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ISSN: 1852-0723

Número monográfico 4, marzo de 2015

Cuba ArqueológicaRevista digital de Arqueología de Cuba y el Caribe

CoordinadorOdlanyer Hernández de LaraCuba Arqueológica

Corrección de textosMSc. Natalia Calvo TorelLic. Alina Iglesias Regueyra

Comité EditorialDra. Silvia T. Hernández GodoyGrupo de Investigación y Desarrollo de la Dirección Provincial de Cultura de Matanzas

Dr. Daniel Torres EtayoInstituto Superior de Arte, La Habana

Msc. Iosvany Hernández MoraOficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey

MSc. Jorge F. Garcell DomínguezDepartamento de Patrimonio, Centro Provincial de Cultura, Mayabeque

Consejo AsesorDr. Roberto Rodríguez SuárezMuseo Antropológico Montané, Universidad de La Habana

Dr. Carlos Arredondo AntúnezMuseo Antropológico Montané, Universidad de La Habana

Dr. Jaime Pagán JiménezEK, Consultores en Arqueología, Puerto Rico

MSc. Divaldo Gutiérrez CalvacheGrupo Cubano de Investigadores del Arte Rupestre

MSc. Alfredo Rankin Santander

Dr. Jorge Ulloa HungMuseo del Hombre Dominicano

© Cuba Arqueológica, 2015www.cubaarqueologica.org

DiseñoOdlanyer Hernández de Lara

TraducciónLic. Boris E. Rodríguez Tápanes

ColaboradoresLic. Boris E. Rodríguez TápanesLic. Santiago F. Silva García

ContactoVirrey Liniers 340. 3ro. L. CP. 1174. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.Calle 135 No. 29808 e/ 298 y 300. Pueblo Nuevo, Matanzas, [email protected]

PortadaBurén decorado con dibujo localizado en Mesa Abajo, Baracoa, provincia de Guantá-namo. Colección: Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.

-----------------------------------Los artículos publicados expresan únicamen-te la opinión de sus autores.

----------------------------------Revista indexada en:

DOAJ, Dialnet, e-Revistas, EBSCOROAD, OALib, Holli/Harvard Library

REBIUN, Smithsonian Libraries----------------------------------

Cuba Arqueológica. Revista digital de Arqueología de Cuba y el Caribe es una publicación de frecuencia bianual, surgida en el año 2008. Su objetivo primordial es la divulgación científica de la arqueología, la antropología y el patrimonio.

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Número monográfico 4, marzo de 2015

Editorial

ISSN: 1852-0723

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Las crónicas generales de Indias en la Arqueología de Cuba. Límites y perspectivas en lareconstrucción etnohistórica de las sociedades aborígenes

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Ulises M. González Herrera

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

Algunos antecedentes de significativa importancia sobre el tema objeto de estudio

CAPÍTULO I. LAS FUENTES DOCUMENTALES PRIMARIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA ABORIGEN EN EL CARIBE

Principales fuentes documentales del período

Colecciones documentales

Breve caracterización crítica de los autores y sus obras

CAPÍTULO II. LAS CONTRADICCIONES EN LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS

Lengua (s)

Cristóbal Colón

Miguel de Cúneo

Ramón Pané

Pedro Mártir de Anglería

Gonzalo Fernández de Oviedo

Bartolomé de Las Casas

Francisco López de Gómara

Aspecto Físico

Cristóbal Colón

Miguel de Cúneo

Diego Álvarez Chanca

Pedro Mártir de Anglería

Gonzalo Fernández de Oviedo

Bartolomé de Las Casas

Diego Velázquez de Cuellar

Francisco López de Gómara

CAPÍTULO III. LAS CRÓNICAS Y EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO. EL EMPLEO DEL BURÉN COMO ARTEFACTO MULTIPROPÓSITO EN LA PREPARACIÓN Y CONSUMO DE ALIMENTOS

El registro documental y arqueológico

Restos de alimentos hallados en los análisis de laboratorio

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NORMAS editoriales 86

Otro posible uso del burén

CAPÍTULO IV. EL ESTUDIO DE LAS FUENTES PRIMARIAS Y SU REPERCUSIÓN EN LOS INTENTOS DE RECONSTRUCCIÓN ETNOHISTÓRICA EN LAS SOCIEDADES ABORÍGENES DE CUBA

Las fuentes secundarias

Cuba antes de Colón

Harrington y el cotejo de las crónicas generales de Indias

La “cultura” ciboney-guanahatabey

La “cultura taína” de Cuba

Actividades económicas en la reconstrucción etnohistórica de Harrington

Prehistoria de Cuba. El cotejo de las fuentes primarias

El ciboney

Lengua (s)

Los subtaínos y taínos

Aspecto físico

La (s) lengua (s)

Actividades económicas en la reconstrucción etnohistórica de Tabío y Rey

CONSIDERACIONES FINALES

FUENTES EMPLEADAS

Fuentes bibliográficas

Fuentes publicísticas

Fuentes documentales

Fuentes digitales y Web

Fuentes de consulta

ANEXO

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Número monográfico 4, marzo de 2015

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Editorial

n los últimos años, la arqueología cubana parece transitar

hacia una nueva etapa. Son varios los investigadores que se Ehan propuesto romper la barrera normativa que, queramos

o no, nos ha marcado profundamente. Por diversas razones, ese nor-

mativismo característico de la escuela histórico-cultural se ha repro-

ducido, casi siempre inconscientemente, en la producción científica

cubana y también en la práctica arqueológica en general, aún cuando

hemos pretendido ser marxistas. Pero lo rescatable, precisamente, es

la intensión, a veces explícita, de cambiar las cosas que se han man-

tenido casi estáticas durante tantos años.

En ese sentido, se ha ido desarrollando, aunque aún en ciernes,

una perspectiva crítica que promete mucho a futuro, si se mantiene.

Esta perspectiva ha comenzado a cuestionar hipótesis que han sido

aceptadas durante mucho tiempo, en parte, producto del principio de

autoridad que se ha cumplido a rajatabla en la isla.

En este caso, la cuarta entrega de los números monográficos de

Cuba Arqueológica presenta uno de estos textos críticos, de la auto-

ría del Dr. Ulises M. González Herrera. Esta obra constituyó su tesis

para optar por el grado de Doctor en Ciencias Históricas en la Uni-

versidad de La Habana, defendida en junio de 2012. El análisis del

uso de las crónicas de Indias en las “reconstrucciones históricas” lle-

va a su autor a recapitular sobre determinadas fuentes documentales,

vistas desde dos variables fundamentales: el lenguaje y el aspecto

físico. Su contribución, no sólo recae en la perspectiva crítica en sí

misma, sino en la relectura de las fuentes, el análisis del contexto de

producción y de sus autores, pero sobre todo, en el correlato

arqueológico.

Lo que más rescato, además de sus aportes científicos, es precisamente el cuestionamiento constante,

elemento básico de la ciencia. La reproducción inconsciente de conceptos o la aplicación casi ingenua de

interpretaciones ajenas han inundado la arqueología cubana. Es hora ya de quitar el velo, de construir cono-

cimiento con bases epistemológicas que nos permitan acercamientos a nuestro pasado conscientemente

posicionados. Esta obra es un paso en un camino largo y Cuba Arqueológica se complace en invitarlos a

transitar.

Odlanyer HERNÁNDEZ DE LARA

Coordinador

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

5 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

A la memoria de la Dra. Ana Julia García Dali

El peso muerto de generaciones desaparecidas de histo-

riadores, amanuenses y cronistas, ha determinado sin

posibilidad de apelación, nuestra idea del pasado.

H. Carr (1969)

AGRADECIMIENTOS

eseo expresar profundo agradecimiento a

mi tutor Dr. Roberto Rodríguez Suárez

por su asesoría y apoyo brindado al abrir

amablemente las puertas del laboratorio de ar-

queometría en la Facultad de Biología de la Uni-

versidad de La Habana para encaminar mis estu-

dios. Mi más sentida gratitud para la desaparecida

historiadora, Dra. Ana Julia García Dali, profeso-

ra consultante. Por su constante estimulo a la la-

bor desempeñada, asesoría y valoraciones críticas

de la labor realizada; en fin, por el respeto y dedi-

cación con que siempre acogió este esfuerzo.

Especial gratitud debo al profesor Dr. Oscar

Loyola Vega por el tiempo dedicado a la cuida-

dosa revisión del texto, valoraciones críticas y

sugerencias, que han contribuido decisivamente

al resultado que ahora presentamos.

A los profesores, Doctores Niurka Núñez Gon-

zález, Armando Rangel Rivero, Avelino Coucei-

ro, Arturo Sorhegui de Mares y Sergio Valdés

Bernal por sus importantes consejos y valoracio-

nes críticas. Al MSc. Daniel Torres Etayo, por

dedicar desde el comienzo de la investigación una

estimable parte de su tiempo a revisar mis notas y

realizar valoraciones que contribuyeron de forma

decisiva al desarrollo de la investigación. Por

ofrecer su gabinete como escuela y poner a mi

disposición una amplia bibliografía que sustentó

una estimable parte de este trabajo.

A los investigadores, Dr. Enrique Alonso†, Dr.

Roberto Valcárcel Rojas y Técnico Esperanza

Blanco Castillo, por la generosa contribución bi-

bliográfica y los necesarios intercambios acadé-

micos.

A la Dirección del Instituto Cubano de Antro-

pología por la confianza depositada en este em-

peño.

A la Dirección del Museo Antropológico Luis

Montané Dardé de la Universidad de La Habana

por permitirme acceder a los fondos museográfi-

cos.

A la Lic. Catherine Álvarez García por su

constante estímulo, amor, paciencia y compren-

sión a cada instante, así como por su generosa

contribución en el procesamiento digital de las

fotografías que acompañan este texto. También a

su padre, diseñador Téc. Roberto Álvarez Guerra

por el imprescindible apoyo material y técnico,

que facilitó mi concentración en la labor desem-

peñada.

Al compañero de campo, arqueólogo Odlanyer

Hernández de Lara, por brindar amablemente un

espacio en la importante revista Cuba Arqueoló-

gica para que este volumen sea divulgado oportu-

namente en sus páginas.

D

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 6

INTRODUCCIÓN

l estudio de las sociedades antiguas en el

área antillana cuenta con diversas fuentes

escritas por los colonizadores, explorado-

res y cronistas europeos, al menos en lo que res-

pecta al periodo de desarrollo socioeconómico

por el que transitaban las comunidades humanas

que habitaban el Caribe hacia finales del siglo

XV e inicios del XVI d. n. e. En el caso de Cuba,

la información etnográfica que podemos extraer

de dichos documentos resulta muy escasa desde

el punto de vista cuantitativo y cualitativo.

Las comunidades aborígenes que poblaban

nuestro archipiélago en el momento del contacto

con los europeos eran ágrafas, y su cosmogonía,

teogonía, concepciones éticas y estéticas, eran

trasmitidas por procesos de endoculturación a

través de tradiciones orales donde la música, ri-

tos, ceremonias, mitos y leyendas constituían el

principal y único vehículo para el conocimiento

de acontecimientos históricos sobre el pasado de

aquellos pueblos. La desestructuración económi-

co-social de sus modos de vida, ante el impacto

de la brutal política del coloniaje hispano, se su-

cedió de forma acelerada por lo que solo llegaron

de forma escrita aquellos aspectos de interés para

la corona española o para algunos viajeros, se-

dientos de imágenes exóticas y enrolados en las

primeras expediciones de exploración hacia Las

Antillas. Es por ello que una estimable parte de la

información que se conoce sobre estas sociedades

se localice en las crónicas generales de Indias

Occidentales, compuestas por libros de historia,

memoriales, ordenanzas reales, cartas y relacio-

nes enviadas a los reyes de la Península Ibérica.

La base de la colonización hispana en el Cari-

be se asentó durante el primer periodo en la veci-

na isla de La Española, lo cual conllevó a que

todas las flotas recalaran en sus puertos, incluso

aquellas que se dirigieron posteriormente al reco-

nocimiento de Tierra Firme. La ubicación geográ-

fica, la fertilidad de sus suelos, el clima propicio

para el cultivo y crianza de animales introducidos

por los europeos, la configuración de sus costas,

la localización de minas de oro y la alta densidad

poblacional aborigen que habitaba la isla en com-

paración con los archipiélagos vecinos, constitu-

yeron factores que decidieron desde el segundo

viaje de exploración realizado por Cristóbal Co-

lón (1493), que se erigieran en ella parte de las

instituciones político-jurídicas coloniales en los

nuevos espacios conquistados. Esto trajo apare-

jado que los primeros contactos, a gran escala,

con las etnias autóctonas se realizaran en esta isla.

La Española no fue solo el primer campo ex-

perimental del coloniaje hispano en el Caribe,

sino también el escenario antillano más descrito

por los cronistas: costumbres, tradiciones, len-

guas, creencias supranaturales, características fí-

sicas, organización social y modos de vida, son

aspectos abordados por algunos de los que pisa-

ron esta tierra, de un modo descriptivo e insupe-

rable, en comparación con lo dejado por escrito

para las otras islas del mediterráneo americano.

Todo lo antes expuesto ha conllevado a que se

realicen estudios de etnología comparada, entre

las sociedades que poblaban Haití y Cuba; recu-

rriendo a la información que sobre la primera isla

dejaron algunos cronistas. Los datos aportados

por las fuentes históricas y las investigaciones

arqueológicas, sin embargo, sugieren que no to-

dos los datos consignados para el vecino territorio

son adjudicables a nuestra pasada realidad so-

cioeconómica, por lo que se puede asegurar que

la información ha resultado ser extrapolada de

manera inadecuada en muchos casos de recons-

trucción etnohistórica.

E

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

7 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

Las crónicas de Indias han sido ampliamente

empleadas por estudiosos de heterogénea forma-

ción profesional, interesados en nuestro pasado

histórico desde el siglo XVIII hasta la actualidad.

La condición de ágrafos de los antiguos poblado-

res del área y la inauguración del registro históri-

co documental en el siglo XV por los colonizado-

res europeos, supuso la veracidad confiable del

dato histórico y su primacía sobre cualquier otra

fuente susceptible de ser utilizada con fines de

reconstruir la vida aborigen en el archipiélago.

Los referidos documentos contienen importan-

tes reseñas etnográficas sobre los aborígenes anti-

llanos, sin embargo, una significativa cantidad de

estos registros suelen ser contradictorios e impre-

cisos, lo cual se traduce en una información poco

confiable para llevar a cabo estudios de recons-

trucción etnohistórica. Tradicionalmente estas

investigaciones han tenido una marcada tendencia

a emplear los datos etnográficos1 de forma arbi-

traria, sin incluir una crítica y exhaustiva compa-

ración de fuentes, aún cuando esta es una premisa

insoslayable de la disciplina histórica.

Si dirigimos la mirada hacia la producción

científica relativa al tema de discusión, podemos

asegurar que los conocimientos que subyacen

actualmente sobre las sociedades aborígenes anti-

llanas han sido determinados, en gran medida, por

una visión eurocentrista fragmentada y generada

durante el proceso de conquista y colonización.

Es importante destacar que las concepciones refe-

ridas han estado en consonancia con el devenir

histórico de la Arqueología en nuestro país, cien-

cia que ha permitido descubrir y ampliar procesos

no identificados por los cronistas, sobre todo en

las etapas más tempranas del poblamiento antiguo

1 Información recopilada en función de describir diferentes

aspectos del ámbito sociocultural en una población deter-

minada. Entiéndase por datos que contienen referencias

sobre costumbres, tradiciones, ecología, música, danzas,

lenguas, religión, etc. Es necesario señalar que los datos

etnográficos localizados en las crónicas generales de Indias no fueron escritos por verdaderos etnógrafos, ya que estas

descripciones se realizaban con otras intenciones, muy

alejadas del concepto de ciencia actual. No obstante, los

apuntes legados por los cronistas del “Nuevo Mundo” con-

tienen una enorme cantidad de datos descriptivos acerca de

las etnias aborígenes con las cuales entraron en contacto. Es

por ello que muchos de estos autores pueden ser considera-

dos como precursores de la Etnografía en América.

en el área. Esta realidad tiene profundas implica-

ciones en la perspectiva investigativa que se abre

ante disciplinas científicas como son Antropolo-

gía, Arqueología e Historia, y entraña serios pro-

blemas para los investigadores ocupados en estu-

dios de reconstrucción etnohistórica.

Debido a la importancia que reviste para nues-

tra historia antigua el estudio integral del dato

etnográfico consignado en las fuentes narrativas

primarias, nos proponemos con este trabajo reali-

zar un análisis a profundidad de una selección de

tópicos tratados en las crónicas generales de In-

dias, exponiendo los aspectos que resulten con-

tradictorios y ambiguos, y que pueden afectar la

posterior interpretación que se realice sobre los

mismos. Es por ello que constituye nuestro obje-

tivo primordial analizar las limitaciones en las

crónicas de Indias para la reconstrucción de las

sociedades aborígenes que habitaban Cuba, entre

el siglo XV y XVI d. n. e

La investigación permite una mejor aproxima-

ción al conocimiento de nuestras antiguas forma-

ciones sociales, en tanto define cuales son las

contradicciones presentes en las crónicas y expli-

ca el origen de estas, así como la influencia ejer-

cida en la historiografía dedicada a las etapas

históricas más tempranas correspondientes a Cu-

ba. En la práctica permite que las futuras investi-

gaciones vinculadas con los procesos sociales

aborígenes, no partan exclusivamente del dato

etnográfico localizado en la crónica para realizar

sus aproximaciones, debido a diversos y comple-

jos problemas que presentaron los enfoques inter-

pretativos de los cronistas en el momento de es-

cribir sus obras. Esto conllevará a diseñar investi-

gaciones apoyadas por procedimientos que brin-

den mayor confiabilidad a los resultados científi-

cos propuestos.

Se estudia una selección de 16 textos referidos

al proceso de exploración y colonización del área

antillana, compuestos por obras históricas, memo-

riales, cartas de relación y diarios de navegación.

Se contrasta el registro histórico con el arqueoló-

gico, atendiendo a la información disponible so-

bre el empleo de diversos artefactos en la prepa-

ración y consumo de alimentos. En tal sentido, se

exponen los resultados alcanzados a partir de es-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 8

tudios de Arqueometría2 efectuados en tres sitios

arqueológicos de la región oriental de nuestro

territorio. También se consultan más de setenta

trabajos de reconstrucción etnohistórica que em-

plean las fuentes narrativas primarias, entre los

cuales se seleccionan dos de las más relevantes

obras para nuestra historiografía, con el objetivo

de someterlas a un análisis crítico.

Algunos antecedentes de significativa impor-

tancia sobre el tema objeto de estudio

Es importante destacar que en nuestro país no

se ha realizado hasta la fecha ningún estudio, a

gran escala, que aborde íntegramente la pro-

blemática relacionada con las crónicas generales

de Indias3. Es la primera vez, en nuestra historio-

grafía, que se realiza un riguroso contraste entre

el registro histórico y el arqueológico, teniendo

un enfoque multidisciplinario. No obstante, diver-

sos estudiosos de nuestro pasado histórico, han

reconocido acertadamente el reto que significa el

estudio de las crónicas generales de Indias, así

como la importancia y limitaciones que exponen

estas fuentes. Estos antecedentes se localizan en

capítulos o acápites específicos de determinadas

obras, sin que este haya sido el tema central abor-

dado, distinguiéndose entre ellas por la profundi-

dad del tratamiento de la problemática4. También

debemos destacar los esfuerzos de autores extran-

jeros que han servido de referente para nuestro

trabajo. A continuación relacionamos las publica-

2 Aplicación de procedimientos y técnicas derivadas de

diversas ciencias exactas, con el fin de esclarecer eventos

del pasado, al estudiar el vínculo entre características de la

materia objeto de análisis y la actividad del hombre (Torres

Montes, 1981). Este conjunto de procedimientos físico –

químicos permite acceder a información no visible en el

registro macroscópico de evidencias arqueológicas. 3 Desde el 2001 se encuentra aprobado por la Comisión

Nacional de Grado Científico el proyecto de tesis para optar

por el grado académico de Dr. en Ciencias Históricas, Las

crónicas de Indias en la reconstrucción de la Historia abo-

rigen de Cuba, del aspirante MSc. José Jiménez Santander;

investigación aún no discutida hasta el término de redac-

ción de esta obra. 4 En menor medida, la problemática ha sido advertida por

diversos autores cubanos (Raggi, 1942; Torre, 1895; Gue-

rra, 1973; Rey, 1981; Núñez, 1989; Pichardo 1990; Tabío,

1995; y Moreira, 1999).

ciones que, desde el punto de vista metodológico

y de contenido, hemos considerado más significa-

tivas para la presente investigación.

Obra de significativa importancia para nuestro

trabajo, aunque enfocada estrictamente en el re-

gistro documental vinculado a la fauna america-

na, es La Zoología de Colón y de los primeros

exploradores de América (1888), de Juan Ignacio

de Armas. El autor examina cuidadosamente las

fuentes narrativas empleadas, y con sólidos ar-

gumentos alerta sobre las contradicciones e im-

precisiones constatadas en su exhaustiva selec-

ción de crónicas. El volumen constituye una guía

imprescindible para todo especialista dedicado al

estudio del dato de primera mano sobre la fauna

antillana y continental. Resultado de un cuidado-

so análisis, el autor cuestiona y enriquece los su-

puestos científicos aceptados por la comunidad de

naturalistas del momento histórico, sustentados

en el empleo de las fuentes primarias. Importan-

tes resultan las valoraciones sobre las condicio-

nantes históricas que afectaron las observaciones,

y posteriores descripciones de los cronistas de

Indias.

En 1925, el Ingeniero J. A. Cosculluela pre-

sentó magistralmente su discurso de ingreso a la

entonces Academia de la Historia de Cuba, titula-

do Nuestro pasado ciboney. El trabajo contiene

significativas observaciones sobre la importancia

de estudiar crítica y exhaustivamente las crónicas

generales de Indias, debido a diversas imprecisio-

nes registradas en los documentos en cuestión

(Cosculluela, citado por Ortiz, 1935: 243). En

nuestra opinión, el texto señala de manera general

los problemas que ha traído para la historia anti-

gua del país la interpretación de las crónicas sin

un debido estudio, y caracteriza acertadamente la

calidad de los datos etnográficos consignados por

los cronistas, por lo que puede ser considerado

como un referente de obligada consulta en la in-

vestigación que ahora desarrollamos.

De gran significación por el aporte metodoló-

gico resultó la labor desempeñada por el investi-

gador cubano José M. Chacón y Calvo en las

obras Cedulario Cubano y El documento y la

reconstrucción histórica (1929), donde se expo-

nen prólogos que contienen medulares valoracio-

nes sobre el contenido de las fuentes narrativas,

argumentando el necesario contraste entre los

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

9 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

documentos objeto de análisis, en aras de arribar

a resultados satisfactorios en la reconstrucción

histórica. Ambos resultados presentan bosquejos

de las condicionantes económicas, políticas y

sociales, que predeterminaron las pautas jurídicas

de las ordenanzas y cédulas reales enviadas al

“Nuevo Mundo”.

En 1983 aparece publicado en nuestro país el

ensayo Discurso Narrativo de la Conquista de

América: Mitificación y Emergencia, de la inves-

tigadora española Beatriz Pastor Boomer; de ca-

pital importancia metodológica para la actual

investigación. En la obra se realiza un pormeno-

rizado análisis de las crónicas hispanas con un

enfoque literario que pasa por indagar en el tras-

fondo económico, social, político y religioso, que

subyace en la narrativa de diversos cronistas; tal

es el caso de los textos colombinos, las cartas de

relación de Hernán Cortes, o los escuetos apuntes

de viajeros como Chanca y Cúneo, entre otros.

Haciendo énfasis en la ficcionalización, mitifica-

ción e instrumentación de la realidad americana,

según los textos referidos, nos entrega la autora

una visión divergente de la historia colonial tem-

prana en el “Nuevo Mundo”.

En 1984 se publica el trabajo investigativo In-

troducción a la protohistoria de Cuba, de la ar-

queóloga cubana María Nelsa Trincado. El pro-

pósito fundamental de este breve estudio es anali-

zar críticamente los datos consignados en las

crónicas de Indias. Sin embargo, el análisis reali-

zado a las fuentes seleccionadas no toma en cuen-

ta algunos aspectos medulares, como la realidad

de la fauna de nuestros ecosistemas y el nivel de

desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas

en determinadas comunidades agrícolas. Además,

la investigación no lleva a cabo un necesario con-

traste del dato etnográfico consignado por los

cronistas y no asume la evidencia arqueológica, la

cual hubiese permitido una mejor aproximación a

los procesos sociales estudiados. A pesar de lo

planteado, el trabajo señala la importancia de

algunas fuentes medulares para los estudios que

nos competen y constituye un referente a tener en

consideración.

De vital importancia para la presente investi-

gación por su aporte metodológico es la obra:

Primer inventario del invasor (1984), de la histo-

riadora nicaragüense Ileana Rodríguez. Aunque

su libro está centrado fundamentalmente en un

estudio crítico de las crónicas de Indias, corres-

pondientes a Nicaragua, la autora realiza un estu-

dio de la problemática general en su introducción.

El texto, además de aportar gran cantidad de in-

formación, expone un dominio excelente del tópi-

co en cuestión y una adecuada utilización de las

fuentes primarias en función de contrastar los

datos etnográficos registrados por los cronistas de

Indias. La obra en general constituye un obligado

referente para los estudios de reconstrucción so-

cial de las sociedades aborígenes de América.

Estrechamente vinculado con los estudios de

reconstrucción etnohistórica de nuestras comuni-

dades aborígenes disponemos del artículo Crea-

ting the Guanahatabey (Ciboney): The modern

genesis of a extinct culture (1989), del arqueólo-

go norteamericano Wiliam F. Keegan. Aquí se

toma como unidad de estudio la denominada

“cultura ciboney”, y parte de una comparación

rigurosa entre las diferentes fuentes que aborda-

ron la existencia, en los momentos del contacto

indoeuropeo, del supuesto modelo de subsistencia

apropiador de algunos grupos aborígenes en nues-

tro archipiélago y la parte noroccidental de Haití.

A manera de introducción para la crónica Re-

lación acerca de las antigüedades de los indios,

del misionero Fray Ramón Pané, el lingüista cu-

bano José Juan Arrom (1990) nos legó un análisis

crítico de los apuntes recogidos por el fraile en

Haití. Este centra el debate en torno a la fecha de

arribo del Jerónimo a Las Antillas, la lengua abo-

rigen conocida por el sacerdote y los obstáculos

que enfrentó para recopilar los datos que expone

en su relación; además de señalar acertadamente

las limitaciones que expone la fuente.

En 1993 se publica la interesante obra La mi-

rada perdida. Etnohistoria y Antropología ameri-

cana del siglo XVI, del investigador venezolano

Miguel Ángel Perera. El ensayo persigue como

objetivo fundamental analizar las implicaciones

étnicas, éticas y nacionales del cruel proceso de

conquista y colonización europea en América. El

análisis referido cuenta con el empleo de las prin-

cipales fuentes narrativas utilizadas en este traba-

jo, y toca de cerca las condicionantes culturales,

filosóficas, económicas y políticas que afectaron

la historia de América, hecha por los “descubri-

dores” del “Nuevo Mundo”, así como las limita-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 10

ciones de diversos datos contenidos en los textos

valorados.

Otro trabajo que incluye una aproximación a la

problemática planteada, lo encontramos en el

prólogo de Brevísima Relación de la Destruición

de las Indias (1999), de la historiadora española

Consuelo Varela. En él, la autora realiza un exce-

lente análisis comparativo de las fuentes lascasia-

nas, para introducir al lector en la obra del cléri-

go. En La caída de Cristóbal Colón. El Juicio de

Bobadilla (Varela y Aguirre, 2006), se continúa

esta línea de contrastación de fuentes narrativas

primarias para acercarnos a los pormenores de la

temprana gobernación de la familia Colón en La

Española, por lo que el texto, además de brindar-

nos novedosos datos, nos entrega mayor número

de evidencias sobre los problemas que entraña el

manejo de las fuentes narrativas en cuestión.

Debemos destacar también el meritorio trabajo

desempeñado por los investigadores cubanos Mi-

guel A. Esquivel y Cosme Casals, con relación al

extracto del primer diario de a bordo de Cristóbal

Colón, investigación publicada bajo el título De-

rrotero de Cristóbal Colón por la costa de Hol-

guín. 1492 (2006). La labor expone agudas re-

flexiones sobre las limitaciones constatadas en el

documento objeto de estudio.

Entre los artículos de autores extranjeros con-

sultados y de significativo aporte metodológico se

debe destacar también Las crónicas en la Arqueo-

logía de Puerto Rico y el Caribe (2006), del ar-

queólogo puertorriqueño Antonio Curet. En este

trabajo el autor centra la discusión en el inade-

cuado uso de las crónicas para los estudios de

reconstrucción social en la historia antigua del

Caribe, y hace énfasis en la imperiosa necesidad

de contrastar las fuentes primarias con los estu-

dios arqueológicos.

No debemos dejar de señalar el acercamiento

al tópico en la obra Tainos: Mitos y realidades de

un pueblo sin rostro, del arqueólogo cubano Da-

niel Torres Etayo (2007). Sin llegar a constituir la

tesis fundamental del texto, el autor realiza un

análisis riguroso de las fuentes primarias utiliza-

das para esclarecer el origen del término taíno,

vocablo devenido contemporáneamente en sinó-

nimo de grupo étnico para los aborígenes antilla-

nos de organización tribal.

Como una aproximación primaria a esta temá-

tica hemos preparado varios artículos científicos,

entre los cuales citamos los más significativos

atendiendo al nivel de introducción de resultados

parciales en nuestro ámbito académico. Los traba-

jos llevan los siguientes títulos: Ciboneyes, Gua-

nahatabeyes y cronistas. Discusión en torno a

problemas de reconstrucción etnohistórica en

Cuba (2008); Cultura e identidad en la sociedad

tribal prehispánica de Cuba. El problema de los

estudios de reconstrucción etnohistórica. (2009);

Mark R. Harrington y el problema de las fuentes

primarias en los estudios de reconstrucción et-

nohistórica en Cuba (2010); Las comunidades

aborígenes de Cuba, apuntes para el estudio de

los recursos subsistenciales, formas de prepara-

ción y consumo de alimentos (2011); Los prime-

ros reportes faunísticos en el registro histórico de

Las Antillas (2011)5; y Una mirada al uso de las

crónicas de Indias en la historiografía nacional

de Cuba (2012).

Como antecedente inmediato de esta investi-

gación se debe destacar el trabajo desarrollado en

la Tesis de Maestría que hemos defendido en ju-

nio de 2009 titulada, El dato etnográfico en las

crónicas generales de Indias; sus limitaciones en

la reconstrucción etnohistórica de las sociedades

aborígenes de Cuba. Dicho esfuerzo, debido a lo

limitado del contenido por cuestiones metodoló-

gicas, no pudo comprender el proyectado contras-

te entre textos históricos y elementos del registro

arqueológico, que validaran con más argumentos

nuestra hipótesis inicial. El desarrollo de esta

nueva etapa de labor permitió incluir, además, el

contraste con fuentes narrativas no tenidas en

consideración anteriormente. El texto que ahora

presentamos es esencialmente el preparado como

cuerpo de tesis doctoral por el autor de estas lí-

neas, defendido en la Facultad de Filosofía e His-

toria de la Universidad de La Habana para optar

por el Grado Académico de Doctor en Ciencias

Históricas en junio del 2012.

5 Los dos primeros ensayos citados tributan como capítulos

introductorios a dos resultados de proyectos de investiga-

ción del Instituto Cubano de Antropología: Cultura mate-

rial popular tradicional. Una mirada antropológica a las

comidas y bebidas (Dpto. de Etnología), y Zooarqueología

aborigen de Cuba. Principales exponentes. Revitalización

del laboratorio de Zooarqueología (Dpto. de Arqueología).

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

11 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

I

LAS FUENTES DOCUMENTALES

PRIMARIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA

ABORIGEN EN EL CARIBE

n la actualidad disponemos de varias fuen-

tes documentales primarias para el estudio

de las sociedades aborígenes que habitaban

Las Antillas en las postrimerías del siglo XV e

inicios del XVI d. n. e. Estos documentos están

constituidos por cartas de relación, memoriales,

ordenanzas reales, crónicas y diarios de navega-

ción, que se comenzaron a redactar desde el primer

viaje de exploración realizado por Cristóbal Colón

(1492), siendo su diario6 el primer testimonio es-

crito que contiene datos etnográficos sobre las

6 No existen los diarios originales de navegación de Colón,

pero sí un sumario realizado por Las Casas del primero de

ellos, que aparece en su obra Historia de las Indias. La in-

formación de este primer viaje exploratorio, así como de los

restantes tres que realizara el Almirante a tierras americanas,

se complementa con la obra de Hernando Colón Historia del Almirante (original también desaparecido), escrita entre 1537

y 1539, y las epístolas que enviara el explorador a diferentes

figuras de la época, y que se conservan en la actualidad.

Evidentemente, Las Casas tuvo a su disposición el original

del diario de a bordo de Colón sobre el primer viaje, y pudo

extraer las notas que conforman su sumario, cuando este fue

entregado a los Reyes Católicos, en 1493, por el propio Al-

mirante. Existe constancia de un extracto realizado con letra

de Las Casas, que aún se conservaba a fines del siglo XVIII

en el archivo del Duque del Infantado. De dicho documento

hizo copia fiel Martín Fernández de Navarrete en 1791, la

cual fue publicada definitivamente en 1858, en su obra Co-lección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar

los españoles desde fines del siglo XV (Pichardo, 1971). El

fraile tuvo acceso, además, a otros documentos relativos a las

primeras exploraciones, y al parecer también pudo consultar

el original de la Historia del Almirante, escrita por Hernan-

do. Es importante agregar que Las Casas conoció personal-

mente a Colón, de quién pudo obtener una valiosa informa-

ción sobre el orbe antillano.

poblaciones antiguas del mediterráneo americano.

Es adecuado señalar que la mayoría de los docu-

mentos mencionados con anterioridad abundan en

los acontecimientos vinculados con el desarrollo

socioeconómico del coloniaje hispano y los modos

de vida de las poblaciones autóctonas en regiones

continentales. La información referida al arco anti-

llano es más limitada y fragmentada.

Las crónicas de Indias han sido objeto de in-

terés para profesionales e interesados en general

en los acontecimientos vinculados con la explora-

ción, conquista y colonización de América a lo

largo de la historia. Es por ello que algunos de

estos testimonios se han editado varias veces en

diversas lenguas, muchas veces acompañados de

prólogos críticos, biografías y notas adjuntas.

Estas ediciones se pueden agrupar en colecciones

documentales generales y algunos libros de histo-

ria (obras monumentales escritas por cronistas

oficiales de la corona hispana o por figuras estre-

chamente vinculadas a la conquista).

Otros documentos referidos al periodo y al área

de interés se mantienen inéditos y están integrados

por resoluciones del Consejo de Indias, notas e

informes de ministros, indicaciones marginales en

los despachos, comunicaciones de particulares,

entre otros (Hill, 1941). Esta valiosa, aunque dis-

persa información, se localiza fundamentalmente

en España y se mantiene bajo la custodia del Ar-

chivo General de Indias en Sevilla (antigua Casa

de Contratación), y el Archivo Histórico Nacional

de Madrid. Otros documentos de extraordinaria

importancia se conservan en la Antigua Mansión

de los Almirantes de Castilla, y en el Castillo de

E

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 12

Simancas (Chacón y Calvo, 1929). En Cuba es

muy escasa la información disponible para estudiar

el periodo. Esta se localiza en el Archivo Nacional

de la República, así como en los archivos del anti-

guo Palacio de Gobernación. Tal escasez de do-

cumentos en nuestro país, se debe a varios factores

analizados muy acertadamente por Roscoe R. Hill

de la siguiente manera: El clima, el comején, la

polilla, y los descuidos han causado muchas

pérdidas de documentos cubanos, y además a fines

del siglo XIX el gobierno español trasladó a Sevi-

lla y Madrid importantes cantidades de documen-

tos (1941: 20).

A lo antes señalado, debemos agregar el hecho

de que en nuestro país son muy escasas las publi-

caciones que se han realizado sobre las crónicas de

Indias, a pesar de revestir gran importancia para el

conocimiento de la historia nacional. Solo escasos

y muy limitados pasajes de las capitales obras de

Oviedo y Las Casas han sido publicados en nues-

tra nación, por lo que los textos monumentales del

siglo XVI han quedado marginados de manera

significativa. A pesar de ello, disponen nuestras

bibliotecas de algunas publicaciones realizadas en

México y España. En Cuba solo disponemos de

algunas ediciones aisladas, donde se ha destacado

el empeño de autores como: Armas (1888), La

Torre (1958), Hortensia Pichardo (1971), José J.

Arrom (1990), Jorge Ibarra (1977), Almodóvar

(1984), Fernando Portuondo (1977), Esquivel y

Casals (2006), Cairo y Gutiérrez (2007); entre

otros.

Contamos para el presente estudio con las

obras de diversos cronistas, y con varias colec-

ciones documentales que recogen testimonios de

Cristóbal Colón, Diego Velázquez, Miguel de

Cúneo y Diego Álvarez Chanca, entre otros. To-

dos los autores mencionados escribieron sus tes-

timonios entre los siglos XV y XVI d. n. e., por lo

que sus descripciones constituyen fuentes de obli-

gada referencia para conocer la etnografía y el

impacto de la colonización europea en la desigual

estructura socioeconómica de las civilizaciones

americanas que ocupan la presente investigación.

