Auca revista literaria y artistica 18 marzo 2010

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AUCA © De los textos y las ilustraciones: los autores © De los textos de Miguel Hernández: los Herederos de Miguel Hernández Coordinación : Manuel Parra Pozuelo Consejo de Redacción : Francisco Alonso Ruiz, Mª Rosario Mohinelo, Manuel Parra Pozuelo y Mª Isabel Pintos Consejo asesor : Julia Díaz, Jesús Muguercia, Lucía Espín,

Trinitario Rodríguez, Mª Isabel Pintos, Mercedes Rodríguez, Francisco Ruiz, Inma Méndez, Fcº Javier Fernández Colaboradores : Justino Rodríguez, Mariano Abad, José A. Torregrosa,

Juan Vicedo, Angel Luis Prieto, Miguel A. Pérez-Oca, Eusebio Pérez-Oca, Rosario Salinas, José Luis Ferris, Ramón Fernández, Aitor. L. Larrabide, Ana Marlópez, José Antº Charques, Virgilio Tortosa, Mati Bautista, Adolfo Celdrán, José A. Navarro, José Carlos Rovira, Antonio Díaz, Ana Cesana, Carlos Candela, Olivia Díaz

Maquetación : Mercedes Rodríguez Diseño : Grupo Cultural Auca de las Letras Delegada de Ventas : Lucía Espín Depósito Legal : A-469-2004 ISSN : 1697-9877

Ilustración de la portada : El niño yuntero. Ferrández Costa

Imprime : Copistería Velázquez. GRAFIBEL 2010, S.L.

C/Padre Mariana, 15 Bajo. 03004-ALICANTE Colaboraciones y Correspondencia:

c/Gravina, 4 –Centro Loyola-. 03002-ALICANTE [email protected] WEB: www.aucadelasletras.com Las personas interesadas en posibles colaboraciones, deberán dirigirse a nuestras direcciones de correo electrónico o postal para solicitar las normas de estilo de AUCA y enviar sus escritos inéditos, en prosa o en verso, que en ningún caso serán más de dos, con arreglo a estas normas, a la dirección y en el formato que se indican. El consejo de redacción decidirá, en todo caso, sobre la pertinencia de su publicación.

La revista Auca no comparte necesariamente las opiniones vertidas en sus páginas siendo los contenidos responsabilidad exclusiva de los autores

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ÍNDICE AUTOR pág Presentación Manuel Parra Pozuelo 2 Noticias aucanas Redacción 3 Miguel Hernández en mi vida Justino Rodríguez Nieto 4 Me diste un fuego Mercedes Rodríguez Gª-Olías 5 Miguel Hernández, poeta Juan Vicedo 6 Miguel y la palabra Inma Méndez/Alféizar 7 Le pregunto a Miguel por mi luna Francisco Alonso Ruiz 8 Un huracán de versos Manuel Parra Pozuelo 9 Me gustaría ser Airam Lebasi 13 La génesis de una publicación…. M. Abad/José A. Torregrosa 14 Me llamasteis poeta Julia Díaz Climent 18 Miguel Hernández y la fiebre del teatro Angel Luis Prieto de Paula 20 Hablando con Miguel Lucía Espín 21 Yo quisiera, Miguel Mª Rosario Mohinelo 22 Nuestro padre y el pastor poeta Miguel A. y Eusebio Pérez-Oca 23 Soneto Julia Díaz Climent 25 Al niño-hombre que fue Miguel Rosario Salinas Marco 26 Homenaje Inma Méndez/Alféizar 28 Miguel Hernández en Alicante Ramón Fernández 29 Poema Trinitario Rodríguez 33 Soy raíz Trinitario Rodríguez 35 Perito en lunas grises y cielos azules Aitor. L. Larrabide 36 Llorando por tu muerte Lucía Espín 38 El despertar Airam Lebasi 39 ¡Precisamente tú! José Antº Charques Sala 40 Viento del pueblo para el siglo XXI Virgilio Tortosa 41 Pastor de palabras y Sentimientos Olivia Díaz i Díaz 44 Homenaje a MH con sus palabras…. Textos de Miguel Hernández 45 Eco de la teua imatge Ana Marlópez 50 Sobre el Centenario Hernandiano José Carlos Rovira Soler 51 Mi querido amigo de la tierra Inma Méndez/Alféizar 53 Cantando a Miguel Hernández Adolfo Celdrán 54 A un poeta de mi tierra José Antº Navarro i Ballesta 56 Miguel y el recuerdo de un abuelo Antonio Díaz González 57 Con las tres heridas en la tumba estoy Mati Bautista 58 Bajo los árboles Mercedes Rodríguez Gª-Olías 59 Barro me llamo Mª Rosario Mohinelo 61 Carta a Miguel Hernández Ana Cesana 64 Tras los pasos de los recuerdos y las… Airam Lebasi 65 Hernández, Miguel Inma Méndez/Alféizar 67 El Juicio contra Miguel Hernández Carlos Candela Ochotorena 68 Cabes Miguel Julia Díaz Climent 71 Saludo a Josefina y a Miguel Francisco Alonso Ruiz 72 2010 – Celebración y memoria José Luis Ferris 73 La palabra regresada Julia Díaz Climent 75 El sumario 21001 contra Miguel Hernández… Manuel Parra Pozuelo 76

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PRESENTACIÓN

Tal como habíamos proyectado, este número monográfico está dedicado a nuestro nunca bien ponderado Miguel Hernández, y lo cierto es que nuestras ilusiones y expectativas, se han visto cumplidas gracias a generosas y múltiples complicidades. De entrada, queremos dejar constancia de nuestra gratitud y agradecimiento a la Fundación Primer Centenario y a los herederos de Miguel Hernández, que han permitido la publicación de dos poemas de Miguel y de una de sus alocuciones, eximiéndonos del pago de los derechos de autor. Tampoco podemos dejar de resaltar que las magníficas ilustraciones que embellecen nuestras páginas no hubieran sido posibles sin la amabilidad de Mariano Abad y José Antonio Torregrosa, que nos han puesto en contacto con los pintores que desinteresadamente nos han autorizado a incluir sus creaciones en nuestra revista. ¿Cómo expresar nuestro reconocimiento a los más conocidos y prestigiosos hernandianos que con sus escritos honran y prestigian nuestras páginas? Dejamos constancia de nuestra gratitud para José Carlos Rovira Soler, Comisario del Primer Centenario del nacimiento de Miguel Hernández, para José Luis Ferris, autor de la más difundida y prestigiada biografía del poeta, para Ángel Luis Prieto de Paula, uno de los más destacados críticos de poesía contemporánea y para Virgilio Tortosa, joven conocedor como pocos de la literatura comparada y de las nuevas corrientes estéticas, sin dejar a un lado la hernandiana sabiduría de Aitor Larrabide, estudioso de la obra y la vida de Miguel Hernández desde la atalaya de su benemérita fundación! ¡Cuántas publicaciones sobre Miguel Hernández no envidiarían tan completa e insuperable nómina de colaboradores! No podemos olvidar los textos evocadores y memorialistas de Justiniano Rodríguez Nieto, de Eusebio y Miguel Pérez-Oca y de Antonio Díaz González, o aquellos que describen la presencia de Miguel Hernández en nuestra ciudad como el de Ramón Fernández Palmeral, o los que relatan y valoran las inicuas circunstancias de su proceso como el de Carlos Candela Ochotorena. Son también del máximo interés y nos transmiten la devoción a Miguel Hernández que sus autores profesan, los poemas de José Antonio Charques Sala, de Ana Cesana, de Rosario Salinas, de José Antonio Navarro i Ballesta, de Ana Marlópez y de Mati Bautista, o los textos en prosa de Juan Vicedo y de Olivia Díaz i Díaz y el interesante trabajo de Mariano Abad y José Antonio Torregrosa, cuyas palabras son un histórico testimonio del proceso que permitió una tan adecuada simbiosis entre la erudición y la creación poética y plástica. Asimismo, aunque la modestia y el pudor nos impidan alabar las aportaciones de los integrantes de nuestra asociación, nos atrevemos a recomendar la lectura de sus trabajos, seguros, al menos, de la hernandiana pasión que los ha inspirado

Manuel Parra Pozuelo

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NOTICIAS AUCANAS Como habrá podido constatarse mediante la lectura de los cometidos y de los nombres de los que, a partir de ahora, nos responsabilizamos de la revista Auca, que figuran en página tras la portada, nuestra publicación ha sufrido una profunda mutación, tanto en la distribución de tareas, como en los trabajos a realizar, por los inevitables cambios que han afectado a nuestra asociación. Se han incorporado los nuevos socios Jesús Amado Muguercia Correa, Susana Arquero e Inmaculada Méndez, a quienes damos nuestra más cordial y sincera bienvenida, mientras que ha cesado a petición propia la que, en nuestro corazón, siempre será nuestra presidenta, María José Arques Cano, dejando el cargo que tan brillantemente ejerció desde el ya lejano año 2003. Tras la presentación de su dimisión, adoptamos, por unanimidad, el acuerdo de designarla presidenta honoraria de la Asociación Auca de las Letras y, al mismo tiempo, dedicar un afectuoso recuerdo de gratitud a Amparo Benito Diez, también cofundadora de nuestra Asociación y que durante mucho tiempo ejerció la Vicepresidencia con admirable dedicación y entrega. El talante de María José y el de todos los que nos han precedido como integrantes de Auca de las Letras son un legado que intentaremos, por encima de todo, conservar. Constatando además que su impulso y dedicación han hecho posibles los dieciocho números editados y los numerosísimos actos de homenaje, presentaciones y recitales que nuestra Asociación ha realizado. Vacante el puesto ocupado por María José, fue preciso, en consecuencia, nombrar un nuevo Presidente y esta responsabilidad ha correspondido a Manuel Parra Pozuelo, para el que solicitamos la imprescindible colaboración de todos, que también demandamos para Trinitario Rodríguez, elegido Secretario y para Lucia Espín, reelegida como tesorera.

HOMENAJE A MIGUEL HERNÁNDEZ, HOMBRE Y POETA ORGANIZADO POR ANUESCA (ASOCIACIÓN DE NUEVOS

ESCRITORES DE CAMPELLO) Y PPdM (POETAS DEL MUNDO) Serán unas jornadas poéticas conmemorativas del primer centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández, en las que se llevarán a cabo recitales, conferencias, visitas a la Casa Museo Miguel Hernández, en Orihuela, y a la tumba del poeta, en el Cementerio Virgen del Remedio de Alicante y otras actividades hernandianas que se iniciarán el día 9 de junio, miércoles, a las 7 y media de la tarde con una conferencia en el Club Información de Alicante, y finalizarán con un solemne acto de clausura, en Campello, el día 13 de junio, domingo. En este número monográfico dedicado al poeta, informamos a nuestros lectores de su celebración, deseándoles el éxito más rotundo. La participación está abierta a los poetas de todo el universo, que podrán enviar sus creaciones (con un máximo de cinco poemas que no tengan más de treinta y cinco versos cada uno) a [email protected] .El plazo de presentación de originales finaliza el 27 de febrero y los poetas seleccionados serán informados antes del 25 de marzo para que puedan formalizar su inscripción. También se han convenido con el Hotel Maya unos precios especiales para aquellos poetas o poetisas que precisen esos días alojamiento en Alicante.

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MIGUEL HERNÁNDEZ EN MI VIDA Cuando llegué a Redován, pueblo situado a 5 Km de Orihuela, los amigos me hablaron de un tal poeta Miguel Hernández. Yo, con mis 18 años de suficiencia y arrogancia, supuse que era un poetilla local como hay en tantos sitios. Cuando leí algunos poemas descubrí cuan ingenuo había sido. ¿Cómo es posible que conociese a Espronceda, Zorrilla, Juan Ramón, Alberti, Lorca, Gabriel y Galán, etc, etc, y no hubiese caído en mis manos nada de Miguel Hernández? Yo vivía en Toledo, separado del Levante por una postguerra civil en el espacio, en el tiempo y en el odio. Lo que había ocurrido es que se le quería acallar y olvidar su memoria porque fue una víctima más de los ganadores. Por eso no llegó hasta mí su voz de vibrante belleza y así permanecí en la ignorancia de su poesía. Los primeros versos que leí, aquellos de: "Tiznado por la pena, casi bruno / porque la pena tizna cuando estalla..." ¡Sobrecogedores! Después hallé la mejor elegía en lengua castellana que se ha hecho, la dedicada a Ramón Sijé, (ni siquiera, en mi opinión, Jorge Manrique se le puede comparar en las "Coplas a la muerte de mi padre"). Si se recita la elegía con música de fondo de Beethoven, segundo movimiento de la séptima sinfonía, como hizo una vez en TV el inspirado realizador Juan Guerrero Zamora, tendremos algo más que lo bello, lo sublime. ¿Podría Garcilaso superar la égloga de un guerrero muerto bajo las aguas del Tajo, con su coraza y casco damasquinados y su palidez mortal mientras el agua transparente canta la gloria de su vida heroica como la de un conde de Orgaz? Por otra parte, ¿se puede discutir y comparar sobre los poetas Miguel y Lorca? ¿Por qué Lorca sentía la presencia de Miguel con una inquietud o como una amenaza? Seguramente los dos se reconocían como dos genios sin temor a eclipsarse mutuamente pero sí de destruirse. Se sabían dos mediums que transmitían, interpretados, los misterios más hondos del Universo. Dos siniestros agoreros que presentían, premonitoriamente, lo prematuro de sus muertes. Lorca, en aquellos versos de :

"El río Guadalquivir tiene las barbas granate, los dos ríos de Granada, uno llanto y otro sangre"

y Hernández, más contundentemente aún dice: Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida... picotea mi costado y hace en él un triste nido"

¡Eso es lo que le pasó! El médico, en la cárcel, le sajó por un costado para que saliera la sangre purulenta y con ella su vida... Ahora vivo en Alicante donde el poeta Manuel Parra, permeado por la lectura de Miguel, fue galardonado en el Ateneo por sus versos émulos del estilo del poeta, pero no de menor calidad. También en Alicante, José Luis Ferris ha escrito la mejor biografía que yo haya leído del poeta Miguel Hernández. Narra una vida y muerte lineal de heroísmo y nobleza y hablando con Ferris, comentamos el dato de que el padre de Miguel era de Redován, uniendo este pequeño pueblo a la tristeza y gloria de su tragedia. Este pueblo es simétrico con Orihuela, sierra - valle – sierra. Hay que haber subido y sesteado solitario en estas altas tierras para sentir cercana la llama del poeta y cómo se inflama en el valle, en la Vega Baja, con la inmanencia de los almendros, las huertas de azahar y con todo tipo de fragancias...

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Por último, no quiero dejar de recordar el grupo musical "Los lobos", que produjeron un disco poniéndole música al poema "Vientos del pueblo". Para mí es la mejor música para los versos de Miguel y que está a la altura de lo que cantan. Utilicé este disco en una clase de niños de primaria, en un festival de fin de curso, y se lo aprendieron y cantaron todos como unos bravitos revolucionarios.

"Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta..."

Justino Rodríguez Nieto

Me diste un fuego Nos diste el fuego de la poesía e igual que a Prometeo los falsos dioses, tiranos y celosos a tormentos mil te sometieron. Nos diste el fuego oscuro la lígnica materia ardiente que no se consume con el atávico dolor que duerme, agazapado en los hogares de la sangre. Tu corto viaje fue primero silbo luego caudal. Nos diste el fuego voraz un fuego innombrable para que el viento lo lleve lo esparza en el humus de la tierra y sepamos que somos barro libertario. Nos diste el fuego el mismo fuego del núcleo de la tierra, el que rompe la corteza y se derrama incontenible por parajes sedientos buscando piedra, campos, río. Tu corto viaje fue canto primordial y grito. Me diste un fuego, Miguel. cual Vestal lo adoro, lo guardo celosamente y vigilo su crepitar en el centro de mi pecho.

Mercedes Rodríguez Gª-Olías

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MIGUEL HERNÁNDEZ, POETA Miguel Hernández, (1910-1942), sin más apellidos, es el hombre que lucha por hacerse un sitio en la poesía española de los años 30, porque quiere ser el mejor poeta de España, y así lo dice, calzado con esparteñas, delante de Federico G. Lorca. Su camino es la poesía, el poema, la voz que nace nueva y se dice a sí misma original y fuerte. Mas no basta el amor, ni ese símbolo trágico del toro, ni los sonetos publicados en El rayo que no cesa. Hay que subir al cielo del obrero, hay que coger el arma y

defender con fuerza la causa de la República, amenazada de muerte por la espada y las tropas africanas. Hay que firmar un compromiso ético y estético con El niño yuntero, para evitar que se lo trague la tierra. Hay que decir un no rotundo y seco

contra quienes, desde las salas de banderas, están acabando con las vidas de tantos y tantos españoles. Nace así esa luz que no cesa, ese Viento del pueblo, que reclama,

en la voz de Miguel, la libertad de todos, la esperanza de paz, la querencia de aldea. Clama el poeta delante de los fusiles, da zarpazos de león, aprieta los dientes contra la grama y con su voz y aliento hace más grande el día y más bella la noche. Sabe sonreír, sabe luchar con ganas por su pueblo, escribe, piensa y siente. Se nos hace de barro, alado como el barro, alado como el ángel que cayese en combate y se nos hace río, bandera de las fuentes. Así queda Miguel, bruñido para siempre, mientras conoce el verso que nace en los barrotes oxidados. Y es un canto que brota de la garganta honda, de la garganta hombre de quien sufre la ausencia de la esposa y del hijo, sin que su padre quisiera visitarlo al menos una vez. El cielo se serena, ya se sosiega el odio, ya aparecen los trigos sobre el poema oculto entre la ropa sucia. Pero su herida es sangre o es amarillo el tiempo, porque sigue Miguel entre nosotros, porque su verso es verso, porque su canto es canto de hombre libre, porque su voz se amansa o se llena de cólera que trasciende el momento. El arte y la poesía permanecen muy vivos en sus libros, sin añadidos torpes, sin didácticas torpes de los dómines. Miguel es hoy bandera del arte y la poesía, del verso bien oído que se pasa al papel y, al manchar su blancura, nos deja la simiente de los campos, la espuma más fecunda del arroyo, el gesto más viril de los soldados y el hambre, tanta hambre, de quien quiere vivir la libertad del hombre. Miguel es el poeta que se quiso a sí mismo por honrado, que se hizo a sí mismo por fecundo, que se metió en el fango para salvar la rosa que moría, que murió por salvar la libertad del pueblo.

Juan Vicedo

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MIGUEL y la palabra Voy a ingerir tu léxico hasta estar ebria de emociones circundantes porque en las páginas de tus iris prístinos he buceado de metáforas anegadas de un fulgor que hablaba con las piedras casquivanas. Tú, que arrecias por valles y montañas por ríos y afluentes recogiste en tus bolsillos de pastor los nenúfares blancos de poeta cabrero. Y hoy la plebe rinde homenaje a tu tumba de mármol cálido a tu tumba de caliza rosa a tu tumba de Paraísos nacientes a tu tumba de diccionario de sinónimos a tu tumba de amor, que es tu tumba de familia. ¡Poeta! ¡Poeta! Del alma, mi poeta. Yo cruzaré los senderos que con tus incisivos marcaste que con tus pupilas al Crepúsculo indicaste. Y recogeré cada bala perdida de cada podrido cuerpo para llevártelo a tu tumba. Porque en “Viento del Pueblo“ tu garganta alzaste echando misiles de gladiolos negros

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y la vigilia de esas balas es estar tenebrosas acumuladas en duelo en un abismo de incendios. Pero aquí ante este altar que es tu tumba implorando perdón.

Inma Méndez / Alféizar

Le pregunto a Miguel por mi luna Si eres perito en lunas misteriosas, permíteme, Miguel, que te interpele y te pregunte por lo que me duele esta noche de luces temblorosas. Pregunto por mi luna y por mis rosas, queriendo que tu viento me consuele si sabes qué es el tiempo y lo que suele ocurrir con el tiempo y con las cosas. Si eres orfebre en lunas y perito y alfarero de estrellas encendidas, mi propio plenilunio has de contarme, que ya no tengo espacio para el grito, que ya he sobrepasado las medidas y has de venir, Miguel, a rescatarme.

Francisco Alonso Ruiz

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UN HURACÁN DE VERSOS En septiembre de 1937, en las ediciones del Socorro Rojo, aparece Viento del pueblo con un prólogo de Tomás Navarro Tomás, que define a Miguel Hernández

como “poeta campesino”, una dedicatoria a Vicente Aleixandre, muy importante y llena de afecto y consideración, y diecisiete magnificas fotografías que José Luis Ferris atribuye a Tina Modotti, compañera del comandante Carlos y dirigente del Socorro Rojo Internacional (1), mientras que José Carlos Rovira y Carmen Alemany se inclinan por considerarlas obra de Hermann Radunz y del fotógrafo Téllez (2). En el prólogo de Tomás Navarro Tomás se incide, específica y primordialmente, en el carácter de poeta campesino de Miguel Hernández, esta afirmación sólo puede considerarse aceptable si se refiere a sus orígenes familiares, pero muy lejos de la realidad si nos ubicamos en la situación en la que los poemas que integraban el libro fueron escritos, ya que entonces Miguel Hernández había publicado dos libros de poesía, y un buen número de poemas y bastantes textos en prosa, y era conocido y apreciado por muchos de los mejores poetas de aquel momento, posiblemente esta idea, ya expresada en la presentación, sea la que le conduzca a una valoración crítica en la que afirma que en su obra se observa “la pugna interna entre el ímpetu de una vigorosa inspiración y la existencia de un instrumento expresivo insuficientemente dominado”.

En cuanto a la estructura del libro, está unánimemente admitido su carácter misceláneo y heterogéneo, desde el punto de vista temático, aunque sí mantiene un doble objetivo: a) Extender el entusiasmo bélico y suscitar la confianza en la victoria (3); b) Mantener continuada y explícitamente la calidad artística, haciéndola compatible con el objetivo anterior, tal como afirma en el prólogo, cuando dice de los poetas que “nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más altas”.

