SAPIENZA, UNIVERSITÀ DI ROMA Facoltà di Lettere … di Poeti... · Suena en la calle sólo el...
Transcript of SAPIENZA, UNIVERSITÀ DI ROMA Facoltà di Lettere … di Poeti... · Suena en la calle sólo el...
1
SAPIENZA, UNIVERSITÀ DI ROMA
Facoltà di Lettere e Filosofia
LETTERATURA SPAGNOLA I
a.a. 2016-17
prof. Isabella Tomassetti
Antologia di poeti spagnoli del Novecento
2
Antonio Machado, «Tarde tranquila, casi» (Soledades, 1903 / 1907)
Tarde tranquila, casi
con placidez de alma,
para ser joven, para haberlo sido
cuando Dios quiso, para
tener algunas alegrías… lejos, 5
y poder dulcemente recordarlas.
Antonio Machado, «Y podrás conocerte» (Soledades, 1903 / 1907)
Y podrás conocerte, recordando
del pasado soñar los turbios lienzos,
en este día triste en que caminas
con los ojos abiertos.
De toda la memoria, sólo vale 5
el don preclaro de evocar los sueños.
Antonio Machado, «La calle en sombra» (Soledades, Galerías y otros poemas, 1899-
1907).
La calle en sombra. Ocultan los altos caserones
el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.
¿No ves, en el encanto del mirador florido,
el óvalo rosado de un rostro conocido?
La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo, 5
surge o se apaga como daguerrotipo viejo.
Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;
se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón… ¿Es ella?
No puede ser… Camina… En el azul la estrella. 10
Antonio Machado, Retrato (Campos de Castilla, 1907-17)
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido 5
3
— ya conocéis mi torpe aliño indumentario —,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno; 10
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética, 15
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una. 20
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo 25
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago 30
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 35
casi desnudo, como los hijos de la mar.
4
Miguel de Unamuno, «A mi buitre» (Rosario de sonetos líricos, 1911)
Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.
El día en que le toque el postrer sorbo 5
apurar de mi negra sangre quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.
Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía
mientras él mi último despojo traga 10
sorprender en sus ojos la sombría
mirada al ver la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.
Miguel de Unamuno, «¿Qué es tu vida...?» (Romancero del destierro, 1927)
Qué es tu vida, alma mía? cuál tu pago?
lluvia en el lago!
Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
viento en la cumbre!
Cómo tu vida, mi alma, se renueva?, 5
sombra en la cueva!
lluvia en el lago!
viento en la cumbre!
sombra en la cueva!
Lágrimas es la lluvia desde el cielo, 10
y es el viento sollozo sin partida,
pesar, la sombra sin ningún consuelo,
y lluvia y viento y sombra hacen la vida.
5
Juan Ramón Jiménez, «Octubre» (Sonetos espirituales, 1914-15)
Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.
Lento el arado, paralelamente 5
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo, 10
al ancho surco del terruño tierno;
ver si con romperlo y con sembrarlo
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.
Juan Ramón Jiménez, «Otoño» (Sonetos espirituales)
Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y en la caída clara de sus hojas
se lleva al infinito el pensamiento.
¡Qué amena paz en este alejamiento 5
de todo, ¡oh prado bello, que deshojas
tus flores, oh agua, fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!
¡Encantamiento de oro! ¡Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece, 10
echado en el verdor de una colina!
En una decadencia de hermosura.
la vida se desnuda, y resplandece
la escelsitud de su verdad divina.
6
Juan Ramón Jiménez, «Cielo» (Diario de un poeta reciencasado = Diario de poeta y mar,
1916)
Te tenía olvidado,
cielo, y no eras
más que un vago existir de luz,
visto ––sin nombre––
por mis cansados ojos indolentes. 5
Y aparecías, entre las palabras
perezosas y deseperanzadas del viajero,
como en breves lagunas repetidas
de un paisaje de agua visto en sueños…
Hoy te he mirado lentamente, 10
y te has ido elevando hasta tu nombre.
«Nocturno» (Diario de un poeta reciencasado = Diario de poeta y mar, 1916)
El barco, lento y raudo a un tiempo, vence al agua,
mas no al cielo.
Lo azul se queda atrás, abierto en plata viva,
y está otra vez delante.
Fijo, el mástil se mece y torna siempre 5
horario en igual número
de la esfera
a las estrellas mismas,
hora tras hora negra y verde.
El cuerpo va, soñando, 10
a la tierra que es de él, de la otra tierra
que no es de él. El alma queda y sigue,
siempre, por su dominio eterno.
