Carlo Falconi - El Silencio de Pio XII

download Carlo Falconi - El Silencio de Pio XII

of 238

description

.....

Transcript of Carlo Falconi - El Silencio de Pio XII

Cario Falconi

EL SILENCIO DE PI XH

PLAZA & JANES, S. A.EDITORES -

Ttulo de la obra original:1 IL SILENZIO DI PI XII Traduccin de JUAN MORENO Portada de GRACIA SUMARIO

Primera edicin: Mayo, 1970

1970, PLAZA & JANES, S. A., Editores Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona) Este libro se ha publicado originalmente en italiano con el ttulo de IL SILENZIO DI PI XII

Prtnted in Spain Impreso en Espaa Depsito Legal: B. 19.404-1970

INTRODUCCIN . . . FUENTES Y BIBLIOGRAFA

*

,t

,

11

.

.

.

.

.

,

,

17

PRIMERA PARTE

EL PROBLEMA EN GENERAL I. El hecho del silencio -. s s II. Po XII conoca los hechos III. Ininterrumpidamente se suplic a Po XII que interviniera IV. Las justificaciones oficiales . . . . , , V. La explicacin ms probable . , , s VI. Qu habra debido hacer? . . . , , t 36 51 71 79 91 105

SEGUNDA PARTE

EL CASO DE POLONIA I. Ocupacin de Polonia II. Relaciones de la Santa Sede con la poblacin ocupada 115 140

III. El silencio de Po XII . s 4 IV. Llamamientos a Po XII para que hablase en favor de Polonia V. Reacciones de los polacos ante el silencio de Po XII.APNDICES . 51 bt* Sin embargo, es un hecho que los documentos conocidos de la correspondencia privada de Po XII no dejan duda alguna a este respecto. Sus afirmaciones de que estaba completamente al corriente de la situacin de los pases destinatarios son continuas y perentorias. Esto lo veremos cumplidamente por lo que atae a sus relaciones epistolares con la jerarqua polaca. De otros documentos de esta ndole se ha revelado recientemente slo la carta dirigida el 30 de abril de 1943 a monseor Conrad von Preysing, obispo de Berln. En ella se lee esta abierta admisin: ...Un da tras otro llegaban a nuestro conocimiento-actos inhumanos que no tienen nada que ver con las reales exigencias de la guerra y que nos llenan de estupor y amargura. Slo el recurso a la plegaria a Dios, etc.52 En otra carta dirigida, durante el conflicto a o t r o obispo alemn,

68

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

69

el cardenal Adolf Bertram, de Breslau (encontrada por nosotros en un volumen de un cura polaco sobre los sacerdotes en los lager nazis), Po XII no fue menos explcito. La citaremos ms adelante. Sea como fuere, fue el propio Po XII quien puso el sello a todos estos autorreconocimientos con su discurso del 2 de junio de 1945 al Sacro Colegio: Durante la guerra dijo no hemos cesado, especialmente en nuestros mensajes, de contraponer a las ruinosas e inexorables aplicaciones de las doctrinas nacionalsocialistas, que llegaban a valerse de los ms refinados mtodos cientficos para torturar o suprimir a personas con frecuencia inocentes, las exigencias y las normas indefectibles de la humanidad y de la fe cristiana. La guerra haba acabado haca poco ms de veinte das y an no se haba hecho ninguna revelacin oficial sobre los macabros hallazgos de los lager de la muerte, que escaparon a la destruccin decidida por Himmler a partir de fines de 1944 para sustraer a los aliados las pruebas de las gigantescas matanzas efectuadas; sin embargo, el Papa hablaba ya de refinados mtodos cientficos. Y no slo eso, sino que declaraba poseer una copiosa informacin al respecto: ...Aun no estando todava en posesin de datos estadsticos completos, no podemos, sin embargo, abstenernos de mencionar aqu, como ejemplo, por lo menos algunas de las copiosas noticias que llegaron a Nos de sacerdotes y de seglares que, internados en el campo de Dachau, se hicieron dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jess (Act. V, 41). En primera lnea, por el nmero y por la dureza del trato sufrido, se encontraba los sacerdotes polacos. De 1940 a 1945 fueron encerrados en el mismo campo 2.800 eclesisticos y religiosos de aquella nacin, entre ellos el obispo auxiliar de Wladislavia, que muri all de tifus. En el mes de abril pasado, quedaban solamente 816; todos los dems haban muerto, a excepcin de dos o tres, trasladados a otro campo... En la hiptesis ms desfavorable de insuficiencia de medios de informacin o de retencin de documentos por parte de dirigentes o de miembros de la Secretara de Estado, el Papa habra podido, de todas formas, tener informaciones, si no otra cosa por lo menos orientadoras, a travs de la prensa y de la radio. Por lo que respecta a los diarios alemanes, todo aquel que haya estado en Alemania o haya consultado la prensa alemana de 1942-1943 recuerda la obsesiva propaganda antisemita que regurgitaba de ella. Slo el espacio dedicado a las noticias de las operaciones blicas en los distintos frentes superaba, aunque no siempre (el que

esto escribe tiene todava un clarsimo recuerdo de ello), el dedicado a los artculos contra los no arios. En cuanto a la suerte reservada a los judos, no se haca de ella misterio alguno (por no decir ni mucho menos) en los violentsimos editoriales dictados por el doctor Goebbels y reproducidos, por supuesto, por la restante prensa del rgimen.53 Adems de la prensa nazi, exista tambin la neutral. Jacques Nobcourt ha citado el artculo publicado el 5 de noviembre de 1941 por la Neue Zrcher Zeitung sobre las condiciones de la deportacin de los judos de Berln hacia el Este; pero no fue, ciertamente, sta la nica voz en este sentido. Como es sabido, Po XII hojeaba cada da los servicios de prensa que ponan a su disposicin los propios secretarios a los departamentos especiales de la Secretara de Estado, aunque l prefera leer de por s los peridicos. Y es archisabida la especial preferencia que senta por los diarios alemanes. Por tanto, no poda alegar ignorancia. Tambin la Radio Vaticana le suministraba suficiente material de informacin; pero an ms que a travs de sus noticiarios y comentarios (que, por lo dems, eran particularmente nutridos en las primeras semanas de las hostilidades y en cualquier otro perodo), a travs de sus servicios de recepcin y control de las radios extranjeras, especialmente de la BBC. Por lo dems, ningn prelado, ni siquiera el ms ingenioso, de la Secretara de Estado, poda impedir a Po XII a encender su radio u hojear los peridicos.

Frente a una documentacin tan densa, los defensores de oficio del silencio de Po XII se refugiaron en un ltimo argumento. Las noticias que llegaban al Vaticano decan pueden parecer incluso, consideradas en su conjunto, esparcidas como se hallan sobre u n amplio espacio de aos, cuantitativamente consistentes; pero, de todas formas, no lo eran, sobre todo cualitativamente, para poder justificar la solemne protesta que se peda al Papa. En efecto, no raramente carecan de indicaciones detalladas, o sea, eran demasiado vagas y genricas, pero, ms que nada, procedan de fuentes fatalmente sospechosas: los adversarios polticos y militares de los alemanes o sus vctimas; y en todo caso, por uno u otro motivo, no se podan, prcticamente, verificar. Pero en realidad, aunque en parte irrefutables, la objecin es, ms que nada, especiosa. Y precisamente a partir del ltimo argumento en que se apoya, ya que la mverificabilidad de los hechos dependa exclusivamente de los vetos opuestos por los alemanes a su comprobacin. En efecto, cul era el motivo principal por el que ellos, desde el principio, rechazaron la presencia de un re-

70

CARLO FALCONI

presentante pontificio, aun no diplomtico (un simple visitador apostlico) en los territorios de Polonia? Nada ms que el de impedir que la Santa Sede pudiese disponer de un observador propio en aquellas regiones neurlgicas para las operaciones de exterminio de los no arios de todo el continente. Naturalmente, obstaculizaron al mximo incluso las inspecciones de la Cruz Roja Internacional; y cuando no tuvieron ms remedio que admitirlas, prepararon campos modelo como el de Theresienstadt, en Checoslovaquia. Pero no se necesita gran cosa para convencerse de que las otras argumentaciones tampoco se sostienen. No sabe duda de que en las llamadas privadas de alguna organizacin ms bien primitiva, lo mismo que en ciertos artculos de la prensa (reticentes por causas de fuerza mayor), las caractersticas de la documentacin podan dejar mucho que desear; pero las ofrecidas por los Gobiernos o por algunas grandes organizaciones carecan de este defecto, o lo tenan slo parcialmente. Por lo dems, la tamizacin y el cotejo de los documentos, el estudio de sus diferencias o de sus coincidencias, realizado teniendo en cuenta particularmente su procedencia, habran llevado fcilmente al convencimiento de la verdad sustancial de las denuncias hechas. Por otra parte, no puede oponerse nada a que se guardara la mayor cautela respecto a las documentaciones suministradas por los Gobiernos aliados. El falso clamor de la propaganda aliada contra los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, relativo al corte de las manos de los nios belgas, no poda ni deba ser olvidado por la Santa Sede. Sin embargo, sta tena medios de comprobar los datos suministrados por las fuentes gubernamentales interesadas, con los procedentes de sus informadores oficiales o clandestinos. Por lo dems, la prueba ms evidente de que la Santa Sede estaba convencida de la sustancial objetividad de los hechos, viene dada, como veremos, por la decisin, tomada en junio de 1942, de preparar el famoso documento terrible, as como por las repetidas determinaciones, no importa que luego no fueran mantenidas, tomadas por el Papa respecto a levantar finalmente la voz.

