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Víctor Codina Ser cristiano en el 2.000 ÍNDICE INTRODUCCIÓN PRIMERA PARTE. ¿QUÉ SIGNIFICA SER CRISTIANOS EN AMÉRICA LATINA EN EL 2000? I. AMÉRICA LATINA CONTINENTE POBRE Y CRISTIANO II. SER CRISTIANO NO ES DECIR. 1. Soy cristiano porque fui bautizado y participo de fiestas. 2. Soy cristiano porque estudié el catecismo y recito el Credo. 3. Soy cristiano porque es nuestra costumbre. 4. Soy cristiano porque creo en la otra vida. 5. Soy cristiano porque creo en Dios 6. Soy cristiano porque creo en la Virgen 7. Soy cristiano porque hago el bien y no hago mal a nadie. III. SER CRISTIANO ES SEGUIR A JESÚS. 1. Seguir a Jesús supone reconocerlo como el Señor 2. Seguir a Jesús significa aceptar su proyecto. 3. Seguir a Jesús es continuar su estilo evangélico. 4. Seguir a Jesús es formar parte de su comunidad 5. Seguir a Jesús es vivir bajo la fuerza de su Espíritu. IV. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS EN AMÉRICA LATINA HOY 1. Cambio de actitud. 2. Opción evangélica por los pobres. 3. Asumir la pluralidad de culturas 4. Compromisos con mujeres y jóvenes 5. Vivir en una comunidad eclesial 6. Defender la tierra y la ecología. 7. Creer en el Dios de la vida y la esperanza SEGUNDA PARTE. CLAVES DE LECTURA DEL CRISTIANISMO I. CLAVES O ESQUEMAS MENTALES II. TRES PRESENTACIONES DE LA FE CRISTIANA 1. El Catecismo de Pío X 2. El Nuevo catecismo para adultos. 3. ¿Qué nuevas nos trae santo Domingo? III. EXPOSICIÓN DE LAS TRES CLAVES DE LECTURA DE LA FE. 1. Clave tradicional. 2. Clave moderna. 3. Clave emergente. IV. TRES VISIONES DEL CRISTIANISMO. 1. El misterio de Dios

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Víctor CodinaSer cristiano en el 2.000

ÍNDICE INTRODUCCIÓNPRIMERA PARTE. ¿QUÉ SIGNIFICA SER CRISTIANOS EN AMÉRICA LATINA EN EL 2000?I. AMÉRICA LATINA CONTINENTE POBRE Y CRISTIANO II. SER CRISTIANO NO ES DECIR.

1. Soy cristiano porque fui bautizado y participo de fiestas.2. Soy cristiano porque estudié el catecismo y recito el Credo.3. Soy cristiano porque es nuestra costumbre.4. Soy cristiano porque creo en la otra vida.5. Soy cristiano porque creo en Dios6. Soy cristiano porque creo en la Virgen7. Soy cristiano porque hago el bien y no hago mal a nadie.

III. SER CRISTIANO ES SEGUIR A JESÚS.1. Seguir a Jesús supone reconocerlo como el Señor2. Seguir a Jesús significa aceptar su proyecto.3. Seguir a Jesús es continuar su estilo evangélico.4. Seguir a Jesús es formar parte de su comunidad5. Seguir a Jesús es vivir bajo la fuerza de su Espíritu.

IV. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS EN AMÉRICA LATINA HOY

1. Cambio de actitud.2. Opción evangélica por los pobres. 3. Asumir la pluralidad de culturas4. Compromisos con mujeres y jóvenes 5. Vivir en una comunidad eclesial6. Defender la tierra y la ecología.7. Creer en el Dios de la vida y la esperanza

SEGUNDA PARTE. CLAVES DE LECTURA DEL CRISTIANISMOI. CLAVES O ESQUEMAS MENTALESII. TRES PRESENTACIONES DE LA FE CRISTIANA

1. El Catecismo de Pío X2. El Nuevo catecismo para adultos.3. ¿Qué nuevas nos trae santo Domingo?

III. EXPOSICIÓN DE LAS TRES CLAVES DE LECTURA DE LA FE.1. Clave tradicional.2. Clave moderna.3. Clave emergente.

IV. TRES VISIONES DEL CRISTIANISMO.1. El misterio de Dios 2. Jesucristo3. Antropología 4. La Iglesia.5. Sacramentos6. Espiritualidad7. Pastoral.8. Otros temas

V. REFLEXIONES FINALESBIBLIOGRAFÍA

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Introducción

Un compañero, con amplia experiencia pastoral, me solicitó en el año 1984 escribiese los puntos básicos para la iniciación a la vida cristiana con el fin de presentarla a personas adultas. Quería que fuese una pequeña síntesis de la vida cristiana, desde y para América Latina.

Acepté la invitación y publiqué en 1985, en CISEP de Oruro, Bolivia el folleto SER CRISTIANO EN AMÉRICA LATINA, publicado en diversas ediciones en Bolivia y reproducido en Brasil, Colombia, Paraguay, Ecuador y Perú.

Hoy, después de diez años, el folleto está totalmente agotado y consideré revisarlo antes de hacer una edición más. El resultado fue un folleto prácticamente nuevo.

La esencia del cristianismo no ha cambiado, nosotros hemos cambiado. En los últimos diez años han sucedido grandes acontecimientos tanto en el ámbito sociopolítico como eclesial, en América Latina y el mundo entero.

Con la caída del bloque socialista del Este, en el año 1989, se inició una nueva era en la historia de la humanidad, comparable según algunos, a la caída del Imperio Romano. La vieja Confrontación de bloques entre el Occidente y el Este ha desaparecido. Ahora la tensión se da entre el monobloque de los países ricos y desarrollados del Norte y la masa de los empobrecidos del Sur. El Norte es cada vez más rico, el Sur es cada día más pobre.

La economía y la sociedad se ha unificado, globalizado, mundializado. Y en este ámbito de la mundialización, después de la caída del socialismo, el sistema neoliberal con su economía de mercado se ha impuesto y extendido a todo el mundo. Para algunos pensadores del Norte, con la caída del bloque socialista comunista y la implantación del capitalismo neoliberal, ya habríamos llegado al final de la historia (F. Fukuyama). Se diría que el neoliberalismo es el nuevo mesías, nos salva a todos y fuera de la ideología del mercado no hay salvación... Sin embargo los países del Sur no podemos ser tan ingenuos ni tan optimistas...

Ya no se puede hablar propiamente de clases sociales en conflicto, de pobres y ricos, o de simple dependencia: sólo hay vencedores y vencidos, enriquecidos y empobrecidos, los que han subido al tren del mercado y los que han sido excluidos: masas sobrantes, seres sin presente ni futuro, «material desechable», cuya creciente demografía conviene frenar para no causar problemas a los países ricos. El nivel de vida de los países del Norte es tan alto que no se puede extender al resto de la humanidad, pues acabaríamos con todos los recursos de la tierra. Un norteamericano consume y gasta más que 50 haitianos. Podemos afirmar que pasados 50 años después de la segunda guerra mundial, de la primera bomba atómica y de la creación de la ONU, el panorama mundial ha cambiado radicalmente. No estamos en una época de cambios sino ante un cambio de época.

Igual ha ocurrido en América Latina durante los años 90. Fuera de Cuba, todos los países del cono Sur viven en democracia. Pero una democracia, que ha traído el gran valor de la libertad y de la participación popular, no ha eliminado la pobreza ni ha reducido la distancia abismal entre unos pocos muy ricos y una masa cada vez más numerosa de pobres.

Ya no se vive ciertamente el terror de los gobiernos militares de facto, ni los escuadrones de la muerte, ni la guerrilla aparece como la solución. Pero ha aumentado el vicio del narcotráfico, que es un nido de corrupción, una fuente de ganancia ilícita y de violencia. Para el Norte, una vez desaparecido el peligro rojo, la blanca pasta de cocaína es

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ahora el enemigo principal. Los países consumidores de droga, quienes tienen la mayor responsabilidad, compran la mercancía, sitúan exclusivamente su atención en erradicar los cocales de los países productores, que viven continuamente en jaque y con la soga al cuello. Prefieren enviar armas para luchar contra el narcotráfico más que implementar formas de desarrollo alternativo.

Aun en Perú, país democrático, Sendero Luminoso ha causado miles de muertos, en Colombia la violencia es cosa ya ordinaria, en Centroamérica la paz es frágil e inestable, en Brasil se asesina impunemente a los niños de la calle, en México el levantamiento de Chiapas ha evidenciado una terrible injusticia con grupos indígenas, a los que se les roban sus riquezas naturales y se les mantiene en un nivel de vida, indigno del ser humano.

Muchos de nuestros países participan de este clima: democracia pero pobreza, neoliberalismo y exclusión de las grandes mayorías, economía sumergida o narcotráfico, desempleo y corrupción, descontento popular, tensión social y frustración.

Próximos a cumplir 30 años de la clausura del Vaticano II, se ve afectada también la situación eclesial. El Papa Juan Pablo II, a pesar de su edad y sus achaques, continúa impertérrito predicando la solidaridad y la defensa de la vida humana. Desea que la Iglesia se prepare para el Tercer Milenio con una Nueva Evangelización, que sea una vuelta a las raíces de la vida cristiana, a la fe en Jesús único Señor y Salvador.

A nivel de Iglesia universal los laicos inician su responsabilidad eclesial, la problemática de la mujer, muy fuerte en la sociedad civil, también resuena en la Iglesia temas como la cultura, la ecología y el diálogo interreligioso, toman forma ciudadana en la conciencia eclesial.

La Iglesia de América Latina, para conmemorar los 500 años de la primera evangelización, celebró en 1992 su IV Asamblea en Santo Domingo. Las conclusiones confirman la línea del Vaticano II y aceptan la opción preferencial por los pobres asumida en Medellín (1968) y posteriormente en Puebla(1979). La Iglesia latinoamericana en Santo Domingo se compromete a defender la vida y la promoción humana, a anunciar el Evangelio de Jesús de forma inculturada, con respecto a las culturas indígenas como a la cultura moderna y postmoderna. Seguramente la reflexión sobre la importancia del tema cultural en la evangelización significa el aporte más novedoso de Santo Domingo para el caminar de la Iglesia de América Latina.

El protagonismo de los laicos, en especial de los jóvenes y de las mujeres, es un tema clave de la Iglesia latinoamericana de hoy. Las sectas no son vistas como amenaza contra la Iglesia católica, fomentada por el Norte, sino ante todo como un desafío para la misma Iglesia, que debe examinar si su vida cristiana eclesial responde a las exigencias del Evangelio y del mundo actual.

No vivimos en América Latina la situación de martirio que caracterizó la década de los 70 y 80, y concluyó con un testimonio inolvidable de fuerza de fe en el Evangelio y en los valores del Reino. No podremos olvidar la figura de Monseñor Romero, el arzobispo mártir de San Salvador (El Salvador) y de Monseñor Ángel Angelelli asesinado en La Rioja (Argentina). El martirio en 1989 de Ignacio Ellacuría junto con sus cinco compañeros jesuitas y las mujeres Elba y Celina, en la UCA de San Salvador conmovió a todo el mundo y aceleró el proceso de paz en aquel país. En Bolivia recordamos los martirios del P. Mauricio Lefebvre (1971) y Luis Espinal (1980). Son miles y miles los mártires anónimos del pueblo, campesinos, indígenas, mujeres, niños, ancianos, sindicalistas, catequistas... que con su sangre dieron testimonio de que existe algo más importante que la vida. En la década de los 90 este ambiente de martirio nos parece lejano, incluso con el riesgo de olvidar su ejemplo y su lección para hoy.

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En Bolivia la Iglesia después de Santo Domingo enfoca su acción pastoral en la línea de ser comunicadora de vida y esperanza, evangelizando integralmente al pueblo boliviano, que vive en situaciones de pobreza material pero que también posee una gran riqueza humana, cultural y religiosa. Se hace un gran esfuerzo por la promoción humana, la evangelización de las culturas, la familia, el compromiso bautismal del laicado, en especial de la mujer y los jóvenes, las comunidades de base y las vocaciones.

Este nuevo contexto económico, político, social, cultural y eclesial nos obliga a formular una vez más la pregunta: ¿Qué es ser cristiano-a en A.L. hoy, en el umbral del tercer milenio? ¿Cómo abrirnos a nuevas perspectivas sin abandonar aspectos irrenunciables del pasado? ¿Cómo ser cristianos desde el Sur? ¿Qué significa ser cristiano en América Latina en el 2000?

Como en ediciones anteriores, la Primera Parte de este folleto intentará dar respuesta a estos interrogantes. La Segunda, presentará diversas claves de lectura del cristianismo, profundizando lo dicho. Más larga y tal vez menos sencilla, esta segunda parte desea ser «el libro del maestro»; asumirá el nuevo contexto social y eclesial de hoy.

PRIMERA PARTE¿QUÉ SIGNIFICA SER CRISTIANO EN AMÉRICA LATINA

EN EL 2.000?

I. AMÉRICA LATINA CONTINENTE POBRE Y CRISTIANO

América Latina es, desde hace cuatro siglos, un continente que reúne dos características muy peculiares: es un continente pobre y cristiano. La inmensa mayoría vive en situación de hambre y miseria, que se manifiesta en mortalidad infantil, falta de vivienda digna, problemas de salud, salarios bajos, desempleo y subempleo, inestabilidad laboral, migraciones masivas, analfabetismo, marginación de indígenas y afro-americanos, esclavitud de la mujer etc. (Puebla 29-41).

Los obispos, reunidos en Santo Domingo denuncian esta situación de empobrecimiento con angustia y preocupación: «Las estadísticas muestran con elocuencia que en la última década las situaciones de pobreza han crecido tanto en números absolutos como relativos. A nosotros los pastores nos conmueve hasta las entrañas ver continuamente multitud de hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que sufren el insoportable peso de la miseria así como diversas formas de exclusión social, étnica y cultural; son personas humanas concretas e irrepetibles que ven sus horizontes cada vez más cerrados y su dignidad desconocida». (Santo Domingo 179). Pero este pueblo latinoamericano, tan empobrecido, es cristiano, y en su gran mayoría católico. Hace 500 anos llegó el Evangelio a estas tierras. Sin embargo se comprueba que la mayor parte de los bautizados no han tomado aun conciencia plena de su ser cristiano y de pertenecer a la Iglesia. Se sienten católicos pero no han asumido los valores cristianos. Santo Domingo explica las consecuencias negativas que nacen de esta falta de compromiso cristiano: el mundo del trabajo, de la política, de la economía, de la ciencia, del arte, de la literatura y de los medios de comunicación social no son guiados por criterios evangélicos y se da una incoherencia entre la fe que se dice profesar y la vida real

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que se lleva (Santo Domingo 96). Una minoría rica y poderosa, que se llama cristiana y defensora de la tradición occidental, ha utilizado durante mucho tiempo la fe como instrumento para mantener sus privilegios de grupo social. Actualmente cristianos latinoamericanos de los sectores dirigentes reducen su fe a prácticas de piedad que no se traducen en actitudes evangélicas de vida.

Por otro lado, también en los sectores populares muchos viven su fe cristiana al margen de la vida e incluso de forma alienante. Para otros, la fe se reduce a celebraciones religiosas populares, que poco tienen que ver con su vida moral, personal y familiar en el esfuerzo de luchar por la justicia y salir de esta situación de pobreza. Parecería que para la gran mayoría la fe es sólo un consuelo para resignarse y esperar con paciencia el premio en la otra vida. El cristianismo se convierte en este caso, de hecho, en una droga, en un calmante adormecedor. Puebla reaccionó frente a esta situación: «Vemos, a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe. En esta angustia y dolor la Iglesia discierne una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos y que tienen capacidad de cambiar” (Puebla 28).

