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SECCIÓN BIBLIOGRÁFICA RECENSIONES )UAN FERRANDO BADÍA : La democracia en transformación. Editorial Tecnos, Madrid, 1973; 228 págs. Nos encontramos ante un nuevo trabajo de ese incansable investigador que es el profesor Ferrando Badía; se trata más bien de un ensayo socio-político con carácter de divulgación científicO'ideológica que de una investigación, io que, sin embargo, no resta un ápice a su habitual rigor. Ei objetivo del libro es, fundamentalmente, analizar el sistema democrá- tico-liberal desde un ángulo dinámico, viendo su evolución y la transforma- ción de la democracia política en democracia social y económica; en defi' nitiva, él sistema democrático-liberal en transformación. «La raíz fundamental de la crisis y transformación de la democracia libe' ral radica en que se basa en la unidad de dos términos que —según expone en el prólogo el profesor Ferrando— si durante cierto tiempo se han armoni' zado, sin embargo, representan en sí mismos algo antagónico y de difícil con- vivencia cuando los principios que los informan obtienen el adecuado des- pliegue. Tales términos son: democracia y liberalismo». «El liberalismo —con- tinúa el poiitólogo doctor Ferrando— apunta a frenar, controlar al Estado^ dando origen a las libertades-resistencia frente al ejecutivo monárquico. La democracia implica por esencia participación en el proceso decisorio político llevado a cabo por los gobernantes». La obra se halla dividida en tres partes diferenciadas: En la primera, se estudia la transformación a lo largo de la historia del sistema democrático-liberal. El autor, tras poner de relieve que, durante el siglo XX, han estado vigen- tes en Europa tres categorías de sistemas políticos: el democrático-liberal, el marxista y el autoritario, habiendo cristalizado cada uno de ellos en una plu- ralidad de regímenes políticos, y marcar algunas diferencias entre los tres tipos de sistemas, pa.sa a analizar la evolución que ha comportado, tras varias 233

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SECCIÓN BIBLIOGRÁFICA

RECENSIONES

)UAN FERRANDO BADÍA : La democracia en transformación. Editorial Tecnos,Madrid, 1973; 228 págs.

Nos encontramos ante un nuevo trabajo de ese incansable investigador quees el profesor Ferrando Badía; se trata más bien de un ensayo socio-políticocon carácter de divulgación científicO'ideológica que de una investigación, ioque, sin embargo, no resta un ápice a su habitual rigor.

Ei objetivo del libro es, fundamentalmente, analizar el sistema democrá-tico-liberal desde un ángulo dinámico, viendo su evolución y la transforma-ción de la democracia política en democracia social y económica; en defi'nitiva, él sistema democrático-liberal en transformación.

«La raíz fundamental de la crisis y transformación de la democracia libe'ral radica en que se basa en la unidad de dos términos que —según exponeen el prólogo el profesor Ferrando— si durante cierto tiempo se han armoni'zado, sin embargo, representan en sí mismos algo antagónico y de difícil con-vivencia cuando los principios que los informan obtienen el adecuado des-pliegue. Tales términos son: democracia y liberalismo». «El liberalismo —con-tinúa el poiitólogo doctor Ferrando— apunta a frenar, controlar al Estado^dando origen a las libertades-resistencia frente al ejecutivo monárquico. Lademocracia implica por esencia participación en el proceso decisorio políticollevado a cabo por los gobernantes».

La obra se halla dividida en tres partes diferenciadas:— En la primera, se estudia la transformación a lo largo de la historia del

sistema democrático-liberal.El autor, tras poner de relieve que, durante el siglo XX, han estado vigen-

tes en Europa tres categorías de sistemas políticos: el democrático-liberal, elmarxista y el autoritario, habiendo cristalizado cada uno de ellos en una plu-ralidad de regímenes políticos, y marcar algunas diferencias entre los trestipos de sistemas, pa.sa a analizar la evolución que ha comportado, tras varias

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•etapas intermedias, el paso desde el mero liberalismo a la democracia socialy económica.

Para el hasta hace poco catedrático de Derecho político de la Universi-dad de Salamanca, y en la actualidad catedrático de esta asignatura en la Uní-versidad de Valladclid, la crisis que sufren las libertades públicas desde fines

-del siglo XIX ha desembocado, de una parte, en las concepciones anti-indivi-dualistas de ias libertades, y de otra, en una transformación de la concepciónliberal de las libertades públicas, en el seno de la democracia clásica. «La re-forma y crisis de la democracia liberal comporta la integración de un vasto

'Contenido social, que, ha transformado el Estado liberal de Derecho en Esta--do social de Derecho. Paralelamente, y en lo político, al formalismo clásicoha venido a sumarse una mayor consistencia en la realidad política no codi-ficada, en aquella que sale del mero marco constitucional».

La democracia liberal es un hecho, según el profesor Ferrando, relativa-mente reciente en la historia política de Occidente. Tanto la Revolución in-glesa de 1688 como la francesa de 1789, crearon más bien un sistema liberalque un sistema democrático. Si se tiene en cuenta que el sufragio universal

:se implantó en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX, tan sólodesde entonces se podrá hablar de regímenes propiamente democráticos. «Todo•el sistema democrático-liberal se encamina a garantizar las libertades de los•ciudadanos mediante el juego de las diversas instituciones políticas —sufragiouniversal, equilibrio de las funciones del Poder, pluralismo de partidos, auto-gobierno y supremacía de la ley— que, contrapesándose entre sí,: evitan la-concentración del Poder en una sola institución y sobre todo en una sola per-sona o en una oligarquía cerrada».

Ahora bien, la democracia del capitalismo liberal, corroída por las circuns-tancias de nuestro tiempo, tuvo que reformarse a fondo para adaptarse a lasexigencias sociales de la clase proletaria y a la estabilidad política necesariaa la sociedad moderna. Y es en el marco de esta democracia en transfor-mación, en donde los ciudadanos, con el ejercicio de sus derechos políticos, vana tratar de lograr que el Estado promueva una serie de reformas de las es-tructuras sociales y políticas para la consecución de • lo que Ferrando Badíallama «democracia social». «Pero la evolución del mundo occidental no se haparado en su tendencia a transformar la democracia política o liberal en so-cial, sino que está dando un paso más adelante: tiende a convertirse también•en "democracia económica"». Según el autor de la obra que comentamos:•cTan sólo se puede hablar de democracia económica cuando en el sector eco-nómico los trabajadores adoptan activamente las decisiones que les afectan,•cuando la dirección de la economía pasa a sus manos», lo que quizás, pensa-'.mos, sea una afirmación excesiva.

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Afirma más adelante el profesor Ferrando que: «La participación es elnúcleo mismo de la democracia. La democracia implica un concepto activo del•ciudadano, frente al concepto de subdito, base de las monarquías absolutasy de los regímenes no democráticos». Ello viene corroborado por dos causasfundamentales que justifican la superación de la democracia individualista oformal:- 1.a La necesidad de que las nuevas estructuras económicas y socia-les tengan carta de naturaleza política; y 2.a La conveniencia de que el eje-•cutivo se convierta de puro custodio de la libertad en factor-motor o impulsor.

De esta manera, el autor de la obra concibe la democracia- hacia la que ca-minamos como una democracia pluralista y de participación o gobernante.Como conclusión, entrevé una fórmula esperanzadora de una- nueva- organi-zación política, la «democracia pluralista'», que, partiendo de un humanismointegral, referido a situaciones concretas,' pretende establecer una' nueva demo-cracia económica, social y política, ahora tan sólo en fase muy embrionaria.

Antes de cerrar este capítulo, el autor se plantea lo que considera comoun nuevo problema de la democracia gobernante: el Estado tecnocrático. Porló que atañe a la «clase tecnocrática», Ferrando Badía sostiene que «los ex-pertos, los técnicos, los funcionarios... en cuanto tales, no pueden ser los ti-tulares del poder político. La democracia no debe estar subsumida ni en latecnocracia ni en la burocracia». Y en cuanto al método de. gobierno «tecnó-crata», «deberá complementar al democrático, pero no suplantarlo, por la sim-ple razón de que estamos en presencia de los hombres y no de las cosas. Segobierna a hombres y no a autómatas».

— La segunda parte del libro hace referencia a los factores de la vida po-lítica democrática. Se presta aquí una especial atención al funcionamiento del•sistema político democrático-liberal y a las fuerzas políticas que lo mueven.

«Los elementos de la vida política serán, por una parte; el Poder políticoy sus estructuras y, de otra, el marco institucional que envuelve y encuadraá todos sus ciudadanos, facilitándoles su participación en el proceso político-decisorio». Por otra parte, la participación política es imprescindible pues «to-•do régimen, si quiere sobrevivir, ha de fomentar de una manera u otra elconsensos de los ciudadanos y lograr la participación de los gobernados, yaque iodo régimen que pretenda perpetuar sus estructuras e instituciones polí-ticas ha de intentar que los ciudadanos acomoden su comportamiento al es-píritu de las instituciones vertebradas en las estructuras del mismo».

En cuanto a las fuerzas políticas (que el autor identifica con los partidospolíticos) no deben ser consideradas como factores extrínsecos a la dinámicapolítica: «Tanto los partidos políticos como los grupos de presión ( = fuerzaspara-políticas) se insertan en la estructura gubernamental, fijándole una orien-tación política y, por tanto, señalando cómo se ha de ejercer y concretar, en

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decisiones políticas, el Poder político». En definitiva, el Estado liberal que seopuso, en un principio, abiertamente a cualquier tipo de agrupación social ypolítica, adoptó más tarde una actitud de tolerancia, y acabó reconociendolegalmente su existencia.

— La tercera y última parte de la obra contempla lo que su autor llama«una teoría de la oposición en el sistema democrático-liberal». La oposición,,indica Ferrando Badía siguiendo a Sartori, no es más que la concreción de lafunción de control político. «La concepción democrática de la oposición seasentará en el binomio Estado-sociedad. Desde ésta se controlará al Estado».Por otra parte, «hablar de oposición legalizada implica que, en el seno de unrégimen, se regule directa o indirectamente, su posibilidad jurídica, la cual seda claramente en los países en que existe un sistema de partidos reconocido,bien por la Constitución o por las leyes electorales o por los reglamentos par-laméntanos».

Un régimen en proceso de democratización conseguiría su objetivo, segur*el profesor Ferrando, legalizando la oposición: en efecto, «todo régimen quedesee pervivir ha de prestar atención a todos aquellos sectores reales que re-presentan intereses legítimos y opiniones discrepantes, pues, en caso contra-rio, se condenaría a su propia extinción. La institucionalización de la opiniónabriría un cauce de integración en el régimen a todas aquellas fuerzas reales,.tanto sociales como políticas, estableciendo así las bases que harían posible sucontinuación».

Se plantea a continuación el autor la solución más aconsejable ante el bi'nomio: bipartidismo-multipartidismo, llegando a la conclusión de que si elprimero no es aconsejable en un país con fuertes desniveles económicos y so-ciales —que se traducirían en partidos radicalmente antagónicos—, tampocolo es el muitipartidismo extremo, que conduce al desprestigio parlamentarioy al debilitamiento gubernamental. De ahí que se esté planteando en algunosregímenes la necesidad de introducir una regulación jurídico-constitucional delos partidos mediante la que se establezcan los requisitos para su constitucióny funcionamiento, y se encauce el cumplimiento de la triple función que lescorresponden como asociaciones privadas, grupos electorales e instrumentos decontroi' de la gestión de los gobernantes.

Finaliza su obra el profesor Ferrando con un breve análisis del «caso deEspaña». Creemos es de resaltar del mismo su posición en pro de la creaciónde un status legal e igual para todos los grupos que compartan el ordena-miento constitucional, mediante el reconocimiento de un ascciacionismo demo-crático y representativo. De este modo, según Ferrando Badía, se podrán en-centrar los cauces o procedimientos para que algunas de las diversas corrien-tes de opinión existentes en el país —y aquí, de modo particular, creemos con»

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veniente dejar bien sentado una vez más, que es requisito imprescindible,al menos para nosotros, el que esas corrientes compartan y acepten «íntegra-mente» el ordenamiento constitucional español plasmado en las Leyes Funda-mentales— puedan ejercer una crítica a la acción de gobierno y formular,públicamente, programas de' gobierno.

En definitiva, ia obra que acabamos de comentar merece la pena de serleída, no sólo para cualquier estudioso de la Ciencia Política,' sino para cual-quier persona mínimamente interesada por los problemas de su tiempo.

