Piñera Virgilio - La Carne de Rene

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    VIRGILIO PIERA

    LA CARNE DE REN

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    1 edicin: noviembre 2000

    Herederos de Virgilio Piera, 2000

    Diseo de la coleccin: Guillemot-NavaresReservados todos los derechos de esta edicin para

    Tusquets Editores, S.A. - Cesare Cant, 8 - 08023 BarcelonaISBN: 84-8310-150-5Depsito legal: B. 41.834-2000Fotocomposicin: Foinsa - Passatge Gaiol, 13-15 - 08013 BarcelonaImpreso sobre pap el Offset-F Crudo de Papelera del Leizarn, S.A. - GuipzcoaLiberdplex, S.L. - Constitucin, 19 - 08014 BarcelonaImpreso en Espaa

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    ndice

    Encuentro en la carnicera..............................................................................6

    Pro carne.... .... .... .... .... .... .... .... .... .... ..... .... .... .... .... .... .... .... ....... ....... ........ .......1 2

    La causa.... .... .... .... .... .... .... .... .... .... ..... .... .... .... .... .... .... .... .... ........ ....... ....... ....1 7

    El cuerpo h umano................................................................. ..... ....... ..... ..... .23El servicio del dolor... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .... .... .31

    Hgase la carne... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...4 1

    La carne de Ren........................................................... ..... ..... ....... ..... ..... ....5 5

    La carne chamuscada...................................................................................73

    La carne p erfumada............................................................................. ..... ....8 3

    La c arne de gallina... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .... ... .... ..9 7

    El rey d e la carne... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... .... .... ... .... .... ... ...1 08La bata lla por l a carne........................................................... ..... ..... ..... ......1 24

    Tierna y jugosa............

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    Encuentro en la carnicera

    La carnicera La Equitativa es, como otros tantos expendios del ramo, unestablecimiento nada llamativo, pero hoy, en contraste con la plcida tardereinante, parece una fortaleza sitiada. Si en sus inmediaciones todo es calma,en ella todo es desasosiego. Sin tregua la marea humana sigue auyendo. Yaforma una cola de ms de una cuadra.

    Esta excitacin que toca las lindes de la histeria se debe a la venta librede carne. El pblico podr co mprar t oda la falda, el jarrete, el boliche, bists ycostillas que desee; el de un gusto ms exigente adquirir hermosas masas decerdo o delicadas piernas de cordero. En ese sentido se ha dado carta blancapor esta tarde y todos estn dispuestos a proporcionarse la carne quenecesitan.

    Un pueblo sometido al racionamiento no tiene que dar muestras decordura si, como ahora ocurre, hay venta libre de carne. El hecho de privarse

    de ella da tras da lo ha llevado a la falsa creencia de que en breve sern vctimas de la inanicin. Qu va a ser de nosotros? Y as pasan su vida

    discurriendo los medios de procurarse carne.Puede entonces comprenderse su histeria. A la vista de tal cantidad de

    carne, que comprarn despus de permanecer en una cola hecha deansiedades y d e empujones, ya la ven convertida en una nada aterradora. Losms prximos al mostrador meten sus ojos en los enormes cuartos de r es quecuelgan de los garos y a spiran con fruicin el olor de l a sangre coagulada. Es,por as decirlo, un da de esta nacional.

    En la cola predomina el elemento femenino: seoras elegantes y m ujeresdel pueblo, criadas, jovencitas. Todas se introducen osadamente en lo msapretado de la cola. Una de estas seoras, Dalia de Prez, ha logrado a fuerzade sonrisas y cad eras situarse a d os dedos de la carne. Vestida como para unaesta sostiene un parloteo incesante con su criada. De pronto lanza unaexclamacin de sorpresa.

    Pero si es Ren! Mira, Adela, no es Ren ese que est en la la delcentro? Parece hipnotizado. Mira, Adela y se lo seala, mira qu plidoest. Si fuera hijo mo le dara un vasito de sangre cada maana. Oh, Diosmo, qu poca nos ha tocado vivir!

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    Ren, que casi roza con su cara un cuarto de buey suspendido de ungaro, exhibe una palidez espantosa. Le horroriza cuanto sea carnedescuartizada y palpitante. Un cadver no le causa mayor impresin, pero la

    vista de una res muerta le provoca arqueadas, despus vmitos y termina porecharlo en la cama das enteros. Por qu entonces, a despecho de talesterrores, est en la cola de La Equitativa?

    El padre de Ren tiene un marcado gusto por la carne, una preferenciatan apasionada que constituye un sacerdocio y hasta una dinasta, algo que setransmite de padre a hijo, y se lega celosamente para mantener vivo elentusiasmo. Esto explica su presencia en la carnicera.

    Y para un joven en trance de heredar la corona de su padre, nada mejorque la asistencia regular al matadero, donde hombres armados de grandescuchillos y d e picas arr emeten contra las reses ab rindolas en canal. A Ren lohan llevado a presenciar estas matanzas. Su impresin fue tan espantosa queenferm de gravedad. En consecuencia su padre juzg que las cosas d eban irpor grados: primero, asistencia sistemtica a las carniceras, desp us a losmataderos, ms tarde, a las grandes hecatombes humanas.

    Saliendo de su ensimismamiento Ren pase la vista por el pblico. Susojos tropezaron con los de la seora Prez, que no le haba quitado los suyos.Ella viva enamorada en silencio de la carne de Ren. De acuerdo con el canonde esta seora, Ren era la encarnacin viviente de un semidis griego.

    Aunque en esto haya confusin histrica no podra negarse que Ren es una

    criatura esplndida. Si no posee los msculos del atleta, en cambio en lacalidad de su piel reside su belleza, y lo que lo hace irresistible es la seduccinde su cara. En ella la nota dominante es ese a ire que est pidiendo proteccincontra las furias del mundo. Y cosa extraa: ese aire que peda proteccin semanifestaba en su carne de vctima propiciatoria. La seora Prez laimaginaba herida por un cuchillo, perforada por una bala o pensaba en su usoplacentero o doloroso. Cuando por vez primera sus ojos vieron la carne deRen, experiment la desagradable y angustiosa sensacin de que esa carneestaba a dos dedos de ser atropellada por un camin, que se h allaba intacta

    de puro milagro, y tan slo faltaban unos minutos para que algo demoledor sele echara encima aniquilndola. Por contragolpe, se suma a su vista endivinos xtasis. Una carne tan expuesta (as la calicaba) prometa gocesinsospechados a la carne que tuviera la dicha de obtenerla en el camino de la

    vida. A punto de cumplir veinte aos, Ren slo conoca su propia carne.

    Ramn, su padre, lo haba constreido a una vida tan solitaria que Ren nisiquiera haba visto la carne al desnudo de los muchachos de su misma edad,

    y mucho menos conoca la carne de la mujer. Ramn se haba empeado eneducarlo en el ms absoluto de los cenobios. Pareca que se empeaba en

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    demostrar a su hijo que sobre la tierra slo haba un hombre y u na mujer, l ysu madre.

    Este programa de aislamiento se iba cumpliendo con exactitudespantosa. Donde viviera est e tro estrafalario, la gente dira siempre lo mismo:a qu escuela envan al hijo?, con qu nios juega?, a qu nias mira?Sera vano tratar de responder tales preguntas si otras, de orden ms general,quedaban igualmente sin respuesta: Quin era Ramn, de dnde proceda,qu haca?... Unos armaban que era viajante de comercio, otros que ingenieroo contrabandista, y hasta haba gente que aseguraba que asesino. Lo cierto esque slo se poda asegurar que Ramn era un hombre perdidamenteenamorado de la carne. Tan enamorado que haca medrar la de su hijo, contodo el desvelo posible, para ofrecerla en holocausto a divinidades ignoradas.

    En relacin con el culto del padre, corra un chisme por el vecindario. Elseor Powlavski, viejo inmigrante polaco y joyero establecido, haba escuchadode labios de Ramn esta frase, dicha a un hombre muy viejo: No se aija,mientras hay carne hay esperanza....

    Ren haba vuelto a poner sus ojos en el cuarto de res colgada y estaba apunto de desmayarse. La seora Prez nada poda hacer a riesgo de perder susitio en la cola. Luchaba entre auxiliar a Ren o permanecer en su puesto. Silo ayudaba poda perder la carne de res, y a su vez, dejarlo desmayarse erapara ella algo intolerable. Vio entonces que su amiga Laurita, compaera en elbel canto, se hallaba precisamente junto a Ren. Por seas le hizo comprender

    la situacin. Laurita sac de su cartera un frasco de sales, se las dio a oler aRen, ste revivi, y la seora Prez tambin.

    Y en ese instante, alguien que estaba detrs de ella, dijo a su odo: Lo he presenciado todo. Buenas tardes, seor Nieburg. No hay que ser vidente para darse

    cuenta del estado de ese joven. Crame, me inspira una profunda lstima. Seora, a m ninguna. Esa clase de carne no me gusta. Ms bien lo que

    quiero decirle es que el jovencito contina como un profundo misterio paranosotros. Para m se trata de un conspirador.

    Usted siempre viendo conspiraciones, seor Nieburg. Es tan fcilimaginar cosa s y d arlas por ciertas. Por favor, seora Prez, no se las d de discreta. El seor Powlavski me

    ha conado que usted misma le ha dicho que Ren tiene cara de conspirador. De modo que el seor Powlavski se atreve a poner en mi boca

    semejante calumnia. No importa dijo con tono plaidero, ah tiene anteusted la verdad misma y sealaba a Ren: mrelo y dgame si eso puedetener cara de conspirador. Yo dira que tiene cara d e enfermo.

    En todo caso de conspirador enfermo, seora Prez. Mire esa cara:inspira desconanza.

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    Slo un pjaro de mal agero como usted se atreve a conjurar malessobre esa pobre cabeza.

    Ya se las arreglarn, l y su familia, para que esos males recaigan enotros. Qu ingenua es usted, seora. Perdone, pero no puedo menos quererme. No est viendo que los visajes de Ren forman parte de una farsa?

    Pues a pesar de todo cuanto usted diga, seguir pensando que Rennecesita ayuda.

    Cmo no, mi querida amiga, no faltaba ms. Claro, usted puedeauxiliarlo. Con sus encantos el jovencito se sentir muy reconfortado. Bueno,lleg mi turno. Viva la carne! Y le dijo al odo: Ahora va en serio. Muchocuidado con esos aventureros.

    Las palabras de Nieburg dejaron confundida a la seora Prez. Empez aimaginar situaciones horrendas: vio a Ren entrando en su casa para robarlehasta el ltimo centavo, lo vio en su dormitorio acaricindola con una mano ycon la otra hundindole un pual en el corazn. Tan vvidos fueron susterrores que dio un grito y aquearon sus piernas. No pudo desmayarse: lacarne de res se l e ofreca como la hostia consagrada. Sac fuerzas de aqueza,eligi, pag y sali. Pero antes de marcharse pas cerca de Ren y le dio lamano. De este modo haca ver a Nieburg que sus palabras no le habancausado ninguna inquietud.

