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ISSN: 1852-0723
Número monográfico 4, marzo de 2015
Cuba ArqueológicaRevista digital de Arqueología de Cuba y el Caribe
CoordinadorOdlanyer Hernández de LaraCuba Arqueológica
Corrección de textosMSc. Natalia Calvo TorelLic. Alina Iglesias Regueyra
Comité EditorialDra. Silvia T. Hernández GodoyGrupo de Investigación y Desarrollo de la Dirección Provincial de Cultura de Matanzas
Dr. Daniel Torres EtayoInstituto Superior de Arte, La Habana
Msc. Iosvany Hernández MoraOficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey
MSc. Jorge F. Garcell DomínguezDepartamento de Patrimonio, Centro Provincial de Cultura, Mayabeque
Consejo AsesorDr. Roberto Rodríguez SuárezMuseo Antropológico Montané, Universidad de La Habana
Dr. Carlos Arredondo AntúnezMuseo Antropológico Montané, Universidad de La Habana
Dr. Jaime Pagán JiménezEK, Consultores en Arqueología, Puerto Rico
MSc. Divaldo Gutiérrez CalvacheGrupo Cubano de Investigadores del Arte Rupestre
MSc. Alfredo Rankin Santander
Dr. Jorge Ulloa HungMuseo del Hombre Dominicano
© Cuba Arqueológica, 2015www.cubaarqueologica.org
DiseñoOdlanyer Hernández de Lara
TraducciónLic. Boris E. Rodríguez Tápanes
ColaboradoresLic. Boris E. Rodríguez TápanesLic. Santiago F. Silva García
ContactoVirrey Liniers 340. 3ro. L. CP. 1174. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.Calle 135 No. 29808 e/ 298 y 300. Pueblo Nuevo, Matanzas, [email protected]
PortadaBurén decorado con dibujo localizado en Mesa Abajo, Baracoa, provincia de Guantá-namo. Colección: Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.
-----------------------------------Los artículos publicados expresan únicamen-te la opinión de sus autores.
----------------------------------Revista indexada en:
DOAJ, Dialnet, e-Revistas, EBSCOROAD, OALib, Holli/Harvard Library
REBIUN, Smithsonian Libraries----------------------------------
Cuba Arqueológica. Revista digital de Arqueología de Cuba y el Caribe es una publicación de frecuencia bianual, surgida en el año 2008. Su objetivo primordial es la divulgación científica de la arqueología, la antropología y el patrimonio.
Número monográfico 4, marzo de 2015
Editorial
ISSN: 1852-0723
04
132
Las crónicas generales de Indias en la Arqueología de Cuba. Límites y perspectivas en lareconstrucción etnohistórica de las sociedades aborígenes
27
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58
12
49
Ulises M. González Herrera
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
Algunos antecedentes de significativa importancia sobre el tema objeto de estudio
CAPÍTULO I. LAS FUENTES DOCUMENTALES PRIMARIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA ABORIGEN EN EL CARIBE
Principales fuentes documentales del período
Colecciones documentales
Breve caracterización crítica de los autores y sus obras
CAPÍTULO II. LAS CONTRADICCIONES EN LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS
Lengua (s)
Cristóbal Colón
Miguel de Cúneo
Ramón Pané
Pedro Mártir de Anglería
Gonzalo Fernández de Oviedo
Bartolomé de Las Casas
Francisco López de Gómara
Aspecto Físico
Cristóbal Colón
Miguel de Cúneo
Diego Álvarez Chanca
Pedro Mártir de Anglería
Gonzalo Fernández de Oviedo
Bartolomé de Las Casas
Diego Velázquez de Cuellar
Francisco López de Gómara
CAPÍTULO III. LAS CRÓNICAS Y EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO. EL EMPLEO DEL BURÉN COMO ARTEFACTO MULTIPROPÓSITO EN LA PREPARACIÓN Y CONSUMO DE ALIMENTOS
El registro documental y arqueológico
Restos de alimentos hallados en los análisis de laboratorio
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NORMAS editoriales 86
Otro posible uso del burén
CAPÍTULO IV. EL ESTUDIO DE LAS FUENTES PRIMARIAS Y SU REPERCUSIÓN EN LOS INTENTOS DE RECONSTRUCCIÓN ETNOHISTÓRICA EN LAS SOCIEDADES ABORÍGENES DE CUBA
Las fuentes secundarias
Cuba antes de Colón
Harrington y el cotejo de las crónicas generales de Indias
La “cultura” ciboney-guanahatabey
La “cultura taína” de Cuba
Actividades económicas en la reconstrucción etnohistórica de Harrington
Prehistoria de Cuba. El cotejo de las fuentes primarias
El ciboney
Lengua (s)
Los subtaínos y taínos
Aspecto físico
La (s) lengua (s)
Actividades económicas en la reconstrucción etnohistórica de Tabío y Rey
CONSIDERACIONES FINALES
FUENTES EMPLEADAS
Fuentes bibliográficas
Fuentes publicísticas
Fuentes documentales
Fuentes digitales y Web
Fuentes de consulta
ANEXO
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Editorial
n los últimos años, la arqueología cubana parece transitar
hacia una nueva etapa. Son varios los investigadores que se Ehan propuesto romper la barrera normativa que, queramos
o no, nos ha marcado profundamente. Por diversas razones, ese nor-
mativismo característico de la escuela histórico-cultural se ha repro-
ducido, casi siempre inconscientemente, en la producción científica
cubana y también en la práctica arqueológica en general, aún cuando
hemos pretendido ser marxistas. Pero lo rescatable, precisamente, es
la intensión, a veces explícita, de cambiar las cosas que se han man-
tenido casi estáticas durante tantos años.
En ese sentido, se ha ido desarrollando, aunque aún en ciernes,
una perspectiva crítica que promete mucho a futuro, si se mantiene.
Esta perspectiva ha comenzado a cuestionar hipótesis que han sido
aceptadas durante mucho tiempo, en parte, producto del principio de
autoridad que se ha cumplido a rajatabla en la isla.
En este caso, la cuarta entrega de los números monográficos de
Cuba Arqueológica presenta uno de estos textos críticos, de la auto-
ría del Dr. Ulises M. González Herrera. Esta obra constituyó su tesis
para optar por el grado de Doctor en Ciencias Históricas en la Uni-
versidad de La Habana, defendida en junio de 2012. El análisis del
uso de las crónicas de Indias en las “reconstrucciones históricas” lle-
va a su autor a recapitular sobre determinadas fuentes documentales,
vistas desde dos variables fundamentales: el lenguaje y el aspecto
físico. Su contribución, no sólo recae en la perspectiva crítica en sí
misma, sino en la relectura de las fuentes, el análisis del contexto de
producción y de sus autores, pero sobre todo, en el correlato
arqueológico.
Lo que más rescato, además de sus aportes científicos, es precisamente el cuestionamiento constante,
elemento básico de la ciencia. La reproducción inconsciente de conceptos o la aplicación casi ingenua de
interpretaciones ajenas han inundado la arqueología cubana. Es hora ya de quitar el velo, de construir cono-
cimiento con bases epistemológicas que nos permitan acercamientos a nuestro pasado conscientemente
posicionados. Esta obra es un paso en un camino largo y Cuba Arqueológica se complace en invitarlos a
transitar.
Odlanyer HERNÁNDEZ DE LARA
Coordinador
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
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A la memoria de la Dra. Ana Julia García Dali
El peso muerto de generaciones desaparecidas de histo-
riadores, amanuenses y cronistas, ha determinado sin
posibilidad de apelación, nuestra idea del pasado.
H. Carr (1969)
AGRADECIMIENTOS
eseo expresar profundo agradecimiento a
mi tutor Dr. Roberto Rodríguez Suárez
por su asesoría y apoyo brindado al abrir
amablemente las puertas del laboratorio de ar-
queometría en la Facultad de Biología de la Uni-
versidad de La Habana para encaminar mis estu-
dios. Mi más sentida gratitud para la desaparecida
historiadora, Dra. Ana Julia García Dali, profeso-
ra consultante. Por su constante estimulo a la la-
bor desempeñada, asesoría y valoraciones críticas
de la labor realizada; en fin, por el respeto y dedi-
cación con que siempre acogió este esfuerzo.
Especial gratitud debo al profesor Dr. Oscar
Loyola Vega por el tiempo dedicado a la cuida-
dosa revisión del texto, valoraciones críticas y
sugerencias, que han contribuido decisivamente
al resultado que ahora presentamos.
A los profesores, Doctores Niurka Núñez Gon-
zález, Armando Rangel Rivero, Avelino Coucei-
ro, Arturo Sorhegui de Mares y Sergio Valdés
Bernal por sus importantes consejos y valoracio-
nes críticas. Al MSc. Daniel Torres Etayo, por
dedicar desde el comienzo de la investigación una
estimable parte de su tiempo a revisar mis notas y
realizar valoraciones que contribuyeron de forma
decisiva al desarrollo de la investigación. Por
ofrecer su gabinete como escuela y poner a mi
disposición una amplia bibliografía que sustentó
una estimable parte de este trabajo.
A los investigadores, Dr. Enrique Alonso†, Dr.
Roberto Valcárcel Rojas y Técnico Esperanza
Blanco Castillo, por la generosa contribución bi-
bliográfica y los necesarios intercambios acadé-
micos.
A la Dirección del Instituto Cubano de Antro-
pología por la confianza depositada en este em-
peño.
A la Dirección del Museo Antropológico Luis
Montané Dardé de la Universidad de La Habana
por permitirme acceder a los fondos museográfi-
cos.
A la Lic. Catherine Álvarez García por su
constante estímulo, amor, paciencia y compren-
sión a cada instante, así como por su generosa
contribución en el procesamiento digital de las
fotografías que acompañan este texto. También a
su padre, diseñador Téc. Roberto Álvarez Guerra
por el imprescindible apoyo material y técnico,
que facilitó mi concentración en la labor desem-
peñada.
Al compañero de campo, arqueólogo Odlanyer
Hernández de Lara, por brindar amablemente un
espacio en la importante revista Cuba Arqueoló-
gica para que este volumen sea divulgado oportu-
namente en sus páginas.
D
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 6
INTRODUCCIÓN
l estudio de las sociedades antiguas en el
área antillana cuenta con diversas fuentes
escritas por los colonizadores, explorado-
res y cronistas europeos, al menos en lo que res-
pecta al periodo de desarrollo socioeconómico
por el que transitaban las comunidades humanas
que habitaban el Caribe hacia finales del siglo
XV e inicios del XVI d. n. e. En el caso de Cuba,
la información etnográfica que podemos extraer
de dichos documentos resulta muy escasa desde
el punto de vista cuantitativo y cualitativo.
Las comunidades aborígenes que poblaban
nuestro archipiélago en el momento del contacto
con los europeos eran ágrafas, y su cosmogonía,
teogonía, concepciones éticas y estéticas, eran
trasmitidas por procesos de endoculturación a
través de tradiciones orales donde la música, ri-
tos, ceremonias, mitos y leyendas constituían el
principal y único vehículo para el conocimiento
de acontecimientos históricos sobre el pasado de
aquellos pueblos. La desestructuración económi-
co-social de sus modos de vida, ante el impacto
de la brutal política del coloniaje hispano, se su-
cedió de forma acelerada por lo que solo llegaron
de forma escrita aquellos aspectos de interés para
la corona española o para algunos viajeros, se-
dientos de imágenes exóticas y enrolados en las
primeras expediciones de exploración hacia Las
Antillas. Es por ello que una estimable parte de la
información que se conoce sobre estas sociedades
se localice en las crónicas generales de Indias
Occidentales, compuestas por libros de historia,
memoriales, ordenanzas reales, cartas y relacio-
nes enviadas a los reyes de la Península Ibérica.
La base de la colonización hispana en el Cari-
be se asentó durante el primer periodo en la veci-
na isla de La Española, lo cual conllevó a que
todas las flotas recalaran en sus puertos, incluso
aquellas que se dirigieron posteriormente al reco-
nocimiento de Tierra Firme. La ubicación geográ-
fica, la fertilidad de sus suelos, el clima propicio
para el cultivo y crianza de animales introducidos
por los europeos, la configuración de sus costas,
la localización de minas de oro y la alta densidad
poblacional aborigen que habitaba la isla en com-
paración con los archipiélagos vecinos, constitu-
yeron factores que decidieron desde el segundo
viaje de exploración realizado por Cristóbal Co-
lón (1493), que se erigieran en ella parte de las
instituciones político-jurídicas coloniales en los
nuevos espacios conquistados. Esto trajo apare-
jado que los primeros contactos, a gran escala,
con las etnias autóctonas se realizaran en esta isla.
La Española no fue solo el primer campo ex-
perimental del coloniaje hispano en el Caribe,
sino también el escenario antillano más descrito
por los cronistas: costumbres, tradiciones, len-
guas, creencias supranaturales, características fí-
sicas, organización social y modos de vida, son
aspectos abordados por algunos de los que pisa-
ron esta tierra, de un modo descriptivo e insupe-
rable, en comparación con lo dejado por escrito
para las otras islas del mediterráneo americano.
Todo lo antes expuesto ha conllevado a que se
realicen estudios de etnología comparada, entre
las sociedades que poblaban Haití y Cuba; recu-
rriendo a la información que sobre la primera isla
dejaron algunos cronistas. Los datos aportados
por las fuentes históricas y las investigaciones
arqueológicas, sin embargo, sugieren que no to-
dos los datos consignados para el vecino territorio
son adjudicables a nuestra pasada realidad so-
cioeconómica, por lo que se puede asegurar que
la información ha resultado ser extrapolada de
manera inadecuada en muchos casos de recons-
trucción etnohistórica.
E
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
7 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
Las crónicas de Indias han sido ampliamente
empleadas por estudiosos de heterogénea forma-
ción profesional, interesados en nuestro pasado
histórico desde el siglo XVIII hasta la actualidad.
La condición de ágrafos de los antiguos poblado-
res del área y la inauguración del registro históri-
co documental en el siglo XV por los colonizado-
res europeos, supuso la veracidad confiable del
dato histórico y su primacía sobre cualquier otra
fuente susceptible de ser utilizada con fines de
reconstruir la vida aborigen en el archipiélago.
Los referidos documentos contienen importan-
tes reseñas etnográficas sobre los aborígenes anti-
llanos, sin embargo, una significativa cantidad de
estos registros suelen ser contradictorios e impre-
cisos, lo cual se traduce en una información poco
confiable para llevar a cabo estudios de recons-
trucción etnohistórica. Tradicionalmente estas
investigaciones han tenido una marcada tendencia
a emplear los datos etnográficos1 de forma arbi-
traria, sin incluir una crítica y exhaustiva compa-
ración de fuentes, aún cuando esta es una premisa
insoslayable de la disciplina histórica.
Si dirigimos la mirada hacia la producción
científica relativa al tema de discusión, podemos
asegurar que los conocimientos que subyacen
actualmente sobre las sociedades aborígenes anti-
llanas han sido determinados, en gran medida, por
una visión eurocentrista fragmentada y generada
durante el proceso de conquista y colonización.
Es importante destacar que las concepciones refe-
ridas han estado en consonancia con el devenir
histórico de la Arqueología en nuestro país, cien-
cia que ha permitido descubrir y ampliar procesos
no identificados por los cronistas, sobre todo en
las etapas más tempranas del poblamiento antiguo
1 Información recopilada en función de describir diferentes
aspectos del ámbito sociocultural en una población deter-
minada. Entiéndase por datos que contienen referencias
sobre costumbres, tradiciones, ecología, música, danzas,
lenguas, religión, etc. Es necesario señalar que los datos
etnográficos localizados en las crónicas generales de Indias no fueron escritos por verdaderos etnógrafos, ya que estas
descripciones se realizaban con otras intenciones, muy
alejadas del concepto de ciencia actual. No obstante, los
apuntes legados por los cronistas del “Nuevo Mundo” con-
tienen una enorme cantidad de datos descriptivos acerca de
las etnias aborígenes con las cuales entraron en contacto. Es
por ello que muchos de estos autores pueden ser considera-
dos como precursores de la Etnografía en América.
en el área. Esta realidad tiene profundas implica-
ciones en la perspectiva investigativa que se abre
ante disciplinas científicas como son Antropolo-
gía, Arqueología e Historia, y entraña serios pro-
blemas para los investigadores ocupados en estu-
dios de reconstrucción etnohistórica.
Debido a la importancia que reviste para nues-
tra historia antigua el estudio integral del dato
etnográfico consignado en las fuentes narrativas
primarias, nos proponemos con este trabajo reali-
zar un análisis a profundidad de una selección de
tópicos tratados en las crónicas generales de In-
dias, exponiendo los aspectos que resulten con-
tradictorios y ambiguos, y que pueden afectar la
posterior interpretación que se realice sobre los
mismos. Es por ello que constituye nuestro obje-
tivo primordial analizar las limitaciones en las
crónicas de Indias para la reconstrucción de las
sociedades aborígenes que habitaban Cuba, entre
el siglo XV y XVI d. n. e
La investigación permite una mejor aproxima-
ción al conocimiento de nuestras antiguas forma-
ciones sociales, en tanto define cuales son las
contradicciones presentes en las crónicas y expli-
ca el origen de estas, así como la influencia ejer-
cida en la historiografía dedicada a las etapas
históricas más tempranas correspondientes a Cu-
ba. En la práctica permite que las futuras investi-
gaciones vinculadas con los procesos sociales
aborígenes, no partan exclusivamente del dato
etnográfico localizado en la crónica para realizar
sus aproximaciones, debido a diversos y comple-
jos problemas que presentaron los enfoques inter-
pretativos de los cronistas en el momento de es-
cribir sus obras. Esto conllevará a diseñar investi-
gaciones apoyadas por procedimientos que brin-
den mayor confiabilidad a los resultados científi-
cos propuestos.
Se estudia una selección de 16 textos referidos
al proceso de exploración y colonización del área
antillana, compuestos por obras históricas, memo-
riales, cartas de relación y diarios de navegación.
Se contrasta el registro histórico con el arqueoló-
gico, atendiendo a la información disponible so-
bre el empleo de diversos artefactos en la prepa-
ración y consumo de alimentos. En tal sentido, se
exponen los resultados alcanzados a partir de es-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 8
tudios de Arqueometría2 efectuados en tres sitios
arqueológicos de la región oriental de nuestro
territorio. También se consultan más de setenta
trabajos de reconstrucción etnohistórica que em-
plean las fuentes narrativas primarias, entre los
cuales se seleccionan dos de las más relevantes
obras para nuestra historiografía, con el objetivo
de someterlas a un análisis crítico.
Algunos antecedentes de significativa impor-
tancia sobre el tema objeto de estudio
Es importante destacar que en nuestro país no
se ha realizado hasta la fecha ningún estudio, a
gran escala, que aborde íntegramente la pro-
blemática relacionada con las crónicas generales
de Indias3. Es la primera vez, en nuestra historio-
grafía, que se realiza un riguroso contraste entre
el registro histórico y el arqueológico, teniendo
un enfoque multidisciplinario. No obstante, diver-
sos estudiosos de nuestro pasado histórico, han
reconocido acertadamente el reto que significa el
estudio de las crónicas generales de Indias, así
como la importancia y limitaciones que exponen
estas fuentes. Estos antecedentes se localizan en
capítulos o acápites específicos de determinadas
obras, sin que este haya sido el tema central abor-
dado, distinguiéndose entre ellas por la profundi-
dad del tratamiento de la problemática4. También
debemos destacar los esfuerzos de autores extran-
jeros que han servido de referente para nuestro
trabajo. A continuación relacionamos las publica-
2 Aplicación de procedimientos y técnicas derivadas de
diversas ciencias exactas, con el fin de esclarecer eventos
del pasado, al estudiar el vínculo entre características de la
materia objeto de análisis y la actividad del hombre (Torres
Montes, 1981). Este conjunto de procedimientos físico –
químicos permite acceder a información no visible en el
registro macroscópico de evidencias arqueológicas. 3 Desde el 2001 se encuentra aprobado por la Comisión
Nacional de Grado Científico el proyecto de tesis para optar
por el grado académico de Dr. en Ciencias Históricas, Las
crónicas de Indias en la reconstrucción de la Historia abo-
rigen de Cuba, del aspirante MSc. José Jiménez Santander;
investigación aún no discutida hasta el término de redac-
ción de esta obra. 4 En menor medida, la problemática ha sido advertida por
diversos autores cubanos (Raggi, 1942; Torre, 1895; Gue-
rra, 1973; Rey, 1981; Núñez, 1989; Pichardo 1990; Tabío,
1995; y Moreira, 1999).
ciones que, desde el punto de vista metodológico
y de contenido, hemos considerado más significa-
tivas para la presente investigación.
Obra de significativa importancia para nuestro
trabajo, aunque enfocada estrictamente en el re-
gistro documental vinculado a la fauna america-
na, es La Zoología de Colón y de los primeros
exploradores de América (1888), de Juan Ignacio
de Armas. El autor examina cuidadosamente las
fuentes narrativas empleadas, y con sólidos ar-
gumentos alerta sobre las contradicciones e im-
precisiones constatadas en su exhaustiva selec-
ción de crónicas. El volumen constituye una guía
imprescindible para todo especialista dedicado al
estudio del dato de primera mano sobre la fauna
antillana y continental. Resultado de un cuidado-
so análisis, el autor cuestiona y enriquece los su-
puestos científicos aceptados por la comunidad de
naturalistas del momento histórico, sustentados
en el empleo de las fuentes primarias. Importan-
tes resultan las valoraciones sobre las condicio-
nantes históricas que afectaron las observaciones,
y posteriores descripciones de los cronistas de
Indias.
En 1925, el Ingeniero J. A. Cosculluela pre-
sentó magistralmente su discurso de ingreso a la
entonces Academia de la Historia de Cuba, titula-
do Nuestro pasado ciboney. El trabajo contiene
significativas observaciones sobre la importancia
de estudiar crítica y exhaustivamente las crónicas
generales de Indias, debido a diversas imprecisio-
nes registradas en los documentos en cuestión
(Cosculluela, citado por Ortiz, 1935: 243). En
nuestra opinión, el texto señala de manera general
los problemas que ha traído para la historia anti-
gua del país la interpretación de las crónicas sin
un debido estudio, y caracteriza acertadamente la
calidad de los datos etnográficos consignados por
los cronistas, por lo que puede ser considerado
como un referente de obligada consulta en la in-
vestigación que ahora desarrollamos.
De gran significación por el aporte metodoló-
gico resultó la labor desempeñada por el investi-
gador cubano José M. Chacón y Calvo en las
obras Cedulario Cubano y El documento y la
reconstrucción histórica (1929), donde se expo-
nen prólogos que contienen medulares valoracio-
nes sobre el contenido de las fuentes narrativas,
argumentando el necesario contraste entre los
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
9 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
documentos objeto de análisis, en aras de arribar
a resultados satisfactorios en la reconstrucción
histórica. Ambos resultados presentan bosquejos
de las condicionantes económicas, políticas y
sociales, que predeterminaron las pautas jurídicas
de las ordenanzas y cédulas reales enviadas al
“Nuevo Mundo”.
En 1983 aparece publicado en nuestro país el
ensayo Discurso Narrativo de la Conquista de
América: Mitificación y Emergencia, de la inves-
tigadora española Beatriz Pastor Boomer; de ca-
pital importancia metodológica para la actual
investigación. En la obra se realiza un pormeno-
rizado análisis de las crónicas hispanas con un
enfoque literario que pasa por indagar en el tras-
fondo económico, social, político y religioso, que
subyace en la narrativa de diversos cronistas; tal
es el caso de los textos colombinos, las cartas de
relación de Hernán Cortes, o los escuetos apuntes
de viajeros como Chanca y Cúneo, entre otros.
Haciendo énfasis en la ficcionalización, mitifica-
ción e instrumentación de la realidad americana,
según los textos referidos, nos entrega la autora
una visión divergente de la historia colonial tem-
prana en el “Nuevo Mundo”.
En 1984 se publica el trabajo investigativo In-
troducción a la protohistoria de Cuba, de la ar-
queóloga cubana María Nelsa Trincado. El pro-
pósito fundamental de este breve estudio es anali-
zar críticamente los datos consignados en las
crónicas de Indias. Sin embargo, el análisis reali-
zado a las fuentes seleccionadas no toma en cuen-
ta algunos aspectos medulares, como la realidad
de la fauna de nuestros ecosistemas y el nivel de
desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas
en determinadas comunidades agrícolas. Además,
la investigación no lleva a cabo un necesario con-
traste del dato etnográfico consignado por los
cronistas y no asume la evidencia arqueológica, la
cual hubiese permitido una mejor aproximación a
los procesos sociales estudiados. A pesar de lo
planteado, el trabajo señala la importancia de
algunas fuentes medulares para los estudios que
nos competen y constituye un referente a tener en
consideración.
De vital importancia para la presente investi-
gación por su aporte metodológico es la obra:
Primer inventario del invasor (1984), de la histo-
riadora nicaragüense Ileana Rodríguez. Aunque
su libro está centrado fundamentalmente en un
estudio crítico de las crónicas de Indias, corres-
pondientes a Nicaragua, la autora realiza un estu-
dio de la problemática general en su introducción.
El texto, además de aportar gran cantidad de in-
formación, expone un dominio excelente del tópi-
co en cuestión y una adecuada utilización de las
fuentes primarias en función de contrastar los
datos etnográficos registrados por los cronistas de
Indias. La obra en general constituye un obligado
referente para los estudios de reconstrucción so-
cial de las sociedades aborígenes de América.
Estrechamente vinculado con los estudios de
reconstrucción etnohistórica de nuestras comuni-
dades aborígenes disponemos del artículo Crea-
ting the Guanahatabey (Ciboney): The modern
genesis of a extinct culture (1989), del arqueólo-
go norteamericano Wiliam F. Keegan. Aquí se
toma como unidad de estudio la denominada
“cultura ciboney”, y parte de una comparación
rigurosa entre las diferentes fuentes que aborda-
ron la existencia, en los momentos del contacto
indoeuropeo, del supuesto modelo de subsistencia
apropiador de algunos grupos aborígenes en nues-
tro archipiélago y la parte noroccidental de Haití.
A manera de introducción para la crónica Re-
lación acerca de las antigüedades de los indios,
del misionero Fray Ramón Pané, el lingüista cu-
bano José Juan Arrom (1990) nos legó un análisis
crítico de los apuntes recogidos por el fraile en
Haití. Este centra el debate en torno a la fecha de
arribo del Jerónimo a Las Antillas, la lengua abo-
rigen conocida por el sacerdote y los obstáculos
que enfrentó para recopilar los datos que expone
en su relación; además de señalar acertadamente
las limitaciones que expone la fuente.
En 1993 se publica la interesante obra La mi-
rada perdida. Etnohistoria y Antropología ameri-
cana del siglo XVI, del investigador venezolano
Miguel Ángel Perera. El ensayo persigue como
objetivo fundamental analizar las implicaciones
étnicas, éticas y nacionales del cruel proceso de
conquista y colonización europea en América. El
análisis referido cuenta con el empleo de las prin-
cipales fuentes narrativas utilizadas en este traba-
jo, y toca de cerca las condicionantes culturales,
filosóficas, económicas y políticas que afectaron
la historia de América, hecha por los “descubri-
dores” del “Nuevo Mundo”, así como las limita-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 10
ciones de diversos datos contenidos en los textos
valorados.
Otro trabajo que incluye una aproximación a la
problemática planteada, lo encontramos en el
prólogo de Brevísima Relación de la Destruición
de las Indias (1999), de la historiadora española
Consuelo Varela. En él, la autora realiza un exce-
lente análisis comparativo de las fuentes lascasia-
nas, para introducir al lector en la obra del cléri-
go. En La caída de Cristóbal Colón. El Juicio de
Bobadilla (Varela y Aguirre, 2006), se continúa
esta línea de contrastación de fuentes narrativas
primarias para acercarnos a los pormenores de la
temprana gobernación de la familia Colón en La
Española, por lo que el texto, además de brindar-
nos novedosos datos, nos entrega mayor número
de evidencias sobre los problemas que entraña el
manejo de las fuentes narrativas en cuestión.
Debemos destacar también el meritorio trabajo
desempeñado por los investigadores cubanos Mi-
guel A. Esquivel y Cosme Casals, con relación al
extracto del primer diario de a bordo de Cristóbal
Colón, investigación publicada bajo el título De-
rrotero de Cristóbal Colón por la costa de Hol-
guín. 1492 (2006). La labor expone agudas re-
flexiones sobre las limitaciones constatadas en el
documento objeto de estudio.
Entre los artículos de autores extranjeros con-
sultados y de significativo aporte metodológico se
debe destacar también Las crónicas en la Arqueo-
logía de Puerto Rico y el Caribe (2006), del ar-
queólogo puertorriqueño Antonio Curet. En este
trabajo el autor centra la discusión en el inade-
cuado uso de las crónicas para los estudios de
reconstrucción social en la historia antigua del
Caribe, y hace énfasis en la imperiosa necesidad
de contrastar las fuentes primarias con los estu-
dios arqueológicos.
No debemos dejar de señalar el acercamiento
al tópico en la obra Tainos: Mitos y realidades de
un pueblo sin rostro, del arqueólogo cubano Da-
niel Torres Etayo (2007). Sin llegar a constituir la
tesis fundamental del texto, el autor realiza un
análisis riguroso de las fuentes primarias utiliza-
das para esclarecer el origen del término taíno,
vocablo devenido contemporáneamente en sinó-
nimo de grupo étnico para los aborígenes antilla-
nos de organización tribal.
Como una aproximación primaria a esta temá-
tica hemos preparado varios artículos científicos,
entre los cuales citamos los más significativos
atendiendo al nivel de introducción de resultados
parciales en nuestro ámbito académico. Los traba-
jos llevan los siguientes títulos: Ciboneyes, Gua-
nahatabeyes y cronistas. Discusión en torno a
problemas de reconstrucción etnohistórica en
Cuba (2008); Cultura e identidad en la sociedad
tribal prehispánica de Cuba. El problema de los
estudios de reconstrucción etnohistórica. (2009);
Mark R. Harrington y el problema de las fuentes
primarias en los estudios de reconstrucción et-
nohistórica en Cuba (2010); Las comunidades
aborígenes de Cuba, apuntes para el estudio de
los recursos subsistenciales, formas de prepara-
ción y consumo de alimentos (2011); Los prime-
ros reportes faunísticos en el registro histórico de
Las Antillas (2011)5; y Una mirada al uso de las
crónicas de Indias en la historiografía nacional
de Cuba (2012).
Como antecedente inmediato de esta investi-
gación se debe destacar el trabajo desarrollado en
la Tesis de Maestría que hemos defendido en ju-
nio de 2009 titulada, El dato etnográfico en las
crónicas generales de Indias; sus limitaciones en
la reconstrucción etnohistórica de las sociedades
aborígenes de Cuba. Dicho esfuerzo, debido a lo
limitado del contenido por cuestiones metodoló-
gicas, no pudo comprender el proyectado contras-
te entre textos históricos y elementos del registro
arqueológico, que validaran con más argumentos
nuestra hipótesis inicial. El desarrollo de esta
nueva etapa de labor permitió incluir, además, el
contraste con fuentes narrativas no tenidas en
consideración anteriormente. El texto que ahora
presentamos es esencialmente el preparado como
cuerpo de tesis doctoral por el autor de estas lí-
neas, defendido en la Facultad de Filosofía e His-
toria de la Universidad de La Habana para optar
por el Grado Académico de Doctor en Ciencias
Históricas en junio del 2012.
5 Los dos primeros ensayos citados tributan como capítulos
introductorios a dos resultados de proyectos de investiga-
ción del Instituto Cubano de Antropología: Cultura mate-
rial popular tradicional. Una mirada antropológica a las
comidas y bebidas (Dpto. de Etnología), y Zooarqueología
aborigen de Cuba. Principales exponentes. Revitalización
del laboratorio de Zooarqueología (Dpto. de Arqueología).
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
11 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
I
LAS FUENTES DOCUMENTALES
PRIMARIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA
ABORIGEN EN EL CARIBE
n la actualidad disponemos de varias fuen-
tes documentales primarias para el estudio
de las sociedades aborígenes que habitaban
Las Antillas en las postrimerías del siglo XV e
inicios del XVI d. n. e. Estos documentos están
constituidos por cartas de relación, memoriales,
ordenanzas reales, crónicas y diarios de navega-
ción, que se comenzaron a redactar desde el primer
viaje de exploración realizado por Cristóbal Colón
(1492), siendo su diario6 el primer testimonio es-
crito que contiene datos etnográficos sobre las
6 No existen los diarios originales de navegación de Colón,
pero sí un sumario realizado por Las Casas del primero de
ellos, que aparece en su obra Historia de las Indias. La in-
formación de este primer viaje exploratorio, así como de los
restantes tres que realizara el Almirante a tierras americanas,
se complementa con la obra de Hernando Colón Historia del Almirante (original también desaparecido), escrita entre 1537
y 1539, y las epístolas que enviara el explorador a diferentes
figuras de la época, y que se conservan en la actualidad.
Evidentemente, Las Casas tuvo a su disposición el original
del diario de a bordo de Colón sobre el primer viaje, y pudo
extraer las notas que conforman su sumario, cuando este fue
entregado a los Reyes Católicos, en 1493, por el propio Al-
mirante. Existe constancia de un extracto realizado con letra
de Las Casas, que aún se conservaba a fines del siglo XVIII
en el archivo del Duque del Infantado. De dicho documento
hizo copia fiel Martín Fernández de Navarrete en 1791, la
cual fue publicada definitivamente en 1858, en su obra Co-lección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar
los españoles desde fines del siglo XV (Pichardo, 1971). El
fraile tuvo acceso, además, a otros documentos relativos a las
primeras exploraciones, y al parecer también pudo consultar
el original de la Historia del Almirante, escrita por Hernan-
do. Es importante agregar que Las Casas conoció personal-
mente a Colón, de quién pudo obtener una valiosa informa-
ción sobre el orbe antillano.
poblaciones antiguas del mediterráneo americano.
Es adecuado señalar que la mayoría de los docu-
mentos mencionados con anterioridad abundan en
los acontecimientos vinculados con el desarrollo
socioeconómico del coloniaje hispano y los modos
de vida de las poblaciones autóctonas en regiones
continentales. La información referida al arco anti-
llano es más limitada y fragmentada.
Las crónicas de Indias han sido objeto de in-
terés para profesionales e interesados en general
en los acontecimientos vinculados con la explora-
ción, conquista y colonización de América a lo
largo de la historia. Es por ello que algunos de
estos testimonios se han editado varias veces en
diversas lenguas, muchas veces acompañados de
prólogos críticos, biografías y notas adjuntas.
Estas ediciones se pueden agrupar en colecciones
documentales generales y algunos libros de histo-
ria (obras monumentales escritas por cronistas
oficiales de la corona hispana o por figuras estre-
chamente vinculadas a la conquista).
Otros documentos referidos al periodo y al área
de interés se mantienen inéditos y están integrados
por resoluciones del Consejo de Indias, notas e
informes de ministros, indicaciones marginales en
los despachos, comunicaciones de particulares,
entre otros (Hill, 1941). Esta valiosa, aunque dis-
persa información, se localiza fundamentalmente
en España y se mantiene bajo la custodia del Ar-
chivo General de Indias en Sevilla (antigua Casa
de Contratación), y el Archivo Histórico Nacional
de Madrid. Otros documentos de extraordinaria
importancia se conservan en la Antigua Mansión
de los Almirantes de Castilla, y en el Castillo de
E
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 12
Simancas (Chacón y Calvo, 1929). En Cuba es
muy escasa la información disponible para estudiar
el periodo. Esta se localiza en el Archivo Nacional
de la República, así como en los archivos del anti-
guo Palacio de Gobernación. Tal escasez de do-
cumentos en nuestro país, se debe a varios factores
analizados muy acertadamente por Roscoe R. Hill
de la siguiente manera: El clima, el comején, la
polilla, y los descuidos han causado muchas
pérdidas de documentos cubanos, y además a fines
del siglo XIX el gobierno español trasladó a Sevi-
lla y Madrid importantes cantidades de documen-
tos (1941: 20).
A lo antes señalado, debemos agregar el hecho
de que en nuestro país son muy escasas las publi-
caciones que se han realizado sobre las crónicas de
Indias, a pesar de revestir gran importancia para el
conocimiento de la historia nacional. Solo escasos
y muy limitados pasajes de las capitales obras de
Oviedo y Las Casas han sido publicados en nues-
tra nación, por lo que los textos monumentales del
siglo XVI han quedado marginados de manera
significativa. A pesar de ello, disponen nuestras
bibliotecas de algunas publicaciones realizadas en
México y España. En Cuba solo disponemos de
algunas ediciones aisladas, donde se ha destacado
el empeño de autores como: Armas (1888), La
Torre (1958), Hortensia Pichardo (1971), José J.
Arrom (1990), Jorge Ibarra (1977), Almodóvar
(1984), Fernando Portuondo (1977), Esquivel y
Casals (2006), Cairo y Gutiérrez (2007); entre
otros.
Contamos para el presente estudio con las
obras de diversos cronistas, y con varias colec-
ciones documentales que recogen testimonios de
Cristóbal Colón, Diego Velázquez, Miguel de
Cúneo y Diego Álvarez Chanca, entre otros. To-
dos los autores mencionados escribieron sus tes-
timonios entre los siglos XV y XVI d. n. e., por lo
que sus descripciones constituyen fuentes de obli-
gada referencia para conocer la etnografía y el
impacto de la colonización europea en la desigual
estructura socioeconómica de las civilizaciones
americanas que ocupan la presente investigación.
