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II. LA MISIÓN DE CRISTO EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA, FUNDADA PARA EVANGELIZAR

1. Misión, razón de ser de la Iglesia2. La misma misión de Cristo confiada a la Iglesia en los Apóstoles. El discipulado3. La misión eclesial de ser y construir la comunión universal reflejo de la Trinidad4. El magisterio misioneroPropuestas de estudio y bibliografía

* * *

1. Misión, razón de ser de la Iglesia

La Iglesia es la “familia” o comunidad fraterna “convocada” por Cristo, para realizarse como expresión suya en las coordenadas de tiempo y de espacio, ahora y aquí. Tiene sentido de fraternidad, de intimidad con Cristo y de sintonía con sus criterios, valores y actitudes. Equivale a las vivencias más íntimas del Señor: “mi Iglesia” (Mt 16,18), “mis ovejas” (Jn 10,14), “mis hermanos” (Lc 8,21), “los que tú me has dado” (Jn 17,6)... La Iglesia está llamada a ser su transparencia y su signo portador.

En realidad, es toda la humanidad, de todos los tiempos y culturas, la “llamada” o “convocada” a ser “Iglesia” (“ecclesia”) familia de Jesús. Los que ya forman parte de la Iglesia tienen el encargo o “misión” de construir toda la humanidad como familia de Jesús, según el proyecto de Dios Amor: “El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia” (DCe 19).

La lógica interna de la Iglesia es, pues, la de abrirse a toda la humanidad. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa” (EN 14). Es su identidad y su razón de ser.

La naturaleza misionera de la Iglesia consiste en reflejar el rostro o la gloria de Cristo. “La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, porque toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre” (AG 2).

La realidad de la misión universal de la Iglesia indica un crecimiento armónico, que no se impone, sino que salva todos los destellos de la gloria de Dios ya existentes en toda la humanidad. “En todo tiempo y en todo pueblo son adeptos a Dios los que le temen y practican la justicia (cfr. Hech 10,35). Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente... La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera, para todos y cada uno. Rebosando todos los límites de tiempos y de lugares, entra en la historia humana con la obligación de extenderse a todas las naciones” (LG 9).

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La Iglesia es un “misterio”, es decir, un signo de Cristo presente y escondido en medio de sus hermanos. Es, pues, misterio de comunión misionera. Es “misterio” que va manifestando la paciencia milenaria de Dios Amor revelado por Cristo su Hijo.

La comunidad de los creyentes en Cristo vive la “catolicidad” (“kat-olón”), abriéndose a “todos los dones” recibidos del Espíritu Santo, para compartirlos y comunicarlos a todos los hermanos. La “catolicidad” indica, pues, universalidad, con referencia explícita a quienes son “fundamento” de la Iglesia, los Apóstoles (cfr. Ef 2,20) y, de modo especial, a quien, como sucesor de Pedro, “preside la caridad” universal (S. Ignacio de Antioquía, Ad Romanos, 1,1). La “catolicidad” y la “apostolicidad” tienden, pues, a la “unidad” o “comunión” universal.

Amar a la Iglesia, como Cristo la ha amado (cfr. Ef 2,25), se concreta en comprometerse a ser Iglesia y a hacer Iglesia, es decir, a construir toda la humanidad como familia de Cristo. Quien vive de los sentimientos o amores de Cristo, colabora responsablemente en la edificación de su comunidad humana como familia sin fronteras.

La Iglesia de Cristo existe desde el mismo Cristo, como “complemento” suyo (Ef 1,23). Pero, por su misma naturaleza, la Iglesia se desarrolla y profundiza continuamente hasta llegar a la “plenitud” de Cuerpo de Cristo (cfr. Ef 4,11-13) y de “Pueblo de Dios” redimido por Cristo (1Pe 2,10; cfr. LG II).

Así como “la fe se fortalece dándola” (RMi 2), de modo semejante la Iglesia se realiza como tal, dándose a todos. Su razón de ser no consiste en encerrarse en los dones recibidos, sino en compartir esos dones con toda la humanidad. Es Iglesia en el dar y en el recibir, sin marginar ni esconder ningún don de Dios.

La renovación permanente de la Iglesia consiste en afirmar su fidelidad al Espíritu Santo, comunicado por Jesús, en un proceso de santidad y de misión: “El Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio” (Jn 15,26-27).

La dinámica misionera de la Iglesia, como “sacramento universal de salvación” (LG 48; AG 1), corresponde a su dimensión escatológica de esperanza confiada y activa. En efecto, “la actividad misionera tiende a la plenitud escatológica” (AG 9). La Iglesia se hace pan partido en la celebración eucarística, anunciando la muerte redentora de Cristo, “hasta que venga” (1Cor 11,26).

La comunidad de Cristo resucitado está marcada por su misma dinámica “teológica”: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28). La “encarnación” del Verbo deja esta impronta imborrable, como encargo o misión de ser sus “testigos” hasta que vuelva (cfr. Hech 1,11).

La “edificación” de la Iglesia consiste en hacer realidad su mismo ser de “Cuerpo” de Cristo” (1Cor 12,27)) y “Pueblo de Dios” (1Pe 2,10). Se construye sólo en la medida en que refleja personal y comunitariamente la actitud filial del “Padre nuestro” y la fraternidad comprometida del mandato del amor. Los carismas del Espíritu Santo se viven por medio de servicios (“ministerios”) y estructuras que reflejan esta vitalidad espiritual.

