Signorelli, Amalia - Antropologia Urbana

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AUTORES, TEXTOS Y TEMAS

ANTROPOLOGíA

Colección dirigida por M. Jesús Buxó

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Amalia Signorelli

ANTROPOLOGÍA URBANA

Prólogo de Néstor Garcia CancliniEpílogo de Raúl Nieto Calleja

CJiA UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA-- _." - ltlItIW IZTAPALAPA División d9 Ciencias SocIales y Hl.nlaridades

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Antropología urbana I Amalia Signorelli ; prólogo de Néstor García Cancl¡n¡ ;epílogo de Raúl Nielo Calleja. - Rubí (Barcelona) : Anthropos Editorial ;México: Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa. 1999

XVI + 252 p. ; 20 cm. - (Autores, Textos y Temas. Antmpología; 35)

Bibliografía p. 239-250ISBN 84-7658-562-4

l. Antropología urbana 2. Ciudades - Investigación I. Carera Canclhu, N., proJI. Nieto Calleja, R., ep. IIl. Untvcrsídad Autónoma Metropolitana - Iztupalupa (México)IV. Título V. Colección

572.9

cultura Libre

Título original: Antropología urbana (Guerini Studio. Milán, 1996)Traducción del italiano: Angela Giglia y Cristina Albarrán F.

Primera edición: 1999

iDAmalia Signorelli, 1999© UAM-Iztapalapa. División de Ciencias Sociales y Humanidades, 1999© Anthropos Editorial, 1999Edita: Anthropos Editorial. Rubí (Barcelona)En eocdición con la División de Ciencias Sociales y Humanidades.

Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, MéxicoISBN: 84-7658-562-4Depósito legal: B. 39.365-1999Diseño, realización y coordinación: Plural, Servicios Ediroríales

(Naríño, S.L.), Rubí. Tel. y fax 93 697 22 96Impresión: Edim. S.c.c.L. Badajoz, 147, Barcelona

Impreso en España - Priruedin Spaín.

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A Lucillo, por la confianzaA Giacomo y Margherita por la esperanza

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PRÓLOGO

UN LIBRO PARA REPENSARNUESTRAS CIUDADES

Néstor Carda Canclini"

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¿Por qué Italia, que tiene la red de ciudades más antigua ysólida de Europa, pregunta Amalia Signorelli, posee muy pocasinvestigaciones de antropología urbana? Esta interrogaciónhace eco en América Latina y España. Pese a contar con ciuda­des famosas por su patrimonio histórico, su acelerado desarro­llo industrial o su catastrófico crecimiento Y, a veces, por reunirlos tres signos de celebridad, son muy recientes los estudiosantropológicos sobre Madrid, Barcelona, Buenos Aires, Méxicoy Sao Paulo.

Existen sobre estas urbes valiosas investigaciones demográ­ficas, urbanísticas y de movimientos sociales, algunas de lascuales, como las de Manuel Castells, renovaron la teoría mun­dial sobre ciudades. Pero los antropólogos, en general, salvodestacadas excepciones, han llegado a última hora al mediourbano.

Del mismo modo que en Italia y en otros países, los estudiosantropológicos latinoamericanos se concentraron en lo rural.Cuando comenzaron a ocuparse de las ciudades las miraban

* Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.

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corno destino de las migraciones, o por lo que se perdía en ellasde la vida campesina y tradicional. En el área anglosajona losantropólogos iniciaron más temprano la exploración urbana,corno recuerda Signorelli al valorar las Escuelas de Chicago yManchester, y el interés de algunos de ellos, por ejemplo RobertRedfield, por América Latina abrió antecedentes en nuestra re­gión. Pero las ciudades y la misma investigación antropológicahan tenido tales transformaciones que sus trabajos tienen ape­nas el mérito de haber sido precursores.

Basta pensar en cómo ha cambiado el significado y la im­portancia de lo urbano desde 1900, cuando sólo el cuatro porciento de la población mundial vivía en ciudades, hasta la ac­tualidad, en que éstas alojan a la mitad de los habitantes delplaneta. La alteración es aún más radical en ciertas zonas peri­féricas, como América Latina, donde el setenta por ciento de laspersonas reside en conglomerados urbanos. Como esta expan­sión de las ciudades se debe en buena parte a la migración decampesinos e indígenas, esos conjuntos sociales a los que clási­camente se dedicaban los antropólogos ahora se encuentran enlas urbes. En ellas se producen y cambian sus tradiciones, sedesenvuelven los intercambios más complejos de la multietnici­dad y otras formas de multiculturalidad.

Según demuestra la autora de este libro, la antropología dis­pone de instrumentos calificados para entender los sistemascognoscitivos y valorativos generados por contextos urbanos,las relaciones de su estructura actual con la historia, de la mo­dernidad con las tradiciones. También para interpretar la arti­culación de factores económicos y culturales en sus transforma­ciones presentes, con una perspectiva distinta de otras cienciassociales. Al interesarse particularmente por la diversidad quecontienen las ciudades, la indagación antropológica permite sa­lir de las generalizaciones homogeneizadoras habituales en lostrabajos sociológicos, económicos y políticos que prefieren ha­blar de totalidades compactas, o reducen las diferencias a losindicadores gruesos de los censos y las encuestas.

Cuando la metodología apunta a los grandes conjuntos oscu­rece la heterogeneidad étnica, de edades, entre hombres y muje­res, entre los comportamientos de un mismo sujeto que vive enuna zona, trabaja en otra y se divierte en una tercera. Desde lasinvestigaciones de la escuela de Chicago sabernos que es propio

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del horno urbanus entrar y salir continuamente de papeles diver­sos, pero para comprender este rasgo propio de la vida en laciudad -y de los conflictos que suscita- es necesario explorar,en las interacciones ambivalentes de los sujetos y los grupos, lasperipecias de la multiculturalidad. Se necesitan tanto los censosy estadísticas como la observación densa de lo que ocurre en losespacios productivos, residenciales y de consumo.

La antropología irrumpe con fuerza en los últimos años enlos estudios urbanos, en buena medida, por la preocupación deencontrar explicaciones para la desestructuración engendradapor la heterogeneidad sociocultural de las ciudades. Se ha vuel­to difícil definir qué se entiende por ciudad, en palie por la va­riedad histórica de las ciudades (industriales y administrativas,capitales políticas y ciudades de servicios, ciudades puertos yturísticas), pero la complejidad se agudiza en grandes urbes queni siquiera pueden reducirse a esas caracterizaciones mono­funcionales. Signorelli coincide con varios autores al sostenerque justamente la copresencia de muchas funciones y activida­des es algo distintivo de la estructura urbana actual, y que estaflexibilidad en el desempeño de varias funciones se radicalizaen tanto la deslocalización de la producción diluye la corres­pondencia histórica entre ciudades y ciertos tipos de produc­ción. Lancashire no es ya sinónimo mundial de la industria tex­til, ni Sheffield y Pittsburgh de siderurgia. Las manufacturas ylos equipos electrónicos más avanzados pueden producirse tan­to en las ciudades globales del primer mundo como en las deBrasil, México y el sudeste asiático. Esto ha traído, como sabe­mos, enormes desplazamientos de trabajadores y un replantea­miento de la separación entre ciudades del primer y tercermundo.

El último capítulo del libro se dedica, precisamente, a exa­minar la ciudad como foco de la economía de procesos migra­torios. A propósito de lo que ocurre con los migrantes, como enlas secciones que analizan el proceso de trabajo y los festejosdeportivos, pone en evidencia la importancia de abarcar lo ob­jetivo y lo subjetivo, la economía laboral o del consumo consti­tuida por los «sacrificios» y las «ganancias». que es también«una economía de los sentimientos, de las relaciones, de la cri­sis y de la reconstitución de la ídentídad».

La obra de Amalia Signorelli construye, así, junto a los co-

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nacimientos generados en el trabajo de campo, las posicionesteóricas con las cuales encontrar una vía entre el racionalismourbanístico y sociológico, que imagina la ciudad como espacioabstracto, y el empirismo antropológico, a menudo limitado adescubrir las particularidades de lo concreto. Se trata de situara «los hombres en el espacio y con la conciencia cultural de esarelación», Todo lo cual lleva a identificar la ubicación de dife­rentes hombres y mujeres, de grupos desiguales (arquitectos ypobladores, planificadores y usuarios) en las relaciones de po­der que estructuran los usos del espacio y las representacionessobre él.

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¿Cómo es una casa o una ciudad donde «se está bien»? En­tend,er las discrepancias en las respuestas entre quienes proyec­tan, quienes administran y quienes habitan requiere algo másque una discusión técnica sobre necesidades. Supone la con­frontación de concepciones culturales y estilos de vida. De estemodo, la intervención antropológica amplía y remodela el obje­to de estudio urbano. Pero para dialogar con las otras discipli­nas que se ocupan de la ciudad, es necesario reformular tam­bién los estilos de hacer antropología. Hay que trascender latendencia a practicar sólo antropología en la ciudad, como losqu~ elige~ est~dia~ en las urbes barrios aislados ~pequeñasumdades imagmanamente autocontenidas, semejantes a pue­blos campesinos, y realizar antropología de la ciudad, que abar­que sus estructuras macrosociales.

Esta discusión teórica está sostenida, o puesta en ejecución,en el presente libro con estudios sobre las casas campesinas yurbanas, de residentes permanentes y migrantes, las luchas porla vivienda en un suburbio de Roma y en otras partes de Italia.Como en otros textos de esta autora, dedicados al clientelismo oa las interacciones que ocurren en las ventanillas de serviciospúblicos, los estudios de caso tienen el propósito de sentar lasbases o probar los enunciados teóricos, y a la vez plantear pro­blemas políticos: aquí se quiere averiguar cómo debe encararsela cuestión de la vivienda en Italia, cómo podrian volverse másproductivas las estrategias macrosociales de los partidos políti-

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cos progresistas en relación con las necesidades cotidianas delos trabajadores y pobladores urbanos.

En el estudio sobre trabajadores en Nápoles, el análisis sutily riguroso de las historias de vidas permite comprender cómose construyen mediaciones entre sujetos individuales y colecti­vos. Aun «un documento modesto, periférico y tardío como estaautobiografía oral, contribuye a demostrar que la clase obreraha sido no sólo una clase social, sino un sujeto colectivo en elsentido más pertinente del término». La información cualitati­va, surgida de biografías personales, puede ser reveladora deprocesos amplios en los que las urbes y las sociedades dirimensu futuro.

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No es común que en un libro europeo o estadounidense so­bre cuestiones urbanas se hagan referencias detalladas a ciuda­des de América Latina, y se comparen con las de países metro­politanos. Además de mostrar cómo pueden articularse diversasescalas de análisis dentro de una nación en la investigación an­tropológica, Signorelli ha abierto a lo largo de su trabajo laantropología italiana y europea a la interacción con otras regio­nes. Si la autora de esta obra incorpora a su argumentaciónanálisis comparativos del metro mexicano y el parisino, losimaginarios violentos en las metrópolis y en los países periféri­cos, así como la confrontación de ciudades europeas y norte­americanas, es porque ha ejercido una curiosidad etnográficasistemática en sus periodos de residencia fuera de Europa.

En México, donde dictó cursos en muchas instituciones yejerció como asesora de las investigaciones del Programa deEstudios sobre Cultura Urbana de la Universidad AutónomaMetropolitana, tuvimos múltiples evidencias de la observaciónacuciosa que puede desarrollar, aun en pocas semanas, quienposee un largo entrenamiento de campo en sociedades diversasy deja que las novedades de otros países desafíen sus hábitos decomprensión.

En la medida en que las diferencias no ocurren sólo entre lourbano y lo rural, y en el interior de cada unidad, sino entreciudades, manejar un repertorio amplio de estas diferencias es

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el primer requisito para dar consistencia a las conceptualizacio­nes urbanísticas que aspiran a teorizar en general. Amalia Sig­norelli eruiquece sus análisis novedosos sobre lo que es compa­tible e incompatible entre las principales escuelas de análisisurbano, ocupándose también de las recientes aportacionesfrancesas, y abriendo el examen antropológico a reforrnulacio­nes sociológicas (Castells, Harvey), a los estudios culturales(Hoggart, Williams) y a las revisiones posmodernas de las cien­cias sociales.

También esta ductilidad teórica y esta disponibilidad paranutrir su pensamiento en tradiciones nacionales diversa leaproxima a la multiculturalidad de las bibliografías latinoame­ricanas. A diferencia de tantos autores metropolitanos que citancasi exclusivamente a los de su país, o sólo lo producido eninglés, encontraremos aquí a Gerard Althabe y Marc Augé cercade Ernesto de Martino, a Ian Chambers, Kevin Lynch y RichardSennet puestos a dialogar con Jesús Martín Barbero y José Ma­nuel Valenzuela.

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¿Morirán las ciudades? Entre los imaginarios urbanos, Sig­norelli presta especial atención a descripciones apocalípticas,libros proféticos y de ciencia ficción que auguran el fin de lavida urbana o una desintegración de la que habría que huir.Como hemos comprobado en varios estudios latinoamericanos(Silva, García Canclini-Castellanos-Rosas Mantecón), las ciuda­des no se forman sólo con casas y parques, calles, autopistas yseñales de tránsito. También las hacen existir los planos que lasinventan, las obras literarias, las películas y las imágenes televi­sivas que las representan e imaginan. Este libro reconoce queocuparse de las ciudades contemporáneas requiere hablar tam­bién de aglomeraciones en las que se extravía la experienciaunificada de la ciudad, catástrofes ecológicas, el descenso de­mográfico en muchas de ellas, «el urbanismo sin urbanidad» depueblos conectados electrónicamente y donde los trabajos seharían por tele-cottages, desde las casas, sin reunirse en centroslaborales.

La vulnerabilidad urbana y el sentimiento de catástrofe fue-

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ron explorados por la autora al estudiar lo que sucedió en Poz­zuoli, ciudad cercana a Nápoles sometida a bradisismos, un tipoparticular de movimiento y hundimiento lento de la tierra, aveces imperceptible, que después de varios meses produce da­ños semejantes a los temblores súbitos. ¿Cómo viven esta crisislos dueños de las casas, los empleados y obreros, los especula­dores y los que encuentran vida en las ruinas del anfiteatro dela ciudad, en tanto su valor cultural y científico permite haceralgo con lo que queda? Así la antropología exhibe, a propósitode los imaginarios y de los usos ocasionales de desastres, losdiversos sentidos de lo urbano manifestados por quienes bus­can comercializar el espacio y quienes, ante la pérdida o el ries­go, toman conciencia de su valor.

Sin embargo, esta reflexión sobre los límites y peligros de lasciudades no se complace en la melancolía de lo terminal, comotampoco lo que escribe sobre migraciones y rnulticulturalidadse desliza por las generalizaciones indiferenciadas del nomadis­mo. Estos temas fronterizos, en los que se juega el futuro de lasciudades, son elaborados con disciplina investigativa y con lapreocupación política de quien ha compartido la docencia y laexploración científica con responsabilidades públicas en el go­bierno de Nápoles.

Esta obra de Amalia Signorelli, con su atención simultáneaa lo micro y macrourbano, al conocimiento científico que pue­de ayudar a construir prácticas políticas donde se vincule loabstracto y lo concreto, contribuye a repensar los procesos dedemocratización urbana. Dos de las mayores ciudades latino­americanas (Buenos Aires y México) eligieron por primera vezen la segunda mitad de los años noventa, en forma directa, asus gobernantes. En otras, los alcaldes se preguntan cómo ha­cer participar a los ciudadanos para enfrentar conjuntamentelos dramas de la inseguridad y de la ecología. Cuando los Esta­dos nacionales ven debilitada su capacidad de convocatoria yadministración de lo público, las ciudades resurgen como esce­narios estratégicos para el avance de nuevas formas de ciudada­nía con referentes más «concretos» y manejables que los de lasabstracciones nacionales. Además, los centros urbanos, espe­cialmente i~~'megaiÓpoHs,se constituyen como soportes de laparticipación en los flujos transnacionales de bienes, ideas,imágenes y personas. Lo que se escapa del ejercicio ciudadano

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en las decisiones transnacionales pareciera recuperarse, en cier­ta medida, en las arenas locales vinculadas a los lugares de resi­dencia, trabajo y consumo. En esta dirección, es posible decirque este libro puede interesar no sólo a antropólogos, sociólo­gos y planificadores urbanos, sino también a ciudadanos quequieran ser algo más que espectadores que votan.

Bibliografía

ALTHABE, Gerard, el al.: Urbaninuion el enjeux quotidiens, París, Anthro-pos, 1985.

CASTELLS, Manuel:La ciudad iníormacíonal, Madrid, Alianza, 1995.CATEDRA, María: Un santo para una ciudad, Barcelona, Ariel, 1997.GARCtA CANCLINI, Néstor, Alejandro CASTELLANOS y Ana ROSAS MANTE-

CÓN (coords.): La ciudad de los viajeros. Travestas e imaginarios urba­nos: México, 1940-2000, México, Grijalbo-UAM, 1996.

LYNCH, Kevin: La imagen de la ciudad, México-Barcelona, Gustavo Gili,1984.

SENNET, Richard: The conscience of the eye. The design and sociallife ofcities, NuevaYork,AlfredKnopf 1992.

SILVA, Armando: Imaginarios urbanos. Bogotá y Sao Paulo: cultura ycomunicación urbana en América Latina, Bogotá, Tercer MundoEditores, 1992.

VALENZUELA, José Manuel: A la brava ése. Cholos, punks, chavos banda.Tijuana, El Colegio de la Frontera Norte, 1988.

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AGRADECIMIENTOS

Han pasado muchos años desde que algunas personas pen­saron que el encuentro entre la antropología y las ciudades pu­diese revelarse productivo y me animaron a intentarlo.

Me es grato reconocer mi deuda hacia ellas. Guido Cantala­messa Carboni y Vittorio Lanternari, antropólogos; FabrizioGiovenale, Sara Rossi, Paola Coppola Pignatelli, Franco Girar­di, arquitectos y urbanistas. Si el encuentro no ha dado todoslos hutas que entonces esperábamos, la responsabilidad essólo mía. A Carlo Tullio Altan, Néstor García Canclini, a Gé­rard Althabe estoy agradecida por haberme ofrecido bellasocasiones para pensar y para aprender. A todos aquellos queen estos años han trabajado conmigo en la Universidad de Ná­poles, Federico Il, soy deudora de la posibilidad misma de es­cribir este libro. Agradezco por el trabajo que hicimos juntos aLello Mazzacane, Gianfranca Ranisío, Gabriella Pazzanese, Al­berto Baldi, Raffaella Palladino, Giuseppe Gaeta, Rosa Arena,Rosanna Romano, Giuliano Romano, Ornella Calderaro y so­bre todo a Angela Giglia, Adele Miranda y Paola Massa, inteli­gentes y apasionadas interlocutoras de un diálogo enriquece­dor para mí en primer lugar.

Carmíne Amodio y Fulvia D'Aloisio me asistieron en la pre­paración del manuscrito con la disponibilidad que merece, a

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ellos mi gratitud. Los límites de este trabajo que sólo a rnf mepertenecen, no eliminan la deuda que tengo con todos aquellosque aquí he mencionado. Junto a ellos quiero agradecer a DinaD'Ayala, ingeniero, que me enseñó a mirar y a escuchar lo queestá construido y sigue sabiéndolo hacer mucho mejor que yo.

Nápolcs, febrero de 1996

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PRIMERA PARTE

PROBLEMAS

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CAPITULO PRIMERO

UN RECORRIDO DE BÚSQUEDAE INVESTIGACIÓN

Este libro nace de dos provocaciones. Ambas involuntarias,ambas demasiado pertinentes para no aceptarlas. He aquí laprimera.

Hace algunos años, en el contexto de una cuidadosa reseñade los estudios de antropología urbana en Italia, Angela Gigliaseñalaba «una sensible carencia en la fonnulación de una sóli­da problemática teórico-metodológica, que esté en condición,sobre la base de fundadas razones hist6rico-sociales, de motivarla opción hacia la investigación urbana y de precisar la natura­leza de la relación existente entre esta nueva orientación y latradición de nuestros estudios, sea ésta una relación de filiacióndirecta o de contraposición frontal» (Giglia, 1989:88).

No hay nada que replicar, es una observación fundada. For­mulado en términos explícitos, me hizo comprender que desdemucho antes, dos decenios por lo menos, también yo buscabaesa «sólida problemática teórico-metodológica), que tuviera susfundamentos en la tradición de los estudios italianos y al mis­mo tiempo representara para ellos la apertura de una nuevavertiente de investigación. En el curso de esos años, ya habíaacumulado cierta cantidad de reflexión teórica; y también ha­bía llevado a cabo mucha investigación de campo, sola o con laayuda de jóvenes colaboradores en Roma, Népoles, Pozzuoli yantes en Foggia. Cosenza, París, Nueva York y Ciudad de Méxi-

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ca. De esta producción sólo se había publicado una parte. Eldesafío de Giglia me aclaró que por una parte, mi resistencia apublicar nacía justamente de la conciencia de que la sólida pro­blemática teórico-metodológica sobre la que trabajaba aún es­taba muy lejos de alcanzar la solidez ambicionada; por el otro,me hizo tomar conciencia de que ese proceso de maduracióndifícilmente podría realizarse sin la confrontación con otros in­vestigadores interesados en la misma problemática. Este libroes y quiere ser precisamente esto: la preparación de un terrenode confrontación.

En consecuencia, los temas propuestos son más numerososque los desarrollados y se presentan objetos de investigaciónque a veces se indagan en profundidad y a veces apenas se son­dean. No he intentado hacer una exposición sistemática de losproblemas de la antropología urbana. Más bien he queridoreordenar los fragmentos de un discurso singular, organizar enun diseño lo más unitario posible los trozos de un camino deinvestigación que se desarrolló entre interrogantes y perplejida­des, entre aceleraciones y desaceleraciones; y que aún está lejosde cualquier forma de sistematización definitiva.

La primera observación a hacer es ya casi ritual: a pesar deque Italia puede enorgullecerse de poseer la red de ciudadesmás antigua y sólida de Europa, a pesar de que la cultura italia­na tradicionalmente ha valorizado la condición urbana respectoa la rural (Silverman, 1986), son muy pocas las investigacionesantropológicas sobre las ciudades italianas, tanto de autores ita­lianos como de extranjeros. Ya en 1975 en esa especie de mani­fiesto de una posible nueva antropología que fue Beyond theCommunity (Boissevain y Friedl, 1975), Crump hacía observa­ciones sarcásticas sobre la imagen de Italia que habría podidoextraerse de las investigaciones de comunidad realizadas en elámbito de los Mediterranean Studies: un territorio de montañasáridas y valles sernidesiertos, con algunas aldeas perdidas habi­tadas por campesinos embrutecidos... Algunos años más tardeKertzer retomó esa observación (Kertzer, 1983). Ciertamente lapasión de los investigadores anglosajones por las aldeas campe­sinas -c-esos objetos de investigación separables de cualquiercontexto histórico, geográfico y político- puede explicarse porlas tradiciones de las disciplinas (Saunders, 1995). Sin embar­go, recientemente se ha propuesto la hipótesis de que la cons-

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trucción de esa imagen de Italia (y de los demás países medite­rráneos) tenia razones y finalidades políticas (Hauschild, 1995).

También los estudios antropológicos italianos, por lo menosentre la década de 1950 y la de 1980 estuvieron fuertementeorientados en sentido, por así decirlo «ruralcéntrico»: no sóloporque se ocupaban casi exclusivamente del mundo rural, omás bien campesino; sino también porque miraban la ciudadmisma desde el punto de vista del campo, como terminal, cornopunto de llegada del proceso de desruralizacíón, de urbaniza­ción, de inmigración. I

Podemos encontrar más de una razón para esta orientaciónde los investigadores italianos. Seguramente entre los factoresoperantes estuvieron la fidelidad a las tradiciones de la discipli­na, la defensa de las divisiones académicas, la subordinación almodelo extranjero de los estudios de comunidad. Sin embargo,personalmente siempre he creído que el obstáculo más resisten­te era la presencia de dos prejuicios, de gran arraigo entre losintelectuales italianos ~y por consiguiente entre los antropólo­gos~ desde los años cincuenta, que sólo recientemente han en­trado en crisis.

El primero era el prejuicio «obrerista». La función de hacero al menos guiar la revolución axiomáticamente atribuida alproletariado urbano industrial, hizo que se aceptaran tácita­mente dos corolarios que tienen implicaciones sumamente gra­ves en el plano antropológico: el primero afirmaba la coinciden­cia de la cultura obrera urbana con la cultura revolucionaria, demanera que la concepción del mundo y de la vida de los obre­ros se transformaría inevitablemente en conciencia de clase;por lo menos, todo lo que pudiera contener de heterogéneo ocontradictorio respecto a una auténtica conciencia de clase de­bía ser considerado irrelevante y en vías de disolución, de des­aparición; el segundo afirmaba que los demás estratos de la

1. La reseña de Giglia citada en el texto, da un cuadro cuidadoso del estado de lasinvestigaciones de antropología urbana en Italia. Sucesivas a la reseña de Giglia seseñalan: Tcruorí 1990, Sobrero 1992, la traducción de Hannerz en Italiano (1992). Uninterés constante por las temáticas de la antropología de la complejidad y del «nos­otros» lo muestran las revistas Ossirnori y Etnoantropotogia, Ambas iniciaron la publi­cación hace pocos años. Tradicionalmente. la revista La Ricerca Folklorica ha dadosiempre espacio a temáticas «urbanas» y «complejas». En los últimos años pareceestar encaminada también una producción de monografías sobre estos temas, algunosde los cuales cito en el texto.

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población urbana -industriales, artesanos, comerciantes, pro­ductores de servicios, empleados públicos o subproletarios, na­tivos o inmigrados- bajo la hegemonía de la clase obrera ad­quiririan también conciencia de clase o bien se confinarian oserian confinados en una progresiva y cada vez menos relevantecondición de residuo.

Hoy el prejuicio obrerista, más que estar superado, se havuelto obsoleto; sin embargo, en'función de la elaboración teó­rica que necesitamos, no es inútil reflexionar otra vez sobre elhecho que la cultura de la clase obrera, aun la de más antigua ysólida tradición (como la de cualquier otra clase), no ha sidojamás un granítico y limpio monolito clasista, y esto no tantopor cuestiones de persistencia de las tradiciones o de tiemposlargos de la dinámica de la mentalidad; sino porque las relacio­nes de clase en ningún momento han sido limpias y rigidamen­te monolíticas y siempre han sido condicionadas por una vastagama de mediaciones, que excluyen el nivel cultural, sino quemás bien lo han escogido a menudo como terreno electivo.

Asimismo el otro corolario merece todavía un momento dereflexión, pese a que también ello parece pertenecer más al pasa­do que a la actualidad: los otros estratos de la población urbanano estaban dispuestos a identificarse y ni siquiera a dejarse hege­monizar demasiado fácilmente por el proletariado de la gran in­dustria, Las diferencias en los roles productivos generaban (yaún generan) conocimientos y valores diferentes, diversos mapascognoscitivos y una diversa autopercepción, que sólo en circuns­tancias particulares y por periodos determinados se funden ar­mónicamente. Para determinadas acciones y reivindicaciones,para obtener determinados objetivos, algunas de estas clases hantambién aceptado la famosa función de guía de la clase obrera,pero siempre por decirlo así pro tempore e sub condicione, mien­tras que su misma existencia y el interactuar que de ella derivaen la cotidianidad, antes que a nivel político, no podían a su vezno tener efecto en la misma cultura obrera. Pero de toda estacompleja dinámica cultural y social poco se ha observado y re­gistrado en los años pasados. En algunas ocasiones se recunió ala influencia de los grandes eventos internacionales para darcuenta de transformaciones que a partir del prejuicio obreristaparecían inexplicables, o se les relegó como imprevisibles.

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El otro prejuicio que retrasa los estudios de antropologíaurbana es el prejuicio antiurbano.

A partir de los años sesenta en Italia la critica de la sociedadcapitalista asumió frecuentemente la forma de una critica de laciudad, considerada el lugar por excelencia no sólo de la explo­tación capitalista sino también de la enajenación consumista.Paralelamente se desarrolló una abundante literatura «neo-ar­cádica», pseudo-demológica, evasiva e idealista, que identifica­ba a menudo desenvueltamente sociedad rural, cultura campe­sina, protesta y la posibilidad de encontrar una estrategia anti­enajenación en la llamada recuperación de las raíces. En el re­chazo de la ciudad como objeto de estudio, convergían tantofolcloristas como etnólogos de la escuela tradicional, que veíanen el interés por la cultura urbana una peligrosa tendencia «so­ciologizante», como los nuevos teóricos del «folclore» como«cultura de protesta», que se remontaban a Gramsci y a DeMartina, simplificando una lectura de estos dos autores pro­puesta por Lombardi Satriani (1974). Este último señalaba elcarácter objetivamente, estaría tentada a decir pasivamente deoposición de la cultura folclórica, que por el sólo hecho de estarpresente y operante en la sociedad, atestigua los límites de lahegemonía ejercitada por la cultura dominante. Entre este rolde señal de un límite, y el rol de contracultura activa que alfolclore venía atribuido, no hay sólo una grande distancia, sinotambién un gran mal entendido. De todos modos para los pala­dines del folclore como cultura de protesta, la ciudad es vistapor definición como el lugar del desarraigo, de la pérdida detodo carácter cultural originario y específico, de la enajenacióncultural y de la homologación, Vale la pena observar que nisiquiera Pasolini se sustrae a esta visión, al mismo tiempo ma­niquea e histórica.

Desde luego, la ciudad es un objeto invisible desde la pers­pectiva de la realidad rural, y con las herramientas conceptua­les construidas para el estudio de la cultura campesina. Unaantropología enfocada en el mundo campesino busca en la ciu­dad, conscientemente o no, aquellas que hasta hace algunosaños en Italia se llamaban supervivencias precapitalistas encontextos urbano-industriales; esta perspectiva llega casi a con­verger, pero no a coincidir, con la que en los EE.UU. se hadenominado antropologfa en la ciudad (Goóde, 1989).

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Considero que la antropología urbana tiene una tarea distin­ta: se trata de ocuparse de concepciones del mundo y de la vida,de sistemas cognoscitivo-valorativos elaborados en y por con­textos urbanos; contextos industriales y postindustriales, capita­Íístas o poscolonialistas o posreal socialistas o más bien globali­zados y a punto de ser virtualizados. Forma parte de mi hipóte­sis la idea que aquellas concepciones y aquellos sistemas cog­noscítívo-valoratívos engloben muchas «sobrevivencias precapi­talístas»: más no como inhertes reliquias o despojos, sino comoelementos activos de las dinámicas culturales, de los sincretis­mos y de las hibridaciones, de las transformaciones, de la re­funcíonalizacíón, de la resemantización y de las revaloracionesque se entretejen en todo proceso de producción cultural (Can­c1ini, 1989; Signorelli. 1983).

Este planteamiento se refiere a la «antropología de la ciu­dad», la otra orientación que por muchos años ha sido dominan­te en los estudios de antropología urbana en ambiente anglosa­jón (Leeds, 1973; Eames y Goode, 1977). Es posible entender laantropología de la ciudad en dos formas diversas. Según un en­foque que se remonta a la Escuela de Chicago, se puede conside­rar la ciudad como una variable independiente: compleja reali­dad caracterizada por las grandes dimensiones, por la densidadde la población y por la heterogeneidad, que determina compor­tamientos y mentalidad, reagrupamientos y separaciones, cola­boración y competencia: es, en suma, concebida «ecológícamen­te» como una realidad que incorpora a quien la vive integrándo­lo en un sistema que se autocondiciona. La misma Goode, Ma­gubane (1973), Rollwagen (1980) y numerosos autores america­nos han criticado desde hace muchos años esa hipótesis, llaman­do la atención sobre la existencia de sistemas económico-políti­cos --en el ámbito nacional y sobrenacíonal, por los cuales lasciudades son fuertemente condicionadas. Rollwagen, por ejem­plo, hace un llamado explícito a los análisis del sistema mundode Immanuel Wa!lerstein. También Castells (1974) ha estado en­tre los más severos criticas de la hipótesis ecologista, señalandocomo son las relaciones sociales y particularmente las relacionesde producción en determinar las ciudades y no viceversa. Se tra­ta de criticas que en gran parte comparto. Creo que permanecetodavía un problema, con relación al cuál se puede hablar de unsegundo modo de entender la antropología de la ciudad.

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Partiré de un ejemplo: hace algunos años en Roma, con in­tenciones críticas hacia la administración comunal, se acostum­braba a decir: «El Coliseo se ha vuelto una glorieta». Afirmaciónque no tenía nada de paradójico. Efectivamente, el tráfico habíasido regulado de ta! modo que el Coliseo funcionaba como elgigantesco arriate de una macroscópica rotación; y para los tu­ristas y visitantes que querían llegar al monumento era difícil ypeligroso atravesar el casi ininterrumpido flujo de automóviles.El episodio puede ser comentado de muchas formas. Mi pregun­ta es: ¿cuál es la diferencia (si la hay) entre circular alrededor deun arriate común y corriente y circular alrededor del Coliseo?En otras palabras: el Coliseo es sin duda un producto humano,mientras que los seres humanos no son producto del Coliseo.Sin embargo, una vez que el Coliseo ha sido producido, está allíen toda su relevancia funcional y simbólica. ¿Con qué efectos?Como mínimo, podemos observar que la afirmación «aquelarriate es un separa tráfico» activa un campo semántico y afecti­vo bien distinto de la afirmación «el Coliseo es un separatráfíco»:lo cual nos autoriza a pensar que los sujetos implicados percibenel Coliseo como algo diferente de un amate. En substancia, eséste el problema que se presenta no sólo para un monumento,sino para toda la ciudad y para cada ciudad. Producidas por losseres humanos, ¿cómo entran las ciudades en los procesos deproducción y reproducción de la condición humana?

La pregunta no es nueva, desde luego. La investigación deuna respuesta, que sea pertinente en sentido antropológico, esotra forma de decir cuál es el objetivo de este libro.

Objetivo ideal. Por el momento conformémonos con obser­vaciones de alcance más modesto, ligadas a datos empírica­mente controlables.

Conviene enfocar mejor el término mismo, el concepto deciudad.

La comparación histórico-geográfica muestra qué tan dife­rentes son entre ellas, y cómo siempre lo han estado, las ciuda­des. Tan diferentes, que construir una tipología de ciudades pa­rece o excesivamente simplificador o imposible. Es más útil,como ha sido recientemente propuesto,' intentar especificar losmodelos de ciudad que caracterizan las diversas áreas del glo­bo, identificables, estas últimas, según criterios histórico-geo­gráficos (Rossi. 1987).

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A partir de esta propuesta, quisiera señalar algunas caracte­rísticas socio-culturales que contribuyen a delinear un modeloposible de la ciudad italiana actual, más allá de todas las dife­rencias que también persisten entre las ciudades de la penínsu­la, por ejemplo Milán y Matera.

Excepto quizá Latina, las ciudades italianas tienen todas unahistoria plurisecular, a menudo plurimilenaria. Casi todas con­servan huellas del pasado en su diseño urbano, en sus monu­mentos y palacios, en algunas ocasiones y festividades y en algu­nas usanzas definidas como tradicionales. Es esta antigüedad delas ciudades, un dato tan generalizado y arraigado en Italia quese ha vuelto invisible, dóxico, diría Bourdieu. En cambio hayque volver a problematizarlo, por lo menos para medir que tanlejos en el tiempo está arraigada en la cultura italiana la distin­ción entre ciudad y campo y la convicción de la superioridad dela primera sobre el segundo.

Esta distinción y esta convicción, tan generales en Italia,aunque diferenciadas a nivel local, llegaron a confrontarse condos procesos, cuyo génesis, escala y efectos trascendían no sóloa las ciudades, sino al entero sistema urbano italiano.

- El primero de estos procesos ha remodelado completa­mente la relación tradicional entre ciudad y campo a través delas migraciones, el urbanismo y la urbanización del campo(Signorelli, 1995).

- El segundo ha redefinido radicalmente el papel centralque las ciudades teman respecto a sus territorios, a causa delproceso de masificación que ha embestido contra la producciónmaterial y cultural, la circulación de los seres humanos y de lasideas, los éonsumos y el tiempo libre (Lanaro, 1992; Ginsburg,1989; Forgacs. 1990: 265 ss.).

Ciudades antiguas, habitadas por un alto porcentaje de inur­banos recientes y embestidas por un violento proceso de masifi­cación: ¿es esto el modelo de las ciudades italianas al final delsiglo xx? Es éste de todos modos el modelo interpretativo quehe intentado profundizar en la primera y segunda parte de estelibro y poner a prueba en las investigaciones presentadas en latercera parte.

Alberto Sobrero fue el autor igualmente involuntario de la

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segunda provocación, que además es doble. En la conclusión desu esmerada reseña de las teorías de la antropología de la ciu­dad, Sobrero toma distancia con respecto al «entusiasmo demétodo de ciertos autores posmodernos» y hace propia la con­vicción de Lynch que «lo desconocido debe poseer en sí mismoalguna forma que pueda ser explorada y poco a poco tambiénaprendida», y «la sensación que el caos completo sin indicioalguno de conexión nunca es agradable». «En realidad -agregaSobrero- basta escuchar las voces que corren para entenderhasta qué punto "la periferia" de nuestro vivir urbano sea pro­ductiva de diferencias y hasta qué punto es urgente regresar ano hablar más sólo en términos imaginarios» (Sobrero, 1992:234). Encuentro en este párrafo dos estímulos: el primero deorden epistemológico, y el segundo de orden teórico.

Jamás he compartido el entusiasmo «interpretativo» que hacontagiado a más de un antropólogo italiano en los años recien­tes. Pero no porque no reconozca fundamento a muchos de losproblemas que la antropología interpretativa ha puesto sobre lamesa: mas bien porque como alumna de Ernesto de Martinaaquellos problemas me eran familiares «desde siempre». Esta­ban incorporados, si puedo usar esta expresión, en la problemá­tica demartiniana desde el inicio de sus primeras formulacio­nes, ya con la idea de que son las categorías que los occidenta­les utilizan al realizar investigación, al colocar a los (primiti­vos» fuera de la historia, al hacerlos «objetos de la naturaleza».En toda la producción demartiniana, el problema regresa insis­tentemente, como rechazo de la doctrina positivista que natura­liza a los otros, pero también del relativismo absoluto que lospostula como desconocidos. En el rechazo demartiniano aaceptar el desconocimiento del otro está incorporado tambiénla dimensión ética, ya que se considera la comprensión del otrocomo la condición para «ir más allá» de los límites del huma­nismo occidental, para fundar y garantizar un nuevo, y máshumano, «estar en el mundo».

La posición demartiniana está muy lejos del optimismo vo­luntarista y hedonista que trasparenta desde la posición deLynch: el conocimiento del otro es para de Martina un dardoque pone en crisis nuestras capacidades cognoscitivas y nues­tras certezas morales; al mismo tiempo es una tarea que nopuede ser eludida. Creo que a partir de sus convicciones de

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Martina difícilmente habría apreciado la propuesta de utilizarel texto como salida de la «paradoja del encuentro etnográfico».Dado que las categorias del pensamiento occidental «entran enacción» no s610 «en el acto de sorprender en vivo un fenómenocultural "ajeno"», sino también «en el discurso etnográfico quelo describe» (de Martina, 1997: 390), cualquier texto producidopor antropólogos no se substrae al etnocentrismo de sus catego­nas, mientras que los textos producidos por los indígenas noson para el antropólogo menos «ajenos» que los comportamien­tos que él observa. También si aceptamos la idea de la culturacomo texto, el problema es siempre el mismo: el de los modosde la interpretación transcultural o, como gusta decir ahora, dela traducción de una cultura en los términos de otra (ClementeDei, 1993). No sé si la formulación del problema en términos deanálisis del texto 10 haga de más fácil solución respecto a la vie­ja formulación en términos epistemológicos.

Personalmente he intentado hacer mía la propuesta demar­liana: La «doble tematización de lo propio y de lo ajeno», la«comparación sistemática y explícita entre la historia que docu­mentan estos [de lo ajeno] comportamientos y la historia cultu­ral occidental que está sedimentada en las categorías del etnó­grafo empleadas para observarlas, describirlas e interpretar­las» (de Martina, 1977: 391). Por una parte «el preciso y fatigo­so interrogar e interrogarse respecto al carácter y las razones,en cuanto al génesis, la estructura y la función del comporta­miento cultural ajeno que el etnógrafo entiende argumentar»(ibíd.: 393), por otra parte «el empleo no dogmático de catego­nas interpretativas occidentales, es decir, un uso critico, contro­lado por el conocimiento explícito del génesis histórico occiden­tal de esas categorías y por la exigencia de ampliar y plasmar susignificado mediante la confrontación con otros Inundas histó­rico-culturales» (ibíd.: 395). Siempre me han parecido indicacio­nes suficientes (¡más que suficientes!) para, como dice Lynch,explorar las formas de lo no conocido: que yo haya logrado uti­lizarlas correctamente, es obviamente otro discurso.

En el pasaje que he citado (y que me ha estimulado precisa­mente por la multiplicidad de sus implicaciones), Sobrero pro­pone otro problema. Es urgente, él dice, volver a hablar de lasdiferencias no sólo como productos de lo imaginario. Reco­rriendo las reflexiones y las investigaciones que en estos años

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he dedicado a la ciudad, me he dado cuenta que no he habladojamás de las diferencias como productos de los imaginarios.Las he tomado siempre en consideración como el producto dela dialéctica entre el imaginario de los sujetos (incluyendo elmío) y las relaciones entre los sujetos. He hipotetizado que larelación, cualquier relación entre sujetos, implique un algo más,no reductible a las representaciones y evaluaciones que los suje­tos dan sobre la misma.

Me he dado cuenta también de que la tentativa de tornar esealgo, de explicitarlo y analizarlo, me ha conducido a un tipo depráctica teórica en los últimos a110s del todo obsoleta: me haempujado a pensar «fuerte». Quiero decir que me he encontradoen la necesidad de apelar a una jerarquizaci6n y a una termino­logía no sólo objetivantes, sino estructuradas; con las cuáles hetrabajado para tomar no sólo indicios, cruces, sombras y márge­nes, sino nexos: espaciales, temporales, genéticos, causales.

¿Era inevitable?, no lo sé. No estada segura en afirmar nique pensar fuerte significa pensar bien, ni que pensar bien sig­nifica pensar fuerte.

De cualquier Iorma se trata de un trabajo de antropóloga.Porque habitantes de las aldeas, sobrevivientes de los terremo­tos, obreros de industrias metalúrgicas, carpinteros, aficionadosdel fútbol y emigrantes son sin duda «otros», diferentes conrespecto a mí, y me han mostrado claramente al considerarme«otra, diferente de ellos».

El objetivo era tematizar estos encuentros.

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CAPITULO SEGUNDO

CIUDAD Y DIVERSIDAD

En el repertorio de palabras y frases que cada uno de nos­otros que hablamos en italiano usa cotidianamente, hay algu­nas de notable interés para la antropología urbana. Por ejem­plo, decimos: «aquel señor es una persona civilizada», «ha dadopruebas de gran urbanidad», «se ve inmediatamente que es unvillano», y así sucesivamente. Se trata de términos diversos poretimologías e historia, pero unidos por el hecho de que, históri­camente, todos derivan su significado de la supuesta proceden­cia tenitorial de la persona de quién se habla: civil y urbano sontérminos que remontan a una procedencia citadina, «maledu­cado» «villano» y «tonto» son términos que remontan a unaprocedencia campesina. Aun si ya nosotros los usamos sin dar­nos cuenta de su significado original.

Para la antropología, estas formas de decir son buenos indi­cios. Obviamente, atestiguan de un prejuicio etnocéntrlco anti­rural (civil y urbano implican un juicio positivo; maleducado yvillano un juicio negativo) y se revelan por esto como segura­mente nacidas en las ciudades (y en ciudades donde el despre­cio por los campesinos debía tener su fundamento en la estruc­tura productiva y en las relaciones sociales y políticas entre ciu­dad y campo). Por otra parte, al desprecio de los ciudadanoshacia los campesinos correspondía, como muchos proverbios lodemuestran, un juicio no menos negativo, aunque si de diversa

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índole, de los campesinos sobre los ciudadanos, consideradoscínicos, áridos, desconfiados, enredosos, etc.

Mas la primera cosa que resulta interesante para el antropó­logo es que estos juicios (o pre-juicios) cruzados atestiguan antetodo una percepción recíproca de diversidad. Los ciudadanos sepercibían (¿se perciben?) diferentes de los campesinos y vice­versa, los campesinos se percibían (¿se perciben?) diferentes delos ciudadanos. Esta simple constatación abre el camino a inte­rrogantes de clásica pertenencia antropológica: ¿Diferentescómo? ¿Diferentes en qué? ¿A causa de qué? ¿Con que conse­cuencias?

De nuestros ejemplos podemos obtener aún otros indicios.El primero muy importante, es el siguiente: la diversidad pareceser una realidad relacional; en otras palabras nos percibimosy/o somos percibidos diversos sólo en relación a alguien.

Se debe todavía observar como, al menos en el caso exami­nado, la percepción de la diversidad lleva a una jerarquización,a una colocación diferenciada en la escala de valores. En efecto,el juicio implícito contenido en las frases antes mencionadas noes ~(somos diferentes unos de otros, pero equivalentes», sino«ellos (los campesinos, los maleducados) son diferentes de nos­otros y por lo tanto inferiores». Y de la parte opuesta: «Ellos,los ciudadanos, son diferentes de nosotros y por lo tanto peo­res». Y, finalmente, mas no es la observación menos importan­te, como la diversidad es relacional se debe preguntar ¿existi­rían los diferentes, si no fueran otros a pensarlos, a verlos, atratarlos como diferentes? El antropólogo francés Gérard Altha­be habla en efecto de la «producción de otros como diferentes»(Althabe, 1990).

Detengámonos un momento sobre esta fórmula. Ella subra­ya, como acabamos de decir, el aspecto relacional de la diversi­dad: se es diferente siempre en relación y en comparación conalguien. Pero el uso del verbo «producir» implica también otraidea: si un sujeto social (individual o colectivo) produce otrossujetos sociales como diferentes, esto conlleva que él puede pro­ducirlos como diversos; en otras palabras, él controla las condi­ciones (sociales, económicas y culturales), que le permiten defi­nir al otro como diverso y de tratarlo como tal. A este punto,activadas las condiciones que producen la diversidad, esta últi­ma se vuelve real, en el sentido de que se concreta en una serie

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de vínculos y condiciones a las cuales el sujeto definido comodiverso debe uniformar sus propios comportamientos. Así si to­mamos en consideración la relación entre ciudadanos y campe­sinos y la miramos con perspectiva histórica, es bastante evi­dente que, a partir de un recíproco percibirse como diferentes ycomo mejores/peores, inferiores/superiores. ha sido el juicio delos ciudadanos el que viene a imponerse, a volverse paradigmá­tico, a prevalecer históricamente: la condición civilizada y laurbanidad se vuelven el modelo al cual todos tuvieron que con­formarse, ciudadanos y campesinos, a costa de la marginaciónde la que ha sido llamada, no por casualidad, «consorcio civil»,

En las ciudades, los procesos concretos de producción de ladiversidad se presentan en formas complejas y, en absoluto, li­neales.

Un ejemplo puede aclarar mejor este punto. La ciudad deMéxico, exterminada aglomeración urbana, cuya población esde casi 20 millones de habitantes, posee un excelente sistema detransporte urbano, construido con base en un proyecto elabora­do por el mismo equipo de técnicos que atiende el metro deParís. Yen efecto algunas similitudes estructurales entre las dosredes se notan. Pero hay una diferencia: en el metro parisino,las estaciones están indicadas con su nombre escrito; en el me­tro mexicano el nombre de cada estación está flanqueado porun diseño estilizado muy simple, que evoca el nombre de laestación, por ejemplo: «Viveros» está señalado por un árbol,«Emiliano Zapata» por un sombrero de ala larga, «Universi­dad" por el logotipo, simplificado, de la Universidad NacionalAutónoma de México, etc.

Como los nombres en las estaciones parisinas, así los símbo­los gráficos de las estaciones mexicanas son repetidos más ve­ces, en tamaños diversos, en los tableros, en las flechas direc­cionales, en los displays. ¿Cuál es el efecto que esta situaciónproduce? 1

l. Como contribución al análisis de la subjetividad del antropólogo en el terreno,quiero relatar lo siguiente. Por un tiempo, un mes o más, abordé el metro de la Ciudadde México, orientándome «automáticamente» en las indicaciones escritas y prestandoa los diseños la escasa atención que se presta a las decoraciones banales de cualquierambiente público. La constatación (mucho más natural en una «intelectual» como yo)que a pesar de los recorridos larguísimos, se ve poca gente leer en el metro mexicanoen comparación al metro parisino o londinense, me puso en la pista del alfabetismo.Una vez entendido para que sirven los diseños, he comenzado a usarlos yo también

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Pensado y concebido para usuarios que en buena medidason analfabetos, el metro mexicano considera a los analfabetoscomo normales, como usuarios iguales a los demás usuarios;Mientras el metro parisino trata a los usuarios analfabetos (¡quehay también en Parísl) como diferentes, por ser incapaces deusar el sistema de transporte con la seguridad y la desenvolturade quien sabe leer, por estar obligados a pedir información a losotros pasajeros y, por lo tanto, a establecer con estos últimosuna relación de dependencia, de subordinación evidente en uncontexto en el cual la relación personal y la comunicación ver­bal no están previstas y son toleradas con molestia. Las admi­nistraciones de los transportes públicos de las dos ciudades,operando selecciones diversas han producido o no una catego­na de diversos.

Sin embargo, se puede profundizar esta observación reflexio­nando sobre los efectos, de medio y largo período, producidospor las diferentes políticas de transportes públicos. El metro pa­risino puede ser usado con facilidad sólo por quien sabe leer, sevuelve para los habitantes de la ciudad un estímulo, mejor dicho,una especie de constricción externa a la alfabetización. No es la(mica, pero ciertamente es una de las muchas condiciones de lavida urbana, y no la menos eficaz, que, necesariamente inte­riorizada por cualquiera que viva en París. lo convenza que sa­ber leer y' escribir no sólo es útil e indispensable sino que, encierto sentido, es obvio, es una característica normal del ciuda­dano. El metro de la Ciudad de México opera en sentido contra­rio. Al permitir la experiencia del viaje dentro de la ciudad tam­bién a quien no sabe leer, hace obvia y normal la condición delciudadano analfabeto. El resultado es que el metro parisino queproduce como diferentes a los analfabetos, motiva la elimina­ción en tiempos medios de la diferencia entre analfabetos y alfa­betizados, mientras el metro mexicano que no hace diferenciasentre los usuarios, juega un papel importante en la persistenciadel analfabetismo, cooperando al mantenimiento de la condi­ción de analfabeto como diferente a la del alfabetizado.

para orientarme, trazar mis itinerarios, y he podido constatar su perfecta funcionali~

dad. La comparación con las señales de tránsito es espontánea. La cuestión que en­cuentro más interesante para la antropología concierne a la gramática y la sintaxis deestos códices iconográficos.

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Este ejemplo, uno entre los muchos que ofrece la vida urba­na, muestra en vivo, por decirlo así, esas características de ladiversidad que hemos enunciado: la diversidad es relacional,está producida en relación a las condiciones del contexto socialen que se da, es jerarquizante y jerarquizada porque implicajuicios de valor y relaciones de poder. Pero es también relativa,ya que lo que en un contexto es diverso, en otro contexto esnormal. Agregamos que es dinámica, en el sentido de que nonacemos diversos pero somos producidos como tales: lo quesignifica que se puede dejar de ser diferentes, ya sea a nivelindividual, integrándose en la categoría de los normales (porejemplo el analfabeto en París que aprendiese a leer), o inte­grándose en un contexto donde la diversidad «X» ya no es per­cibida como tal (por ejemplo el analfabeto en París que decidie­ra irse a la Ciudad de México); como a nivel colectivo, en lamedida en que cambian las condiciones del contexto social queha producido las características que, en el contexto mismo, de­finen la diversidad (por ejemplo, una transformación del siste­ma socioeconómico mexicano tan radical como para eliminarel analfabetismo; o una inmigración en París desde los paísesllamados en vías de desarrollo, tan rápida y fuerte como paravolver la condición de analfabeto en París tan común como loes hoy en la Ciudad de Méxicoj.!

Es útil desarrollar otra reflexión. El ejemplo analizado de­muestra que, en un contexto social dado, algunos de los sujetosactivos en el contexto, producen otros sujetos como diversos nosólo y no siempre en relación a caracteristicas étnicas, como qui­siera un lugar común hoy extremadamente difundido. Compe­tencias, pertenencias, disponibilidad de recursos, característicasde la más diversa naturaleza pueden ser utilizadas para producirdiferencia (Bourdieu, 1983). Al mismo tiempo, como hemos vis­to, las diferencias socialmente relevantes no son sólo prejuicios,entendiendo los prejuicios como meros productos cognoscitivos-

2. Muchas novelas de ciencia ficción utilizan un dispositivo similar al utilizado enel ejemplo -la nansferencía de condíciones-c-, usuales en un contexto históricamentedado, en otro contexto donde parecen absurdas: como se sabe, el efecto que éstedispositivo produce en el lector, es en el mejor de los casos, un desconcierto a menudogenerador de reflexiones más acertadas y conscientes sobre la «normalidad» de unomismo. En ese sentido, considero una lectura muy útil para el antropólogo urbano lasnovelas como Hocus pocus o Slapstick: de Kurt Vonnegut.

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valorativos de la psique humana; para que un grupo o un indivi­duo pueda ser producido como diferente en el interior de unsistema de relaciones sociales, las condiciones concretas en quese desarrollan las prácticas de los sujetos que producen a losotros como diversos, y de los sujetos producidos como diversos,deben ser tales que ofrezcan una comprobación objetiva al juiciode diversidad. El analfabeto como diferente puede ser producidoen un contexto en donde hay algo para leer o también en uncontexto en que no hay nada que leer, pero existe la noción de lalectura: ciertamente el analfabeto así diferente no es ni pensableni posible en una sociedad sin escritura.

Las consideraciones desarrolladas hasta ~uí nos permitenindicar, en una primera aproximación, tres grandes ámbitos dediversidad conexos con la existencia de las ciudades: las diversi­dades entre ciudad y campo, las diversidades entre las ciudades,y las diversidades internas en cada cíudad.,

Para muchos estudiosos lo que hace diverso el campo de laciudad es justamente el multiplicarse de las diversidades en elinterior de la ciudad misma. Aquellos que se refieren a una teo­rización de inspiración marxista señalan en las modalidades departicipación en el ciclo productivo y en las formas de la enaje­nación-apropiación del excedente, la base estructural de las di­versidades urbanas (Leroi-Gourhan, 1977; Goody, 1988; Cas­tells, 1974). Para Durkhelm y para todos aquellos que en él sehan inspirado, es la articulación de la división social del trabajoy, por lo tanto, el aumento de lo que llamaríamos hoy los perfi­les profesionales, el factor que favorece-no sólo la diversifica­ción en el ámbito del trabajo, sino también la diversificacióncultural, esto se debe al hecho de que la mayor interdependen­cia de los sujetos sociales debida a la acentuada división deltrabajo, hace menos necesaria como garantía de la solidaridadsocial la existencia de representaciones colectivas compartidaspor todos (Durkheím, 1982).

Simmel indicó el rápido sucederse de experiencias diversascomo una de las características típicas de la vida urbana y haunido a ellas las características psicoculturales del homo urba-.nus (Símmel, 1968). En la teorización de Símmel, los estudio­sos de la escuela de Chicago han subrayado el carácter relacio­nal de las experiencias urbanas y como consecuencia de ellohan teorizado sobre la necesidad para el habitante de la ciudad

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a entrar y salir continuamente de una multiplicidad de papelesdiversos, para poder entrar y salir de relaciones sociales nume­rosas, breves y superficiales, pero ineludibles, ya que la vidaurbana está hecha por ellas (Park, Burgess, McKenzie, 1979,Wirth, 1971). No es inútil recordar que muchos autores, en elmomento mismo en que subrayan la diversidad como una ca­racterfstica peculiar de la vida urbana, sin embargo, indicantambién la existencia de factores o condiciones que determinanformas de tendencial homogeneización de los habitantes de laciudad. Según la teorfa marxista es el hecho de compartir lamisma colocación en las relaciones de producción de la vidasocial el que determina una objetiva pertenencia de algún ciu­dadano a una específica clase, o de todos modos a una específi­ca categoría social, cuyos miembros tienen características simi­lares. Estas clases o categorías son consideradas más bien esta­bles, deterrninadas como la estructura productiva de la socie­dad: sólo un cambio de las relaciones de producción de la vidasocial puede determinar un cambio en las formas de la socie­dad. Sin embargo, aunque relativamente estables, las categorfaso clases sociales son consideradas, potencialmente o efectiva­mente -pero siempre- en permanente conflicto, dada la rela­ción de enajenación-apropiación de la riqueza que producen al­gunas categorías en ventaja con otras. Este conflicto constituti­vo de las relaciones sociales es el origen de toda posible trans­formación de las sociedades.

A la objetiva afinidad entre todos aquellos que pertenecen ala misma categoría o clase, corresponde su homogeneidad sub­jetiva en la forma de una cultura (conciencia social) compartí­da. Para Simmel, la tendencia a la homogeneización se mani­fiesta a nivel psicocultural: en respuesta a la multiplicidad delas solicitudes breves y violentas de la vida urbana, todos loshabitantes de las ciudades desarrollan tilla actitud blasé, sonpersonalidades despegadas y frías, poco inclinadas a sorpren­derse, entusiasmarse, participar, más dispuestas a usar sus pro­pias capacidades lógicas que las empáticas. Para Park el pano­rama urbano es más articulado. En el contexto urbano, son afi­nes aquellos que tienden a compartir no tanto un papel social,sino sobre todo una ética, un sistema de valores. Esta afinidad~los empuja a instalarse en la misma área urbana: de tal modoque en el interior de la ciudad se crean verdaderas «regiones

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morales», cuyos habitantes pueden tener en común de vez encuando el rol, la etnia o el perfil económico, pero ciertamentetendrán en común las orientaciones de valor toriesuamenti divalore) fundamentales. Park insiste en la función del lugar deresidencia como efecto-causa-efecto de los procesos de homo­geneización-diferenciación en el interior de la ciudad.

La copresencia y la tensión, en los contextos urbanos, deprocesos de diferenciación y procesos ele homogeneización fueuno de los temas más tratados en los estudios sobre la ciudad.Es, en efecto, un tema extremadamente rico en implicacionesteóricas, ya que remite directamente al problema de la defini­ción de la ciudad; y al mismo tiempo, tiene, o por lo menospodría tener, y alguien considera que debería tener, recaídassignificativas en las elecciones proyectuales y, por lo tanto, enlas políticas urbanas. Por ejemplo, dos estudiosos allnq'fle diver­sos como Jacobs (1969) y Sennet (1992) consideran la diversi­dad como el rasgo principal de la ciudad, su característica de­

.terminante, que garantiza y alimenta los aspectos mejores delvivir urbano. Ambos, por lo tanto, proponen que se proyecten o

"'se reproyecten ciudades que preserven, potencien y desarrollenla diversidad. Viceversa, otros consideran que la homogeneidadde los estándares es una garantía de igualdad para los ciudada­nos y de decoro formal para los edificios, ambos -igualdad ydecoro- valores considerados irrenunciables. Se proyectan en­tonces enteras zonas de edificios todos iguales (Giglia, 1994).

El hecho de que las respuestas de los urbanistas sean con­tradictorias y que cambien con sospechosa frecuencia, no signi­fica que no hay razones para hacer preguntas. Que deberemosen efecto, tomar en consideración más de una vez en el cursode este trabajo.

Las diversidades que se pueden notar entre ciudad y ciudadconstituyen un problema no menos espinoso, ya que tambiénellas aparecen más o menos evidentes según los parámetros queel observador quiere adoptar.

Las ciudades aparecen como diversas si son consideradasbajo el aspecto funcional, entendiendo con esta expresión elconjunto de las funciones de las que las ciudades son sede y enun cierto sentido, protagonistas. Como se sabe, hay ciudadesindustriales, ciudades-mercados, ciudades-centros administrati­vos, ciudades capitales políticas, .ciudades de servicios, ciudades

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universitarias, ciudades-puertos y ciudades-estación, ciudadesde arte y turismo, ciudades mineras, ciudad caravanera, ciudadde guarnición y ciudades militares. Y la lista podría continuar.

Es obvio que ni siquiera en los casos más extremos una ciu­dad es un asentamiento humano riguroso y exclusivamentemonofuncional: las especificaciones enlistadas, al contrario,aluden siempre a una función dominante que, sin embargo, noexcluye la presencia de otras funciones, aunque sean de menorimportancia. Muchos autores más bien han indicado justamen­te en la presencia de funciones diversas, el rasgo peculiar delasentamiento urbano. Y, no obstante, la característica comúnde la multifuncionalidad no basta para borrar la diversidad en­tre las ciudades. Limitémonos a ejemplos italianos: no es posi­ble no destacar las diferencias entre Florencia, ciudad de arte yturismo y Prato, ciudad industrial, aunque Florencia tiene susproducciones manufactureras y Prato algunos bellos monu­mentos. Análoga puede ser la comparación entre Venecia yMestre; todos los italianos distinguen entre una capital de laproducción y una de los negocios -Milán- y una capital polí­tica -Roma. Unidas por el hecho de ser de todos modos insta­laciones polifuncionales (mejor dicho con algunas funciones,por ejemplo la de centro administrativo, muy similares para to­das), sin embargo, estas ciudades son muy diversas. Tambiénadoptando parámetros de otra naturaleza, por ejemplo el de­mográfico, geográfico o también el morfológico o topográfico,las diversidades entre las ciudades continúan siendo significa­tivas. Sucede que aunque se clasifiquen todas como ciuda­des, son, en realidad, diferentes asentamientos humanos, unode los cuáles tiene una población diez veces más numerosa quela del otro. Pero ¿verdaderamente no hay ninguna diferencia enque un asentamiento humano comprenda 50.000, 500.000 o5.000.000 de habitantes? Y todavía hay ciudades que han sidoconstruidas y viven en el centro de ricas y fértiles llanuras,mientras otras están en medio de montañas inaccesibles o estánen los márgenes del desierto o de la floresta. De algunas ciuda­des se dice que extraen (o han extraído) su vida del mar o delrío que las atraviesa, pero otras ciudades están desprovistas deagua. Existen ciudades con planta radial y ciudades con plantalineal, ciudades-tablero y ciudades-mancha, ciudades monocén­tricas y ciudades policéntricas, ciudades que «viven» alrededor

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de una plaza o de un sistema de plazas y ciudades cuya vida sedesenvuelve sobre el eje de una avenida o de una calle principal.A todo esto hay que añadir los casos -tal vez los más numero­sos- que podríamos llamar híbridos, es decir, aquellos quepresentan una combinación de características diversas. Ejem­plo: una parte del centro histórico de Nápoles, los cuarteles es­pañoles, tiene una estructura de tablero, con calles rectas que secruzan perpendicularmente, y delimitan lotes de dimensionesmás o menos equivalentes. Como se sabe, este barrio debe suestructura al hecho de haber sido el área de acuartelamiento delas tropas españolas, en el período del Virreinato y de ser unaárea construida según un proyecto global de asentamiento. Ensus márgenes, los cuarteles españoles se unen con áreas urbanascrecidas en forma no programada, con intervenciones indivi­duales de diverso peso, pero de todos modos sujetas todas al I I

doble vínculo por un lado de los recursos de dinero, de poder, yde conocimientos disponibles para quien construía, y por elotro de las características morfológicas del terreno sobre el cuálse construía. En fin, sobre esta estructura ya bastante complejase introdujeron abruptamente las intervenciones de demolicióny apertura de los grandes ejes viales típicos de la política desaneamiento urbano del período postunitario, y las demolicio­nes y reconstrucciones gobernadas por la especulación de lasegunda posguerra. El resultado es una morfologfa urbana degran complejidad que requiere el manejo, por parte de quien lautiliza, de un repertorio muy variado de conocimientos y detécnicas del cuerpo: en un recorrido no más largo de 1 km, elpeatón pasa por la acera espaciosa de una arteria amplia, llenade tráfico urbano, a una calle igualmente llana y transitadapero estrecha y totalmente desprovista de aceras y por lo tantopeligrosa, para después doblar en un callejón de empinada su­bida, donde el tránsito disminuye, pero caminar es fatigoso. Enla cima encontrará una calle larga, estrecha, recta y liana, unade las calles del antiguo tablero; poco animada, que no exigeprestar atención al tránsito, pero sí tal vez a los posibles rateros.Desde esta calle, a través de un antiguo camino de escaleras, elpeatón podrá regresar sobre la arteria urbana en donde comen­zÓsu reconido. La misma distancia en un bulevar parisino o enuna avenida de Manhattan requiere de un uso del cuerpo mu­cho más uniforme.