Y Santo Domingo denuncia de nuevo este grave divorcio entre la fe y la vida: «La falta de coherencia entre la fe que se profesa y la vida cotidiana es una de las varias causas que generan pobreza en nuestros países, porque los cristianos no han sabido encontrar en la fe la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social, económica y política de nuestros pueblos. «En pueblos de arraigada fe cristiana se han impuesto estructuras generadoras de injusticia (Puebla 437)». (Santo Domingo 161). Frente a esta situación de pobreza y de un cristianismo alienante y alienado, que vive el divorcio entre la fe y la vida, ha surgido en toda América Latina una doble toma de conciencia. Por un lado, se ve que esta situación de pobreza no es casual ni natural, ni mucho menos querida por Dios, sino fruto de estructuras económicas, sociales y políticas injustas (Puebla 30). También ha surgido un despertar cristiano: el Evangelio no puede servir de excusa para oprimir al pueblo, ni de droga para evitar cambiar la situación. Pero en la década de los 90 todo se ha vuelto confuso y difícil. Es en este contexto de búsqueda donde otra vez aparece la pregunta: ¿Qué es ser cristiano hoy en A.L.? ¿Cómo ser cristiano en el umbral del tercer milenio, cuando el neoliberalismo todo lo invade, han desaparecido las estrategias de cambio de la década de los 70-80 y no existen en el horizonte otras alternativas? ¿Cómo vivir el espíritu del Vaticano II, a los 30 años de su clausura, cuando parece que algunos sectores eclesiales desearían olvidarlo?

II. SER CRISTIANO NO ES DECIR…

Antes de responder de forma positiva a la pregunta qué es ser cristiano, es necesario deshacer los equívocos de inadecuadas o falsas definiciones del cristianismo.

1. «Soy cristiano porque fui bautizado y participo de fiestas». Ser cristiano no consiste simplemente en cumplir determinadas prácticas religiosas.

Todo grupo religioso ciertamente tiene oraciones, ceremonias, fiestas y prácticas rituales, pues de lo contrario se convertiría en una simple ideología intelectual para minorías. Pero para ser cristiano no basta haber sido bautizado, haber hecho la primera comunión, asistir a las

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procesiones de Semana Santa, peregrinar a santuarios de la Virgen, participar de fiestas, rezar a los santos... Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus prácticas religiosas, sin embargo Jesús los denunció como hipócritas (Mt. 23) y en la parábola del buen samaritano criticó al sacerdote que, apurado por cumplir con sus ritos religiosos, pasó de largo junto al herido del camino (Lc 10,25-37). El rito es necesario, pero no es suficiente para ser cristiano.

2. «Soy cristiano porque estudié el catecismo y recito el credo». Ser cristiano no es limitarse a aceptar algunas verdades de fe, a recitar el credo o

aprender el catecismo. Muchos que conocen y profesan correctamente la doctrina cristiana están, en la práctica, muy lejos del Evangelio. Hemos visto años atrás en América Latina a gobiernos de facto que se profesaban católicos y sin embargo violaban los más elementales derechos humanos. También hoy muchos se profesan católicos y sin embargo están vinculados con el narcotráfico, la corrupción y el robo. Es necesario aceptar la fe de la iglesia, pero esto no basta para ser cristiano. El cristianismo no es solo una doctrina, es una vida.

3. «Soy cristiano porque es nuestra costumbre». Ser cristiano no se identifica con seguir una costumbre de siglos a través de un

ambiente. Toda religión reconoce la importancia de la historia, pero el cristianismo no es simplemente una cultura, un folclor, un arte, una tradición inmemorial que se transmite a través de los años. Ser cristiano no es un hábito como celebrar el carnaval, cantar música autóctona, degustar comidas típicas o usar los trajes de la región. Se es cristiano en diferentes lugares, tiempos y culturas. Ser cristiano supone una opción personal propia.

4. «Soy cristiano porque creo en la otra vida». Ser cristiano no puede consistir únicamente en creer en el cielo, prepararse para la otra

vida, esperar en el más allá después de la muerte, mientras se desinteresa por las cosas del presente o se limita a sufrirlas con resignación. La fe cristiana afirma la existencia de una vida eterna, la resurrección de los muertos, el juicio final y la consumación de esta tierra. Pero, como dice el Concilio Vaticano II, la esperanza de una tierra nueva no debe amortiguar la preocupación por transformar y cambiar esta historia (La Iglesia en el mundo contemporáneo, GS 39). Entonces no se puede llamar cristiano a quien se desinteresa de las preocupaciones históricas, con la excusa del cielo y de que pronto vendrá el fin del mundo.

5. «Soy cristiano porque creo en Dios». Evidentemente el cristiano cree en Dios. Pero ser cristiano no es simplemente creer en

Dios, sino creer en el Dios que Jesús nos reveló, el Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo. También los Judíos y Mahometanos, Budistas, Hindúes, Testigos de Jehová y miembros de otras antiguas o nuevas religiones de la humanidad, creen en Dios, origen y fin último de todo. Por más que sus esfuerzos por ir hacia Dios estén bajo el amor providente y la fuerza del Espíritu, los miembros de estas religiones no pueden ser llamados cristianos, pues no creen en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, ni en el Dios Padre de Jesús.

6. «Soy cristiano porque creo en la Virgen». Los católicos tenemos una gran devoción a María, por ser la Madre de Jesús, y no

sería cristiano pleno quien negase esta devoción. Pero el centro de la fe cristiana no es María, ni los santos, sino Jesús, nuestro Señor, el único Mediador entre Dios y los seres humanos, el Cristo, el Salvador y Redentor, que murió y resucitó por nosotros. María nos lleva a Jesús y nos repite lo que dijo a los servidores de las bodas de Caná: «Hagan todo lo que él les mande» (Jn 2,5). La devoción a María y a los santos debe inspirarse en la Biblia y en la tradición de la Iglesia, que se centra en Jesucristo.

7. «Soy cristiano porque hago el bien y no hago mal a nadie».

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Ser cristiano no es simplemente hacer el bien y evitar el mal. Esto es ciertamente fundamental para todo cristiano; si no la fe cristiana resulta vacía. Ya en la carta de Santiago se dice: «¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga que tiene fe, si no tiene obras? «(St 2,14). El juicio final para todos los pueblos será sobre nuestras obras (Mt 25,31-45). Pero no basta hacer el bien para llamarse cristiano. Existen personas honestas, que trabajan por construir un mundo mejor e intentan luchar contra la corrupción y la injusticia, impulsados por motivos nobles y por una ética humanística y, sin embargo, a pesar de sus aportes y valores, no pueden ser llamados propiamente cristianos. La vida cristiana tiene que ver con Jesucristo.

Ser cristiano no se identifica con ninguna de estas posturas u otras semejantes. Algunas son comunes a toda persona honrada que tenga una orientación humanista (hacer el bien), otras son propias de toda religión (hacer el bien, creer en Dios), otras admiten elementos necesarios pero no suficientes (practicar algunos ritos religiosos, aceptar verdades de la fe), algunas son mutilaciones del cristianismo (reducirlo a una mera costumbre o prepararse para la otra vida). Seguramente la contradicción de cristianismo de A.L. y el divorcio entre fe y vida nace de la identificación de muchos cristianos con algunas de estas formas inadecuadas de cristianismo (costumbres, prácticas, creencias...). El surgir de la Iglesia latinoamericana está ligado a una visión más auténtica del ser cristiano.

¿Qué sería, pues lo ideal del ser cristiano?

III. SER CRISTIANO ES SEGUIR A JESÚS

No se puede ser cristiano al margen de la figura histórica de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36). Lo cristiano no es simplemente una doctrina, una ética, una práctica ritual, o una tradición religiosa. Cristiano es todo lo que se relaciona con la persona de Jesucristo. Sin él no hay cristianismo. Lo cristiano es Él mismo. Los cristianos son los seguidores de Jesús, sus discípulos. En Antioquía, por primera vez los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos (Hch 11,26). Y Jesús es un hombre, un ser de carne y hueso, que ha entrado en nuestra historia, miembro del pueblo de Israel (Mt, 1,1-17) y de nuestra humanidad (Lc 3,23-38), hecho semejante a nosotros en todo menos en el pecado (Hb 4,15). Es el verdadero hombre (Jn 19,5; 1 Cor 15,45), que nos muestra el camino para que seamos seres verdaderamente humanos según el plan de Dios. Jesús viene a revelarnos el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, el sentido de la historia y el horizonte de nuestra esperanza. El viene a ayudarnos a transformar nuestro mundo, no a huir de él. Ser cristiano no es negar nuestra condición humana sino vivirla plenamente, no es añadir desde fuera una serie de ritos y prácticas a nuestra vida sino vivir con profundidad nuestra humanidad.

La vida cristiana es un Camino (Hch 9,2), el camino del seguimiento de Jesús. Los Apóstoles, primeros seguidores de Jesús, son el modelo de toda vida cristiana. Ser cristiano es imitar a los Apóstoles en el seguimiento de Jesús. De los Apóstoles se dice que siguieron a Jesús (Lc 5,11) y a este seguimiento es llamado todo bautizado en la iglesia. Los Apóstoles no fueron únicamente los discípulos fieles del Maestro, que aprendieron sus enseñanzas, como los jóvenes de hoy aprenden de sus profesores. Ser discípulo de Jesús comporta para los Apóstoles estar con él, entrar en su comunidad, participar de su misión y de su destino (Mc 3,13-14; Mc 10,38-39). Jesús no funda una escuela académica sino que inicia un nuevo estilo de vida.

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Seguir a Jesús hoy no significa memorizar sus palabras o imitar mecánicamente sus gestos, sino continuar su camino, «pro-seguir su obra, perseguir su causa, con-seguir su plenitud» (L. Boff). El cristiano es el que ha escuchado, como los discípulos de Jesús, su voz que dice: «Sígueme» (Jn 1,39.44; Jn 21,22) y se pone en camino para seguirle.

¿Pero qué supone seguir a Jesús? 1. Seguir a Jesús supone reconocerlo como el Señor. Nadie sigue a alguien sin motivos. Los Apóstoles siguieron a Jesús porque él era el

Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29.37), el Mesías, el Cristo (Jn 1,41), aquel de quien escribió Moisés en la ley y los profetas (Jn 1,45), el Hijo de Dios, el Rey de Israel(Jn 1,49). Ante Jesús, Pedro exclama: Señor, apártate de mí, que soy un pecador» (Lc 5,8). Los Apóstoles reconocen a Jesús como aquél que los profetas habían anunciado por Mesías futuro y que Juan Bautista había proclamado cercano (Jn 1,26; Lc 3,16).

Hoy el cristiano reconoce que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), la Puerta (Jn 10,7), la Luz (Jn 8,12), el Buen Pastor (Jn 10,11.14), el Pan de vida (Jn 6), la Resurrección y la Vida (Jn 11,25), la Palabra encamada (Jn 1,14), el Cristo, el Hijo del Dios Vivo, (Mt 16,16), el Hijo del Padre (Jn 5,19- 23; 26-27; 36-37; 43), el que existe antes que Abrahán (Jn 8,58), el Señor Resucitado (Jn 20-21), el Juez de Vivos y Muertos (Mt 25,31-45), el Principio y el Fin, el que es, era y ha de venir, el Señor del Universo (Ap 1,8).

El cristiano no sigue a cualquiera, sino al Señor, de quien parte la iniciativa para que le sigamos. El es quien siempre llama y nos dice a cada uno de nosotros «Sígueme». El es quien nos elige para que demos fruto (Jn 15,16). El llamado viene de El, a través de la Escritura, de la Iglesia o de los acontecimientos de la historia. Ante esta vocación el cristiano exclama como Pedro: «¿Señor a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68).

La fe cristiana no consiste propiamente en aceptar doctrinas, sino en reconocer a Jesús como Señor y seguirle. El Credo es la profesión de fe de quien sigue a Cristo. El Credo enseñado a los catecúmenos en el tiempo de su preparación al bautismo, no era una simple lección de memoria, sino la contraseña que les identificaba como seguidores de Jesús ante un mundo que les perseguía. Sabían a quién seguían, sabían de quién se fiaban, (2 Tm 1,12) y como Pablo, todo lo consideraban basura frente al conocimiento de Cristo (Flp 3,7-21).

Seguir a Jesús es convertirse al Señor, cambiar la orientación de la vida. Significa escoger la vida y no la muerte (Dt 30 19). Los primeros cristianos en el catecumenado realizaban una solemne renuncia a Satanás y a sus estructuras antes de adherirse a Cristo por el bautismo (Jn 8,44). Todavía quedan en nuestra liturgia bautismal los vestigios de esta renuncia («¿Renuncias a Satanás... y a sus obras?» "¿Crees en Dios Padre.. crees en Jesucristo... crees en el Espíritu Santo?»). Pero todo esto debe hoy profundizarse y actualizarse, Nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero (Mt 6,24).

2. Seguir a Jesús significa aceptar su proyecto. Jesús tiene un proyecto, una misión: anunciar y realizar el Reino de Dios (Mc 1,15).

Este es el plan que el Padre le ha encomendado, formar una gran familia de hijos e hijas, de hermanas y hermanos, un hogar, una humanidad nueva, los nuevos cielos y la nueva tierra que los profetas habían predicho (Is 65,17-25). Esta es la gran Utopía de Dios, el auténtico paraíso descrito simbólicamente en los relatos de la creación del Génesis (Gen 1-2), donde la humanidad vivirá reconciliada con la naturaleza, entre sí y con Dios, de modo que el ser humano sea señor del mundo, hermano de las personas e hijo de Dios (Puebla 322). Esta Buena Noticia es algo integral, ya que abarca a toda la persona (alma y cuerpo), a todo el mundo (personas y comunidades) y aunque se consumará en el más allá, debe comenzar aquí en nuestra historia presente. Este Reino de Dios es liberación de todo lo que oprime a la

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humanidad, del pecado y del Maligno (Pablo VI, Sobre la evangelización de los pueblos, EN 9). Es en este contexto que tiene sentido explicar y aprender el Padre Nuestro, como se hacía en el antiguo catecumenado. El Padre Nuestro no es sólo una fórmula para orar, sino un compendio del programa de Jesús, el Reino del Padre, el cumplimiento de su voluntad, un mundo donde haya pan y perdón, liberado de todo mal y victorioso de toda tentación. En ello el Padre es glorificado, pues la gloria de Dios consiste en que el Reino de Dios venga a la humanidad y todo el mundo viva como hijos e hijas del Padre.

Las parábolas del Reino hablan de esta gran Utopía de Dios como un tesoro y una perla, por cuya adquisición vale la pena venderlo todo (Mt. 13,44-46). Los Apóstoles ante el proyecto de Jesús, dejan sus barcas y redes y le siguen (Lc 5,11), mientras que el joven rico se alejó triste de Jesús porque tenía muchas riquezas y no quería aceptar el proyecto de fraternidad universal de Jesús (Mt. 19,22). Para seguir a Jesús las riquezas son un gran impedimento (Mt 19,23-21; Lc 6,24-26; 12,13-34...), contrasta con la opinión y la práctica de muchos ricos de América Latina, que se consideran muy cristianos...

3. Seguir a Jesús es continuar su estilo evangélico. El programa de Jesús, el Reino de Dios, es inseparable de sí, ya que en Él el Reino de

Dios se encarna y personifica, con Él el Reino se acerca a la humanidad (Lc 11,20). Jesús posee un estilo propio y peculiar de anunciar y realizar el Reino.

Nacido pobre (Lc 2,6-7), hijo de una familia campesina y trabajadora sencilla (Lc 1,16; 4,22; Mc 6,3), se siente enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18), a sanar a pecadores, enfermos y marginados (Lc 7,21-23). Jesús a lo largo de su vida va discerniendo lentamente su misión y el camino que el Padre desea. Rechaza las tentaciones de poder y prestigio (Lc 4,1-13), reconoce que el Padre revela el misterio de Dios a los sencillos y lo oculta a los sabios y prudentes de este mundo (Mt 11,25-26), se solidariza en todo con los hombres y mujeres, menos en el pecado (Hb 4,15), se compadece del pueblo disperso que anda como ovejas sin pastor (Mc 6,34), bendice al pueblo pobre (Lc 6,21-23) y lanza su grito de denuncia profética contra los ricos (Lc 6,24-26) y los fariseos hipócritas (Mt 23): ¡ay de ustedes…!

Jesús constituye a los pobres en jueces de la humanidad y toma como propio cuanto se haga u omita con ellos (Mt 25,31-45; Mc 9,36-37).