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La fuerza del Espíritu, que dio inicio a la misión eclesial en Pentecostés, tuvo su preludio en la donación sacrificial de Jesús, al morir en la cruz y comunicar los “torrentes de agua viva” (Jn 7,38; cfr. 19,34).

La historia eclesial sigue esta misma ruta misionera, bajo la acción del Espíritu Santo enviado por Jesús de parte del Padre. Es la dinámica pneumatológica que resume los contenidos de los Hechos de los Apóstoles:

- “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8).

- “Quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hech 2,4)

- “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía” (Hech 4,31)

- “Las Iglesias por entonces gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria; se edificaban y progresaban en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo” (Hech 9,31).

- “Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Hech 13,2).

- “Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar la Palabra en Asia. Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús (Hech 16,6-7)

- “Mirad que ahora yo, encadenado en el Espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones” (Hech 20,22-23)

2. La misma misión de Cristo confiada a la Iglesia en los Apóstoles. El discipulado

La misión de la Iglesia es la misma y única misión de Cristo, prolongada en el tiempo y en el espacio. No existe otra misión eclesial. Los Apóstoles recibieron esta misión como tipo y referencia de toda la Iglesia, válida para todos los tiempos: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21).

Desde el inicio de su ministerio público, Jesús “llamó a los que quiso... para estar con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14). El apóstol es un “experto” sobre Jesús, puesto que se ha encontrado con él y se ha sentido enviado para comunicar esta experiencia: “Hemos encontrado al Mesías... y lo llevó donde Jesús” (Jn 1,41-42).

La acción evangelizadora de Jesús fue la pauta para los Apóstoles y demás discípulos: “Recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros

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pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies»” (Mt 8,35-38). La Iglesia de todos los tiempos sigue el estilo misionero de Jesús, hecho realidad histórica en el estilo “apostólico” de Pedro, Pablo, Juan...

La misión tiene lugar a partir de un encuentro personal con Cristo, que reclama seguimiento para compartir su misma vida misionera. Los Apóstoles anunciaban a “alguien”, Jesucristo vivo (cfr. Hech 25,19), y un mensaje recibido del mismo Señor, no prefabricado o elaborado por ellos. Éste es el punto de referencia necesario para la Iglesia de todos los tiempos.

El discipulado es un encuentro de amistad con Cristo, para compartir sus mismas vivencias, actitudes y misión. Es, pues, un itinerario de relación personal (contemplativa y transformadora), que se hace seguimiento permanente en la misión: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,27).

El Señor llamó a los "apóstoles" y "discípulos" para que participaran en su misma misión evangelizadora. De hecho, la llamada tuvo lugar mientras Jesús mismo estaba evangelizando por "todas las ciudades", "enseñando", "predicando el evangelio del Reino" y "curando" (Mt 9,35; cfr. Mc 6,6).

El discipulado hace, pues, referencia a la misión, en cuanto que ésta queda personificada en el mismo Jesús. Se entra en relación con él (encuentro vivencial), para compartir su misma vida (seguimiento), en colegialidad de hermanos (comunión), para dedicarse de por vida a anunciar y testimoniar el evangelio (misión). La misión incluye comunicar a los demás la propia experiencia del encuentro y del seguimiento de Cristo, de camino hacia la cruz y la resurrección (misterio pascual).

Los "discípulos" son elegidos y llamados para seguir a un Maestro, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Se acepta vivencialmente su enseñanza y su amistad, optando por él hasta dejarse transformar en sus testigos. La misma narración evangélica, especialmente en San Lucas, indica un camino de Jesús hacia Jerusalén, hacia la Pascua, acompañado de sus discípulos.

Fueron llamados para "estar con él" (Mc 3,14) y, de este modo, poder compartir su misma vida y sus amores o sentimientos (cfr. Jn 15, 9), en unión fraterna con los demás discípulos. El "camino" es a modo de escuela y de itinerario formativo, para llegar a sintonizar con los criterios, escala de valores y actitudes hondas de Cristo (cfr. Fil 2,5-7). Los discípulos se hacen "familiares" o "hermanos" del Señor, porque "escuchan la Palabra (en el corazón) y la ponen en práctica", siguiendo el ejemplo de María (Lc 8,21; cfr. Lc 2,19.51). Para ser testigos de la pasión, muerte y resurrección del Señor, hay que escuchar al "hijo amado" del Padre (Mc 9,7).

El itinerario formativo del discipulado evangélico incluye una disponibilidad para dejarlo todo por él, es decir, para no anteponer nada a su amor y amistad (cfr. Lc 5,11,28; 9,57-62). Las renuncias son una consecuencia del amor, puesto que se deja todo por él, es decir, "por el evangelio" (Mc 10,29), por el "Reino de Dios" (Lc. 18,29).

