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    EL CHILE QUE VIENEDE DNDE VENIMOS, DNDE ESTAMOS Y A DNDE VAMOS.

    SERIE POLTICAS PBLICAS

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    EL CHILE QUE VIENEDE DNDE VENIMOS, DNDE ESTAMOS Y A DNDE VAMOS.

    Ediciones Universidad Diego Portales, 2009ISBN n 978-314-073-6

    Universidad Diego PortalesDireccin de Extensin y PublicacionesAv. Manuel Rodrguez Sur 415Telfono: (56 2) 676 2000Santiago Chilewww.udp.cl (Ediciones UDP)

    Diseo: FelicidadImagen de portada: Eduardo Vilches

    Impreso en Chile porSalesianos Impresores S. A.

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    NDICE

    Sobre los autores ...................................................................................................................................................

    Presentacin .............................................................................................................................................................

    I. CulturaIntegracin social y nacin

    En Chile el futuro se hizo pasado: Y ahora cul futuro? ..........................................................Pedro Gell

    Futuro, presente y pasado: Sobre permanencias en la historia de Chile .........................Fernando Silva Vargas

    Comentarios

    Lo nacional: Entre permanencias y relatos .........................................................................................Jos Joaqun Brunner

    Dnde se encuentra Chile? ..........................................................................................................................Joaqun Fermandois

    Identidad y relatos nacionales ......................................................................................................................Eugenio Tironi

    Pasado y futuro ......................................................................................................................................................Manuel Vicua

    II. Economa

    Riesgo e igualdad en una sociedad de mercado

    Hacia una poltica social eficiente y efectiva ......................................................................................Claudio Sapelli y Harald Beyer

    Qu Estado de bienestar para Chile? ....................................................................................................

    Ernesto Ottone y Carlos Vergara

    ComentariosAlgunas precisiones .............................................................................................................................................Salvador Valds

    Cuatro distinciones .............................................................................................................................................Oscar Landerretche

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    III. Poltica

    Las transformaciones de la poltica: Qu representar y cmo

    El sistema poltico y sus desafos: Un nuevo arreglo constitucional para el Bicentenario ....Javier Couso y Carolina Toh

    Que se vayan todos: El malestar de la poltica .............................................................................Eugenio Guzmn

    ComentariosCrisis de representacin poltica? .............................................................................................................Carolina Segovia

    Reformas en la medida de lo posible ......................................................................................................Patricio Navia

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    SOBRE LOS AUTORES

    PEDRO GELL

    Socilogo de la Universidad de Chile y doctor en Sociologa de la Universidad deErlangen-Nmberg, Alemania. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de laUniversidad Alberto Hurtado.

    FERNANDO SILVA VARGAS

    Abogado de la Pontificia Universidad Catlica de Chile e historiador. Fue director dela Academia Chilena de la Historia. Actualmente es secretario general de la AsociacinNacional de la Prensa (ANP).

    JOS JOAQUN BRUNNER

    Doctor en Sociologa de la Universidad de Leiden. Actualmente es profesor e investigadorde la Universidad Diego Portales y director del Centro de Polticas Comparadas enEducacin (CPCE) de la misma casa de estudios.

    JOAQUN FERMANDOIS

    Licenciado en Historia de la Universidad Catlica de Valparaso, tiene estudios depostgrado en Alemania y Espaa, y es doctor en Historia de la Universidad de Sevilla.Profesor del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Catlica de Chile ymiembro de la Academia Chilena de Historia.

    EUGENIO TIRONI

    Doctor en Sociologa de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, Pars.Director de Comunicaciones de CIEPLAN. Es profesor del Instituto de Sociologa de laPontificia Universidad Catlica de Chile y del Magster en Comunicacin Estratgica

    de la Universidad Adolfo Ibez.

    MANUEL VICUA

    Doctor en Historia de la Universidad de Cambridge e investigador del Centro DiegoBarros Arana (Biblioteca Nacional). Decano de la Facultad de Ciencias Sociales eHistoria de la Universidad Diego Portales.

    CLAUDIO SAPELLI

    Doctor en Economa de la Universidad de Chicago. Profesor titular y director de ProgramasDocentes del Instituto de Economa de la Pontificia Universidad Catlica de Chile.

    HARALD BEYER

    Ingeniero Comercial de la Universidad de Chile, mster y doctor en Economa de laUniversidad de California, Los Angeles (UCLA). Investigador y coordinador acadmicodel Centro de Estudios Pblicos.

    ERNESTO OTTONE

    Estudi Sociologa en la Universidad Catlica de Valparaso y obtuvo el doctorado enCiencias Polticas en la Universidad de Pars III, la Sorbonne Nouvelle. Fue secretario

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    adjunto de la Comisin Econmica para Amrica Latina y el Caribe (CEPAL) yactualmente es acadmico de la Universidad Diego Portales, donde dirige la ctedraGlobalizacin y democracia.

    CARLOS VERGARASocilogo de la Pontificia Universidad Catlica de Chile, realiz estudios de doctoradoen Sociologa en la Universidad de Warwick, Inglaterra. Es asesor regional de lasecretara ejecutiva de la CEPAL.

    SALVADOR VALDS

    Doctor en Economa del Instituto Tecnolgico de Massachusetts (MIT). Profesor titulardel Instituto de Economa de la Pontificia Universidad Catlica de Chile e investigadordel Centro de Estudios Pblicos.

    OSCAR LANDERRETCHEEconomista de la Universidad de Chile y doctor en Economa del Instituto Tecnolgicode Massachusetts (MIT). Profesor del departamento de Economa de la Universidad deChile y director del magster en Polticas Pblicas de esa casa de estudios.

    JAVIER COUSO

    Abogado de la Pontificia Universidad Catlica de Chile y doctor en Jurisprudencia yPoltica Social de la Universidad de Berkeley. Es profesor de la Escuela de Derecho dela Universidad Diego Portales.

    CAROLINA TOHAbogada de la Universidad de Chile y doctora en Ciencia Poltica de la Universidadde Miln. Fue diputada entre 2002 y 2009. Actualmente es ministra de la SecretaraGeneral de Gobierno.

    EUGENIO GUZMN

    Socilogo de la Universidad de Chile y master en Sociologa de la London Schoolof Economics and Political Science. Es decano de la Facultad de Gobierno de laUniversidad del Desarrollo.

    CAROLINA SEGOVIA

    Sociloga de la Pontificia Universidad Catlica de Chile, magster en Ciencia Polticade la misma universidad y Doctora en Ciencia Poltica de la Universidad de Michigan.Es investigadora del Centro de Estudios Pblicos.

    PATRICIO NAVIA

    Doctor en Ciencia Poltica de la Universidad de Nueva York y magster en CienciaPoltica de la Universidad de Chicago. Profesor de Ciencia Poltica de la Universidad

    Diego Portales, analista poltico y columnista en diversos medios de comunicacin.

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    PRESENTACIN

    Nuestro pas se encuentra en las vsperas de su Bicentenario. Se trata de unmomento que, por su alto contenido simblico, es especialmente propiciopara la reflexin pblica.

    En las ltimas dcadas, los chilenos hemos experimentado un profundo cam-bio en nuestro estilo de desarrollo. Cuando llegue el Bicentenario, la cultura p-

    blica de Chile habr experimentado transformaciones de mxima importancia.Los principales rasgos del desarrollo chileno durante buena parte del siglo

    XX han sido la presencia de grupos primarios firmes, de un mercado inter-no protegido, de una centralidad estatal, de una educacin ilustrada, peroexcluyente, y de una democracia sustancial, aunque la mayor parte de lasveces elitista (Tironi, 2005). Estas caractersticas estn siendo sustituidas poruna economa abierta a la competencia de los mercados, la privatizacin delriesgo, una globalizacin creciente que aligera todas las certezas, una amplia-cin del sistema educacional a grupos con cdigos y capitales culturales muydismiles, y una democracia expansiva cuyos lderes son cada da ms fieles ala cultura de masas.

    A su vez, Chile se encuentra inmerso en un mundo que desde hace algu-nos aos ya no es el mismo. Las consecuencias de la globalizacin autono-mizacin de la economa, cambios en la infraestructura de la comunicacin,relativa impotencia de las polticas nacionales, aparente renacer de identida-

    des locales, entre otras han cambiado el entorno de la vida colectiva y estninfluyendo en diversos modelos de sociedad posibles.Todas estas transformaciones como lo pone de manifiesto una amplia

    evidencia han modificado las bases materiales de la existencia social, peropor sobre todo plantean desafos a las representaciones simblicas de las quetradicionalmente se aliment la comunidad poltica y la fisonoma institu-cional que organiz la vida colectiva de nuestro pas.

    El cambio en las condiciones de la vida material ha ido sucediendo con

    mayor celeridad que las transformaciones de las formas simblicas e institu-cionales, produciendo efectos que van por delante de nuestras institucionesy de nuestras representaciones simblicas. Si el quiebre del Estado de com-promiso fue la consecuencia de un sistema poltico que acoga y alentabaexpectativas, acompaado de un sistema econmico incapaz de satisfacerlas(Pinto, 1959), en la actualidad tras los procesos de modernizacin desata-dos despus de los ochenta pareciera que nuestras instituciones y represen-

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    taciones deben ajustarse a las nuevas condiciones que siguen al cambio en lascondiciones materiales de la vida de las personas.

    En estas circunstancias, Chile se acerca a un momento especialmente opor-

    tuno para la reflexin. Sin embargo, para que tal reflexin sea provechosa, debetener conciencia histrica: estar atenta a la manera en que nos hemos constitu-do como comunidad al mismo tiempo abierta al futuro y a las nuevas condi-ciones mundiales en las que el pas se desenvolver a lo largo del siglo XXI.

    Bajo este espritu, el Centro de Estudios Pblicos, Expansiva y la Uni-versidad Diego Portales, organizaron el seminario El Chile que viene VI,en septiembre de 2008. El encuentro reuni a diversos profesionales y aca-dmicos, pertenecientes a mltiples disciplinas, sobre la base de una agenda

    previamente dispuesta, quienes reflexionaron con el propsito de recuperarpara el quehacer intelectual la capacidad de incidir en la vida pblica.

    Ms que propugnar o defender un determinado punto de vista tcnico opoltico, las instituciones convocantes, y quienes participaron del encuentro,procuraron brindar un mbito de dilogo y deliberacin que, con sentidohistrico, estimule la reflexin acerca del horizonte de posibilidades que tieneabierto el pas.