Principales fuentes documentales del periodo

Es difícil definir cuáles son las fuentes funda-

mentales del periodo, ya que todos los testimo-

nios consultados poseen datos de extraordinaria

importancia para los estudios que nos ocupan. No

obstante, existen ciertas diferencias cualitativas y

cuantitativas en los textos, que nos permiten sepa-

rarlos en dos grandes grupos, destacándose aque-

llos que constituyen verdaderas obras monumen-

tales. Estos libros fueron escritos por figuras con

un alto nivel de instrucción educacional, vincula-

das estrechamente a la corona hispana y dedica-

das, entre otras cosas, a historiar los aconteci-

mientos acaecidos en los territorios recién descu-

biertos por los europeos. A continuación se rela-

cionan los que hemos considerado fundamentales:

Brevísima Relación de la Destrucción de las In-

dias, Apologética Historia Sumaria e Historia de

las Indias (Bartolomé de las Casas); Sumario de

la Natural Historia de Indias e Historia General

y Natural de las Indias, Islas y Tierra – Firme del

Mar Océano (Gonzalo Fernández de Oviedo);

Décadas del Nuevo Mundo (Pedro Mártir de An-

glería); Historia del Almirante (Hernando Colón);

e Historia General de las Indias (López de

Gómara).

Es importante señalar que de la obra Historia

del Almirante solo empleamos los apuntes con-

signados por el fraile Ramón Pané, que forman

parte del capítulo LXII del texto, ya que conside-

ramos que la información registrada en relación a

las esferas de la realidad social objeto de la pre-

sente investigación, no aporta datos novedosos si

tomamos en consideración los escritos contenidos

en Historia de las Indias, de Las Casas, que evi-

dentemente tuvo a su disposición una estimable

parte de los documentos colombinos.

Colecciones documentales

No menos importante dentro del repertorio pa-

ra el estudio de la historia colonial temprana de

Cuba son las colecciones documentales. Estos

esfuerzos compilatorios, realizados en diferentes

épocas, reúnen un gran cúmulo de documentos

escritos entre los siglos XV y XVI, los cuales

brindan datos de interés para esta investigación.

Si bien se utilizarán en la investigación parte

de las compilaciones realizadas por el marino e

historiador hispano Martín Fernández de Navarre-

te (1765 – 1848), no incluimos una crítica de su

libro Viajes de Cristóbal Colón, ni emitimos jui-

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

13 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

cios sobre este autor en este capítulo, ya que lo

consideramos solo en calidad de compilador; aun-

que reconocemos el valor de su trabajo y hace-

mos uso del mismo, en el caso de la relaciones y

memoriales relacionados con el área antillana.

De gran importancia para los estudios de re-

construcción etnohistórica es la voluminosa Co-

lección de documentos inéditos relativos al des-

cubrimiento, conquista y organización de las an-

tiguas posesiones españolas de ultramar. Esta

compilación fue dirigida por D. J. Torres de Men-

doza, con la colaboración en sus inicios de D.

Francisco de Cárdenas y D. Joaquín F. Pacheco,

entre otros juristas. Es esta una de las más exten-

sas compilaciones existentes sobre documentos

legislativos del coloniaje hispano (instrucciones y

cédulas reales). Desde su publicación, en la se-

gunda mitad del siglo XIX, es una de las fuentes

más empleadas para el abordaje de la historia

colonial temprana en América, y brinda importan-

tes datos sobre el área antillana; fundamentalmen-

te en los tomos I, IV y VI. En este mismo caso se

encuentran el magnífico Cedulario Cubano (Los

orígenes de la colonización. T. I.) de José M.

Chacón y Calvo, publicado en 1929, así como la

colección de 125 documentos preparada en el

siglo XVIII por el historiador hispano Juan Bau-

tista Muñoz, a petición de la Secretaría de Indias

y de la Academia de la Historia. Este compendio7

se conoce por el mismo nombre de su autor.

Aunque consultada, no tomamos en considera-

ción en el presente estudio la obra del Cronista

Mayor de la Corona Hispana, Antonio de Herrera,

que lleva por título Historia General de los

Hechos de Los Castellanos en las Islas y Tierra

Firme, debido a que la información que expone

en el libro I y II de su Década Primera, en rela-

ción con el área antillana, es muy escueta y ago-

tada en la obra de los cronistas que lo precedie-

ron. Luego de enunciar los títulos que constituyen

las fuentes principales del período, y las más uti-

lizadas en los estudios de reconstrucción etnohis-

tórica, sería necesario conocer críticamente cada

una de ellas, así como las características particu-

lares de sus autores.

7 La colección se mantiene inédita hasta la fecha. Se le

puede consultar en el Archivo de Indias en Sevilla, España.

Por último, debemos señalar que, a pesar de no

haber sido consultada, conocemos por Carlos M.

Trelles (citado por Chacón y Calvo, 1929), de la

existencia de una importante compilación de do-

cumentos históricos relativos al coloniaje hispano

en Cuba, titulada, Documentos históricos cubanos

de 1592 a 1829, reunidos por Domingo del Monte

en Madrid, 1849.

Breve caracterización crítica de los autores y sus

obras

Los cronistas de Indias Occidentales vivieron

entre finales del siglo XV y comienzos del siglo

XVI d. n. e., una época caracterizada por amplias

transformaciones políticas, económicas, sociales

y culturales en la Península Ibérica. (Vives,

1971). Es necesario destacar que no es tarea fácil

enjuiciar la figura de cualquiera de los autores

estudiados. El papel que cada uno de ellos jugó

en el proceso de conquista y colonización, así

como sus concepciones morales son partes inse-

parables de la época en que se desarrollaron sus

vidas.

A fines del siglo XV los hispanos traen a las

tierras de América sus tecnologías, concepciones

estéticas, éticas y religiosas, su cosmogonía, sus

contradicciones políticas y sus anhelos en las rea-

lizaciones económicas, lo cual se traduce en un

gran obstáculo para implementar sistemas de con-

trol, explotación sistemática y gobiernos estables

en los nuevos espacios encontrados; pero sobre

todas las cosas, en entender un mundo de vasta

complejidad. Todo lo que ven al otro lado del

Atlántico les resulta extraño, ajeno, salvaje y pri-

mitivo; este universo “nuevo” estaba plagado de

“rarezas”, aun para la mirada de los europeos más

ilustrados.

Los cronistas fueron esencialmente figuras en-

cargadas por la Corona hispana para registrar los

acontecimientos vinculados con la exploración,

conquista y colonización de las tierras de Améri-

ca, así como del desarrollo histórico de los virrei-

natos. Estos autores se pueden dividir según las

obras que legaron para la posteridad, en cronistas

menores y mayores. Al primero de estos grupos

pertenece una pléyade de figuras, que sin ser con-

siderados cronistas oficiales de la corona hispana,

legaron una valiosa información para el conoci-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 14

miento de las sociedades aborígenes americanas.

Se destacan en este grupo: Cristóbal Colón, Fray

Ramón Pané, Miguel de Cúneo, Diego Álvarez

Chanca, Guillermo Coma, Alvar Núñez Cabeza

de Vaca, Bernal Díaz del Castillo, entre otros.

El segundo de los grupos está conformado por

autores que estaban vinculados a la corte de los

reyes católicos; algunos de ellos fueron conside-

rados como cronistas oficiales de la misma. Des-

cuellan en este Pedro Mártir de Anglería, Gonza-

lo Fernández de Oviedo, Francisco López de

Gómara y Antonio de Herrera. Debemos señalar

el caso excepcional de Fray Bartolomé de Las

Casas, que aunque podemos incluirlo definitiva-

mente en este grupo, no estaba vinculado direc-

tamente a la corte, pero sí desarrolló una extensa

obra que se halla a la altura de los escritos lega-

dos por el resto de los cronistas oficiales. Su acti-

vidad y experiencia, en carácter de encomendero,

misionero y defensor de los derechos indígenas

en la corte, lo sitúan en un lugar cimero dentro

del conjunto.

Cristóbal Colón (¿1435? – 1506): El marino ge-

novés llega a Las Antillas en 1492 y realizó cuatro

viajes de exploración en total, para tocar tierras

continentales en el segundo de estos (1494). Des-

conocemos el nivel de instrucción educacional del

explorador. Si bien no era propiamente un escritor

y los originales de sus diarios de navegación no

han llegado a nuestros días, podemos afirmar que

era un individuo particularmente observador. Su

experiencia en el universo americano es de vital

importancia para los estudios de reconstrucción

histórico-social en comunidades aborígenes anti-

llanas. Afortunadamente, podemos hoy contar con

un extracto hecho por Las Casas de su primer dia-

rio de navegación, así como de las versiones que

entrega el clérigo en su Historia de las Indias, con

relación a los restantes tres viajes de exploración

que realizara el Almirante en tierras americanas;

sumado a algunas epístolas que enviara Colón a

diferentes figuras de la época.

Las anotaciones que han llegado a nuestros

días exponen un estilo directo y ameno, que des-

cribe numerosos ámbitos del nuevo universo en-

contrado: ruta de exploración y “descubrimiento”,

naturaleza de los nuevos espacios geográficos,

actividades económicas de las comunidades

autóctonas, diferencias étnicas, distribución po-

blacional, costumbres, características físicas, etc.

Sin lugar a dudas, lo que más interesa al Almiran-

te es crear expectativas (falsas) sobre la presencia

de oro en las tierras visitadas, es por ello que la

palabra oro se repite una y otra vez en sus notas;

de igual manera realiza una exagerada edulcora-

ción de la belleza de los nichos ecológicos avista-

dos, y de la bondad de los pacíficos habitantes.

La fuente es de obligada consulta, siempre y

cuando se tenga en cuenta que presenta numero-

sas contradicciones y una manipulación evidente

de la información expuesta, en función de acapa-

rar la atención de la corona española con relación

a las potencialidades de todo tipo, que podría

ofrecer el “Nuevo Mundo” para el desarrollo eco-

nómico de la Península.

Ramón Pané: Fraile catalán de la Orden de San

Jerónimo, arribó a Las Antillas en 1493 con Cris-

tóbal Colón, formando parte de la primera misión

evangelizadora al “Nuevo Mundo”. Desconoce-

mos su nivel de instrucción educacional y por

testimonio de Las Casas sabemos que no hablaba

fluidamente el castellano. Testificó contra Colón

en la pesquisa realizada por Francisco de Bobadi-

lla en 1500, al destituir este al Almirante. El tes-

timonio del ermitaño, ante las autoridades colo-

niales, contradice en diversos aspectos la relación

que poco antes de esta fecha debió de entregar al

Virrey y Gobernador en La Española, sobre las

creencias y prácticas religiosas de los aborígenes

(Varela, 2006: 103). Sus apuntes pueden ser con-

siderados como unos de los más tempranos escri-

tos en América, ya que se enmarcan en las pos-

trimerías del siglo XV. Murió en La Española,

aunque desconocemos la fecha de su fallecimien-

to.

Relación acerca de las antigüedades de los in-

dios: Es una compilación de relatos, donde se

recogen de manera limitada y desordenada algu-

nos aspectos vinculados con los ritos, ceremonias

y creencias de un pequeño sector de la población

aborigen en Haití. Es una de las fuentes más con-

tradictorias de que se dispone para estudiar el

periodo, ya que por propio testimonio del clérigo

conocemos de las grandes limitaciones que tuvo

para llevar a cabo la labor de recoger parte de la

cosmogonía y teogonía de los aborígenes del no-

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

15 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

reste de la vecina isla. Pané solo conocía parcial-

mente la lengua hablada por los aborígenes de la

pequeña “provincia” de Macoríx de Abajo y ha-

bía tenido que trasladarse hacia otro territorio,

sirviéndose de un traductor nativo, para realizar

sus pesquisas en tierras del cacique Guarionex,

donde la lengua parecía ser la más utilizada en la

isla, pero totalmente desconocida por el ermitaño

(Las Casas: 1958).

Además de la limitación que representó la ba-

rrera idiomática, debemos señalar que el texto no

es claro en su exposición y no contempla un orden

lógico, para ello utiliza un estilo monótono y am-

biguo. Sus escuetos apuntes solo se refieren a una

región de la actual República Dominicana, que-

dando fuera cualquier referencia a la isla de Cuba.

Desafortunadamente no se conoce el manus-

crito original del clérigo, ni tampoco el de la His-

toria del Almirante don Cristóbal Colón, escrito

por su hijo Fernando, donde se incluye íntegro el

relato de Pané. Esto es una limitación que posee

la fuente, ya que lo que conocemos de ella pro-

viene de segundas y terceras lecturas. Después de

la muerte del hijo mayor del Almirante (1539),

solamente conocieron el manuscrito: Las Casas,

Anglería y Ulloa, este último dejaría para la pos-

teridad una traducción al italiano, cuyas deficien-

cias son bien caracterizadas por el lingüista Jose

J. Arrom, en un estudio crítico que realizara de la

labor del extremeño:

Si la traducción de Ulloa hubiese sido modelo de

pulcritud tal vez se habrían evitado muchas de las dificultades que oscurecen la Relación. Pero no

fue este el caso. Ulloa no logró siquiera terminar

debidamente la traducción. Lo que dejó fue el in-completo borrador que manos amigas publicaron

después de su muerte, (…). (Arrom, 1990: 14,15).

Mas adelante vuelve sobre las limitaciones del tra-bajo: Ulloa creó una nueva fuente de errores al

italianizar muchos de los términos que allí apare-

cen (Ob.cit: 15).

Es pues la Relación de Pané un texto que de-

bemos de estudiar con sumo cuidado, especial-

mente cuando algunos autores han intentado

homologar los relatos del ermitaño, en el plano de

la superestructura, con sociedades aborígenes del

resto de las vecinas islas antillanas. El descono-

cimiento del idioma, la falta de fluidez y orden

lógico en la exposición, la carencia de explica-

ciones en relatos eminentemente descriptivos, lo

limitado del campo de acción en la pesquisa efec-

tuada, y la pérdida del manuscrito original, hacen

que el texto deba de ser considerado con especia-

les reservas para los estudios de reconstrucción

que nos competen.

Pedro Mártir de Anglería (1456-1526): Historia-

dor italiano, había estudiado medicina y sirvió

desde 1488 en la corte de los Reyes Católicos,

ordenándose sacerdote en 1492 y convirtiéndose

en capellán de la reina desde 1501. En 1518 Car-

los I le incorporó a los asuntos indianos y le

nombró Consejero de Indias, para dos años más

tarde expedirle el título y cargo de Cronista de

Castilla. Su obra no es muy extensa, solo nos in-

teresa al presente la que lleva por título Décadas

del Nuevo Mundo, escrita entre 1494 y 1526. Está

estructurada por ocho series agrupadas en déca-

das y divididas a su vez en diez libros cada una.

La primera década apareció en Sevilla, en 1511,

por lo que el texto antecede al Sumario de Oviedo

y se cuenta como la primera crónica general de

las Indias Occidentales.

La obra completa se publicó en 1550, en Ma-

drid. Aunque Anglería no viajó al “Nuevo Mun-

do”, su calidad de miembro de la corte de los Re-

yes Católicos le permitió conocer las opiniones y

narraciones de los primeros exploradores, inclu-

yendo las del propio Cristóbal Colón, Américo

Vespucio, Fernando de Magallanes, e incluso las

de algunos conquistadores, como fue el caso de

Hernán Cortés. El texto recoge los acontecimien-

tos relacionados con las tierras americanas descu-

biertas, desde el primer viaje de Colón en 1492

hasta 1526.

Sin lugar a dudas, el hecho de no haber pisado

jamás el hemisferio occidental afectó negativa-

mente la obra del cronista, que aunque utilizó

considerables fuentes documentales para su ver-

sión, comete omisiones y realiza generalizaciones

que constituyen serios obstáculos para el conoci-

miento del mundo americano, particularmente de

las comunidades aborígenes antillanas. El trabajo

adolece de ser muy descriptivo, de no citar las

fuentes de las que se nutre, y de presentar nume-

rosas contradicciones, aunque está escrito con un

estilo ameno y claro.

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Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 16

La labor de Anglería fue duramente criticada

por Las Casas en su Historia (1995: 522. T. II),

donde lo acusó de falsear la información, o en

todo caso de hacer un incorrecto uso de las fuen-

tes utilizadas, al referirse el primero a incursiones

de caníbales en Haití. En cuanto a su posición

política con relación a los métodos de coloniza-

ción, es neutral, pues solo se remite a narrar suce-

sos y enfoques de algunas figuras en torno a la

legitimidad de someter a los aborígenes al servi-

cio perpetuo de la corona española.

Solo en ocasiones denuncia los abusos cometi-

dos por los españoles, y en otras se muestra vaci-

lante ante las discusiones de la época en torno al

destino de la población aborigen. En resumen, la

obra de Anglería debe de ser consultada con es-

peciales reservas, debido a los argumentos ex-

puestos con anterioridad; sus limitaciones se ha-

cen más evidentes cuando contrastamos sus tex-

tos con los de Oviedo y Las Casas, que acabarían

por legar a la posteridad las más completas cróni-

cas generales de Indias que se conocen hasta la

actualidad.

Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478 –

1557): Aún sin haber cursado nunca estudios uni-

versitarios es considerado, a juicio de algunos

historiadores, como el Primer Cronista de Indias.

Su obra es vasta y variada, dejando para la poste-

ridad diecinueve volúmenes que versan sobre

diferentes materias, como la literatura, la historia,

la política, la moral, etc.; además de varios textos

aún inéditos. Su ocupación como historiador es la

que más interesa al presente estudio, pues es la

que legó, entre otras, las obras que se analizarán

en el presente trabajo.

Es Oviedo realmente un precursor de los estu-

dios etnográficos, un acucioso observador que se

detiene en cada detalle del mundo americano y

expone sus observaciones y disquisiciones con un

estilo literario que merece especial interés; su

prosa es clara, amena y elocuente, sus dotes de

narrador lo señalan en un lugar cimero cuando se

le compara con los cronistas de su época. No obs-

tante, es necesario señalar que los tópicos que

aborda en sus obras se entremezclan en ocasio-

nes, lo cual conlleva a una exposición de los he-

chos de manera desordenada; cometiendo además

errores y omisiones. El autor abunda en los aspec-

tos sobre los cuales ha logrado acumular gran

cantidad de información, dejando numerosas la-

gunas en el conocimiento sobre aquellas realida-

des que no conoce, esto trae como consecuencia

que exponga criterios escasamente explicativos y

ambiguos, incidiendo además en exceso de deta-

lles sobre un mismo asunto. En su obra vemos

constantemente la omisión de las fuentes que está

utilizando para referirse a algún dato, solo la des-

cripción resulta invariable, que en el caso de las

islas antillanas se generaliza a tal punto que no

parece haber diferencias entre los grupos huma-

nos que las habitaban (costumbres, tradiciones,

lengua, economía, etc.).

Llegado a tierras americanas tardíamente

(1514), no posee Oviedo la experiencia de Las

Casas en el conocimiento de la realidad del

“Nuevo Mundo”. Su primer destino sería Tierra

Firme (Darién), por lo que solo conoció de las

experiencias en los primeros tiempos de explora-

ción en Las Antillas por mediación de los hijos de

Colón y los testimonios de los hermanos Pinzón.

Especiales reservas merecen sus descripciones

sobre las comunidades aborígenes que habitaban

el arco antillano a finales del siglo XV y comien-

zos del XVI d. n. e., pues solo contando con las

escasas fuentes anteriormente citadas y atendien-

do al hecho de que la dinámica de la conquista y

colonización habían transformado los modos de

vida de las poblaciones autóctonas para 1520,

fecha en que llega por primera vez a Santo Do-

mingo y Puerto Rico, tenía el cronista grandes

limitantes para desarrollar con objetividad en su

Sumario y posteriormente en su Historia General,

los aspectos vinculados con los grupos humanos

que allí vivían.

No sería hasta el 13 de julio de 1523 que viaja

por primera vez hacia la región oriental de la isla

de Cuba, donde es recibido por Velázquez, para

proseguir rápidamente rumbo a Santo Domingo

en ese mismo año. La estancia debió de ser breve

en nuestra isla, ya que sabemos por sus biógrafos

que el 16 de septiembre de 1523 regresaba a Es-

paña, y debemos tener en cuenta que también

había consumido parte del tiempo entre julio y

septiembre visitando Santo Domingo.

Contó Oviedo con un gran adversario en el

plano ideológico, en la figura de Fray Bartolomé

de Las Casas. Sin lugar a equívocos, la posición

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

17 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

de cada uno, en relación al método de coloniza-

ción, es diametralmente opuesta; mientras el do-

minico abogaba por cambiar el cruel sistema de

explotación impuesto a la masa aborigen, Oviedo

apoyaba los designios imperiales, haciendo ex-

cepcionalmente algunas denuncias de mal gobier-

no en ultramar a la corte, solo cuando sus inte-

reses estaban en juego. Su obra fue polemizada en

más de una ocasión por Las Casas, quien lo acusa

abiertamente de embustero, al falsear la informa-

ción que expone en su Historia General y Natural

(1995: 322, 323. T. III).

Definitivamente, es su Historia General una

obra monumental, el texto que recoge todas sus

experiencias y apuntes sobre Las Antillas y Tierra

Firme. Es precisamente en este contexto donde

Oviedo hace gala de sus conocimientos adquiri-

dos en el “Nuevo Mundo”, debido a las diferentes

actividades que desempeñó como representante

del gobierno hispano en América: escribano ge-

neral (1514 – 1520) y veedor de fundiciones en el

Darién (1520 - 1529), gobernador de Cartagena

(1523), y Alcalde de la fortaleza de Santo Do-

mingo (1533 – 1557). Cuando se compara cuanti-

tativamente la información contenida en sus es-

critos, entre los modos de vida de las poblaciones

autóctonas en Centro y Suramérica, con los del

mediterráneo americano, hallamos un gran dese-

quilibrio en el contenido de ambas, obviamente

debido al dominio de los acontecimientos acaeci-

dos en la primera zona geográfica mencionada y

al relativo desconocimiento de los sucesos en el

área antillana, particularmente aquellos corres-

pondientes a la primera etapa de conquista y co-

lonización.

Los apuntes etnográficos contenidos en la obra

mencionada se refieren ampliamente a regiones

geográficas localizadas en Panamá, Nicaragua y

Colombia, y de manera más sucinta a las islas

antillanas. Los tópicos expuestos, en gran medida

de forma descriptiva, ocupan diferentes ámbitos

del universo americano que podemos dividir en

tres grandes grupos: 1- Acontecimientos relacio-

nados con el gobierno de los reinos de ultramar:

Exploraciones hispanas de “descubrimiento”,

conflictos bélicos ante la insurgencia de las co-

munidades autóctonas, y estrategias de explota-

ción colonial. 2 - Naturaleza de los nuevos espa-

cios conquistados: Flora, fauna, nichos ecológicos

y eventos climáticos. 3- Realidad social: Concep-

ciones éticas y estéticas del autor sobre los aborí-

genes, actividades económicas de estos, grupos

étnicos, enfermedades, distribución poblacional,

costumbres, industrias, recursos subsistenciales,

técnicas de navegación, toponimia, utillajes de

labor, juegos, prácticas mortuorias, ritos y cere-

monias, danzas, música, normas sociales, len-

guas, cultivos, estructura social, características

físicas y relaciones íntertribales.

La Historia General, objeto de análisis, fue

dividida originalmente por Oviedo en tres partes.

Al morir este se habían publicado las dos prime-

ras. Contaba esta obra póstuma con un anteceden-

te de gran importancia, el Sumario de la Natural

Historia de Indias, apuntes dirigidos al rey Carlos

I y publicados en 1526. Varias de las cuestiones

que abordaría este material le servirían años des-

pués al cronista para enriquecer su magna labor;

es por ello que aquellos que revisen con anterio-

ridad el Sumario, encontrarán temas que se repi-

ten en su último texto sobre las Indias Occidenta-

les.

El propósito de este resumen sería el de llamar

la atención del rey sobre las potencialidades natu-

rales del continente americano, fuente de enrique-

cimiento para aquellos que poseían intereses eco-

nómicos en los reinos de ultramar. La primera

limitación del Sumario la encontramos en que

fueron apuntes escritos de memoria para satisfa-

cer la curiosidad del monarca español, esto lo

sabemos por testimonio del propio autor, quien

comunica al rey Carlos: Yo he escrito en este bre-

ve sumario o relación lo que de aquesta natural

historia he podido reducir a la memoria, y he

dejado de hablar en otras cosas muchas de que

enteramente no me acuerdo, (…). (2002: 198).

Otra limitante del texto para los estudios de re-

construcción histórica en el área antillana lo cons-

tituye el hecho de que, de ochenta y seis capítulos

en total, solo cinco se dedican al tópico de las

sociedades aborígenes americanas (III, IV, V, VI,

y X capítulo), el último de los cuales aborda los

aspectos concernientes a la Tierra Firme. En rela-

ción al caso particular de Cuba, solo se dispone

de escasas notas referentes a los procedimientos

de caza y pesca empleados por los antiguos habi-

tantes, que de manera general se presentan sin

especificar a que región y localidad del archipié-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 18

lago se refieren. Para resumir y homologar otros

aspectos tratados con anterioridad para la isla de

Haití, Oviedo se limita a exponer: De la isla de

Cuba y de otras, que son San Juan y Jamaica,

todas estas cosas que se han dicho de la gente y

otras particularidades de la isla Española, se

pueden decir, (…). (2002: 74).

El Sumario es en esencia una obra especial-

mente enfocada a la naturaleza, y los tópicos que

aborda con detenimiento son los referidos a la

flora y la fauna, dedicando al primero de estos

dieciocho y al segundo cincuenta capítulos res-

pectivamente. A pesar del indudable valor histó-

rico que tiene el texto analizado, debemos señalar

que en particular para el estudio de las comunida-

des aborígenes antillanas, este presenta una gran

cantidad de lagunas e imprecisiones, además de

referirse en gran medida a aspectos naturales y

sociales que quedan fuera de nuestro espacio geo-

gráfico y ámbito cultural.

Bartolomé de Las Casas (1484 – 1566)8: Estudió

en la Universidad de Salamanca y llegó a La Es-

pañola en 1502, por lo que sus experiencias en los

primeros tiempos de la colonización en América

y su nivel de instrucción lo convierten en caso

excepcional entre los cronistas de la época. A

pesar de haberse hecho sacerdote, participó en la

conquista de Cuba, donde recibió una encomien-

da y tierras. Sin embargo, durante 1514 experi-

mentaría una profunda crisis ética, que lo llevaría

a renunciar a sus privilegios y convertirse en uno

de los mayores defensores del derecho indígena

en América.

Fue encomendero en Santo Domingo (1502 –

1509), primer sacerdote ordenado en el “Nuevo

Mundo” (1512), capellán de Pánfilo de Narváez y

encomendero en Cuba (1513), misionero en Nica-

ragua, Guatemala y Tuzulutlán (1535 – 1539),

Obispo de Chiapas (1544 – 1546), e incansable

luchador en las cortes por el derecho indígena.

Regresa definitivamente a España en 1547, a los

73 años de edad, y es precisamente a su regreso

8 La nueva fecha fue propuesta por H. R. Parish y H. E

Weidman, S. J., en “La verdadera fecha de nacimiento de

Las Casas”, Estudios sobre política indigenista Española

en América, III, Valladolid, 1977, pp. 377-394, atrasando

en 10 años la que convencionalmente se creía como segura.

(Varela, 1999: 10)

que se dedica a escribir sus obras históricas más

importantes. Es autor de más de dos mil docu-

mentos en latín referidos a la defensa de los pue-

blos indígenas americanos: memoriales, cartas,

tratados, historias, opúsculos teológicos, disquisi-

ciones políticas, etc.

Su prosa no es clara ni amena, aunque es evi-

dente que hace uso de cuantiosas fuentes docu-

mentales que no siempre cita. Esto, unido a su

gran experiencia en territorio americano, lo con-

vierten en uno de los más acuciosos cronistas de

la época. Conoció personalmente a Cristóbal

Colón y su vinculación con el “Nuevo Mundo”

data de 1497, cuando su padre, que regresaba de

Las Indias, le obsequió un aborigen antillano y le

trasmitió sus experiencias como colonizador. Las

temáticas que aborda en sus obras se entremez-

clan en ocasiones, lo cual conlleva a una exposi-

ción de los hechos de manera desordenada, aun-

que en su Historia sí logra el equilibrio informa-

tivo del que adolece la obra de Oviedo.

Especiales reservas merecen los apuntes en re-

lación a la densidad demográfica de los territorios

americanos descritos, ya que el autor falsea los

datos exageradamente para lograr un discurso

efectista sobre los desmanes de la conquista. De

igual forma, manipula la información para dibujar

un mundo excesivamente placentero y hermoso,

poblado por hombres buenos y sin contradiccio-

nes internas. Se debe señalar que los tópicos ex-

puestos en sus trabajos adolecen de ser muy des-

criptivos, aunque supera la labor de los otros cro-

nistas en este sentido, al exponer criterios más

explicativos de la realidad descrita; estos ocupan

diferentes ámbitos del universo americano que

podemos dividir en tres grandes grupos, al igual

que se señaló para la obra de Oviedo, en el pre-

sente trabajo.

Historia de las Indias: Es su obra monumental,

podemos afirmar sin lugar a dudas que es una

fuente de obligada consulta para todos los intere-

sados en los estudios sobre los primeros años de

conquista y colonización. Las Casas trabajó du-

rante treinta y cinco años en ella, su objetivo final

fue que sirviera como testimonio permanente de

la injusticia cometida por la corona española con

los aborígenes de América y el descubrir la “ver-

dadera naturaleza” de los pobladores autóctonos,

desmintiendo las falsedades de los textos escritos

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

19 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

por Oviedo. Los acontecimientos narrados llegan

hasta 1520 y la comenzó a escribir en 1527, desde

La Española; quizás su mayor estímulo en este

período fuese la publicación, un año antes, del

Sumario de la Natural Historia de Indias. Contra-

rio a la posición asumida por Oviedo ante los

métodos de colonización, el clérigo decidió escri-

bir su propia historia, basándose en numerosos

apuntes y fuentes documentales que tenía a su

disposición.

La Historia de Las Casas cuenta con varios

manuscritos conocidos en la actualidad; el origi-

nal fue legado por el autor a los dominicos del

monasterio de San Gregorio, por lo menos así

consta en una carta fechada en noviembre de

1559, en la cual prohibió que se publicara su tex-

to hasta pasados cuarenta años después de su

muerte. Sin embargo, el mismo tardó más de tres-

cientos años en imprimirse. No sería hasta que el

historiador cubano José Antonio Saco interviniera

ante las cortes hispanas, para que la Academia

Española se decidiera a publicar la polémica y

temida obra en 1875 (Millares, 1995: 42).

El clérigo no se limita en el libro a la simple

narración de los acontecimientos históricos, sino

que además los juzga desde diversas aristas, acu-

diendo a las explicaciones de varios de ellos. No

obstante, el texto presenta numerosas contradic-

ciones y, por testimonio del propio Bartolomé,

sabemos que la memoria no lo ayudó siempre en

el empeño de escribir a partir de recuerdos, ya

empañados por la avanzada edad que tenía cuan-

do culminaba la obra.

Brevísima relación de la destruyción de las

Indias: Constituye un inventario de las atrocida-

des hispanas en América, cuyo fin es denunciar

los crímenes y la inviabilidad de las estrategias de

dominación implementadas por el gobierno espa-

ñol. No se dispone en la actualidad del original de

este texto, terminado en 1542 y publicado diez

años más tarde. Es quizás el más contestatario de

su extensa obra. En 1659 el peligroso libro fue

definitivamente prohibido por la Inquisición, sin

embargo, el mismo tenía dos cualidades para su

rápida difusión desde su primera publicación: era

breve, de rápida lectura y estaba firmado por un

obispo hispano de gran experiencia en América,

lo que le otorgaba gran autoridad.

Adolece el trabajo de ser repetitivo en algunos

aspectos y de manipular a su favor las cifras de

muertes y densidad poblacional aborigen que

exponen sus páginas. El lenguaje utilizado esta

lleno de ironía y términos contundentes, mostran-

do una señalada inclinación por las formas super-

lativas, que engrandecen el mundo americano,

donde absolutamente todo es mejor que en Euro-

pa. Sobre las evidentes limitaciones del texto para

los estudios que nos competen, podemos citar la

autorizada opinión de la historiadora española

Consuelo Varela, que en un análisis crítico del

mismo expone: El lector de la Brevísima cono-

cerá de todo lo negativo que los españoles hicie-

ron en el Nuevo Mundo, pero no leerá en ningún

momento que también hubo epidemias terribles

que diezmaron tanto a indios como a cristianos,

ni sabrá si hubo alguna época – o algún lugar –

en el que los indígenas recibieron buen trato, ni

podrá distinguir diversos grados de actuación

entre los gobiernos españoles (1999: 46)

El libro que nos ocupa esta estructurado en

veintidós capítulos, de los cuales solo cuatro se

corresponden con el área antillana; abarcando la

información sobre la isla de Cuba solamente cua-

tro páginas, que únicamente recogen de manera

general algunos sucesos acaecidos durante la

“campaña de pacificación” al mando de Diego

Velázquez. Es por ello que no se refleja en la obra

nada de lo acontecido con posterioridad a 1513.

De este modo disponemos de una fuente muy

escasa en datos informativos. A ello debemos de

sumar que, en contraste con lo apuntado por el

clérigo para Haití, no se dispone de referencias

sobre la distribución de las aldeas en San Juan,

Jamaica y Cuba, así como tampoco de los caci-

ques principales, ni de la toponimia de estas islas.

Se debe señalar además, que la información que

podemos hallar en el libro solo esta circunscrita a

las matanzas acaecidas en la época apuntada, por

lo que quedan fuera de la exposición del clérigo

todos los demás aspectos que al presente intere-

san para una reconstrucción etnohistórica.

Historia Apologética: Terminado el texto entre

1553 y 1562, constituye este uno de los más ex-

tensos del fraile. Es un trabajo de gran importan-

cia para los estudios de reconstrucción histórico -

social en el ámbito antillano, y pudiera conside-

rarse como precursor de los estudios etnográficos.

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 20

Obviamente, Las Casas hizo uso de la copiosa

información de que disponía para redactar su His-

toria de las Indias, para emplearla en este libro.

El contenido aborda disímiles ámbitos del univer-

so americano, pero enfatiza particularmente en

exponer los aspectos relacionados con las socie-

dades aborígenes. De manera general podemos

estructurar en tres grandes grupos temáticos la

obra, al igual que se determinó para la obra de

Oviedo en el presente trabajo.

El libro adolece de ser reiterativo en algunos

aspectos y en presentar numerosas contradiccio-

nes, las cuales hacen dudar de la veracidad de las

fuentes utilizadas y de la propia experiencia del

autor. Es muy escasa la información que se expo-

ne sobre la isla de Cuba, siendo Haití la favoreci-

da, entre todas las islas antillanas, en este sentido.

Obviamente, el conocimiento del fraile sobre la

naturaleza y la sociedad en la vecina isla contri-

buyó al abordaje de los tópicos de esta manera.

Otra limitante del texto consiste en entremezclar

las descripciones de una región geográfica, cuan-

do ya se ha pasado a abordar aspectos concer-

nientes a otros espacios diferentes. De igual mo-

do, cuando se establece una unidad histórica li-

neal para la exposición cronológica de los hechos,

esta se interrumpe de manera abrupta. Dichas

limitaciones le restan claridad y calidad a la ex-

posición. No obstante, esta obra puede ser consi-

derada también de obligada referencia para el

conocimiento de lo acaecido en los primeros

tiempos de conquista y colonización hispana en

América.

Francisco López de Gómara (1510-1566): Ecle-

siástico, historiador español y cronista de la con-

quista de México y de las Indias. Estudió en la

Universidad de Alcalá de Henares, para luego

ejercer como maestro de retórica, y más tarde

ordenarse como sacerdote en la misma ciudad.

Publicó varias obras de historia, entre las que se

cuentan: Anales de Carlos V, Crónica de los

Barbarrojas e Historia general de las Indias, a la

que posteriormente agregó una segunda parte

titulada Historia de la Conquista de México. Los

dos últimos textos mencionados son los que nos

interesan particularmente para el presente estu-

dio, ya que en ellos se abordan de manera general

datos referidos a las poblaciones aborígenes de

América que contactaron con los hispanos a fines

del siglo XV e inicios del XVI d. n. e.

A partir de 1540 Gómara se inicia como ca-

pellán de la casa de Hernán Cortés, y la estrecha

relación que establece con el conquistador fo-

mentó el conocimiento acerca de las Indias y de

los hechos históricos que culminaron con la con-

quista de México. Para preparar la Historia gene-

ral de las Indias consultó, entre otros textos, los

trabajos de Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo

Fernández de Oviedo, la Suma de Geografía, de

Martín Fernández de Enciso y las cartas de rela-

ción del propio Cortés.

Desafortunadamente, no fue el cronista partí-

cipe directo de ninguna expedición colonizadora

al “Nuevo Mundo”, hecho que limitó la calidad

de los datos etnográficos consignados en sus tex-

tos. Esta situación trajo como consecuencia que el

conquistador y cronista Bernal Díaz del Castillo,

en su obra Verdadera Historia de la Conquista de

La Nueva España, se cuestionara numerosos

acontecimientos registrados por Gómara. En tal

sentido es importante destacar que Bernal parti-

cipó directamente en la exploración, conquista y

colonización del vasto territorio mejicano, hecho

que le confiere a sus crónicas significativa impor-

tancia para estudiar el período.

La Historia de Gómara, publicada en Zaragoza

en 1552, abarca desde los viajes exploratorios de

Cristóbal Colón hasta los posteriores “descubri-

mientos” hispanos de Tierra Firme. Se interesa de

modo particular por lo que ocurrió en lugares

tales como el territorio de Labrador, las Lucayas

y Nueva España, dedicando un amplio espacio a

la conquista del Perú, y adosando otros capítulos

en los que describe las costumbres y culturas de

diversas poblaciones aborígenes. Fue grande el

interés que despertó, al punto de tener seis edi-

ciones en solo tres años y ser publicada en varios

idiomas. Sin embargo, las opiniones del fraile

Bartolomé de Las Casas con relación al contenido

del texto no fueron favorables. El sacerdote in-

fluyó sobre la autoridad del Príncipe Felipe II y

este expidió en 1553 una real cédula prohibiendo

la impresión, venta y posesión de la obra, a pesar

de que los volúmenes continuaron publicándose,

aunque de forma incompleta.