Aunque la llamada al discipulado es común a todo bautizado, como llamada a la santidad y al apostolado, no obstante, en cada vocación específica (laical, sacerdotal y de vida consagrada) tiene sus matices peculiares: "Una misma es la santidad que

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cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria" (LG 41).1

Cuando los evangelistas sinópticos describen el discurso misionero de Jesús, destacan que "convocó a los doce" (cfr. Mt 10,1; Lc 9,1), con una "llamada" especial (cfr. Mc 6,7; Mc 3, 13), señalándolos por su nombre (cfr. Mt 10,2-4; Mc 3.16ss). En el envío, según Lucas 10,1ss, se dice que "designó a otros setenta y dos". La llamada para la misión es un don del Padre y una iniciativa de Jesús, que invita a orar insistentemente (cfr. Mt 9,38; Lc 10,2). Los "apóstoles" son escogidos para prolongar a Cristo y su mismo estilo de vida en la misión.2

Ya la primera llamada de los "doce" tuvo como objetivo "enviarlos a predicar" (Mc 3,14). En este sentido son llamados "apóstoles" (enviados) (Lc 6,13). El envío no puede desligarse del encargo dado por Jesús al multiplicar los panes: "Dadles vosotros de comer" (Mc 6,37; Mt 14,16; Lc 9,13; cfr. Jn 6,5). Jesús entrega su "pan" (símbolo de su Palabra y Eucaristía) para que los discípulos lo reciban y lo compartan. Entonces se prolonga la misma misión de Jesús: "Dad", "haced esto", "id", "enseñad"... Es siempre el encargo profético y eucarístico. Se trata de una dependencia total respecto a Jesús, para poder obrar en su nombre, como "cooperadores y copartícipes de su palabra, de su acción y de su amor".3

Los discípulos de Jesús, como enviados por él, están llamados a compartir su mismo camino de Pascua, su camino "hacia Jerusalén" (Lc 9,51). Les "escucharán" y también los "rechazarán" como a Jesús (Lc 10,16). Son los "amigos del esposo" (Mt 9,15), que, por compartir su camino doloroso, podrán también compartir su "gozo" y su "descanso" (Mc 6,30-31; Lc 9,10 y 10,17). "Sin lugar a duda, la persona y el ministerio de Jesús fue el catalizador que desencadenó el impulso cristiano hacia la misión".4

1 Ver una síntesis de los contenidos sobre el "discipulado": S. GUIJARRO, Discipulado, en: Diccionario de Jesús de Nazaret (Burgos, Monte Carmelo, 2001) 276-285. Ver también: S. SILVA RETAMALES, Discípulo de Jesús y discipulado según la obra de san Lucas (Bogotá, CELAM y Paulinas, 2005) cap.II (discípulo y discipulado en el proyecto literario de san Lucas).

2 Cfr. J.A.. FITZMYER, Luca teologo. Aspetti del suo insegnamento (Brescia, Queriniana, 1991), cap. 5º (Il discepolato negli scritti lucani); R. LONGENECKER, Patrerns of Dicipleship in the New Testament (Grand Rapids, 1996); D.M. SWEETLAND, Our Journey with Jesus. Discipleship to Luke-Act (Collegeville, 1990).

3 I. GOMÀ, El evangelio de San Mateo (Madrid, Marova, 1976) I, cap. V (Los enviados del Mesías), p.521. Cfr. J.A. RAMOS, Teología pastoral (Madrid, BAC 1994) pp.25-32 (el grupo de los doce). Se podría hablar de una "inclusión hebraizante", puesto que la palabra de Jesús (Mt 5-7) y su acción salvífico-pastoral (Mt 8-9) se convierte ahora en misión de los apóstoles, como una continuación lógica. Los enviados de Jesús hablan y obran como él (Mt 10,1-41).

4 D. SENIOR, C. STUHLMÜLLER, Biblia y misión, Fundamentos bíblicos de la misión, o.c., p.430.

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El anuncio de la verdad evangélica exige del apóstol una actitud de prudencia y, al mismo tiempo, de amor a las personas: "Os envío como corderos en medio de lobos; sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (Mt 10,16). También los enviados de Jesús serán "traicionados" o "entregados" como el Maestro (cfr. Mt 10,17-19; cfr. Lc 9,21-22; 18,31-34). Pero ello responde a un plan misterioso de la providencia divina que cuida hasta de los pájaros y ayuda a superar los "temores" del fracaso, puesto que el Padre ("vuestro Padre", dice Jesús a los apóstoles), se cuida del mensajero (Mt 10,29-31).

En el caso de que el mensaje sea rechazado, el evangelizador debe dejar bien claro que él seguirá llamando a la conversión como apertura a la persona y al mensaje de Jesús. Este es el significado del gesto simbólico de "sacudir el polvo" de los pies (Mt 10,12). La oferta del evangelio es una ocasión única que se podría malograr.

Por ser personificación del mismo Jesús, la misión le pertenece intrínsecamente. Por esto los enviados vuelven continuamente a él para "darle cuenta de todo lo que habían hecho y enseñado" (Mc 6,30; Lc 9,10). El Señor quiere amigos fieles y gozosos en la esperanza.

Jesús, a sus enviados, les hace partícipes de su "gozo", porque ya están anotados sus "nombres en el cielo", junto al nombre del mismo Jesús (Lc 10,20; cfr. Mt 10,32; Fil 2,9-10). Es "gozo en el Espíritu Santo" (Lc 10,21; cfr. Jn 16,22-24), que les ha hecho "testigos" y transparencia suya (Jn 15,26-27). Es el gozo de ver que el Padre es amado y glorificado en la salvación de "los pequeños" (Lc 10,21). “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él... Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás.” (SCa 84).

