Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan...

44

Transcript of Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan...

Page 1: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural
Page 2: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

ÍNDICE

El asedio del fuego 3

Semejante a los dioses 7

Ícaro 16

Mephisto-Waltzer 26

Page 3: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

SERGIO PITOL

Prólogo deJUANVILLORO

UNIVERSIDAD NACIONALAUTÓNOMA DEMÉXICO

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURALDIRECCIÓN DE LITERATURA

México, 2007

Page 4: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

EL ASEDIO DEL FUEGO

“Quizá queda algo de qué escribir”, así reunía Jo-seph Conrad sus dudas y esperanzas literarias en elprólogo a Nostromo, la más ambiciosa y conflictivade sus obras. Para Conrad, la incertidumbre de avan-zar por los desconocidos parajes de un país latinoa-mericano se mezclaba con el deseo de encontrar ahíun terreno virgen donde las historias florecierancomo la vegetación bajo las lluvias tropicales.Las obsesivas jornadas en las queNostromo se fue

delineando como una intrincada red de cambiostemporales y largas frases sujetas por los hábilesnudos marinos, representan en forma ideal la luchade un autor por someter con las armas de la técnicaun tema que le es particularmente ajeno. Conrad co-nocía la anécdota básica deNostromomás de treintaaños antes de escribirla; la prodigiosa estructura dellibro revela en qué se le fueron los años.Sirva la historia del marino de introducción a Asi-

metría, la más reciente obra de un viajero de otraslatitudes.Al igual que Conrad, Sergio Pitol se ha en-frentado a un material tan exuberante como insó-lito. Una aldea veracruzana, hundida en un eternoestío, condenada a la depredación moral de la fa-milia Ferri; una sala de conciertos que igual puedeestar enViena o en Barcelona; una remota historiachina que cobra vida en un tren que se dirige a Oc-cidente; el bosque de Sródborów, cuya vegetaciónde taiga sirve de impulso para que el protagonistarecuerde una mugrosa fonda de Orizaba; una an-ciana que en el invierno de Varsovia establece unmágico contacto con el tiempo mexicano. Éstos sonalgunos de los escenarios y las situaciones pordonde transitan los personajes de Pitol. Sin em-

3

Page 5: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

bargo, el tratamiento de los temas se aleja desde unprincipio de la búsqueda de lo exótico, de las histo-rias efectivas en las que se podría pensar cuando unode los personajes aborda el Expreso de Oriente o seextravía en el mítico Barrio Chino de Barcelona. No,los relatos de Asimetría deben su intensidad y su ve-rosimilitud a que dejan a un lado la aventura.Al no aceptar las facilidades de las narraciones

misteriosas, truculentas,“raras”, en países lejanos,Pitol abandona lo que podrían ser las historias de unturista, el mundo lleno de anécdotas tan variadas yenigmáticas como las figuras de un bazar, pero queal fin y al cabo constituyen la visión de un extranjero,de alguien que permanece al margen del tráfico deacontecimientos, por interesantes que éstos sean.Pitol no apuesta al impacto de la trama y así evita elcostumbrismo exótico, la minuciosa recreación de lavida cotidiana que aparentemente otorga realidad alas situaciones más extrañas. La fuerza de Asimetríaradica, por el contrario, en la densidad de las atmós-feras, en la riqueza de las reflexiones, en la vida quese recrea y se discute a sí misma.A primera vista, la prosa de Pitol parece unmanto

de agua, una superficie inmóvil que no conoce lossaltos del diálogo a los cortes de la acción. Sin em-bargo, la lectura depara una sorpresa esencial: lascorrientes de ese mar son submarinos y se desplazancaudalosamente en los cambios temporales y en lasextensas frases que parecen tender un cerco que re-duce su diámetro a medida que el relato avanza. Lahistoria es ante todo un pretexto, la primera chispa dela lumbre que crece hasta calcinar a los personajes.Los cuentos de Pitol extraen su marca de fuego

de una reminiscencia del pasado. Casi siempre, laescena se indica después de que ocurrió algún im-

4

Page 6: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

pacto lamentable, por lo general una traición (al hijo,a los ideales de juventud, a un viejo amor que semantenía inmaculado en la memoria) o una pérdida(de la familia, del país, de una voz privilegiada). Deeste modo, los relatos son el espacio donde los per-sonajes se debaten por conseguir la redención quelos libre de su infierno personal. Lord Jim ante su se-gunda oportunidad de convertirse en héroe; Nos-tromo y la opción de restablecer su intachablereputación.Los personajes de Pitol se enfrentan a la disyuntiva

de aceptar la fatalidad, la caída irremediable al abismoabierto por el pecado original, o lograr la reparacióndefinitiva. En medio de la tormenta se vislumbra elcielo despejado de la recuperación del amor, la ter-nura, los ideales perdidos. Pero los círculos del in-fierno se estrechan a cada línea y los personajes seven sometidos a un enfrentamiento irreparable conlos hechos, con un mundo donde la salvación no esmás que la mejor de las causas perdidas.En medio del naufragio, algunos personajes deci-

den sepultar su pasado bajo la última ola de la tor-menta, otros encuentran un exiguo escape en lalocura (en el cuento“Los oficios de la tía Clara”) o enla pérdida de la conciencia (el desmayo en“HaciaVarsovia”, el sueño en“Hacia Occidente”) y algunosmás tienen el valor de vivir con un careo perma-nente con sus actos reprochables.Pero esta preocupación central de Asimetría no le

ha impedido a Pitol aproximarse a sus personajes dedistintas formas. En los primeros relatos, el autorllega al lugar de los hechos cuando ya todo ha ter-minado y sólo le queda asistir a la relación de algúntestigo para convertirse en el intermediario entre elrelator y el lector. Poco a poco los personajes van pa-

5

Page 7: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

sando de testigos a actores, hasta llegar al cuento“Mephisto-Waltzer”una virtuosa narración dondelos personajes no sólo viven una sino varias vidasparalelas.Así, sin disminuir el peso del lenguaje y dela atmósfera, la tensión subacuática de ese mar apa-rentemente tranquilo, Pitol ha logrado que sus pro-tagonistas respiren cada vez más por cuenta propia.En el incendio que amenaza a cada personaje, en

el cerco de palabras que no ofrece resquicios, SergioPitol ha hecho definitivamente suyos los relatos. Alrenunciar a escribir en bitácora del extranjero, se havuelto nativo de su propio mundo, tan intenso y ricoen cambios y matices como el más vigoroso de loselementos, el fuego.

JUANVILLORO

SEMEJANTE A LOS DIOSES 6

Page 8: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

La celadora observó que sus ojos —¡y acostumbradacomo estaba al paciente e incesante escrutinio delfluir de la descomposición, no logró reprimir lamuecade repugnancia que invariablemente le producían!—se posaban en la hoja amarillenta y sucia de un pe-riódico dificultosamente levantado de la banca sobrela cual yacía. La vacilante mirada pareció prendersede un trozo de papel entre cuyas arrugas, mancho-nes y demás deterioros, destacaban unos signos queaprehendieron y unificaron los dispersos destellosde su atención, como si en cierta zona remota de laconciencia, se hubiera registrado una ligera fisura.

SORPRENDIDA, LA CELADORA LLEGÓ A CONSIDERAR LAPOSIBILIDAD DE QUE DENTRO DE AQUELLA CARNE BLAN-

CUZCA HUBIESE SURGIDO AL FIN UN IMPULSO QUEDESDE HACÍA TRES AÑOS (DESDE AQUELLA NOCHE ALU-CINANTE Y TRÁGICA EN QUE TODO LO QUE BULLÍA DEN-TRO DE ÉL SE CUMPLIERA, Y EN LA CUAL SU SER HABÍASIDO COLMADO EN TODA LA CAPACIDAD QUE LE ESTABA

PERMITIDO) TANTEABA SORDA E INFRUCTUOSAMENTEPOR EMERGER A LA LUZ. MAS EL IMPULSO, SI ES QUE

ALGUNO PUDO HABER HABIDO, SE DETUVO SIN LLEGAR APLASMARSE EN NINGÚN MOVIMIENTO DETERMINADO,

VENCIDO ANTE EL PRIMER OBSTÁCULO DE LOS MUCHOSQUE INTERRUMPÍAN UNA LARGA JORNADA. LA INCAPA-CIDAD PARA SOBREPASARLOS EXPLICABA EL QUE AHORA,A LOS TRECE AÑOS DE EDAD, SE ENCONTRASE ALLÍ, DE-TENIDO, CERCADO, DERROTADO POR UN SINO QUE LO

HABÍA MANEJADO DESDE QUE TENÍA USO DE RAZÓNY DECUYA MANIFESTACIÓN PRIMERA HABÍA SIDO ESE DESBOR-DADO, ABOMINABLE EMPLEO DE LA MEMORIA CON QUE

HABÍA LOGRADO HACER QUE SUS PADRES Y CORRELIGIO-NARIOS LO CONFUNDIESEN CON EL PORTADOR DEL MI-LAGRO. (EL NÚMERO DE VERSÍCULOS MONÓTONAMENTERECITADOS ERA PARA SU MADRE MOTIVO DE UN SIEMPRERENOVADO ASOMBRO.) PERO LA RAÍZ DE SU ORGULLO

7

Page 9: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

PERSONAL NO ESTRIBABA EN EL AMPLIO CONOCIMIENTOQUE PODÍA OSTENTAR DE LAS ESCRITURAS, SINO EN EL

CÚMULO DE ORACIONES Y PLEGARIAS PROHIBIDAS, CUYOARDUO APRENDIZAJE SUS PADRES IGNORABAN,Y EN ELACERVO DE RENCORY DE CONTENIDA VIOLENCIA QUE

SUPO OCULTAR BAJO LA MÁSCARA DE UNA MIRADA SU-MISAY DE UNA SONRISA UN TANTO SERVIL CUYA BON-

DAD SE HUBIESE JUZGADO ABORRECIBLE PONER ENDUDA.