    Ren se q ued confundido y volvi a meter los ojos en el cuarto de res.Cuando Laurita le dio a oler las sales la gente haba hecho comentarios. Y

    ahora, esta seora se acercaba para estrecharle la mano. Ren la conoca de vista (y cmo no reparar en la insistente y pintoresca Dalia de

    donde fuera, siempre se topaba con ella, y nunca se haba atrevido asaludarlo. A Ren no le desagrad el saludo, pero record que su padre le tenaabsolutamente prohibido entablar relacin amistosa con quienquiera quefuese. Qu palinodia y qu castigos si Ramn lo llegaba a sorprendercambiando un saludo con la seora Prez.

    Para colmo, su desfallecimiento en la cola se comentara en el barrio, ypoda llegar a o dos de su padre. De modo que lo mandaba a la carnicera con

    objeto de familiarizarlo con la carne y l se permita un desvanecimiento. En vez de aprovechar la profusin de carne sacricada, entornaba los ojos ydejaba volar la mente. Se acord de que su padre le haba dicho que tena lacarne aca, y que a punto de cumplir los veinte aos, las promesas de sucarne resultaban francamente desalentadoras. Este recuerdo lo llev a la mstorturadora d e sus cavilaciones: a qu se d estinaba su carne ?

    Los aos vividos junto a su padre no arrojaban luz sobre esta cuestin.Ramn, semejante a l os magos que se rodean de una niebla para ocultarse delresto de los mortales, esconda celosamente todos sus actos. Ren presenta laanormalidad, pero le faltaban las comprobaciones. Aparentemente la vida de

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    su padre era normal: comer, dormir, baarse, salir de viaje, volver, ir a uncine, leer, y al mismo tiempo qu excitacin perpetua, qu desplazamientos deuna a otra ciudad, de un pas a otro, de un continente a otro ms lejano. Yesas largas, sempiternas homilas de su padre sobre el valor de la carne, sobrelo que el factor carne signica en la marcha de las naciones. Era, en verdad,un lenguaje harto complicado, ya que la carne estaba presente en cada temade conversacin. Ren recordaba la glosa que Ramn haca del clebreapotegma de Arqumides: Dadme carne y m over al mundo. Dondequiera que

    volviera los ojos, tropezaba con abrumadoras cantidades de carne.Una vez pregunt a su padre si pensaba hacerlo aprender el ocio de

    carnicero, y Ramn contest que a su tiempo se madura la carne. Y aadi:De todos modos no tomes al pie de la letra lo de convertirte en carnicero.Nunca me has visto descuartizar una res. Tampoco pertenezco al sindicato desacricadores y ex pendedores de carne de res. Si te exijo el culto de la carne,no quiere decir necesariamente que sers carnicero. Ests destinado a algoinnitamente ms noble.

    Qu se propona su padre con esas frases dejadas siempre en lasombra, con hablar por refranes, con frases de doble y hasta de quntuplesentido? Por qu se negaba a decir lisa y llanamente las cosas? Podadecirlas un hombre que enmascaraba cada uno de sus actos? Haba que verlocaminar; lo haca como el que teme una agresin, volvindose por temor a u nsbito ataque, con sus ojos explorando el terreno antes de aventurarse a salir.

    Sin duda contra su padre haba alguien o l mismo estaba contra alguien. ARen bastaba realizar el recuento de su corta vida para conrmar supresuncin. La vida de los tres haba sido un constante xodo. No recordabahaber pasado ms de un ao en el mismo pas. Se instalaban como para elresto de sus vidas, y un da Ramn levantaba el campamento paratransportarlos a cientos de kilmetros, do nde todo resultaba diferente: gentes,costumbres, idioma. Cuando pasaban unos meses, vuelta de nuevo al xodo.No dejaban las ciudades perseguidos por turbas amenazadoras, ni entrepiquetes de soldados, pero cunta violencia, angustia y desazn en esos

    fulminantes desplazamientos. Ren record la ltima ciudad en la que les tocpernoctar en Europa antes del gran salto a Norteamrica. Arribaron a ellaen invierno, y en ese mismo invierno la dejaron. No hubo tiempo para que lasnieves se fundieran. No era su culpa si, debido a estos desplazamientos, suimpresin de la ciudad devena tan estrecha, tan unilateral que la reputaba deeternamente blanca.

    Arribar al pas elegido era tambin singular: no bien llegaban, alguien seacercaba, los metan rpidamente en un auto y los llevaban a una nueva casa.En ella Ren experimentaba el mismo desasosiego que en las anteriores. Tenaque asomarse a l a ventana para ver el paisaje distinto y co nvencerse de que no

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    haba dado marcha atrs. En estas moradas de paso siempre haba la eternaocina de Ramn, una pieza ms de la casa, pero constantemente cerrada.Qu haca su padre en tal ocina, para qu nes serva. All Ramn pasabalas horas y ni la misma Alicia se hubiera atrevido a molestarlo. Las contadas

    veces que Ren lo vio salir de la ocina advirti en su cansancio agotador, el paso vacilante de un borracho. Conmovido, expres asu padre el deseo de ayudarlo en su trabajo. La respuesta de Ramn fue ungrito estentreo.

    En esta postrer ciudad de Europa haban batido el rcord de estada: enella residieron ocho meses. De pronto, volaron a Norteamrica. Ren se h abaechado a rer como un tonto cuando al llegar a su casa, abrumado por el pesode unos kilos de carne, vio a sus padres haciendo las maletas. Ramn le dijoque embarcaran hacia Norteamrica en el trmino de una hora. El paquete decarne se le cay de las manos, y, con la boca abierta, pareca la estatua delestupor. No lo dejaba boquiabierto el anuncio del viaje (estaba hecho a talessorpresas), sino la inutilidad de su compra. Esto le produjo tal acceso de risaque Ramn lo reprendi. Ren, revolcndose en el piso, gritaba con convulsascarcajadas que los gatos se d aran un festn.

    Hoy mismo podra repetirse la escena. Al llegar a su casa, abrumado decarne y de vergenza vera a sus padres haciendo febriles preparativos de

    viaje? Entonces no sera ms prudente llamar por telfono y preguntar siestaban a punto de volar? Pero esta idea, que no era en el fondo sino su

    aspiracin de ver t erminados su s su frimientos en las carniceras, se fue con lamisma rapidez que llegara. Y en su lugar surgi sta: dejaremos esta ciudadpara llegar a ot ra, y yo ir tarde tras tarde a la compra de la carne.

    Su futuro ser siempre ese peso muerto formado por el pasado de su vida. Era para rebelarse contra la norma de conducta impuesta por su padre y

    dejar all mismo la carne comprada y cantarle a R amn las verdades...En ese momento el cliente que estaba detrs le dijo:

    Vamos, no se duerma...!Ren dio un brinco y qued frente al carnicero que, apuntndole con el

    cuchillo, pregunt la clase y l a cantidad de carn e a co mprar. Y una vez ms, con lamento de animal herido, pidi un kilo de sta ycuatro de aqulla... Entonces, para que su vergenza y frustracin se hicieranms patentes, el carnicero le regal unas piltrafas para el gato.

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    Pro carne

    Despus de tomar el caf, Ramn le dijo a Alicia: Tienes que curarme la llaga.

    Ren, que an tomaba su caf, al or la palabra llaga dej caer la taza.Se agach para recoger los fragmentos. De nuevo oy la voz de su padre.

    Vamos, Alicia, date prisa, la llaga no espera.Las manos de Ren empezaron a temblar, los fragmentos de la taza

    saltaron de sus dedos. De nuevo se oy la voz de Ramn: Ven, Ren, te necesito a mi lado. Es conveniente que empieces a

    aprender estas cosas.Ren alz la cabeza y la dej como clavada en una pica. Durante aos se

    haba cumplido el programa de la contemplacin de la carne de res; de pronto,sin previo aviso, era invitado a contemplar llagas humanas. Record que el da

    venidero cumplira veinte aos y asoci su cumpleaos a la inesperada

    revelacin de su padre. A despecho de proseguir el culto a la carne de res, leimpondran una nueva tarea: asistir a la curacin de la llaga.

    Ramn se quit la camisa y Ren vio una llaga en su pecho. No te gustara tener una como sta?

    Ren se p uso lvido, se incorpor, empez a retroceder. No, eso no ataj la voz de Ramn. Tienes que presenciar la cura. Por favor, pap, me dan ganas de vomitar. Lo oyes, Alicia? Conque ganas de vomitar... Entonces no te gustara

    tener tambin tu llaga?

    No, no quiero, es horrible.Ramn y Alicia se miraron. Ren se ech a llorar. Vio que Ramn se le

    acercaba; pens que lo herira en el pecho; dio un grito y cay de rodillas. Pap, te obedecer en todo, no me mates. No ser yo quien te hunda el cuchillo, hijo mo. Piensa que en el mundo

    existen millones de manos y millones de cuchillos.Lo cogi por los hombros y l o sent en una silla.

    Mira, tu cuerpo, el mo, el de tu madre, estn hechos de carne. Esto esmuy importante, y por olvidarlo con frecuencia, muchos caen vctima delcuchillo. Sabes que practico el culto de la carne, no el de la atltica e intacta,

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    sino el de la trucidada. Eso s, viva y palpitante como esta llaga. O como sta. Y se arremang el pantaln. Mira qu llaga, del tamao de un puo. Es

    reciente. Aun despus de curada, la piel se mostrar translcida y violcea. Osi lo preeres puedo mostrarte mi primera herida, una herida que tienecuarenta aos y, sin embargo, persiste en mantener la cicatriz. Mrala. Sesac el zapato y la media con gran calma y parado en un pie mostr la plantadel otro. No ves que abarca desde el calcaal hasta los dedos? Y en el otropie sucede lo mismo. Fueron estas dos heridas, mi primera batalla con lacarne, y de la cual, si no me equivoco, sal victorioso. No voy a hacerte el relatode esa aventura, pero puedes tener por cierto que no fue una pluma de ave loque se m antuvo horas y horas pegado a estas plantas. Ya ves, mi cuerpo tienemucha carne por donde cortar... Quieres otro ejemplo? Mira mi hombroderecho. Sabes que esta parte del cuerpo se d enomina clavcula. Pues bien, seha convertido en una grotesca protuberancia. A qu se debe tan violentadislocacin? Y por qu no tengo uas en los dedos de los pies y en su lugar seobservan negros boquetes? S, mira, no te canses de mirar, de examinar, y siquieres hasta puedes tocarme. Vamos, nimo! Me ests viendo comorealmente soy. Y hay ms, esto no es todo... Mira aqu. En virtud de qu, estapiel del vientre y mostraba su vientre deformado, est llena de costurones?Para no hablar de otras seales, aunque diminutas, no por ello menosrenadas. Mira este agujero en la oreja, del tamao de una moneda de uncentavo. Te coneso que siento por l un cario especial. Me procura la

    sensacin de que es como un mirador de cuanto se encierra en mi cuerpo. Lanz una sonora carcajada y se ech en el piso. Qu cuerpo el mo! No teparece? Y oye, llevo cuarenta aos luchando con la carne, pero siempreanimoso, siempre coleccionando trofeos, batiendo rcords... En una palabra,resistiendo, hijo mo, resistiendo.

    Resistiendo, pap, resistiendo a qu? dijo Ren, lloroso. Bueno, clmate, no veo ninguna razn para ponerse as. Me parece que

    todava no estoy muerto. Se qued un momento pensativo y prosigui:Piensas que estos golpes, llagas, fracturas se deben a que fui acrbata o

    boxeador? A qu ocio o profesin atribuyes tales anomalas? Bueno, a su tiempo se madura la carne... Creo que ha empezado a madurar para ti. Dime,no has pensado que tu cuerpo pueda convertirse en lo que es e l mo?