Principales fuentes documentales del periodo
Es difícil definir cuáles son las fuentes funda-
mentales del periodo, ya que todos los testimo-
nios consultados poseen datos de extraordinaria
importancia para los estudios que nos ocupan. No
obstante, existen ciertas diferencias cualitativas y
cuantitativas en los textos, que nos permiten sepa-
rarlos en dos grandes grupos, destacándose aque-
llos que constituyen verdaderas obras monumen-
tales. Estos libros fueron escritos por figuras con
un alto nivel de instrucción educacional, vincula-
das estrechamente a la corona hispana y dedica-
das, entre otras cosas, a historiar los aconteci-
mientos acaecidos en los territorios recién descu-
biertos por los europeos. A continuación se rela-
cionan los que hemos considerado fundamentales:
Brevísima Relación de la Destrucción de las In-
dias, Apologética Historia Sumaria e Historia de
las Indias (Bartolomé de las Casas); Sumario de
la Natural Historia de Indias e Historia General
y Natural de las Indias, Islas y Tierra – Firme del
Mar Océano (Gonzalo Fernández de Oviedo);
Décadas del Nuevo Mundo (Pedro Mártir de An-
glería); Historia del Almirante (Hernando Colón);
e Historia General de las Indias (López de
Gómara).
Es importante señalar que de la obra Historia
del Almirante solo empleamos los apuntes con-
signados por el fraile Ramón Pané, que forman
parte del capítulo LXII del texto, ya que conside-
ramos que la información registrada en relación a
las esferas de la realidad social objeto de la pre-
sente investigación, no aporta datos novedosos si
tomamos en consideración los escritos contenidos
en Historia de las Indias, de Las Casas, que evi-
dentemente tuvo a su disposición una estimable
parte de los documentos colombinos.
Colecciones documentales
No menos importante dentro del repertorio pa-
ra el estudio de la historia colonial temprana de
Cuba son las colecciones documentales. Estos
esfuerzos compilatorios, realizados en diferentes
épocas, reúnen un gran cúmulo de documentos
escritos entre los siglos XV y XVI, los cuales
brindan datos de interés para esta investigación.
Si bien se utilizarán en la investigación parte
de las compilaciones realizadas por el marino e
historiador hispano Martín Fernández de Navarre-
te (1765 – 1848), no incluimos una crítica de su
libro Viajes de Cristóbal Colón, ni emitimos jui-
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
13 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
cios sobre este autor en este capítulo, ya que lo
consideramos solo en calidad de compilador; aun-
que reconocemos el valor de su trabajo y hace-
mos uso del mismo, en el caso de la relaciones y
memoriales relacionados con el área antillana.
De gran importancia para los estudios de re-
construcción etnohistórica es la voluminosa Co-
lección de documentos inéditos relativos al des-
cubrimiento, conquista y organización de las an-
tiguas posesiones españolas de ultramar. Esta
compilación fue dirigida por D. J. Torres de Men-
doza, con la colaboración en sus inicios de D.
Francisco de Cárdenas y D. Joaquín F. Pacheco,
entre otros juristas. Es esta una de las más exten-
sas compilaciones existentes sobre documentos
legislativos del coloniaje hispano (instrucciones y
cédulas reales). Desde su publicación, en la se-
gunda mitad del siglo XIX, es una de las fuentes
más empleadas para el abordaje de la historia
colonial temprana en América, y brinda importan-
tes datos sobre el área antillana; fundamentalmen-
te en los tomos I, IV y VI. En este mismo caso se
encuentran el magnífico Cedulario Cubano (Los
orígenes de la colonización. T. I.) de José M.
Chacón y Calvo, publicado en 1929, así como la
colección de 125 documentos preparada en el
siglo XVIII por el historiador hispano Juan Bau-
tista Muñoz, a petición de la Secretaría de Indias
y de la Academia de la Historia. Este compendio7
se conoce por el mismo nombre de su autor.
Aunque consultada, no tomamos en considera-
ción en el presente estudio la obra del Cronista
Mayor de la Corona Hispana, Antonio de Herrera,
que lleva por título Historia General de los
Hechos de Los Castellanos en las Islas y Tierra
Firme, debido a que la información que expone
en el libro I y II de su Década Primera, en rela-
ción con el área antillana, es muy escueta y ago-
tada en la obra de los cronistas que lo precedie-
ron. Luego de enunciar los títulos que constituyen
las fuentes principales del período, y las más uti-
lizadas en los estudios de reconstrucción etnohis-
tórica, sería necesario conocer críticamente cada
una de ellas, así como las características particu-
lares de sus autores.
7 La colección se mantiene inédita hasta la fecha. Se le
puede consultar en el Archivo de Indias en Sevilla, España.
Por último, debemos señalar que, a pesar de no
haber sido consultada, conocemos por Carlos M.
Trelles (citado por Chacón y Calvo, 1929), de la
existencia de una importante compilación de do-
cumentos históricos relativos al coloniaje hispano
en Cuba, titulada, Documentos históricos cubanos
de 1592 a 1829, reunidos por Domingo del Monte
en Madrid, 1849.
Breve caracterización crítica de los autores y sus
obras
Los cronistas de Indias Occidentales vivieron
entre finales del siglo XV y comienzos del siglo
XVI d. n. e., una época caracterizada por amplias
transformaciones políticas, económicas, sociales
y culturales en la Península Ibérica. (Vives,
1971). Es necesario destacar que no es tarea fácil
enjuiciar la figura de cualquiera de los autores
estudiados. El papel que cada uno de ellos jugó
en el proceso de conquista y colonización, así
como sus concepciones morales son partes inse-
parables de la época en que se desarrollaron sus
vidas.
A fines del siglo XV los hispanos traen a las
tierras de América sus tecnologías, concepciones
estéticas, éticas y religiosas, su cosmogonía, sus
contradicciones políticas y sus anhelos en las rea-
lizaciones económicas, lo cual se traduce en un
gran obstáculo para implementar sistemas de con-
trol, explotación sistemática y gobiernos estables
en los nuevos espacios encontrados; pero sobre
todas las cosas, en entender un mundo de vasta
complejidad. Todo lo que ven al otro lado del
Atlántico les resulta extraño, ajeno, salvaje y pri-
mitivo; este universo “nuevo” estaba plagado de
“rarezas”, aun para la mirada de los europeos más
ilustrados.
Los cronistas fueron esencialmente figuras en-
cargadas por la Corona hispana para registrar los
acontecimientos vinculados con la exploración,
conquista y colonización de las tierras de Améri-
ca, así como del desarrollo histórico de los virrei-
natos. Estos autores se pueden dividir según las
obras que legaron para la posteridad, en cronistas
menores y mayores. Al primero de estos grupos
pertenece una pléyade de figuras, que sin ser con-
siderados cronistas oficiales de la corona hispana,
legaron una valiosa información para el conoci-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 14
miento de las sociedades aborígenes americanas.
Se destacan en este grupo: Cristóbal Colón, Fray
Ramón Pané, Miguel de Cúneo, Diego Álvarez
Chanca, Guillermo Coma, Alvar Núñez Cabeza
de Vaca, Bernal Díaz del Castillo, entre otros.
El segundo de los grupos está conformado por
autores que estaban vinculados a la corte de los
reyes católicos; algunos de ellos fueron conside-
rados como cronistas oficiales de la misma. Des-
cuellan en este Pedro Mártir de Anglería, Gonza-
lo Fernández de Oviedo, Francisco López de
Gómara y Antonio de Herrera. Debemos señalar
el caso excepcional de Fray Bartolomé de Las
Casas, que aunque podemos incluirlo definitiva-
mente en este grupo, no estaba vinculado direc-
tamente a la corte, pero sí desarrolló una extensa
obra que se halla a la altura de los escritos lega-
dos por el resto de los cronistas oficiales. Su acti-
vidad y experiencia, en carácter de encomendero,
misionero y defensor de los derechos indígenas
en la corte, lo sitúan en un lugar cimero dentro
del conjunto.
Cristóbal Colón (¿1435? – 1506): El marino ge-
novés llega a Las Antillas en 1492 y realizó cuatro
viajes de exploración en total, para tocar tierras
continentales en el segundo de estos (1494). Des-
conocemos el nivel de instrucción educacional del
explorador. Si bien no era propiamente un escritor
y los originales de sus diarios de navegación no
han llegado a nuestros días, podemos afirmar que
era un individuo particularmente observador. Su
experiencia en el universo americano es de vital
importancia para los estudios de reconstrucción
histórico-social en comunidades aborígenes anti-
llanas. Afortunadamente, podemos hoy contar con
un extracto hecho por Las Casas de su primer dia-
rio de navegación, así como de las versiones que
entrega el clérigo en su Historia de las Indias, con
relación a los restantes tres viajes de exploración
que realizara el Almirante en tierras americanas;
sumado a algunas epístolas que enviara Colón a
diferentes figuras de la época.
Las anotaciones que han llegado a nuestros
días exponen un estilo directo y ameno, que des-
cribe numerosos ámbitos del nuevo universo en-
contrado: ruta de exploración y “descubrimiento”,
naturaleza de los nuevos espacios geográficos,
actividades económicas de las comunidades
autóctonas, diferencias étnicas, distribución po-
blacional, costumbres, características físicas, etc.
Sin lugar a dudas, lo que más interesa al Almiran-
te es crear expectativas (falsas) sobre la presencia
de oro en las tierras visitadas, es por ello que la
palabra oro se repite una y otra vez en sus notas;
de igual manera realiza una exagerada edulcora-
ción de la belleza de los nichos ecológicos avista-
dos, y de la bondad de los pacíficos habitantes.
La fuente es de obligada consulta, siempre y
cuando se tenga en cuenta que presenta numero-
sas contradicciones y una manipulación evidente
de la información expuesta, en función de acapa-
rar la atención de la corona española con relación
a las potencialidades de todo tipo, que podría
ofrecer el “Nuevo Mundo” para el desarrollo eco-
nómico de la Península.
Ramón Pané: Fraile catalán de la Orden de San
Jerónimo, arribó a Las Antillas en 1493 con Cris-
tóbal Colón, formando parte de la primera misión
evangelizadora al “Nuevo Mundo”. Desconoce-
mos su nivel de instrucción educacional y por
testimonio de Las Casas sabemos que no hablaba
fluidamente el castellano. Testificó contra Colón
en la pesquisa realizada por Francisco de Bobadi-
lla en 1500, al destituir este al Almirante. El tes-
timonio del ermitaño, ante las autoridades colo-
niales, contradice en diversos aspectos la relación
que poco antes de esta fecha debió de entregar al
Virrey y Gobernador en La Española, sobre las
creencias y prácticas religiosas de los aborígenes
(Varela, 2006: 103). Sus apuntes pueden ser con-
siderados como unos de los más tempranos escri-
tos en América, ya que se enmarcan en las pos-
trimerías del siglo XV. Murió en La Española,
aunque desconocemos la fecha de su fallecimien-
to.
Relación acerca de las antigüedades de los in-
dios: Es una compilación de relatos, donde se
recogen de manera limitada y desordenada algu-
nos aspectos vinculados con los ritos, ceremonias
y creencias de un pequeño sector de la población
aborigen en Haití. Es una de las fuentes más con-
tradictorias de que se dispone para estudiar el
periodo, ya que por propio testimonio del clérigo
conocemos de las grandes limitaciones que tuvo
para llevar a cabo la labor de recoger parte de la
cosmogonía y teogonía de los aborígenes del no-
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
15 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
reste de la vecina isla. Pané solo conocía parcial-
mente la lengua hablada por los aborígenes de la
pequeña “provincia” de Macoríx de Abajo y ha-
bía tenido que trasladarse hacia otro territorio,
sirviéndose de un traductor nativo, para realizar
sus pesquisas en tierras del cacique Guarionex,
donde la lengua parecía ser la más utilizada en la
isla, pero totalmente desconocida por el ermitaño
(Las Casas: 1958).
Además de la limitación que representó la ba-
rrera idiomática, debemos señalar que el texto no
es claro en su exposición y no contempla un orden
lógico, para ello utiliza un estilo monótono y am-
biguo. Sus escuetos apuntes solo se refieren a una
región de la actual República Dominicana, que-
dando fuera cualquier referencia a la isla de Cuba.
Desafortunadamente no se conoce el manus-
crito original del clérigo, ni tampoco el de la His-
toria del Almirante don Cristóbal Colón, escrito
por su hijo Fernando, donde se incluye íntegro el
relato de Pané. Esto es una limitación que posee
la fuente, ya que lo que conocemos de ella pro-
viene de segundas y terceras lecturas. Después de
la muerte del hijo mayor del Almirante (1539),
solamente conocieron el manuscrito: Las Casas,
Anglería y Ulloa, este último dejaría para la pos-
teridad una traducción al italiano, cuyas deficien-
cias son bien caracterizadas por el lingüista Jose
J. Arrom, en un estudio crítico que realizara de la
labor del extremeño:
Si la traducción de Ulloa hubiese sido modelo de
pulcritud tal vez se habrían evitado muchas de las dificultades que oscurecen la Relación. Pero no
fue este el caso. Ulloa no logró siquiera terminar
debidamente la traducción. Lo que dejó fue el in-completo borrador que manos amigas publicaron
después de su muerte, (…). (Arrom, 1990: 14,15).
Mas adelante vuelve sobre las limitaciones del tra-bajo: Ulloa creó una nueva fuente de errores al
italianizar muchos de los términos que allí apare-
cen (Ob.cit: 15).
Es pues la Relación de Pané un texto que de-
bemos de estudiar con sumo cuidado, especial-
mente cuando algunos autores han intentado
homologar los relatos del ermitaño, en el plano de
la superestructura, con sociedades aborígenes del
resto de las vecinas islas antillanas. El descono-
cimiento del idioma, la falta de fluidez y orden
lógico en la exposición, la carencia de explica-
ciones en relatos eminentemente descriptivos, lo
limitado del campo de acción en la pesquisa efec-
tuada, y la pérdida del manuscrito original, hacen
que el texto deba de ser considerado con especia-
les reservas para los estudios de reconstrucción
que nos competen.
Pedro Mártir de Anglería (1456-1526): Historia-
dor italiano, había estudiado medicina y sirvió
desde 1488 en la corte de los Reyes Católicos,
ordenándose sacerdote en 1492 y convirtiéndose
en capellán de la reina desde 1501. En 1518 Car-
los I le incorporó a los asuntos indianos y le
nombró Consejero de Indias, para dos años más
tarde expedirle el título y cargo de Cronista de
Castilla. Su obra no es muy extensa, solo nos in-
teresa al presente la que lleva por título Décadas
del Nuevo Mundo, escrita entre 1494 y 1526. Está
estructurada por ocho series agrupadas en déca-
das y divididas a su vez en diez libros cada una.
La primera década apareció en Sevilla, en 1511,
por lo que el texto antecede al Sumario de Oviedo
y se cuenta como la primera crónica general de
las Indias Occidentales.
La obra completa se publicó en 1550, en Ma-
drid. Aunque Anglería no viajó al “Nuevo Mun-
do”, su calidad de miembro de la corte de los Re-
yes Católicos le permitió conocer las opiniones y
narraciones de los primeros exploradores, inclu-
yendo las del propio Cristóbal Colón, Américo
Vespucio, Fernando de Magallanes, e incluso las
de algunos conquistadores, como fue el caso de
Hernán Cortés. El texto recoge los acontecimien-
tos relacionados con las tierras americanas descu-
biertas, desde el primer viaje de Colón en 1492
hasta 1526.
Sin lugar a dudas, el hecho de no haber pisado
jamás el hemisferio occidental afectó negativa-
mente la obra del cronista, que aunque utilizó
considerables fuentes documentales para su ver-
sión, comete omisiones y realiza generalizaciones
que constituyen serios obstáculos para el conoci-
miento del mundo americano, particularmente de
las comunidades aborígenes antillanas. El trabajo
adolece de ser muy descriptivo, de no citar las
fuentes de las que se nutre, y de presentar nume-
rosas contradicciones, aunque está escrito con un
estilo ameno y claro.
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 16
La labor de Anglería fue duramente criticada
por Las Casas en su Historia (1995: 522. T. II),
donde lo acusó de falsear la información, o en
todo caso de hacer un incorrecto uso de las fuen-
tes utilizadas, al referirse el primero a incursiones
de caníbales en Haití. En cuanto a su posición
política con relación a los métodos de coloniza-
ción, es neutral, pues solo se remite a narrar suce-
sos y enfoques de algunas figuras en torno a la
legitimidad de someter a los aborígenes al servi-
cio perpetuo de la corona española.
Solo en ocasiones denuncia los abusos cometi-
dos por los españoles, y en otras se muestra vaci-
lante ante las discusiones de la época en torno al
destino de la población aborigen. En resumen, la
obra de Anglería debe de ser consultada con es-
peciales reservas, debido a los argumentos ex-
puestos con anterioridad; sus limitaciones se ha-
cen más evidentes cuando contrastamos sus tex-
tos con los de Oviedo y Las Casas, que acabarían
por legar a la posteridad las más completas cróni-
cas generales de Indias que se conocen hasta la
actualidad.
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478 –
1557): Aún sin haber cursado nunca estudios uni-
versitarios es considerado, a juicio de algunos
historiadores, como el Primer Cronista de Indias.
Su obra es vasta y variada, dejando para la poste-
ridad diecinueve volúmenes que versan sobre
diferentes materias, como la literatura, la historia,
la política, la moral, etc.; además de varios textos
aún inéditos. Su ocupación como historiador es la
que más interesa al presente estudio, pues es la
que legó, entre otras, las obras que se analizarán
en el presente trabajo.
Es Oviedo realmente un precursor de los estu-
dios etnográficos, un acucioso observador que se
detiene en cada detalle del mundo americano y
expone sus observaciones y disquisiciones con un
estilo literario que merece especial interés; su
prosa es clara, amena y elocuente, sus dotes de
narrador lo señalan en un lugar cimero cuando se
le compara con los cronistas de su época. No obs-
tante, es necesario señalar que los tópicos que
aborda en sus obras se entremezclan en ocasio-
nes, lo cual conlleva a una exposición de los he-
chos de manera desordenada; cometiendo además
errores y omisiones. El autor abunda en los aspec-
tos sobre los cuales ha logrado acumular gran
cantidad de información, dejando numerosas la-
gunas en el conocimiento sobre aquellas realida-
des que no conoce, esto trae como consecuencia
que exponga criterios escasamente explicativos y
ambiguos, incidiendo además en exceso de deta-
lles sobre un mismo asunto. En su obra vemos
constantemente la omisión de las fuentes que está
utilizando para referirse a algún dato, solo la des-
cripción resulta invariable, que en el caso de las
islas antillanas se generaliza a tal punto que no
parece haber diferencias entre los grupos huma-
nos que las habitaban (costumbres, tradiciones,
lengua, economía, etc.).
Llegado a tierras americanas tardíamente
(1514), no posee Oviedo la experiencia de Las
Casas en el conocimiento de la realidad del
“Nuevo Mundo”. Su primer destino sería Tierra
Firme (Darién), por lo que solo conoció de las
experiencias en los primeros tiempos de explora-
ción en Las Antillas por mediación de los hijos de
Colón y los testimonios de los hermanos Pinzón.
Especiales reservas merecen sus descripciones
sobre las comunidades aborígenes que habitaban
el arco antillano a finales del siglo XV y comien-
zos del XVI d. n. e., pues solo contando con las
escasas fuentes anteriormente citadas y atendien-
do al hecho de que la dinámica de la conquista y
colonización habían transformado los modos de
vida de las poblaciones autóctonas para 1520,
fecha en que llega por primera vez a Santo Do-
mingo y Puerto Rico, tenía el cronista grandes
limitantes para desarrollar con objetividad en su
Sumario y posteriormente en su Historia General,
los aspectos vinculados con los grupos humanos
que allí vivían.
No sería hasta el 13 de julio de 1523 que viaja
por primera vez hacia la región oriental de la isla
de Cuba, donde es recibido por Velázquez, para
proseguir rápidamente rumbo a Santo Domingo
en ese mismo año. La estancia debió de ser breve
en nuestra isla, ya que sabemos por sus biógrafos
que el 16 de septiembre de 1523 regresaba a Es-
paña, y debemos tener en cuenta que también
había consumido parte del tiempo entre julio y
septiembre visitando Santo Domingo.
Contó Oviedo con un gran adversario en el
plano ideológico, en la figura de Fray Bartolomé
de Las Casas. Sin lugar a equívocos, la posición
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
17 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
de cada uno, en relación al método de coloniza-
ción, es diametralmente opuesta; mientras el do-
minico abogaba por cambiar el cruel sistema de
explotación impuesto a la masa aborigen, Oviedo
apoyaba los designios imperiales, haciendo ex-
cepcionalmente algunas denuncias de mal gobier-
no en ultramar a la corte, solo cuando sus inte-
reses estaban en juego. Su obra fue polemizada en
más de una ocasión por Las Casas, quien lo acusa
abiertamente de embustero, al falsear la informa-
ción que expone en su Historia General y Natural
(1995: 322, 323. T. III).
Definitivamente, es su Historia General una
obra monumental, el texto que recoge todas sus
experiencias y apuntes sobre Las Antillas y Tierra
Firme. Es precisamente en este contexto donde
Oviedo hace gala de sus conocimientos adquiri-
dos en el “Nuevo Mundo”, debido a las diferentes
actividades que desempeñó como representante
del gobierno hispano en América: escribano ge-
neral (1514 – 1520) y veedor de fundiciones en el
Darién (1520 - 1529), gobernador de Cartagena
(1523), y Alcalde de la fortaleza de Santo Do-
mingo (1533 – 1557). Cuando se compara cuanti-
tativamente la información contenida en sus es-
critos, entre los modos de vida de las poblaciones
autóctonas en Centro y Suramérica, con los del
mediterráneo americano, hallamos un gran dese-
quilibrio en el contenido de ambas, obviamente
debido al dominio de los acontecimientos acaeci-
dos en la primera zona geográfica mencionada y
al relativo desconocimiento de los sucesos en el
área antillana, particularmente aquellos corres-
pondientes a la primera etapa de conquista y co-
lonización.
Los apuntes etnográficos contenidos en la obra
mencionada se refieren ampliamente a regiones
geográficas localizadas en Panamá, Nicaragua y
Colombia, y de manera más sucinta a las islas
antillanas. Los tópicos expuestos, en gran medida
de forma descriptiva, ocupan diferentes ámbitos
del universo americano que podemos dividir en
tres grandes grupos: 1- Acontecimientos relacio-
nados con el gobierno de los reinos de ultramar:
Exploraciones hispanas de “descubrimiento”,
conflictos bélicos ante la insurgencia de las co-
munidades autóctonas, y estrategias de explota-
ción colonial. 2 - Naturaleza de los nuevos espa-
cios conquistados: Flora, fauna, nichos ecológicos
y eventos climáticos. 3- Realidad social: Concep-
ciones éticas y estéticas del autor sobre los aborí-
genes, actividades económicas de estos, grupos
étnicos, enfermedades, distribución poblacional,
costumbres, industrias, recursos subsistenciales,
técnicas de navegación, toponimia, utillajes de
labor, juegos, prácticas mortuorias, ritos y cere-
monias, danzas, música, normas sociales, len-
guas, cultivos, estructura social, características
físicas y relaciones íntertribales.
La Historia General, objeto de análisis, fue
dividida originalmente por Oviedo en tres partes.
Al morir este se habían publicado las dos prime-
ras. Contaba esta obra póstuma con un anteceden-
te de gran importancia, el Sumario de la Natural
Historia de Indias, apuntes dirigidos al rey Carlos
I y publicados en 1526. Varias de las cuestiones
que abordaría este material le servirían años des-
pués al cronista para enriquecer su magna labor;
es por ello que aquellos que revisen con anterio-
ridad el Sumario, encontrarán temas que se repi-
ten en su último texto sobre las Indias Occidenta-
les.
El propósito de este resumen sería el de llamar
la atención del rey sobre las potencialidades natu-
rales del continente americano, fuente de enrique-
cimiento para aquellos que poseían intereses eco-
nómicos en los reinos de ultramar. La primera
limitación del Sumario la encontramos en que
fueron apuntes escritos de memoria para satisfa-
cer la curiosidad del monarca español, esto lo
sabemos por testimonio del propio autor, quien
comunica al rey Carlos: Yo he escrito en este bre-
ve sumario o relación lo que de aquesta natural
historia he podido reducir a la memoria, y he
dejado de hablar en otras cosas muchas de que
enteramente no me acuerdo, (…). (2002: 198).
Otra limitante del texto para los estudios de re-
construcción histórica en el área antillana lo cons-
tituye el hecho de que, de ochenta y seis capítulos
en total, solo cinco se dedican al tópico de las
sociedades aborígenes americanas (III, IV, V, VI,
y X capítulo), el último de los cuales aborda los
aspectos concernientes a la Tierra Firme. En rela-
ción al caso particular de Cuba, solo se dispone
de escasas notas referentes a los procedimientos
de caza y pesca empleados por los antiguos habi-
tantes, que de manera general se presentan sin
especificar a que región y localidad del archipié-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 18
lago se refieren. Para resumir y homologar otros
aspectos tratados con anterioridad para la isla de
Haití, Oviedo se limita a exponer: De la isla de
Cuba y de otras, que son San Juan y Jamaica,
todas estas cosas que se han dicho de la gente y
otras particularidades de la isla Española, se
pueden decir, (…). (2002: 74).
El Sumario es en esencia una obra especial-
mente enfocada a la naturaleza, y los tópicos que
aborda con detenimiento son los referidos a la
flora y la fauna, dedicando al primero de estos
dieciocho y al segundo cincuenta capítulos res-
pectivamente. A pesar del indudable valor histó-
rico que tiene el texto analizado, debemos señalar
que en particular para el estudio de las comunida-
des aborígenes antillanas, este presenta una gran
cantidad de lagunas e imprecisiones, además de
referirse en gran medida a aspectos naturales y
sociales que quedan fuera de nuestro espacio geo-
gráfico y ámbito cultural.
Bartolomé de Las Casas (1484 – 1566)8: Estudió
en la Universidad de Salamanca y llegó a La Es-
pañola en 1502, por lo que sus experiencias en los
primeros tiempos de la colonización en América
y su nivel de instrucción lo convierten en caso
excepcional entre los cronistas de la época. A
pesar de haberse hecho sacerdote, participó en la
conquista de Cuba, donde recibió una encomien-
da y tierras. Sin embargo, durante 1514 experi-
mentaría una profunda crisis ética, que lo llevaría
a renunciar a sus privilegios y convertirse en uno
de los mayores defensores del derecho indígena
en América.
Fue encomendero en Santo Domingo (1502 –
1509), primer sacerdote ordenado en el “Nuevo
Mundo” (1512), capellán de Pánfilo de Narváez y
encomendero en Cuba (1513), misionero en Nica-
ragua, Guatemala y Tuzulutlán (1535 – 1539),
Obispo de Chiapas (1544 – 1546), e incansable
luchador en las cortes por el derecho indígena.
Regresa definitivamente a España en 1547, a los
73 años de edad, y es precisamente a su regreso
8 La nueva fecha fue propuesta por H. R. Parish y H. E
Weidman, S. J., en “La verdadera fecha de nacimiento de
Las Casas”, Estudios sobre política indigenista Española
en América, III, Valladolid, 1977, pp. 377-394, atrasando
en 10 años la que convencionalmente se creía como segura.
(Varela, 1999: 10)
que se dedica a escribir sus obras históricas más
importantes. Es autor de más de dos mil docu-
mentos en latín referidos a la defensa de los pue-
blos indígenas americanos: memoriales, cartas,
tratados, historias, opúsculos teológicos, disquisi-
ciones políticas, etc.
Su prosa no es clara ni amena, aunque es evi-
dente que hace uso de cuantiosas fuentes docu-
mentales que no siempre cita. Esto, unido a su
gran experiencia en territorio americano, lo con-
vierten en uno de los más acuciosos cronistas de
la época. Conoció personalmente a Cristóbal
Colón y su vinculación con el “Nuevo Mundo”
data de 1497, cuando su padre, que regresaba de
Las Indias, le obsequió un aborigen antillano y le
trasmitió sus experiencias como colonizador. Las
temáticas que aborda en sus obras se entremez-
clan en ocasiones, lo cual conlleva a una exposi-
ción de los hechos de manera desordenada, aun-
que en su Historia sí logra el equilibrio informa-
tivo del que adolece la obra de Oviedo.
Especiales reservas merecen los apuntes en re-
lación a la densidad demográfica de los territorios
americanos descritos, ya que el autor falsea los
datos exageradamente para lograr un discurso
efectista sobre los desmanes de la conquista. De
igual forma, manipula la información para dibujar
un mundo excesivamente placentero y hermoso,
poblado por hombres buenos y sin contradiccio-
nes internas. Se debe señalar que los tópicos ex-
puestos en sus trabajos adolecen de ser muy des-
criptivos, aunque supera la labor de los otros cro-
nistas en este sentido, al exponer criterios más
explicativos de la realidad descrita; estos ocupan
diferentes ámbitos del universo americano que
podemos dividir en tres grandes grupos, al igual
que se señaló para la obra de Oviedo, en el pre-
sente trabajo.
Historia de las Indias: Es su obra monumental,
podemos afirmar sin lugar a dudas que es una
fuente de obligada consulta para todos los intere-
sados en los estudios sobre los primeros años de
conquista y colonización. Las Casas trabajó du-
rante treinta y cinco años en ella, su objetivo final
fue que sirviera como testimonio permanente de
la injusticia cometida por la corona española con
los aborígenes de América y el descubrir la “ver-
dadera naturaleza” de los pobladores autóctonos,
desmintiendo las falsedades de los textos escritos
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
19 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
por Oviedo. Los acontecimientos narrados llegan
hasta 1520 y la comenzó a escribir en 1527, desde
La Española; quizás su mayor estímulo en este
período fuese la publicación, un año antes, del
Sumario de la Natural Historia de Indias. Contra-
rio a la posición asumida por Oviedo ante los
métodos de colonización, el clérigo decidió escri-
bir su propia historia, basándose en numerosos
apuntes y fuentes documentales que tenía a su
disposición.
La Historia de Las Casas cuenta con varios
manuscritos conocidos en la actualidad; el origi-
nal fue legado por el autor a los dominicos del
monasterio de San Gregorio, por lo menos así
consta en una carta fechada en noviembre de
1559, en la cual prohibió que se publicara su tex-
to hasta pasados cuarenta años después de su
muerte. Sin embargo, el mismo tardó más de tres-
cientos años en imprimirse. No sería hasta que el
historiador cubano José Antonio Saco interviniera
ante las cortes hispanas, para que la Academia
Española se decidiera a publicar la polémica y
temida obra en 1875 (Millares, 1995: 42).
El clérigo no se limita en el libro a la simple
narración de los acontecimientos históricos, sino
que además los juzga desde diversas aristas, acu-
diendo a las explicaciones de varios de ellos. No
obstante, el texto presenta numerosas contradic-
ciones y, por testimonio del propio Bartolomé,
sabemos que la memoria no lo ayudó siempre en
el empeño de escribir a partir de recuerdos, ya
empañados por la avanzada edad que tenía cuan-
do culminaba la obra.
Brevísima relación de la destruyción de las
Indias: Constituye un inventario de las atrocida-
des hispanas en América, cuyo fin es denunciar
los crímenes y la inviabilidad de las estrategias de
dominación implementadas por el gobierno espa-
ñol. No se dispone en la actualidad del original de
este texto, terminado en 1542 y publicado diez
años más tarde. Es quizás el más contestatario de
su extensa obra. En 1659 el peligroso libro fue
definitivamente prohibido por la Inquisición, sin
embargo, el mismo tenía dos cualidades para su
rápida difusión desde su primera publicación: era
breve, de rápida lectura y estaba firmado por un
obispo hispano de gran experiencia en América,
lo que le otorgaba gran autoridad.
Adolece el trabajo de ser repetitivo en algunos
aspectos y de manipular a su favor las cifras de
muertes y densidad poblacional aborigen que
exponen sus páginas. El lenguaje utilizado esta
lleno de ironía y términos contundentes, mostran-
do una señalada inclinación por las formas super-
lativas, que engrandecen el mundo americano,
donde absolutamente todo es mejor que en Euro-
pa. Sobre las evidentes limitaciones del texto para
los estudios que nos competen, podemos citar la
autorizada opinión de la historiadora española
Consuelo Varela, que en un análisis crítico del
mismo expone: El lector de la Brevísima cono-
cerá de todo lo negativo que los españoles hicie-
ron en el Nuevo Mundo, pero no leerá en ningún
momento que también hubo epidemias terribles
que diezmaron tanto a indios como a cristianos,
ni sabrá si hubo alguna época – o algún lugar –
en el que los indígenas recibieron buen trato, ni
podrá distinguir diversos grados de actuación
entre los gobiernos españoles (1999: 46)
El libro que nos ocupa esta estructurado en
veintidós capítulos, de los cuales solo cuatro se
corresponden con el área antillana; abarcando la
información sobre la isla de Cuba solamente cua-
tro páginas, que únicamente recogen de manera
general algunos sucesos acaecidos durante la
“campaña de pacificación” al mando de Diego
Velázquez. Es por ello que no se refleja en la obra
nada de lo acontecido con posterioridad a 1513.
De este modo disponemos de una fuente muy
escasa en datos informativos. A ello debemos de
sumar que, en contraste con lo apuntado por el
clérigo para Haití, no se dispone de referencias
sobre la distribución de las aldeas en San Juan,
Jamaica y Cuba, así como tampoco de los caci-
ques principales, ni de la toponimia de estas islas.
Se debe señalar además, que la información que
podemos hallar en el libro solo esta circunscrita a
las matanzas acaecidas en la época apuntada, por
lo que quedan fuera de la exposición del clérigo
todos los demás aspectos que al presente intere-
san para una reconstrucción etnohistórica.
Historia Apologética: Terminado el texto entre
1553 y 1562, constituye este uno de los más ex-
tensos del fraile. Es un trabajo de gran importan-
cia para los estudios de reconstrucción histórico -
social en el ámbito antillano, y pudiera conside-
rarse como precursor de los estudios etnográficos.
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 20
Obviamente, Las Casas hizo uso de la copiosa
información de que disponía para redactar su His-
toria de las Indias, para emplearla en este libro.
El contenido aborda disímiles ámbitos del univer-
so americano, pero enfatiza particularmente en
exponer los aspectos relacionados con las socie-
dades aborígenes. De manera general podemos
estructurar en tres grandes grupos temáticos la
obra, al igual que se determinó para la obra de
Oviedo en el presente trabajo.
El libro adolece de ser reiterativo en algunos
aspectos y en presentar numerosas contradiccio-
nes, las cuales hacen dudar de la veracidad de las
fuentes utilizadas y de la propia experiencia del
autor. Es muy escasa la información que se expo-
ne sobre la isla de Cuba, siendo Haití la favoreci-
da, entre todas las islas antillanas, en este sentido.
Obviamente, el conocimiento del fraile sobre la
naturaleza y la sociedad en la vecina isla contri-
buyó al abordaje de los tópicos de esta manera.
Otra limitante del texto consiste en entremezclar
las descripciones de una región geográfica, cuan-
do ya se ha pasado a abordar aspectos concer-
nientes a otros espacios diferentes. De igual mo-
do, cuando se establece una unidad histórica li-
neal para la exposición cronológica de los hechos,
esta se interrumpe de manera abrupta. Dichas
limitaciones le restan claridad y calidad a la ex-
posición. No obstante, esta obra puede ser consi-
derada también de obligada referencia para el
conocimiento de lo acaecido en los primeros
tiempos de conquista y colonización hispana en
América.
Francisco López de Gómara (1510-1566): Ecle-
siástico, historiador español y cronista de la con-
quista de México y de las Indias. Estudió en la
Universidad de Alcalá de Henares, para luego
ejercer como maestro de retórica, y más tarde
ordenarse como sacerdote en la misma ciudad.
Publicó varias obras de historia, entre las que se
cuentan: Anales de Carlos V, Crónica de los
Barbarrojas e Historia general de las Indias, a la
que posteriormente agregó una segunda parte
titulada Historia de la Conquista de México. Los
dos últimos textos mencionados son los que nos
interesan particularmente para el presente estu-
dio, ya que en ellos se abordan de manera general
datos referidos a las poblaciones aborígenes de
América que contactaron con los hispanos a fines
del siglo XV e inicios del XVI d. n. e.
A partir de 1540 Gómara se inicia como ca-
pellán de la casa de Hernán Cortés, y la estrecha
relación que establece con el conquistador fo-
mentó el conocimiento acerca de las Indias y de
los hechos históricos que culminaron con la con-
quista de México. Para preparar la Historia gene-
ral de las Indias consultó, entre otros textos, los
trabajos de Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo
Fernández de Oviedo, la Suma de Geografía, de
Martín Fernández de Enciso y las cartas de rela-
ción del propio Cortés.
Desafortunadamente, no fue el cronista partí-
cipe directo de ninguna expedición colonizadora
al “Nuevo Mundo”, hecho que limitó la calidad
de los datos etnográficos consignados en sus tex-
tos. Esta situación trajo como consecuencia que el
conquistador y cronista Bernal Díaz del Castillo,
en su obra Verdadera Historia de la Conquista de
La Nueva España, se cuestionara numerosos
acontecimientos registrados por Gómara. En tal
sentido es importante destacar que Bernal parti-
cipó directamente en la exploración, conquista y
colonización del vasto territorio mejicano, hecho
que le confiere a sus crónicas significativa impor-
tancia para estudiar el período.
