El niño que no sabia soñar

download El niño que no sabia soñar

of 101

Transcript of El niño que no sabia soñar

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    1/101

    El nio que noEl nio que nosaba soarsaba soar

    Vauro SenesiVauro Senesi

    Traduccin de Manuel ManzanoTraduccin de Manuel Manzano

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    2/101

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    3/101

    Ttulo de la edicin original: Kualid che non riusciva a sognare

    Primera edicin en esta coleccin: abril, 2009

    Vauro Senesi, 2007Edicin original de Piemme Edizioni, Csale Monferrato (Italia)

    de la traduccin, Manuel Manzano, 2009 de la presente edicin, 2009, Ediciones mbar, S.L.Rambla Can Mora, 18, local 2, 08172 - Sant Cugat del Valles (Barcelona)http://www.ediambar.es

    Publicado por acuerdo con Il Caduceo srl Literary Agency(www.ilcaduceo.it) y Antonia Kerrigan Agencia Literaria

    Printed in SpainDepsito legal: B-11464-2009

    Impreso y encuadernado en PRINTER

    http://www.ilcaduceo.it/http://www.ilcaduceo.it/
  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    4/101

    ADVERTENCIA

    Este archivo es una correccin, a partir de otro encontrado en la red, paracompartirlo con un grupo reducido de amigos, por medios privados. Si llega a tusmanos DEBES SABER que NO DEBERS COLGARLO EN WEBS O REDES PBLICAS, NI HACER USOCOMERCIAL DEL MISMO. Que una vez ledo se considera caducado el prstamo delmismo y deber ser destruido.

    En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquierresponsabilidad o accin legal a quienes la incumplieran.

    Queremos dejar bien claro que nuestra intencin es favorecer a aquellas personas,de entre nuestros compaeros, que por diversos motivos: econmicos, de situacin

    geogrfica o discapacidades fsicas, no tienen acceso a la literatura, o a bibliotecaspblicas. Pagamos religiosamente todos los cnones impuestos por derechos deautor de diferentes soportes. No obtenemos ningn beneficio econmico ni directani indirectamente (a travs de publicidad). Por ello, no consideramos que nuestroacto sea de piratera, ni la apoyamos en ningn caso. Adems, realizamos lasiguiente

    RECOMENDACIN

    Si te ha gustado esta lectura, recuerda queun libro es siempre el mejor de los

    regalos. Recomindalo para su compra y recurdalo cuando tengas que adquirirun obsequio.(Usando este buscador: http://books.google.es/encontrars enlaces para comprarlibros por internet, y podrs localizar las libreras ms cercanas a tu domicilio.)

    AGRADECIMIENTO A ESCRITORES

    Sin escritores no hay literatura. Recuerden que el mayor agradecimiento sobre estalectura la debemos a los autores de los libros.

    PETICIN

    Cualquier tipo de piratera surge de la escasez y el abuso de precios.Para acabar con ella... los lectores necesitamos ms oferta en libros digitales, ysobre todo que los precios sean razonables.

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    5/101

    A las madres y a los hijos.

    A mi madre Ins, a mis hijos Fiaba y Rosso

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    6/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    Todo negro.Un negro tan denso que le pareca poder tocarlo.Kualid acababa de abrir los ojos, a veces se despertaba en plena noche.No estaba seguro de haberlos abierto en realidad, quizs an estuviera

    durmiendo y tena los prpados cerrados, de ah que hubiese tanta oscuridad.Sac un brazo por debajo de la manta spera, y se restreg los ojos hasta quesinti que empezaban a dolerle. No, se haba despertado y tena los prpadosabiertos. Los abri an ms, mucho ms, y durante un rato dej de parpadear,tanto que los ojos empezaron a arderle. Despus, poco a poco, consiguicapturar con la mirada una fina veta de claridad, tenue y mvil. Vena delfondo de la habitacin, de la rendija de la entrada. La puerta no era ms queuna vieja tela de pao grueso, de rayas grises y azules. De vez en cuando unsoplo de aire, fuera, consegua moverla, dejando entrar aquella delgada veta

    que se alargaba y se acortaba con el movimiento de la tela. Apenas un poquitode claridad, poco ms que el reflejo de que aquella noche no deba de haberluna o, si haba, las nubes la habran cubierto. Otras noches, cuando Kualid sedesvelaba, la tela de la entrada proyectaba una verdadera hoja de luz, limpia,no la veta centelleante que vea ahora. Hubiera querido que luciera la luna yque la noche fuera clara. Entonces no habra necesidad de frotarse los ojos o demantenerlos muy abiertos para tener la seguridad de que estaba despierto. Elhaz de luz lleg a la tetera, sobre el hornillo, en la habitacin, y la sombra de supico curvado se proyectaba, aumentada, en la pared. A Kualid le pareca unaserpiente con la boca abierta. Incluso le haba dado un nombre a aquellaserpiente: Asmar.

    Asmar era su amiga, la serpiente de las noches de luna. Cuando la vea enla pared, Kualid saba que poda salir a mirar Kabul desde lo alto. Si erainvierno se envolva bien en sus dos mantas y, lentamente, sin hacer ruido,apartaba la tela de la entrada y sala. Se sentaba sobre una gran piedra yempezaba a lanzar piedrecitas hacia la ciudad, que se extenda abajo, en lacuenca, rodeada de montaas. La nieve de los montes pareca capturar la luz dela luna para despus dejarla descender por el valle, sobre las casas, sobre lasruinas. En contraste, se alcanzaban a ver las filas de agujeros negros de las

    ventanas de los edificios que construyeron los shuraui, los rusos. Eran los

    6

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    7/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    edificios ms grandes de la ciudad, grandes paraleleppedos grises uno al ladodel otro; algunos haban sido destrozados por los bombardeos, pero otrostodava se mantenan en pie. Aqu y all, unos pocos puntos de temblorosa luzamarilla llegaban desde los cuarteles de los talibanes; en el silencio de la noche

    se poda or el zumbido lejano de los generadores elctricos de gasolina. El restode la ciudad estaba alumbrado solo por la luna y por los reflejos de la nieve. Ledaban un color uniforme, roto nicamente por alguna zona de sombra, de ungris lechoso pero brillante, muy diferente del rojizo opaco del polvo, color quedominaba durante el da.

    Kualid slo volva a casa cuando ya tena el brazo entumecido a fuerza delanzar piedras y los prpados pesados debido al sueo; estaba seguro de quesoara algo en cuanto se tumbara en la esterilla. Casi nunca recordaba lossueos y eso le disgustaba, porque su primo Said le tomaba el pelo:

    No es verdad que no te acuerdes de los sueos, es que eres tan tonto queno tienes. No eres capaz de soar le deca. Despus empezaba a contarhistorias de reyes y de guerreros de afilados sables que siempre terminaban pordegollarlo precisamente a l, a Kualid, o de fieras feroces que inevitablemente lodevoraban. Mira continuaba Said, te presto mis sueos, te gustan? Yse echaba a rer, haciendo el gesto de pasarse el pulgar por el cuello mientrassacaba la lengua. Qu cretino era Said, se crea que le daba miedo, pero Kualidno tena miedo de nada ni de nadie.

    Solo que ese asunto de no recordar los sueos le fastidiaba. Le fastidiabatanto que, aunque nunca lo admitira, estara dispuesto a pedirle prestados sussueos a Said. Algunas veces, por la noche, antes de dormirse, intentabarecordar aquellas historias insulsas para ver si consegua soarlas. Pero por lamaana, al despertarse,no encontraba huella alguna.

    Aquella noche, en todo caso, la serpiente de las noches de luna no seproyectaba en la pared, y no invitaba a Kualid a salir. Fuera, seguramente, elcielo era tan oscuro como la habitacin. No tena miedo de la oscuridad, pero elsueo no quera volver a cerrarle los ojos, y no saba qu hacer.

    Para distraerse, empez a escarbar con la ua el agujero en la pared debarro seco, reduciendo al polvo los pequeos trozos, deshacindolos entre el

    pulgar y el ndice. Lo haca tan a menudo que el agujero ya era bastanteprofundo: poda convertirse en la madriguera oculta de Asmar, la serpiente delas noches de luna, o al menos podra refugiarse cuando no hubiera luna, pensKualid. Despus dej de escarbar el agujero en la pared y decidi quedarsetumbado e inmvil, con los ojos abiertos en la oscuridad. Quizs as llegara elsueo. La mirada hacia el techo cort la triste lnea de luz, y todo volvi a sernegro.

    As que podas tener los ojos bien abiertos y no ver nada, o slo verlo todonegro. Se lo haba planteado unos das antes, cuando vio a un talibn muerto.

    Kualid iba de camino al bazar; el abuelo le haba dado monedas, nada mspara comprar cuatro mandarinas. Haba llegado un pick-up a gran velocidad,

    7

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    8/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    levantando una nube de polvo en la calle de tierra, y se haba detenido de golpefrente a un cuartel militar rodeado por un muro y cerrado por una cancela dehierro. Justo a su lado. De la trasera saltaron cinco guerrilleros con el turbantenegro blancuzco por el polvo, kalaschnikov y cartucheras de proyectiles de

    artillera pesada sujetas como cinturones sobre los chaquetones de camuflaje.Haban bajado la puerta de la trasera del pick-up mientras uno de ellos abra,entre crujidos, la cancela de hierro. Luego descendi de la cabina otro militar.Tena una pistola makarov metida en un viejo cinturn ruso con una hebilla debronce que brillaba, y la hoz y el martillo grabadas sobre la estrella.

    Dejad a ese pobre de ah dentro, cabrones haba gritado con voz ronca, ocupmonos ahora de Fhami. Acto seguido, los guerrilleros corrieron a lacabina y sacaron a un hombre.

    Despacio grit el militar de la pistola en el cinturn.

    El hombre tena los brazos abiertos, apoyados en los hombros de los dosguerrilleros que lo sostenan por las caderas. Por detrs, otro lo aguantaba porla cintura, como para guiarle. Consegua caminar, aunque, de vez en cuando, sele doblaban las piernas, como si las rodillas cedieran. Llevaba la cabezavendada y las gasas, que tambin le cubran parte del rostro, estabanempapadas en sangre. Slo la boca quedaba libre. La tena semiabierta y, junto aun hilo de baba rojiza, emerga un lamento dbil, intermitente, que cesaba degolpe para empezar un instante despus, como un estribillo.

    El grupo desapareci en el cuartel dejando el pick-up con la trasera abierta,y entonces Kualid se haba acercado para curiosear. All, tendido sobre la batea,estaba el talibn muerto.

    Tena el cuerpo vuelto en la direccin opuesta a la de Kualid, as que lo veadel revs.

    La parte inferior del busto se haba reducido a un empasto de tejidoquemado y carne sanguinolenta, el oscuro amasijo continuaba hasta dondehabran tenido que encontrarse las piernas, y donde en cambio slo colgabanvacas unas deshilachadas perneras. Los brazos estaban colocados a lo largo delos costados, con las palmas de las manos hacia abajo. El talibn no llevabaturbante, lo habra perdido en la explosin que lo haba matado, o despus,

    durante el transporte. Los tupidos cabellos y la barba parecan rubios, quizporque estaban llenos de polvo fino y blanquecino. Sobre el rostro slo algunamanchita oscura, rastros de sangre ya coagulada.