III ININTERRUMPIDAMENTE SE SUPLIC A PO XII QUE INTERVINIERA

Si Po XII no habl insisten los defensores de oficio del Papa Pacelli fue porque las propias vctimas de la barbarie nazi lo invitaron a callar para no empeorar su situacin, atrayendo sobre ellas ulteriores represalias. Esta afirmacin no carece de cierto fundamento, a condicin de que no se exagere generalizando las motivaciones. En efecto, las pruebas aportadas se reducen a una carta del arzobispo de Cracovia, Sapieha, de la cual nos ocuparemos en la parte relativa a Polonia, y a una decisin de los obispos alemanes reunidos en la Conferencia de Fulda de 1943 ,** as como a algunas peticiones de algn grupo judo. Y tngase en cuenta que tanto en el caso del arzobispo Sapieha como en el de la Conferencia episcopal alemana, la decisin de desistir de la publicacin de los documentos pontificios se produjo poco despus de haber solicitado la misma, o sea, en un estado de perplejidad claramente evidente. Ahora bien, no es nada extrao que pudieran ocurrir episodios semejantes. En efecto, se haban comprobado varias veces manifestaciones de recrudecimiento locales despus de alguna intervencin papal, ya que sta se consideraba capaz, por algunos jefes lager aislados, de favorecer la renovacin moral de sus comunidades. Pero el fenmeno era totalmente anLogo a otros debidos a razones completamente distintas, como el anuncio, por parte de los boletines de guerra, de que escuadrillas areas polacas haban participado en los bombardeos de territorios del Reich. En efecto, todo se tomaba ms o menos como pretexto por los verdugos de los campos de concentracin o, en, territorios ms vastos, por los jo-

72

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PlO XII

73

bernadores alemanes de las zonas ocupadas para aterrorizar a sus vctimas. Sea como fuere, la exigidad misma de los casos apuntados demuestra que se trataba de excepciones debidas, ms que a otra cosa, a valoraciones o iniciativas personales, y limitadas, evidentemente, a determinados ambientes respecto a los cuales se tema que la palabra del Papa pudiese tener una eficacia particular: prisioneros catlicos, sacerdotes, etc. Por lo dems, la futiliadd del pretexto es ms que evidente: en efecto, eran adecuadas las palabras pontificias para desencadenar la rebelin, exacerbando los nimos contra el opresor? Por otra parte, las recomendaciones procedentes de algunos grupos de vctimas relativas a que se evitasen ciertos gestos capaces de empeorar su situacin podan ser sugeridas, ms que por la razn, por el pnico, cosa naturalsima para quienes haban sufrido ya la experiencia de tantas crueldades. Y, ciertamente, nadie piensa en reprocharles un estado de nimo tan angustiado y aterrorizado como para impulsarlos incluso a renunciar a la mano tendida para socorrerlos. Sin embargo, esto no obsta para que el juicio sobre la oportunidad o no de la intervencin papel no pudiera remitirse a las sugestiones de los ms dbiles o atemorizados. Aparte que una intervencin como la del Papa no habra tenido que medirse nunca exclusiva o primordialmente por los criterios de la utilidad y la eficacia. De cualquier modo, es un hecho que los pocos casos de invitacin al Papa a no provocar represalias con eventuales tomas de posicin antinazis, fueron superados por un nmero mucho mayor de invitaciones a tomar la palabra y a formular su solemne denuncia. Hoy, los ms prudentes defensores de Po XII, como el padre Martini, lo admiten sin dificultad, reconociendo que las llamadas de auxilio se han dirigido mucho ms frecuentemente al Papa, tanto por las organizaciones judas internacionales como por los mismos judos sometidos a las persecuciones. C. Blas, por ejemplo (y la cita la hace el propio historiador jesuta), representante de la Agencia Juda para Palestina, escriba desde Estambul al Delegado apostlico para Egipto y Palestina, el 20 de enero de 1943: Podra aventurarme a sugerir que se busque la ocasin para declarar, por la radio o cualquier otro medio til, que ayudar a los judos es considerado por la Iglesia una buena obra? Esto reforzara sin duda los sentimientos de aquellos catlicos que, como sabemos y apreciamos, ayudan a los judos destinados al exterminio en los territorios ocupados de Europa. 65

En cuanto a las solicitaciones de los Gobiernos, an no es posible hacer un cmputo exhaustivo, si bien los documentos parcialmente publicados permiten conjeturar una cifra rcord. Slo en 1942, por ejemplo y ya hemos aludido a ello, los pasos diplomticos dados con tal objeto cerca de la Secretara de Estado o directamente cerca del Sumo Pontfice, partieron repetidamente ya de potencias aisladas, ya de grupos de potencias, coordinados con el mismo objeto para dar mayor peso a la iniciativa. Entre los Estados que aquel ao repitieron ms veces aisladamente sus intentos figuran, en primer lugar, Gran Bretaa y Estados Unidos. En cuanto a la primera, da fe de ello Angelo Donati, conocido banquero, que se prodig en aquellos aos para salvar a los judos refugiados en la zona de la Francia meridional ocupada por los italianos. Segn una declaracin suya, Sir Osborne haba pedido varias veces al Papa que pronunciara una condena formal sobre las atrocidades alemanas.56 Teniendo en cuenta que, entre abril y junio de aquel ao, Sir Osborne logr ir a Inglaterra, se puede deducir, sin duda, que no volvi a Roma sin llevar consigo un material documental de suma importancia para justificar su paso. En cuanto a los Estados Unidos, Tittman, adjunto del representante personal de Roosvelt cerca de Po XII, telegrafiaba en este sentido, el 30 de julio de 1942, al Departamento de Estado a travs de la legacin de Berna: En mis recientes informes al Departamento he llamado la atencin sobre la opinin de que al no protestar la Santa Sede pblicamente contra las atrocidades del nazismo, pone en peligro su prestigio moral y compromete la confianza tanto en la Iglesia como en el propio Santo Padre. Varias veces he recordado oficialmente este peligro al Vaticano, y otro tanto han hecho algunos de mis colegas, aunque sin resultado. La respuesta es, invariablemente, que el Papa ha condenado ya en sus discursos los atentados a la moral en tiempo de guerra, y que una condena especfica no conseguira actualmente ms que conducir a lo peor.m En setiembre volvi a Roma Myron Taylor, representante personal del presidente de los Estados Unidos, el cual, el da 26, renov de modo formal, y en nombre de Roosevelt, su peticin, acompandola de un memorial muy detallado sobre las persecuciones de los judos de Polonia y en otros territorios ocupados por los alemanes. El Papa se tom tiempo para responder, y as, cuando finalmente lleg la respuesta (el 10 de octubre), Taylor haba regresado ya a los Estados Unidos. A Tittman no le qued ms remedio que telegrafiar a Washington lo que sigue: La Santa Sede ha recibido informes iguales, pero carece de

74

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PlO XII

75

elementos para verificar su autenticidad, y, en todo caso, el Papa no deja escapar ninguna ocasin de "mitigar los sufrimientos de los no arios".58 En las semanas precedentes, el embajador del Brasil cerca de la Santa Sede haba tomado, a su vez, la iniciativa de presentar una splica colectiva al Papa para que rompiese, finalmente, su silencio respecto a las atrocidades nazis. Se le asociaron los representantes diplomticos de Gran Bretaa, Polonia y Yugoslavia y de varios pases de Amrica del Sur. Pero, aunque muy estimulado por los jesutas, el paso, que se dio en setiembre, no tuvo ms xito que los anteriores. Incluso la respuesta no debi de ser muy distinta de la dada a Roosevelt y que acabamos de citar. Slo el pensar que durante ms de cinco aos Po XII estuvo sometido a un martilleo casi tan insistente sin desviarse sustancialmente de su propia lnea, deja estupefactos ante su tenacidad y resistencia. Pero no es difcil imaginar que las presiones provenientes del mundo poltico no eran tales como para conmoverlo sensiblemente, pese a sus elaboradsimas justificaciones. Los Gobiernos apelaban a valores e ideales trascendentes que luego eran los primeros, si llegaba el caso, en eludir o pisotear con la ms cnica indiferencia. Pero aun prescindiendo de esto, era indudable que su fin principal no era otro sino el de explotar polticamente la proclamacin del Papa, tanto si ste se mantena en el puro mbito de la tica como si lo rebasaba. En resumidas cuentas, pese a los aterradores testimonios de los datos referidos en sus memoriales, Po XII poda temer siempre la insidia poltica al acecho. Pero ste no era ciertamente el caso de las peticiones de los creyentes, en especial si se trataba de miembros de la jerarqua. No hay duda alguna de que fieles annimos, e incluso conocidos, hicieron llegar al Vaticano su incitacin, como tampoco hay la ms mnima duda de que la suerte de aquellos llamamientos fuese, fatalmente, la de no llegar ni siquiera a conocimiento de su Alto destinatario, o de tener como mximo, por respuesta, una bendicin, impartida, se entiende, por delegacin, a travs del Maestro de Cmara o de la Secretara de Estado. Edith Stein, por ejemplo, cuando, en abril de 1933, hubo de renunciar a la enseanza por ser juda, y escribi una larga carta a Po XII con la ilusin de provocar una encclica sobre la cuestin juda, slo recibi este expeditivo consuelo. Pero es tambin obvio pensar, si no por otra cosa al menos por la estima que no puede por menos de sentirse hacia muchos miembros responsables de la Iglesia, que a veces dirigieran semejantes peticiones incluso altas personalidades de la jerarqua. El secreto de estos mensajes, en el supuesto de que se hayan conservado, est celosamente custodiado en los archivos vaticanos, en

este momento y a este propsito, ms que nunca sellados. Sin embargo, se ha filtrado algn secreto. Ya hemos aludido a las peticiones de Sapieha y Bertram. Mas, aparte de las del cardenal Hlond, fue, quizs, el cardenal Suhard el primer miembro del Sacro Colegio que pidi a Po XII una intervencin tan delicada, aunque no exactamente del mismo carcter. En efecto, inmediatamente despus de la rendicin de Francia, el arzobispo de Pars invoc de l un escrito de consuelo para los catlicos de Francia y para todos los franceses postrados por la humillacin de la derrota. Evidentemente, no senta ningn temor de comprometer al Papa con un gesto que habra podido irritar a los alemanes. Sea como fuere, lo que deja perplejo de este episodio es el hecho de que Po XII no sintiera la necesidad de comunicar sus propias condolencias a la hija primognita y que hubiese de ser expresamente invitado a hacerlo. Slo recientemente a comienzos de 1964 se ha revelado la existencia de un documento tambin relevante: la famosa carta enviada por el cardenal Tisserant al propio Suhard el 11 de junio tanto en lo que confirma a propsito de la Curia y de sufilofas cismo, de 1940.69 Ms que de una carta confidencial, se trata de un autntico y verdadero desahogo, cuyo carcter sensacional no se halla tanto en lo que confirma a propsito de la Curia y de su filofascismo, cuanto en lo que lamenta a propsito del silencio del pontfice. Y lo inesperado es que el ultrapoltico, adems de avant tout francs, Tisserant, ms que dolerse de la reserva mantenida por el Papa respecto a su propio pas (sin embargo, escriba inmediatamente despus de la pualada asestada por Italia a Francia), o sea, de su silencio poltico, deplorase el moral, relativo a la eleccin tica universal que se impona, segn l, ante la patente inadmisibllidad de la violencia alemana.60 En efecto, Tisserant confa a su colega y compatriota haber pedido con insistencia al Papa, desde principios de diciembre, la promulgacin de una encclica sobre el deber individual de obedecer al imperativo de la conciencia, ya que ste es el punto ms vital del cristianismo. En ese desde principios de diciembre se halla evidentemente implcito un juicio agravante por todos los acontecimientos que se sucedieron a partir de entonces. Sin embargo, Tisserant elude por completo toda referencia a la ocupacin de Dinamarca y Noruega, lo mismo que a la violacin de la neutralidad de Blgica y Holanda, hechos en los cuales predomina el perfil poltico-jurdico, con un margen ms o menos amplio de discutibilidad; apunta hacia la motivacin radical que le parece hacer inaplazable la rebelin tica de las conciencias, o sea, hacia el hecho de que la ideologa