    El seminario se organiz en tres sesiones: cultura, economa y poltica.Cada una de ellas se inici con la exposicin de dos papers, previamenteencargados por los organizadores, en los que se revis la evidencia y la litera-tura. Luego de una serie de comentarios a cargo de analistas convocados, losparticipantes intervinieron e intercambiaron, a veces con la vehemencia quees propia del quehacer intelectual, sus puntos de vista.

    En la primera sesin se abordaron las transformaciones culturales y su vn-culo con el orden social, el desarrollo de la conciencia nacional y cmo ella

    se expresa en nuestras visiones de futuro. Se examin cunto y de qu modohan cambiado los ejes tradicionales de la integracin sociocultural en Chile,desde las redes familiares hacia la racionalizacin de las relaciones sociales;desde la organizacin del sistema educativo hacia el consumo y la industriacultural; desde el desarrollo de una conciencia nacional que enfatiza el pa-sado, hacia una que procura identificar los desafos del futuro; desde unaidentidad centrada en elementos sustantivos, hacia otra que parece priorizarcuestiones ms procedimentales; desde el nfasis en aspectos poltico-institu-

    cionales hacia otros ms centrados en el desempeo y la competencia.En la segunda sesin se trataron los desafos planteados por la distribucin

    del riesgo y las demandas de igualdad en una sociedad de mercado. Hoy se es-pera que las posiciones relativas de las personas se asignen, de manera predo-minante, mediante el desempeo y los resultados del trabajo; sin embargo, elmercado laboral refleja tambin posiciones heredadas y de diferentes trayec-torias educacionales; adems, parece ser lento en estimular la productividad

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    y generar mayores niveles de igualdad relativa. Dado lo anterior, se busc res-ponder varias preguntas: Qu desafos en el plano de las polticas sociales ytributarias plantean el crecimiento de la productividad y la correccin social

    de los resultados del mercado del trabajo? Qu significa para la economauna sociedad de prestaciones universales y no meramente contributivas?Por ltimo, en la tercera sesin se analizaron los problemas del sistema

    poltico. Si bien en una sociedad democrtica la poltica tiene funciones pro-pias y, desde el punto de vista normativo, es una prctica de representacinque permite trascender los intereses particulares, hoy se advierte una crisis derepresentacin democrtica. Las preguntas aqu fueron cmo ha de organi-zarse en el futuro la representacin en el Estado; qu transformaciones cabe

    esperar de la figura del ciudadano y el consumidor en la esfera pblica me-diatizada; cmo habr de plantearse la formulacin de polticas pblicas entrminos de su representatividad, de su base de conocimiento, en un campode fuerzas simblicas dominadas por las expresiones de la cultura de masas.

    Las siguientes pginas ofrecen el fruto de la reflexin que se llev a caboen esas sesiones. Los organizadores abrigan la esperanza de que ste sea elpunto de partida de una reflexin ms general y ms participativa acerca delo que somos y lo que queremos ser como comunidad poltica. El trabajo noaspira a sustituir a las fuerzas y partidos polticos, sino ms bien a alentar lareflexin que ellos, inevitablemente, tambin deben llevar a cabo.

    Harald BeyerCoordinador acadmico, Centro de Estudios Pblicos

    Alfredo JoignantInvestigador del Instituto de Polticas Pblicas Expansiva UDP

    Cristbal MarnVicerrector acadmico, Universidad Diego Portales

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    I. CULTURAIntegracin social y nacin

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    EN CHILE EL FUTURO SE HIZO PASADO:Y AHORA CUL FUTURO?

    Ensayo sobre la construccin simblica del tiempo poltico1

    PEDRO GELL

    INTRODUCCIN

    Como cualquier otra sociedad, la chilena existe en el transcurso del tiem-po. Esto plantea desafos que no son obvios, y que ms bien generan un granproblema para la organizacin de las relaciones sociales. En el tiempo nada esseguro: todo lo que es puede dejar de ser o cambiar. Pero los intercambios y lacooperacin social se despliegan en cadenas largas y complejas a lo largo deltiempo. En ellas cada individuo necesita anticipar con confianza el efecto fu-turo de sus actos presentes para comprometer su participacin. Y la sociedad

    requiere asegurar cierta estabilidad en las motivaciones de los individuos y unsentido de pertenencia para asegurar un mnimo de estabilidad y coherenciaen el conjunto de las relaciones sociales.

    Las sociedades resuelven este desafo de muchas maneras distintas y a travsde mltiples mecanismos. Uno de ellos es la construccin de sentidos de conti-nuidad temporal mediante smbolos, rituales y narraciones. Son elaboracionesacerca del sentido simblico del transcurso del tiempo que contribuyen a ar-ticular las biografas individuales con el orden social, el cambio de la sociedad

    con la pertenencia de los individuos a algo fijo, los sacrificios del presente conlas plenitudes del futuro. Ellas se instalan tanto en los actos ms nimios, comoacordar una hora de encuentro por referencia a los signos de ese complejosimblico que llamamos reloj, cuanto en los que involucran el sentido globalde la marcha de una sociedad, por ejemplo, la celebracin del Bicentenario o laformulacin de una estrategia de desarrollo. La construccin de sentidos sim-blicos del tiempo la encontramos en la familia y en la poltica, en la religin yen el deporte. En su mayor parte los mecanismos que los producen funcionande manera automtica y a espaldas de la conciencia de las personas.

    Tal vez donde los mecanismos simblicos de la creacin de tiempo socialson ms consientes y reflexivos es en la poltica y en la actividad intelectual.All se piensa y escribe sobre la historia del pas, se disean polticas de largo

    1 En la elaboracin de la presente versin he tenido en cuenta los comentarios verbales y escritos reali-zados a una primera intervencin en el marco del seminario. Agradezco los comentarios y, por supuesto,eximo a quienes los hicieron, de cualquier responsabilidad en el resultado.

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    alcance, se interpretan los cambios, se dictan leyes y se pronuncian promesas.Lo que all se elabora, sin embargo, no es slo un conjunto de argumentospara el consumo interno, destinados a justificar la propia posicin de intelec-

    tuales y polticos. Esos relatos pblicos tambin forman parte de los meca-nismos que contribuyen a hacer posible el conjunto de las relaciones sociales.De esta manera, los sentidos que esos relatos elaboran tienen efecto social,del mismo modo que las transformaciones de la sociedad las afectan a ellos.

    Chile es una sociedad que tambin se ha construido, no podra ser de otramanera, con los materiales aportados por los relatos intelectuales y polticossobre el sentido de la marcha del tiempo. Desde la colonia hasta nuestros das,las sucesivas y hasta contradictorias definiciones sobre el sentido y valor del pa-

    sado, las caractersticas del presente, la forma deseable del futuro y la manera detransitar de aqul a ste, han contribuido a construir y legitimar la organizacinde las relaciones sociales. Sin duda los relatos pblicos y polticos sobre el trans-curso del tiempo no son el nico material ni tal vez el ms importante, peroes uno indispensable en la compleja trama de la organizacin social. Por estarazn, cuando fallan en su capacidad para dotar de sentidos crebles a la marchatemporal de la sociedad, se crean algunas incertidumbres, prdidas de confian-za y potenciales trastornos en las relaciones sociales, del mismo modo que sealteran algunos recursos simblicos que definen la distribucin del poder.

    Entre mediados de los aos ochenta del siglo pasado y los primeros aosdel 2000, el sistema poltico e intelectual chileno desarroll e hizo crebleuno de los relatos del tiempo ms poderosos que haya conocido su historia:el relato de la transicin y consolidacin de la democracia. El logr captar lasincertidumbres dispersas a lo largo y ancho de la sociedad respecto del senti-do de los cambios venideros, cohesion transversalmente las elites del poder,

    propuso sentidos que permitieron articular las trayectorias individuales conlas instituciones de la sociedad. Montado sobre los temores y expectativas so-ciales, impulsado por el formidable poder del consenso entre las elites, y con-gruente con las instituciones polticas y econmicas existentes, durante casiveinte aos ese relato de futuro fue una pieza central en la movilizacin de lasexpectativas y en la justificacin de las esperas de gran parte de la sociedad.

    Pero entre tanto el pas cambi muy profundamente, en parte como efec-to de las acciones que ese relato contribuy a movilizar. Hoy los temores y

    expectativas de las personas son otros, las elites y sus relaciones han cambia-do, tambin lo han hecho las relaciones polticas y econmicas. Con elloel relato de la transicin y consolidacin de la democracia ha comenzadoa perder drsticamente su capacidad para hacer sentido. Ello deja paso aalgunas incertidumbres, a la dificultad de muchos para vincular sus esfuerzoscotidianos con la marcha del pas y a las elites sin un referente para organizary validar su propia propuesta de conduccin.

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    En Chile, el futuro recientemente pronunciado se ha vuelto pasado. En par-te por su cumplimiento y en parte por la transformacin de las realidades socia-les y culturales que le dieron sustento, y por su dificultad para procesar y darle

    sentido a las nuevas. Hoy emerge una demanda, desde la vida cotidiana y desdela disputa poltica, por la elaboracin de nuevos sentidos para los tiempos quevienen. Tal es el objeto de este ensayo: Cmo funcionan los relatos de futuro orelatos de pas? Cul es la estructura del relato de la transicin y consolidacinde la democracia? Qu lo hizo eficaz ayer y que lo debilita hoy? Se necesita yes posible un nuevo relato de futuro para Chile, y bajo qu condiciones?

    En este texto se abordan estas preguntas de manera sumaria, sin la pretensinde responderlas cabalmente, con la intencin ms acotada de sugerir una pers-

    pectiva para interpretar algunos de los significados del debate y de las disputassimblicas en el actual espacio pblico chileno. Con este fin se usan algunas cate-goras propias de la sociologa y la antropologa de los smbolos, mitos y rituales.

    1. LA FUNCIN CULTURAL DE LOS RELATOS DE FUTURO

    Cuando decimos que los actuales relatos de futuro parecen ya no servirms, para qu, se supone, deberan servir? Cul es la funcin cultural de un

    relato de futuro?Las nociones de relato de futuro o de relato pas se han vuelto habituales

    en el lenguaje de la poltica, especialmente entre aquellos interesados en losaspectos comunicacionales del quehacer del Estado o de los partidos. Conellas se suele aludir a los mensajes que se crean y difunden para dotar de unsentido trascendente a ciertos proyectos pblicos o programas de gobier-no, mediante el expediente de vincularlos a una imagen de Chile, sea a unatradicin del pasado o a una propuesta del pas deseado. Una estrategia de

    incentivo a la innovacin o una propuesta de modernizacin del Estado, porejemplo, se haran ms comprensibles y ms justificables y con ello msvendibles ante el pblico lego, si ellas estn descritas como piezas necesa-rias en la trama ms general que conduce al Chile desarrollado del maanaque todos desean. Esa comprensin de sentido comn no es del todo errneadesde la perspectiva de una teora de los relatos sociales, pero tiene un grandefecto: piensa a tales relatos como simples piezas publicitarias opcionales,supone que son un mero instrumento en una sociedad que igual puede fun-cionar sin ellos, y cree que slo sirven a los intereses de quienes los emiten.