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Por otra parte, Nápoles tiene muy pocas calles que tenganalguna semejanza con los bulevares parisinos, y ninguna, tam­poco en el nuevo centro direccional, que se asemeje a las aveni­das neoyorquinas; y Manhattan no tiene callejones, sólo baclc­streets y deadends (cerradas), y no tiene ni siquiera boulevards.En cambio en París hay callejones, pero no se puede decir quese asemejen mucho a los de Nápoles. Sin embargo, Nápoles,París y Nueva York son ciudades.

Con este último ejemplo hemos de algún modo traído a co­lación la historia de las ciudades. La reconstrucción de la histo­ria de una ciudad puede dar cuenta de manera exhaustiva delas particularidades que presenta, o al menos de su génesis. Sinembargo, la antropología urbana está particularmente interesa­da en un uso comparativo de la investigación histórica, paracoger al mismo tiempo las diversidades y sus orígenes, perotambién las semejanzas y posiblemente, las constantes de lavida urbana (Lanternari, 1965; Kilani, 1994), En su libro ya ci­tado, Richard Sennet ha evidenciado un caso notable de seme­janza-diferencia a propósito de la estructura urbana en formade tablero que hemos ya encontrado en los cuarteles españolesde Nápoles, La estructura de tablero derivada del antiguo cas­trum o campamento de las legiones romanas es reconocible to­davía hoy en varias ciudades europeas; caracteriza también aManhattan y a muchas otras ciudades norteamericanas en laplanificación de las cuáles ha sido adoptada con un preciso in­tento ordenador del territorio. Para los romanos respondía afinalidades prácticas de defensa y administraci6n; en el planosimbólico confirmaba los valores de pertenencia, de igualdadcivil y de jerarquía militar aceptada en nombre de la salvaguar­da del bien común, que orientaban las relaciones en el interiordel castrum, y el valor de la solidaridad agresiva que orientabalas relaciones con el exterior. Pero, observa Sennet «ningún es­quema físico impone un significado permanente» (Sennet,1992: 60). Según su interpretación. «el diseño moderno estápensado en cambio como desprovisto de límites, una estructuradestinada a extenderse hacia el exterior, un bloque después deotro, con el crecimiento de la ciudad». En el plano simbólico,esta estructura expresa para los americanos «el mundo alrede­dor de sí como desprovisto de lfrnites» y «el propio poder deconquistar y de asentarse como no sujeto a alguna limitación

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intrínseca o natural», La consecuencia última, según Sennet, esla «neutralización del valor de cualquier espacio especffico» y,complementariamente, «la neutralización del espacio urbano, através de la pérdida del centro» (Sennet, 1992: 61), Como suce­dió en la edad moderna en otros ámbitos de la vida social, tam­bién la producción del espacio como territorio habitable pierdetoda especificidad en el interior de un proceso de repeticióninfinita.

El caso examinado por Sennet parece sobre todo poner enevidencia, una vez más, las diversidades; ni siquiera la mismaestructura morfológica garantiza que dos instalaciones huma­nas sean similares. Pero, en un plano distinto de abstracción, elcaso de la estructura por bloques de las ciudades americanasevoca, por semejanza, un tipo de instalación humana aparente­mente diversa. Sin los límites no se da el centro, es la interpre­tación que Sennet da de la situación americana. Los Achilpaaustralianos protagonistas de un célebre estudio de Ernesto deMartina parecerían llegar a la misma conclusión a partir de unrecorrido inverso. Poblaciones nómadas en sus cambios a labúsqueda de las fuentes de sustentamiento, los Achilpa llevabansiempre el palo totémico o kauwa-auwa, que erigían y alrede­dor del cual celebraban un complicado ritual llamado engwura,

A través del análisis del rito y del mito al que se hace refe­rencia, además de las historias orales conexas a este conjuntomítico-ritual, de Martina sostiene, que ellas «nos muestran elpalo kauwa-auwa en su función de rescatar de la angustia terri­torial a una humanidad peregrinante. Plantar el palo kauwa encada lugar de residencia y celebrar el rito engwura, significareiterar el centro del mundo y renovar, a través de la ceremo­nia, el acto de fundación cumplido en illo tempore. Con esto ellugar "nuevo" es sustraído a su angustiante historicidad, a suarriesgado caos, y se vuelve una repetición del mismo lugar ab­soluto, del centro, en el cual una vez, que es la vez por excelen­cia, el mundo fue garantizado. En la marcha de sur a norte delas comitivas Achilpa, el palo kauwa-auwa absorbía entonces latarea de deshistorizar la peregrinación. Los Achilpa, en virtud desu palo, caminaban manteniéndose siempre al centro. En losmomentos criticas cuando la historicidad de la nueva situacióndenunciaba su angustiante presencia, ellos inclinaban el eje delmundo [el palo kauwa-auwa. N, del R] hacia la dirección de

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marcha, de tal modo que la nueva dirección era, por así decirloreabsorbida en el centro, el caminar venía rescatado como unestar, y la angustia paralizante era vencida, o al menos reduci­da» (de Martina, 1958: 270). Quisiera subrayar en particular elgesto ritual de inclinar el palo en la dirección de marcha: estosignifica que una vez fijado el centro se pueden indicar, simbó­licamente, los límites, se puede en otras palabras transformaruna tierra desconocida y peligrosa en un tenitorio familiar quese recorre sin riesgo. Esta confrontación entre dos situacioneshistóricas entre las más diversas nos permite poner en eviden­cia un elemento común: según las interpretaciones de estos dosautores, la tensión y la interdependencia entre centro y límitessería una estructura mental (y por lo tanto cognoscitiva y sim­bólica) útil a los seres humanos para producir el sentido delespacio en que se mueven, tanto en una metrópoli del siglo XX

como entre los nómadas del interior de Australia.Este uso combinado del análisis histórico y del comparativo

ha sido propuesto recientemente como hilo conductor de uninteresante volumen colectivo (Rossi, 1987) dedicado a las ciu­dades.

Consideremos ahora brevemente el tipo de diversidad de lasque ha partido esta reflexión. Las diversidades entre ciudad ycampo han sido uno de los temas abordados más frecuente­mente en el ámbito de la antropologia urbana, de acorde conbuena parte de la sociología. Para comprender por qué se nece­sita recorrer un camino bastante largo, a partir de las condicio­nes mismas en que ha nacido la investigación antropológica.

Existe hoy un consenso generalizado, sobre el objeto de laantropología: «al centro de su proyecto» está «el problema delestatus del otro, de su diferencia y de su semejanza» (Kilani,1994: 27). Cuando la antropología nació como disciplina dotadade estatus académico y de un preciso proyecto de investigación,aproximadamente en la segunda mitad del siglo XIX, el otro, elextraño o el diferente fue de inmediato al centro de sus intere­ses; pero al interior de un paradigma científico muy fuerte, he­gemónico, en el sentido verdadero del término, que dominabaen los últimos decenios del siglo XIX todo el horizonte de lainvestigación científica en Occidente: el paradigma evolucionis­ta. En la perspectiva evolucionista la otredad se explica -ydado el postulado de la unicidad de la mente humana como lo

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entendían los evolucionistas no puede ser explicada de otra ma­nera- como sobrevivencia, como persistencia de formas devida biológica, de formas de organización económica y social,de concepciones del mundo arcaicas, propias de fases prece­dentes de la historia de la humanidad.

Tanto el diverso exterior, definido no por nada primitivo,como el diverso interior, el campesino y el aldeano, eran consi­derados exactamente como los representantes sobrevivientes deépocas que para la parte adelantada de la humanidad estaban yadefinitivamente superadas, hundidas en la noche de los tiempos.

No entra en la economía de la argumentación que estoy de­sarrollando un juicio crítico global de la antropología evolucio­nista. Quiero sólo señalar un punto, el postulado de la unicidadde la mente humana implicaba para los evolucionistas un coro­lario: la necesidad para todas las formas de sociedad de trans­formarse pasando a través de las mismas etapas. Más o menosexplícita o conscientemente, ellos retenían que, como naturanon facit saltum, también la evolución cultural no pudiese sus­traerse al rígido esquema de las fases. Obviamente en la pers­pectiva de una evolución cultural tan rígidamente predetermi­nada no encontraban lugar, en el sentido de que no encontra­ban una explicación, todas las formas de cambio social y cultu­ral no reductibles al esquema evolutivo de las fases; lo que sig­nifica más o menos todo el cambio social y cultural que involu­craba a escala mundial tanto a las poblaciones extraoccidenta­les, como a las realidades urbanas y rurales europeas, en esaedad de pleno y completo despliegue del primer capitalismoque fue la segunda mitad del siglo XIX.

Hubo entre los antropólogos positivistas quienes intentaroninterpretar algunas de las nuevas figuras sociales producidaspor el colonialismo, por el urbanismo, por la industrialización yla proletarización como sobrevivientes o, más a menudo, comoejemplos de regresión a etapas más arcaicas.

Pero la respuesta más común de los antropólogos del sigloXIX al problema de la explicación o de la interpretación de loscambios de su época fue ignorarlos, dejándolos a la atención delos estudiosos de otras disciplinas. Cuando los pueblos de latierra por una razón o por otra salían de la barbarie y entrabana la «civilización», cesaban de ser objeto de interés de los antro­pólogos, de los etnólogos y de los folcloristas. En su mundo

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contemporáneo estos estudiosos recortaron algunos espacios,en el interior de los cuales fue para ellos posible producir suobjeto de investigación, es decir el primitivo y el arcaico, por asídecirlo, al estado puro, no modificado por el contacto con los«evolucionados». En fin, con los occidentales en el caso de lospueblos extra occidentales; con la ciudad en el caso de las lla­madas plebes rústicas europeas.

La selección (o más bien ¿la invención?, ¿la producción?) deeste objeto de investigación encontraba un reflejo, aunque mo­desto, en el hecho de que efectivamente el involucramiento enlos procesos de modernización no sucedía con la misma veloci­dad, amplitud y profundidad para todos los grupos humanos.Al final del siglo pasado y todavía en los primeros decenios deeste siglo era posible encontrar la isla, si no intacta al menospoco visitada, el pueblo aislado en la floresta tropical o templa­da, el asentamiento alcanzable sólo a pie hasta el valle alpino oen la cumbre de los Pirineos o en el altiplano (?) subtropical.Pero la hipótesis de la existencia de salvajes incontaminados yde aldeanos auténticos ponía entre paréntesis un hecho esen­cial: ya la sola presencia del antropólogo y, antes de él, del viaje­ro o del explorador, de los militares y de los funcionarios civiles,de los misioneros, de los mercaderes (?), comerciantes y de losmuchos más que tuvieran un motivo u ocasión para dirigirse alos lugares de los «primitivos». ya estas solas presencias com­prometían la condición «intacta» del mundo primitivo o arcai­co; por no mencionar los efectos más globales, pero más indi­rectos, de los procesos de modernización.

Si quisiéramos considerar la situación en términos abstrae­tamente lógicos, podriamos sostener que entonces se habríanpodido tomar diversos caminos: se podía elegir como objeto dela investigación antropológica, exactamente el cambio, la trans­formación de los salvajes; o bien, aceptando de todos modos larealidad de la «contaminación» del mundo salvaje o arcaico, sehabria podido desarrollar aquella actitud de la antropología acultivar la arqueología y la historiografía de las sociedades no­occidentales, actitud que, donde se desarrolló, ha dado frutosnotables. Pero éstas son hipótesis abstractas.

En cambio, las concretas condiciones históricas que crea­ron, provocaron la producción de aquel extraño objeto de laantropología que es el salvaje o el arcaico que ya no existe, pero

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del cual se habla como si estuviese. Este objeto artificial podíaser estudiado sólo después de haberlo colocado en alguna clasede no histórico eterno presente, aislándolo de cualquier interfe­rencia que modificase su «naturaleza»; ignorando los cambiosque, por hipótesis hubiese ya atravesado; borrando del cuadroal mismo antropólogo, también al inevitable elemento de conta­minación y de confusión en el ordenado e imaginario cuadro delas sociedades segmentadas o de las comunidades aldeanas.

Este artificial objeto de la investigación antropológica, aun­que haya brotado como hemos visto, de los postulados. evol~­cionistas de la capacidad de la mente humana y de la uniformi­dad de los procesos evolutivos, no fue puesto en riesgo por lacrisis del evolucionismo; al contrario no ha habido una orienta­ción teórica de las disciplinas antropológicas, al menos hastatiempos recientes, que no lo haya asumido y no h~ya con~ribui­do a reforzarlo. No me parece que haya sustanciosas diferen­cias, desde este punto de vista, entre difusionistas, Iuncionalis­tas y estructuralistas.é Timideces intelectuales, subalternidad alos estereotipos, intereses académicos consolidados y presionespolíticas han hecho que nos sigamos ocupando del salvaje o delarcaico que ya no existía, fingiendo que existiera todavía, pormuchos decenios durante el siglo xx. Es un bonito tema dereflexión antropológica: el de la vivacidad de las reacciones que,en más de un país, recibieron las primeras tentativas de denun­ciar la existencia de este enésimo rey desnudo.

El acuerdo (¿la ficción?) sobre el que se regía la investiga­ción antropológica se volvió pr-ogresivarnente insostenible, des­baratado por un siglo de procesos y eventos históricos de alean-

3. Encuentro revelador el texto de Evans-Pritchurd, Operatíons 011 the Akobo and.GUa Ril'ers 1940-41 (Evnns-Pritchard, 1973), de donde Gecrtz, cita amplios trozos enObras v vidas (Geertz, 1990). Los soldados africanos agregados al ejército de su majes­tad británica y los protagonistas de las grandes monografías de Evans-Pdtchard noparecen pertenecer al mismo mundo. Sobre este tema se h~ des.mTollado. hace al~­nos anos, una de las raras confrontaciones teóricas de la hístorin de la antropologíaitaliana. véanse Remotti, 1978; Signorelli, 1980. En la persistencia del ideal. del «au­téntico otro de nosotros» léase la divertida nota número 1 del ensayo «ContcmporaryProblema af Etlmography in the Modem World Systcm» de O.E. M,arcus en ?E.Marcus y J. Clifford, 1986: 165. Si hace un siglo el antropólogo .debl~ descubnr elauténtico primitivo. ahora tiene que recuperarlo y preservar su testlln~mo «bclore t~edeluge» (sic). Según Marees. lo que en realidad los antropólogos persl~e~ auto asíg­nándose esta tarea es «una etnografía libre de las indeseables complicaciones de laopresiva presencia de una economía política cargada de la historia mundial».

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ce mundial. El urbanismo y la industrialización, más tarde esaforma de urbanismo es la emigración interna e intercontinentalque transforman el campo, pero transforman también las ciu­dades. Después de la segunda guerra mundial la crisis de losimperios y el proceso de descolonización, no sólo cancelan lacondición de colonizado, ponen además en crisis la identidaddel colonizador. Y sólo después de la segunda guerra mundial-yen ciertos casos varios decenios después de la segunda gue­rra mundial- ha comenzado a quedar claro para los antropólo­gos de todos los países occidentales, no tanto que habían perdi­do su objeto, como se ha escrito muchas veces y en mi opiniónno correctamente, sino que el objeto del cual se habían ocupadosiempre era el producto de un tácito y extendido acuerdo; y,sobre todo, que este acuerdo se volvió irremediablemente obso­leto, porque no producía más.

Sin embargo, esto aunque muy importante y en un ciertosentido dominante, es sólo uno de los hilos rojos que recorre lainvestigación antropológica (etnológica y folclórica) en el perio­do que va desde la mitad del siglo pasado hasta la mitad denuestro siglo. El ámbito de investigación que etnólogos y folclo­ristas habían cortado (por más delimitado que fuera), no estabadel todo seguro. No podía y frecuentemente no quena en abso­luto serlo, ni lo que sucedía a su alrededor lo habría permitido.

A lo largo del siglo XIX, industrialización y urbanismo trans­formaron la disposición de una parte considerable de Europa.De este cambio radical los europeos mismos tomaron concien­cia. Para permanecer en el ámbito de nuestra investigación,basta pensar el interés que suscitó la nueva ciudad en los artis­tas, en los novelistas, y también en los autores de teatro, en lospoetas, en los pintores y en el público. Un personaje típicamen­te urbano de la segunda mitad del siglo pasado es tal vez la máspopular de las heroínas del melodrama del sao, Violetta Valery,la Traviata.

En cuanto a los filósofos, a los científicos sociales, y conmayor razón, a los planificadores y administradores del creci­miento urbano y a los políticos, en todos está presente la con­ciencia de que la ciudad moderna es nueva, que no es el pro­ducto de un simple crecimiento cuantitativo de los asentamien­tos del pasado; y en todos está la búsqueda de categorías analí­ticas que permitan comprender el nuevo fenómeno. Entre estas

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últimas un lugar privilegiado lo asumió luego y lo conservó du­rante mucho tiempo, la oposición ciudad-campo, destinada auna larga temporada de utilización en la construcción de nove­las y de obras teatrales, no menos que en las ciencias sociales."En el ámbito de estas últimas la oposición se volvió un clásicoinstrumento conceptual de las ciencias sociales modernas ycontemporáneas y ha sido muchas veces propuesta en versionesdiferentes, más refinadas y articuladas, hasta nuestros días (So­brero, 1992-72).

Algunas consideraciones pueden ser desarrolladas a propó­sito de la oposición ciudad-campo. Ella nacía de la fuerza de lascosas; o más bien de la conciencia que los contemporáneos ha­bían elaborado sobre los procesos en curso y en ese sentido hasido y es una útil clave de lectura de esos mismos procesos.Probablemente debe su fortuna también al hecho de tener unestatus epistemológico débil que permite utilizarla tanto comoun concepto de tipo histórico, tanto como un concepto de tipoestructural. En el primer caso ciudad y campo, implícitamenteo explícitamente asumidas como dos formas distintas de la or­ganización económica y social, están pensadas estáticamentecomo opuestas, a menudo mecánicamente opuestas: de maneraque al final el concepto sirve más para construir tipologías des­criptivas que para analizar procesos.

En el otro caso, ciudad y campo no están en contraposición,sino en sucesión: del campo a la ciudad, tanto en el sentido dedos formas históricas de organización social subsecuentes en eltiempo, como en el sentido de movimiento de seres humanos yde recursos del campo hacia la ciudad. Pero también en estasegunda acepción la oposición ciudad-campo en el ámbito an­tropológico no ha inspirado, sino en tiempos muy recientes, unanálisis exhaustivo del urbanismo. En efecto, han permanecidodurante mucho tiempo en la sombra al menos dos niveles delproceso: la incidencia de las aportaciones rurales en las dinámi­cas sociales y culturales que se desarrollaban en las ciudades; ylas transformaciones en el campo, ya sea por efecto del éxodorural o, sobre todo, por la recaída en los campos de los efectos

4. No se comprende a los héroes y a las heroínas de la gran novela deJ8DOeuropeosi no en el fondo de una oposición ciudad-campo que formo parte integrante de lasubjetividad, de lo vivido por hombres y mujeres europeos.

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del proceso de modernización. Se diría que por su prepoten­te desarrollo y por su inagotable capacidad de innovación, laciudad industrial pareció a sus contemporáneos como una es­pecie de máquina omnívora que engullía cualquier aportación yla reelaboraba para entregarla plasmada según sus modalida­des; mientras lo que contemporáneamente sucedía en los cam­pos, aún suponiendo que alguna cosa sucediese, parecía redu­cirse, al abandono, al empobrecimiento y a la conservación. Deahí justamente el interés hacia el campo como mina del pasado,donde encontrar los tesoros del mundo tradicional.

Vale la pena aún notar que la oposición ciudad-campo hasido a menudo revestida con fuertes implicaciones de valor,como equivalente de innovación-conservación, libertad-suje­ción, progreso-reacción; pero también al contrario, como he­mos ya visto, como equivalente de degradación-integridad, co­rrupción-honestidad, anonimato-identidad, aislamiento-perte­nencia, y así sucesivamente. Podemos agregar que estos juiciosde valor, tienen siempre alguna razón de ser, en relación a loscontextos en que venían formulados pero, como todos los jui­cios de valor, dicen mucho de quien habla y muy poco de lascosas de que habla. Se podría observar, por ejemplo, que enEuropa la segunda mitad del siglo pasado, para cada Violetta aquien se prometía que dejando París sus desazones habrian en­contrado remedio, había una Emma que esperaba remedio asus problemas si sólo hubiese podido abandonar el campo, nose dice si para ir a París, sino al menos a Rowen.

La oposición ciudad-campo ha conservado sus fuertes im­plicaciones de valor, al menos en Italia, hasta hace poco tiem­po, y aún los conserva para los que no pertenecen al mediointelectual.

A pesar de que en Europa el paso de la sociedad de AntiguoRégimen y la sociedad moderna hubiera podido ser traumático,de todos modos se caracteriza por diversos elementos de conti­nuidad, objetivos y subjetivos, si lo comparamos a lo que indus­trialización y urbanismo fueron en América y, en particular, enlos EE. UU. de América.,

Un primer dato, fundamental, fue puesto en evidencia. EnEuropa, industrialización y urbanismo se desarrollaron en unambiente desde hace muchos siglos humanizado integralmenteo casi y caracterizado por la presencia de las ciudades desde

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hace más de dos milenios. América del Norte no presenta nadasimilar. A excepción de los estados del suroeste, introducidos enla edad precolombina en la órbita de los imperios mesoamerica­nos y sucesivamente en la órbita de la colonia española, el restodel enorme continente era poco poblado; no había ciudades; nose practicaba la agricultura. En menos de dos siglos y medio seprodujo una transformación vertiginosa, sin precedentes en lahistoria de la humanidad. Seria estúpido decir que en doscientoscincuenta años en el territorio de los EE.UU. se resume la histo­ria de Europa, desde el genocidio ligado a la expansión conquis­tadora, heredado de los romanos y practicado en contra de losindios, hasta la industrialización. Seria estúpido porque la histo­ria no resume jamás la historia. Quizá en cambio sería sensatopreguntarnos acerca de la oportunidad de unificar a Europa yAmérica bajo la misma etiqueta de mundo occidental, culturaoccidental y otras denominaciones similares.

El nivel de crecimiento demográfíco e industrial de las ciu­dades americanas, la tipología de los procesos de crecimiento,la mezcla y la concentración de etnias, lenguas, religiones, cos­tumbres y prácticas generadas por las oleadas de inmigración,las infinitas soluciones inventadas para el problema de supervi­vencia y si acaso, ahorrar un poco de dinero, el choque cotidia­no, que todos vivían en carne propia, entre la herencia campesi­na que la mayor parte de los inmigrantes llevaban consigo mis­mos y la necesidad de integrarse en la civilización de las máqui­nas, o al menos en sus márgenes; el deseo de los individuos y delos grupos de realizar su propio ascenso social, y al mismotiempo el temor de perderse en el anonimato, en la indistinciónde la muchedumbre urbana, el temor de perder la red de lasrelaciones tradicionales que, reproducida en tierra de inmigra­ción, garantizaba un mínimo de seguridad y de reconocimien­to: todo esto a menudo se asemejaba sólo superficialmente o nose asemejaba de ninguna manera a lo que sucedió y sucedía enlas ciudades europeas, capitales y grandes centros industrialesincluidos. Además, había en los EE. UD. del siglo XIX dos pre­sencias inquietantes, de tanto en tanto también amenazadoras:los «salvajes» indígenas y los negros, los primeros presidiendosus llanuras y montañas, los otros en los plantíos y después enlas ciudades.

Muchas metáforas han sido inventadas para describir Amé-

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rica. La celebénima del metting pot suena hoy, más que obsole­ta, amargamente irónica de frente a las divisiones y a los con­flictos raciales que atraviesa los EE. UU.; sin embargo, era acer­tada al menos en un sentido. Es verdad que la fusión no se haverificado o al menos no en las formas felices auspiciadas porlos utopistas democráticos; pero es cierto que en ningún otrolugar del mundo tanta gente tan diferente se ha concentrado enlos mismos lugares, en tiempos tan breves, como sucedió enAmérica.

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CAPITULO TERCERO

CIUDAD Y CONFLICTO

Las ciudades no han sido jamás, ni en el caso de la polisgriega, o de la comuna italiana, ni tampoco en el de la pequeñacapital del generoso e ilustrado soberano medioeuropeo, sis­temas equilibrados de relaciones humanas integradas y sere­nas: al contrario, las ciudades han sido siempre el punto demáxima tensión de todo sistema social, a causa de la marcadadivisión del trabajo que las caracteriza, de la interdependenciade las funciones y del antagonismo de los intereses que de ellasderivan.

No obstante, también los autores menos inclinados a ideali­zar las ciudades del pasado están casi siempre orientados a juz­gar la ciudad contemporánea en términos extremadamente ne­gativos, sobre todo, cuando ésta tiene las dimensiones de la me­trópoli. La carencia de vivienda y servicios, las dificultades deltráfico, el crecimiento desbordado, la contaminación y los da­ños a la salud que de todo esto surgen, son los aspectos negati­vos que más frecuentemente se mencionan; el estrés provocadopor el ritmo de vida demasiado tenso, por el ambiente «no hu­mano», la depresión provocada por el aislamiento y la pérdidade identidad, son los daños psicológicos más a menudo citados.Estos dos grupos de factores tienden a señalar el origen del másvistoso y temido fenómeno social metropolitano (aunque sí es­tadísticamente no el más consistente): el rechazo por parte de

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grupos bastante numerosos a reconocerse e integrarse en lasinstituciones ciudadanas y el consiguiente desarrollo de la des­adaptación. La constatación de lo que frecuentemente se deno­mina patología social urbana, es generalmente exhaustiva y de­tallada. Mucho menos satisfactorios y a veces, en lo absoluto,incompatibles, me parecen en cambio los juicios valorativosque se dan de esta realidad y sobre las que se consideran comolas causas de la patología urbana. A la metrópoli se le reprochapor ser «inhabitable», por no ser «a la medida del hombre», sintener en cuenta el hecho que, si por un lado no es la primeravez en su historia que la humanidad se organiza en aglomera­dos a la medida de centenares y también de millones de habi­tantes, por el otro, no es cierto, en absoluto, que el pueblo o lapequeña ciudad sean lugares en los que es más cómodo vivir.Para encontrar un terreno común de discusión se necesitan de­finir las condiciones mínimas de «habitabilidad», cosa que fre­cuentemente se hace recurriendo a un biologismo, tambiénsimplificador y gratuito, que piensa que está en posición deidentificar las llamadas necesidades elementales del hombre através de analogías más o menos rápidas con el comportamien­to de los mamíferos superiores o quizá los gansos; olvidandouna vez más que desde «siempre», es decir, al menos desde eldescubrimiento del uso del fuego, la humanidad manipula supropio alimento, condiciona la atmósfera y la temperatura en laque vive y menoscaba el ambiente en el que se mueve (Leroi­Gourhan, 1977).

El parámetro para un juicio alrededor de las metrópolis nopuede ser de ningún modo buscado en la naturaleza, sino en lahistoria: la metrópoli es un hecho humano que debe ser juzga­do por su humanidad, no por su insostenible naturalidad o porsu (genérica) inhabitabilidad. Lo negativo de la metrópoli debeser determinado y analizado en términos de historia humana,no en términos de mayor o menor distancia -de todos modossiempre pretensiosa y pretextuosa- respecto de la naturaleza(Castells, 1974).

Si consideramos la ciudad como un hecho histórico hay unaprimera constante de la realidad urbana que es inmediatamenteevidente.

Cualquier cosa que haya sido la ciudad para la especie hu­mana, prodigioso acumulador y acelerador de los procesos de

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liberación de los condicionantes zoológicos, o al contrario,nudo critico a partir del cual se ha encaminado un proceso dedesviación perversa y, por consiguiente, de involución sin regre­so, una cosa es cierta: nunca la ciudad ha sido igual para sushabitantes (Leroi-Gourhan, 1977; Goody, 1988). En cada épocahistórica, si la ciudad representa una oportunidad. lo es paraalgunos más que para otros; si representa un riesgo, tal riesgoes para algunos marginal, para otros amenazador. Nos tenemosque preguntar entonces si no existe un nexo interno entre lasdos caras de la desigualdad: es decir, si la ciudad es instrumen­to de libertad y creatividad para algunos, en cuanto que es sedee instrumento de opresión y de explotación de unos sobre otros.y todavía si la ciudad ha sido y es un prodigioso propulsor de lahistoria humana, precisamente por cuanto es propio de la ciu­dad constituirse como elemento espacial de un proceso de ra­cionalización, pero también de explicitación, y por lo tanto, deradicalización de la contradicción fundamental de la historiahumana: la explotación de los seres humanos por parte de otrosseres humanos.

Creo que esta hipótesis de trabajo, no del todo nueva, es delas que se revelan más fructuosas para el análisis del fenómenourbano. En su interior es posible aislar un problema específicoque estará en el centro del presente análisis: es el problema dela aceptación de la desigualdad -y, por lo tanto, de las relacio­nes de explotación que la producen- por parte de aquellos queen la relación desigual están en desventaja, es decir, los gruposy las clases subalternas, dominadas.

Teóricamente, en abstracto, se deberla esperar de parte delos subalternos, de los explotados, un comportamiento cons­tantemente revolucionario, o al menos rebelde. Sin embargo,en la mayor parte de los casos, la respuesta es propia de mino­rías, más o menos consistentes, y sólo por lapsos de tiempomás o menos largos, para después ser reabsorbida, aunque nosiempre integralmente. Son raros en el curso de la historia(pero más frecuentes en ciertos periodos) los casos en que elcomportamiento contestatario se desarrolla hasta un verdade­ro proceso revolucionario, capaz de transformar esas relacio­nes sociales que en esa situación histórica específica generanaquella específica fonna de opresión contra la cual se levantóla insurrección. Y es ésta la segunda gran contradicción en la

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contradicción: la aceptación del dominio (Marx y Engels, 1972:Rossy Landi, 1968).

No se pretende plantear el tema amedrentador, en su vaste­dad, de las condiciones históricas que determinan una revolu­ción, es decir, el paso de una formación social a otra. Muy mo­destamente se quiere, si es posible contribuir a un análisis delos procesos de aceptación/contestación de la desigualdad, bus­cando una primera respuesta a dos cuestiones, que, de cual­quier modo abordan sólo un aspecto del problema:

¿La ciudad representa el lugar de una forma específica delpapel de la cultura en las relaciones de dominio?

En particular, ¿cuál es el papel de la cultura en el conflictoentre las clases y los grupos sociales en las grandes ciudades ymetrópolis contemporáneas llamadas postindustriales?

Un sistema social, un modo históricamente individualizadoy reconocible de producción de la vida social, tiene siempre unarelación igualmente individualizada asociada con un espacio.

No creemos que tal relación sea satisfactoriamente formula­da diciendo que un «X» sistema social ocupa un espacio o estáen un espacio: ya que en estas expresiones las dos realidades,tanto la social como la espacial, son asumidas no sólo comodistintas sino sustancialmente como no relacionadas. Reapare­ce en ellas la idea del espacio como contenedor de hechos so­ciales, y de estos últimos como conterlidos. La insuficiencia deeste planteamiento está demostrada por el hecho de que no sepuede obtener de él nada que sea útil para comprender las rela­ciones entre hechos sociales y hechos espaciales. En realidad,poner contenedor y contenido, el espacio y el sistema social,como realidades recíprocamente independientes, significa pos­tular implícitamente algunos importantes corolarios. Por ejem­plo, que sea posible una gestión correcta de uno (el espacio)independientemente de las condiciones de administración delotro; aunque si se cree, contradictoriamente, que administrarbien el uno puede no tener en alguna forma efectos benéficossobre el otro. O bien, viceversa, que los caracteres del espaciotengan un alto grado de constancia y permanezcan por lo tantoestables a pesar de los cambios que intervienen en el ámbito delos hechos sociales: y con esta óptica se tiende a asumir comoconstante el condicionamiento ejercitado por el espacio en ladinámica social. Como se ve, la falta de un análisis de las rela-

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ciones entre los dos ordenes de hechos parece resolverse en undeterminismo ahistórico que según los casos privilegia a unocon respecto al otro. En síntesis: o los hechos espaciales (y has­ta los hechos geográficos) son la única cosa verdaderamenteconcreta que condiciona lo demás, o viceversa, el espacio noexiste sino como variable dependiente en todo y por todo de lascapacidades humanas de utilizarlo, disfrutarlo y explotarlo.

Manuel Castells propuso en su momento un planteamientodiverso del problema. No existe sociedad que no tenga una rela­ción con el espacio: pero en alguna formación social histórica-­mente individualizada esta relación asume caracteres peculia­res. En efecto, no es el producto mecánico de la ocupación físi­ca de un contenedor, de parte de un contenido: la relación entresociedad y espacio es «función de la organización específica delos medios de producción que coexisten históricamente (conpredominio de uno de ellos) en una formación social concre­ta, así como es función de la organización interna de cada unode estos medios de producción». En otros términos: entre rela­ciones sociales en el espacio y relaciones sociales con el espacio,existe una interdependencia que es determinante. Y, en efecto,«lo que es significativo es la fusión de ciertas situaciones socia­les y de una localización particular en la estructura urbana...Hay un momento a partir del cual la fusión de situaciones se­ciales y espaciales produce algunos efectos pertinentes -es de­cir algo nuevo, específicamente espacial- en las relaciones declase y por esta vía, en el conjunto de la dinámica social» (Cas­tells, 1974: 273).

Se trata, por lo tanto, de individualizar concretamente, encada situación específica, aquellos elementos sociales y espacia­les que entrando en «fusión» determinan efectos de orden espa­cial en la dinámica social. En este proceso de individualizaciónde los hechos determinados por la fusión de lo social y de loespacial, los criterios que permiten reconocer la pertinencia deun cierto espacio respecto a un cierto grupo social no son sim­plemente los de su ocupación física y/o de la propiedad formal­jurídica, aunque ambos criterios pueden constituir un indica­dor útil en la fase de inicio de la investigación.

Tenemos a disposición otros tres criterios mucho más perti­nentes:

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- el primero es el económico, y consiste en la verificaciónde las interdependencias entre la colocación espacial de un gru­po y su participación en los procesos de producción;

- el segundo es el sociológico, y consiste en la verificaciónde las interdependencias entre colocación espacial de un grupoy su papel en la dinámica social;

- el tercero es el antropológico, y consiste en la verifica­ción de las interdependencias entre colocación espacial de ungrupo y construcción de su identidad en términos culturales, esdecir, como percepción que el grupo tiene de sí mismo dentrode una visión general del mundo y de la vida mediata por unsistema de conocimientos y de valores.

Probemos a utilizar estos criterios. En el siglo XIX y en laprimera mitad del siglo xx, la ciudad, sede e instrumento de laenajenación y de la opresión propias de la sociedad industrial,es sin embargo también, justamente en cuanto ciudad, matriz ycondición de libertad (Bahrdt, 1966).

Marx demostró que, una vez realizada la «terrible y difícilexpropiación de la masa de la población» que «constituye la pre­historia del capital», cuando los trabajadores fueron «transfor­mados en proletarios y sus condiciones de trabajo en capital,cuando el modo de producción capitalista se r.ige sobre basespropias, asumen una nueva forma, la ulterior socialización deltrabajo y la ulterior transformación de la tierra y de los otrosmedios de producción en medios de producción explotados so­cialmente, en medios de producción colectivos» (Marx, 1979,8).

De esta extremadamente compleja transformación. en elmedio de la cual probablemente estamos todavía, y que estáasumiendo formas también muy diferentes de las previstas porMarx, interesa resaltar aquí particularmente un aspecto: la par­te que está sustancialmente ya realizada, es decir, la generaltransformación de la fuerza de trabajo en mercancía, el inter­cambio generalizado de trabajo con salario, típico de la socie­dad urbana industrial, fue condición necesaria para que nacieray se generalizara tanto la conciencia del trabajo como valor,como la conciencia del valor del trabajo. Esquematizando unpoco el discurso, se puede también decir que con su reduccióna asalariados, los trabajadores urbanizados de la industria per­dían todo control en los procesos y en los instrumentos de pro-

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ducción: pero era exactamente su capacidad de distribuir fuer­za de trabajo la que, haciéndolos indispensables en el procesoproductivo y partícipes de ello, todos según modalidades homo­géneas, los constituía en clase dotada de conciencia de clase;capaz, por lo tanto, de actuar en los procesos sociales para de­fender sus propios intereses, precisamente en cuanto clase tra­bajadora. En la producción cultural de la clase obrera italiana,hasta el advenimiento del fascismo, el carácter fundamental delvalor del trabajo emerge muy claramente: es como trabajadoresque se asume un papel social y una identidad cultural, que sepelean y se defienden derechos y reivindicaciones, que se reco­nace la explotación de la que se es víctima y se es capaz deoponerse; que se remite solidariamente a quien es trabajador yantagonísticamente a quién no lo es. Y es casi innecesario seña­lar que esta conciencia difundida, que es pre-requisito indispen­sable de cada forma de organización de las clases trabajadoras,está en contradicción con la estructura del sistema social proto­capitalista y constituye, por lo tanto, en su interior un elementopermanente de conflictividad.

De hecho, al asumir justamente como propio fundamento elvalor del trabajo, la cultura obrera ha sido seguramente alterna­tiva y potencialmente revolucionaria; ya que se ha re-apropiadode la ética de la prestación, producción y competencia y de lanorma del comportamiento de presentación (Goffman, 1971;Weber, 1983) que son ciertamente constitutivas y fundamenta­les de la cultura de la sociedad industrial; pero reorganizándo­las y refinalizándolas a la individuación y a la realización de unobjetivo que es totalmente antagónico al dominante, al de laganancia: la creación de la sociedad socialista.

Es probablemente la linealidad y la ejemplaridad de esta«revolución cultural», las que contribuyen a damos de la ciudadprotoindustrialla imagen de una realidad integrada (desde lue­go según un esquema de integración antagónico) en tomo a unconflicto de clase claramente legible.

Otra fundamental condición de libertad que la ciudad mer­cantil y protoindustrial determina es, como ha puesto en evi­dencia Weber, la generalizada distinción entre público y priva­do y la consiguiente tensión dialéctica que se instaura entre lasdos esferas (Weber, 1950, Bardht, 1966).

A esta distinción, degenerada en separación entre público y

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privado, han sido a menudo imputados muchos de los malesque serían típicos de la vida urbana: aislamiento, desideologiza­ción, fetichismo consumista. Sin embargo, estas críticas igno­ran un dato esencial: la distinción entre público y privado, entreesfera existencial que pertenece al sujeto y esfera existencial enque se enfrentan los intereses colectivos, es una condición nece­saria para la laicización del consenso. La legitimación de la au­toridad puede dejar de reposar en las bases emotivas en que sefunda el consenso, al poder tradicional o carismático y asumirla forma de aceptación critica y responsable, susceptible de re­vocación en base a verificación, sólo si y cuando los sujetos dequien viene la legitimación se reconocen como poseedores de lasoberanía, de una soberanía histórica y laica, delegable pero noenajenable. El reconocimiento de la autonomía de lo privado esla identificación histórica de una área existencial que se sustraea la necesidad funcional de delegación de poderes de la sobera­nía (<<en mi casa mando yo»}, de una área que precisamente porsus características recuerda a los sujetos que también es posibleno ser gobernados, sino gobernarse.

Se ha observado muchas veces como esta autonomía de loprivado en la sociedad urbana industrial es ilusoria, una meraafirmación de principio a la cual corresponde en los hechos unaesfera privada invadida y modelada por el poder económico ypolítico; y se afirma que sin control sobre lo público, sin controlprecisamente sobre la esfera de lo económico y de lo político nopuede existir una verdadera autonomía de la esfera privada.

'La interrogación para empezar la parte restante de este aná­lisis es la siguiente: ¿la gran ciudad y la metrópoli tardo indus­trial son las dimensiones espaciales de una formación social enla que los procesos de valoración del trabajo y de laicización delconsenso se han extendido y consolidado? O al contrario ¿di­chos procesos se han debilitado y empobrecido hasta detener­se? Y de ser así, ¿qué otros procesos, productores de qué otrosvalores, los han substituido? ¿Con qué efectos?

Es sabido que la mayor parte de los cambios que hicieronentrar a Italia, aún con todas sus contradicciones, desniveles yretrasos, dentro de los países altamente industrializados y en elámbito de la fase de desarrollo industrial maduro, empezaronen la segunda postguerra y asumen caracteres evidentes a finesde los años cincuenta e inicio de los años sesenta. Estos proce-

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sos tienen en Italia un desarrollo peculiar, aunque no están des­provistos de analogías como sucede en otros países industriali­zados. De cualquier forma, los cambios por ellos inducidos inci­den en forma diferente sobre la condición y la cultura obreraque se fueron configurando en el curso de la primera fase deldesarrollo industrial en Italia. La estructura productiva se arti­cula y se diferencia internamente, provocando diferenciacionesen el interior de la condición obrera. El carácter estratégico deciertos sectores o de ciertas especializaciones productivas, juntoal refinarse del nivel tecnológico en ciertas fases del procesoproductivo, generan una correspondiente franja ocupacional dealguna forma privilegiada, no sólo en términos salariales, sinoen términos de seguridad de empleo, cualidad de las tareas,prestigio en la fábrica, ventajas indirectas: en términos de inte­gración al sistema. En cambio, se define una franja ocupacionalmás bien amplia, tanto interna como de soporte al sector pro­ductivo industrial, en el ámbito en el que la mayor parte de lastareas son más pesadas, escasamente o para nada calificadas;sobre todo si se trata de una área extremadamente sensible alas variaciones coyunturales o estructurales de la producción y,por lo tanto, sujeta a expansiones y contracciones muy ampliasy repentinas; como consecuencia ofrece poca o ninguna seguri­dad ocupacional y la cosa es grave porque para alimentar estaárea en las fases de expansión han sido movilizados contingen­tes notables de mano de obra de reserva, que en Italia es toda­vía fácil de encontrar en el interior del país, específicamente enel sur. Mientras tanto, los procesos llamados de descentraliza­ción y reestructuración productiva crearon una tercera áreaocupacional: la del trabajo de tiempo parcial o determinado, deltrabajo negro y del trabajo a domicilio (Foil, 1976).

De esta área ocupacional, caracterizada por una importanteinestabilidad, ha tomado, a partir de los años setenta (Vercaute­ren, 1970) una parte notable de sus componentes, aquel nuevosector de la población urbana que muchos se orientan a definircomo marginados y desprotegidos. Tal sector está constituido,por lo tanto, por todos aquellos que trabajan en condicionesprecarias en el sector industrial o en sus márgenes y en losservicios; pero se alimenta también por todos aquellos que nose integran en el sistema productivo bajo ningún título: inmi­grados recientes, jóvenes, grupos segregados o marginados por

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pertenecer a un determinado grupo de edad, de sexo, étnico. Y,por lo tanto, es la estructura de los procesos productivos la queproduce los marginados, no la metrópoli como tal. Pero es cier­to que la gran ciudad es la dimensión espacial que «entra enfusión» con el fenómeno de la marginación, provocando suaparición como hecho social reconocible y autoidentificable(aunque no siempre, y no necesariamente en términos de pro­testa); de tal forma los marginados se vuelven los portadores deuna presión social (consciente o menos, organizada o menos) ala que el sistema social responde en diferentes formas, diferen­tes según la clase de marginados a quien se dirige: aumentandola marginación hasta transformarla en guetización o segrega­ción; adoptando disposiciones asistenciales; finalmente creandooportunidades de trabajo más o menos artificiosas, pero quepor estar seguras y protegidas a menudo contribuyen a diferen­ciar todavía más, en su interior, la condición obrera. Ya que laparte más conspicua tanto de las disposiciones asistencialescomo de las oportunidades laborales se localiza en general enlas grandes ciudades, también esto se vuelve un factor de atrac­ción de los marginados.

Emergen al mismo tiempo en las grandes ciudades nuevasformas de explotación no directamente ligadas a la participa­ción en el proceso productivo, a las que corresponden nuevasformas de acumulación de ganancias. Los ciudadanos son ex­plotados como usuarios de la ciudad por medio de mecanismoscomo e! pago de! predial y la propiedad inmobiliaria o e! pro­porcionamiento de servicios muy por debajo del estándar quedeberla estar garantizado por el monto de la imposición fiscal.

Naturalmente todos estos fenómenos asumen caracteresmuy diferenciados de un país a otro y hasta de una ciudad aotra; pero desde nuestro punto de vista, por las característicasque presentan constituyen la base de un hecho cultural de granimportancia: la crisis del sistema de valores elaborado o de al­gún modo asumido por las clases subalternas urbanas, cuyo ejecentral era precisamente el valor del trabajo y el trabajo comovalor. Quién está desocupado o permanentemente infra-ocupa­do, quién se encuentra sin vivienda o quien paga un precio es­tratosférico por tenerla, quien esta obligado a buscar en servi­cios sociales caducos o escasos la forma de salir adelante a pe­sar de un sueldo precario o insuficiente, no puede constIuir su

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propia identidad en relación a una ética del trabajo productivo,así como no está en condición de definir su papel social enrelación al sistema de la ocupación.

Por otra parte, existe otro fenómeno típico de la gran ciudadtardo industrial que es necesario analizar. Es sabido que la ho­mogeneidad que las clases subalternas urbanas han perdidocomo trabajadores productivos, la han, en cambio, adquiri­do, como consumidores particulares de bienes duraderos y noduraderos; el periodo del llamado «boom económico» no haregistrado sólo un importante aumento del nivel cuantitativo ycualitativo de los consumos, sino también una homologacióntan amplia de estos últimos como para involucrar en análogasorientaciones de consumo a la clase obrera urbana, a los secto­res medios y también a las demás franjas del resto de la pobla­ción rural. Obviamente esta homologación no ha sido ni espon­tánea, ni libremente escogida; sino que ha sido inducida a tra­vés de una insistente y sagaz manipulación publicitaria: pormedio de la estandarización de los consumos se autoriza a ob­tener un control más estable y seguro del mercado. Como con­formismo enajenado, producido a través de una manipulaciónque frecuentemente alcanza niveles inconscientes de los sujetosa ella sometidos, el consumismo ha sido unánimemente conde­nado. Desde luego, en cuanto consenso acritico e inconsciente,que por añadidura se autopercibe como libre elección, el consu­mismo es una regresión con respecto a las formas de consen­so que hemos llamado laicas; es decir, del consenso libremen­te atribuido a grupos de vértice por parte de una base cuyacapacidad de reconocer sus propios intereses y de organizarsepara defenderlos ya está probada. Pero existe una potencialidad-¡únicamente una potencialidad!- diferente en la sociedad con­sumista.

Para mantener el control sobre el consumo y, por consi­guiente, indirectamente sobre la propia producción, las clasesdominantes deben forzar a los titulares de un sueldo, es decir, alos potenciales consumidores, a acceder al mercado según mo­dalidades homogéneas. Se determina así la recomposición deun papel económico único para todos aquellos que consuman:los cuales necesitan al mercado; pero al mismo tiempo son ne­cesarios al mercado según modalidades similares para todos.

Creo poder afirmar que esta situación no solamente ha gene-

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rado en el nivel cultural, el enajenado conformismo consumista.Precisamente, en ambiente urbano, de ella se ha desarrollado enalguna f01TI1a la petici6n finalizada a sustituir un sistema de con­sumos enajenantes e impuesto desde arriba, con un sistema deconsumos aut6nomamente definido y auto-administrado.

Al parecer, esta tesis la comprueba también el hecho de quelas tentativas de reapropiaci6n de los procedimientos de defini­ci6n y de satisfacci6n de las necesidades provoquen una resis­tencia, por parte de los grupos que detectan (7) el poder, que esmucho más dura de la que se daría frente a cualquier solicitudde aumento salarial. El control sobre el consumidor, y más engeneral el control social sobre el consenso, se ejerce, como essabido, en gran medida a través de la comunicaci6n de masas.Los efectos de la comunicaci6n de masas, sobre todo de la quese sirve ampliamente de c6dices no verbales (música, imágenes,colores, movimientos) son enormes, como lo atestigua una am­plia literatura especializada. En verdad, los medios de comuni­caci6n se han mostrado capaces, al menos para el uso que con­cretamente se ha hecho de ellos, de restablecer plenamente loscanales de formación del consenso sobre bases carismáticas y/otradicionales, que al parecer tenían que ser progresivamentereemplazados por formas de consenso laico. Como es sabido, através de los medios de comunicaci6n es posible estimular aniveles subliminales y obtener por identificación acrítica el con­sentimiento de un sujeto no s610 respecto a jabones, lavadoras oa una salsa para carne, sino respecto también a un estilo vida, aun programa político, o a un sistema de valores; sin mencionarobviamente la oportunidad, que la comunicaci6n de masasofrece a quien la controla, de seleccionar, censurar, manipularla información y los conocimientos.

Desde hace tiempo se ha repetido que «el medio es el men­saje»; con lo cual se quena sostener que la reducción del usua­rio a un receptor pasivo era un resultado y un efecto, ambos noeliminables, del medio con que el mensaje era trasmitido, no desu contenido. Desde el ámbito de las nuevas tecnologías educa­tivas al ámbito de la contra-información, al de la protesta políti­ca, hoy día muchos hechos han evidenciado --en Italia y enotros lugares y no por casualidad en circunstancias a veces dra­máticas- la insostenibilldad y la pretextuosidad de la tesis dela coincidencia del medio y del mensaje. El problema es una

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vez más el del control sobre los medios, tanto de comunicacióncomo de producci6n, ya que el control sobre el uso del medio esel control sobre los efectos que él produce.

Pero existe todavía un aspecto implícito en la realidad de lacomunicación de masas, y más en general de la comunicaci6n adistancia, que parece útil analizar en esta sede: parece haberuna relación inversa, para el ejercicio del dominio, entre controlde la comunicación a distancia y control del tenitorio. En otraspalabras, cuanto más eficaz es el sistema de comunicación adistancia del que dispone un grupo dominante y mientras mástotal es su control sobre ello, mucho menos el grupo en cues­tión depende para la conservación de su dominio, de una locali­zación «X», del control sobre un tenitorio dado. Es así no s610para la fase en que el ejercicio del dominio se concretiza enobtener la actuaci6n de las decisiones tomadas y el consenso ola obediencia a las directivas y a las órdenes impartidas; el con­trol sobre el sistema de la comunicación permite a los gruposdominantes ser autónomos respecto a la localización en el terri­torio, también en la fase de abastecimiento de las informacio­nes necesarias para ejercer el dominio y en la fase de su elabo­raci6n con el fin de producir decisiones. Se trata evidentementesólo de una tendencia: pero es significativo que si en el ámbitointernacional se reduce siempre más el número de territorios oáreas cuyo control tenga de por si un valor estratégico, en elnacional se descubre que el poder no está en las ciudades, sinoen los municipios.

Ya está consolidada la tendencia de desprender de las ciuda­des los asentamientos industriales, no sólo descentralizándolosen el tenitorio, sino despedazándolos en el trabajo a domicillo.También el mercado (siempre menos «Iibre») como lugar deconformación a los estándares del consumo y de canalizacióndel empleo del sueldo, parece destinado a ser disociado de laciudad: la creación de gigantescos centros comerciales aisladosen el campo y el incremento de las ventas por correspondencia,testimonian una tendencia que realizando las condiciones de lareducci6n del ciudadano a consumidor privado, sujetado entreelecciones obligadas, garantiza evidentemente un control ópti­mo sobre su comportamiento.

En suma, aparte el residual papel simbólico y de representa­ción que los centros, sobre todo los centros históricos monu-

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mentales, pueden desarrollar y aparte las residuales posibilida­des especulativas que la renovación urbana aún puede ofrecer,las clases dirigentes (que antes que otros han dejado de residiren las ciudades) parecen orientadas a disociarse más del desti­no de la ciudad.

Probablemente esta tendencia no nace hoy, está más bienoperando desde hace algunos decenIos; y la incapacidad de lasclases dirigentes contemporáneas, no sólo italianas, a inventar ya realizar una política de la ciudad, si no innovadora al menosadecuada al statu qua, atestigua quizás no tanto su torpezacomo su sustancial y progresivo desinterés por el problema ur­bano. Precisamente el poder ya está en otra parte.

En los EE.UU., esta tendencia parece ya claramente legibleen el progresivo transformarse de las ciudades en constelacio­nes de guetos, miserables o de lujo, recíprocamente segregados,y conectados (siempre que lo estén) pero independientementeunos de otros, a circuitos nacionales de integración política,económica y cultural que tienen siempre menos contactos y ne­xos con la dimensión urbana y dirigidos por centrales de man­do que no tienen necesidad de formar parte de una ciudad. Encambio, los procesos y los mecanismos de integración internosa los guetos, se localizan, se miniaturizan cada vez más, asu­men contenidos a escala interna al propio gueto, reforzando asísus características de aislamiento y de segregación.

En Italia, estas tendencias no son en absoluto desconocidas,pero no tienen todavía las características y las dimensiones delas americanas. El crecimiento cuantitativo y no cualitativo delas ciudades italianas en los años de las grandes migracionesinternas al país ha puesto las bases en muchos casos para unatransformación de la ciudad en una constelación de guetos.'

La localización urbana, que parece ser no solamente menos

1. En Italia, en los últimos dos años, parece haber una inversión de la tendenciadescrita en el texto. En el clima de incertidumbre política determinado después de laselecciones políticas de marzo de 1994, los alcaldes de algunas importantes ciudades,elegidos directamente con base en Jos procedimientos previstos por la nueva ley elec­toral para las administraciones locales, parecen asumir el liderazgo de un movimientoque aprueba a dar nuevo impulso a las ciudades, en el marco de una reconquistadaautonomía local. Se habla nada menos que de un «partido de los alcaldes», Aún reco­nociendo lo interesante que es este fenómeno, me parece que es demasiado prontopara decidir si representa una tendencia de fondo, o más bien una sustitución respectoa una dirección política insatisfactoria a nivel nacional.

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necesaria, sino por el contrario un obstáculo al ejercicio del po­der por parte de las clases dominantes, es en cambio todavíaútil a las clases «desprotegidas» para que puedan organizarse yejercer el poder de oposición y de contestación. Al menos hastaque la comunicación a distancia y la comunicación de masassean controladas desde arriba y utilizadas como instrumentosde producción de la hegemonía y de gestión del consenso, lasciudades y las metrópolis serán los únicos espacios colectivosdisponibles para las clases subalternas: es decir, los únicos es­pacios donde es posible hacer circular la información y compa­rar las experiencias en presencia de una concentración de per­sonas suficientemente amplia para que constituya un conjuntode relaciones 'no irrelevantes respecto al sistema social global.Los espacios colectivos, los espacios que todos o que muchosusan, no son de por sí modalidades de emancipación o de libe­ración. Sin embargo, son espacios cuyo uso puede ser ligado alemerger de una estructura de relaciones sociales (grupo, movi­miento, partida, asociación, etc.) capaz de actuar para la satis­facción de necesidades que los miembros de la propia estructu­ra reconocen como comunes, a través del intercambio de infor­mación y la confrontación de las experiencias. Por lo tanto, es­tos espacios son también aquellos en donde el conflicto sociallatente se vuelve manifiesto, en la forma de choque entre intere­ses colectivos contrastantes. Una fábrica, un recinto universita­rio, una plaza, una calle, tienen estas características, pero pue­de asumirlas el patio de una escuela, un comedor de hospital o--es una experiencia reciente- un punto cualquiera de la ciu­dad en tomo al cual se estructura una red de información nadamenos que sostenida vía radio. La crónica cotidiana ofrece to­dos los días materiales que respaldan este diagnóstico: es en laciudad y por medio de la ciudad que la tensión social se coagulay se manifiesta; es en la ciudad y por medio de la ciudad que lasclases y los grupos subalternos y, en particular, los grupos«marginados» se organizan y ejercen esa cuota de poder con­tractual que logran expresar.

A la luz de este análisis, y siempre que sea correcto, el pre­juicio antiurbano y antimetropolitano aparece como un casotípico de «idea dominante», es decir, un interés de las clasesdominantes expresado bajo la forma de valor, que impuesto alas clases subalternas, les oculta sus intereses reales. En efecto,

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para las clases dominantes, no se trata de ninguna manera dehuir de la contaminación o del estrés o de regresar a la natura­leza y a condiciones de vida «más humanas»: la existencia delas ciudades nunca ha impedido gozar del campo, a quién po­día hacerlo. En realidad, se trata de obtener un mayor y másfácil control del conflicto social, disgregando y desarticulandolas diversas estructuras constitutivas del sistema social (estruc­turas familiares, estructuras productivas, mercados, estructurasinformativas y culturales); estructuras que, en una cierta fasehistórica, entrando todas simultáneamente en «fusión» con ladimensión social urbana dieron origen a una formación social"a un alto potencial innovador: la metrópoli, precisamente.

Cualquier innovación que dispersando a los sujetos en el te­rritorio, obstaculice la circulación de las informaciones, la com­paración de las experiencias, el reconocimiento de los interesescomunes, la organización para defenderlos, no puede más queconducir a las clases subalternas a condiciones de vida menos«humanas».

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CAPITULO CUARTO

CIUDAD: ESPACIOS CONCRETOSY ESPACIOS ABSTRACTOS

El espacio humano no es un contenedor indiferenciado, ho­mogéneo, tampoco es una abstracción geométrica. Es diferenteestar en el espacio aquí o allá: hay espacios buenos y espaciosmalos, espacios en donde se está bien y espacios en donde seestá mal. La expresión «tener espacio» es frecuentemente usadaen sentido metafórico, pero metáfora y sentido literal son muycercanos, ya que el espacio del que dispone concretamente cadaindividuo, grupo, clase social, en una sociedad dada, mide supoder y riqueza, refleja su prestigio, su colocación en la jerar­quía social. En sentido real, no sólo metafórico, tener espaciosignifica tener libertad, libertad de dirigir, de ser, de relacionar­se y viceversa; precisamente en toda sociedad la privación deespacio es la correlación de una posición subalterna o marginalen el sistema social.

Se puede, por lo tanto, afirmar que el espacio se define enrelación a los seres humanos que 10 usan, que lo disfrutan, quese mueven en su interior, que lo recorren y lo dominan. En esesentido la definición más satisfactoria es la que considera elespacio como un recurso. Todo el espacio con el que los sereshumanos se relacionan en cualquier circunstancia y ocasión,viene de esta misma relación transformado en recurso: es decir,en medio de supervivencia, estímulo a su utilización, ocasión decrecimiento, pero también de riesgo, tanto a nivel biológico

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como psicológico, para los individuos solos, no menos que paralos grupos. En el concepto de recurso esta implícita la utiliza­ción de un potencial del que se puede disponer y la intervenciónde un autor consciente que utiliza ese potencial para conseguirun fin. El resultado no está automáticamente garantizado: hayun problema entorno al uso correcto de los recursos. En el casodel recurso espacio, el entrar en relación entre actor y potencia­lidad puede concluir en catástrofe antes que en progreso, lasexploraciones «equivocadas», la condensación o la rarefacciónexcesiva de los asentamientos, las localizaciones erradas o peli­grosas, el sedentarismo imprudente han dejado, a menudo,huellas dramáticas en la historia de la utilización del recurso­espacio por parte de la humanidad remota y reciente (Botta,1991, Lynch, 1992).

Sin embargo, ¿es posible definir una utilización óptima delespacio? ¿Es posible individualizar criterios que admitan afir­mar que un cierto espacio es usado correctamente? ¿O unoscriterios para decidir si el espacio disponible en una situacióndada es suficiente? Es obvio que la situación se presenta en losmismos términos para cualquier otro recurso: si se quiere deci­dir si hay bastante comida, si está bien utilizada o si hay sufi­ciente educación y ha sido bien usada. La individualización deun semejante criterio de optimización, de un parámetro queadmitiese establecer el grado de positividad de ciertas situacio­nes, tendría no sólo un evidente valor normativo, operativo,práctico, sino también una gran importancia cognoscitiva; ladefinición de un criterio similar presupone en efecto que se lle­guen a individualizar y aislar algunas caracteristicas constantesy determinantes de la condición humana.

Es cierto, éste es un objetivo al que las ciencias humanasmiran con tenacidad. El racionalismo Iuncionalista creyó yahaberlo logrado, y si en arquitectura y en urbanística creyó po­der individualizar una necesidad «dada» de espacio a la queuna proyectación racional del uso del espacio mismo podía res­ponder, en antropología consideró que todo sistema social, detodas las sociedades, pudiese ser explicado como sistema derespuestas a las necesidades biológicas primarias. Para Mali­nowsky el fin, o más bien, como él dice, la [unción de cadasistema social es justamente la satisfacción de las necesidadesprimarias (comer, dormir, aparearse, reproducirse, abrigarse),

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aunque su satisfacción se realice a través de las complejas me­diaciones de los sistemas institucionalizados de tipo secundariou organizado (división del trabajo, sistema de los roles, transmi­sión de la herencia social a través de la educación etc.). Loslímites positivistas y naturalistas de este planteamiento hansido señalados ya frecuentemente; sin embargo, la posibilidadde eludir los problemas de lo social refiriéndolos a nivel biológi­co es tan sugestiva como para explicar la persistente populari­dad del funcionalismo. Es un hecho que el funcionalismo (y elracionalismo que presupone) no logran explicar fenómenos queson específicos y caracteristicos del nivel social, es decir, la dife­renciación y la subordinación; en otras palabras, el cambio y elconflicto (Balandier, 1969).

Chornbart de Lauwe, al querer anclar su interpretación de laciudad a una teoria de las necesidades, tuvo que articularla yadmitir que es necesario distinguir entre necesidad-obligación ynecesidad-aspiración, entre prioridad y primacía o precedenciade hecho que se realiza en la satisfacción de las necesidades(Chombart de Lauwe, 1975). El hecho de que una necesidad seaintegralmente satisfecha no significa que necesariamente seauna necesidad prioritaria; ni a la inversa, el parcial o total des­cuido de una necesidad no significa que no tendría valor priori­tario. Está claro que este tipo de afirmaciones no hacen másque multiplicar los problemas en vez de resolverlos. Tullio Altanutiliza las dos categorías de necesidades inconscientes y de ne­cesidades inducidas, para enriquecer la esquemática tipologíade Malinowski, basada en el binomio necesidades primarias­instituciones; pero también en este caso queda por explicar lomás importante, es decir la diferenciación (¿por qué ciertas ne­cesidades son conscientes y otras no?), y la subordinación(¿quién y por qué induce tales necesidades en quién?) (TullioAltan, 1971).

