Rey Rosa, Rodrigo - Severina

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Título original: Severina. (Madrid: Alfaguara) Rodrigo Rey Rosa, 2011. Diseño/retoque portada: Arkaitz del Río

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Severina, de Rodrigo Rey Rosa

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Severina

Ttulo original: Severina. (Madrid: Alfaguara)Rodrigo Rey Rosa, 2011.Diseo/retoque portada: Arkaitz del Ro

SinopsisUn delirio amoroso. As define su autor esta novela, en la que la montona existencia de un librero se ve conmocionada por la irrupcin de una consumada ladrona de libros. Como en un sueo obsesivo en el que se difuminan las fronteras entre lo racional y lo irracional, el protagonista se va adentrando en las misteriosas circunstancias que rodean a Severina y en la equvoca relacin que mantiene con su mentor, a quien presenta como su abuelo, al tiempo que alimenta la esperanza de que la lista de libros sustrados le ayudar a entender el enigma de su vida.

Para Beatriz Zamora

What power has love but forgiveness?WILLIAM CARLOS WILLIAMSAsphodel, That Greeny Flower, Book III

Me fij en ella la primera vez que entr, y desde entonces sospech que era una ladrona, aunque esa vez no se llev nada.Los lunes por la tarde sola haber lecturas de poesa en La Entretenida, el negocio que habamos abierto recientemente un grupo de amigos aficionados a los libros. No tenamos nada mejor que hacer y estbamos cansados de pagar precios demasiado altos por libros escogidos por y para otros, como le ocurre a la llamada gente rara en las ciudades provincianas. (Cosas mucho peores pasan aqu, pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora.) En fin, para acabar con este malestar, abrimos nuestra propia tienda.Acababa de terminar con una de las mujeres que yo crea que sera la mujer de mi vida. Una colombiana. Una historia fcil e imposible a la vez, una prdida de tiempo o una hermosa aventura, segn quien lo vea.La librera no era muy grande, pero haba sitio, en el fondo del local, para acomodar mesas y sillas para estos actos, que oscilaban entre la mera lectura, la performance y el burlesque.La vi llegar una tarde despus de un chaparrn que inund los pasillos del stano del pequeo centro comercial en donde estbamos, y haba que andar de negocio en negocio por unos tablones elevados sobre bloques de cemento y ladrillos reciclados. Vesta tights, botas altas sin tacones, una blusa blanca de algodn, y el pelo lo tena muy negro. Pareca bastante madura. No se qued hasta el final de la lectura de unos poemas en prosa que, para m, sonaban muy bien, pero yo supe que volvera.Varias tardes estuve esperndola. Por qu estaba seguro de que volvera?, me preguntaba. No lo saba.Al fin, otro lunes por la tarde, apareci. La lectura ya haba comenzado. Se qued de pie junto a las cortinas que separaban la librera en s de la salita de lectura. Ahora traa un vestido de una sola pieza de algodn azul celeste un poco holgado que le llegaba hasta las rodillas unas rodillas perfectamente redondas, torneadas con evidente esmero, un cinturn ancho de metal plateado, sandalias de cuero negro y un pequeo bolso de lentejuelas. Se qued hasta el final. Fue a tomar algo junto al bar, intercambi miradas y saludos y, antes de marcharse, con una velocidad admirable, se guard en el bolso dos libritos de la seccin de traducciones del japons. Sali por la puerta sin ninguna prisa. La alarma no son; me pregunt cmo lo haba logrado. La dej ir: de nuevo, estaba seguro de que volvera.Un momento ms tarde fui hasta el anaquel japons. Anot los ttulos de los libros sustrados en una libreta de cuentas, puse la fecha y la hora. Luego fui al cubculo de la caja registradora y me qued all, tratando de imaginar adonde ira con los libros.La ocasin siguiente, dos o tres semanas despus, al verla llegar le di las buenas tardes y le pregunt si buscaba algo en particular.Quiero hacer un regalo, s fueron las primeras palabras que le o decir.Se puede saber para quin es?Para mi novio me dijo; tena un acento imposible de identificar.Usted sabr, entonces. Hay algunos ttulos nuevos en la seccin de traducciones del japons.Se le ilumin la cara.Ah dijo. Los japoneses me fascinan.Por all indiqu un extremo de la librera. Usted ya sabe.No se inmut.Pero no le gustan tanto a l. Estn demasiado de moda, es la explicacin que da. Tiene algo de Chesterton?Me re una risa vaca.Ah, esa clase. Algo debe de haber por ah. Estara seal el extremo opuesto del negocio en el estante ms alto. Che, s, de Chesterton.Volv a colocarme detrs de la caja registradora, me puse a ojear catlogos, para que ella se sintiera a sus anchas. Iba de un lado para otro entre los libros. Me pareci or cuando dejaba deslizar uno (un volumen de Las mil y una noches en la versin de Galland, como comprob despus) hacia el fondo de su morral. Fingi una tos dos libros ms. Unos minutos despus se acerc a la caja y me dijo:No he tenido suerte. Le comprar un perfume.Vuelva cuando quiera. Me qued mirndola. Pas por el arco de la alarma, que, de nuevo, no son.Fui hasta el anaquel expoliado. Anot en la libreta: Las mil y una noches, volmenes uno, dos y tres. Agregu la hora y la fecha. Decid que algn da iba a seguirla cuando saliera.Pocos das ms tarde recibimos un envo de libros entre los que haba una coleccin en miniatura de traducciones del ruso. Eran volmenes en dieciseisavo, con grabados y letras de oro molido, elaborados con gran delicadeza y legibles y perfectos como joyas. Los puse en un estante bastante cerca de la caja, pero de modo que algunos estuvieran ocultos a la vista del cajero. Estos ejemplares eran para ella.El da que resolv actuar, casi un mes ms tarde, era jueves. Estbamos solos en la librera, slo ella ojeando libros y yo vigilndola a ella. No mencion la nueva coleccin rusa; apenas la salud con alguna distancia cuando entr, y fing estar mucho ms concentrado en unos papeles contables de lo que en realidad estaba.No me oy acercarme. Ya estaba detrs de ella, tan cerca que senta el perfume de su pelo.Dnde se los guard esta vez? le dije, y dio un saltito y se revolvi contra m.Qu! exclam. Me ha dado un susto. Qu pretende, tonto? se ri al verme sonrer.Disculpe.Se puso la mano en el pecho, sobre el escote.De verdad me asust.De verdad, dnde se los guard?Ahora pareca enojada; un agujerito se dibuj entre sus dos cejas, pobladas, oscuras y bien delineadas. Me hizo a un lado y comenz a caminar deprisa hacia la puerta. Alargu el brazo para oprimir un botn y las rejas de seguridad bajaron justo a tiempo para impedir que saliera, aunque los ltimos pasos los dio corriendo. Se detuvo y empuj la reja de hierro.Esto es increble! dijo, y se volvi para mirarme. Sac un telfono celular de un bolsillo de su pantaln y marc un nmero. Me deja salir o pido ayuda.Tranquilcese. Sin quitarle los ojos de encima, apagu un reflector que la deslumbraba. Era hermossima, y as, acorralada, me pareci irresistible. Sonre. Tranquila, tranquila.Usted es un enfermo! me grit. Mir su celular. Voy a pedir ayuda ahora mismo si no me deja salir.Mir con intencin sus pechos, sus caderas; no traa bolso esta vez. Termin de marcar y me dio la espalda. Era perfecta.Al! Necesito ayuda!, dijo al aparato.Seorita. Aqu estamos en un stano. No hay seal. Pero conmigo est a salvo. Devulvame los libros que tom y se puede ir. Tengo la lista de los otros que se ha ido llevando con el tiempo, y que yo mismo he dejado que se lleve, no s por qu.S? Por qu? Djeme salir! grit, pero no muy fuerte.Aunque usted no lo crea, aqu y all y all seal puntos imaginarios en el techo hay cmaras de video. Tengo pruebas.En serio? Ahora percib un dbil acento argentino o uruguayo que hasta ese momento haba disimulado muy bien. No lo pareca se sonri. Lo siento. Me perdons?Cmo, perdonarte. Devolveme los libros, por ahora.Se sac de las axilas dos libritos rusos, y otro de los pantalones. Con gran desenvoltura, contonendose ligeramente con un orgullo garboso, fue a dejarlos en el anaquel de donde los haba tomado.Ya est me dijo con descaro.Y los dems?Los olvidamos? tante.No. Pero digamos que de ahora en adelante sern una deuda personal entre nosotros. Tengo socios, sabs? Oprim el botn para levantar las rejas y dejarla salir.Sali casi corriendo. Alcanc a preguntarle cmo se llamaba antes de que desapareciera al subir las escaleras.Llamame Ana! grit.Me dije a m mismo que volvera. De pronto me sent muy solo entre todos aquellos libros. Dese que las cmaras hubieran sido reales.Las libreras son como gusaneras de ideas. Los libros son bichos que vibran y murmuran, sola decir uno de mis socios, que tambin era poeta, un tipo inteligente (aunque no tanto como l crea) y bastante simptico. Algo de cierto hay en eso y all, en el anaquel junto a la caja registradora, estuvieron durante varios das los tres libritos rusos que conservaban, vibrando y murmurando, un recuerdo de ella, que no volva. Muchas cosas pasaron, o, para ser ms preciso, o que pasaron muchas cosas por aquellos das (proliferaron los linchamientos en los pueblos del interior, hubo un golpe de Estado en un pas vecino, la coca gan ventaja en la carrera global de las sustancias controladas, encontraron agua estancada en Marte, y Plutn perdi para siempre el status de planeta) porque mi vida haba vuelto a reducirse a los libros, me haba convertido en un ejemplar ms de esa melanclica especie: el librero aspirante a escritor.Toda clase de gente iba a visitarnos todos los das. A comprar libros iban poetas, estudiantes, abogados, seoras con guardaespaldas, o sin, gente de xito (econmico) y fracasados (en el sentido ms amplio). Nosotros los atendamos cordial y ecunimemente. A veces, compraban un libro o dos. La verdad es que la gente que se dedica a robar libros es muy poca, gracias a las innovaciones en los sistemas de seguridad. En mi experiencia ms de la mitad son mujeres, o literatos con mochila o morral.Yo trabajaba en la librera slo los lunes, mircoles y jueves; los otros das escriba (o fantaseaba con la idea de escribir) y me consagraba a la lectura.La prxima vez la vi en la calle. Iba de jeans con un huipil corto, tenis blancos, el pelo recogido en un moo y anteojos de sol. Como ocurre cuando vemos de improviso a alguien que nos gusta mucho, el corazn se puso a latirme con fuerza y sent un mariposeo en el estmago. Comenc a caminar deprisa para alcanzarla, me par a su lado cuando esperaba la luz verde en una esquina la esquina de la Trece y la Reforma.Hola. Al fin te encontr.Me mir, sonriente.Ah, sos vos.Paseando?Aj.El semforo cambi. Atravesamos la calle.Te acompao un poco?Si quers.Caminamos un rato en silencio. Andaba rpido.Puedo preguntarte algo?Me mir de reojo con cierto recelo.Prob.Qu hacs con los libros?Mir me dijo, te agradezco que no me hicieras problemas aquel da, pero es algo muy personal. Prefiero no contestar.Seguimos caminando en silencio.Est bien. Pero ahora estoy ms intrigado que antes.No hubo reaccin de su parte.Vas a algn lugar en especial?No me dijo cuando doblamos la esquina de la Sptima. Tena ganas de pasear.Seguimos andando.Era una maana fresca; haba llovido por la noche y el asfalto y la grama todava estaban hmedos. En los rboles pareca que haba ms sanates de lo habitual.Qu ruido meten esos pjaros dijo.Es la poca. Se estn apareando.Me mir, creo que con aprobacin por el dato ornitolgico.Te