). Definitivamente,tanto el famoso estudio de Murra sobre los tejidos (1962, 2002: 153-170; vase tambin 1978: 107-130) comonuestro ensayo tienen un explcito enfoque funcionalista, relacionado al pensamiento de Durkheim y Maussy a los planteamientos de la escuela de Antropologa Social britnica, a la cual por lo dems se debe toda unaserie de importantes contribuciones precisamente sobre el tema de la adivinacin. Como ha bien sealado JeanPierre Vernant (1974: 6 y 7), fueron antroplogos ingleses como Edward Evans-Pritchard (1937), George Park

    (1963), Victor Turner (1968) y Max Gluckman (1972) quienes mostraron como en determinadas sociedadestradicionales la adivinacin represente un rgano oficial de legitimacin, en grado de proponer, en el caso

    Quis vero non videt in optuma quaque republica plurimumauspicia et reliquia divinandi genera valuisse1

    Marcus Tullius Cicero, De divinatione, 43 a. C.

    Importancia del fenmeno oracular en el mundo andino antiguo

    Los orculos a saber, santuarios controlados por sacerdotes all residentes,a travs de los cuales las divinidades del lugar daban respuestas a quienes lasconsultaban representaron una de las instituciones ms importantes del

    mundo andino antiguo. La actividad oracular parece, en efecto, haber tenido

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    de elecciones cargadas de consecuencias para el equilibrio de los grupos, decisiones socialmente objetivas,es decir, independientes de los deseos de las partes en causa y sostenidas por un consenso general del cuerposocial, que coloca este gnero de respuestas encima de las contestaciones. Park (1963: 205), adems, sobre labase del anlisis comparativo de la adivinacin en diferentes contextos de frica, China y las Grandes Llanurasnorteamericanas, lleg acertadamente a vislumbrar como ya intudo hace dos mil aos por el romanoMarco Tulio Cicern (Cicerone, 1994: 75, lib. I, XLIII, 95), como esta fuera una prctica particularmentedesarrollada y difundida sobre todo en las sociedades con sistemas religiosos de carcter organizado y agregante(congregacional) y centrados en el culto de los antepasados. El caso de la civilizacon andina, e inca en particular,con su culto de los malquis(momias de los antepasados), sus grandes rituales colectivos y sus innumerablesorculos (que pueden considerarse la forma culturalmente y socialmente ms elevada de adivinacin), confirmaplenamente su conjetura.

    Versiones preliminares de diferentes partes de este ensayo fueron ledas como ponencias en los CongresosInternacionales de Americanistas de Santiago (2003) y Sevilla (2006) y en el IV Simposio Internacional de

    Arqueologa PUCP (16-18 de agosto de 2003), as como conferencias en el Department of Antropology dela Yale University (9 de octubre de 2006), gracias al auspicio del Department of Anthropology, el Council ofLatin American and Iberian Studies y el Department of Spanish and Portuguese, y en la Maxwell School de laSyracuse University (12 de octubre de 2006), con el auspicio del Program of Latin American and the Caribbeany del Dellplain Program in Latin American Geography. Las preguntas y comentarios puntuales recibidos enlas susodichas oportunidades nos han brindado preciosos estmulos para repensar y afinar diversos puntosde nuestra reconstruccin e interpretacin del fenmeno oracular en los Andes. Nuestra participacin en losCongresos de Americanistas fue hecha posible por el apoyo econmico del Departamento de Humanidadesde la PUCP. A los colegas Krzyzstof Makowski y Pepi Patrn, sucesivos Jefes de Departamento, y a Rolena

    Adorno, Richard Burger y David Robinson, organizadores de las conferencias de Yale y Syracuse, nuestro msprofundo agradecimiento.1Quin no ve, pues, que en cada Estado bien ordenado los auspicios y los otros tipos de adivinacin han sido

    entre las sociedades del Per prehispnico, todas las caractersticas de lo que elgran socilogo y etnlogo francs Marcel Mauss, en su clsico Essai sur le don(1923-1924), llam un hecho social total, esto es, uno de aquellos fenmenos

    polivalentes y multidimensionales que abarcan diferentes esferas (religiosa, poltica,jurdica, econmica, artstica, etc.) de la vida sociocultural y ponen en movimientoa la totalidad de la sociedad y de sus instituciones (Mauss, 1965: 286).

    Definitivamente, todas las crnicas y las relaciones de los siglos XVI y XVIIsobre los Incas y los pueblos andinos sus contemporneos, as como sobre losde la poca colonial, estn literalmente plagadas de descripciones, relatos ymenciones de prcticas oraculares. Por los cronistas sabemos que al tiempo delTahuantinsuyu (Imperio inca, siglo XV - inicios XVI) existan famosos centrosoraculares, meta de peregrinaciones a nivel panandino, como el de Pachacamac,en el valle de Lurn, en la costa central peruana; el de Titicaca, en una isla frentea la pennsula de Copacabana, en el homnimo lago altiplnico; y el de Catequil,cerca de Huamachuco, en la sierra norte del Per; as como otros numerososcentros de importancia regional e interregional, como Huarivilca, en el valle delMantaro; Pariacaca, en la sierra de Huarochir (Lima); Rimac, en el valle de laactual ciudad de Lima; Chichacamac, en el valle de Chincha, en la costa sur delPer; Coropuna, en proximidad del homnimo nevado (Arequipa); Apurimac,en las riberas del ro del mismo nombre; Huanacauri, en el valle del Cuzco;

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    Ancocagua, en territorio de los Canas (Cuzco); yVilcanota, en el paso de LaRaya, que marca el lmite entre la sierra sur y el altiplano del Collao. En cuanto alCoricancha, el gran templo del dios Sol en el Cuzco, ste era el santuario oracular

    por excelencia del rey Inca.

    De las fuentes documentales se desprende que no haba actividad pblica o privadade cierta relevancia que fuera emprendida sin previa consulta de las divinidades.El Sapa Inca (el nico Inca, es decir, el rey Inca) no tomaba ninguna decisinfuera ella de carcter administrativo, poltico, religioso, econmico, militar odiplomtico sin el confortoy el respaldo de la palabra del dios Sol (CabelloValboa, 1951: 307, cap.15; Gose, 1996: 5). Y tambin la gente comn recurraregularmente a diferentes prcticas adivinatorias y oraculares antes de iniciar lasfaenas agrcolas, de emprender viajes, de construir canales de regado, en caso deenfermedades, en ocasin de catstrofes naturales y en cualquier otro momentoimportante o crtico de la vida individual y colectiva (Santilln, 1968: 112, n. 27).De hecho, cada ayllu(grupo corporativo de parentesco) y cada comunidad tenansus propios orculos, que podan ser una piedra-menhir (huanca) identificadacon el fundador mtico del linaje o del grupo, los cuerpos momificados (malquis)de los antepasados de los seores tnicos (curacas), o sencillamente un lugarde la naturaleza una fuente, una gruta, una roca, una cumbre de montaa,etc. llamadopacarina, de donde se crea hubiese salido la primera pareja mticade ancestros. Todas estas entidades sagradas y cualquier otro objeto, imagen

    o adoratorio identificado con seres y poderes extrahumanos, eran llamadosgenricamente huacas(waka) y todos eran, por lo menos en potencia, orculos(cf. Rowe, 1946: 302; Mason, 1978: 221; Szemiski, 1987: 92-93). En efecto,con el trmino genrico de huaca, los andinos indicaban la fuerza que animabalo que comnmente est inanimado; y esta animacin se manifestaba, en primerlugar, a travs de la facultad de hablar, de comunicarse con los hombres2.Cuando una huacaenmudeca poda significar que estaba enojada, que estabatemporneamente impotente o peor, que haba perdido por completo su poder.En este ltimo caso, dejaba de ser huacay su culto era abandonado (Gose, 1996).

    Significativa, al respecto, es la tradicin inca recogida por le padre Bartolomlvarez (1998: 74, cap. 133) segn la cual no apenas, en cualquier parte delImperio, alguna piedra otro objeto mobil empezaba a hablar, manifestandosu naturaleza de huaca, esto era llevado al Cuzco y colocado en el Coricancha, afin de que fuera examinado y puesto a prueba por el propio Inca. All, luego dehaber hecho averiguaciones sobre las circustancias y las modalidades de la presuntamanifestacin sobrenatural, el soberano proceda a pedir el parecer del dios Sol y,

    2Huaca quiere decir cosa sagrada, como eran todas aquellas en que el demonio les (a los andinos)hablaba(Garcilaso, 1991 I: 76, lib. II, cap. IV). Sobre la nocin de huacavase Rowe, 1946: 295-297; Szemiski, 1987:92-96 ypassim; Jimnez Borja, 1992; Gnerre, 2003.

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    sobre todo, a hacer preguntas a la misma huaca, buscando entablar con ella unacomunicacin oral directa. Si la huaca le contestaba, el Inca la reconoca comobuena: esto comportaba que se le tributaran de inmediato honores y ofrendas y

    que, desde ese momento, su culto fuera reconocido oficialmente por el Estado. Lahuacaera llevada entonces de vuelta a su lugar de origen, donde se estableca unsantuario, al cual cada ao el Inca, puntualmente, enviaba dones. Pero si, al revs,la piedra, o el objeto que fuese, se quedaba muda, el Inca declaraba que no erabuena a saber, que no era huaca, lo que significaba que no mereca formaalguna de veneracin y ms bien deba ser desechada.

    Por lo dems, los mismos relatos de los orgenes de los Incas no hacan ms queexaltar y recalcar la trascendental importancia de las plticas con los dioses. Segnestas narraciones, de claro carcter normativo y formativo para la entera sociedad, lapareja de hroes culturales, Manco Capac y Mama Huaco, fundadores de la ciudaddel Cuzco y de la dinasta de sus reyes, as como de la civilizacin inca en general,habra adquirido su autoridad, su poder y derecho al mando de una comunicacinoral, fluida, directa y privilegiada con seres sagrados. As, en la Historia Indica(1572) de Pedro Sarmiento de Gamboa (2001: 54 y 63, XII y XIV) basada enlos relatos de ancianos quipucamayocs3depositarios de las tradiciones histricasincas se narra que Manco Capac habra manado de la cueva de Tambotoco, enel sitio de Pacariqtambo (lugar de origen), llevando consigo un ave rapaz dotadade grandes poderes, de nombre Indi, la cual era su huauqui4y le daba orculo yrespuesta. Es precisamente gracias a la relacin oracular con esta ave divina (contoda probabilidad una de las diferentes manifestaciones de Inti, el dios Sol) queManco habra adquirido el rango de seor poderoso y conseguido que las gentes lesiguiesen. Sucesivamente, siempre segn la crnica de Sarmiento (2001: 67-69,cap. XVII ) tambin el cuarto Inca de la dinasta, Mayta Capac, tuvo ocasinde platicar con el pajaro Indi, recibiendo una serie de predicciones y consejosque lo volvieron de violento e impulsivo, cual haba sido por toda su juventud, enun gobernante muy sabio y avisado en lo que haba de hacer y de lo que haba desuceder. En cuanto a la madre-esposa de Manco Capac, Mama Huaco, hija del

    Sol y de la Luna, mujer fuerte y valiente y primera Coya (reina) de la dinasta inca,esta cuenta el cronista andino Felipe Guaman Poma de Ayala (1980: 63-64, nn.80-81, y 99, n. 121) habra alcanzado en el Cuzco de los orgenes un poderotodava mayor que el del mismo Manco, gracias a la potestad que tena de hacerhablar, durante ritos esotricos, a las piedras, las peas, las lagunas y las imgenesde las huacas, con las cuales conversaba como si fueran personas. As mismo,Huanacauri, huaca primigenia y gran orculo de los Incas, estaba identificado conun hermano de Manco Capac, el cual, luego de haber adquirido los semblantes de

    3Especialistas de notacin y registro mediante cordeles anudados (quipus).4Hermano divino. Sobre el significado de huauqui, vase Zilkowski, 1997; en particular a las pginas 126-140.