    Para dimensionar adecuadamente el efecto que tiene la prdida de eficaciade ciertos relatos predominantes acerca de la marcha del pas, se requiere unaimagen algo ms fina de la funcin social de las narraciones e imaginariospblicos sobre el sentido del tiempo. En las lneas siguientes se dar un pe-queo rodeo conceptual que permita hacer plausible la interpretacin quepropone este texto.

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    Los individuos y la organizacin social que los coordina e integra existen enel tiempo. En todo hay un antes y un despus; lo que vemos hoy tal vez no exis-ta ayer y puede desaparecer maana; las cosas, las personas y las intenciones

    nacen y mueren. Frente a esa transitoriedad natural, la sociedad tiene que ase-gurar un cierto grado de estabilidad y continuidad que haga posibles la coope-racin y los intercambios. Si todo cambia y nada es predecible, por qu raznpuede usted atravesar seguro una calle cuando hay luz verde o acepta un papelimpreso al que llaman billete a cambio del fruto tangible de sus esfuerzos?

    Incluso cuando pueden hacerse anticipaciones eficaces en mbitos espec-ficos del intercambio social, como en la vida familiar o en el trabajo, el senti-do de cada uno de ellos depende a su vez de la posibilidad de encadenarse a

    los sentidos temporales de mbitos distintos. No basta entonces con dotar desentido temporal a cada mbito por s mismo, es necesario tambin saber ha-cia dnde marcha finalmente el conjunto y cmo contribuyen los esfuerzosparticulares en cada mbito a los objetivos generales del pas. Por eso la socie-dad elabora no slo sentidos de tiempo para las interacciones especficas, sinoadems sentidos acerca de la marcha general de los cambios.

    Como el tiempo no se puede negar, la creacin de estos sentidos de tiempo,sea a nivel de las interacciones cotidianas o a nivel de la marcha general de lasociedad, es siempre la elaboracin de un sentido de continuidad en los cam-bios, a pesar o gracias a ellos. A veces el fundamento de ese sentido se poneen el pasado, como en las sociedades de base mitolgica, y a veces se pone enel futuro, como en las sociedades de base histrica, tpicamente las sociedadesmodernas. En ambos casos, el presente vivido como el lugar problemticode la experiencia del cambio es conjurado a la luz de un tiempo largo.

    De esta manera, la sociedad posee mecanismos para crear tiempo. El

    cambio es una experiencia natural, pero el tiempo, la significacin de losvnculos, las continuidades y discontinuidades entre el antes y el despus, esuna construccin social. La creacin de tiempo es un proceso que se realizabsicamente a travs de la cultura. Esto es, mediante sistemas de significacinrelativamente compartidos que, por una parte, hacen predecibles los inter-cambios puntuales entre individuos y, por la otra, definen un sentido largode continuidad para el conjunto de los intercambios en un espacio dado oentre un conjunto dado de individuos.

    Para la coordinacin e intercambio entre individuos, la cultura define sis-temas de referencias simblicas acerca de los motivos, recursos y accionesprobables de los participantes en un intercambio. Esto le permite a cadaindividuo anticipar en un cierto grado los comportamientos de los otros yorganizar su propio curso de accin sobre la expectativa de la reaccin deaqullos. La relativa estabilidad de estas estructuras hace posible la coordina-cin con los dems y, al mismo tiempo, permite la definicin de un sentido

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    de identidad para cada uno. En el plano de los intercambios, gracias a laanticipacin de conductas probables y a la estabilizacin de identidades, secrea un tiempo de la accin, es decir, un sentido de continuidad y una cer-

    tidumbre en medio de los cambios. Cada mbito especfico de intercambiosposee sus propios relatos sobre el tiempo, que sirven para representar la tramade expectativas que los constituye. Los hay desde muy pragmticos, como losde una lavandera que anuncia que la ropa estar lista en veinticuatro ho-ras, hasta ms complejos, como el del matrimonio, que a travs de la saludy la enfermedad organiza la vida de pareja hasta que la muerte los separe

    En el plano ms general de la sociedad, ella necesita definir un sentidode continuidad que integre y coordine los distintos mbitos especficos de

    intercambio y sus tiempos. Ella requiere de un tiempo social. Los inter-cambios polticos, econmicos, religiosos, familiares, jurdicos, etc., tienencada uno sus propios tiempos de la accin. Cada uno define continuidades,expectativas y anticipaciones especficas en sus campos. As, por ejemplo, deuna oferta econmica en el mercado, considerada en su propia lgica, no esesperable que se derive la salvacin del alma en el ms all, sino la reaccinde la demanda medida en dinero. Cada mbito especfico define tambinel alcance y ritmo de sus tiempos propios. En el mercado las interaccionescirculan a alta velocidad y el largo plazo dura apenas unos das; en el planoreligioso, las interacciones circulan entre toda una vida y la eternidad. Esosignifica tambin que las identidades que surgen en cada mbito son espec-ficas y provocan una fragmentacin en los individuos reales, que circulan, aveces cada da, entre la economa, la religin, el derecho, la familia.

    Frente a esta diversificacin de mbitos y fragmentacin de identidades,las sociedades suelen intentar establecer algunos mecanismos de integracin,

    y los individuos suelen demandarlos. Hay distintas alternativas para ello.Por ejemplo, intentar imponer como un hecho de la naturaleza los tiemposy expectativas de un mbito de intercambio sobre los dems, o imponerlos tiempos del intercambio religioso y darle a la identidad de creyente laprimaca sobre los otros, o, al revs, darle la primaca a los intercambios eco-nmicos y al homo economicus. Tambin se puede intentar crear un relato qued sentido funcional a la relacin entre los mbitos diversos, sin subordinarunos a otros. Por ejemplo, un relato que vincula los esfuerzos familiares en el

    campo de la educacin de los hijos con el derecho a la educacin de calidad ycon las probabilidades de movilidad futura en el mercado laboral.

    En apariencia, ninguno de esos mbitos especficos requiere de un relatogeneral para funcionar. Pero en realidad, s lo requieren los individuos para ase-gurar un mnimo de sentido unitario a sus diversas identidades y para asegurarel sentido de sus acciones, pues desde la perspectiva individual, ninguna de ellasagota su racionalidad al interior de cada mbito especfico. Al esfuerzo educacio-

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    nal de las familias, por ejemplo, no le basta con los rendimientos internos de laescuela: requiere ser complementado por la expectativa sobre ciertas titularida-des de derechos o por ciertas expectativas econmicas futuras. De esta manera,

    la mayor o menor capacidad de un relato del tiempo social para construir unsentido general sobre los encadenamientos temporales entre los distintos mbi-tos de la vida social tiene efecto real sobre el comportamiento de los individuosy, por esa va, sobre el funcionamiento objetivo de esos mbitos. Una familiaque no cree que con mayor educacin obtendr mejores remuneraciones en elfuturo, deja de hacer los esfuerzos educacionales que hara si cree lo contrario.

    Las personas requieren dotar a sus vidas de sentido biogrfico, de un gradode continuidad en el tiempo, a pesar de las diferencias de mbitos e identidades

    en que se desenvuelven y a pesar de los cambios experimentados al interior decada uno de ellos. El sentido biogrfico no es slo el resultado de una creacinindividual; es sobre todo consecuencia de las formas predominantes en que lasociedad define las relaciones y dependencias entre sus distintos mbitos y sudespliegue en el tiempo. Los relatos del tiempo social operan como verdaderossoportes de la construccin de continuidades biogrficas y de la racionalidadde largo plazo de las acciones individuales. Esta es la razn por la cual en el fun-cionamiento de los intercambios reales de la vida cotidiana, no da lo mismotener o no relatos sociales de futuro, ni da lo mismo cul sea su contenido.

    Por otra parte, las sociedades son resultado de las relaciones de poder.Uno de sus aspectos es la lucha por la definicin de los predominios entre losdistintos mbitos de intercambio: la economa sobre la poltica, o sta sobrela religin, o la ltima sobre la primera. Esto significa que los grupos en lu-cha deben organizar un sentido que permita definir y legitimar los vnculosentre mbitos de la sociedad que convienen a sus intereses. Ello suele hacerse

    en nombre de un sentido del tiempo social: un determinado ordenamientojerrquico de los mbitos de la sociedad aparece como un encadenamientocausal que asegura que en el futuro cada mbito y los individuos que actanen l podrn realizar de la mejor manera sus fines. As, por ejemplo, se puedeafirmar que si la poltica se subordina a los tiempos y lgicas de intercambiode la economa, entonces en el largo plazo la poltica sera ms eficiente, o sila economa se subordina a la poltica, creara ms igualdad. En ambos casosse trata de relatos acerca de un futuro deseado que legitiman modos de orga-

    nizar las relaciones y predominios entre mbitos de la sociedad.De esta manera el tiempo social trabaja por abajo, definiendo vnculos

    entre las acciones e identidades que un mismo individuo despliega en distin-tos mbitos de la sociedad para otorgarle un sentido de identidad biogrfi-ca. Tambin trabaja por arriba, mediante las luchas de poder que definenimgenes de tiempo particulares que sirven para organizar y legitimar losvnculos entre los distintos mbitos de los intercambios sociales.

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    Los relatos de futuro o relatos de pas que se analizan en este texto corres-ponden a la produccin de tiempo social, aquel que sirve de marco y legi-timacin tanto a la construccin biogrfica como a las luchas del poder entre

    elites. Varios aspectos pueden destacarse de esta concepcin de los relatos deltiempo social o relatos de futuro. El primero es que estos relatos son ms queideologas, en el sentido de recursos literarios, para la justificacin o escamo-teo de intereses o de funcionamientos sociales cuyo fundamento est en otraparte. Los relatos de futuro son productivos en varios sentidos. Son unabase de la propia constitucin de los grupos de poder y tambin un recursoimportante en el trabajo de construccin biogrfica de los individuos.