Los poemas de este libro constatan la asunción por su autor de los argumentos de los defensores de la República y su adaptación a sus expresiones e ideas personales, de tal modo que cada una de sus composiciones es el resultado de su visión, integrada en una colectiva y política cosmovisión. No son pues sólo consignas, son vivencias que se integran en una perspectiva personalizada y asumida globalmente por los republicanos, lo que no significa que el acierto en el tratamiento sea unánime, es decir, que no siempre se logra alcanzar las altas cumbres a las que se aspira. Aunque, si es cierta la absoluta identificación del poeta con las tesis que inspiran el poemario, que no son otras que las de las consignas del legítimo gobierno, y su personal conocimiento de los personajes o los sucesos que refleja, así en el primer poema al referirse a García Lorca lo está haciendo a una persona muy próxima a la que había dirigido varias cartas y a la que admiraba sinceramente, hasta tal punto de citarlo como hombre de elevada espiritualidad en su interrogatorio, tras ser detenido en Portugal en Rosal de la Frontera (4), por lo que la hiperbólica exaltación del poeta asesinado ha de considerarse muy sincera y auténticamente asumida. Sentado sobre los muertos es el primer poema que Miguel Hernández escribió tras el estallido de la sublevación militar y debe considerarse como una toma de partido pública y apasionada de Miguel, mediante la que se identifica con “el pueblo”, contra el que la sublevación ha tenido lugar, y cuya suerte asume con todas las consecuencias, al decir: “Aquí estoy para vivir/ mientras el alma me suene/ y aquí estoy para morir/ cuando la hora me llegue”. Este poema, como otros seis más, son romances que se

integran en la gran cantidad de los que se escribieron a lo largo de la guerra, aunque en este libro son más, un total de diecisiete, los que están escritos con versos total o mayoritariamente de arte mayor. Tras una enumeración panegírica, en la que una serie de animales, cuya presencia es muy significativa en la obra de Miguel Hernández, simbolizan las diversas actitudes y características humanas, por ejemplo,

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en el toro se personifican la terquedad, la nobleza, virilidad, la entrega y la fiereza, que le abocan a un destino trágico, opuesto al del buey, cuya mansedumbre lo aboca al sometimiento y a la esclavitud (5). En cuanto al poema El niño yuntero, han sido comentadas sus coincidencias formales y temáticas con el titulado Mi vaquerillo, de

José María Gabriel y Galán por Pedro J. de la Peña (6), por nuestra parte, señalamos que Miguel Hernández ya había tratado este tema en otras ocasiones en sus poemas El niño Flores y El niño pobre, tal como indicamos en la nota 37 del apartado de este

trabajo titulado PRIMERA ETAPA; en relación con este poema, debemos reseñar también que ha sido considerado como uno de los más emotivos y conmovedores del libro, y es evidente que las vivencias personales de Miguel Hernández no son ajenas al argumento de la composición. La Elegía segunda, está dedicada a Pablo de la

Torriente, quien le había propuesto como comisario político y había establecido una relación de fraternal amistad con Miguel, tras haberle conocido en septiembre de 1936. En el poema encontramos una evidente referencia a Valentín González, “El Campesino”, lo que nos conduce a conjeturar una posible errata en el verso 14, que podría ser “para robustecer el río de su entierro”, ya que la versión divulgada y aceptada, cuando se dice “para robustecer el río de tu entierro”, carece de sentido,

puesto que el entierro del Campesino no era el aludido, en cuanto al último verso, “aunque el tiempo devaste tu gigante estatura”, podría estar relacionado con la real estatura de Pablo de la Torriente, que alcanzaba los ciento ochenta centímetros, que, según la estatura media de aquellos años, correspondía a una extraordinaria envergadura. Llamo a la juventud no es uno de los poemas más afortunados del libro,

en el que se encuentran aquellos versos justamente criticados por Manuel Altolaguirre en los que El Cid: “subiera en su airado potro/ y en su cólera celeste /a derribar trimotores/ como quien derriba mieses”. Recoged esa voz es un

largo poema de 127 versos, dividido tipográfica y temáticamente, en el que su primera parte consiste en un llamamiento a las “Naciones de la tierra” y a las “patrias del mar”, ante la inminencia de los ataques de “los bárbaros del crimen” que acosan a su pueblo; mientras que la segunda expresa su confianza en la victoria de la causa republicana, aunque tenga que combatir con “un fusil de nardos y una espada de cera”. En la totalidad de estos poemas alienta, como dice

Cano Ballesta: “el impulso mitificador y épico que tiende a ahondar en las peripecias de la realidad humana universalizando y sublimando los conflictos de la existencia” (7). En cuanto a su clasificación, Concha Zardoya propuso su agrupación en elegías, odas y cantos épicos e imprecatorios,(8) y, tal como afirma Agustín Sánchez Vidal, en el poemario que comentamos: ”Nos encontramos con momentos esplendidos, como El

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niño yuntero (que ya hemos comentado), Las manos, El sudor y la Canción del esposo soldado, en los que la tonalidad lírica que domina perfectamente está conectada con

su cosmovisión y tiene validez general, superponiéndose al tono épico que a menudo tanta retórica encierra y tan hueco suena”(9). Las manos es un poema basado en la antitética oposición entre las de los trabajadores a las que se define como “inagotables y generosas fuentes/ de vida y de riqueza” y las de sus opresores que son “manos de hueso lívido y avariento/ paisaje de asesinos”, concluyendo con una anticipación del triunfo de “las laboriosas manos de

los trabajadores”, que “caerán sobre vosotros con dientes y cuchillos/ y las verán cortadas tantos explotadores/ en sus mismas rodillas”-El sudor es un poema en el que destaca “su carácter de canto deliberativo, y de himno al trabajo y los trabajadores, así como un canto a la tierra fecundada por el trabajo humano, tal como ha sido reseñado por Juan Cano Ballesta en su edición de Viento del pueblo (10). La Canción del esposo soldado es quizá uno de los poemas que ha recibido más positivas

valoraciones por parte de los estudiosos de la obra de Miguel Hernández, destacándose su “capacidad de integrar el plano colectivo y el de la pareja en una cosmovisión coherente” (11). Este poema fue aportado como prueba en el proceso contra Miguel Hernández, tal como fue publicado en El mono azul, las razones por las

que el tribunal militar impuso a Miguel Hernández la pena de muerte estaban muy alejadas de la calidad literaria de la obra, que hoy ha sido unánimemente aceptada, quizá podría considerarse la expresión “nuestro hijo nacerá con el puño cerrado”, como un signo de su precoz adscripción a ideologías o grupos antifascistas, lo cierto es que el poema, junto con otras pruebas documentales, fue la base de su condena, puesto que las pruebas testificales fueron prácticamente inexistentes, y que es uno de los más divulgados y famosos de su autor. En cuanto a la coincidencia de las ideas de Miguel Hernández con el argumentario republicano, en su obra se advierte la presencia de varias ideas fuerza que aparecen en todos sus textos: en primer lugar, el rasgo peyorativo y descalificatorio con el que se juzga la acción de los sublevados, junto con la intervención en la contienda de alemanes e italianos, que invaden nuestra patria, y, en segundo término, la existencia de un conflicto de clases, como otro factor determinante de la contienda, en la que las clases dominantes se alinean con los sublevados. La adscripción de Miguel Hernández al partido comunista también se traduce en alguno de los poemas de este libro, concretamente en El incendio se alaba la ayuda

rusa a la defensa de España, exaltando la “sombra de Lenin” que, de modo parecido al poema de Rafael Alberti, se extiende sin que pueda ser detenida por Europa, y la figura de la Pasionaria, en un poema en el que atribuye a la líder comunista la totalidad de las virtudes que caracterizan a los trabajadores y a los defensores del gobierno legítimo. El carácter declamatorio es evidente en la mayor parte de estos poemas que, en muchas ocasiones, fueron leídos en las trincheras, y no sólo a los propios soldados, sino como en el caso de Campesino de España fueron proyectados sobre los

parapetos de sus adversarios para incitar a los combatientes enemigos a pasar al campo republicano. Miguel Hernández en su primera etapa como Comisario Político dedicado a las tareas culturales se desplazó por los frentes de los alrededores de Madrid y trasladó su residencia a la calle Marqués del Duero nº 7, donde estaba ubicada la alianza de intelectuales antifascistas, dedicándose a elaborar periódicos murales, a impartir conferencias y a recitar poemas, y antes de iniciarse 1937 ya había conectado con el poeta Antonio Aparicio, que, desde entonces hasta el final de la guerra, actuaría como su secretario. En marzo de 1937 se trasladó desde el frente de Madrid hasta el denominado Frente Sur, donde los combates no eran tan constantes ni tan feroces, y se instaló en Jaén, contrayendo matrimonio civil con Josefina Manresa, en Orihuela, el 19 de abril; al poco tiempo Josefina, que le había acompañado hasta Jaén, regresó a su pueblo para cuidar a su madre enferma, que fallecería poco después, en este

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momento Miguel Hernández, que había reflejado en varios de sus artículos periodísticos la toma del Santuario de Santa María de la Cabeza y había participado activamente en la campaña de Castuera y en el Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura, en Valencia, viajó hasta Moscú donde asistió al V Festival del teatro Soviético y pronunció en el Ateneo de Alicante una conferencia que ha sido considerada como un homenaje al poeta, aunque la lectura del texto publicado en Nuestra Bandera de Alicante constata que es una arenga de propaganda antifascista.

Asímismo finalizó, entre octubre y diciembre, la escritura de su obra teatral titulada Pastor de la muerte, que obtuvo el segundo accésit del Premio Nacional Lope de

Vega, dotado con tres mil pesetas, que nunca cobraría y, a las órdenes de Enrique Lister, participó en la batalla de Teruel y el 19 de diciembre nació su primer hijo, Manuel Ramón. En la primera parte de nuestra guerra Miguel Hernández, dejándose llevar por su desmesurado corazón, nos dejó en sus versos un emocionado y emocionante reflejo de lo que fue el inicio de la lucha contra el fascismo internacional, que ya anticipaba lo que iba ser la sangrienta y desgraciada contienda que se conoce con el nombre de Segunda Guerra Mundial y en la que las ideas totalitarias fueron derrotadas.

Manuel Parra Pozuelo Notas 1 Ferris, José Luis, Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, Ediciones Temas de hoy, Madrid, 2002, pág.371 2 Rovira, José Carlos y Alemany, Carmen, Introducción a la edición de Viento del pueblo, Madrid,1992, pág.57. 3 Cano Ballesta, Juan, Viento del pueblo, Cátedra, Madrid, quinta edición, 2005, pág.24. 4 Ferris, José Luis, Obra citada, pág.412. 5 Payeras Grau, Marina, Apuntes sobre el bestiario hernandiano, Miguel Hernández, 50 años después, Alicante, Elche, Orihuela, 1993, págs. 471 a 478. 6 J de la Peña, Pedro, Miguel Hernández y José María Gabriel y Galán Miguel Hernández, 50 años después, Obra citada, pág. 478. 7 Cano Ballesta, Juan, edición citada, pág. 18. 8 Citado por José María Bracells en Miguel Hernández, corazón desmesurado, Dinosa, Barcelona, 1975, pág. 168. 9 Miguel Hernández, Obra completa, edición crítica de Agustín Sánchez Vidal, y José Carlos Rovira, con la colaboración de Carmen Alemany, Espasa Calpe, Madrid, 1962, pág.93. 10 Cano Ballesta, Juan, edición citada, pág. 107 y 108. 11 Cano Ballesta, Juan, edición citada, pág. 119.

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Me gustaría ser En las paredes de tu cueva marco las palabras para adueñarme de tu voz, para ser tú, para digerir y hacer míos tus versos y ser saboreada por los que se alimentan de ti. Me convertiría en un almendro para que arrancases las flores con tus dientes. Me transformaría en Dios para que me tributases tus frutos en un anhelo de poder absoluto sobre los hombres. El diccionario encierra las palabras de las que escogiste las idóneas, yo quiero ser ese Dios para contener todos los dioses y tengas que acatar mi sola verdad y llegar a ser mío. Contemplo la noche que parece nueva desde que te oí, contemplo asombrada las luces oscuras que la pueblan y temo, temo que mi ansia de adueñarme de tu verso eclipse tu brillo y hunda tu voz en un abismo donde no te encuentre. Mi clamor es mentira. Es la ensoñación del ídolo caído que jamás encontrará una respuesta. Me oculta el tiempo. En las cenizas queda el rescoldo de tu ser. Escarbo con fuerza en el ardor para dejar resplandecer tus versos para que ocupen el mundo y resuciten tus amantes. Me da miedo tu fuerza y dejo pasar tu espíritu para que se expanda por la tierra. Hombre poeta, ocupa tu sitio.

Airam Lebasi

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LA GÉNESIS DE UNA PUBLICACIÓN: Miguel Hernández. 40 Poemas. Antología ilustrada por 38

artistas A los pocos días de la muerte de Ramón Sijé, Miguel Hernández escribía a su amigo Juan Guerrero Ruiz para compartir con él la inmensa pena que sentía por la pérdida tremenda del amigo, casi hermano, Pepito Marín. También le expresaba su idea de imprimir un número-homenaje de El Gallo Crisis. El número con el que la revista pondría el punto final a su andadura, desaparecido quien era el alma de la misma. Hernández tenía pensado solicitar la colaboración literaria de Juan Ramón Jiménez, pues contaba con el aval de Guerrero, secretario de hecho del poeta de Moguer. El oriolano visitó al Andaluz Universal en su casa madrileña de la calle Padilla y en una siguiente carta a Juan Guerrero le comentaba:

“He visto por vez primera a Juan Ramón y me ha parecido una persona magnífica, cosa que me ha alegrado mucho. Él ha sido quien me ha aconsejado que no se publique ningún Gallo Crisis extraordinario, sino la

edición de los trabajos mejores. Ha estado muy generoso conmigo, me ha ofrecido hacer a Sijé una caricatura lírica y su ayuda material también si es preciso (…) Por lo pronto he pedido a Orihuela todas las cosas de Sijé para hacer una selección y estoy esperando respuesta” (carta de enero de 1936, Obra Completa, pp. 2364-2365).

Por desgracia, Hernández no pudo cumplir su propósito de publicar la obra sijeniana. Pero el recuerdo de estos hechos viene a cuento porque cuando la Asociación Cultural Orihuela 2010 se planteó homenajear a Miguel Hernández en vísperas del centenario de su nacimiento, pensó que la manera idónea de hacerlo era, en primer lugar, la que interesa a todo creador: la difusión de su obra. Y, al amparo de la Asociación, quienes esto escribimos tomamos el empeño de editar una selección de sus mejores poemas. Pero es evidente que en el mercado editorial contábamos ya con abundantes antologías, algunas de ellas muy meritorias en cuanto a la finalidad de proporcionar al lector herramientas de lectura que pueden facilitarle una mejor comprensión del mundo poético hernandiano. ¿Una antología más, entonces? En este caso valía nuestra propia experiencia de editores literarios. En 1992 llevamos a cabo en Almansa la edición de Miguel Hernández. Imagen de su huella. Breve antología poética ilustrada por 23 artistas. Se trataba de veintisiete poemas ilustrados por

artistas de Almansa y Orihuela, pues en Almansa se gestó y se alumbró aquella publicación, gracias al interés puesto por su Ayuntamiento y por el Instituto de Bachillerato “José Conde García”. La obra adoptaba la forma de carpeta con veintitantos cuadernillos exentos, sin coser ni pegar. Cada uno de ellos ofrecía uno o varios poemas de Miguel Hernández, una ilustración de un pintor y un breve comentario del poema. La publicación tuvo una sorprendente acogida, y sus mil ejemplares se agotaron muy pronto. Sin embargo, su difusión alcanzó sólo a Almansa -sobre todo- y a Orihuela. Quedamos, ciertamente, muy satisfechos de la labor realizada que, además, había servido para establecer lazos culturales entre ambas ciudades, a través de artistas y escritores. Llegados a la víspera del centenario del poeta y ante el proyecto de una selección de lo mejor que escribió Hernández, no tuvimos ninguna duda: la idea de hermanar poesía e imagen nos pareció digna de ser mantenida. Podríamos recordar que el propio autor, a principios de 1935, intentó dar a la estampa un libro de sonetos con ilustraciones, y llegó incluso a pedirle a Benjamín Palencia su colaboración. Y en Viento del pueblo ocupan un lugar destacado las fotografías -algunas muy

impactantes- que acompañan a los poemas. Por otra parte, el formato de carpeta, que proponía como unidad el cuadernillo exento frente a la página, otorgaba un mayor

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protagonismo tanto a cada poema como a cada ilustración. Pero casi veinte años después de aquella primera empresa, no podíamos darnos por satisfechos simplemente con reimprimir el trabajo. Habíamos de comenzar de nuevo. A la realización de un diseño gráfico actual, que aunara sobriedad y elegancia, se aplicó con ahínco Alberto Gómez. Y también con un exquisito esmero. Quisimos añadir, además, un conjunto de poemas que cualquier lector del poeta esperaría encontrar y que en 1992 habían quedado excluidos sólo por razones de espacio. Pero, de todas formas, había que establecer un límite razonable de textos. Cuarenta poemas pareció una cifra adecuada en tanto que con ella se podía dar una muestra del mejor Hernández. En otro orden, Orihuela acogía ahora el proyecto y allí había de ver la luz, en homenaje a su poeta. Por ello, la tarea de ilustrar la poesía se encomendó a pintores oriolanos, en primer lugar a aquellos que tienen ya consolidada una trayectoria artística. Y fueron estos pintores quienes facilitaron, con sus consejos, con su conocimiento, el acceso a otros pintores, más jóvenes pero de muy prometedora carrera. Unos y otros, hasta treinta y ocho, se mostraron encantados con el encargo. No pusieron condición alguna, pese a encontrarse con la “imposición” de tal o cual poema que habían de ilustrar, pero que no habían elegido. La devoción por el poeta estuvo siempre por encima de cualquier personalismo interesado. Cada uno con su particular libertad creativa, afrontó la lectura de un texto hernandiano para producir una obra artística. En ocasiones el resultado fue un referente más o menos objetivo del contenido del poema, otras veces surgió una evocación absolutamente subjetiva del mundo poético de Miguel Hernández. Y, en general, un rico muestrario de las inagotables sugerencias que suscita el verso hernandiano. Creemos que la presentación visual que ofrece la antología 40 Poemas agradará sobremanera al

lector, y no sólo por las ilustraciones, sino también por la tipografía y por la disposición del poema en el papel. El concienzudo y delicado trabajo de Alberto Gómez ha conseguido un diseño y una maquetación especialmente atractivos. Quedaba, por último, la cuestión de los comentarios que habíamos de realizar para cada poema. Estábamos de acuerdo en una cuestión fundamental. Al cabo de veinte años no podíamos contentarnos con reproducir los comentarios anteriores y, a su estela, limitarnos a redactar unos nuevos en la misma línea. En ese tiempo las aportaciones de los estudiosos al conocimiento de la biografía y de la obra del autor de Perito en lunas se han seguido sucediendo, afortunadamente. Obligación nuestra era poner al día esa información y contribuir con nuestros propios puntos de vista. Por tanto, elaboramos también de nueva planta este apartado de nuestra publicación, que, en verdad, la convierte en una antología comentada, pero no a la manera de aquellas

que ofrecen abundantes notas al pie y breves observaciones. Estamos hablando ahora de extensos comentarios que atienden aspectos distintos del poema: claves estilísticas y formales, aspectos biográficos que pueden ayudar a comprender mejor el texto, identificación de la amplia red de referencias que en la obra hernandiana tiene este o aquel motivo de su poesía (la pena, el toro, el viento, la herida, la ausencia y otros muchos). Sin olvidar la huella de lecturas realizadas por el poeta y que quedan patentes en sus versos. El resultado de todo ello es una obra que ofrece -creemos- novedades interesantes, pues el lector encontrará informaciones de diversa índole que pueden ayudarle a obtener una imagen cabal del poeta que fue Miguel Hernández. Un poeta al que hemos querido presentar alejado de estereotipos infundados y en su justa y verdadera imagen: un hombre entregado a la literatura que en un medio adverso, con un empeño decidido, con un esfuerzo denodado, (nunca con la sola y espontánea inspiración) dio lo mejor de sí. Y también -y quizás sobre todo- un hombre íntegro al que unas fuertes convicciones de profundas raíces éticas y humanas, nunca abandonadas, le costaron la vida. Mantener vivo el reconocimiento de lo uno y de lo otro es, probablemente, el mejor homenaje que podemos hacer a Miguel Hernández.

Mariano Abad José Antonio Torregrosa

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Ilustración de Cayetano Gómez para el soneto Te me mueres….,

incluida en la Antología ilustrada por 38 artistas.

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Ilustración de Pepe Aledo para el poema Elegía a Ramón Sijé incluida en la Antología ilustrada por 38 artistas.

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Me llamasteis poeta

Me llamasteis poeta y al hacerlo, la pequeña palabra tembló hasta deshojarse dejándome desnudos los recuerdos. POETA. Cuando leí este vocablo por primera vez, no fue en un libro, ni en el aula almibarada de la escuela. Yo la leí sobre la piedra, y decía así: Miguel Hernandez. POETA. Y no entendía el gesto secreto de mi madre, la cálida insurgencia de su mueca dejando un clavel rojo, solo y rojo, herida, fuego, rayo, grieta, en la pálida lápida donde la palabra siempre fue tan terca. Y pensé qué profesión será esa tan extraña. Luego supe, que con la P de poeta, escribías panes, pájaros, pasiones, pueblo, paz, poemas, puertas. Y también prisiones que devoraban pueblo, que arrebataban panes, que fusilaban pájaros, hombres, trece rosas presas. Y que la o de honestidad se lanzó sin la hache a la trinchera

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desnuda y firme, sólo ojos “que medían la Tierra”. Y en su oquedad, quedó callada un tiempo en que las balas abrían insaciables las bocas de los muros, los paredones fueron las últimas palabras, mas nunca la derrota. Y así la e se eclipsó ante la épica elegía de tu ejemplo. Y la t, con la que un día escribieras ternuras y ráfagas torcaces, transmutó su canción por la tortura. La a se me abrazó por un momento abrasándome azul en la esperanza. Y pensé que poeta, me quedaba grande, me llegaba inmensa, se me hacía ignota. La primera vez que leí poeta, fue en la piedra. Dejó mi madre un clavel rojo, solo y rojo y en alma quedaron tatuados su gesto amotinado y tu voz, que me atraviesa.

Julia Díaz Climent

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MIGUEL HERNÁNDEZ Y LA FIEBRE DEL TEATRO (UN APUNTE)

En cuanto dramaturgo, Miguel Hernández ha debido imponerse, más que a la inercia de los gustos de un público ahormado por la comedia burguesa y el género chico (ese podía ser el caso de Valle, de Jacinto Grau o, más próximo a él, del propio García Lorca), a su imagen dominante de poeta, tronchado además, como dijera Garcilaso de Elisa, “antes de tiempo y casi en flor”. Entre 1910 y 1942, un muchacho casi totalmente audodidacto, sin medios adecuados de formación intelectual ni un contexto familiar o cultural que supliera los instrumentos de aprendizaje con que no contó, recorrió un sorprendente camino literario que lo llevaría a un punto de término desigual, según hablemos de poesía o de teatro. Pues si en poesía hay que afirmar, sin rebozo, que Hernández es un poeta esencial del siglo XX, en teatro no llegó a ese punto de maduración a que señalaban sus excelentes condiciones. Sus contigüidades con Lorca, sin duda el faro que le sirvió de guía en su aventura dramática y en su persecución del triunfo literario, y que lo trató entre esquivo y displicente, acaban aquí: Lorca, pese a lo temprano de su muerte, vivió el tiempo suficiente como para escribir la trilogía trágica que culmina y concluye en La casa de Bernarda Alba, tras haber depurado los excesos líricos

de su teatro primero, que había nacido casi envenenado de poesía. El ingreso de Miguel Hernández en la literatura dramática tuvo lugar con Quién te

ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, que entregaría a José Bergamín para su publicación en la revista Cruz y Raya, donde apareció en 1934. Su primera fuente de

aprendizaje dramático es el Barroco, y en este caso concreto el auto sacramental. La obra es una de las últimas manifestaciones de un pensamiento cerrado y conservador, que identifica la subversión revolucionaria de los valores establecidos con los elementos alegóricos de la carnalidad y del mal. En el auto sacramental de Hernández prevalece una visión anacrónicamente contrarreformista del mundo, propia, por otro lado, de quien había ido a nutrirse en Calderón de la Barca. En ese mismo año escribió El torero más valiente, que se publicó por vez primera en 1987. Hernández, que había instado

infructuosamente a Lorca para su representación, publicó tan sólo un par de escenas en la revista oriolana El Gallo Crisis.

Pronto, el contacto con Neruda y Aleixandre, sus copiosas y desordenadas lecturas, y, sobre todo, su inextinguible fiebre creativa dentro ya de un contexto en que la rehumanización venía a ocupar el hueco del purismo de los años veinte, darían como resultado El rayo que no cesa, de 1936; pero antes de la aparición de ese libro de versos escribió Hernández, en 1935, su “tragedia minera y pastora” Los hijos de la piedra. Ese

mismo año, en el ámbito del homenaje a Lope de Vega con motivo del tercer centenario de su muerte, inició la composición de El labrador de más aire, su obra dramática más

lograda, sobre la pauta dibujada por los dramas de comendador del tipo de Fuenteovejuna, Peribáñez o El mejor alcalde, el rey. La obra se imprimió en 1937, en la

editorial valenciana Nuestro Pueblo. En un denso clima de lucha social, esta tragedia rural en verso presenta la rebelión del héroe individual, Juan, contra el poder caciquil de don Augusto, dueño de haciendas y voluntades, quien dispone finalmente la muerte de aquel. El amor también enfrenta a estos dos polos sociales, confiriéndole a la obra un sentido que va más allá del alcance casticista y de la valoración de la honra que domina en las obras de Lope que sirvieron como modelo a Miguel Hernández. Tampoco hay en Hernández el sentido colectivista de las rebeliones populares en las obras de Lope. Por lo demás, y ahora sí dentro de la línea lopesca, el desarrollo trágico está contrapesado por emotivos remansos líricos, como el “romancillo de mayo” o determinados monólogos de Juan y de Encarnación, líricos sin dejar por ello de ser dramáticos.

Que la orientación teatral de Miguel Hernández no era un capricho de poeta lo indica la dedicación intensa que tuvo al teatro en los años de la guerra, cuyo fragor

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proporcionó a la obra de Miguel Hernández nuevas orientaciones. En agosto de 1937 viajó a la Unión Soviética para asistir al V Festival de Teatro Soviético. Si por entonces publicó en poesía Viento del pueblo, verdadero modelo de lírica proletaria con una entonación épica, en teatro dio a la luz ese mismo año las piezas cortas que se titulan conjuntamente Teatro en la guerra, cuya ponderación artística ha de tener en cuenta el

carácter funcional de casi toda la literatura del período. El visible maniqueísmo ideológico es el tributo que hubo de pagar Hernández a esa “estética de trincheras”, que pretendía antes que otra cosa alentar el espíritu de los combatientes y espantar las dudas ideológicas. Al mismo espacio creativo corresponde otro drama bélico, titulado Pastor de la muerte.

En las cárceles franquistas se apagaría su actividad teatral: al cabo, el teatro requiere el contraste con el receptor, y no puede respirar allí donde falta el aire. Con su muerte, el poeta quedaba cumplido; no así el dramaturgo, del que tanto cabía esperar. Cuando, al cabo de los años, se repara en su extraordinaria sabiduría literaria a pesar de su precaria formación, es difícil no atribuirle el título que su amigo del alma Vicente Alexandre dio a Manuel Altolaguirre, cuando lo llamó, en un perfecto endecasílabo, “angélico doctor en ciencia infusa”.

Ángel L. Prieto de Paula Catedrático de literatura española. Universidad de Alicante

Hablando con Miguel En una de las puertas de mi armario te tengo en un gran póster dibujado con un poema tuyo, que a tu lado, refleja tu dolor y tu calvario. Año tras año un nuevo aniversario me recuerda tu muerte y tu pasado y como el árbol que ha sido talado retoñarás en este centenario. En mi casa presumo de una puerta con tu rostro, tus versos y azucenas y al abrirla, reparo en tu estatura. La entrada de tu siglo hoy despierta a poetas que saben de tus penas y a curiosos que envidian tu cultura.

Lucía Espín

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Yo quisiera, Miguel… Atado el hombre camina con su estrella y el final de su vida ya conoce, y en el camino lucha y se rebela pero es inútil que clame o que solloce. Yo quisiera, Miguel, que tu destino hubiera sido cuando menos justo, y te hubiera otorgado muchas veces temporadas de paz y de armonía de las tantas que sin duda merecías. Y quisiera haber podido conocerte por los claros parajes de tu huerta que caminaste antaño día a día, donde al calor del sol se te encendía la tez, de por sí oscura y cenicienta. Y quisiera haber podido verte enamorado feliz, sencillo y tierno, disfrutando del amor con alegría sin presiones ni urgencias de agonía. Y que la guerra que enemistó a hermanos hubiera sido pesadilla loca, que se borra de la frente con la mano, que se escupe con furia de la boca. En fin, Miguel, y por querer, quisiera poder, como tú dices, regresarte, y que tus ojos asombrados vieran un pueblo que se goza en admirarte en una España que no es la que pisaste.