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    un ave con grandes alas de plumas multicolores y antes de transformarse en piedraen la cumbre del cerro homnimo, haba dado indicaciones a Manco sobre dondedeba de fundar el Cuzco y predicho que l y sus descendientes se volveran seores

    de un gran Imperio (Cieza, 1985: 16-17, cap. VII). En el relato de Joan de SantaCruz Pachacuti Yamqui, Manco Capac, estando en la cima del cerro Huanacauri,

    justo antes de bajar al valle del Cuzco, vio formarse milagrosamente sobre su cabezados grandes arcos iris, que interpret como un signo claro del favor de los diosesy de la futura grandeza y prosperidad de su pueblo. En el lugar de la aparicin,los sucesores de Manco colocaron un dolo de piedra con rasgos de ave rapaz, quepronto empez a hablar, manifestando as todo su poder y benevolencia hacialos Incas (Pachacuti Yamqui, 1993: 194 y 196, ff. 6v y 7v). En suma, no cabe dudaque los Incas hacan remontar el origen mismo de su Estado y de su podero a una

    relacin directa, de orden oral, entre sus ancestros y las huacasy a toda una serie deotros hechos patentemente oraculares.

    El estudio de los orculos andinos

    A pesar de la trascendental relevancia y difusin del fenmeno oracular en elmundo andino antiguo, ste, extraamente, no ha llamado la atencin de losinvestigadores hasta aos relativamente recientes. Inclusive, en el enciclopdicoy actualizado compendio sobre las religiones andinas publicado en 2005 por

    Manuel Marzal, con la colaboracin de algunos entre los ms destacadosespecialistas de la materia a nivel internacional, el tema es prcticamente pasadopor alto. Por lo dems, el mismo gran centro ceremonial de Pachacamac, elorculo de los orculos, mencionado en todas las principales crnicas y el primersitio en absoluto de todas las Amricas al cual se haya dedicado una monografaarqueolgica (Uhle, 1903, 2003) una obra que, en el juicio de Gordon

    Willey y Jeremy Sabloff (1993: 79), queda como uno de los monumentos dela arqueologa americana, no ha sido objeto de investigaciones y anlisis decarcter histrico-antropolgico hasta hace poco ms de veinte aos. En efecto,

    si se exceptan unas breves notas de Arturo Jimnez Borja y Alberto Buenode 1970 y un breve ensayo precursor de Mara Rostworowski de 1972, losestudios documentales sobre Pachacamac empezaron solo a partir de la dcadade 1980, cuando aparecieron los trabajos de Alberto Bueno (1982), Arturo

    Jimnez Borja (1985) y Thomas Patterson (1985), seguidos en la dcada de1990 por importantes contribuciones de la misma Mara Rostworowski (1992;vase tambin 1999) y de Peter Eeckhout (1993, 1998, 1999, 1999-2000, 2003,2004, 2005 y 2004 [ed.]). En la ltima dcada, de Pachacamac se han ocupadotambin Izumi Shimada (1991 y 2004) y Jahl Dulanto (2001). Al mismo tiempo,

    se han ido multiplicando las investigaciones arqueolgicas y etnohistricas sobreotros grandes orculos, como Catequil (Topic, 1992, 1998, 2004; Topic, Lange

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    Topic y Melly, 2002; vase tambin Gareis, 1992: 120-127), Titicaca (Deaborn,Seddon y Bauer, 1998; Seddon, 1998 y 2005; Bauer y Stanish, 2003; Stanish,2003; vase tambin Ponce Sangins et al., 1992) y Coropuna (Reinhard,

    1999; Zikowski, 2004 y 2005; Zikowski y Sobczyk, 2005). Y se han dadotambin avances en el estudio de Huanacauri, a todas luces la ms antiguadivinidad de los Incas (Szemiski, 1991; Zikowski, 1997: 69-75); de Cacha(Ballesteros-Gaibrois, 1979, 1981, 1982; Sillar, 2002; Sillar y Dean, 2002),Vilcanota (Reinhard, 1995) y Ancocagua (Reinhard, 1998), famosos templosoraculares en territorio canas, al sudeste del Cuzco; de Pariacaca, la divinidadprincipal de los Yauyos, cuyo santuario se ubicaba en proximidad del homnimonevado (Bonavia, 1990; Duviols, 1997a; Astuhuamn, 1999a y 1999b); y deHuarivilca, el orculo de los Huancas del valle del Mantaro. Luego de las pioneras

    investigaciones arqueolgicas de Isabel Flores Espinoza (1959) y Daniel Shea(1969), las escasas noticias de orden histrico que se poseen sobre este ltimo,han sido objeto de anlisis en tiempos recientes por Jos Carlos de la Puente Luna(2004; vase tambin el ensayo en este mismo tomo). Y, finalmente, a distanciade varias dcadas de los pioneros estudios de Robert Lehmann-Nitsche (1928) y

    John Rowe (1944: 26-40), al Coricancha el gran templo del Sol en el Cuzco,en el cual resida el Huillac Umu (el adivino que habla, que relata), el sumosacerdote de la Iglesia inca, han dedicado trabajos monogrficos RaimundoBjar Navarro (1990) y Armando Harvey Valencia (1994), y un captulo de su

    libro sobre la antigua capital inca Brian Bauer (2004: 139-157).En concomitancia con esta proliferacin de estudios analticos sobre este o aquelgran centro oracular de la protohistoria andina debida, por lo menos en parte, ala orientacin y los intereses propios de la arqueologa postprocesual (cf. Curatola,2002b: 92), tambin se han ido desarrollando, paulatinamente, reflexiones decarcter terico e interpretativo sobre el papel y la funcin de los orculos comoinstitucin en la sociedad andina antigua. Posiblemente, el primero en percibircon claridad el importante papel poltico que poda desempear un orculo fueThomas Patterson, quien en un ensayo de 1985 sobre Pachacamac, mostr cmo

    este santuario cumpliera al tiempo de los Incas una importante funcin cohesiva yestabilizadora dentro de un sistema poltico que se caracterizaba por relaciones dealianzas inestables y crnicamente cambiantes, tanto entre las diversas faccionesde la aristocracia cuzquea como entre stas y los diferentes grupos tnicosdel Imperio (vase tambin Patterson, 1992: 88-92). Sin embargo, fue SabineMacCormack no acaso especialista del mundo clsico, griego y romano, en elcual la adivinacin y los orculos representaron fenmenos comunes a notarpor primera vez, en forma puntual, la gran difusin de las prcticas oracularesen el mundo andino antiguo y a interrogarse sobre las razones de este fenmeno.

    En su libro Religion in the Andes (1991), la estudiosa ha planteado que losinnumerables grandes y pequeos santuarios oraculares existentes a lo largo de los

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    territorios que abarcaba el Tahuantinsuyu tuvieron la precipua funcin de legitimarel poder poltico, fomentando y articulando el consenso de la poblacin hacia laelite (MacCormack, 1991: 59 ss.). Y prcticamente a las mismas conclusiones

    ha llegado Mariusz Zikowski, al tratar sobre la naturaleza de la relacin Incas-orculos en un prrafo del significativo ttulo Los orculos o de la importanciade conversar con los dioses de su libro La guerra de los Wawqui (1997: 84-87;vase tambin Zikowski, 1991). El estudioso, en lnea con unas observacionesocasionales de Mara Rostworowski (1983: 11-12 y 1988: 206; vase tambinRostworowski y Morris, 1999: 293) sobre la relevancia en el mundo andinoantiguo del don de la palabra por parte de los dioses, ha bien puntualizadocmo de hecho todas las huacasfuesen orculos, ya que una de sus principalesy ms universales caractersticas era precisamente la de hablar con sacerdotes

    y fieles, y cmo los Incas acudan a consultarlas de continuo, sobre todo porcuestiones relativas a la persona del Sapa Inca y al xito de las campaas militares.

    Al respecto, Zikowski ha notado que la creencia y las prcticas oraculares entrelos seores del Cuzco eran tan radicadas que estos no solo interrogaban a suspropios dioses en el Coricancha y en otros templos del Sol, sino que, todas las vecesque les era posible, consultaban tambin a los mayores orculos no incas, comoPachacamac o Catequil, a todas luces con el afn de aprovecharse y beneficiarsedel gran prestigio de estos santuarios y legitimizar su posicin hegemnica frentea los lugareos y a los otros pueblos sometidos.

    Esta misma interpretacin del fenmeno ha sido desarrollada por Brian Bauer yCharles Stanish (2003) con referencia a Titicaca, cuyo santuario oracular fue unimportante centro de peregrinaciones de nivel regional desde la poca Tiwanaku(siglos V-XI d. C.). Especficamente segn estos investigadores, los Incashabran acrecentado y explotado a sabiendas el poder comunicativo del orculo.Cuando, en su proceso de expansin imperial, vencieron a los Collas y losincorporaron al Tahuantinsuyu, se habran apoderado del santuario e, invirtiendoingentes recursos en infraestructura y dotacin, lo habran transformadoen un orculo de importancia panandina, con la expresa finalidad de dar unfuerte sentido de legitimacin a su hegemona sobre la regin y transmitir uncontundente y persuasivo mensaje ideolgico de podero a los peregrinos queall acudan desde todos los rincones del Imperio (Bauer y Stanish, 2003: 35-36y 286-291).

    Anloga, pero al mismo tiempo opuesta, es la funcin que atribuye a los orculosPeter Gose. En su sugerente ensayo Oracles, divine kingship, and politicalrepresentation in the Inka State (1996) quizs el primero en absoluto en elcual se haya abordado en forma especfica y directa el estudio del fenmeno

    oracular, en los Andes, como institucin social Gose coincide plenamentecon Sabine MacCormack en reconocer que los orculos desempearon entre

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    los Incas un papel medular en la dinmica del sistema poltico, sin embargose distancia de ella al plantear que estos servan fundamentalmente a dar voz,expresin y representacin poltica a los grupos subalternos, en un rgimen

    de poder centrado en la figura de un rey divino, tal cual fue el Sapa Inca porlo menos a partir del gobierno de Tupa Yupanqui (ca. 1471-1493)5. En otraspalabras, el Inca, en cuanto hijo del dios Sol y por tanto ser sagrado, diferentey superior respecto a todos los humanos, no poda de ningn modo aceptarobservaciones o, peor, cuestionamientos a su obrar de parte de los hombres,ya que esto hubiese representado una intolerable disminucin de su status, desu autoridad y su podero absoluto, pero s poda interrogar a los dioses suspares y recibir de ellos respaldo, predicciones e indicaciones. De este modo, lashuacasregionales y locales ms importantes, as como las momias de los antiguos reyes

    Inca tambin ellas dotadas del poder de hablar con sus respuestas podanexpresar apreciaciones, aspiraciones, crticas y reivindicaciones de sus respectivospueblos y grupos sociales que de ninguna manera el soberano Inca hubiese podidoaceptar por boca de comunes mortales, fueran ellos nobles o curacas del msalto rango. Adems, a travs de peridicas y sistemticas consultas a las diferenteshuacas, por lo menos tericamente no sujetas a los condicionamientos inherentesa la relacin rey (adems sagrado)-sbdito, el Inca poda recoger un conjunto deinformaciones fidedignas, que le permita tomar las decisiones ms apropiadas,ajustadas a la realidad y en lnea con el sentir profundo de las poblaciones.

