¡Basta ya! Marzo - Abril 2014

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¡Basta ya! Boletín Literario Marzo - Abril 2014 - n° 133 Córdoba Argentina M. Ulloa- 2013 Santo Domingo República Dominicana

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REVISTA CULTURAL EDITADA EN CÓRDOBA, ARGENTINA

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¡Basta ya! Boletín Literario Marzo - Abril 2014 - n° 133 Córdoba Argentina

M. Ulloa- 2013

Santo Domingo

República Dominicana

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Director: Eduardo Alberto Planas / Colaboradores permanentes: Lily Chavez, Héctor Aldo Valinotti, Alfredo Lemon, Jorge Luis Carranza, Sergio Pravaz, Silverio Enrique Escudero, Jorge Torres Roggero. Suscripción gratuita. Registro Propiedad Intelectual nº 598958. Hecho el depósito que marca la ley 11.723. Se puede reproducir con cita de autor y fuente. Contacto: [email protected] Blog: www.boletinliterariobastaya.blogspot.com. Tel: 0351- 4886974 – 156170141. Esta revista se terminó de imprimir en Grafica 21 –Duarte Quiroz n° 1702, Córdoba. Foto retiro de Tapa: Carme Laida.

Contenidos Hasta romperme – Jorge Luis Carranza A Juan Gelman - Rafael Roldán Auzqui Arte poética – XLI - Te digo – Juan Gelman De greguerías y grafitis – Alejandra Portela Crepuscular – Daniel Requelme Una cosa trae la otra –Lily Chavez Juan y yo – Julio Rudman El amor no es amado – Alfredo Lemon Los poetas del canto y el “Muro de la vergüenza” – Jorge Torres Roggero El cronopio más hermoso del mundo – Sergio Pravaz Alberto Burnichón, el delito de editar Ana Frank – Griselda Rulfo Intento de balada de la guitarra al revés –Santiago González Escalona Introducción a América –Rodolfo Kusch Instrucciones para entender a Cortázar – José Steinsleger Santo Domingo: Aquí empezó todo – Eduardo Planas Cine: Agosto – Carlos Presman / La cacería: Los niños ¿dicen siempre la verdad? – Leonardo Arce

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Hasta romperme

Ese cantor cubano-entrañable-, quería el unicornio azul y no otro. Las golondrinas que vuelan desde el norte vuelven sin error a sus nidos, aquí en el sur. El compás traza su círculo con su otro extremo bien apoyado. Mi alma a su vez hace pie en dos o tres cosas que no se negocian. Prefiero no nombrarlas; para que no se rompa nuestra secreta intimidad. Las aguas de la precariedad, siguen subiendo.

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No debo perder tiempo,

distraerme,

ni gastar pólvora en chimangos.

Cuando regreso del mundo

voy una y otra vez hacia ellas

como el cántaro a la fuente

y así será, hasta romperme.

Jorge Luis Carranza

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A JUAN GELMAN

“y alguna vez condecorarán al poeta” (J.G.)

In memoriam.

Te conocí de soslayo:

las luces de tu merecida fama

no me permitían entrar

en el cono que proyectaban.

Eso creí por entonces.

Fue hace ya varios años

-cuando viniste a Córdoba-:

no me perdono por no haberte hablado.

Se pareció a mi encuentro con Borges

y también con Atahualpa Yupanqui.

Los veneraba desde el silencio avizor.

Pero con vos fue distinto.

Quería hablarte por esto de la projimidad.

Hoy estás muerto:

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la muerte me llega como una palabra última

que rechaza toda respuesta.

Ahora te confieso

que aquella vez te vi muy fatigado

como si no supieras que para tu poesía

“no habrá más pena ni olvido”.

Para vos tampoco:

olvidarás lo sufrido para siempre.

Tus sueños revolucionarios

te llevaron por los caminos del exilio

a “mundar” de un lado a otro.

Los poemas que acopiaste

a lo largo de tu azarosa vida

son testimonio y testamento:

la “señora” te ha visitado con insistencia…

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Al fin de cuentas la poesía

fue tu causa suprema.

La revolución no fracasó.

Tomó otro rumbo insospechado:

tantas veces por la muerte golpeado sin más

ahora –como un quijote redivivo-

alzas tu voz entre los hombres

y descubres que tu lucha

por la verdad y la justicia

se ha vuelto inmortal.

Rafael Roldán Auzqui

Córdoba, 14-01-2014

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Arte poética

Entre tantos oficios ejerzo este que no es mío,

como un amo implacable

me obliga a trabajar de día y de noche,

con dolor, con amor,

bajo la lluvia, en la catástrofe,

cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,

cuando la enfermedad hunde las manos.

A este oficio me obligan los dolores ajenos,

las lágrimas, los pañuelos saludadores,

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las promesas en medio del otoño o del fuego,

los besos del encuentro, los besos del adiós,

todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.

Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,

rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.