Y no era del todo errado pensar que algo se habíasacudido en él ante aquella borrosa fotografía con-templada en una deteriorada página de periódico,cuyas palabras impresas no le transmitían ya men-saje alguno, pero en la que se aplicaba hechizado yabsorto para inspeccionar una boca abierta, dondedientes como granos de mazorca se erigían y acen-tuaban un gesto de impotencia, y también unos fu-siles que apuntaban al cuerpo de la mujer que poseíaesa boca, y, además, un pequeño bulto sostenido porlos brazos exangües, marchitos, de la mujer porta-dora de esa estúpida boca delirante, en que se exhi-bían sin recato alguno, despiadadamente, unosgranos de maíz implorantes y una lengua aguda, es-téril, paralizada ante la perspectiva de aquellos ne-gros cañones de acero que la apuntaban y cuyovómito de fuego le haría arrojar aquel bulto arrebu-jado en su manta, que seguramente sollozaría alcaer, con un llanto amargado y estridente, para des-pués permanecer ya inmóvil, sin que el menor ge-mido denunciara su existencia, en la espera de queuna bota llegase a oprimirlo y el casco de un caballoenloquecido por el humo y el crepitar del fuego lopenetrara para teñirse de un color guinda violento yespeso que el polvo inmediatamente convertiría,

8

Page 10: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

para deleite de las moscas, en una costra áspera yviscosa.Un grupo de imágenes sueltas confusas buscaban

dura, torpe, empecinadamente, el camino que lasllevara al exterior, logrando tan sólo producir un es-tupor imbécil, una rapaz perplejidad dentro deaquella amorfa mole de carne incolora en cuyo inte-rior uno se imaginaría que los huesos se manteníanflotando sin orden ni concierto en un líquido espeso(imposible pensar en sangre, sino en un agua pon-zoñosa y repugnante), sin que a sus ojos lograratrasminarse algo distinto de su habitual idiotez;pleno de incomprensión y temor ante aquel mundode bocas violentas y agitadas que de vez en vez, anteun estímulo externo, lograba fugazmente vislum-brar, de gentes en desbandada, de cascos de caballosen que la sangre, la carne y la sangre de sus herma-nos se adherían para prestarle ese color rojizo queobsesivamente lo atormentaría en los días que suce-dieron al desastre. (El mundo comenzó a tomar uncolor carmesí y la desolación, el horror y los gritosestridentes que precedieron a su noche, se hicieronacompañar siempre por las más trepidantes tonali-dades del púrpura). Cuando aún no lo intentaba ensu presente morada y vivía en una choza mínima detechos y pajas, al cuidado de una sucia y ancianamujeruca que lloraba con la misma frecuencia conque le pasaba una mano descarnada y áspera por elcabello, insistiendo en su invitación a dormir, acomer, hasta hacerse entender, pues para entoncesél comenzaba a no comprender, a perderse en un la-berinto intrincadísimo en el cual se sabía vivir a lavez el papel de mosca y el de araña; sin lograr si-quiera transmitir la urgencia de un consuelo que nole podían prestar las lágrimas y caricias de la vieja,

9

Page 11: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

sino que tenía que provenir delVerbomismo, transfe-rido y reflejado por Él a la conciencia de alguno de sussiervos, aunque sería necesario que le repitieran una ymil veces cada frase (no obstante que en un tiempo,un entonces apenas pasado inmediato o un presenteque no acababa de desvanecerse del todo, él habíasabido de memoria más salmos que cualquier otrapersona en la comunidad, además de infinidad deoraciones del credo que no era el suyo ni el de suspadres, sino el de aquellos que habían logrado su ex-pulsión de las escuelas, de las madres de sus compa-ñeros que con turbias palabras lo arrojaban de suscasas, y el de los hombres y mujeres que una nochede octubre impelidos por la demencia, el calor, la ur-gencia de imponer sobre el suelo que pisaban unaley y un castigo que estuviese más cerca de sus con-vicciones y protegieran lo que ellos consideraban susderechos, y posiblemente por una buena dosis deaguardiente, habían dado cauce a sus pasiones, con-jugándose con él y su ilimitado rencor para procedera que aquel pequeño grupo que envenenaba con suscánticos de perdición y su soberbia humilde el airede San Rafael expiara sus pecados). Él, que usufruc-tuó una memoria prodigiosa, él, que sabía idear losmás sutiles ropajes con que revestir la humillación yla perfidia, se daba cuenta de que los datos más sen-cillos se le escapaban velozmente, de que algo en élnegábase a retener los elementos que la realidad leofrecía, y antes de entrar en esa noche total que pre-sentía le estaba destinada y suponía próxima, nece-sitaba la caricia, no la que entregaba ese mimo delas manos que se le ensortijaban en el cabello, sinouna que debía provenir de la voz, una voz que al-guien (que cualquiera) emitiese y lograra persuadirlo(la noche avanzaba con una celeridad que no podía,

10

Page 12: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

o él no quería, o sencillamente no le importaba, dis-minuir), de que el único culpable, por ser Él no se lepodía llamar culpable, era el Señor. Pero el relám-pago de gracia de la palabra redentora, no apareciójamás, a no ser en su propia boca,mascullando haciaadentro, sin despegar apenas los labios, constituyén-dolo en actor y escucha a la vez para que si se pro-dujera el error fuese únicamente él quien pudieseadvertirlo, pues ni aun entonces lo abandonó el or-gullo, y no se hubiera perdonado —aunque el per-dón y la soberbia y en última instancia el mismopreponderante orgullo, pudiesen en tales circuns-tancias, frente a la sangre derramada y el llanto delos suyos, y la ira que su acto desencadenara, y lascenizas de las paredes violentas por el rencor deAquel que está desde siempre y para siempre en lasalturas, parecen pueriles— ninguna equivocaciónquemancillara a los ojos de los demás, su reputaciónde precoz genialidad.Así, prefirió no hablar, mantener ese mutismo

alerta en la espera del mensaje furtivo que le otorga-ría la redención y el perdón.Posiblemente ese desesperado acecho a al espe-

ranza fue el que dilató su agonía y retardó su ingresoal mundo de las sombras, en el cual ahora, casiinerte, yacía bovinamente frente a las imágenessueltas que arrojaba un diario y que pugnaban porintroducírsele y proporcionarle el hilo con que atarunos recuerdos borrosos de los cuales, de la mismamanera que había olvidado qué efecto correspondíaa qué causa, qué momento era fatal e ineludible deotro, tampoco llegaba a distinguir si debían produ-cirle alegría o temor.Aun en el instante en que lo re-cogieron de en medio de la calle aquella medianoche maldecida en que arrastrado por un frenesí

11

Page 13: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

que le relampagueaba en la boca del estómago, enel corazón, en el cerebro, en las entrañas todas, vo-ciferaba injurias a los suyos y clamaba a los otros ylos urgía para que hicieran correr la sangre hasta quelos crímenes cometidos contra la fe hubiesen sidoeternamente lavados, hasta que la purificación secumpliera, él ya no podía reconstruir del todo los he-chos; cuando de la sangre y las cenizas y las llamasa través de las cuales había creído distinguir la miradatremenda de su madre lo vieron rescatar los fuertesbrazos de un hombre que lo entregó a otros brazos,que lo depositaron en otros, que a su vez transmi-tiendo a otros la encomienda, para venir al fin a in-terrumpirse la cadena en la casucha miserable de lasorillas de San Rafael, donde una mujer sucia y triste,tan sucia como los tablones de su mezquino jacal,cuya tristeza la asemejaba a su árida parcela, le pa-saba una mano por los cabellos, mientras sus ojossecos y hundidos lo miraban sin amor y su voz, enlugar de emitir el perdón, lo instaba a menesteres deun contenido moral nulo, tales como el comer, eldormir, el tratar de cortar los sutiles hilos de la me-moria, ¡como si aquello fuese tan sencillo, que unosólo necesitase proponérselo para que una vida,años enteros con sus meses, sus semanas, sus días ysus horas entregados a la excitación y al logro de unaidea que con fijeza le obedecía, quedasen total y de-finitivamente borrados! Porque no era solamente unacto, el de la delación, el que había necesariamenteque olvidar para quedar en paz con uno mismo (unmomento que en sí a la gente podría parecerlemonstruoso, porque no lo relacionaba con la ideaabsoluta de la Gloria de Dios, frente a la cual todapequeñez humana venía a resultar insignificante,banal), sino un conjunto infinito y complejo de mo-