El texto, dividido en dos partes, registra de

modo pormenorizado todo lo relativo al proceso

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

21 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

de exploración, conquista y colonización de

México, mientras que los datos referidos al área

antillana son escasos y muy generales, a tal punto

que resume los primeros viajes exploratorios his-

panos y contactos con las comunidades aboríge-

nes antillanas en solo dos páginas y un párrafo del

Tomo I. A ello debemos sumar que no cita las

fuentes que emplea para abordar los temas sobre

los que hace referencia, y omite el tratamiento de

aspectos importantes para una reconstrucción

etnohistórica.

Diego Velázquez de Cuéllar (1465-1524): Naci-

do en Cuéllar (Segovia), llega tempranamente a

Las Antillas durante 1493, en el segundo viaje de

Cristóbal Colón. Colaboró con el gobernador

Nicolás de Ovando (1501-1509) en la “pacifica-

ción” de La Española. El gobernador Diego

Colón (1509-1515) le puso al frente de una expe-

dición para conquistar y poblar Cuba en 1510,

primero como Capitán y más tarde como Tenien-

te de Gobernador y Gobernador de la isla. Entre

1510 y 1514, apoyado por Pánfilo de Narváez y

otros capitanes, se dedicó a la “pacificación”,

colonización y fundación de diversas villas en

nuestro archipiélago.

A partir de 1512 inicia el proceso de fundación

de las primeras villas en Cuba, con Nuestra Seño-

ra de la Asunción de Baracoa, Bayamo, un año

después, Santiago de Cuba, donde fijó la capital,

Trinidad, San Cristóbal, Sancti Spíritus y Reme-

dios en 1514. En 1515 fundó Puerto Príncipe y en

1519 es trasladada San Cristóbal a la costa noroc-

cidental del archipiélago. En 1516 logró el reco-

nocimiento por parte de la Corona de sus títulos

de Adelantado y Gobernador. Patrocinó la expe-

dición de Hernández de Córdoba a Yucatán en

1517 y la de Juan de Grijalva y Pedro de Alvara-

do a las costas de México en 1518. Murió en

1524 en Santiago de Cuba.

Con toda seguridad podemos afirmar que

Velázquez, militar y no cronista, fue uno de los

colonizadores con mayor experiencia en el con-

tacto con las poblaciones aborígenes de Las Anti-

llas Mayores. Desafortunadamente, de las nume-

rosas cartas de relación que sabemos envió a la

corona hispana y al Virrey Diego Colón (Chacón

y Calvo, 1929; Pichardo, 1971), solo conocemos

una fechada en 1514, dando cuenta de diversos

pormenores relacionados con la campaña de “pa-

cificación” en nuestro archipiélago. Este testimo-

nio ha sido ampliamente usado en la historiogra-

fía y arqueología para abordar aspectos concer-

nientes a la distribución poblacional en los mo-

mentos del arribo hispano permanente al territo-

rio. Por su condición, es un documento de gran

importancia para los estudios de reconstrucción

etnohistórica. Algunos de los tópicos abordados

han podido ser verificados en otras fuentes narra-

tivas del siglo XVI d. n. e.

Diego Álvarez Chanca: Nació en Sevilla y llegó

a Las Antillas en 1493, acompañando a Colón en

su segundo viaje de exploración y colonización,

como médico de la expedición. Fue testigo de la

travesía por el arco antillano hasta llegar a La

Española, lugar donde se estableció por espacio

aproximado de un año. No participó en el poste-

rior periplo por la costa Sur de Cuba, por lo que

los datos que registró se limitan al área referida.

El documento objeto de estudio en este trabajo

posee gran importancia por las descripciones y

comparaciones que realiza de los pobladores que

tropieza a su paso la flota en momentos muy

tempranos de la conquista hispana.

No es Chanca propiamente un cronista oficial,

pero las observaciones que registró sobre el as-

pecto físico de los aborígenes antillanos constitu-

yen un valioso testimonio para la labor que nos

ocupa. Desafortunadamente, no hace alusión

Chanca a aspectos vinculados con la lengua (s) de

las poblaciones contactadas, lo que constituye una

limitante de la fuente. Estos apuntes están recogi-

dos en carta de relación al Ayuntamiento de Sevi-

lla, fechada en 1494. El documento fue publicado

por vez primera gracias a la labor del compilador

hispano Martín Fernández de Navarrete, del cual

se toma la copia que aquí analizamos.

Miguel de Cúneo: Mercader saonés conocido de

Colón y alistado en el segundo viaje de explora-

ción y colonización a Las Antillas. Acompañó al

Almirante durante su periplo por la costa Sur de

Cuba y el reconocimiento de la costa Norte de

Jamaica. Esta experiencia le otorga a su relación

una gran significación, pues recoge interesantes

datos sobre los pobladores de Cuba y la trayecto-

ria seguida por la flotilla hispana en 1494. El

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 22

previo contacto con las poblaciones aborígenes

asentadas en Las Antillas Menores le permitió

realizar comparaciones entre los habitantes del

arco antillano. Sus apuntes, junto a los de Chan-

ca, son testimonio de primera mano para recons-

truir los acontecimientos vinculados al referido

viaje, pues el diario de navegación de Colón se

ha perdido. Cuneo permaneció pocos meses en

La Española, lo que confirma que los móviles de

su viaje eran las ansias de satisfacer la curiosidad

por el “Nuevo Mundo”.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

23 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

II

LAS CONTRADICCIONES

EN LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS

ara abordar este tópico se hace imprescin-

dible delimitar los aspectos de la realidad

que serán objeto de análisis en el presente

estudio. Las fuentes primarias abordan de manera

general o particular diversas dimensiones del

mundo americano como son: flora, fauna, nichos

ecológicos, actividades económicas de las comu-

nidades aborígenes, grupos étnicos, enfermeda-

des, distribución poblacional, costumbres, indus-

trias, recursos subsistenciales, técnicas de nave-

gación, toponimia, juegos, ritos y ceremonias,

normas sociales, lengua (s), estructura social,

características físicas y relaciones intertribales,

etc.

En este trabajo solo nos limitaremos a analizar

dos variables relacionables con posibles indicado-

res étnicos: “lengua” y “aspecto físico”9. Es im-

portante destacar que hemos seleccionado estos

tópicos, teniendo en consideración los siguientes

criterios:

La lengua juega un rol significativo como uno

de los componentes fundamentales de una comu-

nidad étnica determinada, aunque está claro que

no es adecuado absolutizar su carácter específico

considerándola como rasgo exclusivo del etnos

9 Entendemos por aspecto físico la apariencia de las perso-

nas a la vista, determinada por todas las características

somáticas del individuo que hayan sido afectadas por de-formaciones artificiales intencionales en el cuerpo, produc-

to de prácticas culturales específicas, independientes del

tipo físico y racial, así como el empleo de diversos adornos

corporales. Tal es el caso de cortes de cabello, perforacio-

nes en lóbulos de las orejas o del tabique nasal, empleo de

vendas o ajorcas, rasurado del vello corporal y del cabello,

pintura corporal, uso de tinturas en las denticiones, tatuajes,

etc.

(Bromley, 1986: 14). El aspecto físico de un indi-

viduo puede estar condicionado por concepciones

sociales, estéticas, rituales, religiosas, cosmogó-

nicas, políticas, etc., las cuales se manifiestan de

forma singular en los adornos corporales, defor-

maciones físicas, uso de artefactos, vestimenta y

otras manifestaciones de la vida cotidiana y la

superestructura de los pueblos. Estas prácticas

culturales son trasmitidas por procesos de endo-

culturación y varían a causa de disímiles factores

socioeconómicos y políticos.

Consideramos que las variables seleccionadas

son imprescindibles para cualquier estudio de re-

construcción histórico-social que se emprenda con

rigor científico. Además de ello, tanto la lengua

como el aspecto físico, han sido utilizadas como

referentes esenciales en los intentos de reconstruc-

ción de las sociedades aborígenes antillanas, sien-

do dos de los elementos que han servido como

diagnóstico de “fronteras” culturales en el pasado

aborigen. Es importante precisar que hacia finales

del siglo XIX y primera mitad del XX las supues-

tas diferencias lingüísticas en Las Antillas señala-

ban las áreas de influencia caribe y “taina”, así

como la distribución poblacional entre guanahata-

beyes y aruaco – parlantes. Estas consideraciones

trascendieron hasta la actualidad en esquemas de

periodización (Harrington, 1935; Rouse, 1992),

cuyas pautas fueron asentadas por la escuela posi-

tivista y funcionalista norteamericana.

Por otro lado, un selecto grupo de datos etno-

gráficos primarios podrán ser corroborados, am-

pliados, o refutados por la perspectiva que abre el

registro arqueológico. Sin embargo, otros testi-

monios de sumo interés no tienen contraparte en

el plano empírico, tal es el caso de las observa-

P

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 24

ciones relacionadas con las variables selecciona-

das. Ello obliga a retomar el testimonio hispano

como único referente a considerar, aún con todas

las reservas que entraña.

Es importante destacar que para efectuar el

abordaje de los aspectos mencionados debemos

hacer uso de otras aristas de la realidad, estre-

chamente vinculadas a las elegidas como objeto

fundamental de investigación, como es el caso de

las denominaciones dadas por los cronistas a las

comunidades aborígenes (endoetnónimos o exo-

etnónimos), modos de vida reflejados en las fuen-

tes narrativas, y comportamiento aborigen ante la

presencia hispana. Tales nociones constituyen

referentes de extraordinaria importancia para

aproximarnos al conocimiento de los etnos en la

historia antigua del área antillana.

Lengua (s)

Comenzaremos por analizar qué expuso sobre

el tópico Cristóbal Colón, primer explorador que

anotara sus observaciones al respecto. Debemos

señalar que sus anotaciones son de extraordinaria

importancia, ya que obtuvo sus primeras expe-

riencias en tierras americanas (primer y segundo

viaje de navegación), antes de que se desarrollara

a gran escala el proceso de conquista y coloniza-

ción que afectaría definitivamente los modos de

vida de las poblaciones autóctonas antillanas.

Utilizaremos, al efecto, la relación del primer

viaje de navegación, compendiada por Bartolomé

de Las Casas.

Cristóbal Colón

La primera mención de la palabra lengua en

las crónicas generales de Indias se localiza el día

12 de octubre de 1492, cuando se afirma que los

navíos hispanos habían arribado a (...) una isleta

de los Lucayos, que se llamaba en lengua de los

indios Guanahaní (Las Casas, 1958: 29). Al via-

jar subsiguientemente por la costa nororiental de

la isla de Cuba, Colón expuso la necesidad de

tomar por la fuerza siete mujeres para ser llevadas

a la Península, y una vez allí aprender de ellas el

idioma autóctono que recién descubrían los espa-

ñoles. Al respecto escribió: (…), y también estas

mujeres mucho enseñaran a los nuestros su len-

gua, la cual es toda una en todas estas islas de

India, y todos se entienden (…). (Ob. cit: 60).

En resumen, su diario recoge el criterio de que

desde Bahamas, pasando por la región nororiental

del archipiélago cubano, hasta la costa norocci-

dental de Haití, se hablaba un mismo idioma.

Para fundamentar sus criterios el Almirante se

basaba fundamentalmente en los intercambios

que sostenían continuamente los aborígenes que

había raptado en Bahamas y Cuba, y que servían

como guías e intermediarios en los encuentros

con los pobladores de Haití, durante la explora-

ción de la vecina isla. Sin embargo, para diciem-

bre de 1492, mientras prosigue la navegación por

el norte de la isla con rumbo este, registra nuevos

datos contradictorios: (…), porque esta tierra es

harto fría y la mejor que lengua puede decir (Ob.

cit: 93). Evidentemente algún cambio en la len-

gua pudo percibir Colón, cuando señala una dife-

rencia cualitativa entre Haití y las islas visitadas

con anterioridad.

El día 22 de diciembre se hallaba anotando lo

siguiente: (…), vinieron con su canoa a bordo de

la nao con su embajada. Primero que los enten-

diese, pasó alguna parte del día, ni los indios que

el traía los entendían bien, porque tienen alguna

diversidad de vocablos en nombres de las cosas.

(Ob. cit: 105). El fragmento se corresponde con la

navegación hacia el noreste de Haití, donde es

evidente que sí existían diferencias idiomáticas.

Dos días después retoma la idea de la diversidad

lingüística, al caracterizar a los pobladores de

Haití de la siguiente manera: (…) todos de muy

singularísimo tracto amoroso y habla dulce, no

como los otros que parece cuando hablan que

amenazan, (…). (Ob. cit: 109).

Una vez en la porción más nororiental de la is-

la, el Almirante, tras un encuentro con un grupo

numeroso de lugareños, anotó lo que entendió al

intercambiar con uno de ellos: Llamaba al oro

tuob y no entendía por caona, como le llaman en

la primera parte de la isla, ni por nozay, como lo

nombran en San Salvador y en las otras islas.

(Ob. cit: 130, 131). Mas adelante apuntaría: (…)

en las islas pasadas estaban con gran temor de

Carib, y en algunas le llamaban Caniba, pero en

la Española Carib;(…) (Ob. cit: 131). Las aseve-

raciones anteriores de Colón, sobre una unidad

lingüística, comienzan a parecerle dudosas a par-

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

25 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

tir del domingo 13 de enero de 1493; su testimo-

nio no deja lugar a dudas cuando expresó: (…)

entendía algunas palabras, y por ellas diz que

saca otras, y que los indios que consigo traía

entendían más, puesto que hallaba diferencia de

lenguas por la gran distancia de las tierras. (Ob.

cit: 131).

Hasta aquí, lo que podemos colegir de lo escri-

to acerca de las lenguas, en determinadas regio-

nes antillanas exploradas por Colón durante su

primer viaje de navegación. En su diario de abor-

do no vuelven a aparecer referencias del tópico en

cuestión. Sería importante aclarar que si bien el

Almirante utilizó guías e “intérpretes” aboríge-

nes, naturales de Bahamas y Cuba, estos no po-

dían comunicarse adecuadamente con los hispa-

nos; el propio testimonio de Colón nos expone:

(…), y también no sé la lengua, y la gente de estas

tierras no me entienden ni yo ni otro que yo tenga

a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío

mucho de ellos, porque muchas veces han probado

a fugir. Mas agora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré

entendiendo y conociendo y faré enseñar esta len-

gua a persona de mi casa, porque veo que es toda lengua una fasta aquí; (…). (Ob. cit: 74).

Como es lógico suponer, la convivencia de los

aborígenes durante apenas tres meses con los ex-

ploradores hispanos, no daba margen al aprendi-

zaje de la lengua entre ambos. No solo el tiempo

conspiraba en detrimento del entendimiento, tam-

bién estaba la gran diferencia entre las lenguas

utilizadas por ambos mundos, y el que los aborí-

genes contactados fuesen ágrafos y temerosos de

los extraños hombres, que portaban una tecnolo-

gía totalmente desconocida para las comunidades

antillanas.

Todo parece indicar que durante el breve

tiempo que duró el contacto en las islas, la preca-

ria comunicación se efectuaba fundamentalmente

por señas; el diario lo testimonia en varios pasa-

jes, donde se relatan los encuentros acaecidos

entre Colón y los naturales, mediante la participa-

ción de los guías: (…); uno de ellos se adelantó

en el río junto a la popa de la barca e hizo una

grande plática que el Almirante no entendía, sal-

vo que los otros indios de cuando en cuando al-

zaban las manos al cielo y daban una grande voz.

La mediación de uno de los intérpretes hubo de

ser dramatizada por este, pues la lengua de nada

servía: (…), diciendo por señas que el Almirante

se fuese fuera del río, que los querían matar, y

llegase a un cristiano que tenía una ballesta ar-

mada y mostróla a los indios, y entendió el Almi-

rante que los decía que los matarían a todos,

porque aquella ballesta tiraba lejos y mataba

(Ob. cit: 78).

¿Qué quería saber Colón durante sus encuen-

tros con los aborígenes? En realidad, cuando se

revisa el diario con detenimiento la palabra que

aparece con mayor frecuencia, en sus entrevistas,

es oro (nucay, tuob), aunque también encontra-

mos otros vocablos de la extinta lengua aruaca:

canoa, cacique, bohío, caníba, entre otros; inclu-

yendo algunos topónimos. Oro en plastas, en pe-

dazos, en granos, en carátulas, oro de martillo,

oro labrado en hoja delgada, oro finísimo; es el

anhelado metal su preocupación constante, y su

meta entrevistarse con el Gran Can. Definitiva-

mente los intereses del Almirante no estaban en-

caminados a comprender la lengua de los futuros

conquistados, para la consecución de sus fines ya

había raptado por la fuerza a mujeres, hombres y

niñas, que supuestamente serían parte de sus

muestras sensacionales en España, además de

futuros guías e “intérpretes”.

¿Intentaban responder los aborígenes a las

preguntas formuladas por el Almirante? En todas

las tierras visitadas los aborígenes informaban de

la cuantiosa presencia del preciado metal, siempre

lejos de sus comarcas, hacia el Este. Obviamente,

las relaciones que se establecieron desde el co-

mienzo no coadyuvaron a la real comprensión de

la lengua, o lenguas que practicaban los hombres

antillanos; Colón apenas balbuceaba aquellas

palabras que le parecieron claves para la consecu-

ción de sus propósitos, por lo que son muy confu-

sos sus apuntes del primer viaje en cuanto a las

diferencias idiomáticas en el universo antillano.

La actitud de Colón en relación a la coloniza-

ción de América, también nos ha legado pasajes

oscuros donde se aborda el tópico de las lenguas

aborígenes. El Almirante, evidentemente, mani-

puló la información que trasmitía a la corte con el

ánimo de estimular la empresa indiana. Si bien su

diario de a bordo es un relato que contiene una

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Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 26

información que no se pensaba hacer pública, ya

que iba destinada al uso privado, sus memoriales

y cartas de relación enviadas a la corona sí tienen

toda la intención de convencer sobre las potencia-

les ganancias que se podrían obtener de la con-

quista del “Nuevo Mundo”. Veamos a tal efecto

lo que escribió en algunos de los textos mencio-

nados, refiriéndose al ámbito antillano:

En todas estas islas non vide mucha diversidad de la fechura de la gente ni en las costumbres ni en

la lengua, salvo que todos se entienden, que es co-

sa muy singular; para lo que espero que determi-

narán sus Altezas para la conversión dellas á nuestra Santa Fe, á la cual son muy dispuestos

10 .

(Navarrete, 1999:151).

No hay en todas estas islas diversidad alguna en la

fisonomía, en las costumbres ó lengua, antes bien,

todos se entienden recíprocamente, lo que es, en mí dictamen, muy ventajoso para que se verifiquen

los deseos de nuestro Serenísimo Rey, reducidos á

que se conviertan ó profesen la santa fé de Cristo, (…)

11. (Ob. cit: 162).

Eliminada de su discurso la diversidad lingüís-

tica, quedaba preparado el camino para implantar

la lengua castellana y la evangelización, dos ins-

trumentos fundamentales para llevar a cabo el

sometimiento de las poblaciones aborígenes. De-

bemos destacar que todas las alusiones que Colón

hace sobre las lenguas son muy generales, y sólo

se puede constatar una clara declaración diferen-

cial de estas a partir del 13 de enero de 1493 en el

noreste de la isla de Haití. Otro aspecto confuso

se refiere a que el Almirante señala indistinta-

mente lengua y lenguas (quizás dialectos), lo que

trae como consecuencia que los apuntes del pri-

mer viaje trasmitan una información ambigua y

contradictoria.

Las contradicciones vuelven a hacer su apari-

ción en un memorial dirigido a los reyes católicos

fechado el 30 de enero de 1494, donde da cuenta

10

Extracto de una carta enviada por Cristóbal Colón a Luis

de Santangel, por entonces Escribano de Ración de los

Reyes Católicos. Hace alusión al primer viaje de explora-

ción. 11

Extracto de una carta enviada por Cristóbal Colón a

Rafael Sánchez, Tesorero de los monarcas, e impresa en

1493.

de la relación de su segundo viaje. Un extracto

del mismo nos ilustra al respecto: (…); es verdad

que como esta gente platican poco los de una isla

con los de la otra, en las lenguas hay alguna dife-

rencia entre ellos, según como están más cerca ó

más lejos; (…). (Ob. cit: 197).

Examinemos, pues, qué información sobre la

lengua (s) nos trasmite lo que se conoce de su

segundo viaje de navegación. Para la reconstruc-

ción de este recorrido no se dispone de su diario

de navegación, ya que desde época muy temprana

el mismo desapareció, de manera que Anglería,

Fernando Colón y Las Casas no pudieron copiarlo

íntegro en sus obras. Todo parece indicar que

para escribir la Historia de las Indias, el fraile

tuvo a la vista algunas anotaciones del Almirante

y se apoyó además en el libro de su hijo Fernan-

do, Historia del Almirante de las Indias Don

Cristóbal Colón, y en las Décadas de Anglería,

quienes habían podido consultar el diario en

algún momento. Poseemos, sin embargo, el valio-

so testimonio de tres figuras que participaron di-

rectamente en este periplo: Miguel de Cúneo,

marino saonés, de familia amiga de la de Colón,

Fray Jorge de Sevilla (el Abad de Lucena) y Die-

go Álvarez Chanca, médico sevillano de abordo.

Miguel de Cúneo

De los tres autores citados anteriormente, solo

Cúneo realizó una observación sobre la lengua.

En una carta fechada en 1495 y dirigida al señor

Jerónimo Annari, donde se hace una relación de

lo acontecido durante el segundo viaje de navega-

ción de Colón, registró: Los Caníbales y dichos

Indios, aunque son numerosísimos y tienen un

territorio inmenso y muy distante entre ellos mal

frecuentado, indefectiblemente tienen todos un

lenguaje solo (…). (Cúneo, 1977: 39).

Si tomamos en consideración lo que nos plan-

tea Cúneo en este fragmento, encontraríamos que

existía una lengua general, que no solo era común

para todos los pobladores de Las Antillas Mayo-

res (Cuba, Haití y Puerto Rico), sino también para

los de las Menores (Santa Lucía, Martinica, Do-

minica, Guadalupe, Antigua y Barbuda), lo que

incluiría a los grupos de extracción Caribe. Sin

embargo, el autor hace una marcada distinción en

todo su texto, entre los Caníbales y dichos Indios;

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

27 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

obviamente como “indios” define el marino a las

comunidades aruacas insulares, y como caribes a

las comunidades que habitaban las islas de Bar-

lovento. Sus observaciones entran en contradic-

ción con las de Colón, referentes a las diferencias

lingüísticas constatadas en el noreste de Haití.

Cúneo, a pesar del poco tiempo que estuvo en

América, tuvo la experiencia de navegar por casi

todo el arco antillano, incluyendo Haití y Cuba;

por lo que disponía de algunos elementos de jui-

cio para contrastar las características culturales de

los habitantes que encontraba la flota a su paso.

Sus breves observaciones relacionadas con la len-

gua utilizada por las sociedades antillanas, a fina-

les del siglo XV d. n. e., introducen nuevas

incógnitas en la investigación.

Ramón Pané

Adentrémonos en el testimonio de Ramón

Pané, testigo presencial de la ocupación hispana

en los primeros tiempos, para conocer sus anota-

ciones acerca de las lenguas en Haití. Antes de

comenzar, debemos recordar que los escuetos

testimonios dejados por el ermitaño solo son váli-

dos para una limitada región del noreste de Haití,

y que de la lengua utilizada allí por los lugareños

poco supo. Varios pasajes del texto evidencian el

desconocimiento de la misma. Citaremos solo dos

ejemplos para ilustrar las limitaciones del clérigo,

en los momentos en que desarrollaba sus pesqui-

sas: Y como no tienen letras ni escrituras, no sa-

ben contar bien tales fábulas, ni yo puedo escri-

birlas bien. Por lo cual creo que pongo primero

lo que debiera ser último y lo último primero.

Pero todo lo que escribo así lo narran ellos, co-

mo lo escribo, y así lo pongo como lo he entendi-

do de los del país (Pané, 1990: 28).

Evidentemente, nuestro cronista se encontraba

algo desorientado al tratar de organizar los mitos

y leyendas (“fábulas”), que le trasmitían los

aborígenes. ¿Sería el desconocimiento de la len-

gua nativa su limitante? o ¿tendría razón Pané, al

argumentar que por estar hablando con una po-

blación ágrafa, estos eran incapaces de trasmitir

ordenadamente sus creencias y conocimientos

ancestrales? Las afirmaciones del fraile no resis-

ten el contraste con lo escrito por sus contem-

poráneos acerca de los procesos de endocultura-

ción en poblaciones aborígenes y la manera de

atesorarlos: Anglería, Oviedo y Las Casas los

registran fehacientemente en sus obras. Con el

ánimo de ilustrar lo expuesto, citamos un frag-

mento de la Historia de Las Casas:

(…) se tiene por notorio tener todos los indios in-

mortal memoria, como la tengan de las cosas que

muchos años pasaron, como si las tuviesen por es-cripto, y desto al mismo Oviedo pongo por testigo,

que dice en el cap. 1º del libro V, que la manera de

cantar los indios era una historia o acuerdo de las cosas pasadas, así de guerras como de paces, por-

que por la continuación de tales cantares no se les

olvidan las hazañas e acaescimientos que han pa-

sado; y estos cantares les quedan en la memoria en lugar de los libros de su acuerdo, y por esta

forma recitan las genealogías de sus caciques y

señores que han tenido y las obras que hicieron y los males temporales que han pasado, y en espe-

cial, las famosas victorias por batallas, etc. (1995:

330, T. III).

En otro pasaje del texto Pané señaló: Y bien es

verdad que le dije al señor gobernador don Cris-

tóbal Colón: Señor, ¿como quiere Vuestra Seño-

ría que yo vaya a vivir con Guarionex, no sa-

biendo más lengua que la de Macorís? (Ob. cit:

51). La evidente preocupación del fraile viene

dada por el desconocimiento de la lengua más

extendida entre los aborígenes de Haití, y que no

se correspondía con la que él escasamente domi-

naba, entre los pobladores macorijes. Todo indica

que el conocimiento que tuvo de esta última era

superfluo, Las Casas, que conoció el texto y la

labor de Pané, escribió: Este Fray Ramón escru-

diñó lo que pudo, según lo que alcanzó de las

lenguas en esta isla; pero no supo sino la una de

una chica provincia que arriba dejimos llamarse

Macorix de abajo, y aquella no perfectamente, y

de la universal supo no mucho, (…) (1995: 416,

417).

Además del desconocimiento de las lenguas

autóctonas, el fraile presentó ciertas dificultades

con la técnica utilizada para el registro documen-

tal. Al respecto anotó: Puesto que escribí de pri-

sa, y no tenía papel bastante, no pude poner en su

lugar lo que por error trasladé a otro; (…).

(Pané, 1990:30). En un texto que refleja un pro-

cedimiento de registro de datos deficiente, res-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 28

tringido polígono de búsqueda de información,

desconocimiento de tradiciones aborígenes, estilo

monótono, descriptivo y confuso, tenemos ahora

la tarea de intentar acercarnos a las referencias

que aparecen sobre el habla aborigen.

Mientras las referencias de Colón hablan solo

de alguna diferencia en las lenguas, y Cúneo las

elimina totalmente, Pané expone un contraste

sustancial, al menos entre dos de las más usadas

por los aborígenes de Haití. Lo más interesante de

nuestra comparación es quizás, que el clérigo

involucra a la figura del Almirante, haciéndolo

testigo de la diversidad lingüística entre las regio-

nes visitadas y conocidas por ambos. Al respecto

señaló el ermitaño: El señor Almirante me dijo

entonces que la provincia de la Magdalena o

Macorís tenía lengua distinta de la otra, y que no

se entendía su habla por todo el país. Pero que yo

me fuese a vivir con otro cacique principal, lla-

mado Guarionex, señor de mucha gente, pues la

lengua de éste se entendía por toda la tierra. (Ob.

cit: 51).

Del fragmento citado podemos colegir que la

lengua aborigen empleada en la provincia de la

Magdalena o Macorís se circunscribía a esta pe-

queña región, existiendo otra más extendida. Ob-

viamente, Colón quería obtener un conocimiento

más general de las creencias y ritos en la “provin-

cia” más extensa, donde posiblemente habitara el

mayor componente étnico de la isla. Es por ello

que ordena al fraile que se traslade a las posesio-

nes de Guarionex, al parecer cacique principal del

vasto territorio. Llama poderosamente la atención

el hecho de que, mientras Colón registra en oca-

siones una comunidad lingüística en los archipié-

lagos explorados, tanto en su diario de navega-

ción, como en los memoriales y cartas enviados a

la corona, entre 1492 y 1494, Pané consigna que

el Almirante conocía indiscutiblemente las dife-

rencias idiomáticas, en fecha tan temprana como

1497 – 1498; periodo en que posiblemente entre-

gara el jerónimo los resultados de su labor.

Hasta aquí, lo que podemos saber sobre el

tópico en cuestión, en el referido texto del ermi-

taño. Si tomamos en cuenta los criterios de Pané,

tendríamos que vernos obligados a poner en tela

de juicio los datos consignados por Colón e inva-

lidar el testimonio de Miguel de Cúneo. Eviden-

temente, las contradicciones entre las fuentes

mencionadas constituyen un serio obstáculo para

el conocimiento de las lenguas utilizadas por los

aborígenes antillanos. ¿Por cuál de ellos tomar

partido?

Pedro Mártir de Anglería

La obra Décadas del Nuevo Mundo es consi-

derada como la primera crónica general de Indias

debido a la temprana publicación de su Primera

Década, en 1511. Los datos consignados van

desde 1492 hasta 1526. Nos parece oportuno re-

cordar que las notas de este cronista están basadas

exclusivamente en aplicación de entrevistas en

territorio peninsular, no pudiendo el autor partici-

par directamente en el proceso colonizador insu-

lar.

La primera referencia a las lenguas la locali-

zamos en el libro I de su Primera Década; donde

el autor hace alusión a denominaciones emplea-

das por los aborígenes de Haití: Llaman, en efecto

al cielo “turei”, a la casa “boa”, al oro “cáu-

nis”, al hombre bueno “tayno” y a la nada “ma-

yani”; (…). (1989:109). Llama la atención en el

fragmento citado, que ni la denominación de boa,

ni la de cáunis, referidas a casa y oro respectiva-

mente, coinciden con las registradas por el resto

de los cronistas. Colón en su diario de a bordo del

primer viaje, solo nos entregó tres denominacio-

nes para el vocablo oro: nucay (Cuba), tuop (no-

reste de Haití) y nozay (Bahamas) (1958: 52, 130,

131). ¿Se habrá referido Anglería a vocablos em-

pleados por otros grupos étnicos no registrados

por el Almirante?, ¿quién le suministró estos da-

tos?, ¿copió correctamente la información que le

suministraban los informantes? Desafortunada-

mente, el texto de Anglería adolece de no citar las

fuentes que está utilizando para su relación, así

como tampoco define siempre a que regiones

geográficas se está refiriendo.

El texto de Anglería menciona evidentes dife-

rencias lingüísticas en las poblaciones descritas

para Haití. Es en este sentido una de las crónicas

que más enfatiza en la diversidad de lenguas

aborígenes de la vecina isla. En un pasaje donde

el autor nos relata el impacto de la colonización

en las poblaciones autóctonas, hallamos el si-

guiente fragmento que nos indica diferencias lin-

güísticas: De los indígenas del Cibao pocos

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

29 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

guardaron lo convenido, pues el hambre que

sufrían era mayor que entre los demás. Dicen que

éstos se diferencian en costumbres y lengua de

los que habitan en la llanura, (…). (Ob. cit: 148).

Obsérvese que Anglería no hace referencia a la

fuente que está utilizando, solo se limita a anotar

“dicen”, lo cual le resta calidad a su obra. Más

adelante vuelve a retomar el tema de la diversidad

apuntada: En la provincia de Huhabo están las

regiones de Xamaná, Canabacoa, Cuhabo y otras

muchas cuyos nombres ignoro hasta hoy. La de

Cayabo incluye las de Maguá y Cocacubana. Los

habitantes de esta región hablan una lengua muy

distinta de los otros de la Española, y les dicen

“macorixes”. Otras comarcas son Cubana, tam-

bién de idioma diferente de las demás. (Ob. cit:

356).

Otra diferencia registrada en relación al tópico

que nos ocupa, pero referida a la ausencia de un

lenguaje determinado en una población enclavada

en la región de Guaccaiarima, al oeste de Haití

(1989:366), llama poderosamente la atención, ya

que el cronista hace referencia a una sociedad

humana incapaz de establecer un lenguaje verbal

articulado, lo cual los situaría en un peldaño muy

inferior en la evolución biológica - social del sa-

piens en el planeta; sobre todo cuando se trata de

sociedades enmarcadas a finales del siglo XV y

comienzos del XVI d. n. e.

Debemos destacar que los datos consignados

por Anglería para la vecina isla de Haití, en lo

que se refiere a diversidad de lenguas, están a

tono con lo descrito por Pané, salvo que Anglería

incrementa el numero de diferencias lingüísticas

en la vecina isla, y entra en contradicción con lo

planteado por Cuneo y Colón acerca de una uni-

dad lingüística en el ámbito antillano. Sin embar-

go, la información que nos legó sobre las lenguas

empleadas en Cuba no es tan clara como desea-

ríamos, aunque es una valiosa fuente de informa-

ción.

Sin lugar a dudas, las referencias a lenguas en

el texto de Anglería que más interés presentan

para el presente estudio, son las relativas a la ex-

ploración por la costa Sur de Cuba durante el se-

gundo viaje de navegación de Colón. Refiriéndo-

se al encuentro de los hispanos con algunos abo-

rígenes pescadores que se localizaban, al parecer,

en las inmediaciones de la Bahía de Guantánamo,

escribió: Entonces el Almirante, que llevaba a

cierto joven llamado Diego Colón, a quién había

aprehendido consigo en la isla de Guanahaní,

inmediata a la de Cuba, y educado entre los su-

yos, sirvióse de él como intérprete, por ser su

lengua casi semejante a las de aquellas gentes.

Habló Diego con el isleño que se había aproxi-

mado más, (…). (Ob. cit: 135).

El texto indica que no habían casi diferencias

lingüísticas entre los pobladores bahameses y

cubanos (¿dialectos de un mismo tronco lingüísti-

co?), fundamentado por el hecho de haber logra-

do el “intérprete” la comunicación sin mayores

obstáculos; pero veamos lo que expone Anglería,

cuando relata la navegación con rumbo hacia el

occidente del archipiélago: le salieron al encuen-

tro muchas canoas, y valiéndose de señales, se

saludaron muy amablemente, pues ni el propio

Diego, que a la entrada de Cuba había entendido

la lengua de los indígenas, comprendía la de

éstos. Así se dieron cuenta que en las diversas

provincias de Cuba había diferentes idiomas,

(…). (Ob. cit: 139).

El contraste entre un relato y otro es aprecia-

ble, comunicación verbal en la región suroriental

del archipiélago y comunicación por señas en la

suroccidental, al no conocer el “intérprete” la

lengua de los pobladores. Si las referencias de

Anglería fuesen ciertas, entonces quedaría invali-

dada la información sobre una comunidad lin-

güística en el Caribe, aportada por Cuneo y

Colón, e introducirían un mayor número de dife-

rencias lingüísticas para el caso de La Española

que las señaladas por Pané. En adición, tendría-

mos que aceptar el hecho del uso de diferentes

lenguas o dialectos en las poblaciones aborígenes

de nuestro archipiélago. Hasta aquí lo expuesto

por Anglería, relacionado con las lenguas em-

pleadas por los aborígenes antillanos.

Gonzalo Fernández de Oviedo

En su Historia general localizamos la primera

referencia clara a las lenguas, en un pasaje que

hace alusión al tipo de viviendas de los morado-

res de La Española; al respecto apuntó: Tornemos

a las casas en que moraban, las cuales común-

mente llaman buhio en estas islas todas (que

quiere decir casa o morada); pero propiamente

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 30

en la lengua de Haiti el buhio o casa se llama

eracra (…). Luego de describir el procedimiento

empleado por los aborígenes para la construcción

de sus casas, expone: El buhio ó casa de tal ma-

nera fecho, llámase caney. (1851: 463, 464).

La referencia nos indica que en el área antilla-

na, con excepción de la isla de Haití, se le domi-

naba buhio a las viviendas. Es decir, que en el

texto hay implícito un reconocimiento a cierta

diferencia lingüística, al menos en esta vecina

isla. Es necesario señalar que ningún otro cronista

hace alusión al término eracra para referirse a las

viviendas; desconocemos de qué fuente se habrá

nutrido el autor para registrar este vocablo.

Hay sin embargo, en la obra de Oviedo un in-

teresante pasaje donde plasmó evidentes diferen-

cias lingüísticas en toda el área antillana. En el

mismo, el cronista entra en contradicción con los

apuntes de Colón y Cúneo al exponer: La primera

lengua con quel primero almirante, Don Cristó-

bal Colón, descubridor destas partes, topó, fue la

de las islas de los Lucayos, é la segunda la de la

isla de Cuba, y la tercera la de esta isla de Haití

ó Española, de las cuales ninguna se entiende

con la otra (Ob. cit: 234).

El fragmento citado es categórico en cuanto a

diversidad lingüística, no dejando margen a las

opiniones de Cúneo y Colón. Del mismo pode-

mos colegir que se empleaban, al menos, tres

lenguas diferentes en Las Antillas Mayores. Sin

embrago, el texto de Oviedo adolece de serias

contradicciones, que hacen dudar de las fuentes

que emplea, así como de su experiencia personal

en el ámbito antillano. Para fundamentar lo ante-

riormente expuesto, citamos un fragmento referi-

do a la lengua empleada por los aborígenes en

Cuba: La gente de la isla de Cuba ó Fernandina

es semejante á la desta Isla Española, aunque en

la lengua difieren en muchos vocablos, puesto

que se entienden los unos a los otros. (Ob. cit:

500).