    La boca entrecerrada dejaba entrever los dientes. Pero Kualid se fij en losojos. Rodeados por una lnea negra de kajal, estaban abiertos, de un verdeintenso ya velado de opacidad. Parecan mirar hacia algo en la lejana, o a algocerqusima, inmviles y atentos, como si aquello que fuera pudiera huir con unmovimiento rpido, de un momento a otro. Kualid intent interceptar con lapropia mirada el recorrido de la del muerto, seguirla para ver qu haba en el

    fondo, pero se perda enseguida, sobre el perfil abrupto de las ruinas de unmuro, en el gris impreciso del cielo.

    8

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    9/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    Entonces, quizs, aquello no estaba fuera, sino dentro de los ojos delmuerto, pens Kualid. Para eso, para ver dentro de los ojos de aquel hombre, sehaba izado con los brazos sobre la trasera y haba acercado la cara a la deltalibn tendido. Pero justo en aquel momento not que lo agarraban por detrs

    y tiraban de l con violencia.Qu haces, mocoso? Buscas algo que robar de los bolsillos de estehermano cado por Al? Eso es lo que quieres, sucio ladrn?

    El miliciano que lo haba agarrado era grande, con la barba y los cabellosnegros como el turbante que le envolva la cabeza. Lo sacuda mantenindoloagarrado por la camisa con una sola mano, mientras que con la otra loamenazaba con darle una bofetada, que sin embargo no llegaba.

    El miliciano segua gritndole cosas que Kualid, asustado y confuso, noconsegua or; slo vea una boca abrirse y cerrarse entre los tupidos pelos de la

    barba. Se fij en que le faltaba un diente, justo delante, un agujero negro del quede vez en cuando salan bolitas de saliva. Y le entraron ganas de rer, intentreprimirse, pero las risas le salieron incontenibles del pecho, risas sincopadas deespasmos continuos, que cesaron de repente.

    Ahora el soldado lo miraba con expresin hosca, pero tambin perpleja.Te res? Entonces es que eres un necio, slo un pobre necio... Lrgate

    antes de que te retuerza el pescuezo!Pas una fraccin de segundo desde que Kualid se dio cuenta de que el

    miliciano haba soltado la presa hasta que se vio volar por los aires por lapatada que este le haba asestado. Aterriz bruscamente entre el cementodesmenuzado de la acera y la calle agujereada. Not una quemazn en larodilla, que sin embargo no le impidi levantarse de golpe y escapar a lacarrera.

    Ahora la herida de la rodilla ya se haba encostrado. Con la mano bajo lasmantas, Kualid empez a rascarse y a arrancarse pequeos trocitos, y as sedistrajo del pensamiento de qu era lo que vea el talibn muerto. Losronquidos bajos y continuos del abuelo, que dorma en la misma habitacin, le

    recordaban el ruido lejano de los generadores de gasolina. Ni siquiera se diocuenta de que, finalmente, se dorma.

    El borbotar del agua que empezaba a hervir en la tetera de pico curvado, enla cocinilla de petrleo, se col en los sueos vacos de Kualid. El burbujear dellquido sustituy en un crescendo de sonido a su sueo sin imgenes, hasta que,tras abrir los ojos, Kualid se encontr mirando la silueta de su madre, agachadajunto al hornillo. La enfoc lentamente, liberndose de los restos del sueo quetodava le nublaban la vista.

    La habitacin siempre estaba envuelta en la oscuridad, pero las llamas

    rojizas que rozaban el metal tiznado de la tetera dibujaban intensos claroscurosen los pliegues del burka de su madre, regalndole una efmera viveza a aquel

    9

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    10/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    azul desteido. Kualid le mir el rostro libre del velo, que la mujer se habalevantado sobre la cabeza. Su madre an tena el cabello negro, un mechn leacariciaba la frente, los pmulos altos evidenciaban el hundimiento de lasmejillas, una sombra le enmarcaba los ojos como un ligero maquillaje, pero solo

    era la seal de un cansancio permanente.Kualid le sonri sin esperar que ella le correspondiera. Desde que Fahrid, elpadre de Kualid, haba muerto, la sonrisa de su madre pareca haberse ido conl. Kualid tampoco recordaba haber visto nunca aquella sonrisa, y a veces,cuando salan afuera juntos y el rostro de su madre iba cubierto por el tejido delburka,se preguntaba si all debajo, a hurtadillas, mam sonrea.

    Vamos, levntate, que el t ya casi est listo le dijo con su voz baja yligeramente ronca. Mam no hablaba mucho, como si los labios que no secerraban para sonrer tampoco se abrieran con facilidad ni siquiera para buscar

    las palabras. Quiz por eso cada frase suya era para Kualid como una caricia, yle haca feliz.La cortina de la entrada se apart y en la habitacin entr la figura curvada

    del abuelo, que se haba levantado antes para ir por agua. Llevaba una garrafaamarilla de plstico. Vaci parte del contenido en una bacinilla de lata, seagach, meti las manos nudosas y se lav la cara. Gotas transparentes sedeslizaron y se perdieron en su barba blanca, como si hubieran sido engullidas.

    Te toca a ti, morro sucio! le dijo el abuelo a Kualid, sonriendo ydndole un cachete. Kualid se pas agua por la cara y por los cabellos,restregndose los mechones cortos, color castao oscuro. Hinchaba las mejillasy echaba fuera el aire, como para expulsar los escalofros que le recorran laespalda de arriba abajo por el contacto con el agua fra. Mam se levant,recogi la bacinilla y, en silencio, desapareci en la otra habitacin para hacersus abluciones.

    Bien, ahora tomemos el t dijo el abuelo y, despus de coger la teterade pico curvado, la levant para dejar caer desde arriba el lquido dorado en unvaso de metal. Llen otro para Kualid y se lo tendi. El humo claro que suba dela taza se confunda con la barba blanca del abuelo.

    El abuelo tiene la barba de humo, de hilillos de humo atados, pens

    Kualid y, disfrutando de la tibieza del vaso entre las manos, se puso a mirar alabuelo sin llevarse el t a la boca. El viejo capt su mirada y la cambi por unarespuesta:

    No, Kualid, esta maana no hay pan. Bbete el t mientras est caliente,ya habr pan esta tarde, si Dios quiere.

    Pero Kualid segua pensando en la barba de humo: pareca que cada hilopasara bajo la piel del rostro del abuelo y la levantara en una arruga.

    Abuelo le pregunt entonces, t eres viejo, pero cunto?Me ests preguntando cuntos aos he vivido? Muchos, Kualid, tantos

    que ya no recuerdo cundo nac.Y yo, abuelo, cuntos aos he vivido?

    10

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    11/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    El viejo se ech a rer y la retcula de arrugas alrededor de los ojos se hizoan ms densa.

    Cuntos aos quieres haber vivido, t? Slo eres un nio, un chiquillo!Habrs vivido diez, once aos. Qu importa cuntos? Se nace, se es nio, luego

    joven, y finalmente viejo como yo y despus, si Dios quiere, llega la muerte, sies que no llega antes, como le pas a tu padre.El abuelo se llev el vaso a la boca y bebi un largo sorbo de t, como

    tragando algn recuerdo amargo.Kualid estaba a punto de preguntarle si tambin un da l tendra una

    barba de humo, pero desde fuera les llegaban en ese momento las voces lejanasde los muecines, que se encontraban, se perdan y despus volvan aencontrarse, entrelazndose como las arrugas del abuelo.

    Es la hora de la oracin de la maana, Kualid, no debemos olvidarnos del

    Seor misericordioso, estamos en sus manos.El abuelo desenroll una pequea alfombra rojiza con flecos, tan rada queya no se distinguan los motivos ornamentales con la que fue tejida. Se arrodilly se puso a rezar. Levantaba y bajaba el torso y los brazos, de cara al murosobre el que haba colgado un cuadrito con un papel recortado que, encaracteres rabes, reproduca un versculo del Corn. El cuadrito indicaba ladireccin de la Meca y, al menos en el recuerdo de Kualid, siempre haba estadoall. Quizs pens Kualid es ms viejo que el abuelo.

    Rezando, el abuelo siseaba algo con los labios entrecerrados, pero tandespacio que slo un ligero movimiento de los pelos de la barba indicaba queestaba hablando. Kualid, que se haba arrodillado a su lado y rezaba repitiendolos gestos, empez a imitar tambin el siseo; slo el sonido, porque noconsegua distinguir las palabras. Ser una antigua plegaria particularmenteagradecida a Dios, pens, mientras tocaba el suelo con la frente.

    El abuelo estaba enrollando la alfombrilla de la oracin y mam habareaparecido para beberse su t, cuando desde fuera, fuerte y rotunda como elsonido de la perdiz, irrumpi la voz de Said.

    Rata, vente afuera, tenemos que irnos. Deprisa, Rata perezosa!Kualid tena los dos incisivos superiores grandes y un poco salidos, y por

    eso Said le haba apodado con ese mote. Rata. Al principio Kualid se enfadabay, enrojeciendo como una sanda, le gritaba a Said todos los insultos queconoca. Pero despus se haba acostumbrado. Y a decir verdad, ahora, en elfondo, Kualid estaba hasta un poquito orgulloso de su sobrenombre.

    No antes de haberse despedido de mam y del abuelo, se precipit fuerapara alcanzar a su primo. Se haba puesto encima un viejo y pesado chaquetnde color indefinido. Le iba un par de tallas ms grande, las manos desaparecandentro de las mangas y los faldones le llegaban casi a los tobillos, pero iba bienpara protegerse del ltimo fro de la estacin.

    Ya era hora! lo recibi Said. Era un poco mayor que Kualid, y un vellooscuro le asomaba ya encima del labio superior. Said estaba orgulloso de ello:

    11

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    12/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    Mira le deca a menudo a Kualid, yo ya tengo bigote. Soy un hombre, noun niito como t!

    Y Kualid le responda, aludiendo a las cejas del primo, negras y pegadasentre ellas:

    Claro, solo que a ti el bigote te crece en la frente en vez de debajo de lanariz!Said se haba envuelto en una manta que tambin le cubra la cabeza. Con

    las mejillas rojas por el fro, lo esperaba apoyado en el mango de madera de unaazada, con el pie sobre el metal herrumbroso.

    Vamos, Rata, ves por tu azada, que tenemos mucho camino que hacer!le dijo en una nube de vapor.

    Said y Kualid salan de Kabul a menudo, e iban por la carretera deJalalabad. La calzada haba sido reducida a escombros y quedaban enormes

    agujeros. Una vez elegido un buen lugar, esperaban a or el ruido de un motorque se acercara y, con las azadas, se ponan a rellenar de piedras y tierra losagujeros ms grandes, esperando una propina o un pequeo regalo por partede los conductores de los camiones o de las viejas furgonetas destartaladas quede vez en cuando transitaban por aquella pista en ruinas.

    Mientras una palidez gris se filtraba por el borde de las montaasanunciando la inminencia del alba, los dos se encaminaron, cada uno con laazada en el hombro, por la senda que bajaba hacia la periferia de la ciudad. Laseguiran un poco para despus alcanzar la carretera ms grande que,remontando la montaa, llevaba a Jalalabad o, si se desviaba hacia el norte, a lalnea del frente entre los talibanes y los muyahidines del comandante Massoud.