    No, no, pap! implor Ren. No me gustan las heridas. Preerointacto mi cuerpo.

    Qu tonteras estoy oyendo! Qu signica el cuerpo intacto? Si no loquieres vulnerado, a qu lo destinas?

    Lo cogi por un brazo y l o puso en pie. Si tu pecho no tiene una llaga como la ma, de qu te servira? Si tu

    vientre est libre de costurones, para qu lo quieres?

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    heridas a la vejez, de qu te habrn servido? Si tus piernas no tienen mil yuna heridas, a qu uso placentero las reservas? Dime, hroe romntico y lozarande violentamente, joven lunar de mirada soadora, qu piensas?Cuerpo intacto, morbideces, turgencias... Dime, hijo, tu padre te pregunta:no amas la carne descuartizada?

    Es fea se limit a responder Ren y dej caer la cabeza sobre elpecho.

    Ah, ahora nuestro hroe se desmaya! Pronto, que venga un mdico,traed las sa les... El hijo del rey ha muerto, el cetro pasa a otras manos. No, no,

    joven soador, ni has muerto ni vas a desmayarte.Meti el pie en el zapato, cruz los brazos y mir a Ren detenidamente.

    Una mosca, cada en una taza, agitaba vanamente sus alas por escapar. Consuma delicadeza, Ramn la atrap y la coloc sobre una rosa. Lentamente sefue poniendo la camisa. Por n, alzando la cabeza de Ren, pregunt:

    Sabes cmo llamaban a mi padre los camaradas? Y, como calculando el efecto, empez a hacerse parsimoniosamente el

    nudo de la corbata. Al n dijo: Mi padre, muerto dos aos antes de tu nacimiento, march a la tumba

    acompaado de ms de doscientas heridas. Sin duda se haba formado en lagran escuela. Yo mismo, yo, que tanto horror te inspiro, que te parezco unmonstruo de deformidad, no podra compararme ni remotamente con tuabuelo. l tena una llaga que, empezando en la tetilla derecha, recorra la

    espalda y vena a nalizar en la misma tetilla. Y dicha llaga, al lado de la cualla ma es tan slo una picadura de mosquito, se mantuvo, abierta ysupurante, hasta el ltimo da de su vida. Tu abuelo, camarada de camaradas,resisti victoriosamente veinticinco agujas en las uas.

    Ren no lo dej continuar. Se abraz a l, y en medio de grandes sollozos,pregunt:

    Por eso, pap, por eso mi abuelo era la Criba Humana? Ren, maana cumples veinte aos. S, maana es mi cumpleaos.

    Querido hijo, el da en que cumplirs veinte aos, te pondr enposesin del secreto de la carne. A estas palabras, de un estilo grato a Ramn, sobrevino un largo silencio.

    Ren se haba echado en los brazos de su madre, formando con Alicia una piet casera, a merced de un Csar implacable. Como si ese cuadro plstico

    improvisado de la madre con el hijo lo irritara, Ramn exclam: Maana tambin empezar para ti la batalla por la carne.

    Fue interrumpido por un timbrazo. Ren corri a abrir. Retrocediespantado. Adelantndose con gran desenfado, la seora Prez deca:

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    No voy a comrmelo, tesorito... Slo he venido a informarme de supreciosa salud. En la carnicera lo vi a punto de desmayarse.

    Hizo una profunda reverencia a Alicia, y a R amn. Tienen ustedes un hijo muy sensible. Agradezco, seora, el inters que se toma por Ren contest Ramn

    , pero le aseguro que su carne adquirir el temple debido. El temple necesario... repiti la seora Prez extasiada ante un Ren

    con la carne sabiamente templada para el amor. Los felicito aadi. Trajeron al mundo un ser que har una brillante carrera con su cuerpo.

    Ren salud a la seora Prez y se dispuso a salir del comedor. La seoraPrez lo cogi por un brazo.

    No me va a privar de su encantadora presencia. Estar solamente unosminutos. Olvidaba presentarme. Me llamo Dalia de Prez. Tanto gusto.

    Tanto gusto dijeron maquinalmente Alicia y Ramn. Pues es el caso prosigui Dalia que este jovencito estuvo a punto de

    desmayarse en la carnicera. Gracias a mi amiga Laurita su lindo cuerpo norod por t ierra.

    Tenga por seguro que esa escena no se repetir, seora. Desdemaana...

    Pues claro dijo Dalia, desde maana, desde maana... Pero noestara fuera de lugar un tratamiento para los nervios, los de Ren se ve q ueson bras muy sensibles. No va a negarme que tambin los nervios estn

    hechos de carne, y si los alteramos, el resto de la carne se altera. Se quedun momento embarullada en sus reexiones, y aadi de un tirn: Lo quequiero decir es que la carne de Ren no est hecha para el dolor. Eso es yapoy la frase con una risita, ningn dolor para esa carne.

    Lo mismo pienso yo dijo Ramn. Tanto es as que por eso lo mandoa la carnicera. Dgame, seora Prez, no es un placer contemplar esa carnedescuartizada?

    Ahora la que estuvo a punto de desmayarse fue Dalia. Cmo! Qu est diciendo, Dios mo! La carne descuartizada! El potro

    del tormento! No, no, aleje de mi vista esa visin infernal, y tam bin aljela desu hijo. Mire su cuerpo, tiembla como la hoja en el rbol. Es un cuerpo hechopara el placer. Hgale la vida agradable al cuerpo de su hijo.

    Mi encantadora seora contest Ramn con irona, compruebo queusted se interesa grandemente por el destino de Ren. No tenga cuidado, lacarne de m i hijo orecer a su debido tiempo.

    Es encantador orle decir eso, seor. Cuando oigo la palabra orecerme vuelve el alma al cuerpo. Y si en algo puedo ser til a ese orecimiento,estoy a la disposicin de su hijo.

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    Ren se ruboriz. Dalia hizo que se ruborizara. Ramn sinti que susangre se l e suba a la cabeza Pondra a esa mujer de patas en la calle?

    Dalia no le dio tiempo. Mientras haca nuevos saludos caminaba hacia lapuerta. Una vez all, despleg la ms seductora de sus sonrisas, volvi asaludar y d ijo:

    Hgala orecer.

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    La causa

    Al siguiente da, cumpleaos de Ren, Alicia lo despert muy tempranopara decirle que Ramn lo esperaba a las siete en la ocina. Deba ir enayunas y darse prisa. Eran las siete menos cuarto. Diciendo y haciendo lehaca cosquillas para sacarlo de la cama. Ren se resi sta, no tanto por pereza,como por el estupor que le causaba la orden de su padre. Qu signicaba ir a

    verlo en ayunas? Acab por levantarse, entr en el bao, se lavsumariamente y, dando las siete, tocaba en la puerta de la ocina.

    Entra escuch un tanto ahogada la voz de su padre.Ren empuj la puerta y entr. Crey estar de pronto en el gabinete de

    un dentista. Las paredes estaban pintadas de blanco y d el techo colgaba unalmpara de uso en las salas de operaciones quirrgicas. En medio del cuartohaba una especie de silln de dentista, de un color entre amarillo y crem a. Enuna vitrina, pinzas, tenazas, bistures. Al fondo del cuarto y pendientes del

    techo, poleas, cuerdas y trapecios. Sobre una mesa de hierro varios sopletesoxdricos. Finalmente, sus ojos se posaron en un cuadro de grandesdimensiones, un leo del martirio de san Sebastin. O al menos el pintor tomcomo punto de partida dicho martirio, porque en el caso de este cuadro no sepodra armar que fuera exactamente un martirio. La pintura presentaba a unhermoso joven, tal como lo haba sido Sebastin, en actitud reposada, con lamirada perdida y una sonrisa enigmtica. Hasta ah el cuadro no ofreca nadade particular. En lo que se a partaba del modelo tradicional era en lo referentea las echas. San Sebastin sacaba las echas de un carcaj y se l as clavaba en

    el cuerpo. El pintor lo haba presentado en el momento de clavarse la ltimaen la frente. La mano an se mostraba en alto, separados los dedos delextremo de la echa y como si temieran no se hu biera sumido denitivamenteen la propia carne.

    Ren se acerc ms. En ese momento la luz de u n reector cay sobre elcuadro, que hasta entonces haba disfrutado de una ligera claridad. Renretrocedi espantado: era su cara. Este san Sebastin era Ren. Sus mismoscabellos y su boca, su misma frente. Como en un sueo oy la voz de supadre:

    Se parece a ti, verdad?

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    Ren no respondi. Segua con los ojos clavados, como otras echas, enla cara del joven Sebastin. Ramn volvi a preguntar sobre el parecido. Rencay en nuevas sorpresas: su padre estaba sentado en el silln y comprimahorriblemente sus dedos en unos torniquetes. Volvi a insistir sobre elparecido.

    Es mi misma cara musit Ren. S, soy yo mismo. Dime, hijo mo, te gusta?

    Ren senta que sus fuerzas lo abandonaban. Eran emociones intensas.La convivencia con su padre haba sido extraa, pero cosas como las queocurran en ese momento lo tocaban de modo directo. Oscuramente sepercataba de que tambin se contara con l para el servicio del dolor. La vozde su padre, repitiendo la pregunta, lo sustraa de golpe del plano infantil, enque hasta entonces se moviera, para situarlo en la realidad de la violencia. Se

    vio obligado a responder. Por tercera vez Ramn preguntaba. S, padre, me gusta. Eso no es decir nada. S que te gusta. Te reeres a la pintura en

    cuanto tal. Y yo no te hablo de ella. S que se trata de una buena tela. Elpintor que la ejecut es de los nuestros y nosotros nunca hacemos mal lascosas. Lo que quiero saber es si te sientes como el Ren del cuadro.

    Lleno de echas? Lleno de echas y de cuanto est en este cuarto. Todo es poco para

    servir a l a Causa.

    Sac sus dedos de los torniquetes. Estaban acardenalados por lacompresin.

    Nunca te he hablado de la Causa? La Causa...? indag Ren confundido. La Causa es la revolucin mundial. Hasta que no se produzca,

    deberemos servirla. El jefe que domina nuestro pas traicion la Causa y nospersigue porque lo perseguimos. Su persecucin tiene lugar dentro y fuera deeste pas. Tu abuelo, que tuvo el privilegio de servir a este jefe que abati alantiguo jefe, pas los diez ltimos aos de su vida persiguiendo a su jefe,

    quien, a su vez, lo persegua a l. El resultado fue la muerte de tu abuelo. Y el jefe tambin te persigue, padre? Acabo de decrtelo. Recog la herencia de tu abuelo. Soy el jefe de los

    perseguidos que persiguen a los que nos persiguen. Sin embargo, ambos jefesestamos muy lejos el uno del otro. En otra poca estbamos tan juntos quenos dbamos la mano cada da. Despus nos fuimos separando. Al principiocremos que acabar con l era cuestin de horas. Pronto nos desengaamos.

    Abandonamos el pas. Como quien dice, nos situamos enfrente. Pero lactivaba la persecucin. Qu otra cosa poda hacer si se saba perseguido?Fuimos poniendo tierra y agua entre l y nosotros. En treinta aos las

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    posibilidades de posarse en algn sitio se van recortando. La tierra no esilimitada, y ya estamos redu cidos a esta ciudad.