    Posteriormente, de los orculos andinos se ha ocupado tambin el que escribeen el ensayo Adivinacin, orculos y civilizacin andina (Curatola, 2001),en el cual se ha intentado explicar el extraordinario desarrollo del fenmenooracular en el Per antiguo, ponindolo en estrecha y directa relacin con otrosaspectos fundamentales de la civilizacin andina. El Tahuantinsuyu y, contoda probabilidad, las otras grandes formaciones estatales que lo precedieron,como el imperio Huari (siglos VII-X d. C.) y el reino de Chimor (siglos XIII-

    XV d. C.), a pesar de sus notables dimensiones territoriales, sus altamenteplanificadas organizaciones administrativas y sus mltiples conquistas culturales,se desarrollaron sobre la base de una estructura sociopoltica relativamentesencilla, en cuanto fundada sobre grupos corporativos de parentesco (ayllus. Cf.Isbell, 1997: 98-99 ypassim). Adems, al parecer ninguno de estos Estados contcon alguna forma de escritura comparable con los sistemas grfico-fonticosavanzados esto es en grado de expresar todo lo que puede ser dicho de laantigedad euroasitica, ni lleg a tener alguna mercadera-signocon funcionesplenamente monetarias. Estas aparentes (por lo menos en trminos comparativosy desde una perspectiva eurocntrica) limitaciones culturales a saber, sobre

    5Sobre la figura del Inca como rey divino vase Cerulli, 1979: 153-162; Graulich, 1991; Duviols, 1997b;Masuda, 2002; Ramrez, 2005: 59-112.

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    todo, una organizacin sociopoltica de base de nivel aldeano, estructuralmentesegmentaria, as como la ausencia de un sistema de notacin capaz de registrarcon un cierto grado de fidelidad la lengua hablada fueron, sin embargo,

    compensadas por toda una serie de instrumentos, mecanismos e institucionessumamente originales cuanto eficientes, entre los cuales se encuentran sistemasde registro y transmisin de la informacin como los quipus(khipu), y los tocapus(tokhapu) y las tablas historiadas, as como la semantizacin y textualizacindel territorio (a saber la cuidadosa y altamente planificada construccin de unpaisaje sagrado denso de significados y memoria), los ceques (siqi) y los mismosorculos. Los quipus eran artilugios formados de varios cordeles de diferentescolores con nudos, a travs de los cuales, por lo menos desde la poca delestado Huari, los andinos pudieron registrar en forma sumamente precisa ya

    sea datos cuantitativos, asociados a indicaciones cualitativas, como informacinesquemtica y estereotipada sobre genealogas y eventos histricos, como indicantextos de la poca colonial que aparentan ser transliteraciones del contenido deunos de ellos6. Los tocapus, en cambio, eran recuadros con signos geomtricosbastante complejos y altamente estandarizados, que se encuentran reproducidossobre tejidos y queros(vasos de madera) incas, los cuales posiblemente servanpara transmitir mensajes e informaciones conceptualmente comparables a losbrindados por las insignias y las condecoraciones de los militares (cf. Arellano,1999). Y las tablas historiadas eran tablones de madera sobre los cuales estaban

    pintadas escenas de la historia mtica y dinstica inca. Una gran archivo de estastablas se conservaba en un templo del Sol, llamado Poquen Cancha, ubicadoinmediatamente al noroeste del Cuzco (Sarmiento, 2001: 49, cap. IX; Molina,1989: 49-50; cf. Porras, 1963: 112-115). En cuanto al sistema de los ceques laslneas sagradas imaginarias que partan en forma radial del centro del Cuzco ya lo largo de las cuales se encontraban una serie de huacas(vase Rowe, 1981;Bauer, 2000; Cerrn-Palomino, 2005), los trabajos de Tom Zuidema (1989,1991, 1995 y 2003) han mostrado cmo estos representaron un sofisticadosistema operacional polivalente, a travs del cual los Incas codificaban y hacan

    coincidir los diferentes planos de la experiencia y de lo real, desde la organizacinsociopoltica a la del espacio, desde la astronoma y el calendario al ciclo de lasactividades econmicas y ceremoniales, desde la cosmologa a las manifestacionesartsticas, en una grandiosa operacin de racionalizacin y sistematizacin deluniverso cultural y natural que posiblemente no tiene igual en ninguna otracivilizacin antigua de la historia.

    6Tpicos ejemplos de estas transliteraciones son textos como La visita de Urcos de 1572, publicada por MaraRostworowski (1990), y la Memoria de las provincias que conquist Topa Inga Yupangui publicado por JohnRowe (1985; vase tambin Prsinnen y Kiviharju, 2004: 83-99). Para diferentes hiptesis sobre la naturaleza yla funcin de los quipusvase MacKey et al., 1990; Salomon, 2001; Quilter y Urton, 2002; Urton, 2003; y sobrela antigedad de los mismos, Conklin, 1982; Shady, Narvez y Lpez, 2000: 13-15.

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    Tambin los orculos, con sus predicciones, revelaciones, indicaciones ydescifraciones de signos, hechos y situaciones de difcil inteligencia, tuvieronque desempear un importante papel cognitivo y racionalizante de la realidad,

    pero, de todas maneras, an ms relevante fue su rol sociopoltico, siendo una delas instituciones eje de las sociedades complejas andinas, posiblemente desdelas ltimas fases del Precermico (segunda mitad del III milenio a. C.) y lasprimeras del Formativo (II milenio a. C.). En efecto, en base a inferencias deorden etnohistrico, es legtimo hipotizar que los Altares del Fuego Sagrado delTemplo Mayor y del Templo del Anfiteatro de la ciudad sagrada de Caral(Shady y Leyva, 2003: 169-185, 237-253), as como anlogas estructuras ritualescon fogones caractersticos de la as llamada Tradicin Religiosa Kotosh, comolas de Kotosh en el Alto Huallaga, de Huaricoto y La Galgada en el valle del

    Santa (Burger y Salazar-Burger, 1980; vase tambin Burger, 1993: 41-49),y de Pampa de las Lamas-Moxeke y Taukachi-Konkn en el valle de Casma(Pozorski y Pozorski, 1994 y 1996), hayan sido fundamentalmente lugaressagrados de acceso restringido, donde las divinidades se manifestaban a travsde las llamas de fuegos sagrados a los sacerdotes responsables del culto y a pocosotros elegidos. De hecho, por lo menos en tiempos prehispnicos tardos, losorculos representaron como se ver un formidable mecanismo, a la vez, delegitimacin del poder, normatividad, acopio de informacin, de comunicaciny de negociacin, que contribua en manera determinante a que las formaciones

    estatales andinas lograran controlar y revertir la tendencia a la segmentacinpoltica propia de cualquier sociedad de linajes.

    Los orculos como instrumento de normatividad y legitimacin delpoder entre los Incas

    En primer lugar, los orculos tuvieron que desempear muchas de las funcionesde la escritura, instrumento prncipe para el establecimiento de esas normasfijas y universales tan necesarias para la organizacin, el funcionamiento, el

    control y el mantenimiento de cualquier formacin sociopoltica compleja deciertas dimensiones. Al categrico est escrito del antiguo pueblo de Israel oal ms profano, pero no menos imperioso, dura lex, sed lex de la Roma de losCsares, debi corresponder en el mundo andino algo as como es la palabra dela huaca. Las respuestas oraculares, volviendo impersonales, objetivizando ysacralizando los planteamientos, las disposiciones y los intereses de personasy grupos particulares, transformaban la sencilla expresin de la voluntad de unindividuo (Inca, curacao sacerdote que fuera) o de unagens (panaca, parcialidadreal inca, o aylluque fuese) hegemnica en una verdad absoluta, lo que no cabe

    duda, haca que fuera ms facilmente aceptada y respetada por la gente de parrango y, a mayor razn, por los grupos secundarios y subalternos. La palabra de

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    los dioses aseguraba ley, orden y solidaridad en el sentido durkheimiano deltrmino a la sociedad de los hombres. Y no se piense que sea sta una merailacin o una erudita conclusin de los estudiosos modernos del fenmeno. Ya lo

    percibieron con absoluta claridad cronistas del siglo XVI y XVII como el oidorHernando de Santilln (1968: 104, n. 2) y el jesuita Bernab Cobo:

    Todos los Incasescribaeste ltimo al inicio de su relato sobre la historiadinstica de los seores del Cuzco, desde el primero, para ser obedecidos yrespetados de sus vasallos, y para ms autorizar sus leyes y mandatos e introducircuanto queran, les hacan entender que cuanto mandaban y ordenabanlo mandaba su padre el sol, a quienes ellos frecuentemente comunicaban yconsultaban todas las cosas que disponan en su reino; y por este camino, allendede ser tenidos y venerados del pueblo por hijos del Sol y ms que hombres, nohaba contradiccin en ninguna cosa que ordenasen, porque todos sus mandadoseran tenidos por orculos divinos (Cobo, 1964, II: 66, lib. XII, cap. IV).

    Cualquiera fuese el mvil, una fe religiosa profunda o ms prosaicamente, lasencilla praxis andina del poder, el Sapa Inca consultaba prcticamente a diarioal Sol en el Coricancha. Guaman Poma as describe, en forma sinttica, el ritualoracular: Y all en medio (del templo del Sol) se pona el Inga, hincado de rodillas,

    puesta la mano, el rrostro al sol y a la ymagen del sol y deca su oracin. Yrresponda los demonios lo que peda (Guaman Poma, 1980, I: 236, n. 263).

    La palabra del dios Sol, por lo dems, constitua no solo el sustento y elfundamento legitimante de cada decisin y medida de cierta importancia tomadapor el Sapa Inca, sino el origen mismo de la legitimidad de este ltimo comogobernante. En efecto, era convencimiento comn que entre todos los hijosde un determinado Inca llegara a sucederle quien, en su debido momento,fuese llamado al templo y designado como soberano directamente por el diosSol (Guaman Poma, 1980, I: 96, n. 118, y 263, n. 288; cf. Zikowski, 1991:61 y 1997: 156-157). Esto explica porqu segn cuanto refiere Sarmientode Gamboa el prncipe Inca Yupanqui, el futuro Inca Pachacuti, una vezderrotados a los Chancas, hacia 1438, a pesar de tener el pleno control y eltotal respaldo de las milicias Inca y de ser ya de hecho el incontrastado seordel Cuzco, quiso que se interrogara al dios Sol acerca de quin deba gobernar.Frente a las rmoras de su padre, el pvido Inca Viracocha, que se resista aabdicar en su favor, Pachacuti, al momento de hacer su ingreso triunfal en lacapital, dispuso que se hiciesen grandes sacrificios a la imagen del Sol adoradaen el Inticacha (el templo que de all a poco l mismo volvera a edificar muchoms grande y suntuoso, rebautizndolo con el nombre de Coricancha), y se lepreguntase quin deba ser el nuevo Inca.