    Donde las superficies socavadas daban paso a grandes placas de cementoresquebrajado, se encontraban las ruinas de las primeras construcciones de lacapital. Se recortaban, inestables, con formas que las destrucciones habanhecho extraas e improbables, perfiles oscuros en la sombra todava no vencidapor la luz de la maana, inmviles, como fsiles de animales prehistricos.Animales prehistricos, pero vivos y en movimiento, parecan tambin lasfiguras que empezaban a animar la ciudad. Hombres que, arropados en susmantas, jadeaban pedaleando sobre pesadas bicicletas chinas, escupiendo

    nubecitas de vapor a cada respiracin. A ratos cruzndose en el recorrido, aratos agrupndose, fueron formando un trfico an raro y silencioso.

    En el aire oscuro los ltimos montoncitos de nieve sucia del invierno seasomaban a los lados de la calle, interrumpiendo la monotona de los cmulosde escombros.

    Agujereamos uno? le dijo Said a Kualid rindose, y seal unamontaita de nieve helada un poco ms grande que las otras.

    Claro! As caminaremos ms ligeros!Apoyaron las azadas en una pared y se colocaron frente al muro de nieve.

    Los chorros calientes y humeantes de su orina agujerearon la nieve tindola deun amarillo transparente y hacindola chisporrotear. Said y Kualid se miraron

    12

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    13/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    con complicidad, rindose. Estaban todava medio agachados, intentandorecomponerse los pantalones, cuando un ruido llam su atencin. Era uncrujido continuo e intermitente, que se acercaba cada vez ms.

    Eh, Kharachi, ya ests por aqu? dijo Said volvindose hacia el viejo

    que se haba acercado a ellos, y nivelando la mirada a la misma altura que la delotro, porque el hombre no tena piernas y deambulaba con el torso apoyado enun pequeo carrito de madera con cuatro ruedas chirriantes.

    Y vosotros? respondi el viejo. Siempre listos para meteros enproblemas, verdad?

    Inmediatamente seguido por Kualid, Said se enderez. Ahora miraba alviejo desde arriba, se ajust los calzones para darse importancia.

    Qu problemas? Nosotros vamos a trabajar y con un gesto unpoquito teatral seal las azadas apoyadas en la pared, no a disfrutar del da

    entero como t!El verdadero nombre del viejo era Mohammud, kharachi eran los carritosdel mercado, pero desde el momento en que Mohammud se vio obligado aayudarse de un carrito, Kharachi se haba convertido tambin en el nombre conque lo llamaban todos desde que haba llegado a Kabul por el norte, desde lazona de Kapisa. Se saba que, en el tiempo de la guerra contra los rusos, uncohete disparado desde un helicptero haba alcanzado su casa y matado a todasu familia, y que l haba perdido las piernas. Nadie saba cmo habaconseguido llegar a Kabul, si se haba arrastrado hasta all con su carrito o si lohaba trado alguien. De todos modos, en aquella parte de la ciudad, todos loconocan un poco, porque el viejo del carrito pareca no detenerse nunca,siempre estaba en movimiento por las calles del barrio. Si el chirriar de lasruedas se perda de da entre el ruido del trfico y los gritos de la gente, eraperfectamente audible en el silencio de la noche. Kualid, a menudo, sepreguntaba si Kharachi dorma alguna vez, si lograba tumbar aquel torso o sisencillamente cerraba los ojos sobre su carrito de madera y segua moviendo losbrazos para empujarse. El viejo subsista de las limosnas y no se saba dndeviva, probablemente en cualquier agujero excavado entre los escombros de unode tantos edificios destruidos.

    Y t, chiquillo? Esta vez el viejo se volvi hacia Kualid. Tambin tvas a trabajar? Con esa azada que es ms grande que t? Seguro que puedescon ella?

    Kualid sinti que le estaba tomando el pelo, en parte porque Said se habaechado a rer al or las palabras del viejo. Le habra contestado mal, le habradicho algo que lo ofendiera. Y no fue la compasin lo que lo refren, sino elsentido del respeto hacia los ancianos que le haban inculcado. Mir a Kharachi,su cara repleta de pequeas arrugas, como si en vez de envejecer, sencillamentese hubiera marchitado, con aquel turbante gris de largas espiras que se envolva

    sobre la cabeza, excesivamente grande en consonancia con la cara.Quiz pens Kualid se pone un turbante tan grande para parecer ms

    13

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    14/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    alto, y se esforz en sonrer, asintiendo con la cabeza.Said se hurg en un bolsillo, extrajo una moneda e, inclinndose, se la

    tendi al viejo:Ten, Kharachi, y que Dios sea contigo! dijo.

    Kualid se qued aturdido. Ya era increble que Said tuviera una moneda,pero que la regalara era algo verdaderamente extraordinario. Mir a su primocon expresin interrogativa y el otro le respondi encogiendo los hombros, conuna mirada de ostentosa indiferencia que desanim cualquier pregunta.

    Gracias, chicos, y que la paz sea con vosotros dijo el viejo haciendodesaparecer la moneda en algn bolsillo escondido bajo la manta que le cubrael torso. Despus se alej en la misma direccin por la que haba llegado.

    An haba suficiente silencio para or, ms all del chirrido de las ruedas, elrepiqueteo seco y rtmico de los guijarros que el viejo empuaba y con los que

    se empujaba golpeando el adoquinado, con un movimiento continuo ysincronizado de los brazos, como si remara sobre el asfalto.La fila de ruinas que llenaba la calle mostraba de vez en cuando seales de

    la gente que segua poblndola. Palos de madera que sujetaban una marquesinade chapa que se apoyaba sobre una pared de barro seco, que se mantena en pieentre una catarata de escombros. Cortinas de tela de saco y de plstico en lasventanas de alguna habitacin que, quin sabe cmo, haba resistido alderrumbamiento de la vivienda. Mientras el cielo se iba aclarando cada vezms, conservando sin embargo obstinadamente la misma tonalidad de gris, deaquel paisaje en ruinas empezaron a emerger figuras humanas. Movimientossilenciosos que parecan ralentizados por la inmovilidad de las formas irrealesde las estructuras devastadas.

    Lo que quedaba de un palacio, ms alto y ms moderno que lasconstrucciones de fango, se recortaba como un amasijo de piedras, ladrillos ypinculos bajos. El esqueleto de cemento armado se mantena en pie pero lasestructuras internas parecan haberse debilitado y cado unas sobre las otras.Superficies lisas de linleo se haban tumbado hacia abajo tapando a otras,enormes jirones de cal parecan haber adquirido la consistencia de un tejidomojado, como si el edificio, en lugar de derrumbarse, sencillamente se hubiera

    desinflado. La nieve que se haba infiltrado, congelndose entre las fisuras y losintersticios formados por las ruinas, pareca cimentarlo, impidiendo ladefinitiva cada de todo.

    Ms adelante empezaba una larga fila de grandes contenedoresherrumbrosos. Suplan a las tiendas, y a menudo tambin a las viviendas.Algunos estaban abiertos y mostraban su mercanca: viejas cubiertas deneumticos, retales de tejido, recipientes de plstico, garrafas de gasolina opetrleo, montones de prendas usadas...

    Un poco distanciado de la fila, sobre un cerro aislado de tierra y grava, se

    divisaba otro contenedor: el metal oxidado se abra en ms puntos, desgarronesgrandes y pequeos enmarcados por jirones abruptos de chapa que se

    14

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    15/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    proyectaban hacia el exterior. Toda la estructura tena una forma ligeramentecombada, como si hubiera sido hinchada desde el interior. Said se lo seal aKualid.

    Sabes por qu estall? le pregunt. Kualid lo saba perfectamente,

    pero tambin saba cunto le gustaba a su primo explicar historias espantosas.As que se limit a replicarle con una mirada interrogativa.Said sigui hablando casi con mpetu, la expresin seria que asumi no

    lograba celar la satisfaccin que le proporcionaba explicar el cuento.En contenedores como aquel dijo tambin eran encerrados por los

    muyahidines quince, veinte prisioneros, soldados del presidente quienes sehaba aliado con los rusos. Los encerraban all dentro y luego, por una abertura,echaban al interior granadas y bombas de mano... Bum! Bum! Saltaba todo,hombres y hierro. Te imaginas, Kualid, qu carnicera? Brazos, piernas, trozos

    de tripas, todo mezclado y quemado como un kebab.Kualid realmente se esforzaba en imaginrselo, un enorme kebab humeantede carne, quin sabe si conseguira soarlo durante la siguiente noche, astendra un sueo que contarle a Said. Quin sabe.

    Ya haban alcanzado a los confines de la ciudad. Dos grandes bloques decemento estaban colocados, a poca distancia, en el medio del carril para obligara ralentizar a cualquiera que llegara. Despus de los bloques, rodeados porrollos de alambre de pas en los que el viento enredaba trozos de trapos ypapel, y de una pared de sacos de arena amontonados, surga una garita detablones de madera. Era uno de los puntos de control de los talibanes.

    A pesar de que ya era casi de da, en el dosel todava brillaba la luz rojizade una lmpara de petrleo. Sali un soldado, arropado por una pesada mantabajo la que, vuelto hacia abajo, asomaba el can bruido de un kalaschnikov.

    Podemos pasar? le grit Said.El soldado tena los ojos enrojecidos por el sueo. Se limit a hacer una

    sea perezosa con la mano y volvi a retirarse a su garita.La pesada ametralladora apostada sobre el trpode, en un nido de sacos

    terreros, pareca abandonada. Solo el metal oscuro y brillante de aceite hacaintuir su mortal eficacia. Un ligero viento mova dos espesos mechones de

    cintas brillantes colgadas del can del arma como un trofeo, produciendo unleve crujido. Parecan cabelleras, pero eran cintas de audio y de videocasete. Aveces, en los puestos de control talibanes tambin podan verse viejos aparatostelevisivos ahorcados con cuerdas. Cabelleras y cuerdas servan para recordarque msica e imgenes eran instrumentos del demonio, y escucharla o mirarlasera una blasfemia imperdonable.

    Sin embargo dijo Kualid sonriendo y llevndose una mano a la oreja,se oye de todos modos.

    Qu es lo que se oye? pregunt Said.

    Cmo que qu? Pues la msica, la msica aprisionada dentro deaquellas tiras de plstico. Escucha, no la oyes? Sale justo de all. Kualid

    15

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    16/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    seal las cabelleras de cinta colgadas de la ametralladora.Said le dio un ligero empujn.De verdad, Rata, que llegas a ser tonto. No sale ninguna msica de las

    cintas, slo es el viento que las hace crujir.

    De todos modos se obstin Kualid, hay msica encerrada en aquellascintas, y en algunas hasta hay figuras. Me lo ha dicho el abuelo, l la ha odo ytambin ha visto las figuras y me ha contado que se mueven como si estuvieranvivas. Pero cmo hacen para salir de las cintas? T lo sabes, Said?

    El primo no perdi la ocasin para darse un poco de importancia.Claro que lo s, chiquillo. Las cintas tienen que estar bien enrolladas y

    metidas en latas de plstico. Luego, esas latas se meten dentro de las mquinasque sacan fuera la msica, y si se meten en esas cajas grandes con un cristaldelante tambin sacan fuera las figuras. Pero es pecado, y nunca hay que

    hacerlo. Y adems, dnde vas a encontrar las maquinitas y las cajas con elcristal delante? concluy Said.Kualid mir a su alrededor. De repente, con un movimiento rpido, antes

    de que Said tuviera tiempo de decir nada ms, dej la azada en el suelo ysuper de un salto el muro de sacos de arena. Alcanz la ametralladora yalzndose hasta el can, arranc un mechn de cintas colgado y lo hizodesaparecer enseguida en un bolsillo del chaquetn.