En realidad, como también Malinowski demostró en sus in­vestigaciones de campo, la inteligibilidad de la condición huma­na resulta de lo que ésta tiene de específico y peculiar, y no de loque tiene en común con otros niveles de lo real. Son las relacio­nes sociales que plasman las infinitas y dúctiles necesidades olos instintos humanos y no viceversa. Hasta donde sabemos, lasrelaciones de poder parecen estar presentes y ser constitutivasen todos los sistemas sociales, de modo que en el caso del hom-

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bre la relación entre el agente y el recurso no es sólo una oportu­nidad de satisfacción de una necesidad. sino también una posi­bilidad de adquirir poder. En las condiciones humanas, el con­trol de los recursos no tiene como fin único su uso funcional a lasatisfacción igualitaria de las necesidades, ya que en la condi­ción humana el control de un recurso se vuelve fuente de poder.

Como todo recurso, el espacio es fuente de poderes y lasmodalidades de control de su uso serán decisivas para hacerque ese recurso sea un instrumento de subordinación o de libe­ración, de diferenciación o de igualdad. Como confirmación deesto se pueden observar dos hechos: en ninguna sociedad el usodel espacio se deja a la inmediatez y a la espontaneidad instinti­va; al contrario, siempre está socialmente reglamentado y cultu­ralmente definido.

Tal reglamentación y definición encuentran una precisa co­rrespondencia en las relaciones sociales. No es difícil verificar(¡en cada sociedad!) la correspondencia entre clasificación ycualificación de los espacios, reglamentación del derecho de ac­ceso a cada uno de ellos y estratificación de la sociedad en cla­ses, castas, rangos; así como es evidente que el sistema culturaldel grupo constituye la raíz ídeológíca y, por lo tanto, el instru­mento de legitimación del sistema de organización del espacioadoptado por el grupo mismo. Consideremos sólo la funciónque pa tenido y que tiene como agente modelador del espacioen l~ sociedades occidentales, el valor culturalmente reconoci­do de la propiedad privada.

En otros términos, la relación hombre-espacio coincide conla relación entre los hombres en el espacio y con la concienciacultural de esta relación. No se trata, sin embargo, de la racio­nal satisfacción de una necesidad abstracta, sino de una reali­dad históricamente definida y manipulada a nivel cultural: esoes lo que tenemos delante de nosotros cuando examinamosnuestro espacio. Y, frecuentemente, la conciencia que tenemosde nuestro espacio es ideológica; no es casual, por ejemplo, sien la sociedad occidental, en el interior de una cultura indivi­dualista y racionalista, el énfasis cae siempre sobre el hombre­artífice que, demiúrgicamente, organiza su propio espacio co­herentemente con sus propios deseos y necesidades, con baseen una condición de libre elección; mientras, permanece en lasombra, el otro aspecto fundamental del hombre que, desde la

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forma hasta las modalidades de utilización del espacio que en­cuentra disponibles, está condicionado para organizar segúnciertas modalidades su vida y su visión de la realidad. En esesentido, la forma y las modalidades de utilización del espacioson un importante instrumento de educación. También por me­dio de la forma históricamente creada del espacio del que dis­fruta, un grupo social consigue la socialización de las jóvenesgeneraciones, es decir, que se adecuen al sistema vigente de lasrelaciones y de los papeles, y se culturalicen, que se interiorice aniveles profundos la visión de la misma realidad propía del gru­po en cuestión. El espacio cultura1izado adquiere de tal modo loque Bourdieu ha llamado «evidencia dóxíca» (Bourdieu, 1992):olvidada su raíz histórica, por el hecho de ser un producto derelaciones entre los seres humanos, el espacio adquiere a losojos de todos aquellos que lo disfrutan la inmutable razón deser, de los hechos de la naturaleza.

En las periferias de las grandes ciudades italianas -y no esmuy diferente a lo que se puede ver en las periferias de lasgrandes ciudades occidentales- son reconocibles tres tiposfundamentales de asentamientos residenciales:

- las colonias suburbanas de habitantes de ingresos me­dio, medio-alto y alto;

- las colonias espontáneas o abusivas con una tipología deconstrucción muy variada que va desde la barraca de cartón ylámina, la villa unifamiliar hasta la quinta u hotel de dos o trespisos, para habitantes cuyo ingreso igualmente abigarrado y aveces de proveniencia semi legal o ilegal, va desde los nivelesmiserables hasta los medio-bajos, medio y medio-altos;

- las colonias de construcción social en diferente medidafinanciadas con dinero público y concedidos según diversas fa­cilidades a usuarios que son siempre populares: obreros, artesa­nos, pequeñísima burguesía y cuotas de bajo proletariado (Fe­rrarotti. 1970; W.AA., 1971; Caraccíolo, 1982; George, 1982;Chombart de Lauwe, Irnbert, 1982; Briceño Lean, 1986).

Esta tipología, ordenada en base a criterios socio-económi­cos, corresponde a importantes diferencias de orden cultural,relativas al diseño de los apartamentos, de los edificios y de lascolonias.

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Se puede, en efecto, observar que en el primer caso arquitec­tos y habitantes pertenecen a la misma clase social y al mismoambiente cultural; en el segundo caso, los habitantes son los ar­quitectos de sí mismos; en el ter~er caso, en ~ambio, hay, un~distancia considerable entre arquitectos y habitantes, en térmí­nos de pertenencia de clase, no menos que en términos de refe­rencias culturales. Sin embargo, cada colonia de construcciónsocial se presenta para el antropólogo -que, por supuesto, hagapropia la hipótesis de la relevancia de las diferencias culturalesunidas a las diferencias entre clases sociales (Eames y Goode,1973, Signorelli, 1973; Redfield, Peattie, Robbins, 1984)- comoun terreno de contacto cultural entre cultura de los arquitectos ycultura de los habitantes, es más, de verdadera aculturación,más o menos forzada. A reforzar este dato de extrañez cultural,contribuye en gran medida el hecho de que los futuros habitan­tes no son jamás los que cometen el trabajo de proyectación,sino que más bien no ejercen ningún tipo de influencia. No exis­te por lo tanto ninguna mediación; en el momento en que elhabitante entra en la que será su casa, encuentra incorporada enella (en la tipología, en la morfología, en los criterios de distribu­ción, en los contactos con el exterior, y así sucesivamente) unacultura que no es la suya (Dematteis, 1982, MeW, 1982; Rebe­rioux, 1982; Althabe el al., 1984).

Semejante realidad ofrece al antropólogo motivos de refle­xión y de investigación de notable importancia. El proceso demodelación del espacio de la vida es para la especie humana unproceso fundarnental.jradical en el sentido constitutivo de raí­ces (Lerdi-Gourhan, 1977).

Ya Evans-Pritchard señalaba que si es incontestable que elconcepto de espacio es «determinado por el ambiente físico» ,como el concepto de tiempo, también «incorpora valores» y«depende de principios estructurales que pertenecen a un diver­so orden de realidad» (1975: 144). No hay duda que el uso an­trópico, es decir, humano, del espacio, es instrumental y expre­sivo, tanto funcional como simbólico, cognoscitivo y emotivo almismo tiempo; al interiorizar el orden espacial que su grupo depertenencia ha construido históricamente, el individuo inte­ríoriza el orden social, y al mismo tiempo la estructura cognos­citiva y ética que ordenará su vida psíquica y corporal (Signore­lli, 1977; Pinxten, van Dooren, Harvey, 1983). En otros térmi-

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nos, apropiarse cognoscitiva y operativamente de un espacioculturalmente modelado significa integrarse en el grupo socialartífice de aquel proceso de modelamiento, Considerados desdeeste punto de vista los asentamientos de vivienda de interés so­cial representan un caso conspicuo de separación entre modela­miento del espacio y uso del espacio, en el sentido de que lapoblación destinada a usar estos espacios es, como hemos vistoextraña a los procesos de modelamiento del espacio que usará(Verret, 1982).

Esta separación -que en las sociedades tradicionales no eraignorada, pero se refería a espacios delimitados destinados ausos muy especializados y a menudo predominantemente ritua­les y muy poco instrumentales- poco a poco se ha hecho máspresente y consistente en el curso de la edad moderna, asocián­dose de manera cada vez más evidente al ejercicio del poder y asu legitimación. Se pueden indicar dos pilares significativos deeste proceso, antes de llegar a la situación actual. La creación degrandes espacios escenográficos, capaces de expresar, imponer ylegitimar al mismo tiempo, un poder y su ideología: la plaza SanPedro en Roma y la Pennsylvania Avenue en Washington, po­drian ser dos ejemplos adecuados (Castells, 1974). Y, en segundolugar, las instituciones totales: colegios y cuarteles, hospicios yprisiones, hospitales y asilos donde la forma del espacio no esfuncional sólo a la legitimación de un poder, sino que representatambién la condición y el Instrumento de un ejercicio capilar delpoder (Foucault 1986). Pero se trata siempre de intervencionesparciales, aunque imponentes o técnicamente hábiles, en el pn­roer caso porque pretenden orientar a tcx:la una población, perosólo en momentos especiales, festivos, celebrativos; en el segun­do caso, porque pretenden modelar la totalidad de los comporta­mientos, de las ideas y de las técnicas del cuerpo, pero de secto­res relativamente reducidos de la población global (jóvenes, mili­tares, enfermos, ancianos, marginados, etc.).

En las pocas ciudades europeas en las que sobreviven porcio­nes extendidas del centro histórico, es todavía posible ver hastaque punto la práctica habitacional fuese, si no libre, seguramen­te autogestionada: en el caso de Nápoles, por ejemplo, permane­cen huellas muy claras de esta autogestión en el complicado so­breponerse y enlazarse de sobre elevaciones, divisiones, rellenos,demoliciones, uniones, separaciones, añadiduras, enlaces, em-

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bestiduras, aberturas de puertas y ventanas, y todas las demásintervenciones con las que el cuerpo de la ciudad ha estado con­tinuamente y en diversas formas adaptado a las necesidades dequien lo vivía. Sólo cuando la industrialización se vuelve domi­nante en el ciclo productivo e impone sus exigencias de raciona­lización integral, progresivamente los lugares del trabajo y loslugares del habitar, ya separados, se sustraen a la intervenciónplasmadora de quien gastará en ellos su propia vida y se le entre­gan ya formados y configurados rígidamente: si no precisamentejaulas, ciertos trazos para recorridos obligados.

En este sentido el antropólogo no puede no hablar de uncaso sui generis de aculturación forzada (Lantemari, 1974). Sepuede agregar que es un caso de dimensiones enormes y ten­dencialmente crecientes, en la medida en que hayan ciudadesen expansión o necesitadas de saneamiento, es decir, en condi­ciones tales como para solicitar la intervención del estado y conello volver a proponer la separación entre arquitectos y habitan­tes (VilIani, 1974).

El presente ensayo propone la hipótesis de que a esta radicalseparación de los roles de proyectista y habitante corresponde,en las ciudades occidentales, una profunda diferencia de clases,entendidas estas últimas como «clases de poder según el siste­ma de desigualdad dominante» (Balandíer, 1977: 23); y que alas diferencias de clases se acompañen significativas diferenciasculturales.

En Italia, la historia de las colonias de construcción popularha sido siempre también la historia de Un malestar social trans­formado y transferido, pero jamás restiejlo. Naturalmente esfácil considerar irracionales o absurdas peticiones evidente­mente en contraste con las propias ideologías o con el presu­puesto de la empresa o de la institución para la que se trabaja;mientras probablemente esas solicitudes son las no-respuestasdetrás de las que se esconde, quien no se siente y sabe que no essocialmente reconocido como competente, en un determínadoámbito, «competente en el verdadero sentido de la palabra, esdecir, socialmente reconocido como habilitado para ocuparsede determinadas cuestiones», «a expresar una opinión al res­pecto, hasta modificar la marcha» (Bourdieu, 1983: 402).

En síntesis, no es la ignorancia de los usuarios la que tene­mos enfrente, ni el mal gusto infundido en ellos por los medios

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masivos. La hipótesis que se sostiene aquí es diversa. La culturade los proyectistas y la de los usuarios no se puede colocar endos puntos diversos de un ideal coruínuum, como si una fuesela forma desarrollada o avanzada, y la otra la forma retrasadadel mismo modo de concebir el mundo.

Al contrario, se trata precisamente de dos concepciones di­versas, de dos modos radicalmente diversos de concebir y valo­rar la casa, el barrio, el espacio; quizá el mundo.

Veamos por qué. La casa, el edificio, la colonia están frenteal proyectista objetivamente, en la planta, en secciones, estáti­cas y redificadas. Para los usuarios, en cambio, son una especiede esfera en el interior de la cual él se mueve y que en ciertomodo se mueve con él, se modifica en el curso y a causa de suscambios. Para el proyectista, en sí, el espacio es euclidiano, ra­cionalmente divisible, geométricamente configurable; para elusuario, el espacio es una dimensión existencial, que se da, encuanto y sólo, cuando se experimenta; y que llega a la concien­cia, es percibido por la mente, antes de todo y a menudo exclu­sivamente en términos fenomenológicos. Más sencillamente:para unos el espacio es abstracto, para otros es eminentemen­te concreto.

De esta primera diferenciación derivan otras, no menos rele­vantes. El tipo de construcción, la construcción de una tipolo­gía, el proceso mismo de la composición sirven al proyectistapara configurar un espacio ordenado; pero lo que el usuarionecesita es un espacio reconocible y, por lo tanto, no tan orde­nado sino diferenciado en su interior y respecto a los espaciosexternos.

Se puede analizar esta diferencia aún más a fondo. Precisa­mente porque el espacio es para el arquitecto una realidaddada, estática, definitiva, él puede concebir el establecer en ellaun orden cuya lógica es clara sólo a una lectura global y simul­tánea del sistema: una lectura como la permiten la planta o laaerofotografia, exactamente. Pero para el usuario la sola lecturaposible es la diacrónica, de pasada: y a su criterio lo que en lalectura global aparece como orden, se manifiesta como inso­portable monotonía, llana repetición, anonimato. El espacio or­denado a la altura de un metro setenta desde el suelo es unespacio desprovisto de sentido, por la simple razón de que aesta altura y a esta escala no se caracteriza por un sistema de

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signos organizados en un mensaje, sino que se presenta comomonótona repetición, como parataxis de un único o de pocossignos, cuya sintaxis se puede leer sólo desde otra altura, y aotra escala.

Dos modalidades cognoscitivas diversas se aplican así almismo objeto; y éste se revela congruente con la primera y, porlo tanto, por ésta aparece dotado de sentido; pero del todo in­congruente con la segunda, por la que permanece opaco.

Las desesperadas y empedernidas tentativas, visibles encada colonia de construcción popular, que realizan los usuariospara diferenciar el exterior y el interior de su casa respecto a lasotras, intentos que en general son considerados dañinos para elespacio ordenado, responden -antes que a una necesidad afec­tiva de identificación- a una necesidad cognoscitiva de ubica­ción y orientación.

Pero si es cierto que <da construcción de un espacio mate­mático y perfecto supone, corno su condición, la desvaloriza­ción de! espacio sensible» (Vernant, 1987: 14), hay que temerque nadie menos el arquitecto esté en condición de entenderesta necesidad (Lynch, 1984).

Existen también otras diferencias, que pertenecen al proce­so de formación de los juicios de valor. Sobre la diferencia entreparadigmas estéticos, es inútil detenerse, dado que es obvia. Laidea de bonito, varia al variar la clase social, pero tal constata­ción no es nunca (¿no puede ser?) tornada en consideración enel curso del proyecto (Bourdieu, 1983).

Existe otro nivel, más sutil, de diferencia: el de juicio de con­veniencia, de estar cómodo, de habitabilidad. Un alojamiento yuna colonia más que bellos, deben ser cómodos. Se debe «estarbien», en ellos. Yen verdad, el objetivo de realizar/una cualidadestética, comprensible para los usuarios, no ha sido jamás seriay formalmente asumido, entre aquellos que la vivienda de inte­rés social debe perseguir; al contrario, una muy elevada cuali­dad funcional ha sido siempre indicada como objetivo a reali­zar para respetar las finalidades sociales de la construcciónmisma.

¿Pero cuáles son los requisitos de una casa donde «se estábien»? Una vez más, mi hipótesis es que las diferencias de jui­cio entre técnicos y usuarios emanan de una gran diferente mo­dalidad cultural en la formación del juicio. En e! surco de la

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tradición racionalista, los arquitectos asumen una especie delista de necesidades humanas elementales que es necesario sa­tisfacer en la vivienda; y luego hipotizan un nivel de satisfacciónde las necesidades mismas en términos de ubicación, ventila­ción, aberturas, dotaciones, instalaciones.

Son los famosos estándares de vivienda que, en Italia y engeneral en los países occidentales, son fijados directamente porla ley. Ahora, sin querer quitar a los estándares e! mérito histó­rico que les compete en el proceso de eliminación de las vivien­das insalubres, el análisis antropológico pone en evidencia, enla ideología que inspira la práctica de éstos, una grave simplifi­cación. Como el proyecto del espacio abstracto, geométrico, eli­mina de la vivienda el espacio real, así el proyecto según están­dares elimina de la vivienda e! tiempo real (Zerubavel. 1985),para sustituirlo con un tiempo abstracto, fragmentado, una listade «acciones» no relacionadas entre sí, a cada una de las cualescorresponde un tiempo fijado de una vez por todas, porque esconsiderado el «óptimo».

Esta tendencia a sobreponer en modo puntual y urúvoco untiempo, un espacio y una acción, destruye toda la polivalencia,que es polifuncionalidad y polisemia, de la agencia (?) humana:reducción realizada en el ámbito del trabajo por el maquinismoindustrial y que en este ámbito ya desde hace tiempo ha sidodenunciada, combatida, incluso casi superada. Pero, en cam­bio, esta reducción se afianza en las modalidades del diseñoarquitectónico y en el urbanismo (les machines el abiter!), apo­yándose y legitimándose por medio de una concepción esque­matizada y desarticulada de las necesidades humanas.

En verdad, para los sujetos humanos y, por lo tanto, para losusuarios de los conjuntos de vivienda popular, la adquisición dela conciencia de las propias necesidades, su definición, y la va­loración de la adecuación de la satisfacción obtenida, se dan enel marco de una experiencia del mundo que es relacional y nosólo funcional. Necesidades y respuestas son identificadas y va­loradas en relación las unas con las otras y en el cuadro de lasrelaciones que el sujeto «X» tiene con otros sujetos.

Para el arquitecto cada problema admite una sola solucióncorrecta; para el usuario existe un abanico de soluciones ligadasa los contextos existenciales específicos, en el interior de loscuáles el problema se presenta. En términos más generales: en

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la proyectación, la definición de las necesidades y la valoraciónde la cualidad de su satisfacción está formulada en términossectoriales y atemporales; mientras que la experiencia de lasnecesidades y la valoración de la satisfacción existen para losusuarios en términos diacrónicos y contextualizados. Todavíamás sintetizadamente se podrá decir que para el arquitecto lavaloración de lo construido (apartamento, edificio, colonia) seda en términos funcionales; para el usuario, en términos rela­cionales; si para el primero el espacio construido es el espaciode las funciones, para el segundo es el espacio de las relaciones.

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SEGUNDA PARTE

A LA BÚSQUEDA DE UN PARADIGMA

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CAPíTULO QUINTO

LA ANTROPOLOGÍA URBANA:RECORRlDOSTEÓRICOS

Parece lógico que en la más «americana» de las ciudadesamericanas se haya formado en los años veinte la famosa Es­cuela de Chicago a la que, a menudo, se le ha atribuido el méri­to de haber fundado la antropología urbana, la sociología urba­na, quizás ambas. O al menos de haber estado en sus orígenes.

Como muchos autores lo han destacado (Pizzomo, 1979;Hannerz, 1992; Sobrero, 1992) en los trabajos producidos porla Escuela de Chicago existen grandes incongruencias; entreotras, el desfase del trabajo de investigación, presentado en unafamosa serie de monografías, que es siempre innovador en laselección de los temas, casi siempre esmerado en el desarrollo ya menudo interesante en los resultados; y, por otro lado, el mar­co teórico, que además de tener un alcance modesto, no estáfalto de contradicciones. La contribución más importante deesta escuela, lo que aún hoy merece nuestra atención, está jus­tamente en haber tematizada a la ciudad como tal. La sociolo­gía, y en general el análisis social europeo del siglo XIX, conside­raban a la ciudad siempre en el interior de una perspectiva teó­rica más amplia, que hacía de la ciudad el producto, cuando nosólo la sede, del desarrollo, del choque o de la dialéctica por unlado de fuerzas sociales, económicas y culturales; y por el otro,los factores demográficos y los poderes políticos y militares. Enla perspectiva europea, los efectos de estas dinámicas eran ur-

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banos: pero los factores de las mismas dinámicas nunca eranconsiderados ni urbanos, ni no urbanos, sino más bien «históri­cos» o «humanos».

Con una cierta ingenuidad simplificadora, pero quizá preci­samente por esto también innovadora, los estudiosos de Chica­go, por decirlo ase han emancipado a la ciudad. Promoviéndolade producto o lugar a factor determinante de las dinámicas so­ciales. Para decirlo en forma simplificada, a éstas no les intere­sa tanto como y por qué la inmigración ha hecho crecer lasciudades, sino que han hecho las ciudades con los inmigrantes.En la firmeza con la que ellos afianzan la capacidad asimilado­ro, plasmadora, condicionadora de la metrópoli, está cierta­mente el eco de la enseñanza de Simrnel, a cuyos cursos acudióPark, la máxima autoridad de la Escuela de Chicago, en Euro­pa; pero ciertamente también está la experiencia directa del cre­cimiento vertiginoso y de la transformación incesante de unconjunto de ciudades que lograban, bien o mal, integrar en lasociedad americana centenares de millares, a veces hasta millo­nes de nuevos ciudadanos cada año. La teoría que Park y losotros elaboraron para sostener su convicción, la llamada eco­logía urbana, es de una desesperante sencillez y de un no me­nos desesperante determinismo; pero el problema que plantea­ron no es gratuito. Han sido, sobre todo los estudiosos de orien­tación marxista, en particular Castells, los que contestaron laacción condicionadora y plasmadora del ambiente urbano, rei­vindicando para las fuerzas productivas y las relaciones de pro­ducción características de una determinada sociedad, la capaci­dad de producir o al menos de plasmar la ciudad y los ciudada­nos de esa sociedad. Sin embargo, el propio Castells tuvo queadmitir que el elemento espacial no es irrelevante; y por lo tan­to.dos famosos caracteres de amplitud, densidad y heterogenei­dad indicados por los de Chicago como distintivos de la ciudad,merecen quizá un momento de reflexión, antes de ser liquida­dos como meramente descriptivos.

El otro elemento interesante en los trabajos de la Escuela deChicago es la elección de una metodología antropológica. Tam­bién en este caso, la estructura teórica es discutible. Como posi­ble inspirador de los estudios de dicha escuela se cita a Boas,que en 1928 publicara Anthropology and The Modern Liie, yesposible que detrás de Boas, estuviera, como sugiere Sobrero, la

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influencia de G.H. Summer y de su oposición entre folkways(costumbres tradicionales, rurales) y mores (costumbres con­vencionales, urbanas) (Summer, 1962). Pero en sustancia paraPark, para Burgess y para MacKenzie la antropología es unagenérica ciencia del hombre, que puede con provecho aplicarsus «esmerados métodos de observación» a «el hombre civiliza­do que es un objeto de investigación igualmente interesante, yal mismo tiempo su vida es más abierta a la observación y alestudio», de los hombres primitivos. La influencia de la antro­pología de Estados Unidos, caracterizada fuertemente en senti­do culturológíco (respecto a los intereses sociológicos de la an­tropología social británica) se advierte en la indicación, comoobjetos de investigación, «de las costumbres, de las creencias,de las prácticas sociales y de las concepciones generales de lavida, que prevalecen en Little ltaly, en la parte baja del NorthSide en Chícago, o en la elevación de las concepciones más so­fisticadas de los habitantes del Greenwich Village o del vecinda­rio de Washington Square en New York»; y como siempre parala Escuela de Chicago, el proyecto y la práctica de la investiga­ción en el campo, son mucho más interesantes que la teoría, Demodo que si su contribución en el desarrollo de la teoría antro­pológica es modesta, tiene razón Sobrero en afirmar que susexponentes supieron «en los casos mejores (Louis Wirth sobretodos) [...] traer de la antropología [...] el gusto por la observa­ción directa, detallada, participante), además de «la capacidadde recoger la diferencia, en donde otros veían sólo realidadesopacas y silenciosas, y de encontrar microregularidades, ritua­les apenas esbozados, correspondencias entre signos, allí endonde otros veían sólo confusión» (Sobrero, 1992).

Por desgracia esta, que era la parte más valiosa de la expe­riencia de Chicago, no encontró muchos seguidores en losEE.UU., ni fuera de ellos por muchos años. Prevaleció la con­cepción de los asentamientos humanos como comunidad, esdecir, como realidades sociales caracterizadas todas por unagran homogeneidad y cohesión interna y autonomía hacia elexterior. Lo más que se admite es que puedan variar de un casoa otro los temas culturales, los valores compartidos y las institu­ciones específicas que realizan esta homogeneidad y esta cohe­sión. Para Robert Redfield las diferencias entre asentamientosrurales y asentamientos urbanos, entre pueblo y ciudad existen,

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pero se pueden ordenar según un continuum rural-urbano. Va­rían los caracteres, cuya presencia o ausencia (o cuyo grado depresencia) permite asignar al grupo humano estudiado su colo­cación en el continuum mismo; pero no se toma en considera­ción la posibilidad que entre un tipo y otro de agrupación hu­mana las diferencias sean de orden estructural y, por lo tanto,recíprocamente irreductibles. Los estudios de comunidad seagotan en los EE.UU. hacia los años cincuenta, pero son expor­tados y se encuentran con la antropología británica en aquelcurioso contenedor que serán los Mediterranean Studies.

En los EE.UU. entre los años cincuenta y los años sesenta,nace una nueva orientación que se autodefine por primera vezcomo antropología urbana.

Sobre todo en la fase inicial buena parte de la antropologíaurbana americana se caracterizó como «antropología en la ciu­dad», es decir, como una orientación de investigación que po­nía en el centro de su interés la recuperación en el contexto ur­bano de sus tradicionales objetos de investigación: familia y pa­rentesco, grupos locales y vecindarios, tradiciones y rituales, to­dos objetos que permitían al antropólogo continuar utilizandolos instrumentos conceptuales y metodológicos que la tradiciónde su disciplina le ofrecía. Fue una larga cosecha de investiga­ciones que tuvieron el merito, junto con algunas orientacionesde la microsociologfa, de evidenciar cómo las formas tradicio­nales de la estructura social y del patrimonio cultural no sedisuelven en el contexto urbano o metropolitano, aplastadas opulverizadas por los gigantescos mecanismos de la homologa­ción y de la anomia urbana; al contrario, estas formas se redise­ñan y se refuncionalizan hasta constituirse en elementos impor­tantes no sólo de las vías de integración de los inmigrantes, sinotambién del proceso entero de reestructuración que a causa dela inmigración sufre la misma ciudad, tanto como estructuraurbana como unidad administrativa. productiva y social. Sinembargo, la antropología en la ciudad no llegará nunca muylejos. no sólo en las generalizaciones, sino ni siquiera en afron­tar nuevos terrenos de investigación (Goode, 1989). Al contra­rio, le falta la capacidad teorética para asumir el doble, comple­jo y relacional objeto de investigación que tiene enfrente; y enlugar de estudiar la ciudad termina por estudiar cómo los re­cién llegados se adaptan a la ciudad, y más raramente, cómo la

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ciudad recibe a los recién llegados. En el ámbito de la antropo­logía cultural norteamericana, esta orientación produce una se­rie de investigaciones de auténtica antropología de la marginali­dad y en el mejor de los casos, es decir, en los trabajos de OsearLewis, la individuación de una «cultura de la pobreza», que vie­ne correctamente descrita e inteligentemente analizada, pero ja­más puesta en relación puntual, funcional y dinámica con elcorrelato, sólo en relación al cual el concepto de cultura de lapobreza tendría verdaderamente valor heurístico: la cultura dela riqueza (Lewis. 1966, 1972).

Los estudiosos norteamericanos de antropología urbanahan elaborado también otra orientación de investigación cono­cida con el nombre de antropología de la ciudad. En este caso,la ciudad ya no es considerada como el telón de fondo de mi­crorrealidades sociales de las que se quieren estudiar los carac­teres, sino que está en el centro de la escena, en una de las dossiguientes perspectivas: o como realidad espacial y social quegenera y condiciona actitudes y comportamientos; o bien comorealidad espacial y social que se identifica, que está constituidapor aquellos comportamientos y por aquellas actitudes. Las dosperspectivas no son en absoluto idénticas, ni la adopción de unau otra es indiferente.

En todo caso, tienen en común el hecho de que no eluden eldato central de la situación de investigación. La ciudad está ahí,o mejor dicho, las ciudades están ahí. Cualquier cosa que seanno son idénticas ni a las bandas primitivas, ni a las sociedadesde tribus, ni a los pueblos. En otros términos, más formales, elenfoque de la antropología de la ciudad, respecto al enfoque dela antropología en la ciudad, ofrece mayores garantías respectoa una limitación que se encuentra frecuentemente en las mono­grafías antropológicas: la ignorancia total o la total puesta entreparéntesis de la relación que existe entre los fenómenos de mi­cro escala que se observan en el campo, y las estructuras y losprocesos de macro escala de los que el campo fonna parte.

Una antropología de la ciudad no puede olvidarse de esteproblema, ya que ninguna ciudad es pensable como realidadaislada y circunscrita dentro de sus propios muros. Y es justa­mente a partir de este dato que la antropología de la ciudadubica al menos dos cuestiones relevantes a las que es útil an­elar, yo creo, cualquier análisis de las situaciones urbanas.

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En el caso en que la ciudad es considerada como un factordeterminante de actitudes y comportamientos, el punto impor­tante individuado es e! de la especificidad de la ciudad comoambiente físico; totalmente construido y, por lo tanto, total­mente humano, histórico, éste impone y, al mismo tiempo, tes­tifica una relación ---de los seres humanos con la naturaleza yentre ellos- diversa con respecto a la relación que caracterizacualquier otro tipo de asentamiento.

Es éste un dato de partida que tiene una importancia indis­cutible; y e! hecho de que a partir de él se hayan construidodiscutibles determinismos de inspiración ecologista, usadosdespués tanto para celebrar la gloria de la ciudad como paraalimentar el prejuicio antiurbano, no puede hacernos perder devista el dato de partida, esto es que el contexto urbano es unelemento fuerte, cuyas capacidades de condicionar actitudes ycomportamientos deben ser valoradas específicamente y no da­das por descontadas. En suma, deben ser problematizadas.

La otra perspectiva, la que considera a la ciudad como elproducto de las relaciones sociales que se entrelazan en ella,pone también en relieve un punto importante. Por más que seandiferentes de una ciudad a otra, las relaciones urbanas tienensiempre en común un carácter, que es un requisito necesario yquizá suficiente para el nacimiento de la ciudad: en la ciudad ladivisión del trabajo socialmente necesario se separa, tendencial­mente, de los vínculos de sexo y de edad y tiende más a estructu­rarse y articularse económicamente. Esto es, en base a una rela­ción entre medios y fines que es congruente con los objetivosprivilegiados por la estructura de los poderes propios de cadaciudad y de! sistema social del que forma parte. Éste también esun presupuesto de orden general muy útil para estructurar yencuadrar investigaciones a micro escala: por ejemplo, es evi­dente que un presupuesto, como él que acabamos de mencionar,es indispensable para plantear correctamente las investigacionessobre familias y parentesco en la ciudad. Puede que tambiénesta concepción de la ciudad, como producto de las relacionessociales que la constituyen, se esclerotize en teorias dominadaspor el determinismo económico o que se fragmente, al contrario,en una visión toda «desde abajo» de las estrategias de los acto­res. Pero si es utilizada con cuidadoso sentido critico, esta con­cepción puede Ser extremadamente útil (Goode. 1989).

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El estudio de la ciudad según hipótesis y métodos antropo­lógicos, que en EE. UU. había sido impulsado por el crecimientotumultuoso de las grandes metrópolis, en Gran Bretaña nace enrelación a las situaciones que se dan en las colonias; casi comouna irónica negación de la tesis, propia de algunos antropólo­gos ingleses, según la cual hipotetizar un vínculo entre evento ycontexto corre el riesgo de ser, casi siempre, una operación ar­bitraria.

Generalmente se señala en el grupo de estudiosos reunidosen el Rhodes-Livingstone Institute de Lusaka (Zambia), funda­do en 1938 y en segunda instancia en e! contemporáneo EastAfrican Institute of Social Research de Kampala (ambos depen­dientes del Ministerio de las Colonias británico), a aquellos queencauzan el nuevo filón de investigaciones. De ellos se hablatambién como de la Escuela de Manchester, por e! hecho deque Max Gluckmann, e! segundo y más ilustre director de! Ins­tituto de Lusaka, se transfiera en los años cincuenta a la Univer­sidad de Manchester, donde, como consecuencia, se tornó elcentro de gravitación de todo e! grupo.

Es verdad que también en otros territorios del imperio britá­nico fueron llevadas a cabo investigaciones nuevas con respectoal tradicional enfoque funcionalista y estructural-funcionalista:sobre todo algunas investigaciones desarrolladas en la India tie­nen en común con las africanas tanto el interés para el cambiosocio-cultural, como la preocupación para una renovación teó­rico-metodológica de la antropología. Justamente Sobrero haevidenciado el nexo entre la reflexión teórica de Evans-Prit­chards y las investigaciones de la Escuela de Manchester; sepuede también oportunamente observar que son las compara­ciones y las reflexiones que Leach expondria sistemáticamenteen Rethinking Antropology las que permiten sostenerse a las in­vestigaciones de G.F. Bailey. De hecho, Bailey está presente enla antología realizada por Fortes y Evans-Pritchard, African Po­litical Systems, que en 1940 abre una nueva pista de investiga­ciones y reflexiones (Leach, 1961; Bailey, 1975; Fortes, Evans­Prítchard, 1940).

Cuando al final de la segunda guerra mundial el crecimientode las ciudades africanas, en particular las del llamado Cintu­rón del Cobre, se vuelven objeto de atención por parte de losestudiosos del Instituto de Lusaka, el aspecto que viene privile-

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giado como tema de estudio, es la inmigración, analizada sobretodo como experiencia de traslado del pueblo a la ciudad. Aun­que Eipstein hubiese escrito ya en 1957 que «las ciudades afri­canas [...] se desarrollaron en respuesta no a una necesidad in­dígena o nacional, sino más bien por las exigencias del expan­sionismo colonial» (Eipstein, 1964), esta constatación no con­lleva para los estudiosos ingleses una problematización específi­ca de lo que Balandier llama la «situación colonial»; una situa­ción en el interior de la cual, según el antropólogo francés, nadapuede ser comprendido prescindiendo de la fundamental rela­ción de dominación-sujeción y explotación que la caracteriza(Balandier, 1973).

Esta posición de los manchesterianos no es fruto de superfi­cialidad o ingenuidad teórica, ni de mala fe ideológica. Estámás bien en línea con la tradicional pretensión de «neutrali­dad» de la antropología social británica, para la que el valorcientífico de una investigación antropológica está aseguradopor el refinamiento de sus instrumentos metodológicos y por sucorecta utilización; mientras que no se considera necesario queel investigador explique sus premisas, tanto de orden cognosci­tivo como valorativo, tanto personales como del grupo al cualpertenece; ni que problematice su relación con el objeto y elterreno de la propia investigación.

En el plano de la afinación de los métodos no cabe duda quela Escuela de Manchester ha empezado un trabajo innovador,con implicaciones interesantes, también en la reflexión episte­mológica. La crítica a la distinción entre sociedades simples ysociedades complejas y la adquisición del principio, derivado dela reflexión filosófica de Whitehead, que la sencillez no es uncarácter de las realidades sociales, sino el producto del conoci­miento científico sobre ellas: es por lo tanto simplificación; ladistinción entre las diversas disciplinas fundada ya no en la na­turaleza del objeto que escogen, sino en la perspectiva y en laescala de observación de los fenómenos que adoptan; las reglaspropuestas para la delimitación del objeto de investigación; fi­nalmente las propuestas metodológicas en sí mismas, como elanálisis situacíonal, entre las cuales resalta el concepto de red,aún hoy en día en el centro del debate (Piselli, 1995), atestiguanun nivel de reflexión más refinado que el norteamericano.

Sin embargo, mucho escapa a este sofisticado instrumental.

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La preocupadón, por otra parte correcta, de constituir comoobjetos de investigación campos de relaciones localizadas, cir­cunscribibles y, por lo tanto, accesibles a una observación siste­mática, no sólo induce a los estudiosos manchesterianos a con­siderar los datos económicos y políticos que constituyen elcontexto de la situación estudiada, como puros datos de fondo,sino que los exonera de tomar en consideración su incidenciaen la situación estudiada. La hipótesis del trabajo originaria (larelevancia del impacto de las fuerzas externas varía al variar laestructura interna de la situación estudiada), a pesar de ser uni­lateral y unidireccional, podía aún revelarse fructífera; pero sevuelve poco a poco un estilo de investigación en el cual las fuer­zas externas son asumidas como una constante y, por ello, igua­ladas a cero; y las únicas variables tomadas en cuenta comoindependientes son las internas. La interdependencia de losgrupos sociales y la interrelación de las culturas, productos evi­dentes del urbanismo y de las migraciones en la ciudad, una vezmás no se vuelven objeto de investigación.

A los antropólogos de la Escuela de Manchester, que tambiénen lo referente a la construcción de instrumentos para el trabajoen el terreno se colocan entre los más refinados estudiosos de lamitad del siglo, les falta esa conciencia de fondo que en cambioya en los años cuarenta habría madurado en Ernesto de Marti­na; es decir, que aún el más refinado instrumento de análisis noes neutral y no funciona si al usarlo el antropólogo no emplea suconciencia crítica de pertenecer en forma determinante a unacultura históricamente dada. Para de Martina esta concienciacritica tenía una inmediata consecuencia epistemológica: latoma del dato etnológico como parámetro, por así decirlo, de lacultura del antropólogo, es decir, en la inversión de la tradicionalrelación entre cultura «blanca» y cultura «indígena». En las ciu­dades africanas esta inversión y la consecuente posibilidad deconstruir un sistema con doble referencia (1acultura de los blan­cos como parámetro de la negra, de los negros como parámetrode la blanca) era ofrecida por la situación misma, estaba en lascosas. No ha sido tematizada aún por los antropólogos man­chesterianos. En sus investigaciones, sin embargo, la referenciaexterna de la situación de los emigrados es todavía y por siempresu lugar de origen; y objeto de la investigación es el proceso en elcurso del cual esos utilizando los recursos que ofrece su cultura

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tradicional y adecuando sus estrategias a la situación urbana,logran integrarse en la ciudad. Desde las tribus hasta la detribali­zación y de esta última al tribalismo es el recorrido que vienereconstruido y analizado; respecto al que permanece en e! fondono sólo la situación colonial, sino la misma situación urbana ensu complejidad. Al final de la lectura de las monograffas de laEscuela de Manchester, el lector tiene la impresión de haber visi­tado una curiosa África, donde están los trenes y las minerías,pero no los hombres blancos.

Es muy importante una de las conclusiones más generales delas investigaciones de! Rhodes Livingstone Institute: que e! com­portamiento de los inmigrantes es siempre un comportamientoactivo, que es guiado por elecciones, administrado según estrate­gias conscientemente adoptadas y, por lo tanto, de alguna formainnovador. Pero permanece e! hecho de que la falta de análisisdel contexto, el aislamiento artificioso en que la situación de losinmigrantes es colocada, hace aparecer sus elecciones más libresy dotadas de poder de lo que son en realidad.

En los manuales de antropología urbana se menciona mar­ginalmente, cuando no se descuida por completo, otra comentede estudios británicos que no caben, ni formalmente ni sustan­cialmente, dentro de los cánones de la antropología social britá­nica, pero que ofrecen al antropólogo interesado en las ciuda­des y en las dinámicas culturales en contexto urbano, algunospreciosos elementos de reflexión. Se trata de los llamados Cul­tural Studies, una definición, que, considerado el terreno y elcontenido de las investigaciones de estos estudiosos, podremostraducir como estudios de los procesos de producción de la cultu­ra de las clases subalternas en la sociedad industrial y postindus­trial. En los orígenes de los Cultural Studies se coloca el estudioya clásico de Hoggart, The Use o{Litteracy, dedicado al análisisde los procesos y de los efectos de la alfabetización de la claseobrera inglesa (Hoggart, 1957). Su conclusión más interesante ypor la época, casi desbaratada, es el descubrimiento de que al­fabetizarse no significa necesariamente adquirir instrumentosde emancipación: frente a la escolarización de masa ha sidocreada la literatura popular de masa, que ha constituido en In­glaterra no sólo un florido mercado sino un potente instrumen­to de orientación y dirección de la producción cultural popular:un instrumento de integración social y de producción del con-

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senso. Las contribuciones de Raymond Williams y de! denomi­nado grupo de Birmingham (Williams, 1973; Hall, 1977) hansido fundamentales para profundizar en esta problemática.

La orientación de fondo de estos estudios es marxista, cen­trada en e! análisis de! rol de la cultura en las relaciones socialesconcebidas como relaciones conflictivas respecto a las relacio­nes entre clases y grupos sociales cuyos intereses están en con­flicto. No se trata de una concepción ni mecanicista, ni determi­nista de las relaciones sociales; al contrario, el rol de la culturaen las relaciones de dominación y explotación es problematiza­do como objeto que hay que estudiar a través de la investiga­ción empírica, y ya no como efecto descontado de la relaciónentre fuerzas productivas que lo superdeterminan (?).

Marcus nota que «Williams pertenece a la tradición marxis­ta inglesa y comparte e! interés por la cultura, junto a aquellosque parecen hoy los más capaces de producir la etnograffa másrefinadamente realista, sensible a los problemas de! significadocultural pero, al mismo tiempo, firme en arraigar los análisis dela vida cotidiana en la perspectiva marxista sobre la economíapolítica capitalista" (Marcus, 1986: 170).

La «etnografía refinadamente realista» que cita Marcus serevela como un instrumento particularmente adecuado para losestudios de antropología urbana.

«Es en las ciudades que tiene su morada la cultura popularcontemporánea. En los portales, en las tiendas, en las pantallasaudiovisuales, en los cines, en los clubes, en los supermercados,en los pubs y en la búsqueda afanosa, el sábado por la tarde, delos vestidos que comprar para e! sábado en la noche... Comocualquier otro espacio también la estructura de la ciudad estácargada de significados y está también cargada de poder, ya quelos detalles materiales de la vida urbana, nuestras casas, las ca­lles donde vivimos, las tiendas que frecuentamos, los transportesque usamos, los pubs que visitamos, los lugares de trabajo, lapublicidad y los anuncios que leemos, sugieren muchísimas delas estructuras de nuestras ideas y de nuestros sentimientos. Esuna experiencia cotidiana que ininterrumpidamente condicionanuestras orientaciones, ya sea cuando tomamos una decisión, ocuando expresamos una opinión sobre los hechos del día»(Chambers, 1986: 17). No creo que se podría definir de un modomejor el campo de investigación de la antropología urbana.

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El paradigma positivista «predominante en las ciencias so­ciales anglo-americanas en la posguerra» (Marcus, 1986: 169),no ha marcado tan fuertemente las ciencias sociales en Francia.Aquí la influencia dominante ha sido la del estructuralismo. Sumás notable exponente, Claude Lévi-Strauss ha expresado unjuicio negativo acerca de la posibilidad y de la conveniencia;para la antropología, del estudio de las sociedades occidentales.Lévi-Strauss retoma y repropone, en Iorrna más refinada, la vie­ja oposición de Durkheim entre sociedades a solidaridad mecá­nica y sociedades a solidaridad orgánica, que en el plantea­miento de Lévi-Strauss devienen respectivamente sociedadesfrías, gobernadas por reglas mecánicas, con escasa producciónde entropía y tendencia! mantenimiento del estado inicial; y so­ciedades calientes, caracterizadas por un modelo de tipo termo­dinámico, con gran dispendio de energía y constante mutabi­lidad. Las primeras son interpretables a través del uso de unmodelo mecánico, las segundas sólo a través del uso de un mo­delo de probabilidades, de tipo estadístico. Como consecuenciade esta situación, la antropología, ciencia interesada en las re­glas universales del actuar humano, no puede y no debe estu­diar las sociedades modernas, si no para buscar en ellas, lo quesubsiste o aparece de las sociedades frias. Sólo estas últimas, enefecto, permiten tomar las estructuras elementales y fundantesde la vida humana (Lévi-Strauss, 1966).

Sin embargo, la hegemonía del paradigma estructuralista enFrancia,' a pesar de su fuerza, no ha vivido sin contrastes: pese ala prohibición levistraussiana, ha existido y existe en Francia nosólo quién estudia las ciudades en las sociedades complejas oc­cidentales, sino hasta quien fue a buscar la complejidad en lassociedades «simples». En cierto sentido, es justamente a las in­vestigaciones sobre las ciudades africanas y sus procesos de ur­banización en África, a las que hay que referirse cuando sebuscan los orígenes de la antropología urbana en Francia, yasea para la individualización de los temas, y quizá todavía más,para el armado teórico. Una contribución de gran relieve es lade George Ba1andier. El marco de referencia de Balandier esciertamente de origen marxista, pero la suya no es una mecáni­ca aplicación de las categorías marxistas en las sociedades afri­canas. La problemática marxista le impulsa a ver las realidadesafricanas en una perspectiva nueva respecto a la tradición ctno-

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lógica francesa; al mismo tiempo los nudos problemáticos, queindividua, lo solicitan a una reflexión critica sobre las mismascategorías marxistas. El primer resultado es un precoz descu­brimiento de la «historia de los pueblos sin historia» en trabajosque no sólo ponen en crisis el estereotipo de África como conti­nente de aldeas, sino que (y este es el segundo resultad') impor­tante) muestran concretamente cuánto el análisis antropológicopuede ganar mediante la adopción de una perspectiva histori­cista (Balandier, 1955, 1969, 1973, 1977). Desde esta perspecti­va, es posible darse cuenta de que las sociedades africanas noson estáticos sistemas integrados según un modelo mecánico ydestinados a reproducirse infinitamente en ausencia de inter­venciones externas. Las sociedades africanas están cargadas detensiones y, por lo tanto, potencialmente obligadas a encontrarnuevos equilibrios o a enfrentar el riesgo de crisis radicales.Sobre este punto el diagnóstico de Balandier llama a la memo­ria el de Gluckman en Closed Systems and Ope11 Mind; pero laverdadera novedad introducida por Balandier es la abierta afir­mación que también en las sociedades africanas, tensiones yconflictos nacen de desigualdades y de formas de opresión queson estructurales en el sentido que estructuran las sociedades,incluso las sociedades tribales. En las sociedades tribales loshombres ejercen un poder sobre ~_as mujeres, y los ancianossobre los jóvenes. Balandier demuestra que es posible fundar elpoder sobre bases diversas las del monopolio de la violencia odel control de los medios de producción: el poder puede fundar­se y legitimarse en el control de la producción de las relacionesde parentesco; en el monopolio del prestigio; en la apropiación­enajenación del capital mítico e ideológico de un grupo. Sonideas y construcciones analíticas que se revelan fecundas nosólo en el análisis de la realidad africana sino también en laoccidental (Ba1andier, 1985).

Otro concepto de Balandier parece importante por sus im­plicaciones teóricas y epistemológicas: el de situación poscola­nial. Es como Balandier propone definir al conjunto de condi­ciones generales en en las que se encuentra el antropólogo querealiza investigaciones en las sociedades africanas a partir de lasegunda posguerra. Tal definición subraya la importancia dela relación entre los grupos locales y el contexto en el que estosgrupos están incluidos. Poscolonial es, en efecto, un adjetivo

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que tiene implicaciones temporales y espaciales de gran espe­sor: evoca una profundidad en el tiempo al menos de dos siglosy una amplitud en el espacio al menos continental. Es más: esun adjetivo que implícitamente se refiere a una relación y a suhistoria. La idea de colonia implica que haya colonizados y co­lonizadores; por lo tanto, definir una situación «pos,~olonial»

significa inequívocamente hipotetizar que aquella relación nosólo marcó el pasado sino que aún condiciona la situación pre­sente de los grupos objeto de estudio. En otras palabras defi­niendo poscolonialla situación general de África, se dice implí­citamente que las condiciones locales deben ser comprendidasteniendo en cuenta también la situación general a escala conti­nental, el pasado al que esta situación se refiere y las relacionesque, a macro escala, estructuraron y estructuran esa situación.

Cuando Marcus volvió a proponer, en 1986, la problemáticade la relación entre fenomenología de micro escala y estructurade macro escala, 1 y al encontrar a sus precursores, RaymondWilliams, en la tradición del marxismo británico y en el estudiode Paul Williams Leaming lo Labour: How The Working ClassKids Gel Working Class Jobs (Willis, 1981) un ejemplo impor­tante de los resultados que este enfoque puede dar, proponía,por lo tanto, un tema ya explorado; y culpablemente, ha ignora­do (¡cómo buen americano que le, sólo en inglésl) la obra deGeorge Balandier. Constantemente está presente en la atenciónde este autor aquella forma específica de la relación entre fenó­menos de macro escala y realidad de micro escala que es laproducción de ideología y de consenso, y hay que señalar quede esto él se ocupa tempranamente, en el contexto de la rela­ción entre colonizado y colonizador (Balandier, 1977a), perotambién en estudios más tardíos que consideran autónoma­mente, desde su interior, las situaciones africanas (Balandier,1977b) o las europeas (Balandler. 1985).

l. Marcus, en el ensayo ya citado varias veces, se refiere a la compilación Advancesin Social Iheory, coordenada por K. Knorr-Cetina y A. Cicourel en 1981, donde seproponen tres formas de «integrar las perspectivas micro y macro». La más aceptabley eficaz, según Knorr-Cetina y según el propio Marcus es aquella en donde «los macro­sistemas son representados en la forma en la que son imaginados o integrados en eldesenvolvimiento de los procesos vitales de una rnícrcestructura que sea intensamenteestudiada e interpretada» (p. 169, trad. mía). En una perspectiva a la Popper no sepuede hacer otra cosa más que alegrarse por la convergencia de juicios entre estudio­sos, aunque hayan sido necesarios más de veinte años para su maduración.

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Probablemente, a él le gustarla escuchar que se clasificancomo investigaciones de «antropología de las sociedades com­plejas», ya que justamente rechaza el concepto de sociedadessimples. Digamos pues que las investigaciones de Balandier hayque recordarlas con justa razón entre aquellas que, más queotras, han contribuido a liberar la antropología de la equivoca­ción del estudio del «salvaje que ya no existe, pero hagamoscorno si existiera todavía». Respecto a la antropología urbana,entendida en sentido estricto, Balandier le ha preparado el te­rreno donde crecer: no es una mera coincidencia el que hayasido alumno de Balandier quien es hoy quizá el más brillanteentre los antropólogos franceses que se ocupa de la ciudad, Ge­rard A1thabe.

A preparar el terreno para la antropología urbana en Fran­cia han cooperado también algunos sociólogos de la ciudad,precisamente Chombart de Lauwe y H. Lefebvre.

P.H. Chombart de Lauwe es el autor de La vie quotidiennedes [amilles ouvriéres, un libro verdaderamente pionero publica­do en 1956. La obra se proponía estudiar «cómo se están modifi­cando las relaciones entre los ambientes sociales, las clases, lasprácticas y las representaciones». «La observación en profundi­dad [...] permitía comprender la relación entre los diferentes as­pectos de la vida cotidiana y de los modelos culturales, la rela­ción entre los grupos sociales y un ambiente material en vías detransformación» (Chombart de Lauwe, 19773; 13). A pesar deciertos esquematismos (que Chombart de Lauwe antes que otrosha individuado), el enfoque de su investigación proponía ya al­gunos ternas fundamentales, entre los cuales me parece que hayque señalar la idea de que las relaciones entre los grandes grupossociales y entre estos y el ambiente deben ser estudiadas a partirde las vivencias cotidianas de los sujetos y del sentido que lasvivencias asumen a través del filtro de la plasmación cultural. Yaa fines de 1956 Chombart de Lauwe proponía una investigaciónque trataba además de sustraerse a las divisiones disciplinariaspara tematizar en cambio «la implicación de los investigadoresen los ambientes que estudiaban» (ibíd.: 17).

Firmemente ubicado en este terreno teórico y metodológico,a la frontera entre antropología y sociología, Chombart de Lau­we ha realizado a lo largo de los años muchas más interesantesinvestigaciones: La culture el lepouvoir (1975) plantea el proble-

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ma del papel de la cultura en las relaciones de poder; mientrasya en 1982, La [in des vil/es: mythe ou realité pone sobre la mesaalgunas de las más urgentes interrogaciones que propone el fu­turo de la ciudad, logrando integrar la problemática ecológica ylas perspectivas ligadas a la tecnología avanzada en un análisisno reductivo, que de todos modos no borra del cuadro los suje­tos humanos en cuanto sujetos económicos, sociales y cultura­les, ni los conflictos que entre estos sujetos se dan. No se puedereconocer al aún fascinante Perecer de Kevin Lynch (1992) unplanteamiento teórico tan robusto.

Figura compleja de filósofo, sociólogo, critico literario, mar­xista expulsado del PCF en 1958, Henry Lefebvre es una figuracuya presencia en los alrededores de las investigaciones france­sas de antropología urbana no hay que olvidar. Interesado enuna revisión antidogmática del marxismo, encuentra tambiénel problema de la cotidianidad, de la vida de cada día, comoámbito en el cual se diría, con el lenguaje de hoy: se confrontanmacroestructuras y microsucesos. En la perspectiva de Lefeb­vre esta comparación no es concebida como una mecánica yneutral reproducción de las macroestructuras en las representa­ciones que los sujetos producen en la micro escala de la cotidia­nidad; se trata en cambio de una relación de poder, ya que lasmacroestructuras condicionan, al menos desde un cierto puntoy hasta cierto punto, la misma producción de las representacio­nes. En este cuadro el problema del espacio presenta un interésespecial. Lefebvre mismo resume así su tesis central: «un modode producción organiza-produce su espacio (y su tiempo), asícomo produce ciertas relaciones sociales. De esta forma se rea­liza. [...] El modo de producción proyecta en el terreno esasrelaciones y este hecho tiene una retroacción sobre ellos, aun­que no existe una correspondencia exacta como si estuvieseprogramada con anticipación, entre las relaciones sociales y lasrelaciones espaciales (o espacío-temporales)» (Lefebvre, 19863:

IX). A partir de esta hipótesis central, tan obvia -hoy- comoiluminante, Lefebvre ha trabajado muchos años, reflexionandosobre la ciudad, la casa, la urbanística (Lefebvre, 1973a, 1973b).

Aunque si bien no es frecuente encontrar a Lefebvre yChombart de Lauwe citados por los antropólogos franceses,creo que es oportuno tener presente este telón de fondo paracolocar adecuadamente la que viene comúnmente indicada

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como la primera investigación de antropología urbana desarro­llada en Francia: Ces gens-la de Colette Petonnet (Petonnet,1969). Estamos en 1969. Muchos años después Gutwirth obser­vará que el trabajo de Petonnet (y otros contemporáneos inclu­sive una investigación del mismo Gutwirth de 1970) practica­ban «puntualmente la antropología urbana según modalidadesque aparecían "naturalmente" una continuación de la lecciónde la antropología tradicional» (Gutwirth, 1982). En una prime­ra lectura esta impresión parece verdadera y parece reforzadaaún por el hecho de que el prefacio del libro de Petonnet es deAndre Leroi-Gourhan mientras que en el libro de Gutwirth esde Roger Bastide. Pero, como observa el mismo Gutwirth, estosimportantes decanos de la antropología «supieron reconocerque allí, en efecto, se estaban abriendo caminos nuevos». Demodo que a pesar de que los franceses lamentan un retraso enlos estudios de antropología urbana y lo atribuyen a causas encierto sentido análogas a las que operan en Italia, sin embargo,el camino de la investigación en Francia ha sido más veloz yconsistente. Lo atestiguan las reseñas bibliográficas y las re­copilaciones de contribuciones de autores diversos tEihnologie[rancaise 1982; L'homme, 1982, Terrain, 1984; Althabe, Fabre,Lencloud, 1992).

En la actualidad particularmente interesante aparece la posi­ción epistemológica elaborada por Gerard Althabe. Originaria­mente africanista, directamente influenciado por Balandier, Alt­habe promovió la constitución, en la Escuela de Altos Estudiosen Ciencias Sociales de París, primero de un equipo permanentede investigación en antropología urbana, y actualmente de uncentro de investigación sobre los mundos contemporáneos. Enalgunos importantes artículos (Althabe, 1990a, 1990b) Althabesintetiza los puntos fuertes de su epistemología. En ciertos as­pectos su posición recuerda a la antropología reflexiva de Bour­dieu (Bourdieu, 1992), y también al etnocentrismo critico deMartino (de Martino, 1979). Asimismo, Althabe propone con mu­cha fuerza el carácter (fundador» de la relación que el investiga­dor establece con sus interlocutores. Esta relación se desarrollaen un contexto que el investigador ha «producido» ya que es elmismo que, realizando un corte en la realidad social, «produce»sus interlocutores como actores de una particular configuraciónde la cual él se considera extraño y en la que quiere entrar a

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formar parte para «conocerla desde su interior». Hasta qué pun­to esta configuración sea real y no sólo imaginada por el antro­pólogo, únicamente la investigación puede decirlo; pero esto sig­nifica que «la pertinencia de la perspectiva que ha sido seleccio­nada como cuadro de referencia para la investigación, debe serconstantemente verificada en el curso mismo de la investiga­ción» (A1thabe, 1990b: 128) y sin olvidar nunca que también e!antropólogo es parte de la configuración: son sus interlocutoresque, desde que 10 encuentran, lo «producen» como actor de laconfiguración que él quiere estudiar y lo utilizan en los juegossociales que pertenecen contemporáneamente a ellos y al campode investigación que él ha recortado. Simultáneamente compro­metido a «entrar dentro» y a «restablecer la propia distancia de»,e! antropólogo debe «organizar e! desarrollo de su investigaciónen forma tal como para poderse permitir una autoreflexión per­manente» (ibúi.: 130). Por otra parte, cualquiera que sea la confi­guración social que e! antropólogo ha recortado, sus interlocuto­res forman parte de ella de manera, si no es temporal e intermi­tente como él, ciertamente parcial. En la ciudad, la separaciónentre la residencia, el trabajo y los lugares de tiempo libre es unacondición generalizada; y el antropólogo no puede olvidar que e!lugar en que ha fijado la propia sede de investigación es un «aquíy ahora» de sujetos que pertenecen a una multiplicidad de otrassituaciones sociales (A1thabe, 1990a: 127). A1thabe rechaza todalegitimidad a las posiciones que absolutizan y autonomizan elrinconcito de ciudad en que se desarrolla la investigación; no lasacepta porque las considera desviadas, expresiones como «cultu­ra de empresa» o «de administración», «pueblo urbano», «tribuurbana» y similares, aunque sí usadas metafóricamente. Si susinterlocutores no pertenecen totalmente a la situación que él es­tudia, será inútil que el antropólogo intente estudiarla como unatotalidad. Más bien A1thabe propone estudiar «e! trabajo de!imaginario que produce la ciudad para aquellos que la habitan:la recomposición, la apropiación, el uso de la ciudad. Este traba­jo del imaginario en los discursos de los habitantes, es para elantropólogo un camino para relacionarse con ellos como actoresde prácticas y para comprender el sentido de sus posiciones»(A1thabe, 1984: 4).

La teorización de Althabe, muy convincente y rica de suge­rencias, presenta algunas significativas convergencias con cier-

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tas posiciones de Néstor García Canclini, el antropólogo argen­tino que trabaja en la Ciudad de México, en donde ha realizadoalgunas extraordinarias investigaciones sobre la produccióncultural y el consumo cultural (Canc1ini, 1994a, 1995). Ambosestán interesados en la «producción de la ciudad» en las prácti­cas de los habitantes; ven estas prácticas dibujarse y realizarseen el interior de campos de relaciones que son siempre tambiénrelaciones de poder; consideran, finalmente, que e! campo de rela­ciones no puede ser totalmente comprendido más que en re­lación a su contexto, que no se puede, en resumen, analizar ellocal, prescindiendo de la realidad global (Canc1ini, 1994b).

Un caso como el de México plantea con mucha evidencia lacuestion de! fin de las ciudades. Como hemos visto ya en 1982,Chombart de Lauwe publicaba un libro con este título. En 1961salió en los EE.UD. The Death and Life of Great American Citiesde Jane Jacobs, un libro profético que identificaba en el automó­vil e! peor enemigo de la vida urbana. Jacobs obtuvo una notablefama internacional, y en su patria una alta dosis de ostracismopor parte de los círculos que cuentan; pero ni ella ni nadie halogrado detener la motorización de masa (Jacobs, 1969).

El fin de las ciudades es un tema propuesto siempre, másfrecuente en los últimos años. Se presta a infinitas variaciones,más o menos inspiradas en la ciencia ficción; más allá de lascuales, sin embargo, es un tema que todavía merece que se re­flexione críticamente sobre él. Según algunos autores, cuandolas ciudades crecen a la dimensión de metrópoli, o de megaló­polís. tienden, justamente a causa de las dimensiones, a trans­formarse en aglomerados que tienen poco o nada de urbano:empezando por el imaginario de los habitantes, que ya no lasperciben unitariamente y menos aún pueden experimentarlascomo realidades unitarias. Estas infinitas extensiones de cons­trucción atravesadas por autopistas urbanas, no tendrían nadaque pudiera distinguirlas unas de otras, que les diese una iden­tidad; y, por lo tanto, ya no podrían ser a su vez, matrices deidentidad (Sennet, 1992). Sin embargo, justo las investigacionesde Canclini y de otros antropólogos latinoamericanos muestrancómo la imaginación de las nuevas tecnologías, alimentándoserecíprocamente, ofrece al menos algunas alternativas al antiguopaseo por la avenida principal, produciendo no la desapariciónde la ciudad, sino nuevas prácticas y nuevos imaginarios urba-

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nos, a veces, pero no siempre violentos y dramáticos (Canclini,Nivón, Safa, 1993; Martín Barbero, 1993; Herrén, 1993).

Oscuro y preocupante parece a primera vista el cuadro dibu­jado por Kevin Lynch en su último trabajo, publicado despuésde su muerte, en 1992. Intitulado en italiano Perecer, el título eninglés, Wasting Away, está más cargado de culpables implica­ciones. La catástrofe ecológica es explorada en todos sus posi­bles desarrollos terroríficos pero no improbables, si se tomanen cuenta muchos comportamientos ya generalizados a escalaplanetaria. Pese a ello, Lynch, en la más pura tradición delpragmatismo optimista americano, practicable también porqueél borra completamente de su discurso todo análisis de las con­veniencias y de las responsabilidades específicas, considera quesea posible convertir «positivamente» los desechos, el desperdi­cio, el enajenado consumo; en síntesis, en su tesis, se deberá yse podrá aprender a programar y a dirigir la declinación.