76

EL SILENCIO DE PO XII CARLO FALCONI

77

nazifascista no desencaden una guerra, por as decirlo, tradicional, sino una guerra de destruccin metdica y planificada, inspirada en los principios del racismo, cuyo objeto era la sustitucin por la raza germnica e italiana de todas las otras en el continente europeo, como primer presupuesto de la realizacin de la supremaca del Eje sobre el mundo entero. Es necesario que los franceses son las palabras textuales del cardenal no se hagan ilusiones: lo que sus enemigos quieren es su destruccin. Estos das los diarios italianos estaban llenos de textos de S. E. Mussolini en los que afirmaba: nosotros somos prolficos y queremos nuevas tierras! Esto significa tierras sin habitantes. Alemania e Italia se aplicarn, pues, a la destruccin de los habitantes de las regiones ocupadas, como han hecho en Polonia... Nuestros gobernantes no quieren comprender la naturaleza del verdadero conflicto y se obstinan en imaginarse que se trata de una guerra como en tiempo antiguo. Pero la ideologa fascista y la hitleriana han transformado las conciencias de los jvenes, y todos cuantos tienen menos de treinta y cinco aos se hallan dispuestos a todos los delitos con tal de alcanzar el objetivo prefijado por sus jefes. Tisserant se exceda sin duda (y la distinta conducta en la guerra por parte de los nazis y de los fascistas haba de demostrarlo, entre otras cosas, con sus frecuentes y mutuas fricciones) en sus juicios respecto al fascismo y a los fascistas italianos; de la misma forma que no se puede negar que su disquisicin era ms bien simplista; pero es indiscutible que haba especificado con perfecta lucidez la sustancia de la situacin. Sea como fuere, la carta continuaba: Temo que la Historia reproche maana a la Santa Sede haber practicado una poltica de comodidad en exclusivo provecho propio, y poca cosa ms. Y esto es de una tristeza extrema, sobre todo cuando se ha vivido bajo Po XI. Podemos estar seguros de que Tisserant, en las ocasiones en que habl con Po XII de su peticin, no silenci a su superior este temor y que, a su vez, Po XII debi de quedar muy impresionado por ello. Quizs impresionado hasta el punto de hacer desistir a su colaborador de volver ulteriormente sobre sus argumentaciones y, en general, de sostener con l conversaciones ni siquiera de carcter parecido. 61 Fuesen pocas o muchas las peticiones por el estilo de la de Tisserant (pero, es posible, por ejemplo, que el episcopado americano hubiera callado constantemente tanto antes como, sobre todo, despus de la entrada en guerra de los Estados Unidos? No fue precisamente el episcopado americano el que, en 1937, public

una pastoral colectiva duramente antinazi, que provoc las ms vivas protestas del Gobierno alemn cerca de la Santa Sede?62), fuesen pocas o muchas las solicitudes de esta ndole, lo cierto es que no tardaron en poner a Po XII frente a las verdaderas proporciones del conflicto en curso, que no eran solamente de carcter poltico, militar o asistencial-caritativo, sino tambin, y sobre todo, moral. Estas peticiones y llamamientos le recordaban que si era justo que tomara a pecho las pruebas materiales y fsicas de las vctimas de la guerra y que, por tanto, se hiciese organizador de los servicios de informacin para la bsqueda de los prisioneros y desplazados, promotor del envo de vveres y ropa a los prisioneros y a las poblaciones civiles afectadas por los bombardeos o por el paso de la guerra, mucho ms deban preocuparlo las ansias y las inquietudes de las conciencias de cuantos no queran convertirse en colaboradores de las infamias nazis, y mucho menos permitir que se convirtieran en ello sus subditos y subordinados, por lo cual esperaban indicaciones precisas y el estmulo adecuado. Por lo dems, l no haba sido constituido en la dignidad de jefe de la Iglesia para cumplir solamente un deber de caridad material, sino, ante todo y sobre todo, para dar testimonio de la verdad que los fieles deban creer y practicar. Hacindose eco de las verdaderas relaciones que existen entre los subditos y el Estado, de los lmites que los poderes civiles encuentran en los derechos naturales de la persona humana, habra llegado a las races de todo aquel desorden social, ms bien que aliviando algunas miserias o secando algunas lgrimas: en efecto, al actuar as habra impedido que el mal se impusiera y se desbordara. Por otra parte, para hacer frente a este deber no poda bastar la enunciacin de condenas genricas contra el Estado totalitario, o de principios abstractos sobre la igualdad de los pueblos, como sola hacer; del plano general de los deberes morales y sociales deba descender al de los deberes individuales, tal como le propuso el cardenal Tisserant, exponiendo los deberes concretos del individuo frente a las obligaciones civiles y militares, no slo en el caso de que la autoridad actuase dentro de los lmites de los propios derechos-deberes, sino, sobre todo, en el caso de que desbordara tales lmites. En suma, no se trataba solamente de hablar para cumplir un deber hacia su propia misin, sino de hablar para cumplir el deber hacia la cristiandad y la humanidad. Negarse a hacerLo, ayudaba el mal a enconarse con mayor osada, extendiendo cada vez ms las propias provocaciones. Callar equivala a colaborar con la iniquidad. Y no serva disfrazar esta omisin suprema multiplicando las intervenciones de caridad (siempre fatalmente inadecuadas) a

78

CARLO FALCONI

las vctimas y, por lo dems, repartiendo prdigamente casi slo lo ajeno.63 La Iglesia no es la Cruz Roja Internacional. La Iglesia es, para sus fieles, el organismo supremo llamado a dar testimonio del mensaje evanglico y a hacerlos vivir en coherencia con el mismo: es la gua de sus conciencias. Como ha dicho un pastor protestante en el curso de las recientes polmicas, una Iglesia que ha hecho todo lo que habra tenido que hacer, no ha hecho nada si ha aceptado callar.

IV LAS JUSTIFICACIONES OFICIALES Si Po XII, por lo menos hacia mediados de 1942, estaba enterado de la situacin todas las autoridades responsables conocan entonces lo esencial de los acontecimientos de los que hoy se dice interesadamente que fueron una revelacin de la posguerra, y si hubo de enfrentarse con presiones de toda ndole para sustraerse a la condena de las violencias nazis, cules son, entonces, las razones de una conducta tan en contradiccin con su misin de gua moral y religioso de 400 millones de catlicos? Hablar era peligroso Segn sus defensores, las razones son, sustancialmente, dos: hablar era peligroso para las vctimas y, en todo caso, absolutamente intil. El cardenal Montini en su carta al Tableta las acumul en esta concisa formulacin: Una actitud de condena y de protesta habra sido... adems de intil, perjudicial. Y, en realidad, sta parece haber sido la persuasin de Po XII.65 Dos documentos de 1943, uno privado y otro pblico, no dejan, a primera vista, dudas al respecto. En una carta al obispo de Berln, de fecha de 30 de abril, Po XII explicaba que no fue casual la diferencia de su propio comportamiento respecto al de los dems obispos. cPor lo que se refiere a las declaraciones episcopales escriba, Nos dejamos a los pastores en funcin en sus sedes la responsabilidad de valorar si, y en qu manera, el peligro de las represalias y de las presiones, asi como cualesquiera otras circuns-

80

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

81

tancas debidas a la duracin y a la psicologa de la guerra, aconsejan la reserva pese a las razones que existieran para intervenir, al objeto de evitar males mayores. ste es uno de los motivos por los cuales Nos mismo nos imponemos lmites en nuestras declaraciones. La experiencia que hemos hecho en 1942, dejando reproducir libremente, para uso de los fieles, algunos documentos pontificios, justifica nuestra actitud, por lo menos en la medida en que Nos podemos ver las cosas.66 Poco ms de un mes despus, en la acostumbrada alocucin del 22 de junio en respuesta a las felicitaciones de los cardenales (el 22 de junio, festividad de san Eugenio, era su onomstica), aun teniendo un discurso destinado a la publicacin, no pudo por menos de decir: No esperaris que Nos os expongamos detalladamente todo lo que hemos intentado y emprendido para suavizar sus sufrimientos, mejorar sus condiciones de vida morales y jurdicas, proteger sus derechos religiosos fundamentales, acudir en auxilio de sus necesidades. Todas las palabras que con este objeto dirigimos a las autoridades competentes, toda declaracin pblica, deben ser verdaderamente elaboradas y medidas por Nos en inters de las vctimas, para no hacer, contrariamente a nuestras intenciones, ms pesada e insoportable su situacin. La importancia de estas declaraciones radica en el hecho de que se remontan a cuando la guerra se hallaba an en curso, antes an de que entrase en su fase ms dramtica, con el desembarco de los aliados en Italia y la cada de Mussolini. En cuanto a la segunda, se debe aadir que jams hasta entonces Po XII haba sido tan explcito en la materia, mientras que en la primera lo que parece ms relevante es que l considera esta razn como una de tantas, aunque, por desgracia, no las enumera, sin atribuirle preeminencia alguna. Es cierto que, ms que de una razn, podra tratarse de un pretexto, pero en este caso sera ingenuo esperar una admisin e incluso slo un lapsus. Todo cuanto se puede decir es que la consistencia de este motivo produce gran perplejidad. Ya hemos dicho que los llamamientos dirigidos al Papa para que evitase tomas de posicin abiertas y, sobre todo, denuncias solemnes, eran, por cuanto se sabe, notablemente inferiores en cantidad respecto a las urgentes solicitaciones en que se le peda que hablara. Por lo dems, qu situacin peor poda estar reservada a las vctimas destinadas a la matanza que, -orno mximo, una matanza anticipada? Pero, acaso una matan n anticipada no habra llevado al colmo la tolerancia y la inaccin de quien poda intervenir, si la una y la otra hubiesen sido fustigadas por u n gesto de valor del pontfice?

Por tanto, no queda ms que proceder a una exgesis ms atenta y cuidadosa de los citados textos y de cualesquiera otros anlogos para convencerse (y el primero de ellos es absolutamente perentorio) de que el horizonte presente al Papa no es tanto el de las vctimas catlicas y, ms exactamente an, de las comunidades catlicas, vistas sobre todo en el conjunto estructural de sus organizaciones y de su influjo en el ambiente. En efecto, Po XII no aludi jams nominalmente en sus escritos ni en sus discursos del perodo blico a los protestantes y a los ortodoxos, cuyas dificultades y peligros no eran inferiores a los de los catlicos: slo rarsimas veces tuvo para ellos vagas alusiones. Pero, adems, Po XII que no casualmente consagr todos sus radiomensajes navideos a los problemas de la posguerra, reservando slo algn hueco a las contingencias del conflicto estaba en realidad mucho ms preocupado e inquieto por el pensamiento del futuro que del presente. Su autntica pesadilla era la de que, a una intervencin suya considerada excesiva, los nazis pudieran abatirse, con la inexorabilidad de una represalia, sobre las Iglesias de los distintos pases, diezmando a sus cuadros directivos y disolviendo aquellos organismos con los que l contaba para la posguerra, ya para realizar la hegemona de la Iglesia en los pases vencidos, aprovechando la ocasin del vaco de poder subsiguiente a la derrota, ya para hacer frente a la eventual arrogancia de los vencedores, all donde stos trataran de prevalecer en perjuicio de la Iglesia. Cualquier referencia ms genrica y universal a las vctimas de la guerra (como en el segundo texto citado, de carcter, por lo dems, pblico y, por tanto, en cierto modo, propagandstico) no era sino una extensin, y, por as decirlo, una refraccin de aquella su ansia profunda, adems, de naturalmente, manifestacin de un sentimiento de solidaridad humana. Ms an, puede decirse incluso que la preocupacin de evitar cualquier debilitacin de las estructuras eclesisticas en Europa alcanz en Po XII, a medida que avanzaba la guerra, el estadio de una verdadera psicosis. Para convencerse de ello basta pensar que tal preocupacin se basaba en el fondo, casi exclusivamente, sobre la hiptesis de la posibilidad de que pudiese producirse un aniquilamiento semejante de la Iglesia, y no sobre pruebas concretas que documentasen la intencin de realizarlo. En el estado actual de las investigaciones histricas, se halla fuera de toda duda que los nazis tuvieron, entre los objetivos que haban de alcanzar durante el conflicto, la Enlosung de las Iglesias, y, en particular, del catolicismo: ms an, es absolutamente cierto que tenan el propsito de aplazar para despus el ajuste de cuentas. Durante la guerra, les bastaba aislar el Vaticano, sobre todo por las va di6 2818