interesan los pjaros?Casi todo me interesa.Asinti con la cabeza con impaciencia.Vivs sola?S. Bueno, no. Vivo con mi padre.Esto no me lo esperaba. Dimos otros pasos en silencio.Qu edad tiene tu padre?En su cara se form una sonrisa que pareca llena de cansancio.Es muy, muy viejo.Ochenta?Siempre sos tan preguntn? reaccion.La verdad, no. Vivs por aqu?Par, quers?Perdn. Ya no pregunto ms.Al poco rato:Te importa que siga andando a tu lado?No, no. Para nada dijo con indulgencia.bamos ya por la Quinta. Doblamos a la izquierda y de nuevo a la izquierda.Por qu me ests acompaando?Contest sin reflexionar.Me gusts.Eso pens. No sos el primero, sabs?Nos habamos detenido frente a una puerta de latn azul con un pequeo letrero que deca: Pensin Carlos.Aqu vivo me dijo. Alarg la mano con una sonrisa. Adis.Volvi la cara y la vista de su perfil fue tan cortante que sent una punzada ntima en la regin del vientre.A partir de aquel da la calle de la pensin Carlos se convirti en el destino primordial de mi itinerario cotidiano. Pasaba por all, dando un rodeo, en mis viajes de ida y de vuelta a la librera; y los das en que no trabajaba (escritura aparte) daba paseos que tenan siempre como objetivo, a veces oblicuo, aquella calle sombreada y tranquila. Pero no volv a encontrarme con ella, hasta que, otro lunes por la tarde, visit una vez ms la librera.Vena radiante, con un vestido color canario, la piel bien bronceada, con el brillo discreto y hmedo de alguna crema, y el espeso pelo negro suelto sobre sus anchos hombros. Al entrar se quit los anteojos oscuros y me salud con un Hola sonriente y sonoro.Sent una corriente elctrica y un estimulante golpe de sangre, acompaado por el mariposeo habitual.Bienvenida. Pens que ya no te iba a ver.Qu tal? Segua sonriendo y se detuvo frente a m del otro lado de la caja registradora. Vine a la lectura. Es muy temprano?Mir el reloj de pared.La lectura es a las seis. No es demasiado temprano, no.Un tipo estaba ojeando libros, alguien que, sin razn alguna aparte del hecho de existir, me caa muy mal, aunque era uno de nuestros mejores clientes: compraba un promedio de tres libros al mes. Un tipo de saco y corbata y halitosis permanentes, un abogado economista con columna semanal en uno de nuestros diarios. Dese que se largara y como por arte de magia en ese momento el tipo devolvi al anaquel el libro que tena en las manos y se dirigi hacia la puerta, sin prisa, leyendo al pasar el ttulo de alguna que otra novedad expuesta en las mesas a lo largo del local. Por fin sali, no sin antes lanzarme una mirada con sus ojitos de rata o de zorro.Este es el programa? dijo ella, y seal un cartel pegado a una columna al lado de la caja. Poetas de ojos azules, eh?La idea fue de ellos.Okey lade la cabeza; no pareca convencida. Son buenos?De poesa s muy poco. Son poetas. Tienen sus momentos, o sus instantes al menos, digo.Se ri.Pues, me quedo.No tardarn en venir. Cerr el libro que tena en las manos.Qu les? me pregunt.Kenko, aforismos.Puedo ver?Le entregu el libro. Lo abri al azar, hacia la mitad.Es mejor no cambiar las cosas si el cambio no hace ningn bien, ley.Parece obvio dijo.Los aforismos suelen parecerlo, no?El sumo sacerdote llamado Obispo Ladrn viva cerca de Yanagihara. Le llamaban as porque se reuna frecuentemente con ladrones, segn entiendo.Y ste? pregunt.Bueno, se no parece un aforismo.Continu:Es poco atractivo que alguien alterne con gente que no es de su clase, trtese de un oriental que se mezcle con gente de la capital, o de un hombre de la capital que ha ido a Oriente en busca de fortuna, o de un monje de una secta esotrica o exotrica que ha cambiado de doctrina.Cerr el libro y me lo devolvi. Pareca decepcionada.Eso ms bien parece un prejuicio me dijo, y yo asent.Es del siglo catorce. Qu esperabas?Los prejuicios no respetan el tiempo dijo, y tampoco la estupidez.Volv a sonrer.Sos bastante severa.Soy de esa clase de gente que se mezcla con gente de otras clases contest.Pues entonces Kenko se equivocaba. Una persona ms atractiva que vos es difcil de imaginar.Su expresin cambi; ahora pareca una niita despus de hacer una proeza.Gracias me dijo, mirndome a los ojos, la cabeza un poco baja y un poco encogida de hombros.Los poetas de ojos azules llegaron siete jvenes, tres de un sexo, tres del otro y uno de ambos. Leyeron. Slo uno de ellos tuvo sus momentos; en esto la ladrona y yo estuvimos de acuerdo. Por lo dems, fue una lectura tan mecnica como una lavadora de ropa, como dijo ms tarde un crtico lcido pero envidioso. Los ojos azules eran irnicos; los poetas usaban lentes de contacto coloreados.Al terminar la lectura yo volv al cubculo de la caja registradora y ella fue a mezclarse con el pblico y los poetas al rea del bar improvisado en la sala de lectura. La vi ojear dos o tres de los libritos azules que los poetas haban puesto a la venta para la ocasin libros hechos con ms acierto y cuidado que los textos que contenan, como dijo el crtico y supuse que tomara alguno para llevrselo sin pagar.Me alegr que se quedara cuando le dije que iba a cerrar la tienda. Estaba colocando algunos ejemplares del librito azul sobre la mesa de curiosidades, y ella se me acerc.No tomaste ninguno, entonces?Pods registrarme me dijo.En verdad?Asinti con la cabeza, y mi sangre corri de golpe a un solo lugar. Alargu una mano, estir el dedo ndice y lo detuve a medio centmetro del botn rojo de la reja de seguridad.Cerr me dijo.Oprim el botn, la reja baj con mucho ruido.Cuando hubo silencio le ped que levantara los brazos, y ella obedeci. Estbamos frente a frente. Pas mis manos con suavidad por sus costados, para cachearla como lo hara, supongo, un inspector profesional, con cierto mtodo y con perfecta seriedad, de arriba abajo, de abajo arriba.Satisfecho? pregunt.No me re.La verdad, no. Mi voz son empaada.Quers seguir? dijo ella.S.Adelante.De veras?De veras, menso! exclam.Me puse detrs de ella, le pas las manos por el cuello, por la espalda, por las piernas, que abri con docilidad, y por ltimo por las nalgas y la entrepierna.Ya?No dije nada. Con un ligero mareo, con dificultad una dificultad menos fsica que volitiva, me levant y volv a ponerme frente a ella.Me dio una bofetada, una bofetada bastante suave.Sos un abusivo se sonri, y entend que besarla estaba permitido. La bes.Par me dijo. Paremos.Por qu?Ya est bien se ri con alegra. Sos insaciable!En este caso, lo concedo me pas la mano por el vientre. De pronto me ha dado mucha hambre. Me acompas a cenar?Te acompao. Hace mucho que no voy a un restaurante.Subimos del stano a la calle, donde soplaba un viento fro que pareca caer de lo alto, como una llovizna finsima.Vamos a pie?La tom de la mano.Me hacs rer me dijo. Vamos a pie, est bien.Le di mi chaqueta cuando la vi que temblaba de fro.Dej de andar para decirme:Vos sos muy bueno, o eso parece. Pero la vida es una mierda. Mejor vamos en tu carro y me llevs a la pensin.Pero por qu? Por qu decs que la vida es una mierda?Es muy complicada.Eso s.Me llevs?Ni modo.Fuimos en silencio al estacionamiento y en silencio rodamos despacio hacia la pensin. Le dije cuando nos despedamos:Me gustara conocer a tu padre, si es posible.Su boca se retorci con una sonrisa amarga.Estuvo un rato, que me pareci muy largo, sin hablar.No creo que convenga contest por fin.No nos dimos otra cita; era como si hubiera un acuerdo secreto entre nosotros: volveramos a vernos. No saba cuntos das de espera tendra por delante la verdad es que cre que seran pocos; no fueron demasiados, pero se me hicieron interminables. Un sbado por la tarde a mediados de octubre, despus de discutir conmigo mismo con detenimiento, me anim a llamar a la puerta de la pensin Carlos. Haca algn tiempo que la idea del padre me asediaba, y supona que iba a encontrrmelo. Imaginaba al principio a un hombre frgil y enfermo tal vez para dar una explicacin al hecho de que su hija viviera con l en un cuarto alquilado? Es un invlido, pensaba. Una figura triste. Un don nadie. Luego pens que poda ser tambin un personaje siniestro, alguien que necesitaba ocultarse por precaucin o por vergenza. Un poltico acabado? Un sacerdote degradado? Un narco en fuga? Un artista?Era uno de esos timbres antiguos, un botoncito blanco enmarcado en un azulejo. El sonido que produjo abri los corredores de mi memoria hasta un lugar olvidado de mi niez.Abri la puerta una sirvienta de uniforme.Todava era una nia, pero su cara tena una dureza que me hizo recordar la fealdad adquirida de los adolescentes campesinos convertidos de un da para otro en soldados. Ms all del garaje, donde no haba ningn auto, alcanc a ver una casa moderna de un solo piso con rejas de hierro forjado en las ventanas.Quin busca? dijo. Qu desea?Funciona la pensin?Asinti secamente con la cabeza.Se alquila el cuarto por semana.Me qued un momento mirando el pequeo jardn de enfrente, con sus grandes macetas con patas de len, colas de quetzal, aspidistras y plantas de sbila.Puedo ver un cuarto?Pase adelante dijo la muchacha, y abri de par en par la puerta que haba mantenido entreabierta.El pequeo vestbulo con su piso de azulejos con imgenes zodiacales, la pequea sala con sus sofs viejos y sillones desvencijados, las rejas de hierro forjado en el ventanal que daba a un patio sombreado; todo esto me hizo pensar de nuevo en mi niez. Ms all de la sala, un corredor mal iluminado llevaba a los dormitorios y a un cuarto de bao en el fondo, cuya puerta estaba abierta, y de donde sala un fuerte olor a desinfectante ambiental, una mezcla de aromas de manzana y eucalipto que tambin comunicaba con mi infancia. La muchacha abri la puerta del primer cuarto y me invit a inspeccionarlo. Era una habitacin de dimensiones medianas, con una ventana que daba a un jardn donde un viejo rbol de hule prodigaba una sombra densa. La cama, de madera oscura labrada con escenas de caza, era alta y angosta. Prob el colchn; para mi sorpresa, era firme. Contra la pared opuesta a la ventana haba un catre militar, cuya presencia no dej de intrigarme. La criada debi de percatarse de mi extraeza, porque explic:Por el catre con ropa y almohada hay un cobro adicional.El suelo del cuarto era tambin de azulejos, con motivos de aves en vuelo, y estaba cubierto con gruesas alfombras de Momostenango. El nico objeto de factura moderna era, sobre la mesita de noche de pino barato, una lmpara de lectura de metal cromado. La encend, vi que la luz era buena, la apagu.Cuntas habitaciones tienen?Seis.Cuntas estn libres?Slo sta.La tomo, entonces.Me dijo el precio, que me pareci razonable. Despus de entregarle un depsito y guardar el recibo que me extendi, le dije que esa noche o a la maana siguiente volvera para instalarme.No era la primera vez que me dejaba llevar ms all de la razn por un impulso libresco. Camino de casa me re de m mismo varias veces, pensando en Flaubert. Ya en otras ocasiones haba actuado como un impulsivo: cuando me asoci para abrir la librera; cuando decid dedicarme a escribir; cuando me fugu de la casa de mis padres; cuando Pero ahora, por primera vez en mi vida, me embarcaba en una aventura puramente sentimental.La pensin Carlos, adonde me mud aquella tarde, era un lugar silencioso al menos antes y despus de caer el sol, cuando un vuelo multitudinario de sanates manch el cielo y los pjaros llenaron el aire con sus gritos. Tendido en la oscuridad, por el