FRANCISCO FERNÁNDEZ-SEGADO

HANS J. MoRGENTHAU: The Decline of Democratic Politics. The Umversityo£ Chicago Pres. Chicago, 1962. Third Impression, 1969; 432 págs.

Los ensayos que comprende esté libro' han sido escritos por su autor du-rante un período de 25 años y aparecieron primeramente en distintas publi-caciones, como la Journal of International Law, American Politicid ScienceReview, Harvard Law Review, Review of Politics y otras importantes publi-caciones. El propósito de Morgenthau ha sido encararse con los problemas po-líticos fundamentales, siguiendo una constante preocupación filosófica e in-telectual.

Morgenthau ha agrupado su trabajo en cinco partes, comprendiendo enprimer lugar una reseña sobre el dilema moral de la acción política ante lasdistintas contingencias, siguiendo con un breve estudio sobre el desarrollo dela ciencia política hasta el presente y su compromiso con la sociedad.

Después considera la necesidad de una teoría política internacional, refe-rente a las relaciones interestatales, por la necesidad de regular las mismasy por el hecho de que los Estados forman parte de una sociedad mayor, lainternacional, compuesta por la pluralidad de aquéllos.

Realiza un estimable intento para reflejar cómo las nuevas tendenciasimperantes, a partir de Rousseau y Marx en política, Nietsche en filosofía,Kierkegaard en religión y Freud en psicología, han dejado a la política tra-dicional vacía de contenido y de convicciones.

Las dos últimas partes de la obra se destinan a' una investigación sobrelos hechos que han determinado la decadencia de la democracia como teoríapolítica, cuyos contenidos han ocupado en el pasado y en el presente las for-mas de gobierno de una buena parte de Estados.

Consideremos ahora los aspectos más destacados del libro que nos ocupa,sin perder de vista que la coherencia del mismo, viene dada por la unidad

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de autor, con las limitaciones propias de la gran pluralidad de temas y de la:distancia cronológica de aparición, entre los distintos componentes de esta obra-

rara Morgenthau, el derrumbe del sistema democrático americano, con.el tradicional bicameralismo que caracteriza el orden constitucional de los Es 'tados Unidos de América desde su independencia, ha provocado una seriede hipótesis para la explicación del fenómeno, pero quizá los dilemas que seles han planteado han contribuido sobremanera al estudio de las ideas po-líticas.

Señala que (da historia de la política es un diálogo entre las enseñanzas-de la tradición y las exigencias del mundo contemporáneo» y que «cada épo-ca de la historial tiene que liberarse de la tradición política por medio de aque-Has verdades que posee por la experiencia». «Esta debe liberarse a sí mismade su propia tradición sin caer víctima del nuevo dogma o quedar en ellaberinto de no tener en cuenta la experiencia». Analizando estas hipótesispodemos deducir:

Primero: que la tradición política está basada en una experiencia ante-rior; por tanto, no puede aplicarse en política actual.

Segundo: la experiencia debe liberarse de dos tendencias. Primeramen'te, de la política tradicional, para poder realizarse a sí misma, y posteriormen'te, de la tendencia al conservadurismo, que lleva a convertirla en tradición.

Tercero: cualquier sistema político puede o no poseer la verdad, la cualsólo podrá manifestarse a través de la experiencia. Es decir, a priori no sepuede hacer un juicio válido sobre una idea política.

Ahora bien, una vez analizadas las cuestiones precedentes, nos encontra-mos en una encrucijada: «de la tradición, ¿qué es ciertamente perecedero yqué es el resultado del interés particular de las circunstancias?», se pregunta elautor. Si tenemos en cuenta que los accidentes históricos ejercen una fun-ción importante en la experiencia del mundo contemporáneo, considerare-mos pues que «las verdades eternas de los políticos» estudiadas a lo largo deaños de tradición, representan un choque con la realidad y que el intento pormantener los antiguos dogmas producen un choque dentro del sistema polí-tico establecido. En frase de Morgenthau, se trataría de «ocultar al mundocon el desusado dogma o cambiar el juicio de los tiempos por las innovacio-nes del tiempo».

Las características y hechos históricos propios de un período de la histo-ria, limitan ía acción del pensamiento político, que debe resolver las cuestio-nes planteadas en el momento. Ahora bien, el pensamiento político sobre elparticular, conduce a una futura constituyente de la tradición intelectual, que,como estima el autor, «es destinada a ser superpuesta otra vez».

Estos problemas que el pensamiento político es incapaz de resolver en ia

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actualidad, provienen de uno inicial y que ya Platón significó como «¿quéres verdad y qué es opinión?», pues indudablemente surge la controversiaante el nacimiento de un sistema político, sobre si este sistema posee o ño-la verdad, pero como hemos visto anteriormente, la verdad sólo se halla en.la experiencia. Así, el intento de las nuevas opiniones políticas por conver-tirse en una realidad del mundo contemporáneo, ha conducido a un dogma--tismo metodológico, cuyas pruebas nos protegen de una controversia poli- •tica, «al intentar reflejar una opinión particular como verdad absoluta a la .que hay que ajustarse, transformándose la teoría en ideología».

Morgenthau señala tres grandes revoluciones internacionales, que han cam--biado las cuestiones sobre la desusada tradición.

La primera revolución ha sido la revolución política, que ha transformado-el pluralístico sistema estatal, reemplazándolo por un mundo bipolar. Otra r e -volución ha sido la de carácter tecnológico, que ha creado los instrumentos-técnicos necesarios para la destrucción o para la unificación total del mundo.Finalmente, la revolución moral ha dividido al mundo en dos campos hosti--les, «divididos no sólo por intereses económicos, sino también por dos filoso--fías políticas y dos sistemas de vida distintos».

Ante una internacionalización de ios problemas y también porque estos--mismos problemas han impedido la acción y oscurecido el pensamiento poií- -tico, Morgenthau enumera cinco conceptos, que trata de analizar en su con- •tenido, «separación de poderes», «nacionalismo», «nacismo», «neutralidad», -«neutralismo» y «leyes internacionales)1.

Separación de poderes.—De las complicaciones que surgen al resolver lascuestiones que plantea la experiencia, las mismas aumentan al existir una-,organización burocrática jerarquizada, que provoca un retraso en el tiempode aplicación de las soluciones encontradas a los problemas políticos.

Nacionalismo.—Para escapar de la sociedad feudal, que había regido lasociedad durante casi diez siglos, unido al accidente histórico de las guerras dereligión, los monarcas absorbieron el poder del Estado en defensa del pueblo,y del territorio. Es la época de las formulaciones teórico-políticas de Bodino yde Leibniz, concentrando el poder en manos del monarca, «monarquías abso--lutas». Esta monarquía absoluta, aprovechándose de la fuerza adquirida, co- -mienza a tiranizar al pueblo, produciendo una respuesta violenta del mismo,concretada en la Revolución francesa de 1789 y en las posteriores revolucio-nes dirigidas por la burguesía durante el siglo XIX. Por otra parte, el nacio-nalismo fue el causante directo de las guerras que últimamente asolaron al'mundo, aunque es cierto que en la última guerra mundial influyó asimismo >otro factor, el nacismo, del cual trata a continuación.

. Nacismo.—Toda filosofía política es un sistema coherente de pensamien--

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to, justificando antes por una ética y una razón, ciertos programas e institu-ciones políticas. El nacismo, para Morgenthau, no ha desarrollado una teoríafilosófico-política.

Según el autor de la obra que reseñamos, la filosofía nazi es un conglo-merado de fragmentos de ideas inconscientes entre sí, con una gran vaguedadde expresión que permite interpretaciones contradictorias. Su calidad intelec-tual es muy baja y su estilo literario crudo. Sus llamadas se valen más de laemoción que de la razón. Es un sistema esencialmente anti-intelectualista eirracionalista. Las masas son por naturaleza estúpidas, irresolutas, ignorantes,hoscas, movidas por emociones. Esto hace que puedan ser fácilmente dirigi-das por una élite de hombres, que utilizando las ventajas de una propagan-da demagógica, las conduzcan al camino deseado. «El nacismo es más queuna filosofía política, una filosofía religiosa y Mein Kampf es su biblia».

Neutralidad y neutralismo.—«Es una especie de ley internacional que pro-viene del deseo de un Estado por no verse envuelto en una guerra em-prendida entre otros países». «La neutralidad es esencialmente una posi-ción negativa, dependiente de la existencia de las relaciones definidas entredos Estados, que la ley llama guerra». Por tanto, donde no hay guerra nopuede existir legalmente el término neutralidad. Los avances técnicos hanpermitido la creación de armas poderosas capaces de destruir el mundo, perola desigualdad de posesión de estas armas entre los diversos Estados, ha pro-vocado que los poseedores de las mismas, se conviertan, cada uno en su áreaasignada o designada, en policías paar controlar los movimientos políticos quese producen dentro de los países que están en su demarcación.

«The could war» ha sustituido a la desusada guerra directa entre los paí-ses imperialistas, y de esta forma, se puede luchar en otras partes, con diver-sos pretextos y sin enfrentamiento directo.

Derecho internacional.—Las suposiciones básicas del positivismo legal con-sisten en establecer leyes internacionales basadas en leyes dictadas por las po-tencias mundiales, sin tener en cuenta la opinión de otros Gobiernos que,por tener un menor potencial militar y económico, no pueden participar enel concierto internacional, dictando leyes internacionales. Por lo tanto, estasleyes dependen del contexto social, política y económico, de las grandes po-tencias y no estarán fundadas en posiciones completamente objetivas.

The autonomy and the integrity of political action.—La autonomía de laacción política debe ser protegida especialmente de la corrupción interior aella misma. Este conflicto entre integridad y corrupción es algo a planearsesiempre los políticos democráticos. Dilema entre las acciones propiamente es-tadistas y las acciones demagógicas, a veces actuando según la moral —aten-diéndonos a la justicia en nuestros fines y medios. Quizá por eso, muchos actos

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políticos dependen en parte del poder personal de la agencia de poder y desu habilidad en la escena política. Este proceso de corrupción del poder, segúnMorgenthau, está muy avanzado, principalmente en política exterior y poneen peligro la supervivencia del Gobierno democrático.

La acción política está condicionada por tres cuestiones. Una de las ame-nazas a su autonomía puede darse con la sustitución de nuestros propios rolesa otras esferas de acción. Otra amenaza es la corrupción de los mismos, enservicio de fines alienados. Por último, cabe el fracaso amenazador, por elec-ción incorrecta de fines y medios. La primera cuestión es intelectual por na-turaleza, la otra es de orden moral y la última es relativa a la praxis polí-tica. En la primera encontramos una cualidad general de nuestra cultura: latendenecia al escape de los hechos de la vida política. El hombre tiende apensar en hechos no políticos, sino morales, legales, militares o bien en tér-minos económicos. Y todos esos hechos, en su conjunto, envuelven las de-cisiones de los políticos.

EUGENIO J. ULL PONT

MANUEL CANTARERO DEL CASTILLO : Falange y socialismo. Editorial Dope-sa, Barcelona, 1973; 363 págs.

