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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Lucía MELGAR. Correspondencias literarias. Bianco, Garro... - Correspondencias literarias. Bianco, Garro y La pérdida del reino Lucía Melgar PRINCETON UNIVERSITY JOSÉ BIANCO Y ELENA Garro se conocieron y trataron en París en 1946-47 cuando el escritor argentino viajó a Francia. A partir del regreso de éste a la Argentina en 1948, mantuvieron una correspondencia regular, por lo menos hasta 1974, fecha de las últimas cartas de ambos, conservadas en los archivos de Princeton 1 . Como en muchos otros, en estos epistolarios hay lagunas: mientras que en sus mudanzas Garro parece haber perdido muchas cartas, Bianco, más estable, conservó si no todas, la mayoría de las que le escribió Garro. A pesar de sus huecos, este par de epistolarios constituye hasta el momento la mejor fuente para estudiar el proceso escritura! que antecede a Los recuerdos del porvenir, para captar la ambivalencia de Garro ante su nueva identidad de escritora o sus dificiles relaciones con el medio intelectual mexicano antes de 1968, o para aproximarse a los primeros efectos del autoexilio en su obra. La importancia de este intercambio reside no sólo en el período que abarca sino también en las características de los interlocutores. Aunque existen diferencias significativas entre ellos, Bianco y Garro son amigos a quienes les interesa mantener un diálogo significativo; que comparten su pasión por la literatura y se interesan en la obra creativa del otro. Es evidente, además, que Garro confia en Bianco puesto que, a veces entre líneas, a veces con desparpajo o exaltación, le comunica sus preocupaciones personales. Como en otro contexto me he ocupado de la imagen de la escritora que se desprende de esta correspondencia y del valor que otorgaba ella al apoyo de su corresponsal, hoy me centraré en una lectura de la novela La pérdida del reino, de Bianco, a la luz de su correspondencia con Garro. Desde mi punto de vista, esta novela nos permite entender el enamoramiento de Bioy y la fascinación del propio Bianco ante la joven Helena, así como el interés de ambos en su escritura. Como se trata de una novela, me interesa destacar aquí el modo en que la vida real alimenta a la ficción y ésta enriquece la realidad. Desde la primera carta que se conserva de él, Bianco expresa cariño y admiración por su corresponsal. En septiembre de 1951, tras enterarse por Bioy que ella está enferma, 1 Las cartas de Garro están en el archivo de Bianco (C0681, f2), las de éste en el de Garro (C0827, caja!, f. 19) 425 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Correspondencias literarias. Bianco, Garro y La pérdida del reino

Lucía Melgar PRINCETON UNIVERSITY

JOSÉ BIANCO Y ELENA Garro se conocieron y trataron en París en 1946-47 cuando el escritor argentino viajó a Francia. A partir del regreso de éste a la Argentina en 1948, mantuvieron una correspondencia regular, por lo menos hasta 197 4, fecha de las últimas cartas de ambos, conservadas en los archivos de Princeton1

. Como en muchos otros, en estos epistolarios hay lagunas: mientras que en sus mudanzas Garro parece haber perdido muchas cartas, Bianco, más estable, conservó si no todas, la mayoría de las que le escribió Garro. A pesar de sus huecos, este par de epistolarios constituye hasta el momento la mejor fuente para estudiar el proceso escritura! que antecede a Los recuerdos del porvenir, para captar la ambivalencia de Garro ante su nueva identidad de escritora o sus dificiles relaciones con el medio intelectual mexicano antes de 1968, o para aproximarse a los primeros efectos del autoexilio en su obra.

La importancia de este intercambio reside no sólo en el período que abarca sino también en las características de los interlocutores. Aunque existen diferencias significativas entre ellos, Bianco y Garro son amigos a quienes les interesa mantener un diálogo significativo; que comparten su pasión por la literatura y se interesan en la obra creativa del otro. Es evidente, además, que Garro confia en Bianco puesto que, a veces entre líneas, a veces con desparpajo o exaltación, le comunica sus preocupaciones personales.