Más allá de las diferentes interpretaciones, un dato objetivoparece confirmar la tesis de una posible muerte de las ciudades.Después de más de dos siglos de crecimiento, más o menosveloz pero continuo, las ciudades y sobre todo las metrópolishan entrado en un ciclo de baja demográfica. El fenómeno, ad­vertible en todo el mundo occidental, ha asumido dimensionessignificativas también en Europa. No puede ser explicado sólocon la baja de la natalidad; como muestran los análisis que se­ñalan el crecimiento de los centros pequeños y medios, se tratade una verdadera y propia «fuga» de las ciudades. No estamosfrente a un fenómeno generalizado: además de ser todavía nu­méricamente contenido, parece presentar algunos caracteresdistintivos. Afecta principalmente, a familias de la clase media ysobre todo media alta todavía jóvenes con hijos. Estos sujetosno desean vivir en las colonias suburbanas, sino en un pueblo,en una aldea de pocos millares de habitantes, pero que no estélejos, ni de la ciudad de medias dimensiones, ni de las grandesvías de comunicación. Por estas características, S. Wallmanconsidera que este fenómeno puede ser considerado típico de lasociedad postindustrial, ya sea en el sentido que se ha hechoposible por las innovaciones ligadas a la tecnología informáticay telemática y por las transformaciones del ciclo productivo; seatambién en el sentido que expresa los nuevos valores y las nue­vas aspiraciones pos modernas.

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Que sean viajeros urbanos que alcanzan cotidianamente lametrópoli, pero prefieran residir en un pueblo; o que realicenen su casa un trabajo que pueda utilizar las conexiones telemá­ticas; o que haya puesto en marcha una actividad en el mismolugar de residencia, de todos modos este nuevo pueblo de habi­tantes de los telecottages, encamaría todas las megatendenciasde la nueva cultura contemporánea, que Wallman resume conlas palabras de otros dos estudiosos. «Preferencia por la descen­tralización contra la centralización; proveerse solos más quecontar con la asistencia y los servicios públicos; preferencia porlas formas de vida y de organización pequeñas, más que poraquellas de gran escala; preferencia por las opciones múltiplesmás que por las dicotomías; preferencia por la actividad econó­mica informal respecto a la formal; deseo de una vida centradaen lo privado; reprivatización de la vida familiar» (Naisbitt yAburdene, en Wallman, 1993).

En la sociedad industrial los sujetos decidían su residencia,su identificación con un lugar en base justamente al trabajo y asu propia pertenencia originaria (región de origen, religión, per­tenencia lingüística, etc.). Actualmente, se estaría dibujandouna petición de contextos locales totalizantes «holísticos». peroque permitan asumir identidades flexibles. Es, según Wallman,l~ petición de un nuevo tipo de vida urbana. Ya que estas peti­ciones se apoyan en el soporte de la tecnología informática, «nohay razón para que la ciudad postindustrial no pueda satisfa­cerlas» (Wallman, 1993: 12).

Pero, ¿qué clase de ciudad será la ciudad de los telecottages?Hans Schilling, que ha estudiado los pueblos de los alrededoresde Frankfurt, ellos también blancos de las clases medias quequieren dejar la metrópoli, habla de «urbanismo sin urbani­dad». La nueva urbanidad coincidiría más con la seguridad quecon la libertad, con la estabilización de relaciones de familiarí­dad en lugar de la activación de relaciones heterogéneas y quese renuevan continuamente, con el retiro en lo privado y conuna vida pública ficticia, ya que en ella la política es espectacu­larizada, y el consumo es la base para definir el rango y el pres­tigio (Schilling, 1993).

Que se comparta la posición pseudoneutral y en el fondooptimista de Wallman o el pesimismo de Schilling, es de todosmodos imposible no reconocer que la problemática de la socie-

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dad postindustrial debe se, incluida desde ya en el cuadro de laantropología urbana. Ya hemos entrado en la sociedad cablea­da y no es una novedad afirmar que la telemática ya incidió, ymás en el futuro, en la estructuración del tiempo y del espacio,en las relaciones sociales, en la división del trabajo. en la cuali­dad y cantidad del trabajo socialmente necesario. Sin embargo,la tarea de comprender las nuevas formas culturales necesita lamisma paciencia y prudencia, yo creo, que tradicionalmente laantropología tuvo que utilizar para interpretar cualquier reali­dad cultural.

Además de los ya someramente indicados, un tema, en par­ticular, me parece fascinante para una antropología reflexiva dela ciudad cableada. La mediatización ha dado nuevo cuerpo aun viejo fenómeno: las modas culturales. Siempre existieron,pero a diferencia de lo que sucedía en el pasado, ahora ya noson elitistas, sino de masa, tienen una difusión capilar a nivel aveces planetario y siempre muy extendidos, tiene una obsolen­cia muy rápida, hasta ahora inédita aún por las modas ¿Quéaportan, qué destruyen, qué dejan tras de sí como sedimento?

Consideraría estúpida una antropología que por juzgar­las como fenómenos efímeros y superficiales, no las considera­se como posibles objetos de estudio. Aún más estúpido seria,obviamente, creer que los análisis más adecuados para los fenó­menos efímeros, sean los extemporáneos e improvisados.

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CAPITULO SEXTO

ESTUDIAR UN PROBLEMAA ESCALA NACIONAL: LA CASA EN ITALIA

¿Cuántas casas se necesitan para un cierto grupo de sereshumanos? Y, ¿cuáles deben ser sus caracteristicas cualitativas?Las sociedades modernas que se encuentran en una contradic­toria, y no fácil situación, deben responder a estas preguntas, sino quieren provocar la crisis de un sector importante de su me­canismo de desarrollo o al menos de reproducción, que se fun­da, en definitiva, en la satisfacción programada de necesidadestanto previsibles como estandarizadas; pero, ya no pueden ha­cerlo en base a una concepción y a un estilo de vivir UIÚVOCOS,

probados y consolidados por una tradición. En las sociedadesmodernas uniformidad y previsión de las necesidades son pro­ducidas no sólo transmitidas como una herencia social. ¿Quéimplicaciones tiene todo esto, cuando se trata de la casa?

Ciertamente «tener una casa» es una de las característicasuniversales de la especie humana. No conocemos un grupo hu­mano, por burda que sea su tecnología no haya elaborado al­gún tipo de reparo, que cuando menos agilice la relación entrela especie humana y el ambiente. Pero no se trata sólo de esto.El refugio humano nunca es solamente un cobijo, nunca tienesólo una función exclusivamente instrumental de abrigo. Tam­bién es siempre una casa (Lanternari, 1965). A la casa o, entérminos más técnicos, al sistema habitacional de un grupo hu­mano puede ser legítimamente aplicada la definición de hecho

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social total (Mauss, 1965). Las casas de un grupo, en efecto,incorporan en sí y objetivan dándoles una forma: el saber empí­rico del grupo y las modalidades de su relación con el ambiente«natural» en que vive; el saber técnico y la instrumentación deque el grupo dispone; la estructura social del grupo, desde losvínculos parentales hasta la estratificiación social y las jerar­quías; las reglas con las que son asignados los recursos al inte­rior del grupo, y finalmente el horizonte simbólico del grupo,sus creencias, sus valores, sus mitos y sus ritos. La casa es, porlo tanto, un objeto de análisis muy complejo, ya que, es de he­cho un objeto polifuncional y polisémico.

¿Estas polifuncionalidad y polisemia son caracteres todavíaactuales, aún reconocibles en las casas producidas por las socie­dades contemporáneas? 0, como han sostenido algunos, ¿laexigencia de dar rápidamente respuestas cuantitativamenteadecuadas a una petición de vivienda que crecía en forma expo­nencial, hizo que se produjeran habitaciones extremadamentesimplificadas en el plano cualitativo, en el sentido de que se lesha quitado buena parte de sus funciones y significados, redu­ciéndolas a unas machines a habiter? Y si es así, ¿quién realizóla simplificación del modelo habitacional? ¿Y según qué crite­rios? Y finalmente, nosotros que vivimos en casas modernas,¿cómo vivimos en ellas? ¿Hemos renunciado a la multiplicidadde las funciones y de los significados de la casa, o hemos refun­cionalizado y resemantizado las máquinas para vivir?

Aunque útiles para enfocar el problema, las preguntas quepreceden son del todo inútiles para buscar respuestas. Son, enefecto, preguntas al mismo tiempo demasiado generales y densas.

Trataré de circunscribir el campo de la reflexión acerca de lacasa, limitándolo a Italia en los años de la segunda posguerrahasta el final del decenio de los años setenta, y se trata ya dedimensiones espacio-temporales muy amplias. No las he esco­gido al azar. En ese lapso, Italia pasó por una transformaciónradical en términos de urbanismo, urbanización, industrializa­ción y desarrollo del tercer sector (Ginsborg 1989; Lanaro 1992;Barbagallo 1995). Muchos millones de italianos "se cambiaronde casa», en el sentido material de la expresión, pero tambiénen el sentido cultural, ya que han escogido (algunos), han acep­tado (otros), y han sufrido (otros también) al adaptarse a unmodo de vivir diferente al que estaban acostumbrados.

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Este estado de cosas ofrece a la antropología una oportuni­dad de investigación importante. La adopción de una metodolo­gía comparativa es posible: la vivienda originaria de los italia­nos, si queremos decirlo así, la vivienda de «antes de la guerra»,puede ser comparada con la de finales de los años setenta. Laconciencia de que los dos términos a comparar están unidospor un proceso histórico (no sólo por una decisión del investi­gador), hace posible la contemporánea adopción de un procedi­miento interpretativo de corte historicista, atento en acoger lasdinámicas culturales que unen los dos términos a comparar(Lantemati, 1974; Brelich, 1979).

Las páginas que siguen presentan un cuadro global de lasituación italiana, construido tomando en consideración los fe­nómenos a escala nacional. En la tercera parte de este volumen,el lector paciente podrá encontrar un ejemplo de investigaciónsobre la vivienda conducida a escala local.

La casa en ambiente campesino

Aún en 1951 la población italiana que trabajaba en la agri­cultura era el 42.2 % de la población activa. En 1995 tal porcen­taje era sólo del 8 %. De este dato se puede deducir que tanradical ha sido, en los últimos cuarenta años, la transformaciónde la sociedad italiana; pero se puede también deducir que tanalto es el porcentaje de población que nació y vivió la primeraparte de su vida en ambiente rural.' Es paradójico, pero es undato real: el país de las cien ciudades es un país de inurbados.Por ello, me parece correcto empezar el análisis precisamentepor la casa campesina, que es para la mayor parte de los italia­nos una experiencia todavía cercana y con toda probabilidadcondicionante.

Al final de la guerra, para toda la Italia "pobre» puede decir­se que el territorio era el único recurso verdadero disponible, laúnica posible fuente de subsistencia, de trabajo, de riqueza. No

1. Para muchos ínurbados el desarraigo del campo no es definitivo. Mantuvieronuna casa y a menudo también intereses en la ciudad de origen a la que regresanperiódicamente, aún cuando son emigrantes en el exterior. Pero no se trata en absolu­to, desde ningún punto de vista, de un regreso a la condición campesina. Ver al respec­to Miranda (1996).

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era un recurso abundante. Ni siquiera en el pasado lo fue, por­que si la densidad de la población no llegaba a los niveles actua­les, una parte no pequeña del territorio no era utilizable por lapresencia de pantanos, por la inseguridad, por la imposibilidadde utilizar, con los medios que la tecnología de entonces ofre­cía; territorios frecuentemente inaccesibles o inhabitables.

En esta situación, controlar la posesión y el uso de la tierrasignificaba tener el control del sólo recurso con que verdadera­mente se contaba, significaba tener el control de la riqueza y delpoder. No se exagera afirmando que el poder de las clases do­minantes en una parte importante del territorio italiano se fun­dó hasta finales de la ultima guerra (y en gran parte tambiéndespués, cuando a la renta agraria se la sustituyó con la especu­lación inmobiliaria) precisamente sobre el control del suelo.

En gran parte del territorio italiano, la historia de la tierracomo recurso económico no es, en efecto, la historia de unaclase que con la explotación directa de un recurso construye supropia riqueza y su propio poder; es, al contrario, la historia deun poder construido por medio de la disociación entre la pose­sión y el uso del recurso, y por medio del desmedido y brutalcontrol, de parte de quién tenía la posesión de los suelos agra­rios, del acceso de otros a su uso.

Tal control era legitimado, también para quien tenía quepadecerlo, por el valor reconocido a la posesión, primero sobrela base de la ideológia del privilegio por nacimiento, y despuéspor la ideología de la propiedad privada.

En las áreas donde esto aconteció, la agricultura no encon­tró jamás las condiciones necesarias para volverse una activi­dad empresarial y se cristalizó en una actividad productiva dela mera subsistencia para la mayoría y de la renta para unoscuantos.

Para quien no poseía tierra (no sólo los peones y los asala­riados, sino también los colonos y arrendatarios), las condicio­nes de vida podían también permanecer dentro de límites tole­rables cuando la agricultura era tan productiva como para darlugar a una renta, sin que fuese necesario comprimir la remu­neración de los trabajadores a niveles más bajos de la pura sub­sistencia; pero donde esto no era posible, las condiciones exis­tenciales del campesino eran intolerables. Esto sucedió en granparte del territorio italiano. Aun a pesar de las no infrecuentes

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revueltas y de las múltiples formas de resistencia campesina, laideología de la propiedad privada, y por lo tanto, el valor asig­nado a la posesión, penetraba también en aquellos que de laposesión de la tierra eran excluidos. Como siempre, esto podíasuceder porque la valoración de la posesión era verificada porhechos aun antes de ser aseverada ideológicamente. En la expe­riencia cotidiana de cada uno, quedaba claro que uno era libresólo y en cuanto «poseía», y que era respetado porque «poseía».

Para los campesinos la posesión de la tierra era el únicoinstrumento de emancipación que conocían (además de la emi­gración): ni las condiciones en que vivían les permitían inventarotros; aunque si de hecho la experiencia les enseñaba que ellosestaban excluidos de la posesión, al menos en la medida másallá de la cual la posesión se volvía verdaderamente liberadora,para ellos la tierra no quena decir libertad y respeto, sino fatiga,opresión, explotación, inseguridad y precariedad.

Los campesinos aprendían de su experiencia que no conta­ba el «hacer», contaba el «poseen>; pero al mismo tiempoaprendían que su suerte los condenaba a ser excluidos de laposesión de todo aquello que tenía verdaderamente valor. Creoque en esta experiencia hay que buscar las raíces del llamadoindividualismo campesino y del Iamilismo conexo: todo aquelloque no es «mío» es, inevitablemente, «del otro», no puede jamásser «nuestro»: y si es del otro, inevitablemente me priva, medaña, me disminuye. En este cuadro, para sobrevivir, para so­portar la insostenible tensión que la explotación y la precarie­dad generaban, para sentirse todavía un poco «hombres», másque vulgares derrochadores, sólo había un camino: la exalta­ción apasionada de 10 poco que era verdaderamente propio, laconstrucción de un ámbito, aunque mínimo, de propiedad, lafamilia y la casa.

Casa y familia se volvieron el ámbito por excelencia, quizáel único para la defensa de la identidad, diría de la dignidadpersonal. La casa, a condición que fuese de propiedad, se tor­nó verdaderamente el único espacio en que era posible la rea­lización de uno mismo: a la precariedad de la existencia y a lacondición subalterna permitía oponer un mínimo de seguri­dad y autonomía; al control ajeno, a la dependencia de losotros, permitia oponer una privacidad mucho más preciosa,en cuanto que era la única garantizada por la aprobación del

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grupo y por la posesión del ámbito espacial dentro del quedebía realizarse.

Este estado de cosas, puede también explicar el rechazo ge­neralizado de la cohabitación de una familia extensa o de con­sanguíneos y el esfuerzo para dotar a cada nueva familia de sucasa, por muy pobre o pequeña que fuese (contrariamente a loque se cree, la casa patriarcal es prácticamente inexistente en elmundo campesino, excepto en las zonas de colonia aparcerada)(W.AA., 1960a); sin trabajo, un hombre era todavía un hombre,puesto que era s6lo la víctima de una cadena de desgracias que,por definición, escapaban de su control; pero sin una casa yuna familia, un hombre no era verdaderamente nadie.

El uso del espacio interior de la casa campesina ofrece ulte­riores elementos de reflexión. La vivienda campesina en loscentros habitados, y a menudo también la casa en el campo,estaban en general constituidas por una sola pieza. Con unadisponibilidad de espacio extremadamente reducido y con índi­ces de hacinamiento en general muy alto pareciera que estascasas no pudiesen ofrecer alguna posibilidad de uso diferencia­do y articulado. Al observador extraño le parecía ya mucho queen un espacio tan restringido encontrara la forma de realizarseel ciclo vital de cuatro, cinco, a veces ocho o diez personas. Sinembargo, no era así: mediante una observación más cuidadosa,no era en absoluto difícil detectar las señas de los usuarios, queen los estrechos límites de espacio disponibles, destinaban,cada rincón a una función precisa; de un esfuerzo de manteni­miento y de embellecimiento no casual; de un modo de vivirque no era el de quien ocupa un refugio provisional, sino unaverdadera casa.

Algunos usos eran recurrentes en la casa campesina. El pri­mero y más importante se refiere a la alcoba de los cónyuges.Aún cuando la pobreza era bastante grande, los demás muebles-incluyendo la mesa- eran evidentemente muy precarios omás bien inexistentes (Rosso, 1955; Signorelli, 1957), el mobi­liario de la recámara conyugal tenía casi siempre una proceden­cia no casual y se presentaba como fruto de una selección me­ditada, en la que evidentemente se comprometían los escasosrecursos económicos disponibles. La cama matrimonial y si loshabía, el ropero y la cajonera eran objetos de cuidados particu­lares, y se prohibía a los hijos usarlos sin permiso. Obviamente

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en la cajonera se conservaban los objetos de familia (quizá algu­nas joyas o un poco de dinero, desde luego el «papel» que ates­tigua la propiedad de la casa, el «papel» que da derecho a lapensión y la libreta para los servícios médicos). En algunas re­giones, donde en los años sesenta, el pan de trigo hacía pocoque se habla sustituido por el pan de cebada o de maíz, eraprecisamente debajo de la cama conyugal, donde se conservabala cosecha, aun cuando otras provisiones eran almacenadas enotro lugar (VV.AA., 1960). Cuando las habitaciones utilizableseran dos, la segunda estaba siempre destinada a la recámaraconyugal de los padres, lo cual puede parecer obvio. No obstan­te, hacia reflexionar el ver en tanta penuria de espacio esa habi­tación esmeradamente ordenada y cerrada, completamenteinutilizada durante las horas del día, mientras la primera habi­tación se llenaba promiscuamente de toda clase de actividadesdomesticas, infantiles, adultas, etc., a pesar de las que el obser­vador veía como fastidiosas interferencias recíprocas.

En la situación tradicional la familia campesina vivía encondiciones económicas muy precarias, en las que la supervi­vencia de cada individuo era al mismo tiempo condición y re­sultado de la supervivencia de todos. La familia, en estas con­diciones, antes que un sistema afectivo, era vivida por suscomponentes como un sistema económico, capaz de produciry distribuir a sus miembros, que jamás hubiera podido procu­rárselos por sí mismo, los bienes necesarios para sobrevivir. Launidad familiar y la solidaridad eran, por lo tanto, los pilaresdel sistema de supervivencial, eran el bien supremo, el valormáximo que no podía por ninguna razón ser cuestionado.Como consecuencia, las relaciones afectivas, el vínculo de san­gre y la solidaridad económica constituían un todo de compo­nentes sólidamente interrelacionados, que se fundaban y se va­loraban mutuamente. Los pocos bienes de que se disponía per­tenecían a la familia, más que a uno ti otro miembro de ella; yesto era así para el padre también, que era el jefe reconocido ytenía derecho a que se le obedeciera sólo en cuanto era el queproducía más.

Así se explica la diversa atención, el cuidado y la distribu­ción del espacio y de los muebles entre la zona destinada a lapareja conyugal, que era raíz y garantía de la unidad familiar; yla zona destinada a la vida en común de la familia, que no tenía

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un significado específico, una vez terminadas las tareas ligadasa la producción y reproducción.

En fin, justo porque se fundaba en los vínculos de sangre yen un sistema de solidaridad afectiva que garantizaba la solidari­dad económica, a su vez indispensable en presencia de una reali­dad estructural tan frágil y precaria como para no poder tolerarla mínima fractura, la familia no podía abrirse a acoger extra­ños: hacia el exterior se presentaba compacta y cerrada, se dabauna apariencia que podía modelarse en los tradicionales ejem­plos burgueses locales o, más tarde, en los ejemplos de la socie­dad de consumo; pero que nacía de cualquier modo y siemprede la necesidad de establecer una separación entre las relacionesintrafamiliares y las relaciones de la familia con los demás.

Se comprende por lo tanto el valor cultural que tiene, en lahistoria del mundo campesino italiano, la propiedad de la casafamiliar, y en qué complejo y amargo entramado de relacioneseconómicas, sociales y de poder se sitúan sus raíces.

Al menos dentro de ciertos límites, esta historia ayuda tam­bién a comprender por qué la propiedad de la casa ha sido unfin perseguido con tanto ensañamiento, desde finales de la gue­rra en adelante, por parte de todas o casi todas las familiasitalianas, hasta el punto de volverse no sólo impopular sino másbien no proponedor cualquier otro modelo de utilización de losrecursos habitacionales que el urbanismo y la urbanización ha­brían podido hacer posibles y quizá auspiciables.

La casa en ambiente urbano

Para las clases subalternas, la experiencia de vivir en la ciu­dad, en el periodo entre las dos guerras, tenía al menos doselementos en común con la del campo. También en la ciudadsólo la propiedad de la vivienda (además para las clases popula­res aún más difícil de conseguir que en el campo), consentíagozar de la casa con una cierta seguridad, ya que el pequeñoarrendatario de un departamento modesto era poco amparadofrente a su arrendador.i mientras las viviendas populares eran

2. De una célebre serie humorística de los años treinta, Las cuatro mosqueteros deNizza y Morbelly, que tuvo una versión radiofónica muy popular, fue publicado un

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pocas y su asignación estaba sujeta a la posesión de requisitostambién políticos.

E igualmente en la ciudad (deberiamos decir que aún másen la ciudad), el uso del espacio, controlado por una clase diri­gente que de ello se servía como instrumento de poder, funcio­naba como verificación fáctica y, por lo tanto, como argumentode legitimación de la hegemonía y del control ejercidos por esamisma clase.

La preexistencia de un centro histórico generalmente vital yde notable cualidad arquitectónica y urbanística hizo posible engran parte de las ciudades italianas un desarrollo urbano deltipo radiocéntrico a anillos concéntricos. Esta tendencia fue ge­neralmente favorecida, tanto por razones político-ideológicascomo de control social, durante el período fascista, cuando laestructura radiocéntrica fue a veces forzosamente impuesta so­bre preexistentes estructuras urbanas de diversa indole (Insole­ra, 1962). La progresiva descalificación social y urbanística delas franjas urbanas, mientras más se procede del centro hacia laperiferia, es bien conocida y probablemente inevitable en au­sencia de intervenciones consciente y voluntariamente reequili­bradoras. Un tipo de intervenciones que de hecho faltaron antesy después de la guerra, en la medida en que entre otras cosas, eldesarrollo por anillos (o, como mejor se ha dicho, como man­cha de aceite) consentía y más bien favorecía el instaurarse y elprosperar de los mecanismos de la especulación inmobiliaria.

La progresiva expulsión de las clases menos ricas de las vie­jas colonias del centro muy a menudo no fue otra cosa que unaoperación especulativa (y/o una provisión de policía) enmasca­rada con el nombre de resaneamiento: como demuestran lascolonias nuevas construidas para acoger a los desterrados. El

volumen e inspiró una afortunada colección de figuritas ligadas a un concurso patroci­nado por la Perugina, la figura del dueño sobresalía entre las de los ...males». Erarepresentado como un señor de gigantesca estatura, elegantemente vestido, con mo­nóculo, que tenfa bajo de uno de sus brillantes zapatos un entero edificio de viviendaspopulares, cuyas dimensiones eran como las de un juguete para un niño. Y exhibíatambién una sonrisa satisfecha, [el desgraciado! Señalo esto que me parece un casoprecoz, y por lo tanto particularmente interesante, de un ritual mediático para el con­trol simbólico de un dato existencial que era fuente de mucha angustia colectiva. Elritual opera a través de la adopción de procedimientos simbólicos «canónicos", elagente que desencadena la angustia es controlado reduciendo sus dimensiones y suestatus a los de una figurita, posible objeto de trueques, y enfatizando sus aspectospeligrosos hasta tomarlos grotescos e risibles.

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ejemplo más clamoroso de estos «guetos» de la época fascistason sin duda las aldeas romanas. Más en general, se debe decirque el régimen fascista tuvo una política de construcción popu­lar cuantitativamente de alguna consistencia, cualitativamenteno diferente de las otras iniciativas cuyo objetivo era integrarlas masas en el régimen; iniciativas que, a cambio del acceso aalgún bien y a algún servicio, pretendían de los beneficiarios nosólo la adhesión ideológica al régimen, sino la aceptación acrítí­ca y consentidora de la propia colocación a los niveles más ba­jos y más pasivos de la pirámide jerárquica en que el régimentendía a remodelar la entera sociedad italiana (Insolera, 1962).

Cuando las viviendas populares permanecieron en el centrode las ciudades, los habitantes pagaron con la degradación y aveces con la verdadera decadencia de su vivienda la ventaja devivir más cercanos a los centros de la vida urbana.

En las ciudades que tuvieron cierto desarrollo industrial,las colonias residenciales obreras fueron construidas cerca delos lugares de trabajo, fuera del viejo centro urbano; y si no sepudo evitar una cierta concentración de masas obreras, sí selogró mantenerlas de cualquier modo aisladas en zonas des­centralizadas.

También en las ciudades, la experiencia del habitar tema elaspecto de la incertidumbre, de la elección obligada, cuando node la discriminación, del abuso: tener una casa era una necesi­dad tan urgente como dramáticamente insatisfecha.

y así como para el campesino las casas de los «señores»,también para el habitante de las periferias las palasrine, los con­dominios burgueses, constituían el único modelo alternativoque el horizonte socio-cultural ofrecía; pero el hecho de ser in­alcanzables, mientras reforzaba el peso cultural de ciertos valo­res (propiedad, decoro, etc.) reforzaba también la autopercep­ción en términos negativos (soy un pobre, no tengo la casa, es­toy en una periferia) para aquellos que por definición no teníanalternativas.

En el uso del espacio interior de la casa urbana encontra­mos, aunque diversamente configuradas, las mismas caracterís­ticas «familistas» y de «defensa de la privacidad», que ya hemosvisto en la casa campesina.

En las viviendas de construcción popular de hecho se vivíaen la cocina, pero en cuanto era posible, además de la recamara

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conyugal, si había otra pieza disponible, se decoraba con losmuebles de un comedor y de una «salita». Este espacio, nor­malmente cerrado y muy bien cuidado, se abría sólo cuandohabía visitas y celebraciones familiares importantes. En las ho­ras nocturnas hospedaba a uno o más hijos con sus catres, peroel comedor no se «sacrificaba» ni se abría para el uso diurno, nisiquiera si la familia era numerosa y si se movía a duras penasen la cocina, donde se tenían que hacer coexistir las ocupacio­nes o los pasatiempos de muchas personas.

La familia pequeña burguesa en esos años quería (¿quieretodavía?) tener una sala de presentación separada de la cocinao del lugar en que transcurrían los días; y la separación entrehabitaciones de presentación y habitaciones de estancia, se en­contraba también en casas de lujo (Salvati, 1993, Pasquinelli1995). '

A la exigencia de una «pieza para mostrar a los otros», Dome ha sucedido nunca haber visto sacrificada la recámara con­yugal; pero si a menudo, la exigencia -objetivamente más ur­gente que en el campo- de un poco de espacio libremente utili­zable por los hijos. En algunas ocasiones, mientras la sala per­manecía cerrada, los muchachos estudiaban y jugaban en lacocina y dormían en una colchoneta en el pasillo.

Para el antropólogo un uso tan poco «racional» del espaciono puede dejar de suscitar algunos interrogantes: personas Conpoco espacio a su disposición viven en ambientes restringidosgran parte de su vida, para poder exhibir de vez cuando a losextraños un ambiente «decoroso». ¿Qué valores, qué aspectos,qué modelos inspiran semejante comportamiento?

Entre guerra y posguerra

Cualquiera que hubiese sido la situación en el país, para de­círnoslo es válido todavía un dato muy símple: en 1952, en laEncuesta parlamentaria sobre la miseria en Italia, el 60 % de lasviviendas fueron juzgadas impropias por carencia de estructuray/o por hacinamiento. Según un folleto publicado por la CISLmilanés en noviembre de 1969, que se refería a los datos delcenso de 1961, en Milán 36.340 viviendas sobre 534.660 no te­nían agua potable. El 17 % de las viviendas no tenía servicios

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higiénicos con agua corriente; el 32 %, no tenia baño y el 35 %no tema calefacción central.

En parte, al menos, esta grave situación tenía su origen en laguerra, pero la distribución regional de las cifras, demuestraque también en regiones en las que los daños bélicos fueronlimitados, la insuficiencia del patrimonio habitacional no eramenos grave.

Sótanos, buhardillas, barracas, apartamentos de una o doshabitaciones superhacinados y desprovistos de servicios erancomunes no sólo en las ciudades meridionales, sino tambiénen las colonias populares y obreras de muchas ciudades delNorte.

En 1949, la política para la vivienda encuentra por primeravez en Italia una definición programática en el plano nacional,en el ámbito del plano llamado lna-Casa. Objetivo prioritario deeste Plan era la absorción de la desocupación, pero a ello seunió también un esfuerzo sin duda merecido, tanto para au­mentar el parque de casas populares disponibles para quien notenía vivienda, como para calificar la proyectación, que fue con­fiada a algunos de los más prestigiados urbanistas italianos. Losplanes Ina-Casa fueron dos, ambos de una duración de sieteaños; al mismo tiempo, la política social de la casa y de losservicios fue recuperada y puesta en marcha en Italia en variassedes y a cargo de varias instancias. El organismo que habíaadministrado las ayudas estadounidenses de la posguerra fueconvertido en Instituto para el desarrollo de la ConstrucciónSocial; el movimiento de Comunidad, inspirado por AdrianoOlivetti, no sólo propuso una política de vivienda de interés so­cial extremadamente avanzada, sino que llevo a cabo una seriede realizaciones ejemplares en las colonias obreras construidasen toda Italia para los empleados de las fábricas Olivetti. Losproyectos fueron muchos, pero siempre pocos en relación a lasnecesidades y a los estándares medios europeos. Por desgracia,el escaso peso de la intervención pública en el total de la vivien­da construida, se volverla una estable característica del merca­do de la casa italiana.

En compensación, el debate sobre el ser y el deber ser de laarquitectura de interés social fue muy vivaz.

Las realizaciones del Ina-Casa y más en general las de vi­vienda de interés social fueron acusadas de tener muchos defec-

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tos. Respecto a las tipologias de la vivienda popular antes de laguerra, las viviendas Ina-Casa eran mucho mejores, caracteri­zándose no sólo por una ejecución y por materiales de nivelsuperior, sino sobre todo por un diseño tanto de las viviendascomo de los edificios y de los conjuntos incomparablementemás calificado. Como se ha dicho, en algunos casos se trató deproyectos de vanguardia, firmados por arquitectos famosos. Sinembargo, hay quien ha notado que se trató de un esfuerzo decalificación en definitiva abstracto, inspirado en modelos ex­tranjeros o en indicaciones de genérica funcionalidad y agra­dabilidad; los proyectos no se basaban en una adecuada com­prensión (para la cual en aquellos años faltaban en gran partelos datos) de la realidad sociológica, económica y cultural de losfuturos usuarios de las viviendas. No estuvieron en condiciónde prever y, por lo tanto, de adecuarse anticipadamente, a loscambios que la estructura demográfica, económica y social delpaís habría registrado de ahí en adelante.

Además, casi ninguna de las colonias nuevas tuvo una fun­ción calificadora y estructurante respecto a los centros urbanosya que, la mayor parte de ellos nació como apéndice periférico,como satélite de los centros mismos. A la marginación de lalocalización se acompañaban una serie de condiciones que nopodían dejar de ocasionar también la marginación social y cul­tural. Ante todo, los criterios de asignación de las viviendas fa­vorecían justamente a los solicitantes de ingresos más bajos ycon la más fuerte carga familiar, pero tal criterio contribuía adeterminar en las colonias una fuerte homogeneidad sociológi­ca y acentuar el carácter asistencial de la asignación. La coloniaera y venía percibida, tanto por quien la habitaba como por losotros, como (popular». Los habitantes eran por definición «(PO­

bres, pobre gente». La expectativa de ascenso social, de adquisi­ción de estatus que habría debido seguir al pasaje de las barra­cas, de las grutas y los sótanos hacia la vivienda, fue negada; elasignatario de una vivienda Ina-Casa era un pobre (con un te­cho» encima, pero finalmente pobre.

Se puede observar que como para muchas otras realizacio­nes de las políticas sociales (escuelas públicas, hospitales públi­cos, etc.), también la vivienda de interés social está ligada enItalia a un estigma clasista fuertemente negativo. Esto no suce­de necesariamente en otros países europeos. Esta costumbre

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nacional constituye en sí un buen tema de investigación para laantropología urbana.

Pero regresemos a las viviendas Ina-Casa. El mecanismo delrescate de la habitación por parte de los asignatarios, a travésdel pago de cuotas mensuales por un lapso de tiempo pluridece­nal, fue propuesto e impuesto (excepto para los asignataríos encondiciones de desesperada indigencia), precisamente para qui­tar a la asignación el carácter de la dádiva benéfica. Se presu­mía que el pago de las cuotas, transacción comercial normalaunque estipulada bajo condiciones muy favorables, estimulaseel sentido de sus derechos y deberes y la admisión de responsa­bilidad. Este mecanismo manifestó en algunos casos los efectosdeseados, pero a costa de consolidarse el valor cultural tradicio­nal de la vivienda como propiedad privada, y no como bien deuso o como servicio.

En otros casos, no pocos, los efectos fueron opuestos a losdeseados. Como el título de propiedad condicionaba a una seriede pagos muy prolongados en tiempo, y sin embargo gravosospara las familias cuyo ingreso era siempre muy bajo, a vecesprecario, no se daba inmediatamente a los asignatarios la «cer­teza» de la posesión, que ellos hubieran recibido como un ele­mento de seguridad y, por lo tanto, de emancipación y de esta­bilidad social. No ha sido, en efecto, jamás olvidada, para com­prender estas situaciones, la precariedad de la ocupación quecaracterizaba la condición económica de muchos habitantes delas nuevas colonias.

En fin, la ubicación marginal de muchas colonias popula­res respecto al centro de las ciudades se transformaba en dra­mática marginación y casi en segregación a causa de la faltade los servicios de urbanización primaria y de la total ausen­cia de los servicios de urbanización secundaria. Por ley, talesservicios estaban en gran parte a cargo de las administracionesmunicipales, que apelando a la crónica escasez de sus finanzas,en la mayor parte de los u.1.S0S dotaron a las colonias sólo de losservicios sociales de urbanización primaria. La carencia de ser­vicios no determina sólo disgusto funcional coyuntural; la faltade escuelas, instalaciones deportivas, sanitarios, cines y teatrospor un lado provocó la pérdida de las ventajas ligadas a la utili­zación de los propios servicios; por otra parte, generando lafalta de costumbre al servicio mismo, determína la costumbre a

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un estándar más bajo de vida, a una condición más «pobre», enuna palabra, transforma la condición de marginación en un ha­bitus (Bourdieu, 1992; Ledrut, 1968).

Sobre todo en el primer septenio, la actitud de «rechazo ala colonia» se manifestó en forma tan frecuente como parapoderse juzgar como «sistemática»: vandalismo, negligenciahacia los espacios comunes, falta de pago de las cuotas eranmuy frecuentes (VV.AA., 1960b). Tales actitudes fueron casisiempre interpretadas como dificultades para adaptarse a unestandar de vida más elevado del de procedencia, o quizá, setrataba del rechazo a una condición que, en forma confusa yfragmentaria, pero correcta, era percibida como marginante yexcluyente.

El malestar social difundido se expresaba sobre todo a tra­vés de tres tipos de comportamiento: alteración de la planta dela vivienda y de los usos previstos en el proyecto, negligenciapor parte de los adultos y agresión por parte de los jóveneshacia las partes comunes de los inmuebles y de la colonia; com­portamientos propiamente ilegales, el más común de los cualesera la falta de pago de las cuotas de alquiler (Signorelli, 1971;D1nnocenzo, 1986).

Estos comportamientos eran, por lo tanto, interpretadoscomo indicadores de atraso social y cultural; según los criteriosde la Escuela de Chicago y de Redfield, que empezaban en esosaños a ser conocidos en Italia, se pensaba que los comporta­mientos agresivos e ilegales fueran destinados a desaparecer rá­pidamente para que los nuevos habitantes de las colonias popu­lares lograran moverse en el continuuum que iba desde 10 ruralhasta lo urbano y del subdesarrollo al desarrollo.

Para acelerar este proceso, los grandes organismos públicos,que desde los años cincuenta dirigían la construcción popularen Italia, se dotaron de una estructura de servicios sociales muydifusa, articulada en centros sociales de colonia, que deberíanhaber utilizado las técnicas del servicio social de comunidadimportadas de EE.UU., curar el malestar de los habitantes yfavorecer su adaptación a las nuevas residencias (VV.AA., 1971;Eames y Goode, 1973).

La finalidad del servicio social en las colonias no pretendíaser de tipo asistencial. Si quena en cambio:

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1) Valorizar los recursos de los habitantes de estas nuevascolectividades urbanas para la construcción y el desarrollo delas relaciones internas en la colonia, y para la participación delos miembros de tales colectividades en la vida citadina.

2) Contribuir al mejoramiento del ambiente social y mate­rial (actividades y servicios de interés colectivo), utilizando losrecursos externos e internos de la propia colectividad (VV.AA.,1960b; Catelani y Trevisan, 1961).

Como se ve se trata más bien de programas de educación ala autogestión, no de programas asistenciales en sentido estric­to. En realidad, los objetivos enunciados con tanta buena fe,rara vez han sido realizados; el servicio social de colonia porlo demás ha desarrollado tareas de asistencia social, ocupándo­se de casos individuales y familiares en condiciones de malestaro de necesidad.

Las posibilidades que el servicio social de colonia tiene pararealizar sus objetivos de «comunidad» han sido, en años recien­tes, objeto de reflexiones criticas. Como otras tentativas de pro­mover programadamente la democracia y la participación des­de abajo, también la intervención del servicio social de coloniadescuida el problema del poder. Puede, en el mejor de los casos,promover la activación de las instituciones formales de la de­mocracia, que sin embargo, cuando carecen de verdadera efica­cia en la toma de decisión, se vuelven ritualismos o a lo mejorsirven para dar una apariencia de modernidad a actividades detipo tradicional, recreativas o asistenciales. Límites análogosencontraron, en años más recientes, otras instituciones de laparticipación desde abajo, como los consejos de colonia o losconsejos escolásticos (D'Alto, Elia, Faenza, 1977).

Un análisis adecuado de estos fracasos requeriría un espacioque la economía del presente trabajo no terna previsto, se trata,de hecho, de discutir la democracia como tal.

Si permanecemos en los límites de nuestro tema, se puedeobservar que con el pasar de los decenios, la persistencia delmalestar de los asignatarios en las colonias de interés social hahecho manifiesto cómo el malestar no fue debido a la desubica­ción de los recién inurbados, ni pudiera ser considerado reduc­tivamente como un periodo, inevitable pero transitorio, en elcamino de la adaptación a la vida urbana.

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Los inmigrados

Como ya había sucedido en los países de antigua industriali­zación, también en Italia durante el llamado boom, entre losaños cincuenta y sesenta, la escasez de vivienda y de serviciosadecuados no impidió ni la concentración de grandes masas depoblación en las áreas urbanas, ni la puesta en marcha, en lasmismas áreas, de intensos procesos de desarrollo industrial. Lacarencia de adecuadas instalaciones para la residencia y paralos servicios se hizo un elemento condicionante y de freno sólodespués, en un periodo más avanzado y maduro del desarrollo.

El movimiento migratorio hacia los centros urbanos, inicia­do al final de los años cuarenta, fue poco a poco fortaleciéndosehasta alcanzar cimas dramáticas al final del decenio de los añoscincuenta y sesenta (Sígnorelli, 1995).

Las masas rurales que en esos años convergían hacia loscentros urbanos y del sur hacia el norte, no pedían prioritaria­mente a la ciudad una vivienda o una vivienda mejor de la quedejaban en su ciudad; a la ciudad se le pedía una ocupación, oal menos la esperanza de ocupación, y un nuevo modo no tantode habitar, sino de acceder a los mecanismos de la promociónsocial (Beijer, 1962).

Puede decirse, por lo tanto, que la necesidad de viviendademostró ser en los años cincuenta y también en la primeramitad del decenio sucesivo, una necesidad elástica desde elpunto de vista cultural: una necesidad que la cultura misma delos inmigrantes consideraba reducible tanto cuantitativamentecomo cualitativamente.

Como hemos visto, los estándares de partida eran muy mo­destos. Una mirada panorámica a la tipología de las viviendasrurales en Italia permite aislar inmediatamente algunos mode­los notables por complejidad, funcionalidad y decoro, que refle­jan obviamente una vida socioeconómica estable y articulada;pero a ellos se contrapone una cantidad de viviendas rurales ysemirurales distribuidas en todas las áreas pobres de la agricul­tura italiana, que tienen en común, más allá de las modestasdiferencias formales, de la pobreza de los materiales, de la esca­sa articulación de la planta, lo modesto de los servicios y de losanexos (W.AA., 1960a).

No era mejor (más bien era peor) el nivel de las viviendas

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populares en los centros urbanos y semiurbanos de las zonas deprocedencia de los inmigrantes. Ciudades campesinas de escasodesarrollo comercial y también artesanal, ligadas a la estructuralatifundista de la propiedad inmobiliaria, debían dar viviendaprevalentemente a una población de jornaleros sin ningún re­curso, para los que no se daba ni la asociación entre vivienda yadministración familiar propia del cultivador directo y del arte­sano, ni entre vivienda, estatus y prestigio social en la vida derelación, típica de las clases burguesas. Las mismas condicionespluriseculares de miseria que habían constreñido la viviendacampesina dentro de una tipología tan modesta, le daban tam­bién sus significados más importantes. La casa era sentida yvivida corno refugio respecto de una sociedad hostil y cornoreparo contra la incertidumbre de una vida laboral siempre alborde de la precariedad; como consecuencia, para ser una ver­dadera vivienda, debía tener tres imprescindibles requisitos: serrigurosamente unifamiliar, poderse cerrar a los contactos socia­les y ser poseída en propiedad.

Aunque si era refugio y protección, la casa no daba por sísola ni comida, ni trabajo. Tradicionalmente, la cultura campe­sina identificaba la seguridad económica con la posesión de latierra, la reivindicación de la «tierra para quien la trabaja» fue,en efecto, el objetivo de las luchas campesinas al final de losaños cuarenta. Pero en la primera mitad de los años cincuentase fue evidenciando y generalizando progresivamente la crisiseconómica de las pequeñas propiedades campesinas creadaspor la reciente reforma agraria a partir de los latifundios expro­piados; y la población campesina era empujada a identificarcada vez más en la ciudad y en la industria la esperanza de untrabajo seguro y decentemente retribuido.

Como consecuencia, para los campesinos que emigraban ala ciudad la expectativa de un trabajo estable y bien remunera­do (aunque muy duro), era prioritaria y fundamental, en losaños cincuenta, respecto a otras aspiraciones; la repetida impo­sibilidad de conseguirlo no inducía nunca a una resignacióndefinitiva, mientras cualquier nueva oportunidad se abriera enesta dirección se aferraba a costa de los más grandes sacrificios.

La emigración como alternativa al desempleo y a la miseria,no era ciertamente una solución nueva en la experiencia delcampesino italiano: basta pensar en el gran éxodo transoceáni-

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co a finales del siglo XIX y comienzo del siglo xx. Pero el proce­so que se inició a mitad de los años cincuenta no puede serdefinido solamente como emigración, sino más bien como unverdadero abandono del campo y búsqueda de una condición devida urbana (Signorelli, 1955).

A los tradicionales factores de expulsión (desempleo y mise­ria) y a los nuevos factores de atracción (desarrollo industrialen las áreas del norte de Italia y expansión económica en todaslas áreas urbanas del país), se asociaron otros hechos nuevosque funcionaron como ulteriores incentivos y proporcionaronnuevos contenidos al éxodo hacia la ciudad de las masas ruralesitalianas.

La política de obras públicas que la «Cassa per il Mezzogior­no" (Fondo para el Sur) y los Entes para la Reforma Agrariahabían promovido desde el inicio de los años cincuenta en laItalia del sur, con el doble objetivo de dotar a las regiones meri­dionales de las infraestructuras de que carecían y de conteneren alguna forma el desempleo campesino, tuvo consecuenciasimportantes desde el punto de vista social y cultural. Conspi­cuas masas campesinas habían entrado en el sector de la pro­ducción Industrial, aunque en el nivel menos retribuido y másaleatorio, el de la más genérica y no especializada mano deobra de la construcción. De tal modo, todo un amplio sector detrabajadores venía experimentando relaciones nuevas respectoal pasado, tanto de trabajo como sobre él; y en calidad de con­sumidores, estos obreros tenían un sueldo para gastar, aunquefuera escaso y no siempre seguro, pero por primera vez era unsueldo todo en dinero (y no todo prioritariamente en especies).

A ello hay que añadir que la intervención pública en el Surprovocó una expansión en los cuadros técnicos y ejecutivos delsector público y un incremento, importante para el ambiente enque se daba, del conjunto de los sueldos percibidos. A partir deeste incremento empezó, como es sabido, el desarrollo del sec­tor de la construcción (con relativos mecanismos especulativos)en muchas pequeñas y medias ciudades del Sur; y también suexpansión como centros de consumo y de servicios, y finalmen­te su papel, a imitación del que desarrollaban rápidamente enlos mismos años las grandes ciudades italianas, de vitrinasabiertas hacia la incipiente civilización del consumo.

En fin, estos incentivos culturales hacia la búsqueda de una

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diversa condición de vida, que venían también desde el interiordel ambiente del Sur (pero eso vale también para las otras re­giones campesinas italianas: Veneto, Marche, Umbria y Lazio),se juntaban con una acción sin duda más incisiva de todas lasdemás unidas, la de la nueva prepotente forma de comunica­ción de masa: la televisión.

A mitad de los años cincuenta, el rechazo cultural de la con­dición campesina había llegado a maduración en los nivelesconscientes; sería suficiente que las condiciones del desarrolloeconómico del país, ampliando las posibilidades de empleo enla industria, lo hicieran posible, para que el éxodo del campofuera más fuerte.

La perspectiva que el campesino emigrado construye en laciudad para sí y para su familia implica una ruptura definitivacon su condición de origen, que es rechazada y negada comoconcreta experiencia de fatiga, inseguridad y hambre, pero notan radicalmente como sistema de valores y de costumbres. Enlos movimientos de población que han transformado la estruc­tura demográfica y social del país, el contenido cultural caracte­rístico es precisamente éste: la ciudad ha sido para muchos elpunto de llegada de una fuga surgida del rechazo hacia deter­minadas condiciones materiales de existencia, pero también esel lugar en que se ha intentado transferir un sistema de relacio­nes y de valores que jamás ha sido rechazado. El INNESTü hafuncionado. En las antiguas ciudades los inurbados recienteshan producido su propio tipo de urbanidad (Signorelli, 1995).

El estallido del conflicto

Entre 1963 Y 1968 las contradicciones implícitas en la situa­ción de las ciudades italianas maduraron con la rapidez de unaprogresión geométrica y estallaron en 1969.

El hacinamiento de la población en los grandes centros ur­banos alcanzó en el septenio 1961-1968 los niveles de quebran­tamiento: las infraestructuras de servicio no podían cargar conmás usuarios, y la insuficiencia de vivienda ---que en los quinceaños anteriores parecía haberse reducido-- estalló en toda sumagnitud. Se fue dilatando progresivamente la distancia nosólo cuantitativa sino también cualitativa, entre la demanda que

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era de vivienda barata, y la oferta, que era de vivienda de unnivel demasiado costoso.

En este período. sobre todo en las ciudades del «triánguloindustrial» (Milán, Turín, Génova) y también en los grandes nú­cleos de atracción urbana del centro, los índices de hacinamien­to aumentaron vertiginosamente, mientras las casuchas y ba­rracas se ensanchaban como mancha de aceite en la periferia.

El problema de la casa, que fue el centro de las reivindica­ciones del movimiento de 1969, se tiene que analizar en el mar­co más amplio de los conflictos sociales y culturales que acom­pañaron el éxodo del campo y la integración de los inmigradosen la vida urbana.

y ya se ha dicho como, no menos que a la ocupación segura,los inmigrantes aspiraban a una condición de vida urbana, a lainserción en ciertos circuitos culturales y sociales y al logro deun estándar de vida distinto al de la vida rural. La llegada a laciudad, el largo y fatigoso proceso de inserción en la vida urba­na ofrecían a los recién llegados grandes desilusiones.

Las relaciones con la población local no fueron siempre fáci­les, sobre todo en el triángulo industrial. Hechos de crónica cla­morosa pusieron en evidencia lo que luego diversas investiga­ciones han documentado. La percepción que los habitantes delnorte tenían de los inurbados estaba sustancialmente condicio­nada por el prejuicio negativo; los terroni (quienes trabajan latierra) eran vistos como competidores en el mercado del traba­jo, potenciales esquiroles en las relaciones sindicales, portado­res de modelos culturales «inciviles» en la vida social.

A su vez los inurbados tendían a percibirse a sí mismos y alos ciudadanos según un cuadro de referencia antitético, perocomplementario al de estos últimos. El resultado fue que alrechazo que la ciudad les reservaba, los inmigrados oponían laautoexclusión, la cerrazón en el grupo de familiares y paisa­nos, la organización de circuitos de relación, de solidaridad yde información intern.os al grupo de paisanos, y alternativos aaquellos utilizados por los otros ciudadanos. Efectivamente, deestos últimos circuitos los inmigrantes se sentían y eran a me­nudo excluidos. Es más: pese a la expansión del mercado deltrabajo, encontrar una ocupación era fácil sólo para los jóve­nes y para los especializados; pero los no especializados y losanalfabetos, antes de transformarse en obreros debían pasar

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por un largo aprendizaje de trabajo pesado genérico (con suscorolarios de baja retribución, inseguridad y exposición a lasformas más agudas de explotación), un aprendizaje que a ve­ces no terminaba, en absoluto con la promoción, es decir, laadmisión en una industria, sino con un retroceso en el área delos «serníoficios», que sólo con muy buena voluntad puedenincluirse en el sector de los servicios. Para muchos los «semi­oficios» han sido la única oportunidad concreta que la ciudadles ha ofrecido (Signorelli, 1995).

Mientras las dificultades relativas a la búsqueda del trabajoiban disminuyendo lentamente, aumentaba para los inmigra­dos la dificultad para obtener una vivienda en la ciudad y laimposibilidad de utilizar los servicios que la ciudad ofrecía, yaque los del sector público eran escasos o poco eficientes y losdel sector privado eran demasiado costosos.

Precisamente entorno al problema de la vivienda y de losservicios maduró o que en aquel momento pareció una nuevaconciencia unitaria de las clases subalternas urbanas. En efec­to, mientras al inicio de los años sesenta, casa y servicios (juntoa la inserción profesional y a la integración cultural) parecíanser problemas característicos de los inmigrados (y, por lo tanto,localizados sobre todo en las ciudades del triángulo industrial),en la segunda mitad del decenio, es cada vez más claro que elproblema de la casa y de los servicios interesaba en todo el paísa toda la población; y sin duda en forma más intensa a todas lasclases subalternas de los medios y grandes centros urbanos.

El crecimiento caótico de las ciudades, gobernado sobretodo por la lógica privada de la especulación sobre las áreaspara construir, la distancia entre inversiones productivas y usossociales de la renta, el orden espacial determinado por las elec­ciones en la ubicación de las instalaciones industriales, a su vezdesprovistas de objetivos programáticos y de equilibrio, todosestos factores juntos hicieron crecer los problemas del habitarhasta tornarlos insostenibles para una buena mayoria de lositalianos. La situación de tensión explotó en lo que pasó a lahistoria con el nombre de «otoño caliente» de 1969. La huelganacional por la vivienda, el planteamiento sindical enfocado enrevindicaciones no sólo salariales, sino -como se decía enton­ces- en las reformas de estructura, la formación de numerososgrupos espontáneos de protesta y de iniciativa para la autoges-

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tión justo en las colonias más periféricas y marginadas, tanto delas grandes como de las pequeñas ciudades, parecían señalar elnacimiento de una concepción de la casa y de la vida urbanaprofundamente modificada respecto a la tradicional.

Parecía que el papel nefasto de la especulación inmobiliaria,la necesidad de enlazar la habitación a los servicios, la relaciónentre la utilización de estos y la forma de la ciudad, y después larelación entre ciudad, orden del tenitorio y elecciones funda­mentales del desarrollo económico, fueran claros para todos yque todos se dieran cuenta de que poseer en propiedad «un te­cho» no resolvía más que una pequeña parte de los problemas.Parecía que la experiencia de las contradicciones de la vida en elambiente urbano modificara progresivamente las tradicionalesorientaciones de valor familiar y privadores de la cultura italia­na; mientras la delegación, por tradición pasivamente confiada alos grupos dirigentes de las clases hegemónicas, parecía que de­biera ser revocada o al menos sometida a verificación.

La demanda de participación y de autogestión era muy difu­sa. Nació en esos años un movimiento muy vivaz que reivindi­caba la participación de los usuarios tanto en la gestión de lascolonias de interés social como en su diseno (D'Innocenzo,1986). Este movimiento tuvo naturalmente el apoyo del PartidoComunista, de los sindicatos y de la izquierda en general, cuan­do se expresaba en formas más maduras y organizadas, peromanifestadas también de maneras radicales y anarcoides, se­gún el ambiente y la situación social del que emergía.

Los «movimientos contestatarios», como se denominaron,fueron los primeros en señalar que en las grandes aglomeracio­nes populares periféricas había algo estructuralmente disfun­cional: «mientras en el centro de la ciudad las clases socialesvivían unas junto a otras, la periferia es la afirmación más radi­cal de la destinación diferenciada de las áreas y de la segrega­ción socia]" (Boffi, Cofini, Giasanti, Mingione, 1972: 104). Lasdenominaciones de colonia-gueto y colonia-dormitorio se vol­vieron usuales en esos años en toda Italia, para designar estetipo de viviendas también y sobre todo por parte de los que lashabitaban; y más difusa se hizo la conciencia de los mecanis­mos especulativos que gobernaban también la construcción dela vivienda de interés social.

Pero, en definitiva, y a pesar de momentos de movilización

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relevante, tanto en sus formas organizadas y moderadas comoen las más radicales, el movimiento no logró realizar el objetivode la participación. Ni la participación en el diseño ni tampocoen la gestión fueron realmente practicadas a gran escala. Sepuede fácilmente intuir que si las exigencias de los usuarioshubieran sido aceptadas de veras, hubieran modificado brutal­mente tiempos, modos y costos de las realizaciones urbanísti­cas y habitacionales; de manera que ésta ha sido probablemen­te la principal razón por la cual intereses especulativos, gruposindustriales y corporaciones profesionales se han siempre rígi­damente opuesto a toda tentativa para tomarlas verdaderamen­te en consideración.

Sin embargo, el movimiento por la casa logro conseguiralgo: en 1971, se sometió a discusión en el parlamento la llama­da «Ley sobre la casa», el primer y bastante prudente paso en elcamino hacia un régimen público de los suelos. Entorno a estaley, que nacía de una batalla más que decenal, se desencadenóun debate enfocado con conflictos violentos y fracturas en lamayoría parlamental. La discusión, en el parlamento, coincidióen parte con la campaña electoral para la renovación de lasadministraciones locales, lo cual contribuyó a hacer el conflictomás visible. Se trata de materiales muy interesantes para el an­tropólogo, por lo que revelan sobre los valores compartidos delos italianos y las modalidades por medio de las cuales es posi­ble ganarse el consenso.

La posibilidad de perder el derecho de propiedad sobre lacasa en que se vivía, fue uno de los riesgos más violentamentedenunciados por los opositores a la ley, en forma bastante nojustificada, visto que la ley amparaba ampliamente tal derecho.

El verdadero punto de choque entre las fuerzas políticas re­presentadas en el Parlamento era, en realidad, la expropiaciónde las áreas para la construcción y el control de su sucesión enuso (cfr., por ejemplo, el Corriere della Sera del 30 de junio de1971). Pero sobre este último tema los grupos interesados enmantener integralmente el control privado sobre las áreas endonde construir, difícilmente habrían obtenido consensos ex­tensos. Sabían en cambio, evidentemente, que se podía movili­zar una parte al menos de la opinión pública presentando la leycomo un atentado a la propiedad privada de la casa.

Su posición fue abiertamente acusada de ser instrumental y

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de mala fe por una parte de los mismos grupos parlamentariosde la mayoría, que hablaron de «maniobra terrorista» (cfr. LaStampa, 25 de mayo de 1971). Siempre en el mismo periódico,algún tiempo antes, habían sido señaladas «verdaderas y pro­pias distorsiones» utilizadas por «la parte favorable a la cons­trucción privada», en el curso de un debate televisivo sobre elproblema de la casa (M. Fazio, «Farsi la casa» [construirse lacasa). La Stampa, 17 de enero de 1971). A pesar de tales denun­cias, la defensa de la propiedad privada de la casa continuósiendo propuesta e impuesta a la opinión pública como el másimportante entre los temas de discusión; y fue dramatizado pordefensores muy agresivos. Argumentos recurrentes fueron la in­constitucionalidad de cualquier disposición que limitara el de­recho de propiedad, la protección de los intereses de los peque­ños ahorradores; la aspiración general de los italianos a poseeruna casa.

Veamos unos ejemplos.El honorable Greggi (DC) en el curso de la discusión sobre

la ley en el Senado, afirma que «el contraste se da sobre elpunto esencial de la ley, que es la afirmación o la negación de lapropiedad de la casa para los trabajadores italianos [...] Sobreeste punto la Democracia Cristiana interpreta seguramente sen­timientos y aspiraciones profundamente radicados en los italia­nos, también y sobre todo en los niveles más populares" (JI Glo­bo, 9 de mayo de 1971).

El honorable Zanibelli declara que el principio que «quierenestablecer los socialistas», es decir, la casa en propiedad pero enun terreno que no es propio, que pertenece a la colectividad,«quiere decir desanimar a las inversiones del ahorro de la fami­lia hacia la habitación. Es decir, ir en contra de la tendenciauniversalmente sentida de tener una vivienda propia disponi­ble" (Il Globo, 8 de mayo de 1971). El diputado Guarra (MSI)habló de contraste con la Constitución que asigna a la Repúbli­ca la tarea de «facilitar la adquisición de la casa a los trabajado­res», mientras Quilleri (PLI) imputaba a los adversarios una«visión distorsionada lejana de las expectaciones de los ciuda­danos» (Il Globo, 14 de mayo de 1971).

En la vispera del debate sobre la ley al senado, el senadorTogni remarcó que «la ley viola los artículos de la Constituciónque protegen la propiedad privada y la paridad entre los ciuda-

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danos; L.. no puede] satisfacer la aspiración general a la propie­dad de la casa [...] hay que abolir por ser abusivas las disposi­ciones que limitan la transferencia de la propiedad de estas vi­viendas o su alquilen> (El Día, 3 de julio de 1971).

La Confedilizia (Confederación de los Constructores) definióla Ley sobre la casa, inmediatamente después de su aprobaciónen la Cámara de Diputados, como una «ley escándalo» (Il Gior­110, 5 de junio de 1971), que «no sólo afecta el derecho de propie­dad de nuestro ordenamiento constitucional y económico, sinoque elude la legítima aspiración a la propiedad que constituyeuna tendencia de todos los italianos» (Conferencia de prensa delabogado Pompeo Magno, Presidente de la Confederación de losConstructores de Lazio, de Il Globo, 5 de junio de 1971).

La Confederación organizó encuentros y manifestacionescontra la aprobación de la ley, otro error que hubiera sido pre­disponer medidas según las cuales «los (micos en pagar el precioserían como siempre los pequeños propietarios» (ídem, siempreen Il Globo, 5 y 11 de junio de 1971).

Se repetía continuamente que el pequeño ahorro se dirigía ala adquisición de vivienda, y que por esto había que defenderlo,afirmando que «las consecuencias de tal orientación [la de laley] pesarían particularmente sobre las familias con ingresosmodestos que podían adquirir su vivienda y sobre los pequeñosahorradores que invirtieron sus capitales en viviendas económi­cas y popular para dar en alquilen> (JI Globo, 25 de octubre de1971; Il Mattino, 24 de junio de 1971), en patente contradiccióncon lo afirmado en otra ocasión (JI Globo, 21 de abril de 1971):es decir, que la inversión inmobiliaria ya no era conveniente, loque inducirla a pensar que hubiera sido un deber social orien­tar el pequeño ahorro hacia otras inversiones. Siempre en JIGlobo, 19 de junio de 1970, la ley (ya en discusión en el Senado)es definida como «una bomba contra los ordenamientos»,

Se afirma finalmente que el enriquecimiento que del controlde los suelos podría derivar a los Municipios es «absurdo» (IlGlobo, 8 de diciembre de 1970) mientras talo cual no parecíahasta que terminaba en las bolsas de los especuladores.

También las otras fuerzas políticas, que se colocaban en po­siciones muy diversas de las citadas aquí, dan la impresión deverse obligadas a enfrentarse con el valor -real o presunto-­que los italianos asignaban a la propiedad privada de la casa.

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El Ministro del Trabajo aseguró repetidas veces que las ca­sas en alquiler estaban reservadas «a las clases menos acomo­dadas, a las personas que vivían en barracas o que vivían enlugares insalubres, a los trabajadores inmigrados» (dec1aracióna la agencia ADN-Kronos, 18 de junio de 1971). Lo sobreenten­dido, era entonces que cualquiera que tuviese una situaciónnormal, con un trabajo, que no fuera merecedor de margina­ción, tendría la posibilidad de disfrutar de casa en régimen depropiedad. Hasta el periódico Yllnita, del partido Comunistaitaliano, tituló: «Un nuevo camino a la propiedad del aparta­mento» (22 de junio de 1971) un artículo en el que aclarabacuáles eran las finalidades y las estructuras de las cooperativasy de la propiedad individida.

¿Pero la ley no nacía como respuesta a un movimiento so­cial que parecía portador de valores completamente distintos?

Frente a las movilizaciones del «otoño caliente», otros datosdisponibles señalan cuando menos la coexistencia, en la culturade muchos italianos de dos orientaciones de valor divergente.De 1951 a 1969, el número de viviendas en propiedad habíanaumentado el 87 %, mientras que las utilizadas en alquiler ha­bían crecido el 23,9 %. Parece evidente que apenas el creci­miento de la renta y las facilidades crediticias y fiscales se loconsintieron, una gran mayor-ía de los italianos se preocupó por«tener una casa». Era esto, por supuesto, el objetivo prioritario;mientras que el régimen de suelos, la política de los servicios yel crecimiento equilibrado de las ciudades, aún reivindicadosenérgicamente, no eran perseguidos con la misma tenacidadcon que se realizaba el proyecto familiar -privado de la casaen posesión.