Cantarero del Castillo es autor de un libro importante —el que suscitael presente comentario crítico—, oportuno y profundo. Libro, además, valien-te, original y decisivo para acabar de entender de una vez por todas el pen-samiento de José Antonio. Son tantos y tan cualificados los aspectos socio-políticos concernientes al movimiento falangista que se analizan en este libroque, lógicamente, se impone un criterio selectivo, aquí y ahora, para poderreflejar condensadamente lo que nos parece lo más sustancial de la obra. Obra,reiteramos el concepto, que no tiene límites. No deja de ser curioso que, enefecto, a las cinco o seis líneas de comenzada la lectura nos encontremos conlo que podríamos considerar algo así —y valga la redundancia— la autode-fensa del autor, a saber: la explicación de las razones fundamentales por lasque estas páginas han sido dadas a la luz: «El libro, confiesa Cantarero delCastillo— hace historia de la Falange en la medida mínima en que es in-dispensable para hacer comprensible la evolución ideológica del movimien-to fundado por José Antonio Primo de Rivera. Pero, de manera fundamen-tal, su propósito es de clarificación doctrinal y de estudio ideológico compara-do. En rigor, constituye una réplica, que intenta ser razonada, a cuantos seescandalizaron de mi aludida afirmación sobre la entraña socialista de la Fa-lange. Naturalmente, tengo que precisar a qué socialismo, tan poco conocido

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de los españoles de hoy, filio la mayor parte del contenido ideológico, de lateorización falangista. De ahí que, indirectamente, el libro contenga un aná-lisis del fenómeno socialista universal y que, en alguna medida, se conectetemáticamente con mi anterior obra Tragedia del socialismo español, aparrecida. en 1971»; . . . . . •. • Cantarero del Castillo inmediatamente aborda lo que podríamos conside-rar ya el tema clásico: la necesidad de distinguir .con rigurosa claridad, lo.que es la Falange y lo que es el Movimiento. «A pesar de que Falange y.Movimiento no son, ni fueron nunca, una y la misma, cosa-en el plano ma-terial, en la práctica, en la mente del hombre de la calle,, y con base en lasapariencias externas, siempre.se contempló en. el Movimiento esencialmentea la Falange y no a ninguna otra de • las fuerzas políticas. integradas en elmismo. A pesar de las boinas rojas y de Jas banderas blancas con la cruz deBorgoña del Tradicionalismo, a los hombres uniformados del Movimientoel pueblo siempre los designó como «los falangistas» (o «los falanges», comodecía el vulgo de Andalucía). Únicamente para sectores del propio falangistaconstó, a nivel de calle, que el Movimiento era una cosa y la Falange otra.

Es evidente que sólo la celebración de un congreso ideológico nacional,orgánicamente representativo, que instrumentase un necesario esfuerzo de au-tocrítica ordenadora y adecuadora, cesa que no ocurre desde antes de 1936,podría aclarar, con autoridad suficiente y decisiva, según indicábamos, quées y qué no es la Falange, si existe o no existe, si ha de existir y cómo, enqué dirección, etc. En tanto ese congreso no se celebre, la confusión en laFalange y sobre la Falange será insuperable y el grado de contradictoriedaddel fenómeno falangista crecerá en la. medida en que cada grupo o grupúscu-lo se arrogue el pontificado y trate de imponer como única medida de la «orrtodoxia» la escala de su particular «falangistómetro».

La sinceridad del autor de estas páginas llega al extremo de afirmar, apesar de sus hondas raíces falangistas, lo siguiente: la institución.falangistade. haberse cumplido determinadas condicionantes habría perdido su- razón deser: «José Antonio especialmente, entre los teóricos fundacionales, había con-cebido una sociedad libre, ciertamente sin partidos, .que era necesario alcan-zar o construir llevando a cabo «la revolución nacional-sindicalista». Realizadaésta,, creadas las .condiciones óptimas de organización social y económica parael ejercicio pleno de la libertad,- el provisional ejercicio .autoritario, y revolu-cionario del.Poder por la Falange habría de desaparecer-y quedar histórica-mente justificado por sus resultados. José Antonio admite. incluso la desapa-rición misma de la Falange, por innecesaria; una vez cumplido el objetivo re-volucionario. La sociedad..funcionaría entonces plenamente a través de susniveles . sociales orgánicos • Familia, Municipio, Sindicato, etc. Naturalmente,

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los partidos políticos suprimidos autoritariamente en el período revolucionariono habrían de reaparecer en la sociedad justa y libre construida por la revo-lución, pero no porque estuviesen prohibidoSt cosa que constituiría una gravelesión de la libertad de asociación y de pensamiento, inimaginable en esa so-ciedad libre propuesta, sino, bien al contrario, porque dada la perfección so-cial, resultarían espontáneamente innecesarios».

Otra singular afirmación de Cantarero del Castillo roza, igualmente, el eter-no tópico, a saber: a la Falange le faltaron hombres: «La Falange ha sidoideológicamente, y es aún hoy, casi exclusivamente lo que fueron sus dosfundadores más destacados: José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledes-ma Ramos. A excepción de Onésimo Redondo, Ernesto Giménez Caballero,Alfonso García Valdecasas, y algunos otros, hasta completar rio mucho másde una docena, que tenían algunas ideas propias, muy contradictorias entresí, el resto fue desde el principio y hubo de ser siempre, emotividad polari-zada, mero seguimiento devoto, al margen de todo criticismo condicionante.El final precoz y trágico de los dirigentes máximos, y de algunos otros de!a segunda fila, y su mitificación subsiguiente, hubo de contribuir, de mane-ra decisiva a ese tipo de afección de base esencialmente emotiva y acrítica.Ello dio lugar a lo que hemos llamado «escriturismo» falangista o sacraliza-ción, a la manera bíblica, de los textos de los fundadores; textos por lo de-más improvisados en la apremiante demanda de una coyuntura política deemergencia en la que se hubo de operar evidentemente por reacción».

En otro lugar del libro efectúa el autor ciertas consideraciones que, anuestra forma de ver, revisten una importancia fundamental por dos motivos:por haber sido silenciado este hecho y, en segundo lugar, por ser una de lasverdades más profundas de nuestra última historia social y política: que gra-cias a nuestros más destacados intelectuales —pongamos al frente de los mis-mos a Ortega y Gasset (consúltese, además, su ensayo sobre el fascismo in-serto en las páginas de El espectador)— el fascismo no llegó a prender en iaideología falangista. A veces, inevitablemente, se producen en el curso de laHistoria trágicas coincidencias —nazismo, fascismo y falangismo-^: «Al finalde los años veinte la Universidad española se podía resumir en dos palabras:Ortega y Unamuno. Ortega y Unamuno, que tanto contribuyeron a derribarla dictadura, eran cada uno a su estilo, radicalmente antifascistas. Ortega nodejaría nunca de ser liberal. Unamuno era todo lo anarquista que puede serun vasco enamorado de Castilla y conocedor frontal del helenismo. Ortegay Unamuno conectan a la juventud universitaria española con Europa y conel 98; pero su oposición a la dictadura frenaba cualquier posible veleidad fas-cista en su magisterio. En el fondo los dos pensadores estaban más próximos

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i la democracia que al fascismo, aunque sus discípulos, y a veces sus propiosmaestros, pareciesen a menudo no darse cuenta de esta realidad...».

En función de lo reseñado, la realidad, en nuestra opinión, es que la Fa-lange no llegó a ser integral y definitivamente fascista, precisamente gracias?. la influencia decisiva de Ortega y Unamuno, y del 98 en general y que,merced a ello, también en la España de después de 1939 pudo resurgir unpensamiento neo-liberal y neo-progresivo en el país que, en sus orígenes, esabsoluta e incluso abnegadamente falangista. Esta es Ja verdad. José CarlosMainer, autor rigurosamente crítico y en nada apologista, en su reciente libroFalange y literatura escribe, en favor de nuestra tesis: «Es en el falangismoque no hará sino llevar a sus últimas consecuencias los postulados del ge-neracionismo...». «Una extensa y protectora capa de cursilería pacata —agre-ga, páginas más adelante— se extendió por todo el país; muy pronto, losintelectuales falangistas reaccionaron a la victoria pírrica de sus ideales, a lainevitable decepción de los resultados, con una doble actitud: la nostalgiay el escapismo, por un lado; la meditación crítica y la reconciliación, por elotro...... «Falange ("La Falange" genuina, dentro de la Falange, desde en-tonces a hoy) se mantuvo al margen de los sórdidos intereses de la revan-cha burguesa. En una sociedad pragmática y despreocupada como la que seavecinaba, posiblemente su error estuvo en la distancia abismal que mediabaentre la fantasía creadora de sus poetas y sus novelistas y las dimensionesreales de un mundo cerril e interesado. No obstante, correspondió a Falangela reapertura de la vida intelectual madrileña con posterioridad a 1939...».Ya apuntamos, por otra parte, la forma tenaz en que los intelectuales falan-gistas y los grupos juveniles de ese mismo signo, impusieron aguas arriba delas prohibiciones oficiales, a los pensadores, escritores, artistas y poetas de iz-quierdas o, si se quiere, «del otro lado». El orteguismo esencial subyacenteen ia Falange, y el unamunismo, producían sus efectos, en un ambiente deenconada y dolida postguerra y de reacción y reducción implacable contracuantos, aun de muy lejos, pudiesen parecer tener alguna mínima relacióncon el liberalismo, socialismo, republicanismo, kantismo, neo-kantismo, hege-lianismo, e tc . .

En otro lugar de la obra, circunstancia realmente inevitable, Cantarerodel Castillo examina lo que, tímidamente, podemos considerar el paralelismoideológico entre Ortega y José Antonio: «Ortega y José Antonio, cada cuala su manera, pretendían la elevación cultural del pueblo español, no su alie-nada permanencia en la miseria y la incultura. Sería injusto y erróneo pensarque uno y otro propugnaban el cerrado despotismo de una aristocracia delpensamiento al servicio de la oligarquía de los intereses. Por la vía del es-fuerzo inicial de la «minoría selecta», a ambos les movilizaba la idea de una

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cultunzación de la democracia allegada, necesariamente, por la vía de unademocratización de la cultura. Por otra parte, ese sentimiento de rechazo riode lo popular, sino de lo populachero y zafio, debió ser, con seguridad, unaconsecuencia del hecho de que, en los reiterados intentos frustrados de sub-versión del proletariado español registrados en su tiempo, no se advirtiese casinunca, regulando ideológicamente el intento revolucionario, el poder ordena-dor de una minoría consciente. Fue siempre irracionalismo ciego, justificadocon frecuencia en sus graves motivaciones, pero injustificado por una caren-cia de objetivos admisibles, de fines reordenadores, racionalmente previstos yperseguidos. Cuando, refiriéndose a la revolución, el fundador de la Falangehabla de ella como tarea de una «minoría resuelta inasequible al desaliento»,en la ocasión que citábamos, lo hace reprochando a la República que no hu-biese ordenado, revolucionariamente, a las masas. «Quizá los directores espi-rituales del 31 no halagaran (a la masa); pero no tuvieron ánimo para resis-tirla y disciplinarla. Con gesto desdeñoso se replegaron otra vez en sí mismosy dejaron el campo libre a la zafiedad de los demagogos y a la audacia delos cabecillas. Así se malogró, como tantas veces, una ocasión de España».Una ocasión revolucionaria de España, añadiríamos nosotros, completando lacita de José Antonio en el mismo sentido en que él hablaba, puesto que es-taba lamentando la frustración del 14 de abril, fecha que quiso ser y debióser, según él mismo, verdadera y definitivamente revolucionaria. Tengamosen cuenta que tanto José Antonio como el propio Ortega, se hallaban a lasazón muy impresionados por el desordenado desbordamiento revolucionariode las masas como hemos indicado. Pero el segundo, además, muy sensibili-zado a las primicias del fenómeno, por él tan previsto y predicho, de la abso-luta trivialización de la cultura bajo los efectos de la masificación que hoy ai-canza sus más agudos y críticos niveles de generalización. Ni uno ni otrodespreciaban a la masa, en absoluto».

Consecuentemente, a la vista de las tesis defendidas en estas páginas, cabepteguntarse: ¿Cómo debe interpretarse el sentido de la revolución falangis-ta? La Falange, considera Cantarero del Castillo, se presentó, desde el primermomento, como un movimiento que se decía revolucionario. Tanto lasJ. O. N. S. de Ramiro Ledesma como la F. E. de José Antonio y luego iaentidad que resultó de la fusión de ambas —F. E. de las J. O. N. S.— hacíansu propuesta política en términos de «revolución». Incluso F. E. T. y de las). O. N. S., ei movimiento creado por Franco con la Unificación, siguió pre-sentándose también como un «movimiento revolucionario». ¿Era el revolu-cionarismo de la Falange un pseudorrevolucionarismo de índole fascista? ¿Erarevolucionarismo o reformismo lo que había en el contenido de sus propues-tas económicas y sociales? De ser revolucionaria o reformista la Falange ¿lo

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era en una vía democrática o en una vía dictatorial? He aquí la cuestión que,aclarados ya los conceptos de revolucionárismo y reformismo, hemos de tra-tar de investigar. Para Cantarero del Castillo, tesis que aprobamos e igualmen-te defendemos, resulta evidente, y consecuentemente, no es preciso profundi-zar más a fondo en esta cuestión, que cabe establecer muy notorias diferencias-entre el revolucionárismo fascista y el revolucionárismo falangista. Es obvio,,pues, que la Falange participaba del revolucionárismo reformista del socialis-mo democrático, pero recurriendo a los medios insurreccionales del socialis-,mo autoritario. O )o que es lo mismo, quiso crear por medios revolucióna-nos las condiciones para que fuera posible el desarrollo de la reforma socialconstante del socialismo democrático, habida cuenta de la identidad objetivaque se registra entre las formulaciones socio-económicas suyas y las de dichosocialismo. Por otra parte, no hay que olvidar, según señalamos, que el re-'volucionarismo falangista fue reactivo ante el revolucionárismo socialista auto-ritario y motivado por el mismo.