Juan Gelman

El presente poema, aún inédito, fue enviado para su publicación en exclusiva para un diario de México. Salió hoy. Es uno

de los versos que dejó Gelman a su mujer Mara; el futuro libro llevará por título "amaramara". Sergio Pravaz

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XLI

Todo lo que no existe en los discursos siembra fuegos que no terminan más. El niño mutilado de los niños/el canto recortado por extrañas tijeras/la progresión de la crueldad a mil kilómetros por dólar/nombres de la pasión sin diccionario. Los coros del vacío se reconocen en el mudo con una mano en el confín. El revés del conjuro es de una sola pieza y lo navegan tiros que vengan.

XLVII

Vacíos del presente molestan al pasado. En la asamblea de las pérdidas, algún amor alza su llama con la humildad dichosa de lo que pudo ser. Los enemigos callan y la noche desnuda dicta maneras/riquezas del cuerpo que soporta. La tempestad fabrica callejones, dialectos, absorbe códigos inmóviles.

XLIX

El capitalismo quiere que te olvides de ti. A ti mismo/vos mismo/vos con sus broncas duras/el suave. Hadewijch, acostadita, enferma, con abismos que no pudiste penetrar, ¿qué haremos con el vacío de Dios? La brisa espesa pérdidas desconocidas y el espíritu no sabe, varas del alma contra un rayo de sol, las equivocaciones sin sufrir, la hermosura roba llagas del corazón más íntimo y tiembla en los pavores de la víctima. No hay gorjeos/cantos/silbidos/en los miedos del cielo. Hay tiros que vendrán si el tiempo deja, mares a ver, los nuevos límites de lo imposible.

LI

El poema quiere engañar al tiempo y el sufrimiento lo derrota. Si escuchara lo que huye de la puerta, si la imperfecta luz diera tu libro, si traicionara este dolor, si oyera tu descanso, si el alba tropezara con el árbol que te abrigó una vez, si pudieras volver a casa una noche cualquiera.

a Marcelo.

JUAN GELMAN, Hoy, 2013

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Te digo

Borrado del mundo real, borracho

de este crepúsculo que canta

en otro lado el ángelus cruza

a caballo de una campana.

El cielo muere y

no veo a nadie, nada, sino

el fuego que arde cuando hubo

una garza azul

erguida en tu mirada blanca.

Quemabas ayeres,

la basura que el tiempo deja.

Juan Gelman

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De greguerías y grafitis

“Another brick in the wall”

(“Otro ladrillo en la pared”) Pink Floyd

A la muerte no se la oye

mientras se pasea

con botas de suela dura

sobre el asfalto humedecido

de voces aplastadas

por las armas del abuso.

En la noche,

habita los rincones,

y en el día deja huellas

en los diseños del destino.

Camina valiente,

Ignorando que no la enfrentará la vida,

sino las palabras

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que arañan las paredes,

o que se quedan

en los bancos de las plazas,

las palabras que tallan

las cortezas de los árboles,

o las que establecen

pactos con los postes.

La ciudad letrada

ofrece resistencia

con la otra cara del lenguaje:

el comportamiento enmascarado,

la escritura temeraria,

los tatuajes de letras subversivas.

Pero a la muerte

no se la oye

porque entra en la intimidad de la casa,

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y se desata las botas

para atarse las zapatillas.

Recorre los silencios,

y no deja runas en los muros.

Pero las paredes

nunca se resignan

a ser sólo paredes.

Cuando un ladrillo

oye que la muerte

se desata las botas,

garabatea palabras en su vientre,

y la sepulta con voces en rebeldía.

Alejandra Portela

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Crepuscular

p/La muchacha del balcón. Juan Gelman

Como florecido el crepúsculo

aquellos hombres en caravana

con sus palas al hombro para guardarlas.

(Nunca es más grande a esa hora la melancolía

ni tan dilatada la mansedumbre

de casas y de patios).

En la frente

capturado el sudor;

solo les queda respirar la virtud

del consuelo.

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Unas cuantas muchachas

se asoman al camino

en la creencia

de poder borrar las hormas

de los cuerpos, en la cama.

(Las demás mujeres

palidecen, en situaciones como estas).

Repetirán la caída del Paraíso.

Daniel Requelme

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Una cosa trae la otra Por Lily Chavez

Mientras remoloneo en la cama sabiendo que hace frío y afuera

llueve pienso en aquellos que toman vacaciones en febrero. Al

menos en este 2014 no ha parado de llover. La lluvia, la del

encanto especial, esta vez, ha exagerado. Las imágenes de

inundaciones catastróficas que solíamos ver en el cine hoy

forman parte de nuestra realidad. Siendo más joven recuerdo

haber visto una película ambientada en la India que me dejó

impactada, donde el agua se llevaba personas, vacas, casas y

las lluvias se prolongaban por meses; o aquella de Irwin Allen

del 76, llamada precisamente Inundación, que trataba de una

presa mal construida y sus consecuencias o La tormenta

perfecta en el 2000 donde George Clooney interpreta al

capitán de un pequeño pesquero que vive una verdadera odisea

ambientada en el Atlántico Norte. Cada vez la naturaleza

reacciona a la acción del hombre, a la furia que éste despierta.

En los últimos tiempos, algunas películas, intentan un mensaje

diferente, decirnos que se debe luchar contra el cambio

climático, que aún estamos a tiempo.