Esta opción de Jesús le produjo conflictos y le llevó a la muerte. Su muerte es un asesinato tramado por sus enemigos, pero su resurrección no sólo es el triunfo de Jesús, sino la confirmación por parte del Padre de la validez de su camino. Mientras vivió en este mundo, Jesús fue tomado por loco (Mc 3,21), blasfemo (Mt 26,65), borracho (Lc 7,34), endemoniado (Lc 11,15), pero el Padre al resucitarlo muestra que el camino de Jesús es el auténtico camino del Reino y de la vida. Jesús tenía razón en haber seguido el estilo evangélico del Siervo de Yahvé (Is 42; 49; 50; 53). Lo proclamado misteriosamente en el Bautismo (Mc 1,9-11) y la Transfiguración (MC 9,1-8), se realiza en la resurrección: Jesús es realmente el Hijo del Padre y a él debemos escucharle y seguirle. Seguir a Jesús es tomar la cruz y perder la vida, pero para ganar la vida eterna y salvarse (Mc 8,34-35).

Algunos resumen este estilo evangélico en los Mandamientos de la ley de Dios, ofrecidos por Moisés al pueblo de Israel (Ex 20, 1-21; Dt 5). Pero el decálogo deberá entenderse a la luz. de la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 20,1; Dt 5,6) y por tanto como leyes para vivir en la libertad de los hijos de Dios, como camino de bendición y de vida, para evitar la esclavitud, la maldición y la muerte (Dt 30,19). Dios se revela siempre en hechos humanizadores y liberadores. Pero en todo caso el decálogo debería completarse con las bienaventuranzas del Nuevo Testamento (Mt 5; Lc 6), que marcan el camino del Evangelio y radicalizan y complementan el Antiguo Testamento. El camino de Jesús no es el

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de los Faraones y poderosos de este mundo sino el de la libertad, la fraternidad y la solidaridad con el pueblo pobre. Este es el camino de bendición que lleva a la vida, mientras que el camino del Faraón (prepotencia, esclavitud, endurecimiento) conduce a la maldición y a la muerte propia y ajena. Jesús bendice al pueblo pobre e impreca a los ricos. Este es el estilo evangélico de Jesús, que a través de la cruz lleva a la resurrección.

4. Seguir a Jesús es formar parte de su comunidad. Jesús aunque llamó a los discípulos personalmente, uno por uno, a su seguimiento (Mc

3,13-19), formó con ellos un grupo, los Doce, a los que luego se sumaron hombres y mujeres hasta constituir una comunidad: la comunidad de Jesús (Lc 8,1- 3). Este modo de actuar del Señor no es casual, sino que corresponde al plan de Dios de formar un pueblo, a lo largo de la historia, para que fuese semilla y fermento del Reino de Dios (Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, LG 9). El pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, elegido y formado lentamente por Yahvé, desde Abrahán hasta María, era figura y semilla del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que Jesús preparó y creó por obra del Espíritu en Pentecostés (Hch 2). La Iglesia es la comunidad que mantiene la memoria de Jesús a través del tiempo, es su Cuerpo visible en la historia(l Cor 12), continúa profetizando el proyecto de Jesús, anuncia el Reino a los pobres, denuncia el pecado y realiza la fraternidad y la filiación de la humanidad, hasta hacer surgir en ella la Nueva Humanidad, los nuevos cielos y la nueva tierra en la nueva Jerusalén donde existirá plena comunión entre Dios y la humanidad (Ap 21).

La Iglesia prolonga en la historia el grupo de discípulos de Jesús y es la comunidad quien continúa su misión en este mundo. Es símbolo y sacramento de Jesús, sacramento de salvación liberadora en nuestra historia (Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, LG 1; 9; 48). Sus pastores (Papa, Obispos...) le guían en esta misión y prolongan la función de Pedro y los Apóstoles (Mt 16,18-19; Mt 18,18). Los sacramentos no son simples ritos para la salvación individual, sino momentos fuertes ocurridos en la vida de la comunidad eclesial, y su centro es la Eucaristía, el sacramento que alimenta a la Iglesia con el Cuerpo y Sangre de Cristo y la edifica como Cuerpo de Cristo en la historia (1 Cor 10,17). La catequesis de los sacramentos debe enmarcarse dentro de la comprensión de la Iglesia como comunidad de Jesús.

Querer seguir a Jesús al margen de la Iglesia es un peligroso engaño; Pablo descubrió a través de su conversión (Hch 9,5- 6) que la comunidad de los cristianos es el Cuerpo de Jesús (1 Cor 12-27), es Cristo presente en forma comunitaria. Pero la Iglesia deberá continuamente convertirse al Reino de Dios, objetivo central de su misión y recordar siempre que Jesús siendo rico se hizo pobre (2 Cor 8,9) y fue enviado para evangelizar a los pobres y salvar lo perdido (Lc 4,18; 19,10), así lo proclama el Vaticano II (Constitución sobre la Iglesia, LG 8), la Iglesia de América Latina, al hablar de la opción preferencial por los pobres (Puebla 1134; Santo Domingo 178-180; 275; 296; 302).

5. Seguir a Jesús es vivir bajo la fuerza de su Espíritu. Seguir a Jesús, formar parte de su comunidad, continuar su proyecto en la historia, son

realidades que nos superan, pero Jesús prometió su Espíritu a sus discípulos (Jn 14,17) y este Espíritu es la fuerza y el aliento vital que anima, vivifica, guía, santifica, enriquece y lleva a su plenitud la comunidad de los seguidores de Jesús (Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, LG 4). El Espíritu convierte el seguimiento en una vida nueva en Cristo, en una comunión vital con el Resucitado en su Iglesia, nos hace pasar de una ética voluntaria a la mística de permanecer en El y vivir de su alimento vital, como el sarmiento en la vid (Jn 15). Seguir a Jesús presupone una experiencia espiritual de Jesús como Señor, estar con Él, ser su Compañero y amigo (Mc 3,15).

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Este Espíritu, don de Dios para los tiempos del Mesías es un Espíritu de justicia y derecho para los pobres y oprimidos (Is 11; 42; 61), el mismo Espíritu guió toda la vida y la misión de Jesús (Lc 4,18), ungido por el Espíritu pasó por el mundo haciendo el bien y liberando de la opresión del Maligno (Hch 10,38). Este Espíritu es el que nos hace llamar a Dios Padre (Gal 4,4) y es el que gime en el clamor de la creación y de los pueblos en busca de su liberación (Rm 8,18-27). En el clamor de los pobres de AL, el Espíritu clama y pide liberación (Puebla 87-89). Este Espíritu es el que da fortaleza a los perseguidos y mártires del continente (Mc 13,11) y es el que da esperanza y alegría al pueblo latinoamericano, esperando días mejores: son dolores de parto de algo nuevo que está naciendo (Jn 16,21).

Seguir a Jesús implica aceptar y vivir todo esto. Es un camino que requiere discernimiento para recrear en cada instante de la historia las actitudes de Jesús y los llamados de su Espíritu. Por todo ello ser cristiano en A.L. exige hoy una postura concreta de seguimiento a Jesús.

IV. ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DELSEGUIMIENTO DE JESÚS EN AMÉRICA LATINA HOY

Este seguimiento de Jesús hoy en A.L., debe revestir algunas características peculiares, dada la situación de pobreza y miseria de un continente mayoritariamente cristiano.

1. Cambio de actitud.Ser cristiano en América Latina hoy, supone un cambio de actitud. No puede

prolongarse por más tiempo la situación de una fe separada de la vida, que oculte la injusticia social, sirviendo de instrumento de dominación para unos pocos y de resignación para la mayoría. Este cambio de actitud supone una conversión tanto de corazón como de mentalidad y sobre todo de práctica cristiana. Podríamos resumirla como el paso de una religión meramente sociológica a una fe personal, de una religión reducida a conceptos y doctrina a una fe vital y existencial; de una religión espiritualista a una fe integral e histórica; de una religión puramente privada a una fe pública e histórica; de una religión individualista a una fe comunitaria y eclesial; de una religión neutral a una fe comprometida y solidaria con los sectores populares y empobrecidos.

2.· Opción evangélica por los pobres. Ser cristiano en A.L. hoy significa comprometer una opción evangélica y preferencial

por los pobres, firme e irrevocable, no exclusiva ni excluyente, que sigue a Jesús, en la evangelización a los pobres (Lc 4,1 8-19). El deseo del Papa Juan XXIII al determinar la Iglesia como Iglesia de todos, pero especialmente Iglesia de los pobres, ha sido asumido por Juan Pablo II y por las Conferencias de los obispos de A.L. en Medellín, Puebla y Santo Domingo (Santo Domingo 178, 296, 302).

Opción que implica una clara actitud de rechazo y denuncia de la realidad-injusta de A.L., contraria a los planes de Dios (Puebla 28), quien creó la tierra para que todos viviéramos digna y fraternalmente. Significa comprometerse desde la fe a un cambio de realidad de pobreza y exclusión, inhumana y degradante, solidarizándose con todos los esfuerzos de los sectores populares por liberarse de esta situación.

Compromete una verdadera Conversión personal y eclesial:

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«Descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el rostro del Señor (Mt 25,31-45) es algo que desafía a los cristianos a una profunda conversión personal y eclesial. En la fe encontramos los rostros desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación de la deuda externa y de las injusticias sociales; los rostros desilusionados por los políticos que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los rostros angustiados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que carecen de lo mínimo para sobrevivir dignamente» (Santo Domingo 178).

3. Asumir la pluralidad de culturas. Ser cristiano en A.L. hoy, supone asumir la pluralidad de culturas, originarias y

modernas, de nuestros pueblos. La realidad multiétnica y pluricultural de A.L. y del Caribe, es un desafío para los cristianos. La opción evangélica por los pobres se define como apoyo a las culturas originarias (indígenas, afroamericanas y mestizas), justificando el derecho a vivir de acuerdo con su identidad, con su lengua y costumbres, en su tierra. Desafío que comporta también reconocer los valores humanos y religiosos presentes en estas culturas, fruto de la acción del Espíritu. Pueblos que tienen derecho a vivir el Evangelio desde su propia cultura, lo cual implica para toda la Iglesia un gran esfuerzo de inculturación de la fe, en la predicación, catequesis, liturgia, mora y espiritualidad. La Conferencia de Santo Domingo, celebrada después de los 500 años de la primera evangelización, pide perdón por los pecados y errores del pasado, al igual que impulsa este compromiso evangélico con las culturas originarias (Santo Domingo 243-251, 299, 302). Pero también propone un diálogo evangélico con la cultura urbana moderna y postmoderna, que penetra con fuerza no solo en las ciudades, sino en todos los ambientes (Santo Domingo 252-262; 298, 302).

Ser cristiano hoy en A.L. significa vivir el Evangelio desde sus respectivas culturas, para que no sea un barniz superficial, sino que penetre el corazón y las raíces de toda la vida.

4. Compromisos con mujeres y jóvenes. Ser cristiano siguiendo a Jesús en AL hoy significa un compromiso especial con las

mujeres y los jóvenes. Más de la mitad de las mujeres del continente, sufren la pobreza de A.L.: la pobreza

tiene rostro femenino. Pero además de la pobreza las mujeres sufren explotación sexual y diversas formas de exclusión en la sociedad y en la Iglesia. Un compromiso cristiano con la mujer implica reconocer y defender su dignidad y sus derechos en la sociedad y en la Iglesia, denunciar los atropellos que sufre e incorporarla al proceso de toma de decisiones en los ámbitos de la familia, del trabajo, de la política, de la cultura y de la Iglesia, en reciprocidad y diálogo con el varón (Santo Domingo 104-110).

El compromiso con los jóvenes significa tener en cuenta tanto su situación de pobreza y marginación social como su potencial renovador para la sociedad y la Iglesia (Santo Domingo 111-120,293; 302).

En este compromiso, la mujer y el joven se convierten hoy en sujetos dinámicos y vivos para un pleno ajuste a la sociedad y a la Iglesia.

5. Vivir en una comunidad eclesial. Seguir a Jesús hoy en A.L. significa tomar conciencia que el compromiso cristiano de

los bautizados se ha de vivir en una comunidad eclesial concreta, donde se profundice y alimente continuamente la vida de fe cristiana. Las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), surgidas en A.L. en estos últimos años, ofrecen un lugar óptimo para ello (Medellín 15,10-12;

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Puebla 641-643; Santo Domingo 61-63), son la célula eclesial fundamental, un lugar privilegiado para vivir el compromiso con los sectores populares, la promoción humana y la inculturación de la fe. En las CEBs el liderazgo de las mujeres y la presencia de los jóvenes tiene un amplio espacio de acción. En estas comunidades la fe puede ser continuamente alimentada por la Palabra, la oración y la celebración sacramental, pero siempre desde la realidad social y cultural del pueblo, animando un compromiso por el Reino y sus valores. Estas comunidades son hogar de acogida, impulso profético contra las injusticias, santuario de fe y de experiencia espiritual, centro de acción samaritana hacia los más necesitados, lugar de esperanza y alegría festiva, en comunión con las demás comunidades locales y con la Iglesia universal que preside el obispo de Roma. Estas comunidades son también un foco de formación humana y cristiana, desde los valores culturales y vivencias de la religiosidad popular. Tal vez el crecimiento de las sectas o Nuevos Movimientos Religiosos en A.L. se debe, entre otras causas, al hecho de que muchos católicos no han experimentado dentro de su propia Iglesia una experiencia de comunidad viva y participativa, solidaria y sencilla, orante e inculturada.

6. Defender la tierra y la ecología. Ser cristiano hoy en A.L. significa defender la tierra y la ecología. La tierra, don de

Dios y centro integrador de la vida de la comunidad humana para las Culturas originarias se ha convertido en objeto de lucro y explotación mercantilista. En A.L., «cinco siglos de presencia del Evangelio... no han logrado aun una equitativa distribución de la tierra» que «está todavía, por desgracia en manos de minorías» (Juan Pablo II, Mensaje para la Cuaresma de 1992).

Esta explotación mercantilista de la tierra en provecho de unos pocos, no respeta la naturaleza como obra del Creador, causa un desarrollo no sostenible, agota los recursos de la tierra y genera una crisis ecológica, cuyas funestas consecuencias comenzamos ahora a considerar.

Ser cristiano en A.L. y el Caribe implica tomar conciencia de toda la problemática de la tierra y de la ecología y asumir una postura de ética ecológica, fomentando un desarrollo sostenible para todos, en una actitud de sobriedad y solidaridad, defendiendo la tierra originaria de los campesinos y poblaciones indígenas (Santo Domingo 169-177). La tierra es nuestra madre y patria común, no podemos convertirnos en satánicos devastadores de la obra de Dios. Al clamor de los pobres se suma ahora el clamor de la tierra, que gime por haber sido sometida a la esclavitud (Rm 8,22). Y las primeras víctimas de la agresión ecológica no son las especies animales o vegetales, sino los pobres. Defender la tierra y la ecología forma parte de la opción por los pobres. Francisco de Asís, en su amor a los pobres y a la naturaleza, puede ser un modelo válido para nosotros de esta reconciliación con lo creado y con los seres humanos todos entre sí (Santo Domingo 170).

7. Creer en el Dios de la vida y la esperanza.Finalmente, podríamos afirmar que el seguimiento a Jesús en A.L. hoy significa creer

en el Dios de la vida y la esperanza. La postura cristiana no puede ser negativa, la lucha contra los dioses de la muerte se orienta a favor del Dios de la Vida y de la Esperanza, del Dios creador de la vida, de Jesús que ha venido para que tengamos vida abundante (Jn 10,10), del Espíritu de Vida, fuente de nuestra esperanza. La Iglesia quiere estar «al servicio de la vida» (Santo Domingo 302), desde el nacimiento hasta la muerte, incluyendo no sólo la vida biológica y material sino también la dimensión social, cultural, ecológica, religiosa y espiritual. La gloria de Dios consiste en que la persona humana tenga vida, pero la vida culmina al participar de la vida de Dios, afirmaba en el siglo II el obispo mártir de Lyon, S. Ireneo.

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Como recuerda el Mensaje final de Santo Domingo a los pueblos de A.L. y el Caribe, Jesús sale a nuestro encuentro, como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, comparte nuestras angustias y preocupaciones, nos ilumina con su Palabra y parte para nosotros el pan para que podamos recuperar la esperanza y anunciar la Buena Nueva a todos (Lc 24,13-35; Mensaje de Santo Domingo 13-27).