La Historia de Gómara, publicada en Zaragoza
en 1552, abarca desde los viajes exploratorios de
Cristóbal Colón hasta los posteriores “descubri-
mientos” hispanos de Tierra Firme. Se interesa de
modo particular por lo que ocurrió en lugares
tales como el territorio de Labrador, las Lucayas
y Nueva España, dedicando un amplio espacio a
la conquista del Perú, y adosando otros capítulos
en los que describe las costumbres y culturas de
diversas poblaciones aborígenes. Fue grande el
interés que despertó, al punto de tener seis edi-
ciones en solo tres años y ser publicada en varios
idiomas. Sin embargo, las opiniones del fraile
Bartolomé de Las Casas con relación al contenido
del texto no fueron favorables. El sacerdote in-
fluyó sobre la autoridad del Príncipe Felipe II y
este expidió en 1553 una real cédula prohibiendo
la impresión, venta y posesión de la obra, a pesar
de que los volúmenes continuaron publicándose,
aunque de forma incompleta.
El texto, dividido en dos partes, registra de
modo pormenorizado todo lo relativo al proceso
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
21 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
de exploración, conquista y colonización de
México, mientras que los datos referidos al área
antillana son escasos y muy generales, a tal punto
que resume los primeros viajes exploratorios his-
panos y contactos con las comunidades aboríge-
nes antillanas en solo dos páginas y un párrafo del
Tomo I. A ello debemos sumar que no cita las
fuentes que emplea para abordar los temas sobre
los que hace referencia, y omite el tratamiento de
aspectos importantes para una reconstrucción
etnohistórica.
Diego Velázquez de Cuéllar (1465-1524): Naci-
do en Cuéllar (Segovia), llega tempranamente a
Las Antillas durante 1493, en el segundo viaje de
Cristóbal Colón. Colaboró con el gobernador
Nicolás de Ovando (1501-1509) en la “pacifica-
ción” de La Española. El gobernador Diego
Colón (1509-1515) le puso al frente de una expe-
dición para conquistar y poblar Cuba en 1510,
primero como Capitán y más tarde como Tenien-
te de Gobernador y Gobernador de la isla. Entre
1510 y 1514, apoyado por Pánfilo de Narváez y
otros capitanes, se dedicó a la “pacificación”,
colonización y fundación de diversas villas en
nuestro archipiélago.
A partir de 1512 inicia el proceso de fundación
de las primeras villas en Cuba, con Nuestra Seño-
ra de la Asunción de Baracoa, Bayamo, un año
después, Santiago de Cuba, donde fijó la capital,
Trinidad, San Cristóbal, Sancti Spíritus y Reme-
dios en 1514. En 1515 fundó Puerto Príncipe y en
1519 es trasladada San Cristóbal a la costa noroc-
cidental del archipiélago. En 1516 logró el reco-
nocimiento por parte de la Corona de sus títulos
de Adelantado y Gobernador. Patrocinó la expe-
dición de Hernández de Córdoba a Yucatán en
1517 y la de Juan de Grijalva y Pedro de Alvara-
do a las costas de México en 1518. Murió en
1524 en Santiago de Cuba.
Con toda seguridad podemos afirmar que
Velázquez, militar y no cronista, fue uno de los
colonizadores con mayor experiencia en el con-
tacto con las poblaciones aborígenes de Las Anti-
llas Mayores. Desafortunadamente, de las nume-
rosas cartas de relación que sabemos envió a la
corona hispana y al Virrey Diego Colón (Chacón
y Calvo, 1929; Pichardo, 1971), solo conocemos
una fechada en 1514, dando cuenta de diversos
pormenores relacionados con la campaña de “pa-
cificación” en nuestro archipiélago. Este testimo-
nio ha sido ampliamente usado en la historiogra-
fía y arqueología para abordar aspectos concer-
nientes a la distribución poblacional en los mo-
mentos del arribo hispano permanente al territo-
rio. Por su condición, es un documento de gran
importancia para los estudios de reconstrucción
etnohistórica. Algunos de los tópicos abordados
han podido ser verificados en otras fuentes narra-
tivas del siglo XVI d. n. e.
Diego Álvarez Chanca: Nació en Sevilla y llegó
a Las Antillas en 1493, acompañando a Colón en
su segundo viaje de exploración y colonización,
como médico de la expedición. Fue testigo de la
travesía por el arco antillano hasta llegar a La
Española, lugar donde se estableció por espacio
aproximado de un año. No participó en el poste-
rior periplo por la costa Sur de Cuba, por lo que
los datos que registró se limitan al área referida.
El documento objeto de estudio en este trabajo
posee gran importancia por las descripciones y
comparaciones que realiza de los pobladores que
tropieza a su paso la flota en momentos muy
tempranos de la conquista hispana.
No es Chanca propiamente un cronista oficial,
pero las observaciones que registró sobre el as-
pecto físico de los aborígenes antillanos constitu-
yen un valioso testimonio para la labor que nos
ocupa. Desafortunadamente, no hace alusión
Chanca a aspectos vinculados con la lengua (s) de
las poblaciones contactadas, lo que constituye una
limitante de la fuente. Estos apuntes están recogi-
dos en carta de relación al Ayuntamiento de Sevi-
lla, fechada en 1494. El documento fue publicado
por vez primera gracias a la labor del compilador
hispano Martín Fernández de Navarrete, del cual
se toma la copia que aquí analizamos.
Miguel de Cúneo: Mercader saonés conocido de
Colón y alistado en el segundo viaje de explora-
ción y colonización a Las Antillas. Acompañó al
Almirante durante su periplo por la costa Sur de
Cuba y el reconocimiento de la costa Norte de
Jamaica. Esta experiencia le otorga a su relación
una gran significación, pues recoge interesantes
datos sobre los pobladores de Cuba y la trayecto-
ria seguida por la flotilla hispana en 1494. El
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 22
previo contacto con las poblaciones aborígenes
asentadas en Las Antillas Menores le permitió
realizar comparaciones entre los habitantes del
arco antillano. Sus apuntes, junto a los de Chan-
ca, son testimonio de primera mano para recons-
truir los acontecimientos vinculados al referido
viaje, pues el diario de navegación de Colón se
ha perdido. Cuneo permaneció pocos meses en
La Española, lo que confirma que los móviles de
su viaje eran las ansias de satisfacer la curiosidad
por el “Nuevo Mundo”.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
23 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
II
LAS CONTRADICCIONES
EN LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS
ara abordar este tópico se hace imprescin-
dible delimitar los aspectos de la realidad
que serán objeto de análisis en el presente
estudio. Las fuentes primarias abordan de manera
general o particular diversas dimensiones del
mundo americano como son: flora, fauna, nichos
ecológicos, actividades económicas de las comu-
nidades aborígenes, grupos étnicos, enfermeda-
des, distribución poblacional, costumbres, indus-
trias, recursos subsistenciales, técnicas de nave-
gación, toponimia, juegos, ritos y ceremonias,
normas sociales, lengua (s), estructura social,
características físicas y relaciones intertribales,
etc.
En este trabajo solo nos limitaremos a analizar
dos variables relacionables con posibles indicado-
res étnicos: “lengua” y “aspecto físico”9. Es im-
portante destacar que hemos seleccionado estos
tópicos, teniendo en consideración los siguientes
criterios:
La lengua juega un rol significativo como uno
de los componentes fundamentales de una comu-
nidad étnica determinada, aunque está claro que
no es adecuado absolutizar su carácter específico
considerándola como rasgo exclusivo del etnos
9 Entendemos por aspecto físico la apariencia de las perso-
nas a la vista, determinada por todas las características
somáticas del individuo que hayan sido afectadas por de-formaciones artificiales intencionales en el cuerpo, produc-
to de prácticas culturales específicas, independientes del
tipo físico y racial, así como el empleo de diversos adornos
corporales. Tal es el caso de cortes de cabello, perforacio-
nes en lóbulos de las orejas o del tabique nasal, empleo de
vendas o ajorcas, rasurado del vello corporal y del cabello,
pintura corporal, uso de tinturas en las denticiones, tatuajes,
etc.
(Bromley, 1986: 14). El aspecto físico de un indi-
viduo puede estar condicionado por concepciones
sociales, estéticas, rituales, religiosas, cosmogó-
nicas, políticas, etc., las cuales se manifiestan de
forma singular en los adornos corporales, defor-
maciones físicas, uso de artefactos, vestimenta y
otras manifestaciones de la vida cotidiana y la
superestructura de los pueblos. Estas prácticas
culturales son trasmitidas por procesos de endo-
culturación y varían a causa de disímiles factores
socioeconómicos y políticos.
Consideramos que las variables seleccionadas
son imprescindibles para cualquier estudio de re-
construcción histórico-social que se emprenda con
rigor científico. Además de ello, tanto la lengua
como el aspecto físico, han sido utilizadas como
referentes esenciales en los intentos de reconstruc-
ción de las sociedades aborígenes antillanas, sien-
do dos de los elementos que han servido como
diagnóstico de “fronteras” culturales en el pasado
aborigen. Es importante precisar que hacia finales
del siglo XIX y primera mitad del XX las supues-
tas diferencias lingüísticas en Las Antillas señala-
ban las áreas de influencia caribe y “taina”, así
como la distribución poblacional entre guanahata-
beyes y aruaco – parlantes. Estas consideraciones
trascendieron hasta la actualidad en esquemas de
periodización (Harrington, 1935; Rouse, 1992),
cuyas pautas fueron asentadas por la escuela posi-
tivista y funcionalista norteamericana.
Por otro lado, un selecto grupo de datos etno-
gráficos primarios podrán ser corroborados, am-
pliados, o refutados por la perspectiva que abre el
registro arqueológico. Sin embargo, otros testi-
monios de sumo interés no tienen contraparte en
el plano empírico, tal es el caso de las observa-
P
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 24
ciones relacionadas con las variables selecciona-
das. Ello obliga a retomar el testimonio hispano
como único referente a considerar, aún con todas
las reservas que entraña.
Es importante destacar que para efectuar el
abordaje de los aspectos mencionados debemos
hacer uso de otras aristas de la realidad, estre-
chamente vinculadas a las elegidas como objeto
fundamental de investigación, como es el caso de
las denominaciones dadas por los cronistas a las
comunidades aborígenes (endoetnónimos o exo-
etnónimos), modos de vida reflejados en las fuen-
tes narrativas, y comportamiento aborigen ante la
presencia hispana. Tales nociones constituyen
referentes de extraordinaria importancia para
aproximarnos al conocimiento de los etnos en la
historia antigua del área antillana.
Lengua (s)
Comenzaremos por analizar qué expuso sobre
el tópico Cristóbal Colón, primer explorador que
anotara sus observaciones al respecto. Debemos
señalar que sus anotaciones son de extraordinaria
importancia, ya que obtuvo sus primeras expe-
riencias en tierras americanas (primer y segundo
viaje de navegación), antes de que se desarrollara
a gran escala el proceso de conquista y coloniza-
ción que afectaría definitivamente los modos de
vida de las poblaciones autóctonas antillanas.
Utilizaremos, al efecto, la relación del primer
viaje de navegación, compendiada por Bartolomé
de Las Casas.
Cristóbal Colón
La primera mención de la palabra lengua en
las crónicas generales de Indias se localiza el día
12 de octubre de 1492, cuando se afirma que los
navíos hispanos habían arribado a (...) una isleta
de los Lucayos, que se llamaba en lengua de los
indios Guanahaní (Las Casas, 1958: 29). Al via-
jar subsiguientemente por la costa nororiental de
la isla de Cuba, Colón expuso la necesidad de
tomar por la fuerza siete mujeres para ser llevadas
a la Península, y una vez allí aprender de ellas el
idioma autóctono que recién descubrían los espa-
ñoles. Al respecto escribió: (…), y también estas
mujeres mucho enseñaran a los nuestros su len-
gua, la cual es toda una en todas estas islas de
India, y todos se entienden (…). (Ob. cit: 60).
En resumen, su diario recoge el criterio de que
desde Bahamas, pasando por la región nororiental
del archipiélago cubano, hasta la costa norocci-
dental de Haití, se hablaba un mismo idioma.
Para fundamentar sus criterios el Almirante se
basaba fundamentalmente en los intercambios
que sostenían continuamente los aborígenes que
había raptado en Bahamas y Cuba, y que servían
como guías e intermediarios en los encuentros
con los pobladores de Haití, durante la explora-
ción de la vecina isla. Sin embargo, para diciem-
bre de 1492, mientras prosigue la navegación por
el norte de la isla con rumbo este, registra nuevos
datos contradictorios: (…), porque esta tierra es
harto fría y la mejor que lengua puede decir (Ob.
cit: 93). Evidentemente algún cambio en la len-
gua pudo percibir Colón, cuando señala una dife-
rencia cualitativa entre Haití y las islas visitadas
con anterioridad.
El día 22 de diciembre se hallaba anotando lo
siguiente: (…), vinieron con su canoa a bordo de
la nao con su embajada. Primero que los enten-
diese, pasó alguna parte del día, ni los indios que
el traía los entendían bien, porque tienen alguna
diversidad de vocablos en nombres de las cosas.
(Ob. cit: 105). El fragmento se corresponde con la
navegación hacia el noreste de Haití, donde es
evidente que sí existían diferencias idiomáticas.
Dos días después retoma la idea de la diversidad
lingüística, al caracterizar a los pobladores de
Haití de la siguiente manera: (…) todos de muy
singularísimo tracto amoroso y habla dulce, no
como los otros que parece cuando hablan que
amenazan, (…). (Ob. cit: 109).
Una vez en la porción más nororiental de la is-
la, el Almirante, tras un encuentro con un grupo
numeroso de lugareños, anotó lo que entendió al
intercambiar con uno de ellos: Llamaba al oro
tuob y no entendía por caona, como le llaman en
la primera parte de la isla, ni por nozay, como lo
nombran en San Salvador y en las otras islas.
(Ob. cit: 130, 131). Mas adelante apuntaría: (…)
en las islas pasadas estaban con gran temor de
Carib, y en algunas le llamaban Caniba, pero en
la Española Carib;(…) (Ob. cit: 131). Las aseve-
raciones anteriores de Colón, sobre una unidad
lingüística, comienzan a parecerle dudosas a par-
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
25 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
tir del domingo 13 de enero de 1493; su testimo-
nio no deja lugar a dudas cuando expresó: (…)
entendía algunas palabras, y por ellas diz que
saca otras, y que los indios que consigo traía
entendían más, puesto que hallaba diferencia de
lenguas por la gran distancia de las tierras. (Ob.
cit: 131).
Hasta aquí, lo que podemos colegir de lo escri-
to acerca de las lenguas, en determinadas regio-
nes antillanas exploradas por Colón durante su
primer viaje de navegación. En su diario de abor-
do no vuelven a aparecer referencias del tópico en
cuestión. Sería importante aclarar que si bien el
Almirante utilizó guías e “intérpretes” aboríge-
nes, naturales de Bahamas y Cuba, estos no po-
dían comunicarse adecuadamente con los hispa-
nos; el propio testimonio de Colón nos expone:
(…), y también no sé la lengua, y la gente de estas
tierras no me entienden ni yo ni otro que yo tenga
a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío
mucho de ellos, porque muchas veces han probado
a fugir. Mas agora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré
entendiendo y conociendo y faré enseñar esta len-
gua a persona de mi casa, porque veo que es toda lengua una fasta aquí; (…). (Ob. cit: 74).
Como es lógico suponer, la convivencia de los
aborígenes durante apenas tres meses con los ex-
ploradores hispanos, no daba margen al aprendi-
zaje de la lengua entre ambos. No solo el tiempo
conspiraba en detrimento del entendimiento, tam-
bién estaba la gran diferencia entre las lenguas
utilizadas por ambos mundos, y el que los aborí-
genes contactados fuesen ágrafos y temerosos de
los extraños hombres, que portaban una tecnolo-
gía totalmente desconocida para las comunidades
antillanas.
Todo parece indicar que durante el breve
tiempo que duró el contacto en las islas, la preca-
ria comunicación se efectuaba fundamentalmente
por señas; el diario lo testimonia en varios pasa-
jes, donde se relatan los encuentros acaecidos
entre Colón y los naturales, mediante la participa-
ción de los guías: (…); uno de ellos se adelantó
en el río junto a la popa de la barca e hizo una
grande plática que el Almirante no entendía, sal-
vo que los otros indios de cuando en cuando al-
zaban las manos al cielo y daban una grande voz.
La mediación de uno de los intérpretes hubo de
ser dramatizada por este, pues la lengua de nada
servía: (…), diciendo por señas que el Almirante
se fuese fuera del río, que los querían matar, y
llegase a un cristiano que tenía una ballesta ar-
mada y mostróla a los indios, y entendió el Almi-
rante que los decía que los matarían a todos,
porque aquella ballesta tiraba lejos y mataba
(Ob. cit: 78).
¿Qué quería saber Colón durante sus encuen-
tros con los aborígenes? En realidad, cuando se
revisa el diario con detenimiento la palabra que
aparece con mayor frecuencia, en sus entrevistas,
es oro (nucay, tuob), aunque también encontra-
mos otros vocablos de la extinta lengua aruaca:
canoa, cacique, bohío, caníba, entre otros; inclu-
yendo algunos topónimos. Oro en plastas, en pe-
dazos, en granos, en carátulas, oro de martillo,
oro labrado en hoja delgada, oro finísimo; es el
anhelado metal su preocupación constante, y su
meta entrevistarse con el Gran Can. Definitiva-
mente los intereses del Almirante no estaban en-
caminados a comprender la lengua de los futuros
conquistados, para la consecución de sus fines ya
había raptado por la fuerza a mujeres, hombres y
niñas, que supuestamente serían parte de sus
muestras sensacionales en España, además de
futuros guías e “intérpretes”.
¿Intentaban responder los aborígenes a las
preguntas formuladas por el Almirante? En todas
las tierras visitadas los aborígenes informaban de
la cuantiosa presencia del preciado metal, siempre
lejos de sus comarcas, hacia el Este. Obviamente,
las relaciones que se establecieron desde el co-
mienzo no coadyuvaron a la real comprensión de
la lengua, o lenguas que practicaban los hombres
antillanos; Colón apenas balbuceaba aquellas
palabras que le parecieron claves para la consecu-
ción de sus propósitos, por lo que son muy confu-
sos sus apuntes del primer viaje en cuanto a las
diferencias idiomáticas en el universo antillano.
La actitud de Colón en relación a la coloniza-
ción de América, también nos ha legado pasajes
oscuros donde se aborda el tópico de las lenguas
aborígenes. El Almirante, evidentemente, mani-
puló la información que trasmitía a la corte con el
ánimo de estimular la empresa indiana. Si bien su
diario de a bordo es un relato que contiene una
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 26
información que no se pensaba hacer pública, ya
que iba destinada al uso privado, sus memoriales
y cartas de relación enviadas a la corona sí tienen
toda la intención de convencer sobre las potencia-
les ganancias que se podrían obtener de la con-
quista del “Nuevo Mundo”. Veamos a tal efecto
lo que escribió en algunos de los textos mencio-
nados, refiriéndose al ámbito antillano:
En todas estas islas non vide mucha diversidad de la fechura de la gente ni en las costumbres ni en
la lengua, salvo que todos se entienden, que es co-
sa muy singular; para lo que espero que determi-
narán sus Altezas para la conversión dellas á nuestra Santa Fe, á la cual son muy dispuestos
10 .
(Navarrete, 1999:151).
No hay en todas estas islas diversidad alguna en la
fisonomía, en las costumbres ó lengua, antes bien,
todos se entienden recíprocamente, lo que es, en mí dictamen, muy ventajoso para que se verifiquen
los deseos de nuestro Serenísimo Rey, reducidos á
que se conviertan ó profesen la santa fé de Cristo, (…)
11. (Ob. cit: 162).
Eliminada de su discurso la diversidad lingüís-
tica, quedaba preparado el camino para implantar
la lengua castellana y la evangelización, dos ins-
trumentos fundamentales para llevar a cabo el
sometimiento de las poblaciones aborígenes. De-
bemos destacar que todas las alusiones que Colón
hace sobre las lenguas son muy generales, y sólo
se puede constatar una clara declaración diferen-
cial de estas a partir del 13 de enero de 1493 en el
noreste de la isla de Haití. Otro aspecto confuso
se refiere a que el Almirante señala indistinta-
mente lengua y lenguas (quizás dialectos), lo que
trae como consecuencia que los apuntes del pri-
mer viaje trasmitan una información ambigua y
contradictoria.
Las contradicciones vuelven a hacer su apari-
ción en un memorial dirigido a los reyes católicos
fechado el 30 de enero de 1494, donde da cuenta
10
Extracto de una carta enviada por Cristóbal Colón a Luis
de Santangel, por entonces Escribano de Ración de los
Reyes Católicos. Hace alusión al primer viaje de explora-
ción. 11
Extracto de una carta enviada por Cristóbal Colón a
Rafael Sánchez, Tesorero de los monarcas, e impresa en
1493.
de la relación de su segundo viaje. Un extracto
del mismo nos ilustra al respecto: (…); es verdad
que como esta gente platican poco los de una isla
con los de la otra, en las lenguas hay alguna dife-
rencia entre ellos, según como están más cerca ó
más lejos; (…). (Ob. cit: 197).
Examinemos, pues, qué información sobre la
lengua (s) nos trasmite lo que se conoce de su
segundo viaje de navegación. Para la reconstruc-
ción de este recorrido no se dispone de su diario
de navegación, ya que desde época muy temprana
el mismo desapareció, de manera que Anglería,
Fernando Colón y Las Casas no pudieron copiarlo
íntegro en sus obras. Todo parece indicar que
para escribir la Historia de las Indias, el fraile
tuvo a la vista algunas anotaciones del Almirante
y se apoyó además en el libro de su hijo Fernan-
do, Historia del Almirante de las Indias Don
Cristóbal Colón, y en las Décadas de Anglería,
quienes habían podido consultar el diario en
algún momento. Poseemos, sin embargo, el valio-
so testimonio de tres figuras que participaron di-
rectamente en este periplo: Miguel de Cúneo,
marino saonés, de familia amiga de la de Colón,
Fray Jorge de Sevilla (el Abad de Lucena) y Die-
go Álvarez Chanca, médico sevillano de abordo.
Miguel de Cúneo
De los tres autores citados anteriormente, solo
Cúneo realizó una observación sobre la lengua.
En una carta fechada en 1495 y dirigida al señor
Jerónimo Annari, donde se hace una relación de
lo acontecido durante el segundo viaje de navega-
ción de Colón, registró: Los Caníbales y dichos
Indios, aunque son numerosísimos y tienen un
territorio inmenso y muy distante entre ellos mal
frecuentado, indefectiblemente tienen todos un
lenguaje solo (…). (Cúneo, 1977: 39).
Si tomamos en consideración lo que nos plan-
tea Cúneo en este fragmento, encontraríamos que
existía una lengua general, que no solo era común
para todos los pobladores de Las Antillas Mayo-
res (Cuba, Haití y Puerto Rico), sino también para
los de las Menores (Santa Lucía, Martinica, Do-
minica, Guadalupe, Antigua y Barbuda), lo que
incluiría a los grupos de extracción Caribe. Sin
embargo, el autor hace una marcada distinción en
todo su texto, entre los Caníbales y dichos Indios;
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
27 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
obviamente como “indios” define el marino a las
comunidades aruacas insulares, y como caribes a
las comunidades que habitaban las islas de Bar-
lovento. Sus observaciones entran en contradic-
ción con las de Colón, referentes a las diferencias
lingüísticas constatadas en el noreste de Haití.
Cúneo, a pesar del poco tiempo que estuvo en
América, tuvo la experiencia de navegar por casi
todo el arco antillano, incluyendo Haití y Cuba;
por lo que disponía de algunos elementos de jui-
cio para contrastar las características culturales de
los habitantes que encontraba la flota a su paso.
Sus breves observaciones relacionadas con la len-
gua utilizada por las sociedades antillanas, a fina-
les del siglo XV d. n. e., introducen nuevas
incógnitas en la investigación.
Ramón Pané
Adentrémonos en el testimonio de Ramón
Pané, testigo presencial de la ocupación hispana
en los primeros tiempos, para conocer sus anota-
ciones acerca de las lenguas en Haití. Antes de
comenzar, debemos recordar que los escuetos
testimonios dejados por el ermitaño solo son váli-
dos para una limitada región del noreste de Haití,
y que de la lengua utilizada allí por los lugareños
poco supo. Varios pasajes del texto evidencian el
desconocimiento de la misma. Citaremos solo dos
ejemplos para ilustrar las limitaciones del clérigo,
en los momentos en que desarrollaba sus pesqui-
sas: Y como no tienen letras ni escrituras, no sa-
ben contar bien tales fábulas, ni yo puedo escri-
birlas bien. Por lo cual creo que pongo primero
lo que debiera ser último y lo último primero.
Pero todo lo que escribo así lo narran ellos, co-
mo lo escribo, y así lo pongo como lo he entendi-
do de los del país (Pané, 1990: 28).
Evidentemente, nuestro cronista se encontraba
algo desorientado al tratar de organizar los mitos
y leyendas (“fábulas”), que le trasmitían los
aborígenes. ¿Sería el desconocimiento de la len-
gua nativa su limitante? o ¿tendría razón Pané, al
argumentar que por estar hablando con una po-
blación ágrafa, estos eran incapaces de trasmitir
ordenadamente sus creencias y conocimientos
ancestrales? Las afirmaciones del fraile no resis-
ten el contraste con lo escrito por sus contem-
poráneos acerca de los procesos de endocultura-
ción en poblaciones aborígenes y la manera de
atesorarlos: Anglería, Oviedo y Las Casas los
registran fehacientemente en sus obras. Con el
ánimo de ilustrar lo expuesto, citamos un frag-
mento de la Historia de Las Casas:
(…) se tiene por notorio tener todos los indios in-
mortal memoria, como la tengan de las cosas que
muchos años pasaron, como si las tuviesen por es-cripto, y desto al mismo Oviedo pongo por testigo,
que dice en el cap. 1º del libro V, que la manera de
cantar los indios era una historia o acuerdo de las cosas pasadas, así de guerras como de paces, por-
que por la continuación de tales cantares no se les
olvidan las hazañas e acaescimientos que han pa-
sado; y estos cantares les quedan en la memoria en lugar de los libros de su acuerdo, y por esta
forma recitan las genealogías de sus caciques y
señores que han tenido y las obras que hicieron y los males temporales que han pasado, y en espe-
cial, las famosas victorias por batallas, etc. (1995:
330, T. III).
En otro pasaje del texto Pané señaló: Y bien es
verdad que le dije al señor gobernador don Cris-
tóbal Colón: Señor, ¿como quiere Vuestra Seño-
ría que yo vaya a vivir con Guarionex, no sa-
biendo más lengua que la de Macorís? (Ob. cit:
51). La evidente preocupación del fraile viene
dada por el desconocimiento de la lengua más
extendida entre los aborígenes de Haití, y que no
se correspondía con la que él escasamente domi-
naba, entre los pobladores macorijes. Todo indica
que el conocimiento que tuvo de esta última era
superfluo, Las Casas, que conoció el texto y la
labor de Pané, escribió: Este Fray Ramón escru-
diñó lo que pudo, según lo que alcanzó de las
lenguas en esta isla; pero no supo sino la una de
una chica provincia que arriba dejimos llamarse
Macorix de abajo, y aquella no perfectamente, y
de la universal supo no mucho, (…) (1995: 416,
417).
Además del desconocimiento de las lenguas
autóctonas, el fraile presentó ciertas dificultades
con la técnica utilizada para el registro documen-
tal. Al respecto anotó: Puesto que escribí de pri-
sa, y no tenía papel bastante, no pude poner en su
lugar lo que por error trasladé a otro; (…).
(Pané, 1990:30). En un texto que refleja un pro-
cedimiento de registro de datos deficiente, res-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 28
tringido polígono de búsqueda de información,
desconocimiento de tradiciones aborígenes, estilo
monótono, descriptivo y confuso, tenemos ahora
la tarea de intentar acercarnos a las referencias
que aparecen sobre el habla aborigen.
Mientras las referencias de Colón hablan solo
de alguna diferencia en las lenguas, y Cúneo las
elimina totalmente, Pané expone un contraste
sustancial, al menos entre dos de las más usadas
por los aborígenes de Haití. Lo más interesante de
nuestra comparación es quizás, que el clérigo
involucra a la figura del Almirante, haciéndolo
testigo de la diversidad lingüística entre las regio-
nes visitadas y conocidas por ambos. Al respecto
señaló el ermitaño: El señor Almirante me dijo
entonces que la provincia de la Magdalena o
Macorís tenía lengua distinta de la otra, y que no
se entendía su habla por todo el país. Pero que yo
me fuese a vivir con otro cacique principal, lla-
mado Guarionex, señor de mucha gente, pues la
lengua de éste se entendía por toda la tierra. (Ob.
cit: 51).
Del fragmento citado podemos colegir que la
lengua aborigen empleada en la provincia de la
Magdalena o Macorís se circunscribía a esta pe-
queña región, existiendo otra más extendida. Ob-
viamente, Colón quería obtener un conocimiento
más general de las creencias y ritos en la “provin-
cia” más extensa, donde posiblemente habitara el
mayor componente étnico de la isla. Es por ello
que ordena al fraile que se traslade a las posesio-
nes de Guarionex, al parecer cacique principal del
vasto territorio. Llama poderosamente la atención
el hecho de que, mientras Colón registra en oca-
siones una comunidad lingüística en los archipié-
lagos explorados, tanto en su diario de navega-
ción, como en los memoriales y cartas enviados a
la corona, entre 1492 y 1494, Pané consigna que
el Almirante conocía indiscutiblemente las dife-
rencias idiomáticas, en fecha tan temprana como
1497 – 1498; periodo en que posiblemente entre-
gara el jerónimo los resultados de su labor.
Hasta aquí, lo que podemos saber sobre el
tópico en cuestión, en el referido texto del ermi-
taño. Si tomamos en cuenta los criterios de Pané,
tendríamos que vernos obligados a poner en tela
de juicio los datos consignados por Colón e inva-
lidar el testimonio de Miguel de Cúneo. Eviden-
temente, las contradicciones entre las fuentes
mencionadas constituyen un serio obstáculo para
el conocimiento de las lenguas utilizadas por los
aborígenes antillanos. ¿Por cuál de ellos tomar
partido?
Pedro Mártir de Anglería
La obra Décadas del Nuevo Mundo es consi-
derada como la primera crónica general de Indias
debido a la temprana publicación de su Primera
Década, en 1511. Los datos consignados van
desde 1492 hasta 1526. Nos parece oportuno re-
cordar que las notas de este cronista están basadas
exclusivamente en aplicación de entrevistas en
territorio peninsular, no pudiendo el autor partici-
par directamente en el proceso colonizador insu-
lar.
La primera referencia a las lenguas la locali-
zamos en el libro I de su Primera Década; donde
el autor hace alusión a denominaciones emplea-
das por los aborígenes de Haití: Llaman, en efecto
al cielo “turei”, a la casa “boa”, al oro “cáu-
nis”, al hombre bueno “tayno” y a la nada “ma-
yani”; (…). (1989:109). Llama la atención en el
fragmento citado, que ni la denominación de boa,
ni la de cáunis, referidas a casa y oro respectiva-
mente, coinciden con las registradas por el resto
de los cronistas. Colón en su diario de a bordo del
primer viaje, solo nos entregó tres denominacio-
nes para el vocablo oro: nucay (Cuba), tuop (no-
reste de Haití) y nozay (Bahamas) (1958: 52, 130,
131). ¿Se habrá referido Anglería a vocablos em-
pleados por otros grupos étnicos no registrados
por el Almirante?, ¿quién le suministró estos da-
tos?, ¿copió correctamente la información que le
suministraban los informantes? Desafortunada-
mente, el texto de Anglería adolece de no citar las
fuentes que está utilizando para su relación, así
como tampoco define siempre a que regiones
geográficas se está refiriendo.
El texto de Anglería menciona evidentes dife-
rencias lingüísticas en las poblaciones descritas
para Haití. Es en este sentido una de las crónicas
que más enfatiza en la diversidad de lenguas
aborígenes de la vecina isla. En un pasaje donde
el autor nos relata el impacto de la colonización
en las poblaciones autóctonas, hallamos el si-
guiente fragmento que nos indica diferencias lin-
güísticas: De los indígenas del Cibao pocos
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
29 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
guardaron lo convenido, pues el hambre que
sufrían era mayor que entre los demás. Dicen que
éstos se diferencian en costumbres y lengua de
los que habitan en la llanura, (…). (Ob. cit: 148).
Obsérvese que Anglería no hace referencia a la
fuente que está utilizando, solo se limita a anotar
“dicen”, lo cual le resta calidad a su obra. Más
adelante vuelve a retomar el tema de la diversidad
apuntada: En la provincia de Huhabo están las
regiones de Xamaná, Canabacoa, Cuhabo y otras
muchas cuyos nombres ignoro hasta hoy. La de
Cayabo incluye las de Maguá y Cocacubana. Los
habitantes de esta región hablan una lengua muy
distinta de los otros de la Española, y les dicen
“macorixes”. Otras comarcas son Cubana, tam-
bién de idioma diferente de las demás. (Ob. cit:
356).
Otra diferencia registrada en relación al tópico
que nos ocupa, pero referida a la ausencia de un
lenguaje determinado en una población enclavada
en la región de Guaccaiarima, al oeste de Haití
(1989:366), llama poderosamente la atención, ya
que el cronista hace referencia a una sociedad
humana incapaz de establecer un lenguaje verbal
articulado, lo cual los situaría en un peldaño muy
inferior en la evolución biológica - social del sa-
piens en el planeta; sobre todo cuando se trata de
sociedades enmarcadas a finales del siglo XV y
comienzos del XVI d. n. e.
Debemos destacar que los datos consignados
por Anglería para la vecina isla de Haití, en lo
que se refiere a diversidad de lenguas, están a
tono con lo descrito por Pané, salvo que Anglería
incrementa el numero de diferencias lingüísticas
en la vecina isla, y entra en contradicción con lo
planteado por Cuneo y Colón acerca de una uni-
dad lingüística en el ámbito antillano. Sin embar-
go, la información que nos legó sobre las lenguas
empleadas en Cuba no es tan clara como desea-
ríamos, aunque es una valiosa fuente de informa-
ción.
Sin lugar a dudas, las referencias a lenguas en
el texto de Anglería que más interés presentan
para el presente estudio, son las relativas a la ex-
ploración por la costa Sur de Cuba durante el se-
gundo viaje de navegación de Colón. Refiriéndo-
se al encuentro de los hispanos con algunos abo-
rígenes pescadores que se localizaban, al parecer,
en las inmediaciones de la Bahía de Guantánamo,
escribió: Entonces el Almirante, que llevaba a
cierto joven llamado Diego Colón, a quién había
aprehendido consigo en la isla de Guanahaní,
inmediata a la de Cuba, y educado entre los su-
yos, sirvióse de él como intérprete, por ser su
lengua casi semejante a las de aquellas gentes.
Habló Diego con el isleño que se había aproxi-
mado más, (…). (Ob. cit: 135).
El texto indica que no habían casi diferencias
lingüísticas entre los pobladores bahameses y
cubanos (¿dialectos de un mismo tronco lingüísti-
co?), fundamentado por el hecho de haber logra-
do el “intérprete” la comunicación sin mayores
obstáculos; pero veamos lo que expone Anglería,
cuando relata la navegación con rumbo hacia el
occidente del archipiélago: le salieron al encuen-
tro muchas canoas, y valiéndose de señales, se
saludaron muy amablemente, pues ni el propio
Diego, que a la entrada de Cuba había entendido
la lengua de los indígenas, comprendía la de
éstos. Así se dieron cuenta que en las diversas
provincias de Cuba había diferentes idiomas,
(…). (Ob. cit: 139).
El contraste entre un relato y otro es aprecia-
ble, comunicación verbal en la región suroriental
del archipiélago y comunicación por señas en la
suroccidental, al no conocer el “intérprete” la
lengua de los pobladores. Si las referencias de
Anglería fuesen ciertas, entonces quedaría invali-
dada la información sobre una comunidad lin-
güística en el Caribe, aportada por Cuneo y
Colón, e introducirían un mayor número de dife-
rencias lingüísticas para el caso de La Española
que las señaladas por Pané. En adición, tendría-
mos que aceptar el hecho del uso de diferentes
lenguas o dialectos en las poblaciones aborígenes
de nuestro archipiélago. Hasta aquí lo expuesto
por Anglería, relacionado con las lenguas em-
pleadas por los aborígenes antillanos.
Gonzalo Fernández de Oviedo
En su Historia general localizamos la primera
referencia clara a las lenguas, en un pasaje que
hace alusión al tipo de viviendas de los morado-
res de La Española; al respecto apuntó: Tornemos
a las casas en que moraban, las cuales común-
mente llaman buhio en estas islas todas (que
quiere decir casa o morada); pero propiamente
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 30
en la lengua de Haiti el buhio o casa se llama
eracra (…). Luego de describir el procedimiento
empleado por los aborígenes para la construcción
de sus casas, expone: El buhio ó casa de tal ma-
nera fecho, llámase caney. (1851: 463, 464).
La referencia nos indica que en el área antilla-
na, con excepción de la isla de Haití, se le domi-
naba buhio a las viviendas. Es decir, que en el
texto hay implícito un reconocimiento a cierta
diferencia lingüística, al menos en esta vecina
isla. Es necesario señalar que ningún otro cronista
hace alusión al término eracra para referirse a las
viviendas; desconocemos de qué fuente se habrá
nutrido el autor para registrar este vocablo.