82

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

83

plomticas; seguir manteniendo en estado de alarma, pero evitando siempre toda exasperacin peligrosa, a la organizacin catlica alemana y, finalmente, mantener en el ghetto a la Iglesia polaca, demasiado peligrosa por su influencia sobre el pueblo. Es un hecho que en ninguna parte de Europa, a excepcin de Polonia, tocaron los alemanes ni a un solo obispo catlico. En Alemania, el ms odiado por el nazismo era el de Mnster, conde Von Galen. Se consider su detencin, pero no se lleg ms all de ignorar sus cartas de protesta dirigidas al Gobierno.67 Y una vez que un cannigo del captulo de Olmtz, prisionero en Buchenwald, fue elegido obispo sufragneo de su ciudad, las SS lo pusieron inmediatamente en libertad. 68 En Francia, cuando, entre julio y setiembre de 1941, dos cardenales (Suhard de Pars y Gerlier de Lyon) y numerosos arzobispos y obispos, al frente de los cuales se hallaba el futuro cardenal Salige, se levantaron, ya aislada, ya colectivamente, contra las deportaciones de los judos, ninguno de ellos fue tocado, pese a las provocaciones de la Prensa controlada por los nazis o por Vichy. Solamente en vsperas de la liberacin, alguien pens en vengarse del arzobispo de Toulouse. Pero a los dos oficiales alemanes que se presentaron ante el arzobispo para detenerlo (9 de junio de 1944), les bast verse ante un hombre medio paralizado y sin voz para volver sobre sus pasos eludiendo la orden recibida.69 En Holanda, el 26 de julio del mismo ao, el episcopado protest pblicamente cerca del Reichsstatthlter Seyss-Inquart contra el proyecto de deportacin de los judos, pese a que ya haba conseguido, en enero de 1941, que fueran respetados los hebreos catlicos. Los nazis reaccionaron aboliendo la concesin acordada e incluso deportando en primer lugar a los hebreos catlicos, pero evitaron toda represalia sobre las comunidades catlicas arias y sobre sus dirigentes. Por lo dems, esto se verific tambin en la aliada Checoslovaquia. Los obispos del pas enviaron al Gobierno una serie de protestas colectivas contra las persecuciones de los judos y los proyectos de enviarlos a Galitzia y a la regin de Lubln. Pese a su nmero, gravedad y tono, no se toc ni un cabello a ningn miembro del episcopado.70 Y si los nazis evitaron el conflicto abierto con las jerarquas locales y hacer vctimas entre ellas mucho menos pensaron, aun desendolo vivamente en secreto, atacar a la Iglesia en su reducto central. Lo documentan, adems de los hechos (o, mejor an, la ausencia de hechos), el Diario de Goebbels y Conversaciones de sobremesa, de Hitler. Por otra parte, el nico perodo en que habran tenido la posibilidad de hacerlo fue el que medi entre

el 25 de julio de 1943 y el 4 de junio de 1944. En efecto, inmediatamente despus de la detencin de Mussolini, acaecida en la primera fecha, estaban muy avanzados los proyectos, ya de un golpe de mano sobre el Vaticano, considerado corresponsable, junto con el rey Vittorio Emmanuele, del hecho, para capturar a los diplomticos que se haban refugiado en l y obtener un botn de documentos, ya para poner en seguridad al Papa en Alemania. Pero el sentido comn prevaleci al final sobre expedientes tan burdos y perjudiciales. La ocupacin de Roma al da siguiente del armisticio italiano (8 de setiembre de 1943) acab, en todo caso, con dicha posibilidad. Es cierto que despus se produjo el fenmeno de los intermitentes miedos que asaltaban de cuando en cuando a los habitantes de los sacros palacios (en algunos casos se lleg incluso a preparar las valijas por parte de los miembros de la Secretara de Estado, que teman la eventualidad de una deportacin, o a la destruccin de documentos por parte de los diplomticos acreditados cerca de la Santa Sede, para evitar que cayeran en manos de los nazis). Mas no sera de extraar que en el futuro se descubriese que no tenan ms origen que el doble juego del embajador alemn cerca de la Santa Sede Ernst von Weizscker, preocupado desde entonces de ponerse a salvo en el momento de la rendicin final de cuentas. 71 El absurdo de una segunda Avin, o, mejor, de una segunda Fontainebleau, eran tanto ms evidente, cuanto ms gratuita apareca a todos. En efecto, no se poda decir que los aliados quisieran proteger al Papa, que haba acogido como una gran fecha la acreditacin de un enviado personal del presidente de los Estados Unidos y que se haba negado formalmente a transformar en cruzada el ataque a la Rusia sovitica. Por otra parte, la lnea poltica del nazismo hacia el Vaticano haba sido siempre de una extrema cautela, incluso en situaciones mucho menos crticas que las blicas. Bastara para probarlo la controladsima reaccin opuesta en 1937 a la encclica Mit brennener Sorge. Es cierto que el documento pontificio no comprometa explcitamente a los dirigentes supremos del Tercer Reich; ms an, evitaba todo juicio formal respecto al rgimen, pero era, de todas formas, u n documento de tal gravedad como para justificar, sin ms, la denuncia del concordato por parte gubernativa. Naturalmente, no fueron pocos los jerarcas que se sintieron inclinados a ello, pero al final no se hizo nada: en efecto, slo la Iglesia habra salido ganando con la denuncia del concordato, ya que se le habra restituido su libertad y no se habra visto obstaculizada por ninguna fiscalizacin estatal, mientras que el Estado habra corrido el riesgo de enajenarse las simpatas de los veintids millones de catlicos alemanes, por n o aludir a la crisis de conciencia de los

84

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

85

catlicos austracos, que vivan en espera del Anschluss y que habran podido retractarse de su eleccin proatniana. Por tanto, nada ms natural que los nazis se limitaran a vagas amenazas, que hacan circular en forma de rumores y dndoles una cierta apariencia de consistencia con algn golpe de mano (la violacin de la extraterritorialidad de Saii Pablo Extramuros, atribuida, sin embargo, a los fascistas, y la irrupcin en el Pontificio Instituto oriental). Tales amenazas se referan no slo y no tanto a la ocupacin del Vaticano y a la puesta en salvo del Pontfice, cuanto a la reduccin al silencio de Radio Vaticano (que poda ser efectuada por un avin de misteriosa nacionalidad, como el que haba arrojado algunas bombas en el interior de la ciudad pontificia el 5 de noviembre de 1943)72, y la rotura de relaciones diplomticas con la Santa Sede. Monseor Giovannetti, en el artculo ya citado, y que tuvo el honor de ser objeto de un juicio tan halageo por parte del cardenal Montini, cita precisamente estos dos amenazas como motivos determinantes para considerar peligrosa y, por tanto, irrealizable, una solemne denuncia. En efecto, la radio vaticana era entonces la nica comunicacin posible de la Santa Sede con el mundo (y, por tanto, el nico medio para el gobierno de la Iglesia), y la rotura de las relaciones diplomticas habra procurado, con la imposibilidad de comunicarle con el Gobierno alemn, y, de consiguiente, al menos con la mitad de la Europa ocupada, la paralizacin completa de toda accin caritativa en favor de las vctimas de la guerra. Naturalmente, todo era posible. De hecho, sin embargo, el Gobierno alemn se content con mucho menos para desalentar el intervencionismo del Papa. En las instrucciones impartidas por Ribbentrop al embajador Von Bergen el 13 de enero de 1943, y encontradas al finalizar la guerra en los archivos de la Wilhelmstrasse, se lee: Si el Vaticano amenazase o intentase cualquier accin poltica o propagandstica contra Alemania, es obvio que ello obligara al Gobierno del Reich a reaccionar de manera adecuada. En tal caso, el Gobierno del Reich no carecera del material eficaz ni de las posibilidades de tomar medidas concretas contra la Iglesia catlica.72 bis Ms que a amenaza, esta advertencia suena a extorsin. Y a extorsin que, si bien aparentemente genrica, debi de ser indudablemente concreta y de extrema gravedad si funcion plenamente (ya que no se puede ser tan ingenuo como para creer que Von Weizscker, que sucedi a Von Bergen, con o sin el doble juego al que hemos aludido, la mantuviese secreta a los dirigentes va-

ticanos). Por supuesto, no es el caso de perderse en conjeturas sobre los objetos de las revelaciones que el Gobierno nazi contaba cc>n hacer (relativas, probablemente, a pasos diplomticos de la Santa Sede, a actividades econmicas de la misma, a la persona del pontfice o a otras muy allegadas al mismo, etc.). Lo cierto es que ello, si bien no la principal razn del silencio de Po XII, fue una 4e ellas, y probablemente no la ltima. En conclusin, el examen de las causas que pueden explicar la atribuida razn de peligrosidad a la denuncia pontificia llevan muy lejos de las vctimas de la guerra y muy cerca de la propia Iglesia; y ms bien que a su periferia, dentro de ella. Y, por desgracia, este miedo no ayuda a aumentar la estima por el desinters del silencio pontificio. En la lucha con el mundo, con las potencias hostiles del mundo (y Dios sabe si el nazismo era una personificacin equvoca del mismo), la Iglesia, toda Iglesia cristiana, pero mucho ms la que reivindica para s con ms intransigencia y perentoriedad la singularidad y la verdad, no habra debido dudar de la victoria final. Acaso no est escrito en el Evangelio: Las puertas e\ infierno TO prevalecern contra eua? "Y no lo record el propio Po XII en el prrafo 38 de su Summi Pontificatus? Cmo juzgar, entonces, esta grave incongruencia, si no se puede poner en duda que para la Iglesia no es la existencia la que precede a la confesin, sino la confesin la que precede a la existencia? Hablar era intil Antes de responder a esta pregunta conviene or la segunda justificacin oficial del silencio de Po XII: hablar era intil. El 20 de julio de 1955, un singular artculo de fondo de L'Osservatore Romano, debido a su director y titulado Un magisterio y un testamento, someta a confrontacin la sensacin suscitada en el mundo por el testamento de Einstein con el escaso relieve dado al magisterio del Papa Pacelli. He aqu, textualmente, el comiendo de dicho artculo: El mensaje postumo de Einstein ha aparecido, ms que como una gravsima advertencia, como una intimidacin moral. O el fin de la guerra para siempre, o el fin de la humanidad. El mensaje, cientfico hasta el materialismo, dice precisamente: fin de la especie humana. Ahora bien, podemos preguntarnos por qu semejante impresin, tan vasta y profunda, por doquier, no se produjo ^1 20 de febrero de 1943, cuando Po XII, hablando a la Academia de Ciencias de las leyes naturales del mundo inorgnico y de la vida vegetativa y sensitiva, advirti sobre la "peligrosa catstrofe" que