Podríamos resumir el seguimiento de Jesús hoy en A.L. en diez mandamientos del Dios de la vida, entendiendo que incluye la dimensión material, cultural y religiosa, lo personal y lo social, la ecología y la historia de los pueblos:

1. Creerás que Dios es el Dios de la Vida, que desea la vida plena y en abundancia para todos, no la muerte.

2. No utilizarás el nombre del Dios de la Vida para atentar contra la vida de nadie.3. Agradecerás a Dios tu vida, la vida de tu pueblo Y la vida de la tierra y la celebrarás

como un gran don y una tarea.4. Defenderás toda vida amenazada Y honrarás a los que te han dado vida y la han hecho

crecer.5. No matarás de ningún modo la vida, pues toda vida es de Dios y sólo Dios es el Señor

de la vida.6. Amarás y gozarás la vida sin egoísmo, pues la vida es para ser compartida.7. No te apropiarás en exclusividad de los bienes de la tierra que han sido creados para

vivir dignamente.8. Compartirás la vida con tu pueblo, con toda verdad y sinceridad.9. Trabajarás para que todos tengan lo suficiente para vivir.10. Pondrás tu vida al servicio de los demás, hasta arriesgar tu vida por la vida de los

otros.Estos diez mandamientos se resumen en dos: Amarás tu vida y la vida de tu pueblo

como Vida de Dios.En la medida en que A.L., pueblo pobre y creyente, transite este camino, su

cristianismo será auténtico y la realidad se acercará a la utopía mesiánica que Isaías describió y Mons. Romero repetía a su pueblo:

«Harán sus casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán sus frutos. Ya no edificarán para que otro vaya a vivir, ni plantarán para alimentar a otro. Los de mi pueblo tendrán larga vida como los árboles y mis elegidos vivirán de lo que hayan cultivado con sus manos. No trabajarán inútilmente, ni tendrán hijos destinados a la muerte pues ellos y sus descendientes serán una raza bendita de Yahvé» (Is 65,21-23).

SEGUNDA PARTECLAVES DE LECTURA DEL CRISTIANISMO

I. CLAVES O ESQUEMAS MENTALES

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Hemos definido el ser cristiano en A.L. hoy como un seguimiento de Jesús que prosigue su obra liberadora en un mundo estigmatizado por signos de muerte y anhelante de una vida plena. Hemos visto que aparecen también signos de esperanza y nuevos agentes sociales, como las culturas originarias, la mujer, los jóvenes, las CEBs, los movimientos en favor de la tierra y en defensa de la ecología, constituyendo así nuevos desafíos para la Iglesia de hoy. El seguir a Jesús hoy en A.L. exige de nosotros un cambio de actitud y de mentalidad, una verdadera conversión.

Para muchos este cambio de enfoque del cristianismo resulta sorprendente e incluso contradictorio con la orientación de la fe aprendida: ¿Acaso el Evangelio cambia? ¿El Evangelio no es algo eterno y para siempre? ¿Se deberá esta nueva forma de interpretar la fe a ideologías sospechosas y extrañas al cristianismo? ¿Qué nos garantiza no tener durante algunos años nuevas formulaciones Cristianas? ¿Por qué se habla de ser cristiano en A.L.? ¿Acaso la Iglesia no es igual en todas partes? Estas preguntas exigen mayor reflexión. Por eso a la Primera Parte, un tanto expositiva y afirmativa, hemos añadido una Segunda, que no se dirige a todos, sólo a los que se interesan por tener una mayor explicación del cristianismo como seguimiento de Jesús y la causa por la que se requiere un estilo especial hoy en A.L. Para comenzar a clarificar estas preguntas hemos de partir de una particularidad: una cosa es la fe y otra la reflexión o formulación que hacemos de ella. La fe, don del Espíritu, por el cual nos adherimos personal y vitalmente al misterio de Jesús Nuestro Señor y Salvador, penetra más allá de todos los conceptos, trasciende las formulaciones más correctas y gracias al don del Espíritu nos hace participar de la vida de Dios. Por el contrario, la reflexión que hacemos de la fe, está siempre marcada por la cultura, el lenguaje, la época, la situación personal, la forma de comprender la realidad. Como dijo Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, el día 11 de octubre de 1962: «una cosa es el depósito mismo de la fe, es decir las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa».

La misma Sagrada Escritura no escapa a esta ley profundamente humana. La comprensión y expresión de la revelación de Dios por parte de los autores bíblicos del tiempo de la monarquía Davídica o Salomónica, no es la misma que la de la escuela Sacerdotal escritas después del exilio de Israel. La visión de Jesús en el Evangelio de Marcos es diversa de la de Lucas, y la versión de los llamados Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) difiere de la del Evangelio de Juan. Los escritos paulinos poseen características propias muy distintas de los Evangelios. En el Nuevo Testamento hay diversas eclesiologías, como respuesta a contextos históricos y culturales, lejos de oponerse, se complementan y enriquecen mutuamente. No debe extrañarnos que también en la historia de la Iglesia se presenten formas particulares de lectura y comprensión del Evangelio. Existe una historia de la teología. El magisterio de la Iglesia vela para que lecturas como éstas no se desvíen de la correcta tradición eclesial y se ajusten a la Escritura. Pero el mismo magisterio también tiene su historia y está condicionado por la mentalidad de cada época, lo cual no invalida su misión, cuenta con una asistencia especial del Espíritu. Es así que a lo largo de la historia de la Iglesia hay una serie de sínodos y concilios que responden a las exigencias pastorales del momento y manifiestan la verdad de la fe en los nuevos contextos culturales. Una fe que no se expresa en la cultura de la época sería incomprensible e irrelevante.

Esta misteriosa pero real diversidad histórica y cultural en la comprensión de la verdad de fe, no es un fenómeno exclusivo del cristianismo o del ámbito religioso, sino una ley profundamente humana que, bien entendida, no lleva al escepticismo ni al relativismo, sino a una búsqueda humilde y constante de la verdad plena. La humanidad avanza hacia una visión cada vez más amplia de la realidad. En este caminar existe una historia del pensamiento, de la ciencia, del arte, y también una historia de la teología o de la reflexión cristiana sobre la fe.

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Estas historias no son independientes unas de otras, pues la Iglesia no está fuera de la historia, sino inmersa en ella y el cristiano vive con sus contemporáneos la gran aventura de la humanidad. La historia de la salvación y de la revelación de Dios ocurre dentro de una única historia humana.

Por esto mismo, la historia de la teología, es decir el modo de reflexionar sobre la fe, no se puede separar de la evolución de los sistemas de pensamiento de la humanidad. Esto ayuda a establecer el diálogo entre la fe y los humanismos de cada época y permite anunciar el Evangelio a todas las culturas.

Podemos resumir lo dicho hasta ahora afirmando que nuestra experiencia de la realidad, también de la realidad de la fe, está situada en un contexto, siempre comprendida por nuestra forma de ser y de pensar. La forma como interpretamos una experiencia humana, por ejemplo de dolor o de gozo, de vida o de muerte, depende de factores como la edad, cultura, la situación humana, la época histórica, el contexto económico y social. Todo conocimiento de la realidad viene mediado por claves de lectura o esquemas mentales que nos ofrecen una visión unitaria y sintética de nuestra comprensión y valoración de toda acción concreta. Dicha clave de lectura permanece ligada a la cultura, a la historia, a los condicionamientos económicos, a la sicología personal y a otros muchos elementos. Pero a pesar de las diferencias existentes entre individuo e individuo, se puede constatar cierta unidad general o matriz que unifica la forma de pensar de un determinado grupo cultural en un momento histórico concreto. Son la matriz o el paradigma desde el cual interpretamos la realidad.

Señalemos un ejemplo clásico del campo científico, donde se ha estudiado con precisión la evolución de los cambios científicos. Hubo una época en la que se admitía la hipótesis del universo girando en torno a la tierra. Esta era la opinión de Ptolomeo. Defendía un esquema mental geocéntrico. Durante mucho tiempo la ciencia avanzó bajo esta cosmovisión.

Más tarde, surgieron algunos interrogantes que la ciencia no podía resolver desde aquella visión. Llegó un momento en que las dificultades del paradigma de Ptolomeo eran tan grandes que otro científico, Copérnico, cambió de esquema y afirmó que el centro del universo no era la tierra sino el sol, en torno al cual giraba la tierra. Este aspecto copernicano fue mucho más que una nueva afirmación científica, era un cambio de paradigma científico. Paradigma que en sus inicios chocó con los defensores de la visión anterior, hasta que finalmente la nueva clave de lectura fue aceptada.

Nosotros estamos viviendo no sólo una época de cambios sino un cambio de época, un cambio de paradigma. Esto explica los conflictos que se viven a todo nivel en la sociedad y también en la Iglesia. Los conflictos de la Iglesia del postconcilio son un claro ejemplo de choques de mentalidades o esquemas mentales.

Por todo ello puede ser interesante y clarificador presentar de forma sintética tres claves de lectura del cristianismo que hoy coexisten en la Iglesia, ligadas a diferentes esquemas mentales. Todo intento de tipificación es necesariamente, por su misma simplificación, empobrecedor y caricaturiza la realidad, mucho más rica y compleja. Pero tiene la ventaja de ayudarnos a comprender de forma sintética y esquemática lo que en la vida de cada día se escapa en medio de las mil facetas variables.

Aunque la exposición de los esquemas mentales no puede ser neutra, ya que siempre juzgamos desde esquemas concretos y optamos por uno de ellos, sin embargo deberíamos evitar toda forma de descalificación ética de otros esquemas. Cada uno capta parte de la verdad y está condicionado a un momento histórico sobre el cual es difícil juzgar desde otra situación histórica.

Estas consideraciones previas, un tanto abstractas, se clarificarán con la exposición de

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tres claves de lectura.

II. TRES PRESENTACIONES DE LA FE CRISTIANA

La comparación de tres catecismos o síntesis de la fe cristiana puede servirnos para ejemplificar tres claves de lectura de la fe. Se trata del Catecismo de Pío X, del Nuevo Catecismo para adultos de Holanda y de la síntesis ¿Qué Nuevas nos trae Santo Domingo? publicado en Bolivia.

1. El Catecismo de Pío X.Data de principios de siglo, responde a la preocupación del Papa por anunciar la fe a

los niños y prepararlos de este modo para la Primera Comunión. Se extendió rápidamente por la Iglesia universal. Comienza con la enseñanza de las primeras oraciones y fórmulas que han de memorizarse. A continuación presenta, con el método clásico de preguntas y respuestas, las primeras nociones de la fe cristiana; ¿quién nos ha creado? ¿Quién es Dios? ¿Para qué nos ha creado Dios? ¿Cómo se llaman las tres personas de la Santísima Trinidad? ¿quién es Jesucristo? Las tres partes del Catecismo corresponden al plan de lo que se debe hacer para vivir conforme a Dios: creer las verdades reveladas (por el Credo), guardar sus mandamientos (Mandamientos de la ley, Preceptos de la iglesia, Virtudes principales, con los auxilios de la gracia a través de los sacramentos, medios que conducen a la gracia) y a la oración. Acaba el Catecismo con las oraciones del cristiano para el día, para la confesión y comunión, la forma de rezar el rosario y de participar activamente en la misa.

Lo que llama positivamente la atención del catecismo es la claridad y el sentido práctico. Pero sorprende el enfoque individualista de la fe, la noción más filosófica que bíblica de Dios («Un Ser perfectísimo, Creador y Señor del Cielo y tierra»), el poco relieve de Jesucristo en la revelación de Dios y en toda la vida cristiana, y la visión meramente instrumental de los sacramentos, como medios para alcanzar la gracia y poder cumplir sus mandamientos. El método de preguntas y respuestas, aun dirigido a niños, responde a un tipo de mentalidad y pedagogía religiosa muy clásica. Puede servir de ejemplo para referirnos a los que llamáremos clave tradicional.

2. El Nuevo Catecismo para Adultos.Llamado comúnmente Catecismo Holandés, aparece en el año de 1966, es decir poco

después del Vaticano II. Fruto de un trabajo colectivo y de una serie de intercambios desarrollados por la Iglesia holandesa, pretende ofrecer un enfoque nuevo de la fe para adultos, con el fin de elaborar un catecismo dirigido a los jóvenes.

Sin preguntas ni respuestas, sin tecnicismos filosóficos o teológicos, es una invitación a la reflexión. No pretende dar respuestas definitivas, ofrece una visión histórica del dogma en el lenguaje existencial del hombre moderno.

Su punto de partida es el misterio del ser humano y de la existencia humana: ¿Quién soy? ¿Qué es la persona? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene este mundo? La vida humana, dice al comienzo el Catecismo, siguiendo un relato medieval, es como el breve tiempo del vuelo de un pájaro que entra por la ventana de una sala y después de un rato desaparece por otra...

Con un estilo narrativo e histórico muestra claramente cómo el ser humano busca a Dios a través de la historia y se describen las grandes religiones de la humanidad como caminos de búsqueda a Dios. Destaca el camino del pueblo de Israel que culminará en Cristo.

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El Hijo del hombre y la Iglesia camino de Cristo, constituyen lo básico del Catecismo. Por último un capítulo sobre el final del camino (vejez, escatología y Dios Trinidad). No nos interesa evaluar cada una de sus afirmaciones (algunas de ellas fueron objeto de reservas por parte del magisterio vaticano), sino confirmar su enfoque de la fe. Llama la atención un sentido antropológico, histórico, comunitario, y bíblico de fe, su apertura al hombre moderno, a las religiones y a los humanismos contemporáneos; todo ello en un estilo sencillo y comprensible para el hombre moderno de hoy. Evidentemente su trasfondo cultural, económico y religioso corresponde al de Europa Central de los años 60 y se respira un cierto optimismo, típico del mundo neocapitalista y liberal de aquellos años, bastante alejado de los problemas del Tercer Mundo. Es un ejemplo representativo de lo que llamaremos la clave moderna de la fe, sobre todo en su versión más europea.

3. ¿Qué nuevas nos trae santo Domingo? Hallar un catecismo o presentación de la fe que simbolice la nueva clave que emerge

en A.L. no es fácil, poseemos numerosos textos de autores de A.L., (C. Mesters, P. Casaldáliga, A. Londoño. J. Marins, F. Betto, J. Saravia, R. Muñoz, S. Galilea, M. Barros, E Moracho, JL. Caravias...) donde aflora esta nueva forma de expresar la fe. Escogemos ¿Qué Nuevas nos trae Santo Domingo?, publicado por Gregorio Iriarte y Marta Orsini en Cochabamba, en el año 1993, por su orientación pastoral y popular, su estilo didáctico y sencillo y aun no siendo propiamente un catecismo, presenta las ideas más novedosas de la IV Conferencia de Santo Domingo, realizada en el año 1992. Cada capítulo consta de tres partes: ¿Qué nos dice Santo Domingo? Reflexionamos sobre Santo Domingo, ¿Qué hacer? Y termina con un cuestionario para ser reflexionado en forma grupal y comunitaria . La primera parte trata de la Nueva evangelización (las CEBs, la parroquia, los laicos, la mujer, los jóvenes); la segunda parte aborda el tema de la Promoción humana (los derechos humanos, ecología, la tierra como don de Dios, el empobrecimiento, la opción por los pobres, el Nuevo orden económico, la integración de A.L.); la tercera y última parte abarca los problemas relacionados con la cultura (inculturación del Evangelio, cultura moderna, comunicación social y cultural).

Se dirige a grupos populares, comunidades de base, y pretende no sólo un conocimiento de los mejores aportes de Santo Domingo; también plantea pautas concretas de vida que conducen a una auténtica transformación de la Iglesia y de la sociedad. Esta presentación incluye dimensiones positivas de la modernidad, pero va más allá de la ilustración moderna y refleja una sensibilidad nueva. Puede ser un ejemplo de lo que llamamos clave emergente.