Hay sin embargo, en la obra de Oviedo un in-
teresante pasaje donde plasmó evidentes diferen-
cias lingüísticas en toda el área antillana. En el
mismo, el cronista entra en contradicción con los
apuntes de Colón y Cúneo al exponer: La primera
lengua con quel primero almirante, Don Cristó-
bal Colón, descubridor destas partes, topó, fue la
de las islas de los Lucayos, é la segunda la de la
isla de Cuba, y la tercera la de esta isla de Haití
ó Española, de las cuales ninguna se entiende
con la otra (Ob. cit: 234).
El fragmento citado es categórico en cuanto a
diversidad lingüística, no dejando margen a las
opiniones de Cúneo y Colón. Del mismo pode-
mos colegir que se empleaban, al menos, tres
lenguas diferentes en Las Antillas Mayores. Sin
embrago, el texto de Oviedo adolece de serias
contradicciones, que hacen dudar de las fuentes
que emplea, así como de su experiencia personal
en el ámbito antillano. Para fundamentar lo ante-
riormente expuesto, citamos un fragmento referi-
do a la lengua empleada por los aborígenes en
Cuba: La gente de la isla de Cuba ó Fernandina
es semejante á la desta Isla Española, aunque en
la lengua difieren en muchos vocablos, puesto
que se entienden los unos a los otros. (Ob. cit:
500).
¿Cómo podemos dar crédito a lo relatado por
el cronista, cuando luego de exponer, en una
misma obra, que hay diferencias lingüísticas entre
las islas de Bahamas, Cuba y Haití, nos dice que
efectivamente los pobladores de estos territorios
se logran comunicar entre ellos? Si bien Oviedo
apunta que hay diversidad de vocablos, introduce
nuevas interrogantes vinculadas con el tópico que
nos ocupa. Dos cuestionamientos lógicos nos
asaltan, luego de analizar sus escritos: ¿Existían
dialectos en el área antillana? ¿Acopió suficientes
conocimientos Oviedo acerca de las diferencias
apuntadas, o había hecho uso incorrecto de las
fuentes consultadas?
Otro de los apuntes, acerca de las danzas prac-
ticadas en Cuba, nos remite a la diversidad lin-
güística, registrada de forma ambigua por el cro-
nista: Sus areytos é cantares son, como en esta
isla; y esta manera de bayles é cantares es muy
común en todas las Indias, aunque en diversas
lenguas. (Ob. cit: 501).
El texto enfatiza nuevamente en la diversidad
lingüística, al exponer que las danzas, denomina-
das como areitos entre los aborígenes, se practi-
caban en todas las islas; pero en las lenguas res-
pectivas de cada región geográfica. En los si-
guientes fragmentos de su obra, vuelve a señalar
el autor diferencias lingüísticas entre Haití y las
demás islas vecinas:
Huracán, en lengua desta isla, quiere decir pro-
piamente tormenta ó tempestad muy excesiva;
(…). (Ob. cit: 167)
Llaman los indios de aquesta Isla Española á la
mar bagua (no digo baygua porque baygua es
aquel barbasco, con que toman mucho pescado, segund tengo dicho, sino bagua es el nombre de la
mar en esta isla). (Ob. cit: 446)
Es evidente que si Oviedo nos señala en los
fragmentos citados, que los vocablos empleados
son propios de Haití, se está haciendo referencia a
una diversidad idiomática, pues de lo contrario
nos indicaría un uso general del vocablo para el
resto de Las Antillas. Lo mismo sucede para el
vocablo canoa, del cual apuntó: (…), hay una
manera de barcas que los indios llaman canoa,
(…). Estas he visto de porte de cuarenta y cin-
cuenta hombres, (…), é llámanlas los caribes
piraguas, (…). (Ob. cit: 171).
Hasta aquí la información suministrada por
Oviedo en relación a las lenguas aborígenes del
área antillana. De manera general y luego de un
análisis crítico de sus notas, podemos deducir que
es posible que existiera cierta diversidad lingüís-
tica en Las Antillas Mayores, o cuando menos
dialectos diferentes, además de denominaciones
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
31 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
disímiles para similares fenómenos y objetos,
según el área al que se refiera. Sus apuntes coin-
ciden con los de Anglería y Pané.
Bartolomé de Las Casas
A pesar de haber sido Las Casas uno de los
cronistas que mejor conoció a los aborígenes anti-
llanos, es muy pobre la información que sobre las
lenguas registra en sus escritos. Sus escuetos da-
tos están referidos solamente a la isla de Haití,
haciendo alusión a algunos vocablos que, de ma-
nera general, se empleaban por las comunidades
aborígenes antillanas. Sus apuntes no son una
excepción en las contradicciones constatadas en
las crónicas generales de Indias. No obstante, es
importante señalar que fue el clérigo el cronista
que más tiempo vivió en Las Antillas, conociendo
particularmente a las comunidades aborígenes de
Haití y Cuba. Su labor está avalada además por
disponer de una considerable cantidad de docu-
mentos originales de la época, puestos en función
de la redacción de su Historia, y por su temprano
arribo al área antillana.
Comenzaremos por analizar los datos que nos
brinda su obra más extensa, Historia de Las In-
dias. La primera referencia a las lenguas emplea-
das por los aborígenes la localizamos en la des-
cripción que nos expone sobre el arribo de las
naves hispanas a la isla de Guanahaní, el 12 de
octubre de 1492:
Esta tierra era y es una isla (…), la cual se llama-
ba en lengua desta isla Española, y dellas, porque
cuasi toda es una lengua y manera de hablar, Guanahaní, la última sílaba luenga y aguda.
(1995: 200. T. I)
(…); estaba poblada de mucha gente que no ca-
bía, (…), y mayormente todas estas islas de los
lucayos, porque ansí se llamaban las gentes de es-tas islas pequeñas, que quiere decir, cuasi mora-
dores de cayos, porque cayos en esta lengua son
islas. (Ob. cit: 200. T. I)
Los fragmentos citados nos exponen que la len-
gua empleada por los aborígenes en Las Antillas
Mayores era similar, aunque algunas valoraciones
denotan ciertas diferencias regionales, no quedan-
do claro por qué se hace la salvedad de no genera-
lizar acerca de un uso lingüístico homogéneo en
toda el área: porque cuasi toda es una lengua.
En contraposición con lo anteriormente ex-
puesto, Las Casas nos informa de marcadas dife-
rencias lingüísticas en la región noreste de Haití,
enfatizando de manera descriptiva en qué consiste
dicha diferenciación: Nombrábamos el Macorix
de Abajo, a diferencia del Macorix de Arriba, que
era la gente de que estaba poblada la cordillera
de las sierras que cercaban la Vega por la parte
del Norte, y vertían las aguas en la misma pro-
vincia del Macorix de Abajo; deciase Macorix en
la lengua de los indios mas universal de esta isla,
cuasi como lengua extraña y bárbara, porque la
universal era más pulida y regular o clara, según
que dijimos en la descripción desta isla, (…).
(Ob. cit: 429. T. I).
En otros fragmentos de su obra, que nos pare-
ce necesario citar, el clérigo nos informa vaga-
mente de la diferencia lingüística entre Haití y el
resto de Las Antillas. Refiriéndose a los desma-
nes cometidos por los colonizadores hispanos en
la vecina isla, apuntó: Dos maneras tenían de
sirvientes: una, todos los indios, muchachos
comúnmente y muchachas, que habían tomado a
sus padres andando por la isla matando y roban-
do, los cuales tenían continos noches y días en
sus casas, y estos se llamaban naborías, que
quiere decir en lengua de esta isla criados; (…)
(Ob. cit: 205. T. II).
En un pasaje referido a la lengua empleada en
una provincia de Haití , que se localizaba según
Las Casas, cerca del río Hayna (mina de oro) en
la isla, registró: caona llamaban al oro. (Ob. cit:
216. T. II).
Es muy señalado el hecho de que los fragmen-
tos citados se refieran particularmente a una len-
gua propia de Haití y no de manera general para
el resto de Las Antillas. La utilización por los
aborígenes del vocablo caona para la denomina-
ción del oro, está registrada por Colón, en su dia-
rio de navegación, el domingo 13 de enero para el
noroeste de la isla, por lo que coincide con el tex-
to de Las Casas. Es decir, que al menos este vo-
cablo, era empleado particularmente por un grupo
específico de aborígenes de la vecina isla.
En Apologética Historia de Indias, mientras
nos va describiendo la localización de los asen-
tamientos aborígenes en Haití, consignó lo si-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 32
guiente: (…), y luego está la provincia de Cibao,
pues el Macorix de arriba, que así lo llamábamos
a diferencia del de abajo. Macorix quiere decir
como lenguaje extraño, cuasi bárbaro, porque
eran estas lenguas diversas entre si y diferentes
de la general desta isla. (1958: 12).
Coincidiendo con los datos registrados por
Pané, el texto nos refiere la presencia de tres len-
guas diferentes en la vecina isla; una general,
evidentemente la más utilizada, y otras dos co-
rrespondientes con las “provincias” descritas. Es
importante destacar el hecho de que el sacerdote
no mencione simplemente una diversidad de vo-
cablos en las regiones consignadas, sino que hace
referencia a lenguas diferentes entre sí. De igual
manera y también referido a la isla de Haití, ex-
puso: Esta labranza, en el lenguaje de los indios
desta isla se llamaba conuco, (…). (Ob. cit: 12).
Es notable que el clérigo señale en el fragmento
citado que el vocablo al que hace referencia es
utilizado particularmente por los aborígenes en
Haití, y no por el resto de las poblaciones aleda-
ñas a la isla.
Las Casas, a diferencia de los demás cronistas,
introduce nuevos datos en cuanto a la calidad
lingüística en la región occidental de la isla de
Haití. En su obra Brevísima Relación de la Des-
truición de Las Indias, registró los siguientes da-
tos, al referirse a la demarcación de Xaraguá: Este
era como el meollo o médula o como la corte de
toda aquella isla; excedía en la lengua y habla el
ser más polida, (…). (1999: 85).
La información citada, aunque importante, no
deja de ser ambigua, ya que en ningún momento
nos explica el clérigo en que aspecto idiomático
“excedía” la lengua empleada en la región occi-
dental a la del resto del territorio. Más aún, cuan-
do sabemos que el conocimiento de los idiomas
autóctonos del área antillana era deficiente para
los hispanos. Es decir, que si la calidad (“puli-
mento” de la lengua) apuntada hiciera referencia
a dicción y riqueza de vocabulario, cabría hacer-
nos la pregunta: ¿qué elementos manejaba Las
Casas para realizar tales valoraciones?
Desafortunadamente, no se localiza en la obra
del fraile ninguna información sobre la lengua
utilizada en el archipiélago de Cuba, así como
tampoco ningún otro dato que pudiese esclarecer-
nos el tópico en cuestión. Luego de un análisis
riguroso de la fuente y comparándola con los
apuntes anteriormente discutidos, podemos afir-
mar que existían diferencias lingüísticas en el
noreste de Haití, donde parece ser que habitaban
comunidades pertenecientes a dos etnias diferen-
tes (macorixes y ciguayos). Los datos consigna-
dos por el clérigo para esta región se correspon-
den con lo registrado por Colón, Pané, Anglería y
Oviedo. Sin embargo, deja grandes lagunas para
el conocimiento de las lenguas en el resto de Las
Antillas.
Francisco López de Gómara
En la obra de Gómara solo podemos localizar
dos referencias a las lenguas empleadas por los
aborígenes antillanos en dos regiones diferentes.
Sobre las comunidades de Haití encontramos la
primera, al analizar la etimología del nombre da-
do por los pobladores naturales a la isla. Al res-
pecto apuntó: En lengua de los naturales de
aquella isla se dice Haití y Quisqueia. Haití quie-
re decir aspereza, y Quizqueia, tierra grande12
(Gómara, 1941. T. I: 64).
12
Según Las Casas (1958: 23), el nombre de Haití se co-
rrespondía solamente con una región geográfica de la veci-
na isla. Sin embargo, al transcurrir el tiempo, pasó a ser la
denominación general empleada para el resto del territorio
por los exploradores y colonizadores hispanos. Al respecto
Las Casas registró lo siguiente en su Apologética Historia,
cuando se refiere a la “provincia” de Cibao: No me acuerdo qué tanto durará de ancho y largo esta cumbre, porque ha
más de cincuenta años que estuve en ella; llámase Haití, la
última silaba aguda, de la cual se denominó y nombró toda
esta isla, (…). Las anotaciones del clérigo no coinciden con
las del Almirante, ya que Colón consignó en su diario de
abordo y en su testamento dos denominaciones aborígenes
para la isla de Haití. En el primero de estos nos expuso:
Dejó en aquella isla Española, que los indios diz que lla-
maban Bohío, treinta y nueve hombres con la fortaleza,
(…). (Ob. cit: 120). Sin embargo, en su testamento escribió:
E plugo a Nuestro Señor Todopoderoso que en el año de
noventa y dos descubriese la Tierra Firme de las Indias y muchas islas, entre las cuales es la Española, que los in-
dios de ella llaman Ayte (…). (1958: 211).
Diego Álvarez Chanca, en carta de relación enviada en
1494 al ayuntamiento de Sevilla, registró los siguientes
datos: (…), e aquesta isla como es grande es nombrada por
provincias, é á esta parte que primero llegamos llaman
Haytí, y luego a la otra provincia junta con esta llaman
Xamaná, é á la otra Bohío, (…). (1977: 75).
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
33 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
El texto sugiere que en Haití existía una lengua
diferente del resto de las islas del área, ya que
enfatiza en que ambas denominaciones son em-
pleadas particularmente por los aborígenes de la
isla, sin embargo la referencia es muy ambigua y
no permite contrastarla con datos sobre otros te-
rritorios que no fueron considerados por el autor.
No obstante, sabemos por el análisis de las otras
fuentes ya trabajadas con anterioridad que An-
glería, Oviedo y Las Casas refieren cierta diversi-
dad lingüística entre Haití y el resto de Las Anti-
llas Mayores. Este supuesto contradice las anota-
ciones de Cúneo y algunas informaciones dadas
por Colón, quedando al margen las consideracio-
nes de Pané que no registra datos fuera del entor-
no de Haití.
La segunda referencia está relacionada con la
isla de Cuba, donde reseña diferencias idiomáti-
cas. Al comparar en un párrafo a los aborígenes
de Haití con los de Cuba refirió: En lo siguiente
empero difieren: la lengua es algo diversa; (…)
(Ob. cit: 43). Este criterio coincide con lo consig-
nado por Anglería y Oviedo en cuanto a diversi-
dad lingüística entre la lengua empleada en nues-
tro territorio y las islas vecinas. Solo estos autores
hacen alusión a la lengua utilizada por los habi-
tantes de Cuba. Sin embargo, las referencias son
muy vagas y limitan nuestras inferencias.
Los datos analizados solo permiten sugerir que
existía cierta diversidad lingüística entre nuestro
Ramón Pané, en su Relación acerca de las antigüedades de los indios, consignó que La Española era denominada en
lengua aborigen Haití; sobre ello escribió: (…) antes se
llamaba Haití, y así la llaman los habitantes de ella; y
aquella y las otras Islas las llamaban Bohío. (1990: 26).
Anglería, coincidiendo con los datos consignados por Fran-
cisco López de Gómara (1941: 64. T. I), registró una nueva
denominación para la vecina isla; en sus Décadas del Nue-
vo Mundo expuso:
Los nombres que los primitivos habitantes pusieron a la
Española fueron primero Quisqueya y luego Haití. (…).
Llaman en efecto, Quizqueia a una cosa grande y que no tiene igual. A dicha palabra le dan la significación
de vastedad, universo, todo, (…). Haití, en su antigua
lengua, quiere decir aspereza, y así designaron, apli-
cando la metonimia al todo el nombre de una parte, la
isla entera, por cuanto esta se halla erizada en muchos
parajes de escarpados montes, espesas y tétricas selvas
y valles temibles y oscuros por la altura de los montes,
si bien en otros sitios es amenísima. (1989: 351).
archipiélago y el resto de las islas vecinas, así
como entre dialectos, o simplemente diferencia-
ción de vocablos en algunas zonas de la región
oriental y occidental de nuestro territorio.
Aspecto físico
Uno de los datos etnográficos más abordados
por los estudios de reconstrucción etnohistórica
en el Caribe, ha sido el referido a la diversidad
cultural de los aborígenes del área, al arribo de
los exploradores hispanos. Sin embargo, la au-
sencia de un estudio exhaustivo de las fuentes
primarias ha afectado significativamente los es-
quemas de periodización propuestos sobre la base
de criterios culturales de muy difícil comproba-
ción, y en otros de invención contemporánea.
Cristóbal Colón
En la mañana del viernes 12 de octubre de
1492, Colón registra por primera vez, de forma
escrita, el aspecto físico de los habitantes de Gua-
nahaní. Sobre ellos escribió:
(…) andan todos desnudos como su madre los pa-rió, y también las mujeres, aunque no vide más de
una farto hermosa. Y todos los que yo vi eran to-
dos mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermo-
sos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos
gruesos cuasi como sedas de cola de caballo, e
cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de tras que traen largos, que
jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, (…), y de-
llos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y de-llos de lo que fallan, y dellos se pintan las caras, y
dellos todo el cuerpo, y dellos solo los ojos, y de-
llos solo el nariz.
(…), y todos de la frente y cabeza muy ancha más
que otra generación que fasta aquí haya visto, (….). (1958: 30, 31).
La descripción somática de los pobladores que
nos entrega el Almirante se corresponde con un
tipo físico de marcados rasgos mongoloides13
. Sin
13
Los exámenes físicos realizados a restos humanos ex-
humados en contextos arqueológicos antillanos se corres-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 34
embargo, es muy significativo el hecho de que
refiere no haber visto nunca antes hombres de
frentes y cabezas tan anchas, a pesar de que los
navegantes europeos conocían el aspecto físico de
numerosas poblaciones en el mundo, incluyendo
a los esclavos tártaros, de filiación mongoloide.
La explicación al señalamiento del Almirante
debemos de buscarla en que por vez primera
Colón se encontraba en presencia de individuos
que evidenciaban físicamente una antigua prácti-
ca cultural caribeña, conocida en la actualidad
como deformación fronto-occipital-tabular-obli-
cua14
.
De manera general, desde el día 12 de octubre
hasta el 23 de diciembre Colón registra en su dia-
rio una gran similitud entre todos los pobladores
contactados en Las Bahamas, la región oriental de
nuestro archipiélago, la Isla Tortuga y el noroeste
de Haití. Sin embargo, todo lo escrito hasta ese
momento entra en contradicción con las notas
ponden con el tipo físico amazónido, según clasificación de
Imbelloni (1938). Dentro de la gran heterogeneidad somáti-
ca de los aborígenes de América y teniendo en considera-
ción la preponderante inmigración mongoloide, los amazó-
nidos se caracterizan por presentar estatura mediana a baja,
de cabeza algo alargada (dolicocéfalos) o con tendencia a
ser corta (braquicéfalos), cuerpo robusto, brazos largos y fuertes, piernas relativamente débiles y cortas, con la piel
de distintas tonalidades sobre fondo amarillo. 14
La deformación artificial del cráneo traía como conse-
cuencia un ensanchamiento e inclinación oblicua del hueso
frontal, abombamiento parieto – temporal, así como una
mayor proyección externa de los arcos cigomáticos. El resultado de esta práctica cultural trajo aparejado un pre-
dominio de la región posterior del cráneo y su alargamien-
to. En la crónica está bien documentada la deformación
craneal en algunas comunidades antillanas, aunque no así
los propósitos de la misma. Sobre las dimensiones de cabe-
zas y frentes, que tanto llamaran la atención de Colón, nos
explica Oviedo: Esta manera de frentes se hace artificial-
mente, porque al tiempo que nascen los niños, les aprietan
las cabezas de tal manera en la frente y el colodrillo, que
como son las criaturas tiernas, las hacen quedar de aquel
talle, anchas las cabezas delante é detrás, é quedan de
mala gracia. (1851: 69). El registro arqueológico ha puesto en evidencia cráneos
deformados, pertenecientes a sociedades agricultoras, como
para sostener los datos aportados por las fuentes primarias.
Al respecto, es importante señalar que según análisis de los
cráneos estudiados en el área antillana, no parece que fuese
una práctica cultural extendida por todo el Caribe, o al
menos, no en todos los períodos de ocupación insular por
comunidades de extracción tribal.
consignadas el día 24 del propio mes, cuando el
Almirante compara a los pobladores de Cuba y
Haití: (…); porque yo he hablado en superlativo
grado la gente y la tierra de la Juana, a que ellos
llaman Cuba; más hay tanta diferencia de ellos y
de ella a ésta en todo como el día a la noche,
(…). (Ob. cit: 109).
Luego de analizar el fragmento citado, cabría
preguntarnos ¿En qué consistían tales diferen-
cias? ¿Estaría Colón ante la presencia de un nue-
vo grupo étnico? Desafortunadamente, la infor-
mación que aparece en su diario es tan imprecisa
que no nos permite llegar a una conclusión acer-
tada, o cuando menos aproximada al tema en
cuestión.
Los contrastes percibidos en los grupos con-
tactados comienzan a ser constantes, una vez que
los exploradores hispanos se hallan en la región
nororiental de la isla de Haití. Los datos consig-
nados para los pobladores de esta parte de la isla,
en cuanto a diferencias etnográficas, se corres-
ponden con lo registrado desde el punto de vista
lingüístico por el propio Colón, Pané, Las Casas y
Anglería. Al parecer, el Almirante había arribado
al territorio de grupos ciguayos y macorixes, de
diferente extracción étnica. Del primer contacto
con estas poblaciones disponemos del testimonio
del propio Colón, cuando describe el aspecto físi-
co de estos hombres: (…) era muy disforme en el
acatadura más que otros que hobiesen visto. Te-
nía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que
en todas partes acostumbran de se teñir de diver-
sos colores. Traía todos los cabellos muy largos y
encogidos y atados atrás y después puestos en
una redecilla de plumas de papagayos, y él así
desnudo como los otros. (Ob. cit: 130).
El contacto con pobladores, que además de
portar diferentes armas15
, adornos corporales y de
15
La diferencia en el armamento se debe a que los arcos y
flechas de estos aborígenes eran de mayores dimensiones
que los descritos por Colón para el resto de las islas: Los
arcos de aquella gente diz que eran tan grandes como los de Francia e Inglaterra; las flechas son propias como las
azagayas de las otras gentes (Las Casas citando a Colón,
1958: 134). Es necesario aclarar que las anotaciones de
Colón se contradicen en relación al uso de armas, ya que en
varios pasajes anota que los aborígenes no las poseen, ni
conocen. Sin embargo, su relación, al igual que la de los
demás cronistas, describe una amplia utilización de maca-
nas, arcos, flechas y azagayas en el área antillana. En menor
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
35 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
presentar un aspecto físico no constatado con
anterioridad, unido a un comportamiento inusual
ante la presencia hispana y empleando una lengua
diferente, trajo como consecuencia que Colón
pensara estar en presencia de los caribes. Citamos
sus consideraciones al respecto: (…) si no son de
los caribes, al menos deben ser fronteros y de las
mismas costumbres y gentes sin miedo, no como
los otros de las otras islas, que son cobardes y
sin armas fuera de razón (Ob. cit: 132).
La descripción que hiciera Colón del aspecto
físico de los aborígenes lucayos, como hombres
de cabello corto y lacio, cortado en cerquillo so-
bre las cejas, salvo algunos largos de usanza en la
parte posterior de la cabeza, no se corresponde
con un dato registrado por el propio Colón en
carta de relación dirigida a Luis de Santangel,
dando cuenta de su primer viaje. En la misma
expuso: Otra isla me aseguran mayor que la Es-
pañola en que las personas no tienen ningún ca-
bello. En esta hay oro sin cuento, y destas y de
otras traigo conmigo indios para testimonio (Na-
varrete, 1999: 153).
En otra correspondencia sostenida con el teso-
rero de los monarcas, Sr. Rafael Sánchez, fechada
en 1493, vuelve Colón a sostener el criterio de la
homogeneidad en el aspecto físico y la lengua:
No hay en todas estas islas diversidad alguna en
la fisonomía, en las costumbres ó lengua, (…).
(Ob. cit: 162). Hasta aquí los datos registrado por
Colón durante su primer viaje de exploración, en
relación al tópico que nos ocupa. La información
que de estos podemos colegir es muy confusa y
plagada de contradicciones, con excepción de las
anotaciones referidas al noreste de Haití, donde es
evidente que los hispanos habían entrado en con-
tacto con una etnia diferente a la (s) del resto del
territorio y demás islas mencionadas. Es impor-
tante destacar que Colón solo hace diferenciación
entre “indios” y canibas o caníbales, y que en
medida la crónica registra el uso de cuchillas y hachas de
piedra. Creemos también pertinente destacar que, si bien
estos artefactos constituían parte de los instrumentos de
producción de las sociedades en estudio, también eran em-
pleados en los conflictos íntertribales y, posteriormente,
para enfrentar precariamente a los colonizadores hispanos,
por lo que no consideramos desacertado el empleo del de-
nominativo de armas.
ningún momento registra etnónimos pertenecien-
tes a las poblaciones visitadas.
Si bien es Colón un acucioso observador, va-
rios obstáculos conspiraron negativamente en la
redacción de sus anotaciones, entre ellos la pre-
mura del tiempo empleado16
en las exploraciones,
el desconocimiento de la lengua (s) nativa, y los
fines económico – políticos que perseguía su em-
presa. A ello debemos sumar que la propia diná-
mica del registro de datos en un diario de navega-
ción, donde la realidad percibida cambia constan-
temente, dificulta el análisis de la información
compendiada.
Miguel de Cúneo
Analizaremos a continuación qué nos expusie-
ron dos testigos del segundo viaje de exploración
de Colón. Para ello comenzaremos por citar un
fragmento de la carta que enviara Cúneo a Jeró-
nimo Annari en 1495, donde hace una descrip-
ción general de las observaciones realizadas du-
rante el periplo (descripción del tipo físico en
Guadalupe, Santa María la Galante, Once Mil
Vírgenes, Santa Cruz, Borinquen y Santo Domin-
go).
Digo, pues, que los hombres de uno y otro sexo son de color aceitunado, como los de Canarias; tienen
la cabeza aplastada y la cara atartarada; son de
pequeña estatura; por lo común, tienen muy poca barba y bellísimas piernas, y tienen la piel dura.
Las mujeres tienen los senos muy redondos y du-
ros. Bien hechos. (…). Acostumbran a ir desnudos
del todo, pero es verdad que las mujeres, después de haber tenido contacto con el hombre, se cubren
delante con una hoja de árbol o con un pedazo de
paño de algodón o con pantalones de dicho paño (Cúneo, 1977: 38).
Las observaciones consignadas por Cúneo co-
inciden con los apuntes de Colón, en cuanto al
tipo físico, al mencionar los característicos rasgos
mongoloides y la práctica cultural consistente en
la deformación craneal artificial. De igual manera
16
La premura de tiempo en la exploración estaba dada por
la escasez de avituallamiento para la tripulación, deterioro
físico de hombres y medios técnicos, descalabro de la nave
Santa Maria y propósitos concretos de la expedición.
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 36
concuerda la descripción de la costumbre femeni-
na, una vez casada la mujer, de llevar faldas cor-
tas de algodón.
Es importante destacar que Cúneo en sus
apuntes solo hace distinción entre caníbales e
indios, a pesar de aseverar que estos son exponen-
tes de las mismas manifestaciones culturales: (…)
viven todos de acuerdo con las mismas costum-
bres, y parecen al verlos una nación sola, excepto
que los Caníbales son hombres más feroces y más
inteligentes que dichos indios (Ob. cit: 39). Si
interpretásemos literalmente la información apor-
tada por el autor, entonces todos los pobladores
de Las Antillas Mayores serían asumidos dentro
de un mismo grupo cultural bajo la errada deno-
minación de “indios”, y más aún, estos últimos
estarían emparentados con los llamados caribes.
La información expuesta por Cúneo es débil,
ya que los datos son muy generales y poco nos
ayudan en la búsqueda de indicadores de diferen-
ciación étnica. Además, introduce nuevas lagunas
en el conocimiento del aspecto físico, al describir
un corte de cabello diametralmente opuesto al
descrito por Colón para los lucayos y el noreste
de Haití: Dichos Caníbales e Indios se afeitan los
cabellos y la barba, lo mismo hacen las mujeres,
y se rasuran con cañas, (…). (Ob. cit: 40).
La información referida a la exploración por la
costa Sur de nuestro archipiélago no aporta nin-
gún dato de interés sobre el tópico en cuestión, el
autor solo se limita a señalar que los aborígenes
contactados en los Jardines de la Reina poseían
una piel más oscura, que el resto de las poblacio-
nes vistas con anterioridad.
Diego Álvarez Chanca
El segundo partícipe de la nueva exploración
que realizara Colón, es el Doctor Chanca. Este, a
diferencia de Cúneo, limitó su navegación hasta
La Española, por lo que sus datos solo se refieren
a los aborígenes de esta isla, y de varios territo-
rios de Las Antillas Menores. En carta de relación
enviada en 1494 al ayuntamiento de Sevilla, el
autor registró los siguientes datos relacionados
con las diferencias culturales constatadas en los
aborígenes que topó la flota, durante el trayecto
de Guadalupe hacia Haití: La diferencia destos á
los otros indios en el hábito, es que los de Caribe
tienen el cabello muy largo, los otros son tresqui-
lados é fechas cien mil diferencias en las cabezas
de cruces, é de otras pinturas en diversas mane-
ras, (…). (Ob. cit: 72).
Llegado a Haití anotó: (…), andan como na-
cieron, salvo las mugeres de esta isla traen cu-
biertas sus vergüenzas, dellas con ropa de al-
godón que les ciñen las caderas, otras con yerbas
é fojas de árboles. Sus galas dellos é dellas es
pintarse, unos de negro, otros de blanco é colo-
rado, de tanto visajes que en verlos es bien cosa
de reir; las cabezas rapadas en logares, é en lo-
gares con vedijas de tantas maneras que no se
podia escrebir. En conclusión, que todo lo que
allá en nuestra España quieren hacer en la cabe-
za de un loco, acá el mejor dellos vos la terná en
mucha merced. (Ob. cit: 92)
Otro rasgo diferencial que anotara sobre los gru-
pos caribes es el siguiente: (…) las Caribes traian
en las piernas en cada una dos argollas tejidas de
algodón, la una junto con la rodilla, la otra junto
con los tobillos; de manera que les hacen las pan-
torrillas grandes, é de los sobredichos logares muy
ceñidas, que esto me parece que tienen ellos por
cosa gentil, ansi que por esta diferencia conocemos
los unos de los otros (Ob. cit: 67).
Las observaciones del autor se corresponden
en parte con las descripciones de Cúneo, y se
contradicen con lo registrado por Colón, en cuan-
to a la usanza del cabello en Guanahaní; además
de aportar nuevas diferencias entre los grupos
caribes y aruacos. Chanca, al igual que Cúneo, no
hace distinciones étnicas entre los aborígenes que
encuentra en Las Antillas Mayores; tan solo se
limita a marcar diferencias entre los que el deno-
mina caribes y los otros indios, o sea, las comu-
nidades contactadas en Haití.
Es importante destacar que entre todos los
cronistas, es Chanca el que mayores datos registra
en relación al uso del cabello por una parte de los
aborígenes de Haití. Sin embargo, sus apuntes no
recogen información de los habitantes de Cuba,
Bahamas y el noreste de Haití, región última de
supuestas diferencias en el tipo físico, según
Colón. Difiere de la generalización hecha por
Cúneo, en relación al uso de cabezas rasuradas en
toda el área antillana; describiendo una práctica
cultural diametralmente opuesta entre aruacos y
supuestos caribes.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
37 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
Chanca hace énfasis en la antropofagia como
característica fundamental de los grupos llamados
caribes, pero es el único cronista que registra en
sus apuntes la extensión de esta práctica cultural a
grupos aruacos de Las Antillas Mayores. En un
pasaje donde describe la exploración por la isla
de Burenquen (Puerto Rico), consignó los si-
guientes datos referidos a los pobladores: (…)
estos no tienen fustas ningunas ni saben andar
por mar: pero según dicen estos caribes que to-
mamos, usan arcos como ellos, é por si caso
cuando los vienen a saltear los pueden prender
tambien se los comen como los de Caribe á ellos.
(Ob. cit: 74).
Los datos consignados en la carta de relación
citada son muy generales, e incrementan las con-
tradicciones presentes en las fuentes primarias, al
introducir descripciones que difieren de lo ex-
puesto por el resto de los cronistas.
Pedro Mártir de Anglería
Pasaremos de inmediato a analizar la obra de
Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, debido a
que desafortunadamente el texto de Fray Ramón
Pané no contiene referencias al aspecto físico de
los aborígenes antillanos. En el libro XVIII de su
primera Década, el cronista nos suministra in-
formación relacionada con la existencia de una
comunidad aborigen, asentada en occidente de
Haití; de especial interés para el tópico que nos
ocupa. El pasaje llama poderosamente la aten-
ción, ya que describe características socioeconó-
micas en los pobladores, que difieren de lo escrito
para el resto de las poblaciones autóctonas de la
vecina isla, lo cual pudiese conllevar a pensar en
un grupo humano de diferente filiación étnica.
Sobre estos hombres expuso:
En la región de Guaccaiarima, que es la última
hacia occidente y dentro del pequeño territorio de Zauana, se dice que habitan unos hombres que,
contentándose con cavernas y frutas silvestres,
nunca se han amansado ni venido al trato con ningún mortal, sino que viven vagabundos, sin
sembrados ni agricultura, según se lee de la edad
de oro (1989:366. T. I)
El fragmento citado nos llevaría a pensar en
individuos con un modo de producción apropia-
dor, cuyo nivel de desarrollo socioeconómico
difiere señaladamente de los descritos por Colón
para el resto de los aborígenes antillanos. Estos, a
diferencia de las demás poblaciones que habita-
ban la isla, manifestaban una conducta excepcio-
nal, al no establecer relaciones de ningún tipo con
el resto de las comunidades.
Otra diferencia reflejada en su obra se corres-
ponde con los habitantes del Cibao, en la misma
isla de Haití; de ellos apunto: Dicen que éstos se
diferencian en costumbres y lengua de los que
habitan en la llanura, (…). (Ob. cit: 148). Sus
anotaciones son muy escuetas y no explican en
que consisten las diferencias, tampoco refiere qué
fuente está utilizando para abordar el tópico, pues
solo se limita a señalar dicen, y como es sabido el
cronista nunca pisó tierras americanas.
Al abordar los datos etnográficos relacionados
con los lucayos, sus apuntes coinciden con los de
Colón, aunque desafortunadamente no hace refe-
rencia al aspecto físico de estos aborígenes, ni
tampoco al del resto de Las Antillas Mayores. De
manera general la información que podemos co-
legir de su obra, en relación a indicadores de tipo
étnico, es muy difusa, ya que Anglería solo con-
signa un posible etnónimo en sus escritos (luca-
yos) y solo se define una clara diferenciación
cultural entre caribes e indígenas. Su obra señala,
sin embargo, la descripción de los pobladores de
la región de Guaccaiarima, cuyas características
constituyen un nuevo elemento de análisis del
tópico en cuestión, ya que no están consideradas
ni por Colón, ni por Cúneo, ni por Chanca en sus
apuntes respectivos.
Es importante destacar que Anglería, coinci-
diendo con las observaciones de Chanca, registra
presencia caribe en Puerto Rico, describiendo
relaciones de beligerancia entre estos últimos y
los habitantes aruacos de la isla.
Gonzalo Fernández de Oviedo
En su Historia General de las Indias…, al
igual que el resto de los cronistas, hace diferen-
ciación entre dos grandes grupos culturales, los
caribes ó indios flecheros y los indios. Sus obser-
vaciones, en cuanto al tipo físico de estos últimos,
se corresponden con las realizadas por el Almi-
rante para los lucayos, aunque agrega algunos
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 38
datos y explicaciones sobre diversos aspectos de
los aborígenes de Haití, que citamos a continua-
ción:
(…) la color desta gente es lora: son de menor es-
tatura que la gente de España comúnmente; pero
son bien hechos é proporcionados, salvo que tie-nen las frentes anchas é las ventanas de las nari-
ces muy abiertas, é lo blanco de los ojos algo tur-
bio. (…). Andan todos desnudos é no tienen bar-bas, antes por la mayor parte son lempiños.
Las mugeres andan desnudas, é desde la cinta abaxo traen unas mantas de algodón fasta la mitad
de la pantorrilla, é las cacicas principales hasta
los tobillos (…). Este hábito trayan las que eran casadas o habían conoscido varón; pero las don-
cellas vírgenes ninguna cosa trayan destas mantas
(que se llaman naguas) sino de todo punto toda la
persona desnuda. Hay algunas de muy buenas dis-posiciones: tienen muy buen cabello ellas y ellos, y
muy negro é llano y delgado: no tienen buenas
dentaduras. (1851: 69).
A diferencia de Cúneo, Chanca y Colón,
Oviedo no señala de qué manera cortaban sus
cabellos estos aborígenes; aunque describe la
costumbre de practicar la deformación craneal,
descrita por el Almirante en los pobladores de las
Lucayas. En particular sobre la isla de Cuba, se
limitó a expresar: La gente de la isla de Cuba ó
Fernandina es semejante a la desta Isla Españo-
la, (…). El traje es el mismo con que nascen, é no
son ellos ni las mugeres mas vestidos de lo que
está dicho. La estatura, la color, los ritos é ido-
latrías, el juego del batey ó pelota, todo esto es
como lo de la Isla Española; (…). (Ob. cit: 500).
