Fabio Morábito - La lenta furia

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    Fabio Morbito

    La l e n t a f u r i a

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    Morabito, FabioLa lenta furia. - la ed.- Buenos Aires : Eterna Cadencia

    Editora, 2009.112 p . ; 22x14 cm.

    ISBN 978-987-24830-3-61. Literatura Latinoamericana. 2. Cuentos. I. TtuloCDD HA863

    Fabio Morabito, 1989, 2002

    Publicado p or acuerdo con Tusquets Ed itores, S.A.

    2009, E t e r n a C a d e n c i a s .r .l .

    Primera edicin: marzo de 2009

    Publicado po rE t e r n a C a d e n c i a E d i t o r a

    Ho nduras 5582 (C1414BND) Buenos Aires

    [email protected]

    www.eternacadencia.com

    ISBN 978-987-24830-3-6

    Hecho el depsito que marca la ley 11.723

    Impreso en Argentina / Printed in Argentina

    Queda prohibida la reproduccin total o parcial de esta obra

    por cualqu ier medio o p rocedim iento, sea mecnico o elec trnico,

    sin la autoriza cin p or escrito de los titulares del copyright.

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    N D I C E

    Las madres 13

    El Tapir 21

    Los Vetriccioli 35La perra 47

    El turista 57

    De caza 71

    El huidor 85Mi padre 95

    Oficio de temblor 105

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    A Ethel Correa Dur

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    Ninguna cosaes ms importante que otra.

    S l LVIN A O CAMP O

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    LAS MADRES

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    Empezaba a principios de junio, a veces antes, aveces despus. Como sea, no era nada agrada

    ble estar jugando en casa de un amigo y de pronto,

    un segundo despus de que l se hubiera marchado

    al bao o a la cocina por un vaso de agua, ver salir

    del cuarto de al lado a su madre toda desnuda y dis

    ponible. Haba que enfrentrsele sin ayuda de nadie,

    pues casi siempre la madre se encerraba con uno en

    la habitacin asegurando la puerta con el pasador.

    N os haban enseado a golpear a las madres en el

    pecho, en la cabeza y en el bajo vientre, pero haba

    madres robustas, otras flexibles como venados yotras gordas que trataban de aplastarlo a uno hasta

    que se rindiera y se prestara a sus caprichos.

    Caer en poder de una madre significaba que

    dar apresado en sus garras todo el mes de junio. Del

    atardecer en adelante haba que tener cuidado con lasque seguan apostadas sobre los rboles. De ordina

    rio andaban desnudas encaramadas en algn tronco,

    con los senos hinchados, y los nios se divertan

    lanzndoles objetos filosos con sus resorteras. Si

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    alguna mostraba la intencin de bajar, la gente se

    retiraba hacia la acera de enfrente y desde ah obser

    vaba el descenso de la madre, que invariablemente

    tena heridas y cortaduras en todo el cuerpo a causa

    del restregamiento con la corteza.

    Era ah, en los rboles de la calle, donde las ma

    dres pasaban la mayor parte del tiempo gimiendo

    de deseo y sacudiendo las ramas.

    Al atardecer casi todas descendan y se ovi

    llaban en algn zagun para pasar la noche y los

    hijos aprovechaban esos momentos para curarles

    las heridas, llevarles alimentos y cubrirlas con una

    frazada. Muchas despertaban ms tarde y se po

    nan a deambular sin objeto, o con el nico obje

    to que las mantena vivas, que era el ser posedas,percutidas y araadas. Se volvan ms rencorosas

    y astutas, corran sin hacer ruido y organ izaban

    pequeas celadas.

    Era frecuente or al amanecer, provenientes de

    algn terreno baldo o de un edificio en construc

    cin, los jadeos de las madres que sometan a suspresas. Uno poda acercarse con toda tranquilidad

    porque una madre que ya tena a su presa no re

    presentaba ningn peligro. La vctima (un oficinis

    ta, un obrero), atenazada entre los grandes muslos,

    se retorca como se retuerce un gusano en el pico

    de un pjaro. La madre haca con l lo que queradurante todo junio.

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    Las madres que an no capturaban a su presa

    permanecan en los rboles hmedas y goteantes,

    al acecho. Sus vientres estaban acuosos y reblandecidos y cuando alguna caa de un rbol se oa un

    tenue paf! y a continuacin se la vea encaramarse

    otra vez en el rbol sin el menor rasguo. A veces

    se dejaban caer a propsito para aplacar su fiebre,

    y ah en el suelo, blandas y calientes sobre el as

    falto de la acera, parecan desechos dejados por la

    resaca del mar. Ese completo abandono encenda a

    los hombres, que se estremecan al verlas. Unirse a

    una madre en ese estado era verdaderamente tocar

    el fondo de lo vulgar y ruin, y a las madres les bas

    taba una mirada para reconocer a los que habancado en otros aos. Saban cmo tratarlos! Les

    ordenaban que reptaran hasta sus pies y ellos obe

    decan lastimosamente a la vista de todos sin poder

    contenerse. Un seco golpe de taln en la nuca o en

    el cuello era toda la recompensa que reciban esosdesgraciados.

    Las madres trepaban tambin por las bardas, por

    los balcones, por las vigas de los edificios en cons

    truccin, y los empleados del municipio les repar

    tan el agua y la comida en grandes recipientes quedejaban en el suelo. Descendan hambrientas, em

    pujndose y arandose para ganar los mejores lu

    gares. De inmediato, desde las ventanas de los edifi

    cios cercanos, los nios sacaban sus resorteras y las

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    bombardeaban con piedritas y pequeos trozos de

    vidrio, felices de ver cmo aullaban de rabia.

    A fines de junio las madres se iban apagando y

    resecando y poco a poco, una tras otra, se dejabanarrastrar a sus hogares. La ciudad entraba en un esta

    do de recogimiento eclesistico. En las casas, los hijos

    y los maridos lavaban lentamente a las madres, lim

    piaban sus heridas y vigilaban su sueo, que a veces

    se prolongaba cuatro o cinco das seguidos. Todos

    caminaban respetuosamente de puntas para no despertarlas, las habitaciones permanecan en penum

    bra para que descansaran lo mejor posible y hasta

    los animales domsticos guardaban una compostu

    ra inslita. Las oficinas y las fbricas trabajaban al

    mnimo para permitir el cuidado ms esmerado de

    las madres y casi nadie sala para algo que no fuera

    ir a comprar provisiones y medicamentos.

    Cuando despertaban las madres, repuestas de

    sus heridas, el olor penetrante de su frenes se haba

    esfumado de la ciudad. Se las volva a ver trajinan

    do en los balcones, unas en bata y otras ya vestidas

    para bajar al mandado. Ah estaban otra vez sacu

    diendo las sbanas y regando las plantas o gritando

    alguna advertencia a sus hijos que se marchaban a la

    escuela. Las chimeneas de las fbricas volvan a echar

    humo a toda su capacidad, los tranvas chirriaban en

    las curvas y la gente discuta y se peleaba al menorroce. Hasta los perros callejeros iban con ms nimo

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    a sus asuntos. El estruendo acostumbrado llenaba

    la maana y nadie pareca acordarse del desorden

    y la angustia de los das pasados. Nadie comentabanada. Slo en los rboles en los que haban morado

    las madres, hmedas y furiosas, ahora pendan, ma

    duros, los grandes frutos del verano.

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    El t a p i r

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    Mi madre deca que Justo se haba vuelto medio bruto por los golpes en la nuca que le

    propinaba su padre cuando se equivocaba al dar el

    cambio a los clientes de la verdulera, cosa que ocu

    rra frecuentemente, pero a m no me pareca bruto,

    ya que ese verano lo dejaron despachando solo enla tienda mientras su padre atenda un negocio de

    venta de conejos.

    Claro que siendo tiempo de vacaciones las ventas

    de la verdulera eran escasas y por eso su padre se

    haba animado a confiarle el negocio a justo . Cuan

    do le dije que no me pareca costeable mantener

    abierta la verdulera con tan pocos clientes, Justo me

    confes que el municipio le daba a su padre un sub

    sidio por no cerrarla durante el verano y encima le

    surta la mercanca a mitad de precio. Vi que estaba

    avergonzado de ese arreglo. Aunque se pasaba el damaldiciendo el calor y la fruta, Justo era un verdu

    lero de raza y le dola esa especie de beneficencia.

    -Segn mi padre les estamos haciendo un favor

    a ellos dejando abierto el changarro! -se quejaba

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    mientras vaciaba alguna caja de tomates o perse

    gua una mosca con el matamoscas.

    Cuidaba de tener muy pulcro el local, cosa nada

    difcil debido a la escasez de clientes, y aunque me

    dejaba comer la fruta que quisiera, vigilaba cada uno

    de mis movimientos para que no ensuciara. Apechu

    gado detrs del mostrador con su matamoscas en la

    mano, detectaba la menor gota de jugo que cayera de

    mi boca y me obligaba a levantarme de la silla, ir por

    la jerga y limpiar el lugar que haba ensuciado.

    Ahora que se encontraba libre de la presencia de

    su padre, poda imitarlo en la manera algo afectada

    de despachar a los clientes. Tomaba profesionalmente

    cada fruta con la punta de los dedos, como despren

    dindola de un nicho precioso en el que hubiera estado dormida mucho tiempo y, elevndola ligeramente

    a contraluz, le daba un giro imperceptible antes de

    meterla en la bolsa de papel de estraza, sugiriendo con

    ello una mnima pesadumbre por tener que separarse

    de algo tan perfecto y valioso. Ese amaneramiento

    era ms notorio porque contrastaba con sus uas mugrosas y lo desaliado de su persona. En cuanto a m,

    que me pasaba las horas sentado en una pequea silla

    leyendo unos viejos cmics que Justo me prestaba,

    la presencia de un cliente me haca encogerme en un

    rincn y a menudo pasaba inadvertido.