    Luego volvi al lado de Said y recogi su azada como si nada hubieraocurrido.

    Pero ests loco? le increp Said. Si los soldados te hubieran vistonos habran dado una paliza, quizs hasta nos habran metido en la crcel.Marchmonos de aqu enseguida, ahora que podemos. Y apresur el paso,casi hasta la carrera. Kualid lo segua a poca distancia, pero le costaba mantenerel ritmo. Caminaron rpido y en silencio, agarrados a sus azadas. Los jadeos setransformaron en nubecillas de vapor que se sucedan rpidas antes dedesaparecer en el aire.

    El suelo de la calle estaba de nuevo levantado. Piedras, tierra batida y montones

    de nieve congelada y polvorienta al borde de la calzada, donde se levantabanlas rocas desnudas de la montaa. Ya haba dejado atrs Kabul. El da plenoinundaba la ciudad, all abajo, y cruel enseaba todas sus heridas. Se entreveaen lontananza la estructura imponente y arrogante del palacio real, descarnada,con sus cpulas reducidas a un esqueleto de torres de hierro. Los reflectoresque, nicas luces siempre encendidas en la noche, iluminaban el oscurocomplejo de la crcel de Pul-i-charky, se apagaron simultneamente, vencidospor la luz del da.

    Said se detuvo y se apoy en el mango de la azada, Kualid lo alcanz

    saboreando el breve descanso. Ninguno haba dicho una palabra desde haca almenos una hora, pero, como si acabara de interrumpir el discurso, Said dijo:

    16

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    17/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    ... y adems, Rata, para qu quieres un manojo de cintas?Kualid no respondi y, aunque se senta cansado, empez a caminar de

    nuevo dejando a su primo atrs. No poda decirle que aquella noche, altumbarse para dormir, se pondra la cinta debajo de la cabeza como si fuera una

    almohada. Y entonces quiz la msica y las figuras saldran, para entrardespus en su cabeza y transformarse en coloridos sueos. No poda decrselo aSaid, porque seguro que se burlara de l a gusto. Pero probar no costaba nada.

    Ahora caminaban de nuevo uno al lado del otro, en silencio, y el cansanciopor la subida les cortaba el aliento.

    Bordeaban el lado rocoso de la montaa. Al otro lado de las empinadascurvas que se sucedan una tras otra, estaban delimitados por pendientes que aratos caan verticales, a ratos se ladeaban hasta llegar a las explanadas de abajo,donde algunos campesinos atrevidos o desgraciados arrebataban un pedazo de

    tierra que cultivar a las minas que infestaban toda el rea. Abandonada a loslados de la calzada, de vez en cuando apareca la carcasa retorcida de algnviejo carro blindado ruso; el orn que lo corroa, alterando forma y color,permita que se disolviera con el paisaje, como si formara parte de l desdesiempre.

    Pasaron junto a un gran dromedario. Un trozo de cuerda deshilachada lecolgaba del cuello. Los prpados, de pestaas largusimas, estaban casicerrados. Se chupaba el prominente labio inferior como subrayando su atvicaindiferencia ante todos y ante todo.

    Tras pasar una curva cerrada de la carretera, Said se detuvo.Mira all abajo! le dijo a Kualid con tono excitado, sealando un punto

    del declive menos empinado. Es un camin. Un camin que ha volcado! Lacabina y el remolque destacaban entre el blanco sucio de las placas de nieve y elgris de las piedras que se haban desprendido de las paredes de la montaa.Estaba todo pintado con bonitos dibujos elaborados, de colores vivsimos.Estaba volcado sobre un lado, como si se hubiera dormido, esparciendo la cargapor todo su alrededor. Debe de ser un camin paquistan continu Said.El remolque est lleno de sacos, puede que sea harina. Venga, corramos averlo!

    Kualid estaba perplejo.Y si an queda alguien dentro?Pero quin quieres que haya? Seguro que el conductor se ha ido a

    buscar ayuda dijo Said.Kualid no estaba convencido.Si cogemos algo es robar, es pecado grave. Si nos pillan pueden

    cortarnos una mano como castigo!Esto no es robar, los sacos estn abandonados insisti Said, estn por

    el suelo, no lo ves? Es como recoger la fruta de un rbol silvestre, no es robar!

    El camin haba cado a una veintena de metros desde el arcn de lacarretera hacia abajo. Kualid y Said lo observaron desde lo alto.

    17

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    18/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    Y adems retom Kualid, es peligroso dejar la carretera para llegarhasta all, ya sabes que hay minas escondidas bajo el suelo. Y si pisamos una?

    Mira dijo Said, cada vez ms excitado, hay huellas en las placas denieve, deben de ser del conductor que se ha ido. Basta meter los pies en ellas y

    si l no ha saltado por los aires tampoco nosotros volaremos.Clav la azada en un montoncito de grava y, sin aadir ms, casi se lanz ala carrera por la pendiente. Kualid lo mir saltar de una piedra a otra y despusalargar las piernas para meter los pies en las huellas que se distinguan sobre lanieve. Los bordes de la manta que le envolva el cuerpo saltaban arriba y abajo,pareca un murcilago enloquecido. Por fin alcanz uno de los sacos y se subiencima como un cazador que posa con su presa. Despus se sac una navajita, ycomo el cazador dispuesto a desollar al animal, se agach para desgarrar la teladel saco. Meti las manos por el corte y las sac llenas de polvo blanco. Lo lanz

    al aire y enseguida se form una nubecilla clara que se mezcl, antes de caer alsuelo, con la del vapor de su aliento.Es harina! gritaba entusiasmado. Kualid, es harina! Es un regalo de

    Al! Ven, Rata, corre! Agitaba los brazos invitando a su primo a reunirse conl.

    Pero Kualid no lograba moverse del arcn de la carretera. Intentabaordenrselo a sus piernas, pero no le obedecan, como si los pies hubieranechado races en aquel terreno pedregoso. Para darse coraje pensaba en locontentos que estaran el abuelo y su madre si volviera a casa con la harina.Pero en su imaginacin la sonrisa del abuelo se superpona a la expresinenojada de cuando le reprochaba que deba estar atento a las minas: Son comolas vboras del desierto, escondidas, camufladas, pero listas para morderte derepente!. Ahora era como si sintiera dentro el veneno de la vbora, y estuvierainmovilizado.

    Said se cans pronto de agitar los brazos y de llamar a Kualid. Se quit lamanta de los hombros, la extendi en el suelo y con decisin empez a llenarlade los puados de harina que extraa del saco, demasiado pesado para podertransportarlo.

    Kualid se acurruc, apretando las manos alrededor del mango de madera

    de la azada, y se qued all, mirando al vaco.Cargando su manta, anudada a modo de hatillo y llena de harina, Said

    remont la ladera. Un poco por el peso, un poco porque ya haba gastado en laida la confianza en s mismo y la energa, se mova ms lentamente, prestandoms atencin a sus pisadas. Kualid lo vio acercarse y se qued inmvil. Sentavergenza por no haber tenido la valenta de seguir a su primo en aquellapequea, afortunada, aventura. Seguro que ahora Said se burlaba de l por sucobarda. Not que se estaba ruborizando y baj la cabeza por temor a que elotro pudiera notarlo. Por esa razn, cuando estuvo a su lado, no vio que la cara

    de Said tambin estaba encarnada, debido al esfuerzo y a la excitacin.Entonces, Rata, tienes intencin de quedarte ah acurrucado todo el da?

    18

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    19/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    le dijo Said. Venga, levntate, vamos!Vale respondi Kualid. Se esperaba el primer golpe de un momento a

    otro y lo miraba de soslayo, con una sombra de desconfianza. Pero Said selimit a recoger la azada, a echarse el hatillo al hombro y a retomar el camino.

    Pareca ms delgado, ahora que ya no iba envuelto en la manta. Kualid notque el labio inferior de Said era presa de un ligero temblor. Tienes fro? lepregunt, tambin para romper el silencio.

    Un poco respondi Said, pero si me muevo me caliento.Caminaron an durante un buen rato, escuchando solo el ritmo jadeante de

    sus propias respiraciones.Aqu. Este me parece un buen sitio dijo Said cuando se encontraron a

    la salida de una amplia curva de la carretera. Aqu continu los camionesllegan lentos a la curva, y los conductores tienen todo el tiempo para verte y, si

    Dios quiere, para pararse. Cuando oigas que llega uno ponte a rellenar aquellosagujeros de all. Y, con un movimiento del mentn, seal a Kualid dos o tressocavones profundos en la calzada.

    Por qu? adnde vas t? le pregunt Kualid, un poco alarmado.Yo voyun poco ms adelante, es intil estar los dos en el mismo sitio. Si

    a ti no te dan nada, puede que s me lo den a m despus. De todos modos, dequ te preocupas? T eres el primero y si te dan algo es seguro que a m no medan nada. Adems aadi yo ya me he ganado este bonito saco de harina.Y le dio una palmada orgullosa al hatillo que llevaba al hombro.

    Kualid apoy la espalda en la pared de roca y vio a Said alejarse por lacalzada hacia arriba, con los odos ya listos para detectar el primer ruido de unmotor lejano.

    No los vio llegar. Eran tres chicos, tambin iban armados con azadas, deban dehaber salido de detrs de la curva. Kualid se los encontr delante como porensalmo, y por un reflejo inesperado y espontneo aplast an ms la espaldacontra la roca.

    Qu haces aqu, mocoso? Este sitio es nuestro! le dijo con tono

    amenazador el mayor de los tres, que tena toda la pinta de ser el jefe.Acompa las palabras con un empujn con la mano abierta contra el pecho deKualid, que lo lanz de espaldas hacia la pared de roca de la que apenasacababa de separarse. Pero, por aquel da, Kualid ya se haba sentido bastantecobarde por no haber seguido a Said a por la harina. Reaccion de golpe. Dejcaer la azada al suelo y se lanz encima del chico, agarrndose a su casaca. Enun instante los dos se revolcaban entre las piedras y la tierra batida. Los demscomponentes del grupo parecan desorientados por la rpida reaccin deKualid y se limitaron a apartarse un poco para dejarles espacio a los dos que se

    peleaban. Su adversario era decididamente ms grande y ms fuerte. Kualid seagarraba a l con todas sus fuerzas y mientras el otro lograba inmovilizarle los

    19

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    20/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    brazos en un abrazo sin escapatoria, l intentaba apretarlo con las piernas.Hasta lleg a morderlo en un antebrazo, cerrando la mandbula todo lo quepudo, para que el dolor del mordisco llegara al msculo del otro, superando laresistencia del espeso tejido de la manga. A pesar de ello, bien pronto se

    encontr con la espalda contra el suelo y con las rodillas del chico clavadas en labarriga. Se le haba subido encima y lo estaba sacudiendo, agarrndolo por elcuello del chaquetn y golpendole la cabeza sobre el suelo duro. Kualid, desdeabajo, vea su cara enrojecida y sudada, la respiracin agitada que sala como elruido de un estertor por unas narices dilatadas por la rabia. Y le pareca queaquella cara se agrandaba y se achicaba al ritmo de los violentos bandazos queel chico segua encajndole.