¿Cómo podemos dar crédito a lo relatado por

el cronista, cuando luego de exponer, en una

misma obra, que hay diferencias lingüísticas entre

las islas de Bahamas, Cuba y Haití, nos dice que

efectivamente los pobladores de estos territorios

se logran comunicar entre ellos? Si bien Oviedo

apunta que hay diversidad de vocablos, introduce

nuevas interrogantes vinculadas con el tópico que

nos ocupa. Dos cuestionamientos lógicos nos

asaltan, luego de analizar sus escritos: ¿Existían

dialectos en el área antillana? ¿Acopió suficientes

conocimientos Oviedo acerca de las diferencias

apuntadas, o había hecho uso incorrecto de las

fuentes consultadas?

Otro de los apuntes, acerca de las danzas prac-

ticadas en Cuba, nos remite a la diversidad lin-

güística, registrada de forma ambigua por el cro-

nista: Sus areytos é cantares son, como en esta

isla; y esta manera de bayles é cantares es muy

común en todas las Indias, aunque en diversas

lenguas. (Ob. cit: 501).

El texto enfatiza nuevamente en la diversidad

lingüística, al exponer que las danzas, denomina-

das como areitos entre los aborígenes, se practi-

caban en todas las islas; pero en las lenguas res-

pectivas de cada región geográfica. En los si-

guientes fragmentos de su obra, vuelve a señalar

el autor diferencias lingüísticas entre Haití y las

demás islas vecinas:

Huracán, en lengua desta isla, quiere decir pro-

piamente tormenta ó tempestad muy excesiva;

(…). (Ob. cit: 167)

Llaman los indios de aquesta Isla Española á la

mar bagua (no digo baygua porque baygua es

aquel barbasco, con que toman mucho pescado, segund tengo dicho, sino bagua es el nombre de la

mar en esta isla). (Ob. cit: 446)

Es evidente que si Oviedo nos señala en los

fragmentos citados, que los vocablos empleados

son propios de Haití, se está haciendo referencia a

una diversidad idiomática, pues de lo contrario

nos indicaría un uso general del vocablo para el

resto de Las Antillas. Lo mismo sucede para el

vocablo canoa, del cual apuntó: (…), hay una

manera de barcas que los indios llaman canoa,

(…). Estas he visto de porte de cuarenta y cin-

cuenta hombres, (…), é llámanlas los caribes

piraguas, (…). (Ob. cit: 171).

Hasta aquí la información suministrada por

Oviedo en relación a las lenguas aborígenes del

área antillana. De manera general y luego de un

análisis crítico de sus notas, podemos deducir que

es posible que existiera cierta diversidad lingüís-

tica en Las Antillas Mayores, o cuando menos

dialectos diferentes, además de denominaciones

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

31 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

disímiles para similares fenómenos y objetos,

según el área al que se refiera. Sus apuntes coin-

ciden con los de Anglería y Pané.

Bartolomé de Las Casas

A pesar de haber sido Las Casas uno de los

cronistas que mejor conoció a los aborígenes anti-

llanos, es muy pobre la información que sobre las

lenguas registra en sus escritos. Sus escuetos da-

tos están referidos solamente a la isla de Haití,

haciendo alusión a algunos vocablos que, de ma-

nera general, se empleaban por las comunidades

aborígenes antillanas. Sus apuntes no son una

excepción en las contradicciones constatadas en

las crónicas generales de Indias. No obstante, es

importante señalar que fue el clérigo el cronista

que más tiempo vivió en Las Antillas, conociendo

particularmente a las comunidades aborígenes de

Haití y Cuba. Su labor está avalada además por

disponer de una considerable cantidad de docu-

mentos originales de la época, puestos en función

de la redacción de su Historia, y por su temprano

arribo al área antillana.

Comenzaremos por analizar los datos que nos

brinda su obra más extensa, Historia de Las In-

dias. La primera referencia a las lenguas emplea-

das por los aborígenes la localizamos en la des-

cripción que nos expone sobre el arribo de las

naves hispanas a la isla de Guanahaní, el 12 de

octubre de 1492:

Esta tierra era y es una isla (…), la cual se llama-

ba en lengua desta isla Española, y dellas, porque

cuasi toda es una lengua y manera de hablar, Guanahaní, la última sílaba luenga y aguda.

(1995: 200. T. I)

(…); estaba poblada de mucha gente que no ca-

bía, (…), y mayormente todas estas islas de los

lucayos, porque ansí se llamaban las gentes de es-tas islas pequeñas, que quiere decir, cuasi mora-

dores de cayos, porque cayos en esta lengua son

islas. (Ob. cit: 200. T. I)

Los fragmentos citados nos exponen que la len-

gua empleada por los aborígenes en Las Antillas

Mayores era similar, aunque algunas valoraciones

denotan ciertas diferencias regionales, no quedan-

do claro por qué se hace la salvedad de no genera-

lizar acerca de un uso lingüístico homogéneo en

toda el área: porque cuasi toda es una lengua.

En contraposición con lo anteriormente ex-

puesto, Las Casas nos informa de marcadas dife-

rencias lingüísticas en la región noreste de Haití,

enfatizando de manera descriptiva en qué consiste

dicha diferenciación: Nombrábamos el Macorix

de Abajo, a diferencia del Macorix de Arriba, que

era la gente de que estaba poblada la cordillera

de las sierras que cercaban la Vega por la parte

del Norte, y vertían las aguas en la misma pro-

vincia del Macorix de Abajo; deciase Macorix en

la lengua de los indios mas universal de esta isla,

cuasi como lengua extraña y bárbara, porque la

universal era más pulida y regular o clara, según

que dijimos en la descripción desta isla, (…).

(Ob. cit: 429. T. I).

En otros fragmentos de su obra, que nos pare-

ce necesario citar, el clérigo nos informa vaga-

mente de la diferencia lingüística entre Haití y el

resto de Las Antillas. Refiriéndose a los desma-

nes cometidos por los colonizadores hispanos en

la vecina isla, apuntó: Dos maneras tenían de

sirvientes: una, todos los indios, muchachos

comúnmente y muchachas, que habían tomado a

sus padres andando por la isla matando y roban-

do, los cuales tenían continos noches y días en

sus casas, y estos se llamaban naborías, que

quiere decir en lengua de esta isla criados; (…)

(Ob. cit: 205. T. II).

En un pasaje referido a la lengua empleada en

una provincia de Haití , que se localizaba según

Las Casas, cerca del río Hayna (mina de oro) en

la isla, registró: caona llamaban al oro. (Ob. cit:

216. T. II).

Es muy señalado el hecho de que los fragmen-

tos citados se refieran particularmente a una len-

gua propia de Haití y no de manera general para

el resto de Las Antillas. La utilización por los

aborígenes del vocablo caona para la denomina-

ción del oro, está registrada por Colón, en su dia-

rio de navegación, el domingo 13 de enero para el

noroeste de la isla, por lo que coincide con el tex-

to de Las Casas. Es decir, que al menos este vo-

cablo, era empleado particularmente por un grupo

específico de aborígenes de la vecina isla.

En Apologética Historia de Indias, mientras

nos va describiendo la localización de los asen-

tamientos aborígenes en Haití, consignó lo si-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 32

guiente: (…), y luego está la provincia de Cibao,

pues el Macorix de arriba, que así lo llamábamos

a diferencia del de abajo. Macorix quiere decir

como lenguaje extraño, cuasi bárbaro, porque

eran estas lenguas diversas entre si y diferentes

de la general desta isla. (1958: 12).

Coincidiendo con los datos registrados por

Pané, el texto nos refiere la presencia de tres len-

guas diferentes en la vecina isla; una general,

evidentemente la más utilizada, y otras dos co-

rrespondientes con las “provincias” descritas. Es

importante destacar el hecho de que el sacerdote

no mencione simplemente una diversidad de vo-

cablos en las regiones consignadas, sino que hace

referencia a lenguas diferentes entre sí. De igual

manera y también referido a la isla de Haití, ex-

puso: Esta labranza, en el lenguaje de los indios

desta isla se llamaba conuco, (…). (Ob. cit: 12).

Es notable que el clérigo señale en el fragmento

citado que el vocablo al que hace referencia es

utilizado particularmente por los aborígenes en

Haití, y no por el resto de las poblaciones aleda-

ñas a la isla.

Las Casas, a diferencia de los demás cronistas,

introduce nuevos datos en cuanto a la calidad

lingüística en la región occidental de la isla de

Haití. En su obra Brevísima Relación de la Des-

truición de Las Indias, registró los siguientes da-

tos, al referirse a la demarcación de Xaraguá: Este

era como el meollo o médula o como la corte de

toda aquella isla; excedía en la lengua y habla el

ser más polida, (…). (1999: 85).

La información citada, aunque importante, no

deja de ser ambigua, ya que en ningún momento

nos explica el clérigo en que aspecto idiomático

“excedía” la lengua empleada en la región occi-

dental a la del resto del territorio. Más aún, cuan-

do sabemos que el conocimiento de los idiomas

autóctonos del área antillana era deficiente para

los hispanos. Es decir, que si la calidad (“puli-

mento” de la lengua) apuntada hiciera referencia

a dicción y riqueza de vocabulario, cabría hacer-

nos la pregunta: ¿qué elementos manejaba Las

Casas para realizar tales valoraciones?

Desafortunadamente, no se localiza en la obra

del fraile ninguna información sobre la lengua

utilizada en el archipiélago de Cuba, así como

tampoco ningún otro dato que pudiese esclarecer-

nos el tópico en cuestión. Luego de un análisis

riguroso de la fuente y comparándola con los

apuntes anteriormente discutidos, podemos afir-

mar que existían diferencias lingüísticas en el

noreste de Haití, donde parece ser que habitaban

comunidades pertenecientes a dos etnias diferen-

tes (macorixes y ciguayos). Los datos consigna-

dos por el clérigo para esta región se correspon-

den con lo registrado por Colón, Pané, Anglería y

Oviedo. Sin embargo, deja grandes lagunas para

el conocimiento de las lenguas en el resto de Las

Antillas.

Francisco López de Gómara

En la obra de Gómara solo podemos localizar

dos referencias a las lenguas empleadas por los

aborígenes antillanos en dos regiones diferentes.

Sobre las comunidades de Haití encontramos la

primera, al analizar la etimología del nombre da-

do por los pobladores naturales a la isla. Al res-

pecto apuntó: En lengua de los naturales de

aquella isla se dice Haití y Quisqueia. Haití quie-

re decir aspereza, y Quizqueia, tierra grande12

(Gómara, 1941. T. I: 64).

12

Según Las Casas (1958: 23), el nombre de Haití se co-

rrespondía solamente con una región geográfica de la veci-

na isla. Sin embargo, al transcurrir el tiempo, pasó a ser la

denominación general empleada para el resto del territorio

por los exploradores y colonizadores hispanos. Al respecto

Las Casas registró lo siguiente en su Apologética Historia,

cuando se refiere a la “provincia” de Cibao: No me acuerdo qué tanto durará de ancho y largo esta cumbre, porque ha

más de cincuenta años que estuve en ella; llámase Haití, la

última silaba aguda, de la cual se denominó y nombró toda

esta isla, (…). Las anotaciones del clérigo no coinciden con

las del Almirante, ya que Colón consignó en su diario de

abordo y en su testamento dos denominaciones aborígenes

para la isla de Haití. En el primero de estos nos expuso:

Dejó en aquella isla Española, que los indios diz que lla-

maban Bohío, treinta y nueve hombres con la fortaleza,

(…). (Ob. cit: 120). Sin embargo, en su testamento escribió:

E plugo a Nuestro Señor Todopoderoso que en el año de

noventa y dos descubriese la Tierra Firme de las Indias y muchas islas, entre las cuales es la Española, que los in-

dios de ella llaman Ayte (…). (1958: 211).

Diego Álvarez Chanca, en carta de relación enviada en

1494 al ayuntamiento de Sevilla, registró los siguientes

datos: (…), e aquesta isla como es grande es nombrada por

provincias, é á esta parte que primero llegamos llaman

Haytí, y luego a la otra provincia junta con esta llaman

Xamaná, é á la otra Bohío, (…). (1977: 75).

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

33 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

El texto sugiere que en Haití existía una lengua

diferente del resto de las islas del área, ya que

enfatiza en que ambas denominaciones son em-

pleadas particularmente por los aborígenes de la

isla, sin embargo la referencia es muy ambigua y

no permite contrastarla con datos sobre otros te-

rritorios que no fueron considerados por el autor.

No obstante, sabemos por el análisis de las otras

fuentes ya trabajadas con anterioridad que An-

glería, Oviedo y Las Casas refieren cierta diversi-

dad lingüística entre Haití y el resto de Las Anti-

llas Mayores. Este supuesto contradice las anota-

ciones de Cúneo y algunas informaciones dadas

por Colón, quedando al margen las consideracio-

nes de Pané que no registra datos fuera del entor-

no de Haití.

La segunda referencia está relacionada con la

isla de Cuba, donde reseña diferencias idiomáti-

cas. Al comparar en un párrafo a los aborígenes

de Haití con los de Cuba refirió: En lo siguiente

empero difieren: la lengua es algo diversa; (…)

(Ob. cit: 43). Este criterio coincide con lo consig-

nado por Anglería y Oviedo en cuanto a diversi-

dad lingüística entre la lengua empleada en nues-

tro territorio y las islas vecinas. Solo estos autores

hacen alusión a la lengua utilizada por los habi-

tantes de Cuba. Sin embargo, las referencias son

muy vagas y limitan nuestras inferencias.

Los datos analizados solo permiten sugerir que

existía cierta diversidad lingüística entre nuestro

Ramón Pané, en su Relación acerca de las antigüedades de los indios, consignó que La Española era denominada en

lengua aborigen Haití; sobre ello escribió: (…) antes se

llamaba Haití, y así la llaman los habitantes de ella; y

aquella y las otras Islas las llamaban Bohío. (1990: 26).

Anglería, coincidiendo con los datos consignados por Fran-

cisco López de Gómara (1941: 64. T. I), registró una nueva

denominación para la vecina isla; en sus Décadas del Nue-

vo Mundo expuso:

Los nombres que los primitivos habitantes pusieron a la

Española fueron primero Quisqueya y luego Haití. (…).

Llaman en efecto, Quizqueia a una cosa grande y que no tiene igual. A dicha palabra le dan la significación

de vastedad, universo, todo, (…). Haití, en su antigua

lengua, quiere decir aspereza, y así designaron, apli-

cando la metonimia al todo el nombre de una parte, la

isla entera, por cuanto esta se halla erizada en muchos

parajes de escarpados montes, espesas y tétricas selvas

y valles temibles y oscuros por la altura de los montes,

si bien en otros sitios es amenísima. (1989: 351).

archipiélago y el resto de las islas vecinas, así

como entre dialectos, o simplemente diferencia-

ción de vocablos en algunas zonas de la región

oriental y occidental de nuestro territorio.

Aspecto físico

Uno de los datos etnográficos más abordados

por los estudios de reconstrucción etnohistórica

en el Caribe, ha sido el referido a la diversidad

cultural de los aborígenes del área, al arribo de

los exploradores hispanos. Sin embargo, la au-

sencia de un estudio exhaustivo de las fuentes

primarias ha afectado significativamente los es-

quemas de periodización propuestos sobre la base

de criterios culturales de muy difícil comproba-

ción, y en otros de invención contemporánea.

Cristóbal Colón

En la mañana del viernes 12 de octubre de

1492, Colón registra por primera vez, de forma

escrita, el aspecto físico de los habitantes de Gua-

nahaní. Sobre ellos escribió:

(…) andan todos desnudos como su madre los pa-rió, y también las mujeres, aunque no vide más de

una farto hermosa. Y todos los que yo vi eran to-

dos mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermo-

sos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos

gruesos cuasi como sedas de cola de caballo, e

cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de tras que traen largos, que

jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, (…), y de-

llos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y de-llos de lo que fallan, y dellos se pintan las caras, y

dellos todo el cuerpo, y dellos solo los ojos, y de-

llos solo el nariz.

(…), y todos de la frente y cabeza muy ancha más

que otra generación que fasta aquí haya visto, (….). (1958: 30, 31).

La descripción somática de los pobladores que

nos entrega el Almirante se corresponde con un

tipo físico de marcados rasgos mongoloides13

. Sin

13

Los exámenes físicos realizados a restos humanos ex-

humados en contextos arqueológicos antillanos se corres-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 34

embargo, es muy significativo el hecho de que

refiere no haber visto nunca antes hombres de

frentes y cabezas tan anchas, a pesar de que los

navegantes europeos conocían el aspecto físico de

numerosas poblaciones en el mundo, incluyendo

a los esclavos tártaros, de filiación mongoloide.

La explicación al señalamiento del Almirante

debemos de buscarla en que por vez primera

Colón se encontraba en presencia de individuos

que evidenciaban físicamente una antigua prácti-

ca cultural caribeña, conocida en la actualidad

como deformación fronto-occipital-tabular-obli-

cua14

.

De manera general, desde el día 12 de octubre

hasta el 23 de diciembre Colón registra en su dia-

rio una gran similitud entre todos los pobladores

contactados en Las Bahamas, la región oriental de

nuestro archipiélago, la Isla Tortuga y el noroeste

de Haití. Sin embargo, todo lo escrito hasta ese

momento entra en contradicción con las notas

ponden con el tipo físico amazónido, según clasificación de

Imbelloni (1938). Dentro de la gran heterogeneidad somáti-

ca de los aborígenes de América y teniendo en considera-

ción la preponderante inmigración mongoloide, los amazó-

nidos se caracterizan por presentar estatura mediana a baja,

de cabeza algo alargada (dolicocéfalos) o con tendencia a

ser corta (braquicéfalos), cuerpo robusto, brazos largos y fuertes, piernas relativamente débiles y cortas, con la piel

de distintas tonalidades sobre fondo amarillo. 14

La deformación artificial del cráneo traía como conse-

cuencia un ensanchamiento e inclinación oblicua del hueso

frontal, abombamiento parieto – temporal, así como una

mayor proyección externa de los arcos cigomáticos. El resultado de esta práctica cultural trajo aparejado un pre-

dominio de la región posterior del cráneo y su alargamien-

to. En la crónica está bien documentada la deformación

craneal en algunas comunidades antillanas, aunque no así

los propósitos de la misma. Sobre las dimensiones de cabe-

zas y frentes, que tanto llamaran la atención de Colón, nos

explica Oviedo: Esta manera de frentes se hace artificial-

mente, porque al tiempo que nascen los niños, les aprietan

las cabezas de tal manera en la frente y el colodrillo, que

como son las criaturas tiernas, las hacen quedar de aquel

talle, anchas las cabezas delante é detrás, é quedan de

mala gracia. (1851: 69). El registro arqueológico ha puesto en evidencia cráneos

deformados, pertenecientes a sociedades agricultoras, como

para sostener los datos aportados por las fuentes primarias.

Al respecto, es importante señalar que según análisis de los

cráneos estudiados en el área antillana, no parece que fuese

una práctica cultural extendida por todo el Caribe, o al

menos, no en todos los períodos de ocupación insular por

comunidades de extracción tribal.

consignadas el día 24 del propio mes, cuando el

Almirante compara a los pobladores de Cuba y

Haití: (…); porque yo he hablado en superlativo

grado la gente y la tierra de la Juana, a que ellos

llaman Cuba; más hay tanta diferencia de ellos y

de ella a ésta en todo como el día a la noche,

(…). (Ob. cit: 109).

Luego de analizar el fragmento citado, cabría

preguntarnos ¿En qué consistían tales diferen-

cias? ¿Estaría Colón ante la presencia de un nue-

vo grupo étnico? Desafortunadamente, la infor-

mación que aparece en su diario es tan imprecisa

que no nos permite llegar a una conclusión acer-

tada, o cuando menos aproximada al tema en

cuestión.

Los contrastes percibidos en los grupos con-

tactados comienzan a ser constantes, una vez que

los exploradores hispanos se hallan en la región

nororiental de la isla de Haití. Los datos consig-

nados para los pobladores de esta parte de la isla,

en cuanto a diferencias etnográficas, se corres-

ponden con lo registrado desde el punto de vista

lingüístico por el propio Colón, Pané, Las Casas y

Anglería. Al parecer, el Almirante había arribado

al territorio de grupos ciguayos y macorixes, de

diferente extracción étnica. Del primer contacto

con estas poblaciones disponemos del testimonio

del propio Colón, cuando describe el aspecto físi-

co de estos hombres: (…) era muy disforme en el

acatadura más que otros que hobiesen visto. Te-

nía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que

en todas partes acostumbran de se teñir de diver-

sos colores. Traía todos los cabellos muy largos y

encogidos y atados atrás y después puestos en

una redecilla de plumas de papagayos, y él así

desnudo como los otros. (Ob. cit: 130).

El contacto con pobladores, que además de

portar diferentes armas15

, adornos corporales y de

15

La diferencia en el armamento se debe a que los arcos y

flechas de estos aborígenes eran de mayores dimensiones

que los descritos por Colón para el resto de las islas: Los

arcos de aquella gente diz que eran tan grandes como los de Francia e Inglaterra; las flechas son propias como las

azagayas de las otras gentes (Las Casas citando a Colón,

1958: 134). Es necesario aclarar que las anotaciones de

Colón se contradicen en relación al uso de armas, ya que en

varios pasajes anota que los aborígenes no las poseen, ni

conocen. Sin embargo, su relación, al igual que la de los

demás cronistas, describe una amplia utilización de maca-

nas, arcos, flechas y azagayas en el área antillana. En menor

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

35 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

presentar un aspecto físico no constatado con

anterioridad, unido a un comportamiento inusual

ante la presencia hispana y empleando una lengua

diferente, trajo como consecuencia que Colón

pensara estar en presencia de los caribes. Citamos

sus consideraciones al respecto: (…) si no son de

los caribes, al menos deben ser fronteros y de las

mismas costumbres y gentes sin miedo, no como

los otros de las otras islas, que son cobardes y

sin armas fuera de razón (Ob. cit: 132).

La descripción que hiciera Colón del aspecto

físico de los aborígenes lucayos, como hombres

de cabello corto y lacio, cortado en cerquillo so-

bre las cejas, salvo algunos largos de usanza en la

parte posterior de la cabeza, no se corresponde

con un dato registrado por el propio Colón en

carta de relación dirigida a Luis de Santangel,

dando cuenta de su primer viaje. En la misma

expuso: Otra isla me aseguran mayor que la Es-

pañola en que las personas no tienen ningún ca-

bello. En esta hay oro sin cuento, y destas y de

otras traigo conmigo indios para testimonio (Na-

varrete, 1999: 153).

En otra correspondencia sostenida con el teso-

rero de los monarcas, Sr. Rafael Sánchez, fechada

en 1493, vuelve Colón a sostener el criterio de la

homogeneidad en el aspecto físico y la lengua:

No hay en todas estas islas diversidad alguna en

la fisonomía, en las costumbres ó lengua, (…).

(Ob. cit: 162). Hasta aquí los datos registrado por

Colón durante su primer viaje de exploración, en

relación al tópico que nos ocupa. La información

que de estos podemos colegir es muy confusa y

plagada de contradicciones, con excepción de las

anotaciones referidas al noreste de Haití, donde es

evidente que los hispanos habían entrado en con-

tacto con una etnia diferente a la (s) del resto del

territorio y demás islas mencionadas. Es impor-

tante destacar que Colón solo hace diferenciación

entre “indios” y canibas o caníbales, y que en

medida la crónica registra el uso de cuchillas y hachas de

piedra. Creemos también pertinente destacar que, si bien

estos artefactos constituían parte de los instrumentos de

producción de las sociedades en estudio, también eran em-

pleados en los conflictos íntertribales y, posteriormente,

para enfrentar precariamente a los colonizadores hispanos,

por lo que no consideramos desacertado el empleo del de-

nominativo de armas.

ningún momento registra etnónimos pertenecien-

tes a las poblaciones visitadas.

Si bien es Colón un acucioso observador, va-

rios obstáculos conspiraron negativamente en la

redacción de sus anotaciones, entre ellos la pre-

mura del tiempo empleado16

en las exploraciones,

el desconocimiento de la lengua (s) nativa, y los

fines económico – políticos que perseguía su em-

presa. A ello debemos sumar que la propia diná-

mica del registro de datos en un diario de navega-

ción, donde la realidad percibida cambia constan-

temente, dificulta el análisis de la información

compendiada.

Miguel de Cúneo

Analizaremos a continuación qué nos expusie-

ron dos testigos del segundo viaje de exploración

de Colón. Para ello comenzaremos por citar un

fragmento de la carta que enviara Cúneo a Jeró-

nimo Annari en 1495, donde hace una descrip-

ción general de las observaciones realizadas du-

rante el periplo (descripción del tipo físico en

Guadalupe, Santa María la Galante, Once Mil

Vírgenes, Santa Cruz, Borinquen y Santo Domin-

go).

Digo, pues, que los hombres de uno y otro sexo son de color aceitunado, como los de Canarias; tienen

la cabeza aplastada y la cara atartarada; son de

pequeña estatura; por lo común, tienen muy poca barba y bellísimas piernas, y tienen la piel dura.

Las mujeres tienen los senos muy redondos y du-

ros. Bien hechos. (…). Acostumbran a ir desnudos

del todo, pero es verdad que las mujeres, después de haber tenido contacto con el hombre, se cubren

delante con una hoja de árbol o con un pedazo de

paño de algodón o con pantalones de dicho paño (Cúneo, 1977: 38).

Las observaciones consignadas por Cúneo co-

inciden con los apuntes de Colón, en cuanto al

tipo físico, al mencionar los característicos rasgos

mongoloides y la práctica cultural consistente en

la deformación craneal artificial. De igual manera

16

La premura de tiempo en la exploración estaba dada por

la escasez de avituallamiento para la tripulación, deterioro

físico de hombres y medios técnicos, descalabro de la nave

Santa Maria y propósitos concretos de la expedición.

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 36

concuerda la descripción de la costumbre femeni-

na, una vez casada la mujer, de llevar faldas cor-

tas de algodón.

Es importante destacar que Cúneo en sus

apuntes solo hace distinción entre caníbales e

indios, a pesar de aseverar que estos son exponen-

tes de las mismas manifestaciones culturales: (…)

viven todos de acuerdo con las mismas costum-

bres, y parecen al verlos una nación sola, excepto

que los Caníbales son hombres más feroces y más

inteligentes que dichos indios (Ob. cit: 39). Si

interpretásemos literalmente la información apor-

tada por el autor, entonces todos los pobladores

de Las Antillas Mayores serían asumidos dentro

de un mismo grupo cultural bajo la errada deno-

minación de “indios”, y más aún, estos últimos

estarían emparentados con los llamados caribes.

La información expuesta por Cúneo es débil,

ya que los datos son muy generales y poco nos

ayudan en la búsqueda de indicadores de diferen-

ciación étnica. Además, introduce nuevas lagunas

en el conocimiento del aspecto físico, al describir

un corte de cabello diametralmente opuesto al

descrito por Colón para los lucayos y el noreste

de Haití: Dichos Caníbales e Indios se afeitan los

cabellos y la barba, lo mismo hacen las mujeres,

y se rasuran con cañas, (…). (Ob. cit: 40).

La información referida a la exploración por la

costa Sur de nuestro archipiélago no aporta nin-

gún dato de interés sobre el tópico en cuestión, el

autor solo se limita a señalar que los aborígenes

contactados en los Jardines de la Reina poseían

una piel más oscura, que el resto de las poblacio-

nes vistas con anterioridad.

Diego Álvarez Chanca

El segundo partícipe de la nueva exploración

que realizara Colón, es el Doctor Chanca. Este, a

diferencia de Cúneo, limitó su navegación hasta

La Española, por lo que sus datos solo se refieren

a los aborígenes de esta isla, y de varios territo-

rios de Las Antillas Menores. En carta de relación

enviada en 1494 al ayuntamiento de Sevilla, el

autor registró los siguientes datos relacionados

con las diferencias culturales constatadas en los

aborígenes que topó la flota, durante el trayecto

de Guadalupe hacia Haití: La diferencia destos á

los otros indios en el hábito, es que los de Caribe

tienen el cabello muy largo, los otros son tresqui-

lados é fechas cien mil diferencias en las cabezas

de cruces, é de otras pinturas en diversas mane-

ras, (…). (Ob. cit: 72).

Llegado a Haití anotó: (…), andan como na-

cieron, salvo las mugeres de esta isla traen cu-

biertas sus vergüenzas, dellas con ropa de al-

godón que les ciñen las caderas, otras con yerbas

é fojas de árboles. Sus galas dellos é dellas es

pintarse, unos de negro, otros de blanco é colo-

rado, de tanto visajes que en verlos es bien cosa

de reir; las cabezas rapadas en logares, é en lo-

gares con vedijas de tantas maneras que no se

podia escrebir. En conclusión, que todo lo que

allá en nuestra España quieren hacer en la cabe-

za de un loco, acá el mejor dellos vos la terná en

mucha merced. (Ob. cit: 92)

Otro rasgo diferencial que anotara sobre los gru-

pos caribes es el siguiente: (…) las Caribes traian

en las piernas en cada una dos argollas tejidas de

algodón, la una junto con la rodilla, la otra junto

con los tobillos; de manera que les hacen las pan-

torrillas grandes, é de los sobredichos logares muy

ceñidas, que esto me parece que tienen ellos por

cosa gentil, ansi que por esta diferencia conocemos

los unos de los otros (Ob. cit: 67).

Las observaciones del autor se corresponden

en parte con las descripciones de Cúneo, y se

contradicen con lo registrado por Colón, en cuan-

to a la usanza del cabello en Guanahaní; además

de aportar nuevas diferencias entre los grupos

caribes y aruacos. Chanca, al igual que Cúneo, no

hace distinciones étnicas entre los aborígenes que

encuentra en Las Antillas Mayores; tan solo se

limita a marcar diferencias entre los que el deno-

mina caribes y los otros indios, o sea, las comu-

nidades contactadas en Haití.

Es importante destacar que entre todos los

cronistas, es Chanca el que mayores datos registra

en relación al uso del cabello por una parte de los

aborígenes de Haití. Sin embargo, sus apuntes no

recogen información de los habitantes de Cuba,

Bahamas y el noreste de Haití, región última de

supuestas diferencias en el tipo físico, según

Colón. Difiere de la generalización hecha por

Cúneo, en relación al uso de cabezas rasuradas en

toda el área antillana; describiendo una práctica

cultural diametralmente opuesta entre aruacos y

supuestos caribes.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

37 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

Chanca hace énfasis en la antropofagia como

característica fundamental de los grupos llamados

caribes, pero es el único cronista que registra en

sus apuntes la extensión de esta práctica cultural a

grupos aruacos de Las Antillas Mayores. En un

pasaje donde describe la exploración por la isla

de Burenquen (Puerto Rico), consignó los si-

guientes datos referidos a los pobladores: (…)

estos no tienen fustas ningunas ni saben andar

por mar: pero según dicen estos caribes que to-

mamos, usan arcos como ellos, é por si caso

cuando los vienen a saltear los pueden prender

tambien se los comen como los de Caribe á ellos.

(Ob. cit: 74).

Los datos consignados en la carta de relación

citada son muy generales, e incrementan las con-

tradicciones presentes en las fuentes primarias, al

introducir descripciones que difieren de lo ex-

puesto por el resto de los cronistas.

Pedro Mártir de Anglería

Pasaremos de inmediato a analizar la obra de

Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, debido a

que desafortunadamente el texto de Fray Ramón

Pané no contiene referencias al aspecto físico de

los aborígenes antillanos. En el libro XVIII de su

primera Década, el cronista nos suministra in-

formación relacionada con la existencia de una

comunidad aborigen, asentada en occidente de

Haití; de especial interés para el tópico que nos

ocupa. El pasaje llama poderosamente la aten-

ción, ya que describe características socioeconó-

micas en los pobladores, que difieren de lo escrito

para el resto de las poblaciones autóctonas de la

vecina isla, lo cual pudiese conllevar a pensar en

un grupo humano de diferente filiación étnica.

Sobre estos hombres expuso:

En la región de Guaccaiarima, que es la última

hacia occidente y dentro del pequeño territorio de Zauana, se dice que habitan unos hombres que,

contentándose con cavernas y frutas silvestres,

nunca se han amansado ni venido al trato con ningún mortal, sino que viven vagabundos, sin

sembrados ni agricultura, según se lee de la edad

de oro (1989:366. T. I)

El fragmento citado nos llevaría a pensar en

individuos con un modo de producción apropia-

dor, cuyo nivel de desarrollo socioeconómico

difiere señaladamente de los descritos por Colón

para el resto de los aborígenes antillanos. Estos, a

diferencia de las demás poblaciones que habita-

ban la isla, manifestaban una conducta excepcio-

nal, al no establecer relaciones de ningún tipo con

el resto de las comunidades.

Otra diferencia reflejada en su obra se corres-

ponde con los habitantes del Cibao, en la misma

isla de Haití; de ellos apunto: Dicen que éstos se

diferencian en costumbres y lengua de los que

habitan en la llanura, (…). (Ob. cit: 148). Sus

anotaciones son muy escuetas y no explican en

que consisten las diferencias, tampoco refiere qué

fuente está utilizando para abordar el tópico, pues

solo se limita a señalar dicen, y como es sabido el

cronista nunca pisó tierras americanas.

Al abordar los datos etnográficos relacionados

con los lucayos, sus apuntes coinciden con los de

Colón, aunque desafortunadamente no hace refe-

rencia al aspecto físico de estos aborígenes, ni

tampoco al del resto de Las Antillas Mayores. De

manera general la información que podemos co-

legir de su obra, en relación a indicadores de tipo

étnico, es muy difusa, ya que Anglería solo con-

signa un posible etnónimo en sus escritos (luca-

yos) y solo se define una clara diferenciación

cultural entre caribes e indígenas. Su obra señala,

sin embargo, la descripción de los pobladores de

la región de Guaccaiarima, cuyas características

constituyen un nuevo elemento de análisis del

tópico en cuestión, ya que no están consideradas

ni por Colón, ni por Cúneo, ni por Chanca en sus

apuntes respectivos.

Es importante destacar que Anglería, coinci-

diendo con las observaciones de Chanca, registra

presencia caribe en Puerto Rico, describiendo

relaciones de beligerancia entre estos últimos y

los habitantes aruacos de la isla.

Gonzalo Fernández de Oviedo

En su Historia General de las Indias…, al

igual que el resto de los cronistas, hace diferen-

ciación entre dos grandes grupos culturales, los

caribes ó indios flecheros y los indios. Sus obser-

vaciones, en cuanto al tipo físico de estos últimos,

se corresponden con las realizadas por el Almi-

rante para los lucayos, aunque agrega algunos

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 38

datos y explicaciones sobre diversos aspectos de

los aborígenes de Haití, que citamos a continua-

ción:

(…) la color desta gente es lora: son de menor es-

tatura que la gente de España comúnmente; pero

son bien hechos é proporcionados, salvo que tie-nen las frentes anchas é las ventanas de las nari-

ces muy abiertas, é lo blanco de los ojos algo tur-

bio. (…). Andan todos desnudos é no tienen bar-bas, antes por la mayor parte son lempiños.

Las mugeres andan desnudas, é desde la cinta abaxo traen unas mantas de algodón fasta la mitad

de la pantorrilla, é las cacicas principales hasta

los tobillos (…). Este hábito trayan las que eran casadas o habían conoscido varón; pero las don-

cellas vírgenes ninguna cosa trayan destas mantas

(que se llaman naguas) sino de todo punto toda la

persona desnuda. Hay algunas de muy buenas dis-posiciones: tienen muy buen cabello ellas y ellos, y

muy negro é llano y delgado: no tienen buenas

dentaduras. (1851: 69).

A diferencia de Cúneo, Chanca y Colón,

Oviedo no señala de qué manera cortaban sus

cabellos estos aborígenes; aunque describe la

costumbre de practicar la deformación craneal,

descrita por el Almirante en los pobladores de las

Lucayas. En particular sobre la isla de Cuba, se

limitó a expresar: La gente de la isla de Cuba ó

Fernandina es semejante a la desta Isla Españo-

la, (…). El traje es el mismo con que nascen, é no

son ellos ni las mugeres mas vestidos de lo que

está dicho. La estatura, la color, los ritos é ido-

latrías, el juego del batey ó pelota, todo esto es

como lo de la Isla Española; (…). (Ob. cit: 500).

Coincidiendo con el señalamiento de Anglería

sobre un asentamiento aborigen de características

muy particulares en la “provincia” de Guacayari-

ma (isla de Haití), nos relaciona Oviedo los acon-

tecimientos de 1503, cuando Diego Velázquez fue

encomendado como capitán para la “pacificación”

del occidente de la isla; sobre esto expuso:

(…) vivían en cavernas ó espeluncas subterraneas

é fechas en las peñas é montes: no sembraban, ni

labraban la tierra para cosa alguna, é con sola-mente las fructas é hiervas é rayces que la natura

de su propio é natural oficio producía, se manten-

ían y eran contentos, sin sentir necesidad por otros

manjares, ni pensaban en edificar otras casas, ni

aver otras habitaciones mas que aquellas cuevas,

donde se acogían. (...). Aquesta gente fue la más salvaje que hasta agora se ha visto en las Indias.

(Ob. cit: 90, 91)

Lamentablemente, no se menciona ningún

etnónimo en el pasaje citado, así como tampoco

se trata el aspecto físico de estos aborígenes “sal-

vages”. Lo que podemos intuir del fragmento

citado, es que los habitantes de la “provincia” de

Guacayarima formaban parte de los indios alza-

dos en contra de la dominación hispana desde

1503. Es contradictorio este hecho, cuando An-

glería afirma: (…) nunca se han amansado ni

venido al trato con ningún mortal (1989:366),

pues esta bien documentada en la crónica la

alianza estratégica entre diversas poblaciones

para hacerle frente al colonizador europeo; por lo

que es dudoso que una sola comunidad, con las

características aquí señaladas, decidiera enfrentar

a las tropas hispanas comandadas por Diego

Velázquez.