    Sin embargo, a eso de las once, Justo me dejabaunos veinte minutos al mando de la verdulera (para

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    esa hora su padre ya haba venido a echar un ojo a

    la tienda malhumorado y no haba peligro de que

    apareciera de nuevo) y se largaba a entregar variosmelones y unos kilos de fresa a la nevera de la se

    ora Consuelo, que quedaba a tres cuadras de dis

    tancia. Era la hora en que la seora Consuelo, que

    viva en un tercer piso encima de la nevera, suba

    a ver a su marido enfermo y su hija Coral bajaba a

    reemplazarla atrs del mostrador.

    Era tambin la hora en que el Tapir comenzaba a

    dar vueltas a la cuadra con la motoneta que le haba

    regalado su padre.

    La primera vez que pas frente a la verdulera y

    yo le pregunt a Justo qu le pareca la motoneta, lme pregunt quin era el Tapir. No conoca a nadie

    por el nombre ni por el apodo, sino por el apellido,

    como nos conoca su padre. Yo no era Enrique, sino

    el hijo menor del seor Somonte. Antes que amigos,

    ramos clientes de la verdulera.

    -A h viene -le dije.

    El Tapir volvi a cruzar frente a nosotros a discre

    ta velocidad y Justo, que estaba acomodando unos

    melones, levant la cara y dijo con indiferencia:

    -Es el hijo del seor Saldvar.

    Luego dijo que haba que ser un idiota para darvueltecitas a la cuadra con aquel trasto entre las

    piernas; l se hubiera largado a la laguna, o quiz

    ms lejos.

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    Mi nico lujo diario era el hotfudge que tomaba

    por la maana en la nevera de la seora Consuelo y

    descubr que el Tapir frecuentaba tambin esa cuadra.

    Se oa el ronroneo del motor y a los pocos segundoscruzaba frente a uno, agachado como si manejara un

    blido. La seora Consuelo lo traa entre ojos:

    -N o se cansa de dar vueltas por aqu, me de

    sespera.

    -Le dicen el Tapir.

    -El qu?

    -El Tapir, por la nariz de trompa.

    Me sirvi el hotfudge y espet:

    -Ya sueo esa motoneta.

    Entr en ese momento un muchacho gero y

    la hija de la seora Consuelo, Coral, abandon el

    mostrador y se acerc a su mesita para atenderlo

    mientras la seora Consuelo sigui mirando en di

    reccin del Tapir hasta verlo doblar la esquina.

    Yo no poda hacerme a la idea de que Justo, con

    su delantal sucio, su eterno matamoscas en la mano

    y sus modales lperos, pudiera gustarle a Coral o acualquier otra. Cuando Coral empez a buscarlo en

    la verdulera todas las tardes, devolvindole la visita

    que l le haca por la maana, la subestim, luego

    me dije que era por el tedio, por el calor agotador,

    y que una vez que se acabara el verano y la gente

    regresara de vacaciones y todo volviera a la normalidad, ella se olvidara del hijo del verdulero.

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    No me gustaba ella. Justo la llevaba a la trastien

    da y yo tena que dar la alarma si entraba un clien

    te. Oa los murmullos de los dos, el breve ruido delcontacto de sus bocas y me imaginaba a Justo acari

    cindola con la punta de los dedos como acariciaba

    la fruta frente a los clientes.

    La seora Consuelo, cuando se convenci po r

    mis frecuentes visitas a la nevera de que no me mar

    chara de vacaciones, me pregunt el motivo.

    -M i padre tiene otra vez problemas con la fbrica.

    Estaba trapeando el piso con una jerga y se ende

    rez para secarse el sudor de la cara:

    -Te compadezco.

    Lo que yo llamaba fbrica era un tallercito concuatro obreras metido en un stano al otro lado de

    la ciudad donde mi padre haca trabajos de serigra-

    fa por encargo. Mi to deca que mi padre, incapaz

    de conformarse con una tranquila existencia de em

    pleado, insista en ser capitn de un barcucho quehaba zozobrado desde el comienzo.

    -Es una lstima a tu edad quedarse varado aqu

    en vacaciones -sentenci la seora Consuelo mien

    tras se agachaba para remojar la jerga en una cubeta

    llena de agua; su escote se afloj con el movimiento y

    me qued viendo su amplio busto bullir en el sostn,

    ella se dio cuenta y me mir lenta y enfticamente.

    Luego, cuando se acerc a retirar de mi mesita el vaso

    vaco de hotfudge , volvi a clavarme esa mirada. En

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    eso entr el muchacho gero de la otra vez, y Coral,

    que estaba en la caja, se arregl el pelo y la seora

    Consuelo se volvi para tomarle la orden. Casi in

    mediatamente omos un zumbido lejano.

    -A h viene -dije yo.

    El Tapir se recort en el fondo de la calle con

    su cara cnica y sus lentes gruesos, agarrotado el

    manubrio en posicin aerodinmica. El muchacho

    gero se torci en su silla, lo sigui con la miradahasta que dobl la esquina y cuando el Tapir re

    apareci en el otro extremo de la calle, se volvi

    hacia m y declar con aire de entendido la cilin

    drada de la motoneta. Yo ni lo mir ni asent con

    la cabeza. Haba decidido que el tipo no me caa

    bien, se vea demasiado pulcro y bien peinado. Melevant y fui a pagar al mostrador. Coral, al reci

    bir el dinero, me dijo en voz baja para que no la

    oyera su madre:

    -D ile a Justo que no me espere, tengo quehacer.

    Fue una de las pocas veces que me dirigi la

    palabra.Cuando en la verdulera le di el recado, Justo,

    que estaba pasando de una caja a otra los higos

    que le haban entregado los del municipio, se puso

    tenso y desvi la vista; yo abr un cmic, me sent

    en mi silla y lo observ de reojo.

    - N o haba un gero en la nevera, t? -espet

    sin mirarme.

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    Levant la cabeza y dije que s.

    Se endureci en algn punto y yo estir un bra

    zo para tomar un durazno. Entonces omos el zumbido de la motoneta. Se fue agrandando, se abri en

    el aire como algo hediondo y despus lo engull el

    calor de la calle. Di unas mordidas al durazno y dije

    para hacer conversacin:

    -Yo, en lugar de ese idiota, me largara a la laguna,

    y t?

    Justo, en lugar de contestarme, vio un brillo en

    el piso y espet:

    -N o seas cochino, siempre ensucias!

    Luego sigui ordenando los higos mientras yo

    iba por la jerga y limpiaba diligente la pequea gotade jugo.

    Esa noche tuve el presentimiento de que en mi

    casa no tenamos dinero. En pleno julio mi padre

    todava no me haba pedido que fuera a la fbrica

    a meter el hombro y llevaba una semana sin ir a

    trabajar; daba vueltas por la casa con su cara angus

    tiada y su eterno cigarro entre los dedos, hablando

    por telfono o asomado a alguna ventana durante

    horas como un enfermo o como alguien que espera

    una noticia de vida o muerte. No le pregunt nada

    a mi madre por miedo a desatar otra pelea entre losdos, pero adivin que estaban tratando de vender la

    fbrica y a partir de ah no volv a pedir nada para

    mis gastos diarios. A la maana siguiente, cuando

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    entr a la nevera, supe que iba a comer el ltimo

    hot fudg e del verano, y la seora Consuelo, al ver

    me, se arregl el pelo y me pidi que me sentara a

    la barra porque todava no haba limpiado las me-sitas de afuera. Me encaram en uno de los tabure

    tes y vi que Coral no haba bajado. Sin preguntar

    me nada, la seora Consuelo sac de un estante un

    vaso alargado para hotfudge y yo segu sus movi

    mientos mientras verta el chocolate caliente en el

    fondo del vaso y luego hunda la bolera de metal en

    el cubo del helado de vainilla para extraer una bola

    perfecta que dej resbalar dentro del vidrio como

    si tapara una caera con un mbolo. Mir toda la

    operacin con nostalgia. Derram otra porcin de

    chocolate caliente, espolvore el todo con trocitosde nuez y coron el borde del vaso con una nube

    de crema batida. Luego coloc el hot fudg e fren

    te a m, retuvo su mano sobre el vaso y me mir

    como el da anterior. Sent un hervor en el vientre,

    ella sonri, respir con nfasis y se qued ah, ex

    puesta como un clavadista en el filo del trampoln,sin soltar la mano del vaso, ofrecindome con un

    gesto invisible la desobediencia de sus senos que

    desbordaban el brasier negro sobre el mostrador

    de formaica, y despus, puesto que yo permaneca

    inmvil, ms bien tercamente esttico detrs del

    hot fudg e, vi algo que enfriaba sus ojos, solt lamano del helado, desvi la vista y se agach para

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    coger un trapo hmedo con el que empez a lim

    piar bruscamente la superficie de formaica.

    Baj los ojos, me refugi en el hot fudge y lo fuiconsumiendo a lentas cucharadas, indiferente a su

    sabor y manteniendo la vista en el vaso, mientras

    ella, ya lejos de m, terminaba de limpiar con el

    trapo. Entonces entr en un cuartito donde guar

    daba los enseres de la limpieza y yo aprovech ese

    momento para dejar las monedas contadas sobre el

    mostrador y escabullirme.