    Y el orculo del demonio que all tenanrelata Sarmiento (2001: 92, cap.XXIX) dio por respuesta que l tena sealado a Pachacuti Inca Yupanqui

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    para que fuese inca. Con esta respuesta tornaron todo los que haban ido a hacerel sacrificio, y se postraron ante Pachacuti Inca Yupanqui, llamndole Capacinca intip churin, que quiere decir solo seor, hijo del sol.

    Fue solo luego de esta investidura divina que Pachacuti recibi de parte delsumo sacerdote del Sol la mascaypachala borla signo de la dignidad imperialinca y asumi oficialmente el poder, siendo universalmente reconocidocomo nuevo soberano. El orculo del Inticancha lo haba legitimado comoSapa Inca. Con la misma finalidad, dos generaciones ms tarde, HuaynaCapac a la muerte de su padre, el Inca Tupa Yupanqui, fue a interrogaral orculo del Coricancha. Sin embargo, en esa ocasin los sacrificios y lasconsultas tuvieron que ser repetidos hasta cuatro veces, antes que el dios Soldecidiera manifestarse y hacer el nombre de Huayna Capac, como del queentre los varios hijos del finado Inca estaba destinado a ser el nuevo emperador(Guaman Poma, 1980, vol. I: 93, n. 113). Segn la tradicin dinstica Incatambin Viracocha, padre de Pachacuti, en su momento haba sido consagradocomo Inca gracias a una revelacin divina, en el caso especfico de parte deldios Ticci Viracocha Pachayachachic, padre de la gente, maestro ordenadorel mundo (cf. Duviols, 1977). ste se le habra manifestado en Urcos, unpueblo a la orilla del Vilcanota donde haba un gran santuario dedicado a l,anuncindole grandes buenas venturas a l y a sus descendientes. Habrasido precisamente a consecuencia de esta aparicin que el joven Inca, hasta ese

    momento llamado Hatun Tupa Inca, haba asumido el nombre de Viracocha(Sarmiento, 2001: 80, cap. XXIV; vase tambin Betanzos, 2004: 55, parteI, cap. II, y 63, parte I, cap. V). Y, al respecto, hay que recordar que, contoda probabilidad, para los Incas el ser sobrenatural llamado Viracocha no erams que una de las manifestaciones del dios Sol, siendo justamente su figuraestrechamente relacionada con el astro rey al momento de su mximo auge, esdecir, al tiempo del solsticio de verano7.

    El hecho que los emperadores Inca consultaran de continuo la imagen del diosSol en el Coricancha, con la finalidad de legitimar sus decisiones, est confirmado

    7La hiptesis planteada por Tom Zuidema (1974-1976: 228) y desarrollada por Arthur Demarest (1981), queViracocha personificara al Sol maduro de diciembre, parece en efecto justificada. En las diferentes versionesrecogidas por los cronistas del mito de la visin que Pachacuti tuvo antes de la batalla decisiva contra los Chancas,por ejemplo, se dice en unas que se le apareci el Sol (Sarmiento, 2001: 87, cap. XXVII; Molina, 1989: 60) yen otras el dios Viracocha (Betanzos, 2004: 73, parte I, cap. VIII) en forma indistinta. As mismo, Sarmiento deGamboa (2001: 141, cap. LIX) y Martn de Mura (1987: 110, cap. XXX) mencionan que los Incas venerabanen la isla de Titicaca a la huacade Ticci Viracocha y el Hacedor, respectivamente, mientras que los demscronistas concuerdan en relatar que all se adoraba una roca donde, segn la tradicin, haba salido por primeravez el Sol. La intercambiabilidad o equivalencia de las susodichas divinidades en varios relatos mticos fue, porlo dems, notada ya en el siglo XVI por Juan de Betanzos (1551), quien al no entender los conceptos ms hondosy complejos del sistema de creencias religiosas inca, acot perplejo, no sin un cierto menosprecio, que aunque

    ellos tienen que hay uno que es Hacedor, a quien ellos llaman Viracocha Pachayachachic, que dice Hacedor del mundo, yellos tienen que ste hizo el sol y todo lo que es criado en el cielo e tierra, como ya habis odo, careciendo de letras e siendociegos del entendimiento e en el saber casi mudos, varan en esto en todo y por todo, porque unas veces tienen al sol porHacedor y otras veces dicen que el Viracocha (Betanzos, 2004: 87, parte I, cap. XI).

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    en forma muy puntual por un testimonio de excepcin: el de Tupa Amaru, elltimo soberano del as llamado Estado Neo-Inca de Vilcabamba, quien pordisposicin del virrey Francisco de Toledo fue decapitado en la plaza principal

    del Cuzco el 23 de setiembre de 1572. Momentos antes de ser ajusticiado, el Incadirigi un sorpresivo discurso a la multitud de indios nobles y comunes reunidaalrededor del cadalso, renegando del culto al Sol y denunciando como falsa yengaosa la prctica de las consultas oraculares. Segn un testigo presencial delevento, Antonio Bautista de Salazar, tesorero de Toledo, Tupa Amaru habradicho textualmente:

    Apoes, aqu estais de todos los cuatro suyos, sabed que yo soy cristiano, y mehan baptizado, y quiero morir en la ley de Dios, y tengo de morir. Y todo loque hasta aqu os hemos dicho yo y los Ingas mis antepasados, que adorsedesal sol, Punchau, y las guacas, dolos, piedras, rios, montes y vilcas, es todo

    falsedad y mentira. Y cuando os decamos que entrbamos hablar al sol,y que l decia que hicisedes lo que nosotros os decamos y que hablaba, esmentira; porque no hablaba, sino nosotros, porque es un pedazo de oro, y no

    puede hablar; y mi hermano Tito Cusi me dijo que cuando quisiese decir algo los indios que hiciesen entrase solo al dicho dolo Punchau, y no entrase nadieconmigo; y que el dicho dolo Punchau no me haba de hablar, porque era un

    poco de oro, y que despues saliese y dijese los indios que me haba hablado, yque deca aquello que yo les quisiese decir, porque los indios hiciesen mejor lo

    que les haba de mandar; y que lo que haba de venerar, era lo que estabadentro del sol Punchau, que es de los corazones de los Ingas mis antepasados(Salazar, 1867: 280; cf. Levillier, 1935: 136 y 348-349).

    Es probable que Tupa Amaru fuera inducido a hacer esta singular abjuracinpor los espaoles mediante maltratos fsicos, promesas de gracia, chantajes,presiones psicolgicas e intimidaciones de toda ndole, no ltima la amenaza dequemar su cuerpo despus de muerto, lo que representaba para los andinos elpeor y ms temido de los destinos (Curatola, 2005; cf. Idem,1989: 243-246).Pero, sea como fuere, las palabras del Inca quedan como un claro testimoniode la importancia de las consultas al dios Sol en el Tahuantinsuyu y de su usopoltico. En efecto, el mismo hecho que en un momento tan grave y extremo,frente a todo el pueblo del Cuzco, Tupa Amaru eligiera hablar precisamentede esa prctica, o que cosa ms probable sus cmitres lo obligaran,para consolidar ideolgicamente su triunfo poltico y militar, a condenarpblicamente y desacreditar entre todas las variadas manifestaciones de lareligin autctona justo y solo las consultas oraculares, denota cunto elrecurso a los orculos y la fe de sus predicciones debieron ser arraigados en lasociedad Inca. El discurso de Tupa Amaru pone patentemente de relieve la

    gran fuerza moral de la prctica, como instrumento de condicionamiento yconstriccin, y por ende, su trascendental valor poltico-jurdico.

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    De todas maneras, los orculos no tuvieron nicamente la funcin de legitimarel poder del Inca y de volver incuestionables sus mandatos. Peter Gose (1996) hapropuesto que, por lo menos en determinados contextos, estos representaron ms

    bien un medio a travs del cual los grupos subalternos podan expresar al soberanosu sentir, sus aspiraciones y hasta su disenso, sin que esto apareciera como undesafo y una afrenta a su sagrada persona. La gran fiesta inca de la Capacochahabra respondido exactamente a este fin. Segn el relato del cronista Pedro deCieza de Len (1553), cada ao el Inca convocaba al Cuzco a las principaleshuacas de todos los pueblos del Imperio. Las imgenes de las divinidades, quellegaban a la ciudad con su squito de sacerdotes y servidores, eran recibidas congran pompa y en el da sealado reunidas en Aucaypata, la plaza central, a finde que cada una hiciera, en presencia del Inca y de toda la elite cuzquea, as

    como de la poblacin de la comarca y de numerosas delegaciones de las etniasprovinciales, una serie de predicciones sobre los eventos del ao venidero:

    questas estatuas y bultos y aerdotes se juntabanescribe Ciezaparasaber por bocas dellos el suceso del ao, si ava de ser frtil o si ava de averesterilidad, si el Ynga te(r)na larga vida y si por caso morira en aquel ao, siavan de venir enemigos por algunas partes o si algunos de los paficos se avande revelar. En conclusin eran repreguntados destas cosas y de otras mayores

    y menores que va poco desmenuzarlas, porque tanbin preguntavan si avrapeste o si verna alguna moria por el ganado y si avra mucho multiplico dl.

    Y esto se haza y preguntava no a todos los orculos juntos, sino a cada uno pors(Cieza, 1985: 87-88, cap. XXIX).

    Las preguntas eran formuladas por los responsables del culto estatal inca y contestadaspor los ministros de las huacas, los cuales se preparaban a recibir la inspiracindivina ingiriendo abundantes cantidades de aha (chicha) y abandonndose adanzas extticas. A menudo estos, antes de responder, procedan a inmolar a unbuen nmero de animales, para inducir a la divinidad a manifestarse. La huacasecomunicaba con ellos hablndoles directamente o a travs de sueos8. Los Incas,por su parte, registraban cuidadosamente cada respuesta y al ao siguiente, en

    la misma ceremonia, rendan pblicamente homenaje a aquellas huacas cuyosorculos se haban revelado acertados, asignando a sus respectivos templos

    8En los documentos de extirpacin de idolatras del siglo XVII se encuentran numerosas descripciones de cmo lashuacas se comunicaban con sus sacerdotes. Hernando Acaspoma, un gran hechicero de San Pedro de Hacas (enel valle medio del Pativilca), interrogado en 1657 por el visitador Bernardo de Noboa , as describa el modo en quelos malquisle hablaban mientras estaba en estado de trance: abiendole echo estos sachrificios delante de dicho malqui se quedaba este testigo en stasis pribado de sus sentidos y oiya ynteriormente que le ablaba el dicho malqui y le desiasi abia de ser buen ao de comidas o no y si abia de aber peste o emfermedades y susedia de la manera que alli en aquelstasis abia oido se lo desian y si la repuesta era buena baja al pueblo y lo deca a todo el comun al qual ydolo abiendoleecho los sachrificios lo abrasaba y quedaba en otro stasis y desia que el camaquen del ydolo Guamancama Ratacurca que

    el alma de dicho malqui bajaba a su corason y le desia lo que se abia de haser en aquel negosio que le consultaban y dela mesma manera que le daba la repuesta bajaba este testigo al pueblo y les desia a todos los yndios prinsipales y demascomun lo que le abia dicho su apo y yayanchi y asi lo executaban como el lo desia (Duviols, 2003: 332-333; cf. Griffith,

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    notables cantidades de vasijas de oro y plata, de tejidos finos y de ganado. Encambio, las huacas que haban dado respuestas resultadas inexactas o, peor,equivocadas eran abiertamente estigmatizadas y sus templos no reciban ddiva

    o dotacin alguna (Cieza, 1985: 89, cap. XXIX). Una humillacin que, frente alos representantes de todas las naciones del Imperio, evidentemente aminorabael prestigio y la autoridad de la huacay, con ella, de toda su etnia.