¿Es precisó formularnos una pregunta más...?: ¿A qué clase de socialis-mo se dirigía la Falange...? El socialismo al que se refiere, críticamente siem-'pre, el falangismo fundacional, porque en la coyuntura de la España de losaños treinta «no se veía otro» es el socialismo bolchevizado, dictatorial y es-tatista, o marxista-leninista. Pero vamos viendo, sin embargo, cuánto se di-ferencia de ese socialismo «comunista», el socialismo-democrático,- entonces,ocultado bajo la tempestad proletaria desencadena en el mundo por la revo-lución rusa y luego por la onda expansiva de la crisis económica del 29. Esesocialismo democrático, como el falangismo bajo su inspiración, es esencial-mente sindicalista precisamente para tratar de conjurar el peligro de un Esta-do que «absorba al individuo», cuestión que tanto preocupaba a José Anto-nio Primo de Rivera. Todos los teóricos socialistas democráticos se han esfor-zado por ello en hacer bien patente que socialización no quiere decir esta-tificación.

¿Qué es, en rigor, io que el socialismo justamente condena...? El socia-lismo democrático de hoy, al igual que el falangismo, como hemos visto, con-dena toda pretensión de imposición hegemónica de una clase sobre las otras,aunque se trate de la clase proletaria, puesto que condena la «dictadura delproletariado» y también la lucha de clases, pero no en el sentido de no re-conocer el hecho indiscutible de su existencia —cosa que tampoco hace elfalangismo—, sino de tratar de eliminar los supuestos que la determinan y,en todo caso, de llevarla, atenuada por las reformas sociales inmediatas y cons-tantes, a un terreno de diálogo y de transacción progresiva. En rigor, lo queha ocurrido en los países desarrollados es que con la prosperidad económicade la sociedad de masas la lucha de clases, aún subsistiendo, es de un grado

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reducido tal que permite la cooperación y la convivencia pacífica entre las cla>ses dentro de un proceso, más o menos acelerado, de "nivelación económica;La lucha de clases atenuada se presenta hoy en-los países desarrollados como«conflicto social», según la ha denominado Ralf Darendorff en Alemania;como «conflicto social» susceptible de resolución, en su concepción parcialde cada día en el cuadro del orden democrático y a través de unos mecanis-mos idóneos de autocorrección constante del mismo».

Dos son, lo confesamos sinceramente, las conclusiones —de las múltiplesque se exponen en estas páginas— que más poderosamente nos llaman la aten-ción, a saber: por una parte, el hecho de que se afirme que el socialismo noestá a la altura de nuestro tiempo, superado, y, en segundo lugar, que el fu-turo de la Falange, quiérase o no, depende en un elevadísimo tanto por cien-to de la adecuada interpretación que, precisamente, de la expresión «socialis-mo» hagan sus componentes. He aquí, más ampliadas y en palabras del pro-pio Cantarero del Castillo, la esencia' de dichas conclusiones: «Parecería, atenor de lo que hemos dicho, que al socialismo no le queda más remedioque rendirse ante el éxito del neo-capitalismo o que convertirse en su cóm-plice», según le acusan, de la misma idéntica forma, sus detractores de la ex;trema izquierda y de la extrema derecha. Pero ello no es así, en absoluto. Elsocialismo democrático no ha hecho más que constatar una realidad: que nose cumplen determinados básicos vaticinios marxistas; que el sistema de eco-nomía de mercado produce, más de prisa y mejor que el de economía dirigi-da, el desarrollo de la potencialidad productiva de la sociedad; que la claseobrera está dejando rápidamente de ser una fuerza cooperadora de los desig-nios revolucionarios, etc. Norman Thomas, el socialista que ha vivido y es-crito en la sociedad neo-capitalista más desarrollada —la de Estados Unidos—escribía al respecto, hace ya años: «El socialismo que llevará a la sociedada una comunidad de. hombres libres será, en el mejor sentido de la palabra,revolucionario. Pero el profundo- cambio que pretende no se logrará en unapocalipsis cegador. La clase obrera no es el Mesías que alguno de nosotrosesperábamos...».

El problema que se plantea el socialismo democrático en Occidente, luegode someter a autocrítica sus posiciones tradicionales, es el que resulta de com-probar que siendo el neo-capitalismo un sistema económico que, de momen-to, sirve, mejor que cualquier otro, las necesidades vegetativas de la sociedad,sigue siendo en sí mismo, y respecto de los fines exclusivos que le movili-zan —el lucro del hombre a costa del hombre—, profundamente irracional yamoral y que aún recibiendo el trabajador toda la plus valía que genera enel proceso productivo con su trabajo, y, en algunos casos, hasta recibiendo másde esa plus valía, sufre una'alienación espiritual más profunda que la aliena-

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ción económica de que fue víctima en la época del viejo capitalismo de laindigencia obrera y del despotismo. Y es por ahí, por esa vía de la esencialalienación espiritual, por la que el socialismo halla su nueva importante mi-sión al servicio del hombre. Además de llevar las reivindicaciones sociales clá-sicas hasta sus máximas consecuencias en la nueva situación, dentro del áreadel trueque trabajo-bienestar, esta nueva misión del socialismo será la de re-conducir críticamente al neo-capitalismo, valiéndose de las vías democráticasque el mismo propugna y dice aceptar, en una constante dirección de ascen-so racional y moral. O lo que es lo mismo, habrá de tratar de que, poco apoco, al tiempo de ir produciendo el desarrollo económico imprescindible,tenga ese neo-capitaiismo que ir aceptando, bajo una constante presión demo-crática, la ordenación de la producción y del consumo de masas hacia finesconscientes de orden racional y moral, en la vía hacia «la socialización ensituación de madurez» a que vimos se refería Schumpeter. Hasta ahora el so-cialismo se movió sólo en el plano de la que hemos denominado en otraparte «la revolución de la cantidad»; en adelante, y cada vez más, habrá demoverse, o motivarse, en el plano de «la revolución de la calidad», sin redu-cir los íesultados de «la revolución de la cantidad».

Finalmente, subraya el autor —y en esta afirmación se concentra la esen-cia toda de este sugestivo libro—, «el problema del falangista, tanto paraidentificarse válidamente en el mundo actual como para rescatar a la Falan-ge —a la Falange más esencial y genuina, al menos— de un juicio históricoequivoco, erróneo y adverso, reside, en nuestra opinión, en que sea o nocapaz de poner bien de manifiesto las equivalencias esenciales con ese socia-lismo porque, a escala de historia universal del pensamiento político, es almismo al que se reconoce, genéricamente, como agente de la consciencia so-cial-moral de la Humanidad en nuestro tiempo y habrá así de reconocérselecada vez más. De ahí que nos hayamos esforzado tanto en tratar de demos-trar que la Falange, en su núcleo esencial, quiso ser una forma de socialismoreaccionante contra una supuesta desviación del socialismo histórico del caucesocialista genuino, en la ignorancia de que autocríticamente a ese mismo so-cialismo histórico venía tratando de aplicarse la corrección necesaria y se íaha podido aplicar, por fin, en nuestros días.

La importancia de tal identificación entre el falangismo y socialismo de-mocrático hay que tenerla en cuenta en dos sentidos: uno, el aludido de pro-piciación de un juicio histórico objetivo de la Falange; otro, que no se de-biliten, combatiéndose entre sí, en beneficio de las fuerzas antihistóricas, quie-nes, aun constituyendo distintas formaciones, responden a unos mismos no-bles estímulos morales y persiguen unos mismos idénticos objetivos de justi-cia y de razón. Los socialistas sectarios harán mal en no reconocer ni exaltar

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la autenticidad social de los falangista!) de la Falange genuina, de la Falangefrustrada, que en su contenido teórico, como hemos tratado de manifestar,está cargada de formulaciones de la más pura tradición socialista. Los falangis-tas sectarios, a su vez, harán mal también en negarse a reconocer que la his-toría de la causa de la justicia social es sólo, y nada más, en verdad, en Es-paña y en el mundo, la historia misma del socialismo y que quien no entraen esa historia por la puerta grande, quien no quiere entrar en ella, es, concerteza, que no ha servido, en serio, los fines de esa causa...».

JOSÉ MARÍA NIN DE CARDONA

RAFFAELE BELVEDERI (ed.): Miscellanea Cara. Giuseppe Siri. Tilgher. Gé-nova, 1973; 264. págs.

El cardenal Siri, arzobispo de Genova, muy vinculado a la línea dePío XII, algo alejado de las corrientes juaninas y paulinas subsiguientes, en-cuentra en este libro el homenaje de algunos historiadores como complemen-to del testimonio de adhesión rendido por los genoveses con ocasión de lasbodas de plata de su cardenal. La pasión por la historia había llevado a Siria apoyar investigaciones sobre el pasado de las Iglesias genovesas y ligures-Ahora varios investigadores corresponden al incitador y lo hacen tras unaperspectiva que sitúa el prologuista y editor con breves pero decisivas pa-labras.

Justamente son once —incluido el prologuista— quienes reúnen sus con-tribuciones intelectuales cerca del cardenal: unos se refieren a temas patrís-ticos, como Alfonsi, que aporta doctas observaciones sobre el texto de Ignacio-de Antioquía, otros ofrecen aportes historiográficos, tal el propio Belvederi,que sobre sus palabras premiales estudia la lección historiagráfica del cardenalGuido Bentivoglio. L. Ceyssens relata la denuncia de cinco proposiciones jan-senistas ; De Clerc describe la aventura de dos hermanos —los Precipiano—,uno general y el otro arzobispo, muertos en Bruselas en la primera décadadel siglo XViii; Sampers sitúa las vicisitudes de la causa del doctorado deSan Alfonso María de Ligorio; V. L. Tapié se ocupa de la vida y la famade San Juan Nepomuceno. Colaboran tres españoles a la Miscelánea: A. Gar-cía y García y Florencio Marcos Rodríguez, que describen un tratado desco-nocido de Benedicto XIII, e I. Tellechea, que documenta el curioso procesoinquisitorial contra don Carlos de Seso. Y quedan, en fin, dos aportacionesq:ie directamente conviene señalar en esta sede: las de G. Pistarino sobre

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los visires y la de L. Moncallero sobre Lamennais. A éstas, pues, nos referi-rremos ante todo.

El acceso al poder de ios abasidas caracteriza, según es notorio, no sola'mente una mayor preocupación por la ortodoxia, sino una más clara influen-cia oriental. Las consecuencias políticas fueron obvias, pero la innovación más"trascendental es la ligada al visirato, institución que se afirma gradual y per--durablemente hasta lograr sobrevivir a la época. Los autores vienen discu-tiendo sobre el origen árabe o iránico de la institución. Los argumentos de-rivados de la filología apoyan la primera versión: «wazir» es «ayuda», losvvazires o visires son ayudadores, personas de confianza en cuyas manos se•delegan poderes califales. Algunos visires como'Abu Salama, banquero de larevuelta abasí, lograron tal poder que en sus residencias reunían a los con-sejeros califales miembros del «diwan»; otros tuvieron poder semejante sinser decorados con tal título; en ciertos casos, como bajo Harun el Raschid,•el título y el poder lo detenta una misma familia durante diecisiete años; enfin, no faltan ocasiones en que los titulares son simples palaciegos mientras•el poder vicarial se deteriora y dispersa... Las cosas se complican bajo Al Mu-tasin, que introduce la guardia mercenaria turca, germen de rebeliones pre-torianas cuando no de enfrentamiento —y aun de enfrentamiento equilibra-•do— con el visir. Así fue precisamente de cara a tales nuevas fuerzas como•se perfila en su estructura institucional el visirato. Al Mutasin se ve obligadoa buscar frente a lo? pretorianos a un antiguo secretario, experto en finanzasy con cabeza firme. (De esta manera el visirato islámico se constituye demodo análogo a como surgiría el secretario de Estado en Francia. Recuérdese•que Saint-Simón, en su Discurso sobre la Polisinodia llama a los secretariosde Estado visires.) De aquella etapa procede una teorización diárquica de la•suprema administración abasí, vigorizándose justamente ante la fuerza de losmercenarios turcos que pretendieron la supresión del visirato (como Saint-Simon quería la del secretario de Estado). Tras tantas vicisitudes el visirato•cuaja hasta constituirse en centro de poder y elemento esencial en la Admi-nistración musulmana.