Como en otro contexto me he ocupado de la imagen de la escritora que se desprende de esta correspondencia y del valor que otorgaba ella al apoyo de su corresponsal, hoy me centraré en una lectura de la novela La pérdida del reino, de Bianco, a la luz de su correspondencia con Garro. Desde mi punto de vista, esta novela nos permite entender el enamoramiento de Bioy y la fascinación del propio Bianco ante la joven Helena, así como el interés de ambos en su escritura. Como se trata de una novela, me interesa destacar aquí el modo en que la vida real alimenta a la ficción y ésta enriquece la realidad.

Desde la primera carta que se conserva de él, Bianco expresa cariño y admiración por su corresponsal. En septiembre de 1951, tras enterarse por Bioy que ella está enferma,

1 Las cartas de Garro están en el archivo de Bianco (C0681, f2), las de éste en el de Garro (C0827, caja!, f. 19)

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le escribe para reanudar la comunicación y evoca con nostalgia y gran detalle sus rasgos y sus gestos. Sin aludir a las revelaciones de Bioy, quien le ha confiado su romance con ella, le recuerda que cuenta con él:

Aquí tienes un amigo (yo) que te quiere mucho y que te recuerda siempre; un amigo que has deslumbrado y que cuando te compara con las demás mujeres (todas, sin excepción) las encuentra aburridas, banales, vanidosas, ininteligentes, bachilleras (algunas), sensuales (no sensoriales), mezquinas (23.XI.51)

La fascinación y el afecto de Bianco no se limitan al espacio de las cartas. A petición de Garro, le ayuda a corregir su primera novela y, junto con Bioy, intenta encontrarle un editor en Argentina, cuando ella afirma que en México no le publicarán nada. Como editor de Sur, publica en la revista «Un hogar sólido» y «El zapaterito de Guanajuato»; más adelante, recomienda Los recuerdos del porvenir y la pasa de mano en mano entre sus amigos. Algunos de éstos recuerdan todavía los relatos de sus aventuras en París y su reencuentro en México en 1967, tan vívidos que Garro se convirtió en leyenda en Buenos Aires, ciudad que nunca pisó.

A la vez que permite entender el valor que Garro otorgaba a sus amigos argentinos (y sobre todo a Bianco) y su curiosa fascinación por Buenos Aires, la correspondencia ilumina también el impacto de Garro en la obra de Bianco. Como ella misma declaró varias veces al defender el derecho de la literatura a inspirarse en personajes reales, así como ella transformó aBianco en el «Pepe» de Testimonios sobre Mariana, él transpuso su imagen al ámbito novelesco. En La pérdida del reino, Rufo, protagonista y alter ego ficticio del escritor, queda cautivado ante Laura y acaba por enamorarse de ella.

En el archivo de Bianco aparecen referencias a esta novela a partir de 1950, en una carta de Paz (7.VII.50). Helena le ha dicho que su amigo escribe una novela, y Paz le pregunta por ella. Más adelante Bianco publica dos fragmentos, uno en Sur, otro en Ciclón, y ambos se los comentan. Dedicado más al trabajo editorial que a su obra, como se lo reprochan Garro y Paz, Bianco no se decide a terminarla sino a principios de los años 70, cuando, según le explica después a ella, empieza a sentir el peso del tiempo y se encierra año y medio a escribirla. En 1972 sus amigos pueden por fin leerla.

Aunque abarca un período más amplio que Testimonios sobre Mariana, La pérdida del reino es también un roman á clef que recrea la vida de un círculo de intelectuales latinoamericanos en el París de la posguerra. A diferencia de las escandalosas reacciones que provocó la lectura biográfica de Testimonios, la novela de Bianco parece haber recibido interpretaciones más literarias. Sin embargo, como en todo texto de este tipo, la base autobiográfica no pasa desapercibida a los lectores iniciados. Así, por ejemplo, en una carta al autor, Victoria Ocampo elogia el lenguaje de la novela y discretamente reconoce su pertenencia al grupo de iniciados: «Saludé al pasar a personas conocidas», escribe en francés. Paz, a su vez, adopta un tono más próximo a su rol de editor de Plural que al del amigo que puede leer entre lineas. Comenta que Rodríguez Monegal y García Ponce quieren reseñar la novela, destaca, como crítico, lo que llama «el juego de las transparencias» y sólo al sesgo manifiesta una reacción personal: el texto le ha provocado melancolía, escribe, pero por el momento prefiere no ahondar en cuestiones personales

