STORIA DEL DIRITTO E DELLE ISTITUZIONI / Studi 3collana a cura di Mario Ascheri

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Fernando De Angelis

Prefazione del Prof. Faustino Martínez Martínez

La rivoluzione spagnoladegli anni 1808–1810

ALLA RICERCA DI UN MODELLO POLITICO–COSTITUZIONALE TRA ANTICO REGIME E RINNOVAMENTO

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I edizione: agosto 2010

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A mia madre

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…per costituzione intendiamo, quando parliamo con pro-prietà ed esattezza, quell’insieme di leggi, istituzioni e con-suetudini, derivate da certi immutabili principi di ragione edirette a certi immutabili fini di bene pubblico che costitui-scono il complesso del sistema secondo il quale la comunitàha convenuto e accettato di essere governata…la costitu-zione è la regola e la norma secondo la quale i nostri prìncipidovrebbero in ogni tempo governare.

H.S.-J. Bolingbroke, Saio sui partiti (1735)

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Indice

XI Prefazione Prof. Faustino Martínez Martínez

1 Introduzione

7 Capitolo 1 La Spagna del secolo XVIII. La nascita dello Stato assoluto sotto

i Borbone: costituzione mista e riformismo politico; illuminismo eIlustración

31 Capitolo 2 Il fatidico anno 1808

65 Capitolo 3 Le Juntas supremas e la nascita della Junta Central: una rivoluzione

dal basso

85 Capitolo 4 Ancora sulla Junta Central. Dibattito sui modelli costituzionali,

in particolare Jovellanos

165 Capitolo 5 Il Trienio liberal. L’affermarsi definitivo della dottrina della

costituzione storica

197 Conclusioni

IX

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205 Appendice I Rinvii a fonti on line

207 Appendice II La Guerra di Indipendenza in allegorie e caricature

***

213 Bibliografia essenziale

IndiceX

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XI

Prefazione

En este año 2010, con pompa y celebraciones varias, se ha cumplido elbicentenario del arranque de las Cortes Generales y Extraordinarios, aque-llas que se abrieron en Cádiz en el mes de septiembre de 1810, dos añosdespués de la invasión francesa y del surgimiento de la Junta Central. Conesas Cortes y en circunstancias de todo punto excepcionales, nacía el pri-mer freno al Absolutismo desde instancias populares, culminaba esa revo-lución de la nación como la ha denominado J. M. Portillo, se inaugurabael primer experimento constitucional español, aparecían el primer parla-mento entendido en sentido liberal del término, las primeras normas ema-nadas de la nación y el primer atisbo de una nueva forma de entender laorganización política de lo público conforme a los principios novedososque conformaban el articulado de la llamada popularmente como la Pepa.El léxico constitucional se enriquecía con nuevas voces: soberanía, monar-quía limitada, nación, libertad, rep resentación, sufragio, etc.

La Constitución de Cádiz, cuyo bicentenario se celebrará hasta la exte-nuación y la náusea dentro de dos años, sigue siendo, de todas formas, unagran desconocida, no obstante la proliferación de estudios, trabajos, con-gresos, ensayos y efemérides que a su alrededor han surgido por doquier.Historiadores y constitucionalistas han redactado panegíricos acerca deeste texto, considerado como madre de todo principio liberal y como ge-nerador de un mundo nuevo, superior al del Antiguo Régimen en todoslos campos. Estudios más recientes de historiadores críticos y escépticos,entre los que me cuento, han demostrado que no era tanta la novedad queincorporaba, que los conceptos empleados se usaban de acuerdo con unavisión convencional y clásica, corporativa y católica, antes que moderna,y que los autores de sus artículos no eran los hombres avanzados, absolu-tamente liberales y revolucionarios que se pensaba que eran. Cádiz sim-boliza, sobre todo, un arriesgado equilibrio entre modernidad y tradición,

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entre presente y pasado. Y ahí está su singularidad que trata de explicarnosbrillantemente el libro del Dott. De Angelis. Cádiz y su labor legislativaconforman un debate continuo, reiterado y abierto entre lo pretérito y lamodernidad. Expliquemos brevemente cómo se produce esto.