86

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

87

los descubrimientos nucleares determinaran si se adoptaban como intrumentos de guerra; y tampoco cinco aos despus, en el mensaje de Pascua de 1954 y en el de 1955. No es que tales advertencias no fuesen acogidas por consensos unnimes. No queremos decir esto. Queremos decir que tales consensos no tuvieron o no mostraron la conmocin y el espanto que hicieron temblar hasta la voz del "glido" Lord Russell, ejecutor testamentario de la previsora herencia del gran cientfico, y que palpitaron en los comentarios de los peridicos y en las sntesis de los titulares con que se dio amplia noticia de ello. Tras haber precisado el sentido de su extraeza, el editorial continuaba: Cul es la razn de esta diferencia? Se halla acaso en la psicologa del auditorio mundial, no del todo habituado o preparado para escuchar y acoger la Palabra del Papa que vale para todos, asi como para todos los tiempos de la Historia y para todas las conciencias humanas? O bien porque esta conciencia humana se halla tan desviada ya de los pensamientos y de los magisterios morales, incluso cuando stos se refieren a resultados de experimentos y hechos, que medita nicamente sobre las cosas materiales y expresadas con el lenguaje ms materialista y para el fin exclusivo del egosmo material? Y acababa, no sin evidente irritacin (Po XII ha hablado como Padre, ha hablado de humanidad. Einstein, de individuo, de la "raza humana"; ha hablado de "especie biolgica" como el director de un jardn o de una reserva zoolgica...), por aceptar la segunda hiptesis, la del predominante materialismo de los hombres contemporneos. Pero el clima de 1955, poda considerarse idntico al de 1943? Faltaba en realidad entonces (en la psicologa del auditorio mundial) la preparacin adecuada para recibir la palabra del Papa? Creemos que no pocos son del parecer contrario. Durante la guerra, la palabra del Papa se entiende, una verdadera palabra liberadora era esperada, ms an que por los combatientes y por los gobernantes de los pases aliados (nos atrevemos a incluir incluso a Rusia, tanto la sovitica como la ortodoxa), por todas las conciencias honestas, deseosas de ser confirmadas en lo que consideraban su deber y angustiadas por no tener una respuesta autorizada a su espera, y tanto ms cuanto que los pastores de rango inferior (a partir de los obispos) se encerraban tambin en el silencio ms humillante y atormentado, estando, a su vez, privados de directrices y de estmulos de arriba. Y en la misma medida en que era esperada aquella palabra, su ausencia era implorada o aceptada con amarga resignacin.73

Por qu, entonces, no habl el Papa? La respuesta nos viene dada, aunque sea a la distancia del tiempo (el 19 de marzo de 1964), por la pluma de otro director del mismo diario vaticano: Los silencios del Papa, cuando existen, no son suyos, sino nuestros, o sea, impuestos por los cristianos, los cuales acaban por vincular, con su inadaptabilidad de hijos, los labios del padre y maestro. No est acaso escrito en el Evangelio: "Jess callaba"? Pues tambin el Vicario de Jess puede querer y deber callar. Puede parecer una respuesta sibilina, pero no lo es. Si bien con lenguaje veladamente diplomtico, dice que era intil que Po XII hablara, por la sencilla razn de que su palabra no habra tenido la fuerza suficiente de reclutar proslitos en nmero adecuado para la necesaria cruzada. En suma, en tales condiciones psicolgicas, levantar el anatema contra Hitler habra sido una autntica locura. Europa no se habra cubierto de la noche a la maana de maquis catlicos que enarbolaban la bandera blanca y amarilla del Papa.7* En realidad, despus de la experiencia del Papa Juan a propsito de la eficacia de la palabra del Papa, habra que dosificar sobre todo el escepticimso. El Papa Juan, con su palabra represe que con una palabra escrita, y escrita en una poca sin duda ms distrada y justificada en su distraccin que la de la guerra, conmovi al mundo. Es cierto, sin embargo, que para tener un Papa Juan la Iglesia ha tenido que esperar dos milenios y, aun as, sin poder garantizarse para lo futuro. Sea como fuere, Po XII, actuando al nivel comn de los polticos realistas, no pudo por menos de calcular framente las posibilidades concretas de un gesto tan grave, valorando, ante todo y sobre todo, la reaccin que pudiera tener en el mbito del catolicismo alemn. Y fue ciertamente en este clculo, para el cual no haba nadie ms a propsito que l 45 millones de catlicos en la gran Alemania, adictos en su mayor parte al rgimen o, por lo menos, al espejismo patritico que pareca dejar entrever; 45 millones de catlicos impregnados ya previamente de antisemitismo y convencidos de los abusos de las naciones contra su pas; 45 millones de catlicos ilusionados con ser tiles a la Iglesia colaborando al nuevo orden de las potencias del Eje, en el cual no poda por menos de desempear un papel determinante el slido catolicismo de Italia y de las restantes naciones latinas, fue, ciertamente, en este clculo en el que se dej desbordar por el pesimismo.' 5 Pero el catolicismo alemn no era todo. Y, a fin de cuentas, aun slo el arrepentimiento de una minora, en su seno, habra podido tal vez constituir en la mquina blica del Reich el proverbial granito de arena que obstaculiza y hace saltar los engranajes. Tal

88

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

89

vez no existan en la clase dirigente alemana, a partir del ejrcito, los hombres prestos a aplastar al grupo de locos y criminales que se dispona a perder a su pas? Por otra parte, la Europa del Eje quin poda olvidarlo? era una Europa ocupada y humillada, que se habra puesto en pie a una llamada oportuna y sugestiva de reaccin. El hecho es que Po XII, tmido y esquivo por temperamento y poco amigo de actitudes que no estuviesen circunscritas en un horizonte bien claro y definido, odiaba el solo pensamiento de tener que repetir el tan fcil cuan irrisorio milagro de Po IX. Los recodos de la Historia, sin embargo, estn hechos por hombres que creen sin exigir demasiados controles, por hombres cuya fe, como la de Juan XXIII, fuerza tan irresistiblemente los acontecimientos, que parece secundarlos y ceder a ellos. Por lo dems, y pese a las apariencias, bloquear la furia nazi no habra sido en modo alguno un hecho excepcional. La psicologa no se extraa de que un hombre desarmado como Len Magno pudiera detener a un Atila. El terror necesita que se crea en l: para afirmarse, ha de poder nutrirse de la debilidad y del ceder sin lucha de los seres sobre los que se ejerce; frente a una inesperada resistencia, se descompone, pierde su seguridad y queda desermado. Todos los sdicos son temperamentalmente dbiles. Y, en todo caso, no se debe olvidar la caracterstica esencial del terror nazi: la de ser (y de no poder no ser, precisamente por las colosales represiones a que estaba destinado) un terror esencialmente planificado y burocrticamente administrado. Los recientes procesos de Frankfurt y de Munich, as como las afortunadas investigaciones personales de Simn Wiesenthal, permiten hoy tener un cuadro preciso del aparato organizador de la mquina terrorista alemana, a partir de las escuelas de sus verdugos diplomados, las nicas cientficamente preparadas conocidas hasta ahora por la Historia.17 Pero incluso durante la guerra no se poda no sospechar. Naturalmente, los sujetos previamente elegidos eran fruto de una seleccin particular; sin embargo, las resistencias naturales a una actividad tan implacable podan ser frenadas, e incluso a veces cortadas, nicamente por una excepcional preparacin psicolgica, por una disciplina frrea y por el sentido del propio poder (o, mejor, de la omnipotencia de grupo). Sea como fuere, sin embargo, se trataba siempre de un terror enseado, no instintivo; aprendido, no espontneo, confiado a potencialidades brutas insensibilizadas por tradiciones seculares de autocontrol y de repulsa. Y si ste era el taln de Aquiles de los cuerpos especializados para las matanzas cientficas, es fcil imaginar cunto ms precaria sera an la resistencia de los cuerpos no adiestrados y obligados a cir-

cunstanciales acciones de exterminio en las retaguardias o en zonas hostilizadas por los partisanos. Por lo dems, especialmente para los miembros de las formaciones especiales, la mejor garanta para su rendimiento estaba constituida por el secreto, no slo sobre su pertenencia a las organizaciones, sino incluso sobre la existencia de las mismas; en efecto, ni siquiera el III Reich, dedicado a formar perfectas conciencias de verdugos, poda hacerse ilusiones respecto a rodear de prestigio la profesin de verdugo. Por tanto, si hubiese sido desenmascarada de golpe frente al mundo entero la existencia de los campos de la muerte y la organizacin de sus verdugos, y hubieran sido reveladas a la vez las acciones de exterminio impuestas incluso a las fuerzas regulares del ejrcito, no slo las vctimas se habran sentido estimuladas a levantarse e imponerse a sus verdugos, y se habran llenado de espanto y terror todas las personas honestas que odian el mal, especialmente un mal tan gratuito y absurdo y de proporciones tan inauditas, sino que se habra extendido el pnico entre las propias filas de las SS. Cierto que un tal desenmascaramiento poda hacerse, y se hizo en realidad, por los Gobiernos aliados; pero, con qu efectos? Qu alemn no habra considerado todo ello como una invencin de la propaganda psicolgica enemiga? Slo las autoridades religiosas y completamente ajenas y superiores al conflicto habran podido conseguir la necesaria eficacia de conviccin y de persuasin. Y si no lo hubiesen conseguido? Y si incluso un intento de esta ndole hubiese resultado intil y hasta perjudicial pero las protestas contra la aplicacin de la eutanasia tuvieron pleno xito, aunque fuese despus de haber conseguido ya con ella unas doscientas mil vctimas, provocando una ms rpida y feroz liquidacin de los predestinados? Pues bien, no podemos por menos de afirmar, una vez ms, que el mundo religioso tiene no slo dimensiones completamente particulares, sino tambin leyes totalmente propias. Para convencerse de ello basta releer el Evangelio, e incluso slo el Sermn de la Montaa. La categora del xito es completamente desconocida a la carta de las bienaventuranzas. Por el contrario, en cuanto al fracaso, hay un lugar tan preponderante como para estar all casi omnipresente. Y, en primer lugar, el fracaso de los que tienen hambre de justicia. (Bienaventurados los pobres de espritu... Bienaventurados los humildes... Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia... Bienaventurados los que sufren persecucin por la justicia...) Pero aun cuando no fuese as, eL silencio frente al mal moral, por muy justificado que pueda aparecer, es un silencio que el Evangelio, como cualquier otro texto .sagrado de la humanidad, ha

90

CARIO FALCONI

condenado tan inexorable como explcitamente como la omisin de las omisiones: Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se hace inspida, con qu se salar? Vosotros sois la luz del mundo; no puede estar escondida una ciudad situada sobre un monte, ni se enciende una lmpara y se pone bajo el almud, sino sobre el candelabro, para que ilumine a todos los de la casa...