Coincidiendo con el señalamiento de Anglería
sobre un asentamiento aborigen de características
muy particulares en la “provincia” de Guacayari-
ma (isla de Haití), nos relaciona Oviedo los acon-
tecimientos de 1503, cuando Diego Velázquez fue
encomendado como capitán para la “pacificación”
del occidente de la isla; sobre esto expuso:
(…) vivían en cavernas ó espeluncas subterraneas
é fechas en las peñas é montes: no sembraban, ni
labraban la tierra para cosa alguna, é con sola-mente las fructas é hiervas é rayces que la natura
de su propio é natural oficio producía, se manten-
ían y eran contentos, sin sentir necesidad por otros
manjares, ni pensaban en edificar otras casas, ni
aver otras habitaciones mas que aquellas cuevas,
donde se acogían. (...). Aquesta gente fue la más salvaje que hasta agora se ha visto en las Indias.
(Ob. cit: 90, 91)
Lamentablemente, no se menciona ningún
etnónimo en el pasaje citado, así como tampoco
se trata el aspecto físico de estos aborígenes “sal-
vages”. Lo que podemos intuir del fragmento
citado, es que los habitantes de la “provincia” de
Guacayarima formaban parte de los indios alza-
dos en contra de la dominación hispana desde
1503. Es contradictorio este hecho, cuando An-
glería afirma: (…) nunca se han amansado ni
venido al trato con ningún mortal (1989:366),
pues esta bien documentada en la crónica la
alianza estratégica entre diversas poblaciones
para hacerle frente al colonizador europeo; por lo
que es dudoso que una sola comunidad, con las
características aquí señaladas, decidiera enfrentar
a las tropas hispanas comandadas por Diego
Velázquez.
Es importante destacar que las denominacio-
nes de indios flecheros e indios, dadas por Oviedo
a las comunidades aborígenes que habitaban Las
Antillas, están fundamentadas en su texto sola-
mente por diferencias en el empleo de dardos y
sustancias venenosas que empleaban los primeros
durante los conflictos intertribales, y en la prácti-
ca de la antropofagia. Según el cronista, los fle-
cheros se asentaban en Las Antillas Menores,
llegando su distribución hasta Puerto Rico; sobre
ello escribió: Estos flecheros destas islas que ti-
ran con hierba, comen carne humana, excepto los
de la isla Boriquen (Ob. cit: 35).
Nos parece acertado citar un fragmento del
texto de Oviedo, donde se hace una descripción
de los caníbales o caribes, ya que en los datos
consignados por el cronista se describe una rela-
ción interétnica entre ellos y los pobladores de
Haití, más allá de contradicciones o disputas por
territorios. A ello debemos de sumar el hecho de
que el cacique Behechio era posiblemente de ori-
gen Caribe (Ob. cit: 66), y de que la distribución
de estos grupos, según Oviedo, llegaba hasta Las
Antillas Mayores.
Estos viven en las islas comarcanas, y la principal
isla desta gente fue la isla de Boriquen, que agora
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
39 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
se llama Sanct Juan, é las otras cercanas della,
(…). E de aquellas venian en sus canoas con arcos
y flechas á saltear por la mar, é hacer la guerra á la gente desta isla de Haití. Son aquellos flecheros
más denodados é valientes que los desta isla, por-
que solamente avía en ella flecheros en una parte sola ó provincia que se dice de los Ciguayos, en el
señorío de Canoabo; más no tiraban con hierba ni
la sabían hacer. (Ob. cit: 59)
Oviedo introduce una nueva denominación de
posible filiación étnica para los pobladores del
noreste de Haití; estos eran los ciguayos, que
según el propio autor: así se llamaban los fleche-
ros indios de la costa norte en esta isla (Ob. cit:
59). El cronista plantea que el origen de estos
pobladores debe de buscarse en el resto de las
islas habitadas por flecheros, y que debido a la
antigüedad de la colonización de estos, habían
adoptado una nueva lengua; “dejando la suya”.
En general, luego de analizar los apuntes con-
signados por Oviedo, pudiéramos colegir que
existía un tipo físico relativamente homogéneo
entre los habitantes del área antillana, y de que
todos practicaban la deformación craneal. Para la
isla de Haití se señalan diferencias culturales en
sus pobladores, y se incluye la presencia de gru-
pos de extracción caribe en Las Antillas Mayores,
dato registrado con anterioridad por Chanca, en
su carta de relación de 1494.
El autor, a diferencia del resto de los cronistas
citados, señala relaciones de reciprocidad entre
los llamados grupos caribes e indios, en el nores-
te de la isla de Puerto Rico, lo cual complejiza el
panorama étnico en el arco antillano. Estas rela-
ciones no solo estaban basadas en excepcionales
alianzas bélicas para hacerle frente a la conquista
hispana, sino que comprendían otros propósitos;
según Oviedo:
Estos indios eran flecheros; pero no tiraban con
hierba, é algunas veces pasaban los indios caribes de las islas comarcanas flecheros en su favor con-
tra los cripstianos; y todos aquellos tiran con hier-
ba muy mala, (…).
Algunos dicen que no comían carne humana los
desta isla, é yo lo pongo en duda, pues que los ca-ribes los ayudaban é conversaban con ellos, que la
comen (Ob. cit: 488, 489).
Es necesario señalar que los fragmentos cita-
dos exponen datos muy ambiguos, ya que no se
explica en que consiste la “ayuda” brindada por
los llamados caribes al resto de los grupos de
origen aruaco, y tampoco queda claro cómo lo-
graban la comunicación individuos de aparentes
diferencias étnicas. Subrayamos además, que las
relaciones entre caribes e indios están descritas
por el resto de los cronistas como de beligerancia.
Es importante destacar que hallar indicadores
de filiación étnica en la obra analizada es una
tarea difícil, debido al desequilibrio en la infor-
mación aportada por el cronista, el cual viene
dado por el escaso conocimiento que tenía del
resto de las islas, pues los datos referidos a Ja-
maica, Cuba y Puerto Rico son extremadamente
limitados; particularmente en lo referido al tópico
en cuestión.
Bartolomé de Las Casas
Comenzaremos por analizar los datos consig-
nados en su obra: Apologética Historia de Indias,
donde se localizan diversos pasajes que aportan
información sobre el tópico de interés. Sobre una
caracterización general del tipo físico de los
aborígenes antillanos apuntó:
(…), de buenos cuerpos y todos los miembros de-
llos muy bien proporcionados y delicados, aún los
más plebeyos y labradores; no muy carnudos ni muy delgados, sino entre magrez y gordura, las
venas no del todo sumidas ni muy levantadas sobre
la carne. (…) y del todo andan desnudos, cubiertos sólo aquello que la honestidad y vergüenza cubrir
manda, (…).
Cuanto a la costumbre de querer parecer fieros en
las guerras, ordenaron a los principios hacerse las
caras y cabezas, por industria de las parteras o de
las mismas madres cuando las criaturas son tier-nas y chequitas, empinadas y hacer las frentes an-
chas, (…). (1958: 113, 115).
De modo general, la descripción del clérigo
sobre el tipo físico concuerda con los apuntes
consignados por los autores anteriormente anali-
zados. Incluso Las Casas, a diferencia del resto de
los cronistas, expone una explicación sobre el
origen de la deformación craneal en las comuni-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 40
dades antillanas. Sin embargo, estas referencias
entran en contradicción con una observación que
realizara para los rasgos somáticos en las cabezas
de los habitantes de Jamaica, Cuba y Bahamas, de
la cual citamos un fragmento:
Las de las gentes de los Lucayos y de la isla de
Cuba y Jamaica, según me puedo acordar, las te-
nían cuasi como las nuestras o que más nos pare-cían en las figuras dellas. Muchos tienen las fren-
tes cuadradas, de moderada grandeza, y es buena
señal, (…). Los cabellos todos comúnmente los tie-nen negros y moderadamente delgados y corren-
tíos y blandos, (…). (Ob. cit: 116).
Llama poderosamente la atención que Las Ca-
sas, con una profunda experiencia en las tierras
mencionadas, especialmente en Cuba, donde par-
ticipó desde los primeros momentos de coloniza-
ción como capellán en las filas de Pánfilo de
Narváez, señale semejantes diferencias en las
poblaciones contactadas. El texto es muy confu-
so, ya que a la misma vez que describe frentes
relativamente anchas, las compara con las formas
europeas, diciendo que “eran casi como las nues-
tras”. Esto pudiera interpretarse de tres maneras:
1- La deformación craneal en Haití difería en su
procedimiento de las del resto de las islas antilla-
nas. 2- Algunos grupos étnicos no practicaban la
deformación craneal. 3- La avanzada edad del
fraile al terminar la obra (entre 1553 y 1562)
conspiró contra la realidad descrita; recordemos
que regresó definitivamente a España en 1547
con 73 años de edad.
El asunto se complica aún más, cuando los
rasgos somáticos de cabezas de aborígenes de
Haití, son comparados por Las Casas con los de
habitantes del Perú (caciques). Al respecto refirió:
(…) y tanta industria y diligencia ponen para que
las criaturas tengan las cabezas muy empinadas,
puesto que no son redondas sino llanas, como
vemos, y cuasi parecen a las gentes que en esta
isla17
moraban, (…). (Ob. cit: 116).
Aquí es necesario señalar que la deformación
artificial - craneal de los gobernantes peruanos se
17
Las Casas se refería a la isla de Haití, desde donde reali-
zaba los primeros apuntes que luego le servirían para redac-
tar sus obras de Historia.
corresponde con la clasificada como tabular –
erecta18
(J. Imbelloni: 1938).
Sin embargo, en el área antillana son muy es-
casos los cráneos que se han localizado con evi-
dencias de esta práctica. Esto obviamente afecta-
ba de manera distinta los rasgos somáticos de las
cabezas aborígenes, por lo que la observación del
clérigo introduce nuevas incógnitas a la investi-
gación y aparenta ser un indicador de diferencias
étnicas entre habitantes de Haití y el resto de los
pobladores antillanos.
Relativo a la usanza del cabello por los aborí-
genes de Haití, el fraile coincide con los apuntes
de Chanca en un pasaje de su Historia de las In-
dias, donde relata el aspecto físico de los aborí-
genes de la Península de Paria. Observó: (…);
traen, dellos, los cabellos muy largos; otros, así
como nosotros; ninguno hay tresquilado como en
la Española y en las otras tierras. (1995:16. T.
II).
En el fragmento citado se hace evidente el re-
conocimiento de una diferenciación en el corte de
cabellos entre los aborígenes del área antillana y
los de Paria. A diferencia de Chanca, el clérigo
señala que esta posible práctica cultural es asig-
nable a otras tierras que no define con claridad;
aunque todo parece indicar que se refiere a las
islas de Barlovento.
Volviendo a su Apologética, en la búsqueda de
posibles indicadores étnicos, localizamos el si-
guiente pasaje, que hace referencia a la diferencia
entre los pobladores de Cuba y los de Haití, e
incluso se menciona un posible exoetnónimo:
(…), cuando pasó la gente de esta isla Española,
y poco a poco sojuzgó a la de aquella, que era
una gente simplísima y masuetísima (la misma
18
Según el Dr. Rivero de la Calle, la deformación tabular
erecta resulta de comprimir a la región posterior del cráneo
por medio de un plano, que puede ser producido cuando se
acuesta el niño en una cuna de madera y se presiona sobre
su cabeza (1985: 253).
Sobre la presencia de este tipo de deformación artificial en nuestra isla nos dice: En Cuba, como ya ha sido señalado
por diferentes autores, la forma predominante es la tabular
oblicua, y es la más común en todas Las Antillas, aunque
cráneos tabulares erectos se han encontrado en Santo Do-
mingo, y un ejemplar fue reportado por nosotros, pero se
trata de ejemplares muy aislados, y producidos posible-
mente por una mala colocación del aparato deformador
(Ob. cit: 253).
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
41 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
que la de los lucayos de que arriba, en el capitulo
(…) habemos hablado y hablaremos, placiendo a
Dios, adelante), tuviéronlos como por esclavos y
llamábanlos exbuneyes, (…). (1958: 149).
Dos cuestionamientos fundamentales surgen
luego de leer el fragmento citado: ¿qué proceden-
cia tenían los aborígenes (exbuneyes) que ya vi-
vían en nuestro archipiélago, antes del arribo de
los aruacos provenientes de Haití?, y si eran del
mismo grupo étnico que los lucayos, ¿cuál era el
origen de estos últimos? Al parecer, algunos gru-
pos tardíos de origen aruaco habían emigrado
hacia Cuba en un momento determinado de su
desarrollo histórico, y aquí habían hallado otros
representantes socioculturales, que luego del con-
tacto se habían “sometido” a determinadas rela-
ciones de tipo económico. Es posible que el pro-
ceso de transculturación en que se vieron sumidos
ambos grupos culturales, estaba aún inacabado en
tiempos de la colonización hispana, pues Las Ca-
sas anotó: (…), pero ninguna o cuasi ninguna
diferencia era entre los hijos y aquellos que ha-
bían sojuzgado (Ob. cit: 149).
En Historia de Las Indias podemos hallar un
interesante pasaje, donde Las Casas hace referen-
cia a las poblaciónes de Guacayarina y Hanygua-
yaba. Sin embargo, la descripción que de estos
pobladores nos entrega, se contradice con lo ex-
puesto por Anglería y por Oviedo, desmintiendo
lo escrito por este último de manera rotunda:
Dice también Oviedo que los indios que aquella provincia de Hanyguanaba, que guerreó Diego
Velázquez, eran salvajes y vivían en cuevas; mal
supo lo que dijo, porque no vivían sino en pueblos y tenían sus señores que los regían, y a su modo,
como los demás, su comunal policía; porque aun
la misma tierra, por ser un jardín, aunque quisie-
ran vivir selváticamente, no se lo consintiera, y ni había cuevas ni espeluncas, como él dice, presu-
miendo demostrar que sabe nominativos, sino muy
graciosos campos y arboledas, donde tenían sus asientos de pueblos y sembraban y cogían, e yo
comí hartas veces de los frutos del pan de otras
cosas que de su industria y trabajos procedían. La Guacayarina, que dice ser otra distinta provincia
(lo que no es), porque tiene la punta della, junto a
la mar, ciertas entradas o peñas, que llaman
Xagueyes los indios, como en la provincia del Higuey, que los había tan grandes que podían vivir
en ellos muchos vecinos, pero no vivían sino en sus
grandes pueblos; allí se escondían cuando la ca-
lamidad de los españoles los perseguía, y porque huyendo dellos algunos allí escondidos hallarían,
quien a Oviedo se lo dijo(si no lo puso, quizá, de
su casa, como suele, añadiendo a su historia, como dije, ripio), por aquello lo diría. (1995: 241).
Es notorio que los datos consignados por Las
Casas no sean solo descriptivos, sino que, además
explican la presencia de la población mencionada
en el lugar. Estas referencias parecen negar la
existencia de una etnia diferente en la región oc-
cidental de la isla de Haití, además de hacer una
aguda crítica a la obra de Oviedo.
Refiriéndose a los pobladores de la isla de Cu-
ba y a la procedencia de las comunidades que la
habitaban en tiempos de la colonización hispana,
apuntó el clérigo: (…) porque toda la más de la
gente de que estaba poblada aquella isla, era
pasada y natural desta isla Española, puesto que
la más antigua y natural de aquella isla era como
la de los yucayos, (…). Esta era la natural y nati-
va de aquella isla, y llamábanse en su lengua
ciboneyes, (…). (Ob. cit: 507. T. II).
En el fragmento citado nos entrega Las Casas
un nuevo etnónimo (ciboneyes) para los poblado-
res que antecedieron la ocupación aruaca tardía
proveniente de Haití. El texto señala nuevamente
la similitud entre estas comunidades y la de los
yucayos en Las Bahamas, así como llama la aten-
ción el hecho de que se hace referencia a una len-
gua propia de nuestro archipiélago. Sin embargo,
el pasaje no refiere en que consisten las diferen-
cias entre “indios” de Haití y ciboneyes, asunto
expuesto de manera ambigua y del que solo en-
contramos el siguiente comentario: (…) la gente
que hallamos en ella era poco más o poco menos
como la de ésta, excepto la de los dichos cibone-
yes, que, como dije, era muy modesta y simplicí-
sima (Ob. cit: 514.T II).
Los adjetivos empleados por el fraile como
única diferenciación se prestan a confusión,
cuando hablando sobre “las calidades de la gente
de Cuba”, nos expuso: Era gente pacifica, como
dije, y benigna la de Cuba como la desta isla Es-
pañola, y creo que podía decir que a la désta en
ello excedía, (…). (Ob. cit: 518. T II). Definiti-
vamente hallar indicadores de diferenciación
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 42
étnica en el texto citado es extremadamente difí-
cil, ya que incluso la calificación de las cualida-
des entre ambos pobladores es similar.
Con relación a la distribución étnica en el área
antillana, Las Casas rechaza de manera absoluta
los criterios expuestos por Chanca, Anglería y
Oviedo, cuando se refieren a la presencia caribe
en Las Antillas Mayores; sobre ello anotó: (…)
nunca jamás se halló que los caribes, si los hay,
descendiesen tanto abajo de sus islas, que son las
de Guadalupe y Dominica, que están más al
oriente que la de Sant Juan, y aún a esta Españo-
la creo que no bajaban, sino quizá de cuando en
cuando, y los que informaban desto a Pedro Mar-
tir hablaban lo que no sabían, sino lo que se les
figuraba o antojaba. (Ob. cit: 522. T. II).
Otro denominativo de posible origen étnico,
pero referido a la isla de Haití, lo encontramos en
la misma obra del fraile. Nos referimos al de ci-
guayos, cuando sobre el cacique Mayobanex co-
mentó: Este era señor de gran número de gente
que habitaba toda aquella grande serranía, que
llamaban ciguayos, cuasi nazarenos como entre
los judíos, porque nunca se cortaban o pelaban
pelo alguno de sus cabellos, y así traían las cabe-
lleras crecidas hasta la cinta, y más debajo de
sus cuerpos, (…). (Ob. cit: 458: T. I).
Las referencias de Las Casas sobre las carac-
terísticas físicas de esta población coinciden con
los datos consignados por Oviedo y Colón, así
como con lo expuesto con anterioridad sobre el
aspecto lingüístico de los habitantes del noreste
de Haití. No obstante, sería adecuado señalar un
pasaje, también referido a la porción oriental de
la isla, donde el clérigo registra la utilización de
sustancias venenosas por un grupo de ciguayos,
ante la presencia hispana. Del comportamiento de
estos aborígenes escribió: (…) salieron los indios
contra los cristianos con sus armas de arcos y
flechas herboladas con hierba ponzoñosa; traían
también unas cuerdas, haciendo ademanes que
los habían de atar con ellas, y por esto creo, cier-
to, que esta tierra era la provincia de Higuey,
porque la gente della era más belicosa y tenía de
la dicha hierba, (…). (Ob. cit: 395. T. I).
Si bien es coincidente la observación de que los
habitantes del noreste de Haití poseían un aspecto
físico y un comportamiento diferente a los del res-
to de la isla, el texto de Las Casas contradice los
datos consignados por Oviedo en su Historia Ge-
neral, cuando este afirma que los aborígenes de
Las Antillas Mayores no empleaban sustancias
tóxicas en sus flechas, siendo esta una de las carac-
terísticas tomadas en cuenta por el cronista para
establecer una diferenciación de tipo cultural.
Pasaremos de inmediato a analizar un docu-
mento dirigido por el fraile a la corona, entre
1516 y 1517, para indicar algunas de las reformas
en el procedimiento para gobernar las Indias, y
así evitar la rápida extinción de la población abo-
rigen. El texto lleva por título Memorial sobre
remedios de las Indias, y se cuenta entre los más
utilizados por los historiadores contemporáneos
en los estudios de reconstrucción etnohistórica.
Refiriéndose a modos de vida diferentes, en las
poblaciones que habitaban las cayerías del Norte
y el Sur (Jardines del Rey y de la Reina, respecti-
vamente), así como en el extremo occidental de
nuestro archipiélago, expuso:
(…), y están llenas de indios que no acostumbran comer sino pescado solo, los cuales siempre allí
habitan, que los traigan á la dicha casa, y que allí
sean tratados de la misma manera y instruidos y recreados, como está dicho de los lucayos, porque
son casi de naturaleza y uso dellos, y son holgaza-
nes, que no trabajan en hacer labranzas ni en otra
cosa, sino con pescado solo se mantienen, como dicho es. Y á estos hánlos de meter en el ejercicio y
trabajo más moderadamente que á otros, y aun en
el comer de las viandas que los otros comen y co-mieren, (…). (Pichardo, 1971: 55. T. I).
(…); entiendase también por unos indios que están
dentro en Cuba, en una provincia al cabo della,
los cuales son como salvages, en ninguna cosa tra-
tan con los de la isla, ni tienen casas, sino están en cuevas contino, si no es cuando salen á pescar;
llámanse Guanahatabeyes, otros hay que se lla-
man Zibuneyes, que los indios de la misma isla tie-nen por sirvientes, y así son casi todos los de di-
chos jardines (Ob. cit: 55, 56).
El fragmento citado es confuso en cuanto a la
búsqueda de indicadores étnicos. Del texto solo
se puede colegir que en los archipiélagos mencio-
nados, así como en la Península de Guanahacabi-
bes, habitaban aborígenes cuyas actividades
económicas estaban orientadas a la pesca en zo-
nas costeras y no al cultivo de recursos vegetales.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
43 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
Las Casas, cuya experiencia colonizadora so-
brepasó con creces la de cualquier contemporá-
neo suyo, señaló que estos “indios” debían de ser
tratados de la misma forma que los yucayos o
lucayos, ya que eran muy parecidos; aunque no
nos dijo el fraile en cuales aspectos estos se ase-
mejaban a los vecinos de Las Bahamas. Del
fragmento citado también podemos conocer que
otros grupos denominados ciboneyes, conserva-
ban una relación de cierto “sometimiento” respec-
to al resto de las comunidades aruacas que habían
arribado en épocas más tardías desde Haití.
Hasta aquí los datos consignados por el fraile
en relación al tópico en cuestión. Podemos con-
cluir que el cronista coincide con el resto de sus
coetáneos en la diferenciación entre estos “indios”
y los llamados caribes, así como en la práctica
cultural referida a la deformación craneal, aunque
apuntó diferencias en este sentido, lo cual introdu-
ce nuevas contradicciones para el análisis de indi-
cadores étnicos. Haciendo esta salvedad, el aspecto
físico general descrito para los habitantes del área
antillana concuerda con el registrado por Oviedo,
Cúneo y Colón; reconociéndose marcados contras-
tes en los grupos ciguayos del noreste de Haití.
En este sentido debemos agregar, además, que
el clérigo señala cortes de cabellos de marcadas
diferencias para las poblaciones de Las Antillas
Mayores, agrupándolos en tresquilados y muy lar-
gos. Estos contrastes denotan diversidad de prác-
ticas culturales en los aborígenes del área referen-
ciada, lo que puede conducir a pensar en diferen-
cias étnicas, a pesar de la ambigüedad de la in-
formación suministrada por la fuente.
Las Casas introduce dos aparentes etnónimos
para los aborígenes de Cuba: guanahatabeyes y
zibuneyes, no consignados por el resto de sus con-
temporáneos, así como un posible exoetnónimo:
exbuneyes. Desafortunadamente, la información
que nos ha legado sobre estos grupos es muy di-
fusa, y solo se refiere a la orientación económica
de los habitantes contactados en algunos cayos y
en la llanura cársica de Guanahacabibes (Pinar
del Río). De igual manera, debemos de sumar la
comparación que hace entre estas comunidades y
los lucayos, y aunque no precisa claramente en
qué consisten tales similitudes, es el único que
expone tales observaciones en las fuentes estu-
diadas. Estas referencias lo convierten en el autor
que más etnónimos registra para el área antillana.
El clérigo rechaza abiertamente las considera-
ciones expuestas por Anglería y Oviedo referidas
a las poblaciónes de Guacayarina y Hanyguayaba
en Haití, así como la presencia de caribes en Las
Antillas Mayores, lo cual nos hace dudar de la
objetividad de los datos expuestos anteriormente
en relación al tema en cuestión.
Diego Velázquez de Cuellar
Desafortunadamente de las cartas de relación
dirigidas por el Gobernador de la isla de Cuba a
la corona hispana solo disponemos de una, redac-
tada en 1514. El documento en cuestión aborda
diferentes tópicos relacionados con el gobierno
colonial, la campaña de “pacificación” y la estra-
tegia seguida para localizar sobrevivientes hispa-
nos de dos naufragios en la costa Sur de nuestro
archipiélago (región central y occidental). El en-
vío de un bergantín, desde oriente, con órdenes de
bojear la costa noroccidental de la isla, y la in-
formación que recoge sobre esta exploración
Velázquez, serán los sucesos objeto de análisis a
continuación.
Al parecer durante dicho bojeo llegó a explo-
rarse la costa norte del extremo occidental, al
respecto Velázquez advirtió: (…) abia buen apa-
rejo para con el dicho vergantin visitar dos pro-
vincias de indios, que en el cabo desta isla, á la
vanda del poniente están, que la una se llama
Guaniguanico é la otra los Guanahatabibes que
son los potreros indios dellas y que la vivienda de
estos Guanahatabibes es á manera de salvajes,
porque no tienen casas, ni asientos, ni pueblos, ni
labranzas, ni comen otra cosa sino las carnes que
toman por los montes, y tortugas y pescado; (…)
(Ob. cit:71).
Aunque la referencia es muy vaga, es impor-
tante destacar que los hombres que informan a
Velázquez sobre la exploración del extremo occi-
dental, no dan cuenta sobre diferencias en el as-
pecto físico y menos aún idiomáticas. El texto nos
describe dos demarcaciones territoriales (“pro-
vincias de indios”), sin embargo solo se refieren
datos de los denominados guanahatabibes, que
según los informantes de Velázquez, tenían acti-
vidades orientadas exclusivamente a la pesca,
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 44
captura y caza de recursos subsistenciales. Los
datos consignados no refieren la existencia de
poblados, ni viviendas de ningún tipo; aspecto
que ha llamado poderosamente la atención de
diversos estudiosos.
Hasta aquí los datos de interés registrados en
el texto. En resumen, podemos afirmar que las
anotaciones consignadas por Velázquez vienen a
complementar la información suministrada por
Las Casas en relación a los aborígenes de la re-
gión occidental de nuestro archipiélago. Todo
parece indicar que el clérigo utilizó los escritos
del Gobernador de la isla para informarnos sobre
los guanahatabeyes, pues el fraile nunca estuvo
enrolado en ningún bojeo realizado a nuestra isla,
y se desconoce de su presencia en el extremo oc-
cidental durante los acontecimientos reflejados en
la carta de relación en cuestión.
Francisco López de Gómara
En la obra de Gómara solo podemos localizar
referencias muy generales sobre el aspecto físico
de los aborígenes del área antillana. Sobre las
comunidades de Haití señala elementos como el
color de la piel, estatura, calidad de las denticio-
nes, etc. Solo dos de estos nos parecen importan-
tes en nuestro análisis: los pobladores de Haití
usaban el cabello largo y practicaban la deforma-
ción artificial del cráneo (1941:65). Si bien la
deformación craneal esta registrada por la gran
mayoría de los cronistas, la usanza general del
cabello largo no se corresponde con los datos
registrados por Las Casas, Chanca y Cúneo. Estas
observaciones están más a tono con la descripción
que de los lucayos nos dejara Colón, aunque el
Almirante se detiene en otros detalles que omite
Gómara.
Desafortunadamente, no hallamos en el texto
ningún dato específico relacionado con las comu-
nidades de nuestro archipiélago, ya que el cronis-
ta se limita a informarnos que (…) en todo son
los hombres y la tierra como en la Española (Ob.
cit: 113). Lo mismo sucede con la isla de Borin-
quen, sobre la que apuntó: En las cosas antiguas
y naturales son como los de Haití, Española, y en
lo moderno también, (…) (Ob. cit: 94).
Este criterio homogenizador en cuanto al as-
pecto físico no posee una sólida argumentación,
ya que como se ha referenciado con anterioridad
existían ciertas diferencias en este sentido, regis-
tradas por Cúneo, Chanca, Las Casas y el propio
Colón. Diferencias dadas por la diversidad en el
corte de los cabellos, adornos corporales, herra-
mientas – armas y comportamiento ante la pre-
sencia hispana.
Es importante destacar que los indicadores de
composición étnica se hallan muy difusos en los
textos, tan solo se localizan vagas y contradicto-
rias menciones del aspecto físico en pobladores
de determinadas regiones, al igual que ocurre
para el caso de las lenguas empleadas por los
aborígenes antillanos. Solo Las Casas define con
claridad tres aparentes etnónimos referentes a los
pobladores de Cuba y Las Bahamas (ciboneyes,
guanahatabeyes y lucayos), y un posible exo-
etnónimo (exbuneyes).
El contraste de las fuentes utilizadas nos per-
mite inferir un mosaico étnico de significativa
complejidad en el área antillana, observado y
descrito por un no menos complejo grupo de cro-
nistas, exploradores y conquistadores europeos.
La información suministrada, a pesar de poseer
extraordinaria importancia, debe ser utilizada
siempre bajo un riguroso examen por parte de los
investigadores que empleen las fuentes primarias
en los estudios de reconstrucción etnohistórica.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
45 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
III
LAS CRÓNICAS Y EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO.
EL EMPLEO DEL BURÉN COMO ARTEFACTO MULTIPROPÓSITO
EN LA PREPARACIÓN Y CONSUMO DE ALIMENTOS
omo se explicó en el capítulo I de esta
investigación, las crónicas de Indias Occi-
dentales abordan datos etnográficos rela-
cionados con diversas esferas de la realidad social
de los pobladores aborígenes del área antillana.
Diversos aspectos de estas sociedades son suscep-
tibles de ser estudiados por la ciencia arqueológi-
ca, o sea, mediante el estudio de las evidencias
arqueológicas dejadas por diversos pueblos, a lo
largo del tiempo y el espacio.
De esta forma, teniendo como objeto de estu-
dio las evidencias materiales (instrumentos de
producción, restos de edificaciones, dibujos ru-
pestres, artefactos superestructurales, restos sub-
sistenciales y humanos, etc.), y con el empleo de
ciencias auxiliares, se puede arribar a una recons-
trucción social que permite entender los cambios
esenciales en el devenir histórico de las socieda-
des humanas; objetivo final de la Arqueología.
Las observaciones legadas por los cronistas sobre
las comunidades aborígenes pueden ser verifica-
das, ampliadas o refutadas con procedimientos
científicos de estudio generados desde la ciencia
arqueológica. Esto nos permite tener mayor preci-
sión sobre la información, en ocasiones ambigua
y contradictoria, suministrada por el registro do-
cumental. Aquí es importante recordar que el
documento histórico y el registro arqueológico
constituyen las principales fuentes de información
para cualquier estudio de rigor que se emprenda
con relación a las sociedades aborígenes antilla-
nas de finales del siglo XV d. n. e.
Presentamos en este capítulo una contrastación
entre crónicas y resultados emanados del estudio
arqueométrico en evidencias de varios sitios ar-
queológicos de Cuba, lo cual responde al segundo
objetivo de la presente investigación. Como han
reconocido acertadamente diversos investigadores
en el área antillana (González, 1996; Rodríguez,
2006; Pagán, 2008), los estudios paleodietarios se
han basado en las crónicas y las evidencias ar-
queológicas macroscópicas, pero ambas brindan
un cuadro incompleto de la realidad objeto de
estudio. Es por ello que pensamos que el abordaje
de este tópico brindará una mayor información
sobre las diversas prácticas culturales que posibi-
litaron el acceso a los recursos botánicos de
carácter alimentario, y a otros aspectos sociocul-
turales, como es el procesamiento de plantas me-
diante determinadas herramientas de uso frecuen-
te en comunidades aborígenes antillanas.
Una revisión de los datos legados por los cro-
nistas con relación al empleo del burén, durante la
preparación del pan de casabe, denota que las
fuentes son ambiguas. En la actualidad los resul-
tados emanados de estudios arqueométricos en
fragmentos de burén, que pertenecieron a comu-
nidades aborígenes sincrónicas con el registro
documental hispano, sugieren que las observacio-
nes dejadas por los cronistas de Indias deben ser
ampliadas en aras de lograr una mejor aproxima-
ción en la reconstrucción histórico - social que
nos concierne.
En general podemos plantear que tanto la tec-
nología del burén, como su uso en la elaboración
final de determinados alimentos, ha sido un tema
poco debatido en el campo de la Arqueología,
problemática ya reconocida anteriormente por
C
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 46
otros especialistas (Godo y Celaya, 1988; Jourav-
leva y La Rosa, 2003). Los estudios paleodieta-
rios actuales asumen en sus análisis no solo las
evidencias macroscópicas (fragmentos óseos,
escamas, conchas, denticiones, semillas, etc.) del
registro arqueológico, sino también una estimable
parte de elementos orgánicos solamente identifi-
cables a niveles microscópicos. Desde esta pers-
pectiva, diversos análisis bioquímicos han permi-
tido un mayor acercamiento a los procesos de
preparación, consumo y preferencias dietarias en
poblaciones antiguas, tal es el caso de los estudios
osteoquímicos, palinológicos, de fitolitos, presen-
cia de gránulos de almidón, xilemas, ácidos gra-
sos, carbohidratos y proteínas de restos alimenti-
cios que aún se conservan en la superficie de ins-
trumentos y artefactos de labor.
El estudio de laboratorio que se presenta contó
con el análisis de 55 fragmentos de burén, proce-
dentes de tres sitios arqueológicos del oriente de
Cuba. La investigación fue llevada a cabo por
profesionales que cuentan con una larga expe-
riencia en las investigaciones arqueológicas en el
país, y que han realizado significativos aportes a
la historia antigua de Cuba desde el campo de la
Arqueometría. Las muestras de burén selecciona-
das fueron recuperadas en diversas campañas
arqueológicas llevadas a cabo por personal espe-
cializado de la Academia de Ciencias de Cuba,
por lo que podemos asegurar que se acometió la
labor con un riguroso control estratigráfico en
todos los casos.
1. Esterito de Banes: Se localiza a orillas de la
Bahía de Banes, en la provincia de Holguín.
La determinación de los fechados por C-14
arrojaron dos momentos de ocupación, uno a
la profundidad de 0,45m con una fecha de
1450 d. n. e y otro a 1,25m con 1400 d. n. e
(Jouravleva y González, 2000)
2. Macambo II: Se localiza en el municipio de
San Antonio del Sur, provincia de Guantána-
mo. Los fechados por C-14 obtenidos oscilan
entre el 1200 - 1600 d. n. e (Rodríguez, 2008).
3. Laguna de Limones: Se localiza en el munici-
pio de Maisí, provincia de Guantánamo. El
fechado obtenido por C-14 arrojó una fecha
de 1150 - 1490 d. n. e (Guarch, 1978).
El registro documental y arqueológico
Los estudios arqueológicos han corroborado
que un movimiento poblacional de grupos agri-
cultores del tronco lingüístico aruaco, derivado de
múltiples causas, y proveniente del medio y bajo
Orinoco, terminó por asentarse de forma paulati-
na en el área antillana; en un período de tiempo
entre el 500 a. n. e. (2450 A. P) y poco después
del arribo de los exploradores hispanos en 1492 d.
n. e. Estas comunidades incorporan al área de
interés esquemas económicos con fuerte depen-
dencia de prácticas agrícolas sistemáticas y tec-
nologías no asumidas por los ancestrales habitan-
tes del arco antillano.
Entre los artefactos que acompañaban el ajuar
de estos grupos se encontraba el burén, que era un
disco plano de arcilla cocida, ampliamente recu-
perado en los sitios arqueológicos aborígenes de
Cuba y las vecinas islas antillanas (Fig. 1 y 2 en
anexo). El grosor de los mismos, entre 17 y
28mm, el peso, entre 3 y 7 libras, y la calidad de
la cocción, pueden variar de un sitio arqueológico
a otro, en dependencia de la tecnología empleada
en su confección. Tan solo por poner algunos
ejemplos, relacionamos algunos de los sitios de
Cuba donde se han localizado fragmentos de
burén: Esterito de Banes, Loma de la Forestal,
Loma de los Mates, Ojo de Agua, Laguna de Li-
mones, Macambo II, Sardinero, El Morrillo, La
Rosa, El Yayal, Aguas Gordas, El Paraíso, y mu-
chos otros.
Además de los tradicionales burenes descritos
con anterioridad, se han reportado en la región
oriental de la isla discos de piedra con huellas de
exposición al fuego, considerados por algunos
arqueólogos como “burenes líticos” (Pino y Cas-
tellanos, 1991). En la isla de Martinica, para pe-
ríodos históricos comprendidos entre el 500 – 600
d. n. e., han sido reportados burenes con patas
(Pagan, 2002, 2007), en registros arqueológicos
vinculados con la cultura “troumassoide” (Rouse,
1992).
En otras regiones centro y sudamericanas los
burenes son conocidos como comales y budares,
respectivamente, aunque los comales son más
pequeños. Dichos artefactos, asociados a rayado-
res de yuca (Fig. 11), han sido ampliamente em-
pleados por las culturas americanas de bosque
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
47 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
tropical para el procesamiento de tortas de yuca y
maíz, según registros arqueológicos (Rouse y
Cruxent, 1958; Dolmatoff, 1999) y fuentes do-
cumentales. Los referidos discos de arcilla con-
tinúan integrando el utillaje de comunidades
aborígenes contemporáneas, como es el caso de
grupos nativos de la Cuenca del Ucayali en la
Amazonía peruana.