En conclusión, la expropiación generalizada de las áreaspara construir fue rechazada por el Parlamento, y los que en lamayoría de gobierno, lo sostuvieron, pagaron un alto precio porsu no conformismo. Tampoco se puede decir que fue encauza­da una diferente política urbana, o una más incisiva política dedotación de servicios para las zonas-dormitorio, A pesar deesto, no hubo más movilizaciones nacionales por una distintapolítica de la casa. La solución familiar -privada del problemadel alojamiento- fue, de hecho, no sólo practicable en tiemposrelativamente breves para una gran mayoría de los italianos,sino satisfactoria hasta el punto de hacer relegar en un rincón,

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por muchos años, los aún evidentes desperfectos que esa ges­tión de las ciudades y del tenitorio producía.

Son posibles interpretaciones diversas. Se puede leer estahistoria como un ejemplo de lo que en un tiempo se llamaba«viscosidad cultural», persistencia de la tradición, también encontextos radicalmente cambiados. Pero se puede interpretar lapersistencia del valor de la casa en propiedad como una refun­cionalización de la tradición, como la respuesta, repetida encuanto ya verificada, a condiciones de vida que nunca pennitie­ron salir definitivamente de la precariedad; de modo que la pro­piedad de la casa seria siempre un dato de seguridad. Se puedetambién pensar que la casa fuera el más accesible, y el más útilentre los bienes de consumo duraderos, a la posesión de los quelos italianos, neoconsumistas, confiaron en los años sesenta latarea de rediseñar las jerarquías sociales. Y también se puedepensar que la valoración de la casa en propiedad haya sido in­ducida -con la propaganda política, pero también con las faci­lidades fiscales y crediticias, con la proposición de modelos su­gestivos, pero también con la creación de condiciones ventajo­sas para los pequeñísimos ahorradores- por un grupo políticoy económico que sobre la especulación inmobiliaria construyósus fortunas.

Quizá todas estas interpretaciones son aceptables en el sen­tido de que ninguna excluye a las otras. De hecho, ¿no empeza­mos nuestra reflexión señalando que la casa sirve y tiene mu­chos significados?

Desde la mitad de los años setenta y durante los añosochenta se manifiesta en Italia lo que se puede considerar unaverdadera y propia disociación esquizofrénica. en el ámbito delas políticas sociales para la casa. Mientras una mayoria de lositalianos adquiere en el mercado privado la casa donde reside,y con una cantidad no pequeña se compra una segunda casaen un lugar de vacaciones, se desencadena entre los expertosuna lucha para denunciar los límites y las carencias de lasconstrucciones populares ya realizadas; criticando el ZONING,las imprevisiones hacia el ambiente y la negligencia hacia lascondiciones del bienestar humano, la abstracción de los están­dares y la irracionalidad del racionalismo, las carencias en losservicios y la monotonía de las tipologías (Villani, 1974; Cop­pola PignateIli, 1977; D'Innccenzo. 1986; De Francis, 1988). Al

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mismo tiempo arquitectos pertenecientes a igual ambiente uni­versitario y profesional proyectan y realizan en muchas ciuda­des italianas, en el marco de la ley 457178, unos gigantescos yextravagantes grands ensembles, en los cuáles «el contenimien­to» de las superficies y de los volúmenes [de los alojamientosindividuales] no ha sido en concreto asociado a alguna direc­ción cualitativa que definiera las caracteristicas tipológicas,funcionales y ambientales de las instalaciones por realizar.Fracasada la tentativa de devolver como servicios externos a lavivienda las superficies sustraídas a la misma, el resultado másevidente del Plan Decenal para la construcción es una nueva yabundante producción de viviendas más pequeñas y más infe­lices (D'Innocenzo, 1986; 17).

De uno de estos mastodontes, conocido como «Le vele» dela colonia en la zona de Scampia Secondigliano (Nápoles), loshabitantes pidieron formalmente al Ayuntamiento su demoli­ción. sosteniendo entre otras cosas, que «la gente no debe sermás considerada como un accesorio de los proyectos urbanísti­cos (JIManino, 30 de marzo de 1989,21).

Lo cual confirma cuanto escribe otro experto en problemasde la casa: «Se debe reconocer que en general (pensamos entodos los países) se conoce muy poco sobre las aspiraciones dela gente hacia los diversos tipos y estándares de vivienda» (Vi­l1ani, 1975: 20). Cuando por fin se logra activar a la gente parapoderle preguntar por lo menos como quema que fuera hechasu casa, los resultados son desconcertantes (Legé, 1984; Portelli,1985). Los usuarios, habitantes de una vivienda de interés so­cial o destinados a serlo, saben articular muy poco sus deman­das: ellos reivindican sobre todo la ampliación de lo que ya tie­nen o ya conocen. A veces simplemente recababan sugerenciasde los modelos «burgueses» propuestos por los medios.

También aquí hay un problema importante para la antro­pología; con una terminología actualmente de moda. se podríainvocar la incapacidad de los sujetos a «traducir», a traducirseunos a otros, e imputar a esta imposibilidad de comunicar esa«traición de la participación» lamentada en un estudio de lostardíos años setenta (D'Alto, Ella, Faenza, 1977). Indudable­mente entre urbanistas, arquitectos y antropólogos por unaparte, y habitantes de las colonias periféricas de interés socialpor la otra, las diferencias culturales son muy grandes como

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para que surja un problema de comunicación transcultural.Pero creo que estas diferencias resultan más adecuadamentedefinidas y su función más comprensible si las conceptualiza­mos, con Bourdieu, en los términos de capitales culturales,cuya asignación social es siempre decidida en el interior derelaciones de poder.

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TERCERA PARTE

A LA BÚSQUEDA DE UN OBJETO:ESTUDIO DE CASOS

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CAPITULO SÉPTIMO

PIETRALATA: LAS LUCHASPOR LA VIVIENDA*

Pietralata tiene una historia particular: ya completamenteintegrada en el tejido urbano de Roma, nació como suburbio(borgata), es decir, como asentamiento satélite querido y reali­zado programadamente en los años treinta, durante la dictadu­ra fascista.

El pueblo de Pietralata está situado al sureste de Roma, cer­cano a la calle Tiburtina que une la capital con el mar Adriático.En la época de nuestra estancia, la población de la borgata erade 20.000 habitantes aproximadamente. Como casi todos lospueblos romanos coevos (?), y los barrios del centro histórico olas zonas de la primera expansión de la ciudad después de1870, Pietralata se ha caracterizado durante décadas por unafuerte identidad local que estaba todavía muy viva en los añosen que se llevó a cabo la investigación.

El localismo ---con hase pueblerina, ciudadana, provincial,regional y étnica- se ha vuelto uno de los temas favoritos de lainvestigación antropológica de los últimos años (W.AA., 1989a;W.AA., 1989b; W.AA., 1993). Se ha puesto de actualidad no

* La investigación en Pietralata ha sido dirigida por mí, Gianfranca Ranisio yGabríella Pazzanese desde 1979 hasta finales de 1980, con sucesivas estancias en ellugar de un mes de duración cada una de ellas. Estos materiales no han sido nuncapublicados.

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sólo desde la tragedia de la ex Yugoslavia, sino a partir de todauna serie de conflictos endémicos de pequeñas, medianas ygrandes dimensiones, a los que el localismo parece proveer eltrasfondo ideológico y el contenido de valores. Desde las pandi­llas de los guetos californianos hasta Chechenia, la reivindica­ción del control sobre un territorio es legitimada produciendoese territorio como patria. A veces dicha producción puede refe­rirse a una continuidad de asentamiento históricamente verifi­cada, otras veces el territorio reivindicado constituye para elgrupo que lo reivindica un objeto cultural que tiene tanto de lametáfora como de la tradición inventada; como es el caso de loschicanos, los hijos de los inmigrantes mexicanos nacidos en Ca­lifornia, cuya Aztlán, es al mismo tiempo la California en queviven y el mítico territorio donde los aztecas iniciaron, guiadospor un águila, su bajada hacia el sur, que debía conducirlos alos triunfos y a las glorias de Tenochtitlán (Rodríguez 1993;Valenzuela Arce 1993). A pesar de las diferencias notables quese registran entre un grupo y otro, dos características parecenconstituir el mínimo común denominador del localismo de es­tos grupos. La primera consiste en el hecho de que el localismose produce en el interior de una relación antagonista entreteni­da con uno o mas grupos, en el interior de ella el localismo(elaborado en etnicismo y racismo) se toma un arma ideológi­ca. La segunda característica, estrechamente ligada a la prime­ra, es el fundamentalismo tendencial o desplegado del que ellocalismo está empapado. El pertenecer al grupo es siempreuna cuestión de raíces; de patrimonio lingüístico, religioso ycultural, de larga pertenencia y de transmisión a través de lasgeneraciones, y esto vale aún cuando el elemento de la heren­cia genética no está directamente involucrado. De tal modo que-vale la pena notar- los dos principios de pertenencia, el te­rritorio y la sangre, que en ocasiones son considerados opues­tos, terminan fundiéndose en una sola, aunque no definida peropoderosamente sugestiva, «esencia» que hace que «tú seas unode los nuestros».

El interés de la investigación desarrollada en Pietralata es-en mi opinión-e- el hecho que permitió insertar la historia delnacimiento, florecimiento y descenso del localismo de la borga­ta en un marco interpretativo diferente. Eso será discutido des­pués de la exposición de los materiales recogidos.

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He decidido presentar los resultados bajo la forma de unahistoria de la relación entre los habitantes de Pietralata y suterritorio. Este corte interpretativo me fue sugerido, diría yocasi impuesto, por los habitantes de la borgata, o mejor dicho,ha sido el corte que ellos antes que nada han elegido para na­rrarse.

Ya en la época de la investigación la bargata había sido ab­sorbida en un continuum urbano que la unía sin importantesrupturas al barrio tiburtino y, por lo tanto, a la ciudad deRoma. No obstante, la primera pregunta que se nos hizo fue:«¿Vienen de Roma?». Pronto nos dimos cuenta de que en Pie­tralata todos utilizaban frases como «mañana por la mañanavaya Roma por un certificado», «mi hermana vive en Roma»,«encontré trabajo en Roma». Si se objetaba: «¿Pero aquí no esRoma?», la respuesta era: «No, aquí es la borgata». Desde su«fundación» Pietralata, como las otras borgatas, fue incluida ad­ministrativamente en el Ayuntamiento de Roma; pero sus resi­dentes evidentemente no se identificaban con la ciudad ni seconsideraban sus habitantes.

Era frecuente la afirmación segón la cual los habitantes dela ciudad de Roma consideraban a los habitantes de Pietralatadiferentes a ellos; y también la gran mayoría de nuestros inter­locutores de Pietralata se consideraban diferentes a los roma­nos. La percepción de sí mismos como diferentes a los habitan­tes de otras borgatas, de las que algunas estaban muy cercanas,era igualmente muy fuerte. También cuando participaban enforma colectiva en manifestaciones que se referían a Roma en­tera, los habitantes de Pietralata participaban como tales y nocomo romanos, y señalaban con orgullo esta característica, ~l

ejemplo seguramente más significativo al que asistí es el s~­

guiente. Desde los primeros comicios de la po~guerra hasta fi­nales de los años ochenta, Pietralata estuvo SIempre entre losdos o tres primeros distritos electorales romanos por númerode votos al Partido Comunista Italiano. Los porcentajes quereunía el PCI, siempre superiores a la mayoría absoluta. hantenido en algunos casos dimensiones plebiscitarias.

La gran fiesta de los comunistas romanos era por tradición,el discurso del 25 de abril, realizado por el secretario nacionaldel partido en la plaza de San Giovanni in Laterano,. Por ~ste

motivo el 25 de abril de 1979 participamos en la manifestación

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con los habitantes de Pietralata. No exagero diciendo que setrasladó la borgata entera en un largo cortejo de automóviles,camiones y autobuses urbanos prestados por la administracióndel ayuntamiento. Todos los vehículos estaban decorados contiras y banderas rojas, en donde junto a la hoz, e! martillo y labandera tricolor, símbolos del pel, se evidenciaba y se repetíahasta el infinito el letrero: «Píetralata -sección XXV abril». To­dos los cláxones sonaban al máximo. Se cantaba en coro entodos los coches. Reunidos en una pequeña plaza cercana a SanGiovanni, dejamos los coches y se formó un cortejo con bande­ras y tiras cuyos letreros, pronunciados también a manera deeslogan, gritaban: «Pietralata es roja, la D.C. no pasa», y otrosque de cualquier forma ponían en evidencia e! nombre de laborgata. El cortejo entró a la plaza San Giovanni in Laterano y,hendiendo la multitud, se detuvo debajo de! palco de los orado­res. «Éste es el lugar de los compañeros de Píetralara», lTIe dije­ron con orgullo; no de los compañeros albañiles, metalúrgicos oferrocanileros. Así también «de Pietralata» fue e! festival de laUnita organizado en septiembre del mismo año en la borgata;como «de Pietralatas eran las delegaciones enviadas a las mani­festaciones ciudadanas, regionales o nacionales del PCI.

¿De dónde nacía este sentido tan fuerte de identidad local?La historia del poblamiento de! lugar puede ayudamos a indivi­duar al menos algunas razones. Al inicio de los años treinta,Mussolini, ya en el poder, lanzó la política de renovación urba­na d~ la ciudad de Roma. Con esta operación quería poner enpráctica, entre otras cosas, también un objetivo ideológico: con­solidar la imagen del régimen fascista como realizador provi­dencial de orden, paz y prosperidad en el interior, y como temi­ble conquistador de imperios en el extranjero. Para construiresta imagen no se encontró nada mejor que intentar estableceranalogías sistemáticas entre la «Era» fascista y la época impe­nal romana, en particular la época de Augusto. El repertorio de«rornanídad» recuperado y nuevamente propuesto o impuesto(en las divisas, en los emblemas, en las insignias, en las bande­ras, en los saludos, en e! lenguaje oficial, en los programas esco­lares, en la arquitectura pública, etc.) fue muy vasto, claramen­te artificial, a menudo lúgubre; tuvo su culminación en el pro­yec~o d~ esta~lecer «en los cerros fatales de Roma» la antiguacapital imperial, Es sabido que este programa sirvió para hacer

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emerger algunos monumentos de la época clásica a costa de lademolición de una buena parte de la Roma medieval no monu­mental y también de monumentos importantes.

La operación añadió a los resultados de tipo ideológico, losde tipo sociourbanísticos. La demolición de las viejas viviendasque constituían el centro histórico romano conllevaba la expul­sión de! centro mismo de aquellos que ahí vivían. Se trataba deuna parte importante del proletariado romano, un proletariadoen cierta medida atípico. Siendo desprovista, más aún hoy, deestablecimientos industriales importantes, Roma no tenía unproletariado industrial, sino más bien un proletariado de alba­ñiles, obreros, trabajadores de los transportes públicos y priva­dos, de los servicios y además, una consistente población depequeños trabajadores independientes, artesanos y comercian­tes. Aunque desprovistos de la tradición socialista, sólida, tantoen el plano ideológico como en el organizativo, que tenía laclase obrera del norte de Italia, el proletariado romano consti­tuía una realidad potencial y a menudo explfcitamente hostil alrégimen. La forma en que fue alejado de! centro histórico de laciudad demuestra que junto al objetivo de crear un urbanismomonumental, el gobierno fascista perseguía igualmente otro ob­jetivo no menos importante: el de neutralizar marginándolo, ungrupo social hostil y potencialmente peligroso. La expulsión delcentro histórico no se limitó, en efecto, a un reacomodo en otrazona, en la periferia de la ciudad, sino que fue algo que algunosautores no dudaron en llamar deportación. Para alejar a la po­blación expulsada del centro histórico se crearon las borgatas.Éstas no eran ciudades satélite o colonias periféricas indepen­dientes o poblados rurales. La única definición que se puededar es: dormitorios, conjuntos de barracas dispersas en el cam­po romano a varios kilómetros no s610 del centro, sino tambiénde la última casa de la periferia.

De 1934 a 1939 se construyeron una decena de borgatas (In­solera, 1962), a unos cien metros de alguna de las grandes ca­rreteras de época consular que partían de Roma, pero casisiempre estaban situadas en los valles característicos del camporomano, profundas cuencas hundidas respecto a la superficie,en cuyo fondo había casi siempre agua semiestancada, la lla­mada marana. De forma tal que, aunque desde todas las borga­fas se podía fácilmente alcanzar una carretera, sin embargo,

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estos asentamientos quedaban invisibles para quien pasaba porla carretera misma. Ubicadas en microclimas insalubres, por elestancamiento y la infiltración de agua, las borgatas estabanconstituidas de barracas de dos o tres tipos diferentes. Las mássimples carecían de pavimento, tenían muros de paneles pren­sados y un techo de lámina sin envigado; las más «bonitas»eran de mampostería con piso y entretecho. Se trataba de aloja­mientos unifamiliares sin servicios higiénicos; de una sola habi­tación con cocina o de dos habitaciones para las familias másnumerosas. Los servicios higiénicos eran colectivos, colocadosen barracas, distribuidos en uno por cada tres o cinco vivien­das. Carentes hasta el final de la guerra, no sólo de estructurascolectivas, sino de casi todos los servicios sociales, y en el cursode los primeros años también de alcantarillado, de líneas regu­lares de autobuses que las conectaran a Roma, las bargatas noeran unos campos de concentración sólo porque no estabancercadas (amuralladas).

Evidentemente nadie hubiera ido a vivir por propia iniciati­va a lugares así. En efecto la evacuación de la población de lasviejas viviendas se hizo gracias a la orden generalizada de ex­pulsión por causa de pública utilidad, y si la gente no se iba _ya menudo no lo hacía-la orden de expulsión ofrecía la cober­tura legal para que interviniera la policía y el ejército fascista.No solamente la tradición oral, sino también los archivos deestado atestiguan que las casas fueron desalojadas varias veces,y las personas y los muebles cargados en los camiones bajo laamenaza de los fusiles (Insolera, 1962).

Éste es también el origen de Píetralata, borgata construidaen 1936, aliado de una vieja cantera de piedras para construc­ción, abandonada, en el kilómetro 6 de la carretera Tiburtina.El desarraigo fue total. Irse a la bargata implicó perder el terrí­torio, la casa, la colonia, la ciudad. Para muchos esto significa­ba perder también el trabajo y los vínculos creados en el mediolaboral. Significaba, finalmente, la ruptura de los lazos familia­res y de vecindario, puesto que (como era previsible) los habi­tantes de cada zona demolida fueron dispersados en más deuna bargata. Los relatos de los protagonistas (niños o adoles­centes de esa época y adultos o ancianos cuando los entrevista­mos), demuestran que la deportación de los barrios urbanos alas borgatas fue para todos el origen de una crisis cultural radi-

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cal, de una confusión de la cual nació un sentimiento de cólera,de rebelión impotente frente a la violencia de la que fueron víc­timas, y, por lo tanto, de odio profundo para quien la hablaprovocado e infligido. Fueron necesarios varios años, y unacontecimiento de gran magnitud como la guerra, para que elantifascismo visceral de los habitantes de las bargatas se trans­formara en conciencia política.

La primera crisis cultural que los deportados debieronafrontar fue la de su relación con el espacio. El desarraigo bru­tal del territorio que les era familiar los obligó a reelaborarcompletamente su mapa mental, la visión del espacio modeladaa través de la experiencia; y el nuevo territorio donde habíansido lanzados, no podía no condicionar profundamente la nue­va concepción del espacio que debieron elaborar, al menos entres niveles: casa, colonia y ciudad.

Los testimonios parecen confirmar que, aunque hayan sidohabitadas al menos por 15, a menudo 20 o 25 años, jamás nadieha considerado las barracas como casas. En el curso de las na­rraciones de los entrevistados, se les evocaba con la ayuda dealgunas fotografías que provocaban inevitablemente una seriede comentarios como: «¿Ya éstas tú les llamas casas?», «¿Sonunas casas, aquellas cosas de allí?», «No somos bestias parasentimos como en casa en este establo», y así sucesivamente.Este rechazo total de considerar como casa un alojamientodonde se ha pasado un tercio, a veces la mitad de la vida, dondequizá se nació, podría encontrar una explicación en la pésimacalidad de las barracas mismas, realmente más parecidas a es­tablos que a habitaciones. Sin embargo, desde el punto de vistadel espacio utilizable y de la cualidad de los servicios, comotambién de la salubridad, las viejas casas del centro histórico notenían unos estándares mucho mejores que las barracas. A es­tas últimas, además, con el pasar de los años todos lograronaportar alguna mejoría. Creo que el decidido y generalizado re­chazo a considerar las barracas como casas hay que recondu­cido al valor simbólico de las barracas mismas, más todavíaque a su disfuncionalidad práctica. Para los habitantes de Pie­tralata la casa anterior, aunque modesta, era de cualquier for­ma un bien seleccionado en plena autonomía según una deci­sión orientada por un proyecto. También en los estrechísimoslímites de los recursos financieros disponibles, la vieja casa en

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el centro histórico estuvo escogida justamente porque respon­día mejor que otra a las necesidades de sus ocupantes, tenia losrequisitos que los había inducido a escogerla entre un conjuntode viviendas similares, pero ninguna igual a la otra. Tampoco lasituación era muy diferente cuando el alojamiento había sidorecibido en herencia (algunas veces se heredaba el contrato dealquiler) de los padres. En las ciudades el mercado de la vivien­da para los pobres tiene de cualquier forma su dinámica y, enconclusión, quien accede a ese mercado, tiene alguna oportuni­dad, más o menos modesta, más o menos ilusoria, de efectuarelecciones y, por lo tanto, de encontrar confirmaciones a supropia identidad y a su propia libertad. Haber sido forzadarnen­te «arrojados» dentro de una barraca quena decir haber perdi­do libertad, posibilidad de escoger y decidir con dignidad. Elriesgo de volverse «como las bestias» no era menos grave desdeeste punto de vista, que desde el de la higiene y de la promíscui­dad. La tenaz renuncia a reconocerse, y a aceptarse como habi­tantes de los que durante veinte años continuaron a llamar «es­tablos», ha sido probablemente para los habitantes de Pietralatael elemento de continuidad cultural que les permitió no perderla memoria de la vieja manera de vivir; y, a partir de ésta me­moria, proyectar una nueva. No es casual que la lucha por tenerde nuevo una casa será el gran acontecimiento durante el cualse construirá la conciencia colectiva local de los habitantes dePietralata.

La relación con la colonia, o mejor dicho, las relaciones decolonia habían sido también, según los testimonios, profunda­mente modificados por la deportación. El aislamiento del exte­rior y la nivelación social interna no pareció que produjera aPietralata las tensiones y la atomización social tan frecuente ensituaciones análogas (Gíglia, 1994; Althabe et alii, 1985). En lasnarraciones de nuestros interlocutores parece haber sido «des­de siempre» fuerte, tanto la identificación entre la borgata y elgrupo que allí vivía, como el sentimiento de pertenencia del in­dividuo no solamente al grupo sino también al lugar, aún contoda la ambivalencia de odio-amor que el lugar suscitaba. Pro­bablemente el origen dramático, violento de la borgata plasmódesde el inicio la identidad colectiva de un «nosotros» que estambién un «aquí», opuesto a un «ellos» que es también un«fuera de aquí», Ya que el «nosotros» se constituyó en el curso

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de un evento-en-el-espacio, un evento que puso en discusión elequilibrio del espacio, el «nosotros» y el «ellos» se constituyeroncomo sujetos-sociales-en-el-espacio: el «otro» social está siem­pre en «otro lugar» espacial. Ya se vio que buena parte de laspersonas con quienes se ha hablado están convencidas de serconsideradas por los demás como «diferentes» en cuanto habi­tantes de una borgata. Al mismo tiempo, y a pesar de repetidasdenuncias de los defectos, insuficiencias e incomodidad que elvivir en borgata conlleva aún en el tiempo de nuestra investiga­ción, poquísimas personas quisieron expresar el deseo de ir avivir a otro lugar; la mayoría en cambio estaba atenta a declararque no hubieran querido en absoluto irse.

El cuadro no estaría completo si no tuviésemos en cuenta elhecho que Pietralata es -yen los hechos siempre ha sido- unaparte de la ciudad. No es cuestión de distancia espacial; es evi­dentemente una cuestión de relaciones y de percepción recípro­ca; y la borgata nació en relación a la ciudad. El primer y másimportante ámbito de esta relación es el económico. La borgatano ofrecía y no ofrece medios de subsistencia. No había en laborgata trabajo de tipo urbano y la tierra que la circundaba noera cultivable o ya estaba ocupada desde hace mucho tiempopor verdaderos agricultores. Los habitantes de la borgata de to­dos modos no habrían sabido ni querido cultivarla, jamás fueroncampesinos. Para ellos la búsqueda de un sueldo gravitaba en laciudad; para encontrar un empleo necesitaban dirigirse a la ciu­dad. Por tradición los hombres estaban ocupados en las cons­trucciones y las mujeres se ocupaban de hacer la limpieza. Tra­bajos, por lo tanto muy inestables y precarios; para realizarlos senecesitaba ir a la ciudad, pero sin ocupar un lugar fijo y recono­cible en la ciudad. «¿Dónde trabajas>. «En Roma.» «Sí, pero¿dónde, en Roma>. «Eh, hoy aquí, mañana allá.»

Los recursos que se podían encontrar en la ciudad eran decualquier forma también otros: principalmente la asistenciaque se podía obtener gracias a los canales administrativos y a labeneficencia, cuyo descubrimiento era tarea casi exclusiva delas mujeres; y también los recursos típicos de la marginacióneconómica; los pequeños comercios más o menos abusivos, lasactividades ilegales propiamente dichas. Naturalmente estabanen las borgatas (y aumentaron lentamente con el paso de laprimera a la segunda generación) también personas que tenían

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una ocupación estable, pequeños comerciantes, algún artesanoy, sobretodo, empleados de bajo nivel en los servicios públicos.Pero para la mayoría de los habitantes el cuadro que acabamosde trazar someramente es el mas plausible. La ciudad era indis­pensable para la supervivencia de la borgata. Pero, en realidad,a la ciudad se «iba a buscar trabajo, comida y dinero», «no sepermanecían como sujetos integrados en la ciudad misma.

En conclusión, la relación con la ciudad era tan necesariacomo precaria. En relación a la ciudad, los habitantes de laborgata se sentían, aún en la época de nuestra investigación,casi unos ocupantes temporales, abusivos, tolerados, más bientemidos, pero permanentemente expuestos al riesgo de ser ex­pulsados nuevamente (G. Berlinguer, P. Delia Seta, 1960; Ferra­rotti, 1970).

Se puede resumir la experiencia de la expulsión y de la de­portación con las palabras de uno de ellos: «¿Sabes por qué lasborgatas han sido construidas en los valles? Porque ellos no nosdebían ver, nosotros debíamos desaparecer. No se debía ni si­quiera saber en donde se encontraban las borgatas».

El odio compartido hacia el régimen fascista y la fuerte es­tructura de las relaciones vecinales en el interior de la borgata,hicieron que ésta participara por decirlo así colectivamente, a laresistencia antifascista y antinazista en el invierno de 1943-1944.Se establecieron probablemente así las primeras conexionescon la organización clandestina del Partido Comunista Italiano.Como ya se ha señalado, en la historia reciente de la borgata, elPCI juega un papel central no sólo desde el punto de vista políti­co (que no examinaré), sino desde el punto de vista cultural queestá en el centro del presente análisis.

Concluida la guerra en 1945, la lucha por la casa fue el com­promiso en torno al cual se consolidaron los vínculos ya exis­tentes entre la borgata y la organización política y muchos nue­vos que se crearon. Como ya hemos dicho, la necesidad de ca­sas era evidente y los habitantes de Pietralata eran todos cons­cientes de ello; las ya terribles carencias cualitativas y cuantita­tivas de la situación originaria se agravaron con la guerra y laposguerra. Primero gravitaron alrededor de Roma los expulsa­dos de las zonas al sur de la capital, atravesadas por el frente;después, al inicio de los años cincuenta, se activaron imponen­tes conientes de inmigración hacia Roma, desde el centro-sur

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de Italia (Signorelli, 1995). Quizá todavía antes de que la guerraterminara, en el verano de 1944, y después con un crecimientoininterrumpido, el PCI, a través de la presencia difusa de susfuncionarios y activistas, de su excelente red de células y demanifestaciones, había comenzado a desarrollar lo que no meparece exagerado llamar un verdadero trabajo educativo, unapedagogía que transformó a los potenciales bandidos socialesde la borgata, llenos de odio y de ganas de vengarse. Los trans­formó, ¿en quién? Quizá no tanto en comunistas, como al parti­do y a ellos mismos les gustaba decir, sino en ciudadanos. En laépoca de nuestra investigación, al inicio de los años ochenta, laenseñanza del partido parecía sedimentada en algunos princi­pios profundamente interiorizados por todos los habitantes dePietralata. Las casas son un bien al cual se tiene derecho, nouna dádiva más o menos generosa concedida a los pobres porlos poderosos; como consecuencia se necesita pedirlas a la sa­ciedad, mejor aún al poder público, al ayuntamiento, al estado;y si nos organizamos de modo tal que se pueda transformar lapetición individual de una casa en una reivindicación colectiva,ésta tendrá mayor fuerza, no podrá ser ignorada o abandonadafácilmente.

«Derecho a la vivienda» fue la palabra de orden que marcóel período que todavía hoy se llama «de la lucha por la casa», ysegún los testimonios, parece que en este caso el término «lu­cha» no es una amplificación retórica. Durante largos años lasmarchas de protesta, los mítines en el Capitolio donde se en­cuentra el Municipio de Roma, las banicadas en la calle Tibur­tina, las ocupaciones demostrativas, los cortejos y naturalmentelos choques frecuentes y violentos con la policía, constituyeronuna secuela casi ininterrumpida. La victoria fue completa: afinales de los años setenta, Pietralata fue totalmente reconstrui­da por los institutos de construcción económica y popular; lasbarracas habían desaparecido completamente, cada familia ha­bía «conseguido la casa». Vale la pena señalar que también si setrata de casas en alquiler, los que las habitaban mostraban elmismo aire de lograda seguridad y estabilidad que podrianmostrar siendo propietarios. No sólo por la absoluta modestiade la renta ni por la protección que la ley acuerda a los inquili­nos de las casas populares, en práctica inamovibles; sino tam­bién por la conciencia de su propia fuerza, del logrado estatus

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de ciudadanos titulares de derechos, e! respeto de los cualesestaba garantizado por la fuerza de la organización de la queconstituían una parte sobresaliente.

La experiencia había, por lo tanto, señalado a los habitantesde Pietralata que la lucha paga, que da resultados concretos. Lalucha era el instrumento gracias al cual se había adquirido unbien: la casa; un estatus, el de habitante de una casa civil; unaidentidad social y política reconocida por toda la ciudad, la demilitante comunista de borgata. La lucha da el poder y el poderda la identidad. «Si no luchas no eres nadie» dice una personaentrevistada. Todavía en la época de nuestra investigación, aun­que la administración del Ayuntamiento de Roma estaba enmanos de los comunistas desde hacía cinco años, el 60 % de laspersonas entrevistadas estaban convencidas de que «para obte­ner el progreso en la colonia, los habitantes se deben movilizary luchar directamente, en lugar de confiar sus peticiones a unaorganización que las trasmita a la autoridad competente».

Las luchas por la casa han sido una experiencia decisiva,fundamental, pero también muy clara y lineal, casi un recorridoclásico de la formación de la conciencia colectiva. Los margina­dos, los aislados descubren la fuerza de la organización, la fuer­za de la petición que tiene una dimensión colectiva. Descubrenal mismo tiempo que la posesión de la fuerza les da derecho ala identidad. Descubren que si son decididos serán respetados.«Si quieres obtener algo, les debes dar miedo», dice otra perso­na interrogada. La firme oposición «nosotros/ellos» alimentadapor e! aislamiento y por la homogeneidad social originaria de laborgata, tuvo al inicio una función defensiva de la identidad,una función de hecho tranquilizante y protectora. Ésta ha cam­biado de significado con la lucha y se ha vuelto agresiva: el«nosotros/ellos» no es más el horizonte cultural que ayuda a nodesaparecer en los valles, sino el horizonte cultural que ayude. asalir de los valles para entrar en la ciudad. El «nosotros/ellos» sevuelve «nosotros contra ellos». Los valores son antagonismo yagresividad hacia e! exterior; solidaridad y lealtad hacia e! inte­rior. La conflictividad latente o manifiesta es experimentadacomo un dato constante de la vida y se vuelve, por lo tanto, uncarácter del mundo; un carácter no negativo porque es verdade­ramente a causa del conflicto que los habitantes de las borgatas«entran de nuevo en la historia». Más allá de todos los valores,

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el valor supremo es el partido, la entidad que permitió que todoesto se realizara. Pero a la devoción por el partido va unido unsentido muy fuerte de la propia identidad colectiva. No gratuitoen verdad, y, además, reforzado por situaciones externas.

La violencia y la eficacia de las luchas por la vivienda gana­ron a la borgata una reputación de «dura», primero entre losmilitantes del PCI romano, después en toda la ciudad y al final,a nivel nacional, cuando las historias de las mujeres de Pietrala­ta, comprometidas más que los hombres en las luchas por lacasa inspiraron una película, La diputada Angelina (L'onorevoleAngelina) cuya protagonista fue Anna Magnani: fotografías deescenas de la película y más aún las fotos instantáneas tomadasa la actriz y con la actriz se conservaban todavía con devociónal inicio de los años ochenta no sólo en algunas casas privadas,sino en las sedes de Pietralata de! PCI. Pero, sorpresivamentc, e!objeto de la devoción no era la Magnani, era la borgata misma ysu historia. «Nos tuvieron que hacer la película, entiendes, porel desmán que les hicimos..

En el mismo horizonte de autoestima y de orgulloso perotolerante reconocimiento del propio papel de líder se inscribe larelación que se creó en el curso de los años de la lucha por lacasa entre los pietralatenses y los inmigrantes provenientes delas regiones de Italia central y sobre todo del sur. Estos últimos,no encontrando casas en la ciudad, se instalaron en las borgatasen donde construían sus barracas al lado de las que ya existían.

De origen rural, en mayoria ex campesinos, diferentes a losromanos por el dialecto, las costumbres, las prácticas religiosas,las relaciones familiares, a los inmigrantes de los años cincuen­ta, todavía a fines de los años setenta se les denominaba losburini (palabra del dialecto romano que significa campesino,hombre burdo y torpe, ignorante de las costumbres de la ciu­dad y, por lo tanto, destinado a hacer e! ridículo y a ser engaña­do). Pero el juicio sobre ellos era muy articulado: «Son buriniporque campesinos nacieron y no pueden cambiar. Pero soncapaces, lucharon por la casa con nosotros, para la lucha soncomo nosotros». Y, en efecto, no hay huellas ni de conflictos nide tensiones graves entre la gente de Pietralata (como en el res­to de las otras borgatas romanas) y los inmigrantes. Conflictos ytensiones que en los años cincuenta, en cambio, no era raro quesucedieran en Milán o en Turín (Signorelli, 1995; Fofí. 1975).

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Creo que en este proceso de integración relativamente no con­flictivo un papel crucial lo tuvo la necesidad común a todos deuna vivienda; y tanto más la capacidad del PCI de dirigir laOpOSICIón «nosotros sin casa/ellos deben dárnosla» en forma talcomo para hacer de ella el terreno para una identificación delos intereses comunes y de los enemigos comunes, para hacerlahegemónica, por así decirlo, respecto a la otra oposición, roma­nos/campesinos. Cuando preguntábamos a las personas mayo­res que habían participado en la lucha por la casa: «¿Qué signi­fica para ti el partído?», no era raro que contestaran: «Todo»,sin énfasis, más bien como la constatación de un hecho eviden­te. Ésta era la respuesta de bastantes militantes comunistas deesa generación (Li Causi, 1993).

Seria un gran error ver en la historia de Pietralata solamen­te la producción de una representación colectiva con base te­rritorial, útil a nivel psicológico porque permite asegurar, con­solar y consolidar la identidad; o ver solamente una operaciónde producción de consenso por parte de un partido activo yhábil. La transformación cultural que he descrito, consideroque ha funcionado y se ha arraigado porque ha tenido unacorrespondencia estructural sólida y evidente: lo ha sido desdeel punto de vista económico, porque ha condicionado la desti­nación y el uso del dinero público; y lo ha sido desde el puntode vista sociológico porque transformó la relación entre Pietra­lata y la ciudad de Roma, haciéndola pasar de la forma de laintegración marginal, individual y aislada en su rebeldía, a laforma de la integración colectiva explícita y conscientementeconflictiva.

La etapa sucesiva de éste proceso pareció por lo demás per­fectamente consecuente: en 1976, el PCI gano las elecciones ad­ministrativas en Roma, y en el distrito al que pertenece Pietrala­ta obtuvo una mayoría verdaderamente aplastante. Era como sicon la mediación del partido y junto a todos los compañerosromanos, los pietralatenses hubieran ganado la legitimaciónpolítica y jurídica para administrar los recursos públicos por elcontrol de los cuáles habían luchado.

¿Esto quiere decir que finalmente la ciudad les pertenecía?Los procesos no son tan lineales, los acontecimientos roma­

nos no son tan lógicos.La situación que encontramos en Pietralata en 1979-1980

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parecía presentar más contradicciones que continuidad respec­to al pasado de la borgata.

Resumiendo: la borgata no se parecía en nada a la de losaños treinta. Las viviendas de interés social de construcciónmás reciente respondían a estándares más bien elevados de es­pacio, de accesorios, de acabados; en lo que se refiere a lasviviendas más antiguas, fueron objeto en los dos últimos añosde un minucioso mantenimiento por parte del Instituto que espropietario. La estructura de la ocupación no había cambiado,pero la categoría de los dependientes públicos se había vueltorelativamente mayoritaria, a menoscabo de los ediles, albañiles,obreros especializados, todos en disminución. El modelo deconsumo se presentaba como un mixto sorprendente de consu­mismo y de tradiciones populares romanas, al perder todas lascaracterísticas de penuria.

Una mujer cincuentona, preciosa informadora ya que en sutiempo había sido una joven protagonIsta de la lucha por lavivienda en los años cincuenta, me recibió una tarde en su muybien equipada cocina-comedor, en donde estaba preparando loque en Roma se llama ciambellone, una especie de rosca depreparación casera. «Es para mi hijo», me explicó con el aireentre orgulloso y enojado típico de las madres que tienen unniño difícil, pero que con mucha dificultad logran hacerlo cre­cer bien; «En el desayuno no me come nada, sin embargo, le hehecho probar de todo. ¡Mira!» me dijo, abriendo la puerta de unmueble. Había en el interior, al menos unos veinte paquetesentre galletas, confecciones de panecillos, cuernos, pastelitos,etc., procedentes del más cercano supermercado. El hijo encuestión en esa época ya había cumplido 22 años, había hechoel servicio militar, y trabajaba.

Según lo que afirmaban nuestros interlocutores adultos, en­tre los cuarenta y los sesenta años, en la segunda mitad de losaños setenta se había registrado una disminución muy impor­tante si la comparamos con lo que había sucedido durante losaños de las luchas por la vivienda, de la participación en la vidapública de la borgata.

El PCI seguía recogiendo una gran mayoría de los consen­sos electorales, pero parecía menos capaz o menos preocupadode movilizar, reunir, organizar a la población, como lo habíahecho en el pasado.

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Parecía haberse debilitado también el interés de la pobla­ción hacia la borgata, sobre todo con respecto a la posibilidadde mejorarla gracias a nuevas estructuras y servicios muchomás fáciles de obtener con una administración de izquierda enel ayuntamiento. La demanda de nuevas estructuras era, segúnmis entrevistas, constante pero genérica, era más una ritualiza­da repetición de una fórmula, que la expresión de necesidadesvividas en carne propia; la participación de los ciudadanos en lagestión de las estructuras y de los servicios sociales existentesestaba garantizada en gran parte siempre por las mismas perso­nas activistas delegados por el peI y, en una minoría por otrospartidos; mientras la mayoría de la población o se desentendíade la gestión de los servicios o se limitaba a hacer acto de pre­sencia pasivo en las asambleas. muchos interlocutores lamenta­ban también la tendencia a una cada vez más escasa politiza­cíón de los jóvenes.

Resumo utilizando la frase de una persona anciana, política­mente activa: «Pietralata, como la ven hoy, fuimos nosotrosquienes la hicimos, con nuestras luchas, y es por esto que laapreciamos tanto, pero ellos [los jóvenes] han encontrado la pa­pilla hecha y es por esto que no les importa».

Naturalmente hoy, a la distancia de más de quince años, lastendencias que a finales de los setenta comenzaban a delinearseen la borgata roja aparecen totalmente coherentes con lo que hasucedido y está sucediendo a nivel nacional y también interna­cional. Las primeras señas de despolitización y de regreso a loprivado. pueden ser interpretadas como los primeros síntomasdel advenímiento de la llamada sociedad postindustria! o pos­moderna. Sin embargo, si esto puede ser el marco de referenciageneral, yo creo que no se debe renunciar a examinar más decerca cómo el proceso general se declinó en una situación local,específica y fuertemente caracterizada, como la de Pietralata.

Veamos algunos puntos que se merecen una reflexión.El paso del papel de antagonistas que reivindicaban el con­

trol de los recursos al de gestores de los recursos mismos pudohaber sido frustrante y no por razones emotivas o simbólicas,sino porque en concreto el segundo rol implicó para los pie­tralatenses una pérdida de poder respecto al primero. Quisieraexplicar esta afirmación que puede parecer paradójica. Cuan­do participaron en las luchas, cada uno entre ellos fue protago-

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nísta, e igua! a los demás, todos protagonistas; la dirección delos recursos obtenidos, al contrario, ya sea por la estructura delos roles que ofrece como por los conocimientos que exige (o quese afirma que exija), obligo a un gran número de participantes adelegar la propia participación y las propias decisiones. Es aquídonde hay que buscar, y no en una retrasada persistencia de laideología de la lucha, la raíz del malestar perceptible en la bo;­gata, en el tiempo de nuestra investigación, en la concienciadifundida, aunque confusa, de una pérdida de poder rea! y porlo tanto, de un nuevo riesgo de pérdida de identidad. Los ínstru­mentas del poder antagonista, de la resistencia pasiva a la reSIS­tencia activa, a la violencia, eran conocidos y poseídos por cadauno y no podían ser usados sin la participación de ~odos. .

Los instrumentos del nuevo poder parecían mcomprensi­bIes reservados para pocos. Los que controlaban estos nuevosinstrumentos y a los que era necesario delegar la participaciónde uno no siempre eran queridos, ya que, el resentimiento porla situación de exclusión se descargaba sobre ellos. Evidente­mente, la antigua identificación con el peI y la tradicional con­sideración hacia los dirigentes prevalecían sobre el descontentoy el resentimiento, garantizando todavía las movilizacio~es enla plaza San Giovanni. Sin embargo, el descontento senalaba,en términos elementales pero auténticos, una situación real deexclusión.

Una segunda circunstancia que generaba desagrado era lapoca visibilidad de los nuevos objetivos para los cuáles se ha­brían debido comprometer. Las luchas por la vivienda tendíana la satisfacción de una necesidad explícita, consciente; la con­frontación con otras realidades (el pasado, las otras zonas deRoma) llevaban claramente en la conciencia de todos no sólo lanecesidad de cada uno, sino también la analogía entre las nece­sidades de todos, y ofrecía al mismo tiempo elementos de cono­cimiento para prefigurar la satisfacción de la necesidad. De he­cho se sabía como luchar, pero se sabía sobretodo claramentepor qué se luchaba. Pero, un centro social, o ~n centr~ culturalpolifuncional, o mejor aún una «dif:rente ca~Idad de.vida» eranotra cosa. Las necesidades a las cuáles habnan debido respon­der estas estructuras estaban en gran parte latentes por la faltade experiencias concretas que hubieran hecho madurar la con­ciencia de una falta de esa naturaleza. En la medida en que

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estas necesidades se volvían conscientes, casi siempre en formaparcial e incompleta, encontraban satisfacción gracias a la ad­quisición de bienes de consumo en el mercado privado (al quetodos ya podía acceder gracias al aumento de sus ingresos). Porejemplo, la posibilidad de comprar para los hijos calzados ana­tómicos y de llevarlos en automóvil al campo, esconde -en elsentido que hace desapercibida y desapercibible- la exigenciade un servicio de educación física para la infancia.

Hay aún otros elementos, luchar por la casa significaba lu­char por un bien concreto, visible, tangible, cuyo goce hubierasido igual para todos, continuo y organizado en bases familia­res. Las infraestructuras que mejoran la borgata, en cambio, amenudo no ofrecen bienes sino servicios; no sirven a todos enforma homogénea, sino que tenían un público diferente y selec­cionado por categoría y edad; no sirven en forma continua, sinosólo en ciertos periodos de la vida de cada uno. Para que todosse dedicaran a realizar un círculo para los ancianos o una guar­dería, se necesitaba que estas estructuras fueran consideradasrespuestas a las necesidades de todos y no a las necesidades delos más ancianos o de las jóvenes madres que trabajan. Pero elreconocimiento de la naturaleza colectiva de necesidades comolas anteriores puede nacer sólo de una actitud cultural, que novalorice la ventaja inmediata, que se haga cargo de programarel futuro, que valore la inversión, la ventaja a largo plazo. Sinembargo, las experiencias de marginación subjetiva respecto alejercicio del poder de gestión; el bajo nivel de conciencia de lasnuevas necesidades y su satisfacción parcial en el mercado pri­vado; la tendencia cultural regresiva (o nuevamente emergentea la superficie) a pensar en la utilización de los recursos colecti­vos en relación a la propia situación individual y familiar, másque en relación a las necesidades colectivas, según mi hipótesis,son las razones por las que la identificación entre grupo y terri­torio se volvieron en Pietralata poco a poco más débiles y me­nos activas.

El caso de Pietralata induce a hipotetizar que la concienciacolectiva localista no nace siempre y sólo de una tradición cultu­ral común y de larga duración, sino también de la experiencia denecesidades comunes, cuya satisfacción depende del control deun territorio: y de la activación de un liderazgo que pudiera or­ganizar la reivindicación de la satisfacción de esas necesidades.

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Por algunos decenios, Pietralata -y muchas otras situacio­nes locales similares- pudieron ser producidas como las retro­vías en las que se acumulaba un consistente capital simbólico,para emplear después en las luchas de poder que tenían lugaren el campo político (Bourdieu, 1992), Eran entonces localida­des, pero sólidamente ancladas a un contexto; y alimentabanlocalismos, pero fuertemente integrados en una ideología orien­tada en sentido universalista. Pero ya en el tiempo de nuestrainvestigación era evidente que su función estaba agotándose.Parecería sensato entonces el comportamiento de esos jóvenesa los que las personas ancianas les reprochaban por qué «no lesimportaba la borgata»; quizá no era sólo el conformismo sugeri­do por la sociedad de consumo a empujarlos hacia la ciudad.sino el sentimiento confuso, pero no por esto menos correcto,de que ya entonces el poder real, el derecho a contar no seconquistaba más luchando en Pietralata. ¿Dónde están ahora,admitiendo que estén todavía en algunos lugares de la ciudad,las retrovías en donde se acumula capital simbólico y los cam­pos en dónde se combate por elpoder?

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CAPITULO OCTAVO

POZZUOLI, LA CIUDAD BELLA*

Pozzuoli, una ciudad de 70.000 habitantes aproximadamen­te, es el más grande centro urbano del área situada al noroestede Nápoles, conocida aún hoy día con un nombre de inspiraciónclásica, el de Campi F1egrei, campos ardientes. A pesar de la con­tigüidad espacial y de la ya sucedida soldadura territorial con elcentro urbano napolitano, los Campos Ardientes y en particularPozzuoli mantienen su autonomía no sólo administrativa, sinotambién social, económica y cultural. El centro histórico de Poz­zuoli tiene cualidades estéticas y urbanas decididamente excep­cionales. Se inserta en el extraordinario panorama del golfo y delas islas, cerrado al sur por el promontorio en el que persiste elderruido Rione Terra (Barrio Tierra), el centro más antiguo de la

* La investigación en Pozzuoli se realizó desde febrero de 1984 a diciembre de1986 en el marco de la Convenzione n." 4.032 entre el Ministerio para el Coordinamen­to della Protezione Civile, el Ayuntamiento de Pozzuoli y la Universidad de Nápoles«Federico U», aprobada el 19-11-1983 para proyectar la reconstrucción tras el bradisis­n/O de 1983. Del equipo dirigido por mí formaban parte Lello Mazzacane, GíanfrancaRanísío, Angela Giglia, Adele Miranda. Alberto Baldí, Paola Massa. Teresa Melchíori,Rosa Arena. Los resultados se hallan en Rapporto di sintesi sui risultati del/a ricerca, acargo de A. Slgnorelli, Nápoles, 1985, no publicado; Lello Mazzacane, La cultura delmare iu area flegrea, Han, Laterz.a; A. Signorellí, ..Spazio concreto e spazio astratto», eníd. (dir.), «Antropología urbana. Progeuare e abitare: le contraddizíon¡ dell'urban plan­ntng». número monográfico de La Ricerca Folilorica (1989), 20; A. Signorclli, -Anrro­pologia e cíua», en P. Apolito (dír.), Sguardi e modelíi. Saggi. ítaliani di. ansropoíogia,Milán, Franco Angeli, 1993.

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ciudad, que según una creencia difundida, fue sede de la Acró­polis de la ciudad griega y desde entonces ininterrumpidamentehabitado, hasta 1970, cuando fue desalojado después de un bra­disismo. El Barrio Tierra domina el puerto, la dársena y goza deun panorama estupendo: el golfo, las colinas detrás de Pozzuoliy los monumentos de edad clásica y medieval, entre los cuálesresaltan el Anfiteatro Romano y el Serapeion, probablemente noun santuario de Serapides, sino un mercado. El Serapeion estámuy cercano al mar y sus columnas son famosas porque estánmarcadas por las huellas de las largas inmersiones a que el bra­disismo descendente lo sometió en los siglos pasados.

Ciudad de arte, centro comercial, puerto y mercado pesque­ro, pero también ciudad capital de la más antigua y fuerte áreaindustrial en los alrededores de Nápoles, Pozzuoli es una reali­dad compleja, caracterizada por el complicado entrelazarse detradición y modernidad (Signorelli el al., 1985; Progetto Poz­zuoli; 1989; Mazzacane, 1989; Amalfitano, Camodeca, Medri,1990). En los últimos quince años ha sido golpeada tres vecespor una crisis aguda de bradisismo. Fenómeno sísmico peculiary más bien raro, el bradisismo consiste en un movimiento delevantamiento o hundimiento de la superficie terrestre, origina­do por la actividad volcánica que se desarrolla en el subsuelo.El movimiento es cíclico, de manera que después de largos pe­ríodos de inmersión siguen períodos igualmente largos deemersión, que duran siglos; el movimiento es generalmente len­to, tanto que a veces es imperceptible. De vez en cuando, puedesuceder que este movimiento se acelere bruscamente provocan­do efectos no diferentes de los de un terremoto, ya sea a nivelgeofísico (estruendos, movimientos del terreno) como en térmi­nos arquitectónicos y urbanos (lesiones, derrumbamiento de losedificios, fisuras y grietas en el suelo, etc.).

En los Campos Ardientes esta actividad telúrica parece nohaber sido jamás interrumpida desde las épocas más remotas.E! más importante documento de la duración plurimiJenariadel bradisismo es como ya se ha dicho, uno de los más impor­tantes conjuntos monumentales de la zona, una famosa estruc­tura de la edad romana notable con el nombre de Serapeion.

Cálculos efectuados en observaciones fidedignas dicen quedesde el inicio del siglo pasado hasta 1970 el suelo «en la zonadel puerto de Pozzuoli se hundió más allá de dos metros, a una

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velocidad aproximadamente de 1,50 centímetros por año»(Luongo, 1986).

Al comienzo de 1970, fue revelada una inversión del movi­miento del suelo, que respecto a los niveles observados en elpuerto en 1968 se había levantado, mientras lesiones y desequili­brios se manifestaban en diversos edificios. El primero de marzose tuvo un «pequeño enjambre sísmico» (Luongo, 1986); al díasiguiente, con la fuerza y hasta con la intervención del ejército,fue desalojado el Barrio Tierra. Escribe todavía Luongo: «en po­cas horas fueron desalojadas tres mil personas, de una ciudadque parecía asediada». Los evacuados no regresaron más a suscasas: el Barrio Tierra, cuyos accesos fueron amurallados, estádeshabitado; para su población fue construido, por el IACP (Ins­tituto Autónomo Casas Populares, el mayor organismo de vi­vienda de interés social), el Barrio de Toiano, en un valle hundi­do entre dos colinas, fuera de la vista al mar y de la ciudad.

En el verano de 1982 el suelo comenzó nuevamente a levan­tarse con una velocidad preocupante: en los últimos meses de1984, es decir, en menos de dos años, el alzamiento de la zonadel puerto era de 1,80 centímetros, lo que hizo intransitables lasaceras y condenó al puerto a una dramática crisis. Pero lo peorpara toda la ciudad vino al volver las sacudidas del terremoto,advertibles por un largo periodo, desde la primavera de 1983hasta diciembre de 1984, y culminadas con el pico de un tem­blor de séptimo grado, registrado el 4 de octubre de 1983.Como consecuencia de esta fase aguda, la ciudad entera fueevacuada, salvo las periferias de más reciente construcción.Después de un inevitable pero no excesivamente largo perladotranscurrido en viviendas provisionales, los evacuados de 1983­1984 fueron transferidos a Monteruscello, otro asentamiento deinterés social realizado con inusual rapidez. Para colmo, fueconstruido más allá de la cumbre de las colinas que fonnan unacorona alrededor de Pozzuoli, fuera de la vista no sólo de laciudad y del golfo sino también de todos los puntos de referen­cia geográficos familiares para los habitantes de Pozzuoli. Eltraslado concierne a decenas de miles de personas, aproxima­damente veinte mil, según los cálculos más fiables.

Esta compleja y dramática historia suscitó debates y polémi­cas apasionadas, y hasta violentas a nivel nacional y no sólolocal, entre técnicos y políticos. Para los antropólogos este suce-

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so ha representado una oportunidad de estudio excepcional(Giglia, 1994).

Un dato relevante bajo el perfil epistemológico es el siguien­te: la doble y trágica experiencia de la catástrofe natural y deltraslado-reasentamiento, ha dado a los habitantes de Pozzuoliuna conciencia clara de su historia habitacional, de su relacióncon la casa, la ciudad y el espacio. Bajo la presión del riesgo dela vida y después en el curso de la amarga experiencia que enotro lugar he llamado la perdida del centro (Signorelli el alii,1985), los habitantes de Pozzuoli han realizado aquella «reorga­nización de su vivencia y de su mundo según valores», que seha dicho ser condición esencial para que las autobiografías ora­les puedan comunicar al oyente el sentido (significado y valor)que tienen para sus autores (Perrarotti. 1981, Catani, 1982).

Por esta razón escogí presentar los párrafos tratados en lasautobiografías orales de los habitantes de Pozzuoli que hemosrecogido entre 1984 y 1986. Seleccione párrafos cuyo tema es lavivienda, la ciudad, el espacio habitado, excluyendo a sabiendascasi todos los párrafos en que se habla del bradisismo, del mie­do, de la pérdida de los lugares, de la huida y del regreso. Te­mas de los cuales ya nos ocupamos en otra parte (Signorelli1993 b; Giglia, 1994).

Aquí quise verificar cómo se construye la visión del espaciohabitado y el sentido de pertenencia a una localidad en aquellosque han tenido la fortuna de vivir en una ciudad extraordinaria­mente bella y extraordinariamente rica de 10que los urbanistasdenominan emergencias paisajísticas.

Veamos entonces si es posible entender qué es para los habi­tantes de Pozzuoli la experiencia de los tiempos y de los lugares,analizando lo que ellos dicen de sus lugares. Comenzamos porlas indicaciones viales.

Por ejemplo: «Abajo en el puerto», «abajo en la tierra», «enla tierra a la playa) (es decir corno si se viniese del mar), «cuan­do vais hacia arriba», «sobre la acera», «en el viejo barrio, laparte de más arriba». «bajando», «cercano al puente», «bajabasestas escaleras y te encontrabas en la plaza». y en la zona deToiano, «la llaman la plaza del 13, porque primero venía unautobús --el número 13- sólo por acá abajo y entonces paraentender se dice a la plaza del 13».

Cuando el oyente no se orienta porque no conoce lo sufi-

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ciente los lugares, entonces la descripción comienza desde otermina con un elemento fuerte del paisaje urbano, un elemen­to que es inconfundible para su función o su forma.

«¿Sabes el tabaquero? Allá, cerca...}), «estoy, digamos, dondeestaba precisamente el banco una vez. Allá arriba estoy yo».«Un edificio que estaba allá abajo en el Poerio: pero estaba en­lazado con esta arriba, la Tierra».

Naturalmente muy común es la referencia a las emergenciasmonumentales: «las viviendas por arriba del Anfiteatro Roma­no», «cuando habitaba cerca al Serapídes», y numerosos ejem­plos más que para abreviar no cito.

Lo que me parece característico en estas indicaciones, es lafalta de utilización de la toponimia oficial, rara vez presente anivel popular, en particular en la zona napolitana. Más intere­sante es, en cambio, el hecho de que no existe, por lo que pare­ce una toponomfa local de tipo nominativo: casi siempre loslugares son designados con una paráfrasis que, puntualmente,describe un recorrido. Parecerla que a la pregunta ¿dónde vi­ves? o ¿dónde sucedió tal cosa?, se considere correcta una res­puesta que contenga también la información sobre «como sellega al lugar donde vivía». O «cómo se puede llegar al lugardonde sucedió tal cosa».

También un barrio entero, más bien el más querido, recorda­do, añorado barrio de Pozzuoli, el Barrio Tierra, símbolo de laentera ciudad, es descrito en términos de recorridos que lo atra­viesan y sobretodo, lo enlazan con el resto del espacio habitado.

Las puertas del Barrio Tierra estaban siempre abiertas y ha­bía gran cantidad de entradas. El Barrio Tierra estaba hechocomo... un monte. Así (gesticulando con las manos), con todaslas casas alrededor y para alcanzarlo, se tenía que subir a propó­sito. No era un valle. Se subían las escaleras del lado del puente odel lado de la marina y se iba a este Barrio Tierra, y que ... habíalas casas bonitas pero también había las casas feas [Agnese N.,45 años, ama de casa].

La ciudad es, por lo tanto, una red de recorridos que poneen relación los lugares; y los lugares no son sólo lugares «perci­bidos» (Lynch, 1960); son lugares que se definen en el curso dela experiencia, de una experiencia compleja, que para comodi-

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dad de análisis, podemos distinguir en tres niveles: relacionesentre los lugares, como los experimentan los sujetos; relacio­nes de los sujetos con los lugares, relaciones entre los sujetos,en los lugares. Podemos adscribir las indicaciones viales en elprimer tipo: un lugar se indica siempre en relación a otro; y talrelación es, simplemente, el recorrido que en la experiencia delsujeto, los enlaza. Los materiales recogidos en Pozzuoli ofrecenejemplos excepcionalmente significativos del segundo tipo deexperiencia, el de la relación con los lugares:

Uno tenía un cuartito, ¿no? al lado opuesto del Barrio Tierra,que después abajo esta el mar; y entonces tú veías un cuartito deesos y te parecía una cosa miserable, después abrías la ventana,te asomabas... y tenías todas las cosas debajo de ti, Capri, Ischia,Procída, era una cosa... era así, natural [Gennaro R, 51 años,pescador].

Cuando me casé, no tenía dos baños, no tenía cuatro habita­ciones [como tengo aquí a Toiano] pero tenía una bella casitallena de sol, que tenía dos ventanas de donde veía todo el marentre Procida e Ischia... Entonces aquí es como si fuese un dor­mitorio [Antonietta M., 48 años, ama de casa].

Yo estaba precisamente en el centro, en la calle Nápoles, altercer piso, yo... bajaba... ¡Pero no! ¡Ni siquiera bajaba! En vera­no, me asomaba al balcón y veía todo, la playa, veía el paisaje,veía las rocas, Vincenz' a mare (un famoso restaurante), los co­ches, todo ... Y ahora, estamos alquilando aquí, y estas calles nolas reconocemos ni siquiera... [Gennaro B., 60 años, pescador].

Quisiera subrayar el hecho de que, en estos textos, la relacióncon los lugares no se caracteriza como un hábito de tipo senti­mental. Es más bien una verdadera apreciación estética, es unaclara y lúcida conciencia de la calidad de los lugares en que sevivió; y de como esta calidad, gozada como un objeto de contem­plación estética, aumenta la calidad de vida en su conjunto; yademás, de como las relaciones entre los lugares se enlazan ycalifican las relaciones de los sujetos humanos que tienen conlos lugares, de manera que el admirable panorama hace impaga­ble también el cuarto «miserable» o la casita modesta. Que setrate de capacidad de juicio estético, y no de fáciles sugestiones ode valoraciones escuchadas al contacto con otros ambientes, lodemuestra la capacidad de aplicar en forma igualmente correcta

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las mismas categorías de juicio a emergencias paisajísticas deotra naturaleza, es decir histórico-artísticas:

Mi abuela tenía la casa justo cerca del templo de Serapides,había un edificio con una ventanita y ella me explicaba que anti­guamente allí estaba el mercado de los esclavos, y muchos añosdespués salió esta fuente de abajo y se llenó de agua, pero anti­guamente estaba seca... Mi abuela me decía siempre que esto erael lugar más bello de Pozzuoli porque te asomabas y veías elTemplo de Serapides, todas esas cosas bellas que estaban dentrodel Templo de Serapides, columnas y cosas, después veías tam­bién gente que paseaba, se reunían también las viejitas y la pasa­ban platicando... [Antonio C., veintisiete años, tortero].

La familiaridad con los monumentos de la época romana,sobre todo el Anfiteatro y el Serapeion, y con los lugares famo­sos desde los tiempos más antiguos, celebrados y cargados devalor simbólico (Azufrera, Lago Averno, Antro de la Sibila Cu­mana, etc.) nada quita, más bien refuerza la conciencia de subelleza y con ello, la conciencia de la competencia de quien losconoce: «Nosotros, las cosas bellas las tenemos delante de losojos», afirma Mimí S. (sesenta y cinco años, obrero, jubilado),consciente de una «distinción» (Bourdieu, 1983) que por unavez, no lo deja marginado.

En el testimonio del joven Antonio acerca del Serapeionemerge otro carácter fundamental de estos espacios urbanos:son lugares plurifuncionales, lugares en los cuales es posiblehacer muchas cosas diferentes al mismo tiempo. Como conse­cuencia, estos espacios son usados simultáneamente por usua­rios diferenciados, que buscan y encuentran la satisfacción dediversas necesidades.

Un ejemplo muy significativo en este sentido era la calle Ná­poles, una larga y amplia calle costera, que del lado de la tierraestaba flanqueada por casas y apartamentos con tiendas y talle­res artesanales, y del lado del mar costeaba la playa, en la quese encontraban algunos establecimientos de baños (Vincenz'amare, La Sirena) con cabinas, embarcaderos de madera y res­taurantes:

La gente decía: ¿vamos a pasear a la calle Nápoles? Y esagente cretina de la calle Nápolcs quien sabe que cosa se creía que

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era, superior a todos y más a los de Pozzuoli [Mimí, sesenta ycinco años, jubilado].

Fui a dar un paseo, a la calle Nápoles, el domingo, después dejugar al balón ... Porque allí se conocían a las muchachas [Vin­cenzo A., cuarenta años, obrero mecánico metalúrgico].