Es importante destacar que las denominacio-

nes de indios flecheros e indios, dadas por Oviedo

a las comunidades aborígenes que habitaban Las

Antillas, están fundamentadas en su texto sola-

mente por diferencias en el empleo de dardos y

sustancias venenosas que empleaban los primeros

durante los conflictos intertribales, y en la prácti-

ca de la antropofagia. Según el cronista, los fle-

cheros se asentaban en Las Antillas Menores,

llegando su distribución hasta Puerto Rico; sobre

ello escribió: Estos flecheros destas islas que ti-

ran con hierba, comen carne humana, excepto los

de la isla Boriquen (Ob. cit: 35).

Nos parece acertado citar un fragmento del

texto de Oviedo, donde se hace una descripción

de los caníbales o caribes, ya que en los datos

consignados por el cronista se describe una rela-

ción interétnica entre ellos y los pobladores de

Haití, más allá de contradicciones o disputas por

territorios. A ello debemos de sumar el hecho de

que el cacique Behechio era posiblemente de ori-

gen Caribe (Ob. cit: 66), y de que la distribución

de estos grupos, según Oviedo, llegaba hasta Las

Antillas Mayores.

Estos viven en las islas comarcanas, y la principal

isla desta gente fue la isla de Boriquen, que agora

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

39 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

se llama Sanct Juan, é las otras cercanas della,

(…). E de aquellas venian en sus canoas con arcos

y flechas á saltear por la mar, é hacer la guerra á la gente desta isla de Haití. Son aquellos flecheros

más denodados é valientes que los desta isla, por-

que solamente avía en ella flecheros en una parte sola ó provincia que se dice de los Ciguayos, en el

señorío de Canoabo; más no tiraban con hierba ni

la sabían hacer. (Ob. cit: 59)

Oviedo introduce una nueva denominación de

posible filiación étnica para los pobladores del

noreste de Haití; estos eran los ciguayos, que

según el propio autor: así se llamaban los fleche-

ros indios de la costa norte en esta isla (Ob. cit:

59). El cronista plantea que el origen de estos

pobladores debe de buscarse en el resto de las

islas habitadas por flecheros, y que debido a la

antigüedad de la colonización de estos, habían

adoptado una nueva lengua; “dejando la suya”.

En general, luego de analizar los apuntes con-

signados por Oviedo, pudiéramos colegir que

existía un tipo físico relativamente homogéneo

entre los habitantes del área antillana, y de que

todos practicaban la deformación craneal. Para la

isla de Haití se señalan diferencias culturales en

sus pobladores, y se incluye la presencia de gru-

pos de extracción caribe en Las Antillas Mayores,

dato registrado con anterioridad por Chanca, en

su carta de relación de 1494.

El autor, a diferencia del resto de los cronistas

citados, señala relaciones de reciprocidad entre

los llamados grupos caribes e indios, en el nores-

te de la isla de Puerto Rico, lo cual complejiza el

panorama étnico en el arco antillano. Estas rela-

ciones no solo estaban basadas en excepcionales

alianzas bélicas para hacerle frente a la conquista

hispana, sino que comprendían otros propósitos;

según Oviedo:

Estos indios eran flecheros; pero no tiraban con

hierba, é algunas veces pasaban los indios caribes de las islas comarcanas flecheros en su favor con-

tra los cripstianos; y todos aquellos tiran con hier-

ba muy mala, (…).

Algunos dicen que no comían carne humana los

desta isla, é yo lo pongo en duda, pues que los ca-ribes los ayudaban é conversaban con ellos, que la

comen (Ob. cit: 488, 489).

Es necesario señalar que los fragmentos cita-

dos exponen datos muy ambiguos, ya que no se

explica en que consiste la “ayuda” brindada por

los llamados caribes al resto de los grupos de

origen aruaco, y tampoco queda claro cómo lo-

graban la comunicación individuos de aparentes

diferencias étnicas. Subrayamos además, que las

relaciones entre caribes e indios están descritas

por el resto de los cronistas como de beligerancia.

Es importante destacar que hallar indicadores

de filiación étnica en la obra analizada es una

tarea difícil, debido al desequilibrio en la infor-

mación aportada por el cronista, el cual viene

dado por el escaso conocimiento que tenía del

resto de las islas, pues los datos referidos a Ja-

maica, Cuba y Puerto Rico son extremadamente

limitados; particularmente en lo referido al tópico

en cuestión.

Bartolomé de Las Casas

Comenzaremos por analizar los datos consig-

nados en su obra: Apologética Historia de Indias,

donde se localizan diversos pasajes que aportan

información sobre el tópico de interés. Sobre una

caracterización general del tipo físico de los

aborígenes antillanos apuntó:

(…), de buenos cuerpos y todos los miembros de-

llos muy bien proporcionados y delicados, aún los

más plebeyos y labradores; no muy carnudos ni muy delgados, sino entre magrez y gordura, las

venas no del todo sumidas ni muy levantadas sobre

la carne. (…) y del todo andan desnudos, cubiertos sólo aquello que la honestidad y vergüenza cubrir

manda, (…).

Cuanto a la costumbre de querer parecer fieros en

las guerras, ordenaron a los principios hacerse las

caras y cabezas, por industria de las parteras o de

las mismas madres cuando las criaturas son tier-nas y chequitas, empinadas y hacer las frentes an-

chas, (…). (1958: 113, 115).

De modo general, la descripción del clérigo

sobre el tipo físico concuerda con los apuntes

consignados por los autores anteriormente anali-

zados. Incluso Las Casas, a diferencia del resto de

los cronistas, expone una explicación sobre el

origen de la deformación craneal en las comuni-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 40

dades antillanas. Sin embargo, estas referencias

entran en contradicción con una observación que

realizara para los rasgos somáticos en las cabezas

de los habitantes de Jamaica, Cuba y Bahamas, de

la cual citamos un fragmento:

Las de las gentes de los Lucayos y de la isla de

Cuba y Jamaica, según me puedo acordar, las te-

nían cuasi como las nuestras o que más nos pare-cían en las figuras dellas. Muchos tienen las fren-

tes cuadradas, de moderada grandeza, y es buena

señal, (…). Los cabellos todos comúnmente los tie-nen negros y moderadamente delgados y corren-

tíos y blandos, (…). (Ob. cit: 116).

Llama poderosamente la atención que Las Ca-

sas, con una profunda experiencia en las tierras

mencionadas, especialmente en Cuba, donde par-

ticipó desde los primeros momentos de coloniza-

ción como capellán en las filas de Pánfilo de

Narváez, señale semejantes diferencias en las

poblaciones contactadas. El texto es muy confu-

so, ya que a la misma vez que describe frentes

relativamente anchas, las compara con las formas

europeas, diciendo que “eran casi como las nues-

tras”. Esto pudiera interpretarse de tres maneras:

1- La deformación craneal en Haití difería en su

procedimiento de las del resto de las islas antilla-

nas. 2- Algunos grupos étnicos no practicaban la

deformación craneal. 3- La avanzada edad del

fraile al terminar la obra (entre 1553 y 1562)

conspiró contra la realidad descrita; recordemos

que regresó definitivamente a España en 1547

con 73 años de edad.

El asunto se complica aún más, cuando los

rasgos somáticos de cabezas de aborígenes de

Haití, son comparados por Las Casas con los de

habitantes del Perú (caciques). Al respecto refirió:

(…) y tanta industria y diligencia ponen para que

las criaturas tengan las cabezas muy empinadas,

puesto que no son redondas sino llanas, como

vemos, y cuasi parecen a las gentes que en esta

isla17

moraban, (…). (Ob. cit: 116).

Aquí es necesario señalar que la deformación

artificial - craneal de los gobernantes peruanos se

17

Las Casas se refería a la isla de Haití, desde donde reali-

zaba los primeros apuntes que luego le servirían para redac-

tar sus obras de Historia.

corresponde con la clasificada como tabular –

erecta18

(J. Imbelloni: 1938).

Sin embargo, en el área antillana son muy es-

casos los cráneos que se han localizado con evi-

dencias de esta práctica. Esto obviamente afecta-

ba de manera distinta los rasgos somáticos de las

cabezas aborígenes, por lo que la observación del

clérigo introduce nuevas incógnitas a la investi-

gación y aparenta ser un indicador de diferencias

étnicas entre habitantes de Haití y el resto de los

pobladores antillanos.

Relativo a la usanza del cabello por los aborí-

genes de Haití, el fraile coincide con los apuntes

de Chanca en un pasaje de su Historia de las In-

dias, donde relata el aspecto físico de los aborí-

genes de la Península de Paria. Observó: (…);

traen, dellos, los cabellos muy largos; otros, así

como nosotros; ninguno hay tresquilado como en

la Española y en las otras tierras. (1995:16. T.

II).

En el fragmento citado se hace evidente el re-

conocimiento de una diferenciación en el corte de

cabellos entre los aborígenes del área antillana y

los de Paria. A diferencia de Chanca, el clérigo

señala que esta posible práctica cultural es asig-

nable a otras tierras que no define con claridad;

aunque todo parece indicar que se refiere a las

islas de Barlovento.

Volviendo a su Apologética, en la búsqueda de

posibles indicadores étnicos, localizamos el si-

guiente pasaje, que hace referencia a la diferencia

entre los pobladores de Cuba y los de Haití, e

incluso se menciona un posible exoetnónimo:

(…), cuando pasó la gente de esta isla Española,

y poco a poco sojuzgó a la de aquella, que era

una gente simplísima y masuetísima (la misma

18

Según el Dr. Rivero de la Calle, la deformación tabular

erecta resulta de comprimir a la región posterior del cráneo

por medio de un plano, que puede ser producido cuando se

acuesta el niño en una cuna de madera y se presiona sobre

su cabeza (1985: 253).

Sobre la presencia de este tipo de deformación artificial en nuestra isla nos dice: En Cuba, como ya ha sido señalado

por diferentes autores, la forma predominante es la tabular

oblicua, y es la más común en todas Las Antillas, aunque

cráneos tabulares erectos se han encontrado en Santo Do-

mingo, y un ejemplar fue reportado por nosotros, pero se

trata de ejemplares muy aislados, y producidos posible-

mente por una mala colocación del aparato deformador

(Ob. cit: 253).

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

41 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

que la de los lucayos de que arriba, en el capitulo

(…) habemos hablado y hablaremos, placiendo a

Dios, adelante), tuviéronlos como por esclavos y

llamábanlos exbuneyes, (…). (1958: 149).

Dos cuestionamientos fundamentales surgen

luego de leer el fragmento citado: ¿qué proceden-

cia tenían los aborígenes (exbuneyes) que ya vi-

vían en nuestro archipiélago, antes del arribo de

los aruacos provenientes de Haití?, y si eran del

mismo grupo étnico que los lucayos, ¿cuál era el

origen de estos últimos? Al parecer, algunos gru-

pos tardíos de origen aruaco habían emigrado

hacia Cuba en un momento determinado de su

desarrollo histórico, y aquí habían hallado otros

representantes socioculturales, que luego del con-

tacto se habían “sometido” a determinadas rela-

ciones de tipo económico. Es posible que el pro-

ceso de transculturación en que se vieron sumidos

ambos grupos culturales, estaba aún inacabado en

tiempos de la colonización hispana, pues Las Ca-

sas anotó: (…), pero ninguna o cuasi ninguna

diferencia era entre los hijos y aquellos que ha-

bían sojuzgado (Ob. cit: 149).

En Historia de Las Indias podemos hallar un

interesante pasaje, donde Las Casas hace referen-

cia a las poblaciónes de Guacayarina y Hanygua-

yaba. Sin embargo, la descripción que de estos

pobladores nos entrega, se contradice con lo ex-

puesto por Anglería y por Oviedo, desmintiendo

lo escrito por este último de manera rotunda:

Dice también Oviedo que los indios que aquella provincia de Hanyguanaba, que guerreó Diego

Velázquez, eran salvajes y vivían en cuevas; mal

supo lo que dijo, porque no vivían sino en pueblos y tenían sus señores que los regían, y a su modo,

como los demás, su comunal policía; porque aun

la misma tierra, por ser un jardín, aunque quisie-

ran vivir selváticamente, no se lo consintiera, y ni había cuevas ni espeluncas, como él dice, presu-

miendo demostrar que sabe nominativos, sino muy

graciosos campos y arboledas, donde tenían sus asientos de pueblos y sembraban y cogían, e yo

comí hartas veces de los frutos del pan de otras

cosas que de su industria y trabajos procedían. La Guacayarina, que dice ser otra distinta provincia

(lo que no es), porque tiene la punta della, junto a

la mar, ciertas entradas o peñas, que llaman

Xagueyes los indios, como en la provincia del Higuey, que los había tan grandes que podían vivir

en ellos muchos vecinos, pero no vivían sino en sus

grandes pueblos; allí se escondían cuando la ca-

lamidad de los españoles los perseguía, y porque huyendo dellos algunos allí escondidos hallarían,

quien a Oviedo se lo dijo(si no lo puso, quizá, de

su casa, como suele, añadiendo a su historia, como dije, ripio), por aquello lo diría. (1995: 241).

Es notorio que los datos consignados por Las

Casas no sean solo descriptivos, sino que, además

explican la presencia de la población mencionada

en el lugar. Estas referencias parecen negar la

existencia de una etnia diferente en la región oc-

cidental de la isla de Haití, además de hacer una

aguda crítica a la obra de Oviedo.

Refiriéndose a los pobladores de la isla de Cu-

ba y a la procedencia de las comunidades que la

habitaban en tiempos de la colonización hispana,

apuntó el clérigo: (…) porque toda la más de la

gente de que estaba poblada aquella isla, era

pasada y natural desta isla Española, puesto que

la más antigua y natural de aquella isla era como

la de los yucayos, (…). Esta era la natural y nati-

va de aquella isla, y llamábanse en su lengua

ciboneyes, (…). (Ob. cit: 507. T. II).

En el fragmento citado nos entrega Las Casas

un nuevo etnónimo (ciboneyes) para los poblado-

res que antecedieron la ocupación aruaca tardía

proveniente de Haití. El texto señala nuevamente

la similitud entre estas comunidades y la de los

yucayos en Las Bahamas, así como llama la aten-

ción el hecho de que se hace referencia a una len-

gua propia de nuestro archipiélago. Sin embargo,

el pasaje no refiere en que consisten las diferen-

cias entre “indios” de Haití y ciboneyes, asunto

expuesto de manera ambigua y del que solo en-

contramos el siguiente comentario: (…) la gente

que hallamos en ella era poco más o poco menos

como la de ésta, excepto la de los dichos cibone-

yes, que, como dije, era muy modesta y simplicí-

sima (Ob. cit: 514.T II).

Los adjetivos empleados por el fraile como

única diferenciación se prestan a confusión,

cuando hablando sobre “las calidades de la gente

de Cuba”, nos expuso: Era gente pacifica, como

dije, y benigna la de Cuba como la desta isla Es-

pañola, y creo que podía decir que a la désta en

ello excedía, (…). (Ob. cit: 518. T II). Definiti-

vamente hallar indicadores de diferenciación

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 42

étnica en el texto citado es extremadamente difí-

cil, ya que incluso la calificación de las cualida-

des entre ambos pobladores es similar.

Con relación a la distribución étnica en el área

antillana, Las Casas rechaza de manera absoluta

los criterios expuestos por Chanca, Anglería y

Oviedo, cuando se refieren a la presencia caribe

en Las Antillas Mayores; sobre ello anotó: (…)

nunca jamás se halló que los caribes, si los hay,

descendiesen tanto abajo de sus islas, que son las

de Guadalupe y Dominica, que están más al

oriente que la de Sant Juan, y aún a esta Españo-

la creo que no bajaban, sino quizá de cuando en

cuando, y los que informaban desto a Pedro Mar-

tir hablaban lo que no sabían, sino lo que se les

figuraba o antojaba. (Ob. cit: 522. T. II).

Otro denominativo de posible origen étnico,

pero referido a la isla de Haití, lo encontramos en

la misma obra del fraile. Nos referimos al de ci-

guayos, cuando sobre el cacique Mayobanex co-

mentó: Este era señor de gran número de gente

que habitaba toda aquella grande serranía, que

llamaban ciguayos, cuasi nazarenos como entre

los judíos, porque nunca se cortaban o pelaban

pelo alguno de sus cabellos, y así traían las cabe-

lleras crecidas hasta la cinta, y más debajo de

sus cuerpos, (…). (Ob. cit: 458: T. I).

Las referencias de Las Casas sobre las carac-

terísticas físicas de esta población coinciden con

los datos consignados por Oviedo y Colón, así

como con lo expuesto con anterioridad sobre el

aspecto lingüístico de los habitantes del noreste

de Haití. No obstante, sería adecuado señalar un

pasaje, también referido a la porción oriental de

la isla, donde el clérigo registra la utilización de

sustancias venenosas por un grupo de ciguayos,

ante la presencia hispana. Del comportamiento de

estos aborígenes escribió: (…) salieron los indios

contra los cristianos con sus armas de arcos y

flechas herboladas con hierba ponzoñosa; traían

también unas cuerdas, haciendo ademanes que

los habían de atar con ellas, y por esto creo, cier-

to, que esta tierra era la provincia de Higuey,

porque la gente della era más belicosa y tenía de

la dicha hierba, (…). (Ob. cit: 395. T. I).

Si bien es coincidente la observación de que los

habitantes del noreste de Haití poseían un aspecto

físico y un comportamiento diferente a los del res-

to de la isla, el texto de Las Casas contradice los

datos consignados por Oviedo en su Historia Ge-

neral, cuando este afirma que los aborígenes de

Las Antillas Mayores no empleaban sustancias

tóxicas en sus flechas, siendo esta una de las carac-

terísticas tomadas en cuenta por el cronista para

establecer una diferenciación de tipo cultural.

Pasaremos de inmediato a analizar un docu-

mento dirigido por el fraile a la corona, entre

1516 y 1517, para indicar algunas de las reformas

en el procedimiento para gobernar las Indias, y

así evitar la rápida extinción de la población abo-

rigen. El texto lleva por título Memorial sobre

remedios de las Indias, y se cuenta entre los más

utilizados por los historiadores contemporáneos

en los estudios de reconstrucción etnohistórica.

Refiriéndose a modos de vida diferentes, en las

poblaciones que habitaban las cayerías del Norte

y el Sur (Jardines del Rey y de la Reina, respecti-

vamente), así como en el extremo occidental de

nuestro archipiélago, expuso:

(…), y están llenas de indios que no acostumbran comer sino pescado solo, los cuales siempre allí

habitan, que los traigan á la dicha casa, y que allí

sean tratados de la misma manera y instruidos y recreados, como está dicho de los lucayos, porque

son casi de naturaleza y uso dellos, y son holgaza-

nes, que no trabajan en hacer labranzas ni en otra

cosa, sino con pescado solo se mantienen, como dicho es. Y á estos hánlos de meter en el ejercicio y

trabajo más moderadamente que á otros, y aun en

el comer de las viandas que los otros comen y co-mieren, (…). (Pichardo, 1971: 55. T. I).

(…); entiendase también por unos indios que están

dentro en Cuba, en una provincia al cabo della,

los cuales son como salvages, en ninguna cosa tra-

tan con los de la isla, ni tienen casas, sino están en cuevas contino, si no es cuando salen á pescar;

llámanse Guanahatabeyes, otros hay que se lla-

man Zibuneyes, que los indios de la misma isla tie-nen por sirvientes, y así son casi todos los de di-

chos jardines (Ob. cit: 55, 56).

El fragmento citado es confuso en cuanto a la

búsqueda de indicadores étnicos. Del texto solo

se puede colegir que en los archipiélagos mencio-

nados, así como en la Península de Guanahacabi-

bes, habitaban aborígenes cuyas actividades

económicas estaban orientadas a la pesca en zo-

nas costeras y no al cultivo de recursos vegetales.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

43 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

Las Casas, cuya experiencia colonizadora so-

brepasó con creces la de cualquier contemporá-

neo suyo, señaló que estos “indios” debían de ser

tratados de la misma forma que los yucayos o

lucayos, ya que eran muy parecidos; aunque no

nos dijo el fraile en cuales aspectos estos se ase-

mejaban a los vecinos de Las Bahamas. Del

fragmento citado también podemos conocer que

otros grupos denominados ciboneyes, conserva-

ban una relación de cierto “sometimiento” respec-

to al resto de las comunidades aruacas que habían

arribado en épocas más tardías desde Haití.

Hasta aquí los datos consignados por el fraile

en relación al tópico en cuestión. Podemos con-

cluir que el cronista coincide con el resto de sus

coetáneos en la diferenciación entre estos “indios”

y los llamados caribes, así como en la práctica

cultural referida a la deformación craneal, aunque

apuntó diferencias en este sentido, lo cual introdu-

ce nuevas contradicciones para el análisis de indi-

cadores étnicos. Haciendo esta salvedad, el aspecto

físico general descrito para los habitantes del área

antillana concuerda con el registrado por Oviedo,

Cúneo y Colón; reconociéndose marcados contras-

tes en los grupos ciguayos del noreste de Haití.

En este sentido debemos agregar, además, que

el clérigo señala cortes de cabellos de marcadas

diferencias para las poblaciones de Las Antillas

Mayores, agrupándolos en tresquilados y muy lar-

gos. Estos contrastes denotan diversidad de prác-

ticas culturales en los aborígenes del área referen-

ciada, lo que puede conducir a pensar en diferen-

cias étnicas, a pesar de la ambigüedad de la in-

formación suministrada por la fuente.

Las Casas introduce dos aparentes etnónimos

para los aborígenes de Cuba: guanahatabeyes y

zibuneyes, no consignados por el resto de sus con-

temporáneos, así como un posible exoetnónimo:

exbuneyes. Desafortunadamente, la información

que nos ha legado sobre estos grupos es muy di-

fusa, y solo se refiere a la orientación económica

de los habitantes contactados en algunos cayos y

en la llanura cársica de Guanahacabibes (Pinar

del Río). De igual manera, debemos de sumar la

comparación que hace entre estas comunidades y

los lucayos, y aunque no precisa claramente en

qué consisten tales similitudes, es el único que

expone tales observaciones en las fuentes estu-

diadas. Estas referencias lo convierten en el autor

que más etnónimos registra para el área antillana.

El clérigo rechaza abiertamente las considera-

ciones expuestas por Anglería y Oviedo referidas

a las poblaciónes de Guacayarina y Hanyguayaba

en Haití, así como la presencia de caribes en Las

Antillas Mayores, lo cual nos hace dudar de la

objetividad de los datos expuestos anteriormente

en relación al tema en cuestión.

Diego Velázquez de Cuellar

Desafortunadamente de las cartas de relación

dirigidas por el Gobernador de la isla de Cuba a

la corona hispana solo disponemos de una, redac-

tada en 1514. El documento en cuestión aborda

diferentes tópicos relacionados con el gobierno

colonial, la campaña de “pacificación” y la estra-

tegia seguida para localizar sobrevivientes hispa-

nos de dos naufragios en la costa Sur de nuestro

archipiélago (región central y occidental). El en-

vío de un bergantín, desde oriente, con órdenes de

bojear la costa noroccidental de la isla, y la in-

formación que recoge sobre esta exploración

Velázquez, serán los sucesos objeto de análisis a

continuación.

Al parecer durante dicho bojeo llegó a explo-

rarse la costa norte del extremo occidental, al

respecto Velázquez advirtió: (…) abia buen apa-

rejo para con el dicho vergantin visitar dos pro-

vincias de indios, que en el cabo desta isla, á la

vanda del poniente están, que la una se llama

Guaniguanico é la otra los Guanahatabibes que

son los potreros indios dellas y que la vivienda de

estos Guanahatabibes es á manera de salvajes,

porque no tienen casas, ni asientos, ni pueblos, ni

labranzas, ni comen otra cosa sino las carnes que

toman por los montes, y tortugas y pescado; (…)

(Ob. cit:71).

Aunque la referencia es muy vaga, es impor-

tante destacar que los hombres que informan a

Velázquez sobre la exploración del extremo occi-

dental, no dan cuenta sobre diferencias en el as-

pecto físico y menos aún idiomáticas. El texto nos

describe dos demarcaciones territoriales (“pro-

vincias de indios”), sin embargo solo se refieren

datos de los denominados guanahatabibes, que

según los informantes de Velázquez, tenían acti-

vidades orientadas exclusivamente a la pesca,

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 44

captura y caza de recursos subsistenciales. Los

datos consignados no refieren la existencia de

poblados, ni viviendas de ningún tipo; aspecto

que ha llamado poderosamente la atención de

diversos estudiosos.

Hasta aquí los datos de interés registrados en

el texto. En resumen, podemos afirmar que las

anotaciones consignadas por Velázquez vienen a

complementar la información suministrada por

Las Casas en relación a los aborígenes de la re-

gión occidental de nuestro archipiélago. Todo

parece indicar que el clérigo utilizó los escritos

del Gobernador de la isla para informarnos sobre

los guanahatabeyes, pues el fraile nunca estuvo

enrolado en ningún bojeo realizado a nuestra isla,

y se desconoce de su presencia en el extremo oc-

cidental durante los acontecimientos reflejados en

la carta de relación en cuestión.

Francisco López de Gómara

En la obra de Gómara solo podemos localizar

referencias muy generales sobre el aspecto físico

de los aborígenes del área antillana. Sobre las

comunidades de Haití señala elementos como el

color de la piel, estatura, calidad de las denticio-

nes, etc. Solo dos de estos nos parecen importan-

tes en nuestro análisis: los pobladores de Haití

usaban el cabello largo y practicaban la deforma-

ción artificial del cráneo (1941:65). Si bien la

deformación craneal esta registrada por la gran

mayoría de los cronistas, la usanza general del

cabello largo no se corresponde con los datos

registrados por Las Casas, Chanca y Cúneo. Estas

observaciones están más a tono con la descripción

que de los lucayos nos dejara Colón, aunque el

Almirante se detiene en otros detalles que omite

Gómara.

Desafortunadamente, no hallamos en el texto

ningún dato específico relacionado con las comu-

nidades de nuestro archipiélago, ya que el cronis-

ta se limita a informarnos que (…) en todo son

los hombres y la tierra como en la Española (Ob.

cit: 113). Lo mismo sucede con la isla de Borin-

quen, sobre la que apuntó: En las cosas antiguas

y naturales son como los de Haití, Española, y en

lo moderno también, (…) (Ob. cit: 94).

Este criterio homogenizador en cuanto al as-

pecto físico no posee una sólida argumentación,

ya que como se ha referenciado con anterioridad

existían ciertas diferencias en este sentido, regis-

tradas por Cúneo, Chanca, Las Casas y el propio

Colón. Diferencias dadas por la diversidad en el

corte de los cabellos, adornos corporales, herra-

mientas – armas y comportamiento ante la pre-

sencia hispana.

Es importante destacar que los indicadores de

composición étnica se hallan muy difusos en los

textos, tan solo se localizan vagas y contradicto-

rias menciones del aspecto físico en pobladores

de determinadas regiones, al igual que ocurre

para el caso de las lenguas empleadas por los

aborígenes antillanos. Solo Las Casas define con

claridad tres aparentes etnónimos referentes a los

pobladores de Cuba y Las Bahamas (ciboneyes,

guanahatabeyes y lucayos), y un posible exo-

etnónimo (exbuneyes).

El contraste de las fuentes utilizadas nos per-

mite inferir un mosaico étnico de significativa

complejidad en el área antillana, observado y

descrito por un no menos complejo grupo de cro-

nistas, exploradores y conquistadores europeos.

La información suministrada, a pesar de poseer

extraordinaria importancia, debe ser utilizada

siempre bajo un riguroso examen por parte de los

investigadores que empleen las fuentes primarias

en los estudios de reconstrucción etnohistórica.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

45 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

III

LAS CRÓNICAS Y EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO.

EL EMPLEO DEL BURÉN COMO ARTEFACTO MULTIPROPÓSITO

EN LA PREPARACIÓN Y CONSUMO DE ALIMENTOS

omo se explicó en el capítulo I de esta

investigación, las crónicas de Indias Occi-

dentales abordan datos etnográficos rela-

cionados con diversas esferas de la realidad social

de los pobladores aborígenes del área antillana.

Diversos aspectos de estas sociedades son suscep-

tibles de ser estudiados por la ciencia arqueológi-

ca, o sea, mediante el estudio de las evidencias

arqueológicas dejadas por diversos pueblos, a lo

largo del tiempo y el espacio.

De esta forma, teniendo como objeto de estu-

dio las evidencias materiales (instrumentos de

producción, restos de edificaciones, dibujos ru-

pestres, artefactos superestructurales, restos sub-

sistenciales y humanos, etc.), y con el empleo de

ciencias auxiliares, se puede arribar a una recons-

trucción social que permite entender los cambios

esenciales en el devenir histórico de las socieda-

des humanas; objetivo final de la Arqueología.

Las observaciones legadas por los cronistas sobre

las comunidades aborígenes pueden ser verifica-

das, ampliadas o refutadas con procedimientos

científicos de estudio generados desde la ciencia

arqueológica. Esto nos permite tener mayor preci-

sión sobre la información, en ocasiones ambigua

y contradictoria, suministrada por el registro do-

cumental. Aquí es importante recordar que el

documento histórico y el registro arqueológico

constituyen las principales fuentes de información

para cualquier estudio de rigor que se emprenda

con relación a las sociedades aborígenes antilla-

nas de finales del siglo XV d. n. e.

Presentamos en este capítulo una contrastación

entre crónicas y resultados emanados del estudio

arqueométrico en evidencias de varios sitios ar-

queológicos de Cuba, lo cual responde al segundo

objetivo de la presente investigación. Como han

reconocido acertadamente diversos investigadores

en el área antillana (González, 1996; Rodríguez,

2006; Pagán, 2008), los estudios paleodietarios se

han basado en las crónicas y las evidencias ar-

queológicas macroscópicas, pero ambas brindan

un cuadro incompleto de la realidad objeto de

estudio. Es por ello que pensamos que el abordaje

de este tópico brindará una mayor información

sobre las diversas prácticas culturales que posibi-

litaron el acceso a los recursos botánicos de

carácter alimentario, y a otros aspectos sociocul-

turales, como es el procesamiento de plantas me-

diante determinadas herramientas de uso frecuen-

te en comunidades aborígenes antillanas.

Una revisión de los datos legados por los cro-

nistas con relación al empleo del burén, durante la

preparación del pan de casabe, denota que las

fuentes son ambiguas. En la actualidad los resul-

tados emanados de estudios arqueométricos en

fragmentos de burén, que pertenecieron a comu-

nidades aborígenes sincrónicas con el registro

documental hispano, sugieren que las observacio-

nes dejadas por los cronistas de Indias deben ser

ampliadas en aras de lograr una mejor aproxima-

ción en la reconstrucción histórico - social que

nos concierne.

En general podemos plantear que tanto la tec-

nología del burén, como su uso en la elaboración

final de determinados alimentos, ha sido un tema

poco debatido en el campo de la Arqueología,

problemática ya reconocida anteriormente por

C

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 46

otros especialistas (Godo y Celaya, 1988; Jourav-

leva y La Rosa, 2003). Los estudios paleodieta-

rios actuales asumen en sus análisis no solo las

evidencias macroscópicas (fragmentos óseos,

escamas, conchas, denticiones, semillas, etc.) del

registro arqueológico, sino también una estimable

parte de elementos orgánicos solamente identifi-

cables a niveles microscópicos. Desde esta pers-

pectiva, diversos análisis bioquímicos han permi-

tido un mayor acercamiento a los procesos de

preparación, consumo y preferencias dietarias en

poblaciones antiguas, tal es el caso de los estudios

osteoquímicos, palinológicos, de fitolitos, presen-

cia de gránulos de almidón, xilemas, ácidos gra-

sos, carbohidratos y proteínas de restos alimenti-

cios que aún se conservan en la superficie de ins-

trumentos y artefactos de labor.

El estudio de laboratorio que se presenta contó

con el análisis de 55 fragmentos de burén, proce-

dentes de tres sitios arqueológicos del oriente de

Cuba. La investigación fue llevada a cabo por

profesionales que cuentan con una larga expe-

riencia en las investigaciones arqueológicas en el

país, y que han realizado significativos aportes a

la historia antigua de Cuba desde el campo de la

Arqueometría. Las muestras de burén selecciona-

das fueron recuperadas en diversas campañas

arqueológicas llevadas a cabo por personal espe-

cializado de la Academia de Ciencias de Cuba,

por lo que podemos asegurar que se acometió la

labor con un riguroso control estratigráfico en

todos los casos.

1. Esterito de Banes: Se localiza a orillas de la

Bahía de Banes, en la provincia de Holguín.

La determinación de los fechados por C-14

arrojaron dos momentos de ocupación, uno a

la profundidad de 0,45m con una fecha de

1450 d. n. e y otro a 1,25m con 1400 d. n. e

(Jouravleva y González, 2000)

2. Macambo II: Se localiza en el municipio de

San Antonio del Sur, provincia de Guantána-

mo. Los fechados por C-14 obtenidos oscilan

entre el 1200 - 1600 d. n. e (Rodríguez, 2008).

3. Laguna de Limones: Se localiza en el munici-

pio de Maisí, provincia de Guantánamo. El

fechado obtenido por C-14 arrojó una fecha

de 1150 - 1490 d. n. e (Guarch, 1978).

El registro documental y arqueológico

Los estudios arqueológicos han corroborado

que un movimiento poblacional de grupos agri-

cultores del tronco lingüístico aruaco, derivado de

múltiples causas, y proveniente del medio y bajo

Orinoco, terminó por asentarse de forma paulati-

na en el área antillana; en un período de tiempo

entre el 500 a. n. e. (2450 A. P) y poco después

del arribo de los exploradores hispanos en 1492 d.

n. e. Estas comunidades incorporan al área de

interés esquemas económicos con fuerte depen-

dencia de prácticas agrícolas sistemáticas y tec-

nologías no asumidas por los ancestrales habitan-

tes del arco antillano.

Entre los artefactos que acompañaban el ajuar

de estos grupos se encontraba el burén, que era un

disco plano de arcilla cocida, ampliamente recu-

perado en los sitios arqueológicos aborígenes de

Cuba y las vecinas islas antillanas (Fig. 1 y 2 en

anexo). El grosor de los mismos, entre 17 y

28mm, el peso, entre 3 y 7 libras, y la calidad de

la cocción, pueden variar de un sitio arqueológico

a otro, en dependencia de la tecnología empleada

en su confección. Tan solo por poner algunos

ejemplos, relacionamos algunos de los sitios de

Cuba donde se han localizado fragmentos de

burén: Esterito de Banes, Loma de la Forestal,

Loma de los Mates, Ojo de Agua, Laguna de Li-

mones, Macambo II, Sardinero, El Morrillo, La

Rosa, El Yayal, Aguas Gordas, El Paraíso, y mu-

chos otros.

Además de los tradicionales burenes descritos

con anterioridad, se han reportado en la región

oriental de la isla discos de piedra con huellas de

exposición al fuego, considerados por algunos

arqueólogos como “burenes líticos” (Pino y Cas-

tellanos, 1991). En la isla de Martinica, para pe-

ríodos históricos comprendidos entre el 500 – 600

d. n. e., han sido reportados burenes con patas

(Pagan, 2002, 2007), en registros arqueológicos

vinculados con la cultura “troumassoide” (Rouse,

1992).

En otras regiones centro y sudamericanas los

burenes son conocidos como comales y budares,

respectivamente, aunque los comales son más

pequeños. Dichos artefactos, asociados a rayado-

res de yuca (Fig. 11), han sido ampliamente em-

pleados por las culturas americanas de bosque

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

47 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

tropical para el procesamiento de tortas de yuca y

maíz, según registros arqueológicos (Rouse y

Cruxent, 1958; Dolmatoff, 1999) y fuentes do-

cumentales. Los referidos discos de arcilla con-

tinúan integrando el utillaje de comunidades

aborígenes contemporáneas, como es el caso de

grupos nativos de la Cuenca del Ucayali en la

Amazonía peruana.

En República Dominicana se ha venido utili-

zando el burén de manera ininterrumpida desde

antes de la colonización hispana, aunque confec-

cionados contemporáneamente con cemento y

producidos con mayores dimensiones. Hasta me-

diados del pasado siglo XX en Venezuela y Co-

lombia se usaba de forma tradicional el maíz pi-

lado, obtenido por la maceración de los granos

remojados en un pilón, para luego molerlos y

obtener la masa que era cocinada sobre los buda-

res en la confección de arepas (Vanegas, 2007).

Debemos puntualizar que el burén como ins-

trumento de producción constituyó parte de un

instrumental más amplio, empleado en el proce-

samiento de diversos alimentos de origen vegetal

y animal. La información histórica y arqueológica

disponible registra contenedores disímiles, como

platos, vasijas, bandejas, botellas y cucharas, con-

feccionados con rocas duras, huesos, maderas,

conchas y cerámica. También asociados aparecen

morteros y majadores líticos19

(Figs. 3-11).

De madera se conservan muy escasos ejempla-

res en el área antillana, debido a las precarias

condiciones de preservación en nuestros nichos

ecológicos. No obstante, en el Museo Montané de

la Universidad de La Habana se expone un ex-

cepcional mortero ceremonial tallado en madera

de guayacán, conocido tradicionalmente bajo la

denominación de “ídolo del tabaco”, en cuyo in-

terior se trituraron recursos vegetales, según estu-

dios por cromatografía gaseosa que evidenciaron

la presencia de diversos ácidos grasos de origen

vegetal (Rodríguez et al, 2008). Numerosos de-

bieron ser los morteros de madera (bases y manos

molederas) utilizados en el área antillana, que a

manera de los actuales pilones de café empleados

19 En anexo se muestran fotografías con una pequeña selec-

ción de artefactos que estuvieron vinculados al procesa-

miento y consumo de alimentos por las comunidades aborí-

genes de Cuba.

por nuestra población rural, debieron resolver im-

portantes necesidades en las comunidades aborí-

genes.