reloj elctrico que parpadeaba en la mesa de noche supe que eran las nueve. O un ruido pesado de pasos de hombre en el corredor, luego unos tacones de mujer, una puerta que se abra y se cerraba. Con el corazn un poco acelerado me levant de la cama y me acerqu a la puerta para escuchar, pero ya no o nada ms.Me met en la cama y rele algunos poemas de Daro.Verdugos de ideales afligieron la tierra en un pozo de sombra la humanidad se encierra con los rudos molosos del odio y de la guerraA medianoche apagu la lmpara y cerr los ojos.Despert muy temprano. Haba poca luz en el cielo y los pjaros comenzaban a moverse en las ramas del rbol de hule ms all de las cortinas de la ventana de mi cuarto, que no reconoc hasta despus de unos segundos. Me qued un rato mirando los dobleces de la tela traslcida y el juego de sombras que se mecan con la brisa matinal.Record el sueo que haba tenido unos minutos antes era perseguido por una serpiente con un cuerpo tan grueso como el de un caballo y sent en la boca un sabor extrao y al mismo tiempo familiar. La esencia extratemporal de nuestra vida, pronunci en voz alta.Estuve varios minutos todava en la cama, en esa actitud que propicia y representa la indolencia, las manos cruzadas detrs de la cabeza, un pie sobre el otro, la vista fija en el techo, los odos llenos y al mismo tiempo vacos.Alguien entr en el cuarto de bao en el fondo del corredor, abri la llave del agua. Un perro ladr, una moto pas por la calle ruidosamente.Me levant y fui a abrir la maleta, saqu un par de pantalones, una camisa, ropa interior. Imaginaba mi prximo encuentro con no estaba seguro de saber su verdadero nombre. Nos veramos en el corredor, o en el pequeo vestbulo, o tal vez fuera de la pensin, en aquella callecita sombreada.Lo cierto es que la siguiente vez nos vimos en la librera. Era lunes. Lleg, como otras veces, un poco antes de la sesin de lectura. Ese da el invitado era Jean Latouche, un amigo y poeta francs. Cuando ella entr yo estaba hablando con l. Interrump la conversacin con una disculpa y fui a saludarla.Me alegra mucho que hays venido. Hace das que quera verte.Si?Me preguntaba a m mismo si ella sabra lo de mi mudanza a la pensin; esperaba que no .Te busqu varias veces.Dnde? pregunt, sorprendida.En la pensin.Por qu?Quera verte, nada ms.Ah me mir a los ojos. Tambin yo tena ganas de verte.En verdad?Asinti con la cabeza. Tom su cara entre mis manos y le di un beso en la boca.Eso fue muy rpido me dijo. Pero mir indic con los ojos a alguien que estaba a mis espaldas. Creo que te quieren hablar.Era Latouche. Necesitaba probar un micrfono, me dijo. Lo acompa a la salita de lectura, conect unos cables y, cuando me volv para ver qu haca ella, con una frustracin punzante me di cuenta de que ya no estaba all.Fui deprisa hasta la puerta, atraves el pasillo, sub las escaleras a saltos, pero haba desaparecido. Regres a la librera. La cabeza me daba vueltas. Con un presentimiento, volv al anaquel junto al cual la haba besado, y comprob que se haba llevado otro libro: una edicin de pasta dura de Las palmeras salvajes de Faulkner en la traduccin de Borges. En vez de enojo sent un extrao alivio. Fui a la caja y agregu la novela de Faulkner a la lista de libros sustrados.Llam por telfono a uno de mis socios, le ped que fuera a relevarme; no poda pensar en permanecer all durante la lectura. No haba problema, yo poda irme y l llegara en cosa de una hora, me dijo.Latouche, que se dio cuenta de mi intento de retirada subrepticia, me llam en el momento en que sala por la puerta y me interrog con la mirada. Describ un rizo en el aire, para hacerle entender que nos veramos ms tarde, y sal al corredor.En la calle ya estaba oscuro. En la Sptima una cuadrilla de obreros municipales trabajaba en las alcantarillas; el hedor de las aguas negras se mezclaba con el olor a tierra mojada. El alumbrado era deficiente, y en una ocasin estuve a punto de caer en una zanja recin cavada. Segu andando deprisa hacia la pensin, aunque ya estaba seguro de que no la encontrara all.Entr en la pensin y fui a mi cuarto a cambiarme zapatos y pantalones, pues los haba enlodado al pasar por la avenida en obras, y despus de pensarlo un momento sal a hablar con el encargado de turno en la recepcin. Con el pretexto de que unos amigos extranjeros llegaran de visita, le pregunt si haba en ese momento alguna habitacin desocupada. La pensin estaba llena, me asegur. Supuse que por esa razn ella y su padre no se haban alojado all.Voy a desocupar mi cuarto le dije al recepcionista, esta misma noche.Como quiera, seor. Pero aclar no podemos reembolsarle nada. El cuarto se alquila, como usted sabe, por semana.Es igual. Una pregunta. Una seorita que vive con su padre, estaba aqu hace dos semanas. Sabe quin?Una seorita con su padre? El nombre?Ana.El apellido.No lo s.Pues no, seor, ninguna seorita que yo recuerde se ha alojado aqu con su padre esta semana.Asent con la cabeza, pero no le cre.Se va el seor?No de inmediato, pero s, creo que esta noche me voy.Como usted mande dijo con una sonrisa enigmtica que consigui perturbarme.Sal de la pensin. Me detuve un momento en la calle, indeciso, y luego me encamin de vuelta a la librera, pero dando un rodeo para evitar la avenida en obras.Me haba mentido, entonces, y no viva con su padre? Pero viva sola, o viva con alguien que poda ser su padre? Estas preguntas y varias imgenes me daban vueltas por la cabeza. No vale la pena seguir, me deca a m mismo; aquello era un delirio amoroso y lo mejor era olvidarlo ya. Ya! Pero las preguntas y las imgenes seguan revoloteando a mi alrededor y no creo que en toda aquella noche haya pasado un minuto sin que yo pensara en ella.Cuando volv a la librera la lectura an no haba terminado. Latouche era un buen lector. Los dos poemas con que cerr la velada y que alcanc a or ntegramente arrancaron aplausos entusiastas de un pblico entusiasta, pero yo, aunque estaba ah, no estaba ah, no era parte de nada. Flotaba en un mundo de cosas imprecisas, vagas, tal vez malas. La idea de contratar un detective para averiguar quin era en realidad la ladrona pas por mi cabeza. Esto me tranquiliz, aunque no por mucho tiempo. Al final me mezcl con la gente, beb.No te lo perdonara nunca me dijo riendo Latouche cuando le expliqu mi idea de contratar un detective. Si se entera, desde luego. No tendra por qu enterarse, pero conocindote, vos mismo pararas dicindoselo. Si ests ms enamorado que un Tristn cualquiera, hombre. Eso es claro. Pero no te preocups, que volver. Ya volvi dos, o tres?, veces. Volver otra vez. Las mujeres son as. Bueno se corrigi, casi todas. Al menos las que me ha tocado conocer.Bebimos abundantemente. Olvid casi todo lo que hablamos o hicimos despus de cierta hora. Al taxi que tom al despedirme de Latouche le ped que me llevara a mi apartamento; no se me pas por la cabeza ir a la pensin, y al da siguiente habra de lamentarlo.Al despertar, no reconoc mi dormitorio; por un momento pens que estaba en la pensin. Luego vinieron los pocos recuerdos que suelen quedar despus de una velada larga en una memoria regada con demasiado alcohol.La seorita por la que pregunt ayer me dijo el recepcionista de la pensin Carlos estuvo esperndolo al seor aqu toda la noche. Se march con sus cosas hace menos de una hora.Pero usted me dijo que no haba ninguna seoritaPero seor, no puedo dar informacin as noms acerca de nuestros huspedes. Usted no saba ni su nombre. Eso daba que pensar, uh?Dice que se fue con las cosas de quin.Las de ella, seor. Nadie ha entrado en el cuarto de usted.Fui a mi habitacin, cerr la puerta y comprob que mis cosas estaban en su lugar. Me sent al filo de la cama, la cabeza entre las manos, los ojos en el suelo. As eran para m los delirios amorosos y por eso haba aprendido a evitarlos. Demasiado tarde otra vez, pens. Tena que volver a encontrarla.Me puse de pie, decidido a pasar a la accin. Tom la maleta, la abr sobre la cama y comenc a recoger mis pertenencias. Y fue entonces cuando entend que, pese a la afirmacin del recepcionista, alguien haba entrado en mi habitacin. Ella. Los libros que haba trado pero que apenas haba hojeado desde que estaba all aparte del de Daro haban desaparecido: Hadrian the Seventh de Frederick Rolfe, Interludio azul de Pere Gimferrer, Babilonia de Salvator Rosa, The Golden Earth de Norman Lewis, Esprame en Siberia, vida ma., de Jardiel Poncela Termin de hacer la maleta antes de ir a hablar con el hombre de la recepcin.No es que quiera causarle molestias, pero alguien entr en mi habitacin.Bueno, s, tenan que hacer la limpieza.Quiero decir que alguien entr y se llev mis libros.Libros?Oiga. Lo mir con la mayor calma de que fui capaz. Por extrao que parezca, esta seorita es mi amiga. S, aunque no sepa su apellido. La conozco desde hace poco, pero nos hemos hecho amigos.El tipo me mir con expresin de malicia.No es lo que usted cree. No digo que la seorita me haya robado esos libros. Pero estoy seguro de que los tom. Es una especie de juego que venimos jugando desde que nos conocemos.Creo que entiendo dijo. Pero el seor, al fin, se va?S, me voy. Una pregunta, antes. Usted estaba aqu cuando ella se fue? Sabe adonde iba?No, seor.Iba sola?Hizo una mueca de disgusto; le importunaba con mis preguntas, quera decir.Puse un billete de cien quetzales sobre el mostrador. El sacudi la cabeza en seal de desaprobacin, pero alarg la mano y se guard el billete en un bolsillo.Iba con un seorn.Sent un mareo desagradable acompaado de fuertes palpitaciones.Su padre?Se sonri con condescendencia.Era un hombre mayor, s. Pero a juzgar por los nombres, no, no era su padre. Eso s, iba cargado de libros. Dos maletas llenas, ms sus cosas personales.Quiere decir que anoche estaba con l?No, seor. Anoche la seorita estaba sola. El viejo vino por ella y por sus cosas.El libro de registros estaba sobre el mostrador, abierto en una pgina en blanco. Le la fecha, al revs. Alargu la mano, hice girar el libro y volv la pgina. En la penltima lnea deca: Ana Severina Bruguera. Profesin: desocupada. Nacionalidad: hondurea. Y debajo: Otto Blanco. Viajero. Espaol.El la acompaaba?El hombre me mir con un desprecio renovado, dijo no con un leve movimiento de la cabeza. Tom el libro, lo cerr, lo guard bajo el mostrador.Ya le dije, no puedo darle a cualquiera ese tipo de informacin. De todas formas, por si le interesa, creo que iban al aeropuerto.Le di las gracias y sal con mi maleta a la calle, donde encontr un taxi.Tiene suerte me dijo el taxista. Vengo del aeropuerto, y haba poco trfico. A estas horas se pone imposible.Si lo que me haba dicho el recepcionista era cierto pensaba, si haca slo una hora que ella haba salido de la pensin y si haba ido al aeropuerto, no era imposible que la alcanzara all. Senta que si la dejaba escapar esta vez poda perderla para siempre. Lo que no es de uno no se puede perder, me dije a m mismo, pero no sent ningn alivio. Tal vez se llamaba Ana Severina Bruguera. Tal vez no.Cerca de la estatua de Tecn Umn (que no existi y sin embrago es nuestro hroe histrico) con su lanza de hierro oxidado y su pecho de coloso cmico, se me ocurri que era en realidad buena suerte que llevara la maleta conmigo, pues desde algn tiempo atrs no permitan la entrada al aeropuerto ms que a los pasajeros. Muchas cosas podrn decirse sobre el hecho de que nuestro aeropuerto