V LA EXPLICACIN MAS PROBABLE

En resumidas cuentas, Po XII call por miedo y, en ltima instancia, por aridez religiosa? Bastara aceptar, aun cuando fuese slo provisionalmente, un veredicto semejante, para condenarse a no entender ya nada de la personalidad de Po XII, o para hacer de l un absoluto y repugnante embaucador. Creemos que la verdad se halla notablemente lejos de estos dos extremos, y, en todo caso, lo que se ha de excluir inmediatamente es el miedo personal. La vileza era constitucionalmente contraria a la ndole y al carcter del Papa Pacelli. Puede decirse que vivi toda su vida en la tensin de una exaltacin interior, no lejos a veces, especialmente en el ltimo decenio, incluso de manifestaciones alarmantes; ms an, en la tensin de una exaltacin que era esencial y preponderantemente una forma de autoexaltacin. De ah su aislamiento y su soledad, originados, en parte, por timidez (los tmidos son los ms llevados a buscar compensaciones a su propia incapacidad de hacer copartcipes a los dems el culto del s, el propsito de distinguirse y de destacarse); de ah su asctica autoridad, que no es exagerado en modo alguno definir como ms naturalista y formalista que de inspiracin religiosa (aunque, naturalmente, no faltara en l, eclesistico, la impregnacin de motivos religiosos); de ah, finalmente, su excepcional rgimen de actividad, impulsado a tm ritmo extremo tanto en la duracin como en la asiduidad y en el mtodo. La sombra y la vergenza de una derrota, sobre todo por vileza, no eran ni siquiera imaginables en la psicologa, de tpico superhombre, de Eugenio Pacelli. Le repugnaban tanto la vileza como la mediocridad, y los caminos tortuosos tanto como las intri-

92

CARLO FALCONI EL SILENCIO DE PO XII

93

gas. Quera ser, y saba serlo, totalmente ntegro, el primero en todas partes por mritos personales y sin deber nada a nadie. De la misma forma, prefera dejarse despedazar antes que doblegarse. Durante la Primera Guerra Mundial, Benedicto XV lo honr con dos excepcionales misiones diplomticas: una en Viena, cerca del emperador, 78 y la otra en Kreuznach, en el cuartel general del Kaiser.78 No sabemos nada de la impresin que caus a Francisco Jos; en cuanto a la de Guillermo II, fue tal que, aun queriendo, segn parece, dar de l una imagen alterada en sus Memorias, no tuvo ms remedio que rendir un homenaje inusitado al legado pontificio. Pero el episodio smbolo tuvo lugar una vez acabada la guerra, en la ruina de la Alemania derrotada, y precisamente en Munich, durante las famosas jornadas del Gobierno rojo. Un da de abril de 1919, los guardias espartaquistas penetraron, pistola en mano, en la Nunciatura Apostlica. Monseor Pacelli quiso enfrentarse con ellos solo, y los oblig a retirarse sin que se atrevieran a cometer el ms mnimo abuso, no recurriendo a ninguna astucia, sino impresionndolos con una protesta tan digna cuanto resuelta y firme. El hecho constituy para l una magnfica victoria, pero tambin un autntico shock. Como dira posteriormente a su mdico personal, aun a dcadas de distancia, el pontfice casi octogenario volva a revivirlo en sueos.80 Sin embargo, no actuaba sobre l de forma depresiva, sino exaltante. Muchos de los desafos lanzados al comunismo por Po XII despus de la Segunda Guerra Mundial se inspiraron, en su subconsciente, en aquel lejano episodio. Por lo dems, durante el conflicto de 1939-1945, fue precisamente l, mucho antes de que pudiese imaginarse la crtica situacin que de hecho sigui y que foment el nacimiento de las amenazas contra su persona, quien concibi la hiptesis de su posible captura e internamiento en un campo de concentracin. 31 Pero jams, aunque una medida de tal ndole hubiese llegado a afectarlo, habra acabado en un campo comn. Pero la perspectiva le exaltaba, y es de creer que se habra atrevido incluso a provocar su realizacin, si no hubiese estado angustiado a la vez por el pensamiento del Vaticano violado y de la Curia dispersa. No sabemos cunto puede haber de verdad (aunque puede considerarse cierto un hecho por lo menos anlogo) en el rumor de que incluso haba transmitido facultades y directrices precisas al cardenal Cerejeira, arzobispo de Lisboa, para que dirigiese la Iglesia en su lugar en el caso de una posible captura. Ni si es cierta esta respuesta que diera a quien le anunciase la probable detencin por parte de los nazis: No detendran al Papa, sino sola-

mente al cardenal Eugenio Pacelli. Sin embargo, es irrefutable el espritu de estos episodios. En torno a l, sus colaboradores de la Secretara de Estado y los dirigentes de los Departamentos del Vaticano temblaran y es fcil imaginar con cuan solemne dramatismo convoc en torno a s a los miembros del Sacro Colegio Cardenalicio para anunciarles que, en la eventualidad de una violacin de la neutralidad del territorio de la Santa Sede, les relevaba de la obligacin de permanecer cerca de l en Roma, de la misma forma que seran presa del pnico los diplomticos por la suerte que les esperara en el caso de una ocupacin de los sacros palacios por parte de los nazis.82 Pero podemos estar seguros de que el Papa Pacelli no temblaba. Y quiz, y sin quiz, la hora ms bella de su vida habra sido la de poder provocar a sus capturadores con la denuncia de las atrocidades cometidas por ellos y con el llamamiento a los catlicos de todo el mundo para que se unieran en una cruzada contra la ms nueva y espantosa barbarie de la historia. La prueba sin duda ms inesperada e inesperable por parte de l, no como hombre (ya que en los temperamentos ms rutinarios y metdicos alienta con frecuencia una nostalgia de aventuras), sino como Papa, una prueba no slo de audacia, sino de temeridad, la dio sin duda Po XII pocos meses despus del comienzo de las hostilidades, en la primavera de 1940, al apoyar un complot de militares alemanes que se proponan deponer a Htler.83 Pero si luego se alej, y para siempre, de tal gnero de aventuras, est fuera de duda el que ms de una vez pareci decidido a levantar la voz, aunque luego, en el ltimo momento, 84 volvi siempre sobre sus pasos. Conocemos ya una precisa amenaza suya: la del radiomensaje navideo de 1941 contra la persecucin religiosa. Una amenaza que deja muy perplejos cuando se piensa que pasaba, con total indiferencia, sobre las matanzas, las deportaciones forzadas y las crueldades de todo gnero perpetradas por los alemanes y por los rusos, para limitarse a protestar por las disposiciones contra las iglesias y los objetivos que persiguen. Es cierto que una parte notable de las protestas hechas por las autoridades eclesisticas en favor de los judos causan el mismo malestar, ya que, o se refieren solamente a los hebreos catlicos, o preferentemente a estos ltimos, pero en este caso se trata, casi siempre, de protestas diplomticas, y es obvio pensar que los representantes pontificios actuaron constreidos por la necesidad de dar a sus notas las condiciones jurdicas que deban hacerlas tomar en consideracin. En un documento pblico y no diplomtico ta situacin es distinta

94

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE FO XII

95

por completo, y este egosmo confesional turba profundamente. No obstante, se trataba siempre de una amenaza especfica, y de una amenaza especfica se poda pasar siempre a otra ms genrica y polticamente peligrosa. El propio cardenal Tardini a la sazn subsecretario para Asuntos eclesisticos extraordinarios y jefe de la primera seccin de la Secretara de Estado, luego prosecretario bajo el propio Po XII y, finalmente, Secretario de Estado de Juan XXIII ha revelado la historia de tres telegramas enviados por el propio Papa Pacelli a los soberanos de Blgica, Holanda y Luxemburgo el da de la agresin de sus pases por parte de Alemania.85 Apenas puesto al corriente de la noticia, o sea, pocas horas despus del hecho, Po XII decidi que el cardenal Maglione redactase una breve nota para L'Osservatore Romano, mientras monseor Tardini le preparara un proyecto de carta abierta que el Papa, de acuerdo con una costumbre de los pontfices, dirigira a su cardenal Secretario de Estado. La carta, llena de contencin pero severa, requera ser bien ponderada, y por lo menos haba que esperar al da siguiente para su publicacin. Por eso, Po XII, para no retrasar demasiado su toma de posicin, pens enviar a los tres altos destinatarios telegramas suficientemente alusivos y significativos, los cuales se redactaron efectivamente y cuyo contenido se dio a conocer en seguida. Sin embargo, por desgracia, apenas hubo hecho expedir los telegramas, Po XII consider que la carta podra ser considerada gravemente provocativa y abandon la idea de darle curso.88 Por cuanto se ha revelado aunque la fuente de informacin no ha sido cualificada en modo alguno 87 , se habra preparado otro documento, ya listo para su uso y luego abandonado, ms an, roto por el propio Po XII: esta vez, un discurso, que el Papa habra elaborado en agosto de 1942. En efecto, se le haba sealado la presencia, en el auditorio (se trataba de una de las acostumbradas audiencias generales, caractersticamente promiscuas), de un grupo de soldados alemanes. Y, tras algunas vacilaciones, Po XII habra decidido aprovechar su presencia para deplorar sensiblemente todas las violaciones contra la persona humana de que se haba hecho responsable el nazismo en los distintos escenarios de la guerra. El texto sera de un vigor inslito; pero una hora antes de la audiencia, tras haberlo reledo, el Papa sera asaltado por graves dudas, tan graves, que consider lo mejor arrojarlo a la papelera. A un testigo del hecho le dira: Mi deber es el de simplificar las cosas, no el de complicarlas. Sea o no verdadero el episodio, es un hecho que nunca como hacia mediados de 1942, estuvo tan cerca de intervenir Po XII,

tanto que, por orden suya, la Secretara de Estado empez a elaborar un documento de terrible alcance (por desgracia, destinado, como veremos, a tener un fin bastante grotesco). En el radiomensaje navideo de aquel mismo ao hubo, adems, la romntica peroracin para la cruzada de todos los hombres magnnimos y honestos que, si bien qued en pura figura retrica, tena probablemente por objeto atemorizar a todos cuantos tenan razn para preocuparse de que el Papa estuviese a punto de pasar de las palabras a los hechos.88 Estos episodios atestiguan claramente la lucha interior que sostena el Papa Pacelli. Igualmente explcita es su correspondencia con los jefes de las distintas comunidades nacionales. En las cartas privadas se expresa con tales acentos su deseo de poder hablar, que resulta difcil no creer en la sinceridad de sus afirmaciones. Al obispo de Berln, por ejemplo, le escribi: Para el Vicario de Cristo es cada vez ms tortuoso y lleno de espinas el sendero que debe seguir para encontrar el camino justo entre las exigencias contradictorias de su oficio de pastor. En esta carta, Po XII hace olvidar casi completamente al poltico o al diplomtico, para revelarse sinceramente pastor. Basta ver cmo se preocupa de la difusin de la mentalidad nazi entre los jvenes: Ms all de todos los argumentos de inquietudes y de esperanza escribe, la nica cuestin que permanece para Nos, en lo que concierne al porvenir, es sta: tras haber sido sometidos completamente a la influencia y a la educacin de un sistema cerrado, extrao al cristianismo, emanadas de la organizacin del partido y de las prescripciones ya conocidas del futuro Volksgesetzbuch, cmo podr la juventud catlica, como la generacin que avanza, custodiar y transmitir intacta la propia fe catlica? K En otros, correspondientes expresiones de este gnero podran atribuirse a pura veleidad, y en otros, incluso a astutas mentiras. Pero Po XII no era un veleidoso, ni, mucho menos, un hombre capaz de mentir con semejante descaro y constancia. La impresin que ha dejado en la mayora de los diplomticos acreditados cerca de la Santa Sede, y en particular en los que lo fueron durante las vicisitudes blicas,** ha sido la de un hombre profundamente recto y, sobre todo, superior tanto a los horizontes comunes como a las que se suelen llamar las artes insidiosas y cenagosas de la diplomacia. Tanto durante la guerra como despus de la misma, el Papa Pacelli pudo haberse equivocado, es ms, se equivoc cierta y gravemente en ms de una ocasin, mas no hay razn por esto para dudar de su honestidad y de la rectitud de sus intenciones.