Vinculados a estos procesos también se hallan

cuchillos líticos, metates, dientes de piedra aso-

ciados a los guayos, martillos y raspadores de

concha, así como diversos artefactos confeccio-

nados con fibras textiles que no han llegado hasta

nuestros días. Teniendo en consideración el am-

plio registro arqueológico en Las Antillas de ins-

trumentos de este tipo, así como análisis de labo-

ratorio efectuados a algunos ejemplares de Cuba

y las regiones geográficas aledañas, se tomarán

en consideración los resultados obtenidos en fun-

ción de precisar los posibles usos del burén no

referenciados por las crónicas hispanas. Esto

permitirá llenar las lagunas existentes, generadas

por las ambigüedades en las fuentes narrativas.

Los instrumentos referidos tuvieron funciones

como cortar (cuchillos líticos), descortezar (ras-

padores), rallar (guayos de madera con incrusta-

ciones de esquirlas de piedra, pieles de peces, y

rocas abrasivas), descamar (raspadores), ablandar

(majadores y martillos), triturar (trituradores y

morteros líticos), y contener agua, papillas, car-

nes, vegetales, grasas, caldos y otros bebestibles

(vasijas y botellas). Otros útiles textiles sirvieron

para extraer el zumo de la masa de yuca (cibucán)

y como soporte en la elaboración de las tortas de

pan de cazabe (esterillas y quizás el propio

burén). Es importante referir que algunos de estos

artefactos fueron multifuncionales, ya que otros

usos no vinculados a la preparación de alimentos

han sido comprobados y referidos por las fuentes

narrativas primarias; aspecto que queda fuera de

nuestro campo de estudio.

Las primeras referencias sobre el consumo de

la yuca, Manihot esculenta Crantz, tanto en su

variedad dulce como amarga, y el empleo del

burén en la cocción del pan de casabe por comu-

nidades aborígenes antillanas, se las debemos a

los cronistas de Indias Occidentales. El estudio

exhaustivo de la documentación colonial tempra-

na permite afirmar que las fuentes principales

consultadas coinciden en la práctica establecida

de este cultivo por los aborígenes, así como en el

procedimiento para su cocción definitiva (Colón,

1958; Las Casas, 1995, 1958; Oviedo, 1851,

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 48

2000; Anglería, 1989; Chanca, 1977; Cúneo

1977; H. Colón, 2000).

Aquí es importante precisar que los cronistas

registraron el cultivo, la preparación y el consu-

mo de diversas especies o variedades de yuca y

boniato por las comunidades aborígenes antilla-

nas, lo cual se confirma en los actuales estudios

de Arqueometría. Al respecto, Oviedo refiere el

cultivo en Haití de cinco variedades de boniato o

batata: aniguamar, atibuinex, guaraca, guararaica,

y guananaguax, así como al menos seis varieda-

des de yuca: ypatex, diaconam, nubaga, tubaga,

coro, y tabucán (Oviedo, 1851. T. I). El cronista

Pedro Mártir de Anglería, basándose en informa-

ción suministrada por segundos testimonios,

apuntó lo siguiente en sus Décadas del Nuevo

Mundo:

Las especies de yuca son muchas: unas, más deli-

cadas y valiosas que otras, sirven de alimento a los

caciques; las hay para comida de los nobles y otras para la del pueblo. Privadas de su jugo, la

extienden para cocerla sobre laminillas de barro

preparadas con ese objeto, como nuestro queso. Este es su pan principal, al que llaman “cazabi”.

También dicen que son varias las clases de ages y

batatas, pero de estos tubérculos usan más como viandas o frutos que para fabricar pan, (…).

(1989: 336, 337. Libro V).

Anglería pudo haber hecho referencia a tubér-

culos como el marunguey (Zamia pumila), y la

maranta o yuquilla (Maranta arundinacea); am-

bas raíces ampliamente registradas en los actuales

estudios arqueométricos de diversos utillajes de

labor correspondientes con comunidades aboríge-

nes antillanas. Es significativo que el cronista

consigne que el boniato era usado para otro tipo

de consumo (posiblemente asado o hervido), y

deje entrever la posibilidad de que haya sido pro-

cesado en tortas, (…) usan más como viandas o

frutos que para fabricar pan, (…). (Ob.cit).

Otro producto alimenticio que pudo ser coci-

nado sobre la superficie del burén es el denomi-

nado por algunos cronistas “pan de maíz”. Sin

embargo, a diferencia con el procesamiento de las

tortas de casabe, los datos consignados no deta-

llan el procedimiento para la obtención de este

producto en el área antillana. Estando en la isla de

Haití, Oviedo apuntó: La manera del pan de los

indios es de dos géneros en esta isla, muy distin-

tos é apartados uno del otro, (….). El maíz es

grano y el caçabi se hace de raíces de una planta

que llaman yuca (Oviedo, 1851: 267).

Anglería confirma las observaciones de Ovie-

do al decir: Aliméntanse estos pacíficos indígenas

con raíces del tamaño y forma de nuestros nabos,

pero de sabor dulce y semejantes a las castañas

dodavía tiernas; ellos las llaman “ages”. Hay

otra clase de raíz, que recibe el nombre de “yu-

ca”, de la que hacen pan; (…).También fabrican

pan con otra clase de cierto trigo harinoso, (…).

(…) a esta clase de trigo lo llaman “maíz” (An-

glería, 1989: 108. T. I).

De esta manera los cronistas citados solo se

limitaron a observar la existencia de un producto

a manera de torta, al parecer similar al casabe.

Por otro lado, sí se referencia con claridad para el

área antillana el consumo de los granos de maíz

tiernos, casi en leche, o tostados (Oviedo, 1851;

2002). Como se podrá apreciar en el desarrollo de

este capítulo, los actuales estudios paleobotánicos

en el área antillana, confirman la existencia de

gránulos de almidón de maíz sobre la superficie

de diversos burenes en varios sitios arqueológicos

vinculados con comunidades agrícolas.

Es importante destacar que para el caso de Tie-

rra Firme el referido cronista registra con detalles

la preparación de tortas de maíz. No debemos

descartar que el denominado “pan de maíz” de

Las Antillas haya sido un producto obtenido con

similar procedimiento que el descrito para el área

continental, es por ello que citamos a continua-

ción los datos consignados para la región geográ-

fica de referencia:

(…) lo muelen en una piedra algo concavada, con

otra redonda que en las manos traen, a fuerza de brazos, como suelen los pintores moler los colores,

y echando de poco en poco poca agua, la cual así

moliendo se mezcla con el maíz, y sale de allí una

manera de pasta como masa, y toman un poco de aquello y envuélvenlo en una hoja de yerba, que ya

ellos tienen para esto, o en una hoja de la caña del

propio maíz o otra semejante, y échanlo en las brazas, y ásase, y endurécese, y tórnase como pan

blanco (…). (Oviedo, 2002: 70).

En síntesis, la información registrada en las

fuentes primarias indica estrictamente una rela-

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

49 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

ción directa torta de yuca procesada – burén, con

la obtención final del casabe o pan de yuca. Visto

de esta manera, el burén era en su uso similar a

un sartén contemporáneo. En la bibliografía refe-

renciada, sin embargo, no se reporta el empleo

del burén para procesar o cocinar ningún otro tipo

de alimento que no fuese la yuca. A manera de

ejemplo podemos citar las siguientes descripcio-

nes sobre las características formales del burén y

la fase final de elaboración del cultígeno referido.

Estos hornos son como unos suelos de lebrillos en que amasan y lavan las mujeres de Andalucía, fi-

nalmente son hechos de barro, redondos y llanos

de dos dedos en alto, como una rodela grande que

estuviese no por medio levantada, sino toda llana; estos llamaban burén, (…). Tiénenlos puestos so-

bre tres o cuatro piedras, y debajo todo el huengo

que cabe, y ellos así bien calientes, echan la dicha harina por todo el horno de dos dedos asimismo en

alto, y está un cuarto de bueno de hora cociéndose

de aquella parte; después vuelven la torta con una hoja o vestidura de palma, (…). (Las Casas, 1958:

40, 41)

(…) é tienen aparte assentado en el fuego en hue-

co (que quede debaxo por do ponerle fuego) un

burén, que es una cazuela llana de barro é tan grande quanto un harnero é sin paredes, é debaxo

está mucho fuego, sin que la llama suba á la ca-

zuela, que está assentada (…) (Oviedo, 1851: 271.

Libro VII. Cap. II)

Durante años ha llamado poderosamente la

atención de los investigadores el hecho de que los

cronistas no reporten el empleo del burén para la

preparación y cocción de otros recursos vegetales,

ya que diversos cultivos registrados en las cróni-

cas servían de alimentación a los pobladores

aruacos, tal es el caso del maíz, Zea Mays; ají,

Capsicum frutescents; frijoles, Phaseolus sp.;

boniatos (ajes y batatas), Ipomoea batatas; maní,

Arachis hipogea; piña, Ananas comosus; malanga

(yahutía), Xanthosoma saggitifolium; lerén, Ca-

lathea allouia; guáyiga, Zamia sp.; y posiblemen-

te, la calabaza, Curcubita sp. (Oviedo, 1851; Las

Casas, 1995; Tabío, 1989; Pagan, 2002). La lista

de animales reportados y verificables en el regis-

tro arqueológico, fundamentalmente marinos, es

también extensa.

Aún cuando existen otras formas de cocción,

como son los procedimientos de ahumado, hervi-

do, secado al sol, fermentación, y asados, el burén

como instrumento de producción debió constituir

un artefacto muy útil, por ser un recurso fácil-

mente sustituible debido a su sencilla y rápida

factura. Además de ello, su forma de disco apla-

nado con superficie dura, sugiere ser muy conve-

niente para utilizarlo como soporte en otros pro-

cesos de preparación de alimentos. Al efecto, es

importante recordar que Las Casas en la referen-

cia citada, compara el disco de arcilla con lebri-

llos, o sea, vasijas de barro vidriado que emplea-

ban las mujeres en España para lavar ropas, lavar-

se los pies, etc. Evidentemente el fraile hizo refe-

rencia a un artefacto multipropósito, y ello sugie-

re que la función del burén pudo ser más amplia

que la reportada por los propios cronistas.

Restos de alimentos hallados en los análisis de

laboratorio

Esterito de Banes: Es importante destacar que

en este sitio los fragmentos de burenes se descu-

brieron en los 5 estratos arqueológicos identifica-

dos en la excavación, seleccionándose 50 muestras

de un total de 90, es decir, 10 ejemplares represen-

tativos de cada capa estratigráfica (Jouravleva y

González, 2000). El análisis de ácidos grasos, rea-

lizado mediante la técnica de cromatografía gaseo-

sa, mostró que los valores de ácido cáprico fueron

muy elevados, y en la capa 0.75m a 1.00m el con-

tenido de lo ácidos grasos expone una mayor pro-

porción de cadena larga, de 20 y 22 átomos de

carbonos (Ob. cit: 38), por lo que el estudio sugie-

re dos explicaciones:

1. Alto consumo de frutos de palmáceas, elabo-

rados previamente al fuego.

2. Empleo del burén para la extracción de la

grasa de palmáceas y uso posterior.

Según los autores (Ob. cit), estos ácidos se en-

cuentran en los peces o en grasas vegetales de

maní, planteamiento que puede ser corroborado

por la presencia macroscópica de restos de pesca-

do en todos los niveles estratigráficos, como pro-

ducto de una intensa explotación de los recursos

marinos. Estos resultados corroboraron análisis

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 50

realizados con anterioridad sobre la presencia de

ácidos grasos, algunas de tipo animal, en diversos

fragmentos de burenes localizados en sitios de la

región oriental de Cuba (González, 1996; 1998).

Macambo II: El análisis se le aplicó al polvo

obtenido por raspado de una costra blanquecina

adherida a la superficie del fragmento de burén

seleccionado. Luego de la aplicación de las técni-

cas de flotación y observación al microscopio, se

determinó la presencia de 8 gránulos de almidón

(Rodríguez, 2006, 2008). Los residuos vegetales

se corresponden con las siguientes especies: ma-

langa, Xanthosoma, maíz, Zea mays, boniato,

Ipomoea batatas, y Leguminosae, algún tipo de

frijol no determinado a nivel de especie.

Laguna de Limones: De este sitio se analiza-

ron 4 fragmentos de diferentes burenes, mediante

el mismo procedimiento descrito para la muestra

de Macambo II. Se determinó la presencia de 345

gránulos de almidón (Rodríguez, 2008). Las es-

pecies vegetales observadas fueron: zamia, Zamia

pumila, frijoles, Phaseolus vulgaris, Fabacea,

maíz, Zea mays, boniato, Ipomoea batatas, Poa-

ceae, y maranta, Maranta arundinacea.

Es importante destacar que en ninguno de los

casos estudiados se observaron gránulos de yuca

amarga, Manihot esculenta Crantz, lo que sugiere

que la relación estricta masa de yuca – burén,

construida por historiadores y supuestamente sus-

tentada en el registro documental hispano, debe

ser reevaluada a la luz de los nuevos aportes de la

Arqueometría.

También resulta importante el estudio realiza-

do por el Dr. Roberto Rodríguez a 60 fragmentos

de vasijas de cerámica, procedentes de campañas

arqueológicas dirigidas por Ramón Dacal en 1971

y 1973, en el propio sitio Laguna de Limones.

Las muestras, correspondientes a 6 capas arqueo-

lógicas fueron sometidas a las siguientes cinco

pruebas microquímicas: fosfatos, carbonatos

(agua), proteínas (carnes), ácidos grasos (grasas y

aceite), carbohidratos (tubérculos y otros ricos en

azúcares) (Rodríguez, 2004).

Los residuos detectados mostraron en cuanto a

jerarquía porcentual el siguiente orden: proteínas

– grasas – carbohidratos (Ob.cit: 89), por lo que

podemos considerar que los contenedores eran

usados fundamentalmente para el almacenamien-

to de carnes y vegetales, cuyos procesos de coc-

ción pudieron estar estrechamente vinculados con

la gran cantidad de burenes detectados en las

monticulaciones residuales del sitio. Esto muestra

el amplio uso que pudo haber tenido el burén en

la cocción de otros alimentos, además de la yuca

amarga.

Hacia el occidente de nuestro territorio, los in-

vestigadores Roura y Hernández, de la Oficina

del Historiador de la Ciudad de La Habana, refie-

ren el hallazgo de varias escudillas, cuencos, y

ollas de cerámica, de indudable factura aborigen,

exhumadas durante excavaciones realizadas entre

1969 y 1974 en el antiguo Palacio de los Capita-

nes Generales de nuestra capital. Según los auto-

res, las vasijas fueron sometidas a análisis quími-

cos, hallándose en su interior restos de alimentos

que contenían albúminas y ácidos grasos lo que,

junto a la gran concentración de hollín en las pa-

redes exteriores, hicieron suponer el empleo de

los contenedores en la cocción de alimentos de

origen animal (2007: 153, 154).

Aunque en el caso referido no se reportó la

presencia de burenes, no es descartable que los

alimentos contenidos en las vasijas hayan sido

previamente cocinados mediante el empleo de

estos discos de barro, sobre todo si tenemos en

consideración que en otros sitios arqueológicos

muy próximos, como la Casa de Obrapía, Merca-

deres No. 15, Convento de San Francisco de Asís,

Palacio de los Marqueses de Arcos, Casa de Los

Marqueses de Prado Ameno, entre otros, han apa-

recido burenes y otros componentes típicos del

utillaje de labor empleado por comunidades agri-

cultoras, en estratos antropogénicos sepultados

bajo las edificaciones mencionadas, con fechados

enmarcados entre los siglos XVI y XVII d. n. e.

(Ob. cit).

Estrechamente vinculado con estos resultados,

contamos con los recientes estudios microquími-

cos, aún inéditos, realizados a diversos fragmen-

tos de vasijas de cerámica procedentes del sitio

arqueológico Chorro de Maíta, provincia de Hol-

guín. Los artefactos, localizados y exhumados en

el área de habitación, mostraron presencia abun-

dante de ácidos grasos de origen animal (Valcár-

cel, 2012). Es importante señalar que el sitio refe-

rido cuenta con antigüedades que van desde el

870 +/- 70 – 360 +/- 80 AP (Cooper, 2008), por

lo que el enclave poblacional trascendió el perío-

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

51 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

do de contacto indohispánico. Los resultados ob-

tenidos con estos análisis de laboratorio amplían

considerablemente las referencias legadas por los

cronistas europeos, al presentar nuevas evidencias

alimenticias, posiblemente procesadas en la su-

perficie de uso de los burenes, no señaladas en las

fuentes narrativas primarias.

Como se ha planteado con anterioridad, la

marcada presencia de residuos alimenticios de

origen animal en tiestos de cerámica denota un

amplio uso de estos alimentos por las sociedades

aborígenes. La evidencia también en la superficie

de uso de algunos burenes sugiere que pudo exis-

tir una combinación de grasas animales con la

masa obtenida a partir de la maceración de diver-

sos tubérculos, durante el procesamiento del pan

de casabe. Estudios etnográficos actuales realiza-

dos en República Dominicana, sobre costumbres

alimenticias, reflejan que aún se continúa consu-

miendo el casabe (Tavares, 1978; Ferbel Azcara-

te, 2010), a partir de una producción industrial

marcada por la introducción de nuevas tecnolo-

gías; lo mismo sucedía para el oriente de Cuba

hacia finales del siglo pasado (Alexandrenkov y

Folgado, 1988).

Estudios etnográficos realizados contemporá-

neamente en el oriente de nuestro país refieren

que en la producción doméstica y para consumo

inmediato del casabe se puede adicionar manteca,

azúcar, sal, mantequilla, etc. (Ob.cit.). El antropó-

logo norteamericano Dr. Ferbel Azcarate, de la

Universidad de Portland (Oregón), ha observado

en diversas localidades de República Dominicana

que la masa de yuca es mezclada en la actualidad

con grasa de cerdo, para dotar al casabe de mejor

sabor (comunicación personal, 2010). Esta prácti-

ca culinaria, no referenciada por los cronistas,

constituye un referente etnográfico a tener en

consideración para analizar la presencia de ácidos

grasos en los burenes estudiados. Aún teniendo

en consideración que el cerdo, S. scrofa, es un

animal introducido por los colonizadores hispa-

nos a fines del siglo XV d. n. e., los pobladores

aborígenes bien pudieron mezclar la masa de yu-

ca con grasas y/o carne de tortuga, foca tropical,

pescado, manatí y otros animales, con el objetivo

de dotar a la torta de yuca de un sabor diferente y

mayor nivel alimenticio.

Estudios microquímicos realizados fuera de

Cuba, en artefactos de molienda/ macerado (ma-

nos de mortero o trituradores, y majadores) y ra-

llado (“dientes de piedra” de guayos o rayadores),

corroboran los resultados obtenidos en nuestro

país. En tal sentido, debemos hacer referencia al

estudio de almidones llevado a cabo por Linda

Perry en el sitio Pozo Azul Norte – 1 en Venezue-

la. La investigadora halló que los “dientes de pie-

dra” relacionados con los tradicionales ralladores

para el procesamiento de la yuca, Manihot escu-

lenta Crantz, no muestran evidencias de este

cultígeno, pero sí de maíz, Zea mays, ñame,

Dioscorea sp., maranta, Maranta arundinacea,

guapo, Myrosoma sp. , y jengibre, Zingibeaceae

(Perry, citada por Rodríguez, 2006). Estos resul-

tados permiten suponer que el utillaje vinculado

tradicionalmente con la preparación del pan de

yuca sirvió además para el procesamiento de

otros recursos vegetales.

Un estudio desarrollado por el Dr. Jaime R.

Pagán Jiménez en Puerto Rico, se suma a los re-

sultados expuestos anteriormente. En este caso se

extrajeron cinco muestras residuales-sedimenta-

rias de una misma cantidad de artefactos relacio-

nados, de una u otra forma, con el procesamiento,

cocimiento y/o manipulación de alimentos vege-

tales, recuperados en el sitio arqueológico King’s

Helmet en Punta Guayanés, Yabucoa. Las mues-

tras se corresponden con áreas de actividad de

pobladores tribales (“Saladoide tardío” o “Cue-

vas” según clasificación de Rouse, 1992), en cu-

yos contextos se aprecian evidencias que sugieren

modelos de desarrollo económico similares a las

sociedades contactadas por los hispanos a fines

del siglo XV d. n. e. en el área, aún cuando no

podemos perder de vista las manifestaciones cul-

turales que las caracterizan y definen como iden-

tidades particulares dentro del poblamiento arua-

co antillano.

Los fechados obtenidos en diversas áreas del

sitio arrojaron una ocupación entre el 500 y el

890 d. n. e. (Pagán, 2008), rango temporal conexo

con el arribo de los primeros grupos agricultores

a la región sudoriental de nuestro archipiélago;

según datos aceptados hasta la fecha. Debemos

puntualizar además que la información consigna-

da por los cronistas sobre el tema en cuestión se

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 52

refiere a la isla de Haití hacia los inicios del siglo

XVI d. n. e.

El examen realizado a 2 fragmentos de manos

laterales, un fragmento de hacha reutilizada como

percutor y otro de mortero, así como a varios pe-

dazos de un mismo burén, dieron los siguientes

resultados: los artefactos líticos fueron empleados

para la maceración de tubérculos y semillas co-

rrespondientes a plantas de batata (Ipomoea bata-

tas), maíz (Zea mays) y algún tipo de frijol silves-

tre (Fabaceae), no precisado aún. En el trabajo

citado se describe, además, la presencia de al me-

nos 10 fragmentos de xilemas (estructuras orgá-

nicas responsables de mantener la circulación de

líquidos en las plantas), aislados en la referida

hacha reutilizada para percutir. Estas estructuras

se localizan en las raíces, ramas y tallos de los

vegetales, y posiblemente se relacionen más con

la función original de la herramienta para cortar

madera o separar corteza vegetal dura, ya que son

similares a los xilemas que se encuentran en los

tallos y ramas de ciertos árboles (Pagán, Ob.cit).

Significativo resulta el hecho que el artefacto

que más evidencias aportó fue el burén, que con-

tenía gránulos de almidón de marunguey (Zamia

pumila); maíz (Zea mays); maranta o yuquilla

(Maranta arundinacea); frijol aparentemente sil-

vestre (Fabaceae) y de posible frijol domesticado

(Phaseolus vulgaris). En síntesis, podemos afir-

mar que se verifica la manipulación de recursos

comestibles análogos entre comunidades aboríge-

nes aruacas de Cuba y la vecina isla de Puerto

Rico, no confirmándose la presencia de gránulos

de almidón de yuca, Manihot esculenta Crantz,

en ninguno de los casos citados. Aquí debemos

resaltar que los resultados alcanzados contrastan

fuertemente con los supuestos aceptados tradicio-

nalmente en la arqueología antillana, en lo refe-

rente al uso limitado del plato o disco de barro

para la cocción del pan de casabe. Se debe desta-

car además que las plantas comestibles aisladas

en las muestras han sido reportadas con anteriori-

dad en otros contextos arqueológicos antillanos y

documentos históricos hispanos (Las Casas, 1958

y Oviedo, 1858).

Análogo resultado aportó el estudio realizado a

6 instrumentos de producción, entre los que se

incluyen un burén, 4 percutores, y una mano late-

ral de maceración, localizados en el sitio arqueo-

lógico Tanamá 2, en Arecibo, municipalidad del

Noroeste de Puerto Rico. En dicho contexto, ubi-

cable entre los siglos VII y VIII d. n. e, el examen

arrojó muestras de residuos vegetales coinciden-

tes con los descritos anteriormente (Pagán, 2008),

volviendo a evidenciarse la ausencia de gránulos

de almidón de la yuca, Manihot esculenta Crantz,

y la preferencia por el consumo del boniato y la

yuquilla de ratón, combinada con frijoles posi-

blemente domesticados y maíz.

A la luz de los resultados obtenidos es incues-

tionable que la utilización de la tecnología del

burén en la confección de pan u otra receta hari-

nosa derivada de la yuquilla de ratón, o marun-

guey, y el boniato, fue de significativa importan-

cia para las comunidades aruacas del área; tanto o

más que la yuca, Manihot esculenta Crantz. Por

otra parte, la presencia de gránulos de almidón de

maíz en la superficie del disco de arcilla contrasta

con lo descrito por cronistas europeos y algunos

arqueólogos (Newsom y Deagan 1994; Rouse,

1992), respecto al consumo de la mazorca tierna,

hervida, o asada. Los estudios realizados en el

sitio King’s Helmet nos brindan una nueva pers-

pectiva analítica para evidencias de maíz con hue-

llas de procesamiento por maceración:

En efecto, en estos casos no se requeriría ningún artefacto de concha o piedra en las preparaciones

o tratamientos antes señalados. Sin embargo, la

presencia de maíz en este burén refuerza la idea de algún otro tipo de tratamiento a los granos en el

que intervinieron artefactos de molienda, macera-

do o rallado, lo cual ilustra acerca de otra posible

práctica culinaria relacionada con el maíz y no documentada para Las Antillas Mayores de mane-

ra clara en las crónicas (Pagán, 2008: 9).

En Puerto Rico, los cuatro sitios arqueológicos

de filiación agricultora de Punta Candelero “hue-

coide” en Humacao (cal. 320 a. n. e y 220 d. n.

e.), La Hueca Sourcé en Vieques (cal. 160 a. n. e

y 540 d. n. e), Punta Candelero, “saladoide tar-

dío” (cal. 653 – 1022 d. n. e), y Punta Guayanés

en Yabucoa (cal. 500 – 890 d. n. e) han sido estu-

diados por el mismo autor en la búsqueda de si-

milares evidencias botánicas. Los resultados ob-

tenidos demuestran que la yuca es prácticamente

inexistente, aún cuando el Dr. Pagán (2007: 8)

plantea que esta planta produce gran cantidad de

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

53 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

almidones y estos se preservan por grandes perío-

dos de tiempo, habiendo sido identificados en

sociedades muy tempranas del área antillana.

De 58 herramientas líticas (manos laterales,

manos irregulares, hachas reutilizadas, bases mo-

lederas, y morteros) analizadas en contextos

“huecoides” (Rouse, 1992), se recuperaron varios

almidones de yuca en un posible guayo de coral.

Otras plantas, ampliamente localizadas en las

herramientas, son: batata, maíz (dos variedades),

marunguey o yuquilla de ratón, lerenes, Calathea

allouia (Pagan, 2008: 8). Para los contextos más

tardíos, considerados como “saladoides”, se

abrieron nuevas interrogantes, pues se había con-

siderado tradicionalmente en la arqueología que

los grupos humanos que generaron estas eviden-

cias eran los que habían introducido en Las Anti-

llas la agricultura a gran escala y el cultivo de la

yuca amarga como principal fuente subsistencial,

siendo característicos los utensilios diagnósticos

como el burén y las microlascas de guayos o ra-

lladores.

De los referidos contextos, se estudiaron 24

herramientas entre concha, lítica y cerámica, pero

ninguna mostró evidencias de procesamiento de

yuca. Las plantas asociadas fueron el marunguey,

frijol, maíz, yuquilla, yahutía, frijol, y batatas.

Para Pagan (Ob. cit), sobre los burenes analizados

se habían confeccionado panes producidos con

distintas harinas, o combinación de varias masas,

criterio que compartimos si tenemos en conside-

ración los estudios realizados en Cuba, referidos

con anterioridad. Los tres “dientes de piedra”,

vinculados a guayos, mostraron evidencias de

raspado de marunguey, yuquilla y maíz.

Los estudios paleobotánicos considerados an-

teriormente han puesto en evidencia significativas

limitaciones en los datos etnográficos registrados

en las crónicas hispanas, ampliando considera-

blemente la perspectiva de investigación vincula-

da a preferencias dietarias y formas de obtención,

preparación y consumo de alimentos en las co-

munidades aborígenes objeto de estudio. Como

esperamos demostrar en el capítulo siguiente de

esta investigación, el empleo de las crónicas en la

Arqueología no debe limitarse simplemente a un

rol complementario, aspecto ya argumentado por

Curet (2006) para el caso de Puerto Rico. La in-

formación emanada de las fuentes narrativas pri-

marias sobre el uso de plantas, debe ser solamente

utilizada como mero referente y no como un

cuerpo de hechos incuestionables a la luz de las

recientes investigaciones.

Otro posible uso del burén

Para cerrar este capítulo nos referiremos a otro

aspecto directamente relacionado con el empleo

del burén, que no ha quedado registrado con cla-

ridad en las crónicas hispanas, y que considera-

mos de importancia para una reconstrucción inte-

gral en la esfera de la realidad social que ahora

tratamos. Diversos arqueólogos han reportado

diferencias en el acabado de la superficie superior

e inferior de los burenes (Castellanos 1991;

Martínez, 1990; Sanpedro, 1991). De esta forma

se ha descrito la superficie superior o de uso co-

mo alisada y excepcionalmente dibujada (Godo y

Celaya, 1988). Al respecto, Jouravleva y La Rosa

(2003) destacan que sería lógico afirmar que en la

superficie más pulida se colocaba la masa de yu-

ca, mientras que la superficie no alisada sería

expuesta al fuego, lo cual conllevaría a que las

deposiciones de carbón aparezcan invariablemen-

te en esta parte.

Este supuesto, sin embargo, no se cumple para

todas las muestras de burenes estudiadas en el

país. Varios fragmentos procedentes de Esterito

de Banes no presentan trazas de carbón, lo que

indica su empleo fuera del fuego, ya que los de-

pósitos de carbón que se forman en contacto con

el fuego ocupan en la mayoría de los fragmentos

dos tercios del grosor del burén, lo que sugiere

uso intensivo (Jouravleva y González, 2000: 36).

Los autores referidos adjudican la ausencia de

carbón al posible carácter ceremonial de los arte-

factos, aún cuando no se descubrieron burenes

con decoraciones.

Los estudios sobre la tecnología del burén

muestran que existen diferencias en la cocción de

dichos artefactos, por lo que se pueden dividir en

dos grupos fundamentales: los de alta calidad

(buena cocción), y los de terracota (bajas tempe-

raturas). Estos últimos se caracterizan en varios

sitios arqueológicos por no presentar partículas de

carbón, lo que sugiere que no fueron empleados

para cocinar alimentos. Tal es el caso de muestras

procedentes de Laguna de Limones, Sardinero,

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 54

Esterito de Banes, La Rosa, San José, Loma de la

Campana y Macambo II, etc. (Jouravleva y La

Rosa, 2003: 74)

Rodríguez (2006) observó que el fragmento de

burén de Macambo II no evidencia huellas de

haber sido sometido al fuego, y además la pasta

con la que fue preparado es bastante impura, lo

cual lo hace frágil. A ello se suma el hecho de

que en su superficie se encontraron gránulos de

almidón de diferentes especies vegetales, por lo

que se ha sugerido su empleo como posible so-

porte para la elaboración de diferentes alimentos

y no para la cocción de los mismos. Esta propues-

ta amplía considerablemente las observaciones

registradas por los cronistas de Indias, los cuales

no refieren este tipo de uso del artefacto en el

área antillana, limitándose las descripciones al

empleo del mismo como sartén en el cocido de la

masa de yuca.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

55 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

IV

EL ESTUDIO DE LAS FUENTES PRIMARIAS Y SU

REPERCUSIÓN EN LOS INTENTOS DE RECONSTRUCCIÓN

ETNOHISTÓRICA EN LAS SOCIEDADES ABORÍGENES DE CUBA

Así el término taino ha servido para fijar la idea de la existencia de

un fenómeno cultural único. Pero la llamada cultura taina no fue

un todo carismático y homogéneo, sino un conjunto de expresiones

que en ciertos momentos y lugares tuvo grandes síntesis

(Moreno Fraginals, 2002: 21).

Las fuentes secundarias

as crónicas de Indias han sido utilizadas

por diversos autores y con diferentes

propósitos hasta la fecha. En el área anti-

llana, particularmente, es muy común que en los

intentos de reconstrucción etnohistórica se em-

pleen dichas fuentes para apoyar las inferencias

obtenidas en el análisis del registro arqueológico.

El presente capitulo está encaminado a analizar

qué problemas de orden teórico ha traído el em-

pleo de estos documentos sin un previo estudio

crítico y exhaustivo.

Para fundamentar la hipótesis de este trabajo,

hemos seleccionado dos obras que versan sobre el

estudio de nuestro pasado aborigen. Considera-

mos, sin lugar a dudas, que ambas constituyen

textos de gran importancia para las ciencias

humanísticas de nuestro país y de Las Antillas en

general. El criterio de selección20

está fundamen-

20

Es importante destacar que en nuestra literatura científica

existen otras importantes obras vinculadas al tópico que nos

ocupa, y aunque no es objeto del presente trabajo realizar

una relación y crítica de las mismas, sí es adecuado men-

cionar al menos, aquellas que han intentado ordenar el

panorama arqueológico del archipiélago. Entre ellas tene-

mos: Cuba Primitiva (Antonio Bachiller y Morales, 1883).

Historia de los indios de Cuba (Rafael Azcárate, 1937),

tado, además, por el hecho de que cada una de las

monografías escogidas ha sido considerada en su

momento histórico como un intento de ordenar el

pasado etnográfico de nuestro archipiélago, ex-

poniendo nociones que han trascendido hasta

nuestros días, y que forman parte de los esquemas

de periodización diseñados para las comunidades

aborígenes del área antillana.

Las obras seleccionadas son las siguientes:

Cuba antes de Colón (Mark Raymon Harrington.

1935. Segunda Edición) y Prehistoria de Cuba

(Ernesto Tabío y Estrella Rey. 1985. Segunda

Edición).

De manera general, debemos señalar que las

obras escogidas han sido superadas, como es

lógico pensar, por las posteriores investigaciones

en el campo de la Arqueología; ciencia que ha

suministrado una ingente cantidad de información

novedosa en relación con los tópicos abordados

Archeology of the Maniabon Hills (Irving Rouse, 1942),

Las Cuatro Culturas Indias de Cuba (Fernando Ortiz, 1943), Caverna, Costa y Meseta (Felipe Pichardo Moya,

1945.), Las Culturas Aborígenes de Cuba (Manuel Rivero

de la Calle, 1966), El Taíno de Cuba (José M. Guarch,

1978), Introducción a la Arqueología de las Antillas (Er-

nesto Tabío, 1995), La sociedad comunitaria de Cuba (Li-

llián J. Moreira, 1999), y Taínos: mitos y realidades de un

pueblo sin rostro (Daniel Torres, 2006); entre otros impor-

tantes títulos.

L

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 56

en los textos citados, sobre todo los relacionados

con los estudios de antropología física, paleodie-

ta, cronología, complejidad social, paleopatolo-

gías, orígenes del poblamiento, prácticas funera-

rias, y distribución espacial de las comunidades

aborígenes estudiadas. Hoy disponemos de mayor

desarrollo tecnológico para llevar a cabo investi-

gaciones de diversa índole, como son los estudios

paleobotánicos, de reconstrucción paleoclimática,

de ADN, traseológicos, etc.; lo cual permite

abordar nuevas aristas de investigación, y arribar

a una más adecuada aproximación a la realidad

objeto de estudio.

El hecho de que las investigaciones actuales

sean abordadas con este enfoque integrador, ha

conllevado a cambiar (en algunos casos) y a

completar (en otros) las nociones que sobre estas

sociedades antiguas se sostenían hasta hace tan

solo unas décadas. Sin embargo, el análisis efec-

tuado a las crónicas generales de Indias, en los

textos en cuestión, ha permanecido inerte en las

nociones que subyacen en algunos esquemas de

periodización vigentes en el área antillana. A ello

debemos sumar la escasez en nuestro país de tra-

bajos dedicados particularmente al estudio crítico

de las fuentes narrativas primarias.

Debido a lo anteriormente expresado, es que

enfocaremos exclusivamente nuestro análisis en

aquellos aspectos del manejo de fuentes prima-

rias, que aún puedan tener vigencia y afecten ne-

gativamente los estudios de reconstrucción histó-

rico - social en la actualidad.

Cuba antes de Colón

Esta obra21

puede ser considerada como un es-

fuerzo de organizar nuestro pasado aborigen, to-

mando como referente el registro arqueológico,

21

El texto pude considerarse como una obra inacabada, ya

que el propio autor nos expone que habrá una segunda

parte del libro, aún sin publicar hasta la fecha: La parte que seguirá a este trabajo, por publicar, contendrá un estudio

intensivo de los indios taíno – aruacos del este de Cuba,

basado en nuestras exploraciones y artefactos hallados, y

en otras fuentes aprovechables de información, y un igual

estudio de los ciboneyes, hasta donde lo permita nuestro

actual conocimiento. En esta segunda parte ilustraremos y

describiremos con detalle los especimenes respectivos.

(Harrington, 1935: 21)

las crónicas de Indias y la etnografía comparada.

El modo en que el autor integra estas fuentes de

estudio para arribar a conclusiones preliminares,

destacan su texto en la primera mitad del siglo

XX de otros trabajos de reconstrucción etnohistó-

rica. Es importante señalar que es Harrington un

profesional de academia, con una vasta experien-

cia en labores de campo, en las cuales realizó

estudios en sitios arqueológicos aborígenes de

más de veinticinco etnias de Norteamérica; inclu-

yendo algunas en el territorio mejicano.

Los resultados del trabajo de campo están ava-

lados por la más extensa exploración arqueológi-

ca llevada a cabo en nuestro archipiélago, hasta

los momentos de la publicación de la obra en

1921. De igual manera, debemos destacar que

Harrington realizó por vez primera en nuestra

literatura una exhaustiva revisión crítica de las

obras precedentes a su trabajo en nuestra isla,

bajo el título: Primeras exploraciones arqueoló-

gicas. Sus problemas. Las conclusiones parciales

de su texto trascienden el plano descriptivo, para

intentar dar una explicación lógica al origen, dis-

tribución y características culturales de las comu-

nidades aborígenes que habitaron el territorio en

los momentos de la colonización hispana. El es-

quema de desarrollo propuesto cambió las con-

cepciones que se sostenían en Cuba sobre las so-

ciedades aborígenes y planteó nuevos retos a la

investigación histórica.