Pero quienes escribimos, amamos la lluvia mansa que inspiró a

tantos poetas: a Borges, con aquel poema llenador de almas:

”Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia municiosa…” o a Neruda : “Sobre el techo el tema de la lluvia/ las largas eles de la lluvia lenta…” o a Octavio Paz: “ Óyeme como quien oye llover, /ni atenta ni distraída…// oye la lluvia correr por la terraza, /la noche ya es más noche en la

arboleda”, algo irremediable, si tenemos en cuenta el palabrerío que emana la lluvia cuando cae.

Y de pronto – no sé la razón - me llega el pensamiento de la

muerte, tal vez porque estos grandes poetas ya murieron o tal

vez tocada todavía por lo reciente de otras muertes como José

Emilio Pacheco o Juan Gelman. Cuántas lluvias habrán

atravesado las esperas de Gelman por ejemplo. Se me hace

reflexionar sobre la tristeza de su exilio, de la distancia y las

pérdidas. Me dolió Gelman, me dolió su muerte, pero es allí, en

“ese entonces” donde muchos aparecen interesados en su

obra, en leerlo y conocer pormenores de su vida. Nos cuestan

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los reconocimientos, y hacerlo en tiempo y forma. Por

supuesto que hay quienes supieron descubrir talento e ideas

apenas lo escucharon, como Raúl González Tuñón que decía

allá por 1956: “es un poeta que recién empieza y ya está

maduro” y agregaba que Gelman era un joven joven , entre los

tantos jóvenes viejos que para él había en la época.

Quienes escriben para el ¡Basta ya! hablarán en este número

de Gelman y seguramente lo harán contemplando su poesía y

también facetas de su vida. Entonces, quiero traer en este

cierre a Gelman padre. Al Gelman que cuando supo que los

restos de su hijo habían sido encontrados en el Cementerio

Municipal de San Fernando, con ojos enrojecidos pero con

serenidad dijo: lo he recuperado de la neblina. Y habló de

Marcelo niño. Contó que cuando era muy chiquito, dos años,

traducía las palabras inentendibles que su hermana Nora de

apenas uno, pronunciaba y que durante mucho tiempo ella

habló por intermedio de él. Era un niño con personalidad que

desde muy temprana edad hablaba de política e inició su

militancia con 13 o 14 años. Gelman recordaba con alegría una

vez que fueron con Marcelo a un restaurante de Villa Crespo,

uno de esos restaurantes con papel de estraza en las mesas

donde hablaron mucho y de todo. Marcelo tenía tan sólo 12

años. Allí Marcelo escribió un poema, que Gelman guardaba

celosamente pero que alguna vez lo compartió con María

Esther Gilio cuando le hizo un reportaje. Me quedo pensando

en eso, tal vez si las cosas no se hubieran dado de la forma en

que se dieron, hoy tendríamos otro poeta haciendo lucha desde

las letras. Marcelo escribió entonces: “La oveja negra / pace en el campo negro / sobre la nieve negra/ bajo la noche negra/ junto a la ciudad negra / donde lloro vestido de rojo”.

Vuelvo a pensar en Gelman padre, exiliado en Europa cuando

Marcelo y Nora, sus hijos y Claudia su nuera embarazada eran

desaparecidos. Debió ser un dolor inmenso que lo arrebataba

todo, como esas lluvias intensas de la India que nunca se

fueron de mi memoria.

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Juan y yo

Lo voy a intentar. Porque anoche dormí mal y porque el

desasosiego y la desolación son el factor común de lo que he

leído hasta ahora. A Mempo le salió lagrimear y putear a la

Parca, Miguel Rep también se ensaña con enero, mes de

despedida de varios grandes, Cristina Banegas no puede decir

más que adiós, Sasturain no sabe qué elegir para decir el dolor.

Y así casi todos. Y yo no encuentro el tono, pero tengo que

intentarlo.

Lo vi sólo dos veces en la vida. La primera, en Buenos Aires,

durante los nefastos 90, en la década infame menemista. Había

viajado a Buenos Aires para recibir el Premio Nacional de

Poesía o algo así. Yo estaba esperando a Rodolfo Braceli en la

antesala del lugar donde se grababa el programa "Los siete

locos", conducido por Cristina Mucci. Y entró él junto con

Mara Lamadrid, su compañera. Me acerqué y me presenté.

Cuando me identificó se le encendió ese entusiasmo casi

infantil de todo poeta amoroso. Quedamos en intentar vernos,

pero su agenda lo hizo imposible. Pude entrevistarlo

telefónicamente para "Buena Letra" (Diógenes, 2000), mi libro

de conversaciones con autores y autoras. Y fue una delicia.

La segunda y la última fue en Mendoza, no hace mucho. Dio

una charla en la sala del Concejo Deliberante de Godoy Cruz.

Allí dijo públicamente que debería sentirme orgulloso de ser el

nieto de quien era.