En República Dominicana se ha venido utili-
zando el burén de manera ininterrumpida desde
antes de la colonización hispana, aunque confec-
cionados contemporáneamente con cemento y
producidos con mayores dimensiones. Hasta me-
diados del pasado siglo XX en Venezuela y Co-
lombia se usaba de forma tradicional el maíz pi-
lado, obtenido por la maceración de los granos
remojados en un pilón, para luego molerlos y
obtener la masa que era cocinada sobre los buda-
res en la confección de arepas (Vanegas, 2007).
Debemos puntualizar que el burén como ins-
trumento de producción constituyó parte de un
instrumental más amplio, empleado en el proce-
samiento de diversos alimentos de origen vegetal
y animal. La información histórica y arqueológica
disponible registra contenedores disímiles, como
platos, vasijas, bandejas, botellas y cucharas, con-
feccionados con rocas duras, huesos, maderas,
conchas y cerámica. También asociados aparecen
morteros y majadores líticos19
(Figs. 3-11).
De madera se conservan muy escasos ejempla-
res en el área antillana, debido a las precarias
condiciones de preservación en nuestros nichos
ecológicos. No obstante, en el Museo Montané de
la Universidad de La Habana se expone un ex-
cepcional mortero ceremonial tallado en madera
de guayacán, conocido tradicionalmente bajo la
denominación de “ídolo del tabaco”, en cuyo in-
terior se trituraron recursos vegetales, según estu-
dios por cromatografía gaseosa que evidenciaron
la presencia de diversos ácidos grasos de origen
vegetal (Rodríguez et al, 2008). Numerosos de-
bieron ser los morteros de madera (bases y manos
molederas) utilizados en el área antillana, que a
manera de los actuales pilones de café empleados
19 En anexo se muestran fotografías con una pequeña selec-
ción de artefactos que estuvieron vinculados al procesa-
miento y consumo de alimentos por las comunidades aborí-
genes de Cuba.
por nuestra población rural, debieron resolver im-
portantes necesidades en las comunidades aborí-
genes.
Vinculados a estos procesos también se hallan
cuchillos líticos, metates, dientes de piedra aso-
ciados a los guayos, martillos y raspadores de
concha, así como diversos artefactos confeccio-
nados con fibras textiles que no han llegado hasta
nuestros días. Teniendo en consideración el am-
plio registro arqueológico en Las Antillas de ins-
trumentos de este tipo, así como análisis de labo-
ratorio efectuados a algunos ejemplares de Cuba
y las regiones geográficas aledañas, se tomarán
en consideración los resultados obtenidos en fun-
ción de precisar los posibles usos del burén no
referenciados por las crónicas hispanas. Esto
permitirá llenar las lagunas existentes, generadas
por las ambigüedades en las fuentes narrativas.
Los instrumentos referidos tuvieron funciones
como cortar (cuchillos líticos), descortezar (ras-
padores), rallar (guayos de madera con incrusta-
ciones de esquirlas de piedra, pieles de peces, y
rocas abrasivas), descamar (raspadores), ablandar
(majadores y martillos), triturar (trituradores y
morteros líticos), y contener agua, papillas, car-
nes, vegetales, grasas, caldos y otros bebestibles
(vasijas y botellas). Otros útiles textiles sirvieron
para extraer el zumo de la masa de yuca (cibucán)
y como soporte en la elaboración de las tortas de
pan de cazabe (esterillas y quizás el propio
burén). Es importante referir que algunos de estos
artefactos fueron multifuncionales, ya que otros
usos no vinculados a la preparación de alimentos
han sido comprobados y referidos por las fuentes
narrativas primarias; aspecto que queda fuera de
nuestro campo de estudio.
Las primeras referencias sobre el consumo de
la yuca, Manihot esculenta Crantz, tanto en su
variedad dulce como amarga, y el empleo del
burén en la cocción del pan de casabe por comu-
nidades aborígenes antillanas, se las debemos a
los cronistas de Indias Occidentales. El estudio
exhaustivo de la documentación colonial tempra-
na permite afirmar que las fuentes principales
consultadas coinciden en la práctica establecida
de este cultivo por los aborígenes, así como en el
procedimiento para su cocción definitiva (Colón,
1958; Las Casas, 1995, 1958; Oviedo, 1851,
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 48
2000; Anglería, 1989; Chanca, 1977; Cúneo
1977; H. Colón, 2000).
Aquí es importante precisar que los cronistas
registraron el cultivo, la preparación y el consu-
mo de diversas especies o variedades de yuca y
boniato por las comunidades aborígenes antilla-
nas, lo cual se confirma en los actuales estudios
de Arqueometría. Al respecto, Oviedo refiere el
cultivo en Haití de cinco variedades de boniato o
batata: aniguamar, atibuinex, guaraca, guararaica,
y guananaguax, así como al menos seis varieda-
des de yuca: ypatex, diaconam, nubaga, tubaga,
coro, y tabucán (Oviedo, 1851. T. I). El cronista
Pedro Mártir de Anglería, basándose en informa-
ción suministrada por segundos testimonios,
apuntó lo siguiente en sus Décadas del Nuevo
Mundo:
Las especies de yuca son muchas: unas, más deli-
cadas y valiosas que otras, sirven de alimento a los
caciques; las hay para comida de los nobles y otras para la del pueblo. Privadas de su jugo, la
extienden para cocerla sobre laminillas de barro
preparadas con ese objeto, como nuestro queso. Este es su pan principal, al que llaman “cazabi”.
También dicen que son varias las clases de ages y
batatas, pero de estos tubérculos usan más como viandas o frutos que para fabricar pan, (…).
(1989: 336, 337. Libro V).
Anglería pudo haber hecho referencia a tubér-
culos como el marunguey (Zamia pumila), y la
maranta o yuquilla (Maranta arundinacea); am-
bas raíces ampliamente registradas en los actuales
estudios arqueométricos de diversos utillajes de
labor correspondientes con comunidades aboríge-
nes antillanas. Es significativo que el cronista
consigne que el boniato era usado para otro tipo
de consumo (posiblemente asado o hervido), y
deje entrever la posibilidad de que haya sido pro-
cesado en tortas, (…) usan más como viandas o
frutos que para fabricar pan, (…). (Ob.cit).
Otro producto alimenticio que pudo ser coci-
nado sobre la superficie del burén es el denomi-
nado por algunos cronistas “pan de maíz”. Sin
embargo, a diferencia con el procesamiento de las
tortas de casabe, los datos consignados no deta-
llan el procedimiento para la obtención de este
producto en el área antillana. Estando en la isla de
Haití, Oviedo apuntó: La manera del pan de los
indios es de dos géneros en esta isla, muy distin-
tos é apartados uno del otro, (….). El maíz es
grano y el caçabi se hace de raíces de una planta
que llaman yuca (Oviedo, 1851: 267).
Anglería confirma las observaciones de Ovie-
do al decir: Aliméntanse estos pacíficos indígenas
con raíces del tamaño y forma de nuestros nabos,
pero de sabor dulce y semejantes a las castañas
dodavía tiernas; ellos las llaman “ages”. Hay
otra clase de raíz, que recibe el nombre de “yu-
ca”, de la que hacen pan; (…).También fabrican
pan con otra clase de cierto trigo harinoso, (…).
(…) a esta clase de trigo lo llaman “maíz” (An-
glería, 1989: 108. T. I).
De esta manera los cronistas citados solo se
limitaron a observar la existencia de un producto
a manera de torta, al parecer similar al casabe.
Por otro lado, sí se referencia con claridad para el
área antillana el consumo de los granos de maíz
tiernos, casi en leche, o tostados (Oviedo, 1851;
2002). Como se podrá apreciar en el desarrollo de
este capítulo, los actuales estudios paleobotánicos
en el área antillana, confirman la existencia de
gránulos de almidón de maíz sobre la superficie
de diversos burenes en varios sitios arqueológicos
vinculados con comunidades agrícolas.
Es importante destacar que para el caso de Tie-
rra Firme el referido cronista registra con detalles
la preparación de tortas de maíz. No debemos
descartar que el denominado “pan de maíz” de
Las Antillas haya sido un producto obtenido con
similar procedimiento que el descrito para el área
continental, es por ello que citamos a continua-
ción los datos consignados para la región geográ-
fica de referencia:
(…) lo muelen en una piedra algo concavada, con
otra redonda que en las manos traen, a fuerza de brazos, como suelen los pintores moler los colores,
y echando de poco en poco poca agua, la cual así
moliendo se mezcla con el maíz, y sale de allí una
manera de pasta como masa, y toman un poco de aquello y envuélvenlo en una hoja de yerba, que ya
ellos tienen para esto, o en una hoja de la caña del
propio maíz o otra semejante, y échanlo en las brazas, y ásase, y endurécese, y tórnase como pan
blanco (…). (Oviedo, 2002: 70).
En síntesis, la información registrada en las
fuentes primarias indica estrictamente una rela-
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
49 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
ción directa torta de yuca procesada – burén, con
la obtención final del casabe o pan de yuca. Visto
de esta manera, el burén era en su uso similar a
un sartén contemporáneo. En la bibliografía refe-
renciada, sin embargo, no se reporta el empleo
del burén para procesar o cocinar ningún otro tipo
de alimento que no fuese la yuca. A manera de
ejemplo podemos citar las siguientes descripcio-
nes sobre las características formales del burén y
la fase final de elaboración del cultígeno referido.
Estos hornos son como unos suelos de lebrillos en que amasan y lavan las mujeres de Andalucía, fi-
nalmente son hechos de barro, redondos y llanos
de dos dedos en alto, como una rodela grande que
estuviese no por medio levantada, sino toda llana; estos llamaban burén, (…). Tiénenlos puestos so-
bre tres o cuatro piedras, y debajo todo el huengo
que cabe, y ellos así bien calientes, echan la dicha harina por todo el horno de dos dedos asimismo en
alto, y está un cuarto de bueno de hora cociéndose
de aquella parte; después vuelven la torta con una hoja o vestidura de palma, (…). (Las Casas, 1958:
40, 41)
(…) é tienen aparte assentado en el fuego en hue-
co (que quede debaxo por do ponerle fuego) un
burén, que es una cazuela llana de barro é tan grande quanto un harnero é sin paredes, é debaxo
está mucho fuego, sin que la llama suba á la ca-
zuela, que está assentada (…) (Oviedo, 1851: 271.
Libro VII. Cap. II)
Durante años ha llamado poderosamente la
atención de los investigadores el hecho de que los
cronistas no reporten el empleo del burén para la
preparación y cocción de otros recursos vegetales,
ya que diversos cultivos registrados en las cróni-
cas servían de alimentación a los pobladores
aruacos, tal es el caso del maíz, Zea Mays; ají,
Capsicum frutescents; frijoles, Phaseolus sp.;
boniatos (ajes y batatas), Ipomoea batatas; maní,
Arachis hipogea; piña, Ananas comosus; malanga
(yahutía), Xanthosoma saggitifolium; lerén, Ca-
lathea allouia; guáyiga, Zamia sp.; y posiblemen-
te, la calabaza, Curcubita sp. (Oviedo, 1851; Las
Casas, 1995; Tabío, 1989; Pagan, 2002). La lista
de animales reportados y verificables en el regis-
tro arqueológico, fundamentalmente marinos, es
también extensa.
Aún cuando existen otras formas de cocción,
como son los procedimientos de ahumado, hervi-
do, secado al sol, fermentación, y asados, el burén
como instrumento de producción debió constituir
un artefacto muy útil, por ser un recurso fácil-
mente sustituible debido a su sencilla y rápida
factura. Además de ello, su forma de disco apla-
nado con superficie dura, sugiere ser muy conve-
niente para utilizarlo como soporte en otros pro-
cesos de preparación de alimentos. Al efecto, es
importante recordar que Las Casas en la referen-
cia citada, compara el disco de arcilla con lebri-
llos, o sea, vasijas de barro vidriado que emplea-
ban las mujeres en España para lavar ropas, lavar-
se los pies, etc. Evidentemente el fraile hizo refe-
rencia a un artefacto multipropósito, y ello sugie-
re que la función del burén pudo ser más amplia
que la reportada por los propios cronistas.
Restos de alimentos hallados en los análisis de
laboratorio
Esterito de Banes: Es importante destacar que
en este sitio los fragmentos de burenes se descu-
brieron en los 5 estratos arqueológicos identifica-
dos en la excavación, seleccionándose 50 muestras
de un total de 90, es decir, 10 ejemplares represen-
tativos de cada capa estratigráfica (Jouravleva y
González, 2000). El análisis de ácidos grasos, rea-
lizado mediante la técnica de cromatografía gaseo-
sa, mostró que los valores de ácido cáprico fueron
muy elevados, y en la capa 0.75m a 1.00m el con-
tenido de lo ácidos grasos expone una mayor pro-
porción de cadena larga, de 20 y 22 átomos de
carbonos (Ob. cit: 38), por lo que el estudio sugie-
re dos explicaciones:
1. Alto consumo de frutos de palmáceas, elabo-
rados previamente al fuego.
2. Empleo del burén para la extracción de la
grasa de palmáceas y uso posterior.
Según los autores (Ob. cit), estos ácidos se en-
cuentran en los peces o en grasas vegetales de
maní, planteamiento que puede ser corroborado
por la presencia macroscópica de restos de pesca-
do en todos los niveles estratigráficos, como pro-
ducto de una intensa explotación de los recursos
marinos. Estos resultados corroboraron análisis
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 50
realizados con anterioridad sobre la presencia de
ácidos grasos, algunas de tipo animal, en diversos
fragmentos de burenes localizados en sitios de la
región oriental de Cuba (González, 1996; 1998).
Macambo II: El análisis se le aplicó al polvo
obtenido por raspado de una costra blanquecina
adherida a la superficie del fragmento de burén
seleccionado. Luego de la aplicación de las técni-
cas de flotación y observación al microscopio, se
determinó la presencia de 8 gránulos de almidón
(Rodríguez, 2006, 2008). Los residuos vegetales
se corresponden con las siguientes especies: ma-
langa, Xanthosoma, maíz, Zea mays, boniato,
Ipomoea batatas, y Leguminosae, algún tipo de
frijol no determinado a nivel de especie.
Laguna de Limones: De este sitio se analiza-
ron 4 fragmentos de diferentes burenes, mediante
el mismo procedimiento descrito para la muestra
de Macambo II. Se determinó la presencia de 345
gránulos de almidón (Rodríguez, 2008). Las es-
pecies vegetales observadas fueron: zamia, Zamia
pumila, frijoles, Phaseolus vulgaris, Fabacea,
maíz, Zea mays, boniato, Ipomoea batatas, Poa-
ceae, y maranta, Maranta arundinacea.
Es importante destacar que en ninguno de los
casos estudiados se observaron gránulos de yuca
amarga, Manihot esculenta Crantz, lo que sugiere
que la relación estricta masa de yuca – burén,
construida por historiadores y supuestamente sus-
tentada en el registro documental hispano, debe
ser reevaluada a la luz de los nuevos aportes de la
Arqueometría.
También resulta importante el estudio realiza-
do por el Dr. Roberto Rodríguez a 60 fragmentos
de vasijas de cerámica, procedentes de campañas
arqueológicas dirigidas por Ramón Dacal en 1971
y 1973, en el propio sitio Laguna de Limones.
Las muestras, correspondientes a 6 capas arqueo-
lógicas fueron sometidas a las siguientes cinco
pruebas microquímicas: fosfatos, carbonatos
(agua), proteínas (carnes), ácidos grasos (grasas y
aceite), carbohidratos (tubérculos y otros ricos en
azúcares) (Rodríguez, 2004).
Los residuos detectados mostraron en cuanto a
jerarquía porcentual el siguiente orden: proteínas
– grasas – carbohidratos (Ob.cit: 89), por lo que
podemos considerar que los contenedores eran
usados fundamentalmente para el almacenamien-
to de carnes y vegetales, cuyos procesos de coc-
ción pudieron estar estrechamente vinculados con
la gran cantidad de burenes detectados en las
monticulaciones residuales del sitio. Esto muestra
el amplio uso que pudo haber tenido el burén en
la cocción de otros alimentos, además de la yuca
amarga.
Hacia el occidente de nuestro territorio, los in-
vestigadores Roura y Hernández, de la Oficina
del Historiador de la Ciudad de La Habana, refie-
ren el hallazgo de varias escudillas, cuencos, y
ollas de cerámica, de indudable factura aborigen,
exhumadas durante excavaciones realizadas entre
1969 y 1974 en el antiguo Palacio de los Capita-
nes Generales de nuestra capital. Según los auto-
res, las vasijas fueron sometidas a análisis quími-
cos, hallándose en su interior restos de alimentos
que contenían albúminas y ácidos grasos lo que,
junto a la gran concentración de hollín en las pa-
redes exteriores, hicieron suponer el empleo de
los contenedores en la cocción de alimentos de
origen animal (2007: 153, 154).
Aunque en el caso referido no se reportó la
presencia de burenes, no es descartable que los
alimentos contenidos en las vasijas hayan sido
previamente cocinados mediante el empleo de
estos discos de barro, sobre todo si tenemos en
consideración que en otros sitios arqueológicos
muy próximos, como la Casa de Obrapía, Merca-
deres No. 15, Convento de San Francisco de Asís,
Palacio de los Marqueses de Arcos, Casa de Los
Marqueses de Prado Ameno, entre otros, han apa-
recido burenes y otros componentes típicos del
utillaje de labor empleado por comunidades agri-
cultoras, en estratos antropogénicos sepultados
bajo las edificaciones mencionadas, con fechados
enmarcados entre los siglos XVI y XVII d. n. e.
(Ob. cit).
Estrechamente vinculado con estos resultados,
contamos con los recientes estudios microquími-
cos, aún inéditos, realizados a diversos fragmen-
tos de vasijas de cerámica procedentes del sitio
arqueológico Chorro de Maíta, provincia de Hol-
guín. Los artefactos, localizados y exhumados en
el área de habitación, mostraron presencia abun-
dante de ácidos grasos de origen animal (Valcár-
cel, 2012). Es importante señalar que el sitio refe-
rido cuenta con antigüedades que van desde el
870 +/- 70 – 360 +/- 80 AP (Cooper, 2008), por
lo que el enclave poblacional trascendió el perío-
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
51 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
do de contacto indohispánico. Los resultados ob-
tenidos con estos análisis de laboratorio amplían
considerablemente las referencias legadas por los
cronistas europeos, al presentar nuevas evidencias
alimenticias, posiblemente procesadas en la su-
perficie de uso de los burenes, no señaladas en las
fuentes narrativas primarias.
Como se ha planteado con anterioridad, la
marcada presencia de residuos alimenticios de
origen animal en tiestos de cerámica denota un
amplio uso de estos alimentos por las sociedades
aborígenes. La evidencia también en la superficie
de uso de algunos burenes sugiere que pudo exis-
tir una combinación de grasas animales con la
masa obtenida a partir de la maceración de diver-
sos tubérculos, durante el procesamiento del pan
de casabe. Estudios etnográficos actuales realiza-
dos en República Dominicana, sobre costumbres
alimenticias, reflejan que aún se continúa consu-
miendo el casabe (Tavares, 1978; Ferbel Azcara-
te, 2010), a partir de una producción industrial
marcada por la introducción de nuevas tecnolo-
gías; lo mismo sucedía para el oriente de Cuba
hacia finales del siglo pasado (Alexandrenkov y
Folgado, 1988).
Estudios etnográficos realizados contemporá-
neamente en el oriente de nuestro país refieren
que en la producción doméstica y para consumo
inmediato del casabe se puede adicionar manteca,
azúcar, sal, mantequilla, etc. (Ob.cit.). El antropó-
logo norteamericano Dr. Ferbel Azcarate, de la
Universidad de Portland (Oregón), ha observado
en diversas localidades de República Dominicana
que la masa de yuca es mezclada en la actualidad
con grasa de cerdo, para dotar al casabe de mejor
sabor (comunicación personal, 2010). Esta prácti-
ca culinaria, no referenciada por los cronistas,
constituye un referente etnográfico a tener en
consideración para analizar la presencia de ácidos
grasos en los burenes estudiados. Aún teniendo
en consideración que el cerdo, S. scrofa, es un
animal introducido por los colonizadores hispa-
nos a fines del siglo XV d. n. e., los pobladores
aborígenes bien pudieron mezclar la masa de yu-
ca con grasas y/o carne de tortuga, foca tropical,
pescado, manatí y otros animales, con el objetivo
de dotar a la torta de yuca de un sabor diferente y
mayor nivel alimenticio.
Estudios microquímicos realizados fuera de
Cuba, en artefactos de molienda/ macerado (ma-
nos de mortero o trituradores, y majadores) y ra-
llado (“dientes de piedra” de guayos o rayadores),
corroboran los resultados obtenidos en nuestro
país. En tal sentido, debemos hacer referencia al
estudio de almidones llevado a cabo por Linda
Perry en el sitio Pozo Azul Norte – 1 en Venezue-
la. La investigadora halló que los “dientes de pie-
dra” relacionados con los tradicionales ralladores
para el procesamiento de la yuca, Manihot escu-
lenta Crantz, no muestran evidencias de este
cultígeno, pero sí de maíz, Zea mays, ñame,
Dioscorea sp., maranta, Maranta arundinacea,
guapo, Myrosoma sp. , y jengibre, Zingibeaceae
(Perry, citada por Rodríguez, 2006). Estos resul-
tados permiten suponer que el utillaje vinculado
tradicionalmente con la preparación del pan de
yuca sirvió además para el procesamiento de
otros recursos vegetales.
Un estudio desarrollado por el Dr. Jaime R.
Pagán Jiménez en Puerto Rico, se suma a los re-
sultados expuestos anteriormente. En este caso se
extrajeron cinco muestras residuales-sedimenta-
rias de una misma cantidad de artefactos relacio-
nados, de una u otra forma, con el procesamiento,
cocimiento y/o manipulación de alimentos vege-
tales, recuperados en el sitio arqueológico King’s
Helmet en Punta Guayanés, Yabucoa. Las mues-
tras se corresponden con áreas de actividad de
pobladores tribales (“Saladoide tardío” o “Cue-
vas” según clasificación de Rouse, 1992), en cu-
yos contextos se aprecian evidencias que sugieren
modelos de desarrollo económico similares a las
sociedades contactadas por los hispanos a fines
del siglo XV d. n. e. en el área, aún cuando no
podemos perder de vista las manifestaciones cul-
turales que las caracterizan y definen como iden-
tidades particulares dentro del poblamiento arua-
co antillano.
Los fechados obtenidos en diversas áreas del
sitio arrojaron una ocupación entre el 500 y el
890 d. n. e. (Pagán, 2008), rango temporal conexo
con el arribo de los primeros grupos agricultores
a la región sudoriental de nuestro archipiélago;
según datos aceptados hasta la fecha. Debemos
puntualizar además que la información consigna-
da por los cronistas sobre el tema en cuestión se
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 52
refiere a la isla de Haití hacia los inicios del siglo
XVI d. n. e.
El examen realizado a 2 fragmentos de manos
laterales, un fragmento de hacha reutilizada como
percutor y otro de mortero, así como a varios pe-
dazos de un mismo burén, dieron los siguientes
resultados: los artefactos líticos fueron empleados
para la maceración de tubérculos y semillas co-
rrespondientes a plantas de batata (Ipomoea bata-
tas), maíz (Zea mays) y algún tipo de frijol silves-
tre (Fabaceae), no precisado aún. En el trabajo
citado se describe, además, la presencia de al me-
nos 10 fragmentos de xilemas (estructuras orgá-
nicas responsables de mantener la circulación de
líquidos en las plantas), aislados en la referida
hacha reutilizada para percutir. Estas estructuras
se localizan en las raíces, ramas y tallos de los
vegetales, y posiblemente se relacionen más con
la función original de la herramienta para cortar
madera o separar corteza vegetal dura, ya que son
similares a los xilemas que se encuentran en los
tallos y ramas de ciertos árboles (Pagán, Ob.cit).
Significativo resulta el hecho que el artefacto
que más evidencias aportó fue el burén, que con-
tenía gránulos de almidón de marunguey (Zamia
pumila); maíz (Zea mays); maranta o yuquilla
(Maranta arundinacea); frijol aparentemente sil-
vestre (Fabaceae) y de posible frijol domesticado
(Phaseolus vulgaris). En síntesis, podemos afir-
mar que se verifica la manipulación de recursos
comestibles análogos entre comunidades aboríge-
nes aruacas de Cuba y la vecina isla de Puerto
Rico, no confirmándose la presencia de gránulos
de almidón de yuca, Manihot esculenta Crantz,
en ninguno de los casos citados. Aquí debemos
resaltar que los resultados alcanzados contrastan
fuertemente con los supuestos aceptados tradicio-
nalmente en la arqueología antillana, en lo refe-
rente al uso limitado del plato o disco de barro
para la cocción del pan de casabe. Se debe desta-
car además que las plantas comestibles aisladas
en las muestras han sido reportadas con anteriori-
dad en otros contextos arqueológicos antillanos y
documentos históricos hispanos (Las Casas, 1958
y Oviedo, 1858).
Análogo resultado aportó el estudio realizado a
6 instrumentos de producción, entre los que se
incluyen un burén, 4 percutores, y una mano late-
ral de maceración, localizados en el sitio arqueo-
lógico Tanamá 2, en Arecibo, municipalidad del
Noroeste de Puerto Rico. En dicho contexto, ubi-
cable entre los siglos VII y VIII d. n. e, el examen
arrojó muestras de residuos vegetales coinciden-
tes con los descritos anteriormente (Pagán, 2008),
volviendo a evidenciarse la ausencia de gránulos
de almidón de la yuca, Manihot esculenta Crantz,
y la preferencia por el consumo del boniato y la
yuquilla de ratón, combinada con frijoles posi-
blemente domesticados y maíz.
A la luz de los resultados obtenidos es incues-
tionable que la utilización de la tecnología del
burén en la confección de pan u otra receta hari-
nosa derivada de la yuquilla de ratón, o marun-
guey, y el boniato, fue de significativa importan-
cia para las comunidades aruacas del área; tanto o
más que la yuca, Manihot esculenta Crantz. Por
otra parte, la presencia de gránulos de almidón de
maíz en la superficie del disco de arcilla contrasta
con lo descrito por cronistas europeos y algunos
arqueólogos (Newsom y Deagan 1994; Rouse,
1992), respecto al consumo de la mazorca tierna,
hervida, o asada. Los estudios realizados en el
sitio King’s Helmet nos brindan una nueva pers-
pectiva analítica para evidencias de maíz con hue-
llas de procesamiento por maceración:
En efecto, en estos casos no se requeriría ningún artefacto de concha o piedra en las preparaciones
o tratamientos antes señalados. Sin embargo, la
presencia de maíz en este burén refuerza la idea de algún otro tipo de tratamiento a los granos en el
que intervinieron artefactos de molienda, macera-
do o rallado, lo cual ilustra acerca de otra posible
práctica culinaria relacionada con el maíz y no documentada para Las Antillas Mayores de mane-
ra clara en las crónicas (Pagán, 2008: 9).
En Puerto Rico, los cuatro sitios arqueológicos
de filiación agricultora de Punta Candelero “hue-
coide” en Humacao (cal. 320 a. n. e y 220 d. n.
e.), La Hueca Sourcé en Vieques (cal. 160 a. n. e
y 540 d. n. e), Punta Candelero, “saladoide tar-
dío” (cal. 653 – 1022 d. n. e), y Punta Guayanés
en Yabucoa (cal. 500 – 890 d. n. e) han sido estu-
diados por el mismo autor en la búsqueda de si-
milares evidencias botánicas. Los resultados ob-
tenidos demuestran que la yuca es prácticamente
inexistente, aún cuando el Dr. Pagán (2007: 8)
plantea que esta planta produce gran cantidad de
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
53 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
almidones y estos se preservan por grandes perío-
dos de tiempo, habiendo sido identificados en
sociedades muy tempranas del área antillana.
De 58 herramientas líticas (manos laterales,
manos irregulares, hachas reutilizadas, bases mo-
lederas, y morteros) analizadas en contextos
“huecoides” (Rouse, 1992), se recuperaron varios
almidones de yuca en un posible guayo de coral.
Otras plantas, ampliamente localizadas en las
herramientas, son: batata, maíz (dos variedades),
marunguey o yuquilla de ratón, lerenes, Calathea
allouia (Pagan, 2008: 8). Para los contextos más
tardíos, considerados como “saladoides”, se
abrieron nuevas interrogantes, pues se había con-
siderado tradicionalmente en la arqueología que
los grupos humanos que generaron estas eviden-
cias eran los que habían introducido en Las Anti-
llas la agricultura a gran escala y el cultivo de la
yuca amarga como principal fuente subsistencial,
siendo característicos los utensilios diagnósticos
como el burén y las microlascas de guayos o ra-
lladores.
De los referidos contextos, se estudiaron 24
herramientas entre concha, lítica y cerámica, pero
ninguna mostró evidencias de procesamiento de
yuca. Las plantas asociadas fueron el marunguey,
frijol, maíz, yuquilla, yahutía, frijol, y batatas.
Para Pagan (Ob. cit), sobre los burenes analizados
se habían confeccionado panes producidos con
distintas harinas, o combinación de varias masas,
criterio que compartimos si tenemos en conside-
ración los estudios realizados en Cuba, referidos
con anterioridad. Los tres “dientes de piedra”,
vinculados a guayos, mostraron evidencias de
raspado de marunguey, yuquilla y maíz.
Los estudios paleobotánicos considerados an-
teriormente han puesto en evidencia significativas
limitaciones en los datos etnográficos registrados
en las crónicas hispanas, ampliando considera-
blemente la perspectiva de investigación vincula-
da a preferencias dietarias y formas de obtención,
preparación y consumo de alimentos en las co-
munidades aborígenes objeto de estudio. Como
esperamos demostrar en el capítulo siguiente de
esta investigación, el empleo de las crónicas en la
Arqueología no debe limitarse simplemente a un
rol complementario, aspecto ya argumentado por
Curet (2006) para el caso de Puerto Rico. La in-
formación emanada de las fuentes narrativas pri-
marias sobre el uso de plantas, debe ser solamente
utilizada como mero referente y no como un
cuerpo de hechos incuestionables a la luz de las
recientes investigaciones.
Otro posible uso del burén
Para cerrar este capítulo nos referiremos a otro
aspecto directamente relacionado con el empleo
del burén, que no ha quedado registrado con cla-
ridad en las crónicas hispanas, y que considera-
mos de importancia para una reconstrucción inte-
gral en la esfera de la realidad social que ahora
tratamos. Diversos arqueólogos han reportado
diferencias en el acabado de la superficie superior
e inferior de los burenes (Castellanos 1991;
Martínez, 1990; Sanpedro, 1991). De esta forma
se ha descrito la superficie superior o de uso co-
mo alisada y excepcionalmente dibujada (Godo y
Celaya, 1988). Al respecto, Jouravleva y La Rosa
(2003) destacan que sería lógico afirmar que en la
superficie más pulida se colocaba la masa de yu-
ca, mientras que la superficie no alisada sería
expuesta al fuego, lo cual conllevaría a que las
deposiciones de carbón aparezcan invariablemen-
te en esta parte.
Este supuesto, sin embargo, no se cumple para
todas las muestras de burenes estudiadas en el
país. Varios fragmentos procedentes de Esterito
de Banes no presentan trazas de carbón, lo que
indica su empleo fuera del fuego, ya que los de-
pósitos de carbón que se forman en contacto con
el fuego ocupan en la mayoría de los fragmentos
dos tercios del grosor del burén, lo que sugiere
uso intensivo (Jouravleva y González, 2000: 36).
Los autores referidos adjudican la ausencia de
carbón al posible carácter ceremonial de los arte-
factos, aún cuando no se descubrieron burenes
con decoraciones.
Los estudios sobre la tecnología del burén
muestran que existen diferencias en la cocción de
dichos artefactos, por lo que se pueden dividir en
dos grupos fundamentales: los de alta calidad
(buena cocción), y los de terracota (bajas tempe-
raturas). Estos últimos se caracterizan en varios
sitios arqueológicos por no presentar partículas de
carbón, lo que sugiere que no fueron empleados
para cocinar alimentos. Tal es el caso de muestras
procedentes de Laguna de Limones, Sardinero,
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 54
Esterito de Banes, La Rosa, San José, Loma de la
Campana y Macambo II, etc. (Jouravleva y La
Rosa, 2003: 74)
Rodríguez (2006) observó que el fragmento de
burén de Macambo II no evidencia huellas de
haber sido sometido al fuego, y además la pasta
con la que fue preparado es bastante impura, lo
cual lo hace frágil. A ello se suma el hecho de
que en su superficie se encontraron gránulos de
almidón de diferentes especies vegetales, por lo
que se ha sugerido su empleo como posible so-
porte para la elaboración de diferentes alimentos
y no para la cocción de los mismos. Esta propues-
ta amplía considerablemente las observaciones
registradas por los cronistas de Indias, los cuales
no refieren este tipo de uso del artefacto en el
área antillana, limitándose las descripciones al
empleo del mismo como sartén en el cocido de la
masa de yuca.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
55 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
IV
EL ESTUDIO DE LAS FUENTES PRIMARIAS Y SU
REPERCUSIÓN EN LOS INTENTOS DE RECONSTRUCCIÓN
ETNOHISTÓRICA EN LAS SOCIEDADES ABORÍGENES DE CUBA
Así el término taino ha servido para fijar la idea de la existencia de
un fenómeno cultural único. Pero la llamada cultura taina no fue
un todo carismático y homogéneo, sino un conjunto de expresiones
que en ciertos momentos y lugares tuvo grandes síntesis
(Moreno Fraginals, 2002: 21).
Las fuentes secundarias
as crónicas de Indias han sido utilizadas
por diversos autores y con diferentes
propósitos hasta la fecha. En el área anti-
llana, particularmente, es muy común que en los
intentos de reconstrucción etnohistórica se em-
pleen dichas fuentes para apoyar las inferencias
obtenidas en el análisis del registro arqueológico.
El presente capitulo está encaminado a analizar
qué problemas de orden teórico ha traído el em-
pleo de estos documentos sin un previo estudio
crítico y exhaustivo.
Para fundamentar la hipótesis de este trabajo,
hemos seleccionado dos obras que versan sobre el
estudio de nuestro pasado aborigen. Considera-
mos, sin lugar a dudas, que ambas constituyen
textos de gran importancia para las ciencias
humanísticas de nuestro país y de Las Antillas en
general. El criterio de selección20
está fundamen-
20
Es importante destacar que en nuestra literatura científica
existen otras importantes obras vinculadas al tópico que nos
ocupa, y aunque no es objeto del presente trabajo realizar
una relación y crítica de las mismas, sí es adecuado men-
cionar al menos, aquellas que han intentado ordenar el
panorama arqueológico del archipiélago. Entre ellas tene-
mos: Cuba Primitiva (Antonio Bachiller y Morales, 1883).
Historia de los indios de Cuba (Rafael Azcárate, 1937),
tado, además, por el hecho de que cada una de las
monografías escogidas ha sido considerada en su
momento histórico como un intento de ordenar el
pasado etnográfico de nuestro archipiélago, ex-
poniendo nociones que han trascendido hasta
nuestros días, y que forman parte de los esquemas
de periodización diseñados para las comunidades
aborígenes del área antillana.
Las obras seleccionadas son las siguientes:
Cuba antes de Colón (Mark Raymon Harrington.
1935. Segunda Edición) y Prehistoria de Cuba
(Ernesto Tabío y Estrella Rey. 1985. Segunda
Edición).
De manera general, debemos señalar que las
obras escogidas han sido superadas, como es
lógico pensar, por las posteriores investigaciones
en el campo de la Arqueología; ciencia que ha
suministrado una ingente cantidad de información
novedosa en relación con los tópicos abordados
Archeology of the Maniabon Hills (Irving Rouse, 1942),
Las Cuatro Culturas Indias de Cuba (Fernando Ortiz, 1943), Caverna, Costa y Meseta (Felipe Pichardo Moya,
1945.), Las Culturas Aborígenes de Cuba (Manuel Rivero
de la Calle, 1966), El Taíno de Cuba (José M. Guarch,
1978), Introducción a la Arqueología de las Antillas (Er-
nesto Tabío, 1995), La sociedad comunitaria de Cuba (Li-
llián J. Moreira, 1999), y Taínos: mitos y realidades de un
pueblo sin rostro (Daniel Torres, 2006); entre otros impor-
tantes títulos.
L
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 56
en los textos citados, sobre todo los relacionados
con los estudios de antropología física, paleodie-
ta, cronología, complejidad social, paleopatolo-
gías, orígenes del poblamiento, prácticas funera-
rias, y distribución espacial de las comunidades
aborígenes estudiadas. Hoy disponemos de mayor
desarrollo tecnológico para llevar a cabo investi-
gaciones de diversa índole, como son los estudios
paleobotánicos, de reconstrucción paleoclimática,
de ADN, traseológicos, etc.; lo cual permite
abordar nuevas aristas de investigación, y arribar
a una más adecuada aproximación a la realidad
objeto de estudio.
El hecho de que las investigaciones actuales
sean abordadas con este enfoque integrador, ha
conllevado a cambiar (en algunos casos) y a
completar (en otros) las nociones que sobre estas
sociedades antiguas se sostenían hasta hace tan
solo unas décadas. Sin embargo, el análisis efec-
tuado a las crónicas generales de Indias, en los
textos en cuestión, ha permanecido inerte en las
nociones que subyacen en algunos esquemas de
periodización vigentes en el área antillana. A ello
debemos sumar la escasez en nuestro país de tra-
bajos dedicados particularmente al estudio crítico
de las fuentes narrativas primarias.