internacional quede en medio de la ciudad, pero esta vez yo celebr que as fuera. Gracias a la maleta, entr sin dificultad. Pas revista una por una a las colas de pasajeros frente a los mostradores de las aerolneas extranjeras y locales.Nada.Frente al banco donde se pagan los impuestos de seguridad aeroportuaria la vi por fin. Acababan de sellar su tarjeta de embarque, y se volvi para dirigirse a la puerta de vidrio automtica ms all de la que, sin pasaporte, me sera imposible seguirla. Detrs de ella iban dos hombres de distintas edades. Discutan acaloradamente. El mayor, un hombre alto y rechoncho, de escaso pelo blanco y tez clara, miraba al otro con distancia desde sus casi dos metros de altura. El otro, mucho ms joven, delgado, de pelo negrsimo y barba y bigote a quien no reconoc enseguida, result ser un colega librero de la Antigua, Ahmed al Fahsi, de origen magreb. Aunque deca que era ateo, con su padre musulmn y su madre de origen judo, adems de un amplio conocimiento de la doctrina cristiana (y tambin lacaniana), era lo ms cercano que yo conoca a la definicin de hombre temeroso de Dios.Creo que ni corriendo habra conseguido alcanzarla antes de que cruzara la puerta custodiada por guardias de seguridad e inmigracin. Pude gritarle, pero no estaba seguro de su nombre. Me detuve.El hombre que supuse que era Otto Blanco mostr sus documentos a los guardias y pas por la puerta vidriera, mientras Ahmed deca algo en voz alta. Un saludo en hebreo? Con el enojo cincelado todava en la frente, se volvi y nos vimos cara a cara. Creo que no lleg a reconocerme, y yo baj la cabeza. Pasamos bastante cerca el uno del otro, l hacia la salida y yo hacia la ventanilla del banco, donde di media vuelta fingiendo algn olvido. Un poco ms tarde sal del aeropuerto y, con una opresin en el pecho (o era un gran agujero?), con la muerte en el alma, como habra dicho Latouche, tom un taxi para regresar a casa.Imposible ser sabio y al mismo tiempo amar, ha dicho alguien con razn.Al principio pens que saber que estaba lejos me ayudara a olvidarla. Tard algn tiempo en comprobar que me equivocaba.Aquella noche cen con Latouche, que regresaba a Francia al da siguiente. Volv a hablarle de ella, pero no mencion los libros que le dej robar no quera quedar como un idiota. Record que Latouche conoca tambin a Ahmed; el marroqu lo haba invitado ya en alguna ocasin a leer en su librera. Le dije que haba visto a Ahmed en el aeropuerto discutiendo con el supuesto padre de Ana Severina Bruguera.Y no hablaste con l? Por qu? Habra sido incmodo, seguro. Yo, en tu lugar, ira a verlo me dijo Latouche.Despus de cenar me pidi que lo llevara a un espectculo de striptease que uno de mis socios le haba recomendado. Le dije que lo llevara, pero que no estaba de nimo para acompaarlo. Desisti.Vamos a tomar algo a cualquier bar, entonces me dijo.Bebimos bastante, aunque no tanto como la noche anterior.Tens que hablar con Ahmed volvi a decirme cuando nos despedimos frente a su hotel.No hay dinero para parar la hambruna en frica, pero s para mandar satlites al espacio deca Ahmed al telfono, y no me vio cuando entr en su librera al final de la calle Sucia de la Antigua. Sabes cunto hace que no llueve en Zagora? Zagora es la ciudad de donde vengo. S, en el desierto. Quince aos. S, quince aos!.Colg. Se qued un rato mirando el viejo aparato antes de alzar la mirada para ver quin haba hecho sonar el timbre al entrar en su negocio.Ah se sonri al verme, qu dice la competencia?La competencia, eso es mir a mi alrededor. Alfarabi, como se llamaba su librera, y La Entretenida tenan muchas cosas en comn. Es una suerte que t ests aqu, y nosotros en la capital.Nos dimos un apretn de manos; aunque, ms bien, como tantos marroques, Ahmed se limit a extender la suya para dejar que yo la apretara. Luego se toc el pecho, como es la costumbre en su pas. Hice lo mismo, por reflejo o cortesa, o no s muy bien por qu.Qu te trae por aqu? Persiguiendo turistas todava?Me re.Esos tiempos ya pasaron.Hombre, no es para tanto.Pero te digo que s.Cmo va el negocio?Va, va, por increble que parezca. Yo creo que la mayora de la gente lee muy poco, o nada. Y sin embargo, gracias a Dios, hay quienes compran bastantes libros.S se sonri Ahmed. Hamdul-lah! Mira me ense un libro negro de la coleccin Nuevos Textos Sagrados de Tusquets. Lo has ledo?Era Conversaciones entre alquimistas de Jorge Riechmann, y yo no lo haba ledo.No est mal me dijo Ahmed, para ser de un espaol.Con ese nombre, no tanto, pens. Pero no quera discutir.Tom, te lo regalo me extendi el libro. A ver qu te parece.Gracias. Ests seguro?Claro, hombre.No era costumbre de Ahmed regalar libros. Me pregunt por qu lo haca. Pens, injustamente, que el libro sera muy malo. Le el precio en la contraportada; daba para dos almuerzos frugales.Vamos a comer algo por ah. Invito yo.Ahmed acept, y poco despus salimos de su librera y caminamos calle Sucia arriba hasta las arcadas del parque central.Esta parte de la Antigua me dijo Ahmed me recuerda Ksar-el-Kebir.No veo muy bien por qu, pero tampoco por qu no. Estaba de buen humor en ese momento, supongo; Ksar siempre me pareci un lugar espantoso. All tambin dej huella la colonia, no?Nos sentamos a una mesa de hierro en el patio del restaurante, y abr al azar el libro de Riechmann.No tenemos dinero, le.Qu, Ahmed, este libro te hizo pensar en m?Tal vez s, tal vez no. Pero t y yo, a mi modo de ver, somos como alquimistas.No entend por qu lo deca, pero me sent inclinado a darle la razn.Entonces me dijo un poco despus, cul es el misterio?La verdad es que hay un misterio que creo que podras ayudarme a esclarecer.Levant las cejas. Pareca perplejo. Supongo que le hizo gracia mi declaracin.A ver me dijo.No era mi intencin contrselo todo a Ahmed, en parte porque tema que entre l y ella hubiera pasado algo parecido a lo que pas entre ella y yo. Omit, pues, el aspecto amoroso de la historia, que qued reducida a los libros robados, y termin con una pequea invencin: le dije a Ahmed que lo haba visto con ella y el seor Blanco en el aeropuerto cuando yo iba a tomar un vuelo a Flores.Quin era el viejo?Es su marido dijo, y se qued mirndome con semblante inexpresivo. Despus sus ojos oscuros y achinados brillaron con algo que me pareci un indicio de burla. Creste que era su padre? Pues no. Un matrimonio blanco, como dicen, eso creo.Se haba dado cuenta del efecto que sus palabras causaron en m. Me temblaban un poco las manos.No tena la menor idea. Me habra gustado ms que fuera soltera, es cierto.Te rob muchos libros?Bastantes. La verdad, yo dej que los robara, as que no me estoy quejando.A cualquiera le pasa me dijo. Pero no a m, sidi. No seor. Me deben un dineral, esos dos. Te juro que me lo van a pagar. Tarde o temprano, pero me pagarn.Tuviste algn trato con ella?Trato? se ri Ahmed. Trat de seducirme, s, ja, ja se jact. Esa mujer es una ladrona de libros, a m tambin me rob varios. Muchos! Demasiados! La agarr un da con una primera edicin de los cuentos de Laoust, sabes? S, s. Un tesoro. Llam a la polica. La arrestaron. El viejo tuvo que venir y arregl la cosa con dinero. Una mordida, y me pag el libro en efectivo. La quiso excusar diciendo que padeca alguna enfermedad, que robaba libros nada ms, y que los lea. Me pidi que la dejara volver a Alfarabi, que los libros que tomara correran por su cuenta. Esto me lo dijo sin que ella lo supiera, y me pidi que lo guardara en secreto dijo Ahmed. Entramos en el juego. Ella conoca mi horario, y sola llegar por las maanas, cuando yo no estaba. A los empleados los engaaba siempre, se llevaba tres o cuatro libros cada vez. Yo llegaba a medioda, me pona a revisar los anaqueles para ver qu ttulos faltaban, y llamaba al marido, que iba a pagarlos por la tarde. La ltima vez se llev muchos ms libros que de costumbre. No s cmo lo hizo, habr llenado una mochila. Llam a su hotel, me dijeron que se haban ido. Di por perdidos los libros, claro. La suerte me ayud. El agente de viajes que les vendi los billetes es amigo mo. Yo le haba contado la historia, y como conoca de vista al viejo, me sopl. Fui al aeropuerto a atalayarlos.Te pag?Algo. Me asegur que volveran, y me dio un pagar por el resto.Cundo vuelven?En diciembre hizo cuentas. Faltan nueve meses, eh?Me llen un sentimiento de alivio: no era imposible que volviera a verla.Es buena noticia. Estar esperando a que llegue diciembre. Me avisars si vuelven?Ahmed se ri antes de hacer la promesa:Por supuesto, amigo.Cuntas noches pas fantaseando sobre nuestro prximo encuentro? La imaginaba viajando de pas en pas, visitando librera tras librera.Ms de una vez pens en hablar con Ahmed. Quera saber qu libros, aparte de los cuentos bereberes, le haba robado a l. No llegu a llamarlo por pudor.Una y otra vez revis la lista de libros que me haba robado, y trataba de imaginar cmo sera la lista total de los libros sustrados a lo largo de su vida. Era como si creyera que as podra ayudarme a entender el misterio de su vida, que me pareca extraa y fantstica.Ahmed habl de enfermedad. Yo supona que la explicacin deba de ser otra, una que para m estaba asociada con un modelo extremo de existencia, con la absoluta libertad, una forma radical de realizar un ideal que yo mismo me haba propuesto un da: vivir por y para los libros.A veces estas fantasas se desvanecan eran los das negros de desnimo y remordimiento por una vida vivida slo a medias y me deca entonces a m mismo: Te engas, slo es una vulgar ladrona, o, en el mejor de los casos, una pobre enferma.Una noche a finales de junio so con ella. Fue un sueo feliz, un tpico sueo de posesin sexual, sin el ingrediente de angustia que suelen tener los sueos. Despert en la oscuridad, en el silencio, con un agradable sentimiento de gratitud que muy pronto se convirti en uno de prdida, de ausencia. Volv a dormirme con la vana esperanza de encontrarla de nuevo en el prximo sueo y deseando simple y absurdamente que diciembre se apresurara a llegar.Conoc a otras mujeres. Hice varios viajes. Le, compr, vend muchos libros. Celebr un cumpleaos ms, y por fin diciembre lleg. No puedo decir que era infeliz, pero sin duda a mi vida le faltaba un ingrediente esencial para obtener el estado de felicidad.Los dos primeros lunes del mes hubo lecturas en La Entretenida, y a ambas acud como si fuera a una cita sentimental. La vspera me acost temprano, para evitar las ojeras. Hice algo de ejercicio, me acical un poco ms de lo comn, me puse mis mejores pantalones, zapatos, camisa y chumpa. Desde luego, ella no apareci. El quince de diciembre llam por telfono a Ahmed. No tena noticias, me dijo. Ya no habra ms lecturas de poesa hasta finales de enero, por las vacaciones de Ao Nuevo, y yo haca lo posible por resignarme a no volver a verla nunca ms.Nunca me gust usar la palabra nunca, ni la palabra infinito por razones creo fundamentales. Pero aqu, en un modo de hablar especial, estas dos palabras se tocaban la una a la otra en la oscuridad y agitacin de mi mente.Soaba despierto ms que dormido. Imaginaba una y otra vez escenas en las que nos encontrbamos. Le hablaba con claridad. Aunque yo saba (pero no, no lo saba) que robar para ella no era un sntoma sino una razn de ser, le aseguraba que conmigo, sin correr ms riesgos, poda contar con una fuente casi inagotable de lecturas. Durante cunto tiempo quera prolongar