    N o tena ganas de ir a ver a Justo, camin con las

    manos en los bolsillos hasta llegar al parque Rod-

    tum, que en tiempos normales era visitado por las

    parejas de enamorados y ahora luca descuidado yfrondoso, me intern en el parque todava excitado

    por los grandes senos sobre el mostrador de formaica

    y al final de un camino de grava vi a dos muchachos

    abrazados detrs de un arbusto de siempreviva. Eran

    Coral y el gero. Apenas pude agacharme para queno me vieran. l la estrechaba por la cintura con una

    firmeza casi militar, como inmerso en una brisa pro

    pia que lo exentaba del bochorno de la hora, mien

    tras ella lo apretaba, lo jalaba y lo besaba en la boca.

    Me fij por primera vez en sus senos, grandes comolos de la madre, luego me alej de ah sin hacer ruido

    y reanduve el breve trecho hasta salir del parque.

    Justo estaba barriendo el piso de la verdulera y

    apenas me mir cuando entr.

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    -N o seas cochino -dijo sealando unas manchas

    de tierra donde yo acababa de pisar. Pero esta vez me

    sent en mi silla sin hacerle caso. l dej de barrer.

    -Ests sordo? Limpia eso.Por primera vez me dio lstima. Viendo que no

    me mova, apoy la escoba en la pared y de un mana

    zo me agarr de la camiseta y me arranc de la silla.

    -Q u, muy gallito?

    -F ui al parque Rodtum -dije-, ah estn la Co

    ral y el gero besuquendose.

    Se afloj. Cuando me hubo soltado fui por la

    jerga, la arrastr hasta las manchas de tierra, las lim

    pi y luego tom un racimo de uvas y me acod en

    el mostrador a gozar de la brisita del ventilador.

    l sali, se apoy contra el muro debajo de la es

    trecha tira de sombra que formaba el voladizo de la

    verdulera y ah se qued hecho de plomo mirando

    la acera de enfrente. Yo retom mi cmic. Un par de

    minutos despus se oy el bramido del motor; cre

    ci como de costumbre, pero en seguida degener

    en varios eructos hasta que se apag, gir la cabeza

    y Justo ya no estaba en su lugar. Dej el mostrador

    y en el momento de asomarme afuera o el ruido de

    la cada y vi al Tapir rodando en el suelo y a Justo

    en medio de la calle que se agachaba sobre la moto-

    neta y la alzaba del suelo por el manubrio. Se trep

    al silln, me vio y grit:-Vmonos a la laguna!

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    Corr hacia l mientras el Tapir tanteaba el suelo

    buscando sus cristales rotos, me trep en el porta-

    bultos de la motoneta y sent el empujn hacia adelante y la bofetada caliente del aire.

    Pero no tomamos rumbo a la laguna sino al par

    que Rodtum. Cuando llegamos dimos una vuelta

    completa al parque, luego Justo fren y yo aprove

    ch para bajarme a orinar contra un rbol. Mientrasorinaba le seal el lugar, l no quiso bajarse y yo

    tuve que adelantarme por el camino de grava hasta

    el arbusto de siempreviva. El gero y Coral ya no

    estaban.

    Volv a subirme al portabultos y dimos otras dosvueltas al parque. Justo no le hallaba gusto a la moto-

    neta, bamos lentsimo y haca un calor del demonio.

    En el parque no haba nadie fuera de una pareja de

    ancianos que tomaba la sombra en una banca.

    -Dam os vueltas como el Tapir! -dije yo.

    -Si no te gusta, bjate! -reaccion l, y aumen

    t de velocidad y abandonamos el parque. Pero no

    tomamos rumbo a la laguna sino a la verdulera.

    El Tapir ya no estaba y Justo se baj y entr en

    la tienda mientras yo recostaba la motoneta contra

    el muro. Lo vi pararse en seco y me lleg el hedor.Lo primero que vi fue una sanda reventada, lue

    go las otras sandas, los melones, las uvas, los agua

    cates, los mangos y el resto de la fruta destrozada

    en el suelo. Los huevos aplastados chorreaban por

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    el mostrador y de la revoltura de cscaras y pulpas

    emanaba un tufo dulzn. Se estaba llenando de mos

    cas. Me bast una ojeada para ver que el Tapir haba

    dejado hecha un bodrio toda la estantera. Justo se

    llev las manos a la cara, se dej caer en una silla y al

    principio no comprend que lloraba. Eran unos so

    llozos duros, sin efusin, como un hipo. Me qued

    inmvil rodeado de aquella porquera en el suelo,

    con el miedo de que entrara un cliente. Supe queal da siguiente Justo empezara a cuidar conejos

    en el pequeo criadero de su padre despus de una

    tunda tremenda. Todava quedaban dos semanas de

    vacaciones y me pregunt dnde podra refugiarme

    de ah en adelante. Tal vez tena razn mi madre

    cuando deca que Justo era medio bruto. Sal de latienda y me apoy contra el muro, a la sombra del

    alero, y mir los edificios de enfrente con sus per

    sianas bajadas, evacuados la mayora de ellos, y odi

    a Justo. En eso vi un gran racimo de uvas a mis pies,

    intacto y orondo, el nico sobreviviente de aquella

    masacre, y lo aplast para emparejarlo con el resto

    sin que nadie me viera.

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    Los VETRICCIOLI

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    uestro nmero creca ao con ao, es cierto,

    pero la vieja casa en las calles de Bolvar nos

    segua alojando a todos sin incomodidades, o con

    un confort que era cada da ms sutil y ms nti

    mo. Llena de recovecos y de estrechos pasillos que

    de repente se ensanchaban sin motivo, pareca, ms

    que una casa, el amalgama de muchas que hubieranterminado por darse de codazos para apoderarse

    del mismo lugar.

    Cada rincn haba sido provisto de un pupitre,

    que a veces no pasaba de una simple tabla para apo

    yar el atril y el tintero. O tros pupitres estaban colo

    cados dentro de los viejos armarios de la familia, en

    los vanos de las ventanas y en tapancos construidos

    para aprovechar la buena altura de los techos y el

    leve abombamiento de un pasillo o de una estancia.

    No se desperdiciaba la menor concavidad ni entran

    te de los muros. Haba tambin pupitres encajadosen pequeos recodos en donde con trabajo hubiera

    cabido un nio, y en esos nichos, lo mismo que en

    las otras partes de la casa, se trabajaba de diez a doce

    37

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    horas diarias a la luz del da o de las lmparas. Los

    cuartos estaban en la planta de arriba, pero era fre

    cuente que al final de la jornada muchos Vetriccioli

    se quedaran dormidos con la pluma en la mano sobre

    la tabla de sus minsculos escritorios.

    Cuando vena al mundo un Vetriccioli, los vie

    jos, reunidos en el stano, elegan el futuro lugar de

    trabajo del recin nacido: el ala oeste, los tapancos

    del sur (donde alguna vez hubo una cocina), los re

    covecos levantinos o el abombamiento central. Y

    cuando el pequeo cumpla tres aos pasaba bajo

    la tutora de un to o de un primo mayor que lo

    familiarizaba con los atriles, los cajones, el vrtigo

    de los tapancos y los diccionarios. A los seis aos

    el pequeo Vetriccioli saba sentarse derecho, usar elpapel secante, sacar punta a los lpices, borrar con

    goma sin rasgar la hoja y poner en orden un escri

    torio. Se le enseaba a llevar los manuscritos de un

    tapanco a otro y a llenar los tinteros de sus primos

    y tos; al final del da mostraba con orgullo sus de

    dos manchados de tinta y cuando cumpla los sieteaos empezaba a traducir las primeras frases y los

    primeros prrafos, que adems de ejercitarlo servan

    para saber qu lugar de la cadena familiar le vendra

    mejor en el futuro.

    En efecto cada traduccin nuestra pasaba de

    mano en mano hasta ser sopesada una infinidad deveces, las nuevas manos desmentan a las anteriores

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    y eran desmentidas por otras, cuando no un tapan

    co por otro tapanco o un armario por otro armario

    o un ala de la casa por el ala opuesta. Eso causabademoras en las entregas a las editoriales, pero al

    pasar por tantas correcciones y enmiendas, la obra,

    como un caldo, se impregnaba del aire y el estilo

    de toda la familia, ese aire que los entendidos re

    conocan al primer golpe y los haca exclamar conadmiracin:

    -Seguro que es un Vetriccioli!

    Porque era de buen gusto citar nuestro nombre

    junto con el del autor, y se deca: Acabo de com

    prar un Moliere Vetriccioli, o: Fulano me regal elltimo Vetriccioli: lasNoches florentinas de Heine.

    O incluso: Tengo en mi casa un Vetriccioli del 42,

    sin ni siquiera mencionar la obra ni el autor.

    Los Guarnieri, que vivan a tres cuadras de dis

    tancia, en la calle de Turn, queran hacernos la

    competencia, y su especialidad, que anunciaban en

    los peridicos (tenan el mal gusto de anunciarse

    en los peridicos), eran las lenguas muertas. Pero,

    quin puede decretar la muerte de una lengua?

    Aunque ya no se hable o haya tenido una vigencia

    corta entre los hombres, un idioma no dejar de re-aflorar aqu y all, siempre adherido al subconscien

    te de la especie; por eso a menudo entre nosotros

    era algn prvulo que apenas empezaba a sostener

    la pluma encaramado en un tapanco rem oto quien

    39

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    se remontaba por pura intuicin hasta el origen de una

    palabra de un antiguo idioma caucsico o de un dia

    lecto turquestano que haca desesperar a los viejos

    de la familia. Para nosotros no haba nada caduco,nada que rescatar del olvido, sino distintas capas en

    un continuo acomodo, as que la divisin que esta

    blecan los Guarnieri entre lenguas vivas y lenguas

    muertas nos pareca un subterfugio para encarecer

    sus precios. Qu poda esperarse de una familia

    que trabajaba en un inmueble de oficinas de tres pisos, sin vivir juntos, seguramente compitiendo entre

    s, seguramente sin ser todos Guarnieri?