Moncallero piensa en Lamennais dentro de la Francia y aun de la Europaliberales, como cristiano sincerísimo en búsqueda de la libertad de la Iglesia,dado que sólo la Iglesia puede ser centro de toda libertad. Frente a los cuer-pos podridos y las almas muertas lanza su programa: catolizar el liberalismopara que éste renazca sin que nadie tiemble. Fracasado en su empeño de•caía al Pontificado que se encuentra vinculado diplomáticamente no sólo conlos intereses del poder de Francia, sino en Austria, y a través de Polonia'también en Rusia. Para Moncallero la condena pontificia del Avenir no tie-ne, sin embargo, el carácter magistral y el alto tono doctrinal de los docu-

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mentos que Pío IX y León XIII consagran al liberalismo. Por ende la reso-nancia de la encíclica Miran vos no produjo muy considerable emoción,dado que los católicos liberales eran escasos y muy pocos también los libe-rales revolucionarios dispuestos a tomar consideración del documento. ParaMoncallero hay que valorar los matices que se advierten en la Libertas, cuan-do esté importante texto permite distinguir las cuestiones de hecho y lasde Derecho, las tesis y las hipótesis, donde se salvan las concesiones a lossentimientos patrios y a las propias conciencias. Ante todo, estudiado Lairi-menais, lo que brilla es su pureza de intención, y en tal contexto debe serrevisto.

Cabría mencionar otra de las aportaciones ofrecidas en este volumen, lade Tapié sobre el patrono de Bohemia. El minucioso análisis dé textos y decircunstancias deja ver que la valoración barroca del legendario suceso delque fue centro Juan de Porñuk, tuvo mucho que ver no sólo con la' religión,sino con la política y —aunque no lo olvide el autor— la profusión de imá-genes que todavía pueblan tantos lugares de Checoslovaquia, Polonia, Aus-tria y Alemania refleja una tan fuerte penetración en la conciencia de lasgentes que tiene parangón con las campañas de educación popular mejor or-questadas.

Terminemos, en fin, señalando las aportaciones de los tres «hispani».Antonio García y García y Florencio Marcos Rodríguez- se ocupan de Pe-

dro de Luna, Papa Benedicto XIII. De su biblioteca procede un códice quepara los comentaristas ofrece vehementes indicios de ser la repetitio escritapor ei Papa sobre un pasaje gracianeo (D. 38, 8). Su valor reside en las refe-rencias a los problemas de su tiempo, que descuellan por encima de ¡as citasbíblicas y patrísticas.

J. I. Tellechea inserta en esta Miscelánea el más extenso de los estudiosincluidos en la misma. Es, sin duda, un excursus derivado de sú vastísimainvestigación sobre el arzobispo Carranza y nos presenta a dos Carlos deSeso como veranes relevante en la introducción del protestantismo. Su pasopor España terminó con la muerte en la hoguera, tras el auto' de fe del 8 deoctubre de 1559, presidido por Felipe II, a quien parece que el condenadoincrepó en tal trance. Las páginas (más de sesenta) que se ocupan de esteproceso son una vigorosa ilustración al cuadro de la vida castellana a media-dos del siglo XVI y a sus relaciones con el mundo italiano, a su vez influidopor figuras hispánicas tan relevantes como Juan de Valdés.

En conjunto, con la variedad de temas y las distintas zonas de su proyec-ción, un volumen que puede interesar a los estudiosos del pensamiento y dela política.

JUAN BENEYTO

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FRANCISCO MORENO Y DE HERRERA (Conde de los Andes): Ensayoseos. Organización Sala Editorial, Madrid, 1972; 199 págs.

He aquí, ante nosotros, una selección —una deliciosa selección— de laspáginas que con toda nobleza y sinceridad, a través de los años, ha venidaescribiendo —pausada y objetivamente— uno de nuestros políticos más sig-nificativos : el conde de los Andes. Pocas veces, como el futuro lector de estelibro podrá perfectamente comprobar, se ha intentado desvelar la esencia deJa vocación política. La entrega a la defensa de un determinado ideal políti-co admite la semejanza con la vocación sacerdotal. La política entraña unaaltísima función: el gobierno de los hombres. Para conseguir esto, es decir,para que la armonía impere en las estructuras del arte de gobernar es precisoque ios hombres entregados a ese quehacer estén plenamente convencidosde la tarea que emprenden. No le falta, pues, la razón al autor cuando, entreotras muchas cosas, considera que la política es un deber.

No hay, por otra parte, que lamentarse de que la función de gobernaresté, en no pocos sectores, total y absolutamente desprestigiada. El conde delos Andes oportunamente nos recuerda que, ciertamente, este desprecio por lapolítica y por los políticos débese principalmente a que la altísima funciónde gobernar, que con razón José Antonio llamó casi divina, ha sido muchasveces desempeñada por advenedizos a quienes los avatares de la fortuna hancolocado en eí regimiento de los pueblos sin una preparación suficiente, ysin conocer cuáles sean las leyes fundamentales que deben regir la sociedad.Conviene no olvidar que, quiérase ó no, la política es, en definitiva, el artey la ciencia de manejar hombres y de medir y pesar valores humanos. Poreso a veces, una larga y copiosa experiencia humana suple una preparaciónen las disciplinas de Derecho público e Historia, que son los estudios que,con la Filosofía, más convienen a la formación de un político.

De todas formas, subraya el autor con cierto énfasis esta tesis, la cienciade gobernar es la aplicación, de algunos principios tan ciertos como la quími-ca. Si les hombres fuesen menos pródigos en dejarse llevar por las noveleríasy los falsos trampantojos de los doctrinarios y se tomasen la molestia de com-probar la uniformidad de los resultados producidos por la combinación delas mismas causas, advertirían que hay constantes históricas en el gobierno délos pueblos. Existe, nos indica el conde de los Andes, una verdad políticacuyo olvido o desconocimiento es el culpable de que la historia del mundohaya sido casi siempre una rotación constante de despotismo y libertinaje, o«de cesarismo y barbarie», como dijo Cánovas. Una ley física inexorable im-pide la prolongación de un estado anárquico del que se sale mediante una

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dictadura absolutista, que si no sabe construir un orden social con institucio-nes permanentes, tendrá como consecuencia que el ciclo pendular se repitaindefinidamente.

Es obvio, piénsese lo que se quiera, que la política es necesaria —y esta esla primera de las tesis que se defienden en este libro—. La política es necesa-ria —pese a sus aspectos menos gratos— dada la permanencia de conflictosen la convivencia. Si no se quiere resolverlos con métodos violentos, hay querecurrir a los medios políticos —ha escrito Lucas Verdú—, y como resultaque los conflictos y problemas no desaparecerán, pues la solución de unospuede plantear otros y, además, surgen otros nuevos, siempre habrá políticasconcretas —más o menos afortunadas— para resolver o mitigar tales conflictos.

Consecuentemente, como muy bien dice el autor que acabamos de citar,a pesar de la despoiitización en algunos momentos y países, la política per-manece y continúa siendo necesaria. Podrá relativizarse, ocasional y transito-riamente, a las técnicas, a la administración y, en cierta medida, a la plani-ficación ; pero, al fin, las variables políticas remergen con sus propias virtua-lidades y aún pueden reaparecer de manera violenta, en la medida que eltránsito de la despolitización a la politización puede ser rapidísimo y drástico.

No perdamos de vista que el hombre tiene necesidades mayores que lassimples necesidades biológicas satisfechas por la familia o que las simples ne-cesidades económicas y sociales satisfechas por la aldea o alguna otra comu-nidad pequeña. Sólo se convierte en el mejor de los animales, ha escrito Char-les Vereker, cuando se perfecciona, cuando sus especiales características mora-les hallan plena expansión en la vida virtuosa, que resulta posible por el donúnico del lenguaje; y sólo puede encontrar el ámbito adecuado para ello enla vida de la ciudad.

Piensa el autor de este libro, y la postura que adopta nos parece profunda-mente clarividente, que el hombre abstracto, el individuo no puede ser su-jeto político aislado. La realidad social se impone de tal manera que el empe-ño revolucionario de destruir los cuerpos intermedios sociales a través de los•cuales se desenvolvía la función política ha dado origen a unos cuerpos inter-medios artificiales entre el individuo y el Estado, a saber: los partidos poli-tices. En el Estado moderno los partidos políticos han venido a llenar encierto modo, y a suplir en parte, la función natural de los cuerpos interme-dios naturales atrofiados o disminuidos. Es obvio, por lo tanto, que se haentronizado al individuo como centro existencial del universo. La vida prós-pera de los cuerpos intermedios naturales, familia, municipio, provincia y re-gión está debilitada.

¿Qué es lo que ocurre con la actividad política contemporánea...? Po-siblemente, entiende el autor, una sola cosa: que el cambio generacional se

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há dejado sentir con mayor intensidad que en épocas pasadas. Hay genera ̂ciones, piensa el conde de los Andes, que reciben dócilmente la autoridaddel pasado. En ella, los jóvenes se sienten subordinados a las enseñanzas de.-sus mayores; son las épocas que Ortega y Gasset llama «cumulativas». Cuando-siguiendo esta definición de Ortega se vive una época eliminatoria y poié'mica, como la actual, es importante señalar que el -hecho se debe, principal-mente, a una claudicación de la rectoría de la generación precedente. La quie--bra familiar es la principal responsable del caos en que se debate la juventuden el momento presente. En la familia aprendemos que el ser social y eldeber social coinciden. La familia nos enseña a suscribir sin reservar lo que.es el alma misma de toda sociedad humana organizada, la jerarquía definidapor los servicios que presta.

De todas formas, como ha manifestado un prestigioso pensador español,•que ¡a protesta vital, social,' cultural y política de la juventud tenga hoy un.•sentido que no tuvo antes, quizá se deba a la peculiar estructura del merca-do neocapitalista, orientado fundamentalmente hacia el consumo de bienes,rápidamente perecederos, pero abundantes e inmediatamente sustituíbles. En,esto, en parte más que considerable, radica el drama de la juventud contem-poránea : en pensar que no existe ningún valor que no pueda ser úimedia-tamente reemplazado por otro.

• Ahora bien, y esta tesis seguramente originará alguna que otra polémica,para el autor de este libro está bastante claro que los jóvenes de veinte años•no son los culpables de su desenfreno anárquico; la quiebra está en las gene-raciones que les preceden, incapaces de servirles de guía, y que incluso les.alientan en su desviado camino. Se pinta ante la juventud un paraíso terre-nal, la publicidad exorbitada pone a su alcance hipotético toda clase de po-sibilidades, de conquistas," de placeres, de medios para saciar todos sus ape-titos y de remediar todas sus necesidades; la credulidad ingenua juvenil picaen ei anzuelo, y se revuelve, justamente airada, contra una sociedad que ¡eofrece lo que la realidad no puede darle. Los jóvenes advierten, sin. embar-go, que sus mayores disfrutan algunos de los beneficios cuya consecuciónellos ven distante; pero como el pensamiento de sus progenitores no man-tiene ya ni valores morales ni espirituales ni la cordura de la moderación evo-lutiva, la juventud cae en el nihilismo.

El panorama socio-político contemporáneo se hace; además, mucho másdesolador si advertimos que, justamente, el político de los tiempos que vivi-mos se mueve con escepticismo.' Los principios naturales de la sociedad, lacreencia en unos valores tradicionales, creadores de la civilización y, a suvez, su sostén y su impulso, están en entredicho. En cambio, han venido asustituirlos unos enunciados que condicionan la conducta y la propaganda

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política de los tiempos presentes. Estos principios que señorean el ámbito*político son ¡a democracia y el socialismo. Ni uno ni otro conservan intactos-su concepto definitorio de teoría política, ni la acepción normal que la h is-toria venía reconociéndoles.