María Rosario Mohinelo

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NUESTRO PADRE Y EL PASTOR POETA

Nuestro padre, Miguel Pérez Pérez, capitán del Ejército Republicano, fue compañero de cárcel de Miguel Hernández y Antonio Buero Vallejo, junto a otros miles de buenos españoles demócratas condenados al término de la Guerra Civil por el paradójico delito de “Auxilio a la Rebelión”, ellos, que habían sido los que no se rebelaron. Ambos recordamos cuando de niños acompañábamos a nuestros padres al Cementerio de Alicante el día de Todos los Santos. Aún ahora repetimos el recorrido, incrementado con las sepulturas de unos cuantos seres queridos que entonces aún vivían y nos acompañaban en aquel camino ritual. Había que visitar las tumbas de nuestros abuelos paternos y maternos, y la lápida que cubría, y aún cubre, los restos familiares traídos del viejo camposanto de San Blas, y muy cerca el nicho de nuestro tío Ramón Oca, médico de las prostitutas y los pobres, teósofo y republicano del que nuestra madre dice, cada vez que lo visitamos, que fue un sabio. Nuestro padre siempre se guardaba un solitario clavel, extraído de alguno de los ramos que habíamos destinado a nuestros deudos. Ambos sabíamos para quién era la flor, a fuerza de ver repetida la ceremonia año tras año. Cerca del nicho de nuestros abuelos Miguel y Carmen había otro, en la fila de abajo, el 1009, que nos impresionaba por su sobriedad y por los sentidos comentarios que de su ocupante hacía nuestro padre. Al pasar por delante, papá se detenía y depositaba el clavel al pie de la lápida en la que, sobre la piedra blanca, se podía leer “MIGUEL HERNÁNDEZ” en letras grandes y negras, y debajo, sin ninguna otra mención, solo “POETA”, ni más ni menos. Unos números romanos, unas fechas, completaban el texto: “MCMX-MCMXLII”, los años del nacimiento y la muerte del difunto. -Éste – decía nuestro padre entre dientes – se nos murió de asco. A veces coincidíamos con una señora de luto y mirada triste tras unas gafas de gruesos cristales, a la que papá saludaba con una inclinación de cabeza que ella correspondía con una sonrisa tímida. Solían acompañarla otra mujer de luto y un mocetón con jersey a cuadros: Manuel Miguel, el Manolito destinatario de las “Nanas de la Cebolla”. -Es Josefina, su viuda. Después, ya mientras caminábamos hacia la salida del camposanto, nuestro padre respondía a las preguntas que le hacíamos sobre su amigo fallecido. Decía de él que le llamaban “el pastor poeta”, que había cuidado cabras en los campos de Orihuela y que hacía unas maravillosas poesías llenas de sentimiento; y que por eso, por hacer poesías, lo metieron en la cárcel al final de la guerra y allí enfermó, no lo atendieron debidamente, y... se murió de tisis y de pena. -Al menos yo era capitán y pegaba tiros en el frente, pero este pobre sólo escribía poesías– comentaba sin saber que para los tiranos son más peligrosas las palabras que las balas. Vicente Alexandre junto a la primera tumba de MH

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A nuestro tío “Eusebito, el de Barcelona”, lo llamábamos así porque, después de cumplir condena en la cárcel de Benalúa, fue desterrado a la Ciudad Condal donde rehízo la vida con su esposa, nuestra tía Isabelita, recientemente fallecida. Sufría una grave deformación en la columna vertebral, por lo que estaba destinado en la enfermería, donde acompañó a su amigo Miguel Hernández en sus últimos días de agonía. Excelente dibujante, ilustró alguno de sus cuentos infantiles, dedicados a su hijo Manolito, y realizó dos retratos del poeta muerto. El universalmente conocido de Buero Vallejo, es el icono glorioso del poeta, pero los de la faz de Miguel, con el pañuelo sujetando la mandíbula y los ojos entrecerrados, son terribles. Fue la única forma de plasmar su rostro, clandestinamente, ya que no se permitió que se le hiciera una mascarilla. Nuestra madre, en ocasiones, adoptaba la falsa identidad de una hermana de nuestro tío Eusebito, que se llamaba -y se llama– como ella, Magdalena Oca, para poder entrar en la cárcel a ver a nuestro padre, que entonces era su novio; allí hablaba también con nuestro tío, cuyo compañero, el poeta, ya a esas alturas empezaba a penar su enfermedad mortal en la cercana enfermería. Todos, presos y visitas, se hablaban a gritos, desde ambos lados de un pasadizo enrejado por el que se paseaba un guardián fascista de mirada maligna y suspicaz. Un día de visita, Juliete, el hijo de Eusebio Oca, intentó entregar a Miguel Hernández un papel a través de la doble reja. El guardián no dudó en golpear salvajemente la mano del niño de poco más de dos años. El papel en cuestión era solo un dibujo de Manolito, dedicado a su padre. Así nos lo ha contado nuestro primo Julio, ahora con 71 años de pena. A nuestra tía Isabelita se le ocurrió una locura, bendita locura. El que después sería Obispo Almarcha y su turiferario el padre Vendrell no consentían visitas de parejas que no estuvieran casadas por la Iglesia. Miguel se resistía a consentir aquella humillación. ¿Qué corazón de basura puede ser tan duro como para evitar que un padre, enfermo, vea a su hijo y a su compañera? Isabelita, que sí estaba casada por la Iglesia, tenía pase para ella y su hijo y hacia largas colas a la puerta de la cárcel, acompañada de Juliete. Este jugaba inocente, feliz, con Manolito, su amigo, mientras su madre, Josefina, buscaba la complicidad de algunas otras mujeres de presos para hacerle llegar vendas, algodón, comida…. a su amado Miguel, al que no podía visitar. Al dar permiso para entrar, Isabelita cogía del suelo al pequeño y pasaban al interior. Bajo su toca iba un niño, pero a veces era su hijo Juliete, y otras veces era Manolito. Solo así, arriesgándose a un castigo, pudo hacer que Miguel viera, suponemos que entre el dolor más fuerte y la alegría más grande, a su hijo. Nuestro primo y Manolito se llevaban menos de dos meses. Hace poco Juliete vino de Barcelona y uno de nosotros, Eusebio, lo acompañó a visitar la tumba de Miguel, Josefina y Manolito. Le hizo una foto sin que él se percatara y se la envió más adelante, tras publicarla en Alicante Vivo. No se ha atrevido a preguntarle qué sintió en ese momento. Miguel Pérez, nuestro padre, salió de la cárcel dos meses antes de la muerte de Miguel Hernández. No sabemos lo que tardó en conocer la noticia. Había mucho miedo. Silencio de muerte. Solo muchos años después de aquellos tristes sucesos, supo nuestra madre que aquel muchacho enfermo de mirada luminosa, compañero de cárcel de nuestro tío Eusebio y de nuestro padre, era el más grande poeta español de todos los tiempos. Por entonces nuestro padre ya había fallecido y nunca llegó a enterarse. Nuestro padre hablaba de Miguel como de un hombre sencillo, inspirado por una vena poética, del que algunos decían que no sabía leer ni escribir. “Yo le vi en la toma del Santuario de la Virgen de la Cabeza y leyó ante todos varias de sus poesías, entre ellas la del Niño Yuntero, o sea que leer y escribir sí sabía, que yo lo vi”, recalcaba. Él conocía parte de dicha poesía. Al más pequeño de nosotros, Eusebio, la sensibilidad de niño de muy pocos años le hacía llorar cuando escuchaba la historia de un niño hambriento, que no sabía contar sus años, que araba rastrojos... de una cadena, de un martillo que lo haría libre, de los hombres jornaleros que, ya de niños, fueron niños

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yunteros. No tardó en comprender que solo nosotros mismos podemos ser nuestros libertadores. Miguel Hernández lo decía muy claro. La sombra, perdón, la luz de Miguel siempre ha planeado sobre nuestras vidas. Nuestro padre Miguel Pérez, el tío Eusebito de Barcelona, Isabelita... Años de comentarios en voz baja. De silencio en el caso del tío Eusebio. Como dice Juliete: “Mi padre dejó su vida en la cárcel de Benalúa. Todo lo que sabemos es por los documentos que tenemos y por mi madre”. Miguel Pérez falleció habiéndonos relatado muy poco de lo mucho que había pasado en aquellos años de guerra y cárcel; quizás demasiado para lo que un adulto podía contar a unos niños en aquellos tiempos. Aún así y con los ojos enrojecidos, rememoraba las prisiones de Yeserías, Conde de Toreno, Ocaña, Alicante, y a Buero Vallejo, Miguel Hernández, y otros muchos compañeros fusilados o torturados. Un día, cuenta nuestra madre que viajaban los dos a Madrid cuando se percataron de que el dramaturgo Buero Vallejo iba en su mismo vagón. Mi padre fue hacia su antiguo compañero de cárcel y se saludaron con alegría y tristeza. Debieron hablar de muchas cosas, quizá de Miguel, de los talleres de dibujo, de mecánica, de poesía que se practicaban en cárceles miserables donde algunos héroes de la derrota trataban de mantener alta la moral de sus compañeros de desgracia. Quizá recordaron al indeseable padre Vendrell y sus cómplices fascistas…. Al regresar a su asiento, nuestro padre permaneció callado el resto del viaje. De estas cosas sólo hablaba en ocasiones, siempre comedido, siempre en pequeños comentarios. Pero en tiempos de silencio cualquier voz se te graba en la memoria. Más aún si es la del padre y lo perdemos jóvenes. Y esta memoria estamos obligados a contarla, a compartirla.

Eusebio y Miguel Ángel Pérez Oca

Soneto Traigo un ave de fuego en la garganta volando ella enseñó a estos ojos ciegos poetas que son ráfagas de espliegos órdagos de voz, trueno que agiganta y son dulce sustento, humanos panes que devorará el pueblo cuando el viento sea pueblo también, sea su aliento cultivando la paz, sin huracanes. Y hago un canto febril a la memoria a la espina dorsal de la poesía traigo a Miguel ya brasa, ya semilla cabalgando en los brazos de la historia que no ha de ser su sueño fantasía el Hombre es libre, con su luz sencilla.

Julia Díaz Climent

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Al niño-hombre que fue Miguel

Tenía gesto de adulto... ¡cuándo aún era niño! Rechazaba el insulto, propiciaba el cariño. Su digna rebeldía... su luz y su valor

traspasaban la línea de todo lo anterior. Hablaba como nadie... de un Universo nuevo, de un mundo diferente, de una sociedad modelo.

Promulgaba unas ideas, abiertas y tolerantes. ¡Qué no haya más muertes causadas por el hambre! ¡Qué cambien esas leyes injustas y obsoletas, qué canten los humildes

y versen los poetas! Sus duros enemigos... querían cesar su voz y él, hizo lo contrario: ¡habló, gritó y rugió! En mayo del treinta y nueve

detuvieron a Miguel... cuando huía desde España hacia el país portugués. En septiembre le soltaron, con este aviso cruel: "No te acerques a tu pueblo, podrías morir en él".

Por no escuchar el consejo lo encerraron otra vez... y en marzo del cuarenta y dos ¡murió el poeta Miguel! ¿Dónde empezó el hombre? ¿Dónde terminó el poeta?

Su vida fue uniforme... ¡y su vocación completa!

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Soñaba como un niño...

cuando ya era un hombre, nos dejó sus escritos ... ¡Llamó a las cosas por su nombre!

Rosario Salinas Marcos

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Homenaje Grabé mi corazón con vino viejo y bebimos junto a la fuente de la que agua ya no salía. Brotaban vertidos de escombros de esos que nosotros bien conocíamos. Cantera arriba vi a un hombre desplomarse. De cantos y fusilamientos los patrones andaban. Corriendo fui a avisarles la carroña esperaba. Otra vuelta de fusil. Otro día que escapaba. Otra noche de faz a la Luna. Y otra ronda a la mañana. Y así se forja una vida. Y la vida así forja a los héroes que pasan el hambre enjutos para darle alimento a la tierra, aquella que nunca trabajas.

Inma Méndez / Alféizar

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MIGUEL HERNÁNDEZ EN ALICANTE Llegado el tan esperado Centenario del nacimiento de Miguel Hernández Gilabert (1910-2010), lo importante no es celebrar, sino recordar y reconciliarnos. Creo que es necesario hacer memoria de que Alicante capital fue una ciudad que acogió a Miguel Hernández en vida, hasta para quedarse con sus huesos en el cementerio Virgen del Remedio. Quizás, pienso, a lo mejor llevado por un exceso de celo hernandiano, que esta ciudad no ha respondido, si la comparamos con Orihuela o Elche, a homenajear y reconocer debidamente al universal poeta del pueblo como se merece, como por ejemplo dando su nombre a una avenida, una escultura pública o con un Centro de Estudios Hernandianos. No sé a qué se debe esta pasividad, podríamos pensar en los diferentes colores políticos de gobernabilidad de la Diputación o Ayuntamiento a lo largo de los años. Este trabajo lo que pretende es recordar la presencia de Miguel en nuestra ciudad, un poeta necesario que publicó en la prensa alicantina, que dos veces estuvo en el Ateneo de Alicante, que vino en su viaje de novios, aquí estuvo preso y murió o le dejaron morir en una cárcel alicantina, y nos queda el privilegio de tenerle en nuestro cementerio. Ciudad que tiene la obligación moral de restituir su memoria y que se anule el proceso que le condenó a muerte por rebelión contra el Movimiento franquista.

Primeras publicaciones en prensa de Alicante El periódico El Día de Alicante fue dirigido por el periodista y poeta oriolano Juan

Sansano Benisa (1887-1955). Sansano es el primero en hablar sobre Hernández en la ciudad de Alicante, el 13 de julio de 1930, con ocasión de una alocución en homenaje al poeta alicantino Salvador Sellés Gozálbez, luego publicada el 14 de julio en El Día, periódico de su propiedad: “…Hermano y maestro: con su túnica de resplandores, ha hecho su aparición un nuevo poeta. Se llama Miguel. Tiene nombre de arcángel. Saludémosle con alborozo: tú, con tu prestigio de cantor inmortal: yo, con la humilde ofrenda de mi cariño…”

Miguel se lo agradece, le envía a Sansano un poema “La bendita tierra” con la cita “A don Juan Sansano, eminentísimo poeta de Orihuela...” que lo publicará el 15

octubre de 1930. Los tres sonetos a don Juan Sansano, director del periódico El Día, de Alicante son: el primero “Juan Sansano”; el segundo “A don Juan Sansano El Día”, 24 abril de 1931 y el tercero “A Sansano por su libro Canciones de amor”, en El Día del 19 de junio de 1931. En Marzo de 1933, escribió Miguel una carta, pidiéndole sus libros para enviarlos a la Universidad Popular de Cartagena, a vuelta de correo; hemos de suponer que se trataba de varios ejemplares de Perito en lunas. No tenemos constancia de que Sansano publicara alguna reseña de su opera prima.

Miguel en el Ateneo de Alicante Miguel y Ramón Sijé vinieron invitados por el Ateneo a Alicante; posiblemente

intervino en esta decisión institucional su ya amigo Juan Guerrero Ruiz que por entonces era secretario del Ayuntamiento de Alicante desde el 4 de octubre de 1931 y mantenía buenas relaciones con los poetas del 27. Su amistad con Juan Ramón Jiménez y la coedición del suplemento cultural Verso y Prosa. Boletín de la joven literatura, le pusieron en contacto con el poeta vallisoletano Jorge Guillén, cuando residió en Murcia. Póstumamente, Guerrero publicó un libro titulado Juan Ramón de viva voz y recomendó a Miguel a José Bergamín, director de la revista Cruz y Raya de Madrid, donde Miguel publicaría su auto sacramental. Además de otros favores que

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Miguel le pidió, como el de llevar a Pablo Neruda y a su hija enferma Malva María a la isla de Tabarca.

La primera vez que vino Miguel al Ateneo, esta Institución tenía su sede en la Explanada donde se ubicaba desde 1906; nos visitó con motivo de la publicación de Perito en lunas (20 de enero 1933, Colección Sudeste, La Verdad de Murcia), el

sábado día 29 de abril de 1933 para la lectura de su ya conocida «Elegía media del toro» y poemas de Juan Ramón Jiménez, Alberti y Lorca. Le acompañaba Ramón Sijé, autor del prólogo de Perito en lunas, que leyó la conferencia: «El sentido de la danza: desarrollo de un problema barroco en Perito en lunas»

Lo que se conserva de la conferencia sijeniana es un guión, cuyo primer punto escribe: “Esquema de una poética histórica de la poesía: Punto de vista técnico, artesanal”. De la retórica filosófica neocatólica de Ramón Sijé, conocemos sus artículos publicados en la revista El Gallo Crisis, de la que era director, seguidora de las ideas de Cruz y Raya de José Bergamín.

La segunda vez que vino a Alicante fue durante la guerra civil, para recibir un homenaje público en el Ateneo, que se había trasladado al palacio de la Condesa de Torrellano, cerca del Ayuntamiento, el 21 de agosto de 1937; allí conocería a Leopoldo de Luis, (que antes se llama Leopoldo Urrutia, su primer apellido), de donde saldría la idea para el libro Versos en la guerra, Socorro Rojo, 1938.

A este homenaje asistió Vicente Ramos, testigo privilegiado tal y como nos lo relata en su libro Miguel Hernández, en Alicante, junto a Manuel Molina, Colección Ifach, Alicante, 1976, pág.40-41. La noticia del homenaje apareció en el diario Nuestra Bandera de Alicante el día 22 de agosto.

Días después inició desde Alicante, en ferrocarril, su viaje a Rusia como miembro de la delegación española republicana para el V Festival de Teatro Soviético; partió el 26 de agosto, con escala en París hasta el día 30 del mismo mes; desde París a Moscú continuó el viaje en aeroplano con escala en Estocolmo y Leningrado (existe una fotografía donde aparece Miguel delante de la catedral de San Nicolás). Y a su regreso de Rusia terminó en Alicante, según cuenta Vicente Escudero: «...y allí fue recibido (Alicante) por un grupo de amigos dispuestos a acompañarle en el viaje de regreso a Orihuela».

Viaje de novios a Alicante y Alcoy

Miguel y Josefina Manresa se casaron en una ceremonia civil en Orihuela el 9 de marzo de 1937; en viaje de novios –no se puede llamar luna de miel-, estuvieron en Murcia y una noche en un hotel de Alicante. Tenemos el relato de Josefina: "Esa noche [posiblemente la del día 10] la pasamos en Alicante, en un hotel que estaba en la Explanada, mirando al mar". Aunque no lo dice Josefina, era el Hotel Victoria, situado en la esquina de la Rambla y la Explanada, donde está hoy Macdonald (pág. 62, Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Ediciones de la Torre, 1980).

Al día siguiente fueron a Alcoy a ver a su hermana Encarnación, casada con Ismael Terrés; al día siguiente salieron para Jaén, ya que Miguel estaba destinado en “El Altavoz del frente Sur”.

Colaboración en un libro de poesía urgente o de guerra

El doctor Carlos Schneider, a través de Socorro Rojo Internacional, organiza la edición de un poemario de poesía urgente o de guerra, titulado Versos en la guerra, cuyos colaboradores son Miguel Hernández, Gabriel Baldrich, Leopoldo Urrutia, (prólogo de Schneider, ilustraciones de González Santana, Manuel Albert, Miguel Abad Miró, Melchor Aracil, Tomás Ferrándiz, Alicante, Socorro Rojo Internacional, 1938). Abad ilustró el poema hernandiano “Las manos”, y nos consta que al poeta le agradó muchísimo esta colaboración. Miguel Abad Miró había establecido amistad con Miguel Hernández a finales de 1937.

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La edición fue mencionada por primera vez en 1976, en el ya citado libro de Vicente Ramos y Manuel Molina, donde hace referencia al mismo como Poesía de guerra, cuando en realidad es Versos en la guerra, como ya observara Aitor Larrabide, en su trabajo publicado en la revista Perito (números 2 y 3, 2005).

Miguel en el Reformatorio de Adultos de Alicante Miguel, ya enfermo, y después de más de un año de “turismo carcelario”, logró que le enviaran al Reformatorio de Adultos de Alicante (hoy Juzgados de Benalúa) en el que ingresó el 29 de junio de 1941, procedente de Ocaña y Albacete. El 26 de septiembre Josefina le llevó a su hijo Miguel Manuel, lo tuvo en brazos, debió de ser un encuentro de gran emoción y lágrimas. No es hasta el 25 de noviembre cuando ingresa en la enfermería de la prisión, aquejado de tuberculosis, tifus y neurosis. Le proponen que, si reconoce públicamente al Movimiento Nacional, le pueden trasladar al hospital de tuberculosos de Porta Coeli (Valencia); Miguel el autor de Viento del pueblo, monta en cólera y rechaza la proposición. Gravemente enfermo, escribe

poemas, algunos en papel higiénico, que con pericia oculta en la tapadera de la lechera de aluminio, donde Josefina le llevaba alimentos y Ceregumil. Poemas cortos que compondrían Cancionero y romancero de ausencias, publicados póstumamente. El poema “Hijo de la luz y de la sombra” fue publicado por primera vez por Vicente Ramos y Manuel Molina en Seis poemas inéditos y nueve más (Col. Ifach. Alicante 1951). Un año después apareció una selección de sus obras recopiladas por Vicente Aleixandre, Obra escogida, Aguilar, 1952.

El 4 de marzo, moribundo y forzado por la situación familiar de no dejar desamparados a su mujer e hijo, ya que el régimen franquista no reconocía las bodas civiles de la República, consiente la boda religiosa en la cárcel. Los casó el padre Vendrell, acólito del canónigo Luis Almarcha, obispo de León en 1960. Ocho meses después de su llegada al Reformatorio fallece a las 5´30 de la mañana del 28 de marzo de 1942. No le pudieron cerrar los ojos, seguramente por padecer el síndrome de Graefe. Su cadáver pesaba poco: era piel y huesos. Le sacaron a hombros sus compañeros de prisión entre los que se hallaban Ramón Pérez Álvarez, Antonio Ramón Cuenca, Luis Fabregat, Ambrosio y José Monera (piloto formado en Rusia, natural de Redován), fue enterrado en el nicho nº 1009 del cementerio de la Virgen del Remedio; en la lápida, un epitafio: “poeta”. En 1952 se cumplían los primeros diez años de la muerte del poeta y el plazo de la sepultura provisional; había que comprar el nicho a perpetuidad, de lo contrario los restos mortales del poeta hubieran ido a la fosa común, al olvido eterno. Josefina Manresa acude como siempre a Vicente Ramos y Manuel Molina, ya que no disponía de las 2042 pesetas que costaba la licencia municipal y el nicho en propiedad. Ramos y Molina acuden a sus amigos de Madrid: Buero, Celaya, Aleixandre, Cela, en suscripción nacional y en dos meses reúnen el dinero para comprarlo. Salvados sus restos mortales de la fosa común, hoy reposan junto a su hijo Miguel Manuel, fallecido en 1984 y su esposa, Josefina Manresa, fallecida en febrero de 1987.

Ramón Fernández Bibliografía consultada -Miguel Hernández en Alicante, de Vicente Ramos y Manuel Molina, Colección “Ifach”, Alicante 1976. -Versos en la Guerra, Aitor Larrabide, Revista Perito números 2 y 3. -Simbología secreta de Perito en lunas de Miguel, Ramón Fernández Palmeral, Editorial Palmeral, Alicante 2005. -Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Josefina Manresa, Ediciones de la Torre, 1980.

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Ilustración de Ramón Fernández “Palmeral” para el soneto nº 10 de El Rayo que no cesa

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Poema a Miguel Hernández España está dividida como entonces ya lo estaba, cuando tú aún tenías vida y tu honda herida sangraba por todos aquellos críos que tus ojos contemplaban, arando campos baldíos y al mismo tiempo cantaban, mientras araban la tierra de tu terruño oriolano, a la vera de tu sierra cada día más temprano. Tierra de ñoras y habares, naranjos y limoneros, moreras y cañamares, yuntas y niños yunteros, destinados de por vida a las tierras de labranza, en Cox y la Aparecida, Orihuela y la Matanza. Lugares de agricultores, pastores y jornaleros, palomas y ruiseñores y herrerillos cancioneros, que se ponen a cantar cuando ven que está nublado, y la lluvia está al llegar a este mi pueblo olvidado. De huertanos de pobreza con una cultura escasa, que viven con la certeza de que nunca tendrán casa, solamente un cobertizo, hecho de adobes y estacas, los cañotes del panizo y el estiércol de las vacas, para librarse del viento, de la lluvia y el granizo, del cacique descontento y del sol que cae macizo

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sobre esta gente labriega que trabaja cada día, en los huertos de tu vega y esta hermosa tierra mía. Ruiseñor de los poblados y aquellos hombres que fueron brutalmente fusilados y muchos más que murieron, igual que tú, en las prisiones, totalmente abandonados por estos viles matones y estos golpistas tarados. Esto es lo que aún persiste de toda aquella basura, que había cuando te fuiste, sin vida, a una sepultura. Tú que siempre ibas silbando por todas aquellas huertas, mientras ibas caminando con tus abarcas desiertas, por caminos y veredas, sendas, montes y vaguadas, barrancos y cordilleras, ramblas, cerros y cañadas. Con tu habitual rebaño de cabras y cabritillos, que algunos, por su tamaño, cabían en tus bolsillos, aquellos que iban pariendo tus cabras en la campiña, que al rato salían corriendo y volvían como una piña, ocupando la calzada del famoso palmeral y el portón que hay en la entrada de tu Orihuela natal. Por donde tú cada día entrabas con tu ganado, por la puerta de María de buen olor impregnado de los distintos aromas que exhalan los pastizales, los romeros en las lomas, el tomillo y los trigales.