III. EXPOSICIÓN DE LAS TRES CLAVES DE LECTURA DE LA FE

Mientras en Europa permanece el interés por definir la esencia del cristianismo, en A.L. ha surgido la preocupación por vincular la fe a la realidad concreta histórica y local y por descubrir la evolución histórica de la visión de la fe. Diferentes teólogos de América Latina (Gustavo Gutiérrez, Joao Batista Libanio, Leonardo y Clodovis Boff, Ronaldo Muñoz, Pedro Trigo, Matías Preiswerk, el equipo de teólogos de la CLAR...) han ido mostrando la pluralidad de esquemas mentales existentes y su repercusión en orden a comprender y vivir la fe. Los tres esquemas básicos, tal como aparecían en los catecismos, podemos llamarlos: clave tradicional, clave moderna y clave emergente. Expliquemos los elementos constitutivos de cada una, su origen y sus implicaciones.

1. Clave tradicional.

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En ella predomina una visión objetiva y esencialista de la realidad, el objeto en sí, con independencia del sujeto. Su esquema más ligado a la naturaleza que a la historia, a lo dogmáticos y estático que a lo dinámico y evolutivo, a los orígenes más que al fin. Su visión de la realidad es vertical, jerárquica, jurídica, descendente. Todo el universo mental sigue un orden preestablecido, al igual que el orden cósmico, regido por leyes fijas y constantes monolíticas y uniformes.

Esquema marcado por la sumisión a la naturaleza ante la cual la persona se siente impotente y mira con respeto sagrado, obedeciendo en todo el curso de la ley natural. Actitud que se traduce también en las relaciones sociales: sumisión a la autoridad, a la tradición, a lo establecido, a las reglas de convivencia, a las costumbres, al padre de familia. Así como no se cuestiona el orden cósmico, tampoco el orden social: ambos se consideran sagrados y queridos por Dios y vienen a ser expresiones de su Voluntad divina. El mundo está regido por la Providencia de Dios, la libertad humana se expresa en la aceptación y entrega a esta Voluntad divina, sin concebirse una postura crítica en la familia, la sociedad o la religión. El mundo divino y sobrenatural es el que da sentido al mundo natural o profano, el cual carece de autonomía y consistencia propia. Todo debe ser sacralizado para que adquiera sentido.

Existe así una gran coherencia entre los aspectos culturales, sociales, filosóficos y religiosos de este esquema mental, típico del mundo agrario, feudal y religioso que prevaleció durante la Edad Media y configuró lo que se ha llamado la Cristiandad. Cosmovisión que desde sus inicios se resquebrajó de forma clara (siglo XV), pero a nivel eclesial se prolongó durante siglos. El Catecismo de Pío X refleja esta mentalidad, de la que oficialmente la Iglesia católica marcó cierta distancia en el Concilio Vaticano II, pero que muchos todavía hoy añoran.

2. Clave moderna. Desde el Renacimiento se abre paso de forma clara a un cambio de mentalidad que

hasta hace algunos siglos había comenzado a despuntar. Una serie de hechos la enmarcan: el progreso de las ciencias que obliga a desacralizar la naturaleza (Galileo) y a operar el giro «Copernicano» respecto a la visión clásica anterior; la aparición de una ciencia política (Maquiavelo) que intenta independizarse de la tutela eclesial y busca su propia racionalidad; la Reforma (Lutero), con la afirmación de la autonomía de la conciencia personal frente a la Iglesia, superando la minoría de edad mental y librándose de las trabas que impiden a la razón pensar críticamente y sin prejuicios, (Kant). Movimiento que irá avanzando con los años.

La llamada Primera Ilustración, con sus consecuencias como la Revolución Francesa, la Independencia de Norte América y América Latina y de las antiguas colonias Asiáticas y Africanas, el progreso científico, el capitalismo económico y la Revolución industrial, el Neoliberalismo actual... son elementos que configuran la nueva clave moderna. Pero que incluye también la llamada Segunda Ilustración, estrechamente ligada a Marx, a la Revolución rusa, a las revoluciones sociales modernas y a todo el bloque comunista. Para Marx no se trata de cambiar las ideas, sino de cambiar la realidad, no se trata sólo de liberarse de prejuicios sino de liberar la miseria. La irrupción de los pobres en la historia, el clamor de la mayor parte de la humanidad por una vida más justa y más humana, han hecho aflorar en la conciencia contemporánea la dimensión de lo social.

Pero podemos decir que tan hijos de la modernidad son el Capitalismo Neoliberal como el Socialismo comunista, aunque el uno sustentado por la burguesía y el otro por las clases populares revolucionarias. Ambos tienen una serie de puntos comunes: una visión referenciada en la persona o en la sociedad, una visión secular y urbana, una visión histórica de la responsabilidad humana ante la naturaleza (progreso técnico) y la sociedad (cambio social). Se ha pasado de una visión objetiva y cosista a otra subjetiva, antropológica y social.

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La naturaleza se ha desacralizado y la razón técnica ha transformado el antiguo cosmos mítico en objeto de dominio, de energía y de riqueza. De la mentalidad estática se ha pasado a una visión dinámica, histórica, evolutiva, y revolucionaria, en la que la libertad y la racionalidad instrumental dominan la materia y enseñorean la historia. El sujeto toma conciencia de su realidad personal y existencial y rechaza todo dogmatismo, autoritarismo y legalismo. En este optimismo del progreso de la técnica y de la ideología, florece un individualismo exacerbado al servicio de la pequeña burguesía (privacidad, propiedad privada, liberalismo económico) o al servicio del partido y de sus intereses (en el bloque socialista comunista). En el mundo occidental existe el deseo de diálogo y de comunidad humana (intersubjetividad, comunidades de relaciones primarias), mientras que en bloque socialista la preocupación central es el cambio radical de estructuras y de sociedad, asumiendo el estado la propiedad de los medios de producción y la planificación económica.

Respecto a la esfera religiosa, la clave moderna propicia un claro materialismo, sea el materialismo consumista práctico del bloque occidental (aunque tenga un barniz cristiano y se llame civilización cristiana occidental), sea el ateismo ideológico del materialismo dialéctico del bloque comunista. Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus ha señalado estos errores ideológicos comunes a ambos sistemas modernos.

La clave moderna lanza a la fe cristiana el desafío de vivir una fe personal y comunitaria, una fe que lejos de negar la libertad, la conciencia y la autonomía de la realidad, se vuelve más crítica y responsable en la historia y en la misma comunidad cristiana, una fe no alienante, sino liberadora de las estructuras de pecado e injusticia.

Dentro del cristianismo, las Iglesias nacidas durante la Reforma aceptaron esta mentalidad moderna mucho antes que la Iglesia católica, que durante siglos se resistió frente a ella, al verla ligada a peligros dogmáticos y prácticos. En la primera mitad del siglo XX, una serie de movimientos espirituales, pastorales y teológicos (movimiento bíblico, litúrgico, patrístico, ecuménico, social...) fueron madurando el ambiente eclesial, hasta cristalizar en el Concilio Vaticano II.

Este concilio, convocado por Juan XXIII y llevado a término por Pablo VI, representa el paso de la clave tradicional a la moderna (en su versión occidental) en la iglesia católica. Sus documentos acerca del ecumenismo, libertad religiosa, diálogo con el mundo moderno, etc. son manifestaciones de este cambio de mentalidad. El documento del Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo marca un cambio de rumbo: el cristiano no puede huir de su responsabilidad en la historia y tiene que transformar la sociedad actual, liberándola de las injusticias.

Esta línea en A.L. se profundiza en el campo de la sensibilización social desde Medellín (1968) y Puebla (1979), a partir de la realidad de pobreza injusta que sufre el continente ha originado un caminar liberador de la Iglesia junto al pueblo y ha provocado tensiones, persecuciones e incluso mártires.

La resistencia de muchos sectores eclesiales en aceptar el Vaticano II, es un reflejo de lo profundamente arraigada que estaba, y continúa estando, en muchos católicos la clave tradicional. Además, el retraso de siglos por parte de la Iglesia en aceptar esta nueva clave histórica, ha sido fuente de conflictos y tensión para muchos cristianos, que se sentían dilacerados entre su cosmovisión humana moderna y la visión tradicional de la fe que la Iglesia todavía ejercía.

3. Clave emergente.Es la que surge en un mundo post-ilustrado, post-moderno y post-marxista. La razón

ilustrada ha explotado: el archipiélago Gulag marxista y la estructura perversa del Neoliberalismo producen víctimas, la explotación inmisericorde de la tierra provoca un

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verdadero desastre ecológico, mientras unos pocos viven y banquetean como el rico epulón de la parábola evangélica, crecen millones de Lázaros que no tienen ni migajas para comer. Estamos viviendo en un Jurassic Park lleno de dinosaurios de muerte... Hay una crítica a los Grandes Relatos y a las Grandes Palabras (Razón, Progreso, Libertad, Revolución) que han producido nuevas esclavitudes.

La dimensión más objetiva de la naturaleza de la clave tradicional se complementa con la dimensión personal y social de la clave moderna, hasta llegar a una concepción integral de la realidad: conocida como visión holística, que incluye lo ecológico, lo personal y lo social. Su ámbito preferencial no es la elite económica dominante ni la militancia revolucionaria, sino la vida del pueblo. Su centro no es el mercado neoliberal ni la montaña del guerrillero, sino la casa del pueblo. Su tiempo privilegiado no es la producción capitalista ni la revolución sino la cotidianidad, donde la vida se fragua, se lucha, se celebra, se resiste, se vive la cultura popular, se reza, se transmite sabiduría. Las relaciones privilegiadas no son las de producción o de clase social sino las relaciones personales que construyen fraternidad, respetan a la persona, crean comunidad y dan sentido a la vida. El centro de todo es la vida, realidad sagrada que se defiende y se transmite, en particular la vida de los pobres. Frente a los Grandes Relatos de la modernidad se prefieren los pequeños relatos liberadores que surgen de la base de los grupos cívicos y religiosos.

Si la razón ilustrada (la capitalista y la socialista) está ligada al hemisferio Norte, la clave emergente brota en su mayoría de los países pobres del Sur, ligada a una forma de sentir y pensar propia de estos pueblos, podríamos llamarla simbólica o razón simbólica. La misma orientación liberadora de la teología, desarrollada mayormente hasta ahora con instrumentos modernos de la Segunda Ilustración, necesita ser madurada desde la razón simbólica propia del Sur.

Esta clave emergente mantiene y desarrolla la sensibilidad social y liberadora hacia los excluidos del sistema, pero amplía su percepción a otros campos como la ecología, la cultura, los pueblos indígenas y afroamericanos, la mujer, el pacifismo y la no violencia, el diálogo interreligioso.

Evidentemente esta clave post-moderna también tiene sus expresiones negativas, como pueden ser el repliegue individualista hacia la privacidad, un cierto desengaño de los ideales del pasado y una renuncia a las utopías, la caída en el consumismo, la insolidaridad, el relativismo moral y religioso, una ambigua inclinación a nuevas experiencias espirituales y al esoterismo...

Sin embargo desde el punto de vista cristiano esta clave ofrece nuevas posibilidades, si no se considera como negación y rechazo del pasado sino como profundización y paso adelante en lo positivo. La IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, reunida en el año 92 en Santo Domingo, recoge esta nueva sensibilidad, al igual que renueva las orientaciones del Vaticano II y la opción preferencial y evangélica por los pobres y su servicio a la vida, afirmadas en Medellín y Puebla, se abre a las culturas, a la ecología y a la mujer, propugnando una nueva evangelización integral.

Todo ello aparecerá con mayor claridad cuando veamos cómo las tres claves descritas configuran, en la práctica, diversas concepciones de la fe en sus capítulos más significativos: Dios, Cristo, Antropología, Eclesiología, Sacramentos, Educación, Praxis social, Pastoral, etc.

IV.· TRES VISIONES DEL CRISTIANISMO

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A partir de cada una de las claves se configuran diversas lecturas de la fe. Cada clave enfoca los puntos nucleares de la fe cristiana.

1. El misterio de Dios.Dios es visto por la clave tradicional como Ser perfectísimo, eterno, espiritual,

trascendente, providente, omnipotente creador de todo, totalmente Otro y diferente de todo lo creado, impasible, incondicionado, inconmensurable, omnipresente, infinito, Causa primera, Supremo Hacedor y Ordenador del Universo. Sus atributos están más cerca de la filosofía griega y de la Teodicea que de la Escritura y causan apariencia de lejanía. A partir de esta imagen de Dios la religión se convierte en guardiana del orden establecido y todo cambio parece atentar contra la Ley Divina que dirige las cosas a sus finales. Es una imagen de Dios más ligada al curso de los astros que a la historia.

Indudablemente el misterio Trinitario se proclama abiertamente, pero la visión tradicional de la Trinidad es más metafísica que bíblica, acentuando más la esencia de la divinidad que la riqueza de las Personas, y todo el misterio parece más un juego de lógica que una revelación cálida y nuclear para la vida cristiana. Basta leer himnos y prefacios trinitarios de la liturgia latina para concientizarse que esta verdad parece, en la práctica, reservarse a la especulación de unos pocos iniciados, cuando en realidad sería el centro de toda la vida cristiana.

El concepto de revelación se basa en la comunicación por parte de Dios de verdades y normas, cuya recopilación, se recoge en la Escritura y en la tradición eclesial. La Iglesia es la depositaria de este «depósito de la fe» que el magisterio eclesial defiende y propone a los fieles para su aceptación. La fe es, lógicamente, la aceptación por parte de los fieles de estas verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia. Hay un predominio de lo intelectual sobre lo vital, de lo autoritario sobre lo comunitario , de lo dogmático inmutable sobre lo histórico, de la doctrina recta (ortodoxia) sobre la práctica. Llama la atención en esta visión de Dios el papel tan poco relevante de Jesús para nuestra comprensión de Dios, más bien aplicamos a Jesús lo que sabemos de Dios. También la Escritura se concibe como escrita por los autores bíblicos gracias a una inspiración en forma de dictado que viene desde arriba. Estamos lejos de las modernas reflexiones de tradiciones bíblicas, géneros literarios, historia de las formas, etc...

La clave moderna tiene una visión profundamente bíblica de Dios: es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, revelado por Jesús, el Hijo encarnado. Es Jesús quien ha revelado históricamente el misterio de Dios, al hablar del Padre que le ha enviado y del Espíritu Santo que enviará a los Apóstoles. La Trinidad no es una revelación para satisfacer la curiosidad científica, sino un misterio de amor y de comunión, que se revela a la humanidad en la medida en que le hace partícipe de su misterio: Dios se revela Padre al hacernos hijos suyos, el Espíritu se revela como don de amor al difundir el amor de Dios en nuestros corazones, Jesús se revela como Hijo al hacernos sus hermanos. La revelación de Dios aparece como una realidad histórica: existe una historia de salvación, con diferentes momentos y etapas (Antiguo Testamento, Jesús, Nuevo Testamento) y Dios se comunica con palabras y hechos. La Biblia recoge estos hechos salvíficos y su interpretación, la Iglesia es la comunidad capaz de interpretar la Escritura, porque en ella reconoce su propia historia de salvación. Dios es el autor de la Escritura en cuanto es el autor de toda la historia de salvación y de la Iglesia, a cuyo bien todo se dirige. Pero Dios continúa actuando en la historia, y aunque no revele misterios nuevos diferentes de la gran revelación en Cristo, sí nos permite comprender cada vez con mayor profundidad la verdad revelada. Los signos de los tiempos nos manifiestan la voluntad y el plan de Dios en la historia, a través de los acontecimientos, aspiraciones y deseos de los pueblos (La Iglesia en el mundo contemporáneo, GS 4; 11; 44). La fe no es solo adhesión a verdades, sino una vida nueva, la participación de la vida de Dios, que en Jesús se

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ha comunicado. Para una comprensión adecuada de la revelación, la mentalidad moderna incorpora al

estudio de la Biblia y del dogma, los aportes de las ciencias históricas, lingüísticas, sociales, filosóficas, etc. proporcionando así una imagen de la revelación que, sin dejar de ser misteriosa, es más inteligible y se adapta a la mentalidad del mundo hoy. Este puede exclamar: ¡Ahora entiendo la Biblia!, repitiendo el titulo de un conocido libro de introducción a la Escritura (Lohfink).