Porque, no sé, cuando uno termina sus quehaceres, tiene lanecesidad de distraerse. Entonces teníamos la costumbre: «¿va­mos a caminar a la calle Nápoles?», y bajábamos... Pero aquí...[Antonietta M., cuarenta y ocho años, ama de casa].

Los lugares polifuncionales toleran tiempos polivalentes.

Teníamos la costumbre, después de haber hecho las laboresen las casas, de bajar. Antes habían unas casas bajas, sólo de unpiso -hoy, ¿quién vive en esas casas?- donde vivía algún pa­riente o alguna comadre. Entonces nos reuníamos afuera de suspuertas y nos sentábamos y así pasábamos el tiempo platicando[Filomena V.T.,cuarenta y ocho años, ama de casa].

Los lugares monofuncionales separan. Lo saben bien sobretodo las mujeres:

A Toiano o se está en casa o se va fuera, en carro [Filome­na V., cuarenta y dos años, ama de casa].

En Monteruscello, bueno, no es que uno quiera despreciar lacasa, la casita no está mal como está, pero la lejanía es demasia­do fea [Graziella B., cincuenta años, ama de casa].

Lejanía ¿de dónde? y de ¿quién?

Ahora se habla que quieren hacer todavía unas demoliciones,de esto y de esto otro en Pozzuoli, pero esta gente, ¿a dónde debeir? Me dicen: «pero aquellos hicieron todo un barrio nuevo alláen Monterusccllo». Pero yo digo: «la gente después tiene que ve­nir a fuerza por la mañana, porque sin venir acá, a ver el mar, adar un paseo por el mercado del pescado y el de la fruta, loshabitantes de Pozzuoli somos así» [Mimí S., sesenta y cincoaños, jubilado].

La próspera red comercial de Pozzuoli era como son todoslos mercados, un extraordinario ejemplo de sistema de relacio­nes complejo que modela los lugares y los tiempos adecuándo-

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los a una multiplicidad de funciones y de significados (De LaPradelle, 1996), No se equivoca «don» Mimí cuando sostieneque los habitantes de Pozzuoli no sabrían renunciar a ello: des­de las primeras semanas después de la evacuación del centroantiguo, en los campos de roulotte y de container, se organiza­ron servicios privados de mini autobuses que llevaban cada ma­ñana a las mujeres a hacer sus compras a la ciudad. Todavíahoy desde Toiano por esta necesidad se va a Pozzuoli «al menosdos veces a la semanal>. Los mini autobuses y el mercado desa­rrollan así para las mujeres la función de un vecindario móvil,reemplazando otros espacios que en las zonas nuevas han sidoabolidos.

Polivalentes y poli funcionales, el mercado y e! tiempo dedi­cado a la compra de! mandado todavía en 1986 servían a lasmujeres para hacer circular la información y las noticias, paraprogramar las prestaciones recíprocas, para organizar y contro­lar los circuitos de intercambio infra e ínter familiares: pero lasdificultades prácticas, coyunturales y estructurales hadan pre­ver una progresiva reducción de la utilización del mercado. ¿Losubstituitia el teléfono?

Entorno y en conexión can el mercado alimentario se cons­tituían otras redes complementarias entre ellas a causa del altogrado de diferenciación funcional que las caracterizaba.

Valgan dos ejemplos extraídos del mismo ámbito de activi­dad, el de la restauración, y otro relativo a la comercialización.

Mi clientela no es una clientela que viene de fuera, que yo lepueda decir: tú me debes dar tanto, como hacen los otros; sonobreros, jubilados... Yo me debo adaptar a las exigencias delcliente, no es que yo me deba aprovechar de que estoy en laplaza, que a uno que pasa en carro y me dice: me das un vasito,le pida ochocientas, mil liras, no. Yo siempre me adapto a misclientes que son obreros, y no es que sean ricachones que vienenacá a derrochar el dinero, sí juegan un partido por una taza decafé, no es que juegan dinero o alguna otra cosa... [Giuseppinac., cuarenta y cinco años, propietaria de un bar].

La cantina de mi hermano tenía una clientela no de Pozzuoli,casi ninguno de Pozzuoli, era gente que trabajaba en Pozzuo­Ji; gente adepta al puerto, para hacer la descarga o también gentede paso, que iba a Ischia o venía de Ischia... y después estabaaquella clientela que de noche venía a cenar el pescado, desde

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Nápoles [Tanino C; cincuenta años, custodio del Anfiteatro ro­mano].

Quizá más nuestros clientes se encuentran mal, porque todosestaban en la plaza, entre la plaza de Pozzuoli y la calle Nápolestenían sus establecimientos. Entonces nosotros estábamos justoen la plaza. Estábamos en el punto de encuentro; también en lanoche cuando cenaban sus tiendas, a lo mejor, y nosotros tenía­mos servicio una hora o media hora más, ellos venían acá y... eramás fácil que vinieran a traer sus documentos y cosas. Ahora no,tú les debes llamar, y te dicen: «Señorita pero yo debo ir hastaallá, me molesta ir a Arco Felice, no pueden pasar ustedes a reco­ger mis papeles, porque debo ir... Tendríamos intención de re­gresar, nuestro perito tendría intención de regresar a Pozzuoli,pero todavía por ahora no hay quien te diga: aquí puedes estar,no hay peligro» [Lucía D., veintiséis años, empleada en un despa­cho comercial].

Los monumentos antiguos de Pozzuoli regresan con ex­traordinaria frecuencia en estas historias de vida.

Cuenta Vincenzo, obrero, treinta y cinco años:

Yo vivía cerca del Anfiteatro... Recuerdo que cuando era mu­chacho cabalgaba e iba a visitar arriba y abajo para agarrar losnidos de los pájaros. ¿A qué edad? No recuerdo, catorce o quinceaños. Jugaba al balón y cabalgaba. Esto hacía.

Su coetáneo Salvador, cocinero en una pizzería:

Cuando era niño había una casa en el templo de Serapides,una especie de residencia. No se a quien pertenecía: había unguardián dentro, que vivía... Antes el templo de Serapides no es­taba como ahora bardeado por un barandal, pero había un muroy del lado de la bajada hacia el puerto, en donde está el puente,se encontraba esta casa. El guardián que la habitaba era un tiposeverísimo. Si jugando con el balón en el templo, se caía abajo,era un desastre. Necesitaba bajar cautelosamente, porque si meveía sucedía el fin del mundo. Si se lo pedías, en vez de dártelo,te lo agujeraba. No había alternativa, tenía que hacer necesaria­mente el intruso. Ahora está más cuidado, antes el pasto no esta­ba cuidado y nosotros podíamos jugar en los prados. Los prados,más que ser verdes para el público, eran verdes para los mucha­chos. No se podía bajar hasta el templo, como ahora. Quizá, al­guna vez, aprovechando que no estaba el guardián bajábamos a

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jugar, a agarrar las ranas... Sí, en un cierto punto fluctuaba elagua dulce de un tubo roto y se había formado un pequeño lago,no se por qué en aquel lugar crecían las ranas. Después las ven­díamos entre nosotros... en estas cosas mis amigos y yo hicimosde todo. Una vez vendimos un pedazo de mármol que parecía unadorno, quizá una columna. Lo encontramos en la playa de Poz­zuoli después de una tormenta. Inmediatamente explotamos laidea, es un pedazo antiguo, si lo dejamos ver a alguien que co­nazca... así lo amarramos -como era mármol macizo no podía­mas cargarlo en brazos, éramos chiquillos- y lo llevamos cercade la capitanía del puerto, que primero estaba en donde estánesos edificios, ahora fue transferida a otra parte. Pensamos quesi hubiésemos pasado por allí nos hubieran visto y lo habríantomado; en cambio en donde estaba el muro --el muro estababajo pero para nosotros que éramos niños estaba alto- toma­mas unos cordeles y los aventamos encima de la banqueta. Des­pués encontramos a un señor que nos dio doscientas liras por elpedazo de mármol. Lo encontramos por casualidad; nos vioarrastrar esa piedra y nos preguntó que era: es un pedazo anti­gua lo encontramos en el mar... No se por qué, no porque loconvencimos, ello compró, quizá también pensó, «se están ma­tando [de fatiga] estos muchachos, les doy estas doscientas liras[Ojalá! dejen ya de matarse en esta forma» ... Así nos dio el dine­ro. Después las liras terminaban como siempre en dulces, jugue­tes, cine, etc.

Enzo, guardián de la Azufrera de Pozzuoli, cuarenta añosaproximadamente:

El Templo de Serapidcs dice que era un matadero, y deacuerdo a lo que he leído creo que sí, porque toda la historia dePozzuoli no la sé. Se llamaba Macellum, Puteum Macellum. unacosa así. Y dice que allí había un matadero de toda la zona deNápoles, se descargaba mercancía, por ejemplo: telas, gallinas,conejos, era un mercado en general y venía gente de todas partesa comprar esta mercancía.

Antonio, obrero mecánico-metalúrgico, ahora jubilado:

Zona Flegrea significaba zona de fuego, era muy fértil poresta razón. Los romanos venían a descansar pero siempre huboel peligro del bradísismo que convivía con la gente de aquí. Tene­mas el Templo de Serapides. Después, si se va más adelante,

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caminando por la calle Domiziana, está el Anfiteatro, que es eltercero en Europa y a la izquierda donde están las catacumbasde San Gennaro, se llamaba la calle Cclle (celdas). Estaban unasceldas, en donde se depositaban los huesos de los difuntos. Elsubsuelo de Pozzuoli es tres cuartas partes antiquísimo, por lotanto, tiene un repertorio arqueológico que es magnífico y quedesgraciadamente los lugareños no lo aprecian.

Gíancario, veintiocho años, mesero:

Allá en donde está la calle Luciani y la calle Campana las doseran bodegas y restaurantes romanos, ahora se han descubierto.También cerca de la iglesia excavaron y estaban otras piezas an­liguas abajo, además, si excaváramos abajo de todas las casas dePozzuoli. encontraríamos antigüedades, por ejemplo: en dondeestá el palacio que se cayó debajo de la iglesia de San Antonio,han encontrado antigüedades romanas y también en la calleCampana, cuando fue el aluvión en agosto de 1984, se abrió unbarranco y se descubrió que eso era un acueducto romano, pocoa poco cayó alguna cosa, tú aquí descubres lo que está escrito enlos libros ... Aquí abajo está una gruta que me parece llega a UD

jardín, porque aquí abajo han encontrado demasiadas cosas.

Emilio, jubilado:

El Banio Tierra era una palie importante de Pozzuoli. Alprincipio estaba Nerón, con los san-acenos que venían del mar...después estuvo la dominación antigua romana... y nosotros des­pués en el Barrio Tierra teníamos el obispado.

Enza, cuarenta años aproximadamente, guardián de la Azu­

frera:

En la azufrera en tiempos antiguos hacían el clarión, que se­na el material con que los antiguos romanos trabajaban las píe­zas de porcelana, los floreros hechos a mano. Después salieronvarias fumarolas y este lugar se ha explotado como zona turfsti­ca ... en la azufrera se podía tener una idea de como Pompeya fuesepultada por el Vesubio, desde luego miles y miles de veces am­pliadas.

Luigi, tapicero, cincuenta años aproximadamente:

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Para nosotros, aquí donde estamos, esta casa está sobre rui­nas romanas. Y en efecto al lado están las ruinas romanas, ¿nolas vieron, en el jardín aquí alIado? Ésta era una villa romana, sehablaba de la Villa de Nerón. Hay abajo unas grutas que eranunas calles romanas. Tenemos unas grutas delante de nosotros,aquí dentro donde yo tengo mi almacén, estaban los silos. Poz­zuoli era un puerto muy importante, el primer puerto del impe­rio y por lo tanto las mercancías venían estibadas dentro de estossilos grandísimos. Había unas grutas, este retículo de grutas queestaban... y en efecto, si ustedes las ven ahora, hay dos grutasconcomitantes abiertas, otra esta aquí y pasa abajo de aquellasgrutas; y eran retículos de grutas que llegaban al muelle, al puer­to, partiendo desde Pozzuoli, en síntesis... El mapa subterráneode Pozzuoli es importantísimo. Porque Pozzuoli para estar [esdecir para reemerger del mar] al nivel de la época imperial ro­mana debería subir aún cuatro metros. Para estar a ese nivel; porlo tanto todavía en ese nivel abajo, hay cosas... que no se sabe.Hay unos túneles subterráneos en Pozzuoli que ahora están cu­biertos, están bajo el mar, también a nivel de aguas calientes; obien a nivel de vapores... Llenos de vapores de la azufrera muyprofundos. Unas grutas que llevan a Nápoles. Se caminaba bajotierra... Ahora están obstruidas bajo el Barrio Tierra, esta monta­ña de toba esta agujerada completamente como el queso gruye­re. Tiene caminos subterráneos que se encuentran uno con otro,se cruzan, se baja..Jos griegos fundaron prácticamente Pozzuoli,tomaron el Barrio Tierra y lo hicieron como fortaleza. No habíaun puerto natural, lo crearon ellos, con los túneles, las naves en­traban directamente por abajo. Después con los sistemas de tor­nos que todavía pueden verse, sí, pueden ser observados estossistemas, los pasajes de comunicación dentro de estas grutas...llevaban las mercancías a la superficie. O bien a través de estospasajes subterráneos, conservan las mercancías... como en silos.

Emilio, jubilado:

Los primeros en llegar aquí fueron los prófugos de Sama,pero en ningún lugar no se ha encontrado aún nada. De testimo­nios romanos hay interminables, pero de objetos verdaderamen­te griegos en Pozzucli no se ha encontrado todavía nada griego,[eh! griego ...

Tonina, empleado público, cuarenta años aproximadamente:

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Los romanos hicieron famosa a Pozzuoli por el turismo, des­pués Bacoli y Lucrino... El centro histórico de Pozzuoli está apo­yado en una estructura que es superior por interés histórico a laque nosotros vemos. Es decir, todas esas casas que tienen unsiglo, dos siglos, que nosotros vemos, pero lo que está abajo es loimportante. Como el Barrio Tierra por ejemplo... yo sé de todaslas estructuras romanas... de varias civilizaciones, no sólo roma­nas ... porque precisamente el promontorio del Barrio Tierra estátodo agujerado, en el interior con túneles, grutas que terminanen el mar. Todos estos pobres que vivían allá se defendían a tra­vés de estos túneles que tenían en el subsuelo varias salidas...porque después el resto el Barrio Tierra estaba cerrado. Teníael puente levadizo desde esa parte y de esta otra parte, tenía lapuerta que se cerraba. Una vez cerrado ellos permanecían den­tro ... y del lado del Barrio Tierra hay unos caminos por los que sebajaba, unos pasajes estrechos, que después se introdujeron enesas grutas más grandes de tal modo que para escapar... en lospasajes estrechos sólo podía pasar una persona a la vez, así po­dían defenderse. Después las salidas del lado del mar cuandollegaban las barcas... en efecto estaba una gruta que terminabaen el mar, donde ellos arrojaban la mercancfa.; Hay muchascosas arriba, sacándolas se podría hacer una zona arqueológicabellísima... después está el templo que es una cosa... que estabaincorporado a la catedral y que estaba arriba. Estaban uno enci­ma del otro.

Los monumentos clásicos entran en el proceso de construc­ción de las identidades individuales como referente de un sabercomplejo, especial, porque fue aprendido por experiencia directay después confirmada por lo que está en los libros; un saber en elámbito del cual la definición del lugar en que se está y la defini­ción de uno mismo, llegan en buena medida a coincidir. Paraconfirmar lo que acabamos de decir, los lugares monumentales,ya tan estrechamente integrados en la vida cotidiana de cadauno, en la rutina ordinaria, permanecen los referentes privilegia­dos, tal vez aún más fuertes, en los momentos de crisis.

Salvador, cocinero en una pizzería:

Mis amigos ahora están en Licola, otros en Mondragone, enel Conjunto Coppola están todos dispersos [después del bradisis­mo]. Pero nos vemos siempre alrededor del templo de Serapides.Ya hay un arraigamiento a ese lugar. También cuando hubo el

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bradisismo, el lugar de encuentro era siempre ése. Precisamenteesta mañana bajé y encontré a mis amigos. Nos encontramossiempre en el templo. El templo siempre ha funcionado y el barha permanecido siempre abierto, aún cn el periodo del bradisís­mo fuerte ... porque éste es nuestro punto de encuentro. Ya esta­mas encariñados con el templo.

En el momento más terrible, más dramático de la crisis, esaún el monumento el referente a quien se mira para compren­der la gravedad del riesgo en acción.

Nicola, obrero mecánico metalúrgico, jubilado:

El 4 de octubre, si no me equivoco era domingo, me encon­traba cerca del Templo de Serapides, estaba retirándome a co­mer. .. cuando escuché un estruendo fuertfsimo, me di la vuelta,porque precisamente aquí cerca está mi casa, escuché los gritosde todos más bien los de mi esposa... y escuché todas las campa­nas de Santa María que sonaban y después un polvo que bajaba,pero polvo de todas partes, vi las columnas del templo de Serapi­des que se inclinaban y permanecí petrificado, no sabía qué cosahacer, si seguir adelante o retroceder... son momentos que túpierdes el control.

Pero está todavía el monumento que inspira a la reflexiónresponsable y tranquilizadora.

Dice Luigi, el tapicero:

Pozzuoli tiene esta historia escrita: en dos mil años ha habidotres erupciones por el bradísísmo. Se sabe. Fuertes daños no haocasionado por lo menos también cuando Pozzuoli era, sí, laparva Roma, no tuvo grandes daños. Mejor dicho, no está escritonada que haya habido daños por el bradisismo, Cuando excavan,cuando encuentran todos los objetos antiguos, eso es otra cosa.Eso no se debe al bradisísmo, es debido al tiempo que ha destrui­do. Ésas son ruinas, que no tienen nada que ver, es otra cosa.

Aún más precisas técnicamente son las definiciones de An­tonio, el obrero jubilado:

Aquí tenemos el templo de Serapides, prácticamente la medi­da visual para fases ascendentes y descendentes del fenómenodel bradisismo.

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y de Salvador, cocinero en una pizzería:

El Serapides permaneció corno el termómetro del fenómeno.

Sin embargo, la familiaridad con los monumentos de laedad clásica no implica de ninguna manera una banalización alos ojos de los habitantes pozzuolanos. Ni me parece que pue­dan constatar efectos de enajenación. El monumento, la exca­vación, la ruina, por notables y frecuentados, no se vuelven ja~

más invisibles y no decaen nunca al rol de objetos cualquieradel paisaje urbano. Hayal contrario, siempre un conocimientode su valor, también de su valor estético.

Gennaro, empleado, treinta y ocho años:

Piensa que yo antes del setenta, vivía cerca del templo de Sera­pides y cuando me levantaba, veía el mar. La gente era feliz aun­que tenía poco, porque estaba en un lugar verdaderamente bello.

También para Emilio, jubilado, la experiencia estética es co­lectiva, no individual, es un hecho compartido por todos loshabitantes de Pozzuoli. Encuentra para expresarlo una expre­sión lapidaria:

¡Aquí en Pozzuoli las cosas bellas las tenemos frente a nuestrosojos! [Mientras quien es menos afortunado debe ir a buscarlas.]

Por último, un texto de Salvador puede ser útil para aclararhasta qué punto está conscientemente reflexionada y no visee­ralmente sentimental la relación con los grandes monumentos.Aunque había crecido cerca del Serapeion, que es, como él mis­mo dice, «nuestro lugar de encuentro al cual estamos acostum­brados», sin embargo Salvador no pierde el desapego crítico.

Es también verdadero, que el Serapeion es el símbolo de Poz­zuoli. Pero no es verdad que sea el símbolo auténtico; el verdade­ro símbolo es el Anfiteatro... El Serapeion es un hecho visual, esdecir, allí están los benditos agujeros y todos los ponen en evi­dencia. Pero para mí es el Anfiteatro la expresión más viva dePozzuoli, es algo... la ruina que tiene aún vida, que tiene la posi­bilidad de ser explotada también a nivel cultural, por alguna cosaque se pueda organizar, también a nivel juvenil, mientras el Se-

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rapidcs es un hecho aparte, bien aislado, que tiene algo de cientí­fico, pero no tiene nada cultural.

Quisiera llevar mi análisis sólo un paso más allá, para exa­minar más de cerca cuál es la concepción del espacio y cuál esla concepción del tiempo que los sujetos se construyen en elcurso de una experiencia de vida en un contexto urbano comoel de Pozzuoli.

Como hemos visto, los niños aprendían desde pequeños quehabía una jerarquía de los lugares, en cuyo vértice se colocabanalgunos lugares excelentes: el Serapeion y el Anfiteatro. Que setratase de lugares excelentes lo afirmaban los adultos, mejordicho, en ciertas circunstancias, aquellos adultos particular­mente autorizados que son las abuelas, que sabían contar histo­rias bellísimas -no cuentos, hay que destacar- en el ambientede las ruinas romanas. Y lo confirmaba el acudir de personasque venían expresamente desde fuera para verlos y visitarlos.

Las cualidades que los hacían lugares excelentes eran la be­lleza y la antigüedad. No hay ninguna dimensión que se puedaconsiderar mágico-religiosa en las narraciones y en las valora­ciones de nuestros interlocutores; el valor de los lugares estáexactamente en su belleza y en su antigüedad. Uno de ellos anuestra pregunta de si había leyendas relativas a los monumen­tos, replicó: «Pero [qué leyendas y leyendas! ¡Esto es historia!»,Los lugares excelentes no están abiertos para todos, los mucha­chos no pueden ir a jugar en ellos, pero la violación de la prohi­bición no conlleva una profanación sino el riesgo de un daño; yel laico custodio no suelta, en efecto, anatemas o maldiciones,sino que, en fcrma del todo instrumental, se limita a destruir elinstrumento de los daños eventuales: el balón. Se crea de talmodo en los muchachos un horizonte de valores y un sentidode las reglas y de su violación, de las consecuencias que elloconlleva. Pero, lo que me parece interesante, es que se trata deun horizonte del todo laico e historizado cuyos referentes noestán en un extramundo, sino que están en el mundo.

Una vez postulada la valoración inicial --es decir, lo que esantiguo es bello, vale- las prohibiciones, prescripciones, in­clusiones y exclusiones se derivan según criterios de patente yfuncional racionalidad. De manera que el episodio del descu­brimiento en la playa y de la venta del adorno marmóreo viene

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a asumir el rol de una especie de rito de paso, una especie deceremonia de iniciación; pero también muy racional e hístori­zada. En la narración del protagonista no se encuentra ningúnsacerdote o maestro; es el grupo de jóvenes iguales, que en­cuentra y reconoce el pedazo antiguo y que supera un ciertonúmero de dificultades y peripecias hasta que encuentra unadulto que reconoce la autenticidad, el valor del descubrimien­to de los muchachos; y lo reconoce por medio de aquel extre­madamente moderno, racional y secularizado signo de recono­cimiento que es el dinero. Los muchachos ganaron así el dere­cho a hacer del templo de Serapides su lugar de encuentro, através de la adquisición de comportamientos conforme a losvalores de la belleza y de la antigüedad por un lado, pero tam­bién de comportamientos conforme a las reglas del mercadopor el otro.

Un proceso análogo me parece poder leer en la formaciónde las categorías temporales. Hubo un tiempo de los antiguosque fue un tiempo glorioso, un tiempo en que Pozzuoli era lapmva Roma y el más grande puerto del imperio. De ese tiempose está orgulloso, obviamente, ya que se ha aprendido a valorarlo que es antiguo y, por lo tanto, también a sí mismos en cuantoa que se tienen raíces antiguas. No obstante, la concepción deltiempo es histórica, rigurosamente lineal, el tiempo de los ro­manos es irrepetible, no alimenta ni mitos de eterno regreso nimilenarismos, más bien genera un sentimiento de pertenencia aalgo que califica, pero que al mismo tiempo responsabiliza.

De aquí las propuestas de conservación, de custodia másprecavidas y de reutilización, que no he mencionado, y tambiénla disponibilidad al cambio de residencia si esto significa unarecuperación de los tesoros del subsuelo de Pozzuoli y el co­mienzo de una valoración arqueológico-turística verdadera­mente adecuada.

Quisiera agregar otra observación. Como resulta de los tex­tos que se refieren al bradisismo, los monumentos funcionar!también como instituciones culturales capaces de garantir lapresencia de los sujetos humanos frente a su posible crisis (deMartina, 1993), pero, también aquí, las categorías empleadasson laicas e historizantes. Los monumentos garantizan no poralgún poder mágico, no por una virtud apotropaíca, sino por­que su larga duración, su supervivencia a los riesgos puede ser

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razonablemente considerada una prueba de la relativamentepequeña entidad de estos últimos.

En Pozzuoli el espacio esta profundamente modelado por lacultura; este espacio humanizado e historizado se hace a su vezmediador de los procesos de producción y reproducción cultu­ral. PocIemos regresar, para integrarla, a una célebre afirmaciónde Evans Pritchard (1975): efectivamente en el origen de la con­cepción y del uso del espacio en Pozzuoli hay un dato naturalfuerte, un referente importante, que no se puede ignorar nireemplazar: el mar. Pero este dato natural fuerte, inmutableigual a sí mismo, parece entrar en la concepción y en las prácti­cas del esp~cio de los habitantes también, y no menos, por otra yopuesta calidad: la de una extrema ductilidad, que le permite serla dlm~nslón espacial de experiencias estructurales y simbólicas~uy d~versas. En síntesis, el mar está ahí para verlo, para traba­jar, eXlst~ el mar para los jovencitos, para los pescadores, paral~s trabajadores del puerto y el mar de los turistas y de quienesVIvendel tunsmo. Está el mar de los hombres, el de las mujeres,el ma: de .los.niños, el de los jóvenes y el de los viejos. Es un datoespacial s.Igruficante para tod.os y utilizable para cada uno segúnsus necesidades, en una relación directa o mediata.

Ahora me parece que, aún perteneciendo ellos al orden de loconstruido y no al de lo natural, las mismas cualidades hacendel centro Pozzuoli, de Plaza de la República, la calle Nápoles ylas calles contiguas al Serapeion y al Anfiteatro, una realidadur~an~ de alta cualidad, con una alta especificidad y una carac­terízacrón fuerte, y al mismo tiempo se trata de espacios dúctí­les, plasmables, convertibles en funciones diferenciadas.

En definitiva, se puede decir que dos son las cualidades másimportantes del espacio urbano de Pozzuoli: es flexible, pococonstrictivo, tal como para posibilitar el funcionamiento de unaestructura soci<:económica compleja y diferenciada, a la queco~espondenSIstemas de conocimientos y valores igualmentearticulados: y al mismo tiempo, esta complejidad relacional nos~lo no desest~cturay no banaliza el espacio, sino más bien sealimenta precisamente de los recursos simbólicos que ofrecenlos lugares, de su reconocibilidad, de su belleza. En síntesis noson sólo las relaciones que hacen la calidad de los lugares (la­cobs, 1969); es también la cualidad de los lugares que integra ypotencia la eficacia y el sentido de las relaciones.

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Indudablemente, el caso de Pozzuoli es excepcional, tantopor la calidad de su estructura urbana, como por el bmdisismoque haciendo real e inminente el riesgo de perder su espacio, suciudad, ciertamente ha concienzado a los pozzuolanos acercade su valor. Sin embargo, tanto el caso calificado (???), como eltestigo calificado, no quitan valor a la verificación de la hipóte­sis. Más bien, a propósito de Pozzuoli, nos sugieren una ulteriorreflexión. No es la ciudad que es enajenante. es la ciudad enaje­nada que es enajenante.

Pero todo esto, esta riqueza de relaciones en un ambienteque el alto grado de diferenciación interna hada más practica­ble para muchos recorridos, se terminó o está por terminar. Loshabitantes de Pozzuoli lo saben bien:

[...] en Pozzuoli ya no hay nada, aunque sí la gente está re­gresando. Toiano y Monterusccllo han desmantelado completa­mente Pozzuoli. Aunque si la gente regresa, son pocos los queregresan,

dice Salvatore T., electricista automovilista, veintisiete años:

Pozzuoli esta «desmantelada».

La percepción de lo a que esto conduce, en térrninos de pér­didas, de ganancias, de costos y beneficios, es bastante clara.

Estas casas de Toiano son mucho más bonitas y grandes, lomismo que las de Monteruscello... ¡Si estas casas estuvieran enPozzuolil. .. Yo después la mía la remodelé: de dos habitacioneshice una sola habitación que de día es una estancia, en la entra­da hice una gran jardinera. Rosina, mi sobrina, la hija de mihermano Gennaro, cuando se casó se tomó sus fotografías en micasa [Maddalena V., cuarenta y seis años, ama de casa].

Nuevos referentes, nuevos valores, nuevos símbolos tomanforma y comienzan a circular.

Queda claro a todos, el problema de fondo:

Toiano es un lugar más bien escuálido, porque es sólo paradormir,

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dice Luigi N., cincuenta y cuatro años, tapicero, obligado por elbradisismo a cerrar su fábrica en la calle Nápoles.

De esto se trata exactamente en las colonias de nuevos asen­tamientos, el hecho de que están «habitadas solamente). El ma­lestar no nace de la necesidad de alguna adaptación de pobla­ciones retrasadas, o de los efectos psico-sociales de algún depay­semento Se trata de un choque cultural y factual entre quienesviven, con su memoria, y quien hace el proyecto, con la fuerza-y la prepotencia- de la construcción. De una construcciónque puede servir para «habitar solamente).

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CAPITULO NOVENO

HISTORIAS DE TRABAJO EN NÁPOLES

El tema y el método

El presente texto se basa en la comparación sistemática en­tre dos historias de vida o autobiografías orales. Me propongodos objetivos. El primero se refiere al análisis del contenido delas dos narraciones. Como se verá, las dos historias proponenperentoriamente, en forma exclusiva, un núcleo temático cen­tral: el trabajo de los dos protagonistas. En cierta forma, másque historias de vida tienden a configurarse como historias dela vida laboral: y esto no a causa sino a pesar de las tentativasde los entrevistadores de ampliar el discurso en otros temas. Setrata de dos trabajadores urbanos tradicionales, un obrero me­cánico y un carpintero artesano. Figuras productivas y profesio­nales que, en tiempos diferentes, fueron centrales en el sistemaproductivo urbano-industrial, y que hoy son consideradas mar­ginadas y en vías de extinción. Más en general, son las modali­dades tecnológicas, económicas, sociológicas y culturales quehan constituido el papel de estos dos sujetos a ser consideradasen decadencia y destinadas a desaparecer en el cuadro de unareorganización del sistema productivo que verá (y en parte yave) prevalecer una forma de producción electrónica, robotiza­da, informatizada y cableada.

Sin embargo, la hipótesis de trabajo que orienta mis refle-

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xiones en dos textos no forma parte de un horizonte de arqueo­logía industrial o artesanal. En una perspectiva de análisis es­tructural, las dos historias de vida ofrecen materiales útiles parala individuación de constantes (las constantes de la [abrilidadNDT, para usar el lenguaje de Cirese); en una perspectiva histo­rizante, éstas pueden ser interpretadas como dos variantes deesas constantes. En el cuadro de una antropología de las socie­dades complejas, ellas ofrecen un ámbito todavía más especifi­co de análisis y de reflexión; me refiero al tema del bagaje cultu­ral y de su transmisión o, si se quiere, de la persistencia y delcambio, en una palabra, de las dinámicas culturales. Innova­ción tecnológica, reorganización productiva y representación yethos del trabajo están -ésta es la hipótesis general que meorienta-s- seguramente interrelacionados; pero no son isomor­fos, isocrónicos e isótopos. Tampoco se puede demostrar, meparece, una relación causal entre ellos, que opere de manerauniforme, constante, unidireccional a toda escala y para cadafracción de tiempo.

Podemos decir, y es más o menos obvio, que la complejidadsocial está aquí o de cualquier forma también aquí: en la irre­ductibilidad de los sujetos sociales, individuales y colectivos, yde sus historias, en la simplicidad de los esquemas interpretati­vos que ven el cambio con una óptica de lineal irreversibilidad ylas relaciones como una red exclusivamente funcional.

La confrontación entre las historias de vida de dos trabajado­res urbanos puede ofrecer un pequeño elemento más, algunaañadidura modesta pero específica, en la interpretación antropo­lógica que se está construyendo fatigosamente de la complejidad.

El segundo resultado que me propongo es de orden metodo­lógico. Las dos historias de vida que examino no han sido reco­lectadas por mí, sino por otros, quisiera poner a prueba, por 10tanto la comparación en determinadas condiciones de textosorales no recogidos directamente por quien los comenta.

Los criterios de la comparación en el ámbito antropológicoson como es bien sabido, un tema clásico de las disputas entreestudiosos. Evito entrar en el mérito, ya que, esto trasciende engran medida los límites de la presente contribución; y me limitoa exponer las caracteristicas que hacen plausible una compara­ción entre los dos casos presentados, características que discuti­ré brevemente.

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Es generalmente compartido el principio de que procedi­mientos comparativos pueden ser adoptados, con menor o ma­yor legitimidad, en relación a la escala y a los caracteres de loselementos culturales que se quieren comparar y a la profundi­dad y extensión de la comparación que se quiere operar.

En el caso presento se trata de materiales recogidos en elterreno sobre este tema y pertenecientes a la misma especie:historias de vida o bien narraciones autobiográficas orales. Lalegitimidad del procedimiento comparativo es confiada a tresórdenes de criterios adoptados en el curso del relevamiento y dela exégesis de los materiales recogidos.

El primero de estos criterios está constituido por el hecho deque los dos protagonistas de las historias de vida por un ladotienen algunos caracteres socio anagráficos de base en común,por otra parte, presumiblemente y en cuanto es a nuestro cono­cimiento, no se conocen y nunca se han encontrado. Las con­vergencias averiguables en sus textos, si es que las encontrare­mos, podrán ser por 10 tanto consideradas convergencias inde­pendientes de efectos de imitación, conformismo, mimesis, etc.,mientras que las divergencias deberán ser atribuidas a otrosfactores distintos del contexto histórico-geográfico en que lasdos vidas se colocan, ya que eso puede ser considerado más omenos el mismo para las dos, ser entonces anulado como varia­ble explicativa de las diferencias.

El segundo orden de criterios que legitima cierta compara­ción entre los dos textos es dado por la relativa estandarizaciónde los procedimientos de relevamiento. La historia de Gino fuetomada entre 1986-1987, por Raffaella Palladino (fue materialpara su tesis de licenciatura, Palladino, 1987); la historia devida de Pietro fue tomada en 1989 por Giuseppe Gaeta (quiéntambién la tomó como material para su tesis de licenciaturaGaeta, 1990)1 Ambos estudiantes de Sociología en la Universi­dad de los Estudios de Népoles, ellos siguieron los mismos cur­sos y seminarios de antropología cultural y antropología urbanay, en particular, han desarrollado el mismo aprendizaje de

1. Me referiré a los textos de los dos autores de las tesis con las habituales referen­cias bibliográficas. Los textos de las historias de vida se citan en transcripción integralen las dos tesis. El conjunto de los fragmentos citados en el texto presente con laindicación del número de página debe siempre entenderse como páginas del Apéndicede la tesis de licenciatura respectiva.

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adiestramiento para la recopilación de los materiales orales. Talformación análoga de los dos jóvenes investigadores es un ele­mento importante a favor de la comparación de los materialesde las dos entrevistas, en la medida en que permite asumircomo adquirido un cierto nivel de estandarización en los proce­dimientos de relevamiento.

La recolección de materiales autobiográficos orales y de his­torias de vida, es un instrumento particularmente útil para eltrabajo antropológico de recolección de datos de campo, cuan­do éste se desarrolla en la ciudad (Passerini, 1989; Signorelli1984a). Los materiales que el uso de estos métodos de releva­miento produce son muy diversos, no sólo de las series estadís­ticas, sino también de las tradicionales descripciones etnogréfi­caso Como muchas veces, y justamente, se ha señalado, lo que elantropólogo lleva a su casa son unos textos (Catani, 1982; Clif­ford y Marcus, 1986).

¿Qué hacer con ellos?, ¿cómo utilizarlos?Un texto requiere de una interpretación. Ésta a su vez puede

legítimamente proponerse como totalmente idíosincrátíca, laaceptaremos como tal. Pero si una propuesta de interpretaciónaspira a ser compartida, deberá estar basada en reglas objetiva­bles, que puedan ser valoradas, criticadas y reutilizadas porotros.

Me parece que esta exigencia pueda ser satisfecha, o al me­nos parcialmente satisfecha basando la interpretación en:

a) Un trabajo puntual de Filología aplicado al texto.b) Un trabajo sistemático de contextualización de los conte­

nídos.é

No pretendo desarrollar aquí esta propuesta en todas susimplicaciones. Me limito a exponer algunas modalidades con­cretas que he seguido en el análisis de las dos entrevistas exami­nadas, ellas son:

1) La individuación de temas o bloques temáticos y elcómputo del número de páginas de la transcripción que cadauno de ellos ocupa.

2. Para una mayor ampliación de este punto me remito a Signorelli, 1986.

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2) El análisis cuantitativo y cualitativo del uso de los pro­nombres personales en la narración.

3) La individuación de la cronología seguida en la exposi­ción de la cronología biográfica de cada historia de vida y lacomparación entre las cronologías de la narración y la cronolo­gía histórica.

4) La determinación de los juicios de valor (negativo, positi­vo) que los entrevistados dan del preciso tiempo pasado, pre­sente y futuro.

La primera y la segunda modalidad de análisis están másrelacionadas con la estructura interna de los textos, la tercera yla cuarta enlazan algunos contenidos de las narraciones conalgunos contextos de referencia pertinentes.

Este trabajo de exégesis, conducido con modalidades análo­gas en los dos textos, constituye el tercer criterio de legitima­ción de la comparación.

Los protagonistas de las dos historias de vida son dos sujetosde sexo masculino; el primero nació en 1925, el segundo en1936, aunque si no son coetáneos, de cualquier modo pueden serconsiderados como pertenecientes a la misma generación, ha­biendo nacido ambos antes de la Segunda Guerra Mundial.' Tie­nen en común el estado civil, ambos tienen familia (cuatro hijosel primero y dos el segundo) los niveles de escolaridad no sonmuy distantes, uno realizó la primaria y el otro realizó la escuelacomercial. Aunque ambos son napolitanos en el sentido extensode la palabra, ninguno de los dos en efecto nació y vive en elinterior de los límites históricos de la ciudad de Nápoles, pero siambos nacieron y viven en asentamientos que por disposicionesadministrativas, y reales gravitaciones socio-económicas se hanprogresivamente integrado al área metropolitana de Nápoles(Galasso, 1978). El primero de los entrevistados, Gino, es de Poz­zuoli; el segundo, Pietro nació y vive en la llamada área orientalentre San Giorgio en Cremano y San Giovanni en Teduccio. Valela pena señalar, que aún en sus diversidades, tanto el área orien­tal como el área de Pozzuoli, además de compartir una análoga

3. La Segunda Guerra Mundial es sin duda un acontecimiento «periodizante» in­cluso mirando la historia «por abajo», es decir, desde un punto de vista subjetivo delos protagonistas de las dos entrevistas.

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historia de relaciones con el centro urbano, han sido ambasáreas de asentamientos de industrias de base y de enteras colo­nias de vivienda para obreros y se podría decir por consiguienteáreas de gran participación política (IRES, 1987).

Las características anagráficas comunes entre las dos entre­vistas terminan aquí. Diversas son en efecto las pericias profe­sionales y su condición profesional. Gino es un trabajador de­pendiente: es un obrero mecánico metalúrgico (cortador de me­tal como se define él mismo pero agregando inmediatamente«hoy los metales no los enderezamos más a rnano»), que traba­ja en un establecimiento que cuenta aproximadamente con milempleados y una historia casi secular de producción en la me­cánica pesada. Hoyes una fábrica de locomotoras y materialesrodantes para ferrocarriles. Pietro, al contrario, es un trabaja­dor independiente, un artesano con taller propio; más biencomo él se define, «un carpintero puro» o también un «carpin­tero verdadero».

Condiciones profesionales diversas, por lo tanto y como ve­remos, caminos profesionales diversos. Algunos rasgos objeti­vos, que los dos sujetos mismos indicaron, son comunes en lasdos experiencias laborales. Pietro trabajó durante seis años, en­tre 1963-1969, como empleado en una fábrica carpintera pe­queña, muy doméstica, él no ignora del todo el «trabajo con unpatrón». En cambio Gino es un obrero de oficio, altamente cali­ficado, que habla tanto de él como de sus compañeros: «Antestrabajábamos todos como artesanos, después empezaron a lle­gar unas piezas, unas máquinas...». A su vez, entonces, Gino noignora de! todo la experiencia del trabajo creativo.

Los bloques temáticos

En e! análisis de la historia de vida de Gino, Raffaella Palla­dino la dividió en cuatro bloques temáticos. Tres de ellos seencuentran exactamente en la entrevista de Pietro, casi agotanel contenido. El cuarto tema de Gino trata el bradisismo, situa­ción que está totalmente ausente en la entrevista de Pietro, decuya experiencia de vida, el bradisismo no forma parte. Estadiferencia entre los dos textos no me pareció no proponible, lacomparación entre ellos en el eje de los otros tres bloques terná-

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ticos. Por bloque temático, en efecto, entendimos el tratamientocompacto y una cierta duración de un tema que el entrevistadorpropone y repropone. En el curso de la exposición el tema debepermanecer en el centro por así decirlo, el desarrollo y las refe­rencias a otros temas deben resultar accesorios, subordinados.Si en dos entrevistas diferentes los dos sujetos proponen dosbloques temáticos que se corresponden, no parece arbitrariocomparar estas partes, en cuanto a la comparación global entrelas dos entrevistas, esto puede ser más o menos justificado de lariqueza o pobreza del total sistema de correspondencias temáti­cas. En nuestro caso, el tema del bradisismo, único presente enuna entrevista y no en la otra, recibe de cualquier modo undesarrollo sucinto, mientras tanto para muchos habitantes dePozzuolí «todos los aspectos de la vida cambian del bradisismoen adelante y ello condiciona cada tipo de elección» (Palladino,1987: 67); no parece ser este el caso de Gíno, que propone comomuy significativa en su historia la fractura determinada de lasluchas sindicales de los años 1968-1969.

En el acompañamiento de estas evaluaciones he llevado acabo una comparación entre las dos entrevistas a lo largo deleje de los tres temas comunes en ambas; y creí en fase conclusi­va poderlas comparar también en su globalización.

El primer tema es e! de! trabajo; más allá de los episodioslaborales, Palladino incluye las experiencias sindicales y políticasde Gino, que son presentadas por el sujeto inextricablementeenlazadas con las del trabajo, más bien son parte integrante deellas. En térmínos cuantitativos (tiempo de narración medido enlas páginas de la transcripción) es bastante largo e! tema, másamplio y articuladamente tratado en el texto. En la entrevista dePietro el tema del trabajo ocupa un espacio todavía más extenso,aproximadamente el 90 % del texto. Y si para Gino la experien­cia laboral es el cauce que acoge y replasma las experiencias po­líticas y sindicales, para Pietro es a través de la experiencia labo­ral por donde filtra el relato concerniente a otros ámbitos de suvida: sus ascendientes, por ejemplo, padre y abuelo, entran en suhistoria en cuanto le enseñaron el oficio; la ciudad es sobre todoel lugar de sus cambios laborales. Verificaremos sucesivamentecómo en este dominio del tema del trabajo en ambos, las entre­vistas encuentran confirmación en los resultados ofrecidos delos otros procedimientos de análisis adoptados.

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El segundo tema presentado por PaIladino es el de la familiay parientes. En la entrevista de Gino la información acerca delorigen de sus parientes y cónyuge son escasas, fragmentadas ycasuales. Con una excepción: las siete páginas dedicadas a Ta­tonn'a fumara (Antonio [hijo] de la panadera), marido de unahermana de la madre de Gino, por lo tanto, era su tío maternopolítico, el cual tuvo un único hijo que murió pequeño. Por estemotivo, marido y mujer se inclinaron mucho a los hijos de lahermana de ella; no obstante, la razón por la que Gino recuerdatan vivamente a un pariente difunto cuando él tenía 8 años, noes s610 afectiva: este Tatonn'a fumara,

[...] era un jerarca que estaba en Pozzuoli... un jefe violento,desvergonzado y precisamente el masto se casó con mi tía, tuvoun hijo y hace muchos años éste cometió un homicidioy estu­vo en lacárcel

Debemos regresar a este notable personaje que en la historiade vida de Gino ocupa un papel simbólico más que real de granimportancia.

Las noticias que Pietro ofrece de su propia familia no soncasuales y fragmentarias, sino, extremadamente sintéticas, élnos informa que su familia conyugal,

[...] está compuesta por el papá, la mamá y dos hijos, unajovencita de diecisiete añosy un muchachode catorceaños.

y esto es todo. El tema no se volverá a tocar, como tal.Como ya dije tendremos noticias de su padre, del abuelo, de untío que aún vive y que él visita de vez en cuando, pero ellosentran en la historia de los carpinteros de quien él tomó el ofi­cio. Es sólo por la insistencia del entrevistador, que Pietro hablade su propio hijo, de nuevo del trabajo y sólo del trabajo.

Es de mencionar, y requerirá ulterior reflexión, una circuns­tancia común en ambas entrevistas; los nudos cruciales de larelación de los dos protagonistas con sus respectivas familias,surgen en sede extra -entrevista, con grabadora apagada,como un momento de confianza personal dada a una perso­na-; (el entrevistador y el entrevistado), la relación profesionalcon la que enseñó a fiarse. PaIladino así aprendió que la gran

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preocupación de Gino es la «seriedad» de su esposa y de sushijas, la honorabilidad de las que él considera debe custodiarimponiéndoles un modelo de vida «estratégico» que las mismasinteresadas juzgan muy arcaico e íntimo. Será muy significativover cómo la mujer de Gino (en un coloquio con Palladino) justi­fica de cualquier modo la actitud del marido.

También Gaeta colocó una grabadora apagada, ¿cuál es elpunctum dolens de la vida familiar de Pietro?: «el hijo sufre deun problema en la vista y que sería para él peligroso el uso demaquinaria como la que tiene Pietro en su taller» (Gaeta, 1990:174, n. 2).

No podemos evitar preguntamos por qué estas noticias pre­cisamente están fuera de la entrevista, de la narración que cons­tituye por así decirlo, el texto oficial de la autorrepresentación,pero no han sido calladas del todo, como habrían podido ser ycomo muchas otras noticias seguramente lo están.

El tercer bloque temático que Palladino individualiza es elde los lugares y relaciones que, ella precisa, incluye «todo lo quepuede ser reconductible, en otro sentido, en el área de la socia­bilidad» (Palladino, 1987: 67). Se trata de esa parte de la so­ciabilidad que se realiza fuera de y sin conexiones directas conel trabajo. Son temas que ocupan una parte minoritaria de laentrevista de Gino, pero que se organizan alrededor de una re­lación fuerte: el Barrio Terra de Pozzuoli, el antiguo y bellísimobarrio construido en el lugar de la Acrópolis de edad clásica queda al mar, y se estructura alrededor de la catedral y del obispa­do; banio donde Gino nació y vivió la primera parte de su vida.El Barrio Terra fue desalojado forzosamente en 1970, a causade una crisis de bradisismo que amenazaba su estabilidad. Ginoy su familia vivieron en casas más o menos provisionales apro­ximadamente siete años, hasta que en 1977 obtuvieron una vi­vienda en la zona de viviendas para trabajadores del asenta­miento de Toiano, en donde hasta ahora viven. Gino regresavarias veces sobre la comparación entre la antigua forma devivir en el Banio Terra y la nueva forma de vivir en Toiano;abunda menos, como ya se ha dicho, acerca del bradisismo ysus efectos no solo geofísicos sino políticos y sociales. Y esto noobstante el hecho de que cuando la entrevista fue recogida lalarga y dolorosa crisis de bradisismo de 1983-1984 no se habíatodavía del todo agotado.

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Como para la familia, también en lo que respecta a sus pro­cesos de socialización y su sociabilidad, Pietro es más breve queGino. No sólo las noticias no son abundantes, sino es evidentela falta de interés del narrador para desarrollar temas que clara­mente él considera irrelevantes.

Aprendimos en pocas líneas que Pietro forma parte de un clubde aficionados a la bicicleta, al que asiste el sábado por la nochepara organizar con sus compañeros los paseos dominicales;

[ ...] el domingo, vamos a hacer un bonito paseo o bien, si hayuna reunión de ciclistas en nuestra región vamos. Luego de re­greso a casa, después de una buena ducha, se come con la fami­lia y por la tarde, o nos quedamos en familia, o hacemos algunavisita... y basta. Después al día siguiente... empiezo una nuevasemana de trabajo [p. 237].

Ni un comentario, ni un detalle que nos ilumine acerca de latonalidad afectiva, acerca del valor que Pietro atribuye a estasrelaciones. Y son las (micas que señala, las otras figuras huma­nas que habitan el mundo que nos cuenta, son todos clientes,proveedores y colegas carpinteros; y un par de vecinos, que sonvecinos del taller, no de la casa.

Las dos entrevistas tienen por lo tanto un carácter muy sig­nificativo en común: el claro predominio de las temáticas deltrabajo sobre otros temas. Veremos también cómo los otros ni­veles de análisis confirman este dato.

El uso de los pronombres personales

Esta modalidad exegética nos fue sugerida de la lectura dela historia de Gino en la que parecía presente un uso particularde los pronombres personales, uso que los cálculos pacientes deL. Palladino han confirmado ampliamente. La narración deGino no se desarrolla teniendo como protagonista siempre lamisma persona pronominal. Ya en una primera lectura se evi­dencia una alternativa entre frases de la narración que tienencomo protagonista el «nosotros», la primera persona plural; fa­ses de la narración que tienen como protagonista el «ellos», ter­cera persona plural, y una sola fase de la narración que tiene

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como protagonista el «yo», primera persona singular. La cuentade las fonnas verbales conducida por R. Palladino y el sucesivoanálisis de las variaciones persona pronominal/tema de la narra­ción, han permitido llegar a dos conclusiones.

La mayor parte de la autobiografía oral de Gino es narradaen primera persona plural; después, a gran distancia de la pri­mera, hay una parte que es narrada en tercera persona plural;y, finalmente, una parte muy pequeña es narrada en primerapersona singular.

La covariación pronombres/temas se configura corno sigue:

- Tema del trabajo, del sindicato, de la política: narraciónen primera persona plural.

- Tema de las relaciones y de los lugares: narración en ter­cera persona plural.

- Tema de Tatonn 'a fumara: narración en primera personasingular.

El puntual análisis cuantitativo conducido por Palladino enel texto permite afirmar que las covariaciones son sistemáticas,no casuales, y nos autoriza, por lo tanto, a atribuirles una fun­ción semántica, a hipotetizar que sean portadoras de significa­dos. Esto es aún más creíble en cuanto que en la historia dePietro existen también covariaciones recurrentes de las perso­nas pronominales en relación a los temas, aunque su conteni­do es totalmente diverso. Pietro narra utilizando la primerapersona singular prácticamente en toda la entrevista que,como vimos, habla casi únicamente de su trabajo; de vez encuando, aparece la tercera persona singular, ya sea en cone­xión a formas impersonales del verbo o en conexión con unsujeto-persona que tiene características que diría ejemplares: elcarpintero. Muy a menudo, cuando el sujeto de las proposicio­nes es el carpintero, el contenido de la exposición más quenarrativa, tiende a hacerse prescriptiva o gnómica, del tipo: «elcarpintero no debe...», «el carpintero sabe...», «el carpintero esaquel que...»,

Queremos aquí intentar una interpretación cultural del sig­nificado de estas variaciones, una interpretación que parta delos procesos de identificación de que el uso de los pronombrespersonales en conexión con ciertos temas es ciertamente un sín-

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toma; y que explicite significados y valores contenidos en lasidentificaciones individualizadas.

Comenzamos a ver cuáles son los objetos de identificaciónde nuestros dos narradores.

El plural insistentemente usado por Gino se refiere en pri­mer lugar, y en forma tan explícita que parece casi estereotipa­da, al sujeto colectivo con el que, más que sentirse parte, él seidentifica totalmente: la clase obrera. Esta última puede en sunarración presentarse como conjunto de los compañeros de fá­brica; o como trabajadores de los asentamientos de Pozzuoli enlucha para defender la ocupación, o finalmente como claseobrera italiana, comprometida en su totalidad para hacer explo­tar e! boom del 68.

Al variar la escala de! referente, la identificación de Gino noes menos convencida, su «nosotros» no varía de color ni depertinencia. La clase obrera es aquella entidad absolutamenteconcreta y universal al mismo tiempo, cuya fuerza ha garanti­zado e! trabajo para los habitantes de Pozzuoli.

Esta huelga se hizo para que permaneciera la fábrica en Poz­zuoli y para no dejarla morir, por la economía, por la juven­lud [p. 4].

y garantizó dignidad a los trabajadores:

t. ..] la gente veía al jefe, y debía saludar al jefe... Pero ¿por quédebía uno saludar al jefe? ¿Acaso viene antes que yo para que lodeba saludar? Mientras que hoy, por la emancipación, hay máslibertad... [p. 46].

De esta fuerza, amenazadora para algunos,

Pozzuoli tiene una tradición, cuando se hablaba de Pozzuolise temblaba [p. 49].

pero precisamente por eso mismo liberadora para él y paraaquellos como él. De esta fuerza él se siente parte integran­te, más que sentirse beneficiado y protegido. La distinción en­tre «YO)} Y «nosotros» no se dá porque no tendría nada que ex­presar.

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Pero hay otra acepción del «nosotros» de Gino, que se arti­cula a partir de la examinada hasta aquí y todavía en algunamedida se distingue; es el «nosotros» que designa «nosotros fá­brica», corno aparece en expresiones tales corno:

Hacemos unos carritos, hacemos unos vagones... ahora esta­mas haciendo, no sé con precisión, 100-104 locomotoras... Nopodemos trabajar más como antes porque después cuestan másy no podemos competir a nivel internacional... [p. 39].

o también, y con mucha preocupación, cuando habla de lasconsecuencias que el bradisismo ha tenido para la empresadonde trabaja:

[...] éramos un establecimiento que andaba bien, y ahora conel miedo al bradisismo... Si vienen otras sacudidas y terminan dedañar [las vías de ferrocarriles de] la Estación Cumana, terminatambién la fábrica, porque no pueden salir los vagones ... Ahoratenemos 3 o 4 piezas [vagones, locomotoras] que hemos bloquea­do, pero continuamos haciendo otras piezas. Ahora si no se liberael ferrocarril de la Cumana, no se hasta donde llegaremos ... [hastacuando podremos resistir con las bodegas llenas] [p. 41].

Hago mías aquí para comentar esta relación entre Gino y laempresa en la que trabajó toda la vida, las inteligentes conside­raciones de R. Palladino, que reporto integralmente: «¿Es posi­ble que un obrero como él, que conoce demasiado bien la luchade clase, pueda confundir entre nosotros obreros y nosotros fá­brica, olvidando que no sólo la fábrica no son los obreros, sinotambién que no es de los obreros? Más probable parece, tenien­do presente el orgullo con que se habla de toda la estructuraproductiva C'teníamos un sistema de impresión arriba, que casino se encontraba en toda Italia") que esta fábrica cuyas fortu­nas se comparten y de quien se es responsable en la concienciaque es fuente de bienestar ("una vez terminada la fábrica enPozzuoli, la economía de la ciudad estaba también en el suelo"),es una entidad no extraña, no enemiga sino un bien colectivopor el cual luchar. Se podría afirmar la existencia para Gino deuna relación no negativa con las máquinas, los instrumentos desu trabajo en nombre de un principio práctico y crudo que po­dría sonar, así: mejor obreros que muertos de hambre. Salvo

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después, se entiende, hacer valer en cada ocasión sus propiosderechos...» (Palladino, 1987.74).

La identificación compleja entre narrador, clase obrera y fá­brica resulta confirmada y contraria por el uso que él hace delpronombre «ellos». En la narración autobiográfica de Gino,«ellos» sirve para designar dos categorías de personas. La pri­mera comprende todos aquellos que se contraponen a «nos­otros»: patrones y patronato obviamente; pero también los po­deres políticos y administrativos en expresiones como:

[...] los establecimientos los querían llevar al interior... dicenque están construyendo las casas en Monteruscellc... todavía hoydeben pagar los propietarios... [p. 16].

Más sorprendente y en cierto sentido más significativo es eluso de «ellos» para indicar a los habitantes del Banio Terra,parientes, vecinos y conocidos. Está claro que, aún estando liga­do por un profundo afecto al recuerdo de esas personas, poruna profunda nostalgia hacia los lugares de su infancia, Ginorechaza identificarse con «ellos».

Gente normal, gente genuina, gente que vivía al día pero eratodo corazón, tenía toda una tradición..., eran personas que seayudaban entre ellos. Uno se asomaba a la ventana, hablaba aquíy allá, porque estaban apretados, había gente que dormía en ca­sas que realmente no se podía vivir, pero, debemos decir, queaquella gente era feliz [pp. 8-9].

El obrero moderno, emancipado, sindicalízado, en la luchapor la defensa de sus derechos. no puede identificarse con ellumpenproletariat: y no escapa, por la forma en que habla deello, a la sospecha de ser patemalista.

También la identidad de Pietro se construye antes que naday principalmente con base en su trabajo; como Gino no le haceal obrero sino que es obrero, así Pietro no le hace al carpintero,sino que es carpintero, mejor dicho, según su expresión, «car­pintero puro», un carpintero «auténtico». Pero mientras el pro­ceso de identificación de Gino pasando a través de la competen­cia del oficio y la común responsabilidad de las estructuras pro­ductivas, llega a la identificación con el gran sujeto colectivo, la

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clase obrera, adquiriendo así significados sindicales, políticos,históricos en el interior de los cuales el destino individual en­cuentra colocación y definición, el reconido de Pietro es total­mente diverso. El referente de su identidad y la meta de suidentificación no es un sujeto económico y político de naturale­za colectiva, sino más bien un modelo profesional individual,algo corno un tipo ideal, con valía no solo descriptiva, sino pres­criptiva, respecto a la cual su autobiografía asume las caracte­rísticas de un camino de acercamiento progresivo. Gino prefie­re perder las características que hacen de él un obrero califica­do" diverso y quizá más capaz que otros, para defender la com­petitividad de la empresa y, por lo tanto, de la ocupación: paradefender en otras palabras, la fuerza y el poder contractual dela clase obrera. Al contrario para Pietro la competencia, la habi­lidad, el dominio de las técnicas y ese «saber de la mano» decuya naturaleza no algorítmica él esta plenamente consciente,son el fundamento y la sustancia misma de su ser «un auténticocarpintero».

[...] en nuestro oficio no es que te enseñen como en la escue­la. Eh ... miras al abuelo, miras al papá, miras al maestro, miraesto, mira aquello y poco a poco comienzas a memorizar todoeso que miras para poderlo realizar después... [p. 201];

Y después en virtud de la posibilidad que uno tiene de recor­dar las cosas o en virtud de la propia invención, digámoslo tam­bién, se pueden realizar unos trabajos [p. 232].

Esto es lo que le consigue la estima de los colegas, la fideli­dad de los clientes y -como sucede en diversos episodios que élevoca con cierta insistente autocomplacencia- el respeto deaquéllos que al inicio, engañados por el traje que usa y por suaspecto simple, lo devaluaban; pero que viéndolo trabajar, cons­tatando su capacidad y la habilidad con que domina el procesotécnico y la belleza de los trabajos acabados, debían cambiar suopinión y reconocerle la calificación de (maestro». Sólo en suoficina, sino lazos fuertes con ningún grupo o categoría, tam­bién Pietro conoció las humillaciones y el darse ánimo. Pero loque para Gino es un producto del boom del 68, asume paraPietro la forma canónica del siguiente episodio:

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Un día viene un señor aquí al taller y queda cortar un pedazode madera con la máquina, y yo le dije: Por favor, pase usted...Pero lo primero que me preguntó fue por el titular... y yo le dije:Soy yo. Éste lo primero que hace es mirarme de pies a cabeza... yme escudriña una primera vez. Comenzamos a trabajar, y dice:Yo con esta tabla debería hacer unos cortes, para construir eltimón de un barco. Digo: Está bien, hágame un trazo de ese ti-món ¿Tiene un dibujo?... ¿Tiene una medida?... y después se locorto y él dice. Está bien, entonces ¡dame el metro! Por favor,digo yo. Y dame también el lápiz. Por favor, digo. Se apoya en elbanco, hace el trazo y después dice: He aquí, puedes cortar... Yomiré este pedazo, lo vi un poco y pensé: Pero mira un poco éste:primero entra aquí adentro y busca al titular; ahora me dicedame esto, dame aquello, puedes cortar...

Aquel corte me parecía un poco extraño, y digo: Pero ¿ustedestá seguro de esta medida?, porque cortar yo lo hago rápido. Y él:Sí, sí corta, corta. Yo lo acomodé en la máquina, y \íll111111l11 Il ...

corté y le dí el pedazo en la mano. El lo miró, y dijo: Dame elmetro. Lo mide, y era diez centímetros más pequeño... y, ¿quéhace? Arroja el metro al suelo, buum, y: ¿cómo pude equivocarmeen la medida? Precisamente -yo le dije- no todos los males vie­nen para dañar, porque siendo el timón todo de una pieza es másfácil que se deforme en cuanto lo meta al agua... Ahora, del pedazoque cortamos nosotros mismos vamos a hacer un pedazo paraencajarlo con otro, en el costado, de modo que pueda aguantar ladeformación de la madera. Pero esto dicho un poco ásperamente,hablándole de tú como él lo hizo conmigo y tratándolo precisa­mente como a un muchacho de taller... Cuando éste se vio tratadoen esa forma, dijo: ¿Qué tipo de trabajo hacen aquí adentro? Yausando el usted [en realidad el ustedes (N. del T.)] Yno más el tú.Digo: Aquíhacemos trabajos de carpintería... todo lo que es en made­ra nosotros lo hacemos. Dice:No, polque yo soy ingeniero, tengo unaempresa de construcción... ¡Este cabrón! Y tú por esto me dijiste:dame el metro y dame el lápiz, sólo polque eres ingeniero y ahora¿por qué me hablas deusted? En síntesis al fmal, moraleja del men­to, con ese señor, al finalnos hicimos amigos... [pp. 279-281].

La experiencia se condensa y se sintetiza en la siguienteconstatación sentenciosa:

Entonces el traje hace al monje... Muchas veces uno deberlasalir con la ropa de trabajo... ¿Pero todos aquellos que lo usan,tienen la posibilidad de salir con esta ropa de trabajo? [p. 282].

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Sin embargo, como observa G. Gaeta, el carpintero Pietrotiene un punto de fuerza que se opone a lo que del mundo le eshostil, humillante y hasta amenazador: «.. .la gratificación per­sonal, presentada casi idealistamente, con tintes sugestivos pro­pios del aura quijotesca de que el entrevistado se rodea. Él es elúltimo o uno de los últimos de una gloriosa estirpe de artesa­nos, aquel que aún habiendo adquirido conocimiento y familia­ridad con los nuevos métodos y las nuevas reglas de la produc­ción conserva, en su trastienda, en un cuartucho que desarrollaun papel a mitad entre museo privado y tabernáculo, los vesti­gios antiguos del trabajo, instrumentos que sólo manos exper­tas y competentes como las suyas pueden reanimar, restituyén­doles la originaria capacidad creativa... Frente a los problemasdel vivir cotidiano, a la dificultad de encontrar sentido para susacciones fuera del ámbito restringido de la oficina, la ejecuciónrepresenta "otro" momento, un momento en que las contradic­ciones aparecen temporalmente superadas. Tal propiedad delacto constructivo resulta directamente proporcional a la calidaddel manufacturado, calidad que se mide ya sea en función delnivel técnico incorporado en el producto, como en el grado decreatividad consentida por el comprador y desarrollada por elartesano» (Gaeta, 1990: 178-180).