96

CARLO FALCOKI

EL SILENCIO DE PO XH

97

Por desgracia, el ltimo decenio de su pontificado deterior su primera imagen, desfocando en muchos su recuerdo. Las facciones del Papa de la elocuencia de Pentecosts, como lo defini su antecesor; el Papa triunfante del Ao Santo; el Papa beligerante de los comits cvicos, el Papa del Occidente y de la antidistensin, se han deformado al superponrsele la imagen del Papa de los aos blicos: una imagen difana y enflaquecida, pero, sobre todo, profundamente afligida y humanamente triste, tal como nos la siguen transmitiendo las ya descoloridas fotografas de aquel tiempo. En la reevocacin que hizo oficialmente de l el cardenal Tardini en 1961, su ex colaborador record cmo redujo entonces su propio alimento y multiplic sus penitencias hasta negarse incluso, entre otras cosas, a caldear su habitacin durante el invierno. Al final de la guerra, el Papa Pacelli pesaba solamente 57 kilos para 1 metro 82 centmetros de estatura, tan delgado se haba quedado.91 Pero la transparente delgadez y, sobre todo, la extraviada afliccin de su rostro, no eran debidas solamente a las penitencias de las que el que escribe recuerda haber odo hablar insistentemente, entre 1939 y 1940, por quienes frecuentaban la casa de su hermana, la seora Elisabetta Rossignani. La causa ms profunda era, ciertamente, el tormento con que buscaba una solucin al dilema que lo desgarraba en lo ms ntimo de su ser, o sea, si hablar o no. En su grande y severa conciencia, Po XII luch realmente da tras da por encontrar la respuesta. Por lo dems, sus tormentosas oscilaciones quedan demostradas no solamente por las indiscreciones que hemos referido, sino tambin porque quiso que, contraponindose a su silencio, hablasen por lo menos de cuanto en cuando aquellas voces oficiosas que son los instrumentos directos de la propaganda de la Santa Sede, o sea, L'Osservatore Romano y la Radio vaticana. Sin embargo, conviene precisar inmediatamente que si la segunda, sobre todo en los primeros meses del conflicto, fue bastante explcita en ilustrar la situacin polaca, el primero no aludi jams a los crmenes extrablicos del nazismo y de sus aliados. Sus notas ms irritantes para los pases del Eje, y especialmente para Alemania, se refirieron exclusivamente a las violaciones jurdicas perpetradas con la fuerza al invadir algunos pases neutrales (Polonia, Finlandia, Dinamarca, Noruega y los tres pases que luego constituiran el Benelux), o la falta de libertad, e incluso la persecucin religiosa, puesta en accin tanto en Alemania como en algunos pases ocupados.92 Por lo que respecta a los judos, como ha hecho notar el doctor Dalla Torre en una entrevista," el diario vaticano intervino solamente con tres artculos, todos ellos rela-

tivos al episodio de razzia llevado a cabo en Roma por las SS en octubre de 1943. Estas intervenciones de L'Osservatore no podan, naturalmente, sustituir a la voz del Papa; no obstante, insinuaban, si no otra cosa, que sus tomas de posicin no podan carecer de la aprobacin del Sumo Pontfice. Y si satisfacan slo la mitad de las esperanzas de quienes miraban hacia el Vaticano con la inagotable esperanza de que ms tarde o ms temprano rompera su silencio, mucho menos podan aplacar la inquietud de Po XII y por qu no? su sentido de remordimiento (en efecto, fue l quien admiti, si bien en privado y slo una vez, por lo que sabemos, no tener que arrepentirse ms que de una cosa: de haber callado respecto a Polonia).94 Por otra parte, el problema relativo a hablar o no se subdivida en otras varias facetas: la del modo y medio de qu eventualmente servirse, y, sobre todo, del momento oportuno que se podra elegir. Esta ltima se vea an complicada por el hecho de que Po XII, como se sabe, no abandon jams los intentos diplomticos para influir sobre el curso de la guerra. 95 La fluidez de las vicisitudes blicas y las continuas sorpresas que reservaban obligaban continuamente al pontfice a abandonar o a cambiar las modalidades o el contenido de las gestiones diplomticas emprendidas, y el conjunto de los dos rdenes de hechos haca cada vez ms difcil proyectar intervenciones no ligadas estrictamente al desarrollo de la guerra. Por otra parte, era muy natural que la buena marcha de una accin diplomtica lo llenase de esperanzas tales como para considerar intempestiva una intervencin respecto a los crmenes extrablicos, los cuales, por lo dems, acabaran con el alto impuesto a la propia guerra. Slo quien tamizase finamente las distintas vicisitudes diplomtico-militares de la guerra para individualizar los posibles momentos de insercin de la intervencin pontificia, podra darse cuenta de la complejidad de La situacin en que se debata Po XII. Aparte que un observador semejante gozara de la posibilidad de conocer ya de por s todo eL transcurso de los acontecimientos y tendra la calma y la objetividad psicolgicas ideales para atender a un estudio de esta ndole, el pontfice haba de actuar en la elevada temperatura de los acontecimientos, que se precipitaban con explosiones cada vez ms espantosas, o se detenan en una insidiosa tensin no menos llena de incgnitas y de ansias. Sea como fuere, considerado el conjunto, el perodo ideal para la intervencin de Po XII habra podido, tal vez, caer en la segunda mitad de L942. Antes de esta fecha, al desconocerse todava Los programas de exterminio pLanificado de los judos y de

98

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

99

otros pueblos, excluido el polaco (pero las matanzas de este ltimo podan dejar siempre la duda de que fuesen casuales o consecuencias ms o menos inevitables y desproporcionadas de una ocupacin obviamente mal tolerada), habra podido, como mximo, emitir una solemne condena contra Alemania por las agresiones reiteradamente perpetradas. Una condena de esta ndole no careca, ciertamente, de justificaciones; pero se poda y se puede reprochar a Po XII haberla querido evitar, en la esperanza de llegar a poner fin al conflicto por caminos menos tempestuosos? 96 Mucho menos se poda esperar la intervencin papal en la segunda mitad de 1941, tras el comienzo de las hostilidades contra la Unin Sovitica. El acontecimiento, sea cual fuere como pudiese juzgarse, tanto en el plano poltico como tico, no poda no ser visto en el Vaticano como uno de aquellos juegos, tan caros a la divina Providencia, con la que sta resuelve, en el momento ms inesperado, las partidas dejadas misteriosamente abiertas. Por el contrario, en 1942, y sobre todo en la segunda mitad, la situacin haba cambiado profundamente. Y no tanto desde el punto de vista militar, donde, sin embargo, las chances del xito final tendan cada vez ms a equilibrarse entre los dos adversarios (desembarco de los aliados en el frica del Norte, batalla del Alamein, estancamiento del frente ruso e inicio de la resistencia de Stalingrado), cuanto por la explosin de locura homicida que haba atacado a todos los pases ocupados, transformndolos, especialmente al Este, en un inmenso escenario de razzias y ejecuciones. El final de 1941 haba visto ya las matanzas de centenares de miles de judos y de prisioneros rusos por obra de los Einsantzgruppen, a espaldas del Ejrcito que avanzaba, hacia el corazn de la URSS, otras decenas de millares de servios caen en Croacia doscientos o trescientos mil judos asesinados en Besarabia y Bucovina, y otros tantos deportados de Alemania; pero, a comienzos de 1941, en Polonia se haba dado el adelante a la eliminacin en masa de los no arios locales y de los que seguan llegando de Francia y de Holanda, de Alemania y de Eslovaquia. Frente al deber de intervenir contra delitos de lesa humanidad, gratuitos y de gigantescas proporciones como stos, no existe obviamente, por lo menos en teora, oportunidad de tiempo y de ocasin que cuenten. La Santa Sede estaba suficientemente informada para poder intervenir, y habra tenido que hacerlo. Sin embargo, segn parece, esta vez Po XII, que pareca ya decidido, se detuvo an por el temor (como confi) a que los alemanes, una vez terminada la guerra, le hubieran podido reprochar haberlos herido por la espalda precisamente en la hora ms dramtica de su historia, mientras caan a oleadas bajo los muros de Stalin,-

grado.97 Sin embargo, resulta difcil poder aceptar semejante justificacin. Sobre todo, la resistencia rusa en Stalingrado revel, slo ms tarde, su verdadero potencial de consecuencias. Y, adems, la toma de posicin del Papa contra las matanzas extrablicas no habra sido dirigida contra Alemania como tal, sino ms bien contra el nazismo y sus jerarcas. Sea como fuere, en todo caso el drama de la Alemania verdugo no poda anteponerse al de los polacos, judos y rusos, vctimas inocentes. Finalmente, para el perodo sucesivo no hay la ms mnima duda de que Po XII haba quedado literalmente paralizado por el drama del comunismo que avanzaba. Ni siquiera el hecho de quedar finalmente libre despus del 4 de junio, fecha de la entrada de los aliados en Roma lo decidi a atacar a Alemania, cuyos soldados resistan desesperadamente contra los ejrcitos rojos, ya irresistibles. En resumidas cuentas, por qu no habl Po XII? Por una serie de razones, que no son, sin duda, las de carcter temperamental o utilitario aducidas por Hochhuth, 98 sino ms bien el juicio pesimista que se haba hecho de la situacin en que deba operar (la falta de preparacin psicolgica de los catlicos, especialmente alemanes); la persuasin de que el comunismo pudiese aprovecharse del debilitamiento del nazismo, sobre todo considerando la ciega confianza puesta en sus jefes por los jefes aliados; pero, especialmente, la preocupacin de asegurar a la Iglesia, en toda Europa, la posibilidad de sobrevivir y con energas tales como para poder influir, en la posguerra, de modo determinante, sobre el porvenir del continente y de todo el mundo. Sin embargo, a estas razones, que se podran llamar situacionales, conviene aadir otras ms ntimas y no menos importantes, de orden sentimental-psicolgico: su filogermanismo y la deformacin profesional del diplomtico, unida a una autntica repugnancia, en aquel primer perodo de su pontificado, por los gestos clamorosos. Habiendo ya aludido a las primeras y habindose escrito ya mucho y muy persuasivamente sobre el filogermanismo del Papa PacelLi," nos detendremos solamente sobre la ltima de las razones dadas, tal vez la ms descuidada hasta ahora. Sin embargo, hay algo pattico en la ciega confianza puesta por Po XII en el arte de la diplomacia. Basta pensar en la tenacidad con que sigui creyendo en la diplomacia hasta el fin, sin que jams los innumerables descalabros sufridos pudiesen aLterar su absurda confianza. Evidentemente, en la raz de u n tan desconcertante enttement no poda haber ms que una gran infatuacin juvenil, fcilmente identificabLe, creemos, en su culto sin lmites por Len XIII. El primer Papa de la vida de un catlico, y particular-