    Aplstale la cabeza! Mtalo!Los otros dos de la banda, que hasta ahora se haban quedado aparte,

    incitaban ahora a su compaero, excitados por el resultado de la pelea. Y prontopasaron de las palabras y de los gritos a los hechos. Kualid advirti lasrepentinas punzadas de dolor por las patadas que le daban en los costados.Ahora eran tres las caras enrojecidas que lo miraban. Pero una desapareci derepente, una fraccin de segundo despus del ruido seco de la pedrada quehaba golpeado al agresor en la cabeza, abatindolo. Kualid logr a duras penasvolver la cabeza hacia la direccin de la que le pareci que haba llegado el tiroy vio a Said que ahora corra hacia l. Gritaba. Un grito sin palabras, continuo yviolento; rabia en estado puro.

    Haba dejado caer el hatillo de harina en la calzada y se acercaba cada vezms rpidamente, blandiendo la azada como si fuera una lanza. El chicoabatido por la piedra se levant pasndose los dedos por la sien herida, y trasun momento de indecisin se dio a la fuga. Quizs asustado por aquel gritosalvaje, su compaero lo sigui precipitadamente. Said embisti al que anestaba encima de Kualid, arrollndolo literalmente, con un mpetu que,liberando a su primo, arroj al otro al suelo. Tambin cay Said, arrastrado porsu misma carrera, pero intent igualmente aferrar a su adversario por lostobillos, mientras este trataba de escapar levantndose con movimientosconvulsos. Pataleando, el chico logr liberarse y ech a correr hacia el recodo

    por el que haba llegado. Said mantuvo aquel grito, como si lo hubieracontenido durante demasiado tiempo y ahora que lo haba liberado noconsiguiera detenerlo, y empez a lanzarle piedras al que se alejaba corriendo,sin alcanzarlo, porque esta vez eran tiros improvisados e imprecisos, queservan sobre todo para desatar la ira que an lo encenda. Slo se detuvocuando el otro desapareci tras la curva.

    Todava apretando en la mano la ltima piedra que haba cogido, el grito setransform en un jadeo fuerte e irregular. Dndole la espalda a Kualid, siguimirando hacia el punto por donde haba desaparecido el chico, como si aquel

    pudiera reaparecer de un momento a otro.Eh, Said! lo llam Kualid, que ahora estaba sentado apoyando un

    20

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    21/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    brazo en el suelo y con el otro a la altura del rostro, dedicndose a limpiar lasangre que le goteaba de la nariz. Said se volvi con los ojos todava perdidos,lejanos, como si aquella llamada hubiera llegado de un lugar demasiado lejano. Said! insisti Kualid. El otro pareci recobrarse, y por fin su mirada se

    centr en su primo.Kualid le sonri, con la cara an sucia de sangre.Se han escapado ms rpido que un caballo, les hemos metido el miedo

    dentro, eh, Said? Y la sonrisa se abri en una risotada. Tambin Said se echa rer, el apretado puo se afloj y dej caer al suelo la piedra que contena.Kualid se puso de pie y, sin dejar de rer, apoy una mano en el hombro de suprimo, que hizo otro tanto. Se quedaron all, apoyados el uno en el otro, comopara resistir a la tempestad de carcajadas que emerga de su interior.

    Un repentino estruendo llen el aire. Kualid y Said apenas tuvieron tiempo delevantar los ojos hacia el cielo cuando ya los perfiles de los dos viejos Migsoviticos que, volando a baja altura, se dirigan al norte, hacia el frente, sehaban reducido a dos puntos oscuros. Desaparecieron en la lejana, en el lmiteentre las crestas de las montaas y las nubes grises del fondo. El ruidoatronador de los aviones tap aquel ms sordo del camin. Los dos chicos lovieron cuando ya se les acercaba. Era un camin grande, con el remolquecubierto por una tela encerada; las ruedas dobles hacan saltar las piedras delsuelo y del tubo de escape sala un humo denso y negro. La respiracin delmotor bajo el esfuerzo.

    La harina! grit Said en el mismo instante en que su mirada se puso abuscar el punto de la carretera en que haba abandonado su hatillo. Kualid lovio lanzarse a perseguir al camin con los brazos extendidos, como si quisieraagarrarse al humo negro que a ratos lo envolva, y ech a correr tras l. Cuandoalcanz a su primo, el camin ya estaba lejos y la manta se haba fundidoprcticamente con la tierra y las piedras; la harina se haba salido y estabaesparcida por todo su alrededor, mezclndose con la mugre del suelo y lahumedad dejada por las gomas mojadas por la nieve, que imprimieron sus

    huellas en la masa.Said estaba cabizbajo, agachado cerca de lo que ahora pareca la carroa de

    algn animal, sus hombros se sacudan con breves espasmos. Por un instante,Kualid pens que estaba llorando, pero despus se dio cuenta de que aquellosespasmos eran solo la respiracin jadeante por la atolondrada carrera. Kualidestaba de pie, a dos pasos de su primo, y no lograba encontrar las palabras parahablarle. Fue Said quien rompi el silencio de lo que ya empezaba a parecer unapequea ceremonia fnebre. Recogi la manta, ya reducida a un trapo, lasacudi para limpiarla un poco y dijo:

    Vamos a recuperar las azadas.Se encamin el primero, sin volverse a mirar la mancha de harina y

    21

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    22/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    suciedad que quedaba en la tierra.Sin decrselo, decidieron no separarse ms y se instalaron pasada la curva,

    a esperar la llegada de algn vehculo, juntos. Sin siquiera un comentario sobrela harina perdida, Said se envolvi bien en la sucia manta. Agachado en el

    borde de la carretera, Kualid engaaba al tiempo lanzando piedrecitas al otrolado.Sabes, Rata dijo Said en un momento dado, como si continuara un

    discurso que sin embargo haba empezado slo en sus pensamientos, mipadre ha ido a hablar con el mul. Quiere que me acepten en la escuelacornica. Dice que all te dan de comer todos los das, y para nosotros sera unabuena ayuda, porque mis hermanitos y mis hermanitas son pequeos y notraen nada a casa.

    Pero a ti te gustara? le pregunt Kualid. No hubo tiempo para una

    respuesta, porque de detrs de la curva lleg el ruido del motor de un camin.Cogieron las azadas y se pusieron a recoger tierra y piedras y a echarlas en ungran hoyo de la calzada. Trabajaron con mucho empeo, como si no hubieranhecho otra cosa en todo el da. El morro verde oscuro de un gran caminapareci en la curva. Said y Kualid lo oyeron acercarse, sin volverse a mirarlopara no interrumpir el trabajo pero atentos al ruido del motor, esperando or elcambio de marchas que anunciara la intencin de pararse del conductor.

    Tuvieron que apartarse de un salto, porque el camin les pas por delantesin siquiera disminuir la marcha. El remolque, abierto, iba cargado de soldadostalibanes. Apiados unos junto a otros, ocupaban hasta el ltimo centmetro deespacio. Podan parecer una masa informe, envueltos en mantas y en turbantes,una masa de la que brotaban los caones brillantes de los kalaschnikov. Said yKualid los vieron pasar, buscndoles la mirada, ninguna de las cuales apunten su direccin. Parecan ausentes, no expresaban ninguna agresividad oexaltacin, sino solo la pasiva espera de llegar a quin sabe qu destino.

    Seguro que se desvan hacia el norte dijo Said mientras el camin sealejaba. Van al frente.

    Apoyaron las azadas y se colocaron de nuevo al borde de la calzada, a laespera de otro camin, que esta vez se par. Era un viejsimo furgn

    Volkswagen. Donde la herrumbre an no lo haba corrodo, mostraba en loslados las huellas de dibujos pintados: flores, corazones rojos e inscripciones encaracteres ilegibles para Said y Kualid. Era uno de los muchos trastosabandonados por los hippies venidos de Occidente, muchos aos antes, cuandoen Afganistn no haba guerras y el pas era meta de caravanas de turistasaventurados en busca de paisajes exticos y buena materia prima para fumar.Pero eso seguro que los dos primos no podan saberlo. El que se sentaba al ladodel chfer baj la ventanilla sonriendo, mientras que el conductor se gir parahurgar en una bolsa que tena en el asiento trasero.

    Ya veris cmo mi amigo encuentra algo para vosotros dijo el tipo dela ventanilla. Despus le dio a Kualid la bolsita que le haba pasado el otro.

    22

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    23/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    Tomad, comed a nuestra salud y que la paz sea con vosotros.Gracias, y que la paz sea con vosotros! respondieron Said y Kualid

    casi a coro. La furgoneta arranc petardeando.Has visto qu alegres estaban? le dijo Kualid a Said. Eso es que van

    a una boda!Seguro replic Said. Y llevan como regalo cosas para comer. El sacoen el que hurgaba el conductor deba de estar lleno. Venga, Rata, miremos qunos han dado.

    Kualid abri la bolsita de plstico y empez a sacar el contenido,pasndoselo al primo y enumerndolo, como si, nombrndolas una por una, lascosas que sacaba aumentaran de valor: Seis panes, dtiles secos y... mira,tambin dos trozos de carne!.

    Commonos un pan ahora mismo dijo Said, el resto nos lo dividimos

    y esta tarde lo llevamos a casa. A mis hermanitos les encantan los dtiles. Said cogi uno de los panes y lo parti por la mitad, dndole una parte aKualid. Eran panes planos como tortitas, blandos, de consistencia un pocogomosa y de forma oblonga. Los dos empezaron a comer a pequeosmordiscos, masticando cada pedacito con calma, para hacer durar lo msposible aquel sabor ligeramente cido. Coman y se miraban, con ojos alegres ycmplices, como comunicndose el uno al otro el placer que estabanexperimentando, hacindolo as an ms intenso.

    Cuando los dos primos, de vuelta a Kabul, se despidieron, ya caa la tarde ylas nubes grises parecan absorber el color de los ltimos reflejos de un solinvisible. Pronto los muecines llamaran a la oracin, luego la ciudad seapagara en una de sus infinitas noches de toque de queda. Kualid se apresur aenfilar el camino que lo llevaba a su casa, en la parte alta de la ciudad, a mediacolina, a los pies de la ladera de la montaa. Se senta satisfecho, y tambin unpoco orgulloso del botn del da; adems de la comida, l y Said tambin habanlogrado alguna moneda, y no vea la hora de entregrselo todo al abuelo y a sumadre.

    Entonces, muchacho, t y tu amigo habis trabajado duro? La vozprovena de detrs de su espalda, desde abajo. Lo haba sobresaltado,

    distrayndolo de sus pensamientos de satisfaccin. Se volvi de golpe y,bajando la mirada, vio al viejo Kharachi, aparecido quin sabe de dnde con sucarrito. Y bien? continu el viejo mirndolo de abajo arriba. Habissacado provecho?

    Quiz para emular la generosidad demostrada por su primo aquellamaana, quiz por el orgullo que le proporcionaban los buenos resultados delda, pero sin decir una palabra, Kualid meti la mano en la bolsita, sac uno delos panes y se inclin para drselo al viejo.