Una nota característica del discipulado evangélico, que no se encuentra en otro tipo de discipulado, consiste en que es eminentemente relacional y oblativo, en sintonía con las mismas vivencias de Cristo. El apóstol ha sido llamado para un encuentro personal con Cristo (cfr. Mc 3,13-14; Jn 1,39), que se convierte en seguimiento evangélico y en comunión apostólica (cfr. Mt 4,19-22; Mc 10,21-31; Lc 10,1), para compartir la vida con Cristo (Mc 10,38) y continuar su misma misión (Jn 20,21). Por esto la acción evangelizadora presupone una experiencia de relación personal con Cristo, para poder decir: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

El discipulado es un itinerario de formación misionera, que, por ello mismo, debe ser "continuada" o "permanente", necesaria especialmente en los momentos actuales de cambios acelerados y globales, que reclaman una adaptación y potenciación continua (cfr. OT 22). Es siempre y en cualquier vocación, "un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre" (VC 65).

En este tema del discipulado evangélico, Pedro y Pablo son el símbolo de los demás Apóstoles y la señal de garantía de un verdadero seguimiento de Cristo y de una misión auténtica. La comunidad eclesial primitiva se hacía disponible a la misión porque todos "eran asiduos en la predicación de los Apóstoles" (Hech 2,42), siguiendo su testimonio. "Los Doce son los primeros agentes de la misión universal, constituyen un «sujeto

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colegial» de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10,6). Esta colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro, cuya persona asume tanto relieve que justifica la expresión: «Pedro y los demás Apóstoles» (Hech 2,14.37). Gracias a él se abren los horizontes de la misión universal en la que posteriormente destacará Pablo, quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cfr. Gal 1,15-16)" (RMi 61).

Pablo se presenta en el contexto de la misión universalista "ad gentes" de la Iglesia primitiva, como "instrumento escogido" (Hech 9,15). La ocasión para que él entrara ya plenamente en esta misión, se dio en Antioquía (cfr. Hech 11,20ss), cuando las numerosas conversiones de los gentiles aconsejaron a los Apóstoles enviar a Bernabé, quien, a su vez, invitó a Pablo para emprender una nueva etapa evangelizadora. El apóstol Pablo fue siempre fiel al proyecto misionero de Dios, como "encadenado en el Espíritu" (Hech 20,22).

El "Apóstol de las gentes" sigue el modelo de los demás apóstoles, con la particularidad de dedicarse especialmente a la misión de primera evangelización. La misión de Pablo sólo se puede comprender a partir de su encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco (cfr. Hech 9,1-19). Repetidas veces cuenta su "conversión", siempre como punto de partida de su entrega a la misión (cfr. Hech 22,3-21; 26,9-20). En él, la misión tiene como fuente el amor: "Me amó" (Gal 2,20); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "urge que él reine" (1Cor 15,25). Por esto, su entrega apostólica tiene esta característica de "completar" a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1,24), y de preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28). Su vocación es la de “anunciar a las gentes la inescrutable riqueza de Cristo y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios” (Ef 3,8-9).

El universalismo de la misión eclesial es el mismo de la misión de Jesús: “Vosotros sois la sal de la tierra. Es como si les dijera: el mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el orbe... Vosotros sois la luz del mundo. De nuevo se refiere al mundo, no a una sola nación, ni a veinte ciudades, sino al orbe entero”.5

3. La misión eclesial de ser y construir la comunión universal reflejo de la Trinidad

La razón de ser de la Iglesia es la de recibir el amor de Dios revelado y comunicado en Cristo, para celebrarlo, vivirlo y anunciarlo: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él” (1Jn 4,16). Este amor verdadero sólo puede venir de Dios, porque “Dios es Amor” (ibídem).

La Iglesia es signo eficaz de comunión, es decir, “sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano” (LG 1). Es, pues, el “sacramento visible de la unidad salvífica para todos” (LG 9) y “señal de fraternidad” (GS 92). Ser “sacramento de unidad” (SC 26), comporta ser unidad, ser comunión, ser reflejo de la unidad de Dios Amor: “Así se manifiesta toda la Iglesia como "una muchedumbre reunida por la unidad 5 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía 17, 6-7: PG 57, 231-232. Ver el tema de San Pablo también en el cap.I, al final, como propuesta de estudio.

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del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). "La índole misionera de la Iglesia" está "basada dinámicamente en la misma misión trinitaria" (RMi 1).6

La evangelización por parte de la comunidad eclesial del Resucitado, comporta el anuncio de la experiencia de encuentro con Cristo, que llama a entrar en comunión con él y con los demás hermanos. La misión eclesial tiende a comunicar la actitud filial de Cristo, expresada en el “Padre nuestro”, para construir la fraternidad del “mandato nuevo” del amor.

Para la Iglesia, evangelizar no es una cuestión privada, sino inherente a su razón de ser. "La presentación del mensaje evangélico no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo; está de por medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vistas a que los hombres crean y se salven" (EN 5). Se trata, pues, “un acto profundamente eclesial" (EN 60).

Por ser misterio de comunión misionera, la Iglesia refleja, anuncia y comunica la “comunión” de Dios Amor, uno y trino. La comunión eclesial nace de Dios Amor, se alimenta de la predicación apostólica y de la celebración eucarística, y se expresa en los servicios de caridad, que tienden a construir la comunidad de “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32).