Debido a lo anteriormente expresado, es que
enfocaremos exclusivamente nuestro análisis en
aquellos aspectos del manejo de fuentes prima-
rias, que aún puedan tener vigencia y afecten ne-
gativamente los estudios de reconstrucción histó-
rico - social en la actualidad.
Cuba antes de Colón
Esta obra21
puede ser considerada como un es-
fuerzo de organizar nuestro pasado aborigen, to-
mando como referente el registro arqueológico,
21
El texto pude considerarse como una obra inacabada, ya
que el propio autor nos expone que habrá una segunda
parte del libro, aún sin publicar hasta la fecha: La parte que seguirá a este trabajo, por publicar, contendrá un estudio
intensivo de los indios taíno – aruacos del este de Cuba,
basado en nuestras exploraciones y artefactos hallados, y
en otras fuentes aprovechables de información, y un igual
estudio de los ciboneyes, hasta donde lo permita nuestro
actual conocimiento. En esta segunda parte ilustraremos y
describiremos con detalle los especimenes respectivos.
(Harrington, 1935: 21)
las crónicas de Indias y la etnografía comparada.
El modo en que el autor integra estas fuentes de
estudio para arribar a conclusiones preliminares,
destacan su texto en la primera mitad del siglo
XX de otros trabajos de reconstrucción etnohistó-
rica. Es importante señalar que es Harrington un
profesional de academia, con una vasta experien-
cia en labores de campo, en las cuales realizó
estudios en sitios arqueológicos aborígenes de
más de veinticinco etnias de Norteamérica; inclu-
yendo algunas en el territorio mejicano.
Los resultados del trabajo de campo están ava-
lados por la más extensa exploración arqueológi-
ca llevada a cabo en nuestro archipiélago, hasta
los momentos de la publicación de la obra en
1921. De igual manera, debemos destacar que
Harrington realizó por vez primera en nuestra
literatura una exhaustiva revisión crítica de las
obras precedentes a su trabajo en nuestra isla,
bajo el título: Primeras exploraciones arqueoló-
gicas. Sus problemas. Las conclusiones parciales
de su texto trascienden el plano descriptivo, para
intentar dar una explicación lógica al origen, dis-
tribución y características culturales de las comu-
nidades aborígenes que habitaron el territorio en
los momentos de la colonización hispana. El es-
quema de desarrollo propuesto cambió las con-
cepciones que se sostenían en Cuba sobre las so-
ciedades aborígenes y planteó nuevos retos a la
investigación histórica.
Es importante destacar aquí que la nomencla-
tura22
empleada por Harrington está fundamenta-
da sobre la base de criterios culturales de muy
dudosa elucidación. Estas denominaciones entra-
22
Se puede establecer una periodización histórica en base
a criterios culturales (endoetnónimos o exoetnónimos re-
gistrados por las fuentes primarias y de difícil comproba-
ción), geográficos (“sitios tipos”) o cronológicos descripti-
vos (horizontes, periodos, fases, etc.), determinados por la
“cronología absoluta” o relativa derivada del trabajo de
laboratorio. Para emplear estas terminologías es necesario
tener bien claro que es lo que se desea periodificar y en base a que método se hará. En la actualidad varios esque-
mas de periodización se sustentan en base al análisis
económico de la sociedad que se estudia, ya que según el
materialismo histórico, son las relaciones sociales de pro-
ducción las que determinan de manera general el desarro-
llo de los grupos humanos en el devenir histórico, así co-
mo la superestructura de los hombres en una etapa deter-
minada de su desarrollo (González Herrera, 2011).
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
57 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
ñan su particular interpretación del registro ar-
queológico, en supuesta correspondencia con las
fuentes primarias consultadas por él.
Harrington y el cotejo de las crónicas genera-
les de Indias
El capitulo XX de la obra de Harrington (Iden-
tificación de dos culturas) está dedicado a expo-
ner los resultados de sus exploraciones y excava-
ciones en nuestra isla. En pocas páginas reduce el
autor la complejidad social reflejada en las fuen-
tes primarias a dos simples “culturas”, que son
caracterizadas esencialmente desde el registro
arqueológico, sin un análisis exhaustivo de lo
expuesto por los cronistas de Indias, únicos testi-
gos presenciales de nuestro pasado aborigen.
La “cultura” ciboney – guanahatabey
La primera “cultura” es catalogada por
Harrington de primitiva, dado que sus vestigios
siempre se descubren debajo de todos los otros
depósitos humanos (1935: 6. T II), y el ajuar está
compuesto por artefactos de lítica y concha, sien-
do muy escasos y sencillos los adornos corpora-
les. Los restos humanos asociados no evidencian
prácticas de deformación craneal artificial. Estas
comunidades estuvieron diseminadas por toda
nuestra isla, habitando en áreas despejadas y cue-
vas; fueron clasificadas por el autor bajo la de-
nominación de ciboney – guanahatabey23
.
23
Los aborígenes denominados como ciboneyes en el es-
quema de Harrington, han recibido con posterioridad otras
denominaciones: guanahatabeyes, exbuneyes, trogloditas,
guanacabibes, auanabeyes, (S) ciboney aspecto Guayabo
Blanco y Cayo Redondo, preagroalfareros, arcaicos, com-
plejo I y II, comunidades con tradiciones mesolíticas, pes-
cadores-recolectores-cazadores y formación social pretri-
bal. Hoy conocemos que los contextos arqueológicos que
presentan evidencias coincidentes con las señaladas por Harrington como características de esa “cultura”, no coin-
ciden con la colonización hispana (al menos hasta el mo-
mento). La evidencia más tardía de estas sociedades en
nuestro país, está documentada por cronología absoluta y se
corresponde con el sitio Mogote de la Cueva, provincia de
Pinar del Río. La datación convencional obtenida fue la
siguiente: 1300 D.N.E, 650 ± 200 A.P (Smithsonian, E. U.
A) (Pino: 1993).
Veamos a continuación cuales son los funda-
mentos (indicadores étnicos tomados en conside-
ración) de las valoraciones de Harrington en
cuanto a su clasificación cultural:
Harrington se basa exclusivamente en dos tex-
tos de Las Casas (Historia de Las Indias, y Me-
morial Sobre Remedios de Indias) y en uno de
Velázquez (Carta de relación de 1514). La in-
formación que en esencia recogen estas fuentes es
la siguiente: Los habitantes “naturales” de la isla
de Cuba se denominaban ciboneyes, y antecedían
a las posteriores migraciones procedentes de
Haití. Dichos ciboneyes tenían gran similitud con
los lucayos y habitaban las cayerías al Norte y
Sur de nuestro archipiélago. La orientación eco-
nómica de estos grupos se centraba en actividades
pesqueras, sin empleo de cultivos. El arribo de los
tardíos inmigrantes de Haití trajo como conse-
cuencia cierta subordinación socioeconómica de
los primeros pobladores con relación a estos últi-
mos.
En el extremo occidental de la isla habitaban
los guanahatabeyes o guanahatabibes (según
Velázquez), con una economía basada exclusi-
vamente en la caza y la pesca. Estos habitaban
en cuevas, a manera de salvajes, pues no dis-
ponían de casas, ni asentamientos, ni pueblos, y
se mantenían fuera del contacto con el resto de
los demás representantes socioculturales.
Es notorio que aún conociendo Harrington lo
consignado por Las Casas, en cuanto a similitud
entre ciboneyes y lucayos, persista en hacer co-
rresponder a estos grupos con las evidencias ar-
queológicas más antiguas halladas en los contex-
tos arqueológicos de nuestro territorio. Esta aso-
ciación no parece guardar relación con la realidad
histórico – social reflejada en las fuentes prima-
rias24
. En cuanto a la información suministrada
24
Este problema de interpretación llevó a Harrington a
redactar la siguiente nota aclaratoria en su texto: La afirma-
ción de Las Casas de que los ciboneyes eran iguales a los
lucayos, o pobladores de las Bahamas, ha sido el único punto difícil de explicar al desenvolver nuestra hipótesis de
que el nombre Ciboney pertenece realmente a la raza pri-
mitiva de Cuba y no a ninguna raza taina; pues muchos de
los objetos conocidos procedentes de aquellas islas son
claramente taínos, y la deducción es que sus habitantes
eran taínos. (…) futuras investigaciones demostrarán que
los primitivos habitantes de aquellas isla fueran un pueblo
rudo y atrasado cual los primitivos indios de Cuba, (…).
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 58
por Velázquez, debemos señalar que la carta de
relación citada contiene valiosos datos, que no
fueron tomados en cuenta por Harrington y que
no deben de ser pasados por alto en los estudios
de reconstrucción histórico - social. El documen-
to, luego de un análisis exhaustivo, se puede re-
sumir de la siguiente manera:
La exploración al occidente de Cuba, ordenada
por Velázquez en 1514, para localizar sobrevi-
vientes de una nave hispana, que había encallado
en la región suroccidental de la isla, se llevó a
cabo con los siguientes resultados: se rescataron
con vida tres individuos, dos mujeres y un hom-
bre; este último se llamaba García Mexía y había
sido localizado en la aldea de Guanyma (región
de La Habana). El bojeo culminó en la costa Nor-
te de la Península de Guanahacabibes, y la tripu-
lación retornó a la actual provincia de Granma
para informar a Velázquez de lo acontecido.
García Mexía narró que al zozobrar la nave
pudieron llegar a la demarcación territorial de
Guaniguanico, donde adquirieron alimentos de
un cacique, y de allí fueron de pueblo en pueblo,
mientras iban perdiendo compañeros durante el
trayecto; hasta llegar a la aldea donde se hallaban
prisioneros de los caciques Yaguacayex y Haba-
guanex, al arribar los hombres enviados por
Velázquez.
De los datos suministrados en la carta de rela-
ción podemos deducir lo siguiente: Los explora-
dores enviados por Velázquez, debido a diversas
razones, no dejaron constancia de diferencias
físicas e idiomáticas en los aborígenes menciona-
dos. Las referencias son muy vagas y pueden co-
rresponderse con grupos de pescadores dedicados
exclusivamente a la explotación de recursos ma-
Aquellos indios pudieron estar todavía en mayoría al tiem-
po del descubrimiento y sin duda fueron ellos con quienes
Las Casas comparó a los ciboneyes de Cuba, (…) (1935:
6,7). Es importante destacar que los contextos arqueológi-
cos aborígenes más tempranos en el área antillana, exponen
extensas ocupaciones de sociedades con niveles de desarro-llo socioeconómico inferiores a las comunidades descritas
por los exploradores europeos del siglo XVI d. n. e. El
estudio exhaustivo de los artefactos asociados a dichos
horizontes nos permite inferir un modo de producción dife-
rente, así como otros posibles orígenes étnicos y manifesta-
ciones culturales bien diferenciadas de los habitantes que
permanecían en al área, al arribo de los colonizadores his-
panos.
rinos. No se menciona la presencia de mujeres ni
niños, lo cual puede fundamentar el criterio de
haber sido grupos dedicados a determinadas labo-
res subsistenciales, que se encontraban a cierta
distancia del verdadero enclave comunitario. Los
habitantes de los poblados aborígenes visitados
por Mexía, desde Guaniguanico a La Habana, se
corresponden con grupos de organización tribal.
Es muy significativo que en esta última fuente no
se hayan señalado diferencias culturales en rela-
ción a los aborígenes contactados.
Hemos citado y analizado brevemente las
fuentes que fueron empleadas por Harrington, con
el objetivo de demostrar que su ambigüedad no
permite una adecuada utilización de estas en el
esquema cultural diseñado por el autor. La aso-
ciación mecánica entre un etnónimo dado a cono-
cer a través de documentos, y el registro arqueo-
lógico exponente de contextos donde se evidencia
una marcada precariedad económica, ha conlle-
vado a suponer que los denominados ciboneyes
poseían una organización social primigenia y un
bajo nivel de desarrollo de sus fuerzas producti-
vas.
Es importante señalar que no debemos pasar
por alto la referencia de Las Casas a la existencia
de un grupo cultural independiente denominado
guanahatabey, aspecto obviado por Harrington al
incluir a estos representantes dentro de la misma
“cultura” ciboney. El autor señala que los guana-
hatabibes poseían una lengua diferente a la (s) del
resto de los aborígenes de nuestra isla (1935: 8. T.
II). Sin embargo, ninguna de las fuentes consulta-
das hace referencia a este tópico, por lo que nun-
ca llegaremos a conocer cuál era la lengua utili-
zada por estos habitantes, a pesar de que la topo-
nimia de la región occidental de nuestro archipié-
lago apunta hacia un origen lingüístico aruaco.
(Bernal, 2003).
Otra conclusión a la que arriba Harrington,
producto de la interpretación que realizó de las
fuentes primarias, está vinculada con la aparente
evidencia en las crónicas de la distribución espa-
cial de comunidades con un bajo nivel de desarro-
llo socioeconómico (supuestamente ciboneyes,
según el autor) en Haití. Al respecto, expuso en
su obra: (…), existen pruebas históricas de un
pueblo que habitaba en las cuevas, poseyendo
una similar sencilla cultura, en la provincia de
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
59 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
Guacayarina, extremo occidental de la isla de
Haití (Ob. cit: 290. T. I)
Las pruebas históricas a las que hace alusión el
autor, omitiendo la fuente histórica que emplea,
forman parte de los datos registrados por Oviedo
en su Historia General y Natural de las Indias, y
de Anglería, en las Décadas del Nuevo Mundo,
analizadas ambas en el capitulo precedente. Es
muy señalado el hecho de que aún conociendo
Harrington la obra de Las Casas Historia de las
Indias, pase por alto la aguda crítica que realizó
el fraile (1995: 241. T. II) a los criterios expues-
tos por Oviedo, cuando este último se refiere a las
características de los aborígenes de la región de
Guacayarina. En resumen, el clérigo niega rotun-
damente las aseveraciones de Oviedo con bien
fundamentados criterios, que limitan la confiabi-
lidad a los datos expuestos como pruebas históri-
cas por Harrington.
Por último, debemos destacar que las fuentes
primarias nos revelan un mosaico étnico de signi-
ficativa complejidad en el área antillana, siendo
señalados para Cuba, al menos, tres posibles gru-
pos étnicos: ciboneyes, guanahatabeyes e “in-
dios” provenientes de Haití (Ob. cit). No parece
tomar en cuenta el autor las referencias del resto
de los cronistas, que denotan que bajo la denomi-
nación de “indios” se encontraban varios grupos
de posibles diferencias culturales, y de que una
buena parte de estos se traslada hacia nuestro
archipiélago, antes y después de iniciado el pro-
ceso de conquista en la vecina isla.
La “cultura taína”de Cuba
La segunda “cultura” es catalogada de avanza-
da, descubriéndose siempre sus vestigios sobre
evidencias más antiguas. El ajuar consiste esen-
cialmente en artefactos líticos, de concha, hueso,
cerámica y algunas evidencias de trabajos en ma-
dera (cualitativamente superiores en elaboración a
los hallados en sitios ciboneyes). Es característica
de estos contextos la aparición de hachas petaloi-
des pulimentadas y amplia profusión de adornos
corporales. Los restos humanos asociados presen-
tan invariablemente evidencias de deformación
craneal artificial. Los asentamientos se localizan
fundamentalmente en la región oriental de la isla.
Esta “cultura” fue denominada “taína”.
Aquí, como en el caso anterior, hace gala
Harrington de un criterio reduccionista, al anali-
zar las evidencias arqueológicas bajo una deno-
minación de dudosa elucidación. Según el autor,
las fuentes primarias en las que se basó para em-
plear esta clasificación son: Las Décadas del
Nuevo Mundo de Anglería y la Historia de las
Indias, de Las Casas. Además de estas fuentes,
cita el empleo del término taíno, con connotación
cultural25
, basándose en trabajos arqueológicos
anteriores de Fewkes, Joyce, y La Torre
(1935:10). Analizaremos de inmediato los indica-
dores empleados por el autor para sustentar sus
criterios.
El texto de Anglería se localiza en el libro II
de sus Décadas y expone literalmente: (…) salió-
les al encuentro un hombre de arrugada frente y
altiva mirada, acompañado por cien individuos,
todos ellos armados con arcos, flechas y lanzas
muy agudas , y en actitud amenazadora, gritando
que eran “taynos”, es decir nobles y no caníbales
(1989:123. T. I).
El fragmento citado se corresponde con el
primer contacto que sostiene Colón con algunos
pobladores de Haití, al regresar a esta isla en su
segunda exploración. Sin lugar a dudas, el voca-
blo taynos fue empleado por los aborígenes en
actitud defensiva, haciendo referencia a la calidad
25
Antonio Bachiller y Morales fue el primer autor cubano
en darle cierta connotación étnica al término taíno, al expo-
ner en su obra Cuba Primitiva lo siguiente: (…) debía bus-car por el mediodía la procedencia de los indios del tipo
caribe de raza pacífica ó noble; como ellos mismos se ape-
llidaban: los tainos.
Cuarenta y un años después de escritas mis presunciones y
conjeturas, negadas por los contemporáneos, en 1882 he
leído en la apreciable obra del sabio alemán Peschel (The
Races of Man 1876) la siguiente confirmación: Las peque-
ñas y las grandes Antillas como Las Bahamas, fueron habi-
tadas antes de 1492 por una raza en extremo pacífica, que
Von Martins ha llamado Taini (1883: 115,116).
Por otro lado, el término “taino” cuyo significado cultural y
étnico se lo debemos a los historiadores contemporáneos, ha fungido como una etiqueta convenientemente utilizada y
entronizada en los estudios arqueológicos de Cuba y el
resto del Caribe. El empleo del vocablo, ya sea con conno-
tación étnica, de grupo social, o como simple adjetivo, ha
suscitado heterogéneas valoraciones y discusiones en el
ámbito académico internacional (Petersen, Hofman y Curet,
2004; Torres, 2006; González Herrera, 2008, 2009, 2010;
Valcárcel, 2008).
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 60
de sus personas; en un intento por dejar claro la
no pertenencia del grupo con individuos caribes.
Es importante señalar que el término no se co-
rresponde con una autodefinición étnica, y que
Anglería nunca lo expuso con esta connotación en
su obra. A ello debemos sumar el hecho de que el
cronista nunca pisó tierras americanas, y de que
no señala la fuente empleada para redactar el pa-
saje mencionado.
Es importante destacar que existe otra referen-
cia al término en cuestión, referida por Diego
Álvarez Chanca, y que no fue analizada por
Harrington en su obra, a pesar de ser esta fuente
mucho más fidedigna, ya que Chanca fue partici-
pe del segundo viaje exploratorio comandado por
Colón. La información que nos brinda el médico
de a bordo es muy similar a la suministrada por
Anglería, aunque no coincide en el espacio geo-
gráfico, ya que se refiere a la isla de Guadalupe.
Chanca consignó lo siguiente: Este día prime-
ro que allí descendimos andaban por la playa
junto con el agua muchos hombres é mugeres
mirando la flota, é maravillándose de cosa tan
nueva, é llegándose alguna barca á tierra á
hablar con ellos, diciéndolos tayno, tayno, que
quiere decir bueno, (…). (Portuondo, 1977: 66).
Aquí, como en la narración de Anglería, en-
contramos que el término es utilizado con el
mismo propósito, y se refiere a la calidad por la
que se autodefinen los aborígenes “cautivos” de
los caribes que encuentran los hispanos al desem-
barcar en Guadalupe. Estas son las únicas refe-
rencias que existen en las crónicas con relación al
vocablo taíno. Su existencia como etnónimo no
está registrada por ninguno de los cronistas de
Indias, y su empleo en este sentido se correspon-
de con interpretaciones contemporáneas realiza-
das por diversos autores.
Harrington sintetiza una vez más el gran mo-
saico cultural descrito por los cronistas para el
área antillana con el simple denominador de taí-
nos. Al respecto nos dice: Habiendo concedido el
nombre de taíno a la cultura predominante de
Haití, lo consideramos aplicable a la avanzada
cultura por nosotros encontrada en la parte
oriental de Cuba, pues los artefactos dejados por
ambas son prácticamente idénticos. (1935: 10).
Es decir, que Harrington entiende que la “cul-
tura predominante” de Haití debe de ser denomi-
nada taína a partir de los datos consignados por
Anglería en sus Décadas. Esta “cultura”, según el
registro arqueológico y la información que brinda
Las Casas en su Historia26
, se corresponde con la
hallada en la parte oriental de la isla de Cuba.
Evidentemente, la interpretación expuesta por
Harrington en su obra no se corresponde con un
adecuado análisis de las fuentes primarias, las
cuales fueron escasamente empleadas en función
de las teorías explicativas del autor. De 16 docu-
mentos analizados en este trabajo, solo dos fueron
empleados por el autor, lo que afectó definitiva-
mente las conclusiones de su investigación, no
contemplando un previo e imprescindible estudio
de contrastación entre diferentes fuentes.
En la obra no se toman en cuenta los datos et-
nográficos referidos a las poblaciones de macori-
jes, ciguayos, lucayos, ciboneyes o simplemente
“indios”; comunidades que, aunque evidenciaban
niveles de desarrollo socioeconómico similares,
poseían, al parecer, determinadas diferencias étni-
cas. De igual manera desconoce Harrington la
afirmación de Colón, expuesta en su diario de
navegación, cuando refiriéndose a las diferencias
constatadas entre Cuba y Haití apuntó: (…); yo
he hablado en superlativo grado la gente y la
tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba; más
hay tanta diferencia de ellos y de ella a ésta en
todo como el día a la noche, (…) (1958: 109).
Debemos añadir, además, que no poseía
Harrington suficiente fundamento científico, para
aseverar que la “cultura predominante” de Haití
era precisamente la representada por algunos gru-
pos aborígenes que se autodefinían como taínos,
o sea “buenos” o “nobles”. Estos aguerridos po-
bladores que se enfrentaban a los colonizadores
con arcos y lanzas en mano, no exponían el com-
portamiento usual de la gran mayoría de los habi-
tantes de Haití (al menos en los primeros tiempos
de exploración) ante la presencia hispana; tan
descrito en las crónicas generales de Indias. Al
26
Después pasaron desta isla Española alguna gente, ma-
yormente después que los españoles comenzaron a fatigar y
a oprimir los vecinos naturales désta, y llegados en aquella,
o por grado o por fuerza en ella habitaron, y sojuzgaron por
ventura los naturales della, que como dije arriba, llamában-
se ciboneyes, la penúltima luenga, y según entonces creímos,
no había cincuenta años que los désta hobiesen pasado a
aquella isla. (Las Casas, 1995: 514. T. II).
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
61 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
parecer, esta manera de conducirse era caracterís-
tica de comunidades de extracción caribe o de
ciguayos del noreste de la vecina isla.
Resumiendo este tópico, no conocemos con
certeza cuáles grupos étnicos provenientes de
Haití habían arribado a nuestro archipiélago a
finales del siglo XV d. n. e. Al parecer, el brutal
proceso de colonización hispana trajo aparejada
una diáspora de habitantes de la vecina isla en
toda el área antillana, sobre todo a partir de co-
mienzos del siglo XVI d. n. e. Las Casas registra
en sus textos diferentes etnónimos para Cuba, e
incluso señala diferencias socioeconómicas entre
los aborígenes de nuestro archipiélago; datos que
debemos tener en cuenta al analizar la posible
composición cultural del movimiento migratorio.
Si bien el análisis del registro arqueológico
realizado por Harrington constituye un indudable
aporte a los intentos de reconstrucción histórico -
social, no fue combinado con un estudio exhaus-
tivo de las fuentes narrativas primarias; lo cual
afectó las conclusiones a las que arriba en su
obra. El esquema de desarrollo propuesto por el
autor nos brinda una imagen muy alejada de los
datos etnográficos contenidos en las crónicas ge-
nerales de Indias.
Actividades económicas en la reconstrucción
etnohistórica de Harrington
Es importante precisar que en el momento
histórico en que Harrington realizó sus trabajos
investigativos, el registro de evidencias arqueoló-
gicas se limitaba, debido al desarrollo de la ciencia
en el período, a la recuperación de evidencias ma-
teriales macroscópicas, siendo primordial la locali-
zación de artefactos de consideración museable,
debido esencialmente a sus características forma-
les excepcionales de alto valor estético. Tal es el
caso de vasijas, platos, espátulas vómicas, ídolos,
dujos, “báculos”, cuentas, amuletos, etc. que lla-
maban poderosamente la atención por la exquisitez
del acabado y las decoraciones implícitas. La loca-
lización y recuperación de este tipo de evidencias
constituyó la tarea fundamental del autor, con vis-
tas a engrosar las colecciones del Museo del Indio
Americano de la Heye Fundation de New York.
El registro de evidencias vinculadas con los
recursos alimenticios se restringió a la descrip-
ción de elementos subsistenciales macroscópicos,
como dedos de cangrejos, conchas, huesos y
vértebras de especies marinas y terrestres, así
como a la valoración de las áreas de actividad en
los contextos arqueológicos donde aparecieron
indudables huellas de cenizas y carbón vegetal,
producto del empleo de fogones para la prepara-
ción de alimentos. Aun cuando Harrington refiere
el hallazgo de numerosos majadores y triturado-
res (bases y manos de morteros), no intenta vin-
cular estos artefactos con la posible maceración
de tubérculos y preparación de papillas a partir de
la trituración de diversos granos comestibles re-
portados por los cronistas, cuyas referencias se
expusieron en el capítulo anterior.
Con relación al hallazgo de evidencias indirec-
tas del consumo de alimentos cultivables,
Harrington reporta la abundante presencia de bu-
renes durante las exploraciones llevadas a cabo en
Monte Cristo, Ovando y Gran Tierra. El autor los
describe como “llanos y circulares ralladores de
casabe, de barro” (Ob.cit: 275). Este registro
llevó a considerar al artefacto como característico
de la “Cultura Taína”, siendo uno de los elemen-
tos determinantes en la clasificación cultural,
según los esquemas históricos de la época.
La presencia del burén en los sitios menciona-
dos se asumió como confirmación del empleo de
los sartenes de barro para la cocción estricta del
pan de yuca, tomando los hallazgos como una
mera confirmación de los datos aportados por las
fuentes narrativas primarias. Esto conllevó a no
considerar el artefacto como soporte conveniente
en la cocción de otros alimentos de origen vegetal
y animal, ampliamente reportados por los cronis-
tas de Indias para el área antillana (Las Casas,
1995, 1958; Cúneo, 1977; Chanca, 1977; Angle-
ría, 1989; Colón, 2000; Oviedo, 1851, 2000).
Los datos etnográficos relacionados con el uso
del burén y su importancia desde el punto de vista
tecnológico, en la economía de las comunidades
aborígenes aruacas, influyeron de manera negati-
va en diversos intentos de reconstrucción históri-
co - social posteriores al texto objeto de estudio.
En ello medió el tratamiento dado por algunos
cronistas al proceso de preparación y consumo de
la yuca amarga, referenciado al detalle en páginas
de varias crónicas ya citadas, y donde sobresalen
los apuntes de Las Casas, Oviedo y Hernando
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 62
Colón. Ningún otro proceso económico en el pa-
sado prehispánico antillano es registrado con tan-
to lujo de detalles, aspecto que merece nuestra
atención, y que permite ser contrastado en varias
fuentes narrativas.
De esta forma, la relación estricta burén – pan
de yuca amarga, emanada de las ambigüedades
presentes en la fuentes narrativas primarias, y de
un no exhaustivo análisis de otros aspectos de
orden económico, verificables en dichos textos y
válidos para una reconstrucción histórico - social,
quedó como una etiqueta que ha llegado prácti-
camente sin cambios hasta nuestros días. Debido
a ello es que se le ha concedido por diversos es-
pecialistas (Tavares, 1978; Tabío y Rey, 1985;
Rey, 1988; Alexandrenkov y Folgado, 1988; Go-
do y Celaya, 1988; Tabío, 1989, 1995; Pichardo,
1990) primordial importancia a la yuca amarga,
Manihot esculenta Crantz, por encima de otros
cultígenos, en la alimentación de los grupos arua-
cos antillanos, lo cual no parece ser acertado si
tenemos en consideración el panorama económi-
co que comienza a dibujarse tras los estudios ar-
queométricos en el área antillana.
Prehistoria de Cuba. El cotejo de las fuentes
primarias
Publicada cuatro décadas después de la obra de
Harrington, cuenta la segunda edición de este vo-
lumen con una indiscutible actualización en infor-
mación arqueológica; escrita además por dos de
los más prestigiosos investigadores que se han
dedicado al estudio de las comunidades aborígenes
en nuestro país. Debemos destacar que este trabajo
está considerado como uno de los más importantes
realizados en el área antillana, en relación con los
estudios de reconstrucción histórico - social, ya
que expone criterios explicativos que trascienden
el marco descriptivo de las obras que lo antecedie-
ron. Además de ello, introduce por vez primera
para Cuba un procedimiento de análisis novedoso,
sustentado en una posición teórica de base marxis-
ta, lo cual permitió arribar a una más adecuada
aproximación a la realidad objeto de estudio.
Es necesario señalar que este nuevo intento de
ordenar nuestro pasado histórico se realizó to-
mando en consideración la valiosa información
aportada por las ciencias asociadas a la Arqueo-
logía, y en menor medida las fuentes primarias, lo
cual se tradujo en el más completo estudio de
reconstrucción histórico-social llevado a cabo en
nuestro país hasta el momento de su publicación.
La obra expone un nuevo esquema de periodiza-
ción, que aunque deudor de los trabajos de
Harrington y Rouse, sentó las bases para futuros
análisis sobre el tópico.
En el prefacio del texto, Tabío y Rey declaran
que la monografía presenta un resumen de inves-
tigaciones realizadas sobre Arqueología e Histo-
ria de las comunidades aborígenes de Cuba, apo-
yado en diversos trabajos arqueológicos y además
en un estudio crítico de los cronistas de Indias
(1985:9). El esquema de periodización presentado
contempla una división en fases de desarrollo,
estructurada en cinco grupos culturales: ciboney
(aspecto Guayabo Blanco y Cayo Redondo), ma-
yarí, subtaíno y taíno. Se fundamenta el empleo
de estas denominaciones en el hecho de que,
según los autores, eran las utilizadas por especia-
listas durante varias décadas y ello contribuía a
reforzar la uniformidad en la terminología cientí-
fica en el campo de la Arqueología antillana. Es
importante señalar que la nomenclatura utilizada
es de tipo cultural, aunque combinada con indica-
dores de “sitios tipo”.
El ciboney
En esencia, esta “cultura” está clasificada
según el esquema ideado por Harrington en 1921,
entonces denominada como ciboney – guana-
hatabey. En la obra objeto de estudio se definie-
ron dos fases (“aspectos”) de este grupo cultural,
la primera fue denominada como ciboney aspecto
Guayabo Blanco, y la segunda como ciboney
aspecto Cayo Redondo (según los “sitios tipos”).
Es necesario aclarar, al igual que se hizo para la
obra de Harrington, que las evidencias arqueoló-
gicas aisladas para ambos grupos no parecen co-
rresponderse con los datos consignados por Las
Casas para los ciboneyes, habitantes de las caye-
rías y de grandes semejanzas con los lucayos.
La precariedad del utillaje de labor encontrado
en los sitios arqueológicos afiliados con la deno-
minación de aspecto Guayabo Blanco, llevó a los
autores a reconocer que estaban ante la presencia
de vestigios pertenecientes a comunidades que no
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
63 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
habían sobrevivido hasta la época de la coloniza-
ción hispana (1985: 18). Además de ello, refi-
riéndose Tabío y Rey a la ambigua información
suministrada por las fuentes primarias, exponen:
Por otra serie de evidencias de tipo histórico,
muy vagas y nebulosas, es posible que el ciboney
Cayo Redondo, en forma de muy pequeños gru-
pos, haya persistido viviendo en Cuba, después
de la llegada de los españoles, hasta quizás el
siglo XVII, en la parte occidental de la isla (Ob.
cit: 73) (subrayado del autor).
No obstante, a pesar de reconocer los autores
que los datos etnográficos suministrados por las
crónicas son muy ambiguos (aunque no se preci-
san las fuentes), y por tanto no permiten un uso
adecuado como calificativos étnicos, para eviden-
cias arqueológicas de gran antigüedad, utilizan el
término ciboney, registrado por Las Casas, al
referirse a sociedades que habitaban nuestra isla
en el siglo XVI d. n. e.
El esquema empleado afecta el adecuado co-
nocimiento del tipo físico en los aborígenes lla-
mados ciboneyes por Las Casas, ya que los
cráneos descritos en el texto se corresponden con
individuos pertenecientes a una formación social
de gran antigüedad en el área caribeña. Esta su-
puesta correspondencia entre registro arqueológi-
co y denominación cultural extraída de las fuentes
primarias, no coincide con las similitudes físicas
entre lucayos y ciboneyes descritas por el fraile
en tres de sus escritos; en Prehistoria se omiten
estas comparaciones.
Es importante señalar que en el texto se omite
la existencia en el siglo XVI d. n. e. del grupo
aborigen denominado como guanahatabey, posi-
ble designación étnica registrada por Las Casas y
Velázquez en sus apuntes. Este hecho nos priva
de una merecida crítica a lo expuesto sobre estos
antiguos habitantes del extremo occidental de
nuestro archipiélago.
Lengua (s)
Diversos aspectos, vinculados a la desconoci-
da(s) lengua(s) hablada(s) por los aborígenes de
mayor antigüedad en nuestro territorio, son ex-
puestos sin lograr coherencia con el análisis de
las fuentes primarias narrativas. La incertidumbre
de Tabío y Rey en relación con los escasos datos
reflejados en estas obras, conllevó a que expresa-
ran lo siguiente: Las brevísimas referencias de los
cronistas sobre los indios que ellos llaman cayos,
y que habitaban la zona costanera del sur de las
provincias orientales, así como las islas que la
rodean, pueden quizás asimilarse a los del grupo
ciboney que estamos estudiando, (…) es imposi-
ble asegurar científicamente que se trata de los
mismos indios. (Ob. cit: 84) (subrayado del au-
tor).
Si bien en la obra se reconoce una comunidad
lingüística, entre los pobladores de las cayerías
norte y sur de nuestro archipiélago, con los
“intérpretes” lucayos que acompañan a Colón en
su segundo viaje, se considera, sin embargo, a los
ciboneyes como una cultura independiente al
tronco etno - lingüístico aruaco. Si la lengua era
similar hasta algún punto no bien determinado de
la región occidental de nuestra isla, y no existe
mención de diferencias físicas en los aborígenes
contactados; entonces, ¿qué indicadores hacen
suponer que los ciboneyes tenían un origen étnico
distinto?
Las conclusiones de Tabío y Rey sobre este
aspecto se limitan a expresar: La realidad es que
ignoramos todo lo referente al lenguaje de los
aborígenes que analizamos, (…). (Ob. cit: 84).
Los subtaínos y taínos
Según Tabío y Rey bajo estas denominaciones
se engloban todas las comunidades aborígenes
que practicaban la agricultura y poseían una or-
ganización social de tipo tribal en Las Antillas
Mayores. A diferencia del esquema propuesto por
Harrington, se ha incluido una subdivisión -sub-
taínos-, propuesta por Rouse en 1942, y basada
esencialmente en el estudio de artefactos confec-
cionados en cerámica.
Al igual que señalamos con anterioridad para
la obra de Harrington, es muy arriesgado resumir
el mosaico étnico que exponían Las Antillas Ma-
yores a finales del siglo XV n. e., en solo dos
“culturas”, aún para nuestro archipiélago, donde
las fuentes primarias no son muy elocuentes. To-
mando como referente las descripciones que
hicieran los cronistas analizados en el capítulo
anterior, debemos suponer una migración étnica
diversa hacia nuestro territorio, por lo que resulta
cuestionable el empleo de una nomenclatura de
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 64
tipo cultural, supuestamente fundamentada en
fuentes narrativas de muy dudosa elucidación.
Aspecto físico
A pesar de que la obra contempla un importan-
te resumen de los estudios de Antropología Física
realizados a los restos humanos asociados a di-
versos contextos arqueológicos, no se efectuó un
riguroso análisis de la información suministrada
por las fuentes narrativas primarias. Para el abor-
daje del aspecto físico se tomaron exclusivamente
los datos consignados por Colón en su diario de a
bordo. Es necesario precisar que esta información
hace referencia a una parte de los habitantes de
Las Bahamas (isla Guanahaní), y no a las pobla-
ciones contactadas en nuestro territorio. Sin em-
bargo, el comportamiento de estos pobladores
ante la presencia hispana, así como la usanza de
los cabellos, difiere de lo registrado en otras des-
cripciones de las fuentes primarias, incluyendo
contradicciones presentes en datos consignados
por el propio Almirante.
El estudio de la obra no permite detectar que
se hayan tenido en cuenta los apuntes consigna-
dos por Chanca, Cúneo, Oviedo y Las Casas; en
los que se expone una estimable diversidad en el
aspecto físico de los aborígenes que habitaban
Las Antillas Mayores. Estas diferencias no solo
son válidas en un contraste entre las islas, sino
también en un mismo territorio de vasta exten-
sión, como es el caso de Haití. Es importante
aclarar que no existe una descripción particular
para el aspecto físico de los habitantes de nuestro
archipiélago. A pesar de ello, los autores expo-
nen: Tanto Cristóbal Colón como los cronistas de
Indias, nos han dejado valiosos testimonios sobre
el aspecto físico de los indios aruacos subtaínos
de Cuba (…) (Ob. cit: 148).