Es importante destacar aquí que la nomencla-

tura22

empleada por Harrington está fundamenta-

da sobre la base de criterios culturales de muy

dudosa elucidación. Estas denominaciones entra-

22

Se puede establecer una periodización histórica en base

a criterios culturales (endoetnónimos o exoetnónimos re-

gistrados por las fuentes primarias y de difícil comproba-

ción), geográficos (“sitios tipos”) o cronológicos descripti-

vos (horizontes, periodos, fases, etc.), determinados por la

“cronología absoluta” o relativa derivada del trabajo de

laboratorio. Para emplear estas terminologías es necesario

tener bien claro que es lo que se desea periodificar y en base a que método se hará. En la actualidad varios esque-

mas de periodización se sustentan en base al análisis

económico de la sociedad que se estudia, ya que según el

materialismo histórico, son las relaciones sociales de pro-

ducción las que determinan de manera general el desarro-

llo de los grupos humanos en el devenir histórico, así co-

mo la superestructura de los hombres en una etapa deter-

minada de su desarrollo (González Herrera, 2011).

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

57 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

ñan su particular interpretación del registro ar-

queológico, en supuesta correspondencia con las

fuentes primarias consultadas por él.

Harrington y el cotejo de las crónicas genera-

les de Indias

El capitulo XX de la obra de Harrington (Iden-

tificación de dos culturas) está dedicado a expo-

ner los resultados de sus exploraciones y excava-

ciones en nuestra isla. En pocas páginas reduce el

autor la complejidad social reflejada en las fuen-

tes primarias a dos simples “culturas”, que son

caracterizadas esencialmente desde el registro

arqueológico, sin un análisis exhaustivo de lo

expuesto por los cronistas de Indias, únicos testi-

gos presenciales de nuestro pasado aborigen.

La “cultura” ciboney – guanahatabey

La primera “cultura” es catalogada por

Harrington de primitiva, dado que sus vestigios

siempre se descubren debajo de todos los otros

depósitos humanos (1935: 6. T II), y el ajuar está

compuesto por artefactos de lítica y concha, sien-

do muy escasos y sencillos los adornos corpora-

les. Los restos humanos asociados no evidencian

prácticas de deformación craneal artificial. Estas

comunidades estuvieron diseminadas por toda

nuestra isla, habitando en áreas despejadas y cue-

vas; fueron clasificadas por el autor bajo la de-

nominación de ciboney – guanahatabey23

.

23

Los aborígenes denominados como ciboneyes en el es-

quema de Harrington, han recibido con posterioridad otras

denominaciones: guanahatabeyes, exbuneyes, trogloditas,

guanacabibes, auanabeyes, (S) ciboney aspecto Guayabo

Blanco y Cayo Redondo, preagroalfareros, arcaicos, com-

plejo I y II, comunidades con tradiciones mesolíticas, pes-

cadores-recolectores-cazadores y formación social pretri-

bal. Hoy conocemos que los contextos arqueológicos que

presentan evidencias coincidentes con las señaladas por Harrington como características de esa “cultura”, no coin-

ciden con la colonización hispana (al menos hasta el mo-

mento). La evidencia más tardía de estas sociedades en

nuestro país, está documentada por cronología absoluta y se

corresponde con el sitio Mogote de la Cueva, provincia de

Pinar del Río. La datación convencional obtenida fue la

siguiente: 1300 D.N.E, 650 ± 200 A.P (Smithsonian, E. U.

A) (Pino: 1993).

Veamos a continuación cuales son los funda-

mentos (indicadores étnicos tomados en conside-

ración) de las valoraciones de Harrington en

cuanto a su clasificación cultural:

Harrington se basa exclusivamente en dos tex-

tos de Las Casas (Historia de Las Indias, y Me-

morial Sobre Remedios de Indias) y en uno de

Velázquez (Carta de relación de 1514). La in-

formación que en esencia recogen estas fuentes es

la siguiente: Los habitantes “naturales” de la isla

de Cuba se denominaban ciboneyes, y antecedían

a las posteriores migraciones procedentes de

Haití. Dichos ciboneyes tenían gran similitud con

los lucayos y habitaban las cayerías al Norte y

Sur de nuestro archipiélago. La orientación eco-

nómica de estos grupos se centraba en actividades

pesqueras, sin empleo de cultivos. El arribo de los

tardíos inmigrantes de Haití trajo como conse-

cuencia cierta subordinación socioeconómica de

los primeros pobladores con relación a estos últi-

mos.

En el extremo occidental de la isla habitaban

los guanahatabeyes o guanahatabibes (según

Velázquez), con una economía basada exclusi-

vamente en la caza y la pesca. Estos habitaban

en cuevas, a manera de salvajes, pues no dis-

ponían de casas, ni asentamientos, ni pueblos, y

se mantenían fuera del contacto con el resto de

los demás representantes socioculturales.

Es notorio que aún conociendo Harrington lo

consignado por Las Casas, en cuanto a similitud

entre ciboneyes y lucayos, persista en hacer co-

rresponder a estos grupos con las evidencias ar-

queológicas más antiguas halladas en los contex-

tos arqueológicos de nuestro territorio. Esta aso-

ciación no parece guardar relación con la realidad

histórico – social reflejada en las fuentes prima-

rias24

. En cuanto a la información suministrada

24

Este problema de interpretación llevó a Harrington a

redactar la siguiente nota aclaratoria en su texto: La afirma-

ción de Las Casas de que los ciboneyes eran iguales a los

lucayos, o pobladores de las Bahamas, ha sido el único punto difícil de explicar al desenvolver nuestra hipótesis de

que el nombre Ciboney pertenece realmente a la raza pri-

mitiva de Cuba y no a ninguna raza taina; pues muchos de

los objetos conocidos procedentes de aquellas islas son

claramente taínos, y la deducción es que sus habitantes

eran taínos. (…) futuras investigaciones demostrarán que

los primitivos habitantes de aquellas isla fueran un pueblo

rudo y atrasado cual los primitivos indios de Cuba, (…).

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 58

por Velázquez, debemos señalar que la carta de

relación citada contiene valiosos datos, que no

fueron tomados en cuenta por Harrington y que

no deben de ser pasados por alto en los estudios

de reconstrucción histórico - social. El documen-

to, luego de un análisis exhaustivo, se puede re-

sumir de la siguiente manera:

La exploración al occidente de Cuba, ordenada

por Velázquez en 1514, para localizar sobrevi-

vientes de una nave hispana, que había encallado

en la región suroccidental de la isla, se llevó a

cabo con los siguientes resultados: se rescataron

con vida tres individuos, dos mujeres y un hom-

bre; este último se llamaba García Mexía y había

sido localizado en la aldea de Guanyma (región

de La Habana). El bojeo culminó en la costa Nor-

te de la Península de Guanahacabibes, y la tripu-

lación retornó a la actual provincia de Granma

para informar a Velázquez de lo acontecido.

García Mexía narró que al zozobrar la nave

pudieron llegar a la demarcación territorial de

Guaniguanico, donde adquirieron alimentos de

un cacique, y de allí fueron de pueblo en pueblo,

mientras iban perdiendo compañeros durante el

trayecto; hasta llegar a la aldea donde se hallaban

prisioneros de los caciques Yaguacayex y Haba-

guanex, al arribar los hombres enviados por

Velázquez.

De los datos suministrados en la carta de rela-

ción podemos deducir lo siguiente: Los explora-

dores enviados por Velázquez, debido a diversas

razones, no dejaron constancia de diferencias

físicas e idiomáticas en los aborígenes menciona-

dos. Las referencias son muy vagas y pueden co-

rresponderse con grupos de pescadores dedicados

exclusivamente a la explotación de recursos ma-

Aquellos indios pudieron estar todavía en mayoría al tiem-

po del descubrimiento y sin duda fueron ellos con quienes

Las Casas comparó a los ciboneyes de Cuba, (…) (1935:

6,7). Es importante destacar que los contextos arqueológi-

cos aborígenes más tempranos en el área antillana, exponen

extensas ocupaciones de sociedades con niveles de desarro-llo socioeconómico inferiores a las comunidades descritas

por los exploradores europeos del siglo XVI d. n. e. El

estudio exhaustivo de los artefactos asociados a dichos

horizontes nos permite inferir un modo de producción dife-

rente, así como otros posibles orígenes étnicos y manifesta-

ciones culturales bien diferenciadas de los habitantes que

permanecían en al área, al arribo de los colonizadores his-

panos.

rinos. No se menciona la presencia de mujeres ni

niños, lo cual puede fundamentar el criterio de

haber sido grupos dedicados a determinadas labo-

res subsistenciales, que se encontraban a cierta

distancia del verdadero enclave comunitario. Los

habitantes de los poblados aborígenes visitados

por Mexía, desde Guaniguanico a La Habana, se

corresponden con grupos de organización tribal.

Es muy significativo que en esta última fuente no

se hayan señalado diferencias culturales en rela-

ción a los aborígenes contactados.

Hemos citado y analizado brevemente las

fuentes que fueron empleadas por Harrington, con

el objetivo de demostrar que su ambigüedad no

permite una adecuada utilización de estas en el

esquema cultural diseñado por el autor. La aso-

ciación mecánica entre un etnónimo dado a cono-

cer a través de documentos, y el registro arqueo-

lógico exponente de contextos donde se evidencia

una marcada precariedad económica, ha conlle-

vado a suponer que los denominados ciboneyes

poseían una organización social primigenia y un

bajo nivel de desarrollo de sus fuerzas producti-

vas.

Es importante señalar que no debemos pasar

por alto la referencia de Las Casas a la existencia

de un grupo cultural independiente denominado

guanahatabey, aspecto obviado por Harrington al

incluir a estos representantes dentro de la misma

“cultura” ciboney. El autor señala que los guana-

hatabibes poseían una lengua diferente a la (s) del

resto de los aborígenes de nuestra isla (1935: 8. T.

II). Sin embargo, ninguna de las fuentes consulta-

das hace referencia a este tópico, por lo que nun-

ca llegaremos a conocer cuál era la lengua utili-

zada por estos habitantes, a pesar de que la topo-

nimia de la región occidental de nuestro archipié-

lago apunta hacia un origen lingüístico aruaco.

(Bernal, 2003).

Otra conclusión a la que arriba Harrington,

producto de la interpretación que realizó de las

fuentes primarias, está vinculada con la aparente

evidencia en las crónicas de la distribución espa-

cial de comunidades con un bajo nivel de desarro-

llo socioeconómico (supuestamente ciboneyes,

según el autor) en Haití. Al respecto, expuso en

su obra: (…), existen pruebas históricas de un

pueblo que habitaba en las cuevas, poseyendo

una similar sencilla cultura, en la provincia de

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

59 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

Guacayarina, extremo occidental de la isla de

Haití (Ob. cit: 290. T. I)

Las pruebas históricas a las que hace alusión el

autor, omitiendo la fuente histórica que emplea,

forman parte de los datos registrados por Oviedo

en su Historia General y Natural de las Indias, y

de Anglería, en las Décadas del Nuevo Mundo,

analizadas ambas en el capitulo precedente. Es

muy señalado el hecho de que aún conociendo

Harrington la obra de Las Casas Historia de las

Indias, pase por alto la aguda crítica que realizó

el fraile (1995: 241. T. II) a los criterios expues-

tos por Oviedo, cuando este último se refiere a las

características de los aborígenes de la región de

Guacayarina. En resumen, el clérigo niega rotun-

damente las aseveraciones de Oviedo con bien

fundamentados criterios, que limitan la confiabi-

lidad a los datos expuestos como pruebas históri-

cas por Harrington.

Por último, debemos destacar que las fuentes

primarias nos revelan un mosaico étnico de signi-

ficativa complejidad en el área antillana, siendo

señalados para Cuba, al menos, tres posibles gru-

pos étnicos: ciboneyes, guanahatabeyes e “in-

dios” provenientes de Haití (Ob. cit). No parece

tomar en cuenta el autor las referencias del resto

de los cronistas, que denotan que bajo la denomi-

nación de “indios” se encontraban varios grupos

de posibles diferencias culturales, y de que una

buena parte de estos se traslada hacia nuestro

archipiélago, antes y después de iniciado el pro-

ceso de conquista en la vecina isla.

La “cultura taína”de Cuba

La segunda “cultura” es catalogada de avanza-

da, descubriéndose siempre sus vestigios sobre

evidencias más antiguas. El ajuar consiste esen-

cialmente en artefactos líticos, de concha, hueso,

cerámica y algunas evidencias de trabajos en ma-

dera (cualitativamente superiores en elaboración a

los hallados en sitios ciboneyes). Es característica

de estos contextos la aparición de hachas petaloi-

des pulimentadas y amplia profusión de adornos

corporales. Los restos humanos asociados presen-

tan invariablemente evidencias de deformación

craneal artificial. Los asentamientos se localizan

fundamentalmente en la región oriental de la isla.

Esta “cultura” fue denominada “taína”.

Aquí, como en el caso anterior, hace gala

Harrington de un criterio reduccionista, al anali-

zar las evidencias arqueológicas bajo una deno-

minación de dudosa elucidación. Según el autor,

las fuentes primarias en las que se basó para em-

plear esta clasificación son: Las Décadas del

Nuevo Mundo de Anglería y la Historia de las

Indias, de Las Casas. Además de estas fuentes,

cita el empleo del término taíno, con connotación

cultural25

, basándose en trabajos arqueológicos

anteriores de Fewkes, Joyce, y La Torre

(1935:10). Analizaremos de inmediato los indica-

dores empleados por el autor para sustentar sus

criterios.

El texto de Anglería se localiza en el libro II

de sus Décadas y expone literalmente: (…) salió-

les al encuentro un hombre de arrugada frente y

altiva mirada, acompañado por cien individuos,

todos ellos armados con arcos, flechas y lanzas

muy agudas , y en actitud amenazadora, gritando

que eran “taynos”, es decir nobles y no caníbales

(1989:123. T. I).

El fragmento citado se corresponde con el

primer contacto que sostiene Colón con algunos

pobladores de Haití, al regresar a esta isla en su

segunda exploración. Sin lugar a dudas, el voca-

blo taynos fue empleado por los aborígenes en

actitud defensiva, haciendo referencia a la calidad

25

Antonio Bachiller y Morales fue el primer autor cubano

en darle cierta connotación étnica al término taíno, al expo-

ner en su obra Cuba Primitiva lo siguiente: (…) debía bus-car por el mediodía la procedencia de los indios del tipo

caribe de raza pacífica ó noble; como ellos mismos se ape-

llidaban: los tainos.

Cuarenta y un años después de escritas mis presunciones y

conjeturas, negadas por los contemporáneos, en 1882 he

leído en la apreciable obra del sabio alemán Peschel (The

Races of Man 1876) la siguiente confirmación: Las peque-

ñas y las grandes Antillas como Las Bahamas, fueron habi-

tadas antes de 1492 por una raza en extremo pacífica, que

Von Martins ha llamado Taini (1883: 115,116).

Por otro lado, el término “taino” cuyo significado cultural y

étnico se lo debemos a los historiadores contemporáneos, ha fungido como una etiqueta convenientemente utilizada y

entronizada en los estudios arqueológicos de Cuba y el

resto del Caribe. El empleo del vocablo, ya sea con conno-

tación étnica, de grupo social, o como simple adjetivo, ha

suscitado heterogéneas valoraciones y discusiones en el

ámbito académico internacional (Petersen, Hofman y Curet,

2004; Torres, 2006; González Herrera, 2008, 2009, 2010;

Valcárcel, 2008).

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 60

de sus personas; en un intento por dejar claro la

no pertenencia del grupo con individuos caribes.

Es importante señalar que el término no se co-

rresponde con una autodefinición étnica, y que

Anglería nunca lo expuso con esta connotación en

su obra. A ello debemos sumar el hecho de que el

cronista nunca pisó tierras americanas, y de que

no señala la fuente empleada para redactar el pa-

saje mencionado.

Es importante destacar que existe otra referen-

cia al término en cuestión, referida por Diego

Álvarez Chanca, y que no fue analizada por

Harrington en su obra, a pesar de ser esta fuente

mucho más fidedigna, ya que Chanca fue partici-

pe del segundo viaje exploratorio comandado por

Colón. La información que nos brinda el médico

de a bordo es muy similar a la suministrada por

Anglería, aunque no coincide en el espacio geo-

gráfico, ya que se refiere a la isla de Guadalupe.

Chanca consignó lo siguiente: Este día prime-

ro que allí descendimos andaban por la playa

junto con el agua muchos hombres é mugeres

mirando la flota, é maravillándose de cosa tan

nueva, é llegándose alguna barca á tierra á

hablar con ellos, diciéndolos tayno, tayno, que

quiere decir bueno, (…). (Portuondo, 1977: 66).

Aquí, como en la narración de Anglería, en-

contramos que el término es utilizado con el

mismo propósito, y se refiere a la calidad por la

que se autodefinen los aborígenes “cautivos” de

los caribes que encuentran los hispanos al desem-

barcar en Guadalupe. Estas son las únicas refe-

rencias que existen en las crónicas con relación al

vocablo taíno. Su existencia como etnónimo no

está registrada por ninguno de los cronistas de

Indias, y su empleo en este sentido se correspon-

de con interpretaciones contemporáneas realiza-

das por diversos autores.

Harrington sintetiza una vez más el gran mo-

saico cultural descrito por los cronistas para el

área antillana con el simple denominador de taí-

nos. Al respecto nos dice: Habiendo concedido el

nombre de taíno a la cultura predominante de

Haití, lo consideramos aplicable a la avanzada

cultura por nosotros encontrada en la parte

oriental de Cuba, pues los artefactos dejados por

ambas son prácticamente idénticos. (1935: 10).

Es decir, que Harrington entiende que la “cul-

tura predominante” de Haití debe de ser denomi-

nada taína a partir de los datos consignados por

Anglería en sus Décadas. Esta “cultura”, según el

registro arqueológico y la información que brinda

Las Casas en su Historia26

, se corresponde con la

hallada en la parte oriental de la isla de Cuba.

Evidentemente, la interpretación expuesta por

Harrington en su obra no se corresponde con un

adecuado análisis de las fuentes primarias, las

cuales fueron escasamente empleadas en función

de las teorías explicativas del autor. De 16 docu-

mentos analizados en este trabajo, solo dos fueron

empleados por el autor, lo que afectó definitiva-

mente las conclusiones de su investigación, no

contemplando un previo e imprescindible estudio

de contrastación entre diferentes fuentes.

En la obra no se toman en cuenta los datos et-

nográficos referidos a las poblaciones de macori-

jes, ciguayos, lucayos, ciboneyes o simplemente

“indios”; comunidades que, aunque evidenciaban

niveles de desarrollo socioeconómico similares,

poseían, al parecer, determinadas diferencias étni-

cas. De igual manera desconoce Harrington la

afirmación de Colón, expuesta en su diario de

navegación, cuando refiriéndose a las diferencias

constatadas entre Cuba y Haití apuntó: (…); yo

he hablado en superlativo grado la gente y la

tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba; más

hay tanta diferencia de ellos y de ella a ésta en

todo como el día a la noche, (…) (1958: 109).

Debemos añadir, además, que no poseía

Harrington suficiente fundamento científico, para

aseverar que la “cultura predominante” de Haití

era precisamente la representada por algunos gru-

pos aborígenes que se autodefinían como taínos,

o sea “buenos” o “nobles”. Estos aguerridos po-

bladores que se enfrentaban a los colonizadores

con arcos y lanzas en mano, no exponían el com-

portamiento usual de la gran mayoría de los habi-

tantes de Haití (al menos en los primeros tiempos

de exploración) ante la presencia hispana; tan

descrito en las crónicas generales de Indias. Al

26

Después pasaron desta isla Española alguna gente, ma-

yormente después que los españoles comenzaron a fatigar y

a oprimir los vecinos naturales désta, y llegados en aquella,

o por grado o por fuerza en ella habitaron, y sojuzgaron por

ventura los naturales della, que como dije arriba, llamában-

se ciboneyes, la penúltima luenga, y según entonces creímos,

no había cincuenta años que los désta hobiesen pasado a

aquella isla. (Las Casas, 1995: 514. T. II).

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

61 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

parecer, esta manera de conducirse era caracterís-

tica de comunidades de extracción caribe o de

ciguayos del noreste de la vecina isla.

Resumiendo este tópico, no conocemos con

certeza cuáles grupos étnicos provenientes de

Haití habían arribado a nuestro archipiélago a

finales del siglo XV d. n. e. Al parecer, el brutal

proceso de colonización hispana trajo aparejada

una diáspora de habitantes de la vecina isla en

toda el área antillana, sobre todo a partir de co-

mienzos del siglo XVI d. n. e. Las Casas registra

en sus textos diferentes etnónimos para Cuba, e

incluso señala diferencias socioeconómicas entre

los aborígenes de nuestro archipiélago; datos que

debemos tener en cuenta al analizar la posible

composición cultural del movimiento migratorio.

Si bien el análisis del registro arqueológico

realizado por Harrington constituye un indudable

aporte a los intentos de reconstrucción histórico -

social, no fue combinado con un estudio exhaus-

tivo de las fuentes narrativas primarias; lo cual

afectó las conclusiones a las que arriba en su

obra. El esquema de desarrollo propuesto por el

autor nos brinda una imagen muy alejada de los

datos etnográficos contenidos en las crónicas ge-

nerales de Indias.

Actividades económicas en la reconstrucción

etnohistórica de Harrington

Es importante precisar que en el momento

histórico en que Harrington realizó sus trabajos

investigativos, el registro de evidencias arqueoló-

gicas se limitaba, debido al desarrollo de la ciencia

en el período, a la recuperación de evidencias ma-

teriales macroscópicas, siendo primordial la locali-

zación de artefactos de consideración museable,

debido esencialmente a sus características forma-

les excepcionales de alto valor estético. Tal es el

caso de vasijas, platos, espátulas vómicas, ídolos,

dujos, “báculos”, cuentas, amuletos, etc. que lla-

maban poderosamente la atención por la exquisitez

del acabado y las decoraciones implícitas. La loca-

lización y recuperación de este tipo de evidencias

constituyó la tarea fundamental del autor, con vis-

tas a engrosar las colecciones del Museo del Indio

Americano de la Heye Fundation de New York.

El registro de evidencias vinculadas con los

recursos alimenticios se restringió a la descrip-

ción de elementos subsistenciales macroscópicos,

como dedos de cangrejos, conchas, huesos y

vértebras de especies marinas y terrestres, así

como a la valoración de las áreas de actividad en

los contextos arqueológicos donde aparecieron

indudables huellas de cenizas y carbón vegetal,

producto del empleo de fogones para la prepara-

ción de alimentos. Aun cuando Harrington refiere

el hallazgo de numerosos majadores y triturado-

res (bases y manos de morteros), no intenta vin-

cular estos artefactos con la posible maceración

de tubérculos y preparación de papillas a partir de

la trituración de diversos granos comestibles re-

portados por los cronistas, cuyas referencias se

expusieron en el capítulo anterior.

Con relación al hallazgo de evidencias indirec-

tas del consumo de alimentos cultivables,

Harrington reporta la abundante presencia de bu-

renes durante las exploraciones llevadas a cabo en

Monte Cristo, Ovando y Gran Tierra. El autor los

describe como “llanos y circulares ralladores de

casabe, de barro” (Ob.cit: 275). Este registro

llevó a considerar al artefacto como característico

de la “Cultura Taína”, siendo uno de los elemen-

tos determinantes en la clasificación cultural,

según los esquemas históricos de la época.

La presencia del burén en los sitios menciona-

dos se asumió como confirmación del empleo de

los sartenes de barro para la cocción estricta del

pan de yuca, tomando los hallazgos como una

mera confirmación de los datos aportados por las

fuentes narrativas primarias. Esto conllevó a no

considerar el artefacto como soporte conveniente

en la cocción de otros alimentos de origen vegetal

y animal, ampliamente reportados por los cronis-

tas de Indias para el área antillana (Las Casas,

1995, 1958; Cúneo, 1977; Chanca, 1977; Angle-

ría, 1989; Colón, 2000; Oviedo, 1851, 2000).

Los datos etnográficos relacionados con el uso

del burén y su importancia desde el punto de vista

tecnológico, en la economía de las comunidades

aborígenes aruacas, influyeron de manera negati-

va en diversos intentos de reconstrucción históri-

co - social posteriores al texto objeto de estudio.

En ello medió el tratamiento dado por algunos

cronistas al proceso de preparación y consumo de

la yuca amarga, referenciado al detalle en páginas

de varias crónicas ya citadas, y donde sobresalen

los apuntes de Las Casas, Oviedo y Hernando

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 62

Colón. Ningún otro proceso económico en el pa-

sado prehispánico antillano es registrado con tan-

to lujo de detalles, aspecto que merece nuestra

atención, y que permite ser contrastado en varias

fuentes narrativas.

De esta forma, la relación estricta burén – pan

de yuca amarga, emanada de las ambigüedades

presentes en la fuentes narrativas primarias, y de

un no exhaustivo análisis de otros aspectos de

orden económico, verificables en dichos textos y

válidos para una reconstrucción histórico - social,

quedó como una etiqueta que ha llegado prácti-

camente sin cambios hasta nuestros días. Debido

a ello es que se le ha concedido por diversos es-

pecialistas (Tavares, 1978; Tabío y Rey, 1985;

Rey, 1988; Alexandrenkov y Folgado, 1988; Go-

do y Celaya, 1988; Tabío, 1989, 1995; Pichardo,

1990) primordial importancia a la yuca amarga,

Manihot esculenta Crantz, por encima de otros

cultígenos, en la alimentación de los grupos arua-

cos antillanos, lo cual no parece ser acertado si

tenemos en consideración el panorama económi-

co que comienza a dibujarse tras los estudios ar-

queométricos en el área antillana.

Prehistoria de Cuba. El cotejo de las fuentes

primarias

Publicada cuatro décadas después de la obra de

Harrington, cuenta la segunda edición de este vo-

lumen con una indiscutible actualización en infor-

mación arqueológica; escrita además por dos de

los más prestigiosos investigadores que se han

dedicado al estudio de las comunidades aborígenes

en nuestro país. Debemos destacar que este trabajo

está considerado como uno de los más importantes

realizados en el área antillana, en relación con los

estudios de reconstrucción histórico - social, ya

que expone criterios explicativos que trascienden

el marco descriptivo de las obras que lo antecedie-

ron. Además de ello, introduce por vez primera

para Cuba un procedimiento de análisis novedoso,

sustentado en una posición teórica de base marxis-

ta, lo cual permitió arribar a una más adecuada

aproximación a la realidad objeto de estudio.

Es necesario señalar que este nuevo intento de

ordenar nuestro pasado histórico se realizó to-

mando en consideración la valiosa información

aportada por las ciencias asociadas a la Arqueo-

logía, y en menor medida las fuentes primarias, lo

cual se tradujo en el más completo estudio de

reconstrucción histórico-social llevado a cabo en

nuestro país hasta el momento de su publicación.

La obra expone un nuevo esquema de periodiza-

ción, que aunque deudor de los trabajos de

Harrington y Rouse, sentó las bases para futuros

análisis sobre el tópico.

En el prefacio del texto, Tabío y Rey declaran

que la monografía presenta un resumen de inves-

tigaciones realizadas sobre Arqueología e Histo-

ria de las comunidades aborígenes de Cuba, apo-

yado en diversos trabajos arqueológicos y además

en un estudio crítico de los cronistas de Indias

(1985:9). El esquema de periodización presentado

contempla una división en fases de desarrollo,

estructurada en cinco grupos culturales: ciboney

(aspecto Guayabo Blanco y Cayo Redondo), ma-

yarí, subtaíno y taíno. Se fundamenta el empleo

de estas denominaciones en el hecho de que,

según los autores, eran las utilizadas por especia-

listas durante varias décadas y ello contribuía a

reforzar la uniformidad en la terminología cientí-

fica en el campo de la Arqueología antillana. Es

importante señalar que la nomenclatura utilizada

es de tipo cultural, aunque combinada con indica-

dores de “sitios tipo”.

El ciboney

En esencia, esta “cultura” está clasificada

según el esquema ideado por Harrington en 1921,

entonces denominada como ciboney – guana-

hatabey. En la obra objeto de estudio se definie-

ron dos fases (“aspectos”) de este grupo cultural,

la primera fue denominada como ciboney aspecto

Guayabo Blanco, y la segunda como ciboney

aspecto Cayo Redondo (según los “sitios tipos”).

Es necesario aclarar, al igual que se hizo para la

obra de Harrington, que las evidencias arqueoló-

gicas aisladas para ambos grupos no parecen co-

rresponderse con los datos consignados por Las

Casas para los ciboneyes, habitantes de las caye-

rías y de grandes semejanzas con los lucayos.

La precariedad del utillaje de labor encontrado

en los sitios arqueológicos afiliados con la deno-

minación de aspecto Guayabo Blanco, llevó a los

autores a reconocer que estaban ante la presencia

de vestigios pertenecientes a comunidades que no

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

63 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

habían sobrevivido hasta la época de la coloniza-

ción hispana (1985: 18). Además de ello, refi-

riéndose Tabío y Rey a la ambigua información

suministrada por las fuentes primarias, exponen:

Por otra serie de evidencias de tipo histórico,

muy vagas y nebulosas, es posible que el ciboney

Cayo Redondo, en forma de muy pequeños gru-

pos, haya persistido viviendo en Cuba, después

de la llegada de los españoles, hasta quizás el

siglo XVII, en la parte occidental de la isla (Ob.

cit: 73) (subrayado del autor).

No obstante, a pesar de reconocer los autores

que los datos etnográficos suministrados por las

crónicas son muy ambiguos (aunque no se preci-

san las fuentes), y por tanto no permiten un uso

adecuado como calificativos étnicos, para eviden-

cias arqueológicas de gran antigüedad, utilizan el

término ciboney, registrado por Las Casas, al

referirse a sociedades que habitaban nuestra isla

en el siglo XVI d. n. e.

El esquema empleado afecta el adecuado co-

nocimiento del tipo físico en los aborígenes lla-

mados ciboneyes por Las Casas, ya que los

cráneos descritos en el texto se corresponden con

individuos pertenecientes a una formación social

de gran antigüedad en el área caribeña. Esta su-

puesta correspondencia entre registro arqueológi-

co y denominación cultural extraída de las fuentes

primarias, no coincide con las similitudes físicas

entre lucayos y ciboneyes descritas por el fraile

en tres de sus escritos; en Prehistoria se omiten

estas comparaciones.

Es importante señalar que en el texto se omite

la existencia en el siglo XVI d. n. e. del grupo

aborigen denominado como guanahatabey, posi-

ble designación étnica registrada por Las Casas y

Velázquez en sus apuntes. Este hecho nos priva

de una merecida crítica a lo expuesto sobre estos

antiguos habitantes del extremo occidental de

nuestro archipiélago.

Lengua (s)

Diversos aspectos, vinculados a la desconoci-

da(s) lengua(s) hablada(s) por los aborígenes de

mayor antigüedad en nuestro territorio, son ex-

puestos sin lograr coherencia con el análisis de

las fuentes primarias narrativas. La incertidumbre

de Tabío y Rey en relación con los escasos datos

reflejados en estas obras, conllevó a que expresa-

ran lo siguiente: Las brevísimas referencias de los

cronistas sobre los indios que ellos llaman cayos,

y que habitaban la zona costanera del sur de las

provincias orientales, así como las islas que la

rodean, pueden quizás asimilarse a los del grupo

ciboney que estamos estudiando, (…) es imposi-

ble asegurar científicamente que se trata de los

mismos indios. (Ob. cit: 84) (subrayado del au-

tor).

Si bien en la obra se reconoce una comunidad

lingüística, entre los pobladores de las cayerías

norte y sur de nuestro archipiélago, con los

“intérpretes” lucayos que acompañan a Colón en

su segundo viaje, se considera, sin embargo, a los

ciboneyes como una cultura independiente al

tronco etno - lingüístico aruaco. Si la lengua era

similar hasta algún punto no bien determinado de

la región occidental de nuestra isla, y no existe

mención de diferencias físicas en los aborígenes

contactados; entonces, ¿qué indicadores hacen

suponer que los ciboneyes tenían un origen étnico

distinto?

Las conclusiones de Tabío y Rey sobre este

aspecto se limitan a expresar: La realidad es que

ignoramos todo lo referente al lenguaje de los

aborígenes que analizamos, (…). (Ob. cit: 84).

Los subtaínos y taínos

Según Tabío y Rey bajo estas denominaciones

se engloban todas las comunidades aborígenes

que practicaban la agricultura y poseían una or-

ganización social de tipo tribal en Las Antillas

Mayores. A diferencia del esquema propuesto por

Harrington, se ha incluido una subdivisión -sub-

taínos-, propuesta por Rouse en 1942, y basada

esencialmente en el estudio de artefactos confec-

cionados en cerámica.

Al igual que señalamos con anterioridad para

la obra de Harrington, es muy arriesgado resumir

el mosaico étnico que exponían Las Antillas Ma-

yores a finales del siglo XV n. e., en solo dos

“culturas”, aún para nuestro archipiélago, donde

las fuentes primarias no son muy elocuentes. To-

mando como referente las descripciones que

hicieran los cronistas analizados en el capítulo

anterior, debemos suponer una migración étnica

diversa hacia nuestro territorio, por lo que resulta

cuestionable el empleo de una nomenclatura de

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 64

tipo cultural, supuestamente fundamentada en

fuentes narrativas de muy dudosa elucidación.

Aspecto físico

A pesar de que la obra contempla un importan-

te resumen de los estudios de Antropología Física

realizados a los restos humanos asociados a di-

versos contextos arqueológicos, no se efectuó un

riguroso análisis de la información suministrada

por las fuentes narrativas primarias. Para el abor-

daje del aspecto físico se tomaron exclusivamente

los datos consignados por Colón en su diario de a

bordo. Es necesario precisar que esta información

hace referencia a una parte de los habitantes de

Las Bahamas (isla Guanahaní), y no a las pobla-

ciones contactadas en nuestro territorio. Sin em-

bargo, el comportamiento de estos pobladores

ante la presencia hispana, así como la usanza de

los cabellos, difiere de lo registrado en otras des-

cripciones de las fuentes primarias, incluyendo

contradicciones presentes en datos consignados

por el propio Almirante.

El estudio de la obra no permite detectar que

se hayan tenido en cuenta los apuntes consigna-

dos por Chanca, Cúneo, Oviedo y Las Casas; en

los que se expone una estimable diversidad en el

aspecto físico de los aborígenes que habitaban

Las Antillas Mayores. Estas diferencias no solo

son válidas en un contraste entre las islas, sino

también en un mismo territorio de vasta exten-

sión, como es el caso de Haití. Es importante

aclarar que no existe una descripción particular

para el aspecto físico de los habitantes de nuestro

archipiélago. A pesar de ello, los autores expo-

nen: Tanto Cristóbal Colón como los cronistas de

Indias, nos han dejado valiosos testimonios sobre

el aspecto físico de los indios aruacos subtaínos

de Cuba (…) (Ob. cit: 148).

La deformación craneal artificial es considerada

en la obra como una de las características principa-

les de los representantes agricultores de Cuba. Sin

embargo, no se toman en cuenta las consideracio-

nes expuestas por Las Casas en Apologética Histo-

ria de Indias, donde refiere que los rasgos somáti-

cos en las cabezas de los habitantes de Jamaica,

Cuba y Bahamas diferían de las demás islas, en

cuanto a la deformación: (…) las tenían cuasi co-

mo las nuestras o que más nos parecían en las

figuras dellas (1958: 116). Si bien el fragmento

citado es sumamente ambiguo, no se debe pasar

por alto en los intentos de reconstrucción et-

nohistórica, sobre todo cuando Tabío y Rey refie-

ren en el prefacio de la obra que para arribar a los

resultados de investigación se ha realizado un es-

tudio crítico de los cronistas de Indias.

La (s) lengua (s)

Este tópico es abordado partiendo esencial-

mente del primer diario de navegación de Colón.

Las contradicciones existentes en el mismo, así

como en el resto de sus apuntes, fueron pasadas

por alto en las conclusiones de Tabío y Rey. Tan

solo en tres breves párrafos se resume esencial-

mente el complejo panorama lingüístico del área

antillana: (…) desde el primer viaje Colón captó

la uniformidad que existía en el lenguaje de los

indios de la rama aruaca. Esa es la razón por la

que sus intérpretes lucayos y cubanos podían

entenderse perfectamente entre sí, y a la vez con

los indios aruacos de la Española (1985: 170).

El estudio de las referencias analizadas en el

capítulo anterior en relación al tópico, sin embar-

go, nos trasmite un panorama lingüístico diverso,

donde es sumamente difícil discernir entre dialec-

tos o lenguas totalmente diferentes. De todo ello

solo podemos colegir que en los momentos del

arribo de los hispanos a América se evidenciaban

diferencias dialectales entre todas las islas y ca-

yos del área antillana, e incluso marcados con-

trastes en el territorio de Haití.

Es importante destacar que para realizar un

análisis crítico del tema en cuestión, no nos pare-

ce suficiente con citar los datos consignados por

Colón y resumir la valiosa información presente

en las crónicas generales de Indias en tan solo tres

párrafos. El criterio sostenido por Tabío y Rey en

cuanto a comunidad lingüística de los grupos

aruacos parece no tomar en cuenta la información

suministrada por las 16 fuentes primarias analiza-

das en el presente estudio.

Actividades económicas en la reconstrucción

etnohistórica de Tabío y Rey

En el texto objeto de estudio, el ajuar vincula-

do con el procesamiento de alimentos en las co-

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

65 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

munidades aborígenes clasificadas, según esque-

ma cultural de los autores, como subtaínas y taí-

nas, se relaciona con vasijas, ollas, fragmentos de

burenes, gubias, majadores, morteros (manos y

bases), guayos y, en menor medida trituradores de

roca compacta (Tabío y Rey, 1985). Es necesario

precisar que aun cuando no se referencia la pre-

sencia en el registro arqueológico de valvas de

pelecípodos de diversas especies con huellas de

amplio uso como raspadores, estos instrumentos

debieron tener una gran importancia en el corte y

descortezamiento de raíces. La anterior afirma-

ción se sustenta en registros históricos (Las Ca-

sas, 1958; Oviedo, 1851) y arqueológicos (Rive-

ro, 1966; Febles et al, 1995).