Juan Ramón Jiménez, «Elejía» (Diario de un poeta recién casado = Diario de poeta y mar,
1916)
(Madrid, 3 de octubre)
Ahora parecerás, ¡oh mar lejano!,
a los que por ti vayan
viendo tus encendidas hojas secas,
al norte, al sur, al este o al oeste,
ahora parecerás, ¡oh mar distante!, 5
mar, ahora que yo te estoy creando
con mi recuerdo vasto y vehemente.
7
Gerardo Diego, «Tren» (Imagen, 1922)
Venid conmigo
Cada estación es un poco de nido
El alma llora porque se ha perdido
Yo ella
como dos
golondrinas paralelas
Y arriba una bandada de estrellas mensajeras
El olvido
deposita sus hojas
en todos los caminos
Sangre Sangre de aurora
Pero no es más que agua
Agitando los arboles
llueven
llueven silencios
ahorcados en las ramas
Gerardo Diego, «Estética» (Imagen)
A Manuel de Falla.
Estribillo Estribillo Estribillo
El canto más perfecto es el canto del grillo
Paso a paso
se asciende hasta el Parnaso
Yo no quiero las alas de Pegaso
Dejadme auscultar
el friso sonoro que fluye la fuente
Los palillos de mis dedos
repiquetean ritmos ritmos ritmos
en el tamboril del cerebro
Estribillo Estribillo Estribillo
El canto más perfecto es el canto del grillo
8
Pedro Salinas, «Presagios» 1 / 2 (Presagios, 1923) *
l
Posesión de tu nombre,
sola que tú permites,
felicidad, alma sin cuerpo.
Dentro de mí te llevo
porque digo tu nombre, 5
felicidad, dentro del pecho.
«Ven»: y tú llegas quedo;
«vete»: y rápida huyes.
Tu presencia y tu ausencia
sombra son una de otra, 10
sombras me dan y quitan.
(¡Y mis brazos abiertos!)
Pero tu cuerpo nunca,
pero tus labios nunca,
felicidad, alma sin cuerpo, sombra pura. 15
2
El alma tenías
tan clara y abierta,
que yo nunca pude
entrarme en tu alma.
Busqué los atajos 5
angostos, los pasos
altos y difíciles...
A tu alma se iba
por caminos anchos.
Preparé alta escala 10
—soñaba altos muros
guardándote el alma—
pero el alma tuya
estaba sin guarda
de tapial ni cerca. 15
Te busqué la puerta
estrecha del alma,
pero no tenía,
de franca que era,
entradas tu alma. 20
¿En dónde empezaba?
¿Acababa, en dónde?
Me quedé por siempre
sentado en las vagas
lindes de tu alma. 25
9
Pedro Salinas, «Perdóname por ir así buscándote» (La voz a ti debida, 1933)
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eras.
10
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundte diré:
Federico García Lorca, Baladilla de los tres ríos (Poema del cante jondo, 1921)
Baladilla de los Tres Rios
(A Salvador Quintero)
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor 5
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre. 10
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada 15
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales. 20
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva 25
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares. 30
11
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Federico García Lorca, Romance sonámbulo (1924, Primer romancero gitano)
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura 5
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana, 10
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
*
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra 15
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias. 20
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
*
Compadre, quiero cambiar 25
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra. 30
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir 35
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
12
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta? 40
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo, 45
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas. 50
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
*
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre. 55
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada. 60
*
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto 65
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara, 70
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
*
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde, 75
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza. 80
13
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar. 85
Y el caballo en la montaña.
Federico García Lorca, «Soledad» (1928, poemas sueltos)
Soledad
(Homenaje a Fray Luis de León)
Difícil delgadez:
¿Busca el mundo una blanca,
total, perenne ausencia?
Jorge Guillén
Soledad pensativa
sobre piedra y rosal, muerte y desvelo
donde libre y cautiva,
fija en su blanco vuelo,
canta la luz herida por el hielo. 5
Soledad con el estilo
de silencio sin fin y arquitectura,
donde la planta en vilo
del ave en la espesura
no consigue clavar tu carne oscura. 10
En ti dejo olvidada
la frenética lluvia de mis venas,
mi cintura cuajada:
y rompiendo cadenas,
rosa débil seré por las arenas. 15
Rosa de mi desnudo
sobre paños de cal y sordo fuego,
cuando roto ya el nudo,
limpio de luna, y ciego,
cruce tus finas ondas de sosiego. 20
En la curva del río
el doble cisne su blancura canta.