El pasado es, en ocasiones, un territorio muy cercano o no tan lejanocomo se quiere presuponer, sin dueño conocido, y siempre puede aparecercomo arma arrojadiza, dispuesta a ser esgrimida, dada su flexibilidad, porunos y por otros contendientes. El naciente Estado español, llamado libe-ral, que tiene en Cádiz y en su Constitución tradicionalmente acta de na-cimiento, es un buen ejemplo de esta tendencia común en el campo de laPolítica, que va a consistir en emplear lo pretérito como elemento de jus-tificación o de legitimación del presente. El impulso liberal que se iniciaen el año 1808 tiene un temor acendrado a que la simple idea de revoluciónsea percibida por la opinión pública, por las elites políticas y por el pueblo,con todo lo negativo que eso trae consigo. Nadie realmente en ese inicialmomento histórico era partidario de una inversión del orden constitucionalal estilo francés, de la aparición de todo un nuevo orden político, sino másbien de ciertas reformas puntuales que convenía hacer en el edificio de lavieja Monarquía. Había que combatir la novedad, aunque tal novedad sehiciera realidad finalmente. Las apariencias, las formas en lo político, sontan importantes como el fondo. Por tal razón, los contendientes políticosdel siglo XVIII y del siglo XIX acudieron a la Historia para encontrar prin-cipios constitucionales que sirviesen de inspiración al nuevo diseño políticode España, un diseño político que se construye con elementos antiguos (ycuanto más antiguos, mejor), en una relectura, reactualización y revisita-ción de nuestros principales cuerpos normativos (sobre todo, los castella-nos desde el Fuero Juzgo hasta las Recopilaciones), con el fin de,parafraseando a Agustín de Argüelles, dar una nueva ordenación a nuestrasLeyes Fundamentales, ponerlas en una sola Constitución, donde nada no-vedoso podría ser hallado, sino sólo elementos pretéritos sistematizadosde nuevo, revisados y reordenados. El Liberalismo lo que pretendía, pues,era vivificar las antiguas normas históricas, encontrar en ellas los antiguosprincipios constitucionales que se querían verter en la nueva Constitución,hacer del Medievo la fuente del nuevo orden político, más al estilo britá-nico que al modo francés: no hacer una revolución, sino una reforma in-tensa y profunda, que es cosa diferente, una vuelta a los primitivos orígenesdonde se hallaban las esencias políticas de la Nación con correcciones im-puestas por la misma dinámica de los tiempos.

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En el complejo siglo XVIII están los orígenes de tal actitud. Comienzaallí una interacción de esas dos etapas de la Historia de España, Medievo eIlustración, merced a la labor interesada, política y parcial de los eruditosque pueblan la Corte española, los Consejos, las Academias, las Universi-dades y demás instancias a mediados del siglo XVIII. Se pone al descubiertoel modo en que se emplea el Medievo por los ilustrados y polígrafos hispá-nicos, no con ánimo de resucitarlo, sino de encontrar en el mismo las esen-cias políticas, sociales, religiosas, ideales de la patria, amenazada por losefluvios de la Modernidad. La convulsión política de ese Siglo de las Luces,la necesidad de legitimar a toda una nueva dinastía, la borbónica francesa,y de hacerla entroncar con el pasado más esplendoroso, la crisis políticaen que se ve sumida la monarquía al cambiar el siglo, la peculiar revoluciónespañola que tiene en la Guerra de la Independencia su primer detonante,la aparición de la Nación en reemplazo de la agónica Monarquía, la doc-trina de las Leyes Fundamentales, la idea de representación política y eldesembarco del Liberalismo, el Constitucionalismo y otros complejos ele-mentos revolucionarios, plasmados en el texto gaditano de 1812, fuerzana idear unos pilares ideológicos que no se construyen sobre la nada, sinoque se incardinan con toda una tradición ininterrumpida (solamente silen-ciada en ocasiones, es decir, ocultada, disminuida, por obra y gracia de ele-mentos externos a la Historia patria), que resurge con fuerza en todo suesplendor cuando se libera de sus ataduras despóticas.