su matrimonio blanco? No poda abandonar a ese viejo gordo que era su marido? una serie de cosas as. Cosas que no me habra atrevido a decirle si nos hubiramos encontrado por aquellos das tristes.Una maana paseaba yo sin rumbo cuando, de pronto, me di cuenta de que estaba casi frente a la puerta de la pensin Carlos. O un clic metlico (un sonido que tal vez a algunos de ustedes un da les ser familiar: el golpeteo de un bastn en el piso de cemento) y luego lo vi al viejo, el viejo Blanco, aquel gordo del aeropuerto que ahora no me pareci ni tan viejo ni tan gordo. Nos cruzamos en la acera, pero apenas intercambiamos una mirada sin saludarnos. Era muy alto y desgarbado.Segu andando unos pasos. Para l yo era un perfecto extrao. Pero era l en realidad? Lo dud. Me detuve; tena que hablarle. Para comenzar, contaba con el pretexto de los libros. Me di la vuelta, iba a decirle algo, pero la calle no era un buen sitio para una conversacin como la que yo quera tener, y en lugar de abordarlo toqu el timbre de la pensin.Saqu una tarjeta, escrib mi nmero de telfono y la firm. La muchacha de la limpieza abri la puerta. Le ped que entregara la tarjeta al seor Blanco y ella la recibi con un gruido.Sal a la calle y todava alcanc a verle doblar la esquina. En lugar de seguirlo, continu mi paseo al azar, pero en un estado mental incomparable con el de relativa tranquilidad anterior a aquel encuentro fortuito.Creo que era lunes, pero como no haba lectura abr la librera a eso de las tres.El fue el primer cliente en entrar. Me dio las buenas tardes.Seor Blanco? Recibi mi mensaje?Se acerc a la caja con parsimonia.Soy Otto Blanco, s. Pero no recib ningn mensaje se sonri.Le dije mi nombre y nos dimos la mano.Hace unas horas dej mi tarjeta en su pensin.-Ah dijo con semblante preocupado. Tiene que ver con Ana?Ana pens. Entonces, no me minti.No se preocupe, pero s. Hice un gesto que supongo que habr parecido incoherente, no s; fue algo inesperado e involuntario. Me re. Tiene que ver con ella. Entiendo que es su esposa?Arrug el ceo.Eso le dijo ella?Despus de un instante incmodo, sonremos los dos.Entonces fue Ahmed quien minti?, me pregunt.Hablamos de la misma persona? Ana Bruguera?S, seor contest. Ana Severina Bruguera Blanco.Me dijo que viva con su padre. Pero, seor Blanco, disculpe, no quiero entrometerme.Soy el padre de su madre, o sea aclar, su abuelo. Pero en realidad he sido su padre, sin duda. YOtro silencio incmodo.Se trata de unos libros robados, cierto?Un momento ms tarde yo estaba ensendole la larga lista de libros que haba pegado a la columna al lado de la caja registradora. Se puso a leerla con detenimiento, con una expresin satisfecha, los ojos acuosos de pronto muy bien enfocados.Todos esos libros los hemos ledo juntos dijo al terminar, y se volvi hacia m. No saba de dnde provenan. Lo siento. No me lo cuenta todo, sabe?Es su nieta, dice. No poda creerlo, pero era lo que ms quera creer.No va tecirme cunto le tebemos? de pronto su acento me pareci extrasimo. Asitico, o tal vez centroeuropeo, pens. Era como si durante un momento el soporte nervioso de su espaol se hubiera relajado.No es de eso de lo que quera hablarle. La verdad es que me gustara volver a ver a Ana.Trag saliva y parpade.Y por qu querra usted verla?La pregunta me hizo sentir como un colegial. No iba a decirle que estaba enamorado. No atin a decir nada.No es usted el primer librero que se enamora de ella dijo el viejo. Si se arrepiente, mndeme la cuenta a la pensin.Est usted muy ocupado?Me mir sin expresin.Yo? Soy prcticamente un vago. No, no tengo nada que hacer en absoluto.Lo invit a tomar algo en el caf de la esquina.Como ve, no hay clientes. Cierro el negocio un momento y ya est. Yo tambin reconoc soy prcticamente un vago.Anduvimos en silencio hasta el caf. El aspecto del seor Blanco ahora me pareci casi contrario al de la primera vez. Era un tipo robusto, de frente muy ancha, y tena la tez quemada por el sol, aunque la piel de sus manos era plida. Pedimos t negro con limn los dos.Tengo que comenzar dicindole que somos personas comunes y corrientes, como cabe sospechar. Yo tengo mis ideas, y ella me sigue en eso pero, claro, a su manera. Siempre viv de los libros, y mi padre y mi abuelo, cada uno a su manera, vivieron tambin exclusivamente de los libros, de toda clase de libros. No hablo en sentido figurado, subsistimos slo gracias a los libros me dijo, y luego guard silencio.Mi caso es muy diferente. Ni mis padres ni mis abuelos fueron amigos de los libros. La nica que lea en casa era mi madre.Ahora yo me senta como un nefito que de pronto encuentra al maestro necesario, una conexin directa con la fuente de la sabidura.El seor Blanco me dirigi una mirada que creo que fue de compasin. Prosigui:Nos han acusado de toda clase de vicios, delitos y aun de crmenes. (La vida es una mierda, haba dicho ella. Era por esto que lo deca?, me pregunt.) Nos han llamado agentes, estafadores, nos han confundido con espas, gente que usa los libros para transmitir mensajes en clave; han dicho que somos coleccionistas de ediciones o ejemplares relacionados con crmenes o escndalos de cualquier clase. Porngrafos de esto y de lo otro, en fin. Lo nico que hacemos sin variacin es servirnos de los libros en general para vivir. Sabe usted?, uno de mis tos, un loco, es cierto, pero a veces poda ser genial, crea o deca creer que detrs de los libros, los objetos que llamamos libros, haba un espritu de clase. Como en una fantasa futurista, en donde las mquinas, las computadoras, algunas plantas, las plantas de las que se extraen las drogas, y algunos metales, como el oro y el hierro, tambin tienen su espritu. Hablaba de una lucha por la dominacin libresca de algunas zonas del planeta. Un fenmeno cuyas tendencias, cuyas corrientes, podran observarse como en esos mapas de historia tnica o lingstica donde aparecen ilustrados con flechas de colores los grandes movimientos a lo largo de la Historia. Movimientos, invasiones, brotes, extinciones. Hablaba de guerras de clases de libros contra otras clases de libros, de gneros, s. En stas, como en casi toda clase de guerra, no siempre ganaban los mejores; pero, para nosotros, al final ninguno pierde, aunque todos se extinguen. Estos ires y venires de los libros los usamos como podra usar un marino las corrientes ocenicas. Los aprovechamos como podemos, ms all, por decirlo de algn modo, del bien y del mal librescos. Nosotros, y ahora quiero decir ella y yo, navegamos aun hoy en da en las mareas, las corrientes de los libros.Cuando termin de hablar estuvimos unos minutos en silencio, aunque no por eso dejamos de comunicarnos; en compaa del viejo yo comenzaba a sentirme muy bien. Confes:Usted tena razn. Soy slo un librero ms. Me he enamorado de su nieta.Su cara cambi; ahora pareca distante y desconfiado.No s, seor, si ella se habr acostado con usted. Si fue as, puede estar orgulloso. Y ahora, si me disculpa se puso de pie y yo hice lo mismo. No nos dimos la mano. Me habra gustado poder decirle mon frre me dijo. Adis.Volv a sentarme, y me qued all, inmvil, como si me hubieran dado en la nuca un golpe con un objeto contundente, mientras el increble abuelo de Ana Severina Bruguera Blanco se alejaba y desapareca.Esa noche so con este dilogo, continuacin de aquel inesperado, inverosmil encuentro. Viajbamos por un camino de montaa en un autobs destartalado.Pero dgame yo le deca al viejo, dnde est ella?.No volver a verla. Olvdela. Est muerta. Muerta! Entiende? La mataron unos chicos en Montevideo.Me despert con una sensacin de vaco en el pecho y un profundo malestar general. Cre que iba a vomitar.Concili el sueo hacia medioda y dorm hasta el anochecer. Volv a despertarme con hambre, con un vago recuerdo del final de la tarde anterior y con slo algunas hebras como vestigio de la noche. Haba vuelto del caf a la librera, y unas horas despus, aburrido de esperar clientes que no llegaban, cerr.Anduve hasta una de esas cantinas de barrio viejo de las que van quedando muy pocas en la parte de la ciudad en donde viva. La cantina estaba en una calle de otro tiempo, hecha para que la transitaran carretas y no automviles, una callecita inclinada que desembocaba en una avenida ancha y moderna donde el trfico era entorpecido por ventas callejeras y puestos de frutas y dulces a lo largo de una de las aceras. De la avenida, unas gradas angostas suban hasta una terraza diminuta, la terraza de la cantina, donde se reunan toda clase de borrachos. A esas horas de la tarde, el hormign de los alrededores despeda un fuerte olor a orines y a alcohol filtrado por el alambique humano los cuerpos de hombres annimos, alcohlicos por vocacin o por destino. Infelices crnicosantiguos amigos, familiares lejanos o polticos haban desfilado por ah.Entr en la cantina pensando que era como todos ellos y beb tanto que apenas recuerdo las caras de quienes se tambaleaban a mi alrededor, y algunas de sus increbles historias y una cola de bolos esperando para orinar en un rincn inmundo donde, apenas disimulado por una cortinita sucia, haba un orinal improvisado en un agujero de la pared.No recuerdo cmo, de ah me transport a otro local en el centro de la ciudad. Ya era de noche y estaba sentado a la barra de un saln muy oscuro, en cuyas paredes haba una serie de figuras grotescas borrajeadas con pintura fluorescente. A mi lado beba un hombre calvo, panzn, con barba y bigotes largos y poblados del color de la ceniza. Tena anteojos claros con grandes aros de plstico negro.Yo a vos te conozco. Pero vos me co-nocs a m? Claro que no! me dijo, y comenz a rerse.Por lo poco que retengo de nuestra conversacin, era un artista. Creo que su prximo proyecto sera elaborar un collar vivo. Pensaba hacerlo con perros callejeros o con gatos. La idea era introducir por la boca de los animales un cordel de pesca, con una bolita de caucho untada de miel, para que la tragaran con facilidad. Unas horas ms tarde, la bolita, unida an al cordel, sera expulsada por el ano. Despus de lavar la bolita, que seguira sujeta al cordel, volvera a untarla, para darla a tragar al prximo animal, que se transformara en una cuenta, un abalorio vivo. Esta denominacin pareca que le haca mucha gracia. No s cuntas veces repiti:Abalorio, como avaler, que en francs quiere decir tragar. Es genial, no?De aquella caverna sal en compaa del artista y de un amigo suyo que se jactaba de ser ladrn. Su especialidad eran las viejas residencias del centro, de donde extraa sobre todo obras de arte y amueblado antiguo, a las que tena acceso aseguraba gracias a su conocimiento de un sistema de alcantarillas que databa de antes de la Independencia. El vena de una familia de alcurnia su apellido prefiri no revelarlo, por delicadeza, pero su piel y sus ojos claros no le dejaban mentir, me dijo y en su juventud quiso ser historiador. No recuerdo si tomamos un taxi o fuimos andando hasta un sector rojo de la ciudad. Entramos y salimos de varios antros nocturnos donde daban espectculos erticos. En uno, vi a una bailarina acrbata estaba colgada de cabeza en un tubo de metal, y ah se iba desnudando al comps de una msica pegajosa y sensiblera. Guardaba tal parecido con Ana Severina que ped al camarero que al terminar su nmero la llevara a nuestra mesa. La invit a tomar una copa.Est muerta. Muerta!, me haba dicho el seor Blanco. Sent