    Dej el silln y dio la espalda a Ren. Sabes cuantas veces los partidarios del jefe me han puesto en peligro

    de muerte? De muerte...? exclam Ren. Padre, hablas de atentados? As es, Ren, de atentados contra mi persona. Dieciocho atentados de

    primera magnitud, para no hablar de ot ros de menor cuanta. Por ejemplo, esatentado de primera magnitud aquel en que los perseguidores te acorralan,

    ves sus caras, sus armas, sus brazos te aprisionan, eres herido de gravedad,escapas por un pelo... En cuanto a los de menor cuanta, por ejemplo, teenvan una bomba de tiempo, ests expuesto, pero como desconfas decualquier envo, no la tomas en tus manos. En un momento dado el jefe y yoestuvimos a la par en el nmero de atentados de p rimera magnitud. Despus,me fue tomando ventaja. Sus recursos eran mayores. Muchos de los nuestros,cansados de esperar el triunfo de la Causa, se pasaron al enemigo osencillamente se alejaron de la lucha. Esto procur al jefe una especie declaros alrededor de mi persona que l ha sabido, lo coneso, aprovechar. Porotra parte, los vaivenes de la poltica internacional le han sido tan propiciosque a la hora que te hablo, casi todos los gobiernos son sus partidarios. Sitodava se siente perseguido es porque desea ardientemente perder su carne.La verdad es que slo de u n modo terico aguarda un atentado de parte ma.

    Pero, padre exclam Ren vivamente, no veo por qu tengas quemorir. Todo podra arreglarse. Escribe a ese jefe comunicndole que te retirasde la persecucin.

    Retirarse de la persecucin... La persecucin nunca se detendr, esinnita, ni aun la muerte la detendra; ah quedas t para proseguirla. No tehas jado en las carreras de relevos? Cuando un corredor deja caer laantorcha, el que sigue la recoge a l instante. Tu abuelo me entreg la antorcha,

    yo te la pasar. T la pondrs en las manos de tu hijo o en su defecto delmiembro ms destacado del partido. La Causa no puede dejar de correr un

    solo instante. Por qu se baten? pregunt Ren con suma agitacin. Por un pedazo de chocolate respondi solemnemente su padre. El

    jefe que ahora me persigue, hace muchos aos logr, tras cruenta lucha,abatir al poderoso y feroz jefe que tena prohibido en sus estados, so pena demuerte, el uso del chocolate. ste mantena rigurosamente tal prohibicin quese remontaba en el tiempo a siglos. Sus ancestros, los fundadores de lamonarqua, haban prohibido el uso del chocolate en sus reinos. Armabanque el chocolate poda minar la seguridad del trono. Imagina los esfuerzos, lasluchas que tuvieron lugar durante siglos para impedir el uso de dicho

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    alimento. Millones de personas murieron, otras fueron deportadas. Por n el jefe, que ahora me persigue, obtuvo una aplastante victoria sobre el ltimo

    soberano y tuvimos la dicha, muy corta, de inundar de chocolate nuestros

    territorios. Dime, padre, en qu minaba el chocolate la seguridad del trono? Muy sencillo: el fundador de la dinasta armaba que el chocolate es

    un alimento poderoso, que al pueblo se deba mantener perpetuamente en u nasemi-hambre. Era la mejor medida para la perdurabilidad del trono. Imaginaentonces nuestra alegra cuando, tras siglos de horrendas contiendas,pudimos inundar el pas de chocolate. Las masas, que haban heredado estapattica predisposicin a tomarlo, se dieron a consumirlo locamente. Alprincipio todo march sobre ruedas. Un mal da el jefe empez a restringir suuso. Tu abuelo, que haba visto perecer a su padre y a su abuelo por laimplantacin del chocolate, se opuso categricamente a dicha restriccin. Ytuvo lugar el primer rozamiento con el jefe. Como en todas las luchas que vana ser a muerte, hubo imprescindibles tanteos, arreglos aparentes. Un daamanecamos y la esperanza nos colmaba: el jefe daba carta blanca al uso delchocolate; otro da se limitaba su uso a tres veces p or semana. Entretanto lasdiscusiones suban de punto. Tu abuelo, el personaje ms inuyente cerca del

    jefe, le reprochaba poltica tan funesta, llegando al extremo de llamarloreaccionario. Tuvo lugar u na acre d isputa, cuyo resultado fue que al otro dael secretario de mi padre en el Ministerio de la Guerra fue encontrado

    agonizante en su casa: alguien lo haba obligado a tomarse un galn dechocolate caliente. Esto colm la medida. Mi padre se o puso abiertamente algobierno, se form el grupo de los chocolatlos. Entonces yo er a muy joven,pero recuerdo ntidamente un desle bajo los balcones de l a Casa de Gobiernocomiendo barritas de chocolate. En represalia, el jefe incaut el existente en elpas. Nosotros no cejamos y nos vestimos color chocolate. El jefe, considerandoque esto poda levantar en su contra al pueblo, nos declar reos d e lesa patria

    y orden un gran proceso. A duras penas mi padre pudo trasponer lasfronteras y buscar asilo en un pas vecino. El resultado de los procesos fue la

    muerte de miles de l os nuestros. Si no eran culpables, por qu los ejecutaban? grit Ren fuera de s. Por qu...? Pregntaselo al jefe y Ramn solt una risotada.

    Entretanto mi padre y sus adeptos mantenan la santa causa del chocolatedesde el pas vecino. El jefe haba traicionado los sacrosantos principios de larevolucin del chocolate; en consecuencia, debera morir. l lo saba y,adems, saba que el pueblo, que no habra protestado abiertamente contra laprohibicin si no es por la campaa llevada a cabo por la oposicin, ahora seempeara en una lucha a muerte por el derecho a comer y beber chocolatedonde y cuando lo quisiera. Pronto los acontecimientos conrmaron estas

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    inquietudes del jefe. Los campesinos se su blevaron. El resultado fue la muertede miles de ellos y l a deportacin de muchos miles ms a las regiones heladasdel pas. Casi todos murieron. Entonces tu abuelo lanz el primer atentado. Elprimer secretario del jefe era de los nuestros. No me detendr en los detallesde esta laboriosa comisin. Me limitar a decirte que la taza de chocolate que

    bebera el jefe una maana estaba envenenada. Es que el jefe tomaba chocolate? exclam Ren con asombro. Cmo puedes ser tan ingenuo! Claro que haca uso del chocolate, y en

    qu cantidad. Saban l y sus secuaces que esta bebida es altamenteestimulante, para no olvidar que si al pueblo se prohiba su disfrute eraprecisamente porque de tomarla a la par, el pueblo y el gobierno, habradebilitado polticamente a este ltimo. No olvides que el jefe y sus secuacesaspiraban, mediante las bondades secretas del chocolate, a la dominacinmundial.

    Padre lo interrumpi Ren, ahora me doy cuenta, nunca te he vistotomar chocolate. En cuanto a m, no s qu gusto tiene.

    Sigues siendo un ingenuo. As que nos rebajaramos a tomar chocolate.Tan simples nos crees como para vernos con una taza de chocolate en lamano? Lo que defendemos es l a causa del chocolate. No tendra sentido que amiles de leguas de distancia de la batalla por el chocolate nos dispusiramos a

    beberlo como unos desesperados. Y para acabar de ilustrarte: te coneso quenos harta. Tu mismo abuelo sonrea socarronamente cuando hablaban del

    chocolate, lo cual no obsta para que haya gastado su vida defendindolo a brazo partido.

    Ren se acerc al cuadro y poniendo un dedo sobre la mano que sostenala echa clavada en la frente de san Sebastin pregunt candorosamente a supadre:

    Por qu no ordenaste al pintor que en lugar de una echa me pusieraen la mano una taza de chocolate?

    Ramn se demud. Eso queda para la propaganda.

    Fue a l a mesa, revolvi en una gaveta, sac una foto. Mira. Aqu nos tienes en el banquete aniversario de la prohibicin delchocolate. No reparas que todos sostenemos una taza? Sin embargo, nuncadimos tal banquete y mucho menos tomamos chocolate, pero eso no impidique hiciramos una tirada de millones de fotos para hacerlas circular por elmundo. Pero dejemos tus ingenuidades y volvamos al jefe. Haba descubiertola conspiracin. Esa maana de que te hablo se p resent en el comedor de laCancillera llevando en su mano derecha una humeante taza de chocolate. Asu vista, el secretario se qued helado de espanto. El jefe le dijo, sin msprembulo, que se l a tomara... Te imaginars el nal de la escena: el secretario

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    se vio obligado a apurar su propia cicuta. A los pocos minutos era cadver.Ese mismo da el gobierno del pas en que transcurra nuestro exilio, nosdeclar extranjeros perniciosos. De entonces ac ha llovido mucho. Tu abuelomuri asesinado, yo estoy a punto de perecer. El cerco se estrecha cada vezms. Es por eso, y en ocasin de tu cumpleaos, que te he llamado aqu paraparticiparte la voluntad del partido y la ma propia.

    La voluntad del partido...? apenas si pudo balbucear Ren. Es la voluntad del partido que seas mi sucesor, tanto en lo que tengo

    de perseguido como de perseguidor. Son dos funciones diametralmenteopuestas. Cada una exige una tctica diferente. Aprenders ambas. Como enlos ltimos tiempos la suerte nos ha sido adversa, debers prepararte para serel gran perseguido de nuestra Causa. Mi consejo es que, sin hacer renunciaexpresa del ocio de perseguidor, pongas el acento en la complicadsimatcnica del perseguido. No olvides que por el momento, la perdurabilidad de laCausa depende de la huida. Un buen huidor puede causar mucho dao alenemigo. El que huye lo hace de dos cosas: de otro hombre como l, y de laconfesin. Lo primero recibe el nombre de atentado; lo segundo, de tortura.

    Tortura...? balbuci Ren. En toda la lnea contest Ramn framente. Si orden pintar el

    cuadro fue con el nico objeto de hacerte comprender plsticamente tudestino.

    Pero soy yo mismo quien se tortura, padre.

    En efecto, eres t quien se tortura. Es una manera de invitar a losotros a que lo hagan. Quin, en medio de tantas echas, resistira latentacin de clavarte una ms? Por ejemplo, yo.

    Y rpido como el rayo le clav una aguja en el brazo. Ren dio un grito ycay a los pies de su padre, quien levantndolo, dijo con inmensa ternura:

    He ah tu regalo de cumpleaos.Se sen t en el silln, se a plic los torniquetes y exclam jovialmente:

    Vete a tomar tu desayuno.

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    El cuerpo humano

    La seora Prez tena pretensiones de poetisa. Dos libros de versos y ser viuda de un periodista famoso le conferan cierta notoriedad entre sus migos. Joven an, y con bienes de fortuna, Dalia quera destacarse, y en cierodo

    lo consegua. Aunque nunca pudo recibir en su casa lo mejor y muy poco delo regular, se estimaba una mujer triunfante. Se llenaba la boca para decirque sus jueves musicales eran una de las atracciones de la ciudad.