12

Page 14: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

mentos casados entre sí, que surgía desde el instantemismo en que nacía su conciencia, ya que el germenhabitaba en él desde un principio, desde que trata-ron de introducirlo a los elementos de la fe, e ilumi-nado puso en duda, y ya para siempre, no sólo sugrandeza sino también su veracidad. Así, cuandomás tarde, llegado el momento de asistir a la escuela,sus compañeros comenzaron a señalarlo y hacerlovíctima de tan inimaginable variedad de injurias queel propio director, llegándolo a considerar como lafuente del desorden, se negó a tenerlo más en laescuela, no les guardó rencor, ya que por el contra-rio cualquier otra actitud más conciliadora o frater-nal le hubiese parecido de una tibieza repulsiva, ydespués, cuando la palabra persecución aplicada alos otros (a los hasta entonces sujetos activos de todarelación en que tal término entrara en juego) adqui-rió un sentido palpable e inequívoco, y aquellos queantes lo repudiaron sentían el temor y la humillaciónde ser vigilados, y los templos ofrendados al cultofueron convertidos en cuarteles o simplemente ce-rrados, y los santísimos corazones de Jesús se retira-ron a los escondrijos y ahuyentados, y algunosmuñecos grotescos se les vistió con sotanas y casu-llas para exhibirlos desvergonzadamente a la mofapública, y el escarnio se ciñó sobre iglesias y santua-rios, y las viejas chillaron en la plazas y mercados, ylas actividades de su padre crecieron intempestiva-mente, y sus visitas a celebrar el servicio en los pue-blos vecinos, Peñuela,Amatlán, Coscomatepec, SanRafael, con la complicidad de las autoridades y losojos acechantes de los fieles del culto perseguido, yla cárcel y el paredón fueron la diaria ración del dolory sacrificio para un clero que él veía demasiado su-miso y abnegado, y frente a él y su pretendido can-

13

Page 15: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

dor recayó lo más acerbo que guardaban las miradas,y que les escupió y vejó por considerarlo enemigode Dios, cuando en verdad era un instrumento, sufórmula de castigo, su flamígera espada, el ángelportador de su venganza, sintió deseos de confesarsu amor, decantado a través de tantos años de alma-cenaje clandestino, por el credo en desgracia, peroel sentimiento de que ello hubiese sido obrar conalocada precipitación lo detuvo justo a tiempo; teníaque soportar la máscara hasta que el momento se-ñalado se acercara; seguro, confiado en resultar in-victo sobre el temor o el remordimiento que talacción pudiera producirle, pues no contaba entoncessobre su conciencia la abrumadora dolencia queproduce la duda; y fue por eso, por no estar mástarde seguro de la bondad de un acto cuya consu-mación había propiciado, que exigía (sin que nadierespondiera a su ardorosa súplica), aunque fuesesólo en murmullos, la palabra redentora. Sumido enel fuego de su duda, atenazado por la brasa que loconsumió hasta su entrada en las tinieblas, dondepaulatinamente elmiedo, la duda, los colores, las imá-genes fueron diluyéndose, borrándose, hasta dejar es-capar el recuerdo siniestro de aquel tiempo deexcitación y cólera en que una tarde, con las entrañasincendiadas y la orina paralizada en los riñones es-cribió con su letra firme de colegial aplicado, a lapersona a quien convenía, unos renglones dondehacía constar que habían sido los suyos los que de-nunciaron a las autoridades el escondite del padreCrespo (a quien apenas capturado habían colgadode un árbol en la alameda), y al día siguiente la casafue seleccionada con gran cuidado y el servicio reli-gioso hubo de hacerse más en secreto que nuncaporque su padre sentía que el clima era propicio a

14

Page 16: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

los desórdenes, y él pudo comprobar que su cartahabía surtido efecto, y ellos aparecían en la boca yen la conciencia de todos como los victimarios delsacerdote ahorcado.Después, cuando aún podía ha-cerlo, recordó que esa noche había dado voces en lacalle, pidiendo que prendieran fuego a la casa de Se-rafín Naranjo donde su padre celebraba el servicio, yhabían llegado unos con fusiles, otros con antorchasy otros con piedras, y otros con nada, con sólo unaboca vociferante y recios puños, dispuestos a quenadie saliera de la casa, en tanto que él, con voz que lapasión le había vuelto poderosa y que sobresalía deentre el rugido general, clamaba justicia para los sa-cerdotes asesinados, de cuyo martirio, juraba, eranresponsables esas casi veinte personas reunidas paraentonar en voz baja sus cánticos y plegarias.Y luegoya todo se volvió fuego, que de las antorchas pasó alas paredes y que convirtió los ojos de los hombresen un espejo cobrizo del incendio, y tres señores ru-bios, de pesadas botas, dispararon sus fusiles contralas puertas cuando los fieles intentaban escapar delhumo y de las llamas, y la multitud crecía y el odiose agigantaba, se reforzaba, corría fraternalmente deuna mano a otra, de una boca a la siguiente, y unamujer, tal vez Ignacia, desesperadamente intentósalir con un pequeño bulto que lloraba entre susmanos, y se oyó una descarga y el bulto cayó y unode los tres hombres rubios al correr lo aplastó, y uncaballo de pronto ya tenía un casco rojo,mientras él,desde la acera de enfrente, hincadas las rodillas, enlas duras baldosas, inmutable al estruendo que locercaba, pedía que el Señor reforzara el castigo a losimpíos, rogaba que el fuego los cubriera, cuando lacara de su madre emergió de entre una ventana enllamas y una piedra la golpeó en la frente y su mi-

15

Page 17: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

rada se fijó aterrorizada en él, que exaltado acogíacon unción profunda la agonía de los pecadores, lapurificación del pueblo. Presenció todavía el de-rrumbe de los techos y sintió la ceniza quemante enla cara y aspiró con horrorizado deleite el vaho queaquel hacinamiento de escombros humeantes y cuer-pos carbonizados desprendía, y ya no pudo ver másporque el hombre le arrebató de su delirio y luego dehacerle rodar por varias manos, ásperas y extrañas,fue depositado en la choza de una anciana mente-cata en donde la comunicación con el Señor se inte-rrumpió del todo, y de allí lo habían conducido aaquel edificio en una de cuyas bancas yacía ahora,contemplando embelesado la fotografía borrosa deun viejo periódico, sin siquiera saber el porqué, gol-peando con furia a la celadora cada vez que inten-taba quitárselo, sumido en una nada total a la queobstinadamente trataba de incorporar esa boca an-helante que veía enfrentarse a un fusil.

México, 1958

ÌCARO

Para Roberto Echavarren

El narrador ha visto esa tarde, en una sesión delFestival Cinematográfico de Venecia, un film ja-ponés que revela, de un modo en apariencia in-equívoco, aunque la acción transcurra en Japón(y un episodio esté situado en Macao), la vida de

16

Page 18: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

un amigo muerto unos años atrás en condicionesextrañas en una pequeña ciudad de la costaMontenegro. Ha caminado, conmovido, durantevarias horas, ha vuelto a su hotel, ha telefoneadoaMéxico, ha conversado con su mujer, pero nadalogra disipar la perturbación que la escena final leprodujo.

Todo tiende a asegurarle la tranquilidad, el buen re-poso. Manos competentes, ojos previsores, mentesexclusivamente destinadas a imaginar sus exigenciasy deseos y a procurar satisfacérselos, se han esfor-zado en crear aquel ambiente, tan necesario en losmomentos en que una reafirmación se vuelve indis-pensable. El teléfono a la mano; las cortinas de bro-cado espeso; la rugosa colcha de cretona con rayasde un verde suave que combina con otro aún mássuave, imperceptible casi; una reproducción deGuardi, otra de Carpaccio.Algún broche de cromo oaluminio inteligentemente entreverado entre losmuebles oscuros. Todo en la medida necesaria pararecordarle al turista que no está solo, que no se haderrumbado en otra época, que el Carpaccio y elGuardi y el falso brocado que cubre los muros sonexclusivamente atmósfera, que continúa inmerso ensu siglo, que una de las puertas conduce a un bañodonde brilla el azulejo, el plástico, los metales cro-mados. Hacerle saber, en fin, que basta oprimir unbotón para que surja un camarero y minutos des-pués, sobre una mesa, aparezca el whisky, el hielo ytambién, si uno lo desea, un buen rizzotto de pesce,la cassatta, el café.Carlos hablaba con frecuencia de las ventajas que

podía proporcionar la vida en un hotel. En realidad,

17

Page 19: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

buena parte de su existencia transcurrió en ellos; co-nocía toda la gama, desde ese tipo de hoteles hastalas casas de huéspedes más inmundas, cuartos dealquiler de aspecto y hedor inenarrables. ¡A sabercómo sería aquel sitio en que pasó sus últimos días!En la película aparecía un viejo caserón demadera

de dos plantas. En el piso de arriba se hallaban loscuartos. Habitaciones rectangulares con seis o sietecamastros. Abajo, una sala de té donde se reunía lalocalidad a comentar las noticias, a jugar a las cartas,a matar el tiempo. Llueve sin interrupción. La lluviatorrencial forma, como a Rashomón, cortinas sólidas,grises, densas, que no sólo incomunican a las per-sonas sino a los objetos mismos. El hotel está casivacío. No es temporada. En su cuarto es el únicohuésped. La humedad y el frío lo torturan, lo hacensentir permanentemente enfermo. Ha llamado va-rias veces a la encargada para mostrarle las dos go-teras del techo, pero la vieja se conforma con gruñiry no tomar medida alguna. Termina por poner unrecipiente de lámina bajo una y bajo la otra una to-alla; cada cierto tiempo debe levantarse para exprimirla toalla por la ventana.Recoge lasmantas de las otrascamas para cubrirse. Sus días transcurren en una neu-rastenia casi intermitente. Se pasa horas enteras en lacama, acurrucado bajo la montaña de cobijas, pen-sando sólo en el frío que le atiere las manos. Su ima-gen es la de un animal enfermo, por momentosgime suavemente: un animal que se recoge paramorir.Y sabe que apenas ha empezado el invierno,que deberá resistir esa canallada de la naturaleza du-rante largos meses y que los peores aún no se pre-sentan. Abre un bote; mastica unas galletas untadascon algo parecido a una pasta de pescado que hu-medece en un vaso. Hace movimientos de gimnasia