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Aquellos que tú veías revolcados por el viento en el pueblo Correntías, Callosa y el Mudamiento. Las cosas poco han cambiado aquí en tu tierra, cabrero, donde fuiste mal mirado, compañero, compañero.

Trinitario Rodríguez

Soy raíz Soy raíz y fruto de aquel yuntero, de aquel niño que veía el poeta arar la tierra fértil Del Raiguero, El Escorratel y La Campaneta. Aquellos gélidos días de enero con una polvorienta camiseta, más delgado que un perro callejero o el hilo conductor de una cometa. Trabajaba y cuanto más trabajaba, mucho más iba hundiéndose en la tierra y en el surco que su arado formaba. Aquel chiquillo que nunca pensaba que toda su vida sería una guerra y un sol descontento que lo abrasaba.

Trinitario Rodríguez

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PERITO EN LUNAS GRISES Y CIELOS AZULES Miguel Hernández cumpliría cien años el 30 de octubre de 2010, pero en enero de este año, concretamente el día 20, se han celebrado setentaisiete años de la publicación de su primer libro, Perito en lunas. Una buena ocasión para saber más de este raro y hoy casi olvidado poemario. Este primer libro de Miguel Hernández, Perito en lunas, tan denostado por algunos

críticos y despreciado por resultar, a ojos refractarios a la obra primera hernandiana, una mentira del autor o una moda pasajera, resulta fundamental para rastrear el proceso de formación poética del oriolano y advertir la coherencia de su trayectoria literaria. El poemario engloba toda una época, en la que Miguel Hernández adquirió una técnica. Después de sus ejercicios posmodernistas y regionalistas, lograría dominar el lenguaje y poetizar elementos cotidianos de su vida rural. Con ello, conseguía, en primer lugar, demostrarse a sí mismo que era capaz de tan heroica empresa, en la difícil situación vital en que se encontraba; y por otro lado, que los demás advirtieran que un pastor podía salir airoso de la aventura, devolviendo metamorfoseado su mundo rústico, lleno de objetos cotidianos, en versos redentores. La poesía se convertía, de este modo, en su apero principal, con la voluntad de deslumbrar, como la luna que se hace presente en el libro, y en la que luego nos detendremos. Sin embargo, Perito... nació fuera del tiempo, de la moda neogongorina del 27, rezagado

de los Albertis o Diegos, pero hermoso en su íntima aspiración por ser poeta. Miguel Hernández crea su propio código y es preciso entrar en él y aceptarlo para degustar esta poesía tan original. Como defendió Gerardo Diego, en Perito en lunas se

va de lo concreto a lo abstracto. Muchas de las imágenes que utilizó en esta obra aparecen en otras posteriores, lo cual afirma la coherencia de la misma, como hemos apuntado anteriormente. Los títulos de los poemas fueron escamoteados en la primera edición y si se conocen se debe, una vez más, al azar. La luna se convertirá en el canon del volumen y actúa como intermediaria en los parentescos entre los cuernos del toro, la sandía, el pozo, la navaja, etc., y como paradigma de la naturaleza, que se cierra en sí misma, lo cual es coherente, por otro lado, con el uso de la octava real como metro escogido en este libro, y la metáfora elevará la realidad hacia cimas artísticas. No olvidemos que el primer título barajado por el autor fue Poliedros. Lo culto se entremezcla con lo

popular, con los acertijos o adivinanzas. Tengamos también en cuenta que, una vez en la calle el libro, Miguel Hernández se esforzaría en descubrir, gozoso, la belleza de sus versos por Orihuela, Alicante y Cartagena, como en los romanceros de ciego. La cubierta y contracubierta, ambas grises con letras cubistas azules, se entienden si se lee con atención el prólogo, denso, de Ramón Sijé, y llegamos a la “tercera luna” descrita por el pensador oriolano, mentor en aquel tiempo de Miguel Hernández, que cierra el círculo literario, la luna “producto de 'la acción transformante y unificante de una realidad misteriosa'; es la estrella pura, en delirio callado de tormentas deliciosas”. En el proceso de gestación del libro fue fundamental la amistad del aludido Ramón Sijé con Raimundo de los Reyes, responsable de Ediciones Sudeste, dependiente del diario murciano La Verdad. En junio de 1932 ambos se cruzan las primeras cartas en las que se habla de la posibilidad de imprimir el volumen, tras la estela de Tiempo cenital, de Antonio Oliver Belmás, que inauguró la colección “Varietas” el 15 de abril de

1932 (en formato 17,5x25cm., tamaño cuarto prolongado). En el también primer poemario de Belmás, la luz y la claridad sobresalen exultantemente, con un aire muy

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de su tiempo, vanguardista, que requería atención por parte de los lectores. Rasgos todos ellos coincidentes con el libro de Miguel Hernández. Éste colabora en la página literaria de La Verdad, “Letras y Artes”, desde noviembre de 1932, una vez superada su etapa en revistas y periódicos locales oriolanos y alicantinos. Perito en lunas sale de la imprenta el 20 de enero de 1933, y Júbilos, de Carmen

Conde (que hacía el número 3 de la colección), el 30 de marzo de 1934 en su primera edición, y el 21 de julio de 1934 en su segunda. Miguel Hernández fue el único autor no murciano de la colección, y forjaría una entrañable amistad con el matrimonio Oliver-Conde (con Sijé como propiciador de ello) desde que se conocieron en octubre de 1932, haciendo buena la marca de “sudeste”, que ambicionaba una comunión de anhelos entre las provincias de Alicante y Murcia. Ediciones Sudeste aseguraba el importe antes de comenzar el libro mediante un contrato. Sudeste no aparecía como editorial, pero sí los talleres de La Verdad como imprenta. El 1 de diciembre de 1932 se firmó el pertinente contrato, en el que se indicaron las características de la edición: 300 ejemplares, idéntico formato y papel que el mencionado de Oliver, y con un máximo de 46 páginas (al final contó con cincuenta, y cuarenta y dos octavas reales). Según el contrato, la edición debería concluirse antes del 1 de enero de 1933 y el coste de la misma ascendería a cuatrocientas veinticinco pesetas. La Verdad es clausurada el 10 de agosto de 1932

por orden gubernativa, lo cual impidió que se cumpliera una de las cláusulas. El pago se realizaría del siguiente modo: el cincuenta por ciento al entregar la edición y el resto en el plazo de un mes, esto es, el primero de febrero de 1933. Avalaron la edición, total o parcialmente, los oriolanos Luis Almarcha, José Martínez Arenas y Ramón Barber Hernández. Almarcha pagó, por lo que parece, la totalidad de la edición y no quiso que Miguel Hernández le devolviera cantidad alguna. El tomo llevaba una curiosa fe de erratas pegada al final del libro, y la ilustración, a carboncillo, fue realizada por Rafael G. Sáenz, profesor de Dibujo del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Orihuela, que retrata al autor con sus característicos ojos saltones y vivarachos. Curiosamente, el libro iba firmado por Miguel Hernández Giner. Como es bien sabido, Giner correspondía al segundo apellido de su madre (el primero de ésta era Gilabert). Quizás un mayor efecto eufónico o, simplemente, para destacarse, fue la razón determinante para elegir Giner. De todas formas, en este periodo firmará otros textos como Miguel Hernández Giner. Se publicaron varias reseñas, como la encomiástica de José Ballester en La Verdad el 29 de enero de 1933, Alfredo Marqueríe en el diario madrileño Informaciones el 18 de febrero de 1933, la de Rafael Urbano en El Liberal, de Sevilla, el 5 de marzo y en La Verdad el 16 de marzo, o la de Pedro Mourlane Michelena en El Sol el 6 junio. Pedro Salinas también se detuvo en el libro en Índice Literario, en

febrero de 1933. Para el poeta del 27, Miguel Hernández “aplica a todo un repertorio de realidades concretas, un procedimiento de trasmutación conceptual y de expresión metafórica constantes, una conversión del sujeto en objeto poético [...] La acumulación de recursos de esta índole carga la estrofa de elementos sensuales, en perjuicio, acaso, de su claridad inmediata, acercándose así, no ya por vía imitativa, sino por una especie de afinidad temperamental, al lejano modelo Góngora”. La corrección de pruebas en los primeros días de enero de 1933 propició que Miguel Hernández y Federico García Lorca se conocieran en casa de Raimundo de los Reyes. En carta del oriolano al granadino, del 10 de abril de 1933, ante el silencio o las críticas que el propio Miguel Hernández suponía adversas, le confiesa, lastimado y orgulloso de su obra: “Perdone, pero se ha quedado todo: prensa, poetas, amigos, tan silencioso ante mi libro [...] Usted sabe bien que en ese libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, que es un primer libro y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía [...] que todos los de casi todos los poetas consagrados”.

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Un libro, en definitiva, que nos devuelve la ilusión de un pastor que tenía plena conciencia de su valía y que, en el año de su centenario, nos ofrece la posibilidad de acogerlo sin prejuicios ni complejos, con respeto y admiración por el joven que contaba con veintidós años de edad, y que luchó enconadamente para que la cultura lo alejara de la vida pastoril, de la que, paradójicamente, se nutren esencialmente estos versos.

Aitor L. Larrabide Fundación Cultural Miguel Hernández

Llorando por tu muerte Llorando está Orihuela, llorando está Alicante, llorando toda España, llorando por tu muerte. Que ha de saber el mundo que tu pena fue injusta, te moriste en la cárcel siendo un hombre inocente Llorando está Orihuela, llorando está Alicante, llorando toda España, llorando por tu muerte.

Lucía Espín

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EL DESPERTAR Yo descubrí a Miguel Hernández durante los cursos de especialización de Lengua Castellana que impartió el ministerio de educación para maestros en los años 1971 y 72. En nuestra formación académica no figuraban muchos poetas. Estudiamos algunos clásicos, La vida es sueño de Calderón, Lope de Vega, Santa Tersa de Jesús...y Gabriel y Galán y Espronceda y Campoamor y poco más. No recuerdo que

aparte de Rosalía de Castro, Curros, Celso Emilio Ferreiro y otros gallegos que nos llegaban por conductos no académicos, hubiese conocimiento de los poetas que habían compartido tiempos innombrables, para algunos, tan vigilados por las autoridades que velaban por nuestra salud moral. El curso se celebraba en Vigo y lo impartía un profesor joven al que más tarde descubrí como escritor de poesía reconocido con una amplia trayectoria, Manuel Vilanova. En el haber de muchos compañeros su recuerdo es el punto de partida de una toma de contacto con un mundo inexplorado y apasionante: la poesía. Asistíamos a aquellas clases con el alma hambrienta. Él nos trajo los aires renovadores que corrían por los lares universitarios y foros más o menos velados que estaban en plena ebullición. Nos recitaba con pasión a Alberti, Cernuda, Miguel Hernández, García Lorca, Neruda, Machado... Copiábamos sin parar poemas que no venían en los libros que manejábamos. Nos preguntábamos cuando aparecería la teoría de la lengua y las nuevas normas y tendencias gramaticales. No las echábamos de menos. Empezaba nombrando un sintagma y antes de completar la lección estaba recitando. Sabía de nuestra ignorancia. Maestros perdidos en las aldeas de la geografía gallega, alejados de la cultura renaciente, de los resurgimientos de las nuevas ideas. Éramos un terreno abonado para sembrar, fértil para obtener los frutos más copiosos. Por aquel curso pasó un guapo y apasionado galán, digo galán por su apostura y por su voz rica en registros que modulaba las palabras como un actor, Félix Grande. Nos leyó de su poesía pero además recitó a los silenciados. ¡Gracias Félix y Manuel por darnos tanta esperanza! Así nos enteramos de la persecución y del sufrimiento de aquellos poetas alejados de los cauces oficiales, de aquella longa noite de pedra que diría Celso Emilio Ferreiro. Supimos de los

movimientos de rebeldía de los estudiantes de los cantautores, de los que musicaban a los poetas, como Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez y tantos. Serrat con su interpretación de la poesía de Machado y su conmovedor disco dedicado a Miguel Hernández. Asimilamos todo. Nuestra sensibilidad se agudizó y tomamos conciencia de la responsabilidad que teníamos como enseñantes. Leí la poesía de Miguel. Me conmoví con su elegía, con las nanas, con las abarcas vacías. Más tarde, ya destinada en Alicante, año 1974, a escondidas, en la librería Set i Mig conseguí mi primer libro de Miguel Hernández, editorial Losada de Buenos Aires, que contenía El rayo que no cesa, Viento del pueblo y el Silbo vulnerado. Entonces removió mi rebeldía Vientos del pueblo, que leía una y otra vez. Su lenguaje sencillo y sus

referencias a las cosas cercanas me llenaban la voz de energía, recitaba en alto y me sublevaba que hubiera habido tanta sombra por tan largo tiempo en mi vida: ¿Quién habló de echar un yugo/ sobre el cuello de esta raza?/¿Quién ha puesto al huracán/ jamás ni yugos ni trabas,/ni quién al rayo detuvo/ prisionero en una jaula?/. De esta

época es también una manifestación que se celebró en Orihuela, delante de la casa del poeta, no tengo datos para fijar el día, pero creo que fue con motivo del aniversario de su muerte. Nos reunimos por la noche miles de personas para rendirle homenaje. Después de recitar, de cantar y gritar ¡libertad! sonó en la voz de Raimon al vent. La

emotividad se desbordó hermanada en un mismo sentimiento, cerillas, mecheros y velas alumbrando la noche y lágrimas rodando por las mejillas; cantábamos entrelazados los brazos, la voz en un solo clamor. Yo que no sé valenciano, adivinaba las palabras y me unía al sentimiento de libertad. No recuerdo bien, pero creo que aquella emoción fue cortada por una batida de policía social o como se llamase

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entonces. Salimos corriendo. Muchas reuniones terminaban así, con los grises o, la

policía montada en Madrid, detrás de nosotros. Los años 74 y 75 fueron testigos de largas protestas. El desencadenante de tantos acontecimientos hizo que mi atención se volviese a Galicia y me uniese a lo que ocurría allí. Por lo que me sumergí en otras batallas y no seguí profundizando en la poesía de Miguel. Enseñé en la escuela sus poemas más conocidos les hablé de su biografía, pero ahora me doy cuenta de que me quedé muy en la superficie, que la poesía de este hombre-poeta es más, mucho más y cada vez que te acercas a ella descubres nuevos caminos y sondeas incontables abismos, siempre te parece nueva, siempre te parece que la descubres por primera vez.

Airam Lebasi

¡Precisamente tú! TÚ, que eras todo amor. Que no sentías maldad. Que no guardabas rencor. ¡Que tenías tanta bondad! Tú, que relatabas la cotidianidad ¡ésa que tanto amabas!... presumiendo de libertad, hacia un final que no esperabas. Tú, y tu poesía que reverdece ¡cómo cada nueva primavera! en que todo crece... porque no hay espera. Tú, y el espíritu con que la creaste, la cincelaste, la esculpiste, y la recitaste. Tú, que tan sencilla la escribías, conforme la pensabas..., así la componías y así la expresabas. Tú, que amabas la libertad como nadie, pero te tocó vivir el dolor de una vida miserable ¡precisamente tú... que lleno estabas de amor!

José Antonio Charques Sala

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‘VIENTO DEL PUEBLO’ PARA EL SIGLO XXI

Hubo un tiempo no demasiado lejano en que la poesía ocupaba los espacios públicos de la calle; la voz cristalina y acuosa de los poetas reverberaba entre sus gentes. Para quienes crecimos tomando conciencia de nuestra sociedad al tiempo que lo hacía la transición a la democracia, la voz de Miguel Hernández, junto con la de Antonio Machado, Rafael Alberti, León Felipe o Blas de Otero, supone acicate de la toma de conciencia de una sociedad deseosa de la democracia y una libertad secuestrada a golpe de infamias. Por esos años, no era extraño escuchar incluso en mítines políticos el recitado de sus versos (cuando los políticos todavía no se habían revestido del orden burócrata y economicista que nos gobierna); pero sin ir más lejos los cantaba el pueblo de boca en boca, se hacía eco en círculos culturales y sociales a poco que se pretendiera reivindicar un espacio mínimo de libertad. Ahí están desgarradamente musicados por Joan Manuel Serrat, durante esos años de esperanza (los primeros setenta), para ensanchar las no pequeñas vías que abrieran en el momento en que fueran escritos durante el periodo más esperanzador que el pueblo español ha tenido jamás en su larga historia. Y sabido es, que cuando la palabra humilde del poeta traspasa las barreras de su propia boca, para prender en el colectivo social es cuando ésta empieza a cobrar todo su esplendor; la de Miguel Hernández lo fue en su boca durante la Guerra Civil, recitando en el frente y alentando la moral republicana de entonces, pero no se quedó aprisionada a un cuerpo y a una voz por mucho que el suyo lo abandonara una lúgubre madrugada primaveral de 1942; de tan fructíferos como son, sus versos han florecido en cientos de bocas anónimas durante todo este tiempo y se han musicado incluso para otras esperanzas políticas como la chilena del inolvidable Víctor Jara antes de que otros sátrapas la callaran para siempre, en la norteamericana Joan Báez, en bocas tan dispares como Paco Ibáñez o Enrique Morente. Ahí es donde la poesía se hace acción y se erige en templo más grande que cualquiera de las catedrales.

De inusual podemos tildar la trayectoria de aquel humilde cabrero oriolano que alcanzó las más altas cotas de expresión verbal humana en nuestra poesía castellana de la primera mitad del siglo XX; atípica por la austeridad de un medio en una ciudad conservadora que a pesar de no brindarle las mayores oportunidades educativas, supo rodearse de quienes así le irían guiando en el aprendizaje, en un autodidactismo desmedidamente singular para la fuerza expresiva de su legado futuro. Es por eso por lo que, asumiendo la gran tradición española, no escapa en su inicio a un poesía lastrada por ese tradicionalismo, pero que ya da sobradas pruebas de un singular talento poético (Perito en lunas, 1933) con su particular síntesis gongorina muy a la

moda a principios de esa década, para luego, aun con ciertos resabios culteranos, cantar al amor en forma de sonetos (mayormente) bajo la batuta de la gran tradición renacentista castellana de los Garcilaso y barroca conceptista de los Quevedo en un acto de alta depuración estilística en el momento álgido de su trayectoria (El silbo vulnerado, 1934; El rayo que no cesa, 1936), incorporando ya suaves toques surrealistas a la moda por entonces. Después, la guerra trastoca todo proyecto y los versos se harán, como en el resto de poetas, de corte social y de urgencia revolucionaria, y luchadora por la causa republicana pero profundizando en un irracionalismo captador del caos político-social de la España enfrentada: y ahí resuena, no menos hondo, el Miguel Hernández comprometido, luchador republicano, y repudiador de la España rancia que le había acompañado tan íntimamente desde su más corta infancia en su Orihuela de sotanas y ronchas de cutrerío, y nutridora del

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conflicto que lastra por esos momentos la España ensangrentada. Una combatividad eufórica de corte épico acorde con las circunstancias de una incipiente guerra cainita (Viento del pueblo, 1937) con versos de altura vanguardista aunque supeditados a la urgencia de una causa que les impide su pulimiento definitivo y deseable. Al que le sigue el grito ya trágico del sinsentido de la muerte y el dolor vital por la crueldad humana en El hombre acecha (1939): “Hoy el amor es muerte, / y el hombre acecha al hombre”. Al final, regreso a las formas métricas tradicionales en poemas que se rebelan contra la injusticia con tono intimista y alta conmoción al recordar a los suyos desde la impotencia de la privación injustificada de libertad penando en prisión (Cancionero y romancero de ausencias, 1938-41). No demasiado importan ya las circunstancias que lastran buena parte de estos versos a veces en esbozos no acabados de sí mismos.

Para alguien hecho a sí mismo, y salido de la „Oleza‟ levítica y asfixiante, no puede haber trayectoria más deslumbrante conforme, respirando el fresco ambiente de los cenáculos madrileños, asume conciencia de su verdadera función como poeta y acaba adoptando de los movimientos de vanguardia el suave soplo que le faltaba a su poesía popular para ensancharla por sus cuatro costados. Ése parece el secreto de la singular síntesis entre el romancero popular y el ensoñante surrealismo generador de una mixtura verbal sin precedentes en la estela de los Neruda, Alberti, Aleixandre o César Vallejo del momento. Y eso con quien nunca reniega de su origen humilde y quien posiciona definitivamente su poesía hacia los humillados y desarrapados de la historia, transitando, a lo largo de su obra poética, un territorio levantino de palmeras, terruño, mar, azahar, limón, dátiles, cardos... y un sentir telúrico que eleva su producción por entre las expresiones humanas más singulares de su tiempo, fundiendo esa tradición popular con lo más irracional del subconsciente humano, la tierra madre con la energía mental del verbo: “Me llamo barro aunque Miguel me llame” dirá en El rayo que no cesa. Hay tantos registros y tan variados en la poesía de Miguel Hernández que sorprende por ser el poeta cotidiano capaz de elevar sentimientos íntimos humanos a categoría universal, de trenzar lo personal con lo social y de enraizar los procesos sociales de la España del momento con los vitales propios. Y es un reír la poesía experiencial que se promociona desde hace unas décadas por estos lares porque ni la más versátil resiste la menor comparación en hondura, honestidad e incluso rigor ideológico.

Resulta bien fácil decir que su mejor legado, en un tiempo de rapiña mercantil, es una poesía testimonial y comprometida. Pero eso no basta para comprender cómo la poesía ha dejado en todo este tiempo de ocupar el espacio relevante social que tuvo en el pasado, cuando los poetas voceaban sus versos al viento y eran causa de contiendas civiles. Es bien fácil decir que queda su ejemplo de hombre modesto y humilde para un tiempo que lastra todo por su rasero consumista y en el que cualquiera se afana en salir en televisión y convertirse en famoso a cualquier precio, incluido el de la chabacanería, pero la obra de Miguel Hernández es acuosa en su superficie, pero mar de sensaciones subterráneas por dentro. Voz hecha de silencios y caricias, que no necesita del estruendo, que no necesita del vilipendio, su herencia es, sigue siendo, la del hombre frente a su destino, transustanciado en un puñado de ecos capaces de levantar montañas, desecar riachuelos, transitar una vez más por vena en sangre. El éxtasis y el milagro del verbo, hecho, una vez más, carne. Porque los logros del poeta, pese a todo, resultan infinitamente más productivos que cualquiera de los sables: “Un hombre desarmado siempre es un firme bloque: / sabe que no es estéril su firmeza, y resiste. / Y los pueblos se salvan por la fuerza que sopla / desde todos sus muertos.”

Qué mejor legado sino su obra ni mayor favor hacia quien la vida maltrató tan tremendamente que volver a leer con sentido pleno sus versos en este centenario: esa vida intemporal es su mayor recompensa. Hablo de volver a apropiarse de sus versos vaciados, quizá, de aquel contexto de España de pandereta, y llenados para la ocasión de la España „novorrica‟ de la especulación urbanística (allá donde crecían

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limoneros y verduras ahora urbanizaciones y apartamentos) y financiera, de la corruptela política, de la política del ladrillo mediterráneo y el famoseo televisivo a cualquier precio.

Quizá en este otro contexto la «Nana a la cebolla» no suene tan ancestral como

surgida de la noche de los tiempos, y su escarcha siga siendo heladora, esa necesitada lección de humildad y coherencia humana vuelva a habitar las conciencias de sus actuales lectores. ¿De qué otra esperanza se puede tejer un futuro digno?

Virgilio Tortosa Profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Alicante

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Ilustración de Amalia Navarro para el poema Llegó con tres heridas incluida en la Antología ilustrada por 38 artistas.

PASTOR DE PALABRAS Y SENTIMIENTOS Ruge la sangre desoladora, rompiendo los bronquios a borbotones. El dedo a falta de tinta escribe con el rojo de sus entrañas, lo que otros quisieron callarle. Pero ¿quién calla al pensamiento? ¿quién puede ponerle grilletes a los sueños? Mientras tanto en la memoria quedan registrados el aroma veraniego de la higuera entregando voluntaria sus frutos, lo mejor de su esencia. La brisa fresca, ofreciendo el cobijo para una tertulia con el amigo fraternal, que tuvo la osadía de abandonarlo en cuerpo, para formar alimento de la madre tierra que sirve al pastoreo de su rebaño. La parca le acecha sin remedio, pero por el momento pierde el pulso ante el recuerdo sentido de unos brazos amantes o unos dedillos juguetones que acompañan una risa que le hacen libre, que le ponen alas permitiéndole volar, escapando de los barrotes que le quitaron la vida, pero no su alma. Un alma de pueblo para el pueblo, atormentado por las injusticias políticas y sociales que pretenden humillarlo y ponerle un yugo amenazante con flechas. Cuando estos pensamientos arriban a su cerebro, de su corazón brota otro esputo que le debilita aún más el cuerpo. Dicen los que allí estuvieron, que por más que lo intentaron no pudieron cerrarle los ojos. Poeta, sigues despierto, contemplando el sendero de los que por ti y por otros muchos lloraron, regando con su dolor un camino que no queremos siga yermo.

Olivia Díaz i Díaz

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HOMENAJE A MIGUEL HERNÁNDEZ

con sus palabras más estrechamente relacionadas con Alicante

Ilustración de Pedro Martínez López, incluida en la Antología Ilustrada por 38 artistas

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Juan Sansano

I La luz primera vio bajar de un techo humilde de un hogar del pueblo hermoso en el que mil llagas dolorosas hecho vivió un obispo dulce y silencioso. Su clara infancia fue un ligero trecho de lirios de ropaje candoroso … Jugó del río Segura junto al lecho triscó por un fino monte airoso. Cuando la juventud esplendorosa le dio sus dones, una novia hermosa tuvo, a la cual dio fama en mil canciones. …Huyó del pueblo, que nacer le viera ¡Y en su hogar vive triste una palmera que al cielo se alza cual clarín sin sones!