    En esos jueves, tan anacrnicos como la seora Prez, a la que su nomenos anacrnico marido haba legado la atmsfera de las veladasprovincianas, se hacan tres cosas: recitar, tocar el p iano y cantar. Daliarecitaba sus propios versos, acompaaba sus canciones y las cantaba, enmedio de un incesante parloteo, matizado con risas estentreas. Sentada alpiano y al parecer absorta en la ejecucin, se levantaba de pronto paramezclarse en la conversacin de sus invitados. Soltando sus famosas risas,

    preguntaba sobre lo que conversaban sotto voce, y al rato volva al piano. As, jueves tras jueves, la vida de la seora Prez era, o dr

    un camino sembrado de rosas.Sin embargo, el jueves siguiente a su encuentro con Ren en la

    carnicera, Dalia se haba encerrado en un gran mutismo. Sus nervios sehallaban a punto de est allar: se levantaba, volva a sentarse, recorra el saln,arreglaba unas ores, daba rdenes al sirviente... Apenas atenda a susinvitados. Dej al seor Powlavski con la palabra en la boca; no bes a laencantadora Laurita; olvid cumplimentar al crtico Blanco. Su extrao

    comportamiento empezaba a l evantar comentarios entre sus invitados.Qu le ocurra a Dalia? Esperaba la llegada de Ren. Presentarlo ese jueves a sus amigas le proporcionara un sonado triunfo. Su femenina vanidad

    no poda renunciar a est o. Nieburg y Powlavski se pondran verdes de envidia.Laurita, que tambin haba echado el ojo a Ren, de puro despechada secomera las uas; Blanco, que se preciaba de conocer a los jvenes de laciudad, no le perdonara esta presentacin. Era tal la impaciencia de Dalia porcosechar su triunfo que no falt nada para proclamar la visita inminente deRen, pero se con tuvo en previsin de un asco.

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    De su desasosiego vino a sacarla Laurita, su rival en el bel canto. Lesuplic, en nombre de los invitados, que se dignara abrir la sesin potico-musical con la linda balada Te espero de da y de noche. Recobrando suhabitual vivacidad, Dalia de Prez se sen t al piano. Preludi y pronto su vozinund el saln. A mitad de la balada los invitados comentaban la melancolacon que la seora Prez cantaba.

    Su melanclica interpretacin fue interrumpida por un timbrazo. Comomovida por un resorte, Dalia se levant y corri hacia la puerta de la calle. Alinstante volvi a entrar en el saln, esta vez con cara d e triunfo: llevaba a Rende la mano. El seor Nieburg, de puro asombro, dej caer el cigarrillo sobre laalfombra, y el seor Powlavski se par echando el cuerpo hacia delante. Daliafue pasando de grupo en grupo para las presentaciones de ri gor.

    Por obra y gracia del recin llegado, Dalia volva a ser Dalia. Las ca ras d eNieburg y Powlavski eran ardientes preguntas devorando la suya, quereventaba de vanidad.

    Ren, con su habitual timidez, pronunciaba pocas palabras y se son rojcuando Laurita celebr sus esp lndidos ojos grises.

    Qu diablos hizo para trabar amistad con Ren, seora Prez? indag Powlavski.

    Se acuerda de la tarde en la carnicera? contest Dalia. Y de lapalidez de Ren? Esa misma tarde fui a su casa. Desde entonces somosgrandes amigos.

    Oyendo la palabra casa, Nieburg y P owlavski dijeron a coro: Descrbanos la casa. Una casa como todas las casas. Sala, recibidor, dormitorios, comedor,

    cocina, bao...De pronto sinti el impulso de comentar lo de la ocina. Si

    proporcionaba a Nieburg y a Powlavski esta primicia, su triunfo esa veladasera fantstico. Cuando se dispona a dar rienda suelta a su proverbialchismografa se detuvo demudada: las caras de ambos mostraban un ansiaque iba ms all de la simple curiosidad.

    Qu ocurre, seora, hay algo que no pueda decir? Oh, no, en modo alguno! Es una casa de aspecto muy domstico. Nohay nada que no pueda verse y, adems, los padres de Ren me la ensearontoda.

    Para cortar por lo sano, empez a hablar del ruido que haca eldescubrimiento de una nueva droga para los nervios. Sin embargo,implacables, Nieburg y Powlavski volvan a la carga: pedan detalles,precisiones, alto y ancho, metros y hasta milmetros... Para quitrselos deencima Dalia aprovech que el criado pasaba con una bandeja, cogi dos

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    copas de cocktail, se las puso en las manos y los dej con la palabra en la boca.

    Colgada del brazo de Ren, lo llev ante una vitrina atestada de marles y abanicos. Nieburg y Powlavski los siguieron. Ahora Dalia, frente a la

    sealaba a Ren los marles, al mismo tiempo que hablaba sin parar. Nieburg y Powlavski, a corta distancia, hacan a Dalia, sin que Ren pudiera verlos,

    seas misteriosas, con miradas que eran otras tantas preguntas. Utilizandolos dedos manifestaron que solicitaban una entrevista. Dalia, a su vez, leslanz una mirada aniquiladora. Powlavski, haciendo caso omiso de laamenaza, se acerc para decirle con toda desfachatez que tocara el Vals delEmperador. A la seora Prez no le qued ms remedio que complacerlo. Comono lo saba de memoria, Powlavski se ofreci a pasar las pginas. Mientras lohaca, se inclinaba sobre la ejecutante y le repeta ad eternum si en casa deRen ocurran cosas fuera de lo normal. Casi desmayada concluy Dalia elalegre va ls.

    En ese momento el criado anunci que la comida estaba servida. Dalia se vio obligada a aceptar el brazo que Powlavski le ofreca. Con paso vacilante

    atraves el saln y cay desplomada en la silla que el mismo Powlavski leencajaba en el trasero con burlona solicitud. Haciendo un esfuerzosobrehumano, Dalia, que tena a su derecha al crtico Blanco, respondisonriendo a la pregunta que ste le haca sobre el consom:

    No, amigo mo, no es de pollo, es de carne de res. Y atropelladamente

    aadi: La cena de esta noche se compone exclusivamente de platos...carnales.

    Solt una de su s risas y volvi a decir: De platos carnales... Un consom de carne de res, un gigote de carnero,

    unas chuletas de puerco... Mi querida amiga dijo Blanco, no va a terminar usted la relacin

    del men dicindonos que el cuarto servicio es un estofado de carnehumana...

    En cuanto a eso, no; aunque el canibalismo...

    Y call confundida al mismo tiempo que se sonrojaba. Nieburg yPowlavski la hacan decir estupideces y est aban dispuestos a aguarle la velada.Se haban propuesto torturarla. Haciendo de tripas corazn, dijo entre grandesrisotadas:

    Bueno, mis amigos, si en esta cena alguien es vegetariano o se abstienede la carne por principios religiosos, ya puede ir ayunando.

    No creo que ninguno de los invitados est en uno de esos casos, Dalia dijo Laurita. Slo veo colmillos alados. A no ser que su invitado de honor.. y dirigi una mirada penetrante a Ren.

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    Hacia l se dirigieron todas las miradas. Ren las senta como agujas ensu carne. De nuevo, adems, se aluda a la carne; no slo l sera el platofuerte de la comida, era, asimismo, el tema de conversacin. Y quin sabe aqu peligros se expon dra, a qu trampas y a qu abismo.

    No dijo Ren con un hilo de voz, tambin yo como carne.Sus palabras, proferidas con el acento de la vctima frente a su verdugo,

    fueron acogidas con una carcajada general. De modo que tambin Ren comacarne. Pero de qu manera la coma? Con mandbula temblorosa y dientes

    vacilantes, con boca de moribundo, con turbacin de pecador. Caramba, Dalia exclam Blanco. La declaracin de su amiguito

    constituye todo un reproche. Se considera y n os considera pecadores. Qu est diciendo!... grit Dalia. No ve que lo asusta? Su carne

    todava no es com o la nuestra; a la menor cosita se d esmaya. El otro da en lacarnicera...

    Doy fe grit burlonamente Laurita, alzada la mano. El otro da enla carnicera... y mir a Dalia bajando pdicamente los ojos.

    Bueno dijo Blanco, qu fue lo que pas en la carnicera? Nada tan importante como para hacer una montaa contest Dalia

    . Slo una predisposicin del nimo frente a la carne. Frente a la humana? pregunt Blanco. No, frente a la de res. En dos palabras: el otro da Ren estuvo a punto

    de sufrir un desmayo al ver los cuartos de res colgados de los garos.

    Ya, ya... dijo Blanco. Y ahora usted sirve una cena compuestaexclusivamente de platos carnales. A su amiguito esta noche le dar unsncope.

    Y se ri estruendosamente.En ese momento sirvieron el gigote de carnero. Ren pens que l

    tambin era un carnero y Dalia y sus amigos se disponan a picarlo enpedacitos. Pens decir algo, ya iba a decirlo, cuando Dalia se adelant parapreguntarle:

    Va a comer del gigote?

    Comer gigote contest Ren, con tal precipitacin que las palabrasse atropellaban en su boca, y chuletas de puerco, y si lo sirven, roast beef, yternera al horno y t ambin pata y p anza...

    Bravo! palmote Dalia. Viva la carne! Que viva! grit Blanco. Y se sirvi un gran plato de gigote. Todos lo imitaron, excepto Ren, que apenas lo prob, al igual que el

    resto del men. Dalia desisti de animarlo. O lo mataba o lo dejaba... Como sila angustia de Ren ante la carne tuviera la virtud de oprimir el pecho y c errarlas bocas, la cena transcurri en un silencio de muerte.

    En los postres Dalia lo rompi exclamando:

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    La vida es as. Y levantndose dio la seal para abandonar la mesa. Decididamente, la

    encantadora velada se haba cambiado, por la presencia de Ren, en una velada fnebre. Dalia no volvi a cantar, tampoco ninguno de los invitados se

    lo pidi. No estallaron ms carcajadas ni nadie renov sus alardes defrivolidad. Ren, marmreo y como desencarnado, haba tenido el privilegio dehelar esa s carnes palpitantes, hechas de apetitos y de lujuria. En los cuatro ocinco grupitos que se formaron despus de la comida, slo se hablaba de l,para despellejarlo y h acer trizas el fnebre personaje Qu se haba credo?No estaba hecho de carne? Era un espritu superior? Que no se l e ocurra alaguaestas volver a las veladas de Dalia!

    Y como si se hubieran puesto de acuerdo, se produjo la desbandadageneral. Dalia, desolada, repeta: Pero si es tan temprano...! Pero si es tantemprano...!. Vox clamavit in deserto... Todos se alejaron con aires deembajadores ofendidos, apenas sin despedirse de Dalia y, con ostensiblegrosera, sin saludar a R en.

    Recostado en la chimenea esper a qu e se marcharan. No se r ecostaba enla chimenea para adoptar una pose romntica a lo Chateaubriand, sinoporque se se nta a punto de desplomarse. Los amigos de Dalia le haban dadoa entender muy claramente que era un elemento antisocial. No por otra vaque por la carnal, el ser humano se r ealizaba; en cambio, negando su carne yla carne, era un solitario, un mstico, un anacoreta, un cenobita, en una poca

    eminentemente carnal. Por otra parte, tema que Dalia le dijera todo esto ymucho ms. Y l, todava en esta casa, a la que nunca se le volvera a invitar.En esto sinti la voz de Dalia y la vio venir h acia l.

    Usted no se haba ido?Ren farfull:

    Bueno..., yo..., Dalia..., me ir ahora mismo...Dalia lleg junto a l y le tom las manos.