18

Page 20: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

para tratar de entrar en calor; a veces toma su libretay baja a la sala de té. Los tres o cuatro campesinosque acuden al lugar apenas hablan; el frío y la pe-numbra los reconcentran, los aíslan.Tiene la preocu-pación de esquivar a la otra inquilina de la pensióny a su nieto; en días pasados se había sentado a tejera su lado para espetarle un discurso nauseabundosobre sus padecimientos: diarreas, resfriados, pun-ciones, los nervios, el hígado, la pus que no cesa, in-yecciones, lavativas, baños de azufre. Por la ventanase ve sólo el manto gris de la lluvia. La cámara haceprodigios para recrear ese mundo de oscuridad enque de golpe hay uno que otro destello luminoso:las gotas que rebotan en la acera como balas en unasuperficie metálica, el viejo desvencijado automóviloscuro que cruza el pueblo en medio de un de-rrumbe de cielos.Tras el auto, el poeta menesteroso,envuelto en un abrigo harapiento que le llega a lospies, se abre paso a la carrera; agita los brazos comosi luchara contra la misma sustancia espesa de lavida. En una mesa, cerca de una estufa de hierro,cuyo calor a nadie parece llegar a beneficiar, el obesoprotagonista (¡qué lejos ya del atildado joven de lasescenas de pasión deMacao!), intenta trazar, con des-gana, algunos signos en su cuaderno. Las ideas nofluyen. Escribe unas frases, las tacha; el plumón co-mienza a bailar, a titubear, traza líneas, dibuja flores,perfiles de mujer, números, vuelve a detenerse; reco-mienza la tarea de esbozar aquel párrafo que con tan-tas dificultades parece avanzar. Arranca al fin lapágina, la estruja y la tira. Pide una botella de licor yllena un vaso. En ese momento irrumpe en el local,empapado, tembloroso, el viejo bardo.Es evidente que el modo de manejar la luz en-

traña una intención simbólica. La atmósfera psicoló-

19

Page 21: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

gica, al menos, se concentra o se distiende con suayuda. En las primeras escenas, las de la juventud,la claridad es radiante y va en aumento hasta la partede Macao donde la luminosidad se vuelve a mo-mentos intolerable.Todo contribuye a ello, no sólo elsol siempre a plomo sobre los personajes; los trajesclaros y vaporosos de la bellísima actriz que repro-duce a Paz Naranjo, los sombreros de paja de los jó-venes, los toldos color crema de los cafés al aire libre.—Ciega esta luz—dice en el momento de embar-

carse.Luego, la luz disminuye gradualmente hasta des-

aparecer casi del todo en las últimas escenas: laaldea de pescadores donde se ha terminado por re-fugiar el protagonista. El sol, las pocas veces queaparece, es como su triste parodia. No hay sino nie-bla, lluvia y frío: una grisura que cae del cielo, man-cha los plafones, se filtra por las paredes. Aun en lasala de té parece flotar una nube húmeda que rodeaa los escasos parroquianos.Algo recuerda de la última carta. ¿La conservará

todavía en México, entre sus papeles? Era una cartalarga, quejumbrosa, irritante. Hablaba de la melan-colía que se había apoderado de aquella diminutaciudad tan pronto como el otoño comenzó a darpaso al invierno, de la oscuridad y la lluvia y la faltade incentivos, de la carencia de personas con quie-nes conversar. De su encuentro reciente con unviejo poeta desdentado de barba rala y larga quehabía preferido la soledad de un escondrijo en lamontaña; su único compañero, no de paseos porqueel tiempo ya no se los permitía (“el pinche frío hasentado la garra en éste, que hasta hace una semanaparecía un inmutable paraíso solar al margen de lasleyes climáticas. De repente una helazón bestial co-

20

Page 22: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

menzó a bajar de la montaña a la hora del crepús-culo…”), sino de copas, de taberna.Por más que ha intentado pasear, perderse, des-

potricar a sus compañeros, ser absorbidos por la ciu-dad, leer un poco, dormir, pensar en la conversacióntelefónica con Emily, la película lo tiene por enteroposeído; le ha avivado su mala conciencia. Piensaque él y otros amigos debieron haberlo obligado avolver a México, enviarle un pasaje, meterlo en unaclínica de desintoxicación si era eso lo que necesi-taba; en fin, algo seguramente se hubiera podidohacer, cualquier cosa, menos dejarlo morir en aquelpueblo perdido, olvidado por todos. Es imprescindi-ble que concierte un encuentro con Hayashi, el di-rector japonés, que le informe cómo pudo enterarsede aquellas circunstancias finales; decirle, a pesar deque no va a creerle (como buen oriental fingirá quesí, sonreirá cortésmente, pero sin ocultar del todouna expresión de tedio) hasta que él no comience adarles nombres y detalles, tendrá que decirle que nosólo fue amigo de Carlos, sino que es el original deese muchacho un tanto absurdo, el joven ofuscadoque aparece en un pasaje de la película, el que poruna noche, por poquísimas horas de una noche, fueel amante real de una mujer real que vivía ahora, sies que aún vivía, decrépita, maniática, empecinadaen su rencor por Carlos, recluida en una clínica delujo de las proximidades de Londres. Que por favorle diga si la muerte de Charlie, de cuyas circunstan-cias nadie logró enterarse, fue tal como la describeen su película.Añadirá (¡si tuviere a la mano aquellacarta para poder mostrársela!) que estaba enteradode la existencia del viejo harapiento que abandonóla gloria literaria para refugiarse en una choza en lasmontañas, que por favor le explique cómo fueronsus últimas semanas en las Bocas de Kotor.

21

Page 23: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

Porque en la película, después del primer encuen-tro de los dos hombres de letras, las visitas se repiten,siempre en la taberna, junto a una ventana, no lejosde la chimenea, desde donde contemplan la lluvia.La primera vez el poeta se dirigió hacia la estufa, de-jando a su paso un arroyo. Se sentó en la mesa de allado del protagonista, el supuesto Carlos.Cambian unas cuantas palabras; algo los lleva a

identificarse como escritores; hablan un poco de li-teratura, muchos de los pros y contras del lugar, delpaisaje y también de sus sueños, aspiraciones y pro-yectos. Parecen dos muchachos decididos a conquis-tar y transformar el mundo, el arte, la literatura, ¡lavida, nada menos! (non jef t’es pas tout seul!). Entre-chocan los vasos con frecuencia; se saben hermanos,cofrades, aedas incomprendidos por los tiempos quecorren; en un momento maldicen a su época y al si-guiente la califican de extraordinaria, germinal, dealgo que está por llegar. Una época grandiosa apesar de la fatiga y el desaliento que sabía producir.Y un día le confía que se encuentra en dificulta-

des; le habla de su miseria, del cheque que no llega.La patrona lo ha amenazado con incautarle el equi-paje y expulsarlo del hotel; no sabe qué hacer, no lequeda dinero ni para poner un telegrama. Desearíavender algunas prendas de ropa, pero no conoce anadie en el lugar. El poeta le asegura que no obten-drá gran cosa por los trajes; por el reloj, en cambio,podrían darle una buena suma. Pero él se resiste; seexcusa diciendo que es un antiguo regalo; además,no saber la hora le hace sentir mal, le produce ma-reos, náuseas. El poeta insiste. Le asegura que con-seguirá el dinero en menos de media hora. Por finse desprende del reloj. Luego espera, víctima de lamayor postración nerviosa. Está seguro de que otra