El hombre contemporáneo se ve envuelto por ciertas extrañas nieblas, a_saber: los mitos. Los mitos del mundo moderno llenan el vacío creado por-la carencia de creencias religiosas. El hombre necesita creer algo que manten--ga su ilusión y su esperanza. Al complejo de izquierda, al complejo demo-cracia, al mito del socialismo y de la juventud podríamos añadir otros: eltcomplejo revolucionario; el complejo progresista y otros más. Todos ellos -condicionan al político actual, porque son populares y se ha hecho de dios-una propaganda eficacísima y se les ha erigido en canon político. Darle exce-siva importancia a las palabras y echarlas por delante con énfasis sin tomarsela molestia de explicarse su concepto concreto es pereza intelectual y ausen-cia de conocimiento. Se presume de moderno dando énfasis a la palabra; para:..ahorrarse el trabajo de explicar lo bueno que pueda encontrarse en los tiem--pos modernos, ocultando la hojarasca podrida que pueda llevar consigo....

No sin razón nos advierte el conde de los Andes .que, en efecto, admi--rabie empeño es ei perseguir que la representación popular sea extensa y au- •téntica; que las libertades estén garantizadas; que esté informada la opi^-nión pública; que la fiscalización de los actos del Gobierno sea posible, para.que ¡a arbitrariedad gubernativa no impere. Ciertamente atendible es la j u -ventud inteligente, estudiosa y trabajadora, cuyo concurso es necesario. La_juventud tiene, como característica esencial, una vitalidad y una imaginación^de que carece la senectud.

No podríamos silenciar, y sería pecado mayúsculo el hacerlo, el magni-fico estudio que el conde de los Andes consagra a una de las figuras españo-las más injustamente olvidadas; la de Ramiro de Maeztu. Por lo pronto, pen--samos, son muy ciertas las palabras del autor de este libro cuando subrayaque Maeztu encontró la verdad hispana y dedicó su vida entera a servirla. -En esto, especialmente, se diferencia Maeztu del resto de los componentes de -la generación del 98. Además existe otro hecho notoriamente exacto, a saber:que Maeztu fue el filósofo político de la generación, atribuyendo gran valor-formativo a su polifacética experiencia humana, a su gran sencillez, a unasensibilidad excepcional para las ideas que le llevaba a abrazarlas todas cuan^~do desfilan por su mente, con igual amor. En cierto modo, ante los lamen-tables acontecimientos que originaron el nacimiento de la referida generación .intelectual, Maeztu fue el que mayor dominio mostró. Justamente: ante la,1-catástrofe del 98, que Maeztu vio venir mejor que otros desde su experien-cia cubana, los más adoptan una - actitud puramente crítica, de espectadores-

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de lo ocurrido, una actitud, en fin, puramente especulativa. Maeztu fue elúnico intelectual que voluntario vistió el uniforme militar para defender aEspaña del rumoreado desembarco norteamericano en las costas mallorquínas.

No se limitó tan sólo a escribir dado que, nos hace notar el autor, de laspáginas que comentamos, en su búsqueda del remedio a la decadencia de Es-paña va Maeztu a Inglaterra. Va allí, como más tarde a los Estados Unidos,a averiguar lo que haya de cierto en el libro del educador francés Desmolins,que se preguntó en qué consistía la superioridad de los anglosajones. «Hayun hecho indiscutible en los pueblos anglosajones, y es que son más ricosque los demás, o al menos son los pueblos acreedores del mundo». Este pen-samiento será el impulso que moverá el discurso de Maeztu, que arranca delsentido eminentemente práctico que tuvo el movimiento del 98. «Entonces—dirá Maeztu— nos nació la idea de. que el dinero es una cosa bastante im-portante, pero no se nos ocurrió asociar la idea de la economía con la ideade la moral». Agudamente —comenta el conde de los Andes— ve muy pron-to que no tenía razón Desmolins en su famoso libro cuando afirmaba queel secreto de la superioridad de los anglosajones, como era entonces generalcreencia, se debía a sus instituciones liberales.

Maeztu, y con esta afirmación cerramos las referencias que a su insignepersona se efectúan en este libro, fue toda su vida un solitario. Toda su vidas» sintió solo. Sólo en su búsqueda apasionada de la verdad española, pocoacompañado también cuando la descubre en los años anteriores a la caída dela Monarquía. Podía decir de sí mismo lo que él dijo de Larra: «Tenía pú-blico y admiradores, pero no camaradas que un día le allanasen la soberbia conpertinente crítica, y al día siguiente le despertasen el estímulo, dándole mo-tivos, ideales de trabajo y de vida».

Un núcleo bastante importante de los ensayos insertados en este libroversan única y exclusivamente sobre la temática monárquica. Son, a nues-tro parecer, los que con más sutil cuidado el autor ha trazado. Para el autor,opinión que suscitará entre los estudiosos y profesionales del quehacer políti-co las pertinentes polémicas, confiesa llanamente que, en efecto, «la Monar-quía es el régimen político más conveniente a la naturaleza humana». En otrolugar de este libro el conde de los Andes, fiel a sus creencias socio-políticas,subraya «que la Monarquía es indispensable para que la autoridad y las li-bertades puedan conjugarse». Se nos recuerda, igualmente, que José Antonio—que ha sido una de las cabezas más claras del pensamiento político contem-poráneo— no tenía fe en la vigencia de la Monarquía como institución futu-ra, pero, impulsado por la nobleza de su alma y su innegable gallardía, siem-pre elogió el pasado histórico de la institución y trató con respeto a los hom-bres y fuerzas que propugnaban la solución monárquica, estimando su pro-

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pósito aunque no lo compartiera: «Las relaciones de José Antonio con lospolíticos monárquicos fueron excelentes, con casi todos. Recuerdo— evoca elautor de estas páginas— haberle oído decir, que si su sentido del deber nole hubiese llevado a la posición política que ocupaba, con gusto se hubiesesenudo en los escaños de la minoría tradicionalista bajo la jefatura del condede Rodezno, por quien tenía singular estimación».

Se cierra este bello y' excepcional libro, excepcional por la gran variedadde temas que en el mismo se analizan, con un núcleo de comentarios en tor-no a muy diversas circunstancias, casi todas referidas a la vida española, como,por ejemplo, el pasado histórico de nuestras instituciones políticas, en torno

• de nuestras leyes fundamentales, el concepto del poder, el papel de ios téc-nicos en las tareas gubernamentales, etc. A nuestro parecer uno de los ensa-yos más interesantes es el que versa sobre el fenómeno de la masificación. En*sayo inspirado al autor por la publicación del no menos excepcional libro deldoctor Vallet de Goytisolo Sociedad de masas y Derecho. Para el autor, asílo expone, la masa es el fenómeno de las multitudes desenfrenadas, amorfasy desorganizadas. Su presencia es constante, y la apelación a su imperio elsanto y seña que mueve el curso de nuestros días. Es curioso, añade, el condede los Andes, que desdichadamente, el fenómeno de la sociedad de masas semanifiesta en el mundo estudiantil, ciertamente no indigente, y muchas vecesasegurado io superfluo y hasta el lujo. Lo esencial de la constitución de lasociedad de masas es estar integrada por hombres medios, sin caracteres defini-torios, distintos de los demás, desarraigados del ambiente, desvinculados desu familia, ajenos a su pueblo y a su patria.

La avalancha masincadora que se nos viene encima encierra un gravísimopeligro, a saber: la anulación de toda clase de valores: «Lo peor de la pro-pa ganda tecnicista —fruto directo de la masificación—, propaganda que estáinvadiéndonos, es que con ese señuelo de llegar a vivir bien sin trabajar sehace, al mismo tiempo, tabla rasa de todos los valores morales y espirituales.La propaganda fílmica del cine y de la televisión opera sobre los sentidos ydesarrolla una potencia de uniformación que crea fácilmente la mentalidadde masa...». Por otra parte, arguye el autor, «el ritmo de la vida moderna,consecuencia de la falta de control del desarrollo mecánico y del macro urba-nismo, contribuye también a que las personas se conviertan en hombres masa.No hay tiempo para pensar y resulta más cómodo que piensen por nosotros.Así, en nuestra sociedad mecanizada el hombre se convierte en «un dientemás en la máquina tecnológica».

Consecuentemente, y he aquí una de las tesis fundamentales de este libro—tesis que el autor reitera con sugestivo entusiasmo—, si no quremos sucum-bir tenemos que reaccionar y detener la ola devastadora de la familia, de las

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corporaciones profesionales y políticas. Defender, en suma, la persona contrael individuo. Poner peso y medida en el avance del progreso, que solamen-te es posible merced al caudal acumulado por las generaciones que nos pre-cedieron.

Por lo tanto, entiende el conde de los Andes, la falsa idea de progreso queprevalece en el mundo actual es fruto del olvido de la verdad católica queniega la posibilidad del paraíso en la tierra, y al mismo tiempo, por el brilloespectacular de los avances técnicos recientes. En épocas menos descristiani-zadas que la presente los hombres tenían conciencia plena de los límites delprogreso. La proliferación súbita del progreso técnico de estos tiempos haroto la armonía entre el avance científico y su aplicación práctica.

Es evidente, y con esto podemos poner punto final a este comentario, queciertamente «la radio, la televisión aumentan la difusión de las noticias y lainformación, pero impiden los ejercicios intelectuales y el beneficio de lameditación».

JOSÉ MARÍA NIN DE CARDONA

PASCUAL JORDÁN : El hombre de ciencia ante el problema religioso. Edicio-nes Guadarrama. Madrid, 1972; 431 págs.

Con el triunfo del positivismo cientifista y el innegable avance de lasel notable físico alemán Pascual Jordán aborda con gran competencia, y convalentía en las conclusiones, un problema muy viejo y debatido, pero queen los tiempos modernos y actuales ha adquirido gran virulencia: el de iapretendida incompatibilidad entre las ciencias naturales y la religión.

Con el título original Der Naturwissenschatler vor der religiósen Frage,ciencias, sobre todo naturales, en nuestros días, el neopositivismo contempo-ráneo ha de despojar hasta del nombre de «ciencia» a la que no sea suscep-tible de comprobación empírica o de «verificación» experimental. Todo loque no sea esto, son «especulaciones metafísicas», variedades y —más có-moda y gratuitamente calificados— «mitos» de los que ha de «liberarse» elcientifismo progresista de la actualidad. Porque la religión es metafísica yes «creencia» que no se somete a la tiranía inexcusable de ese «método»—que es el único de las ciencias—, la religión no sólo no es científica —di-cen—, sino que es incompatible con las ciencias. O el hombre religioso debeolvidarse de su religión si quiere ser científico, o el hombre de ciencia sipretende seguir siéndolo no puede creer en las verdades religiosas.

Nada más opuesto a la realidad y a la verdad que este antagonismo tanburdamente presentado como insuficientemente demostrado. Por el contra-

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rio, eminentes hombres de ciencia han sido profundamente religiosos, y esmás, lo han sido después y por haber sido científicos, porque la sorprendenteNaturaleza que han escudriñado con sus estudios y experiencias es la queles ha llevado a un «más allá», en la que aquélla tiene su verdadera expli-cación. Y, por contrario, ningún hombre religioso ha dejado de serlo por-que la ciencia y sus progresos le hayan sorprendido, es más, también, ellole ha confirmado la sabiduría y grandeza del Autor de la Naturaleza que, alcrear al hombre «a su imagen y semejanza» le ha convertido en partícipe ycolaborador de la obra creadora de Dios marcando a la naturaleza con laimpronta espiritual que él mismo ha recibido. El hombre religioso compruebacon la ciencia y sus descubrimientos que la realeza del hombre sobre el cos-mos es proporcionada cuantitativa y cualitativamente a su trabajo con el quecolabora a la obra creadora de Dios.

Cierto es también que muchos eminentes científicos que han partido deuna posición antirreligiosa, o lo que es peor, arreligiosa del hombre, delmundo y de la vida, han «encontrado» a Dios en su camino y no sólo dela vida personal (los grandes conversos de todos los tiempos), sino en su pro-pio terreno científico.

Sin embargo, desde los tiempos de Galileo, Copérnico y Giordano Brunohasta el determinismo cientifista contemporáneo, se ha pretendido descubrirentre los avances de la ciencia y la religión revelada un irreconciliable anta-gonismo que no tiene otra salida que la condena del descubrimiento cientí-fico, o el desprestigio de unas creencias que aparecerían anticuadas, primiti'vas, ingenuas, míticas, que era preciso negar. La consecuencia es clara: re-ligión y ciencias naturales se mueven en dos planos distintos y nada tienenque ver la una con las otras.