Húmeda voz sin frío
fluye de su garganta,
y por los juncos rueda y se levanta. 25
Con su rosa de harina
14
niño desnudo mide la ribera,
mientras el bosque afina
su música primera
en rumor de cristales y madera. 30
Coros de siemprevivas
giran locos pidiendo eternidades.
Sus señas expresivas
hieren las dos mitades
del mapa que rezuma soledades. 35
El arpa y su lamento
prendido en nervios de metal dorado,
tanto dulce instrumento
resonante o delgado,
buscan ¡oh soledad! tu reino helado. 40
Mientras tú, inaccesible
para la verde lepra del sonido,
no hay altura posible
ni labio conocido
por donde llegue a ti nuestro gemido. 45
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York (1928-29)
Vuelta de paseo
Asesinado por el cielo,
entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con el árbol de muñones que no canta 5
y el niño con el blanco rostro de huevo.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero. 10
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!
15
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York (1928-29)
La aurora
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime 5
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible. 10
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes, 15
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre. 20
Poema doble del lago Eden
Nuestro ganado pace, el viento espira
Garcilaso
Era mi voz antigua
ignorante de los densos jugos amargos.
La adivino lamiendo mis pies
bajo los frágiles helechos mojados.
¡Ay voz antigua de mi amor, 5
ay voz de mi verdad,
ay voz de mi abierto costado,
cuando todas las rosas manaban de mi lengua
y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!
16
Estás aquí bebiendo mi sangre, 10
bebiendo mi humor de niño pesado,
mientras mis ojos se quiebran en el viento
con el aluminio y las voces de los borrachos.
Déjame pasar la puerta
donde Eva come hormigas 15
y Adán fecunda peces deslumbrados.
Déjame pasar, hombrecillo de los cuernos,
al bosque de los desperezos
y los alegrísimos saltos.
Yo sé el uso más secreto 20
que tiene un viejo alfiler oxidado
y sé del horror de unos ojos despiertos
sobre la superficie concreta del plato.
Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,
quiero mi libertad, mi amor humano 25
en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.
¡Mi amor humano!
Esos perros marinos se persiguen
y el viento acecha troncos descuidados.
¡Oh voz antigua, quema con tu lengua 30
esta voz de hojalata y de talco!
Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. 35
Quiero llorar diciendo mi nombre,
rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,
para decir mi verdad de hombre de sangre
matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.
No, no, yo no pregunto, yo deseo, 40
voz mía libertada que me lames las manos.
En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe
la luna de castigo y el reloj encenizado.
Así hablaba yo.
Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes 45
y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.
Me estaban buscando
allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje
y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.
17
Niña ahogada en el pozo
(Granada y Newburg)
Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,
pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.
Que no desemboca.
El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores.
¡Pronto! ¡Los bordes! ¡Deprisa! Y croaban las estrellas tiernas. 5
...que no desemboca.
Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta,
lloras por las orillas de un ojo de caballo.
...que no desemboca.
Pero nadie en lo oscuro podrá darte distancias, 10
sin afilado límite, porvenir de diamante,
...que no desemboca.
Mientras la gente busca silencios de almohada
tú lates para siempre definida en tu anillo,
...que no desemboca. 15
Eterna en los finales de unas ondas que aceptan
combate de raíces y soledad prevista,
...que no desemboca.
¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!
¡Cada punto de luz te dará una cadena! 20
...que no desemboca.
Pero el pozo te alarga manecitas de musgo.
insospechada ondina de su casta ignorancia,
...que no desemboca.
No, que no desemboca. Agua fija en un punto, 25
respirando con todos sus violines sin cuerdas
en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.
¡Agua que no desemboca!
18
Rafael Alberti, «Si mi voz muriera en tierra» (Marinero en tierra)
Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana 5
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella 10
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
Rafael Alberti, «El ángel de los números» (Sobre los ángeles, 1927-28)
Vírgenes con escuadras
y compases, velando
las celestes pizarras.
Y el ángel de los números,
pensativo, volando 5
del 1 al 2, del 2
al 3, del 3 al 4.
Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios. 10
Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
Vírgenes sin escuadras, 15
sin compases, llorando.
Y en las muertas pizarras,
el ángel de los números,
sin vida, amortajado
sobre el 1 y el 2, 20
sobre el 3, sobre el 4.
19
Rafael Alberti, «Amaranta» (Cal y canto, 1929)
... calzó de viento...
Góngora.
Rubios, pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados.
Pórticos de limones desviados
por el canal que asciende a tu garganta.
Rojo, un puente de rizos se adelanta 5
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento te levanta.