    Es usted un encanto. Qu grata sorpresa, Dios mo. Cre que se habaido a la inglesa, con todo su derecho. Mis invitados se portaron esta noche

    como seres insoportables. Menos mal que se h an marchado. As estaremossolos. La noche es t odava joven. Y se le qued mirando amorosamente. Es muy tarde, Dalia. Y adems, por culpa ma... Usted es adorable. No diga tonteras. Venga, estaremos ms cmodos

    en el sof.Lo sent en el sof y fue apagando las lmparas. Slo dej encendida una

    que estaba cerca, y sirvi dos copas de coac. Brindemos por nuestra amistad. No es cierto que seremos amigos

    eternos?

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    Ren contest con monoslabos. Empezaba a m arearse. Se haba tomadoel coac de un trago. El perfume de Dalia era adems una invitacin alrelajamiento, a sumirse en olvidos. Pero de pronto se acord de su padre y sepuso en pie.

    Oh, qu nio malcriado! exclam Dalia dulcemente. Ahora escuando estamos en familia, en la verdadera intimidad y suplic a Ren que

    volviera a sentarse. De la mesa que estaba ante ellos tom un libro de granformato, y estrechndose contra el asustado Ren, le dijo: Vamos adistraernos. Te gusta la pintura?

    El libro sin embargo era un lbum de anatoma. En la cartula deca congrandes letras: EL CUERPO HUMANO. Dalia lo mantuvo cerrado durante unossegundos observando la reaccin de Ren, quien se hallaba en extremonervioso. Entonces, lo abri de golpe y l e ense la primera lmina. La gurarepresentaba a un hombre joven enteramente desnudo, en la clsica posturade los manuales de anatoma. Ren experiment una sensacin de fro: lepareci que la gura tiritaba. Como en una pesadilla oy la voz de Daliaformularle la misma pregunta de Ramn ante el san Sebastin: Te gusta?Te gusta?. Lo asalt la idea de que Dalia se hallaba en connivencia con supadre, y que la escena estaba preparada entre ambos, que el lbum sera unahorrible sucesin de guras torturadas y, nalmente, la misma Dalia lequemara las plantas de los pies o lo clavara en la pared con una echa... Seech hacia atrs, se sec l a frente empapada en sudor, y suplic a Dalia que

    dejara para otra ocasin lo del lbum, no se sen ta nada bien con el coac quehaba tomado. Sin hacerle caso, ella pas la hoja. Esta vez la gura erafemenina y, como la anterior, se presentaba en posicin tpicamenteanatmica. Resultaba tan asptica que, temerosa de que Ren comenzara areexionar sobre las miserias de la carne, Dalia se dispuso a erotizar lafrigidez de la gura. Manifest que ninguna mujer podra mostrarconvenientemente sus encantos naturales sin el concurso de un marcoapropiado. Segn su humilde opinin el que mejor servira a dicha gura eraun sof en el que extender el cuerpo con elegante indolencia. Ren se a nim

    un tanto: la descripcin haba tenido la virtud de sacarlo de su estupor.Estimando que el proceso de erotizacin marchaba a pasos agigantados, Daliauni la accin a la palabra: se tendi en el sof en la postura de la MajaDesnuda.

    Se da cuenta de lo que intento explicarle? Los brazos, llevados haciala espalda, permiten a los senos manifestar cierta autonoma, que de otramanera quedaran limitados a u na simple dependencia del trax. En cuanto alas caderas, si no es en esta postura, no puede hablarse de m orbideces.

    Lanz una risa y pregunt a qu emarropa: Conoce qu son morbideces?

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    Ren, sentado al extremo del sof, estaba tan abstrado contemplando lapostura de Dalia que no oy la pregunta. Ella la hizo de nuevo y de nuevoRen se qued callado. Dalia abandon su posicin, lo zarande, l mascullunas palabras y ella lo cogi por el brazo.

    No slo nosotras nos vemos bien en una Recamier, tambin ustedes. Y oblig a Ren a tenderse en el sof. El lbum cay sobre la alfombra.

    Ren se incorpor para recogerlo, pero Dalia, ms rpida, lo recogi antes, ycon la otra mano, colocada sobre el pecho de Ren, lo oblig a permanecerrecostado. Entonces, inesperadamente, se tendi a su lado y abri el lbumpara mostrarle la gura de otro hombre desnudo, esta vez los msculos entensin. El dibujante, para dar mayor realismo a la escena, haba presentadola gura en el momento de levantar una barra de hierro. Las piernas,rmemente plantadas en el piso, soportaban el peso que tena la virtud deponer de maniesto venas, tendones, msculos. Ren se incorpor vivamente,se qued un momento pensativo y exclam luego:

    Por qu no lo dibujaron con una echa en las manos?Dalia lanz una de sus famosas risas.

    Una echa...? Dios mo, no lo entiendo. Una echa, en vez de esa barra dijo impetuosamente, y se levant

    como un posedo. Adopt la posicin de la gura y repiti con angustia innita : Una echa, Dalia, una echa.

    Ella slo acertaba a rer, sintindose deliciosamente excitada. El preludio

    a lo que imaginaba como la iniciacin sexual de Ren, la excitabasalvajemente. As que mirndolo a los ojos le dijo:

    Nadie lo contradice, queridito. Claro que una echa. La echa deCupido.

    No, Dalia grit Ren, no hablo de la echa del Amor, hablo de laecha del Dolor.

    En qu hubiera parado todo esto? Pura y si mplemente en la cama o enuna disquisicin losca? Pero son el timbre del telfono en el momento enque Dalia abra la boca para contestar a Ren. Ella se levant para recibir la

    llamada. Era Ramn. Dijo que se ha ca tarde y Ren tena que levantarse muytemprano para realizar u n viaje al da siguiente. Dalia, por un instante, pensen ocultar a Ren la llamada de su padre, pero se contuvo. Si el hijo seguademorndose, Ramn vendra personalmente en su busca. Se decidi por unamezzo termine: le dira que Ramn la haba llamado para recordarle que noretuviera a Ren hasta altas horas de la noche.

    Y as lo hizo, esperando que Ren, al que supona tan erotizado comoella, no acatara la orden paterna. Pero al or las palabras de Dalia, Ren pegun brinco, se arregl el traje, se pas la mano por los cabellos, murmur unas

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    excusas, se despidi y sa li disparado. Apenas Dalia tuvo tiempo para poner ellbum en sus manos.

    Se lo obsequio como un recuerdo de este encantador tte--tte, y vuelva.

    Es decir, vuelva al paraso. Pero Ren iba en pos de su inernoacostumbrado. Y de ese paraso perdido slo quedaba el lbum. Le quedararealmente? Acaso su padre ese moderno Midas del Dolor no lo quemaraante sus ojos en un expiatorio auto de fe?

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    El servicio del dolor

    Ren se l evant a las cinco de la madrugada para hacer sus preparativosde viaje. Pas parte de la noche cavilando dnde lo llevara su padre. Le habapreguntado a Alicia y sta le confes que lo ignoraba, aunque a juzgar por elequipaje que Ramn haba dispuesto, no se t rataba de un viaje al doblar de laesquina, pero ella pensaba que Ramn estara de vuelta en el mismo da ocuando ms al siguiente.

    Una vez que acab de hacer la maleta, Ren fue a la sala en busca dellbum. No lo vio sobre la mesa donde lo dejara al regresar de la velada. A lomejor su madre lo haba colocado en el librero de su cuarto. Volvi al cuarto:no estaba el lbum en el librero. Al preguntarle a Alicia, ella tampoco lo haba

    visto.En el trayecto hacia la estacin de ferrocarril varias veces pens dnde

    estara el lbum, sin atreverse a preguntarle a Ramn. De haber respuesta,

    sera desagradable. Mir el portafolio de su padre: quizs en l estara ellbum. Por n llegaron a la estacin.

    En el tren iban pocos viajeros. En el coche de p rimera, Ramn tom unode los asientos cercanos a la puerta. El de enfrente estaba desocupado. Renpuso en l su impermeable y l a maleta. Mientras lo haca pens de nuevo en ellbum, y mir el portafolio que descansaba en las piernas de Ramn. Se acoden la ventanilla y dej que el aire le diera en plena cara tratando de poner lamente en blanco.

    El tren marchaba velozmente. Ren empezaba a sentirse un tanto

    calmado, cuando sinti un peso en sus rodillas. Oy, como en un sueo, la vozde su padre: Ha sido un magnco regalo de nuestra amiga. Anoche lo estuve

    mirando y pens que servi ra para d istraerte del tedio del viaje.Ren baj la vista y qued en la actitud de la vctima que aguarda el

    golpe del hacha. No te interesa el delicado presente de la seora Prez? Pues te

    aburrirs como una ostra. Por mi parte, voy a fumar. Ramn abandon suasiento y sali del coche.

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    Ren luch consigo mismo unos instantes. Apretaba la cubierta dellbum como si quisiera estrangularlo. Esperaba una desagradable sorpresa.Su padre nunca haca nada gratuito. Por n, se decidi y abri el lbum.Lanz una exclamacin ahogada de horror. Los viajeros ms prximos lomiraron extraados. Se asom a la ventanilla para que el aire le diera denuevo en la cara. As se mantuvo unos minutos. Senta que el lbum lequemaba las piernas y tambin el alma, pero la curiosidad fue ms fuerte, ycomo quien asiste a su propia ejecucin, ya sin resistencia, clav sus ojos en laprimera gura. Haba sido modicada. Si el hombre apareca en la mismaposicin, decenas de echas se clavaban ahora en su carne, en tanto que lacara era la del mismo Ren. Las manos, descansando sobre los muslos,sostenan una echa vuelta hacia su propio cuerpo. Y esto no era todo. Lagura haba sido dotada de un fondo: un campo de cultivo sembrado deechas, tan unidas que sera imposible caminar entre ellas. AutomticamenteRen encogi los pies. Tuvo la sensacin de que no podra levantarse de suasiento: las echas le impediran caminar por el pasillo del tren. No podra

    bajar en la estacin: ellas le saldran al paso y, clavndolo en tierra convertiran en una echa ms. Tuvo un acceso de rebelda, y estuvo a puntode emborronar con un lpiz el lbum hasta que no quedaran trazas de esashorribles guras. Se limit a pasar la hoja, resignado a enfrentarse con nuevoshorrores. La placentera gura femenina se mostrara ahora como una nuevaSanta Catalina en la rueda del suplicio. Para sorpresa suya la hoja haba sido

    arrancada. Del lbum slo quedaban las guras masculinas convertidas enotros tantos Ren. La boca se le llen con una palabra y experiment laangustiosa sensacin de que se ahogaba. Esa palabra era: repeticin. Porrepeticin se intentaba convencerlo y por repeticin queran acostumbrarlo. Se

    vio hojeando innitos lbumes en que se exhiban a innitos Ren. Contemplla gura siguiente: era la del hombre con la barra en alto, la ltima que vieraaquella noche en casa de Dalia. El retoque se haba limitado a dosmodicaciones: una en la cara, que era ahora la de Ren; la otra, en la barra,convertida en echa al rojo vivo.

    Pas a la tercera gura: era l mismo, pero desollado. Junto a l se vea aun hombre mostrando en su mano derecha un alado bistur y en la izquierdaun montn de tiras de piel humana. El desollador tena por cara un valo

    blanco con un signo de interrogacin. Ren se sinti presa de un profundoasco: sac la cabeza por la ventanilla y vomit. De pronto tuvo unaalucinacin: el tren descarrilaba y vea a su padre horriblemente despedazado.En cuanto a l, sala de los restos del vagn con unos simples rasguos. Cosasingular: Dalia le tenda la mano para ayudarlo a pasar por encima delcadver de su padre.