    Pero, qu se proponan exactamente los Incas con tan aparatosa y concurridaceremonia oracular? Gose (1996: 6-7) plantea que a travs de este sistemade premios y escarmientos, el Inca propiciaba la formulacin de respuestasfidedignas que expresaran los sentimientos verdaderos y los anhelos profundosde los grupos subalternos. Por lo dems, dichas predicciones, aun cuando nofueran tan favorables o en lnea con los deseos del Sapa Inca, no podan serconsideradas, dado el marco sagrado y liminar en el cual se daban, como unreto sacrlego a la suprema y sagrada autoridad de este ltimo. La palabra delas huacashabra pues, permitido a los representantes de las etnias de manifestaral Inca, en forma indirecta y desresponsabilizada, el sentir, las expectativas y lasreivindicaciones de su gente; y al gobernante, de escuchar la voz del pueblo y,consecuentemente, tomar las decisiones ms apropiadas para asegurar la paz y elorden en todo el Imperio, sin que esto de ninguna manera pudiera ser interpretadocomo una concesin a presiones desde abajo, un signo de debilidad y, por ende,una merma de su persona divina. Es posible que as haya sido. De hecho, no

    se puede descartar a priori que la ceremonia de la Capacocha tuviese, entreotras, tambin la funcin conjeturada por Gose, pero en realidad los Incas, paratantear el pulso de las poblaciones y conocer sus verdaderos sentimientos haciael Tahuantinsuyu, disponan de otro medio muy eficiente, siempre relacionadoa las consultas oraculares: el de las confesiones.

    El orculo de Titicaca y la confesin de los pecados

    El ritual de la confesin de los pecados entre los Incas y, ms en general, las

    poblaciones andinas de los siglos XV y XVI, mencionado en varias crnicas ydocumentos de le poca9, ha sido hasta la fecha poco estudiado, posiblemente

    1998: 170; Gareis, 2005: 134). Por su parte, los jesuitas Jos de Arriaga, Franco Conde y Luis de Teruel detectaronen el pueblo de Huacho, en 1617, una modalidad ms compleja de consulta oracular, basada en la posesin y laglosolalia. Segn su testimonio, el mayor hechicero del pueblo llegando a consultar al oraculo en cossa graue derepente quedaba sin juizio, y hablaua mucho tiempo sin que los que estaban presentes entendiessen palabra ni aun elmismo supiesse lo que decia, hasta que otro hechizero proximo a el en dignidad declaraba al Pueblo lo que el otroauia dicho, como que la guacha (la qual creian que se le entraba en el alma y se ponia assi) lo dizesse (Polia, 1999:387; Curatola, 2002c: 202).9 Vase Polo de Ondegardo, 1999: 87-88, cap. V; Agustinos, 1992: 36, f. 13v; Santilln, 1968: 113, n. 31;Molina, 1989: 65-66; lvarez, 1998: 100-102, nn. 176-180; Annimo, 1992: 72-77; Acosta, 1954: 168-170,lib. V, cap. XXV; Mura, 2004: 200-202, cap. 61; Arriaga, 1999: 42 y 57-58, capp. III y V; Ramos Gaviln,1988: 87. lib. I, cap. XII; Villagmez, 1919: 158-159, cap. XLIV; Cobo, 1964, II: 206-207, lib. XIII, cap. XXIV;cf. Rowe, 1946: 304-305; Karsten, 1979: 220-235; Valcrcel, 1964: 267-270; Gareis, 1987: 70-71 y 319 ss.

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    porque considerado, por su aparente estrecha similitud con el sacramentocatlico, ms una fantasa y una proyeccin de las categoras religiosas de losmisioneros que una antigua prctica autctona. Del mismo modo, los varios

    casos de confesiones indgenas registrados en las actas de las visitas y procesos deextirpacin de la idolatra de la segunda mitad del siglo XVII y a inicios del XVIII,debieron pasar como ha sealado Lorenzo Huertas (1981: 38) por un merofenmeno colonial, que se habra originado por imitacin de la correspondienteprctica religiosa cristiana. Sin embargo, los testimonios documentales son talesy tantos (vase nota 9)que no queda la menor duda que los andinos como,por lo dems, muchos otros pueblos nativos de Amrica, Oceana, frica y Asia(vase Pettazzoni, 1929 y 1937) desde los tiempos prehispnicos tuvieronformas propias y especficas de confesin de los pecados. Dicha prctica fue

    comn y difundida en todos los territorios del Tahuantinsuyu, pero sobre todoen el Collao, donde estuvo estrechamente asociada al culto del gran orculode Titicaca. El agustino Alonso Ramos Gaviln que en la segunda dcadadel siglo XVII fue doctrinero en diferentes pueblos alrededor del lago Titicaca,comprendida la de Santa Ana de Copacabana (Espinoza Soriano, 1973a: 128-135) y el jesuita Bernab Cobo que en el mismo perodo desarroll laborpastoral en la doctrina de Juli, viajando extensamente por toda el rea altiplnica(Mateos, 1964: XX-XXII) en sus pormenorizadas y precisas descripcionesdel santuario del Sol en la isla Titicaca concuerdan en afirmar que una de las

    primeras obligaciones de los peregrinos que confluan numerosos desde las mslejanas provincias del Imperio, desde Ecuador hasta Chile, era precisamente la deconfesar sus pecados a los sacerdotes del lugar (Ramos Gaviln, 1988: 41, cap.IV, y 94, cap. XIII; Cobo, 1964, II: 189-194, lib. XIII, cap. XVIII).

    Titicaca era uno de los sitios ms sagrados y uno de los santuarios dotados dems recursos de todo el Tahuantinsuyu. Para Ramos Gaviln, el ms opulento enabsoluto: Este templo escriba en su Historia del Santuario de Nuestra Seora deCopacabana, publicada en 1621 (1988: 164, cap. XXVI)fue el ms rico de todoslos del Pir, porque como a l concurran de todo el Reyno y de todo quanto a el Inga

    estaba sugeto, eran grandes las ofrendas que enriquezan sus erarios. Los seoresdel Cuzco pensaban que en esa isla haban inillo temporetenido origen cuatroparejas primordiales de antepasados los hermanos Ayar, las cuales, luegode un largo recorrido subterrneo, haban finalmente emergido de una cuevadel cerro Tamputoco, localizado en un paraje llamado Pacarictambo (CabelloValboa, 1951: 363, parte III, cap. 21). Y sobre todo, los Incas compartan conlas poblaciones del altiplano la creencia que all haba aparecido por primera vezel Sol, brotado de una cavidad a la base de una pea de arenisca rojiza, llamadaTiticala, Piedra del Felino (Bauer y Stanish, 2003: 28; Bertonio, 1984: II parte,

    32 y 353; cf. Cieza, 1984: 281, cap. CIII), que representaba el sancta sanctorumdel centro oracular. Esa roca sagrada, considerada morada del dios Sol, estaba

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    cubierta con cortinas de tela finsima (cumbi) y la concavidad de donde se pensabahaba salido el astro rey estaba totalmente enchapada con planchas de oro y plata(Ramos Gaviln, 1988: 90-91, cap. XIII, 116, XVII, 149-150, XXIV, y 163,

    XXVI; Cobo, 1964, II: 193, lib. XIII, Cap. XVIII; Bauer y Stanish, 2003: 232-244). As mismo, tambin el resto de la vasta rea del santuario que abarcaba lacercana isla de Coat donde se renda culto a la Luna, esposa del Sol, expresabatangiblemente la gloria y la potencia de Inti, con sus monumentales y elegantesedificios en perfecta mampostera, en los cuales vivan y trabajaban una miradade sacerdotes, acllas (mujeres escogidas) y servidores varios, encargados delcuidado del lugar y de la acogida de los peregrinos. Al parecer, gran parte de estasinstalaciones fueron construidas al tiempo de los Incas Tupa Yupanqui y HuaynaCapac, quienes visitaron personalmente en diferentes oportunidades el santuario

    (Bauer y Stanish, 2003: 69-71; Cobo, 1964, II: 84, lib. XII, cap. XIV). La ltimavez, posiblemente, fue cuando Huayna Capac, aprestndose a la guerra contralas reacias poblaciones del Ecuador que se haban rebelado, fue a consultar alorculo, al cual hizo infinitos sacrificios, para asegurarse el xito de la empresa(Sarmiento, 2001: 142-143, cap. LIX; Mura, 1987: 110, lib. I, cap. XXX).

    Pero, cmo concretamente se desarrollaban las consultas oraculares en elsantuario? Las informaciones de los cronistas, a pesar de lo vagas y escuetas, dejanentrever que haba dos modalidades, no necesariamente alternativas, ms biencomplementarias: a travs del fuego y mediante el trance. Pedro Sancho de la

    Hoz, el primer conquistador que lleg al altiplano del Collao, en su Relacinde1534 anot de manera muy lacnica que en la isla haba un templo del Sol conuna gran piedra, llamada Tichicasa, desde la cual el dios hablaba a los nativos:en donde, o porque el diablo se esconde all y les habla (Sancho de la Hoz, 1968:331, cap. XVIII). Y el propio Ramos Gaviln (1988: 164, cap. XXVI), sobre esteespecfico punto, se limit a escribir que: en este templodava orculos el demonio,ass de ordinario yvan a consultalle. Sin embargo, el agustino apunt de formaincidental que unos ancianos del lugar le haban mencionado que junto a laroca antiguamente haba un enorme brasero de oro (Idem: 116, cap. XVII; vase

    tambin Cobo, 1964, II: 192, lib. XIII, cap. XVIII); y del padre Cobo sabemosque la ms solemne forma de adivinacin, a la cual los seores del Cuzco recurranpara importantes asuntos de Estado, era precisamente la que se realizaba a travsdel fuego de braseros. En caso de barrunto de una inminente rebelin de algunaetnia o de una conspiracin contra su persona, el Inca recurra a unos potentes ytemidos adivinos, llamadosyacarcas, originarios de Huaro, una comunidad ubicadaa unos 50 km al sur del Cuzco (Cobo, 1964, II: 230-1, lib. XIII, cap. XXXVI;vase tambin Molina, 1989: 64-65). Estos acompaaban al soberano en susdesplazamientos y lo mantenan constantemente informado sobre lo que pasaba

    en todo el Imperio. Para invocar la benevolencia y la presencia de los dioses,los yacarcasencendan unos grandes braseros y procedan a hacer consistentes

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    ofrendas de alimentos y objetos preciosos, y sacrificios de nios y camlidos.Luego, mascando coca, entonando cantos y recitando letanas, planteaban suscuestiones a las divinidades que benvolamente les contestaban hablndoles a

    travs de las llamas de los braseros.

    Usaban deste gnero de adivinar dice textualmente Cobo solamenteen negocios muy graves y de importancia, como cuando haba sospecha de quealguna provincia se quera rebelar o tramaba alguna traicin contra el Inca

    y no se poda averiguar con testigos, tormentos ni por otro camino, y en casossemejantes.