22

Page 24: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

vez lo han timado, que esa noche lo echarán de lapensión; el reloj era lo único con lo que contaba paraque algún chofer lo devolviera a la civilización;cuando regresa el otro con el dinero apenas lo puedecreer. Llaman a la patrona, paga la cuenta; le sobrantodavía unas monedas. Piden una botella de licor;luego otra. Se emborrachan. El protagonista escuchacómo aquel viejo desdentado, sucio, desaliñadohasta lo imposible, que no ha dejado, ni siquiera enlos momentos de mayor fraternidad, de producirlecierta repulsión (pues en cierto modo es como versereproducido en un espejo que le obsequia una ima-gen futura, una imagen que casi le pisa los talones),le confecciona con gran locuacidad y un enorme des-pliegue de muecas, de carcajadas que dejan al des-nudo las encías, los restos de dientes putrefactos, conguiños que ponen todo el rostro en movimientohasta formar un crucigrama de arrugas, suciedad ypelos, un porvenir despojado de preocupaciones eco-nómicas. Lo oye, al principio, con asombro, luego conun tembloroso deseo de participación, al final con en-tusiasmo, narrar sus experiencias en aquella cabañadonde escribe cuando le viene en gana, sin preocu-paciones de ninguna especie, y de la que muy detarde en tarde bajaba al pueblo para comprar algúnperiódico, aunque ahora lo hacía más a menudopara conversar con él, pues no era frecuente encon-trarse en esos tiempos con gente de la ciudad,muchomenos de su categoría, y lo invita a compartircon él su casa. Allí conocerá la calma que buscaba ypodrá terminar esa novela de la que en varias oca-siones le ha hablado.Siguen bebiendo.Luego, tambaleantes, con pasos inseguros, suben

al cuarto. Con la ayuda del poeta recoge sus cosas y

23

Page 25: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

las guarda en la maleta. Meten la ropa revuelta, endesorden, las latas de alimentos, un par de zapatos delona; ponen los libros, las carpetas y los papeles dis-persos por el cuarto en una cesta que cubren con pe-riódicos. Después, bajo una lluvia fina, en medio dela oscuridad, caminan por la larga y estrecha calleprincipal (la única) del pueblo, al lado del mar. Co-mienzan a ascender la montaña por una vereda em-pedrada. La lluvia los ciega a momentos; caen decuando en cuando, maldicen estrepitosamente, sedetienen a tomar aliento. La botella pasa de mano amano con cierta regularidad. Ambos, él sobre todo,están del todo ebrios. Siguen caminando. Al finalaparece el reducto de su amigo, unas grandes peñasmal arracimadas, como gajos desprendidos de lamisma montaña, cubiertas con un techo de paja. Elpoeta empuja la puerta y lo invita a pasar. En esemomento, fulminado, se da cuenta de todo. Contem-pla el montón de paja húmeda que compartirán esanoche, los restos de una fogata, el suelo de tierra em-papada. Advierte, con indecible horror, que la vida halogrado aprehenderlo, que le ha dado cuerda durantevarios años, reduciéndole cada vez más el cordel.Sabe que aquel vejete inmundo ha sido el cebo quelo condujo a la trampa, que el mundo ha logrado porfin desembarazarse de él, ponerle, ¡y con qué rigor!,los puntos sobre las íes, excluirlo definitivamente.Sabe que no podrá vivir en aquella pocilga, pero quetampoco le permitirán volver al hotel, que ha tras-cendido esa etapa. La modesta pensión es ya para éltan inaccesible como los restaurantes de Tokio, elhermoso jardín de su casa enMacao, sus cuadros, subuen sastre, el champaña. Sabe que a partir del díasiguiente deberá buscar ramas secas para calentarse,que se ha convertido en el criado del poeta. De vez

24

Page 26: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

en cuando bajará al pueblo a mendigar y comprarvíveres y alcohol. Para la gente del lugar no será sinoun loco más.También a él se le pudrirán los dientes.Sale de la cabaña, comienza a correr, equivoca elsendero. La lluvia se ha vuelto, otra vez torrencial.Corre al lado del acantilado, resbala, emite un gritobreve,más bien un gemido. La cesta queda flotandosobre el agua. Ícaro ha vuelto a hundirse en el mar.En la cabaña, entretanto, el poeta hurga en la maleta.Se prueba con júbilo los pantalones, las camisas, unsuéter; olfatea con deleite la bolsa de tabaco.Por un momento el recuerdo de aquella escena le

hace sentir la necesidad, la urgencia de volver a oírla voz de Emily. Está a punto de pedir otra llamadaa México. Pero después de un momento de incerti-dumbre resuelve que sería insensato llamar por se-gunda vez, daría una falsa impresión. Lo mejor,pues, será acostarse, tratar de leer un poco, tomar unluminal, dormirse a buena hora. El día siguienteserá, puede asegurarlo, atroz. Tiene la agenda co-pada de compromisos de la mañana a la noche. Nisiquiera podrá hablarle a Hayashi. Será mejor dejarlopara otro día. A fin de cuentas, ¿qué importanciapodía tener el enterarse de algún nuevo detallesobre la muerte de Carlos? Oprimió el botón de lalámpara. El paisaje de Guardi, las rameras de Carpac-cio, los brocados,TheTowers ofTrebizond sobre lamesade noche, el teléfono, fueron absorbidos por la oscu-ridad. Está exhausto. Mete una mano bajo la almo-hada y de inmediato se sume en un sueño que borratoda la fatiga, el estupor, la culpa o el rencor queaquel abigarrado día le había producido.

Sutomore, noviembre de 1968

25

Page 27: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

MEPHISTO-WALTZER

No le gusta Liszt porque no comprende que el amor es toda retó-rica y sólo así tiene una hondura no vegetativa.

José Donoso

Al abrir el bolso de mano para buscar sus cremas, lapijama de seda azul que su hermana Beatriz le com-pró en la India y en cuyo interior tan a gusto se sen-tía, las pantuflas y el frasco de somníferos, cayó a suspies la revista (¡habría podido jurar que la teníaguardada en la maleta negra!) para nuevamente per-turbarla y hacerle difícil ya el reposo.Volvió a pensaren la coincidencia que hizo que esa misma mañana,cuando trataba por enésima vez de persuadir a Beatrizdel desgaste de su vida matrimonial y de la certi-dumbre de que Guillermo opinase lo mismo, e insis-tía en que esa tregua les había hecho conocer elsobrio placer de vivir separados, llegara su cuñado aentregarle la revista donde aparecía ese Mephisto-Waltzer que oblicuamente parecía corroborar sus argu-mentos y de cuyo eco no había logrado desprendersetodo el día.Había pensado no volver a leerlo sino hasta que

estuviera debidamente instalada en su casa, despuésdel baño, el desayuno y un poco de reposo. Pero¿cómo resistir la tentación cuando la revista habíavuelto a caer en sus manos? Así que una vez tendidaen la litera, el pelo cepillado, envuelta en su queridopijama azul, el sedante ingerido, volvió a leerlo, y esarelectura ya no sólo lamolestó sino que le produjo unaangustia desmedida cuando entre el chirrido reiteradode las ruedas reencontró la voz deGuillermo, su ritmoy su dicción, el jadeo respiratorio, y llegó hasta a per-cibir las pausas producidas por la aspiración o ex-

26

Page 28: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

pulsión del humo de un cigarrillo. Lo leyó sin inte-rrupciones; era un texto muy breve. Una mezcla decólera y despecho se le fue acercando para insinuarleque asida a esos sentimientos ásperos podría esca-par de la angustia.Volvió a repetirse que lo naturalhubiera sido recibir ese cuento, para, como siempre,ser ella quien lo pasara a la redacción; hasta donderecuerda, en los años que llevaban de conocerse, aunantes del matrimonio, cuando eran ese par de estu-diantes alegres y un tanto truculentos que asistían ala Facultad de Filosofía que a ella tanto le gusta evo-car, él no había publicado nada que antes no hubierasido leído por ella, comentado y discutido por ella.Y, era posible que enViena él hubiese llegado a lasmismas conclusiones que esa mañana había tratadode hacerle comprender a su hermana, y que la publi-cación de ese“Vals”, sin advertencia alguna fuera elmodo de anunciárselo. ¿Un desafío?Tal vez no, sinouna manera cortés de indicarle que entre ellos lascosas eran ya de otra manera.Todos los agravios rumiados en casa de su her-

mana (a los que ésta pareció no conceder la menorimportancia) durante la semana pasada enVeracruzvolvieron a hacérsele presentes.A la segunda lecturala sensación de derrumbe fue más aguda. Algo queexistía en el trasfondo del relato, la meditación finalen torno a una serie de pequeños núcleos dramáti-cos que habían estado a punto de cristalizar, de des-arrollar sus propias leyes, de convertirse al fin enforma: mínimas historias nutridas en los más ram-pantes lugares comunes de un decadentismo de finde siglo, sedientas de ripios y oropeles (las torneadasformas de una mujer a quien sus desórdenes con-ducen a la muerte, el ritual suministro del veneno, elatractivo criminal de la música, por ejemplo), sí, esa