    El segundo aspecto es que existe un vnculo entre la temporalidad de la

    elaboracin biogrfica y la temporalidad de los relatos legitimatorios, aunqueese vnculo no es ni mecnico ni fijo. Una temporalidad no es reflejo de laotra, pero ambas se limitan recprocamente en sus posibilidades. La cons-truccin del sentido biogrfico est delimitada por la forma temporal de laorganizacin predominante en una sociedad. Un hijo de familia obrera delsigloXIXo de principios delXXtena bajas probabilidades de incluir una etapajuvenil en su biografa, lo mismo que una mujer en la actualidad tiene altasprobabilidades de incluir contradictoriamente en su elaboracin biogrficalos tiempos domsticos, de crianza, profesionales y de sociabilidad.

    Pero las posibilidades de elaboracin de relatos de tiempo social por parte delas elites tambin estn delimitadas por las necesidades y posibilidades del traba-jo biogrfico a nivel de las prcticas reales de los individuos. Hoy sera difcil ha-cer creble una imagen de futuro que, por ejemplo, no reconociera el derecho delas mujeres a participar de los distintos mbitos de la sociedad. La capacidad delas elites de imponer sus relatos de futuro como bsqueda de disciplinamiento

    temporal de la sociedad est delimitada por la capacidad que esos relatos tenganpara servir de ordenamiento y de principio biogrfico a las experiencias reales delos individuos en los distintos espacios de intercambio en los que participan. Lahegemona cultural de las elites no es pura imposicin de argumentos: dependeen gran parte de la capacidad de aqullas para interpretar adecuadamente lasexperiencias biogrficas de los individuos y sus demandas de sentido temporal.

    En el tercer aspecto, los relatos de futuro hacen posible la mediacin entrelas necesidades del trabajo biogrfico y los relatos que dan un sentido de futu-

    ro a la dominacin social a travs de una elaboracin de las esperas. Lo queest en juego tanto en las biografas como en la organizacin de las relacionesde predominio entre mbitos sociales, es dotar de sentido las postergacionesde la aspiracin a dotarse de una identidad plenamente propia o a realizarplenamente los propios intereses. Existir en el tiempo es renunciar a la pleni-tud y a la perfecta autonoma en tiempo presente. La sociedad crea tiempo enla misma medida en que hace a unos dependientes de otros de manera rela-

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    tivamente estable. Eso es un hecho de poder, pues produce una distribucindesigual de las renuncias, de las esperas, de las autonomas y de las gratifica-ciones. Los relatos de futuro aspiran a vincular las renuncias y postergaciones

    de las personas con las esperas simblicas del pas y as justificar ambas.El cuarto aspecto que delimita la elaboracin de los relatos de futuro esque ellos no surgen slo del juego de interpretaciones entre intereses de po-der de las elites ni de las necesidades biogrficas de los individuos. Ese juegoest tambin enmarcado en la historia previa de los relatos y smbolos quedefinen los futuros pasados que han predominado en la sociedad. Tanto lasbiografas como los relatos sobre el futuro del pas deben hacerse cargo delas definiciones previas de las identidades y de la organizacin general de la

    sociedad, ya sea para provocar un cambio en ellos o para justificar su con-tinuidad o una mezcla de ambos. De esta manera, la referencia a los relatose identidades del pasado condiciona las posibilidades de interpretacin delpresente. Ese pasado siempre es una reconstruccin, pero ella no es com-pletamente libre. Las biografas actuales de muchas mujeres, por ejemplo,definen como un referente la realidad de sus madres para sealar las nove-dades y repeticiones en su experiencia presente. Ciertamente esa imagen delas madres es una reconstruccin, pero ella est limitada por la credibilidadsocial de esa imagen. Lo mismo ocurre con la idea de reconstruccin de lademocracia como relato pas. Ella debe organizar la imagen del pasado auto-ritario para definir su diferencia con l, pero la interpretacin de ese pasadotambin tiene lmites sociales.

    Esta definicin conceptual del sustento y funcin de los relatos de futuroque se disputan en el espacio, y con los mecanismos de la cultura, propone unasituacin terica. Se trata de tendencias y respuestas hacia las que empujan

    las necesidades subjetivas individuales, las dinmicas objetivas de la organiza-cin de los intercambios sociales y las luchas del poder. Pero histricamenteno suele ocurrir que todas esas tendencias encuentren su acople perfecto, nique los relatos simblicos de futuro produzcan acabadamente los efectos quepretenden. En sociedades altamente complejas, como las actuales sociedadesmodernas, muchas de esas necesidades y tareas se resuelven de manera espon-tnea, a travs de mecanismos autorregulados y dinmicas de ensayo y error.Eso hace imposible atribuir el surgimiento y operacin de los relatos de futu-

    ro y de biografas nicamente a la creacin intencional de los actores. Estos seven cada vez ms delimitados por mecanismos culturales que no manejan yque se vuelven ms autnomos. De cualquier manera, la necesidad de tiempobiogrfico y de tiempo social sigue existiendo, as como siguen existiendo lasbiografas y los relatos sociales del futuro. Tal vez hoy stos logren cumplir sufuncin menos que antes, pero su sentido debe ser interpretado en relacin aesas necesidades. Esa es la propuesta conceptual de este texto.

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    2. LOS RELATOS DE FUTURO EN LAS SOCIEDADES MODERNAS

    Las sociedades modernas tienen un problema con el tiempo. La posibi-lidad de articular en ellas los tiempos de la accin con los tiempos de la

    sociedad ha sido siempre muy problemtica. Los mbitos especficos de laaccin se particularizan cada vez ms por fuerza de la diferenciacin de lasociedad y por la individuacin, y la produccin de relatos de tiempo socialse ve atravesada por la fuerza de la secularizacin y por el surgimiento decentros plurales de poder. Ello ha tenido como consecuencia que la articula-cin entre los sentidos biogrficos y los sentidos sociales organizados ha sidosiempre tensa y precaria.

    No slo son tiempos distintos en su generalidad, tambin lo son en su

    contenido. Las sociedades modernas albergan en principio dos tiempos muydistintos. Por una parte, est el tiempo de la organizacin de la sociedad.Los Estados nacionales modernos nacieron avalados por relatos que apelabana la necesidad de dejar atrs las insuficiencias del pasado y a nombre de larealizacin de los valores de justicia, igualdad y libertad; valores que, porcierto, nunca pueden encontrar realizacin plena. Por eso ellos slo puedenjustificarse temporalmente en un movimiento permanente hacia el futuro.La legitimacin temporal de la dimensin organizacional de la sociedad mo-

    derna es la espera, que instala al futuro como superacin del presente y, porlo mismo, slo dispone de una imagen negativa de ste.

    Pero la temporalidad del individuo moderno es otra. Se ancla en el pasadode los derechos que la Humanidad le otorga desde el origen de los tiempos yque la sociedad le reconoce desde el nacimiento. Y vive tambin en el presen-te de su cuerpo, de sus necesidades y de sus trabajos. El individuo modernose mueve entre el pasado eterno de la promesa de sus derechos y el presente

    de sus necesidades. Demanda del presente un sentido positivo.Se trata, en principio, de dos tiempos distintos y en tensin que requierenalgn grado de articulacin. Pues, como se discuti ms arriba, sin tenderpuentes entre ellos la vida social se vuelve muy difcil. En el caso especfico delas sociedades modernas puede ocurrir que aquello que la sociedad justificacomo desarrollo, crecimiento, reforma, gradualidad, los individuos puedenexperimentarlo como frustracin, denegacin o postergacin. Como ya losabemos desde Freud, la necesidad que tiene la organizacin de la sociedad de

    postergar la satisfaccin de los deseos a nombre del futuro tiene como contra-partida el surgimiento de un malestar subjetivo, el malestar de la cultura.

    Para evitar ese malestar subjetivo e impedir que se socave la legitimidadde su organizacin, la sociedad moderna requiere, entonces, responder cier-tas preguntas: Cmo se justifica en el presente un orden social al que no lebastan sus rendimientos, pues estos son siempre incompletos? A nombre dequ puede exigrsele a las personas subordinacin a un orden imperfecto?

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    Cmo sabe una persona que sus sacrificios actuales se vern compensadosen el futuro y que sus esfuerzos sern complementados por los de otros?Por qu hay que esperar? Por supuesto que ninguna sociedad puede resistir

    que esa tensin se haga muy grande o que estas preguntas permanezcan sinrespuestas. Su propia funcionalidad est en juego. El orden poltico de losEstados modernos requiere justificacin, y los sacrificios y esfuerzos sin com-pensacin inmediata de las personas requieren un sentido. Es precisamentepara manejar la tensin de sus temporalidades que las sociedades modernashan creado formas particulares de relatos sociales de futuro.

    Los relatos de futuro modernos, elaborados en el marco de los Estadosnacionales, son empricamente muy diversos y cambiantes. En Chile mis-

    mo es distinta la nocin de temporalidad contenida en la idea oligrquicay nacionalista de progreso elaborada en el siglo XIX, que aquella de la ideapopulista de desarrollo pronunciada en el siglo XX. A pesar de las diferen-cias, tienen una cierta estructura bsica comn. Para cumplir con su fin, losrelatos de futuro de las sociedades modernas mezclan argumentos racionalescon postulados mitolgicos. El uso de mitologas y metforas religiosas deri-va de la imposibilidad moderna de acoplar mediante argumentos puramenteracionales el tiempo del individuo con el tiempo de la organizacin de la so-ciedad. Es larga la lista de autores que han sealado este aspecto no como unadistorsin indeseada en la forma en que la modernidad organiza los relatossobre s misma, sino como algo constituyente. Desde Adorno y Horkheimeren los aos treinta hasta Roberto Esposito en la actualidad, se ha mostradoesto a propsito del rol de la idea religiosa del sacrificio en la modernidad.

    El lado mtico de los relatos modernos suele consistir en una promesa queune la experiencia de haber perdido un pasado valioso con la utopa de su

    recuperacin. El mito dice ms o menos as: en el origen se nos dio a todosjuntos un bien superior: la libertad individual o la abundancia, la indepen-dencia de la metrpolis colonial o la democracia, la igualdad o la paz. Peropor querer disfrutar esos bienes de manera completa de una sola vez, ame-nazamos la convivencia social o derechamente la destruimos. Como ocurricon el hombre que se convirti en lobo para el hombre, segn Hobbes, o laanarqua post-independencia en el relato de Portales, o la idea de la rupturarevolucionaria de la democracia en el relato chileno posterior al golpe. Un

    buen ejemplo de esta mitologa y de su vnculo con la dificultad para fundarracionalmente el Estado nacional moderno se encuentra en la obra El parasoperdido de John Milton, escrita en el siglo XVII a propsito del fracaso de larevolucin republicana de Cromwell.