II Huyó del mago pueblo del Segura echándose sin rumbo en el camino, y al perderlo de vista en la llanura llanto de sangre a sus pupilas vino. Mas devoró en silencio su amargura y otro Alonso Quijano en su rocino, fue el Ensueño de su hermética armadura y el ideal su Yelmo de Mambrino. En el Castillo-Venta de la Vida, el Dolor consangróle caballero y fue en busca del néctar de la Fama… Y en una doble empresa decidida, con gentil continente y gesto fiero peleó por su honor y por su dama.

III Deshizo agravios y enderezo entuertos, batalló con dragones y gigantes a quienes en sus antros dejó muertos, como el héroe sublime de Cervantes. Apoyo fue de inválidas doncellas, de huérfanos y viudas infelices; durmió frente al brillar de las estrellas, y su alimento fue fruta y raíces. Y hoy tras haber cruzado con las trallas de su vocabulario – trueno de ira- mil rostros de malvados y canallas, el yelmo arroja, la armadura tira y allá, en remotas y cerriles playas, por volver al natal pueblo suspira.(1)

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Elegía media del toro Aunque no amor, ni ciego dios arquero, te disparas de ti, si comunista, vas al partido rojo del torero. Heraldos anunciaron tu prevista presencia, como anuncian a la aurora, en cuanto la pidieron a la vista, oposición de bríos y bonete, tu inquisidor de sangre, hueso y remo “dolorosas” las hace de Albacete. Una capa te imanta con su extremo y el que por un instante la batiera te envuelve con temor tu Polifemo. Su miedo luminoso a la torera salta y por paladines en anillo solicita refugio de madera. Invitación de palo y papelillo en los medios citándote, te apena de colorines altos el morrillo. Como tambor tu piel batida suena, y tu pata anterior posterioriza el desprecio tascado de la arena. Por tu nobleza se musicaliza el saturno de sol y piedra en tanto que tu rabo primero penas iza. Gallardía de rubio y amaranto, con la muerte en la mano larga y fina, oculto en su fulgor, visible al canto, con su rabia sus gracias origina ¡cuántas manos se dan de bofetones cuando la tuya junta con su esquina! Arrodilla sus iluminaciones; y mientras todos creen que es por valiente, por lo bajo te pide mil perdones. Suspenso tú, te mira por el lente del acero y confluye tu momento de arrancar con su punta mortalmente. En datilado y blanco movimiento, manos pide un sentido y el azote, al juez balcón de tu final sangriento.

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Por el combo perfil de tu bigote, te arrastran a segunda ejecutoria. ¡Entre el crimen airoso del capote para ti fue el dolor para él la gloria! (2)

Un acto en el Ateneo de Alicante Siempre será guerra la vida para todo poeta; para mí siempre ha sido y me vi iluminado de repente el 18 de julio por el resplandor de los fusiles de Madrid. Las fuerzas de mi cuerpo y de mi alma se pusieron más de lo que se ponían a disposición del pueblo, y comencé a luchar, a hacerme eco, clamor y soldado de la España de las pobrezas que nos quieren legar, que nos quieren separar del corazón donde está atada. Comienza la tragedia española la muerte del poeta Federico García Lorca, asesinado por el fascismo en agosto y en Granada, muerte en agosto como el “Amargo” de su romance. La desaparición de Federico García Lorca es la pérdida más grande que sufre el pueblo de España. El solo era una nación de poesía. Desde las ruinas de sus huesos me empuja el crimen con él cometido porque no han sido ni serán pueblo jamás y es su sangre, bestialmente vertida, el llamamiento más imperioso y emocionante que siento y que me arrastra hacia la guerra. Es su sombra, desaparecida de sus pies, y es su voz, arrancada de su lengua a tiros, la que me empuja irresistiblemente con un violento deseo de venganza. Me siento más hombre, más poeta, y un día cogí el fusil que me correspondía, después de cavar trincheras que han regado tantas sangres nobles. Cinco meses estuve con el Campesino. He tenido grandes compañeros en mi tropa: el Algabeño, Pablo de la Torriente Bau, José Aliaga. El Algabeño era un madrileño de diecinueve años. Entró con miedo en las trincheras, se le quitaba cantando por lo hondo y sus canciones daban tristeza y alegría. Cantaba de noche, de día, a todas horas. Aquel chiquillo era un ruiseñor entre fusiles. El miedo de los demás fue haciendo de él un valiente y cayó, de sargento, en el frente de Majadahonda, con la cabeza atravesada. Recuerdo que me dijo una noche, envueltos los dos en la misma manta, calada por la lluvia: “Miguel, si caigo, ya no me importa cumplir los veinte años debajo de la tierra”. Y se puso a cantar… A primeros de febrero marché a Andalucía con el comandante Carlos. Allí hice vida de poeta por los frentes y poco de soldado. Conocí a Parrita, un banderillero sevillano que era teniente en el batallón de Villafranca, uno de esos españoles que mueren sonriendo, les da tiempo la bala. Asistí a la toma del Santuario de la Virgen de la Cabeza… He pasado por Extremadura. Allí se defienden hombres como leones, comiendo hierbas… Hernández, entre el entusiasmo del público, recitó algunas de sus poesías de guerra y terminó con estas palabras: El poeta es el soldado más herido en esta guerra de España. Mi sangre no ha caído todavía en las trincheras, pero cae a diario hacia dentro, se está derramando desde hace más de un año hacia donde nadie la ve ni la escucha, si no gritara en medio de ella. Miguel Hernández fue muy aplaudido y felicitado.(3)

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NOTAS 1. Aunque, según la edición crítica de Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira con la colaboración de Carmen Alemany, (Obra completa, Espasa Calpe, Madrid,1992) que incluye estos tres sonetos en sus páginas 220 y 221, la obra apareció en Destellos, revista literaria de Orihuela, que publicó trece números entre 1930 y 1931 y era de ideología católica y conservadora, la incluimos dentro de las palabras vinculadas con Alicante, porque su protagonista fue director del periódico El Día en esta ciudad y el primer valedor, en esta publicación, del joven poeta, e incluso da nombre a una de las calles de Alicante, la denominada “Poeta Sansano”, situada en el barrio de Los Ángeles. Véase, a este respecto, nuestro artículo, Juan Sansano en la vida de Miguel Hernández, periódico Información de Alicante, día 7 de diciembre de 2007. 2. En el Ateneo de Alicante que, tal como indica Ramón Fernández Palmeral, en su artículo Miguel Hernández en Alicante, publicado también en este número de Auca de las Letras, estaba en ese tiempo ubicado en la Explanada, tuvo lugar, el día 28 de abril, de 1933, el recitado y la explicación de este poema (que hemos trascrito tal como aparece en las páginas 322 a 324, de la edición que hemos citado en la nota anterior) ayudándose de un dibujo de Francisco Díe, y tras una conferencia de Ramón Sijé. En el libro Miguel Hernández en Alicante, de Vicente Ramos y Manuel Molina, Alicante, 1976, en sus páginas 37 y 38, también existen referencias al acto de la presentación de la Elegía media del toro. 3. El 21 de agosto de 1937, cuando, Miguel Hernández pronunció la conferencia que hemos trascrito, como aparece en la edición crítica que reiteradamente hemos citado, en sus páginas 2228 y 2229 el Ateneo se había instalado en el palacio de los Marqueses del Bosch, o, como lo llama Ramón Fernández Palmeral, de la Condesa de Torrellano, cuya fachada da a dos calles: Mayor nº 40 y Jorge Juan nº 17 y 19 y una de cuyas puertas es la de la fotografía que Vicente Ramos y Manuel Molina incluyen, en la página 42, de su libro al que nos referimos en la nota anterior y en cuyo pie puede leerse:”Fachada del edificio en el que estuvo instalado el Ateneo alicantino durante la guerra civil,” a lo largo de la cual fue ocupado por esta entidad cultural, que se había integrado en la Alianza de Escritores Antifascistas. Al finalizar la contienda civil se reintegro a sus legítimos propietarios y hasta mucho más tarde, concretamente hasta 1985, el Ateneo, Científico, Literario y Artístico de Alicante no volvería a abrir sus puertas, ya en su actual ubicación. Sobre si esta conferencia fue en realidad un homenaje a Miguel Hernández no existe una opinión unánime, aunque algunos estudiosos como Vicente Ramos expresan esta opinión en las páginas 40 y 41 del libro citado, lo cierto es que en la reproducción del número de Nuestra Bandera de este mismo día, incluida también en su libro, se anunciaba que Miguel Hernández “ocuparía la tribuna para contar sus impresiones de campaña y recitar sus romances de guerra”, por lo que nos inclinamos a interpretar el acto como de propaganda del Frente Popular, sin negar, por supuesto, que la figura del poeta y las adhesiones que suscitó puedan también ser interpretadas como un homenaje a su obra y a su significación literaria y política.

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Eco de la teua imatge Sobre la teua empremta s‟ha traçat un camí, un raig vespertí en vital destí, com el teu raig: aquell que mai cessa. Llibertat en la teua clara veu impresa. Àuria en la muntanya, reflexions de terra i pastura, de gola presa. Vent de les múltiples confessions, vent del poble... veu que l‟ànima expressa. En el ramat del solar campestre, la llum matinal ha quedat quieta; muda quietud de ramats i front, mes la teua ànima sosté, el xiulet latent en clarejar, de l‟entranya inquieta, entre ceba i nona, i veu humil.

Ana Marlópez

Ilustración de Federico Chico para el poema Nana de la cebolla

Incluida en la Antología ilustrada por 38 artistas

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SOBRE EL CENTENARIO HERNANDIANO

A veces el problema no es qué es lo que vamos a hacer sino las razones por las que vamos a hacerlo. Quiero decir que, como profesor de literatura que he dedicado bastantes tiempos críticos a Miguel Hernández y que, ahora, ante su centenario, cuando es de justicia resaltar su alto significado en la historia cultural española y en la historia de la poesía universal, intentando sintetizar la significación y trascendencia de su obra, que justifique la celebración de la efeméride, propongo un triple y abarcador enunciado que lo considere como poeta universal, poeta necesario y poeta de la memoria. El calificarlo como poeta universal tiene que ver con el papel principal que cada creador asume ante sus contemporáneos y ante la posteridad. Y Hernández es, sin duda, una lección de universalidad por múltiples razones que sintetizo y que lo hace un poeta ejemplar y ejemplarizante de la tradición Me explico: sabemos que Hernández no es un poeta de formación, diríamos ahora, reglada, normativa; sabemos que es un autodidacta que mantiene con la escuela, con la elemental además, una relación fugaz; sabemos que muy pronto se vincula a un círculo cultural de Orihuela, que tenía una debilidad formativa y expresiva manifiesta. Quiero decir que Sijé, Fenoll, Jesús Poveda, el joven Molina más tarde, los amigos de Orihuela, fueron un primer soporte cultural, pero que tenía una debilidad manifiesta en relación a lo que se estaba escribiendo en este país. Y sin embargo, antes de que el poeta vaya a Madrid, en 1931, antes de que conozca un ambiente propicio para presentarse y acrecentar su poesía, antes de conocer, a través de los ojos de otros, la vida cultural de una edad de plata de nuestra literatura, el joven Hernández está queriendo ser poeta y está haciendo todo lo posible para serlo, a trompicones con el lenguaje y con los versos, con un paciente aprendizaje de la palabra y de la poesía, con una sorprendida lectura de lo que están haciendo los contemporáneos, los más inmediatos y los clásicos. No les cuento lo que ya todos saben: de aquel esfuerzo que va desde 1925 a 1933 o 1934 surge un poeta afincado en el clasicismo virgiliano, en el renacimiento de San Juan de la Cruz, en el barroco esencial de nuestra literatura, en la tradición de Góngora y Quevedo, en el barroco teatral de Calderón y, más tarde, en la imitación de Lope de Vega. Nuestros clásicos van afirmado su clasicidad originaria, al tiempo que el poeta mira a los más próximos e incluso a los contemporáneos: de Rubén Darío a Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén, hay un impetuoso aprendizaje e imitación de lo clásico y lo contemporáneo. También hay otras huellas culturales que cada vez me resultan más trascendentes: Gabriel Miró, en el tiempo primero, le devuelve al grupo de muchachos, una lección contemporánea y nueva de Orihuela. En ese tiempo inicial, percibimos un arduo trabajo con la palabra que está presente en los manuscritos del escritor. Cuando en 1933 publique Perito en lunas se habrá

producido el milagro poético de fundir la tradición barroca con la lección contemporánea que la generación del 27 ha dado sobre la misma. Pero la modernidad la alcanzará en Madrid ya, en contacto a partir de 1934 con autores que se llaman Vicente Aleixandre o Pablo Neruda, mientras escribe un poemario que fue su primer aldabonazo literario: el Rayo que no cesa. En el tiempo de su escritura, aterriza en el lenguaje de las vanguardias, mientras los acontecimientos históricos perfilan una nueva escritura que tendrá la historia, la historia más desdichada de este país, como base y lamento, como impulso épico y negación del mismo por el dolor en el tránsito de Viento del pueblo a El hombre acecha, donde creo

que encuentra la mejor poesía de la guerra civil, en la que Hernández adquiere, también con el resto de su obra, el rasgo de poeta necesario.

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La denominación poeta necesario se la tomo prestada a Antonio Buero Vallejo quien decía “para mí es Miguel Hernández un poeta necesario, eso que muy pocos poetas, incluso grandes poetas, logran ser. La más honda intuición de la vida, del amor y de la muerte brota de su fuente como de esas otras pocas fuentes sin las que no sabríamos pasar y que se llaman Manrique, o San Juan de la Cruz, o Fray Luis, o Machado… Como ellos, él sobrenadará el olvido de los años innumerables, sostenido por la realidad esencial de sus “jornaleros”, de su “escoba”, de su “cebolla”, de su “sudor, de sus “besos”, de su “luz”, de su “sombra”. Y el poeta necesario adquiere, al final de aquel episodio bélico y en la sucesiva posguerra, la tercera condición esencial, la de poeta de la memoria, de la memoria histórica de este país. Y es una condición inevitable que tiene uno de los más bellos

y terribles libros de la poesía española del siglo XX, aquel, inacabado, resuelto en papeles desordenados que están en su archivo, que conocemos como Cancionero y romancero de ausencias, obra con la que inaugura el autobiografismo de la poesía de

la posguerra. Lo de poeta de la memoria lo digo siempre utilizando un sentido que el viejo maestro italiano, maestro del hermetismo crítico y poético, llamado Oreste Macrí, creo en 1960: “Pocos son los momentos, decía Macrí, en los que hay una coincidencia entre la historia de la poesía y la historia de la lucha por la libertad: el viento y la cárcel de Hernández son uno de ellos. Sirvan de ejemplo para la juventud”. En la raíz del canto antifascista y resistente, es donde situamos a este poeta que fue un gran poeta, universal, necesario y de la memoria, y para mí son imprescindibles los tres sentidos juntos, aunque siempre destaquemos necesariamente su condición de poeta universal. Ésta es la significación, la justificación y la que desearíamos que fuese la trascendencia de la conmemoración en la que estamos y que, con seguridad, propiciará y conseguirá una nueva y más ajustada valoración del inmenso poeta que fue Miguel Hernández.

José Carlos Rovira Soler Catedrático de Literatura Hispanoamericana, Universidad de Alicante

Comisario del Centenario Miguel Hernández 2010

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Mi querido amigo de la tierra De una mano y de la otra te encontré siendo el sacrificio de mi estancia lo que no me interesaría morder. Caída en mi suerte. Etílica de bombardeos en la fosa de mi cáscara neuronal, al fin recibiría las páginas dolientes de unos pensamientos quebrados que, como a mí, le presilenciaron. Y así fue, revolcándome entre tus silencios silentes, aquellos que me traspasaban el tímpano, enredándose, como locos cuchillos de acero veloz anestesiándome sorda para una pared del recuerdo sin marco forjado… como fui amando cada escupitajo que de tu pluma urdías. Y como en la Elegía a tu amigo Ramón Sijé fui pañuelo de nadie y lengua rota de siempre. Donde a nadie se le aúna porque las lágrimas propias son sólo estigmas olvidados de una sangre ponzoñosa. Y yo también quise ayudarte con la noble causa de besar su calavera. En mis sueños la besaba y en mis sueños te besaba. Porque yo sabía que dentro de ti el alma a pedradas sinceras regalabas. Porque te preasignaron un hoyo de tierra mojada. Y en papeles y en la muerte te aventabas. Y yo quería ser tu amiga. Quería darte la Hostia Consagrada. ¡El Cáliz del mismo Cristo! Pero era la piedra perdida aquella que no late y aún respira. Sin origen y con cráter de palabra. Y seguí todos aquellos escritos que dejaste para mi luto viviente. Mi buen amigo ya no sufras ya no prendas fuego a tu ojo marchito que todo se propugnó a la era de los secuaces sin misil. Y casi no queda nada. Porque nada es también resistir.

Inma Méndez / Alféizar

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CANTANDO A MIGUEL HERNÁNDEZ

El autor, Adolfo Celdrán, cantando ante Josefina Manresa

Fernando González Lucini es la persona que más sabe en España acerca de adaptaciones musicales de poemas. Ahora acaba de sacar un libro sobre los que, a lo largo del tiempo, hemos cantado y grabado en disco poemas de Miguel. El libro se llama “Miguel Hernández. ¡Dejadme la Esperanza!” y fue presentado el pasado 21 de Enero en Orihuela (¡dónde mejor!), en un acto organizado con la colaboración de la Fundación Miguel Hernández. El libro es el primero de la colección “Canción y literatura”, que edita la “Fundación Autor”, editorial de publicaciones de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) La siguiente cita de presentación es en la 19ª Feria Internacional del libro, que este año se celebra en La Habana bajo el lema “leer es crecer”. Desde que en 1967 Paco Ibáñez grabara en París su “Andaluces de Jaén” y Elisa Serna en 1968 en Madrid un single con dos poemas de Miguel, cerca de un centenar de cantantes hemos musicalizado y cantado otro centenar de poemas suyos en otro centenar largo de discos, cuatro de ellos míos. Las razones que aducen unos y otros para esa elección son diversas, pero se repite mucho una: Miguel dice, en lenguaje sencillo y directo, lo mismo que nosotros, sin haber sabido expresarlo previamente, sentíamos. Con lo que no sólo descubrimos a Miguel al leer sus poemas: Nos descubrimos a nosotros mismos. Y eso nos produce un goce inmenso: El de ser más personas y más nosotros. Se cumple así el deseo de Miguel, expresado en su poema “Sentado sobre los muertos”: “Que mi voz suba a los montes / y baje a la tierra y truene, / eso pide mi garganta / desde ahora y desde siempre. / Acércate a mi clamor, / pueblo de mi misma leche / árbol que con tus raíces / encarcelado me tienes, / que aquí estoy yo para amarte / y estoy para defenderte”. Nosotros éramos el Pueblo de la misma leche de Miguel, y, muerto él, aquí estábamos nosotros para amarlo, defenderlo, desencarcelarlo de su condena a “imprenta perpetua” y finalmente, en el caso de los que cantábamos, para cederle nuestras voces para que su voz, efectivamente, pudiera seguir subiendo a los montes y bajando a la tierra, tronando, como pedía su garganta y nuestra garganta, unidas en una sola: La del pueblo de su misma leche.

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Han sido varios los discos homenaje al Poeta de Orihuela. Entre los LP primeros (en los 70) el de Serrat (1972), el de Paco Curto (1974), el mío (1976), el de Los Juglares (el argentino Sergio Aschero y la gallega Ángeles Ruibal), también de 1976, y el de Manolo Sanlúcar (1978). Tres grabamos poemas y canciones con letra propia dedicados a Miguel: Víctor Manuel y yo mismo, en 1976, y Tomás Bosque, en 1977. Alberto Cañete y Mayte Martín le dedicarán, en 1985 y 2009, canciones con letras de Manuel Castañeda y Manuel Alcántara, respectivamente. Todos estos datos, con una precisión sólo posible partiendo de un escritor erudito en el tema, que ha dedicado su vida al estudio de la canción de autor y al de la adaptación de poemas, se deshojan en el libro, escrito con una prosa sencilla, apasionada y apasionante, que te hace leerlo de una sola sentada. Únase a ello las fotografías de las portadas de todos estos discos, ordenadas cronológicamente y las fotos de los cantantes. En mi caso, una de 1975 en la que un joven Adolfo Celdrán aparece cantándole a Josefina Manresa, viuda de Miguel, en su casa de Elche las canciones sobre sus poemas. En el acto de presentación del pasado 21 de Enero, tras las palabras de bienvenida del representante de la Fundación Miguel Hernández, Fernando González Lucini habló con la precisión de un investigador, pero también con la emoción de un enamorado de la obra de Miguel. Mucho de lo que digo aquí, está inspirado en sus palabras. Y en su libro, claro. Para acabar, Fernando nos leyó unas sentidas palabras de solidaridad con el acto, que Sergio Aschero nos envió desde Argentina. Finalmente, tres de los que hemos cantado a Miguel pusimos la música. El primero fue José María Filio, un chaval lleno de vitalidad, con una guitarra vibrante y una voz que te hace sonreír de vida y de pura verdad, un deleite. Cantó “A corazón abierto”, una canción dedicada a Miguel, reviviendo una grave operación a la que se vio sometido y durante la que tuvo la sensación de que Miguel le saludaba y le regalaba unos versos, “Con dos acordes”, en la que incorpora versos inspirados en Miguel y “Las desiertas abarcas”, que fue el poema que le hicieron leer de niño en clase, en voz alta y en el que, allí, ante todos sus compañeros, recitando esos versos, sintió que lo que decía Miguel era lo que él mismo sentía. Luego me tocó el turno a mí. Comencé por “Antes del Odio”, mi adaptación de ese hermoso poema escrito por Miguel desde la cárcel a Josefina. Es la preferida de F.G. Lucini, y lo era de Blas de Otero (él la llamaba “Sólo por amor”), así que era irremediable empezar por ella. Luego recité mi poema homenaje a Miguel “Al Borde del Principio”, que da nombre a mi disco homenaje, y canté la “Canción del Esposo Soldado” escrita durante la guerra. Acabé recordando y homenajeando a aquéllos que cantaron a Miguel y no estaban allí, interpretando “Vientos del Pueblo” en la versión, pienso, más conocida: La de Sergio Aschero. Finalmente, Esmeralda Grao, oriolana de pura cepa, que aún no ha grabado en disco a Miguel pero está en ello y que colaboró en 2002 poniendo música y voz a textos de Miguel para la serie de Televisión “Viento del Pueblo” cantó, con una gran fuerza “Lección de vinos”, “Hijo de mi corazón” y “Burladero”. Su público la aplaudió, como no cabía ser de otro modo porque Esmeralda canta mucho y bien y es un auténtico animal de escenario, una fiera, y además se emocionó cantando ante sus amigas, su familia, su pueblo… Fue una gran fiesta. Miguel Hernández tiene quien le cante y quien le escuche, su voz subió a los montes y no bajará nunca de ellos.

Adolfo Celdrán

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A un poeta de mi tierra No tardó la Muerte en enroscar sus brazos a tu cuello y fundirse en un fuerte abrazo hasta que silencio se hizo tu resuello, y con él, se llevó el postrero de tus versos. La Gloria, impaciente, reclamó para sí el presente, arrebatándote del regazo de los hombres y dejándonos con el ansia de tus versos maduros, huérfanos del saber de tus años no vividos. Debió llorar la tierra estremecida al acoger en su vientre tus huesos, dolidos de trinchera y de cárcel, de amor y de hambre. Quedó la noche desnuda para siempre al ceder sus negros velos para el luto de tu muerte. La Luna más pálida de Marzo acompañó el vuelo de tu Alma por los campos de caña y grama, a los que hizo dignos tu palabra. Quedó la huerta en silencio y mudo permaneció el pájaro. Quieta quedó la noria y clavado el arado. Poeta del pueblo y para el pueblo, que acunaba su recio desgarbo en alpargatas de humilde cáñamo.

José Antonio Navarro i Ballesta

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MIGUEL Y EL RECUERDO DE UN ABUELO

Ya antes de conocer su vida y su obra yo había comenzado a quererle. Fue el día en que entré en casa y hallé a mi abuelo profundamente abatido, y diciendo que en la cárcel de Alicante había muerto alguien que él conocía desde su nacimiento, que lo había tenido en sus brazos muchas veces, que lo trató en su niñez, que había sido poeta, y, una y otra vez, repetía: "¡con lo qué ese chico valía ...!". Creo que no citaba o no retuve su nombre, aunque con nueve años poco me hubiera importado. Pero yo, impresionado, seguramente por mimetismo y cariño hacia mi abuelo, singularicé ese dolor y lo convertí en idéntico sentimiento hacía el desconocido. Y ese cariño perduró, a pesar de que las circunstancias sociales y políticas que vivíamos hacían que lo cotidiano del sufrimiento se diluyese y asimilase con cierta naturalidad.

Porque, niños recién venidos de una cruenta guerra civil y de sus consecuencias, sabíamos de familiares o conocidos presos, desaparecidos o ejecutados. Y había madrugadas en que se oía en la lejanía como sonido de cohetes, pero, por el rostro de los mayores comprendías que no eran precisamente restos festivos de verbenas. En el alicantino barrio de Benalúa, donde vivía, en lo que conocíamos como campo del Velódromo, en ocasiones presenciábamos ejercicios de instrucción militar con algunos castigados que corrían con pequeños sacos de tierra o arena adosados a la espalda, mientras eran hostigados con fustas por sus mandos. O jugábamos en las baldosas de una clínica situada en la Gran Vía (hoy Catedrático Soler), a la que, a veces, llevaban maniatados a presos y donde, tiempo después, supe que el fallecido había sido tratado de su enfermedad.