100

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XII

101

mente de un eclesistico, sobre todo si es romano, es casi siempre el Papa. Y esto es tanto ms cierto si tal Papa es, adems, una figura excepcional. Y el Papa Pecci no slo haba vuelto a elevar el prestigio de la potencia vaticana, comprometido hasta el extremo bajo Po IX, sino que lo haba llevado de nuevo a cumbres no alcanzadas haca ya siglos. Crecido en la escuela de Rampolla, el Secretario de Estado de Len, alumno de Gasparri y Della Chiesa, las mismas desilusiones polticas del pontificado de Po X, por violencia de contraste, lo haban hecho ms intransigente an en su ardor. Por lo dems, Benedicto XV y Po XI, no haban vuelto a subir la pendiente de modo inesperado? Entrado en la plenitud de la actividad diplomtica, Eugenio Pacelli pudo conocer, incluso personalmente, altibajos que habran bastado para hacer vacilar caracteres menos fuertes e idealistas que el suyo. Pero sin duda estaba persuadido de que esta oscilacin de alternativas se hallaba fatalmente ligada al relativismo de las iniciativas humanas. Otra conviccin arraigada en l era la de que la diplomacia eclesistica romana contaba con tales recursos (una experiencia milenaria, una coherencia debida a ideales extrapolticos inmutables en cualquier contingencia y, por tanto, de una continuidad indisputable, etc.), que no poda dejar de salir victoriosa incluso en las situaciones ms oscuras. De ah su escrpulo de continuarla y reforzarla, pese a las dificultades temporales. Incluso por esto, adems de por convencimiento ntimo, no dud en hacer suya la lnea de neutralidad poltica elegida por Benedicto XV a comienzos de la Primera Guerra Mundial, unindola a la neutralidad moral adoptada con inaudita despreocupacin por Po XI en el veintenio que sigui. En el curso de recientes polmicas, se ha puesto cada vez ms de moda contraponer la ambigedad y las reticencias del Papa Pacelli, a la resolucin y dureza de lenguaje del papa Ratti. Ahora bien, es, sin ms, cierto que, en los ltimos aos de su pontificado, Po XI oper cierto revirement en su poltica de simpata por los regmenes totalitarios, y que lleg a pronunciar incluso palabras conmovedoras sobre los judos. Pero es un hecho no menos incontestable que stas sus extremas retractaciones fueron ms verbales que reales, y a veces ms bien confidenciales que pblicas y programticas. 100 El famoso discurso sobre los catlicos herederos espirituales de los judos, por ejemplo, se hizo a puertas cerradas, y ni siquiera lo registr L'Osservatore Romano.101 Sea como fuere, se halla fuera de toda discusin que Po XI nada dijo cuando, el 7 de abril de 1933, salieron en Alemania las dos primeras leyes antisemticas, que excluan a los no arios dei

los cargos pblicos y de la abogaca (es cierto que entonces se estaba preparando a toda prisa el concordato con Hitler); 102 como tampoco habl despus de la publicacin, el 15 de setiembre de 1935, de las leyes raciales de Nuremberg, que prohiban, entre otras cosas, para la proteccin de la sangre y del honor alemanes, las relaciones sexuales entre alemanes y judos, tocando as el campo de los matrimonios mixtos (sin embargo, entre el 1. de julio de 1933 y el 15 de setiembre de 1935, cincuenta mil judos hubieron de abandonar Alemania, y muchos de ellos se haban suicidado para evitarlo); y no habl ni siquiera despus del Anschluss en 1938, cuando se duplic la frecuencia de las disposiciones antisemticas (haciendo, por ejemplo, obligatoria la denuncia de los bienes de los judos en vistas a su expropiacin y la impresin de la letra J [Jude = judo] en los pasaportes y en las tarjetas de identidad); y mucho menos hizo or su voz de protesta despus de la noche del 9 al 10 de noviembre, cuando se desencaden sobre los judos alemanes la represalia, por la muerte, a manos de un joven judo, de Ernst von Rath, consejero en la Embajada de Pars, represalia que condujo a la destruccin de 7.500 negocios y al incendio de unas 200 sinagogas, e hizo confluir en Buchenwald, en slo cuatro das, 10.454 judos, elimin definitiva y totalmente a los no arios de las actividades comerciales, les impuso una indemnizacin de 1.000 millones de marcos, restringi su circulacin, etc. El da en que fue quemada la primera sinagoga ha escrito un conocido escritor catlico, Reinhold Schneider, la Iglesia habra tenido que ponerse en pie como una monja al lado de la Sinagoga. Por el contrario. Po XI no se permiti ni siquiera una alusin a estos delitos (como, por lo dems, a las persecuciones de los evanglicos), ni tampoco en la demasiado injustamente famosa Mit brennender Sorge.103 Esta encclica es tan poco la encclica contra el nazismo, como ha sido definida, que no osa ni siquiera calificar explcitamente al nacionalismo como tal, sino slo algunas de sus corrientes, los errores dogmticos y morales difundidos en Alemania. El nico reproche que el Papa Ratti se permiti formular, con los debidos miramientos, a los dirigentes del Tercer Reich, y la nica razn por la que se decidi a escribirla, fueron las violaciones del concordato. En efecto, a Po XI no lo apremiaba otra cosa, y para conseguir esta modesta garanta evit cuidadosamente juzgar bajo su verdadero perfil y en trminos claros una concepcin del Estado que se inspiraba en las ms grotescas y brutales teoras racistas, amenazando incluso con su Weltanschauung la paz misma del mundo. El nico aspecto del nazismo criticado por la epstola es el del totalitarismo, pero slo porque en nombre del totalitarismo de Estado las autoridades ger-

102

CARLO FALCONI

EL SILENCIO DE PO XXt

103

mnicas pretendan la educacin integral de la juventud y la eliminacin de las escuelas confesionales. Sea como fuere, considerado todo, el Papa acababa ofreciendo a Hitler el ramo de olivo de la reconciliacin con tal de recuperar para la Iglesia catlica alemana su exorbitante prosperidad burocrtico-organizadora. Por lo dems, seis aos antes no se haba comportado de un modo distinto con el fascismo en la encclica Non abbiamo bisogno. Luego, entre el 1937 y el 1938, se difundi la voz de que estaba dispuesto a acabar con toda indigna transaccin, decidiendo incluso la denuncia de los Pactos Lateranenses. En efecto, ste habra sido el contenido del legendario discurso destinado al episcopado italiano, convocado en Roma, por primera vez en la Historia, para el decenal de la Conciliacin, y que no pudo ser ledo por la muerte repentina del anciano pontfice. Pero Juan XXIII, al publicar, finalmente, su texto,104 acab con todas las ilusiones. Una vez ms, el Papa Ratti se haba limitado a protestar por las continuas ofensas a la libertad y a la actividad de la Iglesia en los sectores a los que ella es ms susceptible, aunque sin ir ms all de una vigorosa vivacidad y causticidad de lenguaje. Sin embargo, esto bast para que el Papa Pacelli dejase caer en el silencio incluso este desahogo extremo de su predecesor y volviese a intentar las vas insinuantes de la diplomacia. Su diuturna experiencia habra debido disuadirlo, sin ms, de ello, y tanto ms conociendo la profunda hostilidad que sentan hacia l y hacia sus consejeros los jefes de las potencias del Eje.105 Aparte que habra debido darse cuenta de la incongruencia que haba en insistir en las tentativas diplomticas con hombres de Estado que se burlaban abiertamente de la diplomacia, a menos que la considerasen, en algn caso especfico, el instrumento ms idneo para jugar con la buena fe de sus adversarios. No se entiende con esto que hubiese tenido que abandonar toda clase de contactos y de intentos formales, que constituan, si no otra cosa, un vnculo de relaciones no violentas y podan siempre ofrecer la posibilidad de cualquier entendimiento, sino que jams habra debido poner en ellas la nica y suprema eficacia. La insuficiencia irreparable de la diplomacia en las circunstancias concretas planteaba, en suma, el problema de la bsqueda de un nuevo instrumento competitivo para reaccionar contra las supercheras de los regmenes totalitarios y neutralizar su prepotencia. Un tal hallazgo no constitua, sin duda, un cometido fcil para los Estados democrticos, mas para la Iglesia el problema era incomparablemente menos arduo. Para ella, en el fondo, la diplomacia es un instrumento supererogatorio (mejor an, un verdadero y autntico residuo temporneo), del cual puede prescin-

dir completamente, ya que siempre tiene a su disposicin las armas a las cuales est garantizada la indefectible victoria final de toda potencia espiritual asaltada por la fuerza bruta. Precisamente por esto, en vsperas de la guerra la Iglesia habra debido confiar ms que en un Papa diplomtico, en un Papa eminentemente religioso. Es cierto que para hacerlo se necesitaba una ardua superacin de las solicitaciones temporales del momento, y sta falt trgicamente (y en qu proporciones slo podrn decirlo eventuales revelaciones sobre el conclave) al senado de la catolicidad reunido despus de la muerte de Po XI. Pero esto no significa que haya de considerarse imposible, como tampoco juzgar imposible, por ser absolutamente anacrnico, un discurso religioso en el clima eclesistico de 1939 y siguientes. No fue acaso en un perodo de particular aridez y de vivos contrastes, como el de 1903, cuando el Sacro Colegio eligi a un hombre totalmente ajeno a la poltica como el Papa Sarto? Y quin se atrevera a poner en duda que su pontificado habra marcado un surco inolvidable en la historia de la espiritualidad catlica si no hubiese sido sacudido por la tan imprvida cuanto ciega reaccin antimodernista? Y, por otra parte, acaso se puede excluir que la eleccin de Pacelli no fue un fatal equvoco, dado que, aceptando la designacin de Po XI la mayor parte de los cardenales pensaba votar por el heredero de aquella poltica de revirement que haba circuido de crecientes consensos los ltimos meses del pontificado del Papa Ratti? Sean cuales hubieran sido las intenciones de los electores e incluso del propio elegido en el momento de la designacin, la situacin, polticamente tan dramtica, acab por arrastrar al voluntarioso y ge