Es que entre Juan y yo está mi abuelo. "Violín y otras

cuestiones", con prólogo de Raúl González Tuñón, su primer

libro, fue publicado en 1956 bajo el sello editorial de Manuel

Gleizer, mi abuelo. Juan tenía 26 años y formaba parte del

grupo de poetas "El Pan Duro", integrado por José Luis

Mangieri (querido y entrañable Loco, enorme editor también),

Julio César Silvain y Héctor Negro, entre otros. Todos jóvenes

comunistas que contaron con la generosidad proverbial del

viejo Gleizer. Se fueron disgregando hacia otras afiliaciones

partidarias, pero siempre con la proa de su barca hacia una

sociedad más igualitaria en la que el ser humano y la

naturaleza se hermanen en plenitud. Después, lo que se sabe.

Creó un lenguaje poético fundacional en nuestro idioma, vivió

atravesado por la Historia, fue víctima de la perversa lanza del

genocidio. Y, sin embargo, nunca dejó de privilegiar su amor

revolucionario, la belleza, por sobre el dolor de su experiencia.

De todos los grandes que editó Gleizer (Borges, Lugones,

Gerchunoff, Scalabrini Ortiz, los González Tuñón, Macedonio,

Cancela, Eichelbaum, Gálvez, Fijman, Franco, César Tiempo y

tantos más) sólo queda en pie y trabajando el monumental

Marcos Silber ("Volcán y trino" fue su debut y, a su vez, el

último título del fecundo catálogo Gleizer, en 1958). Eso quiere

decir que, con el fallecimiento de Juan, empieza a cerrarse una

época gloriosa de nuestra cultura. Aunque, como bien dice su

amigo Eduardo Galeano, la muerte miente.

No hay pena que supere a la maravillosa experiencia de leerlo,

haberlo visto y seguir su huella periodística.

Hoy soy yo el abuelo que tiene un nieto llamado Juan. Quizá

llegue a ser poeta. Belleza tiene.

Julio Rudman

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El amor no es amado

Quien ama a una mujer, las ama a todas.

Pero aquella a quien amas es la más ajena, la distante.

¿Un amor compartido nunca se olvida?

¿Los amores imposibles perderán la memoria?

Hay amantes que se encuentran unas horas

y acaso son felices.

Hay amantes que no se encuentran nunca

pero son felices, esperan.

También el monje en su celda siente a veces

que Dios no escucha su plegaria.

El deseo tiene el sabor de las uvas del infierno.

Hasta en el amor más puro hay siempre un sufrimiento,

el amor más sublime también morirá.

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Lo efímero angustia, lo duradero cansa.

La felicidad es sórdida, amenaza.

Demasiadas ausencias:

lejos de quien creíamos estar enamorados,

lejos de quien hubiésemos

querido amar.

Alfredo Lemon

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LOS POETAS QUE CANTAN Y EL “MURO DE LA VERGÜENZA”

(Prólogo del libro Los poetas que cantan, Vol. 9, Edición dedicada a Juan Gelman, Comisión Municipal de Folklore de Cosquín)

“Canten canten compañeros/ de coplas no anden llorando/

que en mi casa tengo un árbol/ de coplas se está ladiando”. (Eulogia Tapia)

1. 1. ¿Poeta o letrista?

La expresión del título se refiere a esta pregunta de Julio Cortázar. “¿Por qué diablos hay entre nuestra vida y nuestra literatura una especie de “muro de la vergüenza”? Se refería al escritor típico, el que al ponerse a trabajar se calza el cuello duro y deja de pensar, inventar o hablar con las palabras llenas de pasiones, memorias y esperanzas del habla cotidiana. Ciertamente, “el muro de la vergüenza” fue levantado en nuestra literatura en sus orígenes mismos. Siempre se habló de poetas o vates por un lado y de cantores o letristas por otro. De una cuestión meramente retórica, se hizo una cuestión de categorías académicas y de discriminación social. En ese sentido, cobra especial interés esta nueva edición de Los poetas que cantan. El título es una feliz reivindicación tanto del poeta como del canto. Todavía en 2001, el prólogo de Félix luna titubeaba con la antigua distinción entre poeta y letrista. Aclaraba:“Este libro recoge parte de las labores de los poetas que fueron, a la vez, letristas”.

1. 2. El canto del pueblo

El lenguaje es el cuerpo viviente del pueblo, es un flujo de sonido que simboliza un río de acciones, una masa de afectos y una sintaxis de conducta en continuo dinamismo. Y como los seres humanos tienen la inclinación a divertirse, fija, mediante el placer, la instrucción de la memoria común. Lo hace por ejemplaridad, no por ideas ni principios. Es en el goce de estar juntos que se entra en acción para socorrer la necesidad social y suscitar fiestas y sentimientos comunes. Causar alegría, divertir a los hombres: tal el campo semántico preferido del pensamiento popular y su única vía de penetración en el cerrado mundo de los administradores de lo social y culturalmente válido. Al final de sus avatares, Martín Fierro rescata una de las virtualidades de su oficio de cantor: “…Y ya dejo el estrumento/ con que he divertido a ustedes”.