Es la misma “misión de Dios” (“missio Dei”), de la que Cristo es portador y que ha querido prolongar en su Iglesia. Es misión que procede del Padre, por el Hijo, y que se realiza bajo la acción del Espíritu (cfr. AG 2-5). "Existe, por tanto, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización" (EN 16).

La acción de “implantar la Iglesia” (LG 6; cfr. 1Cor 3,9.12) significa la inserción de los signos eclesiales establecidos por Cristo, en las diversas culturas y realidades de los pueblos. La comunión eclesial es unidad en la diversidad de dones, que proceden del “mismo Espíritu” (1Cor 12,11; Ef 4,4). La misión tiende a que toda Iglesia particular se valga por sí misma en vocaciones, ministerios y carismas, dentro de la familia y comunión eclesial universal.

Por ser “comunión”, como reflejo de Dios Amor revelado por Cristo, la Iglesia es “luz” para todos los pueblos. En la Iglesia peregrina hay siempre pecados y obstáculos al amor, pero ella es portadora de Cristo, “luz del mundo” (Jn 8,12), quien hace a su

6 Los textos conciliares (SC 26 y LG 4) citan a SAN CIPRIANO: De cath. Eccl. unitate 7; De orat. dom. 23). Cfr. E. BUENO, Trinidad (y misión), en Diccionario de Misionología y de Animación Misionera, o.c., 879-886; V.M. CAPDEVILA, Trinidad y misión en el evangelio y en las cartas de San Juan: Estudios Trinitarios 15 (1981) 83-153; S. DIANICH, Iglesia y misión (Salamanca, Sígueme, 1988) n.7 (La misión "de Trinitate"); L. F. LADARIA, La Trinidad y la misión ad gentes: Studia Misionalia 51 (2002) 60-83; A. PEÑAMARÍA, Trinidad y misión. Presupuestos teológicos de misionología: Estudios Trinitarios 15 (1981) 363-378; N. SILLANES, Principios teológicos de la misión de la Iglesia, en: La misionología hoy (Estella, Edt. Verbo Divino, 1987) 194-220: A. WOLANIN, Fundamento trinitario de la misión, en: Seguir a Cristo en la misión. Manual de misionología (Estella, Edit. Verbo Divino, 1998) 31-42.

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Iglesia “sal de la tierra” y “luz del mundo” (Mt 5,13-14).

La Iglesia, también con sus limitaciones y miserias, no deja de transparentar la presencia y acción salvífica y evangelizadora de Cristo. Por esto, es urgida a ser, cada vez más, transparencia de Dios Amor. La renovación eclesial de cada época tiende a aplicar y vivir mejor los contenidos evangélicos de su misión. "La Iglesia existe para evangelizar" (EN 14) y, por tanto, "no es fin para sí misma" (RMi 19).

La comunidad eclesial del resucitado se hace sacramento de comunión, a partir de la Eucaristía. La unidad eclesial de ser “un solo cuerpo”, proviene de participar en “un mismo pan” (1Cor 10,17). “Así como este pan partido... la Iglesia se reúne en su reino desde los confines de la tierra”.7

Los títulos bíblicos aplicados a la Iglesia tiene este sentido de totalidad en la entrega y de apertura incondicional a la misión: "Cuerpo de Cristo" (Col 1,24), "Pueblo de Dios" (1Pe 2,9), “Reino de Cristo” (LG 3), a modo de “principio del Reino” (LG 5), “sacramento” o signo portador del “misterio” de Cristo (Ef 3,9-10), “esposa” o consorte y “complemento” (Ef 5,25-32; 2Cor 11,2; Ef 1,23), “Madre” como esposa fiel y fecunda (Gal 4,26).

4. El magisterio misionero

Los contenidos de la revelación, constatables en la Escritura y Tradición, se transmiten por medio de expresiones culturales, desde los inicios de la historia salvífica hasta su pleno cumplimiento. La revelación va siempre más allá de las expresiones humanas, las cuales son válidas cuando están garantizadas por la Iglesia: fe “enseñada”, celebrada y vivida. Pero las expresiones son siempre mejorables. Las expresiones del magisterio misionológico tienen estas mismas características de validez y de perfeccionamiento continuo.

La hermenéutica de los textos magisteriales tiene que ser constructiva, a la luz de los contenidos claros de la revelación, dentro de la armonía de la fe. La renovación doctrinal es posible y necesaria cuando es guiada por el mismo Espíritu Santo que guió la redacción de los textos escritos y que guía a la Iglesia de todos los tiempos.

Los documentos magisteriales de la Iglesia no tienen el mismo valor que la reflexiones teológicas. En los documentos eclesiales hay una asistencia especial del Espíritu Santo que excluye los errores respecto a la fe. El servicio del Magisterio es una explicación garantizada del depósito de la revelación, "en nombre de Jesucristo" y "con la asistencia del Espíritu Santo" (DV 10). Pero esos textos son siempre mejorables, especialmente ante situaciones nuevas en el campo de la evangelización y ante los retos de la misma reflexión misionológica. El servicio de la reflexión teológica es necesario para la mejora y actualización de las expresiones doctrinales.

Entre los documentos misionológicos antes del concilio Vaticano II, cabe destacar las encíclicas que fomentaron un resurgir misionero extraordinario: Maximum illud (Benedicto XV, 1919), Rerum Ecclesiae (Pío XI, 1926), Saeculo exeunte (Pío XII, 7 Didajé 9.4, 10.5; Funk 2, 19-22.