Un ejemplo de todo este discurso historicista lo vamos a poder observar,en tiempos constitucionales, en la famosa Consulta al País que mandó ela-borar la Junta Central, en el no menos famoso Discurso Preliminar a la Con-stitución de Cádiz o en el preámbulo y primeros artículos de la propiaConstitución. Nada en ella es nuevo, nada nuevo se ha creado; simple-mente el constituyente, que no se califica como tal en ningún instante, haprocedido a examinar la Historia, esto es, la tradición hispánica, ha lim-piado las impurezas, ha depurado las corrupciones, ha ordenado de modosistemático esas antiguas leyes fundamentales, y finalmente les ha dadouna nueva difusión en todo el orbe hispánico. Esa acción de los Argüelles,Toreno y demás liberales, sin embargo, no es algo impostado o meramenteretórico; responde al convencimiento político personal de que aquello quehacen y dicen es así porque creen firmemente en que es así. Recuperan elpasado y lo traen a su presente porque éste no tiene sentido sin aquél.Puede que haya una clara intencionalidad política (evitar los riesgos de lacesura histórica, el miedo al vacío posterior a la revolución, atraerse a lasclases dubitativas que no eran abiertamente liberales, ni abiertamente ab-

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solutistas), pero también es cierto que son hombres de su tiempo y queoperan con las categorías mentales de su época. Son, por ello, más devotosde la idea de unas Leyes Fundamentales que titulares de un auténtico yreal poder constituyente, que no opera, en puridad, como tal, como poderoriginario de un nuevo orden político, sino simplemente como un cualifi-cado reorganizador de varias normas básicas que se hallaban dispersas yque en ese instante puntual se presentan bajo forma única y uniforme. Loque se hace en Cádiz es el resultado de una corriente ideológica que fer-menta en los años inmediatamente anteriores, con lo cual se puede afirmarque Cádiz, con todo lo nuevo que porta consigo, sigue siendo ella mismaresultado de una tradición perenne, más que real fruto de la ruptura revo-lucionaria. Hallamos, pues, antes que cambios radicales y profundos, tra-dición, fidelidad a la Historia, amplias dosis de pragmatismo y un fuerteespíritu conservador. Si había que hacer una revolución, lo ideal sería elmodelo inglés (lo ha estudiado, desde el punto de vista de su fundamenta-ción teórica, Delgado Porras): una revolución que es no una ruptura en-caminada hacia el futuro, sino una recuperación activa y consciente delpasado. Lord Holland y compañía (Jovellanos entre nosotros) tienenmucha responsabilidad en este diseño ideal.

Ese pasado medieval no es un anacronismo fruto de la ignorancia, sinoel resultado de la inexistencia de fronteras intelectuales entre lo más re-moto del pasado y lo más cercano del presente. Ambos se tocan, se palpan,se necesitan. Además de alimentar la erudición, sirvió ese Medievo recu-perado como instrumento político dotado de una legitimidad sólo posiblea partir de la legitimidad otorgada por un cierto pasado, que parecía hacersepresente en lo que, en realidad, no era otra cosa que la más rotunda inno-vación. Así, hallamos nuevas formulaciones con ropajes viejos de concep-tos que se quieren anclados en el pasado, mas leídos con claves ysignificaciones cada vez más diferentes y en las antípodas de lo que el pa-sado había legado. Lo que se hace, en suma, es desarrollar un proceso deadquisición de conciencia de los ideales de futuro expresados en clavepretérita. Hacer el futuro con los armazones que suministra el pasado, em-plear los envoltorios que éste proporciona para elaborar un producto ra-dicalmente novedoso. Esa es la tónica constante. En ella, tendrá unprotagonismo de excepción el período medieval porque en él se ve el ori-gen mítico de conceptos abiertos, discutidos y discutibles, que se debatena mediados del siglo XVIII y en adelante, tales como la idea de Nación, laidea de Constitución, la idea de Representación u otras varias. La narraciónhistórica se convierte así en mito, deviene clara reacción política de signi-

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ficación histórica y supone la fusión entre Historia y Política, de un modoindisoluble, porque no se podrá avanzar en ninguno de los dos campos sintener en cuenta a su compañero. Hay un surtidor medieval que propor-ciona sin cesar imágenes y representaciones, ideales y diseños, de acen-tuado interés político.