La soledad, dormida en la espesura,
calza su pie de céfiro y desciende 10
del olmo alto al mar de la llanura.
Su cuerpo en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura,
entre Amaranta y su amador se tiende.
Rafael Alberti, «La paloma» (Entre el clavel y la espada, 1939-1940)
Se equivocó la paloma,
se equivocaba
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo 5
que la noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa. 10
(Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.)
20
21
Jorge Guillén, «Perfección» (Cántico, 1928-1950)
Queda curvo el firmamento.
Compacto azul, sobre el día.
Es el redondeamiento
Del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa. 5
Central sin querer, la rosa.
A un sol en cénit sujeta.
Y tanto se da el presente
Que el pie caminante siente
La integridad del planeta. 10
Jorge Guillén, «Beato sillón» (Cántico)
¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa 5
nada. Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén 10
Jorge Guillén, «Hacia el poema» (Cántico) *
...mi corazón de trovar non se quita
Juan Ruiz
Siento que un ritmo se me desenlaza
De este barullo en que sin meta vago,
Y entregándome todo al nuevo halago
Doy con la claridad de una terraza,
Donde es mi guía quien ahora traza 5
Límpido el orden en que me deshago
Del murmullo y su duende, más aciago
Que el gran silencio bajo la amenaza.
Se me juntan a flor de tanto obseso
Mal soñar las palabras decididas 10
22
A iluminarse en vívido volumen.
El son me da un perfil de carne y hueso.
La forma se me vuelve salvavidas.
Hacia una luz mis penas se consumen.
Vicente Aleixandre, A don Luis de Góngora (1927)
¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?
Las líneas graves van. Mas de su planta 5
brota la curva, comba su justeza
en la cima, y respeta la corteza
intacta, cárcel para pompa tanta.
El alto cielo luces meditadas
reparte en ritmos de ponientes cultos, 10
que sumos logran su mandato recto.
Sus matices sin iris las moradas
del aire rinden al vibrar, ocultos,
y el acorde total clama perfecto.
Vicente Aleixandre, A fray Luis de León (1928)
¿Qué linfa esbelta, de los altos hielos
hija y sepulcro, sobre el haz silente
rompe sus fríos, vierte su corriente,
luces llevando, derramando cielos?
¿Qué agua orquestal bajo los mansos celos 5
del aire, muda, funde su crujiente
espuma en anchas copias y consiente,
terso el diálogo, signo y luz gemelos?
La alta noche su copa sustantiva
árbol ilustre yergue a la bonanza, 10
total su crecimiento y ramas bellas.
Brisa joven de cielo, persuasiva,
su pompa abierta, desplegada, alcanza
largamente, y resuenan las estrellas.
23
Luis Cernuda, «Era un sueño, aire» (Donde habite el olvido, 1932-33)
Era un sueño, aire
Tranquilo en la nada;
Al abrir los ojos
Las ramas perdían.
Exhalaba el tiempo
Luces vegetales,
Amores caídos,
Tristeza sin donde.
Volvía la sombra;
Agua eran sus labios.
Cristal, soledades,
La frente, la lámpara.
Pasión sin figura,
Pena sin historia;
Como herida al pecho,
Un beso, el deseo.
No sabes, no sabes.
Miguel Hernández, «¿No cesará este rayo que me habita…?» (El rayo que no cesa,
1934-35)
¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?
¿No cesará esta terca estalactita 5
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?
Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia 10
y ejercita en mí mismo sus furores.
Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.
24
Miguel Hernández, «Por tu pie…» (El rayo que no cesa, 1934-35)
Por tu pie, la blancura más bailable,
donde cesa en diez partes tu hermosura,
una paloma sube a tu cintura,
baja a la tierra un nardo interminable.
Con tu pie vas poniendo lo admirable 5
del nácar en ridícula estrechura,
y donde va tu pie va la blancura,
perro sembrado de jazmín calzable.
A tu pie, tan espuma como playa,
arena y mar me arrimo y desarrimo 10
y al redil de su planta entrar procuro.
Entro y dejo que el alma se me vaya
por la voz amorosa del racimo:
pisa mi corazón que ya es maduro.
Miguel Hernández, «Llegó con tres heridas» / «Tristes guerras» (Cancionero y
Romancero de ausencias, 1938-1941)
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene: 5
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida, 10
la de la muerte,
la del amor.
***
Tristes guerras
si no es de amor la empresa.
Tristes. Tristes. 15
25
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores. 20
Tristes, tristes.
Miguel Hernández, «Canción última» (El hombre acecha, 1938-39)
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto 5
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas. 10
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua 15
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.