La clave emergente se sitúa en continuidad con la visión moderna, pero acentuando una serie de dimensiones poco resaltadas en la anterior clave. Dios es captado en su relación con la historia de salvación, como el Dios de la vida (Gn), el liberador de pobres y oprimidos, cuyo clamor escucha compasivo (Ex), como el Dios que desea se realice el derecho y la justicia (Profetas), el Dios que tiene entrañas maternales hacia sus hijos, especialmente los pobres y que se asemeja a una madre (Is 49,14- 15). Esta imagen de Dios es la que el mismo Jesús nos presenta: un Dios que desea la liberación de los cautivos (Lc 4,18) y cuyas entrañas se enternecen ante el hijo pródigo (Lc 15,11). La Trinidad es un misterio de comunión y participación, un misterio de solidaridad. La revelación de Dios se ordena a la realización del plan de Dios, el Reino. Este Reino es la prolongación hacia afuera del misterio de solidaridad y comunión de Dios: el crear una humanidad fraterna, filial, reconciliada, libre, justa, igualitaria , que viva en armonía con la naturaleza y el cosmos. El Espíritu continúa actuando en nuestra historia, y a través del clamor del pueblo oprimido hace escuchar su gemido y su anhelo de liberación (Rm 8).

La Escritura es la historia del pueblo de Dios en su marcha hacia el Reino y debe leerse desde el mismo pueblo. Los pobres son los primeros destinatarios del Evangelio y aquellos a los que han sido revelados los misterios del Reino. Desde la solidaridad con ellos, la Biblia alcanza su sentido, que se oculta a los sabios y prudentes de este mundo. Dios es el Dios de los pobres y éstos son los que mejor comprenden su Reino (Lc 10,21;Mt 11,25). La fe exige vivir conforme al plan de Dios, practicar la justicia. «Ya se te ha dicho, hombre lo que es bueno y lo que el Señor te exige: Tan sólo que practiques la justicia, que quieras con ternura y te portes humildemente con mi Dios» (Mq 6,8). En el Nuevo Testamento esta práctica se concretará en el seguimiento a Jesús. No basta aceptar verdades correctas, hay que vivir siguiendo a Jesús.

2. Jesucristo.La Cristología tradicional se titulaba el tratado del Verbo Encarnado. Se partía de una

noción ya conocida de Dios y se aplicaba a Jesús. Puesto que Dios es todopoderoso y omnisciente, Jesús aparece como un Dios disfrazado de hombre, que como un hombre verdadero, se hace igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Las tentaciones de Jesús, sus sufrimientos y fracasos resultaban inexplicables: eran únicamente para darnos ejemplo, pues en realidad Él se mantenía ajeno a todo este mundo limitado y oscuro que nos rodea. Más que revelarnos quién es Dios a través de su humanidad y de su vaciamiento, parecía confirmar nuestra idea de un Dios lejano, poderoso, demasiado parecido a los poderosos de este mundo.

En esta Cristología tradicional, los misterios de la vida de Jesús contaban poco: todo lo llenaba el problema de la unión personal del Verbo con la humanidad de Jesús, la relación entre la Persona divina de Jesús y sus dos naturalezas. Era una Cristología más directamente centrada en los Concilios de la Iglesia que en la Escritura, más metafísica que histórica, apologética que positiva, preocupada por la ortodoxia que por el seguimiento práctico de Jesús en la vida.

Por otra parte la dimensión salvadora de Jesús quedaba prácticamente reducida al sacrificio de su muerte. La cruz, expiación del pecado de Adán, es la satisfacción infinita que

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se ofrece a Dios para reparar la ofensa infinita del pecado. La muerte de Jesús abre las puertas del cielo y así cada persona puede salvarse después de su muerte.

Hay una serie de aspectos que no aparecen claramente en esta cristología: la importancia de la vida de Jesús, el anuncio del Reino, su Resurrección. Todo se centra en el sacrificio de su muerte expiatoria, entendida desde una mentalidad que refleja los esquemas feudales de la época: el vasallo que ofende a su señor necesita reparar la ofensa y en el caso de Dios, sólo una Persona de igual dignidad divina -el Hijo- puede repararlo. No aparece ninguna dimensión liberadora del Evangelio de Jesús que ayude a transformar la historia, sino que todo parece reducirse a una salvación individual para la otra vida.

La Cristología moderna está bien arraigada en la Biblia. Parte de Jesús de Nazaret, de su vida, muerte y resurrección, recupera la humanidad de Jesús con todas las limitaciones ajenas a la verdadera humanidad. Es Jesús quien nos revela que Dios es ante todo Padre, y también revela la dignidad humana: el ser humano es hijo de Dios y hermano de Cristo. La encarnación de Jesús es el Sí de Dios al mundo y a la historia humana. Desde entonces no hay que buscar a Dios al margen de la historia, sino en la vida humana, en el amor fraterno.

La muerte salvadora de Jesús es consecuencia lógica de haber asumido la naturaleza humana hasta el final, y su muerte da sentido al misterio oscuro de nuestra muerte. Pero es la resurrección de Jesús la que clarifica el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, por esto es fundamento de nuestra esperanza. La Resurrección de Jesús nos ofrece el modelo de la nueva humanidad, ya que Cristo resucitado es el Señor de la historia, alfa y omega del universo (La Iglesia en el mundo contemporáneo, GS 22;32;45). Es una Cristología más positiva y cercana a la problemática moderna, pero que puede pecar de un excesivo optimismo, con el riesgo de que la gloria del Señor resucitado, presente en la liturgia y en la Iglesia, nos haga olvidar la presencia misteriosa del crucificado en nuestra historia.

La Cristología emergente se sitúa dentro del enfoque moderno, pero resaltando una serie de aspectos que se descubren al leer el Evangelio, desde un mundo de pobreza y hambre en A.L., desde los crucificados de la historia, desde las víctimas: Jesús nace pobre, miembro de un pueblo oprimido, opta por los marginados de su tiempo (pobres, mujeres, enfermos, pecadores, niños, samaritanos...). Es el Ungido por el Espíritu para anunciar preferentemente a los pobres el plan de Dios, el Reino (Lc 4,18). Exige conversión para entrar en este Reino de Dios (Mc 1,15), una maravillosa Utopía que subvierte el orden injusto actual y desea construir una humanidad fraterna, filial libre y reconciliada. Nos revela a su Padre como el Dios de los pobres, los pequeños y sencillos, y promete al Espíritu llevar a término la historia. Su muerte no es casual sino consecuencia de los conflictos que su misión y sus opciones provocan en todos aquellos que no desean el cambio de las cosas ni la llegada del Reino de Dios. Jesús se enfrenta a los ídolos de la muerte, a los representantes de la Teocracia judía (Anás, Caifás, el templo) y a los representantes del Imperio Romano (Pilato).

La resurrección de Jesús es el Sí del Padre al camino de Jesús y una gran buena noticia para los pobres y oprimidos de este mundo: Dios quiere la vida y levanta del polvo al oprimido. No triunfarán perpetuamente la injusticia ni la mentira, el verdugo no tiene la última palabra. Pero es una mala noticia para Pilato, Herodes, Caifás y todos los poderosos de este mundo. La vida de Jesús, su mensaje, su muerte y resurrección tienen un profundo contenido liberador para los crucificados de este mundo: el crucificado ha resucitado, el Resucitado es el crucificado, que mantiene sus llagas como señal de lo que fue su vida. La solidaridad de Jesús con los pobres, hace de ellos el centro del nuevo Reino, en el juicio universal a todos los pueblos, los pobres son los jueces escatológicos, constituyen el tribunal supremo de la historia (Mt 25,31-45).

Esta clave emergente, esencialmente bíblica, fundamenta una actitud cristiana de

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seguimiento a la vida y mensaje de Jesús, a imitación de los apóstoles. El Espíritu que ungió a Jesús es el que impulsa a los bautizados a seguir su camino. Se entendería mal esta clave si se la redujese a una liberación meramente socioeconómica, fruto exclusivo del esfuerzo humano cayendo así en fáciles y engañosos mesianismos terrenos. Esta clave emergente no olvida las dimensiones de trascendencia, de cruz y de gratuidad de la salvación. El Reino es don de Dios, fruto del Espíritu. Jesús no es un simple profeta, ni un revolucionario social, sino el Hijo de Dios que ha venido al mundo para darnos vida en abundancia (Jn 10,10) y para hacernos libres de toda esclavitud (Jn 8,36) con su vida, muerte y resurrección. El don pascual del Espíritu es el que hace posible una nueva creación reconciliada y fraterna (Jn 20).

3. Antropología.La concepción tradicional llamaba a esta parte de la teología el tratado sobre la gracia.

Parte de la creación natural y de la elevación de la humanidad al orden sobrenatural, que en el paraíso terrenal se manifiesta esplendorosamente. De este estado paradisíaco Adán y Eva, por su pecado fueron expulsados, perdiendo la gracia sobrenatural y otros dones. Este pecado de los orígenes de la humanidad constituye la raíz del llamado pecado original, que se hereda a través de la procreación y del que el bautismo nos lava por la gracia de Cristo. Pero aun después del bautismo, el cristiano está sometido a la tentación, al pecado y a la muerte. La vida es una dura batalla, el trabajo del varón y el dolor del parto de la mujer continúan siendo castigo del pecado. El recuerdo de los llamados novísimos o postrimerías del hombre (muerte, juicio, infierno y gloria) son una continua ayuda para no pecar y salvar el alma, viviendo en una perpetua conversión personal y esperando los bienes eternos del cielo.

Esta antropología mantiene un peligroso dualismo entre el orden natural y el sobrenatural, entre tierra y cielo, entre cuerpo y alma, entre presente y futuro. En muchos aspectos es más platónica y filosófica que bíblica. Su visión de la humanidad se orienta al más allá y posee un sello más individual que comunitario. Todo se mide con relación a la eternidad y el compromiso con el presente parece ser poco decisivo. Trabajo, sexo, política, cuerpo, materia, parecen conllevar una carga más bien negativa. Hay siempre una nostalgia del paraíso perdido y muchas veces la lectura que se hace del pecado original es antifeminista, como si la mujer fuera la culpable de todos los males del mundo.

La clave moderna posee una visión más positiva e integral de la realidad terrestre y humana. Su visión más bíblica y existencial. La obra creadora de Dios, que no impide una visión evolucionista del mundo, culmina en la creación del hombre y de la mujer, llamados a dominar el mundo con su trabajo e inteligencia y a vivir el amor interpersonal. El pecado original se contempla desde una visión personalista: son nuestros pecados personales los que lo actualizan y lo hacen presente. El paraíso es concebido como la Utopía de futuro para la humanidad. La misión humana en el mundo consiste en acercarse a este ideal escatológico, a los cielos nuevos y a la tierra nueva. Mientras tanto, aunque hay desproporción entre nuestro trabajo y la consumación de la historia en Cristo, nuestro trabajo es semilla de la nueva humanidad (GS 39). La gracia todo lo penetra, todo es gracia. Hay una experiencia personal de la gracia. No se niega el pecado, ni la oscuridad de la muerte, pero la muerte y resurrección de Jesús son fuente de salvación y de esperanza. Se insiste en la dimensión comunitaria del pecado y de la conversión ya que se es consciente que el pecado hiere a la Iglesia, comunidad de salvación en nuestro mundo. La visión moderna es fundamentalmente optimista y evolutiva (Teilhard de Chardin), mira al futuro con confianza y valora la responsabilidad humana en el progreso de la historia, que camina hacia su transfiguración en Cristo.

La clave emergente no parte de un ideal abstracto de humanidad sino de la situación inhumana injusta y de muerte a la que se ve sometida la mayor parte de la humanidad: hambre, analfabetismo, pobreza, insalubridad, vida dura y muerte anticipada, prematura e injusta. Esta realidad, opuesta al plan de Dios se debe llamar pecado. El pecado original y

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personal cristaliza en estructuras de pecado, en concreto en el pecado de injusticia que es el gran pecado de nuestro mundo. Su visión del mundo no es ilusoriamente optimista. El pecado produce muerte: desde Caín a la crucifixión de Jesús, desde los profetas asesinados a los millones de seres condenados hoy a muerte. Monseñor Romero, pocos días antes de su asesinato, dio una profunda definición de lo que es pecado: pecado es lo que dio muerte al Hijo de Dios y lo que continúa dando muerte a los hijos de Dios.

Sin embargo desde la fe se recupera la esperanza: Dios quiere la vida, el mundo debe ser compartido por todos, Jesús es la Vida verdadera y desea que la poseamos en abundancia, la gloria de Dios consiste en que el pobre viva. La resurrección de Jesús significa la posibilidad de que la vida triunfe sobre la muerte y la víctima sobre el verdugo. Jesús con su vida y su identificación solidaria con los pobres y los crucificados de este mundo nos marca la ruta: trabajar por la liberación integral de toda esclavitud y de toda muerte, quitar el pecado del mundo, bajar a los crucificados de la cruz, acercar más el Reino, anticipar en este mundo parcialmente los cielos nuevos y la tierra nueva de la escatología, caminar hacia la comunión y participación plena de todos entre sí y con Dios.

Esta visión es colectiva e histórica: tanto la gracia como el pecado tienen dimensión histórica. La salvación debe hacerse presente en la historia del pueblo de Dios, llegando así a una experiencia no sólo personal sino histórica de la gracia. Frente a las estructuras de pecado y de muerte se debe generar estructuras de vida y solidaridad. Es una concepción muy realista de la existencia humana y del peso del pecado en la historia, pero al mismo tiempo vive la esperanza de un futuro mejor, más conforme al plan de Dios, del que el paraíso es el símbolo que debe ser anticipado. Desde los pobres de este mundo debe comenzar a surgir la nueva humanidad, el Reino de Dios, prometido a todos los que lloran y sufren.

Esta clave emergente es cada vez más consciente de las dimensiones cósmicas del pecado (Gn 6) y de la necesidad de respetar la naturaleza: el ser humano no puede explotarla a su antojo, no puede convertirse en un Satán depredador de la creación, sino que debe respetarla como tierra madre, don de Dios para todos. La ecología surge como un gran desafío ético para toda la humanidad, que exige una ética de ilimitada compasión y corresponsabilidad cósmica, pues todos formamos parte de la misma creación, del planeta Tierra, somos el Universo. Debemos defender la dignidad de la Tierra si queremos defender la dignidad humana: el grito de la Tierra forma parte del clamor de los pobres. Por otra parte surge cada día con más fuerza la necesidad de superar una antropología sexista y patriarcal y de partir de la pareja humana como realidad dual, de igual dignidad y derechos, complementaria y corresponsable de la marcha de la historia. La mujer, ligada a la vida, asume y debe asumir con más fuerza su propio rol en la sociedad y la Iglesia.

4. La Iglesia.La clave tradicional concibe la iglesia en forma de pirámide que se estrecha a medida

que se acerca a la cúspide y se ensancha en la base. Es una eclesiología centrada en el poder y la autoridad. Más concretamente, es una Iglesia dividida en dos clases de cristianos: el clero o jerarquía y los seglares o laicos. La jerarquía (Papa, obispos, sacerdotes) está consagrada para las cosas espirituales de Dios, mientras los laicos se ocupan de las cosas terrenas, carnales y profanas. La Iglesia prácticamente se identifica con la jerarquía: la Iglesia es el Papa, los obispos y los sacerdotes... Esta eclesiología clerical destaca también las dimensiones juridicistas e institucionales de la Iglesia, que se define como una Sociedad perfecta. Aparecen más en esta visión tradicional de la Iglesia los aspectos visibles e históricos que su dimensión de misterio. Es también una Iglesia triunfal y gloriosa, en la que las atribuciones del Resucitado han sido transmitidas a sus representantes jerárquicos. Esta visión de Iglesia, típica de la Cristiandad medieval, provocó cismas en el cuerpo de la Iglesia: la separación de la Iglesia de Oriente, (siglo XI) la Reforma (siglo XVI). Pero todo ello no sirvió más que para

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reforzar la eclesiología tradicional de autoridad, que alcanzará su punto álgido en el Vaticano I y en la época de Pío XII. En expresión del Cardenal Congar, la eclesiología tradicional era una jerarcología, un tratado sobre la jerarquía y su autoridad.

Los intentos más modernos para elaborar una teología del laicado, no son más que pequeños remedios para superar una situación de alejamiento del mundo, ya imposible de sostener por más tiempo. El laicado, cuya misión se define en esta perspectiva tradicional, consagrar el mundo y ser como una avanzadilla eclesial en el terreno social y político, continúa en esta clave, subordinado al clero, del que es brazo ejecutivo.