Los restos alimenticios reportados se refieren a

la existencia en los sitios arqueológicos de con-

chas de moluscos, carapachos de crustáceos, hue-

sos de jutía, manatí, aves, pescado, tortugas y

otros reptiles (Tabío y Rey, 1985: 143). El em-

pleo de recursos vegetales se infiere estrictamente

a partir de la presencia de abundantes fragmentos

de burenes; artefacto que es asumido como indi-

cador indirecto del cultivo de la yuca amarga,

Manihot, esculenta Crantz (Ob. cit: 136).

En el texto, la relación establecida entre burén

y recursos vegetales se limita al uso por las co-

munidades aborígenes de la raíz de la yuca amar-

ga rallada, Manihot, esculenta Crantz. Al igual

que en la obra de Harrington, escrita cuatro déca-

das antes, los autores no intentan vincular estos

artefactos con la posible maceración de tubércu-

los y preparación de papillas a partir de la tritura-

ción de diversos granos comestibles reportados

por los cronistas. Esta situación, dada por un no

exhaustivo estudio de las fuentes narrativas, sentó

un precedente en nuestros estudios arqueológicos

que ha limitado una real comprensión de los pro-

cesos económicos relacionados con la prepara-

ción y consumo de recursos subsistenciales tan

importantes como lo pudo ser la yuca amarga.

Esto ha generado criterios firmemente estableci-

dos, como se ha señalado con anterioridad, sobre

la preferencia e importancia de este cultígeno en

la dieta de las sociedades tribales antillanas.

Los argumentos para el establecimiento de los

supuestos que analizamos en esta investigación

fueron expuestos por Tabío y Rey de la siguiente

forma: La evidencia indirecta de la alimentación

vegetal, nos la proporciona la presencia abun-

dante, casi siempre, de fragmentos de burenes de

barro en donde los aborígenes cocían sus tortas

de casabe que, como sabemos, se hacían de la

yuca amarga rallada y que constituían normal-

mente su principal fuente dietaria (Ob.cit: 143).

Debemos señalar además que el burén fue consi-

derado por los autores como una característica

arqueológica de los grupos aruacos (Ob. cit: 155),

supuesto que debe ser asumido con reservas, si

tenemos en cuenta que para la preparación y con-

sumo de ciertas variedades de yuca no es impres-

cindible la cocción sobre una plancha de cerámica

o piedra expuesta al fuego, siendo válidos los

procesos de asado y hervido.

La relación precisa entre burén e indicador de

tipo socioeconómico, o cultural en otros casos,

constituyó un obstáculo para una adecuada clasi-

ficación de sociedades a partir de estudios ar-

queológicos, donde han primado análisis estric-

tamente tipológicos y normativos. Esta formula-

ción del asunto nos llevaría siempre a considerar

como no productoras de alimentos a comunidades

donde no aparezca el burén o partes del mismo;

interpretación inadecuada del problema. Recien-

temente algunos arqueólogos cubanos han alerta-

do sobre este particular, apoyándose en eviden-

cias del registro arqueológico (Castellanos et al,

2001; Hernández y Arrazcaeta, 2001).

En esta discusión es importante señalar que en

diversos sitios arqueológicos de Cuba, de filia-

ción socioeconómica dudosa por la ausencia de

burén y otros componentes del utillaje de labor,

han aparecido evidencias macroscópicas de recur-

sos subsistenciales de origen vegetal. En este sen-

tido contamos con el hallazgo de semillas carbo-

nizadas de maní, Arachis hypogaea L., en el sitio

Birama (Trinidad, Sancti Spíritus), datado por C

14 en el 1130 d. n. e (Delgado et al, 2000; Angel-

bello et al, 2000), y de otras también carboniza-

das del árbol de jocuma (también jucuma amari-

lla, caguaní o lechero), Sideroxylon foetidissi-

mum, Jacq.ssp, procedentes del sitio La Batea

(Santiago de Cuba); aún sin fechar por métodos

precisos (Hernández y Navarrete, 1999).

En síntesis, podemos plantear que Tabío y Rey

condicionaron, en su propuesta teórica para la

clasificación de grupos culturales, la presencia o

ausencia del burén en la determinación de patro-

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 66

nes agroceramistas. Ello estuvo acompañado de la

idea que otorga primacía al cultígeno de la yuca

amarga por encima del resto de los recursos sub-

sistenciales en las comunidades tribales objeto de

estudio. Esta concepción se refleja en la siguiente

cita, cuando hacen referencia al registro y funcio-

nes del burén: (…) aparecen en el ámbito del

Caribe asociados con el cultivo de la yuca amar-

ga para confeccionar el casabe, que constituía la

base dietética de los aruacos (1985: 155). Esta

línea de interpretación fue consolidada en 1984

por Tabío, al proponer una, Nueva periodización

para el estudio de las comunidades aborígenes de

Cuba.

Debemos dejar constancia de que no compar-

timos los supuestos citados con anterioridad, de-

bido a que tanto el registro histórico, como el

arqueológico, apuntan a que no todos los aborí-

genes emparentados con el tronco lingüístico

aruaco insular asumían estos estrictos esquemas

de alimentación. Recordemos que en numerosos

sitios de nuestro archipiélago las actividades agrí-

colas pudieron constituir solo un complemento de

la colecta, captura, pesca, y caza de diversas es-

pecies faunísticas (Guarch et al, 1995).

A finales del siglo pasado, algunos arqueólo-

gos cubanos ya habían reparado sobre este parti-

cular, y se vislumbraba un cambio en los supues-

tos sobre hábitos alimenticios en comunidades

esencialmente agrícolas. Esta nueva visión del

problema se plasmó en la obra Taíno. Arqueolo-

gía de Cuba, donde, aunque se sigue consideran-

do la yuca como principal cultígeno, se plantea la

importancia económica de otros cultivos como el

boniato y la malanga, argumentándose: Adverti-

mos sobre este hecho por la estrecha visión que

se ha tenido de una dependencia absoluta de la

yuca, la que sin duda tuvo como gran ventaja la

de industrializar su producto y conservar este por

largos períodos (Guarch et al, Ob.cit).

Investigaciones actuales (Sears y Sullivan´s,

citados por Keegan, 1989) sugieren que en el No-

reste de Las Bahamas las bajas temperaturas no

permitieron el cultivo de la yuca amarga por co-

munidades pertenecientes al mismo tronco lin-

güístico. Según Tabío (1995), el grupo de islas

que quedan más al Norte del archipiélago de Ba-

hamas (Gran Bahama, Gran Abaco, Nueva Provi-

dencia, y Andros) gozan de un clima subtropical

húmedo, con régimen de lluvias abundantes y

temperaturas frías en invierno. Es importante se-

ñalar que la planta de yuca está adaptada a regio-

nes donde predomina un clima intertropical, por

lo que no resiste temperaturas bajas, y además

requiere de altos niveles de humedad y de Sol, sin

excesos de lluvia, para lograr un crecimiento

efectivo.

Se debe precisar que estudios de almidón y fi-

tolitos realizados a instrumentos microlíticos,

exhumados en el sitio lucayo temprano Three

Dog, en San Salvador, Las Bahamas centrales,

denotan el empleo del maíz, Zea mays, ají, Capsi-

cum sp, y una posible célula secretora de yuca

hacia el 800 d. n. e. (Berman y Pearsall: 2008).

Con anterioridad ya se había reportado para el

mismo sitio la presencia de zamia, cuyos almido-

nes se aislaron en instrumentos microlíticos (Ob.

cit.). De forma general, los estudios paleobotáni-

cos realizados en diversas áreas y en períodos de

ocupación distintos en Las Antillas, han permiti-

do a los especialistas definir que existieron dife-

rencias adaptativas en los ambientes isleños (Pa-

gan, 2002).

En ocasiones la ausencia de burenes, o frag-

mentos de estos en el registro arqueológico, pu-

diera estar relacionada con grupos dedicados a

actividades especializadas como la pesca, caza y

colecta de especies, en determinados nichos

ecológicos (Alonso et al, 2009), para lo cual no

era estrictamente necesario el traslado de todo el

utillaje de labor (en este caso los burenes), que

permitiera la subsistencia durante pocos días en

los espacios seleccionados. Aquí debe considerar-

se toda la amplia gama de reajustes en estrategias

económicas que puede asumir una sociedad ante

la explotación de diferentes regiones geográficas

y relaciones sociales de producción establecidas

por las comunidades humanas.

Los criterios expuestos con anterioridad pue-

den ser contrastados con las crónicas, donde se

recogen notas sobre grupos aborígenes que reali-

zaban actividades económicas especializadas en

nuestro archipiélago. Miguel de Cúneo, acompa-

ñando a Colón en la exploración realizada en

1494 por la costa Suroriental de Cuba, relató:

Había en tierra, en este puerto, hombres indios que dormían sobre la arena, (…). Y como nosotros

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

67 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

bajáramos a tierra, encontramos de 15 a 20 cánta-

ras de pescados cocidos y de 50 a 60 serpientes

también cocidas, del tamaño de un chivito. Halla-mos también de 34 a 38 serpientes vivas, atadas

con sogas (…). Hablamos con ellos y les pregun-

tamos por qué razón cocían tantos pescados. Nos contestaron que así se podían conservar, y que de

otro modo no se podría, porque querían mandarlos

a sus caseríos, cinco, seis y diez leguas distantes.

(Cúneo, 1977: 43, 44)

Las “serpientes” referidas en el pasaje citado

eran iguanas, y la gran cantidad de estos saurios

atados y cocinados, al igual que los pescados, se

relacionan con prácticas especializadas de caza,

pesca, y conservación de alimentos para el poste-

rior traslado al núcleo poblacional de una aldea.

Otras importantes fuentes del período coinciden

con estas observaciones (Colón, 1958; Las Casas,

1971; Anglería, 1989; H. Colón, 2000). Estas

pruebas etnográficas, sustentadas en el registro

histórico, demuestran la validez de nuestra pers-

pectiva de análisis y permiten, en este caso, el

empleo de las crónicas con un debido cotejo de

las fuentes, aún con las limitaciones propias de

dichos apuntes.

A modo de resumen, debemos señalar que el

supuesto estudio crítico de las crónicas generales

de Indias, anunciado por Tabío y Rey en el prefa-

cio de la obra, no se corresponde con el uso que

se hizo de dichos textos. Las fuentes narrativas

primarias empleadas están en función de apoyar

exclusivamente el resultado de los trabajos ar-

queológicos. Esta situación conllevó a que se

utilizaran obras muy específicas, fundamental-

mente algunos textos de Las Casas, Anglería y

Colón, quedando fuera del análisis imprescindi-

bles apuntes para la reconstrucción etnohistórica

de las sociedades objeto de estudio. De haberse

realizado un exhaustivo análisis crítico de las

fuentes primarias, las conclusiones diferirían en

gran medida en diversos aspectos de la recons-

trucción histórico - social llevada a cabo, como

son: lengua, aspecto físico y nivel de desarrollo

alcanzado por las sociedades aborígenes en cues-

tión.

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 68

CONSIDERACIONES FINALES

nte todo, nos parece importante recalcar

la trascendental importancia que poseen

las crónicas de Indias para los estudios de

reconstrucción etnohistórica de las sociedades

aborígenes antillanas de finales del siglo XV, e

inicios del XVI d. n. e. Como ya se ha referido en

la introducción de este texto, debido a la ausencia

de escritura en estos pueblos de filiación aruaca,

las fuentes narrativas mencionadas constituyen

los primeros y únicos referentes escritos que

abordan aspectos medulares para el conocimiento

de la historia social y cultural de las comunidades

humanas que antecedieron a la colonización his-

pana en América. También nos informan sobre

los acontecimientos militares, políticos, sociales y

económicos vinculados a los momentos funda-

cionales de las colonias hispanas y el gobierno de

las mismas a partir de 1493.

Gracias a los datos etnográficos consignados

en dichos apuntes, se inauguraron los estudios de

estos grupos humanos, cuando aún la ciencia ar-

queológica daba sus primeros pasos en nuestro

país, a finales del siglo XIX e inicios del XX. Si

bien los cronistas de Indias no eran etnógrafos,

sus obras bien pueden considerarse como precur-

soras de la Etnografía americana. Debemos desta-

car, además, que el proceso de conquista y colo-

nización hispana en Las Antillas impactó negati-

vamente en las culturas que desde hacía cientos

de años e asentaban en el área, lo que conllevó a

la perdida de valiosos testimonios orales que tan-

to hubiesen podido contribuir en el conocimiento

íntegro de nuestro pasado histórico.

Durante el transcurso del trabajo hemos pre-

sentado las contradicciones existentes en la selec-

ción de fuentes narrativas primarias, y se han de-

finido las limitaciones que presentan las mismas

para la reconstrucción de las sociedades aboríge-

nes de Cuba, hasta culminar en la demostración

de cómo han influido los análisis no exhaustivos,

tomando como referente dos importantes obras

científicas.

Centrando el análisis en el tema de las diferen-

cias étnicas, y partiendo de dos aspectos concre-

tos de la realidad social objeto de estudio (lengua

y aspecto físico), podemos concluir que los datos

etnográficos suministrados por las fuentes anali-

zadas están permeados de profundas contradic-

ciones y en algunos casos ambigüedades. A pesar

de esta situación, y como ya se ha expresado, los

textos presentan una valiosa información, suscep-

tible de ser utilizada en los trabajos investigativos

de reconstrucción histórico - social, una vez que

sean exhaustivamente revisados. Estos apuntes

deben ser empleados con un criterio crítico y ex-

plicativo de las condicionantes y objetivos que

dieron como resultado tales testimonios.

Es importante resumir los aspectos que defini-

tivamente incidieron en las limitaciones del dato

etnográfico aportado por los cronistas de Indias:

Algunas crónicas citadas fueron escritas fuera del

ámbito antillano, otras fueron redactadas dentro

del área, pero fuera de nuestro archipiélago. Una

gran cantidad de datos fueron tomados de testi-

monios de segundas y terceras personas, sin haber

experimentado el cronista la realidad objeto de su

atención. Existe una exposición de datos falsea-

dos debido a diferentes propósitos individuales,

como son el afán de lucro, la defensa de derechos

indígenas, las actividades no compatibles con el

sistema de gobierno de la monarquía, la posición

política y religiosa del autor, y sus valores éticos

condicionados en gran medida por la época histó-

rica. Se aprecia un marcado desconocimiento de

la realidad antillana, en relación con la geografía,

flora, fauna, lenguas, organización social, etc.

Es necesario tener en cuenta además el nivel

de instrucción educacional de cada autor, y el

A

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

69 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

hecho de que estos trasladan sus concepciones

éticas, estéticas, religiosas y político – sociales a

los nuevos espacios colonizados, y son empleadas

posteriormente para evaluar la realidad america-

na. Se hicieron generalizaciones sobre fenómenos

sociales, redactadas de forma precipitada, a causa

de no comparar el fenómeno observado con otras

áreas y de la no realización de exploraciones ex-

haustivas, debido a diversos motivos. Recorde-

mos que los cronistas y exploradores no eran

etnógrafos, y que los procedimientos para alcan-

zar sus objetivos distaban mucho de las técnicas

científicas contemporáneas, aún cuando los cro-

nistas mayores sí sabían manipular objetivamente

las fuentes que empleaban.

A ello debemos de sumar la constatación de

costumbres y tradiciones realizada en diferentes

momentos del proceso de exploración, conquista

y colonización. Esto trae como consecuencia que

haya un desfasaje cronológico en la información

suministrada. Es importante tener en cuenta la

perdida de documentación original sobre el pro-

ceso de exploración, conquista y colonización. En

numerosas ocasiones los datos que poseemos son

fragmentos de transcripciones realizadas por se-

gundos autores o compiladores de fuentes narra-

tivas primarias. Para llevar a cabo esta labor se

tuvieron que traducir, en algunos casos, varios

documentos escritos en latín, e incluso en italia-

no, lo cual coadyuvó a la perdida de los verdade-

ros vocablos autóctonos, españolizándose los

nombres propios de caciques, deidades, regiones

geográficas, demarcaciones territoriales, anima-

les, plantas, etc.

A estos aspectos debemos agregar el caso pun-

tual de Bartolomé de Las Casas, quizás el más

citado de los cronistas debido a su gran experien-

cia en el área antillana y a su posición en relación

con los derechos indígenas, que terminó de redac-

tar su obra más importante muchos años después

de haberla comenzado, concluyéndola con una

avanzada edad. Esta situación, como es lógico

pensar, conspiró contra la memoria del fraile en

su empeño por exponer sus recuerdos del mundo

americano.

Con el segundo objetivo de esta investigación

hemos demostrado que las ambigüedades presen-

tes en una selección de datos etnográficos regis-

trados por los cronistas, no permiten que dichas

fuentes sean empleadas sin una obligada contras-

tación con el registro arqueológico, y un crítico

cotejo de las propias fuentes escritas. Los apuntes

relacionados con el procesamiento de determina-

dos alimentos, nos brindan una imagen incomple-

ta de los procesos económicos encaminados al

aprovechamiento de recursos subsistenciales de

trascendental significación para las comunidades

aborígenes del área antillana.

Este particular, susceptible de ser analizado

críticamente con el empleo riguroso de las fuentes

narrativas, en primer término, fue obviado en los

libros seleccionados para el análisis documental

enfocado a la reconstrucción etnohistórica. En

algunos casos, las referencias de los cronistas

fueron tomadas a pie juntillas; mientras que en

otros surgió un enfoque positivista que no consi-

deró una amplia gama de datos etnográficos di-

rectamente referidos a los procesos económicos

estudiados. De esta manera, se originaron supues-

tos estrechamente vinculados con modelos de

desarrollo económico que afectaron de forma

negativa diversos esquemas de periodización,

algunos aún vigentes.

Las consecuencias de enfoques normativistas

en estudios posteriores, como los tratados aquí,

restringieron el desarrollo económico y el amplio

uso de variados recursos subsistenciales por las

comunidades aborígenes al estricto uso del burén

para el procesamiento de la yuca amarga. De esta

manera, el burén y la consecuente introducción

del mencionado cultivo se convirtieron en carac-

terísticas cronodiagnósticas de sociedades con un

significativo desarrollo agrícola; consideración

que debe ser reevaluada a la luz de los resultados

expuestos en este trabajo.

Los recientes resultados de investigación lle-

vados a cabo en Cuba y otros países vecinos, re-

ferenciados aquí, demuestran que no fue la yuca

el principal cultígeno para un importante número

de comunidades aborígenes del área antillana.

Con anterioridad, ya Jaime Pagán (2005, 2009),

había alertado sobre esta inadecuada considera-

ción, para sitios arqueológicos con evidencias de

poblamientos “huecoides” y “saladoides”, en

Puerto Rico. Los estudios de laboratorio realiza-

dos en Cuba por Rodríguez y Pagán (2003), Jou-

ravleva (2003), y Rodríguez (2004), sugieren que

el burén fue un artefacto multipropósito sobre el

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 70

que se cocinó una variedad de preparaciones ali-

menticias poco conocidas por los arqueólogos, y

no referidas en las crónicas hispanas.

La presencia de gránulos de almidón de bonia-

to y maíz en los burenes estudiados sugiere que el

denominado “pan de maíz” y quizás tortas de

boniato fueran cocinadas en la superficie de di-

chos artefactos. Esto coincidiría con las observa-

ciones, ya referenciadas anteriormente, de los

cronistas hispanos Gonzalo Fernández de Oviedo

(1851) y Pedro Mártir de Anglería (1989).

Significativa importancia debieron tener am-

bos cultígenos para las comunidades aborígenes,

si tenemos en consideración que el boniato, rico

en vitamina A, es un alimento reconocido por su

alto valor nutricional, facilidad de cultivo y pro-

ductividad. Actualmente es una de las raíces más

empleadas en la lucha contra la desnutrición a

nivel mundial, por lo que se han establecido pro-

gramas de implantación en países de África, y

también en Perú. Lo mismo sucede con el maíz,

base subsistencial de diversos pueblos de Améri-

ca, el cual supera hoy en términos de producción

a cualquier otro cereal en el mundo, debido a su

alto valor nutritivo.

La contrastación rigurosa de las crónicas con

el registro arqueológico permitió ampliar la pers-

pectiva sobre el estudio de procesos económicos

encaminados a la obtención, procesamiento, dis-

tribución y consumo de diversos recursos subsis-

tenciales, que fueron de vital importancia para el

desarrollo de los antiguos pobladores antillanos.

Esta situación refleja que otras raíces comestibles

tuvieron tanta o más significación en las prefe-

rencias dietarias que la yuca amarga, cuyo proce-

so de elaboración para la obtención del pan de

casabe fue detallado por los cronistas hispanos.

La consolidación de los conocidos criterios

sobre la preponderancia de la yuca como prefe-

rencia dietaria y el estricto uso del burén para la

cocción del pan de casabe en sociedades de ex-

tracción aruaca, se la debemos en gran medida a

los arqueólogos e historiadores contemporáneos,

que han generado el establecimiento de un cúmu-

lo de generalizaciones de gran arraigo en nuestra

comunidad científica.

Cuba antes de Colón y Prehistoria de Cuba

constituyen ejemplos palpables de intentos de

reconstrucción histórico - social, cuyos autores no

emprendieron un riguroso análisis de las fuentes

narrativas primarias. Como esperamos haber de-

mostrado en el capítulo anterior, esta realidad ha

afectado las concepciones que sobre las socieda-

des aborígenes de Cuba se tienen en la actualidad.

A pesar de que novedosas propuestas de periodi-

zación surgieron con posterioridad a las primeras

ediciones de ambas obras, centrándose en el aná-

lisis de aspectos económicos y abandonando la

nomenclatura de tipo cultural, la gran mayoría de

los historiadores y arqueólogos continúan soste-

niendo las nociones que sobre los diversos “gru-

pos culturales”, clasificados para Cuba, desarro-

llaron Harrington, Rouse, Tabío y Rey, entre

otros prestigiosos autores.

El título dado a la segunda obra en cuestión,

Prehistoria de Cuba, nos trasmite el anquilosado

concepto de que la llegada de los europeos a

América, a finales del siglo XV d. n. e, trajo apa-

rejada la historia para las poblaciones ágrafas que

habitaban el hemisferio occidental. Es la llegada

de Colón, según este enfoque eurocentrista, el

hecho trascendental que marca las transformacio-

nes a nivel social, económico e intelectual en los

primitivos pobladores antillanos. El aconteci-

miento marca una era, un antes y un después;

resultando los acontecimientos sociales ocurridos

antes del arribo hispano “prehistoria”, e inicián-

dose la historia con la colonización y el registro

documental del europeo portador de la escritura.

Si bien esta situación obedeció a una perspectiva

emanada de la antropología tradicional, no guarda

relación con la posición teórica asumida por los

autores en el texto.

Paradójicamente, en la reconstrucción et-

nohistórica realizada por los autores se señalan

amplias transformaciones económico – sociales

en el seno de las comunidades aborígenes estu-

diadas, mucho antes del arribo de los europeos al

denominado “Nuevo Mundo”. En resumen, se

reconoce que estas sociedades habían transitado

por un largo proceso histórico.

Los resultados de esta investigación no preten-

den ser conclusivos, sino abrir nuevas perspecti-

vas de interpretación sustentadas en un exhausti-

vo análisis de las fuentes narrativas primarias.

Esperamos que este trabajo pueda ser empleado

como herramienta referencial en los estudios de

reconstrucción etnohistórica, con el ánimo de que

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

71 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

sea superado en futuras investigaciones. Sirva

entonces este empeño en proporcionar una nueva

aproximación al conocimiento de las formaciones

sociales primigenias de Cuba.

Teniendo en consideración los aportes teóricos

de esta monografía, sería importante precisar al-

gunas recomendaciones que nos parecen medula-

res para desarrollar con éxito futuros estudios de

reconstrucción etnohistórica:

1. Las investigaciones sobre nuestras comunida-

des aborígenes deben superar la tendencia

tradicional a asumir los datos históricos y ar-

queológicos de forma arbitraria, y emplear

ambos registros de manera equilibrada siem-

pre que sea posible. Como acertadamente han

reconocido algunos autores foráneos (Wilson

y Rogers, 1993; Curet 2006), ambas fuentes

de datos deben ser líneas de evidencias inde-

pendientes cada una de la otra, y cada una de-

be ser evaluada críticamente para determinar

si son apropiadas para el problema de investi-

gación tratado, antes de ser contrastadas.

2. Las fuentes narrativas deben ser empleadas

con un criterio crítico y explicativo de las

condicionantes y objetivos que dieron como

resultado tales testimonios.

3. El análisis crítico de las fuentes narrativas

debe estar condicionado por el empleo del

mayor número de referencias documentales

que existan sobre las variables objeto de estu-

dio.

4. La información suministrada por los cronistas

no debe ser considerada como un cuerpo de

conocimientos inamovibles, sino como un re-

gistro de hechos sociales con diversas diná-

micas y matices, según hayan sido las expe-

riencias de los colonizadores hispanos y los

períodos cronológicos en que se asentaron las

referencias etnobotánicas. Los estudios ar-

queométricos apenas han comenzado a com-

plementar aspectos de las grandes incógnitas

dejadas por la crónica hispana de la conquista

y colonización en América. En tal sentido, es

importante sugerir que los estudios que pre-

tendan abordar la cultura botánica de cual-

quier sociedad deben integrar los estudios es-

pecializados existentes para una cabal com-

prensión de las dinámicas socioculturales y su

relación con el medio ambiente en que se de-

sarrollaron.

En el caso cubano, debemos enfocarnos en el

estudio exhaustivo de colecciones de un amplio

instrumental de piedra en volumen, donde no ha

aparecido el burén, entendido como indicador

indirecto del cultivo de la yuca amarga. Esto pu-

diera ampliar significativamente los conocimien-

tos sobre las dinámicas de poblamiento de nuestro

archipiélago, así como el nivel de desarrollo al-

canzado por las fuerzas productivas en determi-

nados períodos de tiempo. Sitios arqueológicos,

no conceptualizados como pertenecientes a patro-

nes agroceramistas, como Mejías, Arrollo del

Palo (Holguín), Birama (Sancti Spiritus), etc.,

exhiben evidencias materiales, líticas y cerámi-

cas, que sugieren un amplio uso de recursos vege-

tales.

5. Es sumamente importante que otros estudio-

sos del pasado aborigen profundicen en la in-

vestigación que hemos presentado, ya que le-

jos de ser un tema agotado, es una primera

aproximación a la solución de diversos pro-

blemas vinculados al manejo de las fuentes

narrativas primarias. Esta propuesta abre una

perspectiva indagatoria que desborda las no-

ciones relativas a la identificación étnica,

quedando fuera un extenso universo de estu-

dio (flora, fauna, prácticas funerarias, distri-

bución poblacional, etc.). El acercamiento de

los arqueólogos en este sentido sería medular,

si tenemos en consideración que algunos da-

tos etnohistóricos son susceptibles de ser con-

trastados con el registro arqueológico.

6. Las consideraciones sobre el manejo de las

fuentes narrativas primarias expuestas en este

trabajo deben ser introducidas en el sistema

nacional de enseñanza, lo cual redundaría en

beneficio de un más completo conocimiento

de nuestras sociedades aborígenes en el

ámbito docente.

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 72

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Page 81: Número monográfico 4, marzo de 2015cubaarqueologica.org/document/nm4_2015.pdfA la memoria de la Dra. Ana Julia García Dali El peso muerto de generaciones desaparecidas de histo-riadores,

ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 80

ANEXO

ALGUNOS INSTRUMENTOS EMPLEADOS EN EL

PROCESO DE PREPARACIÓN Y CONSUMO DE ALIMENTOS POR

COMUNIDADES ABORÍGENES EN CUBA

FIG. 1. Burén decorado con dibujo localizado en Mesa Abajo, Baracoa, provincia de Guantánamo. Co-

lección: Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

81 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

FIG. 2. Burén localizado en la Hacienda Imias, provincia de Camagüey. Colección: Sala José M.

Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.

FIG. 3. Vasijas de barro cocido procedentes de diversas regiones de nuestro archipiélago. Colección:

Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 82

FIG. 4. “Manos molederas” recuperadas en sitios arqueológicos del oriente de nuestro archipiélago.

Colección: Almacén de evidencias del Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.

FIG. 5. Majadores de roca compacta de diversos sitios arqueológicos aborígenes. Colección: Sala José

M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

83 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015

FIG. 6. Morteros y manos líticas empleados por los aborígenes para la trituración, maceración, y ablan-

damiento de recursos comestibles de origen vegetal y animal, así como para pulverizar minerales tintó-

reos. Colección: Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.

FIG. 7. “Martillos” de conchas obtenidos por los aborígenes del labio de diversas especies de gasteró-

podos. Fondo: Archivo de expedientes de sitios arqueológicos del Instituto Cubano de Antropología.

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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA

Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 84

FIG. 8 (IZQUIERDA). Raspador obtenido en concha de pelecípodo. Fondo: Archivo de expedientes de

sitios arqueológicos del Instituto Cubano de Antropología. FIG. 9 (DERECHA). “Picos de mano” obteni-

dos de diversas conchas marinas. Fondo: Archivo de expedientes de sitios arqueológicos del Instituto

Cubano de Antropología.

FIG. 10. Bandeja de madera localizada en el sitio arqueológico Los Buchillones, Chambas, costa Norte

de Ciego de Ávila. Foto del autor.

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LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA

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FIG. 11. Rayador o guayo de madera procedente de una cueva en las montañas de Baracoa, (Harrington,

1935). Mide 25 cm de ancho y fue confeccionado en madera de cedro. Presenta esquirlas de roca serpen-

tina Colección: Museo Antropológico Luis Montané de la Universidad de La Habana. Foto del autor.

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NORMAS EDITORIALES

La presente publicación digital tiene como objetivo la divul- Los artículos deben estar organizados como sigue:

gación del desarrollo de la ciencia arqueológica en Cuba y el Título

Caribe, con una sección dedicada a América Latina que publica- Autores

rá un artículo por número. La misma tiene una periodicidad Resumen (en español e inglés)

bianual y publica trabajos originales de arqueología en general y Palabras clave (en español e inglés)

patrimonio que traten el tema en la región. Serán aceptados Texto (introducción, desarrollo, conclusiones)

artículos de la región circuncaribeña que traten la temática abori- Agradecimientos

gen en relación con el área antillana y de toda América Latina Notas

referente a la arqueología histórica y el patrimonio. Bibliografía

Los textos serán sometidos a revisión por pares en la modali- Las imágenes, tablas, etcétera, deben enviarse en archivos

dad de doble ciego, por lo que se garantiza el anonimato de separados .JPG, numeradas (Figura 1; Tabla 1). Los pies expli-

ambas partes (autores y evaluadores). El Comité Editorial elige a cativos irán al final del artículo correspondiente. La revista se

los evaluadores pertinentes, reservándose la revista el derecho de reserva el derecho de ajustar la cantidad de figuras de acuerdo

admisión. Los originales serán enviados únicamente en formato con las posibilidades de edición.

digital al correo electrónico de la revista con copia al Coordi- Las referencias bibliográficas en el texto se expondrán de la

nador. Una vez recibidos el artículo, el autor recibirá un acuse de siguiente manera: un autor Domínguez (1984:35) o (Domínguez

recibo y será informado del resultado de la evaluación que 1984:35); dos autores: Arrazcaeta y Quevedo (2007:198) o

dictaminará si el artículo es 1) Publicable sin modificaciones, 2) (Arrazcaeta y Quevedo 2007:198); tres o más autores: Calvera et

Publicable con modificaciones, o 3) No publicable. En el segun- al. (2007:90) o (Calvera et al. 2007:90). Cuando las citas no son

do caso le serán remitidas las modificaciones recomendadas y en textuales, no es necesario incluir el número de página. En la bi-

el tercer caso, la justificación de la decisión. bliografía no se omite ninguno de los autores. Cuando son dos o

Para el mejor procesamiento de la información, se solicita a más citas dentro del mismo paréntesis se organizan cronológi-

los autores ajustarse a las normas establecidas a continuación. camente y se separan con punto y coma.

La revista recibe textos en español e inglés (en el último caso Las notas se insertarán manualmente con números consecu-

se publican en español). La extensión máxima es de veinte (20) tivos en superíndice y el texto correspondiente estará ubicado

cuartillas para los artículos y cuatro (4) para las reseñas de libros bajo el subtítulo Notas antes de la Bibliografía. No utilizar el

y las noticias. Excepcionalmente, la revista podrá admitir artícu- comando “Insertar nota” de Windows.

los más extensos si hay razones que lo justifiquen. Se presen- La bibliografía debe estar organizada alfabética y cronoló-

tarán con los siguientes ajustes: formato Word; hoja tipo -A4; gicamente.

interlineado 1,5; fuente Times New Roman 12; texto justificado Libros:

y un espacio antes y después de los subtítulos. Guarch, J. M. (1978), El taíno de Cuba. Ensayo de reconstrucción

Se requieren los siguientes datos de los autores: nombre/s y etnohistórica. Instituto de Ciencias Sociales, La Habana.

apellido/s, grado, institución, país y correo electrónico. Capítulo de libro:

Los artículos deben estar precedidos de un resumen de no Domínguez, L. (2005), “Historical archaeology in Cuba”, L.

más de 150 palabras. El título (Mayúsculas/minúsculas) debe Antonio Curet, Shannon Lee Dawdy y Gabino La Rosa

estar centrado, los subtítulos en negrita y subtítulos secundarios Corzo (eds.), Dialogues in Cuban Archaeology. University

en cursiva. of Alabama Press, Tuscaloosa.

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Revista: Facultad de Biología, Universidad de La Habana, La

La Rosa, G. (2007), “Arqueología del cimarronaje. Útiles para la Habana.

resistencia”. Gabinete de Arqueología, Boletín núm. 6, Año

6: 4-16. OHCH, Ciudad de La Habana. Los textos deben remitirse a:

Tesis: Cuba Arqueológica

Rangel, R. (2002), Aproximación a la Antropología: de los [email protected]

precursores al museo Antropológico Montané, tesis doctoral, [email protected]

EDITORIAL RULES

The present digital publication has as its objective the twenty (20) typewritten pages for articles and four (4) for book

dissemination of the development of archaeological science in reviews and news items. Exceptionally, the magazine may admit

Cuba and the Caribbean, with a section dedicated to Latin longer articles if there are reasons to justify it. Articles shall be

America where one article shall be published in each issue. The submitted adjusted as follows: Word format; sheet type -A4; 1.5

same has a biannual frequency and publishes original works of spaces between lines; font Times New Roman 12; justified text

archaeology and heritage in general dealing with the topic in the and one space before and after the subtitles.

region. Articles on the Circum-Caribbean region that deal with The following data are requested from the authors: first and

aboriginal topics with relation of the Antillean area and of all last names, degree, institution, country and e-mail address.

Latin America referring to historical archaeology and heritage Articles must be preceded by an abstract of no more than 150

will be accepted. words. The title (capital/small letters) must be centered, the

Texts shall be submitted for review by peers in the double- subtitles in boldface, and secondary subtitles in italic.

blind modality, whereby its anonymity for both parties (authors Articles must be organized as follows:

and reviewers) is guaranteed. The Editorial Committee chooses Title

the pertinent reviewers, the magazine reserving the right of Authors

admission. The originals shall be sent solely in digital format to Abstract (in Spanish and English)

the magazine's electronic mail address, with a copy to the Key words (in Spanish and English)

Coordinator. Once the article is received, the author shall receive Text (introduction, body, conclusions)

a confirmation of receipt and will be informed of the result of the Acknowledgments

evaluation which shall determine if the article is 1) Publishable Notes

without changes, 2) Publishable with changes, or 3) Not Bibliography

publishable. In the second case, the recommended changes shall The pictures, tables, etc., must be sent in separate .JPG

be sent to the author, and in the third case, the justification of the numbered files (Figura 1; Table 1). Footnotes shall go at the end

decision not to publish. of the articles. The magazine reserves the right to adjust the

For better processing of information, we request that authors amount of figures in accordance with editorial needs.

adjust to the editorial rules established below. Bibliographic references in the text shall be set forth as

This magazine receives texts in Spanish and English (in the follows: an author Domínguez (1984:35) or (Domínguez

latter case, publication is in Spanish). The maximum length is 1984:35); two authors: Arrazcaeta y Quevedo (2007:198) or

NORMAS EDITORIALES

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EDITORIAL RULES

(Arrazcaeta y Quevedo 2007:198); three or more authors: Corzo (eds.), Dialogues in Cuban Archaeology. University

Calvera et al. (2007:90) or (Calvera et al. 2007:90). When the of Alabama Press, Tuscaloosa.

citations are not textual, it is not necessary to include the page

number. None of the authors is omitted in the bibliography. Magazine:

When two or more citations are within the same parentheses, La Rosa, G. (2007), “Arqueología del cimarronaje. Útiles para la

they are to be organized chronologically and separated by a resistencia”. Gabinete de Arqueología, Boletín núm. 6, Año

semicolon. 6: 4-16. OHCH, Ciudad de La Habana.

The notes shall be inserted manually with consecutive num-

bers at the end and in the text itself shall be located under the Thesis:

subtitle Notes, before the Bibliography. Do not utilize the Rangel, R. (2002), Aproximación a la Antropología: de los

Windows “Insert Notes” command. precursores al museo Antropológico Montané, tesis doctoral,

The bibliography must be organized in alphabetical and Facultad de Biología, Universidad de La Habana, La

chronological order. Habana.

Books: Send texts to:

Guarch, J. M. (1978), El taíno de Cuba. Ensayo de reconstruc- Cuba Arqueológica

ción etnohistórica. Instituto de Ciencias Sociales, La Habana. [email protected]

[email protected]

Book chapter:

Domínguez, L. (2005), “Historical archaeology in Cuba”, L.

Antonio Curet, Shannon Lee Dawdy y Gabino La Rosa

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