    Gracias, chico, que la paz sea contigo le dijo Kharachi antes de

    reanudar su incesante peregrinaje.Haba hecho aquel gesto sin siquiera pararse a pensar. Pero ahora, mientras

    23

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    24/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    suba por el camino, le daba vueltas a ello.Le he quitado un pan de la boca a mi abuelo y a mi madre pens, y

    por qu? Para drselo a ese viejo mendigo! Al menos podra haberle dado slola mitad, que a l ya le habra parecido suficiente. Pero el abuelo siempre me

    dice la caridad que se da, Dios te la devuelve doblada, y entonces quizs hehecho bien. Pero... y si se lo cuento y despus se enfada y me llama lelo?En el ltimo tramo de la cuesta, Kualid puso trmino a sus elucubraciones.No le dir nada al abuelo resolvi, y ser Dios quien decida si he

    sido caritativo o inconsciente.Cuando vio la figura de su madre cubierta por el burka,agachada delante

    de la puerta de casa y absorta en el cuidado de un pequeo fuego de ramitassecas, ech a correr hacia ella.

    Mam, mam! Mira lo que traigo! grit dejando caer la azada y

    sacando la bolsita de plstico para ensersela. La madre se levant.Ven a casa, Kualid le dijo cuando la hubo alcanzado.Su delgada mano de largos dedos sali de los pliegues del tejido del burka y

    se apoy en un hombro del chico. l la notaba viva y ligera, como si en suhombro se hubiera posado un pajarillo, y aquel contacto, que siempre le dabasensacin de paz, calm su excitacin. Se dej conducir al interior de la casa, yaenvuelta en la penumbra.

    Mira, mam, tambin hay un trozo de carne!Kualid abri la bolsita y se la tendi a su madre. La mujer se liber el

    rostro, levantndose el velo sobre la cabeza. Cogi la bolsita y se la llev a laotra habitacin. Tampoco esta vez haba sonredo, pero Kualid ley en sus ojosuna sosegada satisfaccin que lo hizo sentir importante, feliz. El abuelo, encambio, aquella misma tarde, despus de comer, expres su complacenciapasndole una mano sobre la cabeza, despeinndolo.

    Qu valiente es nuestro hombrecito! dijo. Maana vendrs conmigoa la ciudad, porque estoy cerrando un pequeo negocio con un comerciantepaquistan. He ahorrado un poco y con eso le comprar una partida de ropausada que luego venderemos en el bazar. As, si Dios quiere, podremos sacaralgo de beneficio. Me ayudars a cargar la mercanca en el carro y a empujarlo

    hasta aqu.Al or hablar de ahorros, Kualid se acord de las monedas que haba

    ganado. Enseguida se hurg en los bolsillos del chaquetn, y as se encontr conlos dedos enredados en el mechn de cintas que aquella maana habaarrancado del can de la ametralladora, y en el que no haba pensado ms.Consigui desenredar los dedos y sacar las monedas.

    Mira, abuelo, con esto podremos comprarle ms ropa al paquistan ledijo al viejo ofrecindoselas.

    Su madre se haba retirado a la otra habitacin. El abuelo, tendido sobre la

    esterilla, ya haba empezado a roncar. Tambin Kualid se notaba los prpadospesados por el sueo: haba sido un da largo. Al lado de su jergn, sac del

    24

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    25/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    chaquetn el mechn de cintas, reducindolo a una bola. Lo tuvo en la mano unpoco, mirndolo. Las cintas parecan capturar la poca luz que quedaba en lahabitacin y devolverla en tenues reflejos. Quiz tambin devuelvan la msicay las figuras que tienen dentro, pens Kualid. Meti el mechn en una bufanda

    de tela y, tumbndose, se la coloc debajo de la cabeza, como si fuera unaalmohada. Cuando mova la cabeza las cintas emitan un ligero crujido, que aKualid, que tena la oreja aplastada sobre la bufanda, le pareca muy fuerte:Aqu est la msica, ya empieza a salir. Fue el ltimo pensamiento antes dehundirse en un sueo pesado.

    Cuando se despert, y se sent en su jergn, la habitacin todava estabaenvuelta en la oscuridad. Siguiendo los ronquidos constantes logr distinguir la

    silueta del abuelo, envuelto en las mantas. Pero el alba debe de estar cerca pens Kualid, la noche se est yendo. Se volvi para mirar las cintas anenvueltas en la bufanda e intent recordar si le haban regalado algn sueo. Seconcentr, entrecerrando los ojos para localizar al menos un jirn enredadoentre los prpados. Pero nada, ninguna msica, ni tampoco una imagen le venaa la mente. Said tiene razn cuando dice que soy un estpido, reflexionamargamente. No hay nada de nada en estas cintas de plstico. Y, en uninstante, la desilusin se trasform en temor. Y ahora qu hago?, pens.Estn prohibidas, y yolas he robado. Si me las encuentran causar problemasa toda la familia. Soy un idiota! Debo esconderlas!

    Evitando hacer ruido se puso los zapatos, un par de viejas botas de las quehaba perdido los cordones. Se puso el chaquetn y recogi la bufanda con lascintas. Se apret el hatillo al pecho como para protegerlo de miradasindiscretas, apart el pao de la entrada y sali afuera. Se detuvo un momentofrente a casa para mirar alrededor con aire circunspecto, pero no vio a nadie.Todas las viviendas cercanas estaban todava a oscuras, aunque la oscuridaddel cielo ya ceda el paso a la tmida luz del da y las estrellas se apagaban. Dejel camino y empez a trepar por la ladera escarpada de la montaa. Continuabamanteniendo el hatillo apretado con los dos brazos, as que de vez en cuando

    resbalaba sobre el balasto; entonces se apoyaba en una rodilla para levantarse yretomaba la cuesta.

    Jadeaba cuando decidi que ya se haba alejado de las viviendas losuficiente. Mir hacia abajo, hacia las casas, a duras penas se distinguan de lasmasas de rocas. Se agach, dej el hatillo en el suelo, y empez a cavar con lasmanos, pero la tierra helada estaba demasiado dura y con las uas sloconsegua araarla. Entonces renunci a la idea de hacer un hoyo para enterrarlas cintas: las sac de la bufanda, que se enroll al cuello, y las cubri con unapiedra. Pero le pareci que an poda entreverse alguna de aquellas malditas

    tiras, y entonces puso otra encima, y luego otra ms, hasta que las cintasdesaparecieron bajo un cmulo de piedras. Ya est pens Kualid mirndolo

    25

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    26/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    la tumba de los sueos. Ahora se senta ms ligero y se lanz barrancoabajo, corriendo con los brazos abiertos, como para volar.

    Qu tengo que hacer contigo?Su madre estaba de pie en el umbral de casa y tena las manos cerradassobre el pecho. En aquellas manos, y en el tono de voz, Kualid pudo leer todasu preocupacin, puesto que lo expresado por el rostro estaba oculto por elvelo. Se sinti invadido por una ola de vergenza y, bajando la cabeza, sloconsigui murmurar:

    Perdona, mam.En casa el abuelo estaba desenrollando la alfombra para la oracin. Se

    volvi hacia Kualid:

    Es que quieres que tu madre se muera de un susto por tu culpa?Kualid guard silencio, con la cabeza gacha, luego sinti la mano delabuelo que le arrancaba la bufanda del cuello.

    Hasta me has robado la bufanda, pequeo delincuente!De refiln, levant un poco la mirada para escudriar la expresin del

    viejo, y vio que su rostro era firme, las arrugas parecan haberse petrificado.Por qu te has ido cuando an era de noche? Y dnde has estado?Kualid continuaba en silencio, aunque saba perfectamente que el abuelo, a

    diferencia de su madre, no renunciara a una respuesta.Te he preguntado que dnde has estado! Te has quedado sordo? El

    abuelo segua hostigndolo, y entonces, siempre manteniendo la cabeza baja,Kualid levant el brazo para sealar un punto vago.

    Por all susurr.Qu quiere decir por all? Por all, dnde? insisti el abuelo.No tena sueo y me he ido a dar una vuelta por la montaa, abuelo.El bofetn le acert en plena cara. Kualid no lo haba visto llegar, y lo not

    por el sonido plano que hizo sobre su mejilla ms que por el dolor. Ms bienpareca que el dolor no quera alcanzarlo, alejado por un nuevo fogonazo devergenza. El abuelo casi nunca le pegaba.

    Sabes que nunca debes abandonar el camino de tierra. En las laderas delas montaas hay minas y proyectiles que no explotaron. Quieres morir? Oquedarte mutilado? Cuntas veces te lo he repetido? Espero que esto sirvapara recordrtelo mejor!

    El abuelo le volvi la espalda y sali de la habitacin.Kualid se qued all, inmvil. La vergenza se transform en un zumbido

    sordo, como de un enjambre de avispas, un zumbido que pareca volverse cadavez ms fuerte, que le llen los odos hasta aturdirlo. Quiz por eso no logrcaptar en la voz del abuelo la vena de angustia que lo invada.

    Entonces? Te decides a venir afuera? Vamos a coger el carrito, te hasolvidado que tenemos que ir a la ciudad? Ahora la voz del abuelo volva a ser

    26

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    27/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    la de siempre, ronca y fuerte, y Kualid se sinti alentado.El carrito se encontraba algo lejos de la casa. El abuelo haba construido una

    caseta fijando una tela de plstico a la carcasa de un viejo blindado reventado yalgunos palos clavados en el terreno.

    Venga, aydame a sacarlo!Kualid agarr un asta del carro y empez a tirar.Despacio, despacio, hombrecito dijo el viejo pasndole una mano por

    los cabellos.Las grandes ruedas del carro rebotaban en los hoyos del terreno escarpado

    que llevaba al camino de tierra. Los baches se transmitan de la madera a losmsculos de Kualid, como para desafiarlo, y entonces el chico apretaba anms fuerte la mordaza de sus manos alrededor del palo, hasta que se leentumecan los brazos.

    Te domar, bestia arisca pensaba, imaginndose ocupado en plenodesafo contra un animal mitolgico. Pero justo cuando por fin lograronalcanzar el camino de tierra, una rueda se hundi en un agujero del arcn.

    El abuelo y Kualid se detuvieron a mirar el carrito ladeado en el borde delcamino.

    El viejo haba apoyado una mano en la cadera y con la otra se alisaba labarba, pensando qu hacer.

    El chico miraba un poco al carrito y un poco al abuelo, como esperando lasolucin de uno de los dos.

    Fuerza, Kualid! dijo finalmente el viejo. T empuja la rueda que hayen el agujero y yo tiro del carro por delante. Si hacemos fuerza los dos juntosquiz podamos liberarlo, si Dios quiere.

    Kualid salt enseguida al hoyo. Meti las manos debajo de la llanta dehierro de la rueda, se apoy luego con todo el torso y, apuntalndose con lospies en el borde del agujero, comenz a empujar. Sinti el fro del metal sobre lamejilla y un gran calor por el esfuerzo en todo el resto del cuerpo. Con la vistanublada por el sudor que le caa en los ojos, vio frente a s la espalda arqueadadel abuelo. Con los brazos doblados sobre el travesao y los msculoscontrados, pareca un pjaro que no consiguiera alzar el vuelo.

    Se mueve, abuelo, se mueve! grit Kualid con el poco aliento que lequedaba. La rueda haba hecho casi medio giro y l lo haba notado en la piel.Se apoy mejor en el borde del hoyo, con ambos pies, el cuerpo prcticamenteen horizontal entre el arcn y la rueda, para impedir que resbalara. No bast,con un ruido leoso la rueda resbal hacia atrs, para volver a detenerseexactamente donde estaba antes. El abuelo y Kualid se tomaron un momento depausa, pero breve, porque estaban ansiosos por liberar el carrito.