La clave moderna recupera la dimensión de Iglesia de comunión, olvidada durante algunos siglos, y se define como sacramento de salvación. Frente a la visión anterior eminentemente clerical, la Iglesia se proclama en el Vaticano II como Pueblo de Dios, constituido por el bautismo y la eucaristía. Frente al juridicismo anterior, la Iglesia moderna descubre su dimensión de misterio o sacramento. Frente al triunfalismo tradicional, la Iglesia ahora se proclama peregrina hacia el Reino y en diálogo con el mundo. Una visión eclesiológica moderna que desemboca en reformas y medidas que acentuarán las notas del diálogo, la corresponsabilidad, la comunidad: reforma litúrgica, ecumenismo, sínodos, conferencias episcopales, consejos pastorales, etc. Esta eclesiología, iniciada en la primera mitad del siglo XX, culmina en el Vaticano II y en la eclesiología postconciliar.

La clave emergente complementa y desarrolla la eclesiología moderna en algunos puntos. Es una eclesiología liberadora, que desea ser sacramento histórico de liberación para los sectores populares y pobres. Quiere destacar que el Pueblo de Dios, nacido en el Éxodo, fue un pueblo liberado de la esclavitud y que solo buscando la liberación del pueblo pobre, la Iglesia puede llegar a ser auténtico Pueblo de Dios. Es una Iglesia que toda ella se orienta hacia el Reino de Dios, un Reino que en un mundo dividido por la injusticia, debe ser Reino de justicia, derecho y libertad. Es una Iglesia encarnada y presente en el mundo, pero sobre todo en el mundo de los pobres. Es la iglesia del Crucificado y de los crucificados de este mundo por el egoísmo del pecado. Quiere ser no sólo Iglesia para los pobres, sino iglesia de los pobres, como el Papa Juan XXIII deseó y Juan Pablo II ha formulado en repetidas ocasiones.

Este tipo de eclesiología, crece en torno a Medellín y Puebla, se concreta en las comunidades eclesiales de base, célula básica de una nueva forma de ser Iglesia, de una eclesiogénesis que el Espíritu hace surgir entre los pobres y que se convierte en foco y fermento de evangelización, promoción humana y de inculturación. Surgen nuevos carismas, nuevos ministerios laicales, un nuevo estilo más profético de ministerio episcopal y sacerdotal, de vida religiosa inserta e inculturada. Aparece el protagonismo de los laicos y la importancia de las mujeres y de los jóvenes. Eclesiología que cada día descubre con más fuerza la importancia de las culturas y la presencia del Espíritu en ellas, defendiendo a los pueblos originarios y su derecho a la lengua, territorio y tradiciones culturales y religiosas.

Pero la nueva forma de ser Iglesia, un poco más profética, también sufre conflictos, persecuciones y martirio: obispos como Romero y Angelelli, religiosos como Espinal y Ellacuría, religiosas, catequistas, campesinos, mujeres y niños, que han muerto por defender los valores del Reino de Dios. Desde la solidaridad, con los pobres de la tierra, adquiere una fuerte dimensión evangélica y popular: su opción prioritaria por los pobres es su nota característica, que se complementa con el respeto a las culturas.

5. SacramentosEs importante la visión que se tenga de los sacramentos. A través de ellos se ofrece

una imagen concreta del cristianismo y de la Iglesia.Para la clave tradicional los sacramentos son instrumentos de gracia, canales a través

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de los cuales, la gracia que Cristo nos mereció por su pasión, se comunica con cada uno de nosotros. De ahí proviene su eficacia infalible, bajo las condiciones mínimas necesarias para su recto funcionamiento. El sacerdote es el ministro de estos sacramentos, por ser el mediador entre Dios y los hombres, él administra estas fuentes de gracia de la Iglesia. El bautismo de los niños es el sacramento prototipo: en él aparece la dimensión objetiva de la salvación que Dios comunica a través de los instrumentos de gracia.

La visión sacramental moderna recupera otros aspectos del Sacramento: su dimensión simbólica, el encuentro personal con el Resucitado y sobre todo su eclesialidad. Los sacramentos son celebraciones litúrgicas de la Iglesia, momentos fuertes en los que la comunidad eclesial expresa y celebra el misterio pascual de Cristo y el triunfo definitivo de su gracia sobre el pecado. A través de ellos, no sólo las personas reciben gracia, la misma comunidad eclesial se estructura como comunidad de Jesús en el mundo. El sacerdote aparece como representante calificado de la Iglesia. La eucaristía es el sacramento principal, ya que gracias a ella la Iglesia se construye como Cuerpo de Cristo. El sacramento presupone fe y una opción personal por parte del sujeto que se acerca a la Iglesia. En esta clave moderna, el bautismo de niños, o es cuestionado por algunos, o no se considera como el prototipo de los Sacramentos, más bien como un caso limite muy peculiar. El ideal sacramental serían los sacramentos de los adultos, donde ellos corresponden a la gracia con su fe y disposición personal. La clave sacramental entra en diálogo con el mundo moderno secular y liberal.

La clave emergente descubre otros aspectos de los sacramentos, su dimensión profética, el ser símbolos de la Utopía del Reino, la exigencia de justicia y solidaridad con los pobres, su conexión con el sufrimiento del Jesús histórico. Los sacramentos deben ser símbolos liberadores de una Iglesia que ha optado por los pobres y que desea la conexión entre el misterio pascual que celebra toda liturgia y el compromiso cristiano en la vida del pueblo. Tanto la pascua judía, como la pascua de Jesús, son acontecimientos salvíficos profundamente liberadores. En la liturgia debe resonar el clamor del pueblo para hacerlo llegar a Dios. La preocupación principal no es el problema de la edad de los que reciben los sacramentos (niños o adultos), sino el compromiso que se tiene frente a las estructura s injustas de la sociedad. Se preocupa por mantener unidos el sacramento del altar y el sacramento del hermano, se alimenta de la constante experiencia de miseria, de pobreza y marginación de las mayorías de A.L. y el Tercer Mundo. Pero el compromiso se une a la fiesta, los sacramentos son celebraciones, espacios de oración y de gratuidad. Jesús respetaba a la gente del pueblo que quería verle, hablarle o tocar el borde de su manto, la clave emergente mira con mucho respeto las expresiones culturales y religiosas de los pobres, la devoción popular (devoción a María y a los santos, peregrinaciones a santuarios, fiestas religiosas, sacramentales como el agua bendita, la ceniza, las palmas...) y encuentra en ellas una fuente de fe y de experiencia espiritual, descubre en ellas la presencia, a veces velada, del Espíritu. 6. Espiritualidad.

La espiritualidad tradicional parte del dualismo entre materia y espíritu, parece reducir la espiritualidad a la esfera de lo sagrado, a personas especialmente consagradas a Dios (sacerdotes y religiosos), a la vida interior y al cultivo de la belleza del alma. La división entre preceptos y consejos evangélicos separa a los cultivadores de la perfección (clero y religiosos) de los que se contentan con cumplir los mandamientos (laicos). La espiritualidad sería para las élites y grupos selectos, con capacidad intelectual y económica para dedicarse a la oración y a la vida espiritual. El Espíritu parece reservado a la jerarquía de la Iglesia y a unos pocos selectos que huyen del mundo.

La espiritualidad, vista desde la clave moderna, recupera las nociones de bautismo y Pueblo de Dios, se basa en el don de la caridad y en la celebración litúrgica. La vocación

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universal de toda la Iglesia a la santidad y a la doctrina de la pluralidad de carismas que el Espíritu reparte en la Iglesia, abren las puertas de la espiritualidad a todo bautizado. La perfección se centra en la caridad y su punto máximo es el don del martirio. La espiritualidad se debe vivir en el mundo, en el trabajo y en las realidades temporales cotidianas. Surge una espiritualidad laical y de profesión. Surgen grupos de oración, de renovación carismática y movimientos laicales internacionales.

La espiritualidad emergente quiere vivir según el Espíritu de Jesús, y por esto mismo se inserta en el mundo de los pobres, escucha su clamor, se solidariza con sus sufrimientos y aspiraciones, encuentra al Señor en el pobre y vive la experiencia espiritual en la acción liberadora. El pobre evangeliza, obliga a la conversión, interpela y se convierte en lugar espiritual privilegiado. La misma religiosidad popular adquiere sentido espiritual: el orar desde los pobres y con ellos, actualiza la inserción de Jesús en medio de su pueblo y su experiencia espiritual del bautismo, de la cruz y de su solidaridad. La espiritualidad es ecológica, asume el gemido de la creación esclavizada por el pecado y encuentra el Espíritu del Señor en las culturas. Pentecostés sigue siendo un evento permanente en la Iglesia y una exigencia universal: la fe debe vivirse desde cada contexto geográfico y cultural, que hombres y mujeres experimenten a Dios desde su propio ser y su propia condición humana, corporal, afectiva y sexual. Se descubre la belleza y profundidad humana del Cantar de los Cantares. El ser humano no sólo vive de pan, también de belleza, fiesta y esperanza.

7. Pastoral.La pastoral tradicional es la lideralizada exclusivamente por la jerarquía eclesiástica,

se centra en la instrucción religiosa y moral del pueblo, en el poder, en la autoridad y en la transmisión dogmática de las verdades de la fe, busca la tutela y la defensa de la fe de los bautizados, la distribución de sacramentos, más que la evangelización del mundo. Está ligada a una sociedad tradicional, más bien agraria y a un mundo homogéneamente cristiano. El sacerdote, separado del pueblo, el único que posee la Biblia, enfoca su actividad en una parroquia con culto y asociaciones piadosas.

La pastoral moderna incluye a los laicos en su tarea misionera. El sacerdote, abierto y adaptado al mundo moderno, trabaja con minorías selectas, que luego han de actuar como fermento en el mundo moderno secular y descristianizado. Leen la Biblia, se orientan al testimonio profesional y familiar, pero sin cuestionar demasiado las estructuras económicas del mundo moderno. Fomenta movimientos apostólicos, organizados y con buena formación, sobre todo en la clase media. Su espiritualidad no es la de la ascesis y renuncia, sino la valoración de las realidades terrenas y la presencia anónima del Reino allí donde hay amor y justicia.

La pastoral emergente, unida al contexto de la pobreza e injusticia de A.L. une a todos los miembros de la Iglesia comprometidos con la justicia en favor de los pobres, se orienta a la concientización de las situaciones de justicia y la lucha por la liberación y la defensa de la vida. Se dirige al mundo de los pobres, excluidos normalmente no solo de la sociedad sino de una participación activa en la Iglesia. A través de comunidades eclesiales de base, cursillos bíblicos, etc., busca evangelizar a los pobres y ser evangelizados por ellos. El pueblo recupera la Biblia. Es una pastoral profética y con frecuencia conflictiva, ya que busca liberar la sociedad de toda esclavitud. Pero también es cada día más consciente de cuidar las dimensiones humanas (salud y enfermedad), afectivas (sexualidad, soledad, alcoholismo, drogadicción), morales (problemas de pareja), espirituales (oración) y comunitarias (liturgia festiva) del pueblo sencillo, que muchas veces acude a las sectas y Nuevos Movimientos Religiosos en busca de lo que no encuentra en su Iglesia.

8. Otros temas.

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Hemos elegido una serie de temas básicos dentro de la fe y vida cristiana, pero se podrían añadir otros más.

Así por ejemplo, María en la clave tradicional aparece como María Reina, llena de privilegios y la mariología se utiliza como argumento apologético contra protestantes y racionalistas; en la clave moderna María es símbolo e icono de la Iglesia; en la clave solidaria aparece como María de Nazaret, mujer del pueblo que enaltece a Dios y proclama que la salvación se relaciona con la justicia de los pobres, mujer creyente y profética.

La eucaristía dentro de la clave tradicional se centra en las dimensiones de presencia real y sacrificio; en la clave moderna recupera las dimensiones de comunidad eclesial y de comunión; en la clave solidaria la eucaristía se ve relacionada con la justicia, la solidaridad y el hambre del mundo: es el sacramento del compartir y de la solidaridad, de Jesús con nosotros y de nosotros con todos los hermanos y hermanas.

La moral tradicional se basa en normas y leyes que deben ser cumplidas; la moral moderna es la opción fundamental de la persona ante los valores del Evangelio; la moral emergente afirma que la opción fundamental debe vivir la opción por los pobres, en el seguimiento de Jesús, incluye además, de forma especial a las mujeres, indígenas y la ecología.

La vida religiosa tradicional deja el mundo para consagrarse a Dios buscando su perfección en el marco de unas reglas e instituciones propias, allí hace su apostolado; la vida religiosa moderna busca su presencia testimonial en el mundo urbano y secular, desde una comunidad evangélica y un trabajo profesional, en ocasiones secular; la vida religiosa emergente intenta penetrar en el mundo de los pobres, inculturándose y acompañándolos evangélicamente desde su propio carisma religioso profético, en su marcha liberadora hacia el Reino. En esta inserción e inculturación encuentra un camino profundo de espiritualidad.

La acción tradicional tiende a ser asistencialista frente a los pobres («dar pan y peces»); la acción moderna busca el desarrollo y la promoción («dar una caña y enseñar a pescar»); la acción emergente pretende la liberación de la esclavitud («el río es de los pescadores») y la búsqueda de soluciones viables («¿cómo vender el pescado?»).

Con todas estas aplicaciones concretas se puede comprender la diversidad de claves para la interpretación del cristianismo, y cómo aquellos tres esquemas mentales tienen su repercusión en la visión y praxis de la fe y configuran tres rostros diferentes de la vida cristiana.

Finalmente, para volver a los tres ejemplos y que seguramente ahora se interpretan mejor, el Catecismo de Pío X corresponde a una catequesis tradicional, el Catecismo Holandés a la catequesis moderna y ¿Qué nuevas nos trae Santo Domingo? a la clave emergente.

V. REFLEXIONES FINALES

Una vez expuestos estos tres esquemas mentales y analizar su efecto en las diferentes concepciones del cristianismo, podemos terminar, indicando una serie de reflexiones útiles al ser cristiano hoy en A.L.

*. Es claro que tanto el surgimiento de cada Clave como su desarrollo está estrechamente vinculado al proceso histórico de la humanidad y en concreto de la Iglesia.

La clave tradicional corresponde a un momento histórico definido: rural, pre-técnico,

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sacral, pre-moderno y se plasma en la Cristiandad medieval. La clave moderna surge en torno al Renacimiento y a la Ilustración: la Primera

Ilustración (Revolución francesa, Kant) y la Segunda Ilustración(Revolución rusa, Marx). La clave emergente nacida al irrumpir los pueblos pobres y jóvenes en la historia

contemporánea, adquiere una formulación nueva en el mundo post-moderno y post-marxista de la década de los 90.

Desde el punto de vista eclesial, la clave tradicional, abarca el tiempo anterior al Concilio Vaticano II, la clave moderna surge en torno al Vaticano II (1962-1965), la emergente en el postconcIlio, concretamente en torno a Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). Existe un condicionamiento histórico y cronológico en cada una de éstas.

*. Sin embargo, hay también un sincronismo de claves. En el momento presente, en la Iglesia actual, coexisten diferentes claves, creando tensiones y conflictos a todo nivel, con fuerte presión de algunos sectores eclesiales por volver a la clave tradicional (es lo que se llama involución eclesial).