    A veces a la consulta asista el propio Inca, que se preparaba para el solemnerito oracular abstenindose en los das previos de comer aj, sal y carne. Pero,

    todava ms estricto era el rgimen alimenticio de los sacerdotes, que segnel annimo jesuita (Blas Valera?) autor de la Relacin de las costumbres antiguasde los naturales del Per (c. 1590), prcticamente coman solo productosvegetales. Los ayunos unidos a abundantes libaciones de ahay al consumo de cocay posiblemente otras sustancias estimulantes, as como los cantos y las letanasrepetidos en forma montona y obsesiva y las danzas frenticas y prolongadas,deban engendrar en los sacerdotes estados alterados de la conciencia. Nos loconfirma el jesuita annimo, quien, refirindose a los sacerdotes de los raculos deMullipampa (Quito), Pacasmayo, Rimac, Pachacamac y, al parecer, en particular

    de Titicaca, dice que estos, llamados huatuc, al momento de recibir las respuestasde la huacas, eran juguete de un furor mstico que los nativos denominabanutirayay(arrobamiento, enajenamiento): Al tiempo de or el orculo, se tomabael tal ministro de un furor diablico que ellos decan utirayay, y despus declaraba al

    pueblo lo que el orculo haba dicho (Annimo, 1992: 72).

    Sea como fuere, por inspiracin divina directa (adivinacin intuitiva) o porintermedio del fuego (inductiva), las consultas oraculares tenan un carcterreservado. A la gran masa de los peregrinos que llegaban a la isla de Titicaca no erapermitido acercarse a la roca sagrada Titicala. Cobo (1964, II: 192, lib. XIII, cap.

    XVIII) relata que los fieles podan mirarla solo de lejos, y precisamente desdeun portal llamado Intipuncu (Puerta del Sol), ubicado a unos doscientos pasosde la pea, donde deban hacer entrega a los sacerdotes de las ofrendas para elorculo. Por su parte, Ramos Gaviln menciona la existencia no de una, sinode tres puertas sucesivas, bastante cercanas entre ellas: Pumapuncu (Puerta delPuma), Kentipuncu (Puerta del Colibr, la misma que Cobo llama Intipuncu)y Pillco-puncu (Puerta del Pilco), as llamada por las plumas verdes del pajaropilco que la ornaban. Es posible como hipotizan Bauer y Stanish (2003:263-270) que cada uno de estos portales representara el lmite que podan

    alcanzar en la romera los peregrinos segn su rango, a saber, segn fueran gentecomn, representantes de las elites provincianas o miembros de la aristocracia

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    inca. Lo cierto es que cada uno reciba una acogida y un trato en base a su status y susnecesidades. Ramos Gaviln (1988: 127-128, cap. XX) refiere que los Incas habanconstruido a lo largo del camino, en la pennsula de Copacabana, una serie de grandes

    galpones (tampus) llamados corpahuasiverdaderas casas de los peregrinos, ascomo numerosos depsitos (colcas) que mantenan llenos de productos alimenticiosy mantas para poder ofrecer alojamiento, comida y abrigo a la multitud de personasque llegaba de continuo en romera. Todas estas instalaciones estaban bajo el directocontrol de un gobernador, que era escogido entre los parientes ms cercanos del propioInca. Desde el momento en que los peregrinos ponan pie en la pennsula, el Estadose haca ntegramente cargo de ellos. Cada uno anota Ramos era regalado, segnla calidad de su persona, dndoles lo necesario de comida, y bevida, y si eran pobres se lesdava algn vestido.Adems, en Copacabana, los peregrinos podan encontrar y ser

    atendidos por gente de su misma etnia, ya que los Incas haban provisto a trasladarall a decenas de grupos de mitimaes(mitmaq, colonos desplazados por el Inca) decuarenta y dos etnias distintas, segn Ramos precisamente para que se encargarande la construccin, el mantenimiento y el funcionamiento de los lugares sagrados yde las estructuras de recepcin. En la pennsula, los peregrinos estacionaban unosdas visitando diferentes adoratorios locales y esperando su turno para pasar, en balsa,desde la caleta de Yampupata a la isla de Titicaca (Ramos, 1988: 85-85, cap. XII,y 171-172, XXVIII). All, a las puertas del santuario, los esperaban los sacerdotespara confesarlos. Ramos Gaviln (1988: 94, XIII) asevera que los fieles se deban

    confesar, no una sino tres veces: primero llegando a Pumapuncu, con el sacerdoteque custodiaba esa puerta, donde adems deban quitarse las sandalias; luego, msadelante, con el sacerdote guardin de Kentipuncu y, finalmente, tambin con elde Pilcopuncu. La presin sobre los visitantes para que confesaran sus pecados eramuy fuerte. El sacerdote de la puerta de Kentipunku, al momento de confesarlos,les recordaba que estaban acercndose al dios Sol y que si queran ganarse su favordeban mostrar todo su celo religioso, y el de Pilcopuncu insista en que se hiciesenun ulterior riguroso examen de conciencia, a fin que no arriesgaran traspasar la puertaen estado de impureza.

    Es posible que los tres portales del santuario de Titicaca tuviesen una funcinanloga a los varios patios, con relativas puertas de acceso, que se encontrabansobre las plataformas del templo del gran orculo de Pachacamac, El que animaal mundo. A Hernando Pizarro (1968: 127), el primer conquistador que pusopies en este centro religioso (1533), le fue dicho que los peregrinos antes deingresar al primer patio deban ayunar veinte das, y un ao entero para poder seradmitidos al ms alto, donde se encontraba el aposento del dios, el sancta sactorumal cual tenan acceso exclusivamente los sacerdotes. Hasta el solo rozar con lasmanos sus paredes por parte de los devotos hubiese sido considerado un acto

    sacrlego. Los andinos crean que quien se hubiese acercado al orculo en estadode impureza o no habiendo cumplido todas sus obligaciones hacia el dios, hubiese sido

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    tragado por las entraas de la tierra. Pachacamac era considerado, en efecto, un ser tanpoderoso cuanto temible, que si lo hubiese querido, hubiera podido destruir al mundoentero. Los temblores fenmeno tan frecuente en la costa central peruana eran

    vistos como una manifestacin de su clera. Los espaoles tuvieron modo de acertarlo,todava antes de alcanzar el orculo. Miguel de Estete, uno de los miembros de laexpedicin de Pizarro, cuenta como justo la noche antes de su llegada a Pachacamac,mientras l y sus compaeros estaban descansando en un pueblo de la costa no lejosdel santuario, hubo un intenso remezn, lo que provoc que los numerosos indgenasque los acompaaban, aterrorizados, se largaran precipitosamente, alegando que el diosPachacamac se haba enojado por su presencia y los iba a aniquilar a todos (Estete,1968: 382. Vase tambin Idem,1985: 136-137; Taylor, 1987: 335, cap. 22).

    As que no es difcil imaginar el estado de nimo, sumiso y medroso, de losperegrinos que se confesaban en el santuario de Titicaca. Ocultar pecados enconfesin era considerada una culpa gravsima, acarreadora de los ms terriblescastigos divinos, y los penitentes se estaban acercando a la morada del Sol, elms poderoso de todos los dioses; una divinidad adems omnisciente, que ellosvisitaban y consultaban (con toda probabilidad en el complejo arquitectnicoconocido como La Chincana o Laberinto, a unos 200 m de la Titicala)precisamente por este poder que tena de conocimiento de todas las cosas pasadas,presentes y futuras. Al orculo de Titicaca no se le poda mentir. Posiblemente,para obtener una confesin sincera y completa de parte de los fieles, los sacerdotes

    del santuario no necesitaban ni siquiera recurrir a las contrapruebas que, por locomn, estilaban hacer en semejantes rituales. En efecto, en general, una vezescuchada la declaracin del penitente los sacerdotes andinos solan controlar siste les haba dicho la verdad o menos, mediante diferentes tcnicas adivinatorias:examinando las entraas o la sangre de animales, echando una especie de dados(pichca), observando en cuntos pedazos se haba fragmentado una cuentecilla demullu (concha de Spondylussp.) expresamente aplastada, o contando el nmerode caitas contenidas en dos manojos de pajas. Cuando los adivinos se dabancuenta, o solo tenan barrunto, que el penitente les haba mentido, no hesitaban

    en amarrarlo, bastonearlo, azotarlo y torturarlo hasta que no confesaba a plenitudtodos sus pecados10. No cabe duda que para los Incas la confesin era un asuntode mxima seriedad y relevancia.

    Pero, qu, exactamente, era pecado para los andinos? Y, sobre todo, culestransgresiones de normas y preceptos religiosos, los peregrinos eran tenidos aconfesar de todas maneras a los sacerdotes de los orculos incas? Afortunadamente,Ramos Gaviln (1988: 87, cap. XII) es muy explcito al respecto:

    10Annimo, 1992: 76; Molina, 1989: 65-66; Mura, 2004: 201, cap. 61; Arriaga, 1999: 57-58, cap. V;Villagmez, 1919: 158-159, cap. XLIV; Cobo, 1964, II: 207, lib. XIII, cap. XXIV.

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    El orden de confessarse con estos Sacerdotes escribe era, que postrados,y con gran sumissin, dezan sus pecados, el descuydo que avan tenido enservicio de los Idolos, y en particular del Sol, que era el Dios principal que

    adoravan. Y si a caso avan sido negligentes en el servicio del Inga, tambinlo confessaban.

    Y el padre Cristbal de Molina, gran conocedor de la religin inca, en su Relacinescrita alrededor de 1573 es todava ms preciso:

    Los yncas y jente del Cuzco siempre hacan sus conficiones secretas y por lamayor parte se confesavan con los yndios de Huaro, hechiceros, que para ellodedicado tenan. Acusvanse en sus conficiones de no aver reverenciado al Sol

    y Luna y huacas; de no haver guardado ni celebrado de todo coraon las fiestas

    de los raymes, que son las de los meses del ao; acusvanse de la fornicacin, enquanto hera quebrantar el mandamiento del Ynca de no tomar muger ajenani corromper donzella alguna, y de avella tomado sin que se la diese el Ynca eno porque tuviesen que la fornicacin de s fuese pecado, porque carecan desteentendimiento; acusvanse de matar y urtar, tenindolo por grave pecado, y lomesmo de la murmuracin principalmente si ava sido contra el Ynca o contrael Sol (Molina, 1989: 66).

    De las aseveraciones de Ramos Gaviln y Molina, resulta evidente que el ritode la confesin que se llevaba a cabo en el Cuzco, en el orculo de Titicaca y

    en los otros centros religiosos Inca, tena un sesgo marcadamente poltico. Dehecho, los pecados que las personas deban confesar eran, en ltima instancia,todas faltas, reales o tan solo simblicas, hacia el Estado: el no haber rendido eldebido culto al Inti, el padre celeste del Inca; el no haber celebrado o respetadolas fiestas oficiales del calendario litrgico inca; el no haber observado toda otraobligacin ritual y ceremonial impuesta por los seores del Cuzco; el no habersido leales hacia la persona del soberano o, de todas maneras, no haberlo servidocon la eficiencia y el esmero requeridos. En esta ptica, el mismo pecado dehaber tomado mujer sin que se la diese el Inca, puede interpretarse como el

    haber establecido alianzas matrimoniales (y polticas) con otros grupos fuera delcontrol, cundo no, a espaldas de los seores del Cuzco. De hecho, lo que lossacerdotes de los santuarios averiguaban a travs de las confesiones, era el gradode fidelidad de los penitentes y sus respectivas comunidades hacia los Incas. Siun determinado pueblo no mostraba particular devocin hacia el dios Sol y enlos ltimos tiempos no se haba preocupado de celebrar con gran pompa lasfiestas a l relacionadas, ni mostraba particular aficin a la persona del Inca,ni cumpla en forma cabal sus obligaciones hacia ste (a saber, hacia el Estadoinca), y ms bien resultaba que estaba estableciendo, a hurtadillas, alianzas con

    otros grupos, evidentemente la etnia o el seoro en cuestin no estaba todavasatisfactoriamente integrado al Tahuantinsuyu y mal soportaba la hegemona

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    inca, o sus simpatas iban hacia algn rival interno del soberano. En todo caso,no representaba un aliado confiable para los gobernantes del Cuzco.