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    En esos momentos, Ramn volvi y viendo a Ren tan pensativo lopellizc en la nuca. Ren, como si estuviera hipnotizado, alz el brazo derecho.Ramn se lo baj y l e dijo:

    Eso te pasa por pensar tanto.Ren repuso:

    Cre que te habas matado.Ramn se ri ruidosamente y l e dio un golpecito en el muslo.

    No soy hombre que se mate. A m me matan y sealando el lbum ledijo: Al n te decidiste a verlo. Qu te parece?

    Ren puso el dedo sobre la gura del desollador: Qu quiere decir este signo de interrogacin?

    Es un lindo simbolismo que anoche se me ocurri exclam Ramn. Antes, djame decirte que era mi deber enterarme de la naturaleza del regalo

    de la seora Prez. Qu curioso: la seora Prez resume su vida entera en elplacer. Querra verla aunque fuera un minuto con los torniquetes... Perodejmosla con sus placeres. Como te iba diciendo, examin una por una lasguras y comprob que, como te las obsequiaba la seora Prez, te seranabsolutamente intiles, y en nada facilitaran nuestros planes. Como en otrostiempos tuve la pasin del dibujo, pens que sacricando un poco el arte enaras de la Causa, podra, con buena intencin por lo menos, retocar dichasguras al extremo de volverlas serviciales. Este lbum, quin lo duda, es unhermoso regalo; no podra decirte el precio, pero como le cost sus buenos

    pesos a la seora Prez, no era el caso tirarlo por la borda a causa de susplacenteras guras, cuando con un poco de cuidado quedara listo para elservicio del dolor. Me puse con empeo a la obra y pas la noche en vela, peroah lo tienes, retocado de pies a cabeza, lleno del espritu de nuestra Causa.Creo que te servir de mucho en la escuela.

    Al or la palabra escuela, Ren tuvo un gesto de sorpresa. Ramn,pasando por alto la curiosidad de su hijo, continu:

    Al llegar el momento de retocar esta linda gura y puso el ndice en ladel hombre desollado tuve dos ideas felices: acompaarla con otra que sera,

    claro est , el desollador que muestra la piel del desollado; en segundo trmino,cubrir la parte del rostro con blanco y poner encima el signo de interrogacin.No s cmo no has dado enseguida con el sentido. El hombre sin cara y conuna interrogacin signica que desconocemos a tu desollador. Puede ser H,puede ser X...

    A esto Ren opuso un argumento candoroso: Cmo sabes, si no eres de los contrarios, que ser desollado?

    Ramn meti la mano entre sus cabellos y le sacudi la cabeza: No cabe duda, te hace falta la escuela. Claro, no soy de los contrarios.

    Pintarte desollado es u no entre mil ejemplos. Me entiendes? Mira y pas la

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    pgina, aqu tienes otra versin. Tanto me gust la idea de tu verdugollevando el signo de interrogacin que la repet en las lminas rest antes. Estanos muestra a un hombre con un soplete en la mano. El que est a su ladoexhibe su trasero tostado por completo. No podrs decir que el hombre delsoplete es el desollador, no, en modo alguno, es el tostador. Lo cual no impideque tengan en comn la cara blanqueada y el signo de interrogacin. Son slo

    variaciones sobre un mismo tema. Ahora bien, no vayas a estimaringenuamente que el nmero de ellas est limitado a las de este lbum. Seraun lamentable error. Pasaras diez aos ideando guras y torturas parasorprenderte un buen da frente a un seor que te propone un juego quenunca has imaginado. Por otra parte, slo he querido con estos groserosretoques, hacer un poco de pedagoga, de nuestra pedagoga. Te aconsejo quete detengas sobre la ltima lmina y volvi la hoja con un golpe seco. Desu laboriosa contemplacin aprenders mucho.

    Ren se inclin para ver la gura y enseguida se repleg en el asiento,cerrando fuertemente las piernas.

    Comprendo tus escrpulos. Es el taln de Aquiles de todo hombre.Grandes discusiones ha habido entre los conocedores en la materia acerca desi el torturado teme ms al dolor fsico o al hecho moral de la castracin.

    Cerr el lbum y lo puso encima del maletn. Mir luego la hora. Pongamos punto a estas sutilezas. En unos momentos vamos a entrar

    en agujas.

    Ren al escuchar la palabra aguja se sinti pinchado, al mismo tiempoque la repeta. Ramn se ech a rer. Le dijo maliciosamente:

    Quiero decir que se acerca una estacin. No olvides poner el lbumdentro del maletn.

    Ren empez a hacerlo sin atinar con el cierre. Trae ac, lo meter yo. En cuanto al cierre es cosa fcil, una vuelta a la

    izquierda y ya est.Meti el lbum en el maletn y se l o puso a Ren en las piernas.

    Vamos, alsate un poco el pelo. No quiero que Albo se imagine cosas...

    Ren iba a preguntar quin era ese Albo cuando fue interrumpido por elrevisor, que peda los billetes. El vagn empezaba a tomar ese asp ecto peculiarcuando los viajeros se ap resuran. Unos salan de la modorra de las horas de

    viaje; otros cogan su equipaje y los ms diligentes ya estaban en pie. La velocidad iba decreciendo. La locomotora pit largamente y dej escapar sus

    ltimos resop lidos.Haban llegado a una estacin de tercera categora, con poca gente en el

    andn. Ramn, en la plataforma, hablaba al maletero mientras escrutaba elandn en busca de Albo. Por n lo vio. Hizo seas a Ren y fueron a suencuentro.

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    Albo, un hombre de unos cincuenta aos, tena la barba muy negra yusaba lentes oscuros. Su aspecto era parsimonioso. Ren no pudo evitar unasensacin de asco al estrecharle la mano. Ramn pregunt a Albo si todoestaba en regla y aadi que tomara inmediatamente el tren de regreso, quepasara en pocos minutos. Dijo entonces a Ren que Albo tena el encargo dellevarlo a la escuela. En ella permanecera un ao, pero que tanto l como

    Alicia iran a visitarlo. Albo juzg oportuno introducir un comentario. Eldirector vera con gusto que los padres de los educandos asistieran a laceremonia de iniciacin, la que tendra lugar dos meses despus de lainauguracin del curso escolar. Ramn asegur que ellos no faltaran, y dandopor terminada la entrevista, se despidi y abraz a su hijo, indicando a Alboque se pusieran en camino.

    Fueron hacia el automvil, estacionado en la nica calle del pueblo. Renesper que Albo lo pusiera en marcha y entonces pregunt por la escuela. Albose limit a decir que nada saba de eso, que l cumpla rdenes. El director, elseor Mrmolo, se encargara de todo. Y se encerr en un mutismo absoluto.Helado por tales reservas, a Ren no le qued otro remedio que mirar elpaisaje que se deslizaba veloz. No se haba dado cuenta de que el puebloestaba asentado en una colina, y que la carretera por la que viajabanzigzagueaba buscando la salida al valle. Pasados unos minutos pudo verlo. Noera precisamente un valle, sino ms bien una gran hondonada poblada derboles. Divis entre estos una casa de dos pisos y, un poco ms all, otra ms

    pequea. Cul de las dos sera la escuela? Apenas pudo proseguir susconjeturas: la velocidad del automvil se adelantaba a sus pensamientos, y se

    vio frente a la casa grande. Albo fren de golpe y Ren dio un salto en elasiento. Haban llegado. Albo le dijo que se bajara. Pero Ren de nuevo era

    vctima de la pesadilla sufrida en el tren, y viun brazo y lo hizo salir del automvil.

    Le ardan los ojos y ms le arderan si segua expuesto al sol. Esperabaque Albo llamara en la casa, y en ese mismo momento se vio envuelto en unanube de polvo: el automvil de Albo se a lejaba. El sol calentaba cada vez m s.

    Ren se quit el saco. La casa permaneca obstinadamente cerrada ysilenciosa. En la planta baja no haba una sola ventana. El piso alto tena dos,pero, aunque abiertas, estaban echadas las cortinas.

    Se le antoj que alguien lo espiaba detrs de una de las ventanas, y comocogido en falta se puso el saco. Mir el reloj. Haca diez minutos que estaba allsin que nadie acudiera a recibirlo. Pens tocar en la puerta; no lo hizo: a lomejor se lo tomaban a mal. Sin embargo, el calor y la ansiedad resultabaninsoportables. La sombra que ofrecan los rboles estaba a unos pasos, y no seatreva a acercarse; siempre la molesta sensacin de sentirse espiado le

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    impeda moverse. Era como si estuvieran a punto de llamarlo mediante unsilbido o un timbrazo.

    Ya comenzaba a sobreponerse a tanta puerilidad y empezaba a dar unospasos en direccin a los rboles, cuando oy que lo llamaban. Se mantuvo deespaldas, con el corazn palpitante. A lo mejor no lo haban llamado; pero s,de nuevo lo oa, esta vez en un tono ms alto y hasta con acento imperioso. Se

    volvi y vio en la puerta al hombre que pronunciara su nombre: era un tipocorpulento de una estatura fuera de lo comn. Tendra unos cincuenta aos.Estaba calvo como una bola de billar. Unos pasos los separaban. Alarg sus

    brazos como para atraparlo al mismo tiempo que lo llamaba de nuevo. A Renle pareci que los enormes brazos lo alcanzaban y retrocedi instintivamente.El hombre lleg junto a l, lo cogi por un brazo y l o meti en la casa.

    No obstante, su primera impresin fue de agrado. Un largo corredor, quedivida en dos alas el piso, dejaba ver en sus paredes grandes fotos dedeportistas famosos y de animales de presa. De trecho en trecho habaconfortables asientos y mesitas con cajas de cigarrillos. A mitad del corredorestaba un juke boke y al nal un refrigerador. El hombre empuj una puerta yentraron en un despacho.

    Tambin resultaba agradable. En las ventanas haba alegres cortinasmulticolores, jarrones con ores sobre las mesas. El gigante ofreci a Ren uncigarrillo y lo invit a sentarse.

    Supongo que ya habr pensado que soy el director. Me llamo Mrmolo.

    Destap una botella y sirvi dos vasos. Es un coac excelente. Puedetomarlo sin temor.

    Ren cogi el vaso y pens que resultaba muy singular que el director deuna escuela ofreciera a sus alumnos bebidas espirituosas.

    Lo estuve mirando desde el piso alto. Siempre me gusta echar unaojeada al neto y subray la palabra sin ser observado. Si el recin llegadosabe que se le est observando, repliega sus msculos, y entonces uno nopuede darse cuenta perfecta del tono, diramos cabal, de su cuerpo. No s siest enterado que nuestro objetivo es el cuerpo, y nada ms que el cuerpo. He

    ah el motivo por el cual usted tuvo que estar expuesto a los rayos del soldurante diez minutos.Se qued un momento silencioso y aadi:

    La impresin general que su cuerpo me ha producido es que tendrque sostener una gran lucha antes de obtener la victoria.

    Ren experiment el mismo terror que ante las guras del lbum. Tratde sobreponerse; trag un poco de coac, hizo unas tristes muecas, carraspe,tosi, puso el vaso sobre la mesa.