Limitándonos a América Latina existen sectores ubicados mayoritariamente en la clave tradicional (por ejemplo: los campesinos); sectores urbanos en la clave moderna (universitarios, profesionales, jóvenes) y grupos populares (CEBs) en la clave emergente. Este fenómeno es típico de los momentos de acelerado cambio histórico como el presente. Las migraciones de campesinos del interior que engrosan los barrios periféricos de las grandes ciudades viven un choque de paradigmas o claves en todos los niveles y aspectos. *. Más aun, existe una paradoja que merece nuestra atención. A nivel eclesial, la clave llamada tradicional es menos tradicional de lo que podemos pensar. Muchos elementos del catolicismo, no son los de la primitiva tradición de la iglesia, son fruto de una lenta evolución histórica: influjo del judaísmo tardío, paso de una Iglesia de mártires a una Iglesia unida al imperio en el siglo IV, creciente poder de la autoridad eclesial, progresiva pérdida de elementos simbólicos y comunitarios, desmembración del Oriente cristiano.... La clave moderna en muchos aspectos recupera la tradición de la Iglesia primitiva, de la Escritura y de los Padres. Muchas «innovaciones» del Vaticano II son una vuelta a la genuina Tradición eclesial. Lo mismo puede afirmarse de la clave emergente: en el fondo vuelve a conceptos profundamente bíblicos y tradicionales, al Éxodo, a la predicación profética, al Jesús histórico quien nos presenta los Evangelios, a la comunidad de Jerusalén, a la preocupación patrística por la justicia, a los movimientos populares y comunitarios de la Edad Media, a las grandes figuras misioneras de la Iglesia de los siglos XVI-XVII (Las Casas, Valdivieso, Montesinos, reducciones jesuitas), a los movimientos cristianos sociales utópicos del siglo XIX, a la Doctrina Social de la Iglesia... En cada época, junto a la clave oficial, ha permanecido oculta y soterrada una dimensión más profunda, el polo profético de la Iglesia, que luego aflora.

*. Todo ello nos obliga a ser honestos en el momento de valorar las claves, máxime las del pasado. Seríamos injustos si no reconociéramos valores positivos en la clave que hemos llamado tradicional. En ella descubrimos valores auténticamente cristianos, que han ayudado a santificar dentro de esta mentalidad, a muchas generaciones de la Iglesia: sentido religioso profundo, sumisión a Dios y obediencia a la jerarquía, sano relativismo ante las cosas humanas, conciencia de pecado, sensibilidad hacia lo trascendente, compasión por los pobres, sentido comunitario, solidaridad, profunda relación ecológica de armonía con la tierra... Pero también hay elementos que, por lo menos hoy, nos parecen negativos: dualismo más griego que cristiano, poca preocupación por el compromiso histórico, individualismo, clericalismo, paternalismo, machismo, etc. El actual divorcio entre la fe y la vida, que Santo Domingo denuncia (24, 96, 161) tiene mucho del aspecto negativo de la clave tradicional.

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La clave moderna posee irrenunciables valores: respeto a la persona y a la libertad de conciencia, progreso científico y desarrollo técnico, democracia, diálogo, autonomía de lo secular, responsabilidad histórica para cambiar las estructuras de la sociedad. Esta clave ha permitido una lectura más profunda de la escritura y de la tradición de la Iglesia. Pero en la práctica también tiene elementos negativos, por ejemplo, la supremacía del progreso técnico y económico sobre lo social y humano, autosuficiencia, el desastre ecológico que ha provocado. La versión capitalista y neoliberal es demasiado optimista frente al desarrollo, sin enterarse del costo social que ha producido a los países del Tercer Mundo, es insensible ante las raíces egoístas y perversas de las estructuras económicas neoliberales que provocan la exclusión social de una gran parte del pueblo, es tremendamente materialista, racionalista e individualista. Por otra parte, la versión comunista y revolucionaria de esta clave ha producido los desastres políticos, sociales y humanos, puestos de manifiesto con la caída del muro de Berlín y que Juan Pablo II ha denunciado en su encíclica Centesimus annus, errores no sólo económicos, políticos y sociales sino también antropológicos, culturales y religiosos.

La clave emergente tampoco está exenta de riesgos. Tanto Medellín (Pastoral de élites n. 8) como Puebla (481-490) y documentos de la Iglesia universal (Instrucciones sobre la teología de la liberación de 1984 y 1985) aluden a estos peligros, derivados de la modernidad: reduccionismo a lo sociopolítico, utilización poco crítica de las ciencias sociales, riesgo de rupturas eclesiales. Otros peligros son de tipo opuesto y corresponden a la versión postmoderna del Primer mundo: narcisismo, indiferencia ante lo social, ansia de sensacionalismo religioso, relativismo, Nueva Era...

Sin embargo sus valores positivos son innegables: sensibilidad profética para la justicia, vuelta a los pobres, visión evangélica del cristianismo y de la Iglesia, preocupación por la instauración del Reino de Dios en la historia, apertura a las culturas y al diálogo interreligioso, sensibilidad ecológica, búsqueda religiosa, defensa de los pueblos indígenas y afroamericanos, reconocimiento de la dignidad de la mujer, pacifismo, no violencia...

*. Todo lo dicho hasta aquí quizá podría caer en un cierto relativismo. Tal vez algunos podrían concluir que poco importa la clave, ya que cada una tiene aspectos positivos y negativos. Esto apoyaría y fomentaría una postura inmóvil.

La conclusión sería incorrecta. El cristianismo no es una ideología sino una vida, un camino. Y debe vivirse en cada momento histórico, respondiendo a las interpelaciones concretas de cada contexto histórico y cultural. La revelación de Dios no es una sustancia abstracta desencarnada y por encima de toda cultura, sino una oferta de vida y de sentido que se comunica a lo largo de la historia de Israel y en concreto en Jesús. Pero la misma revelación de Jesús, que nos ha llegado a través del Nuevo Testamento y de la Tradición de la Iglesia, también está situada y encarnada en un contexto cultural y es necesario hacerla presente en todas las culturas y pueblos.

Los testigos de Jesús vertieron su experiencia al mundo semita y posteriormente a la cultura griega y romana. Los obispos y Padres de la Iglesia primitiva, los primeros concilios inculturaron la fe en el contexto de la filosofía helénica, la Edad Media cristiana hizo lo propio con la mentalidad de la cultura europea naciente, la Iglesia de Trento se enfrentó con los problemas del Renacimiento y la Reforma, y el Vaticano II buscó el diálogo con el mundo moderno, urbanizado y secularizado. Lo mismo hemos de hacer hoy en el umbral del tercer milenio.

Pero al hacer este esfuerzo de inculturación no rebajamos el mensaje evangélico, ni lo degradamos a un mundo «pagano». El Dios de la revelación, el Dios bíblico, el Espíritu que guió a Israel, a Jesús y a la Iglesia primitiva, continúa acompañando al Pueblo de Dios y manifestando sus designios salvadores en la historia de hoy, perceptibles a través de los

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anhelos y aspiraciones de los pueblos. Ésta es la doctrina de los signos de los tiempos que el Vaticano II expone y aplica (La Iglesia en el mundo contemporáneo, GS 4, 11, 44). No se puede servir a Dios al margen de la historia y de los signos de los tiempos.

Hemos de hacer presente a nuestra generación, fermentada por la presencia del Espíritu, la riqueza de la genuina tradición eclesial y para ello hemos de hacer el esfuerzo de presentarla en la clave emergente hoy. En el mundo actual, concretamente en A.L., el clamor de los pobres en busca de su liberación es uno de los principales signos de nuestro tiempo (Instrucción sobre la teología de la Liberación, nº 1). Discernirlo, comprenderlo, captarlo, asimilarlo y hacer de él una forma continua de enfocar la realidad y la fe, es una tarea ineludible hoy, y mucho más en A.L. Es esto lo que la Iglesia intentó hacer en Medellín, Puebla y Santo Domingo.

Pero esta liberación es integral, incluye lo económico, lo político, lo social, lo familiar, lo ecológico, lo cultural, lo religioso. Seguramente en la década de los 90 somos más conscientes de ello, aunque por otra parte el empobrecimiento de nuestros pueblos sea mayor que nunca.

Optar por la clave emergente no es una moda, ni una arbitrariedad, sino una exigencia espiritual y pastoral. Al hacerlo, debemos incorporar a ella los aspectos positivos de claves anteriores, es decir la luz constante que nace del polo de la tradición eclesial, pero situándolo todo en una óptica nueva. Es realmente un cambio en la forma de pensar, valorar y actuar. Es una conversión, volver a nacer, pasar a una verdad más plena, para lo cual contamos con la presencia y ayuda del Espíritu (Jn 16,13). Hemos de imitar al padre de familia de la parábola evangélica, que de sus reservas va sacando cosas nuevas y antiguas (Mt 13,52). Pero este vino nuevo requiere vasijas nuevas (Mc 2,22).

Se trata de la inculturación del Evangelio a nuestro mundo de hoy, para que sea portador de vida y de esperanza, no de repetir lo que otras generaciones dijeron para responder a los desafíos de su tiempo. No hay relativismo, la verdad de la fe permanece en medio de las rupturas y los cambios culturales. Pero no todas las claves son igualmente aptas hoy para comunicar el mensaje evangélico. No desear vivir y comunicar el Evangelio en la clave emergente significaría cerrar su entrada salvífica para el mundo actual.

*. Pero los cambios de clave suponen siempre crisis, prueba, inseguridad. ¿Cómo pasar de una clave a otra? El paso de la clave tradicional a la moderna, es un cambio principalmente intelectual. Las rupturas producidas al emerger el mundo moderno, exigen connaturalmente un cambio de mentalidad. La humanidad fue pasando lentamente del mundo pre-moderno al moderno. Cuando la Iglesia en el Vaticano II se adaptó al mundo moderno, muchos cristianos respiraron satisfechos: ser cristiano ya no entraba en conflicto con la modernidad. Después del Vaticano II, los cursos de renovación conciliar (de «aggiornamento» o puesta al día) pretendían ayudar al cambio de mentalidad que fundamentalmente consistía en una renovación intelectual, ver el mundo, y también el mundo de la fe, con ojos «modernos», abrirse a la cultura moderna.

El paso de la modernidad a la clave emergente es más complejo. No implica sólo una mayor ilustración intelectual, sino un cambio de lugar social y cultural. Es ver el mundo y leer el Evangelio desde los pobres, escuchando su clamor en solidaridad con las aspiraciones de la mayoría . Es ver el mundo desde abajo, morir a una posición de privilegio, de superioridad y aceptar que ha sido revelado el misterio del Reino a los pobres (Mt 11,25). Es cambiar de interlocutor, de sensibilidad, de óptica. Para muchos puede suponer una profunda ruptura. En todo caso, exige una conversión.

La evolución de Mons. Romero puede resultar ilustrativa. Educado en una mentalidad cristiana tradicional, durante el Vaticano II fue pasando a una concepción moderna de la fe.

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Así adquirió una visión más abierta y científica, pero no le hizo cambiar de lugar social. Su elección episcopal para la sede de San Salvador en 1977 alegró a la oligarquía, a los militares y a los sectores más tradicionales de la Iglesia. Fue el descubrimiento de la cruel realidad de muerte del pueblo salvadoreño, el asesinato de sus sacerdotes, catequistas y del pueblo sencillo por las fuerzas de seguridad del Estado y por sus poderosos aliados, concretamente el martirio del P. Rutilio Grande, lo que le hizo abrir los ojos a la realidad del mundo de los pobres, víctima de una estructura injusta, contraria al plan de Dios. Hecho que provocó su conversión al Evangelio de los pobres, al Dios de la vida. De allí brotó la maravillosa fuerza profética de sus eucaristías dominicales en la catedral, su preocupación por encarnar la Iglesia en el mundo de los pobres, su valentía ante los opresores del pueblo. De allí brotaron sus tensiones y conflictos con sectores de la Iglesia y de la sociedad, y con el mismo departamento de Estado de USA. Por esto murió mártir, mezclando su sangre con el cáliz de la eucaristía. Por otra parte, hay sectores populares viviendo en la clave tradicional, que fácilmente pueden acceder a esta dimensión solidaria de la clave emergente, casi sin pasar por la clave moderna. El pueblo que ha sufrido una explotación de siglos, puede comprender fácilmente los aspectos alienantes de la clave tradicional, de la clave moderna y las dimensiones liberadoras de la clave emergente. No necesita cambiar de lugar social, sino tomar conciencia de su realidad y del secuestro a que ha sido sometido el Evangelio durante mucho tiempo.

*. Pero si somos sinceros hemos de añadir a todo lo anterior que la clave emergente tiene hoy connotaciones que no se captaban en la década de los 70-80. En aquellos años el clamor de los pobres en muchos sectores de la Iglesia fue escuchado y formulado desde la clave moderna, desde la llamada Segunda Ilustración, con todas las ventajas y riesgos que esto comporta. En la década de los 90 tal vez comprendemos algo nuevo: que el clamor de los pobres, tan agudo o más que en otras décadas, puede- y debe- ser leído y aclarado no necesariamente sólo desde categorías modernas, sino también y primariamente desde otras más simbólicas y populares, teniendo en cuenta no solo lo económico y político sino que integren lo antropológico, cultural, sexual, ecológico y religioso. Indudablemente existe el peligro de que esta propuesta sea mal entendida y considerada como una marcha atrás, volviendo a etapas del pasado ya superadas, en un clima eclesial de involución. No asumir estos nuevos retos y repetir las formulaciones y esquemas de los años 70-80, significaría no ser fiel al Espíritu.

Si a esto añadimos la ausencia de una alternativa sociopolítica clara frente al Neoliberalismo imperante que aparece como único bloque, se comprenderá la ambigüedad del momento. Nuestra situación se asemeja más al tiempo del Exilio de Israel que al tiempo de Éxodo.

Pero no se trata de añorar el pasado, ni el preconciliar, ni el de los años 70-80, sino de asumir el presente y transformar la historia a la luz del Evangelio; para ello hemos de contar no solo con las mediaciones socio analíticas y económicas sino con las antropológicas, culturales, religiosas y ecológicas, que aparecen en la clave emergente. Lo que sucede en Chiapas o la figura de Rigoberta Menchú y lo que ella representa (mujer indígena, ligada a su cultura y su tierra, catequista, de familia de mártires) no es repetición ni simple continuación de la guerrilla del Che. En tiempo de Exilio es necesario mantener la Utopía y la esperanza del pueblo, no con falsas promesas ni ilusiones irreales, sino con el anuncio que Dios sigue caminando con el pueblo y desde la Pascua de Jesús tenemos la esperanza de que en último término triunfará la vida, la justicia, la verdad y el amor.

*. Al inicio nos preguntábamos: ¿Qué significa ser cristiano en A.L. en el 2000? Hemos visto que ser cristiano no puede ser algo meramente tradicional o ritual; debe expresarse en el seguimiento de Jesús. El seguimiento de Jesús implica proseguir su camino

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liberador hacia el Reino. Nos preguntábamos luego el por qué de esta opción. Después de haber explicado las

diversas formas de comprender y vivir la fe, podemos ahora responder. Seguir a Jesús en su misión es la forma de ser cristiano en A.L., ya que la situación de injusticia del pueblo nos interpela a vivir el cristianismo desde la clave emergente, porque la gloria de Dios consiste en que el pobre viva, comenzando por lo más elemental que es la vida física y biológica, hasta culminar en la vida plena humana, cultural, social y religiosa. La fe cristiana incluye lo personal y lo comunitario, lo estructural, lo cultural y lo religioso. Y hoy somos conscientes de que este seguimiento implica una especial sensibilidad hacia la mujer, las culturas y la ecología. Y dentro de la Iglesia, el laicado adquiere hoy una importancia protagónica.

Esto que para el pueblo pobre y sencillo de A.L. parece algo obvio, para otros sectores de la Iglesia tal vez resulte nuevo o incluso escandaloso. En realidad es algo simplemente evangélico: ser cristiano consiste en imitar a los apóstoles y discípulos en el seguimiento de Jesús.

Pueden servirnos para cerrar estas reflexiones las palabras del diario del Papa Juan XXIII, escritas pocos días antes de su muerte:

«Hoy más que nunca (ciertamente más que en siglos precedentes), estamos llamados al servicio del hombre como tal, no sólo de los católicos. A defender sobre todo y en todas partes los derechos de la persona humana y no sólo los de la Iglesia católica. Las condiciones actuales, las investigaciones de los últimos 50 años, nos han llevado a realidades nuevas, tal como dije en el discurso de apertura del Concilio. No es que haya cambiado el Evangelio, somos nosotros los que hemos comenzado a comprenderlo mejor. Quien ha tenido la suerte de una vida larga se encontró al comienzo de este siglo frente a nuevas tareas sociales; y quien -como yo- ha estado 20 años en Oriente y 8 en Francia y se ha encontrado en el cruce de diversas culturas y tradiciones, sabe que ha llegado el momento de discernir los signos de los tiempos, de aferrarse a la oportunidad de mirar hacia adelante». (J. Alberigo, Giovanni XXIII, Brescia 1978, p 494).

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