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(OP a JB, 8.XII.72). Elena Garro, por su parte, trata explícitamente la dificultad que supone para un lector

iniciado leer un roman a ele/ como literatura. Desde Nueva York, donde ella está entonces escribiendo Testimonios, comenta:

La leí otra vez de una tirada y me detuve en muchos párrafos y medité sobre muchas frases. «¡Qué bien escriben los hombres», me repetí siempre (cuando son escritores, no mamarrachos como los que tú admiras) ¿porqué pueden poner esa distancia entre el libro y ellos? ¿por qué sus personajes empiezan a funcionar separados del autor? [ ... ]Tú estás en Rufo, pero te escapas. O más bien ese Rufo ha dejado de ser Pepe, para ser simplemente Rufo.

y más adelante:

Además sabes que escribes muy bien, que tu español gira de una manera distinta de todos los españoles que se escriben y que llevas al lector a dar un paseo melancólico, mostrándole personajes, salones y jardines engañosos y que no existieron nunca. (21.XI.72)

Como indica mi cita, estos juicios son producto de una relectura. Según explica Garro, su primera reacción fue emocional, una mezcla de sorpresa y frustración, porque a la vez que reconocía a los personajes reales transformados por la ficción, intentaba descubrir en los personajes ficticios secretos de la vida real. Así, aunque relea con sentido crítico, afirma que no podría hacer una crítica del libro: «¿Tú puedes ver una mosca cuando se te mete en ojo?», pregunta.

Lo más interesante del comentario de la escritora no es el reconocimiento explícito de su ambivalencia ante un texto cuyas claves conoce sino una alusión muy breve a su propia presencia en el texto: «Esa Laura dice muchas tonterías», afirma. Y enseguida exclama: «¡Qué bien que desaparece a los veintisiete años! Después ¡qué catástrofe! Leyéndola, alguien inteligente dirá: <Esa no va a acabar bien»>.

Mientras que con esta exclamación Garro parece proyectar en Laura su imagen de Mariana o la suya propia, su alusión a las palabras del personaje no es gratuita. Paz, Ocampo y otros lectores podían reconocer en la novela a miembros del círculo de Silvina Ocampo o algunos de los personajes latinoamericanos que giran en torno a la figura de Laura/Helena Paz. Los contemporáneos próximos a Garro, podían captar desde luego algunos de sus rasgos más sobresalientes: la belleza, la gracia, la franqueza con que emitía juicios poco ortodoxos. Algunos lectores mexicanos podían también descubrir ciertos recursos con que el novelista recreó, transformándolo, el entorno de la joven Helena. Pero sólo Garro sabía hasta qué punto Laura se asemejaba a ella.

La Laura de Bianco es una argentina-mexicana, casada con un mexicano, hijo de político acaudalado con inclinaciones agraristas, y de una suiza de quien ha heredado sus rasgos europeos. Al otorgar a su personaje la nacionalidad argentina Bianco quiso tal vez realizar en la ficción el deseo que Garro expresaba cuando, harta de México, preguntaba si era dificil hacerse argentina. En la composición de su ámbito familiar, en cambio,

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mezcló referentes reales. La suegra suiza, que nunca aparece, puede ser una transposición de la suegra española de Garro; la configuración del suegro ficticio, por el contrario, no corresponde al padre de Paz sino a Aguirre Palancares, político amigo de Garro al que Bianco conoció en su viaje a México en 1967. Este debió simpatizarle pues de él retomó los rasgos fisicos, la trayectoria política y hasta el apodo de «Príncipe Mixteco» (327)2. Otra alusión obvia es la figura del padre de Laura, hombre discreto y tolerante que adora a su hija y al que ella adora y califica de «muy mono», calificativo que corresponde más al vocabulario de una mexicana hija de español (como Garro) que al de una argentina-mexicana.