Sarmiento, en sus Viajes alude a los “bardos plebeyos”, a la “literatura semi-bárbara” de la pampa y confiesa: “A mi me retozan las fibras cuando leo las inmortales pláticas de Chano el cantor, que andan por aquí en boca de todos”. Se refería al gaucho cantor de los diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo que denunciaba la corrupción, las injusticias, la “tropilla de pobres” y de viudas empujadas a la prostitución en los inicios de la Patria. Ese “retozar” de las “fibras” sarmientinas manifiesta de modo inconsciente la oralidad oculta en lo escrito y cómo las ”pláticas” del cantor se dispersan, contradicción viva, en la inmortalidad del “boca en boca” que ilustra lo que venimos sosteniendo.

Domingo Bravo sostenía que las miles coplas picarescas y alegres, patrimonio del pueblo santiagueño, refutan el concepto letrado de la tristeza del hombre criollo. Por otro

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lado, formula una sencilla regla de perdurabilidad del canto. Considera que opera una especie de selección natural: si “el verso no agrada o tiene elementos que no interpretan el sentir popular, se pierde en el olvido”

Si leemos bien los textos antiguos, descubriremos que ya en 1602, en La Argentina de Centenera se configura un foco poético de baile, música, canto y rebelión que muestra una subyacente lírica popular bilingüe que abarca desde la danza de viejas “la victorias con cantos celebrando” hasta los coros en guaraní que celebran la rebelión de Oberá, “resplandor del padre”, contra las injusticias de los encomenderos.

Luis de Tejeda, en nuestra Córdoba del Tucumán, cantó “letras y versos/ con humildes pies“, junto al arenoso río que “entre dientes siempre habla”. En 1594, el padre Barzana señalaba que los cordobeses eran dados a cantar y bailar. Insistió en la observación: ” Y después de haber trabajado todo el día bailan y cantan en coros la mayor parte de la noche”. Era tan poderosa esa cultura popular que, según el P. Grenón, las autoridades se preocuparon por la circulación de ciertos “versos, libelos y cantaletos” que incitaban al tumulto y la revuelta.

Esta afición al canto, como relato o como danza, es vista en el S.XVIII como signo de barbarie. Concolorcorvo trata con saña a esos mozos de Montevideo, “holgazanes criollos”, mal vestidos, que se pasaban “semanas enteras tendidos sobre un cuero cantando y tocando“. Con una guitarrita que tocaban muy mal, cantaban “desentonadamente varias coplas que estropean”. Ya en Tucumán, los gauderios son presentados como una comunidad en fiesta continua. Allí, cuenta, tienen sus bacanales bajo los algarrobos, se emborrachan con aloja y ”

al son de la mal encordada y destemplada guitarrilla cantan y echan unos a otros sus coplas, que más parecen pullas”. Quizás, prefigurando ya a Atahualpa Yupanqui, cantaban y bailaban sus esperanzas con una guitarra mal encordada.

Pero sucede que los dos libros claves de nuestra literatura elevan al canto y al cantor a categorías fundantes de un modo de ser que aún vilipendiado, usado, transfigurado y desfigurado, continúa vigente en la mente y el corazón de los argentinos. Facundo y Martín Fierro exaltan al canto, al cantor y al relato emergente como un geotexto profundo de nuestra cultura. Sarmiento configura al cantor como un ser sin “residencia fija”, que “anda de pago en pago”, “de tapera en galpón” “cantando sus héroes de la pampa”. Lo describe así: “Sentado en el suelo y con las piernas cruzadas un cantor tenía azorado y divertido a su auditorio”. Ese auditorio hechizado confirma la relación entre canto, diversión y comunidad.

Martín Fierro, por su parte, es el cantor en acto. Hernández lo presenta siempre frente a un público y en ocasión de fiesta. El canto deviene un don que se trae desde el vientre de la madre y labra la gloria y la libertad del que lo ha recibido. El canto es relación, habla, relato: “Me siento en el plan de un bajo/ a cantar un argumento. / Como si soplara el viento/ hago tiritar los pastos. / Con oros, copas y bastos/ juega allí mi pensamiento”.

Quedan así señaladas algunas características básicas del canto popular: por un lado es relato que brota sin parar. Martín Fierro configura este acto con el símil del manantial y la vertiente. El canto fluye desde el habla y se apodera del sujeto individual para entonar los sentidos del conjunto. Pero

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también es fiesta, diversión: es público. Sus portadores son, frecuentemente, los marginados del campo literario.

El poder del canto del pueblo, como despliegue del corazón profundo, no es ahogo, no es debilidad, no es estar abrumado, desmoronado, lleno de culpabilidad y miedo, cerrado y sin salida. Es alabanza, es recuperar por el canto la confianza en el propio ser: “El amor, como la guerra, / lo hace el criollo con canciones”. En la cultura popular, todo es “grito de corazón”. Quienes nos consideramos intelectuales tendemos a escandalizarnos del emocionalismo de la cultura popular. El ser de la comunidad se reconstruye constantemente en el canto. El canto, como los relatos o recuerdos, es redundancia, repetición, del mismo modo que son redundancia y repetición el amor, el nacimiento, la muerte, el llanto por el que se va y el llanto del que viene, pero nuevo mensaje siempre, nueva alegría sin embargo, porque su energía vital no reside en la novedad sino en la sabiduría. No faltan comentaristas de espectáculos que le exigen novedad a un festival folklórico y reputan ignorancia el apego del pueblo a ciertos artistas que persisten en el sentir popular. Ellos responden, sin embargo, o con la pasión de sus canciones, o con su propia pasión. Por eso no se pierden en el olvido.