    Por otro lado, hay evidencia que la informacin adquirida por los sacerdotes atravs de las confesiones de los peregrinos terminaba llegando a los odos del Inca.En primer lugar, no hay que olvidar que todos los sacerdotes de los diferentessantuarios incas, a lo largo del Tahuantinsuyu, eran nombrados directamentepor elHuillac Umu, el sumo sacerdote de la Iglesia cuzquea que resida en elCoricancha. ste era una especie de portavoz del dios Sol, que consultaba decontinuo para luego transmitir a los hombres sus respuestas y designios (Cieza,1985: 81, cap. XXVII; Garcilaso, 1991, I: 193, lib. III, cap. XXII). La importanciadel Huillac Umu dentro de la estructura de poder inca era tal que el cargo, por

    lo general, se le asignaba a un hermano del Inca, a l particulamente allegado,y en momentos excepcionales poda ser asumido temporalmente por el mismoemperador (cf. Zikowski, 1997: 155-164). Cieza de Len (1985: 93, cap. XXX)dice: el aerdote mayor tena aquella dinidad por su vida y era casado y era tanestimado que conpeta en razones con el Ynga y tena poder sobre todos los orculos ytenplos y quitava y pona aerdotes. La relacin de dependencia de los sacerdotesde los orculos bajo el control inca del Huillac Umu y, a travs de l, del aparatoestatal, es entonces en trminos generales evidente.

    Pero, en qu modo, las informaciones acopiadas en las confesiones llegaban

    si llegaban a traducirse en indicaciones polticas para el soberano? Y, porqu este trasiego continuo si realmente se daba de informacin, desde losperegrinos hacia la alta jerarqua inca, aparentemente no llegaba a afectar lacredibilidad del rito confesional y por ende, la veracidad de las declaraciones delos penitentes, lo que hubiera evidentemente vaciado el acto de todo sentido yeficacia? Los datos hasta ahora presentados nos dan una pista. Recurdense laaseveracin de Cristbal de Molina que los Incas por la mayor parte se confesancon los yndios de Huaro, hechiceros, que para ello dedicado tenan, as como lade Bernab Cobo sobre losyacarcas, esto es, que estos poderosos adivinos que

    acompaaban al Inca en todos sus desplazamientos eran comnmente del pueblode Guaro, dicesis del Cuzco.Entonces, los mismos sacerdotes, o mejor dicho,el mismo cuerpo sacerdotal que se encargaba de recibir las confesiones de losandinos sobre asuntos que en ltima instancia como se ha visto concernanla seguridad del Estado (nivel de aceptacin que gozaba el gobierno cuzqueoen las provincias, posibles rebeliones tnicas, conspiraciones contra la personadel Inca, etc.), era el mismo que, por medio del fuego de braseros, transmitanal Inca las respuestas de los dioses sobre exactamente las mismas cuestiones. Porlo dems, quin mejor que los sacerdotes-confesores de un santuario, meta de

    peregrinaciones a nivel panandino, para tomar el pulso de la situacin en lasdiferentes provincias y conocer los verdaderos sentimientos de cada grupo tnico

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    hacia el Tahuantinsuyu? Los peregrinos que llegaban al santuario de Titicaca eranliteralmente cobijados por el Estado que se haca cargo de todas sus necesidades yhasta se preocupaba que fueran recibidos y atendidos por gente de su misma tierra,

    engendrando as en ellos un sentimiento de gratitud, empata y confianza hacia elgobierno del Cuzco. Al mismo tiempo, todo el aparato y la parafernalia oraculares,con el ritual de acercamiento progresivo de los visitantes a travs de tres puertasal lugar ms sagrado y tremendo del mundo y las repetidas amonestaciones de losconfesores, no hacan ms que estremecer a los peregrinos y volverlos totalmentesumisos a todo requerimiento. As se aseguraban confesiones fidedignas respectoal grado de adhesin de los individuos y sus respectivos pueblos al Imperio.Paradjicamente, el orculo, que deba brindar informaciones, terminaba en loshechos recibindolas, pero solo para retransmitirlas, debidamente analizadas y

    reelaboradas, en forma de respuestas oraculares al Inca. As todo quedaba formaly estrictamente en el mbito de lo sagrado y la institucin oracular no corraen ningn momento el riesgo de resquebrajarse por una demasiado patente ydirecta contaminacin con la esfera poltica.

    La destruccin de los orculos: el caso de Catequil

    El Inca no solo peda predicciones a sus muy bien informadosyacarcas o hablabacon su padre el Sol, directamente o a travs del Huillac Umu, sino que con

    frecuencia iba a consultar tambin a orculos que no estaban precisamente bajosu control, pudiendo recibir respuestas desfavorables o simples negativas encontestarle. En las fuentes de los siglos XVI y XVII se encuentran mencionadosvarios episodios de este gnero. Por ejemplo, el jesuita Luis de Teruel recogien la sierra sur del Per una tradicin segn la cual Manco Capac, al pasar porun pueblo donde haba una antigua y famosa huaca-orculo, decidi consultarlano sin antes rendirle debidamente homenaje con sacrificios y ofrendas. Pero lahuacano quiso ni recibirlo, aduciendo que l no era Inca legtimo y que un dale quitara su reino. Por represalia, Manco Capac, enojado, hizo entonces arrojar

    cerro abajo la piedra que representaba a la huaca (Arriaga, 1999: 89, cap. IX).Por su parte, Guaman Poma de Ayala menciona que el Inca Huayna Capacemprendi una campaa de destruccin masiva de los orculos, cuando estos,contrariamente a lo que hacan comnmente con su padre Tupa Yupanqui,rehusaron hablarle:

    Topa Ynga Yupanqui hablaua con las uacas y piedras y demonios y sauapor suerte de ellos lo pasado y lo uenedero de ellos y de todo el mundo Yac hablaua con ellos Topa Ynga Yupanqui y quiso hazer otro tanto GuaynaCapac Ynga. Y no quicieron hablar ni rresponder en cosa alguna. Y mand

    matar y consumir a todas las uacas menores; saluronse los mayores (GuamanPoma, 1980, I: 234-236, nn. 261-262).

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    Quizo hablar con todos sus dolos y guacas del rreyno. Dizen que nenguno deellos no le quizo rresponder a la pregunta. Y ac le mand matar y quebrar atodos los dolos. Dio por libre a los dolos mayores Paria Caca y a Caruancho

    Uallollo; Paucar Colla, Puquina, Quichi Calla, Coro Pona, Saua Ciray, PitoCiray, Carua Raso, Ayza Bilca y el sol y la luna. Estos quedaron y lo dems sequebr porque no quizo rresponder a la pregunta (Ibid.: 93; n. 113).

    A pesar de lo dicho por Guaman Poma, al parecer tambin Tupa Yupanqui tuvosus momentos dificiles en su relacin con las huacas, por lo menos estando a unode las narraciones mticas del as llamado Manuscrito Quechua de Huarochir,redactado a inicios del siglo XVII por algn informante andino del padreFrancisco de vila. Segn el relato, el Inca, luego de varios aos de pacfico

    reinado, tuvo que hacer frente a una peligrosa rebelin de unas etnas sumamentereacias, rebelin que adems amenazaba extenderse en cuaquier momento a otrasprovincias del Imperio. Despus de que varias expediciones cuzqueas fracasaronmiseramente en el intento de reestablecer lapax incaicay terminaron aniquiladas,el Inca, no sabiendo ms que hacer, resolvi convocar al Cuzco a todas las huacasy pedir su ayuda. Pachacamac y las otras huacasdel Tahuantinsuyu reunidas enHaucaypata10 con toda probabilidad celebrando el ritual de la Capacocha(vase tambin ms adelante fig. 1) escucharon atentamente el afligido llamadodel Inca, que apel a su deber de reciprocidad al recordarles como l les hubiesesiempre otorgado generosas dotaciones y prebendas. Sin embargo ninguna huacale contest, ni profiri palabra. Frente a este mutismo, que definitivamenteequivala a una negacin de apoyo, el Inca enfureci y amenaz sin mediostrminos destruirlas a todas, con estas tajantes palabras:

    Hablad! Es posible que permitis que los hombres que han sido animados yhechos por vosostros sean aniquilados en la guerra? Si no queris ayudarme,eneste mismo instante os har quemar a todos! Para qu pues os sirvo y embellezco,envindoos todos los aos mi oro y mi plata, mis comidas, mi bebida, misllamas y todo lo dems que posea? Entonces no me ayudarais despus de

    haber escuchado todas estas mis quejas? Si me negis [vuestra ayuda], ahoramismo arderis!.

    La amenaza de incineracin tuvo efecto. Inmediatamente Pachacamac, el diosde los temblores, se manifest para excusarse de no poder intervenir, alegandoque su poder telrico de destruccn era tan grande que, si lo hubiese desatado,arriesgaba acabar no slo con el enemigo, sino tambin con los presentes y conel mundo entero. Entonces tom la palabra la huacaMacahuisa, un hijo delorculo Pariacaca, la cual se comprometi a movilizarse personalmente contra

    11Haucaypata (La explanada del jbilo), como era llamada la gran plaza central del Cuzco, era el lugar dondese celebraban las solemnes y masivas ceremonias poltico-religiosas incas.

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    las rebeldes; cosa que cumpli puntualmente, exterminando con rayos y lluviastorrenciales a todos los jefes tnicos y guerreros en armas contra el Inca. Enagradecimiento Tupa Yupanqui se habra vuelto devoto del culto a Macahuisa,

    cuya fiesta en Jauja habra sido desde entonces celebrada solemnemente por losmismos Incas (Taylor, 1987: 337-349, cap. 23).

    Una huaca que no escap a la furia destructora de un Inca fue Catequil(Apucatequil o Catequilla). El suyo es el caso ms conocido y mejor documentadode destruccin de un orculo por parte de los seores del Cuzco. Catequil, cuyosantuario se encontraba en la cumbre de un cerro, en la regin de Huamachuco,en la sierra norte del Per, era un orculo de importancia panandina, veneradoy temido desde Quito hasta Cuzco. No solo se le consideraba como la huaca

    ms habladora de todas (Agustinos, 1992: 18-19; Albornoz, 1989: 186), sinoque tambin se le atribua el poder de hacer hablar a las huacasque no sabanhablar. En uno de los mitos de Huarochir se dice en efecto que Catequil,posea la facultad de hacer hablar, sin esfuerzo, a cualquier huaca que no supierahablar. Y en el mismo relato se cuenta cmo Catequil, cuyo culto haba sidointroducido entre la etna de los Checas de la sierra de Huarochir (Lima) porel Inca, indujo a una huacade nombre Llocllayhuancupa, que luca inerte, ahablar y a revelarse a los habitantes de un pueblo del rea como enviada deldios Pachacamac, su padre, para cuidar de ellos. De este modo, Llocllayhuancupafue reconocido como numen tutelar de la comunidad, que le erigi un santuario(Taylor, 1987: 292-297, cap. 20).