En tanto estos detalles revelan algunos de los recursos más evidentes de la ficcionalización, la trama corresponde más al carácter de «historia inventada» que, como escribe Bianco, caracteriza a toda novela, por «autobiográfica que sea» (358). El triángulo amoroso en que se inscribe Laura puede o no aludir al romance entre Bioy y Garro o a los triángulos más sombríos que se dibujan en Testimonios sobre Mariana. En todo caso, es dificil y , para mi propósito, irrelevante determinar la identidad del amante argentino de Laura o especular si Bianco proyectó sus propios sentimientos en el enamoramiento de Rufo por Laura o simplemente llevó a una conclusión lógica el desarrollo de su personaje. A Garro esto debe haberle parecido tan secundario, o tan válido en el marco de la ficción , que ni siquiera lo menciona. En cambio, vale la pena detenerse en Laura y destacar las correspondencias entre novela y vida (también escrita), que se descubren cuando se leen las palabras del personaje a la luz del intercambio epistolar entre creador e inspiradora.

En La pérdida del reino el autor ficticio se presenta como un escritor-editor cuyo relato se basa en borradores, cartas y otros documentos que Rufo Velázquez, el protagonista, le legó para que terminara su novela. Con este doble filtro Bianco subraya el carácter ficticio de la historia y nos da una de las claves de su composición, por lo menos en cuanto a Laura, personaje que enuncia o escribe frases y hasta páginas completas escritas por Elena Garro.

De las cartas de su amiga, el novelista retoma sobre todo las primeras, escritas entre 1947 y 1952. A veces usa sólo detalles, como el nombre del médico japonés que trató a Garro en Tokio; otras veces transforma imágenes expresivas en incidentes que le suceden a Laura. Así, mientras que Garro caricaturiza a unos italianos diciendo que son de aquéllos que envían rosas por teléfono, Laura recibe unas rosas que le ha enviado, por telégrafo (LPR, 356). Algunas anécdotas y reflexiones escritas por Garro se convierten en relatos orales de Laura. Uno de los más llamativos, tanto en la novela como en la correspondencia, es el siguiente, que cito de la novela:

Yo estuve en Venecia este verano. Decidimos con mi marido hacer una gira por Italia, y planeamos todo el viaje de una manera muy minuciosa. La primera ciudad que íbamos a visitar era Venecia. En efecto, llegamos a Venecia, que no conocíamos, y quedamos tan deslumbrados que nos pasamos cuatro semanas tomando café en la

2 Cito por la edición de La pérdida del reino. (México: FCE, 1990).

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plaza de San Marcos. Nada de lo que he visto me ha maravillado más que Venecia. Qué alegría sentíamos. Hacía no sé cuántos años que no éramos jóvenes, y Venecia nos hizo olvidar que estábamos casados. (LPR, 309-31 O)

Este pasaje reproduce casi textualmente un fragmento del relato que Garro le hiciera a Bianco de su viaje a Italia con Paz en 1948 (EG a JB, 15. VIII.48). En ambos casos, a la pareja se le acaba casi el dinero y deciden que sólo uno de ellos continuará el viaje; echan suertes: el marido se queda y la mujer se va a Suiza.

A diferencia de la correspondencia, la novela permite expresar la reacción inmediata del interlocutor y así Rufo se extraña del comentario final de Laura, extrañamiento que luego se transforma en constatación de que Laura y Horacio no forman una pareja común pues se llevan más como hermanos que como marido y mujer, al grado que Horacio tolera al amante de su esposa y hasta defiende sus intereses cuando siente que Rufo se está acercando demasiado a ella3

.

Mujer optimista, rodeada de hombres que la admiran o la adoran, Laura se caracteriza por un desparpajo que al principio choca a Rufo, por su ironía, su sentido estético, su capacidad de observación, y su estilo. Desde Italia, le escribe a Rufo una carta en que las imágenes añaden expresividad a la descripción, y la ironía transforma las desventuras turísticas en incidentes ridículos: tras admirar a las italianas con «el cutis transparente y las narices de quilla de barco», Laura se burla de la falsa elegancia del hotel en que se hospeda: «¿Te acuerdas de esos calendarios con mujeres lánguidas, tigres enroscados a sus pies, y abajo terrazas y macetones llenos de flores? Así es todo, Sólo faltan los tigres. Bueno, nadé» (349). La carta que Garro escribe desde Italia (19.VII.47) y Bianco inserta con modificaciones menores es más extensa y contiene pasajes más irónicos aún.