El resultado final del medievalismo llevado a su máxima expresión seproduce en tiempos de la Guerra de la Independencia, con la Consulta alPaís, los trabajos de preparación del texto constitucional, y el Discurso Pre-liminar gaditano ya mencionados, construidos con el propósito de evitarla ruptura política, la auténtica revolución, el cambio de rumbo de la Hi-storia. Nada hay nuevo en el panorama, parecen decir los políticos del mo-mento; todo es Historia recuperada. Es un historicismo presentista de grancalado e indudable utilidad. En cierta forma, hay una latente contradicción.El Medievo es contrario a la civilización grecorromana, es sinónimo debarbarie y brutalidad; pero en el mismo Medievo, hallamos una funciona-lidad constituyente, un mito originario, que implica la existencia de un cau-dal de ideales políticos y sociales que han superado los océanos del tiempoy son perfectamente operativos en el siglo XVIII. Conceptos como el pactoo contrato social, la libertad o la representación son tomados del momentomedieval y sometidos a nuevas interpretaciones. Más allá de todo esto: enel Medievo, podemos encontrar también el compendio, el catálogo de lasvirtudes más relevantes que adornan al hombre hispánico. En el laborato-rio medieval, encontramos no sólo Historia, sino valores pedagógicos, va-lores políticos, valores morales, experiencias de todo signo, que han de seractualizadas y desarrolladas en los tiempos de quien escribe. Porque, apesar de defectos, silencios, exageraciones y deformaciones, estos eruditosy hombres políticos creían en lo que hacían y creían en el valor redentorque ese Medievo modélico tendría para la España que les había tocadovivir.

A partir de 1808, es cuando llega a su máximo esplendor ese medieva-lismo presentista: del laboratorio intelectual se pasa a la praxis. La erudicióndeja paso al campo político. Es tiempo de acción, es tiempo de definir cuá-les son esas Leyes Fundamentales y cuál es esa Constitución histórica típi-camente española. El mundo grecolatino se abandona y se vuelve de llenoal Medievo. El Romanticismo acaba por sustituir a la Ilustración. Los acon-tecimientos de mayo de 1808 desencadenan una serie de actuaciones quefuerzan a la lucha contra el invasor francés, pero originan también un pro-ceso por medio del cual España se busca a sí misma en su Historia para en-

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contrar su esencia constitucional. Además de aportaciones particulares,dos textos debe ser tomados como arquetípicos: la ya citada Consulta alPaís y el ya mencionado Discurso Preliminar. Allí están planteadas las solu-ciones de cara al futuro y allí está presente todo el imaginario medieval ensu esplendor. Las tribulaciones y debates que se viven en 1808 acerca delos temas políticos más decisivos son de una enorme trascendencia. La de-molición de las estructuras políticas del Antiguo Régimen fuerza a con-struir un nuevo Estado sobre la base de la Nación y limitando losomnímodos poderes de la Corona. Lo que se pretende no es una revolu-ción, ni una ruptura histórica; antes bien, se busca la recuperación deltracto histórico constitucional. España ha sido, se dice, una Nación libre eindependiente. El relato liberal busca saber en qué momento se perdieronesa libertad y esa independencia y se suele situar tal instante en la instau-ración de la dinastía Habsburgo (siglo XVI), es decir, aquella que pone fina la Edad Media, que elimina los restos de la Constitución medieval (dondese daban la representación popular o la limitación parlamentaria al poderdel rey). El Medievo se convierte así en una suerte de paraíso de derechos,libertades, facultades y limitaciones al Absolutismo monárquico, en el con-texto de una Nación que luchaba contra invasores y en esa lucha hallabasu afirmación, tal y como debería de suceder a comienzos del siglo XIX:recuperar esos atributos de la Nación en esa misma coyuntura de luchapor la libertad, la independencia y la soberanía, ahora contra otros nuevosinvasores. El esquema de acción es el mismo.