    Intentemos empujar los dos propuso el viejo.Un gran pick-up se detuvo al otro lado del camino. Montada sobre un

    trpode, en la caja trasera haba una ametralladora pesada de la que pendacomo un festn la ristra de proyectiles de latn y cobre. Dos hombres bajaron de

    27

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    28/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    la cabina, otros dos se quedaron al lado del arma.Todos llevaban barba y turbante y uno, el chfer, llevaba un par de gafas

    oscuras. Se pusieron a mirar los esfuerzos del chico y del viejo, sin hablar, losrostros impasibles.

    Deben de ser los soldados de guardia en la antena de la cima de lamontaa, que vuelven despus de haber llegado el relevo jade el abuelo.Sigamos empujando.

    Entonces, el silencio se quebr por la risotada del de las gafas oscuras, alque enseguida hicieron eco los dems.

    Yala! dijo el hombre de las gafas oscuras, hacindoles un gesto con lamano al resto del grupo para que lo siguiera. Los dos que estaban en la partetrasera del pick-up saltaron de la caja con agilidad. Kualid y el abuelo dejaron deempujar el carro. Gafas Oscuras les estaba diciendo a ellos algo en una lengua

    que les costaba entender.Deben de ser rabes le susurr el abuelo a Kualid.Gafas Oscuras y uno de sus compaeros saltaron al hoyo, apartaron a

    Kualid y al viejo y empezaron a empujar el carro, mientras que los otros dostiraban de las astas.

    Ahh-eh, ahh-eh gritaban, para marcarse el ritmo. En pocos minutos elcarro estuvo libre.

    El abuelo se llev una mano al corazn e hizo una reverencia paraagradecrselo a Gafas Oscuras y a sus compaeros, antes de que se montarande nuevo sobre el pick-up y partieran a gran velocidad, haciendo saltar laspiedras del camino con los neumticos. El pick-up desapareci de la vista en uninstante, pero el abuelo y Kualid consiguieron divisar el brazo de Gafas Oscurasasomando por la ventanilla en un gesto de saludo. Levantaron una mano pararesponder.

    Vamos, sube al carro le dijo el viejo a Kualid, sonriendo.Pero, abuelo replic Kualid, yo quiero ayudarte a tirar de l.De verdad piensas que soy tan viejo como para no poder solo? Y

    adems, desde aqu, el camino es todo bajada. Sbete al carro, te he dicho!A Kualid no le qued ms que obedecer, aunque no a su pesar, porque la

    idea de ser paseado como a un seor no le desagradaba en absoluto. Se acuclillsobre las varas de la batea, mientras que el abuelo agarr firmemente los palosdel remolque, preparndose para partir.

    Las ruedas empezaban a pasar por encima de los primeros baches cuando,mirando alrededor, Kualid vio que Said, acompaado por su padre, estababajando el ltimo tramo del barranco para alcanzar el camino. El padre losujetaba por el hombro con una mano y los dos caminaban juntos, atentos a noresbalar.

    Said, eh, Said! grit Kualid, pero no obtuvo respuesta, y de nada le

    sirvieron sus frenticas seales con los brazos. Pero no est tan lejos, pens, yllevndose ambas manos a la boca grit an ms fuerte el nombre de su amigo,

    28

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    29/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    esperando atraer su atencin. Said y su padre, mientras, haban alcanzado elcamino, y el carro segua avanzando a trompicones. Caminaban lentamente, oal menos as le pareci a Kualid que, volvindose, grit una ltima vez: Said,Said! Que no me oyes?

    Entonces le pareci que su primo le devolva un gesto de saludo. Un gestobreve, casi escondido, la palma de la mano que se abra un instante, sin que nisiquiera el brazo se separara del costado, pero eso le bast a Kualid paralevantar el suyo y moverlo en el aire. Quera saludar a Said, habra queridocompartir con l la alegra que le proporcionaba aquel viaje en el carro, pero alfinal se resign y volvi a mirar hacia delante, hacia la espalda del abuelo.

    Qu, has acabado ya de gritar? le dijo el abuelo sin volverse.S, abuelo respondi Kualid, es solamente que he visto a Said, va con

    su padre y tambin ellos se dirigen hacia la ciudad. He gritado para saludarlo,

    pero ha sido como si no me oyera, como si estuviera enfadado conmigo.Y por qu tendra que estar enfadado contigo? Os llevis muy bien!Quiz slo estuviera inmerso en sus pensamientos. Los pensamientos unasveces acercan a las personas, y otras veces las alejan. Si Said tiene pensamientosque lo alejan, entonces est lejos aunque a ti te parezca cerca, y tu voz no puedealcanzarlo.

    Adnde lo estar llevando su padre? dijo Kualid.Dios lo sabe respondi el abuelo, y despus call. nicamente se oa el

    soplar de un viento suave y el crujir de las ruedas del carro. El viejo siguitirando en silencio.

    Quiz tambin a l le han venido pensamientos que alejan a las personas,pens Kualid.

    Las chabolas bajas, amontonadas en la ladera de la montaa, salieron delalcance de su mirada.

    Es como un ro que al correr se lleva tambin lo que se refleja en lasuperficie, pens Kualid. No le ocurra a menudo viajar sobre un medio detransporte y poder ver cmo se mova el paisaje teniendo la sensacin de estarquieto.

    Poco ms all de las casas, en un claro de tierra llana que cortaba el declive,

    piedras planas y grises brotaban del terreno, agrupadas, pero sin seguir ningnorden ni en la colocacin ni en la forma. En algunos puntos las piedras estabanamontonadas unas sobre otras formando cmulos de los que se levantabanaltas y delgadas caas de bamb. En la punta haban sido atadas banderasverdes, muchas ya reducidas a trapos desgarrados por la intemperie. El vientoapenas las mova. Era uno de los muchos cementerios esparcidos alrededor deKabul. Cada pequea poblacin tena el suyo, y a menudo era ms extenso queel pueblo mismo.

    El abuelo volvi la cabeza para mirar a uno de los cmulos de piedras.

    Las banderas verdes de los mrtires de la guerra santa dijo. Pero erams un pensamiento en voz alta que una frase dirigida a Kualid. Al otro lado

    29

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    30/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    del frente, al norte, en el Panshir, los cementerios son iguales, e iguales sontambin las banderas de los mrtires. Quiz cuando se encuentren en el parasode Al los mrtires dejen de ser enemigos.

    Tambin Kualid se volvi a mirar aquel cmulo de piedras, pero a l slo

    se le ocurri que se pareca al que haba hecho aquella maana para enterrar lascintas, la tumba de los sueos.Cuando llegaron a la periferia de la ciudad, Kualid baj del carro. Se

    avergonzaba un poco de dejarse ver siendo llevado por el abuelo, tanto msporque las calles ya estaban animadas por la usual multitud de bicicletas, viejostaxis amarillos y enjambres de peatones, entre los que se divisaban, de vez encuando, a los mrgenes del flujo, los burkas amarillos o azules de las pocasmujeres en circulacin, como ptalos desteidos arrastrados por la corriente.

    Como siempre, pareca tener el poder de brotar de la nada. Kualid se encontrfrente a Kharachi con su carrito, justo en medio de la calle, tan en medio que elabuelo se vio obligado a ralentizar un poco la marcha para evitarlo con el carro.Kualid vio que Kharachi lo miraba y le devolvi la mirada, pero fue una miradade lado, no directa, como si quisiera preguntarle con los ojos si poda saludarlo.Al ver al viejo minusvlido le volvi a la mente el pan que le haba regalado elda anterior. No le haba dicho nada al abuelo de aquel episodio y ahora temaque Kharachi lo descubriera, preguntando por ello, o agradecindoselo. QuizKharachi logr entender la mirada del chico, o ms probablemente fue llamadoa uno de sus misteriosos recorridos, pero cuando Kualid y el abuelo casiestuvieron a su lado, el minusvlido ech mano de las dos piedras que siemprellevaba y, empujndose con ellas, desapareci velozmente entre las piernas deuna multitud que se abri un poco para dejarlo pasar y se cerr enseguida,escondindolo de la vista.

    El lugar de la cita con el mercante paquistan se encontraba en el margenoriental de la zona del mercado. Tendran que atravesar un buen trecho paraalcanzarlo. En el mercado la muchedumbre era an ms densa, y el abuelo seafanaba en poder hacer pasar su carro. Personas y carros se movan en todas

    direcciones, encallndose en grupos de hombres absortos en hacer negocios osencillamente en curiosear alrededor de los que vendan mercancas. Parecido alos montones de harapos expuestos sobre las aceras, el burka de alguna mujer sedistingua solo por la mano que sala, efectuando tmidamente el gesto de quienpide caridad. Por la piel de la mano se poda saber si se trataba de una ancianaabandonada o de una de las muchas jvenes viudas de guerra, que ahora nocontaban con ms compaa que la miseria.

    No era un mercado rico en colores, y por otra parte tampoco era rico enmercancas. Generalmente, cosas pobres: vestidos viejos, piezas de recambio

    oxidadas, cuartos de cabrito colgados de ganchos o colocados sobre unmostrador, pero en todo caso negros de moscas, garrafas de gasolina o

    30

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    31/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    queroseno, montones de lea seca. Un nio, algo ms pequeo que Kualid,estaba agachado detrs del trapo sobre el que expona su mercanca: cuatrorollos de papel higinico rosa. Slo el naranja brillante de algunas cestas demandarinas se destacaba sobre la uniformidad polvorienta que pareca

    envolverlo todo. Las tiendas se haban montado con las ruinas de lo que unavez fueron construcciones. Telas clavadas en vigas de paredes destruidas o enviejos palos de la luz, retorcidos y herrumbrosos, suplan a las marquesinas.Parecan telaraas sucias y colgantes. No se adverta el olor a especiascaracterstico de los mercados de oriente, sino solo a hortalizas y carnespodridas, mezclado con el hedor cido de los lquidos que corran a cieloabierto por una suerte de desages cavados entre la calle y las aceras. No seoan los gritos de los vendedores o la algaraba de la muchedumbre. A pesar deque el mercado estaba lleno, todo pareca desarrollarse en voz baja, casi en

    silencio.Sin embargo, Kualid estaba excitado por el espectculo de personas yobjetos que ofreca el zoco, que a l le pareca una fiesta. Lo llenaba decuriosidad y energa. Corra delante del carro tirado por el abuelo para abrirlepaso entre la gente. Agitaba los brazos, haciendo el gesto de abrir paso, como siestuviera pasando la carroza del rey. A veces llegaba incluso a tironear yempujar a los transentes que se detenan. Uno de ellos, un hombretn demediana edad con una espesa barba negra y un cucurucho de panes bajo elbrazo, no se lo tom muy bien y le encaj a Kualid un empujn en pleno pechoque lo mand de culo al suelo. Pero el chico estaba demasiado excitado comopara empezar a quejarse y, mientras el hombretn se alejaba sacudiendo lacabeza y farfullando algo a propsito de la educacin de los nios, se levant degolpe y, sin siquiera preocuparse de sacudirse con la mano los pantalonesmanchados de barro, retom su frentica actividad. A menudo se volva haciaatrs para cerciorarse de que el abuelo segua avanzando sin obstculos. Fue ascomo cay entre las piernas de un guardia municipal. El guardia urbano llevabauna larga barba blanca, y no se saba si era ms viejo l o el rado uniforme grisque vesta. Era un uniforme que se remontaba a los tiempos en que los rusosestaban en Kabul, o quizs incluso antes. Desde entonces ya nadie pagaba a los

    guardias urbanos. Pero, en Kabul, muchos guardias, por orgullo del cuerpo oporque nohaban encontrado otra ocupacin, continuaban ejerciendo su labor,tolerados por los talibanes y mantenidos por la poblacin que de vez en cuandoles daba algo. As que todos haban envejecido junto a sus uniformes, que almenos les servan para no sentirse mendigos.