una sacudida, y tard unos segundos, sentado en la cama, en convencerme de que esto me lo haba dicho en el sueo.Pas uno de esos das negros, sin claridad alguna para pensar en nada, con una melancola densa que no desapareci con el dolor de cabeza hasta tarde por la tarde. Una vez ms me propuse olvidar a aquella mujer elusiva. Al oscurecer escrib una nota dirigida al presunto abuelo. Le deca que no esperaba ningn pago por los libros extrados por Ana Severina de La Entretenida. Repeta que mi nico deseo era mantenerme en contacto con su nieta un contacto afectuoso y desinteresado y le aseguraba que mis sentimientos hacia l eran los de la ms sincera amistad. Como todava no era demasiado tarde cuando termin de escribir la nota, la puse en un sobre para llevarla a la pensin.Ya estaba oscuro, pero no haca el fro propio del mes de diciembre ni soplaba ningn viento, de modo que fui a pie. Iba a paso rpido, animado por un curioso optimismo, y me preguntaba cuntas veces habra hecho aquel trayecto pensando en ella, dicindome a m mismo que ya estaba bien, que aquella historia deba terminar lo antes posible y sin poder ver ms all en cuanto a mi futuro sentimental.Sentimental es una palabra que no suelo usar lo mismo que nunca o infinito. Se me ocurri, durante aquel paseo, que la expresin infinito debe de tener un origen ms sentimental que lgico o racional. Uno puede concebir un deseo infinito, un ansia infinita, pero las consecuencias lgicas del concepto infinito son devastadoras; no tenemos la capacidad intelectual para abarcar la idea de un objeto infinito, ni en el tiempo (la eternidad) ni en el espacio (un universo fsico sin lmites); ni siquiera, en rigor, en el orbe abstracto de los nmeros.En la pensin el desorden campeaba. Dos seores, que supuse que eran agentes viajeros, esperaban a ser atendidos en la recepcin, pero detrs del mostrador no haba nadie. Sobre el escritorio, el telfono sonaba intilmente. La muchacha de la limpieza iba de un lado para otro con montones de sbanas y toallas sucias, y, unos segundos despus de que yo entrara, una ambulancia con sirena y luces de emergencia encendidas se detuvo a la puerta de la pensin con un rechinido de neumticos. En lugar de dejar la nota para el seor Blanco en el escritorio, la guard y me coloqu con discrecin al lado de los viajantes.Dos paramdicos en batas verdes entraron con una camilla, y la muchacha les indic la puerta de una habitacin, que estaba entreabierta. Uno de los paramdicos empuj la puerta, y fue entonces cuando la vi a ella. Apoy una mano en el mostrador, presa de pronto de un mareo que dur algunos segundos pero que me pareci muy largo y que fue acompaado de una fuerte impresin de dj vu. Ana Severina, enmarcada en el vano de la puerta, me daba la espalda. Traa un vestido violeta escotado casi hasta la cintura. El pelo suelto le caa sobre los hombros. Al sentir la puerta que se abra, se volvi. Creo que alcanz a verme, pero tal vez no me reconoci. Se dirigi al paramdico que entr en el cuarto, y se apart para que el otro hombre de bata verde pasara con la camilla. Luego los tres desaparecieron detrs de la puerta.Seguro que la palm el viejo dijo uno de los viajantes. Ya se vea que no estaba tan en forma, y con esa hembrita. Mir a su colega con malicia.As tambin me iba yo, y contento dijo el otro.Con un zumbido de sangre en los odos, antes que rabia sent desprecio por el par de desgraciados.Era su nieta, hombre dijo la sirvienta entre dientes.Un momento despus los paramdicos sacaron al seor Blanco en la camilla. Tena los ojos cerrados, pareca que estaba inconsciente. Al salir del cuarto ella me vio.Ana!Ah, sos vos respondi, y se acerc para darme un abrazo, mientras los paramdicos llevaban al viejo a la ambulancia. Me acompas?Sin contestar, sal con ella de la pensin, y despus de ayudarle a subir en la parte trasera de la ambulancia donde uno de los paramdicos ajustaba la mascarilla de oxgeno a la cabeza del seor Blanco y el otro le pona una inyeccin en el brazo sub yo tambin de un salto a la ambulancia. El arranque fue brusco.Estaba sentado al filo de su cama, y lo vi que se echaba para atrs. Se desmay me dijo Ana. Un derrame, supongo.Uno de los paramdicos dijo:S, un derrame cerebral.Por un momento el ruido de la sirena que era todo lo que se oa me hizo recordar las sirenas antiguas, que no tenan cuerpo de pez sino de ave y cuyo canto perda a los hombres. Una serie de figuras inconexas me llevaron a pensar en que la idea del amor recibida de los romnticos, que lo asocian con la muerte y a veces con el diablo, es demasiado sombra para ser, hoy, creble y, menos an, deseable. El nuevo amor, el amor peculiar del siglo veintiuno, tena que ser distinto, pens sencillamente, tal vez slo para consolarme.El viejo respiraba con evidente dificultad. Tom la mano de Ana, la apret. Sin volverse para mirarme, sin quitar los ojos de la figura inerte de su abuelo, me devolvi el apretn. Luego liber su mano con suavidad.Present que el viejo morira. Imagin una posible transferencia favorable: ahora Ana se fijara en m.Se muere, esta vez se muere dijo ella en voz alta.El paramdico en jefe miraba su reloj de pulsera y el pecho del viejo alternativamente. Dijo:No corre peligro, la respiracin es normal.No va a despertar le dijo Ana.El otro no respondi.Aceler la ambulancia y la inercia la bella inercia hizo que Ana se recostara contra mi hombro; me mov para abrazarla.Permanecimos as, sin que ninguno dijera nada ms, hasta llegar al Centro Mdico. La ambulancia par frente a la puerta de emergencias y la sirena se extingui.Tengo pavor a los hospitales me dijo Ana, una Ana disminuida, la imagen, en ese instante, de la desolacin. Te vas a quedar conmigo?Le ayud a bajar de la ambulancia bajo el letrero luminoso del hospital, mientras los paramdicos pasaban al seor Blanco de la camilla de mano a otra de ruedas. Haba comenzado a soplar una brisa fra. Ana temblaba. Rode mi cintura con su brazo y yo rode sus hombros con el mo y as, abrazados, entramos en el hospital.And con l. Yo me encargo del resto. Me sent de pronto como un padre, aunque no haba nada de paternal en lo que senta por ella.Se fue detrs de la camilla y desapareci ms all de las puertas batientes del rea de cuidados intensivos adonde llevaron a su abuelo.Me acerqu al escritorio de admisiones. Llen los formularios y ofrec las garantas necesarias para el ingreso en el Centro Mdico del seor Blanco. En mi imaginacin, con una mezcla de miedo y esperanza, vea un frrago de cosas que se aproximaban y tenan como causa primera el acto fsico de escribir con mi propio puo mi nombre, mis nmeros, mis seas y trazar mi firma en un pedazo de papel.Estuve sentado en la sala de espera durante poco ms de una hora. No s de qu lectura vino a mi cabeza la imagen de aquel monje hind que permaneci absorto en meditacin durante nueve aos, la cara contra la pared, para descubrir la Nada, el Nirvana, la extincin de la existencia individual. Me sent estpido: acababa de firmar unos papeles que me comprometan a cubrir los gastos de hospitalizacin de un hombre al que apenas conoca, el abuelo de una mujer a la que tampoco conoca y que por lo poco que saba de ella no era lo que se dice de fiar. Y luego, sin ms ni ms mediante un encogimiento de hombros, una respiracin profunda, un cambio en el ngulo de visin (de la punta de mis zapatos a un oso polar nadando con sus oseznos en el agua azul con trozos de hielo en un programa de la televisin silenciosa de la sala de espera), pas a sentirme seriamente enamorado y seguro de mis votos (no expresados an) de amor. Por primera vez en mi vida, estaba dispuesto a poner todo de mi parte para hacer que una historia sentimental siguiera su curso. Haba firmado esos papeles en el estado mental de quien firma un acta matrimonial.Y por un instante me sent liberado, emancipado de la mera apariencia y de una antigua y extraa vanidad la oscura vanidad del hombre solo. Me deca a m mismo que acababa de dar mi primer paso hacia la liberacin por medio del amor.A las once y media de la noche comenc a cabecear. El ruido de una sirena me despabil. En medio de una agitacin controlada, un grupo de enfermeros y paramdicos rodeados por hombres armados con metralletas y fusiles de asalto entraron en el hospital con un joven en una camilla rodante. La sbana que cubra su cuerpo estaba empapada en sangre. Pasaron al rea de intensivos; dos hombres se quedaron custodiando la puerta.Por fin Ana apareci.Dicen que est estable me dijo. Pero tiene que pasar aqu la noche.Est estable, repet para mis adentros. Comenc a preocuparme en serio por la cuenta de hospitalizacin.Ana se sonri; me haba ledo el pensamiento.Podra salir muy caro mantenerlo aqu, no es cierto?La noche ya est pagada, en cualquier caso.En serio? Gracias me dijo. Creo que ya nos podemos ir. Mir a su alrededor moviendo los ojos con la expresin de una actriz cmica.Pasaron la Navidad y el Ao Nuevo y el seor Blanco no volva en s.La tentation dexisterContre la musiqueLa carne, la morte e il diavoloDaphnis et ChloUne tnbreuse ajfaireThe Honorable PicnicPlain PleasuresBlack SpringAmong the CynicsFilosofa de la coqueteraEl libro del cielo y del infiernoEstos y otros libros leimos o releimos juntos por aquellos das.No vas a creerme me dijo una noche Ana Severina, que pareca que volva a ser feliz, yo estuve en la biblioteca de Borges, en 1999, en Buenos Aires.Estbamos echados entre libros en la sala de estar de mi apartamento, donde pasbamos la mayor parte del tiempo. Me incorpor sobre un codo y le dediqu toda mi atencin.La viuda no dejaba entrar ah a nadie, pero en ese momento estaba en Ginebra. De alguna manera logr seducir a la persona encargada explic no sin ambigedad, y yo no quise hurgar, para no estropear el momento, y me dejaron entrar, bajo una vigilancia estricta, eso s. Cmaras de video y todo, como en tu librera, ja, ja brome. Durante tres semanas seguidas la visit. Las semanas ms extraas y tambin las ms felices de mi vida! dijo, y sent unos celos absurdos. Era algo increble, catico y lleno de joyas se ri.Me habl de las notas hechas por Borges en los mrgenes y primeras y ltimas pginas de varios de sus ejemplares, frases que apuntalaban, abran o cerraban algunos de sus ensayos y cuentos ms conocidos.De ah me dijo, vas a crermelo?, no tom absolutamente nada. No me atrev!Durante semanas enteras seguimos hablando sobre aquella biblioteca y sobre otras, y el seor Blanco continuaba en estado de coma, interno en el Centro Mdico.Ana Severina segua hospedndose en la pensin Carlos, pero comamos juntos una o dos veces al da y con frecuencia iba a pasar la noche conmigo. Termin dndole la llave de mi apartamento.De vez en cuando yo pensaba en Ahmed, pero no lo llam ni l me llam por aquellos das das felices para m.Una tarde creo que en el mes de marzo Ana Severina y yo sostuvimos esta conversacin. Estbamos en un viejo restaurante mandarn. Ella comenz.No debera seguir en el hospital, no cres?No me habra atrevido a decrtelo. Pero s, creo que all ya no pueden hacer nada ms por l.Estamos tirando el dinero dijo.Tom su mano, aliviado. Inmediatamente despus volv a sentirme cargado de preocupacin. Ana tendra que cuidar a su abuelo de ahora en adelante, pens. Record que ana significa yo en arbigo. Agradec la muerte natural y sbita de mis padres, ocurrida aos atrs. El fantasma inerte