El Medievo es el modelo a imitar. Paralelamente, otros argumentosacompañan este planteamiento político: el mito gótico como mito funda-dor u originario de la nación (con los godos se produce el nacimiento de laMonarquía, la restauración o creación de las libertades, o la instauraciónde una Monarquía de tipo mixto, la catolicidad consustancial a esa Monar-quía y a esa Nación); el Derecho godo como origen de la Constitución hi-stórica; la superioridad cultural de ese pueblo, entre otros argumentos, quetienen a Martínez Marina como su principal valedor. El modelo gótico,con los perfiles ciertamente distorsionados que se la atribuyen, sería el mo-delo a tomar en consideración, el modelo al que se debería volver por sucarácter efectivo, históricamente contrastado y probado, por su superiori-dad moral, por su tradición, por su continuidad histórica. La ideología li-beral halla, pues, en el pasado más remoto aquellas huellas indispensablespara insertar el nuevo contexto en el seno de una tradición que ha de serrespetada, protegida y recuperada.

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De este modo, nuestro Medievo útil políticamente, provoca, a pesar delos convulsos y violentos momentos que vive España entre 1750 y 1814,un tránsito pacífico y nada traumático de la Ilustración al Prerromantici-smo en el campo historiográfico y en el campo de la mitología política. ElRomanticismo y su mitología no harán más que heredar y perfeccionartodo este caudal de referentes, ideas, conceptos, ensoñaciones y héroes. ElAbsolutismo no se queda al margen y busca en la Historia respaldo inte-lectual a la restauración fernandina, constituyendo un ejemplo notorio delempleo parcial e interesado de las fuentes legales históricas en el mismosentido que lo habían hecho los liberales, pero ahora con intención ypropósitos diversos, obvio es decirlo. En ambos casos, liberal y absolutista,fue el arsenal de la Historia el que proporcionó armas, documentos, fuen-tes, leyes, fueros y demás instrumentos de combate. Ambas partes conten-dientes hicieron Historia a su gusto y antojo, y ambas, en cierta forma ycon tiempos diversos, consiguieron sus propósitos y sus triunfos. No haysolamente recreación del Medievo, ni revisión crítica del pensamiento ilu-strado, sino que se debe mostrar que, en ocasiones precisas, el pasado noes ese territorio lejano que se piensa y está mucho más próximo, en acti-tudes, en conductas, en comportamientos, de lo que a primera vista seestima.

Todo esto y mucho más ha sido glosado, planteado y desarrollado demodo ejemplar por el Dott. De Angelis en el libro que ahora se inaugura.La preocupación por las fuentes, su exégesis, su cuidada lectura e interpre-tación, las visiones globales y comparatistas, su tratamiento profesional yotros rasgos de ese joven investigador en ciernes, avalan esta obra que pa-liará la insuficiencia de textos italianos que se hayan ocupado de forma di-recta de la pretendida revolución española. Cubre así una insuficiencia, deforma necesaria y útil para historiadores puros, politólogos, historiadoresdel pensamiento, constitucionalistas e historiadores del Derecho. Al avaldel trabajo científico bien hecho y a la pasión del investigador novel, hayque sumar además el magisterio indiscutible del Prof. Ascheri, que ha di-rigido con sabia mano los pasos de neófito y le ha inculcado el rigor y laseriedad que caracterizan toda su vasta producción científica. Con todasestas garantías, el resultado no podía ser más que un volumen exquisito,de impecable factura, sólido y compacto, que cubre lagunas, lanza pregun-tas, inquiere y da algunas respuestas y claves para comprender lo que su-cedió en esos primeros y convulsos años del siglo XIX. Desde aquí,solamente resta felicitar al autor y a su maestro, e incitar al lector a sumer-

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girse de lleno en esta Historia del Derecho español, trazada con pulso firmey maduro desde Italia, en una obra elaborada a partes iguales con sereni-dad, con madurez y con sentimiento.