    Eh, muchacho, por qu no miras por dnde vas? le grit el guardia aKualid cogindolo por los hombros.

    Perdone, seor le respondi Kualid levantando la cabeza para mirarlo, estoy ayudando a mi abuelo a abrirse camino con el carro. Y le seal al

    viejo que se acercaba mientras tanto.El guardia urbano afloj las manos sobre los hombros de Kualid y lo mir

    31

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    32/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    sonriendo bajo el ala del sombrero.As que le abres paso a tu abuelo. Muy bien, podras convertirte en un

    perfecto guardia urbano le dijo, llevndose la mano rgida a la sien en unridculo saludo militar, que Kualid le devolvi atento, serio y enorgullecido por

    la felicitacin recibida. El guardia urbano salud tambin al abuelo, pero no a lamanera marcial, sencillamente con el gesto tradicional de ponerse la manosobre el corazn, y el abuelo, que tena los brazos ocupados en los palos delcarro, le contest con un gesto de la cabeza. Kualid volvi a caminar a su lado.

    El camin del comerciante paquistan era un poco ms grande que unafurgoneta, decorado con garabatos pintados. Estaba aparcado en una ampliaplaza de tierra, que se abra entre casas y ruinas, justo al borde de la zona delmercado. Destacaba entre los otros que estaban aparcados en el claro, algunosvacos, otros cargados con contenedores, lea o montones de bombonas de gas.

    Un poco mas all arda una hoguera hecha con tablas de cajas, de la que seelevaba un humo blanco, sucio como los ltimos cmulos de nieve que anresistan a los mrgenes de la explanada. Unos de pie, otros agachados, uncorrillo de hombres se calentaba alrededor del fuego, extendiendo las manoshacia el calor. El comerciante paquistan estaba con la espalda apoyada en lacabina de su furgoneta.

    Era un hombrecillo bajo y un poco panzudo, pareca que bajo la tnicalarga escondiera una sanda, o al menos es lo que pens Kualid cuando lo vio.

    Era de tez muy oscura, con un bigotito cuidado y, en la punta de la nariz,un par de gafas de espejo con una curiosa montura de plstico fucsia. En lacabeza, un sombrerito redondo bordado y adornado con lentejuelas plateadas.

    El abuelo y el comerciante se saludaron dndose la mano. Luego, con ungesto amplio del brazo, el paquistan le seal al viejo las balas de ropa, atadascon alambre, que llenaban el remolque de la furgoneta. Aquel gesto abri pasoal tira y afloja entre los dos. La voz del mercante, que alababa la calidad y laconveniencia de la mercanca, y la del abuelo, que enumeraba los motivos porlos que el precio tena que bajarse, se sobreponan la una a la otra, y,ciertamente, era difcil de veras distinguirlas y hallar el sentido de las palabras.Quiz por eso Kualid se cans pronto de seguir la negociacin y para l la

    escena se volvi como si fuera muda. Se concentr en los gestos ms que en laspalabras. Mientras que el abuelo estaba quieto, con los brazos a lo largo de loscostados y las manos cerradas en puos, como echando el ancla en el terrenopara no ser arrollado y arrastrado por la corriente de palabras del paquistan,este ltimo gesticulaba con los brazos y con la cabeza, y casi tambin con todoel cuerpo, doblndose sobre s mismo como si el precio propuesto por el abuelofuera una pualada en el vientre para justo despus abrir los brazos y dar aentender que no poda bajarlo ms, y la negociacin no se interrumpi ni porun instante y la danza de los gestos pareci que duraba hasta el infinito. Kualid

    vio que en toda aquella agitacin, la tripa del paquistan bailoteaba sin parar.Ahora pens la sanda que esconde debajo saltar afuera. Imagin la

    32

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    33/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    sanda redonda rodando lejos, deprisa, perseguida por el paquistan apurado ygesticulante.

    El abuelo estaba demasiado ocupado en la negociacin como parapercatarse de que Kualid empezaba a alejarse. Un paso tras otro, caminando

    distradamente, segua un recorrido casual, quizs el de la sanda imaginaria, ysin siquiera darse cuenta se encontr entre la multitud de una calle adyacente ala explanada. Se volvi, y vio que el abuelo y el comerciante paquistan anestaban ocupados en sus asuntos, al lado de la furgoneta pintada. Animado porel hecho de que estuvieran a la vista, decidi dejarse arrastrar un poco por elflujo de gente, para no aburrirse. No era ms alto que las piernas de loscaminantes y le pareci que se mova en un bosque animado y silencioso, si nofuera por el chisporroteo irregular y ruidoso de algn que otro vehculodesvencijado que transitaba por la calle.

    Pero al rato el bosque de piernas se abri, y se descompusodesordenadamente en cien direcciones distintas, como trastornado por una olarepentina, anunciada por un grito: Al ladrn!. En un instante el grito semultiplic en voces distintas: Al ladrn, al ladrn, detenedlo!.

    Kualid casi fue atropellado por una figura que corra desesperadamente,dando codazos para abrirse paso. Apenas tuvo tiempo de verlo. Era un jovencon la tnica aletendole por la carrera, rasgada, probablemente por alguienque haba tratado de agarrarlo. No le pareci que tuviera nada entre las manos,quiz se haba librado del objeto robado para huir ms cmodamente. Peroaquel instante le bast a Kualid para ver el miedo en la expresin del fugitivo,los ojos desorbitados, los labios rgidos y entrecerrados como una herida decuchillo. Dos, tres detonaciones de pistola resonaron secos e inesperados yenmudecieron la algaraba de la muchedumbre, que se dispers enseguida,como un banco de peces atravesado por un depredador.

    En el breve lapso en el que otras detonaciones se sucedieron a la primera,Kualid se tir al suelo en el zagun semioscuro de una de las muchas tiendasque se abran a lo largo de la acera. Rod dentro y sinti que chocaba contraalgo que cedi enseguida, seguido por el ruido un poco metlico de objetos quecayeron chocando entre ellos. Una sustancia hmeda y viscosa le gote encima,

    pero Kualid estaba demasiado asustado para hacerle caso. Se acurruc enposicin fetal en el punto donde estaba y apret los prpados para no ver nada,como si eso pudiera alejar cualquier peligro. Todava tena los ojos cerradoscuando oy una voz baja y un poco huraa que lo reprenda:

    Yt de dnde sales? le dijo la voz. Mira la que has armado.Kualid entreabri los prpados, lo suficiente para ver el contorno de su

    interlocutor. A pesar de que lo miraba de arriba hacia abajo, se percatenseguida de que no era un gigante. Se esforz en enfocarlo mejor, y vio a unhombrecillo delgaducho y de baja estatura. Tena los brazos en jarras para darse

    aires amenazadores pero la cara, incluso en su expresin ceuda, parecademostrar un carcter tmido como la barba negra pero afeitada que le dibujaba

    33

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    34/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    las mejillas. Los ojos estaban enmarcados por un par de viejas gafas de miope,con las lentes gruesas y redondas.

    Entonces continu el hombrecillo, te decides a salir de ah abajo?En el desasosiego de la fuga se haba metido debajo de una mesa, choc

    contra uno de los caballetes de madera que la sostenan y volc el estante sobreel que haba unos cuantos botes de tinta, que rodaron por el suelo. Uno se habaabierto y el color se le haba cado encima, manchndolo de rojo.

    Por el amor de Dios le dijo el hombrecillo cuando finalmente Kualid sepuso de pie y pudo verlo mejor. Mira cmo te has puesto, perdido de tinta,de mi tinta. Qu te crees, que me la regalan? que puedo permitirmemalgastarla en un mocoso como t? Pero la expresin enojada delhombrecillo estaba empezando a transformarse en una media sonrisa.

    Kualid mascull un torpe: Perdone, seor, mientras miraba a su

    alrededor, un poco para no verse obligado a mirar a la cara al hombrecillo, yotro poco porque se le despert cierta curiosidad por la tienda. Haba frascoscon pinceles de todos los tamaos y sobre todo muchos botes de medidasdiferentes salpicados de colores: amarillo, azul, verde, adems del rojo que sehaba volcado encima. Aquellos botes le parecieron muchas lmparas deAladino que encerraban, dejndolos sin embargo entrever, a los genios del arcoiris, capaces de derrotar a la penumbra que envolva la tienda.

    Y bien? insisti el hombrecillo. Te vas a quedar mucho rato ahembobado? Vulvete por dnde has venido que yo tengo que trabajar, y ahoratambin reponer en su sitio todo lo que has tirado al suelo.

    Qu hace con todos estos colores? le pregunt Kualid. La curiosidadya haba superado a la vergenza.

    Cmo que qu hago? Trabajo. Pinto inscripciones, insignias, versos delsagrado Corn, los mos son los mejores caracteres de toda la ciudad, puedesapostarlo, chico. Pero ahora vete, te he dicho, y djame en paz. Que Dios seacontigo.

    Que Dios sea contigo respondi Kualid y sali de la tienda a paso decaracol, porque no poda separar los ojos de los botes de pintura.

    Babrak, que as se llamaba el hombrecillo, era un calgrafo. El suyo era un

    arte antiguo, el nico permitido por los talibanes, que adems de considerarblasfema, como ensea el Corn, cualquier representacin de Dios o del serhumano, haban prohibido toda forma de dibujo o pintura, excepto elembellecimiento de los caracteres de la escritura.

    Mientras Babrak se recolocaba las gafas redondas sobre la nariz y sedispona a ordenar su tienda, Kualid ya corra entre la muchedumbre, quehaba vuelto a animar las aceras, hacia la explanada donde haba dejado alabuelo con el comerciante paquistan. No tena ni idea de cunto tiempo habatranscurrido, las emociones haban sido demasiadas: el ladrn, el miedo, y

    sobre todo los colores de la tienda del calgrafo. Temi que, acabada lanegociacin, el abuelo lo hubiera buscado y que ahora estuviera preocupado y

    34

  • 8/7/2019 El nio que no sabia soar

    35/101

    Vauro Senesi El nio que no saba soar

    enfadado con l.Afortunadamente lleg justo cuando el abuelo le diriga con la mano un

    ltimo saludo al comerciante paquistan, que se alejaba a bordo de sufurgoneta.

    Tres grandes balas de ropa ya haban sido colocadas sobre el carro y atadascon cuerdas: evidentemente, concluido el asunto, el paquistan ayud al abueloa cargarlas. El viejo, que probablemente ni siquiera se haba dado cuenta de quesu nieto se haba alejado, se volvi para buscarlo. Y mientras Kualid le diriga lasonrisa ms inocente que pudo, el abuelo se llev las manos a las sienes yemiti un grito de apren