    En todos esos casos se trata de la prdida de un paraso por haber queridocumplirlo. Lo que se ha perdido en el origen mtico de la modernidad es laposibilidad de realizar los derechos y necesidades del individuo en el presen-

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    te. Sobre esa experiencia mtica y emocional del pasado se crea un conven-cimiento: no se puede realizar el paraso de una sola vez aunque se tenga elderecho. Al paraso slo se puede entrar de a poco y con mucho cuidado. Eso

    es una advertencia, pero tambin una promesa.Apoyados en ese mito, los relatos de futuro organizan una racionalidad. Esdecir, ofrecen una explicacin naturalizada, sobre la base de relaciones tem-porales de medios y fines, acerca de cmo una determinada organizacin delas relaciones sociales permitir que se cumpla la promesa. El ncleo de esaracionalidad dice que si todos renuncian a una parte de su derecho a gozarde los bienes prometidos, se crea un orden que asegura la paz en el presentey cada vez mayores goces en el futuro. La idea moderna del ahorro y la inver-

    sin, del respeto de la ley, del trabajo esforzado, de la renuncia a la violencia,por ejemplo, se fundan sobre esa racionalidad.

    Cul es la lgica de este orden? Asegura que los sacrificios de cada uno, quepor la imperfeccin humana son siempre insuficientes, se vean complementa-dos por los sacrificios de los dems. Con esto las limitaciones del presente sehacen ms tolerables. Pero adems, gracias a la reciprocidad y equilibrio queproduce el orden, se crean bienes superiores a los que podra conseguir cadauno por separado. De esta manera, mientras ms perfecto es el orden de lossacrificios, mayor es el bien colectivo que se produce. Esa acumulacin pro-gresiva de energa es lo que le permitir al orden asegurar cada vez una mayorcantidad y un mejor disfrute de los bienes prometidos. Eso instala y justificala idea del futuro, o ms exactamente la mitologa del progreso.

    Como esa reciprocidad slo funciona si todos estn dentro del orden, sesienten parte de l y juegan lealmente sus reglas en condiciones de igualdad,entonces se crea tambin un sentido de pertenencia social.

    De esta manera el relato mtico-racional articula lo que en principio esta-ba separado: orden social e individuo, sacrificio y compensacin, cambio ypertenencia, imperfeccin del presente y plenitud del futuro. Y as, el preca-rio orden presente de la sociedad adquiere una justificacin, porque es el quepermite asegurar progresivamente que todos se sometan al orden de los sacri-ficios recprocos. A su vez, la espera de las personas adquiere sentido, pues elxito de la marcha hacia el futuro est garantizado por el orden presente.

    Esta estructura ha funcionado hasta ahora, como bien lo muestra la eficacia

    de los mitos del progreso, el desarrollo, la innovacin o de los discursos presiden-ciales a la nacin. Pero es una solucin precaria, pues depende de la vigencia desus mitos fundantes, o de la eficacia racional de sus estructuras de reciprocidad.Sin ellas su pasado mtico pierde respeto o su futuro pierde sustento, y se desmo-rona el edificio argumental. Cualquiera sea la causa de su crisis, el agotamientode un relato vuelve a dejar abiertas las tensiones entre los tiempos de la sociedady los tiempos del individuo. Esos son momentos de mucha incertidumbre.

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    3. CHILE: LOS SNTOMAS DE UN FUTURO INCIERTO

    Hoy en Chile hay algunos sntomas de que el relato mtico-racional queha organizado nuestra modernizacin reciente comienza a perder su eficacia

    subjetiva. Si se hace un recorrido por las encuestas y estudios cualitativos delltimo tiempo, uno puede reconocer algunas tendencias en esa direccin. Aquse presentarn las conclusiones que resultan de la lectura de las siete encuestasnacionales realizadas por el equipo de Desarrollo Humano del PNUD entre 1998y el 2008, cuyas bases de datos se encuentran disponibles en su sitio web.

    Antes que nada, hay que partir recordando un hecho obvio. Desde cual-quier ngulo que se lean, los datos sealan que la gran mayora de las perso-nas estn hoy ms satisfechas que ayer, creen que han alcanzado ms y me-

    jores oportunidades y derechos, sienten que han participado del desarrollo yse sienten personalmente ganadores con los cambios recientes de la sociedad.No hay indicios de que las personas perciban que se avanza hacia el caos y laanomia, ni hay mayor temor frente al desorden social.

    Y, sin embargo, los datos sealan que hay un aumento de la incertidumbrerespecto del futuro. No se trata del publicitado pesimismo actual que laselites pronuncian a propsito del Transantiago, del aumento de la inflacin ode la volatilidad de la economa global. Viene de mucho antes, por lo menos

    desde el 2005, y puede encontrarse en las percepciones cotidianas del ciu-dadano comn. Es probable que los propios discursos pesimistas recientesde algunas elites se hayan servido de ese sentimiento subyacente y lo hayanpuesto al servicio de sus estrategias. Sin embargo, importa distinguirlos,pues de ello depende la correcta interpretacin de algunas de las tendenciassubjetivas del presente. Adems, los datos mismos autorizan esa distincin.

    Ya desde hace algunos aos los estudios comenzaron a mostrar el surgi-

    miento de la percepcin de que si bien hasta ahora las cosas han sido positi-vas en trminos personales y no se espera que en el futuro ocurran retrocesos,se han reducido las expectativas hacia un maana que mantenga la senda deprogresos significativos. Cuando se les pregunta a las personas cmo ser suvida o la de su familia en el futuro, sea en trminos generales o econmicos,si antes la tendencia era responder mejor, cada vez ms la respuesta es quelas cosas seguirn igual.

    Para decirlo en breve, tomado el nimo subjetivo del pas en sus rasgos ge-

    nerales a partir de los datos de que disponemos, no parece existir frustracin,resentimiento ni miedo al desorden, sino una incertidumbre respecto delfuturo. La pregunta que podra resumir esa incertidumbre es y ahora cmoseguimos para adelante? Parece que el futuro que est relatando la sociedadno basta para organizar los sentidos, las pertenencias y las reciprocidades,todo aquello que necesita un individuo para responder a la pregunta por quesperar? Por qu renunciar a exigir todos mis derechos de una buena vez?

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    Existe en los datos un conjunto de sntomas y percepciones coherentescon la idea de que el futuro de la sociedad se ha vuelto problemtico, espe-cialmente aquellos que sealan sus consecuencias en el presente, como los

    que se refieren al sentido de pertenencia y reciprocidad.Los datos muestran una creciente divergencia entre el sentido de temporali-dad que las personas le asignan a sus vidas y el que le asignan a Chile como untodo, o a los rdenes colectivos a los que pertenecen, sea la regin, la ciudad, elpartido, la iglesia, el Estado o la economa. Cuando se les pregunta a las personascmo ha sido la marcha de su vida reciente, ellas tienden a hacer una evaluacinmuy positiva. Por el contrario, la evaluacin de la marcha del orden social siem-pre es ms baja; su marcha futura aparece como incierta y tiende a ser ms bien

    negativa. Esta tendencia suele estar correlacionada con la prdida de identifica-cin con los smbolos y personajes que se asocian a la historia de Chile.

    Otros antecedentes sealan que las personas tienden a tener un juicionegativo sobre la relacin entre lo que ellas le aportan a la sociedad, ya seapor medio de sus actitudes, de sus trabajos o de sus pagos, y lo que creenrecibir de las instituciones sociales o de los otros annimos, sean las isapres,los servicios pblicos, los transentes en la calle o los que hacen fila en unconsultorio. Las personas creen que dan mucho ms de lo que reciben. Hayuna importante sensacin de falta de reciprocidad.

    Es viejo y sabido que en Chile hay una fuerte percepcin de desigual-dad. Lo sugerente es que ella no se atribuye tanto al mal funcionamientoinvoluntario de las instituciones cuanto al efecto de una intencionalidad. Ladesigualdad, y con ella la falta de reciprocidad, tienen una importante expli-cacin conspirativa a los ojos del ciudadano comn.

    Puede observarse, adems, una creciente justificacin de las trampitas

    cotidianas como colarse en el Transantiago, pasar con luz roja en un taco,alterar las tarjetas de control de horario en el trabajo. Y esta justificacin suelehacerse a nombre de la falta de reciprocidad. Si los servicios funcionan mal, silos dems no estn dispuestos a colaborar, y si se me pone intencionalmenteen una situacin desigual, por qu yo habra de pensar en las necesidades delos dems cuando acto. El comportamiento llamado free riding por lostericos de las instituciones, que es una propensin que acompaa a la indi-vidualizacin, parece tener entre los chilenos menos que ver con los excesos

    de modernidad que con la falta de reciprocidad.Estos datos sealan que la actual idea de pas la historia de Chile, la ima-

    gen de las instituciones, la percepcin de los otros parece tener un grado dedesacople importante respecto de la imagen que la gente tiene sobre sus pro-pias historias personales. Una consecuencia de esto, segn sugieren los datos,es que las personas tienen dificultad para darle un sentido satisfactorio a sus sa-crificios presentes y a sus esperas. Ambos parecen quedar sin justificacin. Por

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    esta razn, e independientemente de si en la realidad objetiva las cosas funcio-nan as, la gente percibe una prdida de reciprocidad en la vida cotidiana.

    Juntando los datos sobre la creciente incertidumbre del futuro con s-

    tos, sobre la reciprocidad y la pertenencia, se podra formular una hiptesiscompuesta de tres afirmaciones relacionadas. Primera, que el tipo de futuroque constituy hasta ahora el sentido social hegemnico al que se podranombrar, a falta de un mejor nombre, como el relato de la transicin yconsolidacin de la democracia no basta ya para dar sentido a las formasefectivas de las relaciones e intercambios sociales que han surgido entre tan-to. Segunda, que los bienes que hoy los individuos aspiran a ver cumplidosno son exactamente los mismos que estn prometidos en el futuro de ese re-

    lato. Tercera, que los miedos mticos de ayer ya no son los mismos de hoy. Lahiptesis puede resumirse en que se acab un futuro o, lo que es lo mismo,el futuro prometido en el relato de la transicin y consolidacin de la demo-cracia se hizo pasado. Con ello comienzan a surgir todas las incertidumbresacerca del valor de las esperas y acerca de la legitimidad del orden social,acerca de la pertenencia y del cambio.