Prof. Faustino Martínez MartínezDepartamento de Historia del Derecho y de las Instituciones

Facultad de Derecho. Universidad Complutense de MadridCiudad Universitaria, julio de 2010

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Introduzione

Grande confusione quel 17 marzo del 1808 a Aranjuez; la folla, espres-sione violenta della corrente partidaria che faceva capo a Ferdinando,avanza per le strade del pueblo che ospita una delle residenze di Carlo IV.Ferdinando non è ancora re, non è ancora “VII”, ma ancora e semplice-mente il Principe delle Asturie. La sua attesa è destinata ad essere breve,poiché l’ora del suo primo, effimero regno è vicina.

Un’altra attesa era stata ben più lunga, quella del giorno della fine deldominio assoluto e incontrastato di Manuel Godoy, il válido Godoy, il fa-vorito di Maria Luisa di Parma, che ne aveva spianato l’ascesa; quel Godoy,giovane guardia reale, che, appena venticinquenne, era diventato nel 1792il Primo Ministro della Corona, carica già ricoperta da grandi pensatoriilustrados.

In quello che la storia conoscerà come motín di Aranjuez la folla sac-cheggia la residenza reale, la fazione ferdinandea sembra prevalere unavolta per tutte e chiudere i conti con l’era di Godoy; di certo vi è che co-munque l’assolutismo uscirà sconfitto.

Godoy ora si nasconde in una soffitta del palazzo regio, o, come altriraccontano, arrotolato in un tappeto; finiva così, con il regno di Carlo IV,il regime personalistico di Godoy, che aveva portato alla fine della conce-zione della monarchia illuminata in una terra, quella spagnola, che vedevamuoversi lentamente gli intenti di riforma e osservava da lontano la rivo-luzione che per quasi vent’anni, dal 1789, aveva sconvolto la vicina Francia;terra spagnola che era rimasta in una sorta di isolamento, rotto dalla deci-sione del válido di sostenere la causa napoleonica.

Dalla narrazione di quei convulsi giorni del marzo del 1808 emerge unanuova Spagna, quella che deve affacciarsi alla modernità e che per vent’anniha visto da lontano lo scoppiare o lo spegnersi della Rivoluzione del 1789.E di certo tutte le istanze riformistiche, che nella vicina Francia si erano

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espresse con una forza distruttiva dell’antico regime, erano state oggettodi uno studio e di un’analisi prettamente erudita e ilustrada, prima che ilregno di Carlo IV distruggesse l’architettura della monarchia illuminata,ma, allo stesso tempo, la tradizione della sovranità compartida tra Coronae Cortes. E le stesse Cortes, ora quelle gaditane degli anni 1810–12, darannovoce alla Nazione, in assenza di Ferdinando VII, considerato tuttavia il le-gittimo erede al trono.

Gli eventi scorrono velocemente tra il marzo del 1808 e l’apertura delleCortes straordinarie (settembre 1810); Cortes, che, va ricordato, solo pochigiorni prima dell’inizio delle sessioni vengono accorpate in un’unica Ca-mera, in luogo delle due originariamente previste sulla scia del modelloinglese.

Non si tratta allora di una semplice e mera questione procedurale; infatti,proprio vent’anni prima il Terzo Stato francese abbandona i lavori di Ver-sailles di fronte all’ostinazione degli altri Stati di continuare a votare perceti. E, tornando a Cadice, va subito detto che non tutto il dibattito sullariforma costituzionale (e non costituente) nasce nella città andalusa, roc-caforte della Spagna levantada e sorretta dalle armi inglesi; ma vi è di più.

Le Cortes, che oggi noi conosciamo come costituenti, erano in primoluogo semplicemente extraordinarias ovvero tenute a trattare affari “gravese arduos”, per usare una terminologia che fa delle Cortes non un’assembleapolitica, modernamente intesa, ma solo un soggetto, che con la Corona,compone la diarchia basso–medievale, nella quale risiede la sovranità.