27

Page 29: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

meditación que, como posfacio de un auténticodrama vislumbrado al azar, no era sino la evidenciadel desinterés de Guillermo por la realidad en la queella se afirmaba, la hizo pensar que en las conversa-ciones con Beatriz no había sabido, o tal vez, ¿porqué no?, no había querido llegar a fondo y por lomismo había resultado con tanta facilidad refutaday merecido justamente los calificativos de incohe-rente, caprichosa y superficial, por temor a enfren-tarse de verdad a una situación que le era casiimposible explicar. Tal vez su hermana tenía razóncuando afirmaba que lo único que les ocurría erahaber dejado atrás la edad en que iniciar el día, cual-quier día, podía tener un carácter de juego, de aven-tura excepcional, lo que ella aceptaba con la mayornaturalidad, pero que Guillermo, en cambio, se ne-gaba a admitir.Aquello que quince años atrás le había resultado

atractivo en su marido comenzó a exasperarla de talmodo que a medida que se fue aproximando el findel año sabático empezó a intranquilizarse, a temerel regreso, a repetirse que esa separación había sidonecesaria porque así, sin dolor, sin agobios, habíadescubierto que la exaltación permanente en que élpretendía vivir la amedrentaba y fatigaba, que a sulado no podía dedicarse a su trabajo con la pasiónque la soledad le producía (la monografía sobreAgustín Lazo le había tomado sólo medio año; ¡nisiquiera se atreve a pensar en el tiempo que le habríallevado prepararla estando él a su lado!), y, tal vez,¡pero en ese mismo momento la idea la estremece!,el hecho de que en ninguna de sus cartas hubieraaludido a ese relato significaba que Guillermo habíallegado desde hacía tiempo a la misma conclusión yque se hallaban no a las puertas, como creía, sino en

28

Page 30: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

el interior de la separación definitiva.Una cosa era ha-blar con su hermana sobre esa posibilidad, otra en-frentarse a la evidencia. El corazón comenzó a latirlecon gran desarreglo que tuvo levantarse a tomar otrosedante.Hasta desde el otro lado del océano, ¡lo queera de verdad indecente!, Guillermo lograba produ-cirle esos sobresaltos. Durante quince, diecisiete,veinte años, siempre había ocurrido lo mismo: exi-gencias tácitas pero desmedidas, tensiones cuyacausa había que buscar en el reino de las hipótesis,morosas depresiones que la cargaban de una culpadifusa.Guillermo acostumbraba fechar todo lo que escri-

bía. Por eso pudo saber que el cuento había sido es-crito ocho meses atrás, es decir, al poco tiempo deinstalarse en Viena. No, de eso está muy segura,nunca le había escrito una línea al respecto. Ni si-quiera tenía idea de que se hubiera ocupado de algoque no fuera su ensayo sobre Schnitzler, al que confrecuencia aludía. En una de sus últimas cartas le ha-blaba con entusiasmo de un relato sobre Casanova;insistía en que al leerlo cambiaría de opinión sobreel autor (a quien por otra parte escasamente cono-cía) y dejaría de hacerle reproches por no haber ele-gido como tema a Hoffmansthal (cuya obra,también, fuera de algunos libretos de ópera, desco-nocía por completo, aunque no dejaba de parecerle,por todas las referencias cultas que poseía: la colabo-ración con Strauss, los ensayos de Broch, de Curtius,de Mann, bastante más atractiva).De lo que sí está segura es de que en alguna carta

él aludió al concierto que con toda evidencia fun-damentó el cuento. Lo recuerda porque insistía queera el mismo David Divers a quien había oído enParís cuando dejaba de ser un adolescente prodi-

29

Page 31: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

gioso para convertirse en un músico genial. Su me-moria apresa no tanto el talento como la belleza delmuchacho.Hay en el relato (abre la revista, busca el párrafo

para convencerse de su existencia, y, al comprobarlo,suspira complacida) una referencia pasajera al con-cierto oído por ambos en París después de su matri-monio y comprueba que su abatimiento ha sido talque basta ese mínimo signo para por el momentosentirse homenajeada. El narrador (porque Gui-llermo crea una distancia entre él y su relato a travésde un narrador, mexicano como él, y también comoél residente por un breve periodo enViena) se refiereal concierto en que oyó por primera vez al pianistay recuerda que, en el momento en que se levantópara agradecer los aplausos, su mujer –sí, ella, la quetendida en la litera de un vagón de ferrocarril viajade Veracruz a México y lee una revista literaria– alver las sienes bañadas de sudor del pianista comentó(aunque en el momento en que lee está casi segurade no haber dicho tal cosa) que el efecto de esasgotas que se deslizaban por las sienes y bañaban susmejillas le hacían pensar en el rostro de un jovenfauno que volviera de hacer el amor.Y una vez localizada la cita, comenzó a releer el

cuento desde el inicio y pudo disfrutar de la bellezade ciertas frases, trenzar los hilos, observar que laanécdota, como en casi todo lo que escribía, era unmero pretexto para establecer un tejido de asocia-ciones y reflexiones que explicaban el sentido quepara él revestía el acto mismo de narrar. En sus pri-meros cuentos las asociaciones eran más libres, unsurtidero de imágenes y acontecimientos por lo ge-neral unidos con una sutura muy enterrada y cuyaconexión el lector lograba advertir hasta bien avan-

30

Page 32: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

zada la lectura; en los posteriores, el discurso ser-penteaba por un cauce más lento, más espaciosotambién, donde con deliberación se dejaba sentir eleco de ciertos autores alemanes y sobre todo aus-triacos que lo habían entusiasmado desde sus añosde estudiante. En los últimos tiempos sólo escribíaensayos. De ahí, también su sorpresa ante la apari-ción de ese cuento.Nada de lo que Guillermo ha escrito la ha dejado

satisfecha en una primera lectura. Hay en ella unanecesidad de convertirse, frente a su marido, en abo-gado del diablo, de buscar errores, detectar incon-secuencias, determinar blanduras y adiposidades ensu prosa. Por eso él la estimaba como lectora. Ella,por ejemplo, habría desdibujado la figura de la cata-lana que aparece en una de las historias. Siente allíun exceso de curvas, de redondeces, una figura de-masiado plena que la hace evocar caderas como án-foras y pechos iguales a mascarones de edificios enexceso barrocos. Hay una obsesión de brocados, ter-ciopelos y encajes, de“veronesería”, como exclamóuna vez en un momento de hartura, que siempre lemolesta en sus personajes femeninos, y que ese díapercibe como una manera de combatirla, como unreto a su cabello corto, a sus pechos pequeños, a suscaderas angostas, a su estilo lineal de vestir.El relato posiblemente no sea memorable; su ma-

rido lo abandona en el momento en que a ella máspodía interesarle. ¿Cómo comparar, se dice, ese con-junto de suposiciones que rozan siempre lo paródicocon el drama real del anciano y el pianista que contanta soberbia descarta? El inicio era una especie decrónica musical sobre el concierto de un famoso so-lista en la sala mayor del Conservatorio deViena. Laprimera parte del programa estaba compuesta por

31

Page 33: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

la Sonata en si menor y el Vals Mefisto de Liszt; la se-gunda se integraba exclusivamente con estudios deChopin. El relator describe la Sonata y para ello Gui-llermo debió haber utilizado los datos del programade mano o los había extraído de un libro de popula-rización o de alguna biografía de Liszt, pues por in-creíble que pueda parecer en ese terreno susconocimientos eran nulos y jamás lograba identificarel acorde más simple. Aunque hayan ido duranteaños con regularidad a los conciertos y en apariencia(lo que no sólo imagina posible sino que está con-vencida de que en el fondo es cierto) goce de ellos,la frecuentación y ese placer que le atribuye no lehan afinado de ninguna manera el oído. En ciertaocasión oyeron a Richter tocar en Roma El Carnavalde Schumann gracias a los billetes que por milagroles obsequió una amiga de su madre de paso por laciudad, la cual, después de movilizar a mediomundo, logró conseguir tres entradas a precio deoro, pero en el último momento prefirió ver la pelí-cula de una artista que adoraba, quien según el se-cretario de su marido se le parecía de manerapasmosa. Fueron con Ignazio, y recuerda la ocasióncomo una de las muy raras en todos los años de ca-sados en que no pudo contenerse cuando, con eldesparpajo de un experto, Guillermo declaró queRichter se había definitivamente equivocado enSchumann a pesar de la ovación tributada por esamultitud de ricachos ignorantes, que lo había tocadomilitarmente, casi como si fuera una marcha, que elRomanticismo alemán era otra cosa, que tenía infi-nidad de entretelas que el pianista ni siquiera habíalogrado intuir, y ella que no había salido aún delasombro que le había producido el concierto, le soltóun“por favor, Guillermo, no digas tonterías”que lo

32

Page 34: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

sumió en un silencio resentido y sombrío durante eltiempo que estuvieron en la Trattoria del Trasteverea donde los condujo Ignazio. Fue una situación ex-cepcional. Por lo general él espera que ella dé lapauta, que diga las primeras palabras, las que contie-nen la clave, y entonces, con bastante coherencia, yquizás hasta con brillo, elabora una serie de reflexio-nes sobre el tema. Le divierte, cuando entra en suestudio y la encuentra oyendo un disco; siempre seapresura a preguntar qué es, y si se trata de algo quesería vergonzoso no reconocer (cuando la verdad esque, fuera de la Polonesa, el Emperador, La Primerade Mahler o la Quinta De Beethoven, por lo generalestá perdido) ella responde con tono casual, sin le-vantar apenas los ojos de la máquina de escribir odel libro en que por el momento se sepulta:“¡la Sin-fonía de César Franck, por supuesto!”, o bien,“¡elconcierto para flauta deMozart que tanto te gusta!”,y él hace la finta de concentrarse hasta reconocer talo cual frase melódica que musita en voz muy baja, yluego prosigue satisfecho su tarea y hasta disfrutade la música en los episódicos momentos en que ad-vierte su presencia. Al recordar todo esto, mientraslee lo que escribe sobre la complejidad estructuralde la Sonata en Si menor,“tan combatida en su mo-mento, repudiada hasta por el propio Schumann noobstante ser, según los estudios contemporáneos, elmonumento pianístico más extraordinario de suépoca”, se llena de buena disposición, de afectohacia el ausente.El relator, un joven literato mexicano de nombre