    4. EL RELATO CHILENO DE LA CONSOLIDACIN DE LA DEMOCRACIACul es el futuro que se hizo pasado? Cul es la estructura temporal y mtico-

    racional del relato de futuro de la recuperacin y consolidacin de la democracia?Se podra hacer una larga exposicin acerca de este relato, de sus mltiples

    variantes y de sus cambios en el tiempo. Por razones de exposicin, simplifica-r las cosas y me remitir a ciertos aspectos bsicos y relativamente permanen-tes que permiten entender su agotamiento, o mejor dicho su cumplimiento.

    El relato temporal de la recuperacin y consolidacin de la democracia

    algo que surge a mediados de los ochenta y que mantuvo su vigencia hastaaproximadamente el 2005 ha tenido una especial solidez y durabilidad.Esto se debe no slo a que permiti organizar una elite bastante coherente,aquel arco transversal que participa del sistema binominal bajo el lema de lademocracia de los acuerdos. Tambin permiti dotar de un cierto marco desentido a los temores y las esperas de las personas y, de esta manera, justificarante ellas el orden que comenzaba a construirse. As, logr constituir una he-gemona en sentido estricto en la medida en que una elite poltico-intelectualinterpret y organiz elementos dispersos en la subjetividad social y los vin-cul orgnicamente a un orden estatal.

    El relato de la transicin organiz su pasado mtico anclndose en una largatradicin cultural del pas y que haba sido refrescada por la dictadura: el miedoal desorden, sobre todo el temor que produce un pueblo que exige su parte enla fiesta sin ms esperas. Ese miedo define a su vez un bien que est siempreamenazado y que es puesto en el pasado mtico. Se dice que, en aquel tiempo,

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    es decir desde siempre y sobre todo en el siglo XX, en Chile reinaba la democra-cia ejemplar. A la nacin le fue dada una tendencia natural al orden institucio-nal. Esa tendencia era empujada y realizada por una elite con un sentido innato

    y superior del orden, la que se serva de un Estado centralizado y autoritario.En el tiempo mtico, las cosas se pedan por favor y las demandas y protestassociales se hacan en papel triplicado y en el tiempo lento pero seguro de laburocracia. Esto nos distingua del resto del mundo y nos daba identidad.

    Pero he aqu que al pueblo se le ocurri pedir de ms y avanzar ms r-pido, y el orden se quebr. La resaca fue tremenda, como para que nadie seolvidara. Ah reapareci y se justific el miedo ancestral que nos constituye.Miedo a nosotros mismos, que permitir fundar la autodisciplina y har po-

    sible recuperar el orden. Hay que precisar que el miedo mtico no slo serefiri al temor que el pueblo se tiene a s mismo. La vertiente de los ochentale agrega el miedo a s misma de la propia elite, a su capacidad para conducira las masas al despeadero. El relato de la consolidacin de la democraciaremite mticamente tanto a los miedos del pueblo como a los miedos de laelite poltica y sirvi para disciplinar a ambos.

    El bien perdido es la seguridad y la paz que provienen de un orden institu-cional legtimo, del equilibrio de los poderes, de la contencin de las diferen-cias. Y el relato de la consolidacin de la democracia prometi recuperarlo enel futuro. Para lograr eso haba que construir en el presente un orden de lossacrificios que progresivamente permitiera la realizacin plena del bien. Esteconsisti bsicamente en que el pueblo postergara sus demandas propiamen-te polticas, y la elite disciplinara sus conflictos. La renuncia de todos a suslegtimos derechos y diferencias producira automticamente la paz. Tanto elsistema electoral como la institucionalizacin de los conflictos reivindicati-

    vos estn sometidos a las reglas de este ritual.Si la paz del presente poda ser asegurada por el Estado, el consenso de laselites y la institucionalidad poltica, el mecanismo que asegurara la progresinen el tiempo de las satisfacciones fue puesto en un lugar distinto: en el merca-do. El orden sacrificial deca que a mayor educacin, ahorro y trabajo de todostres postergaciones sacrificiales, mayor consumo para todos en el futuro. As,poltica y mercado, presente y futuro, se reforzaban mutuamente en un mismorelato mtico y en un mismo orden de las reciprocidades. La estabilidad del orden

    poltico representada en la inmutabilidad de los sacerdotes de Hacienda y delBanco Central aseguraba la fe en la eficacia futura del esfuerzo econmico delas personas. El disciplinamiento poltico en el presente encontrara as su justacompensacin en el consumo del maana.

    Resumiendo, el miedo a las propias tendencias al desorden, tanto del pue-blo como de la elite, es el ncleo del pasado mtico. La gobernabilidad pol-tica lograda gracias al disciplinamiento estatal de las demandas sociales y de

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    las ambiciones de la elite, as como la retribucin progresiva de ese sacrificioa travs del consumo para las masas y de la permanencia en el poder para laselites, fue el corazn del mecanismo de reciprocidad que legitimaba el orden

    presente y las esperas de los individuos. Todo ello se condensaba en una ima-gen del futuro como consumo en paz.

    5. EL XITO Y LA PRDIDA DE EFICACIA DEL RELATODE CONSOLIDACIN DE LA DEMOCRACIA

    Importa muy poco si un relato de futuro es empricamente verdadero o noa fin de cuentas, es una mezcla de teoras con mitologas. Lo que importaes si contribuye a proveer de sentido a las acciones y a producir con ello los

    resultados que promete. En esto no hay duda de que el relato de la consoli-dacin de la democracia fue exitoso en la realizacin de su promesa; creo queno vale la pena detenerse en ello. Por qu, sin embargo, como sugiere esteensayo, este relato ya no es suficiente para fundar un futuro con sentido y unpresente con legitimidad?

    En primer lugar, porque el miedo mtico perdi buena parte de su valor.Como muestran las encuestas, la televisin y la calle, el conflicto y la expre-sin de las diferencias producen cada vez menos miedo. Aunque en Chile el

    miedo al conflicto ha sido tradicionalmente alto, los antecedentes disponi-bles muestran su significativa reduccin en el ltimo tiempo. Por lo mismo,el sentido prevaleciente del orden pierde algo de su capacidad para exigirsacrificios. Las personas han experimentado crecientemente que la expresinde conflictos, destapes y diversidades, no han conducido ni a la ingoberna-bilidad del pas ni al estancamiento de la economa. Esto es en buena parteun resultado de la eficacia del propio relato imperante. l hizo posible una

    experiencia de la fortaleza de la democracia y de la tolerancia que ha termi-nado relativizando su propio punto de partida mtico.En segundo lugar, porque ese mismo relato aceler enormemente la tenden-

    cia propia de la modernizacin a la individualizacin de las personas. Contri-buy a ello la idea de que si el Estado era el encargado de producir orden pol-tico en tiempo presente, al mercado le corresponda el desarrollo del bienestarhacia el futuro. Esto permiti un fuerte despliegue del individuo econmico(bastante dbil hasta entonces) frente a un relativo estancamiento del ciudada-

    no poltico (cuya fortaleza era precisamente lo que se tema). Pero resulta queel individuo econmico se funda en nociones de orden, de tiempo, de sacrificioy de satisfaccin, de deberes y derechos, del valor relativo de los riesgos y certe-zas, bastante diferentes al de un sistema poltico centrado en el valor supremodel orden y en el miedo al desorden que provocan las masas.

    Pero el despliegue del individuo econmico no es un hecho de significa-cin puramente econmica. Contiene ciertas experiencias, temporalidades e

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    imgenes que impactan sobre la formacin de la idea de ciudadana, comopuede reflejarse en los derechos del consumidor, en la prioridad de sus de-mandas, en el reconocimiento de sus preferencias, en la preeminencia del

    presente o en el carcter directo y medible de la reciprocidad. En Chile, elmercado especialmente en su dimensin consumo y las polticas socialesque se guan por la lgica de mercado, ha creado una experiencia que esnovedosa en trminos subjetivos. Uno de sus aspectos es el desarrollo de laautoconfianza de las personas, cuyo crecimiento sostenido a nivel generallas encuestas constatan claramente. Esa autoimagen se vuelve cada vez mscontradictoria con la experiencia que las personas hacen en el campo de ciu-dadana poltica, la cual se funda ms bien en el temor a s mismos.

    Para disciplinar al ciudadano poltico, el relato de la consolidacin de lademocracia potenci al ciudadano del consumo y al beneficiario de polticaspblicas no asistencialistas, y le result muy bien. El punto es que ahora laspersonas reales se piensan a s mismas ms desde el consumo que desde lapoltica, y desde ah su propia ciudadana poltica no les hace sentido. Tal vezser por eso que cuando a las personas les preguntan por sus biografas pri-vadas, la historia es ms optimista que cuando hablan como parte de Chileo sobre Chile. La idea de orden contenida en el relato de la consolidacin dela democracia, aunque la hizo posible, no parece ya eficaz para contener eltipo de individuacin que creci al amparo de las experiencias realizadas enel espacio del mercado y de ciertas polticas sociales.

    Tercero, la percepcin de la desigualdad y la creciente crtica a ella hacemenos confiable la propuesta de reciprocidad contenida en el relato impe-rante. El gran dao social de la experiencia de la desigualdad es que le quita elpiso a la expectativa de reciprocidad colectiva en la que se fundan los relatos

    de futuro. Sin esa expectativa, como se ha dicho, los sacrificios no tienenjustificacin y se experimentan como abuso.Si se mira agregadamente, en Chile hoy no hay ms desigualdad relativa

    que antes, ni en ingreso, ni en bienes ni en derechos. Y, sin embargo, la genteresiente ms agudamente la desigualdad que antes. Es que, al parecer, estcambiando el tipo de desigualdad que importa. Hoy parece importar menosla distribucin cuantitativa de los bienes que la distribucin cualitativa de lasdignidades. Tanto el mercado en su dimensin de consumo, como el Estado

    a travs de sus polticas sociales, han creado un cierto reconocimiento a ladignidad de las personas. Desde el programa dental sonrisa de mujer, hastael porque t te lo mereces de la publicidad, se difunde una idea sobre elvalor de las personas. Independiente de su posicin, todos valen por lo queson por nacimiento y por lo que pueden llegar a ser por su esfuerzo. Merito-cracia y derechos sociales son parte del discurso de las nuevas dignidades. Ylas personas se entienden a s mismas cada vez ms a partir de ellas.