I deputati chiamati a Cadice sarebbero stati dunque “Padri Costituenti”,ma non erano certo a conoscenza di questo loro gravoso compito. Siamoinfatti nel pieno della Guerra di Indipendenza e la stessa sarebbe durata an-cora fino alla metà del 1814; il ritorno delle truppe napoleoniche, dopo lasconfitta francese a Bailén, riapre i giochi bellici in favore dell’invasore fran-cese e la questione della liberazione della penisola rimane, per così dire,una priorità.

Ma ecco ora la extralimitación de poderes delle Cortes; un deputato ec-clesiastico liberale, Antonio Oliveros, che siede per l’Extremadura, il 9 di-cembre propone che si nomini una commissione, di almeno otto membri,che rediga un progetto di costituzione politica spagnola.

Una costituzione in senso formale e moderno e non più intesa nel sensotradizionale; le Cortes, come era stato per gli Stati Generali del 1789, vannoal di là del loro compito legalmente assegnato. È questo allora un punto diinizio per una Spagna moderna; punto di inizio che costituisce la conclu-sione del presente studio.

Introduzione2

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Infatti l’intento di chi scrive non è certo quello di analizzare il lungo ar-ticolato della costituzione del 1812, ma di tentare di comprendere come sisia arrivati al momento costituente.

A riguardo va allora ricordato che il dibattito politico volto a riformarela costituzione sostanziale nasce ben prima delle discussioni nelle Cortesgaditane circa la stesura di una costituzione in senso formale. In altre parolela rottura dei ponti con l’antico regime avviene in modo ben diverso ri-spetto a quanto successo in Francia vent’anni prima; di certo il modellodella costituzione francese del 1791 occupa grandemente il dibattito gadi-tano, che tuttavia non sarà mai pienamente animato da una volontà costi-tuente in senso assoluto.

L’eredità delle leggi fondamentali rappresenta il blocco costituzionalepreesistente da migliorare e non semplicemente da cancellare; e tale dibat-tito di riforma, che corre stretto tra la strada del costituzionalismo rivolu-zionario e quella del costituzionalismo tradizionale inglese, ripropone temigià noti, come il confronto tra la “strada lunga” dell’Inghilterra e la “scor-ciatoia francese”, per usare le parole di Sieyès.

Il nascente costituzionalismo spagnolo non conosce una data d’inizioprecisa in cui l’antico regime cessa di esistere; è tributario certamente diquello francese, ma allo stesso la vocazione confessionale della Spagna,anche costituzionale, fa in modo che il modello rivoluzionario francesenon possa essere recepito in toto. Ed, ancora, mentre la Francia rivoluzio-naria impone costituzioni a Repubbliche “sorelle minori”, in Cadice vi è ilvero modello di un regime politico universale e unitario: non più conqui-stadores e colonizzati, ma solo spagnoli “di ambo gli emisferi”, anche se,chiaramente, il novero dei soggetti, titolari dei diritti politici, appariva benpiù ristretto.

Ma anche la stessa Rivoluzione del 1789, pur professando ideali univer-sali, aveva semplicemente sostituito classi di privilegiati da vecchie a nuovee affermato il predominio di una nuova classe sociale – la borghesia – sullealtre. E lo stesso Illuminismo spagnolo è certo tributario di quello francese,ma se ne differenzia in diversi punti, anche in ragione della chiusura cultu-rale dovuta alla Santa Inquisizione e alla natura confessionale della costi-tuzione tradizionale spagnola.

E, sicuramente, lo Stato assoluto nasce in Spagna seguendo il modellofrancese, allorché i Borbone diventano la dinastia regnante in luogo degliAsburgo, anche se le Cortes continueranno ad essere convocate sì di rado,ma non cadranno in quel sonno quasi bicentenario degli Stati Generalifrancesi.

Introduzione

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4 Introduzione

Ed, allora, prima di affrontare il momento di rottura dell’antico regimein Spagna, bisogna comprendere come quest’ultimo si sia evoluto nel corsodel secolo XVIII e come si presenti nel momento dello scoppio della Guerradi Indipendenza. Allorché, appunto, la costituzione medievale era statacancellata dal regime personalistico di Godoy e la stessa sorte era capitataalle fondamenta della monarchia illuminata.