del seor Blanco flotaba frente a m en mi imaginacin.En qu ests pensando? me dijo.Cmo prefers que te llamen? Ana o Severina? O?El me llamaba Severina a secas.Severina, entonces.Los doctores estuvieron de acuerdo en que la ciencia mdica no poda hacer nada ms por el anciano en coma.Lo mejor es que volvamos a la pensin me dijo Severina.Yo no estaba de acuerdo.Aunque fuera gratis, estarn mucho ms cmodos en mi apartamento.Tal vez.Le expliqu que adems del dormitorio que ella conoca, ms all de la cocina y la lavandera haba una pequea habitacin para el servicio que estaba desocupada.Era un cuarto oscuro. Es caracterstico de la idiosincrasia local asignar al servicio, en lugar de una habitacin, una especie de armario donde apenas cabe un camastro y una persona de pie, con un retrete de tamao infantil y una mini ducha sin agua caliente. Pero me pareci que eso sera suficiente para un anciano en coma.Cuando se lo ense a Severina el cuarto ola a hmedo, a ropa guardada y a zapatos viejos; el aire fresco no haba entrado ah en meses, tal vez en aos. En un rincn estaban una escoba, un montn de estropajos y un recogedor. Me sent avergonzado.Todo esto tiene que salir de aqu, Severina. Tengo que hablar con Juana. Este desorden es demasiado.Es el cuarto de la seora? La vas a sacar?Viene una vez a la semana nada ms.De dnde es?Del Altiplano, como casi todas.Es maya?Bueno, s.Sabs? A m las de la limpieza me dan miedo.No estaba de acuerdo conmigo en que, dadas las condiciones de su abuelo, no iba a percatarse del lugar en el que estaba. Pero no haba alternativa. En la sala quedara demasiado expuesto. En mi dormitorio estara de ms. Y tampoco haba lugar en el pequeo cuarto que yo usaba como escritorio. Promet que en cuanto recobrara la conciencia lo pondramos en un sitio ms adecuado.Crees que algn da va a despertar? me pregunt.Una ambulancia silenciosa nos llev del hospital al edificio de apartamentos. Los para-mdicos subieron al seor Blanco por el elevador y, despus de instalarlo en el cuartito de servicio, nos explicaron el uso del dispensador de suero y otros detalles para el cuidado del enfermo.Es pattico dijo Severina cuando los paramdicos se fueron. A nada le tema l tanto como a depender as de los dems. De esto hablamos muchas veces. Una vez me dijo queQu?Nada, nada.Estuvo un rato mirndolo y prefer dejarla a solas con l. Era evidente que libraba una batalla interior. Sali a la sala despus de varios minutos.Vas a creer que soy una egosta me dijo, ojal no me malinterprets.Por su expresin torturada adivin lo que estaba a punto de decir.Tal vez lo mejor sera desconectar ese asunto, no penss?No dije s ni no. Sera una muerte muy lenta, pens.Severina me abraz. Luego me condujo (ella tena una manera de hacer estas cosas que era nica) a mi dormitorio y pasamos all, en el lugar que se haba convertido en mi parcela particular de paraso terrenal, dos o tres horas dos o tres horas ms en el hormetro (ilusorio) de mi felicidad.La seora de la limpieza sola llegar los martes. Era ya el mes de abril, y con los vientos de la estacin seca, que lo marchitan todo, el polvo se haba depositado hasta en los ltimos resquicios del apartamento.Aquel martes, antes de salir, Severina fue a darme un beso a la cama. Su pelo, todava mojado, me roz la cara. Ola a almendras.Me levant un poco ms tarde con una serie de presentimientos, pero tan imprecisos que eran casi inexistentes. Pensaba con desasosiego en Juana, la seora de la limpieza. No tena ganas de explicarle que haba invitados en casa. Desayun deprisa y sal de la cocina unos minutos antes de que llegara.Yo lea aforismos de Schnitzler mientras ella lavaba platos en la cocina, barra en el dormitorio y en los baos. Por ltimo pas a la lavandera y al cuarto donde yaca el seor Blanco.Un grito corto y estridente me produjo un escalofro, aunque algo as estaba esperando. Luego, o los pasos de Juana que salan de la lavandera. Se detuvo a la puerta entre la sala y la cocina.Est dormido?Est inconsciente.Privado? Pobrecito.Tenemos que cuidarlo.Puede or?No estoy seguro.Es como estar muerto?Ms o menos.Segu leyendo y fumando en el divn de la sala. El ritmo de actividad de Juana baj de modo perceptible. Al irse, pregunt con timidez si los invitados iban a quedarse mucho tiempo. Le dije que no lo saba y eso, a juzgar por la cara que puso, no le gust.Como yo haba temido, sin llegar a atreverme a articular en palabras ningn presagio adverso, al cabo de unos das comprend que deba hacerme cargo del viejo prcticamente yo solo. Severina no me negaba sus favores (tampoco me hizo creer que querra vivir conmigo para siempre) pero sus paseos fuera del apartamento se iban haciendo cada vez ms largos.Sola volver con libros nuevos ttulos desconocidos para m en muchos casos y casi siempre haca algn hallazgo extraordinario, o eso me pareca. No perdimos la agradable costumbre de leer juntos libros distintos, cada uno en su rincn en silencio, a veces durante tardes o noches enteras, intercambiando algn comentario, alguna idea ms o menos vaga o ms o menos lcida sobre los libros y la vida en general.No te preocupes por esas dos hermanas desiguales, la Admiracin y la Envidia, hijas del Mrito, falso amigo del Exito, ley.Y eso de quin es?No se sabe contest. Alguien lo escribi al margen cerr el libro para mostrarme la portada. Era Sobre los muebles estilo Imperio de Mario Praz.Hice una sea contra el mal de ojo.Es raro me dijo Severina. El libro pareca nuevo.Sola despertarse al alba. Lo primero que haca, despus de baarse y vestirse, era revisar el suero del abuelo. Desayunaba deprisa y sala a la calle. Almorzaba fuera el da que llegaba la seora de la limpieza. Al parecer, tena miedo en serio a la gente de esa profesin. Le ped que tratara de explicarme por qu.Lo pueden saber todo sobre vos, y vos no sabs nada sobre ellas.Me qued pensando en que sa era la clase de relacin que mantenamos ella y yo.Tens razn. Una vez ms sent que lea mis pensamientos.Es lo que pasa cuando las relaciones son una necesidad me dijo.S. No hay nada que hacer en esos casos.Nos remos alegremente.Espero que no le moleste que pap haya tomado su cuarto.Pap? No, no lo creo.A veces le deca pap me cont, y se puso pensativa. No te estamos complicando la vida, verdad?Un poquito, nada ms. Pero no me quejo todava, termin para mis adentros.Todava dijo ella.Tu padre, o tu abuelo, perdon, estar con nosotros todo el tiempo que sea necesario, o hasta que vos decids, listo?El seor Blanco estaba inmvil, la cara distendida, la boca entreabierta como la tienen cuando duermen los ancianos, y el subir y bajar suave y lento de su pecho al respirar pareca normal.Seor Blanco?Nada.Me acerqu a la cama. Le piqu muy suavemente un hombro.Nada.Me inclin sobre l, sopl su cara, con un poco de disgusto por el olor grasoso que despeda, pero no sin sentir cierta ternura.Nada.Despus de observar una vez ms con mucho detenimiento aquel cuerpo enigmtico e inerme, alargu una mano y le di un pellizco rpido y fuerte en la tetilla.Nada.Me qued un rato mirando la bolsita de plstico transparente con el suero alimenticio. Dextrosa en solucin, le. Examin la mangue-rita, el cuentagotas.Me ech de nuevo a leer y fumar en el divn, no tan tranquilamente como antes.Tal vez el problema sera me qued pensando que el seor Blanco abriera los ojos. No es que no hubiera pensado antes en esto, pero ahora me pareci ms claro que nunca.Hubiera querido que despertara, por otra parte, y mi principal temor era que su desaparicin trastornara en alguna forma el carcter armonioso de mi relacin con Severina. No dejaba de avergonzarme el reconocer que ste se deba en cierta medida a la condicin inconsciente del viejo. Lo que menos deseaba es que se produjera algn cambio.Aunque habra sido fcil acabar con su vida, yo me convenc de que no deba hacerlo. Otro interlocutor como l no iba a encontrarlo tal vez nunca. Y alguien as hace ms falta de este lado que del otro, como dira Georg Christoph me deca a m mismo. Una vez ms fui a sentarme en el divn, pero ya no pude leer. Fum otro cigarrillo, tal vez dos. Me adormec. Despert con el sonido de la puerta que se abra y Severina que anunciaba con voz argentina: Ya estoy aqu!.De ningn modo voy a matar a su abuelo, pens. Me levant a recibirla, le di un beso y un abrazo de bienvenida.Me ense los libros obtenidos esa tarde.La espaola inglesaFlight From a Dark EquatorThe Way of All FleshCarnets dAfriqueLe Poisson-scorpionVos me has trado suerte me dijo.Sonre, feliz.Por qu lo decs?Desde que estoy contigo no me han cachado una sola vez, te das cuenta?Ojal eso siga as.Me pregunt cmo habra sido esta conversacin si yo hubiera decidido matar al abuelo.Ms tarde, mientras cenbamos:Algo te preocupa, cierto? me dijo.Lo negu.Tens cara de preocupado insisti. Es el abuelo?Bueno, s. Estaba convencido de que poda leer mis pensamientos.Ya ests harto?No. Pero s, me preocupa.Se qued callada un rato.Pens: Es extrao. Por su expresin, ya s qu va a decir ahora. Yo tambin puedo leer sus pensamientos. Va a sugerir que dejemos descansar a su abuelo.He estado pensando dijo despus. Tal vez lo mejor para todos, y eso lo incluye a l, sera que lo dejramos morir.Nos miramos un momento en silencio.Tal vez dije por fin.Ella asinti con la cabeza y sigui comiendo.Las cosas en La Entretenida iban muy bien. Pero el simple intercambio de dinero por libros haba comenzado a parecerme un negocio inelegante. Cada da me aburra ms, aun en los das de lectura, aunque nuevos grupsculos de poetas organizaban lecturas ms o menos provocativas ante un pblico ms o menos exigente. Desde luego, Severina se abstena de aparecer por ah.La idea de vender mi parte de la librera fue volvindose cada vez ms atractiva, sobre todo porque con los gastos de hospitalizacin del seor Blanco haba contrado deudas de crdito cuyos intereses crecan a toda velocidad. Para tantear a mis socios les dije que estaba pensando en hacer un viaje de varios meses. Queran saber adonde, y por qu.No estoy seguro. A un lugar donde la vida sea tranquila y no demasiado cara. Costa Rica? El Ecuador? Quiero probar suerte escribiendo una novela. Si no lo hago ahora, cundo?Comenzaron a embromarme y entonces entend que estaban al tanto de que yo alojaba en mi casa a Severina y a su abuelo inconsciente. No quise preguntar quin haba sido el informante.Caste como sapo. Por qu no lo admits?Pero es un lindo nombre, Severina. Nadie te va a culpar.Intent rerme con ellos.Ya saben. Cuando quieran, yo vendo.Una tarde, al volver al apartamento, la encontr sentada a la mesa de la cocina. Tena la cabeza entre las manos y no levant la mirada cuando la salud. Me inclin para darle un beso en la nuca; no reaccion.Qu pasa?Con un movimiento de la cabeza indic el cuartito de servicio, y entend que el seor Blanco haba muerto. Sin decir nada, me asom a la puerta y vi lo que ya saba que vera el viejo cuerpo sin vida. Voy a extraarlo, pens.Y luego: Tal vez sos un hipcrita.Regres a la cocina, y slo entonces vi, arrugada sobre la mesa, una bolsa plstica del supermercado. La imagen de Severina asfixiando a su abuelo apareci de pronto ante mis ojos. Dejarlo morir de inanicin habra sido mucho peor. Hizo bien, pens.Lo siento me sent a la mesa frente a ella, que segua en silencio. Luego alz la mirada con una mueca extraa; una sonrisa retorcida de un solo lado por el dolor. Cerr y abri los ojos.Gracias