3.- Un grano de sombra

Sucede a diario. Me levanto temprano, realizo todos los menesteres del “ponerse en pie” y mientras espero la bulla de la pava, siento resollar el canto en mis adentros. Primero es un silbido que busca tono, luego un tarareo y, por fin, se desata la canción. Me emociona y me llena de fuerzas. Me une a millones de melodiosos argentinos que cumplen el ritual de prepararse para el codo con codo diario. ¿Quién es el autor de la letra que

“me pongo a cantar”? Rara vez me acuerdo, pero entre tanto, “canto un mundo que se viene abajo” o me pongo a pensar “cómo será la vida sin un sueño”. A veces me pregunto si hay “luces de esperanza en mi corazón”. Si canto, ¿“siento linda la vida”? ¿Qué pasa cuando “crece el silencio”? ¿Qué le pido a Dios? ¿Por qué “la dejé marchar”? ¿Hay alguna zamba en el umbral y hay que hacerla pasar? ¿Y qué hace mezclado con las tonadas provincianas ese poeta lunfardo que escribió “en una pared fulera”: “¡Quevedo volverá! La Poesía”?

La masa de afectos que es el habla del pueblo redobla en mi corazón. Pensamientos y sentimientos se suscitan sin cesar.

Sé que los autores de mis cantos integran esta selección de Los poetas que cantan. Pero sus nombres se perdieron en la calle, en medio del remolino. Como decía Scalabrini Ortiz, lograron la suprema sabiduría de volverse un “grano de sombra en la muchedumbre innúmera”, un paso adelante en la eternidad histórica del pueblo. Vienen de todas las provincias y son, como alguien dijo sobre uno de los poetas que enriquecen este volumen, “nuestros más grandes recursos naturales”.

Jorge Torres Roggero

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El cronopio más hermoso del mundo Historias Mínimas.

Por Sergio Pravaz

Hace treinta años que murió, cien que nació y cincuenta de la edición de una de sus obras más emblemáticas.

Como un cruce inesperado de acontecimientos imprevistos le tocó nacer en Bruselas, criarse en Argentina, morirse en París y además, escribir, entre otras, una de las novelas más complejas, moderna, lúdica y hermosa que recuerde la literatura universal. Ese milagro que despertó una adhesión de tipo viral que no baja en intensidad con el paso del tiempo se llama Rayuela.

Julio Cortázar fue una especie de estrella de rock de la literatura; promovió y asistió a congresos mundiales por la paz, por las letras, por la belleza, por la solidaridad; hechizó a sus colega tanto como a su público y recorrió el planeta como si fuera su barrio; adhirió a revoluciones, firmó solicitadas, hizo discursos encendidos, participó de polémicas interminables, integró el Tribunal Russell (institución de carácter mundial fundada en los 50 para debatir los crímenes de lesa humanidad), escribió libros indiscutidos, insuperables, donó las regalías de algunas de sus obras a las causas en las que creyó, y fue muy generoso con los que recién estaban comenzando. A pesar de ser haber sido algo así como un semidios de la literatura a escala planetaria siempre vivió

modestamente y colaboró de manera gratuita con sus textos, con cuanta revista literaria se lo solicitara.

Integró junto a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes el cuarteto más espectacular de las letras latinas durante las décadas del 60 y del 70; compartieron la ideología, el pan y el camino, escribieron artículos inflamados sobre la obra de cada uno, se entrevistaron con líderes mundiales, armaron y desarmaron el mundo mil veces, discutieron, se pelaron, se separaron, pero antes pusieron el cuerpo y el texto para generar la chispa de una maquinaria sensacional de promoción literaria sin precedentes que se llamó el Boom Latinoamericano, que permitió colocar en todo el orbe gran parte de la magnífica literatura producida en América Latina. A Cortázar de chico le sonaba la música de las palabras, iba para el almacén y el ritmo y la melodía no lo dejaban tranquilo ni un momento; cuando se apretujaban para saltarle desde atrás de la oreja, cruzaba la esquina y ¡paf!, ya se había olvidado el medio de cuartirolo, los cien de jamón crudo, las dos flautas de pan y la manteca que llevaba anotados en la libreta para el almacenero; tal era el ruido en le hacían en la cabeza que cuando se convirtió en el celebrado escritor que fue, siempre se imaginó montado a la máquina de escribir como si ejecutara intensas escalas musicales, como pianista, o mejor dicho como Charlie Parker inventando desde su saxo lo que él inventó con su literatura.