E questo avverrà usando toni anche narrativi, più atti a descrivere ac-cadimenti specifici, come la breve e tormentata vita delle Cortes del 1789che guardano con stupore a quanto successo nella vicina Francia ad operadel Terzo Stato.

Il dibattito di riforma costituzionale, come si vedrà, nasce ben primadell’apertura delle Cortes gaditane, nel contesto di una storia poco cono-sciuta che precede la convocazione delle stesse.

La Spagna costituzionale va ben al di là dei dibattiti avutisi nelle Cortes;la volontà costituente segue quella di riforma costituzionale e di quest’ul-tima rimane traccia nel testo gaditano. E proprio quest’ultimo verrà con-siderato come un punto di arrivo per il presente studio e non come oggettodi un’analisi compiuta; dello stesso infatti verranno riprese disposizioni,che, volgendosi al passato, siano concepite non in rottura con l’antico re-gime (come nel caso dell’art. 12 sulla confessionalità dello Stato) ed altreche rappresentino l’evoluzione in senso liberale di alcune norme non scrittepreesistenti. E tale studio sarà condotto sempre tenendo conto delle pecu-liarità volte a riempire di significati la parola “sovranità”, divisa tra la suaconcezione medievale e quella intesa in senso rivoluzionario.

Proprio quest’ultima che possiamo definire tale a partire dal 1789; eanche se il 1808 rappresenterà “il 1789 spagnolo” appare ben difficile se-gnare un punto di rottura con il passato. Anzi è discutibile in che misura lastessa sia avvenuta; giacché la storia costituzionale va ben al di là di quantoscritto nei documenti politici, anzi il come si è giunti alla decisione di scri-vere un testo fondamentale presenta aspetti di particolare interesse rispettoanche alla stessa legge fondamentale.

Ed ecco allora spiegato lo spazio di seguito dato alla rinascita della so-vranità nelle Juntas della Spagna levantada, una sovranità per alcuni versiancora compartida e, per altri, moderna e rivoluzionaria; in una parola ilconfronto tra il costituzionalismo francese e quello inglese torna prepo-tente, come era stato per la dottrina controrivoluzionaria francese, chetrionferà con la Restaurazione degli anni 1814–15 e l’instaurazione in Fran-cia di una monarchia limitata, sulla scia del modello inglese.

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5Introduzione

E se anche dalle Cortes exaltadas gaditane uscirà vincitore il modellofrancese del 1791 è apparso opportuno, nelle pagine seguenti, segnalarel’equilibrio in Spagna tra le due correnti del costituzionalismo moderno;e, tra queste, quello tradizionale verrà meno seguito a Cadice, ma bisognatener conto di due considerazioni.

In primo luogo non si può comprendere il dibattito costituente a Cadicesenza conoscere quello di riforma politica che interessò l’Illuminismo spa-gnolo, ma anche il periodo d’interregno (metà 1808–fine 1810); e, a ri-guardo, bisogna dare grande voce e spazio al pensiero costituzionale diuno dei più grandi pensatori ilustrados, Jovellanos, il cauto riformista an-glofilo.

La cui dottrina della “costituzione storica” sembra uscire idealmentesconfitta dai lavori delle Cortes exaltadas; ma, mi permetto di sottolinearecon forza e senza il rischio di cadere in paradossi, non si può affrontare laquestione dell’analisi dell’anima riformatrice gaditana senza capire da dovela stessa muova i suoi passi ovvero dal dibattito politico ilustrado. E se ancheil costituzionalismo tradizionale e lo stesso Jovellanos usciranno sconfessatinelle Cortes gaditane, la forza della tradizione, che configura una monar-chia moderata sulla base di preesistenti leggi fondamentali, si affermerànel corso dell’Ottocento spagnolo.

In una parola la costituzione di Cadice rappresenterà la base sulla qualeriformare il sistema politico; e sulla scia del modello inglese la carta gadi-tana verrà modificata in senso bicamerale (186–7). Anche questa, comegià osservato, questione solo in apparenza procedurale, ma in realtà diprofondo significato sostanziale.

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