Como su personaje, Bianco se caracteriza más por el amor a la vida que por la depresión; Laura, a diferencia de Garro, rara vez sufre o se angustia. Laura se deprime tanto como Helena cuando le descubren un soplo al corazón pero, como ésta, se burla de sí misma diciendo que es lógico puesto que fuma «como una chimenea». En cambio, para preservar uno de los párrafos más angustiosos y más literarios de la correspondencia sin desfigurar a su personaje, Bianco lo sitúa en el pasado y así le resta dramatismo. En la novela, Laura se refiere a los efectos de un embarazo dificil sucedido años atrás, y no a un dolor presente. Para mostrar directamente el estilo que, como ya es obvio, llamó la atención de Bianco, cito el original de Garro. Con mano temblorosa, ésta intenta expresar la sensación que le provoca la grave enfermedad que la mantiene encerrada en su cuarto de hotel en Tokio, en 1952 y que, como se sabe, provocará el traslado de los Paz a Suiza:

Nunca sé qué decirte, ni qué decirle a nadie. Ayer con mi mano izquierda pude estrechar la mano del doctor. Eso es una gran noticia para mí nada más. ¿Cómo explicar este derrumbe? Eso le pasó a Helena en medio de una gran borrachera pero

3 Es obvio el contraste entre este marido ficticio y el que aparece en Testimonios sobre Mariana. Esta es sólo una de las diferencias entre dos novelas inspiradas en una misma realidad, pero escritas desde perspectivas muy diferentes.

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no había bebido. Anoche otra vez se cayó y cae sin ruido, Si estoy despierta me estoy espiando, si me duermo sueño que me sigo espiando. Todo lo que a Helena se refiera me obsesiona. Si a Helena le duelen los rayos que le caen de pronto, yo lloro, Si algo le da risa, me río más que nunca. En las lecturas veo alusiones a ella. Todo se ha vuelto augurios, yo los interpreto. ¿verdad que es insalubre estar quieta esperando? (26.IX. 52)4

La sensación de desdoblamiento que le provocan a la enferma la parálisis parcial y la fiebre tiene más fuerza en el contexto real que en el ficticio , pero en la novela este pasaje (en pasado) enriquece la gama expresiva del personaje y deja entrever su vulnerabilidad.

Los fragmentos que he citado son sólo algunos ejemplos del tipo de textos que el escritor insertó, con o sin modificaciones, en su novela. Aunada a la recreación de la imagen deslumbrante de la joven Helena y a la ficcionalización de algunas de sus aventuras con ella en París, la transposición de su escritura le permite a Bianco configurar a un personaje que justifica la intención del protagonista de escribir una novela sobre ella (329). Laura, cabe subrayar, no es sólo una mujer bella y atractiva, afortunada en amores y hábil manipuladora de los hombres, es también una mujer sensible e inteligente, elocuente, culta, y tan capaz de escribir cartas literarias como de discutir sobre literatura. Más exigente que el escritor protagonista, antepone las exigencias de la composición novelesca y rechaza los desenlaces triviales con que Rufo pretende inmortalizar su amor por ella. Aunque Bianco no le haya dedicado la novela a Garro como en algún momento pensó hacerlo, el hecho de que su protagonista empiece a escribir a sugerencia de Laura y acepte sus juicios literarios es un reconocimiento indirecto a la presencia (y contribución) de su amiga en su obra.

En términos literarios, el hecho de que un escritor tan exigente como Bianco insertara en su novela fragmentos o páginas enteras de la temprana escritura de Garro es un claro reconocimiento del valor literario que, desde 1947, descubrió en ella. Al recuperar a la escritora en ciernes, La pérdida del reino es el mejor homenaje que se le haya hecho a la autora de Los recuerdos del porvenir.

4 Agradezco a Helena Paz Garro el permiso para citar las cartas de su madre.

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