Las cronologías

En la historia de la vida de Pietro aparecen pocas fechas,que no son sucesivas como en una cronología formal, sino quesiguen la marcha de la narración. La primera es la fecha de sunacimiento (1936), la segunda son sus doce años (el año corres­pondiente, 1948, no es mencionado), edad en la que comenzó aasistir como aprendiz al taller del padre y del abuelo carpinte­ros, mientras al mismo tiempo estudiaba; sigue 1970, año enque alquila el local donde actualmente todavía se ubica su tallery empieza a trabajar por cuenta propia; después recuerda losaños de 1963 y 1969, inicio y fin del periodo durante el cual éltrabajó "a sueldo», es decir, que trabajaba como obrero en unacarpintería: varias veces se repite la expresión ('ya van diecinue­ve años», a propósito de su condición profesional actual de ar­tesano independiente, y de las responsabilidades, honorarios,

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satisfacciones, ganancias, etc. que ha recabado de ello. Otrasreferencias temporales son más genéricas: «en ese tiempo cuan­do inicié... [a trabajar por mi cuenta]»: «Después llegó elNA..», «al inicio vino un inspector...», Muy genéricas son lasreferencias temporales que Pietro utiliza para describir y valo­rar los cambios que se han dado en su trabajo: «Hace cincuentao cien años», «En los años cincuenta, o sesenta...»; « ...estamosen el siglo xx...»; Esto es todo. Las pocas fechas de su vida quePietro reevocó registran una sola anticipación respecto a la cro­nología real, 1970, año del «trabajar por su cuenta», es mencio­nado antes de que se dijera qué había hecho el narrador en losaños anteriores.

Gino inaugura su propia cronología en 1940, fecha de suadmisión en la fábrica, sigue después la fecha de nacimiento,indicada indirectamente a través de la precisión de que cuandoentró a la fábrica tema quince años. Tres fechas siguen después:1943, la fábrica es destruida por el ejército alemán; en 1945, lasactividades productivas son retomadas en una sede provisionaly se trabaja bajo pedido de los ejércitos aliados; en 1946, está elregreso a la sede de la fábrica en Pozzuoli: la sede ha sido re­establecida, la empresa ha cambiado de nombre. Sin soluciónde continuidad en la narración se llega a 1958, y al bienio 1958­1960, caracterizado por la reducción de la actividad de la fábri­ca, los despidos o transferencias de los obreros a otras sedes yuna gran movilización de la mano de obra, con huelgas, impug­naciones, enfrentamientos en la calle, que al final consiguenque la empresa sea nuevamente transformada y garantice laocupación para los habitantes de Pozzuoli. A partir de ese mo­mento la historia laboral cede el lugar a la situación personal yfamiliar y dos fechas marcan este ámbito: 1970, año del bradi­sismo y del hundimiento del Barrio Terra, y 1977, año de laasignación de las viviendas en Toiano. Pero casi de inmediatose regresa al tema del trabajo: los años cincuenta con las durísi­mas condiciones de trabajo y después en el sesenta y ocho, elaño de la explosión que cambió todas las cosas: el «boom delsesenta y ocho... esto ustedes lo saben... pero antes estabamosmuy... oprimidos».

Como nota justamente Palladino «[1968] es para él una fe­cha que conscientemente vive como un momento de rupturaprofunda respecto al pasado» (Palladino, 1987: 55). Hay todavía

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en la entrevista una alusión a una fecha de los años treinta noindicada {«...cuando tenía ocho años...»); luego la narración secoloca en el pasado muy próximo (los efectos del bradisismosobre la vida en la fábrica y su ciclo productivo) o en el presentey los cambios que provocó respecto al pasado.

Así como es más rica en la articulación de los bloques temá­ticos, así la historia de Gino respecto a la de Pietro se presen­ta más rica en fechas, referencias temporales precisas; y tambiénmás marcada por inversiones y anticipaciones que permiten to­rnar, en cierta medida, los recorridos de la memoria. Hay d03­elementos en común, pero diversamente articulados: tambiénpara Gino la mayor parte de las fechas significativas están liga­das a su vida laboral, pero al contrario que Pietro, ninguna fe­cha, ni siquiera la de su ingreso al trabajo se refiere a un aconte­cimiento estrictamente personal que lo ha involucrado a él sola­mente. Son todas fechas, por decirlo así, colectivas: el colectivoprotagonista del evento puede ser «los jovencitos y las mujeres»que, estando los hombres en el frente, en los años cuarenta erancontratados por la fábrica; o las cuadrillas de la fábrica, o laclase obrera de Pozzuoli o napolitana, o, como en el sesenta yocho, toda la clase obrera italiana estaba en lucha por mejorescondiciones de vida y de trabajo; el contraste con el rígido indivi­dualismo autobiográfico de Pietro es de lo más fuerte.

Otra diferencia notable: no pocas de las fechas que marcanla existencia de Gino, coinciden con fechas que figurarían sinduda en un texto de historia local, nacional o mejor dicho,mundial, de los años cuarenta y sesenta y ocho. Gino es deltodo consciente, no sólo de esta coincidencia, sino del hechoque se da justo porque el curso de su personal existencia estáestrechamente enlazada con sucesos históricos. En cambio, lasfechas que Pietro evoca marcan todas hechos privados; y laeventual coincidencia con fechas históricas, como ejemplo elaño de 1969, no suscita en el narrador ninguna reflexión deorden general.

Ausente en ambas biografías, está el calendario de los afec­tos, las fechas privadas familiares, ya sea las más ortodoxas(matrimonio, nacimiento de los hijos, etapas de la vida de loshijos, etc.), ya sea otras eventualmente más ligadas a especialesacontecimientos de las biografías individuales. El aconteci­miento debe tener las características de la catástrofe natural,

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como e! bradisismo, y conllevar la pérdida de la casa, para queGino le dé espacio en su historia. Obviamente, no es que nues­tros dos protagonistas no tengan una historia privada, es queambos no consideran que deben hablar sobre ello. A la luz deeste dato, habrá que valorar las excepciones que lo contradicen;el largo tratamiento de la historia de Tatonn'a fumara en la his­toria de Gino y las confidencias sobre su familia hechas porambos fuera de la entrevista.

La identidad y el valor del tiempo

Sobre la base del análisis hasta aquí llevado a cabo, se pue­den asumir como aclarados dos puntos: para ambos protago­nistas de las autobiografías orales que estamos examinando,existe un nexo muy fuerte entre el trabajo que hacen y la identi­dad que de ellos mismos se han construido, o mejor dicho, laidentificación con el pape! profesional es la base sólida y consis­tente de su identidad.

Correlativamente e inversamente, los contenidos de la iden­tidad personal parecen variar según varia e! pape! profesional.Para Gino la identidad se consolida y se define en la solidari­dad, más bien en la coincidencia del destino individual con elcolectivo; para Pietro en la persecución constante y tenaz de undestino de excelencia individual.

Pero el análisis puede avanzar un poco más, a partir de unainteligente hipótesis que G. Angioni propuso haciendo referen­cia a de Martina (Angioni, 1986), y que también G. Gaeta reto­ma. Existe en el trabajo de estos dos hombres, o mejor dicho ensu modo de concebirlo, un elemento trascendental. Para am­bos, aunque sí en forma diversa, el trabajo no es sólo respuestaa necesidades primarias, de supervivencia; no es sólo funda­mento de la identidad, entendida como rol y estatus, como co­locación en una estructura social. Para ambos el trabajo fundaun ethos, porque se pone como terreno e instrumento para «irmás allá» de una condición de vida no escogida sino asignadapor el caso o por el destino; el trabajo es lo que permite estar enel mundo como productores conscientes de un pequeño «de­más), de un pequeño «otro» que, en pequeña parte, cambiará elmundo, dejará su rastro. Es a partir de su condición de obrero

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que Gino experimentó el paso de «oprimidos» hacia «amplia­dos», Es a partir de su condición de experto artesano que Pietroexperimentó e! paso de humillado a respetado. El trabajo, en­tonces, no da solo de comer, a través de la fuerza y a través dela retribución permite conseguir la dignidad.

El carácter proyectual y, por lo tanto, ético de la concienciaobrera, es tema demasiado conocido para que sea necesarioabundar en ello. Tal vez viene al caso remarcar, en la autobio­grafía oral de Gino, el reproponerse espontáneo e inmediato deesta dimensión, con una coincidencia que no necesita de media­ciones entre sujeto individual y sujeto colectivo, entre macro es­cala y microescala, entre conciencia madurada en la práctica ysíntesis teóricas elaboradas en otro lugar y desde arríba. Se pue­de observar, entre paréntesis, que aún un documento modesto,periférico y tardío como esta autobiografía oral, contribuye ademostrar que la clase obrera ha sido no sólo una clase social,sino un sujeto colectivo en el sentido más pertinente del término.

Pero la historia de Gino atestigua también otra dimensión,otro proceso. Está presente en su historia al menos una indivi­dualidad fuerte, un individuo excepcional, al que él mismo serelaciona como individuo, mejor dicho, como un niño confiadoy lleno de admiración: Tatonn'a fumara, e! guappo, el jefe ma­fioso de Pozzuoli. Tatonno es un prepotente, un explotador, unmacho, un homicida y Gino no lo esconde para nada. Pero, enla visión de Gino, Tatonno es un delincuente especial:

Éste dirigía Pozzuoli... era todo diverso entonces, los hechosque te narré... Era más una protección y después eran hombresrectos que tenían el valor también de enfrentarse abiertamente sihabía un asunto espinoso. Entonces no era como hoy que, porejemplo, uno va a esconderse detrás de una puerta, te dispara, temata y se acabó. No, ellos iban personalmente. Sucedía que cual­quier habitante de Pozzuoli iba a alguna aldea y le quitaban [ro­baban] el pescado [que iba a vender]; venía aquí, a que mi tíointerviniera. Iba allá con el carruaje y el caballo... iba con el otrojefe de aquella aldea y le decía: Este pobre chamaco viene a bus­car el dinero [a recoger el dinero que le tocaba por el pescadoque le fue robado]. Entonces el jefe de allá dccía: ¿Conoces quiénte quitó el pescado? Y le regresaban el dinero y hasta le daban unpoco más... se hacían siempre obras buenas... Estaban ellos enmedio, y acomodaban las cosas, a veces se sacrificaban tam-

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bién para dar a entender que habían dado satisfacción a lagente En esos tiempos uno quería ser más fuerte que el otro.Quería mandar, pero no como se hace hoy de hacerlos a un lado:había respeto; antes un hombre de esos era capaz de ir de unaciudad a otra, él tomaba el riesgo, mientras que hoyes diferente.Si debo decir una palabra a alguien a mí me da miedo, eso queme puedan disparar desde su carro.

Otro episodio es para Gino digno de ser recordado comoejemplar: el equipo de fútbol de Pozzuoli debía recibir al glorio­so equipo del Genoa pero los dirigentes de Pozzuoli no teníanen casa dinero suficiente para pagar los gastos de la invitación yde hospedaje.

Se reunieron todos los mafiosos de Pozzuoll. a la gente se lehizo ir al estadio para hacer el cobro de ingreso, para no hacer elridículo con los de allá. No lo hacían por ellos mismos como sehace hoy. Se jugó el partido, dieron una buena impresión, hicie­ron fiesta, pero cada uno pagó su boleto, lo hacían también porel honor de la ciudad, no se hacía como se hace hoy, que yo merobo una cosa, me la guardo en la bolsa y me voy [pp. 67-68].

No nos sorprende la idealización del mafioso tradicional enuna suerte de Robín Hood de Pozzuoli. El héroe orgulloso yvaliente, generoso con los pobres y despiadado con los prepo­tentes, ecuánime e invencible, es un símbolo, es decir, es unaimagen de valores (Tulio Altán, 1992) en el sentido más plenodel término; no es por casualidad que regresa, declinada en lasformas más diversas, en las representaciones colectivas de lassociedades marcadas por fuertes desigualdades, pero tambiénpor un potencial de cambio.

Lo que sí sorprende es que la fascinación de un proyecto derescate tan prepolítico pueda influenciar a un hombre politiza­do y sindicalizado, un obrero moderno como Gino.

A esta cuestión R. Palladino propone una respuesta fundadaen el análisis del contexto. Ella sugiere tener en cuenta la parti­cularidad histórica de la clase obrera metropolitana y la del surde Italia en general.

«[...] En Gino, este tipo de actitud está netamente conscienteal tipo de tradición cultural que heredó. De hecho aun madu­rando hasta la más moderna conciencia de clase, el espíritu de

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revolución típicamente meridional se ha conservado. Ser com­pañero, "verdadero compañero" para él quiere decir tener valorde sobra (también para afrontar los golpes de la policía en lacalle), ser fuerte, leal, tener iniciativa, caracterizarse por unacarga de generosidad que se expresa en la solidaridad con losdemás ("uno no combate por sí mismo, siempre es por los quevienen después"). ¿Pero no son éstos los valores de la antiguahampa? La diferencia básica es que el honor y el prestigio ya noson categorías ligadas a un sujeto individual, sino colectivo.Gino ha realizado una verdadera transferencia de los caracteresdel jefe tradicional de antaño a la clase obrera de Pozzuoli ("Nos­otros somos famosos en Pozzuoli por las luchas"; "Pozzuoli tie­ne una historia"; "Cuando se decía Pozzuoli se temblaba"). [...]La clase obrera hija del pueblo (como hijo del pueblo era Taton­no) se rescata a sí misma de su condición de subalternidad porla fuerza que le viene de la valentía. El jefe tiene obligacionesligadas a su prestigio: así la clase obrera es obligada a amparara todos aquellos (desocupados, obreros, subempleados, explota­dos) que no tienen a su disposición la misma fuerza y que alcontrario que de la clase obrera, no pueden provocar el temor yel respeto que vienen de la fuerza.

»En las narraciones de las manifestaciones imponentes, enel orgullo que Gino demuestra al describirlas, se manifiesta elterror que esta muchedumbre incontenible, este torrente huma­no, debía imponer. Y del terror viene el respeto; el verdaderojefe no recurre a la violencia, no la ama, a él solo le bastan lasamenazas.

»La clase obrera no recurre a la violencia, se limita a mar­char en las calles y a ocupar los lugares del poder, cuando quie­re alguna cosa: también se hace respetar sólo con la amenaza»(Palladino, 1987: 234-235).

La identificación entre los valores de la mafia «buena» yaquellos de la clase obrera aparecen del todo plausibles, comoseñala Palladíno, si se tiene presente la peculiaridad de la expe­riencia obrera en el sur de Italia. Aún siendo cuantitativamenteminoritaria, no sólo respecto a todo el contexto social sino tam­bién respecto al conjunto de la población activa la clase obreradel sur había tenido, por muchos decenios, el papel de polo deagregación ideal y político de todos los segmentos del proleta­riado: era el trámite que unía ideal y políticamente a la masa de

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los desheredados del sur (subocupados, desocupados, precaria­mente ocupados, etc.) con el mítico norte (de Italia y Europa),en donde el trabajo era seguro, el sueldo era bueno, los «dere­chos» eran respetados. El ser minoría y, al mismo tiempo, laresponsabilidad de representación permiten aclarar las raícessociales de la autorrepresentación en términos heroicos que laclase obrera del sur da de sí misma en un personaje como Gino:pero lo que es importante señalar es que el heroísmo como él loentiende no se basa en beaux gestes individuales; el heroísmoque cuenta es el que se despliega como lucha obrera para crearun mundo más justo.

Más secreta o al menos más implícita es la tensión a «ir másallá» en la historia de Pietro; pero no menos fuerte e ininte­numpida. La señalan claramente las dos dimensiones dentrode las cuales él organiza su historia; ante todo es el heredero deuna tradición de diversas generaciones de maestros artesanos:su padre y su tío; y antes de ellos el abuelo y el bisabuelo. Él es,por lo tanto, el heredero de una herencia y el fiador de unacontinuidad; fiador de un saber que no debe ser disperso, quedebe de ser custodiado e incrementado, él representa un puenteentre pasado y futuro.

En efecto (y es éste el otro esquema dentro del cual su na­rración se organiza) él debió prepararse poco a poco para estatarea, a través de un largo aprendizaje («] ...] a los doce añoscomencé a practicar un poco en el taller del abuelo, ayudándoloen las diversas fases»), y también resistiendo si no precisamentea tentaciones, ciertamente a dudas y a distracciones (e]...] teníayo dieciséis o diecisiete años y ¡beh! digamos casi hasta lostreinta estaba la pregunta ¿hago esto o hago aquello? ¿carpinte­ro o que...? ¿Me pongo a trabajar por mi cuenta o trabajo bajola dirección del maestro?») y finalmente eligiendo «trabajar porsu cuenta», con lo que entra en la plenitud del papel, asumien­do las cargas y las responsabilidades ligadas a ello.

Después al final surgió esta idea de poner un taller propio. Yahora después de diecinueve años... esto es y aún permanece. Sidebiera ser jefe, lo haría igualmente [p. 238].

Su tarea y su meta consisten de ahora en adelante en garan­tizar la continuidad y en conservar y mejorar la calidad del ofi-

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cio. Pietro construye su autobiografía como una novela de for­mación, un reconido orientado por un telos. Por lo demás, todosu trabajo él lo vive como un ir más allá, un superarse, superan­do vínculos y dificultades.

Es un oficio auténtico porque si no eres un carpintero verda­dero, el carpintero no lo sabes hacer... lo debes aprender desdepequeño para poderlo ejecutar con armonía: porque también enla realización de una simple pieza, hay tanta dificultad en realí-zarla según la regla del arte... Elección de la materia prima ;tipo de elaboración...; tipo de ensamblaje...; tipo de acabado ;lucidez, puesta a prueba, transporte, presupuesto..., complacer alcliente (pausa): no todos los oficios tienen esta característica... Esun trabajo puro porque no puedes ser carpintero sino eres uncarpintero [p. 239].

Para nuestros protagonistas, entonces, el trabajo es el funda­mento de un ethos.

Cada uno a su manera, según un recorrido propio, ambosprotagonistas narran su pasado como una historia de realiza­ciones, conquistas, rescate: como historia de vidas vividas se­gún valores. . .

Pero, semejantes una vez más, ambos no creen en la pOSIbI­lidad de que todo lo que ellos han creado se perpetúe en elfuturo y hablan del presente en términos llenos de melancolía..Por qué? Ambos describen el presente como una situación enla cual se rompió o está a punto de romperse la continuidadcon el pasado; no puede entonces haber ni siquiera un futuro:ya no hay un «más allá» hacia donde mirar, no hay un futu­ro para los trabajadores que ellos han sido y siguen siendo.

De ello Gino habla en pocas páginas muy secas en el tono,casi reservadas en donde regresa una entrometida y fatigosaprimera persona singular. No es la crisis de la industria ~e~a­

lúrgica lo que le preocupa, no piensa en despidos o en SUbSIdIOSde desempleo. El tema de este discurso quisquilloso y reticenteson el partido y el sindicato.

El hombre que había dicho «No se combate por sí mismo,sino por quien viene después», constata ahora que:

Hoyes diferente, hoy me parece que ya no hay esta participa­ción, entonces se sentía porque luchaban toda la vida, la miseria

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estaba en todas partes y después se veían cosas que la gente seasombraba... Hoy es difcrente.; Entonces la huelga bloqueabatodas las cosas, mientras hoy no ... Pero ¿qué quieren? ¿Acaso elpartido socialista de entonces es como el de hoy? El partido so­cialista de entonces tenía un solo lenguaje, socialista no era lomismo de hoy [pp. 73-76]'

¿Aguanta Gino la crisis de su horizonte, y encuentra todavíauna dimensión de valor? ¿O ya vive sólo de recuerdos? No, nosólo de recuerdos. Él tuvo la capacidad de reconstruirse, a par­tir de los recuerdos y de la herencia moral que estos le entrega­ron, un nuevo papel. Del cual no sabíamos nada si R. Palladinono hubiese sabido conquistarse la confianza de las mujeres dela familia de Gino. Con el pasar de los años Gino se ha vueltoun padre muy severo con las tres hijas, a las cuales imponehorarios rígidos, prohíbe salidas y visitas y no escatima bofeta­das, si es necesario. ¿Autoritarismo machista? ¿Recompensapor las desilusiones que encontró en la lucha político sindical?Es también posible. Pero una observación de su esposa sugirióuna explicación más sutil y quizá más convincente.

[...] el hecho es que ésta [de Gino] es una familia ... no es quefuera acomodada, al contrario, ha sido una familia muy bien lle­vada en Pozzuoli en cuanto a honestidad, en cuanto a... gente derenombre... Y a él, quién lo conoce; ojalá no suceda jamás, quetenga que aguantar una falta [en la honorabilidad de sus hijas],seria una vergüenza tal! Se sentiría mal... ¿Cómo? ¿Mi nombre yano vale nada?... No me se explicar, pero yo lo entendí [p. 135].

Gino no vive sólo de recuerdos, él se ha construido un rol detestigo, casi de monumento viviente de la historia de esos valo­res colectivos de los que se ha sentido integral, para poderlosvivir todavía como actuales y presentes, hasta que presente ycombativo sean lo mismo.

La clase obrera de las grandes luchas, de las huelgas victo­riosas, de los épicos encuentros en la plaza, del rescate y lajusticia, no desaparecen del todo. Singular metonimia. Ginoserá la prueba viviente de su existencia.

Los recursos psicológicos y las confirmaciones empíricas, aquien anclar este nuevo rol que se ha señalado, Gino las buscaen la vida privada, en la relación con la esposa y las hijas, cuyo

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comportamiento se volvió a sus ojos potencial amenaza o poten­cial soporte del honor, no sólo y no tanto de Gino como indíví­duo, sino de Gino como representante, parte de un todo, símbo­lo y testimonio de la «honestidad». Indudable, que el honor delas mujeres sea un instituto cultural que sirve a los hombres paramedir unos a otros su propia fuerza, es cosa desde hace tiemporeconocida. Pero la singular mezcla del tradicional sentimientodel honor y de conciencia de clase que se transparenta en labiografía de Gino, es algo, más que un ejemplo de supervivencia;es un caso de hibridación (García Canclini, 1989).

También Pietro, aún más joven que Gino y no complicadocomo él, en una crisis general que afecta tanto a las estructurasproductivas como al horizonte ideológico al que él pertenece, ha­bla del futuro en términos negativos no fiables. Pero también élelaboró su luto. Por primera vez, en su narración, una cuestiónes sometida en términos colectivos y estructurales; aunque si aél personalmente el trabajo no le ha faltado jamás y no le falta, élnos explica que la artesanía, está destinada a desaparecer...:

¿Cuál es el futuro de este taller? El futuro de este taller es...aunque lo digo con pesar es esto. Frente a mi taller está un frute­ro, que callejea como chamarilero, va recogiendo Fierros viejos...cuando no logro trabajar más le cedo esto a cambio de una cestade manzanas (larga pausa)... y ésta es la realidad de los hechos[p. 220].

También a él el trabajo no le ha faltado nunca y no le falta ...:

No ha habido tanto como para poderlo rechazar, pero poco apoco, el trabajo no ha faltado jamás [p. 274].

También en su caso, la confianza que G. Gaeta ha sabidoganarse nos provee de informaciones que permiten analizar elpesimismo de Pietro con más profundidad. Sabemos ya que enel interior de su familia, en su misma casa, el hilo de la conti­nuidad se ha despedazado. Antes de las condiciones del merca­do, de la invasión de la producción en serie, del aumento de loscostos, factores de baja a los que él se refiere muchas veces, esel defecto de la vista de su hijo el que ha impedido a Pietrotransmitir a la nueva generación su herencia de sabiduría, de

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habilidad, de creatividad, de especialidad. Pero no es en estostérminos en los que Pietro narra su dolor. Por primera vez esteindividualista, este protagonista y artífice del propio destino. ex­plica la propia historia en términos de fuerzas externas que locondicionan: las tecnologías, el mercado, la producción en se­rie. Pero también en su caso, más allá de la humana compa­sión, esto que golpea a la antropóloga es la complejidad culturaldel cuadro. Si Gino no fallando en su tarea de padre vigilante,no siente más que como desastre su historia de obrero y decompañero, Pietro, para no darse cuenta de su propio desastrecomo padre. como continuador y fiador de una tradición, retra­duce una sucesión que hasta ahora ha narrado como historiaindividual y familiar, en los términos de la crisis y de la desapa­rición de todo el sector productivo al cual pertenece. El colecti­vista se define como individuo especial al que es confiada unamisión; el individualista quiere perderse y desaparecer en undestino colectivo. También así es compleja la complejidad.

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CAPITULO DÉCIMO

LA HINCHADA Y LA CIUDAD VIRTUAL*

En este escrito me propongo demostrar -reflexionando so­bre materiales producidos en el curso de algunas investigacio­nes de campo- cómo el tifo [hinchada] constituye hoy en díauno de los puntos de vista (Bourdieu, 1992) a partir del cualalgunos sujetos sociales miran la ciudad; y, por lo tanto, unpunto de vista desde el cual también para el antropólogo puederesultar provechoso mirarla.' Expondré los materiales de inves­tigación organizándolos por episodios que pueden sugerir, amodo de ejemplos, las coordenadas del discurso que pretendodesarrollar.

En 1970, la final del campeonato mundial de futbol se jugóen México, D.F. Brasil, el equipo de Pelé, el jugador más grandedel mundo, ganó la final derrotando a un también muy fuerte

* La investigación acerca de la hinchada napolitana fue dirigida entre 1986-1988con la ayuda de Rosanna Romano, Ornella Calderero y otros estudiantes del seminariode tesis en Sociología de la Universidad de Nápoles «Federico H». Una parte de losmateriales utilizados han sido analizados desde una perspectiva diferente, en una rela­ción presentada en el XlII Intematíonal Congress of Anthmpologica1 and EthnologlcalSciences, México, D.F. 29-VlI al4-VlII de 1993, Sesión 54: cultura popular, cultura demasa (espacio para las entidades). El texto integral como está reproducido aquí hasido publicado bajo el título e'Ierritoíres: les tiiosí, l'équipe et la cité», en Ethnologiefroncaise. Italia,regards d'anthropologuesitaliens, 1994, XXV, 3, pp. 615-628.

1. Respecto a toda la información de la hinchada de Népoles estoy en deuda conRosanna Romano (Romano, 1991) y Omella Calderaro (Calderero. 1992) a quienesagradezco profundamente su colaboración.

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equipo italiano. Pocos días antes, siempre en la Ciudad de Mé­xico, Italia había jugado contra Alemania un «durísimo y exal­tante» (como escribieron los diarios) partido de semifinales ga­nando cuatro a tres en los penalties, después de que también lostiempos extras habían terminado con un empate.

Wemer, ciudadano alemán de 35 años, empleado como chó­fer de una gran empresa de transporte para turistas entre Ale­mania e Italia, vio el partido semifinal del Mundial por televi­sión, sentado en la sala de su casa, en la ciudad de Colonia. Sucolega y amigo Ciro, empleado de l~ misma empresa pero ita­liano de nacimiento y de nacionalidad, a la misma hora vio elpartido sentado en su casa, ubicada en la periferia de Nápoles.Los dos quedaron enlazados por teléfono durante los noventaminutos del partido: Wemer pagó los gastos telefónicos del pri­mer tiempo, Ciro del segundo tiempo y, durante todo el encuen­tro, se concedieron el enorrue placer no sólo de ver un encuen­tro de fútbol magnificamente jugado; no sólo se dieron el gustode echar porras a la selección de su respectivo país; sino tam­bién de enfrentarse permanentemente con el amigo-enemigo,en una especie de encuentro cercano de ... algún tipo. El propioWemer me contó la historia cuando lo conocí dos o tres añosdespués y aunque haya transcunido un cuarto de siglo, es unepisodio que no he olvidado. Me puso frente, «en el comporta­miento de seres totales», a algunos hechos sociales característi­cos de la sociedad contemporánea occidental. Antes que nada elelevado nivel de los consumos, pero sobretodo el alto grado deincorporación de las tecnologías avanzadas en los consumos yen el loisir, por lo menos, de algunos segmentos de la claseobrera europea. El segundo hecho significativo es la completadesterritorializacíón y la total mediatización de la interacciónentre Werner y Ciro. Dos decenios antes de que en Europa segeneralizara la comunicación a distancia en tiempo real y sedifundiera la idea misma de la televisión interactiva, los doshabían organizado por su propia cuenta un sistema artesanalpero efícientísímo. Finalmente vale la pena subrayar cómo estainteracción destenitorializada entre dos sujetos se da sobre labase de su preliminar y compartida identificación con el símbo­lo por excelencia de la colectividad ligada a un tenitorio: lanación. Por otra parte, la nacionalidad es el criterio de inclu­sión-exclusión sobre cuya base se organiza el evento, el mundial

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de fútbol, en el cual Wemer y Ciro participaban a través de losmedios; pero la nacionalidad es también el valor que funda­menta la conducta preestablecida para participar en ese mismoevento: hay que defender hasta las últimas consecuencias el ho­nor de la nación, hay que luchar para llevar a la victoria a nues­tro país. Esta conducta es obligatoria para los equipos que es­tán en el campo; pero la obligatoriedad valía también para Wer­ner y Circo Su interminable llamada telefónica tenía sentido enla medida en que era un encuentro «eufemizado- (Chartrier,1987) pera al fin y al cabo se trataba siempre de un choqueentre adversarios irreducibles. La fascinación especial de aquelpartido, la razón por la que Italia-Alemania 1970 ha quedado enla memoria de los aficionados, es el hecho que escenificó elencuentro fina!. Que fuera el último gol en vez de la últimasangre, na le restó mucha importancia a su eficacia simbólica.

En 1987, un domingo de mayo a las 14:30 horas, el equipo deNápoles iba a disputar el partido ganando el cual se coronariacampeón nacional italiano por primera vez desde 1926, año enel que fue fundado el Club de Fútbol Nápoles. Aquel día, despuésde una mañana transcunida en el escritorio, alrededor de las 3de la tarde, sin saberlo, salí a dar un paseo. El día era bellísimo,la primavera mediterránea resplandecía en todo su fulgor. Cami­né algunos minutos sumergida en mis pensamientos antes dedarme cuenta que el mundo había cambiado. Nápoles, la ciudadmás ruidosa, populosa y caótica de Europa estaba desierta. De­bajo del cielo azul, las calles estaban completamente vacías y elsilencio era total. Pero curiosamente todo aquello na presagiabanada siniestro. Bajo el cielo primaveral reinaba en la ciudad unaatmósfera de Adviento, de víspera de Navidad; una sensación deespera, de suspenso, de expectativa, confiada, trepidante y algodesconcertada. El primer estruendo que estalló por las ventanasabiertas duplicando la intensidad del estruendo que televisores yradios transmitían en directo desde las gradas del estadio, meiluminó: ¡Nápoles había narrado!

En este segundo episodio la relación entre hinchada futbo­lística y tenitorio se conjuga de manera diferente al anterior.Los aficionados no aparecen en la escena como individuos, sinomás bien como masa, una verdadera masa abierta, según laexpresión de Canetti (Canetti, 1981). Todos al mismo tiempohacen la misma cosa: la igualdad es total. Todos son espectado-

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res. Como tales, es cierto, son diversos entre sí: los más afortu­nados están en el estadio; los menos afortunados, están senta­dos delante del televisor, pocos, los más desafortunados poseensolamente una radio. Pero ¿qué cuentan estas diferencias frenteal hecho de que todos, todos son aficionados del Nápoles? ¿Yque no podrían por ninguna razón ser otra cosa? ¿Y que noquisieran, por ninguna razón, ser otra cosa?

Tradicionalmente las masas ocupaban las plazas y las expla­nadas, desbordándose por las avenidas y las calles, invadiendoteatros, asaltando tribunales y parlamentos. Ésta no. Ésta esuna masa extraña, la mayor parte de la cual, lejos de reunirseen un lugar público, se encuentra fragmentada en miles de lu­gares privados. Todos aquellos que la componen hacen lo mis­mo, todos saben lo que los demás están haciendo y por qué loestán haciendo: pero una parte consistente de ellos lo hace ensu propia casa. Como se sabe, es la masa mediatizada. Si laconsideramos desde el punto de vista de la ciudad, hay quesubrayar que ningún evento, recurrencia o riesgo puede vaciarlas calles como lo hace un partido de fútbol: pero es cierto tam­bién que ningún evento, real o mediático, puede atraer unamasa numerosa, compacta, estable como lo son los espectado­res de un gran partido de fútbol.

En relación con el territorio existe, sin embargo, un ele­mento en común en los dos episodios que acabo de relatar. Enel caso de Werner y Ciro estaban compitiendo dos países, en elcaso del campeonato de fútbol estaban compitiendo dos ciuda­des. En los dos casos, en vez de ser el punto de referencia obje­tivo simbolizado por el equipo que lo representa, el ámbito te­rritorial (nación, ciudad, estadio), ya no experimentado mate­rialmente, se vuelve metáfora por medio de la cual se expresanrelaciones y redes de relaciones, practicadas y practicables gra­cias al soporte de la comunicación a distancia. En síntesis: noes el equipo que está en lugar de la ciudad o de la nación; es laasignación a una ciudad o a una nación que da acceso a losindividuos y a las masas para entrar en la red de la comunica­ción de los aficionados al fútbol. Es, para mí, un fenómeno quese puede acercar al señalado por Canclini para México, D.F.: elsentido de pertenencia de los habitantes de una metrópolis de­masiado grande para que se pueda efectuar de ella una recogni­ción exhaustiva, ya no se construye tomando corno punto de

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referencia lugares y recorridos sino participando en las redes nomateriales de producción y consumo cultural. En los ejemplosque nos ofrece la afición futbolística, se diría que no es tanto ladimensión del ámbito territoríal a determinar su trasformaciónen metáfora, sino más bien la disponibilidad de los instrumen­tos de la telemática: podríamos decir que el medio, si no produ­ce el mensaje, crea seguramente la relación.

Pero el tenitorio se puede recuperar, dándole así vuelta a lasituación. Es lo que aconteció en Nápoles aquel domingo demayo al final del partido y con el campeonato ya ganado. Todoel mundo se lanzó a la calle para celebrar la fiesta del Scudetto,por el pequeño «escudo» tricolor que el equipo ganador delcampeonato nacional tiene derecho a llevar en su camiseta du­rante toda la duración del campeonato sucesivo a la victoria.

La Fiesta del Scudetto en Nápoles fue un evento memora­ble. Libros, películas, fotos (Ghirelli, 1987) documentan cómola ciudad aprovechó al máximo su propia tradición teatral, es­pectacular y festiva (De Matteis, 1991) caracterizada por esegusto por la ironía, la autoironía, la parodia, lo macabro, loobsceno, la blasfemia, que según Bromberger son característi­cas distintivas de la afición napolitana (Bromberger, 1987,1990). El territorio urbano fue elemento central constitutivo dela fiesta. Los valores simbólicas de los espacios urbanos fueronactivados todos. Cortejos y procesiones que provenían de losbarrios populares se adueñaron de las calles y de las plazaselegantes; los que vivían en las periferias ocuparon el centro;los peatones ocuparon los recorridos de los vehículos y los ve­hículos los de los peatones; las estatuas de los monumentos ylas de las fuentes fueron pintadas y vestidas con uniformes delos jugadores, envueltas en banderas y estandartes; el uso diur­no de los espacios fue ampliado a las horas nocturnas gracias auna iluminación especial y a los fuegos artificiales; se hizo enlas calles lo que desde hacía mucho tiempo ya no se hacía:besarse, abrazarse, bailar, cantar, brindar, comer también condesconocidos y extraños. No faltaron ataúdes y carrozas fúne­bres para celebrar el entierro de los equipos rivales seguido porlas lloronas que escenificaron la parodia del lamento fúnebreritual. Particularmente significativas fueron las comidas públi­cas (cualquier transeúnte podía sentarse a la mesa junto conlos otros) servidas en dos zonas del centro histórico de Nápo-

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les, normalmente muy mal frecuentadas: El barrio de Forcella,notoriamente controlado por una temida familia de la camo­rra, y los llamados Barrios Españoles en los que se reúne laprostitución femenina y masculina. En cada barrio del centroy en muchísimos de la periferia se constituyeron comités quese dieron a la tarea de engalanar las calles con banderas, man­tas y globos; alistaron carros alegóricos y desfiles de máscarasque recoman la ciudad de un extremo al otro; organizaron enpequeños escenarios improvisados en las calles sus puestas enescena dentro de la puesta en escena más grande. Entrando ysaliendo de estos periormances colectivos, cada quien ofrecíasu propia contribución al júbilo general: enmascarándose,enarbolando banderas y símbolos del equipo, decorando supropio coche, tocando localmente las bocinas: de cualquiermanera ocupando las calles. Finalmente, se usaron amplia­mente los muros de la ciudad para reproducir en gigantescosmurales la efigie de Diego Armando Maradona capitán del Ná­poles o del scudetto tricolor, pero sobre todo para expresar suspropios sentimientos en leyendas que con frecuencia el genionapolitano para los chistes transformaba en pequeñas obrasmaestras de humorismo. En una generalizada contraposiciónal orden establecido, y a despecho de la generalizada herman­dad en el culto del equipo ganador, la fiesta expresó, y justa­mente en el uso de los espacios urbanos, también uno que otroaspecto de enfrentamiento clasista como el goce popular decolonias elegantes, la valorización de lugares degradados, elrechazo burlón de los lugares que celebran la historia oficial.No hubo en cambio ni violencias ni vandalismos y no huboaumento ni de accidentes automovilísticos ni de robos calleje­ras. ¿Fue la fiesta una reterritorialización de la afición futbole­ra? Aún no había acabado y ya se había transformado en unartículo para un consumo «postergable-repetíble», a través dela producción y del comercio masivo de videos piratas que pre­sentaban a los napolitanos los propios napolitanos que festeja­ban la victoria del equipo napolitano.

Una relación aún más compleja y contradictoria con la ciu­dad es la de un grupo de aficionados napolitanos organizados,conocidos como el Commando Ultra Curva B e identificable sinduda alguna con el área de la afición juvenil organizada y vio­lenta conocida en Europa con el nombre de sus protagonistas

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ingleses los hooligans (Segre, 1978; Roversi, 1992; Dal Lago,1990; Dal Lago y Moscati, 1992; Ossimori, 1992).

El Commando Ultra Curva B nace en 1972 de la división deotra grupo llamado Blue Lions. Aun hoy en día, dentra del Co­mando Ultra, los fundadores provenientes de los Lions son lla­mados «la vieja guardia» (tienen entre los veintiocho y los trein­ta y cuatro años), gozan de prestigio personal y ocupan cargosimportantes. A la vieja guardia pertenece también el actual pre­sidente, G.M., definido por sus admiradores como «una perso­nalidad arrolladora y carismática». Todos los demás miembrosdel grupo ultra son en cambio muy jóvenes, a menudo pocomás que adolescentes. En éste, como en otros aspectos, los ultrade Nápoles no son diferentes a los grupos estudiados en otrasciudades.

Hay aspectos y vicisitudes que en cambio los diferencian sig­nificativamente. En primer lugar la amplitud y complejidad de suestructura organizativa. Alrededor del núcleo inicial se ha venidodesarrollando una compleja organización, que cuenta con n1U­chos centenares, quizá unos míl integrantes y se subdivide entreinta y cuatro secciones, distribuidas en la provincia y en laregión de Nápoles, pera también en Sicilia, Roma, Milán, Floren­cia y hasta en Londres y en Nueva Zelanda, como consecuenciade algún extraño fenómeno de migración de aficionados.

La sección central napolitana, centro de control y enlace dela actividad de todas las demás y sede de la presidencia, se hallaen uno de los barrios populares más antiguos y característicosde la ciudad. Los socios quieren que se les llame y se llaman asímismos los ultras, nombre que como veremos, expresa no sólouna pertenencia, sino también un deber ser. Desde 1991 en lasección central se ha creado también un grupo de chicas aficio­nadas, denominadas ultra-girls.

Además del comercio de banderas, bufandas, zapatos, cami­setas y distintivos, actividades de autofinanciamiento practica­do por muchos grupos de aficionados organizados, el ComandoUltra administra otras dos actividades importantes: Una horaen Curva B, programa de televisión semanal transmitido los jue­ves a las 22 horas por la emisión local Tele A; y Ultranapolissi­mo, un mensual de información para los ultras y también paralos demás tomando en cuenta que se vende en los puestos deperiódicos napolitanos.

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Tanto la transmisión televisiva como la revista son redacta­das por los mismos directivos de la asociación. Las tareas seasignan de acuerdo con un organigrama muy rígido, muy espe­cializado y jerarquizado, que contempla: un presidente; un pre­sidente honorario; dos vicepresidentes con responsabilidadesoperativas diferentes; un consejo directivo de doce personas,muchos de los cuales pertenecen a la vieja guardia y al mismotiempo son presidentes de las más importantes secciones perifé­ricas; un secretario general, un agregado encargado de la sede;un agregado de prensa; y, con cierta autonomía en su calidadde técnicos, dos fotógrafos oficiales de las coreografías del Esta­dio del Comando Ultra y el director de la revista. La direcciónde la transmisión televisiva es confiada al presidente. Aún cuan­do la mayor parte de estas personas se ocupa del ComandoUltra sólo a tiempo parcial, serían suficientes como para dirigiruna pequeña industria. Y de hecho, como veremos, el capitalcultural (Bourdieu, 1992) que el Comando Ultra administra esbastante conspicuo.

Un rígido calendario regula las actividades. El lunes la sedecentral está cerrada. Los otros seis días de la semana está abier­ta y todo ultra regularmente inscrito puede entrar todas las ve­ces que quiera y detenerse todo el tiempo que desee. Es posiblequé, de vez en cuando, el presidente solicite a algunos de losjóvenes socios presentes en la sede que «le dé una mano»: Setrata en realidad de verdaderas pruebas de paso cuyo éxito pue­de derivarse en un ascenso del jóven como ultra; puede ser quese le asigne un lugar más central y, por lo tanto, de mayor res­ponsabilidad el domingo en el estadio o hasta un pequeño papelen la transmisión televisiva de los jueves.

El calendario del grupo directivo prevé que el martes seadedicado a la programación de la transmisión Una hora en cur­va B y a la creación y programación de las coreografías el esta­dio para el domingo sucesivo. El miércoles está dedicado a lapuesta en marcha de las decisiones tomadas el día anterior, deacuerdo con las competencias y funciones de cada uno. El jue­ves, día de la transmisión televisiva, marca generalmente ungran exploit del presidente que es el creador y conductor de lamisma. La transmisión una especie de Talk-show, se basa en lapresencia, además del presidente, del secretarío general del Co­mando y del director de la revista Ultranapolissimo; cada serna-

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na son invitados de la transmisión uno o más jugadores delNápoles y una o más celebridades ciudadanas, por lo generaldel mundo del espectáculo. Los jóvenes ultra tienen la obliga­ción (moral) de asistir a la transmisión por 10 menos desde sucasa; mejor si vienen al estudio y participan como público.

Los que 10 merezcan conseguirán en este contexto algún re­conocimiento, por ejemplo, la autorización para dirigir pregun­tas a los adorados campeones del equipo.

El viernes es el día dedicado a los jóvenes inscritos tambiénen las secciones periféricas. Ellos son esperados en la sede en latarde avanzada para una larga reunión presidida personalmen­te por el presidente. La orden del día de estas reuniones con­templa generalmente problemas de organización, pero el regis­tro de numerosas sesiones demuestra que se trata de muchosotros asuntos. En realidad, la del viernes por la tarde es unaverdadera sesión de ejercicios espirituales, de cuya práctica re­petida y asidua tiene que salir forjado el verdadero ultra. Lalealtad, la fidelidad, el valor son virtudes que el ultra tiene queposeer y demostrar poseer, no sólo frente al equipo, sino sobretodo frente al commando. Ser un ultra significa gozar de ciertosprivilegios como el ingreso con anterioridad al estadio, a vecesla entrada gratis, el contacto cercano con los jugadores; peroestos privilegios imponen una contrapartida de «sacrificio»para el grupo y para su líder. El que se sustrae a los sacrificioses un «traidor». El presidente lleva una cuenta meticulosa delas «faltas» de los muchachos; individuales y colectivas; se pre­senta como «víctima» obligada por el escaso empeño de los de­más a sobrellevar todo el peso de la organización; amenaza condarla por terminada, cerrando la sede y liquidando todo: perofinalmente todo concluye en un llamado de aliento y de espe­ranza; no tanto como sería de esperarse, pregonando futurasvictorias del Nápoles; sino más bien dejando entrever a los jóve­nes aficionados la posibilidad de llegar a ser algún día un verda­dero ultra, de asemejarse a él, al presidente, y poder gozar porlo tanto de todas las ventajas, de los derechos y del honor quesignifica ser un gran ultra. Al final de la reunión el grupo sedisuelve lo suficientemente condicionado para la ya inminentetarde del domingo.

El sábado es también una jornada principalmente organiza­tiva: el secretario general reparte los billetes y las entradas al

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estadio, se reconfinnan las instrucciones de organización paralas coreografías del día siguiente. El domingo, los que estánencargados de instalar las decoraciones, colocar las mantas,preparar los tambores y todo lo necesario para las coreografías,están ya en el estadio a las 10 de la mañana. De las 14:30 h a las16:30 h el gran rito tiene lugar.

Como se puede ver -y contrariamente a lo que se podríacreer- pertenecer al Comando Ultra significa para cada uno delos muchachos sujetarse a un proceso de disciplinamiento bas­tante rígido. Hemos visto los aspectos del calendario. Reglas nomenos rígidas regulan el acceso a los lugares. Los lugares de lapresencia ultra son, me parece, cuatro: las sedes de las seccio­nes, en particular la central la Curva B al estadio San Paolo deNápoles; el estudio de televisión desde donde se trasmite el pro­grama Una hora en Curva B; finalmente, el mundo exteriorconstituido por una serie de lugares con forma de puntos y fue­ra de contexto, las «ciudades de las visitas», es decir, las ciuda­des donde el equipo del Nápoles viaja para jugar partidos comovisitante. Para los ultra la imágen de estas ciudades se reduce ala estación de ferrocarril, a la plaza de la parada de los camio­nes, al estadio y a sus alrededores. Nada más. Los lugares de losultra son heterogéneos entre sí, pero tienen por lo menos dosaspectos en común. El acceso a cada uno de ellos es reglamen­tado y discriminante, ya que son lugares separados del resto delmundo por umbrales, cuya superación tiene grandes implica­ciones de significado y de valor. Pasarlos significa ser aceptadoentre los que son dignos de formar parte del grupo, adquirir lacalidad, si no de elegido, seguramente de especial, de mejor,con relación a otros que han quedado fuera. Por lo tanto, serrecibido en la sede no significa todavía tener el derecho de par­ticipar a las coreografías del estadio; participar en éstas no sig­nifica tener el mérito para participar en la transmisión televisi­va y comparecer en ésta no significa ser admitido a los gruposseleccionadísimos de los ultra, a quienes se les paga hasta eltraslado ya que su apoyo es considerado indispensable cuandoel equipo juega como visitante. Cada uno de los lugares ultra asu vez está repartido en su interior en ámbitos, cuyo acceso esa su vez reglamentado: La jerarquia de los lugares es visible almáximo en el estadio, donde los ultra que el presidente conside­ra mejores, tienen el derecho-deber de ubicarse al centro de la

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curva, donde estarán el corazón y el cerebro del desarrollo delas coreografías; mientras más lejos del centro son colocadosprogresivamente los menos expertos y los menos hábiles. Porotra parte, el Comando Ultra como grupo organizado se ha con­quistado y defiende ferozmente el derecho a ocupar toda la par­te central de la curva B; mientras los otros grupos de aficiona­dos organizados, menos «duros» y menos «poderosos» de losultra, tienen que conformarse con asientos más laterales, me­nos funcionales no tanto para ver, sino para ser vistos. La otracaracteristica que estos lugares tienen en común y de la cualderiva su carácter separado es que forman parte de un sistemade lugares conectados entre sí y conflictualmente opuestos aotro sistema. El primero de estos lugares es la sede del grupo,lugar en el que los ultra se separan contraponiéndose a aquellosque aficionados no son o al menos no lo son de una manera tancomprometida y auténtica como ellos; los ultra son aficionadosde un equipo; el estadio es el segundo de los lugares interconec­tados, el lugar en el cual cada afición se opone a otra y cadaequipo a otro equipo. A su vez, el equipo es equipo de una ciu­dad; y la visita es el lugar en el que no se contraponen sólo dosequipos y dos grupos de aficionados organizados, sino también,metonímicamcnte representadas por estos últimos, dos ciuda­des. Por lo que se refiere a la transmisión televisiva, en la mis­ma los aficionados organizados, el equipo (representado poruno o más jugadores) y la ciudad (representado por uno o másciudadanos famosos) aparecen en escena y se autorrepresentancomo ejemplo de perfecta integración entre los tres niveles: algran equipo corresponde una gran afición, y ambas son expre­sión de una gran ciudad.

Como ya hemos visto, en la experiencia de los ultra, comotambién de muchísimos otros aficionados, el equipo de fútbol yano es el símbolo que permite representar la ciudad; más bien escierto lo contrario, en el sentido de que es bien declarada perte­nencia a una ciudad (o a una nación) a legitimar a los sujetosindividuales y colectivos, a injertarse en el sistema de comunica­ción activado por el fútbol y por la afición que alimenta.

Desde este punto de vista, los ultra napolitanos no me pare­cen diferentes de los demás, a no ser por la manera muy parti­cular que tienen de conjugar la relación entre práctica de laafición futbolera, droga, violencia y nexo con la ciudad.

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El Comando Ultra Curva B ha asumido publicamente unaactitud de condena al empleo de la violencia declarando conmucho énfasis por boca de su presidente, profesar más bien elcredo de la DO violencia. Esto aconteció a mitad de los añosochenta.

Actualmente el rechazo a la violencia es un tema que vuelvecon insistencia en las entrevistas hechas por nosotros.

La violencia en los estadios yo la estoy combatiendo juntocon mis amigos y el presidente desde hace años.

El ultra verdadero es aquel que va al estadio solo por el parti­do. El ultra falso no va por el juego sino para crear pleitos yviolencia.

La violencia en mi opinión es feísima.

El mensaje se repite continuamente, aunque no sea siempreunívoco.

Yo puedo aceptar también el pleito, pero sólo cuando se hacede cierta manera... es decir, yo acepto el encuentro con otra fana­ticada, con un grupo, pero no acepto agarrar a patadas un mu­chacho normal que va al estadio, no acepto que se tenga quedestrozar la estación. o el tren o el camión, no, esto no es violen­cia, los que hacen estas cosas son unos tarados;

[...] estos pseudoaficionados, estos idiotas, estos drogados...nosotros luchamos contra estas cosas.

lEI rechazo a la violencia se vincula con otro objetivo de sig­no positivo que el Comando Ultra se propone realizar.

Si ¿es justo dar tanta importancia al fútbol en una ciudadcomo Nápoles, que tiene tantos problemas. Cómo podría expli­carte? Yendo al estadio no se va a hacer otras cosas, no se va conla mafia que hay en Nápoles, la droga... si todos los muchachosfueran al estadio, a divertirse entonces ya no se juntarían conaquellos, ¿entiendes?

Mientras para nosotros las porras son un momento de relax,para alguien que tiene otro tipo de problemas son un momentode desahogo: he aquí la razón por la que nosotros buscamoshacer grupo, de juntarlos con nosotros, porque indirectamenteejercemos también una función social...

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Esta función de socialización positiva de los jóvenes es unriesgo, desempeñado por el grupo, .es explícita y programática­mente reivindicada por el secretario general del Comando Ultra:

Nosotros hemos trabajado por espacio de veinte años, enquince años hemos logrado crear un grupo de encuentro para losjóvenes napolitanos, de todos modos el estadio puede ser un mo­mento de reflexión para muchachos marginados, para los mucha­chos que viven en los antros, en los barrios populares; de todosmodos puede ser un ancla de salvación, porque se ha dado el casode que algunos muchachos han abandonado los malos caminosque estaban recorriendo; gracias al amor hacia el grupo de losultra, hacia el equipo Nápoles, especialmente cuando se les haconfiado alguna responsabilidad mayor. De todos modos, es unargumento difícil y quizá sea una utopía pensar que nosotros so­los podemos resolver los problemas de microcriminalidad o dedroga en Nápoles, sin embargo, nosotros intentamos trabajar eneste aspecto. Para nosotros existe el Nápoles, no obstante, nuestrasede tiene que ser de todos modos un punto de encuentro.

La afirmación del secretario, de treinta años en la época dela entrevista, suena particularmente significativa cuando uno seda cuenta de que es autobiográfica: él es un ex drogadicto queefectivamente ha dejado de usar droga desde el momento enque le han asignado «una responsabilidad mayor». O por lomenos, así lo cuenta la leyenda (metropolitana) de la que esprotagonista.

La decisión de caracterizar el Comando Ultra como grupoque combate la violencia y la droga fue tomada con plena con­ciencia hace algunos años por el presidente, el inteligente y em­prendedor G.M. Que es un personaje complejo. Treinta y tresaños, casado con dos hijos, estudios regulares sólo hasta elcuarto año de primaria, un diploma de escuela superior que ha,como, el mismo lo dice, «conseguido», el presidente de los UltraNapolitanos es propietario, junto con sus hermanos, de una pe­queña empresa que ensambla y vende relojes japoneses, de lacual no se ocupa. Él, en efecto, ha transformado su militanciade ultra en una profesión de tiempo completo. Como hemosvisto, es definido, «una personalidad apabullante y carismátí­ca»; y es practicamente adorado por los jóvenes, que aceptan suleadership sin condición alguna.

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Él encama el ideal del «verdadero ultra»: pertenece a la viejaguardia, era cuando tenía apenas trece años uno de los funda­dores del grupo Blue Lions y no ha desde entonces jamás inte­rrumpido su militancia; tiene gran valor físico y capacidadescombativas, de las que ha dado prueba en encuentros memora­bles que son parte de la tradición oral del Comando Ultra; es unfantasioso e incansable director de las coreografias de estadio,que nunca deja de dirigir personalmente prodigándose en eltranscurso de todos los partidos. En el plano cultural, él es unejemplo típico de los lúbridos culturales (Canclíní, 1989) que losprocesos de modernización producen. En la administración delrígido y funcional organigrama del Comando, G. M. lo funda­menta con relaciones familiares y de amigos. Para él como paratodos los que pertenecen a sociedades familiares, los vínculosde parentesco son un criterio determinante en la selección delas personas a quienes asignan algunos cargos y responsabilída­des, ya que garantizan (o se juzga que garanticen) fidelidad,confiabilidad y discreción. A despecho de las afirmaciones deprincipio «muestra sede tiene que ser un punto de encuentro»)también la admisión de nuevos jóvenes inscritos es subordina­da, o por lo menos facilitada, por la existencia de un pariente oamigo influyente que pueda con credibilidad testimoniar que elaspirante a ultra es «un buen muchacho). Para los chicos ade­más, y a despecho de la proclamada «modernidad) de las ultra­girls, la aceptación y colocación en el grupo son determinadastotalmente por la posición que tiene en el grupo el hombre (her­mano, novio, marido), que las ha presentado. Este último estambién el garante del hecho de que los demás ultras «las deja­ran en paz» no las molestarán: 191.

Ya que -y por lo que aparece en la literatura, también éstaes una característica del Comando Napolitano-e- el machismode los ultras no es sólo valor físico, fuerza, agresividad y capaci­dad de autocontrolarse, es también ejercicio de la práctica pre­datoria en relación con las mujeres. Ejercitada con cierta ele­gancia y con la ironía que caracteriza las relaciones sociales enNapoles: pero fuertemente arraigada en la convicción que lasmujeres pertenecen al hombre que sabe tomarlas y conservar­las. G.M. es también en este campo el ejemplo de sus seguido­res: colecciona (o al menos todos están seguros que colecciona)aventuras extraconyugales innumerables; y se le reconoce una

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especie de derecho a cortejar primero a las muchachas que poraventura ingresan en el mundo de los ultras sin ser (hermanas,novias, esposas) de alguien del grupo.

A pesar de ello G.M. conjuga con estas características arcai­cas del macho mediterráneo algunas intuiciones extraordina­riamente modernas: cuando en los primeros años de losochenta la originaria y genuina inspiración contestarla de iz­quierda se agotó al interior del grupo ultra, así como se agota­ba afuera en los movimientos juveniles, G.M. detuvo una posi­ble quiebra del grupo mismo lanzando el Credo de la 110 violen­cia. Con esto obtuvo algunos resultados notables: dio al grupoun horizonte ideológico que sirve para distinguirlo de los hooli­gans italianos y extranjeros y, por lo tanto, a consolidar suidentidad y cohesión; escogiendo una ideología contracorrien­te en relación con los otros grupos de aficionados organizados,llamó la atención de los medios de comunicación sobre el Co­mando Ultra; proponiendo una ideología que se identifica conlos objetivos de orden público de las instituciones se aseguró labenevolencia de las autoridades de la ciudad y de la Sociedadde Fútbol Nápoles; finalmente recogió y dio forma a las vagasaspiraciones pacifistas que circulaban en el mundo juvenil des­pués de la mitad de los años ochenta. El éxito de la propuestafue en realidad notable, entre los jóvenes aficionados, en lasinstituciones y en la opinión pública ciudadana. Los vínculosentre el Comando Ultra Curva B, Sociedad Fútbol Nápoles einstituciones ciudadanas se reforzaron; aunque, obviamente enformas no oficiales el Comando dispuso de fondos considera­bles para permitirle tener una sede, un diario, una transmisióntelevisiva; G.M. inició y cultivo relaciones personales con juga­dores y el personal del equipo, en el avión en el cual a veces esinvitado en los viajes como visitante; los jugadores le devuelvenla cortesía participando en las transmisiones televisivas o visi­tando la sede del grupo.

Casi al mismo tiempo G.M. lanzó la propuesta de la «fun­ción social» del Comando en la lucha contra la drogadicción.

También en este caso comprendió qué viento soplaba y loaprovechó hábilmente, con un golpe maestro: la recuperaciónde su coetáneo, viejo amigo y antiguo fundador él también delos Blue Lions, que luego se había alejado del grupo y habíacomenzado a drogarse. Como ya hemos visto a este joven le fue

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confiado el encargo, delicado y de responsabilidad, de secreta­rio del comando, cargo que hace de él un estrecho colaboradorde G.M. El joven secretario se transformó así en la prueba vf­viente del hecho de que dentro del comando hay salvación yafuera perdición; que el mal está afuera y no dentro del grupo:una propuesta de identificación del grupo mismo que da ungiro radical a lo que la opinión pública de todo el continentepiensa de los aficionados organizados.

Es probable, sin embargo, que las propuestas de G.M. no hu­bieran tenido tanta fortuna dentro y fuera del grupo, si no hubie.ran estado en conexión directa con una característica culturalcompartida por todas las clases sociales de Nápoles, aunque ob­viamente rechazado de una manera diferente por cada una deellas: el rechazo del cliché muy sólido y muy difundido en Italiay en el exterior que define al napolitano como un hedonista su­perficial, un vago ocioso que vive del cuento, un irresponsablelasrarone; cuando no un mafioso, violento y peligroso. Frente aesta estigmatización los jóvenes Ultra del Comando Napolita­no, fuentes de su credo de la no-violencia y de su compromisocontra la droga, se sienten capacitados para darle vuelta a lasacusaciones:

La violencia existe sobre todo en el norte, porque allí tienenuna mentalidad muy diferente a la de los napolitanos... son mu­chachos extremistas, quien es fascista, quien es comunista, peroprincipalmente se quieren sentir superiores...

Nosotros en Nápoles estamos haciéndo lo posible contra laviolencia, pero miren a los del norte como nos tratan, es alucinan­te, aquellosson losverdaderos ultra entendidos, como teppisti.

La pancarta es un medio de comunicación, por ejemplo, laspancartas ofensivasdel norte contra nosotros: nosotros podemoscontestar con pancartas nunca ofensivas, sino siempre irónicas,por lo tanto es un medio para hacer oír nuestra voz.

La reiterada afirmación del rechazo a la violencia, por lomenos de la «equivocada», tiene por lo tanto un significado pre­ciso: sería lo que distingue los ultra napolitanos «irónicos», «ci­viles» de los fanáticos de Italia septentrional, expresión de ciu­dades ricas, que no tienen los problemas de Nápoles, pero quetienen una mentalidad violenta, predicadora y racista. En estaperspectiva, la violencia practicada por los ultra napolitanos se

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justifica en la medida de que es siempre sólo una respuesta alas provocaciones de los nórdicos:

[...] nosotros luchamos en contra de estas cosas pero la pre­sencia tiene un límite, cada año vas a sus estadios y escuchas loscoros racistas, de la Liga Lombarda... y entonces cuando te haninsultado e insultado todo el partido y tienes la posibilidad deagarrar un aficionado que te ha llamado: ¡TelTone, Calera, Lava­tíí, ¡tú le haces daño!... pero después no me siento orgulloso porhaberle pegado, más bien me arrepiento.

A las declaraciones de los entrevistados hacen eco las nume­rosas pancartas levantadas en el estadio que insisten en el re­chazo de la violencia (svíolencia sinónimo de ignorancia»),pero, lo que más cuenta de la capacidad de rechazar la violen­cia es la característica de la identidad napolitana (<<Campeonesuna vez, señores siempre», «Si ustedes son Europa, bienvenidosa África», «Mamá nos ha hecho guapos, fuertes, sanos y napoli­tanos»); característica que puede a pleno título ser reivindicadaen positivo. «El orgullo de ser napolitanos».

Imponiendo a sus jóvenes adeptos la dura práctica de laconstrucción del verdadero ultra, G.M. ha logrado disciplinarlose integrarlos a la sociedad de los «normales»: en 1987, la FIFAha premiado a los aficionados napolitanos como el «públicomás civilizado de Europa», En cambio, de la aceptación de lacuota socialmente requerida de conformismo, G.M. ha dado alos jóvenes marginados napolitanos los medios para controlarsu propia inconformidad llevándola a escena; y para dar algúnequilibrio a su propia identidad.

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CAPÍTULO ONCEAVO

LA CIUDAD MULTIÉTNICA

Quizá no nos deberían ni siquiera asombrar de las reaccio­nes agresivas hacia los inmigrantes asiáticos y sobre todo afri­canos, que se manifestaron en algunas ciudades de Italia.