dijo. Creo que entends.Qu quers que hagamos ahora?No s.Me puse de pie, rode la mesa, me inclin sobre Severina y la abrac por la espalda. Estaba rgida. Lentamente se levant. Nos abrazamos con fuerza.Tenemos que avisar a alguien.No respondi.La conduje a mi cuarto. La dej tendida en la cama y le ech una manta encima.No llams a nadie, por favor dijo en voz baja.No?Tengo miedo. Tengo miedo repiti.Me acost a su lado y estuvimos largo rato sin hablar, besndonos, acaricindonos en una forma en que no lo habamos hecho hasta entonces. Era como si cada uno supiera a cada instante exactamente qu clase de caricia solicitaba o necesitaba el otro.Cuando despert ya estaba oscuro. Ella dorma. Con los ojos clavados en una pequea grieta del cielo raso, me puse a pensar en el futuro, el futuro inmediato y ms o menos previsible, el que se puede o creemos que se puede controlar; y luego tambin en el otro, el lejano y misterioso, que nadie puede prever, el que se intuye slo oscura y vagamente. Pens en el seor Blanco, en el cadver del seor Blanco, que sin duda tena ya el fro rgido de la muerte. Comprenda el miedo de Severina. Pero me preguntaba qu bamos a hacer ahora? Si no dbamos parte del fallecimiento a un mdico, o a la polica?, o a un notario?, nos crearamos problemas que en ese momento me parecan innecesarios. Debamos llamar a una funeraria para que se encargara del cuerpo, o hacerlo desaparecer?Adems de una serie de imgenes de ritos mortuorios provenientes de las lecturas antropolgicas que a lo largo de los aos han ido formando, conformando o deformando mis ideas acerca del final de nuestra vida, a mi mente acudieron cuadros ms crudos, absurdos y ridculos, producto quiz de las notas amarillas de los diarios, las pelculas o los relatos macabros. Vi en mi imaginacin, en un amanecer o en un anochecer, una pira hecha con los libros de Severina en lo alto de un monte sin rboles, el cuerpo del viejo contorsionndose, crepitando como lo hacen los cadveres al ser purificados por las llamas.Cuando me volv hacia ella tena los ojos bien abiertos. Peg su cuerpo al mo. Me pregunt:Qu vamos a hacer?No supe qu decir.Tengo miedo repiti.Yo tambin. Pero no podemos dejar que pase demasiado tiempo.Asinti enrgicamente. Me levant de la cama y me vest. La sombra de mis brazos al ponerme la camisa, proyectada por la lmpara de la mesa de noche sobre la espalda de ella y sobre las sbanas, me hizo pensar en un ave, y trat de apartar el pensamiento de que poda ser la imagen de un ave de mal agero.Ya vestido me sent al filo de la cama, pas un brazo por encima de ella, que se dio la vuelta y me mir a los ojos.Vos sabs que no tenemos papeles, l y yo. Qu va a pasar ahora?Papeles?Identidad.No tienen pasaportes?Se sonri.S. Tenemos varios. Todos son falsos.Habls en serio?Me hizo mover el brazo para incorporarse.No imagin nunca que todo esto fuera a pasar aqu, en este pas mir hacia la ventana, y supuse que pensaba en un lugar lejano, tal vez en Umbria, donde me dijo que haba pasado la niez. No pens que fuera a morir No s. No s nada.Se cubri la cara con las manos y su cuerpo comenz a temblar con un llanto silencioso pero abundante en lgrimas. Quise abrazarla de nuevo. No lo permiti.Me levant otra vez y sal del cuarto. Cerr la puerta a mis espaldas y fui a sentarme en el divn, donde yo haba llorado las muertes de mi madre y de mi padre. No s cuntos minutos pasaron antes de que saliera del cuarto. Ya no estaba desnuda y haba dejado de llorar, pero sus ojos estaban inyectados de sangre y la palidez de su cara me alarm. Atraves la sala y se dej caer a mi lado.Hay algo que todava no te he dicho me dijo.Ahmed haba visitado al abuelo la vspera del ataque de embolia, es decir, el da que el viejo lleg a la librera.Quera que le pagramos. No tenamos cmo, es claro me dijo Severina.Su expresin cansina, el tono de su voz, la manera como entorn los ojos; todo esto me hizo adivinar lo que vena, al menos en parte.Propuso que nos casramos. Una boda estilo marroqu, una boda musulmana, imagina-te. Yo iba a convertirme?Produje una risa forzada.Se enamor de vos?Ella se encogi de hombros.Qu se yo.Por supuesto pens: yo hice algo parecido a lo que Ahmed quiso hacer. El azar me favoreci.El habl con el abuelo a solas Severina prosigui. No s qu le habr dicho, supongo que lo amenaz.Nos han acusado de toda clase de crmenes, record las palabras del abuelo.Es posible. Y tal vez la visita de Ahmed caus el desmayo de tu abuelo.Se cubri la cara con las manos y volvi a llorar.Tenemos que pensar en el cuerpo, mi amor, en el cadver.Era la primera vez que la llamaba as, pero al parecer no le extra. Dijo:S. Pero no acabs de comprender que somos parias. No podemos ir a ninguna embajada con esos pasaportes. Se darn cuenta.Quers que hable con un abogado?No, por favor. Les tengo horror a los abogados.Me pregunto dije, pensando en voz alta cmo llega un cuerpo a La Verbena.La Verbena?El cementerio adonde llevan a los equis equis, los sin nombre. Pero no llors. Por favor, disculpSe contuvo slo un momento.Cuando termin de llorar estaba decidida. Se limpi los ojos, las mejillas, con el dorso de la mano. Trag saliva. Se ech el pelo para atrs. Me mir.Qu hora es? quera saber.Eran las nueve.Muy bien dijo. Vamos a dar una vuelta, los tres?Los tres?Tens una pala? Vamos a enterrarlo, aunque no s dnde. Se te ocurre algn lugar?Estuve pensando un momento.Tal vez.Dnde?En un bosque, ms all de Pinula mir hacia el oriente, los picos de las montaas que se vean en el horizonte ms lejano desde las ventanas de mi apartamento. Es un lugar muy apartado. Nadie pasa por ah. Abrieron un camino hace unos aos, pero lo han abandonado. Ahora que no ha llovido creo que se puede usar. Cuando comience a llover se volver impracticable, hasta que cambie la estacin.Tens una pala?S. Tengo una pala.Todo el mundo sabe que cargar un muerto es mucho ms difcil que cargar a un hombre vivo; pero slo al experimentarlo en carne propia se entiende que la dificultad es tan psicolgica o afectiva como fsica. Lo que llevamos encima es el continente de la vida, la vida consciente que compartimos y que no es nuestra al final. Sin embargo, transportar el cadver del apartamento al automvil fue menos difcil de lo que yo esperaba. Gracias a la hora avanzada y a la suerte, nadie nos vio entrar o salir del elevador ni subir al auto. Dejamos la ciudad atrs y subimos hacia Don Justo, que est en las montaas. Doblamos hacia Pinula. Encontramos un retn de polica, pero no nos detuvieron.Estamos de suerte.Parece.Qu fue eso?Gases. Los muertos siguen soltando gases dijo.Rodamos ms all del pueblo, ms all de Hacienda Nueva y El Cortijo, los clubes de golf y equitacin. Tomamos el camino de tierra que lleva a Mataquescuintla.Vamos bien? me pregunt cuando detuve el auto frente a una talanquera.S.Me baj a abrir. Al arrancar, sent las llantas que giraban en falso sobre el lodo unos segundos antes de obtener traccin, y arrancamos con un leve vaivn. El olor ftido del lodo entr en el auto con la brisa.Ahora el camino se haba hecho an ms angosto; era slo dos rodadas profundas entre el bosque que se alzaba oscuro y un poco amenazador a derecha e izquierda, y la maleza, muy alta, araaba con un ruido chirriante la panza del auto. Pronto comenzamos a ascender por una cuesta empinada. El clima cambi sbitamente. Sopl una rfaga de aire fro y hmedo y nos envolvi una masa de niebla espesa que las luces del auto no podan penetrar.Paramos aqu, no? me dijo.Ya casi llegamos.De repente, el camino se dobl dos o tres veces sobre s mismo y alcanzamos la cresta de la montaa. La niebla se disip. Muy a lo lejos se vean las luces de una aldea al pie de los montes, y mucho, mucho ms all, titilante entre los rboles, unos rboles de troncos altos y delgados y otros de troncos gruesos y ramas retorcidas y fantasmales recargadas de parsitas, brillaba la nebulosa de luces de la ciudad.Qu lugar extrao dijo.Todo pareca lquido. Un recuerdo de aos atrs surgi como de la nada: una alucinacin inducida por la psilocibina de unos hongos que crecen en aquella regin una impresin general de acuosidad, la intuicin de un mundo lquido. Dije:Es como estar rodando bajo el mar. Mir esos rboles.Esto es el culo del cielo! exclam.El camino comenz a subir de nuevo era una recta hacia el punto ms alto de la cresta, que estaba cubierta de rboles menudos, y llegamos a un pequeo claro, donde la rodada desapareci. Hice girar el auto en redondo y apagu el motor.Es aqu. Tenemos que llevarlo un poco ms all. Hay un zanjn.El aire ola a musgo. Nos quedamos un rato mirando el vaivn de los rboles bajo un cielo blanco de tantas estrellas.Entre los dos cargamos el cuerpo del anciano. Anduvimos bajo los rboles, dando resbalones, unos cincuenta metros. Paramos al borde de un zanjn natural que se confunda con las sombras y donde se adivinaba apenas un gran filn de roca negra.Aqu est bien me dijo.Depositamos con cuidado el cuerpo entre dos piedras lisas y hmedas. En silencio, me apart. Ella se arrodill al lado del cuerpo. Le bes la frente una vez. Sin demostracin alguna de dolor, se arranc de un tirn un puado de cabello, que esparci despacio sobre el cuerpo. Creo que rez, o recit algn verso? Pareca la oficiante de un culto simple y primitivo.Tom la pala. La hund en un barro suave y arenoso. Ella meti las manos en la tierra, recogi un poco. Blanda te sea, murmur al derramarla encima del pecho de su abuelo. Se levant, me pidi que continuara con la inhumacin.A pocos pasos, un armadillo se movi con lentitud bajo la luz de las estrellas y desapareci entre las sombras.No tard mucho en terminar. Sudaba, y present momentos de infelicidad.Ella se acerc al tmulo de tierra debajo del cual yaca su abuelo y, a la altura del pecho, coloc un montoncito de piedras que me hizo pensar en los cairns que la gente hace en Marruecos a modo de recordatorios, tal vez, a la orilla de los caminos o en sitios apartados en el campo.All, tarde o temprano dijo cuando volvimos al auto, alguien lo va a encontrar.Lo dudo.El viaje de vuelta al apartamento lo hicimos en silencio. No s en qu ira pensando ella. Yo no quera pensar.No quera pensar, pero termin pensando en varias cosas. Tema que, con la ausencia del viejo, todo cambiara entre ella y yo. Tema que se alejara de m. Pens en un posible viaje, una huida. Pens: Necesito dinero.Siguieron unos das tranquilos. El martes, como de costumbre, Severina se levant muy temprano y sali pronto del apartamento para evitar un encuentro con Juana. Yo le, sin lograr concentrarme, un libro de Fernando Ortiz, el cubano discpulo de Lombroso, sobre los brujos en Cuba. Varias veces me acerqu a los ventanales para mirar hacia el sureste, donde, sobre el horizonte ms lejano, se vea recortada la montaa en cuya cumbre habamos enterrado al enigmtico seor Blanco.Juana lleg a la hora de siempre. Entr en la cocina, hizo un poco de ruido y sali a la sala a darme los buenos das.Se despert el seorn?S, gracias a Dios.La dienta se fue tambin?No. No le digas dienta, eh?Asinti una vez con la cabeza y luego hizo un ademn para pedirme que le dejara pasar la aspiradora por la alfombra y los muebles de la sala. Fui a refugiarme en mi escritorio.Schnitzler, me dije a m mismo, tena razn: Una mujer te puede dejar por falta de amor, o por exceso de amor, por esto o por aque-lio, por todo o por nada. Severina no se llev nada que no fuera de ella