Y sucede que la fantasía ya lo había atrapado, lo tenía agarrado de los tobillos y él supo convertir ese extraño don de saber mirar distinto la realidad hasta encontrarle todas las fisuras por donde se cuela lo extraordinario que hay en la vida. Fue así que agarró bien temprano el palo más grande que encontró en el patio de su casa y le dio tantos palazos a la realidad de sus textos que encontró el mapa de su propio tesoro; construyó y

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deconstruyó el lenguaje todas las veces que lo creyó necesario. Por ese motivo es que su obra desborda desde temprano tanta audacia conceptual, tanta ruptura y tanta capacidad lúdica porque nunca necesitó más lentes que su propia imaginación para vérselas con los temas más inversosímiles. Fueron su marca, su espada más brillante, las herramientas que lo llevaron al techo del mundo y del que nunca más bajó, aunque siempre bajó claro, porque si algo también distinguió a Julio Cortázar fue su cercanía con el mundo real, el de los problemas, el del cara a cara, ese que le trajo tantas dificultades (por izquierda y por derecha) por sus posturas ideológicas y su defensa de la ficción como recurso de trabajo en su literatura.

Si a comienzos del 50 se fue del país harto porque los bombos del peronismo no le dejaban escuchar tranquilo a Bela Bartok, se ve que el acto de migrar lo metió en un embudo evolutivo imparable porque su cabeza dio una vuelta de campana completa respecto de ese, como de otros tantos temas; tal fue la mutación que en el 73 regresó al país convencido de que el peronismo era una salida posible, la alternativa de un cambio.

Haría falta mucho más espacio para seguir desgranando la historia de este ser humano increíble que protagonizó diversas epopeyas y que fue el dueño de una pluma cuya singularidad y maestría es celebrada en el mundo como lo que fue, un escritor cuyas dimensiones sobrepasaron largamente el ámbito literario.

Enumeración apurada: La Universidad de Guadalajara de México tiene una cátedra que lleva su nombre. En Francia es un ícono cultural insoslayable al igual que en Estados Unidos, Cuba, Nicaragua, Canadá y en tantos otros países. Cuando la Universidad de Oklahoma lo homenajeó organizando unas jornadas sobre su obra, de la que participaron críticos, profesores y estudiantes, los únicos que lo cuestionaron fueron algunos exiliados argentinos. Sus apariciones públicas sean de carácter político o en el ámbito estrictamente literario generaban un alboroto que bien podrían envidiar hoy Lionel Messi o Cristiano Ronaldo. Su traductor norteamericano, de pura contentura nomás se tomaba dos botellas de fernet cada vez que aparecía un nuevo libro suyo.

En el 83 regresó por última vez a la Argentina; ya enfermo vino para votar y tal vez para despedirse; quiso conocer a Raúl Alfonsín pero el presidente electo, sin dudas mal asesorado, no tuvo tiempo para ese encuentro.

Una pena y un error.

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Alberto Burnichón, el delito de editar

El año pasado se publicó el libro “Alberto Burnichón, el delito

de editar”, obra que rescata la figura de quién fuera un

destacado impulsor de la literatura y las artes plásticas. Alberto

Burnichón desarrolló su actividad editorial entre los años 1950

y 1970.

El 24 de Marzo de 1976, en horas de la madrugada, fue

asesinado por un grupo de tareas del ejército.

La compilación estuvo a cargo de Aldo Parfeniuk. El libro

cuenta con ilustración de tapa de un dibujo de Alberto

Burnichón por el conocido pintor Carlos Alonso, y fue editado

por Editorial Babel, Córdoba, 2013.

El embrión de este ejemplar surgió a partir de un libro

homenaje publicado en el año 2006 en el cual se recopilaban

palabras de quienes participaron de una mesa redonda al

cumplirse 20 años de su muerte, un estudio crítico de Aldo

Parfeniuk, el catálogo de sus ediciones, textos y poemas

dedicados a su memoria.

En esta nueva edición a cargo de Babel Editorial bajo la

dirección de Parfeniuk, y con una activa participación de la

familia de Burnichón se efectuó una reelaboración del estudio

crítico, una actualización del catálogo, facsímiles de portadas

de algunos de los libros por él editados, fotografías personales

de distintos momentos de su vida, ilustraciones de artistas

plásticos que formaban parte de sus publicaciones y nuevas

expresiones de escritores y personalidades destacadas de la

cultura que reflexionan sobre la vida y obra de este edito

independiente cordobés.

Este libro distingue su singular modo de llevar a cabo la

actividad editorial, urdiendo y entramando hilos entre poetas,

músicos, plásticos con una profunda creencia en el poder

transformador de la obra publicada, y en los libros como

herramienta para manifestar ideales y compartir sentidos.

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ANA FRANK Martes Apenas encuentro el silencio entre botas e improperios. El olor de la madera nutre mis sentidos. Tapialada entre sombras sueño con praderas y solo veo un piso que se bifurca hacia la nada.

Miércoles No hay mendrugos ni migajas que perduren en mi estómago. Sólo la tenaza del hambre que corroe la infancia que se pierde entre odios infundados.

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Jueves Los días que se escapan como arena entre los dedos avivan la esperanza, agudizan el temor. Viernes Silencio. Alguien viene. Voces alemanas rebotan en la casa. Los perros husmean los rincones y como tantas veces se alejan dejando apenas un minuto más de vida. Sábado Un gato se cuela entre las barras clavadas y anuncia que finalizó la espera. Arde en el pecho la metralla. La muerte libera del horror y yo la abrazo para que no huya de mi lado.