La deformación craneal artificial es considerada
en la obra como una de las características principa-
les de los representantes agricultores de Cuba. Sin
embargo, no se toman en cuenta las consideracio-
nes expuestas por Las Casas en Apologética Histo-
ria de Indias, donde refiere que los rasgos somáti-
cos en las cabezas de los habitantes de Jamaica,
Cuba y Bahamas diferían de las demás islas, en
cuanto a la deformación: (…) las tenían cuasi co-
mo las nuestras o que más nos parecían en las
figuras dellas (1958: 116). Si bien el fragmento
citado es sumamente ambiguo, no se debe pasar
por alto en los intentos de reconstrucción et-
nohistórica, sobre todo cuando Tabío y Rey refie-
ren en el prefacio de la obra que para arribar a los
resultados de investigación se ha realizado un es-
tudio crítico de los cronistas de Indias.
La (s) lengua (s)
Este tópico es abordado partiendo esencial-
mente del primer diario de navegación de Colón.
Las contradicciones existentes en el mismo, así
como en el resto de sus apuntes, fueron pasadas
por alto en las conclusiones de Tabío y Rey. Tan
solo en tres breves párrafos se resume esencial-
mente el complejo panorama lingüístico del área
antillana: (…) desde el primer viaje Colón captó
la uniformidad que existía en el lenguaje de los
indios de la rama aruaca. Esa es la razón por la
que sus intérpretes lucayos y cubanos podían
entenderse perfectamente entre sí, y a la vez con
los indios aruacos de la Española (1985: 170).
El estudio de las referencias analizadas en el
capítulo anterior en relación al tópico, sin embar-
go, nos trasmite un panorama lingüístico diverso,
donde es sumamente difícil discernir entre dialec-
tos o lenguas totalmente diferentes. De todo ello
solo podemos colegir que en los momentos del
arribo de los hispanos a América se evidenciaban
diferencias dialectales entre todas las islas y ca-
yos del área antillana, e incluso marcados con-
trastes en el territorio de Haití.
Es importante destacar que para realizar un
análisis crítico del tema en cuestión, no nos pare-
ce suficiente con citar los datos consignados por
Colón y resumir la valiosa información presente
en las crónicas generales de Indias en tan solo tres
párrafos. El criterio sostenido por Tabío y Rey en
cuanto a comunidad lingüística de los grupos
aruacos parece no tomar en cuenta la información
suministrada por las 16 fuentes primarias analiza-
das en el presente estudio.
Actividades económicas en la reconstrucción
etnohistórica de Tabío y Rey
En el texto objeto de estudio, el ajuar vincula-
do con el procesamiento de alimentos en las co-
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
65 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
munidades aborígenes clasificadas, según esque-
ma cultural de los autores, como subtaínas y taí-
nas, se relaciona con vasijas, ollas, fragmentos de
burenes, gubias, majadores, morteros (manos y
bases), guayos y, en menor medida trituradores de
roca compacta (Tabío y Rey, 1985). Es necesario
precisar que aun cuando no se referencia la pre-
sencia en el registro arqueológico de valvas de
pelecípodos de diversas especies con huellas de
amplio uso como raspadores, estos instrumentos
debieron tener una gran importancia en el corte y
descortezamiento de raíces. La anterior afirma-
ción se sustenta en registros históricos (Las Ca-
sas, 1958; Oviedo, 1851) y arqueológicos (Rive-
ro, 1966; Febles et al, 1995).
Los restos alimenticios reportados se refieren a
la existencia en los sitios arqueológicos de con-
chas de moluscos, carapachos de crustáceos, hue-
sos de jutía, manatí, aves, pescado, tortugas y
otros reptiles (Tabío y Rey, 1985: 143). El em-
pleo de recursos vegetales se infiere estrictamente
a partir de la presencia de abundantes fragmentos
de burenes; artefacto que es asumido como indi-
cador indirecto del cultivo de la yuca amarga,
Manihot, esculenta Crantz (Ob. cit: 136).
En el texto, la relación establecida entre burén
y recursos vegetales se limita al uso por las co-
munidades aborígenes de la raíz de la yuca amar-
ga rallada, Manihot, esculenta Crantz. Al igual
que en la obra de Harrington, escrita cuatro déca-
das antes, los autores no intentan vincular estos
artefactos con la posible maceración de tubércu-
los y preparación de papillas a partir de la tritura-
ción de diversos granos comestibles reportados
por los cronistas. Esta situación, dada por un no
exhaustivo estudio de las fuentes narrativas, sentó
un precedente en nuestros estudios arqueológicos
que ha limitado una real comprensión de los pro-
cesos económicos relacionados con la prepara-
ción y consumo de recursos subsistenciales tan
importantes como lo pudo ser la yuca amarga.
Esto ha generado criterios firmemente estableci-
dos, como se ha señalado con anterioridad, sobre
la preferencia e importancia de este cultígeno en
la dieta de las sociedades tribales antillanas.
Los argumentos para el establecimiento de los
supuestos que analizamos en esta investigación
fueron expuestos por Tabío y Rey de la siguiente
forma: La evidencia indirecta de la alimentación
vegetal, nos la proporciona la presencia abun-
dante, casi siempre, de fragmentos de burenes de
barro en donde los aborígenes cocían sus tortas
de casabe que, como sabemos, se hacían de la
yuca amarga rallada y que constituían normal-
mente su principal fuente dietaria (Ob.cit: 143).
Debemos señalar además que el burén fue consi-
derado por los autores como una característica
arqueológica de los grupos aruacos (Ob. cit: 155),
supuesto que debe ser asumido con reservas, si
tenemos en cuenta que para la preparación y con-
sumo de ciertas variedades de yuca no es impres-
cindible la cocción sobre una plancha de cerámica
o piedra expuesta al fuego, siendo válidos los
procesos de asado y hervido.
La relación precisa entre burén e indicador de
tipo socioeconómico, o cultural en otros casos,
constituyó un obstáculo para una adecuada clasi-
ficación de sociedades a partir de estudios ar-
queológicos, donde han primado análisis estric-
tamente tipológicos y normativos. Esta formula-
ción del asunto nos llevaría siempre a considerar
como no productoras de alimentos a comunidades
donde no aparezca el burén o partes del mismo;
interpretación inadecuada del problema. Recien-
temente algunos arqueólogos cubanos han alerta-
do sobre este particular, apoyándose en eviden-
cias del registro arqueológico (Castellanos et al,
2001; Hernández y Arrazcaeta, 2001).
En esta discusión es importante señalar que en
diversos sitios arqueológicos de Cuba, de filia-
ción socioeconómica dudosa por la ausencia de
burén y otros componentes del utillaje de labor,
han aparecido evidencias macroscópicas de recur-
sos subsistenciales de origen vegetal. En este sen-
tido contamos con el hallazgo de semillas carbo-
nizadas de maní, Arachis hypogaea L., en el sitio
Birama (Trinidad, Sancti Spíritus), datado por C
14 en el 1130 d. n. e (Delgado et al, 2000; Angel-
bello et al, 2000), y de otras también carboniza-
das del árbol de jocuma (también jucuma amari-
lla, caguaní o lechero), Sideroxylon foetidissi-
mum, Jacq.ssp, procedentes del sitio La Batea
(Santiago de Cuba); aún sin fechar por métodos
precisos (Hernández y Navarrete, 1999).
En síntesis, podemos plantear que Tabío y Rey
condicionaron, en su propuesta teórica para la
clasificación de grupos culturales, la presencia o
ausencia del burén en la determinación de patro-
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 66
nes agroceramistas. Ello estuvo acompañado de la
idea que otorga primacía al cultígeno de la yuca
amarga por encima del resto de los recursos sub-
sistenciales en las comunidades tribales objeto de
estudio. Esta concepción se refleja en la siguiente
cita, cuando hacen referencia al registro y funcio-
nes del burén: (…) aparecen en el ámbito del
Caribe asociados con el cultivo de la yuca amar-
ga para confeccionar el casabe, que constituía la
base dietética de los aruacos (1985: 155). Esta
línea de interpretación fue consolidada en 1984
por Tabío, al proponer una, Nueva periodización
para el estudio de las comunidades aborígenes de
Cuba.
Debemos dejar constancia de que no compar-
timos los supuestos citados con anterioridad, de-
bido a que tanto el registro histórico, como el
arqueológico, apuntan a que no todos los aborí-
genes emparentados con el tronco lingüístico
aruaco insular asumían estos estrictos esquemas
de alimentación. Recordemos que en numerosos
sitios de nuestro archipiélago las actividades agrí-
colas pudieron constituir solo un complemento de
la colecta, captura, pesca, y caza de diversas es-
pecies faunísticas (Guarch et al, 1995).
A finales del siglo pasado, algunos arqueólo-
gos cubanos ya habían reparado sobre este parti-
cular, y se vislumbraba un cambio en los supues-
tos sobre hábitos alimenticios en comunidades
esencialmente agrícolas. Esta nueva visión del
problema se plasmó en la obra Taíno. Arqueolo-
gía de Cuba, donde, aunque se sigue consideran-
do la yuca como principal cultígeno, se plantea la
importancia económica de otros cultivos como el
boniato y la malanga, argumentándose: Adverti-
mos sobre este hecho por la estrecha visión que
se ha tenido de una dependencia absoluta de la
yuca, la que sin duda tuvo como gran ventaja la
de industrializar su producto y conservar este por
largos períodos (Guarch et al, Ob.cit).
Investigaciones actuales (Sears y Sullivan´s,
citados por Keegan, 1989) sugieren que en el No-
reste de Las Bahamas las bajas temperaturas no
permitieron el cultivo de la yuca amarga por co-
munidades pertenecientes al mismo tronco lin-
güístico. Según Tabío (1995), el grupo de islas
que quedan más al Norte del archipiélago de Ba-
hamas (Gran Bahama, Gran Abaco, Nueva Provi-
dencia, y Andros) gozan de un clima subtropical
húmedo, con régimen de lluvias abundantes y
temperaturas frías en invierno. Es importante se-
ñalar que la planta de yuca está adaptada a regio-
nes donde predomina un clima intertropical, por
lo que no resiste temperaturas bajas, y además
requiere de altos niveles de humedad y de Sol, sin
excesos de lluvia, para lograr un crecimiento
efectivo.
Se debe precisar que estudios de almidón y fi-
tolitos realizados a instrumentos microlíticos,
exhumados en el sitio lucayo temprano Three
Dog, en San Salvador, Las Bahamas centrales,
denotan el empleo del maíz, Zea mays, ají, Capsi-
cum sp, y una posible célula secretora de yuca
hacia el 800 d. n. e. (Berman y Pearsall: 2008).
Con anterioridad ya se había reportado para el
mismo sitio la presencia de zamia, cuyos almido-
nes se aislaron en instrumentos microlíticos (Ob.
cit.). De forma general, los estudios paleobotáni-
cos realizados en diversas áreas y en períodos de
ocupación distintos en Las Antillas, han permiti-
do a los especialistas definir que existieron dife-
rencias adaptativas en los ambientes isleños (Pa-
gan, 2002).
En ocasiones la ausencia de burenes, o frag-
mentos de estos en el registro arqueológico, pu-
diera estar relacionada con grupos dedicados a
actividades especializadas como la pesca, caza y
colecta de especies, en determinados nichos
ecológicos (Alonso et al, 2009), para lo cual no
era estrictamente necesario el traslado de todo el
utillaje de labor (en este caso los burenes), que
permitiera la subsistencia durante pocos días en
los espacios seleccionados. Aquí debe considerar-
se toda la amplia gama de reajustes en estrategias
económicas que puede asumir una sociedad ante
la explotación de diferentes regiones geográficas
y relaciones sociales de producción establecidas
por las comunidades humanas.
Los criterios expuestos con anterioridad pue-
den ser contrastados con las crónicas, donde se
recogen notas sobre grupos aborígenes que reali-
zaban actividades económicas especializadas en
nuestro archipiélago. Miguel de Cúneo, acompa-
ñando a Colón en la exploración realizada en
1494 por la costa Suroriental de Cuba, relató:
Había en tierra, en este puerto, hombres indios que dormían sobre la arena, (…). Y como nosotros
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
67 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
bajáramos a tierra, encontramos de 15 a 20 cánta-
ras de pescados cocidos y de 50 a 60 serpientes
también cocidas, del tamaño de un chivito. Halla-mos también de 34 a 38 serpientes vivas, atadas
con sogas (…). Hablamos con ellos y les pregun-
tamos por qué razón cocían tantos pescados. Nos contestaron que así se podían conservar, y que de
otro modo no se podría, porque querían mandarlos
a sus caseríos, cinco, seis y diez leguas distantes.
(Cúneo, 1977: 43, 44)
Las “serpientes” referidas en el pasaje citado
eran iguanas, y la gran cantidad de estos saurios
atados y cocinados, al igual que los pescados, se
relacionan con prácticas especializadas de caza,
pesca, y conservación de alimentos para el poste-
rior traslado al núcleo poblacional de una aldea.
Otras importantes fuentes del período coinciden
con estas observaciones (Colón, 1958; Las Casas,
1971; Anglería, 1989; H. Colón, 2000). Estas
pruebas etnográficas, sustentadas en el registro
histórico, demuestran la validez de nuestra pers-
pectiva de análisis y permiten, en este caso, el
empleo de las crónicas con un debido cotejo de
las fuentes, aún con las limitaciones propias de
dichos apuntes.
A modo de resumen, debemos señalar que el
supuesto estudio crítico de las crónicas generales
de Indias, anunciado por Tabío y Rey en el prefa-
cio de la obra, no se corresponde con el uso que
se hizo de dichos textos. Las fuentes narrativas
primarias empleadas están en función de apoyar
exclusivamente el resultado de los trabajos ar-
queológicos. Esta situación conllevó a que se
utilizaran obras muy específicas, fundamental-
mente algunos textos de Las Casas, Anglería y
Colón, quedando fuera del análisis imprescindi-
bles apuntes para la reconstrucción etnohistórica
de las sociedades objeto de estudio. De haberse
realizado un exhaustivo análisis crítico de las
fuentes primarias, las conclusiones diferirían en
gran medida en diversos aspectos de la recons-
trucción histórico - social llevada a cabo, como
son: lengua, aspecto físico y nivel de desarrollo
alcanzado por las sociedades aborígenes en cues-
tión.
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 68
CONSIDERACIONES FINALES
nte todo, nos parece importante recalcar
la trascendental importancia que poseen
las crónicas de Indias para los estudios de
reconstrucción etnohistórica de las sociedades
aborígenes antillanas de finales del siglo XV, e
inicios del XVI d. n. e. Como ya se ha referido en
la introducción de este texto, debido a la ausencia
de escritura en estos pueblos de filiación aruaca,
las fuentes narrativas mencionadas constituyen
los primeros y únicos referentes escritos que
abordan aspectos medulares para el conocimiento
de la historia social y cultural de las comunidades
humanas que antecedieron a la colonización his-
pana en América. También nos informan sobre
los acontecimientos militares, políticos, sociales y
económicos vinculados a los momentos funda-
cionales de las colonias hispanas y el gobierno de
las mismas a partir de 1493.
Gracias a los datos etnográficos consignados
en dichos apuntes, se inauguraron los estudios de
estos grupos humanos, cuando aún la ciencia ar-
queológica daba sus primeros pasos en nuestro
país, a finales del siglo XIX e inicios del XX. Si
bien los cronistas de Indias no eran etnógrafos,
sus obras bien pueden considerarse como precur-
soras de la Etnografía americana. Debemos desta-
car, además, que el proceso de conquista y colo-
nización hispana en Las Antillas impactó negati-
vamente en las culturas que desde hacía cientos
de años e asentaban en el área, lo que conllevó a
la perdida de valiosos testimonios orales que tan-
to hubiesen podido contribuir en el conocimiento
íntegro de nuestro pasado histórico.
Durante el transcurso del trabajo hemos pre-
sentado las contradicciones existentes en la selec-
ción de fuentes narrativas primarias, y se han de-
finido las limitaciones que presentan las mismas
para la reconstrucción de las sociedades aboríge-
nes de Cuba, hasta culminar en la demostración
de cómo han influido los análisis no exhaustivos,
tomando como referente dos importantes obras
científicas.
Centrando el análisis en el tema de las diferen-
cias étnicas, y partiendo de dos aspectos concre-
tos de la realidad social objeto de estudio (lengua
y aspecto físico), podemos concluir que los datos
etnográficos suministrados por las fuentes anali-
zadas están permeados de profundas contradic-
ciones y en algunos casos ambigüedades. A pesar
de esta situación, y como ya se ha expresado, los
textos presentan una valiosa información, suscep-
tible de ser utilizada en los trabajos investigativos
de reconstrucción histórico - social, una vez que
sean exhaustivamente revisados. Estos apuntes
deben ser empleados con un criterio crítico y ex-
plicativo de las condicionantes y objetivos que
dieron como resultado tales testimonios.
Es importante resumir los aspectos que defini-
tivamente incidieron en las limitaciones del dato
etnográfico aportado por los cronistas de Indias:
Algunas crónicas citadas fueron escritas fuera del
ámbito antillano, otras fueron redactadas dentro
del área, pero fuera de nuestro archipiélago. Una
gran cantidad de datos fueron tomados de testi-
monios de segundas y terceras personas, sin haber
experimentado el cronista la realidad objeto de su
atención. Existe una exposición de datos falsea-
dos debido a diferentes propósitos individuales,
como son el afán de lucro, la defensa de derechos
indígenas, las actividades no compatibles con el
sistema de gobierno de la monarquía, la posición
política y religiosa del autor, y sus valores éticos
condicionados en gran medida por la época histó-
rica. Se aprecia un marcado desconocimiento de
la realidad antillana, en relación con la geografía,
flora, fauna, lenguas, organización social, etc.
Es necesario tener en cuenta además el nivel
de instrucción educacional de cada autor, y el
A
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
69 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
hecho de que estos trasladan sus concepciones
éticas, estéticas, religiosas y político – sociales a
los nuevos espacios colonizados, y son empleadas
posteriormente para evaluar la realidad america-
na. Se hicieron generalizaciones sobre fenómenos
sociales, redactadas de forma precipitada, a causa
de no comparar el fenómeno observado con otras
áreas y de la no realización de exploraciones ex-
haustivas, debido a diversos motivos. Recorde-
mos que los cronistas y exploradores no eran
etnógrafos, y que los procedimientos para alcan-
zar sus objetivos distaban mucho de las técnicas
científicas contemporáneas, aún cuando los cro-
nistas mayores sí sabían manipular objetivamente
las fuentes que empleaban.
A ello debemos de sumar la constatación de
costumbres y tradiciones realizada en diferentes
momentos del proceso de exploración, conquista
y colonización. Esto trae como consecuencia que
haya un desfasaje cronológico en la información
suministrada. Es importante tener en cuenta la
perdida de documentación original sobre el pro-
ceso de exploración, conquista y colonización. En
numerosas ocasiones los datos que poseemos son
fragmentos de transcripciones realizadas por se-
gundos autores o compiladores de fuentes narra-
tivas primarias. Para llevar a cabo esta labor se
tuvieron que traducir, en algunos casos, varios
documentos escritos en latín, e incluso en italia-
no, lo cual coadyuvó a la perdida de los verdade-
ros vocablos autóctonos, españolizándose los
nombres propios de caciques, deidades, regiones
geográficas, demarcaciones territoriales, anima-
les, plantas, etc.
A estos aspectos debemos agregar el caso pun-
tual de Bartolomé de Las Casas, quizás el más
citado de los cronistas debido a su gran experien-
cia en el área antillana y a su posición en relación
con los derechos indígenas, que terminó de redac-
tar su obra más importante muchos años después
de haberla comenzado, concluyéndola con una
avanzada edad. Esta situación, como es lógico
pensar, conspiró contra la memoria del fraile en
su empeño por exponer sus recuerdos del mundo
americano.
Con el segundo objetivo de esta investigación
hemos demostrado que las ambigüedades presen-
tes en una selección de datos etnográficos regis-
trados por los cronistas, no permiten que dichas
fuentes sean empleadas sin una obligada contras-
tación con el registro arqueológico, y un crítico
cotejo de las propias fuentes escritas. Los apuntes
relacionados con el procesamiento de determina-
dos alimentos, nos brindan una imagen incomple-
ta de los procesos económicos encaminados al
aprovechamiento de recursos subsistenciales de
trascendental significación para las comunidades
aborígenes del área antillana.
Este particular, susceptible de ser analizado
críticamente con el empleo riguroso de las fuentes
narrativas, en primer término, fue obviado en los
libros seleccionados para el análisis documental
enfocado a la reconstrucción etnohistórica. En
algunos casos, las referencias de los cronistas
fueron tomadas a pie juntillas; mientras que en
otros surgió un enfoque positivista que no consi-
deró una amplia gama de datos etnográficos di-
rectamente referidos a los procesos económicos
estudiados. De esta manera, se originaron supues-
tos estrechamente vinculados con modelos de
desarrollo económico que afectaron de forma
negativa diversos esquemas de periodización,
algunos aún vigentes.
Las consecuencias de enfoques normativistas
en estudios posteriores, como los tratados aquí,
restringieron el desarrollo económico y el amplio
uso de variados recursos subsistenciales por las
comunidades aborígenes al estricto uso del burén
para el procesamiento de la yuca amarga. De esta
manera, el burén y la consecuente introducción
del mencionado cultivo se convirtieron en carac-
terísticas cronodiagnósticas de sociedades con un
significativo desarrollo agrícola; consideración
que debe ser reevaluada a la luz de los resultados
expuestos en este trabajo.
Los recientes resultados de investigación lle-
vados a cabo en Cuba y otros países vecinos, re-
ferenciados aquí, demuestran que no fue la yuca
el principal cultígeno para un importante número
de comunidades aborígenes del área antillana.
Con anterioridad, ya Jaime Pagán (2005, 2009),
había alertado sobre esta inadecuada considera-
ción, para sitios arqueológicos con evidencias de
poblamientos “huecoides” y “saladoides”, en
Puerto Rico. Los estudios de laboratorio realiza-
dos en Cuba por Rodríguez y Pagán (2003), Jou-
ravleva (2003), y Rodríguez (2004), sugieren que
el burén fue un artefacto multipropósito sobre el
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 70
que se cocinó una variedad de preparaciones ali-
menticias poco conocidas por los arqueólogos, y
no referidas en las crónicas hispanas.
La presencia de gránulos de almidón de bonia-
to y maíz en los burenes estudiados sugiere que el
denominado “pan de maíz” y quizás tortas de
boniato fueran cocinadas en la superficie de di-
chos artefactos. Esto coincidiría con las observa-
ciones, ya referenciadas anteriormente, de los
cronistas hispanos Gonzalo Fernández de Oviedo
(1851) y Pedro Mártir de Anglería (1989).
Significativa importancia debieron tener am-
bos cultígenos para las comunidades aborígenes,
si tenemos en consideración que el boniato, rico
en vitamina A, es un alimento reconocido por su
alto valor nutricional, facilidad de cultivo y pro-
ductividad. Actualmente es una de las raíces más
empleadas en la lucha contra la desnutrición a
nivel mundial, por lo que se han establecido pro-
gramas de implantación en países de África, y
también en Perú. Lo mismo sucede con el maíz,
base subsistencial de diversos pueblos de Améri-
ca, el cual supera hoy en términos de producción
a cualquier otro cereal en el mundo, debido a su
alto valor nutritivo.
La contrastación rigurosa de las crónicas con
el registro arqueológico permitió ampliar la pers-
pectiva sobre el estudio de procesos económicos
encaminados a la obtención, procesamiento, dis-
tribución y consumo de diversos recursos subsis-
tenciales, que fueron de vital importancia para el
desarrollo de los antiguos pobladores antillanos.
Esta situación refleja que otras raíces comestibles
tuvieron tanta o más significación en las prefe-
rencias dietarias que la yuca amarga, cuyo proce-
so de elaboración para la obtención del pan de
casabe fue detallado por los cronistas hispanos.
La consolidación de los conocidos criterios
sobre la preponderancia de la yuca como prefe-
rencia dietaria y el estricto uso del burén para la
cocción del pan de casabe en sociedades de ex-
tracción aruaca, se la debemos en gran medida a
los arqueólogos e historiadores contemporáneos,
que han generado el establecimiento de un cúmu-
lo de generalizaciones de gran arraigo en nuestra
comunidad científica.
Cuba antes de Colón y Prehistoria de Cuba
constituyen ejemplos palpables de intentos de
reconstrucción histórico - social, cuyos autores no
emprendieron un riguroso análisis de las fuentes
narrativas primarias. Como esperamos haber de-
mostrado en el capítulo anterior, esta realidad ha
afectado las concepciones que sobre las socieda-
des aborígenes de Cuba se tienen en la actualidad.
A pesar de que novedosas propuestas de periodi-
zación surgieron con posterioridad a las primeras
ediciones de ambas obras, centrándose en el aná-
lisis de aspectos económicos y abandonando la
nomenclatura de tipo cultural, la gran mayoría de
los historiadores y arqueólogos continúan soste-
niendo las nociones que sobre los diversos “gru-
pos culturales”, clasificados para Cuba, desarro-
llaron Harrington, Rouse, Tabío y Rey, entre
otros prestigiosos autores.
El título dado a la segunda obra en cuestión,
Prehistoria de Cuba, nos trasmite el anquilosado
concepto de que la llegada de los europeos a
América, a finales del siglo XV d. n. e, trajo apa-
rejada la historia para las poblaciones ágrafas que
habitaban el hemisferio occidental. Es la llegada
de Colón, según este enfoque eurocentrista, el
hecho trascendental que marca las transformacio-
nes a nivel social, económico e intelectual en los
primitivos pobladores antillanos. El aconteci-
miento marca una era, un antes y un después;
resultando los acontecimientos sociales ocurridos
antes del arribo hispano “prehistoria”, e inicián-
dose la historia con la colonización y el registro
documental del europeo portador de la escritura.
Si bien esta situación obedeció a una perspectiva
emanada de la antropología tradicional, no guarda
relación con la posición teórica asumida por los
autores en el texto.
Paradójicamente, en la reconstrucción et-
nohistórica realizada por los autores se señalan
amplias transformaciones económico – sociales
en el seno de las comunidades aborígenes estu-
diadas, mucho antes del arribo de los europeos al
denominado “Nuevo Mundo”. En resumen, se
reconoce que estas sociedades habían transitado
por un largo proceso histórico.
Los resultados de esta investigación no preten-
den ser conclusivos, sino abrir nuevas perspecti-
vas de interpretación sustentadas en un exhausti-
vo análisis de las fuentes narrativas primarias.
Esperamos que este trabajo pueda ser empleado
como herramienta referencial en los estudios de
reconstrucción etnohistórica, con el ánimo de que
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
71 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
sea superado en futuras investigaciones. Sirva
entonces este empeño en proporcionar una nueva
aproximación al conocimiento de las formaciones
sociales primigenias de Cuba.
Teniendo en consideración los aportes teóricos
de esta monografía, sería importante precisar al-
gunas recomendaciones que nos parecen medula-
res para desarrollar con éxito futuros estudios de
reconstrucción etnohistórica:
1. Las investigaciones sobre nuestras comunida-
des aborígenes deben superar la tendencia
tradicional a asumir los datos históricos y ar-
queológicos de forma arbitraria, y emplear
ambos registros de manera equilibrada siem-
pre que sea posible. Como acertadamente han
reconocido algunos autores foráneos (Wilson
y Rogers, 1993; Curet 2006), ambas fuentes
de datos deben ser líneas de evidencias inde-
pendientes cada una de la otra, y cada una de-
be ser evaluada críticamente para determinar
si son apropiadas para el problema de investi-
gación tratado, antes de ser contrastadas.
2. Las fuentes narrativas deben ser empleadas
con un criterio crítico y explicativo de las
condicionantes y objetivos que dieron como
resultado tales testimonios.
3. El análisis crítico de las fuentes narrativas
debe estar condicionado por el empleo del
mayor número de referencias documentales
que existan sobre las variables objeto de estu-
dio.
4. La información suministrada por los cronistas
no debe ser considerada como un cuerpo de
conocimientos inamovibles, sino como un re-
gistro de hechos sociales con diversas diná-
micas y matices, según hayan sido las expe-
riencias de los colonizadores hispanos y los
períodos cronológicos en que se asentaron las
referencias etnobotánicas. Los estudios ar-
queométricos apenas han comenzado a com-
plementar aspectos de las grandes incógnitas
dejadas por la crónica hispana de la conquista
y colonización en América. En tal sentido, es
importante sugerir que los estudios que pre-
tendan abordar la cultura botánica de cual-
quier sociedad deben integrar los estudios es-
pecializados existentes para una cabal com-
prensión de las dinámicas socioculturales y su
relación con el medio ambiente en que se de-
sarrollaron.
En el caso cubano, debemos enfocarnos en el
estudio exhaustivo de colecciones de un amplio
instrumental de piedra en volumen, donde no ha
aparecido el burén, entendido como indicador
indirecto del cultivo de la yuca amarga. Esto pu-
diera ampliar significativamente los conocimien-
tos sobre las dinámicas de poblamiento de nuestro
archipiélago, así como el nivel de desarrollo al-
canzado por las fuerzas productivas en determi-
nados períodos de tiempo. Sitios arqueológicos,
no conceptualizados como pertenecientes a patro-
nes agroceramistas, como Mejías, Arrollo del
Palo (Holguín), Birama (Sancti Spiritus), etc.,
exhiben evidencias materiales, líticas y cerámi-
cas, que sugieren un amplio uso de recursos vege-
tales.
5. Es sumamente importante que otros estudio-
sos del pasado aborigen profundicen en la in-
vestigación que hemos presentado, ya que le-
jos de ser un tema agotado, es una primera
aproximación a la solución de diversos pro-
blemas vinculados al manejo de las fuentes
narrativas primarias. Esta propuesta abre una
perspectiva indagatoria que desborda las no-
ciones relativas a la identificación étnica,
quedando fuera un extenso universo de estu-
dio (flora, fauna, prácticas funerarias, distri-
bución poblacional, etc.). El acercamiento de
los arqueólogos en este sentido sería medular,
si tenemos en consideración que algunos da-
tos etnohistóricos son susceptibles de ser con-
trastados con el registro arqueológico.
6. Las consideraciones sobre el manejo de las
fuentes narrativas primarias expuestas en este
trabajo deben ser introducidas en el sistema
nacional de enseñanza, lo cual redundaría en
beneficio de un más completo conocimiento
de nuestras sociedades aborígenes en el
ámbito docente.
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 72
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ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 80
ANEXO
ALGUNOS INSTRUMENTOS EMPLEADOS EN EL
PROCESO DE PREPARACIÓN Y CONSUMO DE ALIMENTOS POR
COMUNIDADES ABORÍGENES EN CUBA
FIG. 1. Burén decorado con dibujo localizado en Mesa Abajo, Baracoa, provincia de Guantánamo. Co-
lección: Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
81 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
FIG. 2. Burén localizado en la Hacienda Imias, provincia de Camagüey. Colección: Sala José M.
Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.
FIG. 3. Vasijas de barro cocido procedentes de diversas regiones de nuestro archipiélago. Colección:
Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 82
FIG. 4. “Manos molederas” recuperadas en sitios arqueológicos del oriente de nuestro archipiélago.
Colección: Almacén de evidencias del Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.
FIG. 5. Majadores de roca compacta de diversos sitios arqueológicos aborígenes. Colección: Sala José
M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
83 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
FIG. 6. Morteros y manos líticas empleados por los aborígenes para la trituración, maceración, y ablan-
damiento de recursos comestibles de origen vegetal y animal, así como para pulverizar minerales tintó-
reos. Colección: Sala José M. Guarch del Monte, Instituto Cubano de Antropología. Foto del autor.
FIG. 7. “Martillos” de conchas obtenidos por los aborígenes del labio de diversas especies de gasteró-
podos. Fondo: Archivo de expedientes de sitios arqueológicos del Instituto Cubano de Antropología.
ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA
Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015 | 84
FIG. 8 (IZQUIERDA). Raspador obtenido en concha de pelecípodo. Fondo: Archivo de expedientes de
sitios arqueológicos del Instituto Cubano de Antropología. FIG. 9 (DERECHA). “Picos de mano” obteni-
dos de diversas conchas marinas. Fondo: Archivo de expedientes de sitios arqueológicos del Instituto
Cubano de Antropología.
FIG. 10. Bandeja de madera localizada en el sitio arqueológico Los Buchillones, Chambas, costa Norte
de Ciego de Ávila. Foto del autor.
LAS CRÓNICAS GENERALES DE INDIAS EN LA ARQUEOLOGÍA DE CUBA
85 | Cuba Arqueológica | Número monográfico 4 | 2015
FIG. 11. Rayador o guayo de madera procedente de una cueva en las montañas de Baracoa, (Harrington,
1935). Mide 25 cm de ancho y fue confeccionado en madera de cedro. Presenta esquirlas de roca serpen-
tina Colección: Museo Antropológico Luis Montané de la Universidad de La Habana. Foto del autor.
NORMAS EDITORIALES
La presente publicación digital tiene como objetivo la divul- Los artículos deben estar organizados como sigue:
gación del desarrollo de la ciencia arqueológica en Cuba y el Título
Caribe, con una sección dedicada a América Latina que publica- Autores
rá un artículo por número. La misma tiene una periodicidad Resumen (en español e inglés)
bianual y publica trabajos originales de arqueología en general y Palabras clave (en español e inglés)
patrimonio que traten el tema en la región. Serán aceptados Texto (introducción, desarrollo, conclusiones)
artículos de la región circuncaribeña que traten la temática abori- Agradecimientos
gen en relación con el área antillana y de toda América Latina Notas
referente a la arqueología histórica y el patrimonio. Bibliografía
Los textos serán sometidos a revisión por pares en la modali- Las imágenes, tablas, etcétera, deben enviarse en archivos
dad de doble ciego, por lo que se garantiza el anonimato de separados .JPG, numeradas (Figura 1; Tabla 1). Los pies expli-
ambas partes (autores y evaluadores). El Comité Editorial elige a cativos irán al final del artículo correspondiente. La revista se
los evaluadores pertinentes, reservándose la revista el derecho de reserva el derecho de ajustar la cantidad de figuras de acuerdo
admisión. Los originales serán enviados únicamente en formato con las posibilidades de edición.
digital al correo electrónico de la revista con copia al Coordi- Las referencias bibliográficas en el texto se expondrán de la
nador. Una vez recibidos el artículo, el autor recibirá un acuse de siguiente manera: un autor Domínguez (1984:35) o (Domínguez
recibo y será informado del resultado de la evaluación que 1984:35); dos autores: Arrazcaeta y Quevedo (2007:198) o
dictaminará si el artículo es 1) Publicable sin modificaciones, 2) (Arrazcaeta y Quevedo 2007:198); tres o más autores: Calvera et
Publicable con modificaciones, o 3) No publicable. En el segun- al. (2007:90) o (Calvera et al. 2007:90). Cuando las citas no son
do caso le serán remitidas las modificaciones recomendadas y en textuales, no es necesario incluir el número de página. En la bi-
el tercer caso, la justificación de la decisión. bliografía no se omite ninguno de los autores. Cuando son dos o
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los autores ajustarse a las normas establecidas a continuación. camente y se separan con punto y coma.
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cuartillas para los artículos y cuatro (4) para las reseñas de libros bajo el subtítulo Notas antes de la Bibliografía. No utilizar el
y las noticias. Excepcionalmente, la revista podrá admitir artícu- comando “Insertar nota” de Windows.
los más extensos si hay razones que lo justifiquen. Se presen- La bibliografía debe estar organizada alfabética y cronoló-
tarán con los siguientes ajustes: formato Word; hoja tipo -A4; gicamente.
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y un espacio antes y después de los subtítulos. Guarch, J. M. (1978), El taíno de Cuba. Ensayo de reconstrucción
Se requieren los siguientes datos de los autores: nombre/s y etnohistórica. Instituto de Ciencias Sociales, La Habana.
apellido/s, grado, institución, país y correo electrónico. Capítulo de libro:
Los artículos deben estar precedidos de un resumen de no Domínguez, L. (2005), “Historical archaeology in Cuba”, L.
más de 150 palabras. El título (Mayúsculas/minúsculas) debe Antonio Curet, Shannon Lee Dawdy y Gabino La Rosa
estar centrado, los subtítulos en negrita y subtítulos secundarios Corzo (eds.), Dialogues in Cuban Archaeology. University
en cursiva. of Alabama Press, Tuscaloosa.
Revista: Facultad de Biología, Universidad de La Habana, La
La Rosa, G. (2007), “Arqueología del cimarronaje. Útiles para la Habana.
resistencia”. Gabinete de Arqueología, Boletín núm. 6, Año
6: 4-16. OHCH, Ciudad de La Habana. Los textos deben remitirse a:
Tesis: Cuba Arqueológica
Rangel, R. (2002), Aproximación a la Antropología: de los [email protected]
precursores al museo Antropológico Montané, tesis doctoral, [email protected]
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they are to be organized chronologically and separated by a resistencia”. Gabinete de Arqueología, Boletín núm. 6, Año
semicolon. 6: 4-16. OHCH, Ciudad de La Habana.
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subtitle Notes, before the Bibliography. Do not utilize the Rangel, R. (2002), Aproximación a la Antropología: de los
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chronological order. Habana.
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Book chapter:
Domínguez, L. (2005), “Historical archaeology in Cuba”, L.
Antonio Curet, Shannon Lee Dawdy y Gabino La Rosa