No he dicho que no nos deban afligir, he dicho sólo quequizá no nos deberiamos asombrar tanto. Los inmigrantes afri­canos y asiáticos tienen, en efecto, todas las características delos diferentes, empezando por la más vistosa y quizá también lamás cargada de valor simbólico, de un aspecto físico diferente.No hace muchos años Lantemari aclaró en su buen ensayocomo todos reaccionamos a la presencia y a la contigüidad decuerpos humanos cuya somaticidad tan diversa de la nuestrapone inevitablemente en crisis nuestra certeza de ser, entre to­dos, los más seguramente «humanos», más seguramente he­chos a imagen y semejanza de Dios (Lanternan, 1983: 61). Porotra parte, los inmigrantes extra europeos más allá de ser tanvisibles, se encuentran también concentrados en algunas áreasde nuestro país, sobre todo en algunas ciudades, y esto aumentatodavía su visibilidad y favorece una constante sobrevaloraciónde su consistencia numérica. Hace algún tiempo Pugliese llamóla atención sobre el hecho de que, más allá de las dificultadesobjetivas de la valoración del número de los inmigrantes clan­destinos, es decir, desprovistos de permiso de trabajo, existe decualquier forma una suerte de ballet de las cifras, también ofi-

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ciales, que no puede no dejamos perplejos. El dato que en eseentonces proporcionaba el Ministerio de Asuntos Internos erade 450.000 inmigrantes regularizados, es decir, en posesión depermiso de trabajo; pero esta cifra comprendía obviamente atodos los extranjeros que realizan una estancia en Italia pormotivos de trabajo, por ejemplo: comunitarios, norteamerica­nos, japoneses y otros. Verdaderamente es sorprendente consta­tar que solo el año anterior, el entonces ministro de AsuntosInternos, Gava, hablaba de una cifra de regularizados que supe­raba casi 650.000 unidades. Así comentaba Pugliese: "Si pensa­mos que a la mitad de los años ochenta el subsecretario Costahabía decretado que los inmigrantes [ojo, a los inmigrantes, noa los extranjeros residentes en Italia por motivo de trabajo] eran1.250.000, la extravagancia de las cifras, no puede más que sor­prenden}, Y agregaba: «Dentro de poco quizá comenzaremos aformarnos una idea correcta de las dimensiones del fenómeno.y esto es positivo aunque sí irrita un poco el hecho de ver bajarlas cifras oficiales, mientras el fenómeno se expande» (Pugliese,1989). El auspicio de Pugliese no se realizó. Pero al menos unacosa es cierta: entre la preocupación por un fenómeno que se«expande» y la conciencia del riesgo de subestimarlo, para to­dos es difícil construimos una visión equilibrada. Que todavíaes necesario tratar de elaborar.

«Ellos» por lo tanto son visibles y concentrados, parecenmucho más numerosos de lo que son realmente; a esta visibili­dad y concentración los italianos reaccionan con comporta­mientos que no cesan de causar disgusto porque son frecuentes,pero, desgraciadamente, no cesan de ser frecuentes porque cau­san disgusto: los comportamientos racistas.

De esta última categoría no es fácil fijar los límites: si elracismo explícito y violento de las agresiones verbales, o peor,de las agresiones físicas, es el más fácilmente visible y por fortu­na el menos frecuente, existen toda una serie de actitudes ycomportamientos difusos, muy por debajo de los cuales no esdifícil intuir, quizá sin confesar o a menudo directamente in­conscientes, ese miedo irracional del otro que, como sabemosbien, es la matriz de las reacciones racistas. La misma sobreva­loración de la presencia de los inmigrantes en Italia, es unaseñal clara de la existencia del miedo, y mucho más elocuentepor su difusión, ya que no es presente sólo en la llamada gen-

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te común, sino también en los políticos y técnicos. En síntesis-aunque sí nos dejó sorprendidos y disgustados-los italianosno son «buena gente», como diría el dicho; por lo menos no loson más que muchos habitantes de otros países de inmigración.Esto sorprende no tanto porque desmiente el lugar común de lainnata «bondad» de los italianos, como por algunos datos demacro escala de la historia italiana contemporánea, como laausencia de una experiencia colonial amplia y duradera, la am­plísima, en cambio, y duradera experiencia de migraciones ita­lianas en el extranjero, podían en alguna medida justificar laexpectativa de reacciones diversas, o mejor dicho, la esperanzade que, entre el etnocentrismo profundo, actitudinario, como lollama Lanternari, que forma parte de la cultura de cualquiergrupo y la memoria de su historia de inmigrantes, los italianoshabrían sabido elaborar una relación con el otro en cualquiermedida nueva.

Podríamos, si quieren, asombramos también por otro he­cho. Italia es un país cristiano-católico, que oficialmente se pro­fesa practicante en porcentaje consistente, al menos según lascifras oficiales. No parece todavía de frente a la intromisión delos diversos, la tradición caritativa y ecuménica del catolicismosirva para orientar la masa de los juicios y comportamientos,no más al menos de lo que sirve la tradición universalmenteorientada del reconocimiento de los derechos humanos y civilesen Francia, Inglaterra y EE.UU.

No hago estas observaciones para unírme a la práctica de laautoflagelación complacida de tantos soi-disants antirracistas.Simplemente quiero señalar lo compleja que es la naturaleza deesa actitud-comportamiento humano que llamamos racismo, loprofundas que son sus raíces psicológicas, cómo se revelan su­perficiales las elaboraciones culturales hasta pluriseculares ymilenarias, que intentan substituirlo con ideologías de conteni­do diverso. Entonces no hay duda de que sí es difícil entenderpor qué somos racistas, es indispensable aclarar esta situaciónal menos un poco. Algunas adquisiciones, elaboraciones y resul­tados de la antropología urbana parecen pertinentes al menospor dos órdenes de razones.

El primer orden de razones toma cuerpo a partir de que esun simple dato: es en las ciudades que se concentra la mayorparte de los inmigrantes africanos y asiáticos así como la inmi-

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gración procedente de cualquier otro lugar. Las razones de estaelección, si elección queremos llamarla, son múltiples y no siem­pre reconducibles a la demanda de trabajo y a las ocasiones deempleo. Aun cuando, como sucede preponderantemente en elsur, los inmigrantes «son utilizados en forma de competencia,para mantener un fuerte ejército de reserva y alimentar condi­ciones de trabajo precarias y sin garantías» (Bertinotti, 1989:24), y por lo tanto, precisamente por estas razones encuentrantrabajo sobre todo en la agricultura, sin embargo, tienden a ha­cer referencia a la ciudad como al lugar de una parte importan­te, quizá la más importante, de su vida social y de sus relaciones.Esta constatación nos autoriza a hipotetizar una función especí­fica de la ciudad, la que podtiamos quizá llamar la economía delproceso migratorio, una economía que no está constituida sólopor los «sacrificios» y por las «ganancias», sino que es tambiénuna economía de los sentimientos, de las relaciones, de la crisisy de la reconstitución de la identidad.

El segundo orden de razones se refiere a la necesidad deinterpretar la historia individual de los emigrantes en el interiordel contexto en el cual se coloca y las ciudades hacia las cualesse dirigen, representan para el antropólogo un contexto signifi­cativo. En el contexto urbano, en efecto, las relaciones interétni­cas se colocan en el interior de un espacio construido, cuyadimensión y, sobre todo, cuya morfología se refieren significati­vamente al sistema de división social del trabajo necesario y alsistema de poderes, que caracteriza a toda sociedad. El inmi­grante en la ciudad puede, por lo tanto, ser legítimamente pro­ducido (Althabe, 1990a) por el antropólogo, como un «objeto deinvestigación en su contexto».

En contexto urbano las relaciones interétnicas presentanun nivel muy alto de conflictualidad. Generalmente la opinióncomente es que esta conflictualidad tenga razones justamenteétnicas y raíces etnocéntricas, que es en síntesis el producto deuna situación de marginación de los inmigrantes, a su vez fru­to del racismo de la sociedad acogedora, incapaz de referirsepositivamente a los «otros», a los «diferentes» que se encuentrade frente.

No quiero negar la presencia también de estos factores.Pero creo que este análisis es reductivo e indebidamente sim­plificador.

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Las ciudades siempre han sido realidades sociales altamenteconflictuales; ya sea latente o manifiesto, el conflicto siempre hacaracterizado la situación urbana. Desde la época de MenenioAgríppa y del primer Aventino, la historia de los conflictos, de lasrevueltas, de las revoluciones nacidas en la ciudad, al menos enlas ciudades occidentales, es muy larga y rica de casos.

Et pour cause: utilizando categorías en su tiempo propuestaspor Manuel Castells, podemos decir que en la ciudad hay unaprobabilidad muy alta de que «entren en fusión» un hecho es­pacial y un hecho social, produciendo lo que Balandier llamainnovaciones. El hecho social es obviamente, la división del tra­bajo social, comparativamente siempre más alta en la ciudadque en el contexto sociotenitorial que la contiene, y fuente de laacentuada interdependencia de las funciones y del antagonismode los intereses que de ella deriva. El hecho espacial es obvia­mente la concentración de las personas y su recíproca «accesi­bilidad» (Hannerz, 1992), que permite al disenso de alcanzar,en el plano funcional, el nivel de la organización, y en el planocultural, la producción simbólica autónoma; por lo tanto, la au­torrepresentación y la conciencia de sí. Por lo demás, tambiénla represión del conflicto urbano y la recuperación del poder enlas ciudades pasa, o al menos ha siempre pasado hasta ahora,por la recuperación del control en el espacio urbano.

En la fase de desarrollo de la ciudad industrial, el conflictourbano había asumido la forma, por así decirlo, canónica delconflicto de clase; sucesivamente, en años más recientes, la cri­sis de la industria tradicional y su reestructuración, la descen­tralización productiva y la transformación de la clase obreratradicional en una galaxia de operadores diversamente ubica­dos en el interior del ciclo productivo, no me parece que hayanhecho disminuir el nivel de la conñíctualidad urbana. Pero lahan modificado.

Escribió Ian Chambers: «[...] el conflicto principal está entredeseo y falta de medios. En una sociedad basada en el consumo(no importa 10 que puedan sostener sus apologistas), negar amuchos la posibilidad de consumir significa materialmente in­vitarlos a romper el orden social». Y también: «En su cruel elo­cuencia, esta situación, estas acciones hablan de un mundo enel cual la producción del yo se realiza a través de los signospúblicos del consumo, a través de un conocimiento consciente

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de la lógica de la sociedad consumista: una intuición instintivadel hecho que es necesario marcar las mercancías con la propiaidentidad o bien ser marcado por ellas» (Chambers, 1986: 59).Pero, como ya se sabe, no hay límites para el consumo, o mejordicho, para la incentivación del consumo, no se realiza jamás elequilibrio entre deseo y medios para satisfacerlo. Estoy conven­cida de que si en Italia esta situación no ha llevado todavía a lasrepetidas revueltas de los guetos sucedidas en Inglaterra, Fran­cia y EE.UU., esto se debió a la consistencia de los mecanismosasistenciales y de las redistribuciones clientelistas por un lado, ya la existencia de las -Ilamémosle así- oportunidades de suel­do ya sea dirigidas o inducidas, creadas por la delincuencia or­ganizada; pero me parece que se pueda diagnosticar correcta­mente también para la juventud italiana la existencia de aquellaespecífica situación socio-cultural por la cual «el derecho al tra­bajo ha sido asumido por el derecho al consumo» (Hebdige enChambers, 1986: 59) y la exclusión (aún relativa) de este últimoes el origen de mucho malestar individual y colectivo. Los inmi­grantes extracomunitarios entran, por lo tanto, en una sociedadurbana en donde los macro conflictos abiertamente desencade­nados son raros, pero que, sin embargo, se caracteriza por unadifusa tensión, por una difundida agresividad, por una multipli­cidad de microconflictos reconducibles en gran parte al desfaseentre deseo y posibilidad. Creo que éste es un punto importantepara establecer un análisis de las relaciones entre inmigrantes ynativos.

Se sostiene siempre que los inmigrantes no deberian ser per­cibidos por los italianos como competidores en el mercado deltrabajo, ya que aceptan tareas laborales y niveles de retribuciónque los italianos ya rechazan. Considero esta observación muyesquemática. Y creo en cambio que sí existe competencia. Losinmigrantes no quieren el trabajo. El objetivo del inmigrante (sirecordáramos un poco mejor a nuestros emigrantes hacia lospaíses de Europa de los años cincuenta-sesenta, lo sabríamosmuy bien), no es el trabajo, sino la ganancia, el dinero. Cual­quier elección al final que se haga o se tenga que hacer -inser·ción, marginación, regreso al país de procedencia- en la ma­yor parte de los casos no se emigra con la perspectiva de encon­trar una colocación ocupacional calificada para integrarse esta­blemente en la sociedad del país de llegada; se emigra para acu-

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mular dinero, para hacerse un «guardadito». No se emigra paravolverse (habrían dicho los italianos) alemán o suizo o (diríanlos extracomunitarios) para volverse italiano; se expatria bási­camente para ganar un poco de dinero, aquel sueldo mínimo oun poco más del mínimo, que en la patria no se puede tener. Enun tiempo que ya parece bastante lejano, se pensaba que el pe­queño monto acumulado en el extranjero debiera ser orientadohacia empleos productivos, hacia la creación, como se decía, delugares de trabajo en la patria. Pero ya desde hace muchos añosen toda la cuenca del Mediterráneo esta perspectiva se ha reve­lado ser ilusoria, al menos en todos los países exportadores demano de obra hacia Europa (Kubat, 1984; Sígnorelli, 1984b).

En realidad, al regresar al país de origen los ahorros songastados en la adquisición de bienes de consumo duradero y deprestigio, el primero de los cuales es la casa, que tiene tambiénun obvio valor no tanto de inversión sino de bien-refugio, másque de bien para el consumo. Ahora, si reflexionamos sobreeste dato, si después consideramos que ya ahora como cual­quiera puede constatar en Nápoles o en Palenno y como confir­ma, por ejemplo, Hayot para Marsella (Hayot, 1989), existe unflujo de africanos que vienen de compras a Europa, en el tiempoentre dos vuelos en avión, me parece que tenemos ya datos sufi­cientes para esbozar una primera conclusión: cualquiera quesea el epilogo del reconido migratorio de los alricanos y de losasiáticos llegados a Italia (inserción, marginación, regreso), elobjetivo al que ellos tienden está claro: el acceso, quizá sólotemporal, al sistema de consumos europeos. Si esta conclusiónes exacta encuentra entonces una diferente explicación la hosti­lidad demostrada por los italianos hacia los recién llegados. Es­tos últimos no son sólo genéricamente unos diferentes, son encambio unos competidores, en los hechos y en la percepción delos italianos. Otros factores refuerzan esta hostilidad. Es sabidoque en su conjunto, como nación, Italia en los últimos deceniosha consumido por arríba de sus propios medios. En la expe­riencia individual de muchos, muchísimos italianos, esto haquerido decir que su personal nivel de consumos se vino desen­ganchando progresivamente del sueldo efectivo de trabajo dis­ponible para cada uno de ellos, para colocarse a niveles másbien conspicuos, garantizados por el sistema asistencial, por lasafiliaciones corporativas y clientelares, por las difundidas posi-

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bilidades de mediaciones y especulaciones, también de peque­ñas y medianas dimensiones; y finalmente, como ya se ha di­cho, por las posibilidades ofrecidas por la delincuencia organi­zada y por los recursos que esta última genera indirectamente.

Es eso lo que se ha llamado bienestar difundido y que almenos por una parte no era tanto salario indirecto, sino verda­dera renta parasitaria.

Es comprensible por 10tanto que sean percibidos como com­petidores los inmigrantes, que con su presencia misma, con suevidente necesidad de asistencia, pero también con su no difícil­mente intuible deseo de vivir bien, de participar en el festín con­sumista (quizá resultaría menos irritante si los viéramos siemprerigurosamente vestidos con la ropa del «duro» trabajo), no pue­den en esta situación no ser percibidos como una amenaza.Como prueba de esta última hay que añadir el hecho de que lomás visible de ellos, en contexto urbano, son justamente los querealizan trabajos que no es dificil que sean vistos como una espe­cie de pordiosería enmascarada, como el ambulantaje, la limpie­za de los vidrios en los altos y otros similares. Escuché precisa­mente en un semáforo un comentario: al menos las mujeres leechan ganas, van a trabajar como sirvientas, pero éstos...

Casi no es necesario agregar que la amenaza de competen­cia es, al menos por el momento, del todo simbólica, ya queparece por lo menos improbable que estos pocos centenares demiles de personas, además provistas de un muy escaso poder,puedan obtener la asignación de recursos tan conspicuos comopara afectar el nivel de vida de los italianos. Sin embargo, sabe­mos que el enemigo siempre es tal, también y a menudo sobretodo para el papel simbólico que le es asignado: el de encamarel mal, el peligro, el daño posible. El hecho de que en realidadsea poco o nada peligroso, nunca lo ha salvado de las agresio­nes de quien lo teme. Hay que agregar que lo diferente es perci­bido como amenazador no por lo que tiene de diferente, sinoprecisamente por lo que lo hace semejante; como es sabido, nose odia y no se teme al negro que la «hace de negro» sino alnegro que pretende «hacerla de blanco». Los niños de Biafra yde Sahel nos causan lástima, pero los africanos que quierenconsumir, vestirse bien, quizá viajar por Italia en coche y conteléfono celular, nos parece que tienen pretensiones cuanto me­nos excesivas.

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El intento aquí propuesto de analizar las relaciones ínter­étnicas en contexto urbano, teniendo en cuenta el sistema globalde las relaciones sociales urbanas, parece por lo tanto sugeriruna posible clave para el análisis de la conílictualidad interétrií­ca, es decir que en su origen esté también, el sistema de la divi­sión social de los consumos (si se acepta usar esta expresión).

Intentemos ahora empezar una reflexión también a partirdel otro eje conceptual que creí poder individuar, el de las diná­micas inducidas y condicionadas por la existencia de un espa­cio urbano construido, provisto de ciertas características y deciertas capacidades de constricción y de condicionamiento so­bre el actuar humano. Se piensa usualmente que los inmigran­tes tengan dificultad de «adaptación» al ambiente urbano, a lavida en ciudad, porque no «están acostumbrados» a ella. Y seproponen como remedio varias soluciones a menudo muy res­petuosas de lo que es llamado ({SU patrimonio cultural".

Pero quizá también sobre este punto conviene intentar unareflexión más profunda.

Los inmigrantes no son los más o menos serenos y quizáorgullosos portadores de su cultura, como a veces los medioslos presentan. Los imnigrantes son personas que están justo enmedio de una radical crisis cultural, y para entenderla no sirvencategorías genéricas como desarraigo o nostalgia, o al menosno nos ayudan mucho. Yo pienso que podemos individuar algomás específico, un factor directo de la crisis, precisamente en elespacio urbano, en sus características morfológicas y dimensio­nales, en las modalidades de utilización que impone.

Creo que aquí pueda sernas 111UY útil una categoría analíticautilizada por Ernesto de Martina y recientemente repropuestapor Carlo Tullio Altan (1990): «la de la datidad utilizable delrnundo doméstico».

Obviamente, todos sabemos que para vivir necesitamos unambiente, que, siéndonos familiar, no sólo nos dé seguridad,sino que nos haga fácil, casi automático, buena parte de nues­tro actuar: pero el análisis demartainiano profundiza muchomás y aclara mucho mejor la situación crítica.

Dice De Martina: «Es necesario intentar pensar en lo econó­mico como valor de la securitas y, por lo tanto, como valorinaugural en que debe actuarse el ethos del trascender de lavida. Lo económico es el horizonte de lo doméstico, de la dati-

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dad utilizable de un mundo de "cosas" y de "nombres" relacio­nados según un proyecto comunitario de la utilización posible oactual: un mundo que justamente por ser dado, se puede hacerde él algo útil, y que más bien indique en su datidad su carácterde resistencia operable. Para este horizonte de lo doméstico elser aquí, ante todo se encuentra corno centro de operatividadutilitaria en ello, como centro de fidelidad a la seguridades pa­sadas, convertidas en costumbres fácilmente manejables ycomo centro de iniciativa para instituir aquí y ahora la seguri­dad preeminente de la que se tiene necesidad. Y por esto encon­trarse y ponerse y después todavía encontrarse y todavía poner­se "al amparo" (es decir en condiciones de seguridad), el estaraquí emerge inauguralrnente de la vida, se genera y se regeneraante todo, lanzando la primera base de su vida cultural» (deMartino, 1977: 656).

Aparte la sugestión del estilo demartiniano, me parece queesta descripción permite iluminar contrario a la dramaticidad, ala potencial tragicidad de una situación en la que entra en crisisla «datidad utilizable>, del mundo: son las «cosas» y los «nom­bres» que faltan y, por lo tanto, literalmente, la posibilidad deactuar el proyecto comunitario, compartido con los otros delmismo grupo, de utilización del mundo. Es el «estar aquí» queentra en crisis como centro de operabilidad, de fidelidad, deiniciativa, como «primera base de la propia vida cultural». Yocreo que éstos son los términos en que hay que plantear el aná­lisis de la situación de los inmigrantes. Ellos no sólo son losportadores de otra cultura. Al menos en la fase inicial del tiem­po que pasan aquí, ellos experimentan la crisis de la «primerabase de su vida cultura]". Esto no sólo a causa de la distanciacultural que separa sus modalidades cotidianas ele las nuestras:y no sólo a causa del hecho de que muchos de ellos son deorigen campesino o rural, y se encuentran con tener que viviren la ciudad. A estos dos factores hay que agregar otro, no me­nos grave, que una vez más es común a nosotros y a ellos: laciudad postmoderna, la ciudad del automóvil y de los centrosdireccionales, también Italia está cada vez más enajenada parasus habitantes, menos utilizable, ya que, siempre es menos ha­bitable, recorrible, manejable útilmente, siempre es menor laseguridad que da y que permite construir.

Las «cosas», cada vez más visibles, son cada vez menos ma-

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nejables; los «nombres» siempre menos significantes de signifi­cados compartidos.

. Por parte de los emigrados, la defensa de su propia presen­~Ia cultural frente a esta amenaza de disgregación es buscadaJustamente en términos espaciales: es la tendencia a reunirse acoincidir en los mismos lugares de la ciudad, para reconstruiral menos un bosquejo de aquel «proyecto comunitario de lautilización posible» del mundo, en que se vive. Es una estrate­gia de resolución de la crisis de la presencia aparentemente efi­Caz y capaz de parecer valorizante de la autonomía de las iden­tidades culturales. Pero, por desgracia, la transformación de lasciudades en constelaciones de guetos (de lujo o miserables quesean) parece ser, según una tendencia mundial, la actual moda­lidad de control del conflicto urbano (López, 1996; MarshallSmith, 1992). Esta constatación me hace temer que la autogue­tízación sea una modalidad sólo simbólica y peligrosamente ilu­sorra de enfrentar lo negativo del estar en otro mundo ajeno. yno, como quisieran algunos, la condición espacial del manteni­miento de la identidad cultural.

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A MANERA DE EPÍLOGO. CULTURAY ANTROPOLOGÍA URBANAS EN AMÉRICA

LATINA: LA EXPERIENCIA MEXICANA

Raúl Nieto Calleja*

Los 11 capítulos con que nos obsequia el libro de AmaliaSignorelli son un magnífico ejemplo de cómo el trabajo antro­pológico y las ciudades producen resultados de teoría o pensa­miento fuerte. Signorelli generosamente comparte con nosotroslos resultados de su mirada etnológica sobre distintas ciudadesitalianas -Nápoles, Pozzuolí, entre otras- y diversas grandesciudades -Roma, París, Nueva York y la de México.

A lo largo de sus textos fluyen, gracias a su reciedumbreantropológica, comparaciones entre espacios arquitectónicos yurbanísticos tan diferenciados como lo son el metro parisino yel mexicano, los callejones de Nápoles y de París, La plaza deSan Pedro en Roma y la Pennsylvania Avenue de Washington.Los actores sociales, de los que ella se reconoce como diferen­te, son lo mismo obreros metalúrgicos que carpinteros; habi­tantes de aldeas y sobrevivientes de terremotos; aficionados alfútbol y emigrantes. Todos nada lejanos de sus homólogos lati­noamericanos.

Estos textos también incluyen una rigurosa búsqueda de pa­radigmas que implican recorridos teóricos por las principalestradiciones de reflexión etnológica y de teoría social; de estamanera no sólo las escuelas de Chicago y de Manchester están

... Departamento de Antropología, UAM-I, México D.F.

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presentes, sino que nos permite vincularlas con las tradicionesetnológicas francesas y con la antropología italiana. Escuelasque Son puestas en diálogo en múltiples escalas, dimensionesde análisis y campos problemáticos: la diversidad intra e ínterurbana; el conflicto, el espacio y la sociabilidad urbanas; el pa­pel del trabajo, la producción y el consumo en ciudades ademásde virtuales plmiétnicas; la vivienda.

Sus reflexiones, a manera de colección de ensayos, suscitancomparaciones y nos permiten proponer e iniciar una reflexiónparticular acerca de la naturaleza de las antropologías latino­americanas y las culturas urbanas presentes en esta parte delmundo, objetivo que nos proponemos realizar en las siguientespáginas.

Al pensar en las ciudades de América Latina todavía siguesiendo frecuente evocar los títulos de trabajos Como el de Ro­bert Kemper Campesinos en la ciudad (1976) o bien el de BryanRoberts Ciudades de campesinos (1980). Es decir, es comúni~aginarlascomo el producto de un incesante proceso migrato­no del campo a la ciudad, que aunado durante décadas al altoíndice de crecimiento demográfico que ha padecido la región,dan cama resultado la emergencia de ciudades (medias y gran­d.es) e incluso megaciudades donde lo característico es lo preca­no de las formas de vida, a las que incluso se duda en llamarlaso calificarlas como urbanas.

Por cierto Falelto, en un antiguo trabajo (1965), ha señala­do que en Latinoamérica la ciudad antecedió a la industria yque estos modos de vida urbana precedentes han tenido ungran impacto en las formas específicas que adquirieron estassociedades; sin embargo, creo que ahora ya no es necesaria­mente así. Lo que es cierto, si consideramos indicadores de­mográficos, es que esta parte del continente americano es unade las que posee una de las más altas tasas de urbanizacióndel mundo. Si bien es cierto este origen preindustrial de laciudad latinoamericana, también 10 es que ahora, como resul­tado -primero- de las distintas políticas regionales y nacio­nales de industrialización y -después- de aquellas otras ba­sadas en el dogma de la liberalidad económica, la desindus­tria1ización y la urbanización acelerada pueden ser eventossimultáneos.

Pero en América Latina las ciudades no sólo existieron con

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anterioridad a la industria. sino que Fueron incluso anterioresal contacto masivo e intruslvo que sufrieron por parte de lassociedades europeas mediterráneas desde el siglo'.,' A su lle­gada al continente, los europeos no sólo cncontr.uou grupostribales, cazadores, recolectores y sociedad.' Lw\hiV I ;

encontraron ciudades con siglos de cxi:;il·l,l\.:;~\ En efecto lasciudades ya existían y además eran la sede de mmon.u.tcs S(\­

ciedades estatales. A tales complejos urbanos Sl' k,') han ele-no­minado cíndades-Esuulo reconociendo la centralidad llll(' pu­seían para vertebrar no sólo 1::1 vida pol ilicn y cconónuca de b,'i

sociedades precolombinas, sino para enfatizar Jo,'; modos (kvida civilizados y altamente refinados con Jos que los l~LlrOpl'OS

se encontraron. En la mejor tradición etucgráficu. cronistas,viajeros, misioneros y soldados han dejado sus relatos y cróni­cas acerca de las formas de vida que observaron y ele las ciuda­des que conocieron. Esta profundidad histórica nos permiteplantear a la ciudad y culturas urbanas Iatinoamcricnnas comoprocesos que pueden ser encuadrados como pertenecientes u

la longue duree.La diversidad, la diferencia, la alteridad han sido objetivos

explícitos de la antropología. La mirada sobre los lenguajes, lasformas de vida, las visiones del mundo de los no occidentales,de los otros, de los «salvajes», de los no urbanos, suponemosnos ayudará a entender, además de lo genéricamente humano,nuestras propias especificidades. Esta ruta ha sido la vía privile­giada por la antropología en el conocimiento de las otras socie­dades, y en este camino esperamos poder encontrar respuestassignificativas a interrogantes sobre nosotros luismos. Sin em­bargo, tan plausibles objetivos no pueden ser separados de suscondiciones de producción, del ambiente en que fueron engen­drados.

La antropología, como se sabe, es una hija genuina de Occi­dente (Duchet, 1977); es producto de sus valores y formas devida. Fue forjada en sociedades que reconstruían el mundo ydefinían el nuevo mapa político de nuestro planeta asignandoposiciones centrales a las sociedades que encarnaban claramen­te el modelo civilizatorio de Occidente (con sus ciudades metro­politanas y fábricas), y lugares periféricos a aquellos que erandistintos O no compartían tal empresa. Pero también compartíacon las sociedades de las que era producto, además de la cen-

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tralidad política que da origen al mundo contemporáneo, unambiente urbano e industrial decimonónico que, sin duda, va aincidir en su manera de construir su propio campo de estudio.Para que la antropología pudiese surgir eran necesarios, ade­más de un conjunto de Supuestos epistemológicos, otro conjun­to de condiciones materiales consecuencia del excedente econó­mico de las sociedades metropolitanas; tal excedente se mate­rializaba en bibliotecas, museos y colecciones etnográficas y enla formación de «masas criticas» que se organizaron en tomode sociedades científicas, universidades y, desde luego, finan­ciamientos que le pennitiese a algunos dedicarse a estudiar alos otros.

Me atrevo a afirmar que desde su origen la antropología nopudo librarse de cierto urbano-centrismo, el que, entre otrascosas, sin duda le permitió construir la alteridad más fácilmen­te por medio de distintas experiencias de trabajo de campo et­no~fico entre sociedades tribales o rurales, en aldeas y en co­mumdades pequeñas pero, al mismo tiempo, le dificultó hacerotro tanto (es decir identificar y problematizar la diversidad cul­tural) en otras sociedades y grupos sociales que habitaban enciudades sean propias o ajenas.

Tal dificultad para percibir lo urbano es señalada por Ama­lia Signorelli cuando comenta que para el caso de Italia, quepue~e enorgullecerse de poseer la red de ciudades más antiguay s~hda de Europa, son muy pocas las investigaciones antropo­lógicas sobre ciudades italianas tanto de .autores locales comode extranjeros (cf. supra: capítulo primero).

Si pensarnos que la reflexión y conocimiento sociales no sonsólo la obra de grandes pensadores e intelectuales ---<:omo Sim­m.el o.W~ber, en el caso que nos ocupa- sino de grupos, redese mstrtuciones productoras de conocimientos, debernos afirmarque las primeras reflexiones sociales sobre la ciudad modernaSe deben al trabajo teórico, pero sobre todo empírico -de losetnógrafos, como los llama Hannerz- de la escuela de Chicago,la c~al abordó a su propia ciudad como objeto de estudio yanálisis, La mirada antropológica no estuvo ausente en tal refle­xión; de hecho, a manera de ejemplos, los trabajos de Park,Burguess y Mackenzie (1925), Wirth (1938), Whyte (1943) YWamer (1963 [1941-61]) demuestran cómo el trabajo de hor­migas, al estilo antropológico pudo, en su momento y con sus

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instrumentos, dar cuenta de procesos de urbanización e indus­trialización en diversas ciudades norteamericanas. 1

En la primera mitad de los setenta Foster y Kemper, a dife­rencia de Hannerz, señalaban pesimistamente que «los antro­pólogos están llegando tarde a la investigación urbana» (Fostery Kemper, 1974: 1). Ellos mismos recordaban que Urban An­thropology «la primera publicación antropológica dedicada a lainvestigación urbana, empezó apenas en 1972» (ibíd.). En elcontexto de esa discusión cabe recordar la afirmación de Gulick«la antropología urbana no es una subdisciplina en el sentidode un sistema intelectual y coherente que el término implica,sino que consiste en un conjunto de nuevas direcciones quealgunos antropólogos están tomando» (1973: 980). Años mástarde Kemper mismo (1992), después de analizar informaciónestadística sobre los antropólogos urbanos en Estados Unidos,concluye que el campo aún está en maduración no obstante lagran cantidad de profesionales en él; corrobora que goza demejor salud que la que tenía al principio de los setenta, aunquelamenta que pocos se encuentren preocupados por desarrollarla parte teórica o metodológica de los procesos de urbanizacióny el urbanismo.

Por otra parte, como bien se sabe, en los estudios de la an­tropología británica en África se funda otra de las vertientes delos estudios urbanos. En un solo movimiento teórico los britá­nicos desarrollan tres campos problemáticos: la antropologíapolítica, la urbana y la de las sociedades complejas cuyas fron­teras resultan de difícil definición. En ellas el análisis situacio­nal, el estudio de caso extendido fueron aportaciones metodoló­gicas de primer orden. Gluckman, Cohen, Mitchell, Banton,Kapferer, entre otros serán figuras relevantes en este proceso(cf. Hannerz, 1986 y De la Peña, 1994).

Pero regresemos a Latinoamérica. ¿Cómo se funda la antro­pología latinoamericana?, ¿cómo se desarrollan en ella las in­vestigaciones urbanas y qué desarrollos particulares han teni­do? Una primera respuesta que se antoja hacer a estas interro­gantes es que en América Latina la antropología se funda con

1. Esta tradición de la llamada ecología urbana seguirá presente durante variasdécadas y llegará con sus preguntas y debates hasta América Latina. No obstante, laetnícidad urbana seguirá siendo cultivada en trnbajos como los de Suttles (1968).

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razones y lógicas diferentes a las de Europa y Norteamérica.Para empezar, las sociedades latinoamericanas nunca fueronmetropolitanas ni poseyeron colonias, cuyo dominio político re­quiriera de algún tipo de etnografía. Son sociedades que todavíaeste siglo se debaten en preguntas acerca de su ser nacional yaspiran a alcanzar procesos de modernización económica y po­lítica, lo que no pocas veces significó iniciar varias veces la lu­cha por la democracia.

En efecto, en Argentina, por ejemplo, la antropología apare­ce como una disciplina más claramente ligada en sus orígenes ala concepción boasiana de un conjunto de disciplinas antropo­lógicas ligadas entre sí; aunque en realidad estaba teórica y pa­radójicamente más ligada al historicismo cultural alemán. Dehecho, sus profesionales deben desarrollar su disciplina en uncontexto de ciencias sociales donde el ensayismo enciclopédicodecimonónico y la reflexión sociológica son hegemónicos. Perola antropología no tema como principal enemigo a las otrasdisciplinas sociales; en Argentina al igual que en Brasil yotras sociedades sudamericanas, los principales enemigos de lareflexión antropológica fueron los Estados nacionales de corteautoritario, que cerraron universidades, persiguieron, encarce­laron, deportaron y asesinaron a profesionales de las cienciassociales. Los antropólogos, al igual que otros ciencistas sociales,debieron refugiarse en consultorías privadas, en organismos ci­viles de investigación, en organizaciones no gubernamentales ydesde ellas, con patrocinio de fundaciones y organismos inter­nacionales, debieron preservar, a veces de manera fragmentariay autocensurada, una vocación de investigación social ligada alas causas populares (cf. Herrán, 1998 y Lechner, 1990).

El caso brasileño comparte con el argentino el hecho de quedurante algún tiempo la antropología debió subsistir enfrentan­do al Estado. Sin embargo, en Brasil-una de las naciones másurbanizadas de América Latina- la antropología surge en bue­na medida como el resultado de la investigación de la etnologíafrancesa y también como consecuencia de importantes progra­mas de becarios, estatalmente apoyados, que permiten disemi­nar en todo su territorio profesionales formados en Europa yEstados Unidos. En efecto, es gracias a esta relación con esasantropologías metropolitanas que en Brasil la disciplina se aso­cia a museos, universidades y más tarde a importantes progra-

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mas de posgrado. El resultado es que hoyes el país de Amé~caLatina con mayor número de posgraduados en an~opologIaycon una de las tradiciones académicas más consolIdadas quecuenta con amplio reconocimiento social (Oliven, 19:4).

No obstante su importancia Ycrecimiento (d. Arizpe. 1988),las antropologías latinoamericanas no han podido constrttnruna comunidad científica que comparta hallazgos, pregu~tas,campos problemáticos y construya respuestas ,en Intenso diálo­go. Hoy los intercambios, investigaciones conjuntas y acces~ apublicaciones locales resultan prácticas poco comunes Yde diff­cil materialización. Sin embargo, y no obstante lo correcto deesta afirmación, es innegable que, por distintas razones y~ sehan acumulado una buena cantidad de estudios antropológicosque se han realizado en distintas ciudades latinoamencanas so­bre experiencias, procesos Y temáticas propiamente ~lrbanascon los cuales se ha podido desarrollar una vena esp:cífican:en­te urbana en la antropología, aunque se siga de~auendo SI talantropología es de la ciudad o antropología en la ciudad.

Por su parte, la antropología mexicana a ~iferenc~a de. ot~santropologías latinoamericanas, no tuvo un ongen umverslt~n~.Su campo de discusión se fue generando d.ecara al poder ~ubh­co y sus demandas acerca de la íncorporacíón de la~ pobl~clOnesindígenas a la sociedad nacional. Sin em~a~go, h~ Inc~rslO~adodesde hace mucho tiempo y mediante distintas ínvestígacronesen un campo o subespecialidad: la antropología urbana, o m~Jordicho, los estudios antropológicos que han tOrnado como objetoanalítico distintos procesos sociales que se ven(1Can en l~ c!udad.Como señala Eunice Ribeiro (1986), para el caso brasileno «hasido más una antropología en la ciudad que de la cIt~dad». Hoyen México contamos con una red nacional de estudiosos de 10urbano, en la que participan de manera destacada los ~n~rop6lo­gos alIado de sociólogos, urbanistas, demógrafos, psicólogos ehis;oriadores; también se han consolidado .dist~~tos progra~asde posgrado que incluyen líneas de tnvesngacron "! formaciónacadémica con énfasis en lo urbano y existen tamblen. al ~en~scinco evaluaciones que intentan recuperar esta compleja ~s~onade la antropología urbana y que problematizan desde dlst~ntasópticas tal proceso (d. Quintal, 1983; Alonso, 1984; Sariego,1988; De la Peña, 1993 YNivón, 1997).

Es interesante recordar que aunque desde hace mucho

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tiempo la escuela de Chicago tuvo una gran presencia en nues­tro país (Redfield, Lewis, particularmente), este campo de pro­blemas tarda mucho tiempo cobrar carta de legitimidad en losestudios antropológicos. Su agenda y debate acerca de la conti­mudad y la ruptura entre la sociedad tradicional [olk y la mo­derna y secularizada sociedad urbana, su caracterización de lacultura de la pobreza y más tarde de la cultura de la vecindad sedan en un nivel internacional y tiene poco impacto en México.?

De hecho los antropólogos mexicanos que incursionan en elestudio de las ciudades (desde los cuarenta y hasta los sesenta)están interesados, más que en la cultura, en otras temáticas máscercanas a lo laboral y a las condiciones materiales de vida resul­tado de los procesos de industrialización. (Por ejemplo: Gamio,1946; Pozas, 1958; Stavenhagen, 1958; GonzáIez Casanova y Po­zas 1965.) Sin embargo, es en los sesenta donde podemos ubicarun interés por hacer antropología en la ciudad y las temáticas asílo atestiguan: de manera pionera y excepcional los trabajos deValencia (1965), sobre la Merced, hasta entonces el mercado másgrande de la ciudad de México, de Nolasco (1981) que comparacuatro procesos urbanos, de Kemper (1976) que problematiza laetnícidad, el de Lomnitz (1975) clásico en el estudio de redes yprocesos y estrategias de sobrevivencia de sectores populares, deAlonso et al. (1980) que parte de los enfoques marxistas y Arizpe(1976) sobre la migración étnica -entre otros- logran, en suconjunto, iniciar esta tradición en México.

La ciudad sin duda es el escenario, y no sólo el telón defondo, de muchos procesos y actores sociales. En ella existen deuna manera particular los sujetos y las clases sociales. Tantounos como otras establecen con el medio urbano en el que vi­ven un complejo de relaciones. Durante los setenta y hasta prin­cipios de los ochenta asistimos en la investigación urbana alflorecimiento de los estudios sobre movimientos sociales, secto­res populares y la fuente de su inspiración al igual que en casoitaliano señalado por SignoreIli ha sido el marxismo. Duranteestos años Gramsci, Cirese, Lombardi Satriani son fuente de

2. Es interesante señalar que la cultura de la pobreza y más tarde de la vecindad(espacio residencial multifamiliar caracterizado, entre otras cosas, por lo precario desus servicios y el hacinamiento en el que habitan sectores populares de México cf.Lornnítz 1975. Lewis 1957 y 1959) dieron lugar en su momento a un debate nacionalen el que permanecen prácticamente ausentes Jos antropólogos mexicanos.

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inspiración teórica e ideológica en los estudios sobre los movi­mientos populares, los asentamientos «espontáneos» de los sintecho. En México se estudian los movimientos urbano-popula­res en ascenso que se enfrentan a las administraciones estatalesen busca de tierra y de servicios urbanos, que dan lugar a inva­siones de terrenos para construir viviendas en ciudades perdi­das, que tienen sus homólogas villas miseria, [ave/as, shanty­towns en toda América Latina. Este enonne despliegue de estu­dios acompaña las movilizaciones sociales en diversas ciudadesdel país.

Las clases sociales, como bien es sabido, son algo más quela suma de los individuos que las componen; poseen una mate­rialidad que se cristaliza no sólo en los propios sujetos, sino enun conjunto de prácticas sociales, ámbitos institucionales y cul­turales como creemos ya ha sido asentado. Sin embargo, deigual manera los individuos son algo más que ciegos portadoresde relaciones sociales o encarnación de la historia; poseen lacualidad de ser sujetos -no sólo estar sujetos- de la historia.Sin embargo, sin esas relaciones e historia probablemente seríaininteligible su acción social e incluso su vida personal misma.Sin duda las relaciones entre clase social, sujeto e historia noson sencillas. Edward P. Thompson ha planteado que la claseobrera es resultado de un proceso histórico mediante el cual se«hace» (making); también ha dicho que <da noción de clase llevaconsigo la noción de relación histórica [...] La cuestión eviden­temente consiste en saber cómo el individuo pasa a desempeñareste papel social y cómo ha podido constituirse talo cual orga­nización particular [...] estas cuestiones son esencialmente his­tóricas» (1977: 10, corchetes míos). También ha agregado que«si detenemos la historia en un punto dado, entonces ya notenemos clases sino, simplemente, una multitud de individuoscon una multitud de experiencias. Pero si observamos a esoshombres a través de un adecuado periodo de cambio veremosciertos patrones en sus relaciones, ideas e instituciones» (ibúl.).Este sugerente planteamiento ha inspirado una pregunta com­plementaria: ¿si en vez de parar la historia hiciéramos abstrac­ción del contexto en el que viven los sujetos o clases sociales,qué pasarla? Creo que nos quedaríamos en vez de con la esen­cia de la clase, con una clase social ontológicamente indiferen­ciada, metafísicamente existente. Las clases sociales, como bien

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se sabe no se hacen en el vado, se hacen en una espacialidad ytemporalidad históricamente determinadas, En el caso que nosocupa, tienen una existencia urbana por lo que podemos afir­mar que las clases existen en la ciudad y la ciudad existe en lasclases. La clase se explica por la historia que hace y que la hace,pero también por el espacio, por la geografía, por el territoriodonde se hace y que la propia clase ayuda a hacer (cf. Soja,1989). La fonnación de las clases puede ser entendida como unproceso, pero éste es ininteligible sin algún contexto.

Sin embargo, los contextos son múltiples y diferenciados yesta evidencia muchas veces se olvida al plantear --como hizohace varias décadas el culturalismo norteamericano--- que losmodelos de urbanización, de industrialización, de moderniza­ción económica y de globalización de las relaciones mundialestienden a homogeneizar muchos de los aspectos de la vida ycultura de las distintas sociedades. En el caso mexicano, ade­más, se ve con suma preocupación su integración económica aun bloque norteamericano mediante su incorporación desde1994 al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA).

Sin embargo, también la antropología ha documentado quecada sociedad, que ha transitado de modos de vida tradiciona­les a estilos de vida modernos, ha debido desarrollar formas devida social propias e irrepetibles que en su interior portan unagran heterogeneidad y vitalidad. Frente a estas dos alternativasde análisis aquí quiero plantear que las tendencias que apuntanhacia la homogeneización social, no excluyen la heterogeneidadcultural, y que tal heterogeneidad es resultado de la heteroge­neidad social misma, que la vida en la ciudad tiende a ocultaren una aparente homogeneidad urbana. Pretendo plantear quela diversidad de formas de existencia de las distintas clases so­ciales, da lugar a una condición urbana diferenciada y que po­cas veces se repara en ello cuando se hacen generalizacionessobre clases, grupos sociales, ciudades o sociedades enteras.Esto supongo, permitirá replantear, matizar y problematizar lasgeneralizaciones que usualmente se hacen sobre las sociedadeslatinoamericanas y sobre las clases sociales que las forman.

La vida social contemporánea descansa sobre la existenciade un sector de la sociedad que mediante su trabajo produce losbienes, valores y servicios que son demandados por la sociedad.Dada la dinámica de la competencia capitalista el mundo del

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trabajo -es decir el de la producción material- tiende a «es­tandarizan) flexiblemente la jornada laboral tanto en su dura­ción como en sus caracteristicas organizativas y tecnológicas.

Sin embargo, como bien se sabe, la industria es algo másque procesos económicos o tecnológicos. En efecto, las prime­ras reflexiones científicas sobre la naturaleza de la industria ysociedad moderna sin duda se las debemos a Marx (1872­1875). Y a partir de ellas -sin que estuviese en Marx mismo--­se ha abusado en el análisis y búsqueda de explicaciones en unnivel estrictamente económico o, peor tecnológico, de los proce­sos de industrialización y urbanización. Sin embargo, y por suparte, muchas sociedades (incluida la nuestra) han desarrolla­do diferentes formas de vida urbano-industriales sobre matri­ces culturales pre-existentes dando origen a fonnas «híbridas»de cultura que en si mismas portan una tensión entre la moder­nidad y la tradición. Ante esta evidencia las preguntas que seantojan hacer ---desde una perspectiva antropológica- consis­ten en saber si ¿existen formas o modos de vida, visiones delmundo, o culturas propiamente urbanas? En segundo lugar, in­dagar ¿cuál es el peso de la modernidad y la tradición en ellas?Y, finalmente, ¿cuál es la resultante de este encuentro? (cf. Bar­Ira, 1987; García CancIinl, 1989 y 1990).

Las sociedades urbano industriales capitalistas contemporá­neas han desarrollado en una escala sin precedente la nocióndel individuo (cf. Macpherson, 1970), y esto aparentemente lohan hecho a expensas de liquidar muchos de los valores y es­tructuras que hacían viable la vida en las pequeñas comunida­des preindustriales tales como las familias extensas, con sus re­des de reciprocidad y otras instituciones y prácticas sociales pormedio de las cuales el individuo podía recrear su subjetividadutilizando distintas instancias culturales que ritualmente resol­vían los conflictos, facilitaban los pasajes, asignaban los roles,en suma establecían la sociabilidad en el mundo individual,dándole -desde una perspectiva social y subjetiva- un sentidoa la vida y una visión del mundo (del ser y del estar). Por tanto,se ha concluido también, que con relación a las antiguas y tra­dicionales formas de vida -que se desarrollaban en comunida­des homogéneas o corporadas-c-, hoy ya existe una gran distan­cia cultural, espacial y temporal, en las nuevas formas de vidaque se desarrollan en modernas sociedades urbanas, estratifica-

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das y secularizadas de la era industrial. Del mundo rural y étni­co preindustrial a la sociedad de masas hay una gran diferenciaen el tipo y calidad de la vida.

En México al igual que en Italia la preocupación por la cul­tura obrera estuvo cercana al debate de las culturas urbanas,sin embargo, esta preocupación en el caso mexicano no se dioen el contexto de los antropólogos urbanos para quienes, segúnsus esquemas clasificatorios, tales preocupaciones constituíanotra subespecialidad.é

Sin embargo, un hallazgo importante de ambas líneas deindagación, consiste en que se pudo constatar que no represen­ta lo mismo vivir en una ciudad industrial de reciente creación(como los polos de desarrollo promovidos por el Estado paraindustrializar regiones rurales del país), que en una «ciudadmedia» (especializada industrialmente), °hacerlo en una «me­galópolis» (como lo es el Distrito Federal y su área conurbadaque forman la gran ciudad de México). También se pudo reco­nocer e identificar empíricamente distintas formas de existen­cia y experiencias urbanas dentro de una misma ciudad; que noda lo mismo vivir en un edificio de una unidad habitacionalmultifamiliar, que en una casa de una antigua colonia popular,en un fraccionamiento de reciente urbanización, en un puebloabsorbido por la ciudad o en un asentamiento irregular. Todos

3. En México podemos observar que el análisis de lo obrero dio origen a un cam­po: la Antropología del Trabajo. En ella el análisis inicial estuvo orientado a recuperarla condición obrera y a elaborar al mismo tiempo una definición de ella; en ambasempresas podemos observar que la indagación tuvo que recorrer tres momentos analí­ticos: primero se debió acceder al proceso laboral mismo, a la fábrica, al momento deltrabajo; después de vistas las limitaciones de esta sola dimensión, para explicar lasprácticas culturales de la clase obrera, en un segundo momento se abordaron distintasformns de organización y acción obrera (estructuras sindicales y procesos de luchaobrera) en las que sin duda había implícito un deseo de encontrar formas esencialesde la existencia y cultura obrera. Finalmente en la medida en que para construirmarcos explicativos sobre la condición obrera no bastaba recuperar las dos instanciasanteriores -c-trabajo y organización sindical- fue necesario incursionar en el conoci­miento y prnblematización de las condiciones de vida y existencia de sectores proleta­rios que viven en la dudad, y en ellos intentar aprehender lo espedficamente obrero.Un interés que estuvo implícito en todos estos momentos fue el de definir aquellosmomentos, ámbitos, procesos y demás características esenciales de la existencia obre­ra; de ahí que buena parte de este proceso constitutivo de este campo intelectualpueda ser considerado como un proceso de búsqueda de la sustanclalidad o esenciaobrera (Nieto, 1994 y 1998). Esta empresa intelectual -y política- si lo pensamosdetenidamente, implica un proceso similar al que, en otro contexto social, se hicierapor antropólogos para definir lo campesino en el campesinado {cf. Wolf. 1971).

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estos ámbitos dan existencia a una condición urbana diversifi­cada en una o varias ciudades y permitieron plantear la hipóte­sis de que asistimos al proceso de constituci~n de ~istintas e~­periencias urbanas, que coexisten en una misma CIudad o a lolargo del sistema urbano nacional. De esta manera se pue~.ehacer relevante además del proceso, el contexto donde son teji­

das las relaciones sociales.En efecto las formas de vida urbana que históricamente se

han dado en las áreas centrales de la ciudad de México, puedenser distintas a aquellas que se generan en la periferia metropoli­tana. Estas nociones -zona central y periferia- serán sujetassiempre a una redefinición que es dada, más que por la geogra­fía y arquitectura urbanas, por el conjunto de relaCIones SOCIa­

les que dan estructura a la ciudad y que. son estructur~ntesdesu vida urbana. El territorio, sin duda SIempre es socI~lme?teconstruido y en él la «periferización» no ~ólo e~ geográfi~a~motambién social. Se puede constatar la existencia de «penfenza­ciór» del centro urbano, al lado de la centralidad de algunas

partes de la periferia.4 . 'Sin embargo, y no obstante las dIferenCIas que puedan loca-

lizarse en las distintas formas de vivir la experiencia urbanapor diferentes clases y grupos sociales, .sabemos.. también que laciudad es compartida, usada, consumida comunmente -~un­

que de manera diferente- Y ello da lugar a que e~ un pnmernivel la experiencia urbana aparezca como un conjunto de ras­gas que son el resultado de una experi~nciapropi~me?teurba­na --comúnmente compartida. Es decir, la experiencia metro­politana es identificable por los rastros q~: ~eja vivi: en. ésta yno en otra ciudad. Sin embargo, tal espeCIfiCIdad no. impide v~rla generalidad de los procesos Yexperiencias. Es decl~ la :spe~l­ficidad de los procesos particulares no creo que nos impida m-

4. La escuela de ecología urbana de Chicago propuso la teoria de los círculosconcéntricos para explicar el cambio en el uso del suelo urbano. En el caso de laciudad de México actualmente es muy difícil definir qué es su centro.: por ~n~ pm,te,existe el «centro histórico», pero en esa misma zona hay áreas de obvia penfen~clónsocial; por otra parte, en el norponiente s~ ha configurado una zona que central~za ~~actividades financieras, sociales, económicas y de alta cultura modernas ~artlc~lmente en el triángulo que formarían Naucalpan, Huixquiluca~Y la Delegación MiguelHidalgo. Véase la propuesta que elabora Ward (1991: 93-98 Yfigura 2.7) para entenderla segregación social en el espacio metropolitano donde además de círculos encuentra

cuñas.

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tentar algún tipo de generalización -aunque está solo sea de«rango medio» y aplicable a un grupo social (d. Geerlz, 1987).

La ciudad de México ha sido, sin duda y literalmente, cons­truida por los trabajadores que en ella han habitado, sin embar­go, al mismo tiempo ha representado para ellos la paradoja deser una ciudad que socialmente les ha sido expropiada y en laque han debido, para habitarla, ubicarse de manera diferencia­da y periférica. Algo que es importante señalar es que en laciudad de México, aunque la clase obrera vive diferenciada­mente, no lo hace de manera segregada en guetos clasistas porlos que pasan distintas generaciones obreras como ha sido lnexperiencia de otras latitudes europeas.s

La versión mexicana actual del barrio obrero en la ciudadde México 110 conserva la homogeneidad clasista que pudo ha­ber tenido a principios de siglo donde aparentemente, segúntestimonios históricos, la cultura obrera florecía como en otraslatitudes del mundo en barrios que se distinguían por su saborproletario del resto de la ciudad. En efecto, los historiadores delmovimiento obrero nos han transmitido una imagen de la claseobrera, de principios de siglo, tal vez un poco idealizada, que sibien era pequeña, también era mucho 111ás consistente y homo­génea culturalmente que la que hoy podernos observar.6

Se antoja pensar que en los contextos pequeños, en las es­tructuras societales más simples la polaridad clasista «clásica»se da casi de manera «natural» y que las estructuras mayores, omás complejas (como puede ser el caso de una gran metrópoli),

5. Para el caso italiano pueden verse los ejemplos de barrios obreros descritos enLevi el al. (1981) y para el caso británico a Hoggurt (1990) y las obras de Hobsbawm yThcmpscn.

6. Sobre esta época y características se ha afirmado que «una cultura obrera únicay diferenciada l ...] fue propio de los inicios de la formación de la clase obrera. enbarrios habitados por trabajadores que les permitían una cierta homogeneidad en lafábrica y el tenitorio y la construcción de una identidad que sintetizaba los dos mo­mentos de su reproducción total como sujeto social. En México, aunque tardíamente ycon sus propias especificidades culturales, en los años veinte encontramos algunossectores de la clase obrera que asumen las características de aquel proletariado queera el sujeto revolucionario del marxismo, del anarquismo y de sus continuadores. Enlas zonas fabriles de las ciudades más importantes, en los compauv towns y demásenclaves industriales de la provincia, existía una clase obrera que asumía su identidaddiferenciándose de los empresarios en el proceso de producción, y en sus prácticas devida cotidiana, procuraba controlar su reproducción fabril y su reproducción cotidia­na, aún no le entregaba a la industria cultural el control de su tiempo libre» (Quiroz yMéndez, 1991: 112-113).

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en la medida que se introducen nuevas variables, sujetos y si­tuaciones, se desdibuja, por así decirlo, la centralidad del con­flicto biclasista y en la estructura misma del propio espacio seexpresa la desigualdad y heterogeneidad social. Por ello hoy po­demos afirmar que en la ciudad la clase obrera ya no es homo­géneamente segregada; en ella se expresan y r~produc:n lasdesigualdades sociales que históricamente han sido configura­das; en ella coexisten distintos sectores y clases. SOCIales. Porello no planteamos la existencia de una forma úm~a de cultu~y ~ondición urbana para la clase obrera metropohtana; asurm­mos que el terreno cultural esta teñido de tensiones y qu~ éstastienen su eficacia en la heterogeneidad de los modos de VIdaur­banos que la clase ohrera ha desarrollado.

Pero regresemos a lo urbano. Hacia finales de l~s. oche~taasistimos a 10 que ha sido denominado como una cnsis teór!c~de las investigaciones sobre lo popular (cf. García Canclini,1988 y 1991) Ya la paulatina pérdida de la capacidad explicati­va de una de las orientaciones paradigmáticas más frecuente­mente utilizadas en la investigación de lo urbano: el enfoquedesarrollado por la escuela sociológica de la economía políticade la urbanización (de inspiración francesa y espaüola pero congran influencia y desarrollo local en América Latina). L~ q~e .dacomo resultado que, de manera generalizada, desde principiosde los noventa, asistamos al retorno de lo cultural en los estu­

dios urbanos."Este desplazamiento de la antropología mexicana a lo c~l.t~l­

ral coincide sintomaticamente con el abandono de los análisismarxistas y la relectura de autores básicos en l.a sociología ~antropología de la cultura (por ejemplo: Bourdieu, 1990;..Wl­lliams, 1981; Geertz, 1987; Sahlins, 1976). Coincide también aescala internacional con el nuevo auge de algunas comentessimbólicas y el surgimiento y expansión posmodema de la an­tropología; procesos que sin duda no son lo mismo: Sobre estaépoca se ha afirmado que en México el desplazan~lento puedeser sintetizado como el proceso teórico que va de la subcultura ala producción del sentido (Nivón, 1988). Podríamos agregar que

7. Desde mi punto de vista dos trabajos van a ser antecedentes muy importa?tesen este sentido el de Giménez sobre cultura popular y religión (1978) y el de Anzpe(1987) sobre la cultura en tina ciudad media, Zamora.

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puede ser pensado también como el desplazamiento que va des­de los movimientos sociales y las culturas populares hacia el con­sumo cultural y lo ciudadano. O bien, como aquel otro que cam­bia sus objetos (¿y sujetos?) de estudio tradicionales -como lasformas de lucha urbana y nuevos movimientos sociales- pornuevas dimensiones analíticas en el habitar la ciudad. En elámbito teórico podría simplificarse como el desplazamiento deGramsci a Bourdieu.

En este ambiente se regresa y revaloran las viejas obsesionesdel ensayismo latinoamericano acerca de la naturaleza de lonacional, el debate sobre la tradición y la modernidad y la rela­ción entre el sujeto y la masa,"

El nuevo ensayismo, no es un proceso mexicano, sino lati­noamericano. Está ligado a la reflexión cultural e incluye -ade­más de antropólogos- a sociólogos y estudiosos de la comuni­cación y los medios, en prácticamente todo lo largo de AméricaLatina. Ha tenido como sedes lo mismo organizaciones no gu­be~a~e~tales, de escala nacional o en todo el continente, quea mstrtuciones académicas (como FLACSO y CLACSO) y unbuen núrnero de universidades.

La agenda de este neo-ensayismo actualiza las viejas pre­guntas en nuevos contextos y con nuevos problemas y proponelo que podríamos considerar un nuevo paradigma de los estu­dios culturales en América Latina.? el encuentro de la diversi­dad cultural, la multiculturalidad, la globalización y mundiali­zación de las relaciones sociales con relación a los procesos deproducción de sentido; el papel cultural que juegan los mediostradicionales y el de las nuevas tecnologías informáticas y decomunicación; la reflexión acerca de la nueva naturaleza de losbienes simbólicos industriales; los procesos de construcción de

8'. Desde el siglo XIX los ensayistas latinoamericanos han desempeñarlo un pape]muy importante en la constitución de grupos intelectuales y en la reflexión social. Loscafés, .las tertulias literarias, las crónicas y críticas en periódicos y revistas han sidosus trincheras para participar en el debate público. El ensayo, por cierto. ha sido ungénero nuevamente actualizado por la producción académica (d. García Canclini1991 ~ prácti~amente toda la obra de Monsiváis y Bartra), Sobre la importancia de lo~ensayistas Y filósofos de la cultura y su recuperación heurística véanse Nivón 1998 yReygadas, 1998. '

9. Empresa intelectual que nos recuerda la originalidad y éxito que tuvo -durantelos sesenta y parte de los setenta- otra temía de Oligen latinoamericann- la de ladependencia. Su existencia confirma la vitalidad de lo que Krotz (1993) denominaantropologfas del sur.

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nuevos espacios para la modernidad y la reapropiación de otrospor parte de la tradición; el surgimiento de fonnas nuevas deciudadanía cultural y las culturas ciudadanas existentes en loscontextos multiculturales; entre otros temas.

Representantes muy importantes de esta vertiente son: JoséJoaquín Brunner (1992) en Argentina, Roberto Da Malta (1980y 1987) Y Renato Ortiz (1996) en Brasil, Jesús Marin Barbero(1980, 1983, 1987 Y1989) en Colombia, Norbert Lechner (1982,1983 Y 1990) en Chile, Gilberto Giménez (1987), Roger Bartra(1987 y 1992), Carlos Monsiváis (1984, 1987) Y Néstor GarciaCanclini(l981, 1989, 1990, 1991, 1992, 1994, 1998) en México.

Algo característico de esta producción intelectual es que lamayoría de ellas son sustentadas más en enfoques cualitativosque cuantitativos y que todas son resultado, además de la refle­xión personal y creatividad propia, de investigaciones de largoaliento muchas veces concebidas como procesos que permitenla formación de grupos y redes de investigación.

En muchas de estas investigaciones lo urbano ha sido reela­horado como metáfora de la cultura. La ciudad es un laberintopor donde se debe pasear para comprender las complejidades delas sociedades latinoamericanas. La falta de orden con que esposible pasear por ella nos lleva a un análisis de la cultura siem­pre complejo y contradictorio. Por ello, no es extraño encontrarincongruencias en diferentes textos de un mismo autor y posicio­nes divergentes entre ellos, precisamente porque la interpretacióndel sentido, desde tan variados puntos de vista, es necesariamentemúltiple y diversa. Lo micro ejemplifica y contiene lo macro. Paraexplicamos lo específico de las sociedades latinoamericanas sehan intentado ejercicios particulares sobre la sociedad brasileña,chilena y mexicana: Da Malta (1987) nos conduce por la casa, porsu sala, el comedor y las habitaciones, que se encuentran en opo­sición-complementariedad a la calle; por su parte, Leclmer (1990)se interesa por los patios interiores de la democracia y García Can­clíni (1989) por las calles, por las entradas y salidas y encrucijadasde la ciudad. La ciudad para todos es el espacio privilegiado de lamodernidad y de sus procesos contradictorios de nuestras socie­dades donde conviven lo tradicional y lo moderno, el centro y laperiferia, el sistema social y la persona, las clases sociales y losciudadanos; la ciudad es también metáfora de la cultura, de susposibilidades infinitas de conocerla.

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250

ÍNDICE

Prólogo. Un libro para repensar nuestras ciudades,por Néstor García Canclini

Agradecimientos

PRIMERAPARTEPROBLEMAS

Capítulo primero. Un recorrido de búsquedae investigación . . . . . . . . . . .

Capítulo segundo. Ciudad y diversidad . . . .Capítulo tercero. Ciudad y conflictoCapítulo cuarto. Ciudad: espacios concretos y espacios

abstractos .. . . . . . . . . . . . . . . . . . ...

SEGUNDA PARTEA LA BÚSQUEDA DE UN PARADIGMA

Capítulo quinto. La antropología urbana: recorridosteóricos .

Capítulo sexto. Estudiar un problema a escala nacional:la casa en Italia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

IX

51637

53

67

89

251

Page 134: Signorelli, Amalia - Antropologia Urbana

TERCERAPARTEA LA BÚSQUEDA DE UN OBJETO: ESTUDIO DE CASOS

Capítulo séptimo. Pietralata: las luchas por la vivienda.Capítulo octavo. Pozzuoli, la ciudad bella. . . . .Capítulo noveno. Historias de trabajo en NápolesCapítulo décimo. La afición y la ciudad virtualCapítulo onceavo. La ciudad multiétnica . . . ..

A manera de epílogo. Cultura y antropología urbanasen América Latina: la experiencia mexicana,por Raúl Nielo Calleja

Bíbliografía . . . . . . .

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217

239