    Nosotros no salamos de casa. Hasta para cruzar

    la calle hacen falta convicciones firmes y que yo sepa

    ningn Vetriccioli esgrimi nunca fuera de los asun

    tos relacionados con nuestro trabajo algo que se pareciera a una conviccin o una verdad generales, ni

    reprob una conducta ajena excepto el oportun is

    mo de los Guarnieri. Las ideas con que nos topba

    mos en los manuscritos nos dejaban indiferentes;

    atendamos a la coherencia de un razonamiento para

    traducirlo de manera correcta, no para cultivarlo oatesorarlo, como hacan los Guarnieri. No era di

    fcil imaginarse las conversaciones pedantes en la

    calle de Turn, llenas de disputas, de principios in-

    derogables, de acaloramientos y de rostros ofendidos!

    Qu diferencia de nuestras charlas a la hora de la

    cena, llenas de ocurrencias y desvarios, donde lo que

    40

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    importaba era ornos conversar todos juntos y per

    cibir las manas y las inclinaciones secretas de cada

    uno, el tintineo de las almas. Oh, nos sabamos desdesiempre meras correas de transmisin, y eso nos apa

    sionaba. Vivamos de perfil, responsables a medias y

    vivos a medias. Nos ayudaba el fsico; los hombres

    y mujeres Vetriccioli fuimos siempre delgados, al re

    vs de los Guarnieri, grasosos como su prosa. Ni elms flaco de ellos se hubiera movido a gusto en nues

    tra casa llena de pasillos y remetimientos.

    Ninguno de nosotros conoca toda la casa. Ade

    ms de su tamao y de sus cientos de recovecos, el

    hervor del trabajo nos la ocultaba. Q uien emprenda un reconocimiento general se aburra al poco

    rato y ah donde abandonaba su intento quedaba

    asignado a cualquier pupitre a media altura o al ras

    del suelo en que sus servicios fueran necesarios.

    Esas migraciones, aunque poco frecuentes, contribuan a uniform ar el estilo poniendo en contacto

    los diferentes sectores de la casa, que con el tiempo

    haban adquirido peculiaridades propias. Los reco

    vecos levantinos eran famosos por el abuso de la

    forma pasiva y el punto y coma; lo que llegaba ahvivaracho y con buen ritmo sala circunspecto y so

    lemne. Era la llamada cadencia levantina , buena

    para las memorias y el gnero epistolar, pero inser

    vible para los episodios alegres y violentos. Gran

    parte de la funcin del tatarabuelo y de los otros

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    ancianos que vivan en el stano era orientar cada

    paso de los manuscritos hacia el sector de la casa

    ms conveniente. Nada mejor que el ala oriental

    para los arrebatos lricos. En cambio, para la duda,la sospecha y el resquemor, los tapancos del sur.

    Bastaba el ms leve cambio de tono en el autor (una

    digresin nostlgica, una frase velada de resenti

    miento), para que de inmediato el libro viajara a

    otro punto de la casa, aunque fuera por unas pocas

    lneas. Y en cada sector florecan las especialidades.Cierto tapanco haba alcanzado la excelencia en las

    exclamaciones de repudio, otro en los balbuceos de

    ira. Los manuscritos pasaban diariamente por do

    cenas de escritorios y eran sometidos a una vigilan

    cia estilstica morbosa. Y lo mismo que ningn Ve

    triccioli haba recorrido toda la casa, slo unoscuantos haban ledo un manuscrito de cabo a rabo.

    Quiero decir que la vida de casi todos transcurra

    entre breves prrafos y frases truncas. Eso impeda

    emocionarse y perder el control sobre el texto, agu

    zando nuestra sensibilidad para el valor de cada pa

    labra, aunque nos fue insensibilizando hacia el con

    tenido y el encadenamiento de los hechos. A la larga,

    esto provoc que la octava generacin perdiera com

    pletamente el gusto de discurrir a la hora de la cena.

    Los relatos de los ms viejos les parecan un zumbi

    do sin sentido, as que no tardaban en recostar la

    cabeza sobre la larga mesa para dormirse; cuando

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    hablaban, lo hacan por sobresaltos, sin emocin, y

    enmudecan de golpe como si no hubieran abierto

    la boca. Eran los ms altos y delgados de la familia,casi blancuzcos, casi filamentosos, y apenas se bur

    laban de los Guarnieri, apenas se rean; no usaban

    los diccionarios ni las gramticas y cuando se topa

    ban con un pasaje difcil, en lugar de pedir ayuda,

    encogan los pies y el estmago, cerraban los ojos,respiraban hondo y hallaban como en una muda

    plegaria la palabra o el giro sintctico que los sacaba

    del problema.

    Cuando nos destronaron a todos, no se unieron,

    se amalgamaron, ya que tampoco se tenan confianza

    entre ellos. Hartos del ruido que hacamos al trabajar,

    su ira revent una maana de invierno. Bajaron al s

    tano y lo primero que hicieron fue colgar a los viejos.

    Nos tomaron a todos de sorpresa porque la rutina

    de los escritorios nos haba vuelto lentos; muchos

    no encontraron la puerta de la calle, otros no entendieron qu pasaba hasta que empezaron a patear

    colgados de una viga o de un tapanco; los pocos que

    logramos huir no volvimos a juntarnos y cada quien

    sobrevivi como pudo.

    A partir de entonces los Guarnieri prosperaroncomo nunca. Aadieron un piso a su edificio de la

    calle de Turn y exigieron que se les diera crdito en

    los libros. Esa costumbre vulgar se ha extendido.

    N osotros nunca hubiramos aceptado ver nuestro

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    nom bre impreso; toda la dificultad y dignidad de

    nuestro trabajo consista en convencernos ntima

    mente de que no existamos, en descubrir que en

    realidad el autor saba castellano, que secretamentese haba expresado en castellano y quin sabe qu

    accidente de ltimo m omento lo haba obligado a

    remojar su obra en otro idioma, cuya capa exterior

    nosotros quitbamos como las vendas de un herido.

    Cmo ganaban ligereza y soltura cada una de las

    palabras devueltas a su molde original! Los Guarnieri luchaban para ver su nombre impreso en los

    libros y olvidaban que el secreto de nuestro oficio

    era la rehabilitacin lenta y caritativa. Estbamos

    ah para cerrar las llagas, devolver la salud y restituir

    las cosas a su sitio, nada ms.

    Ahora, cuando paso por Bolvar rasando el murodel jardn para detenerme todava un par de minu

    tos frente al casern vaco y decrpito (ellos, como

    era de esperarse, ciegos y sordos como eran, no tar

    daron en aniquilarse entre s despus de aniquilar a

    todos, pero yo tuve siempre el cuidado de recoger

    la correspondencia del buzn que daba a la calle ydespacharla del modo ms conveniente para alejar

    cualquier sospecha o pregunta curiosa), los veo otra

    vez a todos: al bisabuelo Julio y a la ta Sampdoria y

    al to Cornelio, a mis hermanos Plade y Edgardo, a

    todos mis primos y mis tos del abombamiento cen

    tral maldiciendo y graznando y exprimiendo los ojos

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    en busca del adjetivo justo y del giro ms sobrio. To

    dos los sectores se consuman en la misma fiebre de

    perfeccin, y aunque el nmero de nosotros crecaao con ao, nuestra casa, habilitando un rincn aqu

    y ensanchndose all, nos reservaba siempre un plie

    gue oculto o un recodo virgen para un nuevo Vetri

    ccioli. Por supuesto haba que adecuarse a las nuevas

    presencias, hacerles sitio, adelgazar insensiblemente,pegar ms el brazo al cuerpo al escribir, consultar

    poco los diccionarios para estorbar lo menos posible,

    ser ms precisos y sobrios en la eleccin de las pala

    bras, en suma slo gravitar lo estricto y necesario. De

    manera que cada nuevo Vetriccioli impona a fuerzaun sutil reacomodo, un cambio casi imperceptible

    de tono y de estilo, as como los viejos, al morir, se

    llevaban palabras y cadencias irrecuperables. Lo que

    era comn a todos era el fervor, la entrega a la casa y

    la conciencia de que no se inventaba nada, de que setrabajaba sobre lo trabajado por otros y se correga

    para ser corregidos, de que la originalidad no exista

    y ningn trazo personal era digno, por lo que haba

    que borrarlo, y de que esa era la diferencia esencial

    entre nosotros y los Guarnieri, entre su gordura ynuestra agilidad, entre su edificio de varios pisos

    y nuestra vieja casa de Bolvar donde se perda uno

    entre sus miles de recovecos.

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    '

    >

    tn'P

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    Supe que nos robara desde que abr la puerta y

    la vi parada en el rellano de las escaleras con labolsa del mandado doblada debajo del brazo.

    -Soy Camelia, vengo de parte de la seora

    Guzmn.

    La hice pasar, la llev a la cocina y ah le di las

    instrucciones con un tono seco para desquitarme de

    antemano de los futuros robos que adivin en sus ojos.

    Poco me falt para que le dijera: Ten cuidado, porque

    si yo o mi marido nos damos cuenta, no va a haber s

    plica que valga, ya una vez llamamos a la polica.

    La dej en el living y regres al cuarto, donde Al

    berto, tendido en la cama, fumaba un cigarro:-Cm o es?

    -Ratera, como todas.

    Me quit la bata y Alberto aplast el cigarro en

    el cenicero y me quit el resto. Meti su pierna en

    tre mis muslos y yo le dije:-Tiene cara de mosquita muerta, nos va a robar

    todo lo que pueda, ahora mismo debe de estar viendo

    lo que le gustara llevarse.

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    -La perra! -murm ur l.