    John Topic, Theresa Lange Topic y Alfredo Melly (2002), en un penetranteestudio sobre Catequil, han planteado que el culto a esta divinidad de losHuamachuco tuvo que ser adoptado y asociado a la religin estatal por elInca Huayna Capac. ste habra sido difundido tanto en Ecuador, donde precisamente en el rea anexada al Tahuantinsuyu bajo Huayna Capac se hanindividuado varios antiguos lugares sagrados con ese mismo nombre asociadosal culto al agua, as como en la sierra central (Huarochir) y sur (Cuzco) del

    Per. El muy bien informado cronista Pedro Sarmiento de Gamboa relata queestando Huayna Capac en Quito, al llegarle noticia de la penetracin de gruposde brbaros guaranes en las provincias sudorientales (Bolivia) del Imperio, deinmediato despach a uno de sus jefes militares al Cuzco para que reuniera unejrcito y marchara contra los invasores. El oficial encargado, un tal Yaca, partihacia la capital llevando consigo los dolos de Catequil, divinidad de los pueblosde Cajamarca y Huamachuco, y de unas cuantas huacasms, as como muchas

    gentes suyas de las huacas (Sarmiento, 2001: 146, cap. LXI), expresin ambiguaque podra hacer referencia ya sea al personal al servicio de las huacas como a

    contingentes de soldados provedos por los grupos tnicos a los cuales pertenecanlas huacas. Sea como fuere, el episodio patentiza la estrecha relacin de alianza y

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    apoyo recproco que debi existir entre el orculo de Catequil y el Inca HuaynaCapac, quien difundi el culto a dicha huaca en Ecuador, donde estableci sucuartel general y pas los ltimos aos de su existencia. Es quizs en consideracin

    de este vnculo que se puede explicar porqu Atahualpa, que haba combatido enEcuador con su padre Huayna Capac y all resida al mando de los experimentadosejrcitos norteos del Tahuantinsuyu, decidi consultar a dicha huaca en uno delos momentos ms lgidos de la larga y cruenta guerra civil para la sucesin altrono (c. 1530-1532) que lo enfrent a su hermano Huascar, reconocido comoInca por amplios sectores de la elite cuzquea. En efecto, poco antes de la batalladecisiva, cuando la suerte de la guerra ya se estaba volviendo a su favor, Atahualpa,de paso por Huamachuco, cuyos seores por lo dems lo recibieron en forma muyhospitalaria, resolvi ir a preguntar a Catequil cul sera el desenlace del conflicto.

    La conducta de Atahualpa responda a una lgica plenamente andina, opor lo menos inca, ya que Huascar, en campo adverso estaba haciendoexactamente lo mismo; es decir, estaba consultando frenticamente aorculos y adivinos en pos de un pronstico favorable, que le resultabadifcil de obtener: psose en ayunos narra Sarmiento de Gamboa(2001: 156, LXIV) hizo muchos sacrificios a los dolos y orculos del Cuzco,

    pidindoles respuesta. Todos le respondieron que le sucedera adversamente. Y odaesta respuesta, consult a sus adivinos y hechiceros, a quien ellos llamaban umu,los cuales por agradarle, le dieron esperanza de venturoso fin. En particular, elInca fue a consultar a Huanacauri, la huacams antigua e importante de los Incasantes de la constitucin del Tahuantinsuyu, la cual an en poca imperial habaseguido siendo el orculo por excelencia del valle del Cuzco. Su adoratorio estabaubicado en la cumbre del cerro homnimo (al sudeste de la ciudad imperial), en ellugar donde haba una piedra sagrada, ahusada, en la que como se mencionarriba se crea se haba transformado uno de los mticos hermanos de MancoCapac. El santuario estaba dotado de un gran nmero de sacerdotes, acllasyyanas(servidores), as como de tierras y rebaos, y posea un verdadero tesoro por lascontinuas ofertas de objetos preciosos que reciba. A Huanacauri se le ofrecantambin, regularmente, seres humanos que eran sacrificados en el transcurso desolemnes ceremonias y luego sepultados alrededor del dolo del dios12. Cieza deLen sostiene que Huanacauri era la segunda huacams importante de los Incas,despus del Coricancha, y el padre Cobo, en su Historia del Nuevo Mundo(1653),al mencionar a los orculos de alcance panandino, la pone prcticamente al mismonivel de Pachacamac: En diversas partes del reino escribe haba dolos famosostenidos por orculos generales, en quienes el demonio hablaba y daba respuestas,

    12Sobre el orculo de Huanacauri vase Cieza, 1984: 259-260, cap. XCIII, y 1985: 83-84, cap. XXVIII; Molina,1989: 62, 77-78, 98; Guaman Poma, 1980, I: 63, n. 80, 66, n. 84, 79, n. 99, 234, n. 263, 239, n. 267, y

    passim; Cobo, 1964, II: 181; lib. XIII, cap. XV; cf. Szemiski, 1991; Zilkowski, 1997: 69-75.

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    como eran, la guaca de Guanacauri en los trminos de la ciudad del Cuzco, la dePachacama, cuatro leguas desta ciudad de los Reyes, y otras muchas (Cobo, 1964,II: 230, lib. XIII, cap. XXXVI). Al respecto, vale la pena recordar el sugestivo,

    cuanto iluminante dibujo de la Nueva Cornica y Buen Gobiernode GuamanPoma (1980, I: 235, n. 261) en el cual aparece el Inca Tupa Yupanqui (elabuelo de Huascar), llevando las insignas de su poder, en solemne parlamento,probablemente en la fiesta de la Capacocha, con los dolos de todas las huacas,entre las cuales destaca, por su posicin absolutamente dominante y por ser lanica identificada por nombre, Huanacauri (fig. 1).

    Los Incas cuando emprendan campaas militares, sobre todo si stas eran guiadaspor el Sapa Inca en persona, solan llevar consigo una imagen de esta huaca, a

    cuyo respaldo atribuan muchas de sus victorias. En sus largas y difciles jornadasen los confines septentrionales del Imperio, Huayna Capac se llev una imagen deHuanacauri, la cual volvi al Cuzco junto al cuerpo momificado de este mismo Inca,muerto de viruela en Quito hacia 1527-1528 (Cobo, 1964, II: 181, lib. XIII, cap.

    XXXVI; cf. Rowe, 1978). Anlogamente como se ha visto su hijo Huascar,al asumir personalmente el mando de las operaciones blicas contra los ejrcitos de

    Atahualpa, como primer acto, todava antes de lanzar un llamado a la movilizacingeneral en el surandino para reconstituir sus tropas decimadas y al desbande, fuea consultar a Huanacauri y otras huacas, recibiendo sin embargo una serie derespuestas desfavorables:

    acord de acudir a sus huacascuenta Martn de Mura y hacerlesinnumerables sacrificios y ofrendas con ayunos. Habiendo consultado sobre elloa los sacerdotes, quiso l mismo hacer el ayuno, y para este efecto sali del Cuzco

    y se fue a Huana Cauri a ello, y all estuvo algunos das, entendiendo con susprivados y queridos en aplacar al hacedor, sacrificando mil gneros y diferenciasde animales, segn sus ritos y ceremonias, a las huacas del Cuzco. Visto que entodas hallaba mala respuesta, dada por los demonios que en ellas hablaban, yque no eran conforme a su intento y propsito, no sabiendo qu hacerse acord de

    nuevo hacer Junta General de hechiceros, y envi de nuevo a consultar las demshuacas que hablaban, y a preguntar qu hara en tanta adversidad y miseriacomo le cercaba, y en ninguna hall remedio ni respuesta que les satisficiese asu deseo.

    Preguntando a los adivinos y hechiceros para por ellos saber lo que hara en laguerra, ellos, por contentarle y evadir el peligro que de no decirle cosa conformea su gusto esperaban, le respondieron que le ira bien en la guerra y que todo lesucedera conforme su deseo y que vencera a sus enemigos con grandes muertes

    y triunfara dellos

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    Marco Curatola Petrocchi

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    Figura 1 El Inca Tupa Yupanqui hablando con las huacas. De Felipe Guaman Poma de Ayala,El primer

    nueva cornica y buen gobierno(1615). The Guaman Poma Website of the Royal Library: www.kb.dk/elib/mss/poma/ (p. 263, n. 261).

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    Con este acuerdo y respuesta de los hechiceros satisfecho en alguna manera,Huascar Ynga sali del Cuzco, acompaado de muchos hermanos, parientes

    y allegados suyos, y se fue a Sacsa-Huana, donde haciendo Junta General del

    ms poderoso ejrcito, que pudo de todas las naciones desde Chile, que congraves penas movidas vinieron, hizo resea de todas ellas y las provey dearmas y vestidos a los que estaban faltos de lo necesario (Mura, 1987:186-187, lib. I, cap. LIII)13.

    Tambin Atahualpa, por lo menos en el relato de Juan de Betanzos (2004:286, cap. XVI), fue personalmente a consultar al orculo de Catequil. SegnSarmiento (2001: 155, cap. LXIV), en cambio, el Inca envi para este efectodos nobles de su corte. Sea como fuere, el sacerdote del orculo, un anciano que

    llevaba puesta una larga tnica recubierta de conchas (con toda probabilidadmullu), luego de hablar con el dolo de piedra del dios, formul una prediccinirremediablemente adversa; a saber, que Atahualpa, por su conducta sanguinariay tirnica, haba suscitado la ira de Viracocha y por tanto acabara mal, siendodestinado a gobernar su hermano Huascar (Agustinos, 1992: 20). La reaccin de

    Atahualpa, que declar de inmediato a la huacacomo enemiga (Tambin es auca[enemiga] esa guaca, como Guascar), fue de una violencia inusitada. Hizo rodearel cerro donde estaba el santuario y enfurecido, hacha en mano, hizo irrupcinen el mismo, cortando la cabeza al sacerdote y al mismo dolo de Catequil. Enseguida, dispuso que se prendiera fuego a los dos y que sus restos fueran molidosy esparcidos en el aire desde lo alto del cerro. Finalmente, no satisfecho an, hizoallanar el santuario y quemar el cerro entero, operacin que mantuvo ocupadosa sus hombres por diversas semanas (Betanzos, 2004: 287-291, cap. LXIV-LXV;Molina, 1968: 78; Agustinos, 1992: 20; Sarmiento, 2001: 155-156, cap. LXIV).

    Pero, cul es la lgica si hay una de ir a consultar a un orculo para luegodestruirlo en caso de contestacin no en lnea con las expectativas o las sencillasesperanzas de uno? Y, cmo explicar tanto ensaamiento contra el santuariode Catequil? Con el capricho de un loco juguete de un furor y una violencia

    incontenibles? Las fuentes histricas nos pintan concordemente a Atahualpacomo a un militar curtido, resuelto hasta la crueldad, pero lucidsimo, que entodo momento saba bien lo que haca (vase, por ejemplo, Xerez, 1985: 123).

    Y, entonces? Mariusz Zikowski, que en su libro sobre la naturaleza y losmecanismos de las luchas intestinas por el poder de la elite Inca se ha planteadoesta misma pregunta, piensa que la respuesta de Catequil debi ser interpret