ManuelTorres, llega pues al concierto del solista, queen el cuento en vez de Divers se llama Gunther Prey.Ha conseguido, a saber por obra de qué azar, unasiento de primera fila, a una distancia mínima del

33

Page 35: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

piano. El brillo de la sala, la tiesura del público, supasmo religioso ante la música lo impresionan, perosobre todo la actitud del artista. El joven parecemantener con el piano una relación sanguínea, casiumbilical. A momentos la exacta correspondenciacon su instrumento y con los sonidos que de él ex-trae lo hace parecer casi inhumano. Manuel Torrescomienza a escribir notas en la página en blanco delprograma, pensando que podrán serle de alguna uti-lidad en el futuro.Tiene esa manía. Ha hecho apun-tes en toda clase de papeles, en menús derestaurantes, en facturas de pago, en cuanto papelha caído en sus manos, para casi invariablementeperderlos a los pocos días, a las cuantas horas, aveces en el momento mismo de salir del lugar dondelos ha esbozado.Anota algo sobre la lejanía del pia-nista, el magnetismo que desprende, la sobriedad delos ademanes, la fuerza del mentón, la manera enque los pómulos descienden hasta la boca, se aho-gan en ella para luego renacer en unos labios míni-mos y crueles, lo que hace pensar en un galgo, ungalgo con un toque felino, sí, un galgo que fuera a lavez un gato de Egipto. A ella, que vagamente re-cuerda el rostro descrito, ese dibujo le parece ab-surdo y confuso, la típica maraña en que caen losvarones cuando quieren decir que uno de sus prota-gonistas es hermoso. ¡DichosoTolstoi, se dice, recor-dando una discusión con su cuñada, quien libre detoda inhibición –y de cualquier sospecha—describecon gozosa naturalidad los labios, los dientes o eltalle deVronski!De pronto algo gana la atención deTorres. Es po-

sible que un gesto furtivo del pianista haya dirigidosu mirada hacia un palco situado en el costado de-recho del teatro, casi sobre el escenario. A primera

34

Page 36: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

vista el palco podría parecer vacío, pero si se observacon atención es posible descubrir una figura en elfondo, un hombre sentado del tal manera que sólocuatro o cinco espectadores de la primera fila, élentre ellos, pueden advertir su presencia. Es un ros-tro que le resulta vagamente conocido. Sus ojos si-guen la ejecución del pianista como en un trancehipnótico. Hay algo trágico en la manera en queaquel anciano escucha a Prey tocar el Vals Mefisto.En ese momento aTorres se le desvanece casi la pre-sencia del pianista. Comienza a interrogarse sobreel porqué de la imantación con que las manos errá-ticas del virtuoso atraen esos ojos, con tal fijeza queparecieran desear inmovilizarlas. Anota en el pro-grama:a) un abuelo militar que intenta una reconcilia-

ción con su nieto,b) un maestro a punto de morir que trata de en-

contrar en ese concierto un posible sentido a su vida.Imagina a un abuelo solitario, un militar retirado

que observa cómo su único descendiente produceesa magia que mantiene a quinientas personas reu-nidas, por obra de sus manos, en una órbita al mar-gen de cualquier contingencia. Se opuso con fervora su carrera, creó toda clase de obstáculos hasta lle-gar a la riña violenta que produjo la fuga del joven,más dolorosa para él que la muerte de sus hijos. Alfinal ha vuelto a implorar una reconciliación quetodos, él, el primero, consideraba hasta hacía unoscuantos meses irrealizable, de lo que en cierto mo-mento de la ejecución adquiere total conciencia. Lamirada furtiva del joven, la misma que descubrióTo-rres y que le hizo interesarse en el palco, parece serel inicio de un desafío. Cada acorde delVals se vuelveburlón, sarcástico, escarnecedor. El viejo general

35

Page 37: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

comprende que no hay puente posible, que nuncapodrá perdonarle a su nieto haber descendido a esemundo de juglares, hechiceros y bufones que ofendetodo lo que a él lo sustenta. Hay un violento com-bate de abstracciones, aquellas que se resumen en eluniforme que aún viste para asistir a ciertas ceremo-nias, en las cruces que conmano temblorosa cuelgande su pechera, en el macizo espadín que contemplaalgunas veces con mirada velada y que se oponen alas que inundan el alma de su nieto, las que conferoz virtuosismo le lanza esa noche a la cara. De ahíla expresión burlona y desafiante del muchacho ydel ceño hostil bárbaramente vejado del anciano.Pero aTorres ese drama se le convertiría en la simplehistoria de un conflicto entre generaciones; no co-noce los resortes del alma militar; jamás podría es-cribir desde dentro la historia que pretende; seempantanaría en zonas ignoradas que harían muydifícil a su imaginación ponerse en movimiento.¿Y si fuera un maestro? Un profesor a punto de

caer demolido por el cáncer, que a duras penas se halevantado del camastro en que agoniza y ha salidopara oír por última vez al alumno en quien se sienterealizado, cuyo adiestramiento lo alejó de todo loque en cierto momento le hicieron creer que era im-portante: su carrera personal, la fama, sus otrosalumnos, una esposa, dos sobrinas, y cuya ejecuciónesa noche justifica su vida y le permite esperar sinsobresaltos una muerte que sabe inevitable e inme-diata. Aunque agnóstico, en ese momento implora elmilagro de morir allí, en el palco, antes de escucharla última nota delMefisto. No quiere ya entrevistarsecon su discípulo, lo quemenos se le antoja es conver-sar con él y preguntarle por qué ha acentuado el tonode mofa que parece advertir en la ejecución de la

36

Page 38: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

pieza. Prefiere pensar que es una especie de tributo,de reconfortación; un mensaje que le indica que, en-frentada a la esfera del arte cualquier vida personal, esinsignificante, que Liszt murió y su obra continúa,que morirá también él y después el virtuoso ejecu-tante pero habrá nuevas notas que sorprenderán anuevos oídos; que el amor, las desdichas, el olvidoson meras palabras. Pero el tono de burla se des-borda y en su empeño produce el instante que le re-vela (¡y su estupefacción es entonces inmensa¡) quenada tiene ni ha tenido sentido, ni siquiera la mú-sica, que su vida ha sido apenas una broma misera-ble, que el dolor que aqueja su costado izquierdo algrado de apenas permitirle respirar es también partede esa broma infame, y siente deseos de abolir elmundo que en ese momento sólo se le aparece a tra-vés de un par de manos que recorren el teclado y seburlan de él, de su agonía, de su costado izquierdo,y también de la música que emana de ellas y de Liszty de cualquier aspiración que aliente en el hombre.Querría levantarse y gritar que todo y nada es lomismo, querría sobre todo morir para cortar de tajoel pavor de ese instante. Pero Torres sabe que tam-poco por allí podría llegar demasiado lejos.De golpe cae en otra posibilidad más apta para el

desarrollo de lo que han dado en llamar su estilo.Anota en el programa:c) Barcelona, Palau de la Música. Efectos de Art

Nouveau, prolongación, o mejor dicho, revivificaciónde un instante a través de la música. Lucha sin tre-gua para mantener viva en la memoria la historia deunos días… los que precedieron a (y culminaron en)un crimen.La acción transcurría en Barcelona, porque es un

lugar que conoce bien, y que para nada necesita el

37

Page 39: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

exterior de la ciudad, la atmósfera paralela de ciertoscuadros, de cierto sentido ornamental, las ligas entreel Sezessionstil deViena y el Modernismo catalán leproporcionaban el tono de interiores que requiere.Ve casi los muebles de un espacioso departamento,las lámparas con pantalla de cretonas espesas, el es-tuco rosado de los muros, la calidad del terciopelode las cortinas. Un joven biólogo descubre a lospocos meses de casado que, tras la plácida y un tantovacua fachada en que se oculta su mujer, fluye unalava que la calcina y la entrega a prácticas inenarra-bles bajo la tutela de un aventurero italiano. En unaocasión, al regresar de Figueras, donde pasa variosdías a la semana haciendo investigaciones en los la-boratorios de su padre, conoce de manera circuns-tancial ciertos detalles que lo llevan a descubrir latrama canallesca que tiene por escenario su casa.Sabe que su mujer, y eso es lo torturante, jamáspodrá amarlo, que el matrimonio le ha servido sólode cobertura para continuar una vida que en casa desus padres le resultaba cada vez más difícil. Se de-cide a probar con ella un tóxico vegetal que ha reci-bido de Luzón, en cuyas propiedades por elmomento trabaja. El efecto será lento, con regulari-dad comienza a proporcionarle la pócima; la ve de-caer pausadamente, le hace patente unapreocupación que desde luego siente pero por razo-nes distintas, le interroga sobre su salud, le toma elpulso en los momentos más imprevistos, le reco-mienda reposo, pasar varias horas al día en cama,tomar algunos tranquilizantes; interroga a sus sue-gros sobre pasadas enfermedades; habla con algu-nos colegas; hace que un célebre especialista la visitey ausculte. Los resultados son previsibles: el cardió-logo recomienda medidas radicales, no se puede