    Me bes los muslos mientras yo escuchaba los

    pasos de Camelia por la sala y el ruido de los objetos

    que mova de lugar.- N o oyes cmo husmea, cmo busca?

    -S, la zorra!

    Le dije a Camelia que viniera tres veces por se

    mana. Cuando se fue, repas la casa a fondo para

    ver si faltaba alguna cosa. Vi que limpiaba mal, pero

    no peor que otras.-Q u nos rob? -pregun t Alberto de vuelta

    de la oficina.

    -L a cabrona es fina, de las que roban una sola vez

    algo valioso y desaparecen, no chacharitas. Ahora

    estudia el terreno.

    -L a perra!Camelia llegaba entre ocho y ocho y media. Yo

    le abra en bata, le deca rpidamente lo que tena

    que hacer y luego regresaba al cuarto, donde Alberto

    me esperaba tenso, fumando.

    Me quitaba la bata y el camisn.

    -Vieras lo bien que viene vestida.

    -La zorra! De dnde sacar la plata?

    -N o seas estpido. De robar.

    Me acostaba en la cama y l me besaba los mus

    los y las caderas zumbando en torno mo, afiebrn

    dose. Lo dejaba hacer, sin moverme.

    -No oyes cmo busca, cmo husmea?

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    -S, la perra!

    Al irse l a la oficina, yo me quedaba en el es

    tudio o sala de compras y, cuando Camelia se iba,revisaba cuarto por cuarto.

    Encontraba todo en su sitio; a lo mucho, algn

    objeto cambiado de lugar.

    -Q u nos rob? -era la primera pregunta de

    Alberto cuando volva a casa.

    Le repeta enfadada que tenamos que habrnos

    las con alguien astuto, no una pueblerina.

    -Vas a ver que no es tan fina como dices dijo

    l una maana, y tom tres billetes de diez mil, los

    enroll y los ocult en un rincn de la sala.

    -Q u haces?En eso tocaron a la puerta. Alberto, que estaba en

    pijama, se fue al cuarto. Le abr a Camelia, nervio

    sa, luego volv a la recmara, donde Alberto fumaba

    apurado, sin gusto.

    -La perra! -murmur.Nos quedamos acostados sin movernos, miran

    do el techo. Alberto fum dos cigarros, uno tras

    otro, luego se levant y se puso la bata y sali del

    cuarto. Cuando regres, me bast ver su cara para

    saber que el dinero segua en su lugar. Se acost

    dndome la espalda y encendi otro cigarro.

    -A lo mejor todava no limpia ah -dije.

    Omos los escobazos secos sobre la alfombra de la

    sala. Diez o quince minutos despus, aprovechando

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    Apenas alcanz a gemir y me lami las piernas,

    derritindose.

    Sali de casa cuando Camelia subi a la azoteadel edificio a colgar la ropa y las sbanas. Era tar

    dsimo, y yo me qued en bata. Entonces, entran

    do en la cocina, vi los tres billetes de diez mil so

    bre la mesa, cuidadosamente estirados debajo delcenicero de nix. Los mir fijamente, sin tocarlos.

    Camelia los haba desplegado como una bandera,

    como una feliz evidencia, con la jactancia que le

    daba el derecho de exigir nuestro agradecimiento.

    Tena la soberbia de los animales humildes y pa

    cientes. Me sent en la cocina a esperarla y, cuan

    do regres de la azotea, la recib con una miradade hielo:

    -Qu hace ese dinero aqu?

    -L o encontr en la sala, seora -dijo sin alterarse.

    Traa en la mano la cubeta de plstico, se vea

    cansada. Era una hormiga implacable. Odi su vozestridente y pueblerina, sus bondadosos ojos de

    telenovela.

    Sal de la cocina, dej los billetes sobre la mesa y

    fui a darme un regaderazo para cobrar valor. Se lo

    dije antes de salir de compras:

    -Camelia, mi esposo y yo vamos a salir de viaje

    por seis meses. Aqu tienes tu liquidacin -y puse

    en su mano los tres billetes de diez mil que estaban

    debajo del cenicero.

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    Se me qued viendo sin abrir la boca, con la

    mano abierta y el dinero apelotonado.

    -Lo mandaron llamar de Guadalajara esta sema

    na, por eso no te avis antes.N o soportaba su estupor y su silencio, slo que

    ra que se fuera.

    -Y puedes irte de una vez... no hace falta que sigas

    limpiando, vamos a hacer las maletas y no tiene caso.

    -S, seora.

    Fue a la cocina a coger la bolsa del mandando,la dobl debajo del brazo, le abr la puerta, inclin

    ligeramente la cabeza y ol su perfume barato.

    Sal de compras y no regres hasta el medioda.

    De vuelta a casa, cuando vi el tiradero de los cuartos

    y los trastes sucios, me arrepent de no haber rete

    nido a Camelia hasta su hora de salida. La maldije

    por la presteza con que me haba obedecido. Trat

    de poner un poco de orden, pero no pude. La pe

    rra! Alberto, de regreso, me encontr perdida en

    aquella revoltura.

    -Q u pas, qu tienes?

    -Q u voy a tener. La perra!

    Vi cmo se alteraba, cmo se le suba la sangre.

    -Huy! Ech a volar! Se le hizo fcil con el di

    nero que le dejaste atrs de las cortinas. Y nos dej

    hundidos en esta porquera!

    Mir hipnotizado el revoltijo de la cocina y dela sala.

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    Cuando habl le temblaba la voz:

    -Se fue... y nos dej as... en esta inmundicia?

    -S.Dio un paso hacia la cocina, mir los trastes que

    se amontonaban en el fregadero, los restos del de

    sayuno, el piso sucio. Hizo un gesto incrdulo con

    la mano:

    -La perra? -pregunt.

    S, la perra! -dije.

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    EL TURISTA

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    ueron a ver la piedra esa misma tarde, acompa

    ados por el mdico Patak. El conde ya habadado instrucciones al posadero Matas de despertarlo

    muy temprano al da siguiente porque la jornada de

    viaje hasta Kolosvar era larga y quera llegar antes

    de que anocheciera. Tambin el posadero judo, con

    sus ademanes ceremoniosos, haba insistido en lasbondades de la aldea:

    -U na breve estancia en Werst no le caera a us

    ted mal, seor conde. Aunque este pueblo no puede

    competir con Pars, su clima y los paisajes de los alre

    dedores son lo ms adecuado para la convalecencia

    de su seora.

    -N o s quin le dijo que estoy convaleciente,

    nunca me he sentido tan bien.

    -Q uise decir que ste es un lugar ideal para reunir

    fuerzas antes de un largo viaje.

    -S, pero llevo prisa.La piedra a la que se refera el alcalde Koltz,

    situada en un recodo del camino principal, era un

    trozo de basalto alto y negro que pareca haberse

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    desgajado del cerro lentamente, debido a las llu

    vias. El conde no vio nada notable en l y, cuando

    el alcalde Koltz le pidi su opinin, dijo:

    -Es de basalto.

    -U n basalto muy especial, seor conde, el basal

    to de Werst, nico en su tipo. Mire las vetas, no en

    contrar otras semejantes en ninguna parte. Vale la

    pena que se quede unos cuantos das con nosotros

    para estudiarlas con todo detenimiento.

    -N o soy muy amante de las piedras.

    -Entonces -intervino el doctor Patak- le interesa

    r visitar la Cueva del Sonmbulo, una de las grutas

    ms hermosas que pueden verse por estos parajes.

    El conde asinti de mala gana.

    Anduv ieron medio kilmetro hasta entroncarcon una vereda que se internaba en la espesura si

    guiendo el flanco rocoso del cerro. Llegaron a una

    abertura angosta cubierta por la vegetacin y ah

    entr el alcalde Koltz.

    Lo que vio el conde no fue una gruta sino un

    nicho de respetables proporciones, un refugio idealpara un hombre durante una tormenta, nada ms.

    El alcalde le pidi que observara las rugosidades de

    la roca, algo digno de verse.

    -Ya veo...

    Se le conoce como la Cueva del Sonmbulo

    -em pez el doctor Patak- porque aqu a veces unhombre del pueblo, un sonmbulo...

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    detrs de la figura de Frick cuando ste abri la

    puerta. Inmediatamente se abrieron las puertas de

    las otras casas y varios curiosos penetraron detrs

    del doctor para ver al ilustre visitante y slo se detuvieron en el umbral de la cocina del pastor, for

    mando un muro de orejas y ojos. En el centro de la

    cocina el alcalde Koltz seal un puntito en la pared

    junto al fregadero.

    -A h la tiene. Es Adelaida.

    Los presentes guardaron silencio. El conde se

    acerc despacio y vio que la mosca apenas se mo

    va. Era una mosca comn y corriente. Se pregunt

    cmo podran saber el dueo de la casa y las otras

    personas que era siempre la misma. El pastor pare

    ci adivinar su pensamiento porque se acerc y le

    dijo en voz baja, pero no tanto como para que no

    lo oyeran todos:

    -Es inconfundible, observe las estras del abdo

    men, las nervaduras de las alas transparentes; un di

    bujo raro, nico en su gnero. Mi ta Adelaida, que en

    paz descanse, tena en el rostro unas arrugas parecidas, por eso le pusimos su nombre a la mosca.

    La mosca pareci adivinar que la miraban y em

    pez a moverse en redondo para lucir sus encantos.

    Entre tanto silencio se tena la sensacin de or el

    roce de sus patas contra la pared. El conde no poda

    creer en tanta absurdidad. Ah estaba en medio deesa gente, contemplando una mosca en un muro. Sus

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    padres lo mandaban a Pars a codearse con la mejor

    sociedad de Europa y a slo tres das de comenzado

    el viaje l perda el tiempo en esa tosca casa, rodeadode campesinos, mirando una mosca. El fino recogi

    miento que reinaba en la cocina aument su angus

    tia y su mirada se petrific como si contemplara un

    majestuoso paisaje y no un minsculo ser vivo.