    Con usted, caballerito dijo el seor Mrmolo, hay que empezar porel principio. Habr que cortar buena parte de esos n ervios.

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    Se sirvi coac y se lo tom de golpe. No ha visto el lema de nuestra institucin? Con un dedo rgido como

    una lanza sealaba un estandarte colgado de la pared, en el que poda leerse:SUFRIR EN SILENCIO.

    Ren alz la vista. Sufrir en silencio? Y por qu? Esto es una escuela. Hay que sufrir

    para aprender? Usted lo ha dicho, caballerito: Hay que sufrir para aprender... y el

    seor Mrmolo descarg su puo sobre la mesa. La letra con sangre entra,pero en silencio. Nosotros hemos suprimido toda suerte de lamentos, quejidos,estertores y ayes. A diferencia de otras es cuelas, cultivamos la regla de oro delsilencio.

    Call un momento y se qued pensativo. Y si el silencio no se produce espontneamente, entonces sabemos

    fabricarlo volvi a decir.Ren tuvo un acceso de re belda. Se par y a postrof al seor Mrmolo.

    Pero qu clase de conocimientos recibir en esta escuela? No veo quedeba sufrir para a prender. No soy u n genio, pero le aseguro, seor Mrmolo,que tampoco soy tan torpe como para tener que ser castigado por no poderresolver un problema de aritmtica o memorizar una leccin de historia.

    Perfecto su discurso, caballerito, perfecto exclam Mrmolo frotandosus manazas. Tantas veces lo he escuchado. No es usted el primero que me

    endilga la perorata. Muchos dicen lo mismo al ingresar, y al nal salenconvertidos en campeones del sufrimiento en silencio. Ya tendr ocasin deconocer a Roger. Ah mismo, donde ahora se sienta usted, Roger me hizo unade esas escenas que marcan etapas. Empez por insultarme y terminexigindome que lo devolviera a su casa. Despus, se me fue arriba dispuestoa estrangularme.

    Hizo una parodia del estrangulamiento llevndose las manos al cuello yhacindolas temblar. As se mantuvo unos segundos y p rosigui luego:

    Roger se negaba, como un toro de raza, a ser sacricado. Y

    actualmente es el campen del curso superior y se graduar con lascalicaciones ms altas. Y hay que ver cmo se r e de aquel acceso de rebeldaen el momento de su ingreso. Me ha visto por eso tan indiferente ante sucantaleta. No puedo darle mejor calicativo. Pasados unos meses le apuestoque no querr marcharse de la escuela y hasta estudiar horas extras paraobtener ex menes brillantes. Piense, caballerito, que llevo aqu veinte aos, yque por mis manos han pasado centenares de alumnos con contados fracasos.Se levant y toc un timbre.

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    Doy por terminada la entrevista. Ahora ir a su celda, despus se lellamar a almorzar. Un almuerzo ligero. No es con veniente mucho alimento la

    vspera de la apertura del curso escolar. Vestir un unie.Llamaron a la puerta. Mrmolo dijo adelante, y entr un hombre.

    Pedro, haga el favor de llevar a este alumno a su celda.Pedro cogi a Ren por un brazo y sa lieron de la Direccin. Tomaron una

    escalera al fondo del corredor y desembocaron en otro. A ambos lados habacuartos con puertas metlicas que tenan una mirilla ovalada de cristal.

    Qu exagerado el seor Mrmolo exclam Ren cuando estuvo en elsuyo. Llamar a esto una celda.

    En efecto, la habitacin era lo contrario de una celda. La cama, delltimo modelo, tena un colchn de muelles, las sbanas eran de hilo y lasalmohadas de plumas. Junto a la cama haba un ropero y en un ngulo delcuarto una mesa de trabajo. El color de las paredes, un verde claro muyagradable, que haca juego con las cortinas a grandes cuadros amarillos, noresultaba verdaderamente tranquilizador? Ren tuvo que admitir que sucuarto, en la moderna jerga de los decoradores, era altamente tonicante.

    Tan tonicante que ya empezaba a sentirse a sus anchas.Se sent en una butaca y vio su equipaje al pie de la cama. La vista del

    maletn provoc en l una reaccin de desagrado: all estaba el lbum. Perotodo resultaba tan tonicante que pronto se olvid del maletn, del lbum yhasta de su padre. Si el colegio no era su familia, tena la ventaja de alejarlo de

    ella. Interno no estara bajo la mirada vigilante de Ramn. Y esto constituauna gran ventaja, pero, al mismo tiempo, su padre no haca nadagratuitamente. Por ejemplo, le haba advertido que el lbum sera de sumautilidad en la escuela. En qu sentido? Los asuntos de su padre, adems,nunca seran conados a la indiscrecin de un lugar pblico, como lo es unaescuela. Sin embargo, el cartelito que le haba mostrado Mrmolo serelacionaba, en cierto sentido, con el lbum: SUFRIR EN SILENCIO... Ellbum, modicado por su padre, podra ser denido tambin como uninstrumento en el sufrimiento del cuerpo. Y el director no haba expresado

    que el objetivo de su escuela era el cuerpo y nada ms que el cuerpo? Sinembargo, cuanto vea hasta el momento en la escuela se inclinaba del lado delplacer: el corredor con fotos de deportistas, su habitacin, los colchonesmullidos y h asta el mismo despacho de Mrmolo, tan acogedor; su invitacin afumar y a beber. Podra sufrirse entre las cuatro paredes de un cuarto enextremo confortable? Insensiblemente desliz la mano por el tapizado de la

    butaca y comprob la sedosidad de la tela. Se sinti tranquilioanduvo hasta la puerta del fondo. La empuj y ante su vista apareci elaparato completo de un bao de lujo: azulejos, llaves niqueladas, espejos...

    Tampoco faltaba lo que la persona ms renada habra exigido para una

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    toilette cuidadosa: jabones perfumados, agua de Colonia, dentfricos y cremasde afeitar, pomos de sa les

    Sinti deseos de darse un bao y empez a desvestirse. Al entrar en la baadera y abrir la ducha, su vista choc con una cortina negra situada al

    extremo del cuarto. Le pareci una nota sombra en medio de tan alegrescolores. Pero el color de la cortina no resultaba lo ms inslito, sino lo quemantena oculto y la haca adoptar una forma turbadora. Hubiera jurado quealguien se encontraba tras la cortina, sin mover un msculo ni apenasrespirar. Su curiosidad fue tan intensa que la descorri de un tirn. Ante susojos apareci la consumada reproduccin de s mismo, en el trance de lacrucixin. Inspirada en la de Cristo, el escultor haba introducido unamodicacin capital: en vez de l a pattica y angustiada faz de Jess, la cara deRen en yeso se ofreca, no cada sobre el pecho, sino erguida, y la bocamostraba la risa de una persona satisfecha. Podra armarse que acababa deor un chiste. O tambin, que era l a cara jubilosa del atleta vencedor.

    Chorreando agua y t iritando, Ren miraba fascinado. Record de prontoel mtodo de la repeticin. Tambin esta escuela pona en prctica dichomtodo. Deba rendirse a la evidencia. A pesar de las cortinas y del lechomullido; a pesar del cigarrillo y el coac, algo siniestro que podra denircomo el servicio del dolor anulaba uno a uno esos agradables momentos.

    Ya no le caba duda: la escuela en la que acababa de ingresar era la escueladel sufrimiento en silencio como acertadamente Mrmolo la deniera. Pero

    entonces (y aqu una vez ms puso de maniesto su desconocimiento del almahumana), en virtud de qu la dudosa mezcla de dolor con placer? Si elobjetivo era el aniquilamiento del cuerpo, de qu serva la almohada deplumas y el colchn mullido a u n cuerpo machacado? Y para qu pantuas silos pies eran llagas vivientes? Ren se deca que sufrimiento total o placertotal. Y esta argumentacin lo llev al dilema de los contrastes. El contraste,marcando la diferencia, pondra en su luz verdadera la naturaleza delsufrimiento.

    Sin embargo pronto tendra Ren la oportunidad de escuchar al

    Predicador, el que, en tre otras cosas, r esolvera esta aparente contradiccin.Entonces se en terara por su boca de que ya no se p lanteaba la vieja disputade los contrastes; que, por el contrario, placer y d olor marchaban de la mano,sin interferirse en absoluto. Preci samente, en esta escuela, dira el Predicador,se asume el dolor como un objetivo ms de los muchos con que el hombrehace y deshace su vida. Al igual que en una fbrica, estos obreros del dolor,concluida su jornada dolorosa, iban en busca del placer.

    Como Ren an ignoraba por completo estas teoras, sinti un ascoprofundo ante el confort que lo rodeaba. Si su destino era el dolor, entonces decabeza en el dolor... Nunca accedera a meter los pies ensangrentados en

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    pantuas delicadas. Se negaba a darse el bao previsto, tampoco se iba aafeitar y, mucho menos, se vestira de limpio. Y as, semimojado, se ech en la

    butaca y se qued como un condenado a muerte. Al entrar Pedro y al verlo tan abatido, se ech a rer. Comenz a hacerle

    cosquillas en la barriga. Ren ni siquiera so nri, conndole que estaba triste.Pedro, entre carcajadas, dijo que tena por seguro que esa tristeza haba sidocausada por el descubrimiento del doble.

    Del doble...? pregunt Ren, repitiendo ingenuamente la palabra. Nootra cosa que su doble era la gura del Cristo.

    S, hombre, del doble... Apuesto a que el doble le meti miedo. A todospasa lo mismo.

    Se asom a l a puerta del bao y l e ech una ojeada a la escultura: Y eso que no lo destroz. El ao pasado, un alumno hizo aicos su

    doble. Cuando el seor Mrmolo acudi, lo recibi una lluvia de pedazos de yeso. A nadie le gusta encontrarse con su doble. Bueno, ya quisiera ver

    encontraran con su doble al nal de la carrera... Al nal de la carrera...? grit Ren. Qu quiere decir eso? Digo que ahora el doble solamente est pintado de blanco. Al nal de la

    carrera, estar lleno de marcas rojas. Y cogi de la mesa de trabajo un granlpiz de creyn rojo. Con este lpiz ir marcando sobre su doble cuantoaprenda all abajo.

    Ren le arrebat el lpiz. Empez a darle vueltas nervioso entre los

    dedos, en tanto escrutaba su propio cuerpo. Pareca buscar un sitio en el queprobar la calidad del creyn. Por n lo encontr en medio del pecho y lo marccon una cruz.

    Qu hace...! grit Pedro. Usted no es el doble. Es al doble a quientendr que marcar cuando llegue el momento.

    Pensaba que sera ms conveniente hacer de doble. No me vera en laobligacin de recibir las lecciones de esta escuela. No me ofendera si al naldel curso mis compaeros me tomaran por un piel roja. Dgame, Pedro: quclase de conocimientos se ad quieren aqu?

    Eso lo sabr por el seor Mrmolo respondi azorado Pedro. Yo soyun sirviente. Vine a p reguntar si necesita algo. Nada, Pedro, no necesito nada y Ren sonri tristemente. Pues entonces me voy. Si el seor Mrmolo se entera de esta

    conversacin, la pasar muy mal. Ya que no necesita nada, hasta luego. Y buena suerte.

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    Hgase la carne

    Cumpliendo una orden de Mrmolo, Ren se levant