Curiosamente, tardé años en asociar el nombre de Miguel Hernández con el desconocido cuya muerte tanto había consternado a mi abuelo. Fue cuando habiendo yo decidido ampliar las variedades literarias que, sibilina y sabiamente, mi antecesor puso al alcance de mi precocidad lectora -para apartarme de una inclinación religiosa que me fomentaban en la catequesis del barrio-, dejé "Las ruinas de Palmira", "La religión al alcance de todos" y las novelas anticlericales de Blasco Ibáñez, y accedí al ámbito poético que también me atraía. Creo que fue leyendo "El rayo que no cesa" cuando intuí que Miguel tal vez era el joven muerto en la cárcel, lo cual confirmó mi abuelo que se sorprendió de que no lo hubiese sabido antes. Pero así fue. Este, Antonio González Martínez, que vivía en San Fulgencio, en su condición de tratante de ganado, fue socio durante bastantes años del padre del poeta en el negocio de cabras que tenían en Barcelona y Orán. Me habló mucho de él, de la rudeza de su carácter, de que era una persona primaria y de ideas conservadoras. Y, especialmente, de que tenía ojeriza al hijo... ¡por su inclinación a los libros y al estudio! De ahí yo siempre he deducido que, en parte, el gran cariño que sentía por el poeta se debía a que en su afán de conocimiento veía un cierto reflejo de su infancia. Pues mi abuelo, autodidacto, hombre de firmes convicciones republicanas, que llegó a poseer una cultura poco común para las personas de su estrato social, en su niñez de humilde pastor de cabras, y por iniciativa propia, empleaba casi todos sus pobres ahorros en pagar a un maestro para aprender los rudimentos de la enseñanza.

Tras aquella primera e impactante lectura de Miguel, en el añorado desván de la librería Lux de la calle Mayor, semiclandestino nutriente de libros prohibidos por la dictadura, adquiero el "Canto General" de Neruda y empiezo a tomar conciencia de su tragedia y de que es cierto que, aunque murió en Alicante ¡realmente fue "asesinado en los presidios de España"! Leo compulsiva y anárquicamente casi la totalidad de su producción y, más adelante, cuando, a mediados de los sesenta, creamos en nuestra ciudad el Club de Amigos de la Unesco, mi relación con Manolo Molina, poeta y compañero de su tertulia oriolana, así como con amigos que convivieron con él en la cárcel, me permitieron conocer en detalle la amplitud de su desgracia. Y aprecio -con

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orgullo, pues sus ideas políticas ya eran las mías- que, no sólo por la inmensa calidad de su obra, sino también por la coherencia con unos principios morales y políticos que formaban un todo indisoluble y que le acarrearon la muerte, Miguel Hernández era una de las apoyaturas simbólicas más elevadas y auténticas en nuestra porfía contra el franquismo.

Aunque Juan Ramón Jiménez clamó en vano pidiendo que no se acallase "esa voz joven de España", aún pudo dejarnos un riquísimo legado cultural. Produce asombro que, partiendo de unos inicios tan precarios y dificultosos, en el corto espacio de una vida de 32 años, en la que los seis últimos transcurrieron signados por la desazón y la angustia propias de las penalidades de una guerra y de una cárcel inmisericorde, este hombre fuese capaz de alcanzar cumbres tan altas en la poesía española del siglo XX. Autor, al decir de Alberti, con su "Elegía a Ramón Sijé" de una de las tres mejores composiciones escritas en lengua castellana, junto a "Coplas a la muerte de su padre", de Manrique, y el "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías", de Lorca, era para Neruda, de toda la poesía "el fuego azul", el fuego más intenso y puro.

Un fuego que creo debería convocarnos a todos los españoles a cubrir su centenario con la mayor dignidad, desde el aplauso o el exigible respeto, mas siendo conscientes de que la vida y la obra de Miguel Hernández, indivisible y de una sola pieza, no admite interpretaciones estancas, oportunistas o parciales. Ese es el deseo de mi modesta voz. De quien, por cariño hacía su abuelo, le quiso antes de conocerlo.

Antonio Díaz González

Con las tres heridas en la tumba estoy Con mi libertad conseguida a base de repetir mi muerte, ya hablo sin miedo en la profundidad de mi tumba. Cien años con mi historia a cuestas como deber de jornalero bajo tierra. Vida sigo teniendo, eso es cierto, pero no quiero ver la caída del telón de la tragedia encima. Converso con el amor que arrastré conmigo hundido en un colchón de eternidades. Hasta que una ráfaga de mar desprevenida a flote salga con la vida no vivida.

Mati Bautista

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BAJO LOS ÁRBOLES

Ilustración de Ariadna Robles para este texto

Nací nueve años después de tu muerte; pero no supe de tu vida hasta 1968; tal vez porque me encontraba lejos, lejísimos de España; pero conocía tu nombre, por boca de un profesor de lengua castellana. En la adolescencia (cuando empezaba a dolerme como todos los seres humanos), leía bellas prosas y excelentes poesías bajo los árboles, especialmente bajo un gran egombe-gombe tropical, cuya sombra aliviaba los calores africanos. Estaba en una isla en África y el mar circundante era a la vez, panorama y horizonte. Estaba a punto de perder el rastro de ese recuerdo de leer bajo el árbol sin estorbo, cuando surgió la ocasión de ir a conocer la casa donde naciste en Orihuela. Sucedió hace apenas cuatro años. Acompañaba a un grupo de poetas cuando llegamos a la liudad. Dimos enseguida con la casa; tu casa era sencilla y blanca, una casa de pueblo, como otras tantas. Tranquilamente paseamos las estancias y recalamos en el humilde patio en cuyo fondo está el redil (hoy vacío y mudo) donde se guarecían al caer la tarde las cabras que apacentabas diariamente. Y allí, bajo la higuera centenaria, cuyo recio tronco toqué con las manos para sentir su pálpito vital, recitamos tus mejores poemas. Luego el patio se quedó solitario y en silencio (ya no están las cabritas, ni hay un perrito pastor que ladre). Bajo la higuera recordé lo efímeros que somos, lo leves; y te vi, sentado sobre la tierra con la sobada libreta y con los libros, inquieto y tímido lector, ardiente y soñador.

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Supe de inmediato que tenía algo para compartir contigo, Miguel Hernández, a pesar de la distancia y el tiempo. Te vi; me pareció oír a tu padre llamándote con voz oscura y bronca; recordé que mi padre nunca me estorbaba la lectura; sólo a veces mi madre me llamaba (en voz alta y fuerte, pues mi egombe-gombe no estaba cerca de casa) para la merienda. En mi atalaya rodeada de cielo y de horizonte jugaba a detener el tiempo (quería detenerlo); ¿eras capaz de detenerlo tú en el pequeño territorio de tu patio oriolano? Seguramente lo detenías, y lograbas hacer nimia la aspereza de aquella voz terca. Dicen los biógrafos que tus lecturas eran guiadas por un sacerdote; te imagino leyendo hagiografías, obras sacras, loores a la Virgen. Yo en cambio me guiaba sola, al tum-tum, al olfato, como los animalillos silvestres: aquí un escritor de nombre extravagante, Yasunari Kawabata, allí un título atractivo, la Piedad Peligrosa; en el estante izquierdo de la biblioteca los clásicos, Eurípides, Terencio, Apuleyo y tantos otros; y en la otra esquina, la obra completa de Jorge Manrique, el arcipreste de Hita, Garcilaso. Voy a ver qué cuenta este tipo que tiene nombre ruso, Boris Vian y resulta que es un chico francés un tanto enfant terrible. En fin, un pajarillo silvestre era yo entonces, que posaba sus patas y metía el pico donde quería. ¡Y eso que mi padre era un hombre bastante estricto! Estoy rememorando contigo, Miguel, en el patio de tu infancia, las imágenes más emblemáticas de mi adolescencia; los delfines saltadores, las ballenas viajeras, los lagartos y las ceibas que me embargaban el alma de selva verde, mar ominoso y altísimas cascadas que surgían de la boca de un volcán; te lo cuento, porque tú, poeta de la vida, bajo esta higuera vetusta, plena de savia y de sabiduría, comprenderás a un corazón atolondrado, un punto presumido, rebelde y tierno igual que el tuyo. Al abrigo del silencio que envuelve el patio, el sutil movimiento de la savia del enorme árbol me recorre la espalda; un placer extraordinario. Entonces percibo que tu cuerpo, bajo la higuera, sintió el mismo regocijo y que igual que yo, cerrabas los ojos en ese momento magnífico de plenitud vital. Siempre es así, Miguel, en todas partes, en todo tiempo, porque somos de la misma pasta humana, del mismo légamo, hijos de la tierra, queriendo, sin embargo, volar como las aves. Aunque más tarde, algo se tuerce y se retuerce en el mundo que no podemos gobernar y puede que el mundo nos escupa en cualquier parte, nos arroje al abismo o nos voltee el rumbo. A ti te arrastró el mundo a la guerra ignominiosa y finalmente, solo, enfermo, torturado, caminaste hacia la muerte sin abdicar de ti; yo fui arrebatada también por los vientos de la política, subí a un pájaro de hierro y caí demolida sobre Madrid doce horas después. Y ese exilio del gozo, de la tierra, aún pesa sobre mis huesos, como pesó sobre tu alma la contienda. Cantaremos siempre, Miguel, bajo los árboles y remontaremos al cielo de la poesía con un largo y alto vuelo sobre la derrota y la mentira.

Mercedes Rodríguez García-Olías

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BARRO ME LLAMO Miguel Hernández nació con las tres heridas: la de la vida, la del amor, la de la muerte, y ningún sufrimiento del ser humano le dejó indiferente. Las tres fueron profundas y sangrantes. Le bautizó el dolor, y las ausencias lastraron su existencia, pero él resistió como una roca los golpes del destino. Su corazón desmesurado era un volcán en erupción; un huracán de lava discurre por sus versos inflamando del fuego de su alma los poemas escritos con su sangre. Fue pastor y poeta, humilde y altivo; tímido y arrogante; complejo y sencillo, exaltado… Si nunca dudó de su condición de poeta, comprendió también, por su gran inteligencia, que tenía que esforzarse en estudiar para llegar a ocupar el puesto que le correspondía entre los más grandes. Y estudió, tenaz hasta la extenuación, en un ambiente adverso, sin más ayudas que las de D. Luis Almarcha y de su amigo del alma, Ramón Sijé, ayudas decisivas en su aprendizaje. Como pasta en la dehesa el toro bravo nacido para el luto, -metáfora de la vida de Miguel-, fue la naturaleza su primer alimento: la belleza agreste del paisaje; el tacto rugoso y el aroma de la tierra y de las plantas; las nubes lanares y las doradas mieses; los árboles y las flores; las lluvias y las sequías; el canto de las aves y los vientos; los balidos del ganado y la música de las esquilas; el zumbido de los insectos; los latidos de la siembra, los ecos de las campanas; el áureo ardor del sol y la palidez plateada de la luna, -presagio de dolores-, coparon el corazón del poeta de trágico destino.

* * * A los 14 años dejó Miguel el Colegio de Santo Domingo porque su padre le encargó el cuidado de las cabras y el reparto de la leche; pero no es todo trabajo en esa época. Como cualquier adolescente tiene un grupo de amigos con los que perpetra las trastadas y bromas naturales de su edad: pasean, juegan al fútbol con el equipo que ellos mismos fundaron, van al cine, buscan la compañía de las chicas y, lo más importante, tiene tiempo para leer, a escondidas de su padre, bien en el campo, en la Biblioteca Pública o en casa de D. Luis Almarcha, quien le presta sus libros y le permite utilizar su máquina de escribir. En 1929 conoce al que será uno de sus más fraternales amigos: Carlos Fenoll, aprendiz de panadero, que había heredado de su padre, trovero y versador muerto prematuramente, la tahona y el gusto por los versos y la lectura. En la tahona se reúne el grupo de amigos de Fenoll al que se incorpora Miguel y donde conocerá a Pepito Marín Gutiérrez, que más tarde firmará sus escritos como Ramón Sijé. Allí celebran recitales poéticos y compiten en dotes declamatorias, hablan de literatura, cuentan chistes, ríen… Además, son asiduos al teatro. Quizá es en las reuniones de la tahona donde se afianza el gusto del poeta por la interpretación, afición que había despertado en las clases de declamación en el colegio, donde recibió sus primeros aplausos y premios. El grupo de amigos funda la compañía de teatro La Farsa que actúa en el Círculo Católico y en la Casa del Pueblo. En estas representaciones encuentra Miguel la oportunidad de ejercer de actor principal y demostrar sus excelentes aptitudes para la escena, que volverán una y otra vez a ponerse de manifiesto a lo largo de su vida, en homenajes y recitales. Miguel Hernández no se contenta con declamar, sino que también interpreta y dramatiza. Son famosas sus actuaciones recitando su poema Elegía media del toro. “Tan

profunda era la afición de Miguel por la interpretación, -me dice su biógrafo, José Luis Ferris-, que de haber sido otras las circunstancias, al acabar la guerra el poeta hubiera

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protagonizado una película a las órdenes de Buñuel“. También podemos pensar que su querencia como dramaturgo esté ligada a esa inclinación a las tablas.

* * *

Los primeros trabajos de Miguel Hernández nos muestran a un poeta incipiente que ha abrevado su alma en la obra de los poetas de finales del siglo XIX y principios del XX, cuya impronta se advierte en sus primeros balbuceos líricos. Miguel confiesa en “Carta completamente abierta. A todos los oriolanos” que en los poemas que en las revistas de nuestra patria chica, vengo publicando con muchas y gruesas faltas de prosodia y de sintaxis, de ritmo y de consonancia, en las que hay imitaciones harto serviles y bajas, reminiscencias y plagios y hasta estrofitas copiadas Mas, a la par que hace esta confesión, afirma con arrogancia que se ha creído poeta y que quiere hacer, con las poesías ya publicadas y con las que están sin ver la luz para nada –que son bastantes- un libro.

¡Un libro! ¿Os extraña? Pues que no os extrañe. ¡Un libro! (…)Me he creído ser poeta de estro tal que en nubes raya y digno de contender con Homero, con Petrarca, con Virgilio, con Boscán, con Dante y toda la escuadra (…) Os repito, me he creído que ¡vamos!, que tengo pasta de poeta. Que yo puedo subir muy alto… sin alas. Vosotros sabéis de sobra lo que valgo. -¡Dios me valga!

Intercala Miguel en este poema, en tono humorístico, referencias a las cabras, que mientras escribe o lee se le escapan y ramonean en los sembrados ajenos, y a su condición siempre esgrimida de pastor. Acaba pidiendo a sus paisanos “que conocen de sobra lo que vale” ayuda económica para poder publicar su libro soñado. En este poema encontramos tres constantes que no abandonarán nunca a Miguel Hernández: su aureola de poeta-pastor, sus necesidades económicas y su alta autoestima. Ni las relaciones con su padre, siempre tensas por no decir dramáticas, a menudo acompañadas de golpes, ni el ambiente poco propicio de su casa, donde la madre era una víctima más, ni las largas jornadas pastoreando a las cabras, ni la falta de dinero, ni nada de nada, hacen dudar a Miguel de su condición y valía de poeta. Ha nacido poeta, lo sabe y está orgulloso de ello.

* * *

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En 1931 Miguel Hernández proyecta ir a Madrid en donde está seguro, porque se siente preparado, apreciarán sus dotes de poeta y podrá conocer a los colegas a los que tanto admira: no en vano Madrid en aquellas fechas era el epicentro cultural español, donde se escribía la mejor y renovadora poesía. Su padre no está de acuerdo, y hasta sus amigos intentan persuadirle de que no es el momento oportuno, tanto porque aún no ha publicado ningún libro que pudiera avalarle, como por los cambios políticos y sociales que se están produciendo. Obstinado, como siempre, Miguel sale para Madrid dispuesto a conquistar la gran ciudad como un nuevo David, con su honda de cabrero cargada con la intensidad de su escritura. Hace el viaje gracias al dinero que han reunido sus amigos, su madre y sus hermanas. Con el pelo rapado, su traje de pana, un abrigo sobre los hombros porque le han advertido de que en Madrid hace mucho frío, sus mejores zapatos y su fama de poeta-pastor, se paseó la ciudad de cabo a rabo, sin obtener ningún empleo que le permitiera resistir en la capital. Llamó a todas las puertas, sin lograr más que buenas palabras de las personas a las que iba recomendado. Durante los seis meses que duró su estancia en Madrid escribió frecuentemente a Sijé solicitando ayuda económica. Sijé, el amigo que no falla, le envía en varias ocasiones el dinero que ha reunido entre los miembros de su propia familia y los amigos comunes. Miguel pasó hambre, durmió algunas noches a la intemperie y retornó, enfermo y agotado, gracias a un billete gratuito para el tren, expedido a nombre de Alfredo Serna, quien se lo cedió conmovido por su situación. Como tampoco lleva cédula de identidad que no sabe dónde ha perdido, acabará en la cárcel de Alcázar de San Juan, como si fuera un delincuente, por llevar un billete que no le corresponde y no poder demostrar su identidad. No imaginaría entonces nuestro poeta cuántas cárceles más habría de conocer en su corta vida. De nuevo será Ramón Sijé quien le saque del apuro. Así volvió Miguel a casa: abatido, pero no vencido.

* * * Si algo bueno sacó Miguel de su aventura madrileña, fue conocer in situ el rumbo que ha tomado la poesía. La influencia de Góngora y de las vanguardias es una realidad palpable en la obra de los poetas más destacados del momento: los componentes del grupo que acabará siendo conocido cómo Generación del 27. Repuesto de su aventura comenzará a escribir un poemario que titulará Perito en lunas y será prologado por su amigo del alma, Ramón Sijé, quien afirma que el poeta ha resuelto, técnicamente, su agónico problema: conversión del “sujeto” en “objeto poético”. Porque la poesía –“y su poesía”, con musculatura marina de grumete- es, tan sólo, transmutación, milagro y virtud.

El libro está compuesto por 48 octavas reales al modo de Góngora. Todas y cada una de ellas son un hermético juego de orfebrería y filigrana literaria sólo para iniciados, –acertijo poético, lo llamó Gerardo Diego-, un trabajo intelectual intenso que oculta el objeto real bajo un cúmulo de alusiones metafóricas, mas ininteligible para los profanos, como es mi caso, que echo de menos la página de las soluciones. Después de varios intentos fallidos y de las primeras desavenencias con Sijé, provocadas por distintos criterios en la selección de las octavas, el libro verá la luz en Murcia el 20 de enero de 1933, en la colección Sudeste, avalado el importe de la

impresión por Luis Almarcha, Martínez Arenas y Ramón Barber Marco. Su libro tal vez no tiene la acogida que Miguel esperaba, pero se habla de él en los cenáculos culturales de Alicante, Orihuela y Murcia y se comenta en las revistas literarias. Miguel, por fin, ha emprendido el camino que tanto deseaba. Tiene inteligencia y conocimientos suficientes para demostrar que puede hacer un poemario

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como el de Perito en Lunas, pero él es el poeta de la naturaleza y del amor, del

compromiso social, la voz de los sin voz. Miguel no cerró los ojos a la realidad. Siempre supo que su nombre era Barro, materia primigenia que amalgama la tierra y el agua, alimento y embrión de las cosechas, y con el barro de su corazón edificó una de las más hermosas, emotivas y estremecedoras páginas de la literatura del siglo XX. Le persiguió la pobreza pero dejó, con tan sólo 32 años, una herencia incalculable que no para de crecer a través del tiempo. Sus obras nunca temblarán de frío en las estanterías, sino que, al contrario, contagiarán su calor, su vida a los libros que las acompañen. Adiós, adiós, Miguel, el de las tempestades.

María Rosario Mohinelo Bibliografía: José Luis Ferris: Miguel Hernández Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. Miguel Hernández Obra poética completa, Alianza Editorial. Introducción, estudios y notas de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia. Alianza tres

Carta a Miguel Hernández Tu lengua escrita tan maleable como la pintura fresca. Olor a cabra, monte y tierra húmeda. Oíste el viento de tu pueblo, acechaste al hombre...... te acechaste a ti, Y... se creyeron que no cruzaste la frontera. Tú, yo y ellos... sabemos que sí cruzaste. ¡Las cruzaste todas! Tus palabras, tus poesías, se burlaron de ellas. Y remontaste un vuelo eterno, un hermoso vuelo cargado de amor por tu Orihuela querida. Cabrero poeta... tu dolor... fue carne y acalló. Tu silencio, la certeza de que estás hoy.

Ana Cesana

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TRAS LOS PASOS DE LOS RECUERDOS Y LAS CERTEZAS DEL MOMENTO

La viajera retorna a su tierra. Se acerca a la zona de Arealonga, que, en sus tiempos de niña, estaba cubierta por el mar. Un celaje perdido se despereza en el horizonte sobre la cumbre del Barbanza, mientras, rememora el paisaje de antaño. Allí, donde se encuentra, se extiende la calle de La Marina. En otro tiempo batían las olas rumorosas y cantarinas, sirviendo de acera a un lado de la calle. El olor intenso a mar la envolvía entonces como una caricia prometedora. El salitre se adhería a las sujeciones del muelle de madera que servía para la carga y descarga de viajeros que acudían a los pueblos del otro lado de la ría: Santa Uxía, Caramiñán, A Pobra... Para la pequeña exploradora suponía un mundo tan distinto al de su aldea campesina de estiércoles y ganados, de prados y bosques que lo vivía con ansiedad. Sobre el arenal se erigía un café, el Casablanca, que hundía sus pilares en las aguas. Cuando subía la marea quedaba cercado como un barco anclado en los confines del océano. ¡Cuántas horas había pasado contemplando el batir rítmico del agua bajo sus pies! Acudía allí con una prima que era maestra en la escuela Americana de Baión. Ésta se reunía con un amigo y la niña, entre tanto, soñaba con barcos y piratas contemplando el vaivén de las olas. Otras veces, no era desde la orilla, sino desde el mismo mar cruzando la ría en el vapor de pasajeros que la llevaba a Santa Uxía, donde vivían unos familiares. Era cuando se sentía protagonista de un mundo desconocido, se emocionaba con la aventura, y, palpitante, vivía el recorrido a bordo de aquel barco que barruntaba fantásticas singladuras. Siempre había alguien que relataba travesías accidentadas por temporales tenebrosos que ponían latidos de miedo en su corazón infantil. Estos recuerdos renacían en un ambiente distinto. Ahora desde la misma calle no se ve el mar. Los hombres, en su lucha constante contra la naturaleza, le robaron las arenas, las caracolas y las conchas a aquella playa de sus primeros sueños. Un extenso relleno modificó el perfil. Alejó el agua, cubrieron las arenas, cerraron para siempre el hálito de la sal. En esta explanada que se formó desapareció la orilla rumorosa y se levantó un hermoso parque y una zona de ocio que extiende sus dedos hacia la lejanía del horizonte marino. Es cierto que perdió el mar pero ganó una extensión de tierra firme donde hoy se erige el parque que la viajera contempla con agrado. Este parque la Villa lo dedicó al poeta Miguel Hernández y a los olvidados de la guerra civil, convirtiéndolo en símbolo de la libertad Según las notas que tomó la viajera, el pueblo de Vilagarcía de Arousa con su alcalde, Javier Gago, al frente, se volcó con la idea y el 2 de agosto del 2002 se inauguró. Se celebraron diversos actos para realzar tan fausto acontecimiento. A este evento se sumó el pueblo de Orihuela con su representante municipal, José Medina Cañizares y el director de la Fundación Miguel Hernández, Juan José Sánchez Carrión. Así como una gran exposición sobre la vida y obra del autor con fondos de su casa museo de Orihuela que apoyó tan gran acontecimiento; también se representó una obra de teatro sobre su vida, cuyo montaje corrió a cargo del grupo Meridional Teatro. Este parque es centro vital del discurrir cotidiano de arousanos y forasteros. Guarda en su trazado una exquisita factura ideada por el ingeniero Eugenio Jiménez Passolas. Se distinguen las siguientes zonas: la denominada El bosque en el que

crece una variada floresta, formada por carballos, ameneiros, salgueiros y castaños que nos sumergen en el ambiente natural del monte gallego; El laberinto, dedicado al

recreo de niños y mayores con juegos de agua y una cafetería bar de rústica estructura; unas pérgolas umbrosas cubiertas de glicinas y madreselvas floridas de las que se desprenden delicados aromas, dan sombra en verano y protección en los días de lluvia. La Plaza de las Palmeras, donde se alza el monumento a Miguel Hernández

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realizado por el vilagarciano Emilio Mosquera. Este monumento está arropado por las palmeras que fueron traídas de Elche para que el poeta no se sintiese solo en tan lejano pueblo. En el formato de la escultura hay una especie de planos señalando los puntos cardinales, en los que están grabadas estrofas de famosos poemas del poeta: /Vientos del pueblo me llevan,/vientos del pueblo me arrastran,/ me esparcen el corazón/ y me aventan la garganta/ (de Vientos del pueblo 1939). Otro, /Para la libertad sangro, lucho y pervivo,/para la libertad, mis ojos y mis manos,/como un árbol carnal, generoso y cautivo,/doy a los cirujanos/ (del Herido, 1938). Los famosísimos poemas en los que se leen los fragmentos: /A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata te requiero,/que tenemos que hablar de tantas cosas,/compañero del alma compañero. (Elegía a Ramón Sijé, 1936) y /Tu risa me hace libre,/ me pone alas./ Soledades me quita,/ cárcel me arranca. (Nans de la cebolla, 1938). Sigue recorriendo el parque y se encuentra con la Pradería, jardín tipo inglés, con césped y cipreses que lo conforman. El césped invita a tumbarse para ver pasar las nubes o contemplar la luna. La parte reservada a los camelios, donde además de los camelios jóvenes se trasplantaron especies centenarias procedentes del jardín del chalet del Dr. Moreira Casal, hoy destruido. Este recinto está cruzado por serpenteantes caminos de tierra para disfrutar de cerca de los delicados tonos de las flores que se asentaron en estas tierras procedentes de Japón, de tal manera que hoy se consideran símbolo de las Rías Baixas. En otra plaza está la fuente de la Elipse, llamada así por su forma, con siete chorros y aguas que se cruzan, lo rodean jardines con plantas de temporada, arbustos y árboles varios, estableciéndose en ella un aire romántico propio del siglo XIX. Allí cerca permanecen altivos tres plátanos de jardín, restos del primitivo ferial que ocupó en primer lugar esta explanada robada al mar. Los distintos apartados del parque botánico están separados por amplios paseos cubiertos de pizarra verdinegra; bancos y demás servicios para la comodidad de paseantes y usuarios que se sientan a leer, a escribir, a tomar fotos o a contemplar el paisaje. Ya sólo le falta a la viajera recorrer el recinto de roquedo dedicado a diversas especies de cactus que recuerdan el desierto. El conjunto es alegre y evocador. La luz reverbera en aquella zona de una forma especial. Así como los días de invierno las nieblas corretean por los paseos persiguiendo a las gaviotas, en verano la alegría envuelve el recinto y acoge una multitud de aves oportunistas y otras canoras que hacen las delicias de los contemplativos que disfrutan de su colorido. Monumento a Miguel Hernández

Cerca del monumento al titular del parque, se encuentra la lápida que evoca a los ignorados. En ella se grabaron los nombres de los vilagarcianos caídos en la guerra luchando en el bando perdedor y además se recuerda a todos los olvidados de España y del mundo. Emociona ver este sencillo recuerdo a aquellos que durante tantos años fueron innombrables, expuestos ahora a la luz del sol, al viento y a la lluvia que los acaricia para borrar tan largo olvido. La viajera piensa que Miguel Hernández se sentiría muy honrado con este homenaje del pueblo arousano y de que su poesía sea descubierta por los chicos y mayores que frecuentan los paseos. Le gustaría este panorama tan distinto, lejos de su Mediterráneo y de sus rebaños, pero con la riqueza del devenir de gentes de todos

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los pueblos. La viajera respira hondo y presiente la ría cercana. Pasea por los jardines, se para a leer los poemas y se sumerge en el anonimato de los juegos de los niños y los taciturnos paseantes y de los que aprovechan el descanso que les brindan los bancos para contemplar el caer lánguido del tiempo. Grandes llamaradas de luz cierran el cielo y la tarde muere ardiente en el agua cercana. El Parque de Miguel Hernández espera la visita de todos los que deseen disfrutar de lo bello para ser cautivados por su armonía natural. La viajera siempre que se acerca por Vilagarcía de Arousa descansa en este jardín, disfrutando de sus recuerdos y gozando los momentos.