    -U n insecto fuera de lo comn -m urm ur a suodo el alcalde Koltz.

    Esa noche, en la posada, no pudo dormir por las

    punzadas en el hgado. So todo el tiempo con la

    mosca. Era ella la que le causaba las punzadas. Se

    le meta en el cuerpo por la boca y lo martirizabalentamente. Despus el hgado apareca pegado a la

    pared de la cocina, junto al fregadero, y todos lo mi

    raban. Mire esas estras, deca el doctor Patak, y

    l pona atencin, preocupado. De repente apareca

    la mosca, que volaba hasta posarse sobre el hgado

    y empezaba a chuparlo; conforme lo chupaba se iba

    hinchando hasta adquirir un tamao enorme y las

    estras de su abdomen se dilataban mostrando unas

    feas callosidades internas.

    El posadero, cuando toc a su puerta al amane

    cer, lo encontr despierto y sudado y fue a llamar aldoctor Patak, quien acudi, palp el hgado, recet

    un jarabe de su invencin, puso en duda la conve

    niencia de proseguir el viaje con aquel dolor en el

    costado y habl de una jomada de reposo.

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    - O tro da aqu? -el conde volte hacia la ven

    tana con el rostro tenso. Los otros dos contuvieron

    la respiracin. El conde se mordi un labio:

    -N o quise ofenderlos -balbuce.

    Abandon la cama, se visti, baj a desayunar y

    pidi que le llevaran el jarabe.

    Acabando de desayunar, accedi a que lo acom

    paaran a ver los pastizales del ro.

    -Observe , seor conde -dijo el alcalde Koltz-,

    la particular curvatura del pasto.

    El conde, que cada tanto se palpaba el flanco

    adolorido, arranc sin alegra dos hilos de hierba,

    los observ por ambos lados, los mir a contraluz

    y dijo secamente:

    -Las estras de esta hierba son diferentes de estaotra, forman con el tallo un ngulo ms agudo.

    El doctor Patak y el alcalde Koltz se acercaron

    presurosos.

    -S, hay una diferencia -dijeron.

    El conde arranc otra hierba, la mir de la mis

    ma manera y dijo subiendo el tono de la voz:-Y en esta otra las estras estn ms separa

    das, como si esta hierba necesitara respirar ms

    hondamente, como si padeciera una insuficiencia

    pulm onar.

    -Ya veo, ya veo -dijo el alcalde Koltz, mor

    tificado.-Salta a la vista -dijo el doctor Patak.

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    El conde tir los tres hilos de hierba y mir la

    amplia extensin de los pastizales que tena enfrente.

    No vio una extensin homognea sino un herviderode luchas individuales, de agresiones y resistencias.

    Vio la enemistad y el caos generalizado que reina

    ban ah y presinti la miseria que significa arraigar,

    tener races y luchar por no perderlas. El doctor

    Patak y el alcalde Koltz miraron tambin. Frente aellos apareci una superficie plana que ola a estir

    col. Vieron que el conde acababa de arrancar todo un

    fleco de hierba y el alcalde dijo nervioso:

    -Ese fleco que tiene usted en la mano se parece

    a las escoba de la viuda Hermod. Una escoba nica

    en su tipo. Valdra la pena que la viera. La casa de la

    viuda Hermod queda a dos pasos.

    Llegaron en cinco minutos. La viuda H erm od

    estaba dando de comer a las gallinas. Los hizo en

    trar, trajo la escoba, se disculp y regres al galli

    nero. Los tres hombres se sentaron en la cocina amirar la escoba. El conde fue separando las cerdas

    con los dedos; agarraba unas cuantas, las encerraba

    en un breve parntesis de paz y las devolva a la vo

    racidad de las otras viendo cmo naufragaban. Re

    piti la operacin varias veces sin prestar la menoratencin al alcalde y al doctor, que acompaaban

    sus gestos con palabras de trmulo entusiasmo.

    Esa noche el dolor en el hgado le arranc unos

    bramidos en el insomnio. El doctor, que lleg al

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    amanecer llamado por el posadero, le palp mode

    radamente el vientre y luego aplic la oreja durante

    un minuto:

    -Este hgado necesita reposo -dijo.-M e prometi que podra partir hoy.

    -N o se lo aconsejo, Kolosvar queda lejos.

    -Kolosvar queda lejos! Kolosvar queda lejos!

    Qu tan lejos queda, demonios?

    El doctor y el posadero se miraron; el conde des

    vi la vista, hizo un gesto vago de disculpa, luego

    tom el frasco de jarabe que estaba sobre el bur

    y se sirvi una cucharada bajo la mirada benvola

    del doctor.En la tarde, para que no se aburriera, lo llevaron

    a ver El Borde Descarapelado del Fregadero de la

    Seora Riatzy. La casa de los Riatzy quedaba a dos

    pasos y la mujer pareci emocionada de verlos. El

    alcalde Koltz y el conde tomaron dos sillas y se en

    cararon al fregadero mientras el doctor Patak y la

    seora Riatzy desaparecieron en la alcoba aprove

    chando que el seor Riatzy no estaba en casa.-Qu es ese ruido? -pregunt el conde.

    -Es el doctor Patak... solazndose con la seora

    Riatzy.

    Cuando los dos entraron a la alcoba, la seora

    Riatzy, completamente desnuda, hizo el ademn

    de cubrirse, pero el alcalde Koltz la fulmin conla mirada:

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    -E l seor conde quiere ver a El D oc tor Patak

    Que Se Solaza Con la Seora Riatzy.

    La seora Riatzy vacil, luego abraz vidamenteal mdico, que se le haba subido, y los dos reanuda

    ron sus movimientos rpidos.

    Las embestidas se fueron haciendo ms fogosas

    y ella empez a bambolear la cabeza y de pronto

    exclam con los ojos desorbitados:-A h, me encanta ponerle cuernos a mi esposo,

    el seor Riatzy!

    El doctor exclam:

    -Ah, me encanta ponerle cuernos al seor

    Riatzy montndome a su mujer, la seora Riatzy!

    El orgasmo, entre rugidos, los trenz como dos

    lagartos.

    -Observe las sacudidas -dijo el alcalde Koltz.

    Entonces los dos salieron del cuarto, dejando al

    doctor y a la mujer que resollaban, y fueron a la co

    cina a reanudar la contemplacin del fregadero.Poco despus apareci el doctor visiblemente

    fatigado, mir su reloj y dijo que sera prudente

    retirarse de una vez.

    Salieron por la parte de atrs de la casa de La

    Adltera Riatzy y echaron a andar por la callemientras oscureca. De pronto el conde dism inu

    y el paso y se detuvo.

    -Qu le pasa? -inquiri el alcalde.

    El conde se tocaba el flanco derecho:

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    N otaron que se apretaba el flanco y al doctor le

    bast mirar la mucosa de sus prpados para sacudir

    la cabeza:

    -U n viaje tan largo, con este hgado...

    l sigui mirando por la ventana y cogi mec

    nicamente el frasco de jarabe que el otro puso en

    su mano.

    Cuando se recobr un poco, despus de consu

    mir el ligero desayuno que le prepar el posadero,lo llevaron a ver El Recodo Enmohecido del Con

    ducto de Desage de los Lavaderos Pblicos y, en

    la tarde, El Margen Carcomido de la Contratapa de

    la Biblia del Seor Tusnesdor.

    -O bserve las rugosidades del cuero -d ijo el alcalde Koltz-, una muestra nica en su gnero.

    Y l, acercndose tmidamente, se extravi

    aquel intrincado laberinto de nervaduras y estuvo

    recorrindolas con un dedo como si siguiera en un

    mapa la ruta de algn viaje fantstico.

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    DE CAZA

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    Cuando fui a casa de Luis a preguntarle si que

    ra ir a cazar lagartijas, me abri su madre yme dijo malhumorada que Luis estaba (por su cara

    entend que ella tambin) haciendo la siesta. Pas a

    casa de Osvaldo, pero Osvaldo tambin dorma (me

    lo dijo su hermana Concha, con los ojos amodorra

    dos); fui a ver a Roberto, que afortunadamente es

    taba despierto pero tena que arreglar no s qu dela caera del bao; y yo acababa de abrir la puerta

    para marcharme cuando de uno de los cuartos sali

    Arturo, el hermano menor de Roberto, y dijo que

    me acompaara. Me haba olvidado de l, como

    siempre. De haberme acordado no hubiera subido

    a casa de Roberto. Arturo, que desde siempre se

    junta con unos muchachos de otra cuadra, se nos

    pega slo de vez en cuando, cosa que todos le agra

    decemos, pues vive en un continuo estado de exci

    tacin, cuando habla grita, siempre se desva del

    tema y cuenta unos chistes espantosos. Adems esfeo, oblongo, con las piernas desproporcionadas

    para su cuerpo. Yo, que soy bajito, cuando lo veo

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    Entonces yo me alej unos pasos del muro, como

    estudiando su altura, y Arturo me mir excitado:

    -Te vas a subir?Le dije que ya lo haba hecho, pero ahora me

    dola la pierna. Mientras mirbamos el muro, dos

    lagartijas salieron del mismo agujero y empezaron

    a trepar hacia arriba, pero no nos movimos.

    -Y cmo se pasan del otro lado?

    -Las lagartijas?-Las putas.

    Le dije que por una puerta de la otra calle, que

    estaba siempre cerrada con llave.

    -Y qu hacen?

    -N o seas idiota, se encueran para que se las cojan.