38

Page 40: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

decir nada con entera seguridad, el cuadro clínico esen extremo complicado, lo único que podría decirsees que los síntomas no son nada tranquilizadores,que existe una fuerte descompensación cardiaca. Esnecesario someterla a un tratamiento estricto. Lamujer va extinguiéndose a ojos vistas. Por las tardesse levanta, se sienta al piano e invariablemente tocael Vals Mefisto que, él sabe, de cierta manera la co-munica con el amante a quien ya no puede ver, alque no verá nunca. Cuando llega la muerte, a nadiese le ocurre sospechar que se trató de un crimen; eldolor del joven viudo es auténtico, tanto que sus fa-miliares, preocupados por su salud, lo obligan a re-alizar un largo viaje; él elige, de todos los lugaresposibles, quizá como contraveneno, pasar una tem-porada en Luzón. Durante cuarenta años o más,pocas veces se ha perdido la ejecución de esa piezaque escucha agazapado en la penumbra de un palcosolitario. Mientras flota la música en torno suyosigue percibiendo el aliento emponzoñado de su in-fiel amada, ve los brazos desnudos bellamente tor-neados, la carne demasiado blanca que baja delcuello y se levanta, enloquecedora, transparente,opulenta, en el pecho; y en esa ocasión, en la queTorres lo escruta con la atención más ávida, le parecepercibir por momentos un modo de ejecución, queya creía olvidado. Era ésa la manera en que su mujerinterpretaba elVals, comenzando con una languidezsombría, una desgana enorme para en cierto mo-mento afianzarse, hacer sentir la individualidad delejecutante y revelar un trasfondo equívoco que lehacía comprender que“ella sabía”, que estaba ente-rada de todo, de la causa de su enfermedad, peroque de cualquier manera era superior a él por elmero hecho de no amarlo, por no preocuparse si-

39

Page 41: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

quiera ya en fingir, y que a fin de cuentas se reía por-que pasara lo que pasara ya ella había vivido la ex-periencia que le era necesaria y de la que él siempreestaría ausente, en la que ni entonces, ni ahora, ninunca podría alcanzarla.Y a cada nota vuelve a mal-decirla y a maldecir la vida. Sin ninguna piedad, ha-ciendo uso de los calificativos más soeces queencuentra, se reprocha su cobardía por no haber su-cumbido también él al veneno, por haberla sobrevi-vido durante años y años que han sido un purosimulacro. Por eso, la mirada cadavérica del ancianoque contempla al pianista tiene una carga de volup-tuosidad y otra igualmente poderosa de odio. Ladosis de erotismo que hay en elVals parece cristali-zarse en la rigidez del rostro de aquel viejo, más si-niestramente aún por ligarse a recuerdos de algo queen un momento tuvo que ver con el amor. ManuelTorres, el narrador (y ahí Guillermo vuelve a mos-trarse erudito), recuerda que esa pieza, compuestapor Liszt durante su estancia en Weimar, es un co-mentario a la escena en que Fausto y Mefistófelesentran en una taberna y el violín de Mefistófelesprecipita a los aldeanos en una especie de paro-xismo amoroso. Gunther Prey lo toca en esos mo-mentos con tan concentrada perversidad que aquelcadáver viviente vuelve a percibir en rededor suyoesa mezcla putrefacta de perfumes, medicamentosy tufo de encierro que desprendía el cuarto de la mo-ribunda la última vez que aún pudo dirigirse alpiano.La ovación es cerrada. El pianista se levanta casi

de un salto.Tiene las sienes empapadas de sudor. Esahí donde Torres apunta que cuando lo oyó por pri-mera vez en París su esposa comentó que ese rostrotenso y empapado le hacía pensar en un joven fauno

40

Page 42: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

que acabara de hacer el amor. En el momento en quePrey se sitúa frente al público y acoge el aplauso laelectricidad desaparece de sus músculos, la intensi-dad se pierde, su arrogancia se ablanda y casi parececonvertirse en un bailarín de coro de algún centronocturno un tanto ambiguo. El escritor eleva una vezmás la mirada y ve que el palco que para él fue el ver-dadero escenario de esa noche ha quedado vacío.En el entreacto vuelve a descubrir al anciano en

un extremo del vestíbulo, rodeado por un grupo depersonas que lo escuchan en actitud de total vasa-llaje. Un fotógrafo se le acerca y dispara un flash;luego el personaje furtivamente desaparece. Torrestuvo tiempo de preguntarle a una acomodadora quecontemplaba la escena con delectación quién eraaquel individuo, y al oír el nombre, pronunciado condevoción untuosa y no sin cierto desprecio ante suignorancia, se sorprende por no haberlo reconocidoantes. Se trata de un eminente director de orquestacuya fotografía ha visto innumerables veces en laprensa y en la portada de decenas de discos. Fue él,les comentaron en aquella ocasión en París, quiendescubrió al pianista, quien lo apoyó con denuedoen el concurso internacional que lo lanzó a la fama.En aquella época se trataba de un muchacho de

dieciocho años y de un hombre de cincuenta y tan-tos, un verdadero amo del mundo en la plenitud desu carrera. Su despotismo, su arbitrariedad, sus ca-prichos lo hacían antipático a algunos, pero aumen-taba considerablemente su popularidad. “Estasruinas que ves…”,musita, y de inmediato le fastidiala aparición en su conciencia de ese lugar común. Elnarrador hace mentalmente sus cálculos; el pianistadebía tener en la actualidad unos treinta o treintai-dós años aunque representaba menos, y el viejo di-

41

Page 43: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

rector, a quien un accidente nunca aclarado del todohabía retirado del podium, rozaba los sesenta, peroparecía tener muchos más.La segunda parte del concierto estaba por comen-

zar. El narrador vuelve a su puesto, trata de atendersólo a la música, el palco ha dejado de interesarle, lasituación se le ha desposeído de todo pathos, se haconvertido, a pesar del prestigio social que envuelve alos personajes, de su importancia artística, en unamera historia privada, súbitamente anodina. La rea-lidad ha destruido todo el misterio que para él poseíaaquella especie de diálogo que la música establecióentre la escena y el palco. Las eventuales preguntasse vuelven de un realismo insoportable ya que sabequiénes son los protagonistas y la posible relaciónexistente entre ellos. ¿Habrá la diferencia de edadescreado infiernos sin salida, delirios de posesión, la-berintos de trampas y mentiras abyectas?, se pre-gunta. Y el accidente en Marruecos del que tantohabló la prensa, ¿en qué habría consistido real-mente? Todo se mueve ya dentro del campo de labaja murmuración y de las moralejas fáciles.La realidad, por lo visto, se dice, es rica en golpes

bajos, no en grandes hazañas. El cuerpo, es cierto,puede volverlo todo lamentable.Algo de vergüenza,de rubor, la sensación de fisgar por una cerradura leimpide levantar la cabeza para contemplar al an-ciano, y el Chopin de Prey le parece aburrido, equi-vocado, pusilánime. De haber estado en un lugarmenos visible habría abandonado la sala.Cierra la revista, apaga la luz. Trata de dormir.

Siente hasta dónde ella debe defraudarlo con el sen-tido de realidad que ha deseado impartir a su vida yhasta dónde la edad ya no le permite a él construirel tinglado necesario para vivir creativamente. Para

42

Page 44: Elasediodelfuego 3 Semejantealosdioses 7 LIBRERIA_47/Sergio Pitol.pdfsergio pitol prólogode juan villoro universidad nacional autÓnoma de mÉxico coordinaciÓn de difusiÓn cultural

ella la parte más interesante comenzaba en el puntodonde su marido cerraba el relato. Piensa que porprimera vez comprende por qué escribe tan poco,por qué sus neurastenias, sus depresiones. Piensa ocree pensar en la realidad y casi siente vértigo. ¿Quées? ¿Está en ese compartimiento que su hermanaconsideró un capricho reservar, ya que, según ella,se podía viajar con igual comodidad en una simplelitera?, ¿o en la conferencia que tiene que revisarsobre los suprematistas?, ¿o en sus perros que la es-peran y a los que quisiera bañar esa semana? ¿Porqué, siendo a fin de cuentas lo que fuera, a ella no leresulta insatisfactoria y a él, en cambio, lo va trans-formando en un hombre seco, esquinado y amargo?Oye grandes palabras girar en su cerebro como sitrataran de encontrar un cauce o la conexión ade-cuada, pero ya la tableta ha comenzado a producirsus efectos.Trata de recordar alguna frase musical deLiszt y no lo logra. Fatigada, sumida en una torpezaque no deja de serle agradable, va quedándose pocoa poco dormida.

Moscú, junio de 1979

43