Airam Lebasi

Hernández, Miguel Te admiro. Porque de la tierra levantaste los murmullos infinitos y en la lejanía de las luces cayeron estrechos como en la Mar las rocas de hielo. Te hicieron pagar con tu lengua de abordaje los incestos clavados en papiros porque ellos son inmortales. Nadie como el angosto peregrino para robar lágrimas ante tu tumba cincelada por la Luna y acristalada por el Sol de la encriptada mañana. ¡Qué fuiste mortal, lo creo! Pues atestiguan tus paradas por la hiedra los versos enhebrados de alientos de palomas

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que atesoran en su pico el óxido y el olvido que intentaron contigo en una mohosa almohada con espinos por sábana. Sin pañuelo ni esqueleto ni padre ni cedro te rendías a las vagas pestañas que te cegaban la visión de tu amada portuaria. Pero bien sabía la vertiente de tu nudo negro que ella venía, venía y volvía intentando alargar el tiempo de su famélico brazo hasta la cuenca de tu esdrújula celda. Pero, amigo mío te revolcaste y los revolcaste en la nieve cruda y la fangosa tierra se tornó de fuego inerte. Y el destello furioso de vuestras gargantas mudas fue un eco tan voraz que de par en par abrió el infinito y a sus estrellas inocentes, y por una noche fuisteis cometas siniestros de la vida. Aunque os cruzaran después la vestimenta, y las balas del misil taponaran vuestros ojos convictos de héroes. Por una noche, al menos conseguiste que los sueños cantaran y se hincaran en las carnes de los que siempre amedrentaban su metralla jodiéndoles con un fuego que el agua no calma.

Inma Méndez /Alféizar

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EL JUICIO CONTRA MIGUEL HERNÁNDEZ, MANIFIESTO DE LAS DOS ESPAÑAS

Tengo en mi despacho una copia del sumario 21.001, instruido contra Miguel Hernández Gilabert en el año 1939 y el encargo de reivindicar su memoria histórica, su dignidad personal y, sobre todo, su inocencia. He leído varias veces el contenido de ese documento procesal en el que el poeta fue condenado a muerte. Y cada vez que repaso sus páginas me siento como si estuviese frente a la imagen perversa de las dos Españas, aquella que José de Larra recordaba con palabras sombrías: “aquí yace media España, murió de la otra media”. O el famoso verso de Antonio Machado “Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. El sumario es un documento histórico, pero lo es no sólo por la personalidad de quien resultó condenado, sino también por su contenido, profundamente revelador de un odio que se sirvió de la justicia vengativa en una post-guerra que buscaba el exterminio a ultranza del enemigo. Sabido es que, en nuestro caso, el problema no es sólo del siglo XX, sino que estamos ante la prolongación de un proceso histórico que puede no haber terminado en nuestros días, a pesar de las apariencias. He mencionado a Larra, de donde se deduce que ya existía el conflicto en el siglo XIX y se puede recordar, en el mismo sentido, el cuadro de Goya “Riña a garrotazos”, cuya realización es contemporánea a la vida del escritor, de modo que si nos remontamos doscientos años atrás, la contienda ya existía. Pero es verdad que el perfil del conflicto se resalta novedosamente a partir de 1898, tiempos de pesimismo nacional y de revisión de la idea de España. La generación literaria del 98 reacciona frente al desastre histórico de la guerra contra EE.UU. y contra la miseria de un país fracasado, de campos pobres, paisajes sombríos y una vida gris representada por una Castilla austera y mística (Azorín), o miserable que, “envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora” (Machado). Una

España que, a pesar de todo, era amada por sus intelectuales (Unamuno, Valle-Inclán, Ganivet, Pio Baroja, Azorín, Machado, Zuloaga, etc.) y así lo manifestaban reiteradamente proponiendo en sus obras sus particulares visiones para mejorarla y, sobre todo, para modernizarla (europeizarla, diría Ortega). Pero tales planteamientos no eran meras propuestas ni proyectos políticos, sino que constituían una sincera reacción moral y regeneracionista propia de intelectuales y hombres de letras. Junto a esta España heterogénea, laica y bien intencionada, estaba

la otra, la de siempre, la que a sí misma se llamaba y se llama la “España eterna”, perpetuamente pegada al catolicismo reaccionario y protegida por hombres poderosos e intransigentes, veladores de sus intereses, que, en definitiva, son los que mandan desde sus censuras y califican a la otra España de Anti-España. Tras años de forcejeos y altercados de un lado y de otro, llegó el desastre, la guerra. Y en este trayecto un poeta, Miguel Hernández, que decía, colmado de razones: “Me veo de repente,/ envuelto en sus coléricos raudales,/ y nado contra todos desesperadamente/ como contra un fatal torrente de puñales” (del poema Sino sangriento) y parecía, así, predecir su destino.

Miguel Hernández, con veintitantos años, en tiempos de guerra civil, estuvo sirviendo en un batallón de zapadores al que se incorporó de voluntario. El poeta ya era famoso y participaba en reuniones y conferencias patrióticas propias de la guerra. Parece acreditado, también, que no participó en acción de guerra alguna, era más bien requerido para tareas de periodista y escritor a favor, lógicamente, de la República, el

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Régimen político legal y legítimo. Por sus poesías, era llamado “poeta del pueblo”. Y no era el único. Antonio Machado escribe en el año 1.938 un artículo denominado “El influjo de la guerra sobre la poesía joven española”, que termina con el siguiente párrafo: “Los hombres que combaten saben bien que el bando en que militan los poetas es el que está más cerca... de merecer la victoria”. Obsérvese lo cauto que es Don Antonio cuando dice: está más cerca... de merecer la victoria. Sabía muy bien donde estaba el mérito, pero no que ello condujera ineludiblemente a la victoria. Porque también sabía que en las confrontaciones entre las dos Españas, siempre solían ganar los mismos. Y así ocurrió en 1939. Entonces, Miguel Hernández, aconsejado a tiempo por Pablo Neruda y otros amigos, intentó salir del país a primeros de Mayo huyendo de la represión y en busca de nuevos horizontes literarios, pero en Portugal, los amigos del fascismo lo detuvieron y lo reintegraron a su frontera. Así comenzó su proceso. En él, la España eterna, que ya tenía proyectado desde años atrás acabar con la Anti-España, sabía que esto no se conseguía sólo con la guerra civil, sino que había que ir más allá. Así que, cuando ésta finalizó, se iniciaron las depuraciones de profesionales, profesores, catedráticos, funcionarios y rojos en general, siendo represaliados miles de ellos de diversas maneras, ilegales unas (fusilamientos indiscriminados) y aparentemente legales otras mediante juicios sumarísimos que, además de ser una farsa judicial, ya tenían el resultado predeterminado, sólo a falta de la graduación de la pena dejada al libre criterio de los juzgadores que, a ojo, según la personalidad del encausado, dictaban sentencias de cárcel o de muerte. Miguel Hernández no tuvo actuación alguna de tipo ejecutivo, es decir, nunca tuvo capacidad de decidir sobre actividad o iniciativa que perjudicara directamente a otros. Su misión en la guerra fue más bien propagandística e informativa, escribiendo en los periódicos o publicando poesías. Sin embargo, en las diligencias que se instruyeron, el instructor lo acosó intentando que confesara su participación en la única acción de guerra que tuvo cerca, el asalto al Santuario de la Virgen de la Cabeza. Nunca lo reconoció, ni resultó probado siquiera que interviniera en la acción militar. Sin embargo, fue condenado a muerte. La acusación judicial que fundamentó la condena, fue del siguiente tenor: Antecedentes izquierdistas; haberse incorporado al Comisariado político; dedicarse a actividades literarias y ser miembro activo de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Publicar numerosas poesías, crónicas y folletos de propaganda revolucionaria. Excitación contra personas de orden y el Movimiento Nacional. Hacerse pasar por Poeta de la Revolución. No es necesario ser un jurista para comprender, no ya que tales acusaciones no son delictivas, sino también la improcedencia de las acusaciones, la carencia de gravedad de todas ellas y, en todo caso, la desproporción entre los hechos por los que fue juzgado y la condena a muerte que le fue impuesta. En el fondo, el problema era que, para la España eterna, un poeta popular de sus

proporciones, ponía en peligro lo que ellos entendían y entienden lo que es “el ser de España”, un atributo tan manipulador como subjetivo. Después, cuando ya estaba enfermo de muerte, le conmutaron la pena por otra de treinta años de prisión mayor. En una de las prisiones por las que pasó, escribió este doloroso verso:

Las cárceles arrastran por la humedad del mundo, Van por la tenebrosa vía de los juzgados: Buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen, Lo absorben, se lo tragan. (del poema Las cárceles)

Unos años antes Miguel ya había dicho:

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No quiero que me entierren donde me han de enterrar, haré un hoyo en el campo y esperaré a que venga la muerte en dirección a mi garganta con un cuerno, un tintero, un monaguillo y un collar de cencerros castrados en la lengua, para echarme puñados de mi especie. (del poema Vecino de la muerte)

Pero no fue este el destino de su cuerpo.

Carlos Candela Ochotorena

Cabes Miguel Eres poeta del pueblo por tus vientos que cantaron al mundo entre las balas dinamitando yugos con la boca tejedora del rayo de tus versos. Entra en el rescoldo de mi pecho. Cabes Miguel porque no te rendiste a la ignominia porque en medio del espanto fuiste puntal enamorado y en tus ojos oceánicos parieron los delfines auroras de esperanza, nuevos labios que te cantaron y hoy cantan y cantarán tu canto. Sube al candil febril de mi garganta amamantado de lágrimas y manos, suban tus hermanos humillados los que esparcieron contigo su simiente y aún descansan en vados y barrancos. Cabes, porque todo el universo cabe en tu estatura porque eres el toro y el águila incendiados porque no pueden ni muerto enmudecerte porque está tu sueño escrito en todos lados.

Julia Díaz Climent

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Saludo a Josefina y a Miguel

“Sonreir con la alegre tristeza del olivo” (Miguel Hernández)

Josefina Manresa: Hay un sol que nos quema que en todo el corazón y en el pecho me arde, me parece que oigo el rumor de un poema que de Miguel nos llega en esta tarde.

“Pero hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida”.

Miguel Hernández: vuelve a la paz de tu huerto que yo abro las ventanas donde crece tu vida, que nunca más la sombra, ya vencida, puede llenar tus ojos. No estás muerto y yo abriré los altos ventanales y tú verás el sol de los caminos. Regresa a los manzanos y los pinos y a la alegría de los manantiales. No amamos la amargura, que Miguel está vivo en todos los lugares encendidos de España. Porque todo lo triste nos corrompe y nos daña Sonreir con la alegre tristeza del olivo.

Francisco Alonso Ruiz

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2010: CELEBRACIÓN DE LA MEMORIA

Volver a Miguel Hernández, al espacio íntimo de sus versos en un tiempo desbrozado de censores, hagiógrafos, detractores o encendidos ideólogos es una tarea recomendable y necesaria. Mucho es lo sucedido desde su muerte en la cárcel de Alicante aquel 28 de marzo de 1942. Mucho se ha dicho y se ha silenciado de él y de su obra, de modo que ahora, en el año de su centenario, no han de quedar excusas para que Miguel Hernández encuentre el lugar que le corresponde en la Historia de nuestra literatura. Hasta no hace mucho, el motivo esencial que empañaba la imagen literaria y humana del poeta era el exceso de prejuicios que envolvían al lector y al crítico a la hora de valorar a un autor como él, vapuleado por las circunstancias y por intereses de origen diverso, rodeado de mitos y miserias, de tópicos cerrados que lo venían a reducir a un denostado mediocre para muchos y en un mártir del sacrificio para otros. Es cierto que, tras su muerte, el contexto político no sólo silenció su obra, sino que se esforzó en divulgar una imagen triste y sesgada de Miguel: la versión ficticia y apócrifa de un hombre que equivocó el rumbo de su vida al ponerse al servicio de los vencidos. Pero tampoco le fue favorable la reivindicación acelerada y frágil de quienes instrumentalizaron su voz allá por los 70, reduciendo su extensa producción lírica a un conjunto de versos más o menos beligerantes que sólo rescataban del olvido al poeta de la consigna y de la lucha, la propaganda y el exabrupto. El tiempo, los documentos que han ido apareciendo en las últimas décadas, el rigor con el que nuevos investigadores han abordado la obra y la vida de Miguel Hernández han servido para desmontar poco a poco el falso mito del poeta oriolano y devolverle la condición humana y artística que siempre le correspondió. Gracias a ello, sin atavismos ideológicos ni falsos condicionamientos morales, la obra de Miguel ha ido llegando a nosotros con una plenitud desacostumbrada, con todos sus matices, sin el sesgo y la parcialidad de aquellos tiempos oscuros. Pero ¿quién fue Miguel Hernández? Para aquéllos que se adentran por vez primera en su obra y en su vida conviene subrayar algunos puntos imprescindibles. Su nacimiento, por ejemplo, en 1910, en la alicantina población de Orihuela, tiene en él una importancia que rebasa la anécdota geográfica. Sin duda, su origen rural y la exuberante naturaleza de la Vega oriolana marcarán su formación literaria y su estilo poético. El poderoso ambiente religioso de su ciudad natal cobrará asimismo un papel determinante en su primera etapa, generando una obra de fuerte catolicismo que debe mucho a la influencia de Ramón Sijé, compañero de Hernández a quien éste inmortalizó con una bellísima elegía. Tras un periodo bucólico y provinciano, su primer libro (Perito en lunas, 1933) responde al gusto por una poesía de acento culterano y hermético. El auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras

(1934) comienza a proyectarlo a las altas esferas literarias, pero será con los poemas de El rayo que no cesa (1936), conjunto de sonetos amorosos, cuando alcance el reconocimiento de sus coetáneos. Su traslado a Madrid en momentos de gran efervescencia social y política, así como su amistad con Neruda y Vicente Aleixandre, producirán en él un gran cambio ideológico y estético que desembocará, cuando las circunstancias lo exijan, en un firme compromiso político y literario y en una activa participación en la Guerra Civil (1936-1939) a través de misiones culturales que se materializan en dos libros: Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939), donde se recogen poemas tan populares como “Canción del esposo soldado” o “El niño yuntero”, muy difundidos en el frente. Su obra dramática, compuesta de obras como El torero más valiente, Los hijos de la piedra o El labrador de más aire, culmina en los años de contienda civil con el volumen Teatro en la guerra, que integra tres piezas

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breves. Al acabar el conflicto bélico es encarcelado, juzgado y condenado finalmente a 30 años de prisión, aunque muere de tuberculosis en el reformatorio de Alicante en 1942, dejando un libro póstumo, Cancionero y romancero de ausencias, en el que se advierte una simplificación del lenguaje y un regreso a la canción popular y a la poesía esencial e íntima.

Conviene tener en cuenta que, aunque su trascendencia se debe esencialmente a su obra lírica, también es autor de piezas dramáticas y de prosas de contenido diverso (cuentos, estampas, artículos...). Todo ello es lo que hace de él, de Miguel Hernández, un autor completo; un poeta que exigía la mirada limpia del lector y el laborioso esfuerzo de quienes han tratado de rescatarlo de las sombras, de los altares o de los cielos, del infierno o del olvido, para devolverle la dimensión humana que lo convierte de nuevo en el hombre, en el ser atormentado o feliz, apasionado y solo, que vivió y amó hasta el límite de sus posibilidades, en el poeta de las tres heridas –vida, amor y muerte– que dejó un testimonio íntimo y literario difícilmente pagable tras su paso por el mundo y por un momento esencial y cenagoso de nuestra propia Historia. Volver a Miguel Hernández es, en cierto modo, volver a nosotros mismos, al lugar exacto de nuestra conciencia y nuestra memoria.

José Luis Ferris Profesor de Literatura (Universidad Miguel Hernández) y Escritor

Autor de la biografía Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta.

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La palabra regresada ¿Sabes lo que añoro Miguel en estos días en que la palabra es un pincel al viento? ¿sabes lo que rescataría de tu cuerpo de todos los cuerpos asesinados de mi pueblo? la palabra la que quedó enterrada en los caminos la que amamantó con sus médulas blancas la tierra de sus nietos y de sus sobrinos. Reconstruir tu boca en mi garganta, acariciar las últimas canciones de los acribillados paredones. Y una vez recompuestos los huesos y las manos retornados a los libros sin que un solo nombre falte, blandir el látigo infalible de la historia abrir la comisura de los tiempos inconclusos. Y a quienes hoy temen la victoria del regreso la ineludible verdad de las antorchas lanzarlos al vacío de las oscuras palabras donde los cobardes pacen sus mentiras. Y a vosotros amados míos memoria de titanes desmembrados sólo las gracias de mi sangre repetida esculpida en los ojos de mis hijos.

Julia Díaz Climent

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EL SUMARIO 21001 CONTRA MIGUEL HERNÁNDEZ: SU POLÉMICA DIVULGACIÓN Y SU VALORACIÓN ACTUAL

La redacción de este texto no hubiera sido posible sin la amable colaboración del personal del Archivo Municipal de Alicante y de la Biblioteca Gabriel Miró, que tan generosa y puntualmente ha puesto sus fondos a mi disposición. Del mismo modo me ha resultado muy útil el archivo de Juan Guerrero Zamora que tan gentilmente ha

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puesto la Fundación Miguel Hernández a disposición de todos los internautas en su correspondiente página Web. Asimismo, me han sido de gran utilidad las informaciones que han tenido la amabilidad de aportarme José Carlos Rovira y Enrique Cerdán Tato, amigos e integrantes de la Comisión designada por el Ayuntamiento de Alicante que obtuvo copia del expediente del proceso sumarísimo 21001. Dejo pública constancia de mi más sincero agradecimiento a todos. Los protagonistas de la confrontación

La tercera corporación democrática del Ayuntamiento de Alicante, elegida como consecuencia del proceso electoral que culminó el día 10 de junio de 1987, configuró un consistorio municipal en el que la mayoría de izquierdas sólo era posible como resultado de la unión del Partido Socialista, que tenía 12 concejales y de Izquierda Unida, que tenía 2, frente a los trece que sumaban Alianza Popular y el Centro Democrático y Social, dando lugar a un sistema de gobierno en el que era preciso tener en cuenta las propuestas de Izquierda Unida, como sucedió con una de ellas, que fue aprobada por unanimidad el día 21 de diciembre de 1987 y que obligó a la creación de una comisión técnica “para el estudio de los documentos que se refieran a la vida y obra del poeta Miguel Hernández Gilabert, símbolo y testimonio de una época, que murió víctima de la represión de la posguerra en esta ciudad”. Finalmente, el doce de diciembre de 1989, se designó a los integrantes de la citada comisión: Enrique Cerdán Tato, como presidente, y José Carlos Rovira Soler, Miguel Gutiérrez Carbonell y Francisco Hellín Ortín, como vocales. El resultado de sus gestiones les permitiría disponer de una copia del expediente del proceso sumarísimo 21001, cuyo resumen fue publicado, como un cuadernillo, en el periódico Información, el domingo, 31 de septiembre de 1990, con una cabecera cuyo título era Informe y tenía como subtítulo Habla Miguel Hernández, incluyendo una amplia reseña de los documentos del sumario y artículos del alcalde José Luis Lassaletta Cano (Un trabajo necesario), de Enrique Cerdán Tato (Itinerario de cárceles), de José Carlos Rovira (Versos sometidos al acoso) y de Miguel Gutiérrez Carbonell, que, con el título Documentos para la historia, analizaba en el suyo los aspectos jurídicos del proceso. El título general del resumen era Pasión y muerte de un poeta, y llevaba un subtítulo

más explicativo, que era ya un anticipo de su contenido, en el que podía leerse “Miguel Hernández defendió en tres interrogatorios sus ideales y su amistad con Lorca.” No deja de producir extrañeza el dilatado periodo de tiempo que el expediente había permanecido sin poder ser consultado, a este respecto, en la página 34 del cuadernillo, se informa sobre la razón que había permitido acceder, tras casi medio siglo, a la documentación de un juicio realizado cuando apenas acababa de finalizar la guerra civil, y la razón de las autorizaciones de las consultas, pues son dos las que con muy pequeña diferencia de tiempo se produjeron (una la de la propia comisión municipal y otra la de Juan Guerrero Zamora) no es otra que, hechas ya posibles las indemnizaciones para las personas que sufrieron prisión acabada la guerra, los archivos donde se amontonaban, desde 1939, numerosos procesos sumarísimos estaban siendo expurgados, lo cierto es que el de Miguel Hernández, el legajo 6047, se encontraba en los archivos castrenses de Campamento, y fue a finales de marzo cuando la Comisión lo obtuvo, tal como más adelante relatamos con mayor detalle. Por otra parte, cuando, en abril de 1990, Juan Guerrero Zamora lo solicitó, fue trasladado al Gobierno Militar de Madrid, y disponiendo ya de la fotocopia del expediente completo, pudo redactar y publicar su libro Proceso a Miguel Hernández

(1), que finalizó su impresión el 18 de Noviembre de 1990, incluyendo la totalidad de la documentación y una interpretación personal y muy subjetiva de la misma. Juan Guerrero Zamora ya había publicado dos estudios sobre la vida y la obra de Miguel Hernández, en 1951, Noticia sobre Miguel Hernández (2), un texto muy sucinto,

en cuya página 29, escribió, refriéndose al procesamiento del poeta, a su estancia en la cárcel y a su muerte en prisión, lo siguiente: ”fue con la paz del 39, encarcelado y

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suelto y preso otra vez”, sin aportar ningún dato más y en 1955 publicó Miguel Hernández, poeta (3), libro mucho más amplio y para cuya elaboración dispuso del

epistolario del poeta y de materiales que guardaba Josefina Manresa, lo que le permitió incluir poemas inéditos y algunas de sus cartas. Afirmando, a este respecto: “Josefina Manresa, la viuda del poeta, puso a mi disposición el epistolario de su esposo, el archivo de sus originales –éste lo estudié en Madrid, donde estaba- su detallada narración íntima y todo su entusiasmo” (4). Y no obstante, esta inmersión en la vida del poeta y de su cordial relación con su viuda, su valoración sobre el juicio sumarísimo que lo condenó no deja de ser coincidente con las más ortodoxas opiniones del franquismo, tal como expresa en la nota 2 de la página 161, en la que afirma: ”El valor político de un hombre no basta para justificar su conducta social y política. Miguel podría –es lo más seguro- no haber empuñado un fusil; podría haber partido de un error al que otros le indujeron; podría haber sido honrado, bueno y niño, toda su vida; pero eso no le aminoraba la responsabilidad de su vida”. Igualmente en el último de sus libros, el publicado cuando ya disponía de la documentación del proceso 21001, en relación con la actuación de los jueces que la emitieron, nos dice que sus nombres son dignos de figurar en la historia universal de la infamia (5), palabras que son, sin duda, concluyentes sobre sus conductas, aunque no era ese el posicionamiento de Juan Guerrero Zamora, en relación con la legalidad de aquellos procesos, ya que en el mismo libro, nos dice en una de las páginas siguientes: “Cuestionar los consejos de guerra sumarísimos conlleva examinar la legitimidad del Régimen” y “cuando aún siguen encendidas las pasiones que se dirimieron con las armas, las leyes se adaptan al subjetivo fuero de los vencedores. Urgía juzgar aun conculcando los principios más elementales del Derecho Militar, así el que concede al procesado la libre elección de su defensa y que, durante la vista, se escuche a los testigos que aquel aporte”. Asumiendo, por último, la dificultad de encontrar la justicia, diciendo: ”La búsqueda de la justicia es demasiado agónica y sólo parece accesible en condiciones excepcionales de equilibrio” (6). Como hemos podido comprobar, la posición indefinida y vacilante de Juan Guerrero Zamora, que había desempeñado importantes cargos en Televisión Española y en Radio Nacional de España, no era, ni muchos menos, opuesta al régimen imperante, sus enfrentamientos con la censura eran solamente explicables desde la perspectiva de un fanatismo guerracivilista, que propugnaba la absoluta marginación de los que, como Miguel Hernández, habían mantenido una postura opuesta al que en aquel tiempo se denominaba “el Movimiento”. Por el contrario, las coordenadas ideológicas en las que se asentaban los integrantes del que Juan Guerrero Zamora denominó “objetocuatricéfalo” (7) estaban definidas con mucha mayor exactitud y su común denominador era un antifranquismo decidido y militante: Francisco Hellín había luchado en la guerra civil, en los batallones de voluntarios de la J.S.U. de Alicante, José Carlos Rovira había sido condenado el 13 de mayo de 1972, por propaganda ilegal por el tribunal de Orden Público, Miguel Gutiérrez Carbonell, conocido familiar y cariñosamente como el Fiscal Rojo, había mantenido algo más que contactos con el movimiento Justicia Democrática y Enrique Cerdán Tato había sido procesado por el Tribunal de Orden Público por sus crónicas políticas publicadas en el periódico Primera Página, y juzgado en septiembre de1973.