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1940), Evangelii praecones (Pío XII, 1951), Fidei donum (Pío XII, 1957), Princeps Pastorum (Juan XXIII, 1959).8

En estos documentos magisteriales preconciliares se tratan ya los temas fundamentales de la misionología, con las connotaciones históricas y teológicas de la época: mandato misionero de Cristo, naturaleza misionera de la Iglesia y responsabilidad misionera de las Iglesias locales, acción misionera llamando a la conversión y a la fe, implantación (o inserción) de la Iglesia, adaptación a las situaciones culturales y sociológicas, etc. Pero las expresiones y contenidos se han ido mejorando.

En el concilio Vaticano II, todos los documentos indican una Iglesia “sacramento universal de salvación” (LG), como Iglesia de la Palabra (DV), del misterio pascual (SC), insertada en el mundo (GS). El decreto Ad Gentes es el que describe amplia y directamente la primera evangelización. Los restantes documentos del concilio aplican estas directrices básicas a los diversos estamentos (y vocaciones) de la Iglesia (ChD, PO, AA, PC), en relación con otras comunidades eclesiales (OE, UR), con otras religiones (NAe) y con los diversos sectores y realidades de la sociedad actual (DH, GE, IM).

Meditando continuamente el mandato misionero de Jesús (crr. Mt 28,19-20; Mc 16,15), la Iglesia toma conciencia de "su naturaleza y su misión universal" (LG 1), para realizar esta misión en las circunstancias concretas históricas, culturales y sociológicas. El concilio describe a la Iglesia como "signo levantado ante las naciones" (SC 2), "que manifiesta y, al mismo tiempo, realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45).

La renovación eclesial querida por el concilio, tiende a "invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia" (SC 1). "Así, pues, ora y trabaja a un tiempo la Iglesia, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal" (LG 17). El concilio "quiere proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión para que todo el mundo lo escuche y crea, creyendo espere, esperando ame" (DV 1).

La Iglesia, "obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe... de manera que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo" (AG 5). Es encargo que atañe a todo creyente, "en virtud de la vida que a sus miembros infunde Cristo" (ibídem).

Después del concilio Vaticano II, hay que destacar tres documentos de gran contenido misionológico: Evangelii nuntiandi (Pablo VI), Slavorum Apostoli (Juan Pablo II), Redemptoris Missio (Juan Pablo II). Pero en todos los documentos del postconcilio, la dimensión misionera "ad gentes" se hace cada vez más explícita.

Los contenidos misionológicos del Magisterio preconciliar, conciliar y postconciliar se desarrollan y actualizan, especialmente en los tres documentos sobre la primera evangelización: decreto conciliar Ad Gentes, exhortación apostólica postsinodal Evangelii 8 También existen documentos misioneros de los Papas del siglo XIX: Prae nobis (Gregorio XVI, 1840), Quanto conficiamur (Pío IX, 1863), Sancta Dei civitas (León XIII, 1880), Catholicae Ecclesiae (León XIII, 1890).

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Nuntiandi y encíclica Redemptoris Missio. Estos contenidos se pueden sintetizar en los tres niveles siguientes:

- Nivel teológico: ¿qué es la misión (AG I; EN I-III; RMi I-III).

- Nivel operativo: ¿cómo realizar la actividad misionera? (AG II, III, V; EN IV-V; RMi IV-V); agentes de la misión (AG IV, VI; EN VI; RMi VI); animación de la comunidad cristiana para hacerla misionera (AG VI; EN VI; RMi VII).

- Nivel espiritual: ¿cómo vivir la misión por parte de los apóstoles y de toda lacomunidad? (AG IV; EN VII; RMi VIII).

Estos contenidos misioneros “ad gentes” se reflejan también en casi todos los documentos postconciliares, especialmente en las exhortaciones postsinodales referentes a las diversas vocaciones (ChL, PDV VC) y a las situaciones de los cinco Continentes: Ecclesia in Africa (1995); Ecclesia in America (1999); Ecclesia in Asia (1999); Ecclesia in Oceania (2001); Ecclesia in Europa (2003).9

Propuestas de estudio y bibliografía:

La naturaleza misionera de la Iglesia, como comunidad del Resucitado, enraíza en la misma misión de Jesús. El magisterio de cada época história profundiza en esta realidad eclesial parar construir la comunidad humana como familia de Jesús (“ecclesia”). El camino misionero de la Iglesia se apoya en el proyecto de Dios Amor revelado por Cristo y se realiza en actitud de confianza y tensión hacia el encuentro final de toda la humanidad con Dios (escatología). Ver las notas bibliográficas del presente capítulo.

1ª) La Iglesia evangelizadora, según los documentos magisteriales:

En el decreto conciliar Ad Gentes se presenta a la Iglesia como “sacramento universal de salvación" (AG 1; LG 48), a modo de signo transparente y portador de Cristo para todos los pueblos. La misión de la Iglesia es la misma misión de Cristo, que deriva de la Trinidad y de los planes salvíficos del Padre y que se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. De ahí que su naturaleza y razón de ser es estrictamente misionera, en dimensión trinitaria, cristológica y pneumatológica.

La exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1974), a partir de la doctrina conciliar sobre la Iglesia misionera, presenta esta realidad en una perspectiva más dinámica: "Del Cristo Evangelizador, a la Iglesia evangelizadora" (EN I). De ahí podrá pasar lógicamente a describir la urgencia actual de la evangelización, señalando objetivos, medios, destinatarios, responsables (EN II-VI), mientras, al mismo tiempo, describe la necesidad de una espiritualidad o "espíritu de la evangelización" (EN VII).

La encíclica Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990) actualiza la herencia recibida para aplicarla a las nuevas circunstancias y situaciones de la misión (cap.IV). La ideas 9 Resumo los contenidos misionológicos de algunos de estos documentos magisteriales, en: Teología de la Evangelización, o.c., cap. II, n.4.

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confusas sobre la misión han podido "debilitar el impulso misionero" (n. 2). Por esto hay que reafirmar la realidad de Cristo como único Salvador (I), el significado cristológico del Reino de Dios (II), la actualidad y necesidad de la acción del Espíritu Santo (III). La nuevas situaciones y areópagos de la misión (IV) son una llamada a acertar en los caminos (V) y en urgir la cooperación de todos (VI-VII), impregnados de una verdadera espiritualidad misionera (VIII).

En el nuevo Código de Derecho Canónico (1983), ver el apartado sobre "la acción misionera de la Iglesia" (lib. III, tít. II). En el Catecismo de la Iglesia Católica, el tema misionero queda desarrollado al explicar el "Credo" ("creo en la santa Iglesia católica") (nn. 748ss). La misión universal, que tiene origen trinitario y que llega a la Iglesia, por Cristo, en el Espíritu, se relaciona con la realidad eclesial de: Iglesia "misterio", "sacramento universal de salvación" (nn. 772-780); Iglesia "católica" (nn. 830-856); Iglesia "apostólica" (nn. 857-870).10

2ª) Hacia una eclesiología de comunión misionera:

Como “sacramento universal de salvación”, la Iglesia tiene la misión de construir la comunión entre todos los pueblos, como reflejo de la comunión trinitaria de Dios Amor. Esta realidad “sacramental” de la Iglesia, como transparencia e instrumento de Cristo (Iglesia misterio), se expresa en su catolicidad (Iglesia comunión de carismas) y en su apostolicidad (Iglesia misión). "Plugo a Dios llamar a los hombres a la participación de su vida no sólo individualmente, sin mutua conexión entre ellos, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad (cfr. Jn 11,52)" (AG 2).

La “comunión” perfecta está sólo en Dios Amor, Uno y Trino. La comunión trinitaria es fuente de la misión eclesial. La Iglesia expresa esta unidad divina cuando es familia de hermanos. Por esto es misterio de comunión, que vive y comunica comunión, y que es "germen de unidad" para todo el género humano, pero en la medida en que ella misma sea comunión de vida. "Dios... la constituyó Iglesia, a fin de que fuera para todos y cada uno sacramento visible de esta unidad salvífica" (LG 9).

La “coinonía” (cfr. Hech 4,32) constituye la naturaleza de la Iglesia misionera, como signo eficaz de la acción del Espíritu santo en la evangelización, “instrumento de la redención universal” (LG 9). "Partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cfr. Jn 17,21-23)" (RMi 23).

La realidad sobrenatural de la “comunión” corresponde a los títulos bíblicos de pueblo, cuerpo, templo, familia, redil, viña... Supone una comunidad eclesial que convive y comparte los dones recibidos, como signo de ser un sólo “cuerpo”, consecuencia de participar en el cuerpo eucarístico de Cristo (1Cor 10,16). Cristo, "primogénito entre 10 Cfr. AA.VV., El magisterio pontificio contemporáneo (Madrid, BAC, 1992, 1997) II, 5-226 (evangelización); J.Mª ROVIRA BELLOSO, El Magisterio, en: Introducción a la teología (Madrid, BAC, 1996) cap. VIII; F. ARDUSSO, Magisterio eclesial. El servicio de la Palabra (Madrid, San Pablo, 1997).

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muchos hermanos, constituye, con el don de su Espíritu, una nueva comunidad fraterna entre todos los que con fe y caridad le reciben después de su muerte y resurrección, esto es, en su Cuerpo, que es la Iglesia, en la que todos, miembros los unos de los otros, deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido" (GS 32).11

3ª) La misión de construir o “implantar” la Iglesia.

La expresión “plantatio Ecclesiae” no tiene la connotación de transplantar o de imponer un cultura o unas estructuras, sino la de insertar el mismo evangelio del Señor en todos los pueblos, de suerte de cada comunidad eclesial pueda valerse por sí misma en los medios establecidos por el Señor: signos sacramentales y ministerios, vocaciones, carismas... Esta “implantación” se demuestra cuando la comunidad eclesial es capaz de compartir con las demás, dando y recibiendo en comunión. Éste es el sentido de la afirmación conciliar: "El fin propio de esta actividad misionera es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado" (AG 6). Es un reconocimiento de la dignidad de toda comunidad eclesial.12

El término “plantar” o “edificar” es bíblico, según la expresión de Jesús: "edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Se trata de construir la comunidad a modo de familia, por medio de los servicios permanentes de la Palabra, la fracción del pan, la dirección por parte los pastores, y la animación o servicios de caridad. Es una expresión usada por San Pablo (cfr. Hech 20,32; 1Cor 3,6.10ss; 4,12; Ef 3,20-22).13