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    Estas nuevas identidades se ven contradichas, sin embargo, con una dobleexperiencia real. Por una parte, con la experiencia de la movilidad en el mer-cado del trabajo y de los ingresos. Las personas, especialmente de clase media,

    han experimentado una fuerte movilidad y lo reconocen, pero tambin hanexperimentado que ella tiene un techo duro. Aparece en las percepciones,entonces, una distancia irremontable entre ellos y la elite. Eso se reproduce enlas relaciones salariales y de trato entre hombres y mujeres. Por la otra, con lainterpretacin de lo que ocurre en el mbito de la poltica como un orden quese organiza para la autorreproduccin y beneficio propio de la clase poltica.

    As, en muchos mbitos el paso entre la base y la cpula econmica opoltica de la sociedad se ve como si estuviera sistemticamente bloqueado.

    Ello conduce a la percepcin de la existencia de ciudadanas de distinta clase.Eso no tiene justificacin a partir de la experiencia de dignidad y capacidadpara movilidad que han adquirido las personas. De ah surge la sensacinde que el fundamento del poder de la elite es arbitrario. Con ello se levantala sospecha de que en la sociedad no rige una proporcin entre esfuerzos yrecompensas, y que detrs de ello est operando la afirmacin arbitraria deuna desigualdad cualitativa en las dignidades.

    El relato de la transicin cre una idea de dignidad personal basada en losderechos sociales y en los mritos individuales, que se ha vuelto contradicto-ria con la fuerte distincin de dignidades que opera en el mundo del trabajoy de la poltica.

    Se podran encontrar otros mbitos donde el relato de la transicin y conso-lidacin de la democracia comienzan a perder sustento. Pero stos me parecensuficientes para sealar que su prdida de eficacia no tiene que ver con su inca-pacidad para cumplir su promesa, sino precisamente por lo contrario: porque

    en buena parte su promesa est cumplida. Logr articular individuo y orden,pasado, presente y futuro, sacrificios y recompensas, de una manera tal que hizoposible al mismo tiempo la gobernabilidad poltica y el progreso material de laspersonas. Pero esa misma manera de organizar dio origen a cosas contradicto-rias: miedo al desorden y autoconfianza, reciprocidad y desigualdad, primacadel orden y afirmacin de la autonoma individual. En el lmite de su xito,cual estricta dialctica, el relato ha producido su propia negacin. El relato dela consolidacin de la democracia ha dado origen a experiencias, identidades y

    demandas que ya no pueden ser ni reconocidas ni satisfechas por l.En esto radica, es mi opinin, una parte importante de la explicacin de

    la incertidumbre del futuro que cunde en los nimos desde hace tiempo. Serequiere un nuevo relato de futuro, no slo para aplacar las inquietudes, sinopara hacer posible el desarrollo econmico, poltico, cultural del pas. Esnecesario, entonces, volver a pensar el futuro de la sociedad y su vnculo conel presente de los individuos reales.

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    6. CONDICIONES Y LMITES PARA LA CONSTRUCCIN DE NUEVOSRELATOS SOCIALES DEL FUTURO

    No es el objetivo de este texto proponer los trazos de un nuevo relato defuturo. Esta es tarea difcil y de muchos, y slo en parte el resultado de unacreacin intencional. Pero, en funcin del realismo, parece importante reco-nocer, aunque sea de manera algo asistemtica, las condiciones y lmites quele imponen a esa tarea las nuevas tendencias del cambio social.

    Lo primero es que si bien todo relato de futuro tiene que articular indi-viduo y orden, la forma de hacerlo y el valor relativo de ambos que resultade ah es variable. Se puede transformar al orden o al individuo en el valorprimordial. Pero no cualquier formula tendr la capacidad de realizar una

    interpretacin plausible de las experiencias, relaciones y autoimgenes de laspersonas reales. Hoy resultara muy difcil asentar un relato de futuro que nod un lugar primordial al individuo, a sus dignidades y derechos. Esa es laherencia positiva del relato de la transicin y consolidacin de la democraciaque enmarca con su inercia la produccin de los nuevos relatos posibles.

    Si los derechos y dignidades de individuos iguales forman el bien que hayque construir, cul es el orden que puede darle un sentido de pertenencia,cul es la estructura de reciprocidad que puede validar los esfuerzos y las

    esperas del individuo, cul es el futuro en el que se vern las recompensas, ycuales sern stas? Y especialmente, cul es el pasado mtico del individuo ya qu debe temerle, quin puede arrebatarle sus derechos y dignidades? Talvez el actual rechazo al autoritarismo, a la arbitrariedad y oligarquizacin delas elites podran ser los elementos que estn emergiendo como parte de unnuevo pasado mtico con sus correspondientes temores.

    Cul es el sacrificio, en nombre del orden, que puede hacer sentido a unciudadano libre e igual? Hay que reconocer un punto de partida ineludible:el esfuerzo personal, la educacin propia y de los hijos, el trabajo, el cum-plimiento de las obligaciones contractuales, el cuidado de s y del medioam-biente son las formas de sacrificio que crecientemente adquieren sentido paralos individuos. Pero eso parece no bastar para dotar de sentido a un ordenpoltico. Este es un problema crucial: el tipo de orden al que refiere la polti-ca, especialmente en su forma estatal y nacional, ha adquirido una distanciamuy amplia simblica y material respecto de los rdenes en los cuales los

    individuos organizan los tiempos y sacrificios que les hacen sentido.La poltica se ha acercado al reconocimiento de las realidades del indivi-duo mediante la formulacin de los derechos sociales y culturales. Tal vez seala hora de avanzar en una definicin creble de las responsabilidades repu-blicanas de los individuos, que a su vez les permita a stos reconocer que lagaranta de esos derechos no dependen de un origen mtico, sino de la propiaparticipacin de los ciudadanos en la conflictiva y nunca acabada construc-cin del orden poltico en tiempo presente.

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    Ms all de los elementos de contenido y simblicos de un relato de futu-ro, su viabilidad es un hecho de poder. Sin elites que se constituyan en l, lopronuncien y lo disputen con eficacia, difcilmente pasar de ser un evento

    de intelectuales. Todo apunta a que las actuales elites polticas y econmicastienden a constituirse en la administracin del orden. Administran el presen-te a nombre del pasado, del pasado mtico o del futuro que ya se hizo pasado.Su capacidad, por tanto, para percibir, organizar y disputar los nuevos tiem-pos es muy limitada. Cules pueden ser las nuevas elites o qu relato puedepermitir la renovacin de las actuales?

    Cualquiera sean las respuestas a estas preguntas, hay que considerar tam-bin que el actual contexto cultural, aquel espacio donde circulan los relatos,

    no es especialmente propicio para la elaboracin de narraciones de futurocon cierta capacidad de hegemona social. Sera muy largo sealar estas ten-dencias, pero bastan algunos antecedentes para mostrar esas dificultades. Doshechos pueden ser mencionados. Por una parte, el tiempo del individuo escada vez ms presentista y por lo mismo la espera tolerable entre sacrificio yrecompensa es cada vez ms corta. La tolerancia a la postergacin se ha vueltomuy baja. Esto genera una tensin muy grande a los sistemas de reciprocidady con ello a la legitimidad del orden poltico y econmico. Esto se ha hechomuy visible en los jvenes.

    Por otra parte, hoy es muy difcil asegurar la coherencia de los relatosde futuro en el espacio comunicacional. Existen muchos voceros del futurodistintos y las temporalidades que definen son a veces contradictorias. Cadabien prometido tiene su propia fuente de comunicacin y su propio sentidode futuro. La temporalidad de una promesa electoral, de la publicidad deuna universidad, de la oferta de autos o de cremas contra las arrugas, son

    tiempos muy diferentes. El individuo se ha vuelto un administrador de rela-tos de futuro, lo cual disminuye la credibilidad de cada uno y aumenta la in-certidumbre individual. Adems, estos tiempos diversos se mueven tambinde manera creciente a escala global. Con ello debilitan la capacidad de laselites locales para elaborar relatos coherentes a nivel nacional.

    El contexto no es muy propicio. Pero las dificultades de la tarea, sin em-bargo, no eliminan la necesidad a la cual ella sirve. Es cierto que hoy los m-bitos diferenciados de la accin se bastan cada vez a s mismos; es un hecho

    que hoy los individuos tienen una mayor tolerancia a la menor coherencia desus biografas que resulta de aquello; es tambin un dato que los sistemas designificacin tienen sus propias reglas definidas por los mercados de bienesculturales o por las reglas biolgicas del lenguaje y no se dejan manipulara voluntad. Es cierto que hoy las sociedades pueden coordinarse sin dema-siado recurso sobre nociones generales de tiempo. Pero es verdad tambinque muchas de las afirmaciones anteriores tienen un componente ideolgico

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    que tiende a escamotear la idea de que las sociedades pueden ser conducidasen algn grado de manera intencional y reflexiva. Sociedades sin relatos detiempo son sociedades sin sujetos, y stas no son precisamente sociedades sin

    poder, sino aquellas en la que los actores del poder no requieren dar la carani pronunciar palabra en el espacio pblico.Las identidades biogrficas y la conduccin reflexiva del orden poltico se

    han vuelto muy difciles, y ms difcil an su relacin. Siempre lo han sido, eslo propio de la vida moderna. Pero sin un grado mnimo de identidad en am-bas y de mutuo soporte, ni la autonoma individual ni la democracia parecenposibles. Para enfrentar ese desafo existe precisamente la lucha en torno alsignificado del tiempo. Es una lucha que no puede abandonarse, pues tanto

    el sentido biogrfico de la vida individual como la propia legitimidad de laconduccin democrtica lo requieren.

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    FUTURO, PRESENTE, PASADO: SOBRE PERMANENCIASEN LA HISTORIA DE CHILE

    FERNANDO SILVA VARGAS

    Los anlisis prospectivos, tan atractivos desde el punto de vista intelectual,

    suelen ser ms complejos que cualquier anlisis probabilstico. En stos, losactuales desarrollos permiten llegar a conclusiones slidas en la fsica o en labiologa. Pero cuando los elementos que sirven de base para hacer proyeccio-nes son personas, cuyas conductas, adems de dismiles entre los que integranel conjunto, varan en cada una de ellas en el tiempo, es razonable aceptar laslimitaciones de la prospectiva. El intento de pensar el futuro cercano de unasociedad es, ms bien, una aspiracin. Nos gustara que nuestra sociedad tu-viera, en diez o quince aos ms, tales o cuales caractersticas. Los fracasos delos experimentos de ingeniera social del sigloXXnos han obligado a actuar conms cautela, y probablemente hoy slo pretendemos disear polticas pblicasque, mediante sistemas de seales y estmulos, marquen rumbos que puedenser escogidos y seguidos libremente por los miembros de una sociedad. Pero esevidente que este propsito, con ser modesto, puede fracasar si no se considerala naturaleza de la sociedad a la cual se le pretende enviar esas orientaciones.