P. Jordán, en este libro que presentamos pretende explicar cómo «todoslos impedimentos, todos los muros que la ciencia antigua había levantadopara obstruir el camino de acceso a la religión hoy han desaparecido».

La pretendida «asepsia» ideológica de. las ciencias naturales no puede sa-tisfacer al autor, «porque negar un problema no siempre es solucionarlo»»Porque esa pretensión puede entenderse —dice— como una afirmación o detipo histórico o de tipo lógico-objetivo, filosófico; en el primer caso signi-ficaría que, dentro de la historia europea, religión y ciencias naturales se hadesarrollado paralelamente sin encontrarse; «esto es a todas luces falso». Des-de el concepto mecanicista de la naturaleza y la doctrina de la evolución, hasta-los enemigos más acérrimos y más célebres en el siglo pasado como Büchner,Haeckel mantuvieron sus esfuerzos antirreligiosos desde bases científicas, yel materialismo histórico de Marx fue decisivo en el desarrollo de la irreli-giosidad europea. El contenido principal del período histórico europeo que

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arranca del Renacimiento «reside en la secularización progresiva que en elviejo mundo de las concepciones religiosas ha ido operando el desarrollo delas ciencias naturales; un proceso que se ha ido imponiendo en oleadas suce'sivas hasta llegar a la actual mentalidad materialista y basada en las cienciasnaturales de la mayoría de los europeos».

Por tanto —critica lógicamente el autor— «si aquella pretensión ha detomarse en serio, sólo puede concebirse como afirmación filosófica». Pero¿dónde existe una verdad filosófica que no haya sido objeto de impugna-ción? Para cada tesis filosófica ha existido siempre al menos un filósofo queha mantenido la contraria. Siendo así, si esa pretensión contiene una verdadde tipo filosófico, para que su formulación fuera aceptable tendría que ha-cerse en estos términos: «Hay también algunos filósofos que afirman quéciencia y religión no tiene ningún punto de contacto». Esta afirmación esexacta, «pero no da pie para considerar que un estudio sobre las relacionesentre religión y ciencias naturales carezca de importancia». Por ello «no po-demos perder de vista el propósito que nos hemos señalado: examinar lospuntos de contacto entre religión y ciencias naturales, sin admitir influenciasde afirmaciones fáciles al respecto».

Se sitúa así el docto autor en un plano meramente objetivo, verdadera-mente científico, que es desde el que va a demostrar la inconsecuencia de esaprolongada polémica y sus faltos y errores.

Pero desde otro punto de vista tendría una justificación aparente la pre-tensión sometida a discusión. Se podría decir que los dos planos distintos enque se mueven religión y ciencias naturales serían el plano de los valoresy el plano de la realidad. «Naturalmente pienso que esto sería una falsedad,pues no se puede hablar de valores sin entrar —de un modo o de otro— enla cuestión de la libertad que, a mi entender, tiene tanto que ver con la rea-lidad como con los valores.»

Por lo tanto, «nuestro estudio se plantea la cuestión de una forma biendefinida y delimitada: ¿qué relación existe entre las ciencias naturales y elmodo de concebir el mundo que se expresa a través del hombre que tomaparte en una acción cultural o que reza?».

Las oleadas de ofensiva u objeciones que en los últimos siglos se hanlevantado desde el campo de las ciencias naturales contra la mentalidad cris-tiana, se pueden dividir, según Jordán, en dos grandes grupos: «las que hun-dían sus raíces en determinados resultados de la investigación de la natura-leza, y los que procedían de la actitud metodológica de las ciencias naturales,que se consideró irreconciliable con la postura espiritual que debía caracte-rizar a un creyente». Al primer grupo pertenecen principalmente las obje-

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ciones contra la doctrina cristiana sobre el alma y la creación; al segundo, ob-jeciones tendentes a proclamar imposibles la fe y la revelación.

De todos modos, las objeciones que provienen de los resultados de lasciencias naturales son las más importantes para los hombres de ciencia dehoy. A ellas va a dedicar el autor este libro en primer lugar.

Según él, tres han sido, en los últimos siglos, las ofensivas que una con-cepción cristiana del mundo ha sufrido de las ciencias naturales: la imagencopernicana del mundo, el concepto mecanicista de la naturaleza, y la doc-trina de la evolución, las cuales han sostenido una lucha encarnizada entreel cristianismo y las ciencias naturales como uno de los contenidos princi-pales de la historia del pensamiento europeo en los últimos siglos. Pareceríaque esta lucha ha entrado en un estado de tranquilidad tras la casi absolutavictoria del materialismo de las ciencias naturales, y por otra parte del apa-rente abandono de la discusión de algunos teólogos y filósofos. Hoy se re-curre a la «vía cómoda» de considerar a la religión y las ciencias naturalescomo asuntos de especialistas (especialistas teólogos o filósofos, por una par-te ; especialistas científicos por otra) que, retirándose cada uno a su propiacompetencia, eluden la incómoda cuestión de un posible encuentro. No com-parte Jordán —y la crítica— la actitud de algunos filósofos y teólogos que pien-san que con esta tesis la posición de la religión está suficientemente asegurada.

Por el contrario, comprometido en el propósito de su libro que es presen-tar un estudio de las situaciones lógicas y objetivas, sin hacer confestones, seadentra con gran competencia por el cuadro apasionante de la historia de lasciencias.

En cuatro densos capítulos: «Las ciencias naturales como enigmas de lafe», «La física en el siglo XX», «Una ojeada al universo» y «Biología de losquanta», el autor, a alto nivel científico va exponiendo la imagen del mundoantigua, medieval y moderna desde Demócrito, y Descartes, Newton y La-place, hasta el determinismo y evolucionismo moderno, para llegar a la con-clüsión de que «quienes defienden la tesis de la asepsia de las ciencias (sobretodo en el extremo abusrdo de que la cuestión del determinismo es írrele-vante para el reconocimiento de la libertad), sólo pueden hacerlo porque de-masiado ajenos al pensamiento científico, no han llegado a captar y asumir elrigor y las inexorables consecuencias lógicas de la concepción materialista de-terminista».

Sin embargo, la física del siglo XX y la teoría quántica de la relatividadvienen a echar por tierra la determinación absoluta. Y en la vida orgánica,la negación científica de la religión, por ejemplo, en Lamettrie y otros quepiensan como él, se basa en la creencia de una determinación total del serindividual orgánico; en cambio, para Haeckel y sus contemporáneos es el

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convencimiento de una determinación total de la filogénesis, de la granhistoria de la vida orgánica, lo que constituye la objeción científica más im-portante contra una intervención creadora de Dios.

Pero el viejo esquema mental de la filosofía materialista no sabe qué ha-cer con la consciencia; y se afana por no mencionar siquiera esta realidadbásica de todo conocimiento, fundamento ineludible de mismo filosofar ma-terialista incluidos sus errores. Y si impulsado por sus descubrimientos, tam-bién Freud abordó la cuestión de la libertad, creyó que había que negarladefinitivamente, porque la voluntad humana siempre está determinada porla acción del inconsciente junto con la de la consciencia. Pero «si considera-mos el inconsciente como ccmplementario de la consciencia y los fenómenosrepresivos como algo análogo a la complementariedad quántica, en lo querespecta a la libertad tenemos que sacar —dice Jordán— una consecuencia to-talmente distinta de la pretendida por Freud». Porque la existencia de lacomplementariedad está indisolublemente unida a la presencia de la indeter-minación. Para la represión, como complementariedad psicológica, tal relaciónes también imperiosa. Y reconociendo la represión como un caso de comple-mentariedad, «tenemos que considerar no sólo la posibüiclad lógica de afir-mar la libertad, sirio por lo que sabemos física y biológicamente sobre laindeterminación, es cierto que científicamente ya no se puede refutar tal po-sibilidad, como un hecho demostrable y demostrado».

Podemos terminar la presentación de este libro, con el que Ediciones Gua-darrama enriquece su ya acreditada Colección Universitaria de bolsillo, conel mentís de la pretendida oposición o antagonismo entre religión y cienciasnaturales. Por el contrario, estimamos del mayor acierto y autoridad las pa-labras, citadas por Jordán (pág. 331), de Pío XII en 1951 al Congreso de iaAcademia Pontificia de Ciencias (que es sabido reúne a los más eminentescientíficos del mundo) sobre «las pruebas de la existencia de Dios a la luzde la ciencia moderna». Comenzaba el Papa con estas palabras: «Frente asuperficiales afirmaciones de tiempos pasados, la verdadera ciencia modernadescubre a Dios, tanto más cuanto mayores son sus avances, como si Diosestuviera esperando detrás de cada una de las puertas que la ciencia vaabriendo».

EMILIO SERRANO VILLAFAÑE

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E. GARCÍA DE ENTERRÍA: Revolución francesa y Administración contempo*ranea. «Cuadernos Taurus», núm. 113, Madrid, 1972; 102 págs.

Resumir este trabajo del profesor García de Enterría es difícil, dicho seano para valoración de quien lo intenta, sino en descargo de las imperfeccio-nes que se puedan observar en ello. Y es difícil porque se trata de un trabajoya de por sí muy sintético y apretado; son cien páginas —pequeñas pági-nas— en las que se pretende —y se consigue con suficiencia— dar una inter-pretación del surgimiento del «nuevo régimen» poco usual en los tratadosde Derecho político y de Derecho administrativo.

Manejando con gran destreza textos de Locke, Montesquieu, Rousseau,Kant, Sieyes, Mirabeau, Tocqueville, Taine, Hauriou, etc., va desmontandola imagen tópica de la Revolución francesa y sustituyéndola por otra másreal, a los efectos del Derecho público. Esta se proyecta principalmente en laestructura de poder que pretenden los revolucionarios y a la que se llega porlos presupuestos «heterodoxos» de que parten. Heterodoxos por disidentes res-pecto de la doctrina originaria de la división de poderes.

En este comentario seguimos exactamente el mismo orden sistemático dellibro.

I. Según el profesor García de Enterría, frente al Estado absoluto, la re-volución opone:

1. El principio de legalidad, o soberanía de la ley, magnificado por el dog-ma rousseauniano de la voluntad general. La ley es general por su sujeto (lavoluntad así llamada) y por su objeto (los asuntos comunes).

2. Pero la ley no es más que una técnica de tutela, de garantía, de lalibertad individual. Tal es su fin, como lo es de la comunidad política (ar-tículu 2.* de la Declaración de derechos de 1789); por lo tanto, también seráeste el fin de la Constitución, ley al fin y al cabo.

(Lo que no debe extrañarnos en absoluto, pienso yo. Pues no en vano elburgués revolucionario francés —que no es el único revolucionario, pero sítermina venciendo o adjudicándose la victoria— es, en buena medida, here-dero del «hombre cartesiano». El racionalismo moderno no lo fue por el gustode serlo ni por gallardía intelectual, sino por la toma de conciencia de la crisisdel humanismo anterior. Por primera vez en la historia del pensamiento —almenos de manera sistemática— filosofar va a consistir no en buscar verdades,sino vías, métodos que aseguren contra el error (1). Del mismo modo, pasan-

(1) J. ORTEGA Y GASSET: «Kant. Reflexiones de centenario», en Tríptico, Espasa-Calpe, Madrid, 1959, págs. 69 y sigs.

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do al plano vivencial, la búsqueda de la seguridad deviene la primera tareaexistencial humana; y, en términos sociales, sólo la ley es, por su objetivadad y estabilidad, capaz de asegurar el status de las personas.)

La ley garantiza el ejercicio de los derechos, en perfecta concurrencia, atodos los ciudadanos (Decl. de derechos, art. 4.0) y debe limitarse a esto.

(Con lo que se abre camino, ciertamente, al positivismo jurídico, que re-duce la legitimidad a la legalidad. Ahora bien, a mi manera de ver, no de-bemos percibir en ello una contradicción con el explícito iusnaturalismo re-volucionario de la época. Para la ideología revolucionaria, como ha visto, entreotros, el profesor Legaz y Lacambra, y es obvio de suyo, la ley forzosamenteha de ser expresión de la justicia por cuanto el procedimiento legislativo estárevestido de las necesarias cautelas que lo aseguran: separación de poderes,voluntad general... Y por ello también la soberanía de la ley equivale, endefinitiva, a la soberanía nacional, pues la ley es expresión de la voluntad ge-neral.)