Las diversas escuelas misionológicas de principios del siglo XX, se distinguen por subrayar algún aspecto del objetivo misionero: La escuela de Münster (J. Schmidlin) subrayaba la conversión personal y social, mientras la escuela de Lovaina (P. Charles) ponía el acento en la "plantatio Ecclesiae". El decreto conciliar Ad Gentes armoniza las dos tendencias.14

11 Cfr. (Congregación para la Doctrina de la Fe) Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (Lib. Edit. Vaticana, 1992); A. BANDERA, La Iglesia misterio de comunión (Salamanca, San Esteban, 1965); J. CAPMANY, Misión en la comunión (Madrid, PPC, 1984); S. PIÉ-NINOT, Eclesiología. La sacramentalidad de la comunidad eclesial (Salamanca, Sígueme, 2006); R. PRAT I PONS, El dinamismo de la comunión eclesial (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1988).

12 Ver el tema ya esbozado en SANTO TOMÁS: Sum. Theol. I q.43 a.7 ad 6; I-II q.106 a.4 ad 4; Sent. I dist. 16 q.1 a.2 ad 2 y ad 4.

13 Es también expresión patrística: SAN IRINEO, Adv. Haer. III, 1,1; 3,2-4: PG 7,844ss; TERTULIANO, De praescr. adv. Haer. 20: PL 2,32.

14 Cfr. L.A. CASTRO, El gusto por la misión, o.c., 7.2, pp.428: (resume las diversas escuelas); K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino 1988) 2 (resume las escuelas de Münster y de Lovaina, y pasa a señalar los avances de Ad Gentes y de Evangelii Nuntiandi); A. SANTOS HERNÁNDEZ, Teología sistemática de la misión (Estella, Verbo Divino 1991) I (distingue entre la escuela alemana, española, belga y

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4ª) Iglesia peregrina. Escatología y misión.

La Iglesia, que camina hacia el encuentro definitivo con Cristo (cfr. Hech 1,11; Apoc 22,20), construye, ya desde esta tierra, "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1), donde "reinará la justicia" y el amor (cfr. 2Pe 3,13). Es la marcha “escatológica”, hacia el “final”. Precisamente este camino escatológico ha dado pie al concilio Vaticano II para calificar a la Iglesia como "sacramento universal de salvación" (LG 48). Es tensión confiada hacia el encuentro definitivo con Cristo glorioso, que ya ha a glorificado a su Madre como “estrella de la evangelización” (EN 82) e "icono escatológico de la Iglesia" (CEC 972).

La Iglesia ha sido fundada para evangelizar. La naturaleza misionera de la Iglesia aparece en relación con su fuente (la Trinidad) y su objetivo final: "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (AG 2). Por esto, "antes de que venga el Señor, es necesario predicar el evangelio a todas las gentes" (AG 9)).

La manifestación final del Señor (cfr. 1Pe 1,4-5) polariza la marcha de la Iglesia peregrina, para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Es una dinámica misionera en la espera activa al Señor “hasta que él vuelva" (1Cor 11,26). El “ya” de la primera venida urge a preparar su última venida, con la dinámica del “todavía no” (cfr. LG, cap.VII).

Aunque sea sin poder constatar siempre los frutos del trabajo apostólico, la Iglesia "prepara los caminos a la venida del Señor" (AG 1). Pero “la fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (DCe 31). La urgencia de evangelizar (“urge que él reine": 1Cor 15,25), se armoniza con la paciencia del “sembrador”, que espera con confianza, sabiendo que Dios, Padre de todos los creyentes (y no creyentes), actúa en todos los corazones de modo misterioso.15

Ver otros temas complementarios en las referencias del índice de materias (vocabulario básico): Diálogo ecuménico, Iglesia misionera, “sacramento universal de salvación”, etc. Cfr. J. CAPMANY, La Iglesia, sujeto de misión, en: La Misionología hoy (Madrid, OMP, 1987) 253-300; K. MÜLLER, Misión es cosa de toda la Iglesia, en: La misión de la Iglesia, o.c. (Dir. H. BÜRKLE), primera parte, cap.IV; E. NUNNNENMACHER, La naturaleza misionera de la Iglesia, en: Misión para el tercer milenio (Roma, PUM, 1992) cap. IV; P. VADAKUMPADAN, Fundamento eclesiológico de la misión, en: Seguir a

francesa).

15 Cfr. J.M. LERGA, Escatología y misión e San Pablo: Misiones Extranjeras 14 (1975) 317-341; M.A. MEDINA, La misión de la Iglesia peregrinante hacia el Reino de Dios: Studium 24 (1984) 7-42; C. POZO, Teología del más allá (Madrid, BAC, 1981); J.L. RUÍZ DE LA PEÑA, La pascua de la creación. Escatología (Madrid, BAC, 1996). Ver el tema escatológico, en relación con el Misterio de Cristo, al final de cada capítulo de la primera parte de Gaudium et Spes: GS 22, 32, 38-39, 45 (son textos que subrayan el tono de esperanza fundada en Cristo). Ver también: LG 7-9, 13, 21-26, 48-51, 68; DV 7-8; SC 2, 8; AG 1-2, 9.

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Cristo en la misión (Estella, Verbo Divino, 1998) 67-78; L.L. WOSTYN, Iglesia y nisión hoy. Ensayo de eclesiología (Estella, Verbo Divino, 1992).

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