    Quiero considerar un aspecto especfico de esta sociedad: lo que ella le debe

    al pasado. Un examen pormenorizado del comportamiento de sus miembrosen el tiempo muestra la existencia de una complejsima dinmica, en que co-existen cambios de diversas velocidades, algunos extremadamente lentos yotros que pueden repetirse con intensidad variable en una misma generacin.Le debemos a los historiadores econmicos, por sus investigaciones sobre losciclos, y particularmente a los historiadores de la escuela de losAnnales, la debi-da consideracin de esa dinmica. El hecho de que podamos representar a unconjunto humano mediante una pirmide ordenada segn las edades de la po-

    blacin no nos puede hacer olvidar que cada una de las personas que integranlos diversos segmentos etarios est cumpliendo un ciclo vital de un mximo de90 y pocos ms aos, y que, a la vez, est conectada por razones de parentesco,de amistad, de vecindad o de inters con personas que estn en etapas similareso diferentes de sus ciclos respectivos. Esto lleva a que la transmisin de saberes,experiencias y conductas sea extremadamente dificultoso, que se traspasen demanera incompleta o modificados, o que simplemente no se traspasen.

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    Con todo, el examen y la comparacin de mltiples conductas a travs delargos perodos de tiempo permite detectar la existencia de lo inmvil y de loinanimado, de la lentitud y del exceso de velocidad, de la estructura y de la co-

    yuntura, de la permanencia, de la larga duracin que puso de moda FernandBraudel, y de las rupturas que, por su visibilidad, han atrado con ms fuerzala atencin de los historiadores.1 Quisiera en esta ocasin aludir a algunas per-manencias que es posible descubrir en la historia americana, y ciertamente enla chilena, visibles durante el perodo monrquico, visibles tambin durantela repblica, y que me parece que deben tomarse muy en cuenta en cualquierintento de pensar el futuro. Seguir el desenvolvimiento de estas conductaspermite, como es evidente, descubrir las rupturas que en ellas se producen.

    LA CONSTRUCCIN DE AMRICA

    Amrica fue un gigantesco esfuerzo de ingeniera social. En verdad, hubodos proyectos de dicha ingeniera que se oponen, se superponen e interactanentre ellos: el estatal, es decir, el impulsado por la Corona castellana, y el ecle-sistico. Sabemos que la etapa inicial de los descubrimientos y de la conquistadel territorio americano fue entregada a la iniciativa privada, siguiendo un

    modelo jurdico basado en el derecho mercantil, pero muy pronto la Coronaempez a tener una injerencia cada vez ms marcada en la administracin delterritorio americano. Existi el propsito de lograr que Amrica fuera algomuy diferente de Espaa, en especial en las relaciones entre los sbditos yla Corona. La sociedad castellana fue, con matices, estamental. La sociedadque se constituy en Amrica tuvo dos vertientes. Por una parte, se bas en laexistencia de razas diferentes, con una infinita variedad de mezclas, y, por otra,fue tambin estamental, pero slo desde una perspectiva formal. En efecto, las

    distinciones de Estado entre nobleza, titulada y no titulada, y pecheros, tuvouna singular modificacin en Amrica. La nobleza titulada de la pennsulaslo pas al nuevo mundo en el cumplimiento de funciones administrativas.La nobleza no titulada, es decir, la formada por los hidalgos, perdi su sentidooriginal: el hidalgo no necesit en Amrica litigar su hidalgua, como en Espa-a, y tampoco tuvo tribunales donde hacerlo, que eran las reales chancillerasde Granada y de Valladolid. Y el pechero, al pasar a Amrica, dej de estar su-jeto a los tributos especficos que recaan sobre l por su calidad de tal, que enlneas generales eran los servicios ordinarios y extraordinarios y la moneda fo-rera; en cambio, el indgena tributario fue asimilado al pechero castellano. Enotras palabras, el mrito desplegado en el Nuevo Mundo en el servicio de laCorona fue el factor que elev a las personas en la sociedad que aqu surga.

    1 Fernand Braudel, El Mediterrneo y el mundo mediterrneo en la poca de Felipe II, Fondo de CulturaEconmica, Madrid, 1976, I, pp. 471-472.

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    La nobleza formada en Amrica exhibi una diferencia fundamental conla de Espaa: nunca sus miembros llegaron a ser seores de vasallos. El seo-ro fue una institucin clave en el poder de la nobleza peninsular. Consisti

    en el traspaso, por el rey, de ciertas competencias de las que era titular enfavor del seor. Estas competencias solan ser de gobierno, jurisdiccionales ytributarias, y el seor las ejerca sobre el seoro, territorio acotado, es decir,cerrado, para los funcionarios del rey.2 En otros trminos, los seores admi-nistraban un sector de la fiscalidad pblica.3 Las rentas seoriales permitie-ron, por consiguiente, un sustento econmico asegurado a la nobleza. EnAmrica muchos conquistadores pretendieron hacerse de seoros, y HernnCorts lo logr con su seoro jurisdiccional sobre las tierras del marquesado

    del Valle de Oaxaca, pero sobre sus descendientes actu implacablemente laCorona,4 tan implacablemente como lo haba hecho contra la sucesin deCristbal Coln. El rgimen seorial, en consecuencia, no existi en Am-rica, y lo que ms se le aproxim fue la encomienda de indios. Fue la acti-va injerencia de la Corona la que llev a la encomienda a evolucionar enun sentido diferente al perseguido por los conquistadores, impidiendo, porejemplo, su perpetuacin en una misma familia.

    Conviene agregar que si bien, y en forma sistemtica desde el siglo XVII,las rdenes militares admitieron a americanos en su seno y la Corona otorgttulos de Castilla, no hubo grandes de Espaa en el nuevo mundo. El ttulode duque, que llevaba aneja la grandeza, se otorg a unos pocos americanos,entre ellos al chileno Fermn Francisco de Carvajal-Vargas, primer duque deSan Carlos. Pero la Corona lo oblig a radicarse en la pennsula.

    Amrica fue, pues, estructurada de manera diferente de la pennsula. Elrey jams estuvo en el Nuevo Mundo, pero s sus funcionarios, sus Reales

    Audiencias, sus gobernadores y, sobre todo, sus virreyes, es decir, sus represen-tantes directos, cada uno de los cuales era el alter ego, el otro yo del rey. Qusignifica esto? Que tan pronto los conquistadores lograban ocupar los diversosterritorios americanos, se haca presente una burocracia muy estrechamentevinculada a los organismos de administracin de la metrpoli, que se iba am-pliando y que los desplazaba para dejarlos en un segundo plano. La sensacinde los hijos y nietos de conquistadores de que los mritos de sus mayores nohaban sido debidamente reconocidos por los rganos superiores de la mo-

    narqua es una constante que se advierte en todos los territorios americanos.5

    2 Alonso Mara Guilarte, El rgimen seorial en el siglo XVI, Instituto de Estudios Polticos, Madrid, 1962,pp. 77-88, 117-135, 146-157.3 Miguel Ladero Quesada, Estructuras y valores sociales en la Espaa del descubrimiento, en Real Aca-demia de la Historia, Congreso de Historia del Descubrimiento (1492-1556), Actas, III, Madrid, 1992, p. 238.4 Bernardo Garca Martnez, El Marquesado del Valle. Tres siglos de rgimen seorial en Nueva Espaa,El Colegio de Mxico, Mxico, 1969.5 Juan Marchena Fernndez, Los hijos de la guerra: modelo para armar, en Real Academia de la His-toria, Congreso de Historia del Descubrimiento, Actas, III, Madrid, 1992, pp. 311-420.

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    La estructura administrativa no tuvo, en consecuencia, un contrapeso socialslido y homogneo, no obstante lo cual la Corona no logr aplicar un mode-lo uniforme a todo el territorio americano tanto por razones geogrficas como

    por la lentitud de las decisiones adoptadas segn el rgimen polisinodial o deconsejos vigente durante buena parte del rgimen monrquico en Amrica.

    EL ELEMENTO UTPICO EN LA CONSTRUCCIN DE AMRICA

    Hay una conciencia generalizada en el siglo XVI de que en Amrica todoera posible. El mismo avance de los peninsulares en Tierra Firme no hacams que confirmar la existencia de un mundo de posibilidades ilimitadas. Eldescubrimiento de la avanzadsima cultura azteca slo fue opacada en parte

    por el encuentro con el imperio inca, de tan vasta extensin y de tan complejaestructura. La existencia de esas sociedades no haca sino estimular la imagi-nacin y dar visos de realidad potencial a lo que habran de resultar simplesespacios de la imaginacin: la desesperada bsqueda por Juan Ponce de Lende la fuente de Bmini y del ro de la eterna juventud; las expediciones deFelipe de Hutten, Hernn Prez de Quesada, Pedro de Ursa y muchos otrosen busca de El Dorado; los viajes tras el Paititi, mito andino que pervive hasta

    hoy,6

    o la persecucin desde Chile de la ciudad de los Csares, situada en al-gn punto de la cordillera entre Nahuel-Huapi y el estrecho de Magallanes.7En otras palabras, la estructuracin de los nuevos territorios en Amrica esti-mul los rasgos utpicos en la poblacin, tanto espaola como aborigen. Enesta ltima, por ejemplo, la reconstruccin del incario tuvo expresiones mani-fiestas en la segunda mitad del siglo XVI, en el Estado neoinca de Vilcabambay a fines del siglo XVIII en las sublevaciones de Jos Gabriel Condorcanqui,Tpac Amaru II, en el Cuzco; de Tpac Catari en La Paz, y de Toms Catari,

    en Challanta, al norte de Potos.8

    Cuando el componente religioso era muymarcado, la tendencia utpica daba pie a las manifestaciones mesinicas, tanabundantes hasta el siglo XXen la Amrica hispana y en la portuguesa.9

    La creacin de una sociedad nueva en Amrica, como aspiracin de la Co-rona, se expres en actuaciones materiales llenas de simbolismo. La fundacinde ciudades es, sin duda, un hecho notable y que, en cierto sentido, transfor-m en realidad las elaboraciones medievales del franciscano Francesc Eixime-nic y del obispo Rodrigo Snchez de Arvalo, tan similares a las aspiraciones

    6 Alberto Flores Galindo, Buscando un inca: identidad y utopa en los A