3. La estructura estatal correspondiente es bien simple: leyes, tribunalesy orden público. Dicha estructura es «marco puramente formal, dentro delcual la sociedad vive su propio dinamismo espontáneo»; y se corresponde, ensus tres polos, exactamente al principio de la división de poderes.

En Locke, el órgano legislativo tenía también funciones judiciales. Así,desde nuestra perspectiva, se trata más bien de dos poderes, aunque Lockese esfuerce en distinguir entre el ejecutivo y el federativo. Tendríamos, pues,según el profesor García de Enterría: i.° Leyes y Tribunales. 2.0 Coacción or-ganizada.

Montesquieu ordena el esquema de modo distinto y cambia las denomina-ciones. Pero, en rigor, se trata de los mismos poderes-funciones: 1.° Ley yTribunales. 2." Fuerza pública. Dígase lo mismo, mutatis mutandis, respec-to de Rousseau.

II. En este esquema no cabe la Administración ni, por consiguiente, elDerecho administrativo, que es parte del ordenamiento jurídico caracterizadapor su transpersonalización: habilita una supremacía general sobre la libertadindividual. Y eso fue lo ocurrido en los países anglosajones, donde se cum-plió, hasta muy recientemente, dicha filosofía política con bastante escrupu-losidad. Y en ello consiste la diferencia entre un régimen de rule of lenv yctro de drott administrattf.

III. Pero, ¿ocurrió realmente así en la Revolución francesa?1. «Paradójicamente, la misma Revolución francesa, movida por ese idea-

rio y dispuesta a su realización histórica, va. a ser la que alumbra la poderosa

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Administración contemporánea y, consecuentemente a ella, el Derecho admi-nistrativo.» Ambos serán, pues, subproductos más que productos, y el preciode una disidencia. ¿Cuál?

2. Los revolucionarios recelaban de los antiguos parlamentos judiciales,que eran reductos cerrados de la nobleza y que, con sus facultades de enre*gistrement y de rémontrance, mediatizaron el poder del Rey con vistas amantener sus propios privilegios estamentales. Pues bien: los Parlamentosfranceses, apoyados en la propia obra L'esprit des lois, de Montesquieu (que,para ellos, era en sustancia: i) independencia judicial; 2) Monarquía mode-rada por «poderes intermedios», entre los que «el más natural» es la no-bleza; y 3) depósito de las leyes), opusieron tenaz resistencia al Rey entre1750 y 1787, año en que se abrió la crisis definitiva. Por eso los revolucio'nanos decidieron articular la división de poderes orillando la prevalencia deun Parlamento judicial (= nobiiiario) y procurando, por otra parte, que losjueces no condicionaran al poder ejecutivo, poder al que aspiraban los revo-lucionarios para consumar su obra. Sieyés apoya esta tesis oponiéndose alaristócrata Mostesquieu (que, ciertamente, nunca supo desprenderse totalmen-te de dicha condición); y el mismo Rey hablaba de la aristocracia despecti-vamente.

Así, pues, va a haber una división de poderes «heterodoxa», disidenterespecto de la esbozada por Montesquieu, a quien durante los últimos mesesdel antiguo régimen se ataca y se execra con panfletos por sus aristocratismoy parlamentarismo.

(Desde luego, en aquellas fechas, y aun antes, se vivía un clima intelec-tual de guerra sin cuartel; todos contra todos; no sería difícil reunir unramillete de juicios adversos, e incluso improperios, para cada uno de los«filósofos». En efecto, es sintomático que en vísperas de la Revolución seataque a Montesquieu en el sentido dicho, lo que explica la obra realizadapoco después. Pero la verdad es que las críticas adversas a Montesquieudatan desde los mismos albores de su obra capital. El fino espíritu de Hel-vecio desmonta, epistolarmente, las piezas del sistema; Condorcet ironiza mor-dazmente sobre la división de poderes; y uno y otro —lo que es altamenteexpresivo— critican descarnadamente el sistema inglés como supuesto modeioa imitar. Y todo ello por las mismas razones apuntadas: por su parlamenta-rismo aristocrático. Baste recordar que, al morir, solamente Diderot, de entrelos ilustrados, acompañó su féretro. Así, pues, ni Montesquieu ni su doctrinafueron aceptados de modo incuestionado; antes bien, fueron ((contestados»desde el principio, y mucho más a la hora de la Revolución, como pone demanifiesto el profesor García de Enterría.)

Retomamos el hilo: la división de poderes se interpretó más bien como

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•separación. Y en ello está la clave de que, a la larga, resultara potenciado el-poder ejecutivo. Pues no se entendió, a la manera de Montesquieu y losanglosajones, como independencia de los poderes judicial y legislativo res>pecto del ejecutivo (que era el resto de los antiguos poderes absolutos delRey y, por lo tanto, el poder que había que contener y controlar), sino como.independencia de éste frente a aquéllos dos. Lo que se traduce en: a) la nojusticiabtlidad de la Administración (así se establece en la ley de 16-24 deagosto de 1790 y se incorpora al Código penal y a la Constitución de 1791);-y b) la justificación del poder reglamentario del ejecutivo para «asegurar» la•ejecución de las leyes.

3. Todo ello encaja perfectamente con la pretensión revolucionaria (has-ta entonces inédita en la historia) de crear una nueva estructura social. Para

-ello, como había visto, el primero, Tocqueville, se necesitaba inexorablemente—y no circunstancial y provisionalmente, como pretendía la ilusión jacobina—-un poder administrativo fuerte y universal, como no lo había conocido elantiguo régimen. ¿Por qué? Yo sintentizaría así la exposición de García deinterna al respecto:

a) La pretensión revolucionaria de igualdad implica la desapa-rición de los antiguos poderes dispersos (vulgos, nobleza, clero...).Pero, como el sistema tiene que funcionar, no cabe sino introducirun principio de jerarquía no discriminatorio: el propio Estado; elcual, a través de su Administración central y local, «redistribuye» enlos prefectos y subprefectos esa superioridad (Preámbulo de la Cons-titución de 1791).

b) Iguales ya todos los ciudadanos, la única superioridad, la es-tatal, no suscita envidias ni recelos. Pero, además, la pretensión deigualdad comporta la negación de las sociedades intermedias, quépodrían ser motivo de discriminaciones. Sólo hay individuos y Es-tado. En esas circunstancias, el Estado tendrá inmenso poder, porqueinmensa ha de ser su tarea de dar cuerpo a una mera suma de indi-viduos. Y ese poder es concentrado en favor de una Administra-ción pública providencial y creadora.

c) La igualdad, pues, favorece el surgimiento de la Administra-ción. Y la Administración extiende y perfecciona la igualdad.

4. El proceso se cumplió. Napoleón le dio forma definitiva e hizo pode-rosa la máquina administrativa. Desde entonces, una de las claves de la vidafrancesa ha sido la existencia de una «constitución administrativa» fija bajolos epidérmicos cambios constitucionales políticos. Sobre los prefectos y sub-

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prefectos se establece el régimen local; y la creación del Consejo de Estadotermina de diseñar la autonomía jurídica de la Administración. Los órganosadministrativos, frente al modelo del antiguo régimen, se configuran indivi-duales o colegiados según sus funciones (déliberer est le fait de plusieurs, ad-ministrer est le fait d'un seul). De ahí la apología de la centralización quehace Timón: la instrucción primaria es uno de los primeros agentes de la•centralización; los regimientos no se distinguen sino por su arma y por sunúmero de ella; la ley de Presupuestos es el «libro de la centralización». «Yano hay más que una Caja para todos los gastos públicos, una sola llave paraabrirla; él es el que paga, y quien paga gobierna.»

Se centraliza y jerarquiza también la Administración de justicia. Todo.El Gobierno, así, «mueve sus millares de brazos a un tiempo y compás».Todo racional, todo riguroso, sólido y maravillosamente articulado. No lequeda a la Administración más que recuperar la antigua idea ilustrada delfomento, haciéndose el Estado responsable de la prosperidad, del bienestar yde la felicidad públicas (Declaración de derechos de 1793, artículos i.° y 23.Confróntese con la Declaración de derechos de Virginia, 1776, en la que labúsqueda de la propia felicidad es uno de los derechos naturales individualesbásicos).

Toda Europa adoptó el ejemplo en un proceso de recepción más enérgico,más intenso y más rápido que el del Derecho romano.

(Se trata de un hecho nuevo por más que Tocqueville creyera que lacentralización era «una estructura del antiguo régimen, y no una obra de laRevolución ni del Imperio, como se ha dicho» (2); en todo caso se trataríade dos especies distintas de centralización con muy poco que ver entre sí.Ahora bien, ni la creencia en que administrer est le fait d'un seul, ni esa es-pecial propensión del racionalismo político-administrativo —pese a sus pro-pósitos iniciales— a segregar formas jerarquizadas y autoritarias son suficien-tes para explicar el triunfo de la centralización administrativa en un Estadounitario frente a, pongamos por eejmplo, la Administración descentralizadaen un Estado federal. El ejemplo no es huero. En primer lugar, porque losconstituyentes U. S. A., partiendo de los mismos principios de libertad, igual-dad, propiedad y demás derechos naturales individuales, más la separación depoderes —también separación, y muy nítida, en lugar de división— comoesquema político se acogen a este segundo modelo. Esto se podría explicarpor las condiciones originarias de este país. Pero es que, en segundo lugar, el

(2) A. DE TOCQUEVILLE: El Antiguo Régimen y ¡a Revolución. Guadarrama, Ma-

drid, 1969, libro II, cap. 2.0, págs. 63 y sigs.

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ideal federal latía de manera muy expresa en los «filósofos» franceses de losmis diversos signos —Montesquieu, Rousseau, Condorcet, etc.— y saludanalborozados al gran Estado federal americano como el primero que ha sabido-organizar la libertad. Y ni siquiera se trata de mimetismo, pues las referen-cias expresas de los «filósofos» al federalismo son muy anteriores, hasta elpunto de que Tocqueville entiende que eran precisamente los americanos losque «parecían limitarse a ejecutar lo que nuestros pensadores habían conce-bido» (3). El interés de este problema gana enteros cuando se considera quese postulaba el federalismo para mejor defensa y garantía de la libertad, esdecir, el mismo móvil al que obedecen la división de poderes, la voluntadgeneral, la soberanía de la ley y demás dogmas revolucionarios, más o menosfielmente desenvueltos después; lo que hace del principio federal tan sólotina pieza de un esquema político total y coherente. Esquema que sólo secumplió parcialmente; de ahí vinieron no pocas contradicciones.

Ei tema está necesitado de una detenida meditación por parte de quiensepa hacerlo; por ejemplo, el propio profesor García de Enterría, con lo quecompletaría el magnífico horizonte que abre con este libro, en el cual, porsus reducidas dimensiones, no era posible hacerse cargo de estas cuestiones.)

5. Todo ello transmuta esencialmente al poder ejecutivo; bajo su eti-queta, cómodamente, va a actuar una realidad distinta: la Administración,una persona-sujeto. Sujeto de actividades de hecho y de Derecho, múltiplese intercambiables con las de los administrados. La Administración es sujetojurídico real y verdadero; he ahí el primer dato sobre el que se construyó elDerecho administrativo.

(Quedándose a la vera del camino aquella pretendida estructura socialnueva, aquella pretendida revolución social.)

El libro, como puede apreciarse, es por demás interesante. El estudio dela división de poderes, pieza clave, es muy inteligente. Uno de sus aspectosmás sugestivos —y que no he destacado en la síntesis anterior por no des-viar la atención— es la reivindicación de Tocqueville, injustamente tratadoen más de un manual. Los textos de Tocqueville van anunciando lo que ibaa ocurrir en el liberalismo francés.

Son páginas densas. Las ideas se exponen con trazos enérgicos, expresivos,apoyados en textos no ya indicativos, sino exactamente ajustados al rigurosodiscurso que se impone el profesor García de Enterría. Al mismo tiempo, es-tos textos son abundantes en proporción a la extensión del trabajo que co-

Ibidem, libro III, cap. 2.0, pág. 194.

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mentamos. Por todo ello, su lectura ha de hacerse a ritmo lento para poderdigerir la enorme cantidad de ideas y de sugerencias contenidas en tanpocas palabras. Cuando uno lo hace así, subrayando, anotando, volviendo atráscuando fuere menester, el libro se hace luminoso. Cada libro hay que leerlocomo se merece.

ANTONIO TORRES DEL MORAL

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