    Pregntale a tu hermano.

    A la palabra cojan Arturo se peg a otro agu

    jero, ponindose otra vez de rodillas.

    -N o se ve nada.

    -P ara verlas hay que treparse, mejor vmonos

    -m e despegu del muro y me enfund la resorteraen los pantalones. Empec a caminar, pero l no se

    movi. Me par y mir su cara cnica. Estaba estu

    diando la altura del muro. Aun teniendo su talla yo

    no me hubiera atrevido a trepar tan alto.

    -N o hay de dnde agarrarse -dijo.

    Sin moverse le seal dos pequeas salientes,una cerca de la otra, que slo una lagartija habra

    notado.

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    -C on lo alto que eres, subes en dos patadas -dije.

    Mir las salientes, se mordi el labio y me mir

    a m. Yo creo que al verme tan chaparro le pic elorgullo.

    -Aydam e -dijo.

    Me acerqu al muro, dobl la pierna y l puso su

    pata sobre mi muslo, coloc la rodilla en mi cuello

    y con mucha torpeza, agarrndose del muro, logrpararse sobre mis hombros mientras yo me cim

    braba todo.

    -N o alcanzo -dijo.

    S que no lo dijo para ofenderme, pero me mo

    lest. Tuve que poner la cabeza dura, sent su patota

    sobre mi crneo y esta vez alcanz la cresta y lo empuj por abajo para que pudiera encaramarse hasta

    los codos; por fin, pateando como una araa, logr

    ponerse ahorcajadas sobre el muro. Cuando lo vi

    all arriba, en precario equilibrio, me dieron ganas

    de marcharme y dejarlo que se las arreglara solo parabajarse. Pero quera saber qu haba del otro lado.

    -Q u ves?

    -N o hay nada -dijo nervioso-, aqu no hay nadie.

    -Agchate, que no te vean.

    Se agach pegando el pecho contra la cima de la

    barda.

    -D im e qu ves.

    -Puros pilares de cemento.

    -Es una construccin abandonada?

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    -S.

    -M ira bien detrs de los pilares, ah se ponen las

    putas.

    Arturo, sin levantar el pecho del muro, empeza arrastrarse con dificultad; al levantar la rodilla, su

    resortera de plstico, que le colgaba del bolsillo, se

    cay y se hundi en unos arbustos, pero l no se dio

    cuenta y yo no dije nada.

    -N o hay nadie -le temblaba la vo z-, ya me

    quiero bajar.-M ira bien, a esta hora siempre est lleno.

    -Aydam e a bajar -grazn.

    -A lo mejor hubo una redada.

    -Ya me quiero bajar, aydame!

    j -M ejor brncate.

    -C m o me voy a brincar, me mato!-Todos brincamos, pregntale a tu hermano.

    - N o seas cabrn, aydame!

    En eso vi el lagarto sobre el muro. Haba salido

    de las hierbas y ah estaba, abajo de Arturo, marrn

    e inmvil, grueso como un sapo, como si lo hubiera

    parido el cemento. A rturo se puso blanco y no seatrevi a moverse. Yo cargu la resortera. El lagarto

    lo miraba a l, y en seguida, como obedeciendo a

    un impulso elctrico, trep unos centmetros ms

    y volvi a pararse.

    -Mtalo, mtalo! -Arturo levant las nalgas del

    muro, listo para saltar, y yo solt el tiro.

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    Por un pelo le doy, el lagarto subi disparado y

    Arturo brinc, vi sus patotas en el aire y no me di

    cuenta de que haba saltado hasta que cay sobre losmatorrales pardos. Cay mal, o ser que un alto

    como l produce una sensacin lastimosa al des

    pearse. Vi al lagarto alcanzar la cima y desapare

    cer del otro lado, me acerqu a Arturo que gritaba

    agarrndose la pierna, trat de levantarlo pero noquiso y vi que tena el brazo y la mano derechos

    cubiertos de una pelusa verdosa. Haba cado jus

    to sobre unos matorrales de ortigas. Le dije que se

    calmara, me agach a revisarle la pierna y lanz un

    grito cuando le toqu el pie.-Es el tobillo -dije.

    Mir el muro para asegurarme de que el lagar

    to no vena de regreso, luego lo ayud a levantarse,

    l se qued parado sobre un pie y entonces gimi

    por el dolor en la mano y en el brazo, que se ha

    ban puesto rojos por las ortigas. Parado sobre una

    pierna, se rasc con frenes y de la desesperacin le

    salieron unas lgrimas. Tuvo que recargarse en mi

    hombro. Slo poda pisar con un pie y empezamos

    a caminar muy despacio, pero a los pocos metros

    tuvimos que pararnos para que se rascara con furia.

    Lloraba sin lgrimas, de la pura desesperacin, y has

    ta me dio lstima. N o me pregunten cmo anduvi

    mos las seis cuadras hasta llegar a su casa. l era un

    solo gemido y yo le hablaba de la redada a las putas.

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    Lo ayud a subir las escaleras de su edificio, y su ma

    dre, cuando nos abri, se llev las manos a la cara.

    -Me romp la pata -fue el escueto anuncio deArturo.

    Entre su madre y yo lo sentamos en una silla y

    yo acerqu otra silla para que Arturo depositara su

    pierna. Roberto haba salido a un mandado. Ante los

    gritos de su madre, alta y oblonga como l, Arturo

    mantuvo la calma y dijo que haba tropezado en un

    agujero en medio de unos arbustos de ortigas.

    -Por andar matando lagartijas! -grit ella, y

    Arturo, que ya se senta un poco ms aliviado, me

    mir con aire de inteligencia. Entonces se palp el

    bolsillo, vio que haba perdido la resortera, le entrla desesperacin y otra vez rompi a llorar, cosa que

    me dio gusto.

    -Me da gusto -dijo su madre-, as no vuelves

    a esos lugares!

    Arturo le contest de mala manera, empezarona gritarse (los gritos de la gente alta tienen algo de

    cmico, como si se fueran a despegar) y yo aprove

    ch ese mom ento para deslizarme hacia la puerta,

    murmur un tenue con permiso y me desped con

    varias inclinaciones de cabeza, pero no me vieron.

    Jur que nunca ms volvera a esa casa.Me imagino que despus, esa misma tarde, ha

    blando con Roberto, Arturo se enter de que yo le

    haba tomado el pelo con la historia de las prosti

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    tutas. Debi de odiarme porque las pocas veces que

    volvimos a vernos se las arregl para no dirigirme

    la palabra, cosa que le agradec. Haba librado a losotros y a m mismo de su nefasta presencia, ya que

    nunca ms, despus de que le quitaron el yeso, vol

    vi a cazar lagartijas con nosotros, y yo me enter

    de qu haba del otro lado de la barda.

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    El h u i d o r

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    lo que pareca inescalable, penetraba por cualquier

    abertura, todo le serva de peldao y de soporte,

    saltaba sobre los techos de los autos como de un

    balcn a otro, todo lo nivelaba, todo lo convertaen vehculo o puente hacia otra cosa. Su form a de

    hu ir recordaba las llamas y un da que pas junto

    a un incendio el jefe de bomberos orden desviar

    un chorro sobre l y grit: Apaguen eso!, pero

    el huidor brinc de un balcn a otro y se escabull

    entre los aplausos de todos.

    Algunos creyeron entonces que tena repul

    sin al agua y que si llegaba a mojarse perdera sus

    fuerzas y hasta un nio podra atraparlo. Tonteras,

    pues en la temporada de lluvias no disminuan sus

    fugas, en todo caso su ardor menguaba un poco, selo vea desganado, si bien era en esa poca, debido

    a la grisura del clima, cuando pasaba ms inadver

    tido y era capaz de pararse en una esquina sin que

    nadie reparara en l (quiz porque tambin bajo la

    lluvia medio mundo slo se fija en las puntas de

    sus zapatos).Con el tiempo sus huidas se hicieron ms recti

    lneas, con menos desvos, como si las opciones y

    los ramales novedosos escasearan. Era evidente que

    no quera o no poda repetirse y que hubiera pre

    ferido detenerse antes que rehacer cualquiera de

    sus fugas anteriores. Se iba apagando como un fue

    go. La gente recordaba sus huidas espectaculares

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    y esperaba que se repitieran cada vez que lo agarra

    ban, pero algunas eran ya tan im perceptibles que

    slo l se daba cuenta de que hua y, con todo, cuan

    do la gente lo tena cerca, no faltaba quien lo atra

    para de un hombro o de la cintura, no tanto por el

    deseo de entregarlo a las autoridades como para po

    der contar despus que el huidor se haba zafado de

    ellos con su milagrosa destreza.

    Algunos pensaron que slo trasladndolo a otrositio podra renacer su mpetu, pero las ciudades in

    terpeladas o bien no entendieron de qu se trataba

    y se negaron, o bien pusieron condiciones inacep

    tables: que no entrara en ninguna casa y sus huidas

    se limitaran a los espacios exteriores, como un ele

    mento meramente decorativo, o que completara sushuidas con clases de gimnasia en algn orfelinato o

    se alistara en los bomberos para echar una mano en

    caso necesario.

    l, entre tanto, segua corriendo, pero era eviden

    te que hua de s mismo, de su pasado, que tena que

    agarrarse de las ltimas ramas inditas, obligado a un

    trabajo menudo, capilar y sordo. A veces tena que

    cruzar interiores, forzar puertas cerradas, violar la

    intimidad de los otros mientras coman o se baa

    ban o hacan el amor. Odiaba hacer eso, pues nunca

    le haba gustado causar estropicios, pero la gente,que lo conoca, captaba su sufrimiento y saba que

    se estaba apagando.