El debate en la prensa El día 7 de febrero de 1991, en el suplemento Arte y Letras del periódico Información, firmado por los cuatro integrantes de la Comisión Municipal se publicó un artículo titulado Los límites de un falseamiento, en el que, según su entradilla, se

comentaba el libro de Juan Guerrero Zamora, aunque, tras una formal enhorabuena por haber publicado la totalidad del expediente del sumario, el cuerpo del escrito contenía una demoledora acusación contra su autor, al que se le achacaba “el haber intentado un minucioso falseamiento interpretativo de la información que los

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documentos aportan”. De entrada y de forma genérica, se señalaba, como procedimiento de este falseamiento, el mezclar testimonios extraídos del sumario con fragmentos que nada tenían que ver y que apoyaban las tesis del autor. Según los firmantes del escrito en el que se critica el libro de Juan Guerrero Zamora, en relación con los que intentaron ayudar a Miguel Hernández, el biógrafo de Miguel distinguía dos grupos de personas: las que intentaron hacerlo sin pretender obtener beneficios por su auxilio (José María de Cossío y Don Luis Almarcha) y las que pretendieron apuntarse a una operación comercial y falsa (Pablo Neruda, sobre todo). En este último caso, los autores del artículo, aun admitiendo un posible error del poeta chileno en cuanto al asilo de Miguel Hernández en la embajada chilena en los últimos días de la guerra, denunciaban la utilización, a su juicio espuria, de una opinión de Juan Ramón Jiménez sobre la poesía de Pablo Neruda para apoyar la tesis de la irresponsabilidad de su conducta personal. Profundo e ideologizado sería a lo largo de la polémica el debate sobre las personas que ayudaron o intentaron ayudar a Miguel Hernández, y aunque más adelante trataremos más detalladamente esta cuestión, sí queremos adelantar que, tal como se afirmaba en el artículo de la comisión al que nos referimos, puesto que los intentos de favorecer a Miguel Hernández, estaban ligados, en el caso de aquellos próximos o integrados en el régimen, al propósito de hacerle abdicar, al menos aparentemente, de sus ideas, no cabe duda de que lo que Juan Guerrero Zamora denomina “cabezonería”, que también podría considerarse coherencia, motiva unas reflexiones totalmente descalificatorias, destacando sobre todo que ni siquiera se le exigió una pública retractación, como había sucedido, por ejemplo, en la revolución china y en otros regímenes comunistas. Incidiendo también en la diferente actitud de Miguel Hernández a lo largo de sus interrogatorios, en el primero, el de Rosal de la Frontera, en el que se muestra, según Guerrero Zamora, quebrantado, y niega cualquier actuación política, haciendo ver a sus captores la responsabilidad que asumirían si su final era tan desgraciado como el de Federico García Lorca, mientras que en el segundo, en Madrid, en julio de 1939, asume casi con orgullo su actuación como poeta y su autoría de Viento del pueblo, que era una recopilación de sus versos de guerra. Insinúa Juan Guerrero Zamora que este cambio de actitud se debía fundamentalmente a la presencia del coro de sus compañeros presos que le esperaba en la galería. Sobre la postura del biógrafo, en relación con la licitud de los consejos de guerra sumarísimos, los autores del texto reproducen una de las citas que nosotros hemos aportado, aunque no tienen en cuenta los procedentes de Miguel Hernández, poeta,

aún más clarificadores de su postura y si no favorable a su macabro ritual al menos muy compresiva, en cuanto a su motivación. El 3 de marzo de 1991, domingo, en las páginas de cultura del diario Información, apareció la respuesta del biógrafo, con el título La insidia carece de límites, con el subtítulo “Juan Guerrero defiende su obra sobre Miguel Hernández frente a los ataques recibidos”. El extenso escrito, que ocupa dos páginas completas, se inicia con una expresa manifestación de humildad de su autor, que dice sentirse un David frente a Goliat, aunque inmediatamente denunciaba los orígenes comunistas que apuntalaban al colectivo, y ponía de relieve que el ataque a su libro había sido publicado cuatro días antes de que se iniciase la presentación de la obra en varias ciudades. Manifestando que el único motivo o razón que le había llevado a interesarse por Miguel Hernández no era otro que el del amor. En cuanto a lo que denominaba justificación de un proceso, reproducía la frase, que ya hemos citado, sobre la inclusión de los integrantes del tribunal que juzgó al poeta dentro de la historia universal de la infamia. Considerando que, tras estos calificativos, serían los lectores los que deberían deducir sus propias conclusiones. Posteriormente, rememorando las diversas actuaciones de los que se reclamaban idealistas o utópicos, llamaba la atención sobre la degeneración que, en ocasiones, sufren principios a primera vista admirables, y, apoyándose en este hecho,

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consideraba que la actuación, a su juicio, no precisamente justificable del partido comunista en la guerra civil es la que explicó la conspiración contra este partido y contra el presidente Juan Negrín. En el apartado dedicado a Pablo Neruda se insistía en su total ausencia de atención y auxilio para el poeta y se destacaban sus descalificaciones con relación a escritores como Gerardo Diego o Dámaso Alonso, incidiendo de nuevo en su injusta atribución a Morla Lynch de la negativa a admitir el refugio de Miguel Hernández en la embajada de Chile. Aunque nuestras opiniones sobre la conducta de Pablo Neruda serán expuestas con posteridad, no nos resistimos a evocar unas palabras sobre esta cuestión que fueron incluidas por el mismo Juan Guerrero Zamora en su libro Miguel Hernández, poeta, en las que dice, refiriéndose a la situación de Miguel Hernández en la cárcel: ”En efecto, Germán Vergara Donoso, agregado en la embajada de Chile ha recibido de Neruda -ausente de España- la misión de cuidar de Miguel y a los suyos, cosa que cumplirá de corazón, mandando a Josefina trescientas pesetas mensualmente y usando de toda su influencia en bien de Hernández” (8). Alude después al periodo de tiempo transcurrido entre la emisión de la sentencia, que tuvo lugar el 18 de enero de 1940 y la comunicación a Miguel de la conmutación de la pena de muerte a la que fue condenado por la inmediatamente inferior en grado, treinta años, que se efectuó el 9 de julio, y lo justificaba por las diversas gestiones realizadas y el gran número de avales obtenidos en esos meses, aunque lo cierto es que los avales aludidos, que no aparecen en el expediente del juicio sumarísimo 21001, fueron obtenidos con anterioridad y así se constata en las fechas en las que fueron suscritos, durante los meses de verano del año 1939. En un apartado de su escrito que titula Para resumir, justificaba primero su comparación entre las declaraciones de Miguel Hernández en Rosal de la Frontera, inmediatamente después de ser detenido, con la realizada en Madrid, el 16 de julio, negando que intentase mostrar al poeta como un pobre diablo, aunque admitiendo su timidez y obstinación. Reiterando además el hecho de haber consentido por parte de sus compañeros de ideología y de partido que no hubiese salido de España, antes de finalizar la guerra civil, sin reservarle plaza en los últimos aviones que partieron desde el aeropuerto de Monòver hacia el exilio, obligándole a ocuparla, incluso en contra de su voluntad. Por último, Juan Guerrero Zamora achaca la malquerencia del colectivo a la disputa por la primacía en el descubrimiento de la documentación, aunque lo cierto es que fue la comisión la que la dio a conocer por primera vez, si bien, según el biógrafo, el colectivo se había apropiado de su hallazgo, ya que si se encontraba en el Gobierno Militar de Madrid era porque previamente él lo había solicitado. Según recuerda José Carlos Rovira, la comisión encargada por el Ayuntamiento de Alicante, obtuvo fotocopia del expediente en el cuartel de Campamento y fueron autorizados a fotografiarlo, lo que efectivamente llevó a cabo un profesional que, a estos efectos, había dispuesto el Ayuntamiento que los acompañase, siendo, por tanto, totalmente infundado el supuesto aprovechamiento por parte de la Comisión de las gestiones del biógrafo. José Carlos Rovira, el día 21 de marzo, escribió en Información un artículo titulado Un individuo parece no tener límites en el que, sin nombrarlo, respondía a las críticas

de Juan Guerrero Zamora, incidiendo en su antifeminismo como justificación de su propuesta de dejar en tierra en el aeropuerto de El Fondó, en Monovèr (pedanía de Elda), a María Teresa León y a Irene Falcón y conectándola con la opinión sobre Lucía Izquierdo, a la que había acusado de no saber quién era en realidad el individuo en cuestión. También aludía José Carlos Rovira a juicios del biógrafo no precisamente favorables para el hijo de Miguel Hernández y lo acusaba de mentir en relación con su supuesta sorpresa al conocer que la comisión había solicitado el expediente del juicio sumarísimo contra el poeta. El 2 de abril de 1991, con un antetítulo tan descriptivo y al mismo tiempo tan llamativo como El amnésico insolente Juan Guerrero Zamora, citando en primer lugar el nombre de su adversario, proclamaba que el desconocimiento de Lucía Izquierdo de

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su persona y de su obra hacían imposible que él fuese el causante del vómito de la que ostentaba los derechos de la herencia del poeta. Reiteraba finalmente que le seguía apenando que Miguel Hernández no hubiese compartido la estancia en Elda junto a los que pudieron escapar, según el biógrafo, el 14 de marzo de 1939, a este respecto, aunque más adelante explicaremos con más detalle esta cuestión, no podemos dejar de señalar que la fecha en la que efectivamente se produjo la salida de los aviones hacia el exilio fue el seis de marzo, precipitada por el golpe de estado del coronel Segismundo Casado, y no el catorce. Achaca el olvido en el que se deja a Don José María de Cossío a que el polígrafo no se ajustaba a las tesis de su oponente ya que no era ni cura ni militar ni falangista. En cuanto a su menosprecio por las mujeres, jura no ser cierto sino que por el contrario las respeta demasiado. Aludiendo finalmente a la ley de los idiotas y recomendando silencio al atóxico, que así llama a José Carlos Rovira, queriendo indicar con este vocablo el desorden o perturbación de las funciones propias de su sistema nervioso. Aún el seis de abril, José Carlos Rovira publicó un soneto, con el título Sobre el rollo que no cesa, en el que descalificaba al biógrafo y, aunque sin nombrarlo, manifestaba dejarlo con su ruta, concluyendo, por su parte, la polémica. Presentaciones públicas y valoraciones

El epílogo de la controversia y otras observaciones sobre lo sucedido alrededor de la presentación del libro, se encuentran en la página Web de la Fundación Cultural Miguel Hernández de donaciones dedicada al archivo personal de Juan Guerrero Zamora; en una crónica del biógrafo que titula Agenda sobre un libro reciente, da

cuenta de los diversos actos realizados con esta finalidad, concretamente señala los seis lugares en los que esta actividad tuvo lugar (Cartagena – Asamblea Regional de Murcia-, Alicante – Ateneo-, Orihuela –Caja de Ahorros-, Madrid –Ateneo-, Santander –Ateneo-, Murcia –Universidad-.), e incluye, además, una valoración muy negativa del soneto de José Carlos Rovira, al que califica de ripioso y que, por su contenido, lo considera merecedor de ser denunciado en un juzgado de guardia. En cuanto al desarrollo de los actos, se muestra muy satisfecho de modo general y califica sarcásticamente como “demócratas” a todos aquellos que pusieron en duda sus tesis. Reconociendo que, en algunos casos, se produjeron airadas protestas de los que compartieron con Miguel Hernández la derrota y la cárcel, destacando especialmente la descripción de lo sucedido en el acto que tuvo lugar en el Ateneo de Madrid, que se inicia con una muy negativa visión de la situación en la que se encontraba la docta casa en aquellos momentos, procedente de un escrito del conocido activista Pío Moa, y en la que, tras calificar de parcial la actuación de Acacia Uceta, directora del aula de cultura del Ateneo, se queja incluso de la de sus presentadores, Jacinto López Gorgé, Leopoldo de Luis y Arturo del Hoyo que, según él, no mostraron su apoyo al libro con la misma claridad que se esperaba, destacando, por su parte, su convencimiento de que Miguel Hernández practicó el comunismo sólo circunstancialmente, y que la situación degradada del Ateneo era la razón del rechazo a su libro. A propósito de la que se denomina una “Polémica presentación” en un artículo de La Opinión, de Murcia, del 14 de febrero de 1991, se relata que, ante las

palabras de José Muñoz Garrigos, catedrático de Historia del Español en la Universidad de esa ciudad, que llegó a afirmar que lo que hizo Pablo Neruda fue “meterle la cabeza en el tambor de una lavadora automática y darle al botón del centrifugado”; un asistente al acto, al parecer, compañero de presidio de Miguel Hernández, exclamó “se están ustedes pasando”. Incluye después en su Agenda una extensa nómina de autores que alabaron su

obra, destacando sobre todo los que la consideraron veraz, sin embargo, también existen otros, cuyas reseñas se incluyen en la página Web de la fundación Miguel Hernández a la que ya nos hemos referido, que la atacaron, por ejemplo, Antonio Hernández en El Independiente de Madrid, que, refiriéndose a la vida y a la obra del

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poeta, llega a afirmar sarcásticamente :”Lo que cuesta poco no vale nada”. Otro artículo titulado “Con Miguel Hernández en la huerta de Orihuela”, del que no se indica autor ni publicación en la que apareció, es también muy crítico con el libro de Juan Guerrero Zamora, afirmando: ”el biógrafo del poeta llega hasta justificar las penas que recayeron sobre él”. También debemos tener en cuenta la opinión de Francisco Esteve, que en el número 3 del Boletín Informativo Hernandiano, de 28 de enero de 1991, señala que el biógrafo llama a Miguel “ingenuo”, en las páginas 41, 58, 77, y 84; “insensato”, en la 76; “altanero” también en la 76; “iluso”, en la 67; “cándido”, en la 97; “pardillo”, en la 160 y “tozudo”, en la 183, y como síntesis de sus opiniones sobre el libro afirma Francisco Esteve que, para Juan Guerrero Zamora “Miguel Hernández no fue víctima de una guerra injusta, ni de una arbitraria condena a muerte, sino que fue víctima de su propia tozudez e ingenuidad que le llevaron a morir en las cárceles franquistas” Por la reparación de la figura del poeta y el reconocimiento, sin ambages, de la represión. La animadversión que a lo largo de todo el libro de Juan Guerrero Zamora se evidencia hacia Pablo Neruda debe encuadrarse dentro del anticomunismo militante del franquismo, que, en aquellos momentos de guerra fría, fue ,en un sentido, la única razón de su aceptación por parte de Estados Unidos. En esta confrontación el poeta chileno juega un importante papel dentro del Consejo Mundial de la Paz, organismo patrocinado por la Unión Soviética, al mismo tiempo se publican en todo el mundo traducciones de sus obras que obtienen un reconocimiento internacional. Es en este tiempo, en 1953, cuando Leopoldo Panero publica, como respuesta y oposición al Canto General de Neruda, su Canto Personal, que obtiene el Premio Nacional de

Literatura, y las alabanzas de los prohombres del régimen, y en el que intenta “volver las muertes de Federico García Lorca o Miguel Hernández contra el poeta chileno” (9) diciéndole, por ejemplo, refiriéndose sin duda a José María de Cossío: “y a quien salvó a Miguel lo abofeteas”, sin que por eso justifiquemos sus descalificaciones de poetas y escritores que intentaron ayudar a Miguel, y son sólo explicables desde el espíritu de guerra fría contra los enemigos de la Unión Soviética y de hacer pagar a los adversarios de Miguel Hernández las humillaciones y los sufrimientos que trajo aparejada la derrota de la República. A este respecto, es preciso señalar que los intentos de que Miguel rectificase fueron constantes. Durante todo el tiempo que permaneció en prisión, todos sus amigos y conocidos que estaban a favor del régimen de Franco querían conseguir la que Don Luis Almarcha denominaba -con gran enfado de Miguel Hernández- su regeneración y condujeron a la ruptura de sus relaciones con aquellos que repetidamente le sugerían directa o indirectamente que se retractara, tal como se evidencia en su carta a Josefina Manresa, del 16 de abril de 1941, en la que desde la prisión de Ocaña, le dice. “Almarcha y toda su familia y demás personas de su especie que se guarden muy bien de intervenir para nada en mis asuntos. No necesito para nada de él, cuando he despreciado proposiciones de otros muchos más provechosas. Ya te contaré y comprenderás que no es posible aceptar nada que venga de la mano de tantos Almarchas como hay en el mundo. Sería una verdadera vergüenza.” (10) Análoga situación es la que acontece con otro de sus más fieles valedores, Don José María de Cossío, al que, a pesar de su decisiva intervención en la conmutación de su pena de muerte, ante sus repetidos intentos de conseguir que abdicase de sus principios republicanos y emancipatorios, también le negó la consideración de amigo de verdad, y en una carta dirigida a Carlos Rodríguez Spiteri escribe: “No me recuerdes a Cossío. Recuérdame a los amigos de verdad” (11). Una relación muy distinta es la que mantuvo con Germán Vergara Donoso, al que llamaba su tío Germán, y que, desde su destino de embajador de Chile, socorrió económicamente al poeta y a su esposa, e incluso actuó, en algunas ocasiones, como

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su valedor ante las autoridades de las prisiones franquistas. Para explicar las actuaciones del poeta, las tesis sustentadas por Juan Guerrero Zamora, contempladas desde una perspectiva democrática, no pueden menos que provocar nuestra repulsa, ya que el considerar, como una actitud criticable en Miguel Hernández el que se negase a aceptar la congruencia de las leyes contrarias a sus ideas republicanas, en lugar de valorarlo como una prueba de su tozudez debe ser entendido, por el contrario, como una demostración de su coherencia. En cuanto al viaje al exilio de Rafael Alberti, María Teresa León, el gobierno de Negrín y los integrantes del Comité Central del Partido Comunista, se decide con posterioridad a la proclamación y difusión del golpe de Casado (12), que, aunque previsible, no se realiza hasta la noche del día 5, y en ese momento es el peligro de ser apresados por el Consejo de Defensa triunfante el que precipita su decisión de huir, por lo que resulta inasumible la tesis de la posible inclusión de Miguel Hernández en la expedición, cuando además sabemos que no quería marcharse y que en esos días aún permanecía en Madrid en compañía de José María de Cossío. El día 14 de marzo Miguel Hernández se encuentra en Cox, según Ramón Pérez Álvarez del que solicitó un pasaporte (13); por otra parte, debe tenerse en cuenta que, a partir del golpe de estado casadista, que instaura el denominado Consejo Nacional de Defensa, se generaliza la ilegalización de las organizaciones dependientes del Partido Comunista y del propio partido, siendo incluso ejecutados algunos jefes militares comunistas que se habían opuesto al golpe, en Alicante es asaltado el local de las juventudes socialistas unificadas y Nuestra Bandera, el periódico donde Miguel

Hernández había publicado sus poemas y sus artículos, deja de aparecer, según Francisco Moreno Saez, “la mayoría de los militantes y dirigentes del Partido dejó de reunirse y trató de resolver individualmente su situación” (14), sin que existan documentos o testimonios de los que pueda inferirse la presencia de Miguel en el puerto de Alicante, al que, como es sabido, acudieron muchos hombres y mujeres que deseaban escapar de las represalias franquistas y sin que tampoco pueda achacarse al Partido Comunista el no haberse preocupado por la suerte del poeta. Hoy, cuando la sociedad española ha asumido el carácter dictatorial y antidemocrático del régimen franquista y ha procedido a honrar y reparar a aquellos que fueron perseguidos por defender la libertad, como fue el caso de Miguel Hernández, la sentencia del juicio sumarísimo 21001, y de todos los del mismo tipo, debería ser inmediatamente anulada, tal como ha sido solicitado por una gran cantidad de instituciones públicas y privadas, entre las que se encuentran la Diputación Provincial de Alicante, el Ayuntamiento de Orihuela y la Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica. Recordar la polémica a la que nos hemos referido, lo único que constata es la impregnación del franquismo que una parte de la sociedad española continuaba padeciendo en 1990, y su resistencia a condenar sin ambages a la dictadura militar que había soportado durante cuarenta años. No obstante, el debate tuvo una doble utilidad: en primer lugar, evidenció la radical injusticia de los denominados procesos sumarísimos que eran, en realidad, un instrumento represivo de enorme eficacia bajo un disfraz jurídico totalmente mendaz y falsario, y, por otra parte, contribuyó a la divulgación de la obra de Miguel Hernández y a incrementar la admiración por su irreprochable conducta en defensa de sus ideas. No puedo finalizar estas líneas sin demandar a quien corresponda que, tal como fue prometido (15), se proceda, de modo inmediato y coincidiendo con la celebración del primer centenario del nacimiento de Miguel Hernández, a la edición facsimilar del citado expediente del proceso sumarísimo 21001, junto al expediente penitenciario del poeta, que también fue obtenido por la comisión designada, en 1989, por el Ayuntamiento de Alicante, y por consiguiente, obrarán en poder de los integrantes de la citada Comisión que feliz y afortunadamente sobreviven.

Manuel Parra Pozuelo

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Notas: 1 Guerrero Zamora, Juan Proceso a Miguel Hernández, editorial Dossat, Madrid,1990

2 Guerrero Zamora, Juan, Noticia sobre Miguel Hernández, Cuadernos de Política y Literatura, Madrid, 1951. 3 Guerrero Zamora, Juan, Miguel Hernández, poeta Ediciones Grifón, Madrid, 1955. 4 Guerrero Zamora, Juan, Miguel Hernández, poeta, edición citada, pág. 9. 5 Guerrero Zamora, Juan, Proceso a Miguel Hernández, editorial Dossat, Madrid, 1990. pág.142. 6 Guerrero Zamora, Juan, Proceso a Miguel Hernández, editorial Dossat, Madrid, 1990, págs 151 y 152. 7 Guerrero Zamora, Juan, Información, 3 de febrero de 1991. 8 Guerrero Zamora, Juan, Miguel Hernández, poeta, edición citada, pág.156. 9 Rodríguez Puertolas, Julio, Literatura fascista española, 2º Antología, Akal, Madrid, 1976, pág.536. 10 Miguel Hernández, Obra completa, edición crítica de Agustín Sánchez Vidal, y José Carlos Rovira, con la colaboración de Carmen Alemany, Espasa Calpe, Madrid, 1962, pág. 2666. 11 Miguel Hernández, Obra completa, edición crítica de Agustín Sánchez Vidal, y José Carlos Rovira, con la colaboración de Carmen Alemany, Espasa Calpe, Madrid, 1962, pág. 2691 12 Véase Viñas, Ángel y Hernández Sánchez, Vicente, El golpe de Casado y el final de la

guerra, El País, 5, 3, 2009. 13 Ferris, José Luis, Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, Ediciones Temas de hoy, Madrid, 2002, pág.408. 14 Estudio de Francisco Moreno Sáez, mecanografiado e inédito, titulado Historia del Partido

Comunista de Alicante. 15 En el periódico Información en el cuadernillo en el que se publicó el resumen del expediente contra Miguel Hernández, en el ejemplar de 30 de septiembre de 1990, se prometió que en el mes de marzo, se entiende de 1991, se editaría, junto con el expediente penitenciario la documentación del proceso sumarísimo y el entonces Alcalde, José Luis Lassaletta Cano, también pronosticó, en su artículo del cuadernillo, que el trabajo de la Comisión pronto vería la luz.

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