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    Hasta que un da de lluvia se desplom en una

    esquina despus de burlar a dos agentes, no como

    quien tropieza o se resbala (l nunca tropezaba ni

    resbalaba), sino como quien carece de argumentos

    para seguir adelante.

    La gente se agolp para verlo, pero ahora que

    estaba perfectamente quieto (despus se dijo que le

    haba dado el ataque unos cien metros antes y que

    se desplom muerto hasta la esquina debido al mpetu de la carrera), todos sintieron vergenza de

    estarlo mirando. Estaban tan acostumbrados a verlo

    huir, a reconocerlo slo de sesgo y en plena fuga, que

    ahora que podan mirarlo de cerca y sin empacho,

    descubriendo cun anodina era su cara, dudaron de

    que se tratara de l.

    Pero no haba chatez en la inexpresividad de su

    rostro, sino alivio, como si en tantos aos de re

    montarse de barrio en barrio, repasando una calle

    tras otra, lamiendo cada esquina, muro y ventana,

    no hubiera hecho ms que ensayar los gestos, lasfantasas y los impulsos de todos; como si a fuerza

    de huir hubiera quedado libre de cualquier rasgo

    propio y cualquier adiposidad personal, hasta vol

    verse un mero compendio o resumen de los otros.

    Su cara pareca la suma de todas las caras, y esa gri-sura infinita de su rostro, ahora que esperaban la

    ambulancia que viniera a llevrselo, haca que las

    miradas de todos resbalaran de su cara al cemento

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    mojado de la acera con cuya grisura formaba una

    perfecta prolongacin, diluyndose ms y ms en

    ella, como si ni siquiera de muerto pudiera aban

    donarlo su maestra para fugarse.

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    MI PADRE

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    Nunca supe bien cul era exactamente el em

    pleo de mi padre. N o deba de ser algo que

    lo entusiasmara mucho porque ni una sola vez lo

    o hablar de su trabajo y cuando volva a casa en la

    tarde tena la expresin de haber despachado un tr

    mite enojoso, como un nio que acabara de recibir

    una inyeccin.En lugar de arrellanarse en un silln a descansar

    le entraba durante un rato una fiebre de actividad

    como si quisiera compensar el tiempo mal gastado

    en la oficina, pero no hallaba gran cosa que hacer,

    tena un carcter voltil y le costaba trabajo aplicarse a una tarea. Lo que ms le gustaba era caminar,

    y tampoco en eso tomaba una actitud apropiada,

    avanzaba a grandes trancos como si lo reclamara un

    asunto urgente, no con el sosiego de quien pasea.

    En algn momento le pareci que yo podra representar el punto de orientacin que le haca falta

    y decidi llevarme a sus paseos para educarme. Yo

    era un nio algo crecido que podra prestarle aten

    cin y seguir sus consejos y obedecer sus rdenes,

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    blar, imaginaba un hervor descomunal de galeras,

    de entronques y rampas iluminadas, con hombres

    que se cruzaban en cien direcciones distintas. As, el

    da que nos topamos con una alcantarilla abierta ynos asomamos a ver, la vista de aquel agujero sucio

    me dej helado y l debi de notarlo.

    -sta es apenas la entrada -dijo, y se vea tan

    desalentado como yo. Era un hueco oprobioso, y

    yo me di cuenta de que al lado de un mundo esbelto

    y victorioso que le habla de usted a la materia, hay

    un enorme fondo impenetrable, una masa sin traba

    jar y sin redimir que todos cubren para no ver.

    N os especializamos en esa miseria. Salamos

    como unos botnicos en busca de una planta rara

    y yo tena que esforzarme por igualar las zancadasde mi padre. A veces nos bastaba algo tan simple

    como un terreno baldo rodeado po r una valla de

    alambre. La valla, que protega arbustos y hierbas,

    resaltaba lo infame del lugar, donde hasta las pie

    dras tomaban un aire de sobrevivencia y esfuer

    zo. Permanecamos absortos detrs del alambradocomo si de un momento a otro vaya a saber qu

    trasvases ntimos podran ocurrir. Estaba lleno de

    baldos en todas partes, con slo buscarlos. Ah

    estaba, como una mala conciencia o un duro ren

    cor, la estrecha lnea de tierra que separa la acera

    de la calle. Era uno de los sitios sagrados de mi

    padre, quien parta de ah con el ojo para hallar

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    insensiblemente que todo era lo mismo: tierra y

    polvo en diferentes grados de concrecin.

    As, ante un edificio en obra, en lugar de admi

    rar la audacia del concreto, vea las grietas futuras,

    la demolicin, como si construir fuera un parnte

    sis o un malentendido. Poda acariciar un tubo o

    un pedazo de varilla con la misma piedad con que

    San Francisco acariciaba sus pjaros y sus lepro

    sos. Donde otros vean mera inercia, o sea no veannada, l vea devocin y esfuerzo; tal vez por eso le

    interesaban los trasfondos, pues descubra ah que

    nada se encuentra totalmente abandonado y que en

    lo ms recndito no falta nunca el mnimo armazn

    que reanima la masa inerte.Sobre todo lo atraan las piezas secundarias, de

    refuerzo, cuya utilidad nunca est del todo compro

    bada. Aunque no era experto en nada, las reconoca

    de golpe y les dedicaba toda su atencin; eran como

    el trasfondo del trasfondo, el estrato ms humilde

    y precario, y cometa a veces peligrosas acrobaciaspara encararse a esa rebaba. Ninguna cosa es ms

    importante que otra, deca al sacudirse la tierra del

    pelo, los pantalones y las manos.

    Y aunque deba de quejarse de su empleo rutina

    rio, no creo que hubiera sido ms feliz cambiando detrabajo. La insustancialidad de sus tareas le era nece

    saria para sorprenderse ante el abigarrado concierto

    de los cimientos, y de emplearse como mecnico o

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    albail, a la larga, estoy seguro, se hubiera hastiado

    de esa discontinuidad correosa que se le negaba en

    su empleo de oficinista. La necesitaba tal como es

    taba, como algo casual e incomprensible, por esome necesitaba a m, pues gracias a m se situaba en

    la justa distancia frente a todo eso y pod a verlo

    como un hallazgo, como si el contacto de mi mano

    le diera un poco de clarividencia; en realidad, como

    cualquiera que educa a otro, todo lo vea con mis

    ojos, as que en cierto modo yo lo iluminaba a l,

    yo lo educaba.

    Por eso, cuando me enferm de los bronquios

    y estuve dos semanas en la cama, l no dej de sa

    lir, pero regresaba temprano, a lo mucho despus

    de una hora, con la ropa limpia, sin ninguna sealde esas contorsiones que haca para alcanzar alguna

    pulpa secreta, y yo me preguntaba si habra deam

    bulado con las manos en los bolsillos entre los pi

    lares y las vigas de una obra, o, aburrido de tanto

    suelo y de tanto trabajo, no se habra ido por ah

    anhelando un sitio de verdad virgen para empezara poner en orden su vida.

    N o me contaba nada de sus excursiones y yo

    sent que al enfermarme lo haba traicionado. Trat

    de reponerme muy pronto, no obstante mi odio a

    la escuela, pero justo el da que dej la cama a l lo

    ascendieron en su trabajo y obtuvo un puesto de

    responsabilidad. Le comunic la noticia a mi madre

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    sin alegra, como un deber cumplido, y mi madre

    exclam levantando los brazos al cielo:

    -Por fin podremos irnos de esta casa.

    Entend que acababa de ganar una larga batallaque haban librado ella y mi padre desde haca tiem

    po, y por primera vez l se arrellan en el nico si

    lln de la casa, estuvo mirando con preocupacin un

    punto en la pared y no me atrev a pedirle que sali

    ramos. Cuando volv a mirarlo estaba durmiendo.

    -D eja descansar a pap -m urm ur mi madre.-No vamos a salir?

    -A pescarte otra bronquitis entre los tubos y

    los charcos?

    Luego aadi ms conciliadora, sin mirarme:

    -D e ahora en adelante pap va a regresar tarde,

    casi de noche. Saldrn los sbados. Y pronto vamos

    a tener un coche, no ests contento? Saldremos

    con pap en el coche.

    Y se volvi y me abraz con fuerza.

    -A hora vete a hacer la tarea -d ijo -, ya hiciste

    la tarea?Era la primera vez que me preguntaba eso.

    -S, ya la hice -ment.

    -Bueno, vete a jugar por ah, sin hacer ruido.

    Me fui a mi cuarto y estuve jugando con mi her-

    manito de un ao. A cada rato me asomaba a ver si

    mi padre segua durmiendo. Haba un silencio agobiante en toda la casa. Me puse a mirar por la ventana

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    El temblor no lleg con su intenso cortejo de cristales ni su amplia funda de razones. Apenas se

    insinu de casa en casa, sedoso y delicado, palpando

    las esquinas y las puertas. Los que dorman en los l

    timos pisos del edificio oyeron los golpes espaciados

    con que tanteaba la solidez de la construccin, un tenue pum! pum!pum! que la mayora confundi con

    los latidos de sus pechos. Era como el primer ruido

    del mundo, no manchado por ninguna impureza.

    El temblor trabajaba asiduamente por todo el edi

    ficio, recorra las estructuras evaluando los techos y

    los pilares, bosquejando planes, trazando rutas por

    seguir.

    No satisfecho, penetraba por la nariz hasta el co

    razn de los habitantes y estudiaba el metabolismo

    y el grado de resistencia de cada organismo, loca

    lizando los puntos dbiles y las capas ms blandas,siempre en busca de la lisura que agrietar, de la sua

    vidad que desfondar.

    Despus, durante mucho tiempo, casi siempre de

    diez a quince aos, ya en el subsuelo, se dedicaba a

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