Griselda Rulfo

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Intento de balada de la guitarra al revés Por: Rafael González Escalona

Para Javier, David y Carlos Manuel, mis topos “Santi solo te pide que lo escuches un instante porque sabe bien, eso sí, que un par de canciones después su encanto y su magia son capaces de atraparte,

electrizarte y hacer que te enamores de su ángel para siempre”. Carlos Varela

Santiago Feliú en el concierto de julio de 2012. Foto: Iván Soca / Cubadebate

“Mi corazón es un iceberg, mi corazón es un iceberg, mi corazón es un iceberg, mi corazón es un iceberg…”, la frase retumba como un eco inapagable en mi cabeza desde que supe la noticia. No sé por qué entre tantas miles de líneas y armonías suyas me viene esa a la mente. Quizá porque me pongo a pensar si Cuba será consciente de cuanto de amor y música hay en Santiago Feliú. El 15 de febrero íbamos tener la oportunidad de recordarlo con un concierto que daría en la recién estrenada Fábrica de Arte Cubano. Un concierto que no fue. El más roquero de nuestros trovadores, el más díscolo y auténtico de los topos se fue. Atrás deja una obra sólida, un grupo inclaudicable de fanáticos y un puñado de himnos. Ninguno de estos hablará en pasado de Santi, ninguno caerá en la grosera trampa de mirar su fallecimiento como una ausencia. Y como detesto tanto la liturgia de la muerte prefiero convertir lo que debería ser un obituario en un intento de balada a su vida.

***

No hay nadie que toque o escriba como Santi. Quizás porque a fuerza de darlo todo a la música, se convirtió en el dueño de una poética muy original cimentada sobre todo desde su música –zurda, arpegiadamente intrincada, rocanrolera– aunque su lírica –que parece una destilación literaria de esas mismas melodías que compone– ha ido escalando cotos de grandeza con los años.

Un par de anécdotas ilustran la dimensión y precocidad de su obra:

Es 1978. Feliú se presenta a una audición del Movimiento de la Nueva Trova – como quien no quiere la cosa, uno de los miembros del jurado es Pablo Milanés-. Canta dos temas, uno de ellos es Batallas sobre mí, una canción que comienza diciendo “Se le caen los dientes a mi barba/ y solo doy a la luz/ canciones comprometidas:/ texto, música, nada más.” Tenía

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quince años. 1992. Silvio Rodríguez va a dar su luego mítica serie de conciertos por el norte de Chile. Aparte de los músicos de la banda Afrocuba que lo acompañan, al único artista cubano que lleva consigo es a un melenudo llamado Santiago Feliú. Pero esta no fue la primera vez. Antes ya Silvio había arrancado con Feliú a dar conciertos en Sudamérica, cuando este era apenas un muchacho de 23 años. Si eso no les dice nada, pocas cosas lo harán.

***

Dice Feliú que la vida es cuanto pasa mientras planificamos, y él difícilmente encaje en esa definición porque vivió intensamente cada segundo que estuvo caminando, tartamudeando, musicando, bebiendo y fumando sobre la tierra. Vago como era podía rumiar un disco por años, pero a esa parsimonia suya debemos que cada proyecto suyo esté cargado de una sensibilidad exquisita, que escoger una favorita entre las suyas sea un desafío permanente. Cuando llegó al medio siglo de existencia, tuvo necesidad de hacer un recuento de su travesía musical. Y así nació un DVD resultado de un par de conciertos mágicos que ofreciera en el Teatro Nacional de Cuba. Hay algo de místico en el hecho de que hace poco más de un año Santiago Feliú haya grabado ese DVD que resume buena parte de su obra; una de esas clarividencias que la vida pone delante de quienes marca con la muerte aunque ellos aún no lo sepan. ¿Pero es que realmente murió Santiago Feliú? Su vida pertenece por completo al reino del mito, así que permítanme como fanático dudar, sospechar de la historia de esa muerte; cuando menos déjenme un estrecho margen para creer que desapareció entre la gente de esta ciudad, que se perdió disfrazado en el montón de fulanitos y menganitos. Quizá lo encontremos un día cualquiera en un contén del Vedado, susurrando alguna melodía que será canción, con su guitarra al revés y un cigarro gastándose encajado en el mástil. (Tomado del links: www.trabajadores.cu) Santiago Feliú Nació en La Habana el 29 de marzo de 1962. Tocaba la guitarra de forma peculiar (a la zurda encordada a la derecha) desde los cinco años. Su

padre y su hermano Vicente Feliú son compositores y a su casa asistían, entre otros, Silvio Rodríguez y Noel Nicola. A los 14 años compuso sus

primeras canciones que lo llevó a integrar, en 1978, el prestigioso movimiento de la Nueva Trova cubana. En este mismo año fundó un dúo con

Donato Poveda. En 1980 Silvio interpretó su canción “Para Bárbara” en el Concurso de Música Popular Cubana Adolfo Guzmán. Durante los 80

participó en muchos festivales de la canción en Cuba y Europa. Silvio Rodríguez lo invitó a su gira por España y Sur América. En 1985 formó su

banda y desde entonces ha actuado en numerosos países latinoamericanos y del viejo continente. Tiene 11 discos editados y ha cantado a dúo con

Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliú, Omara Portuondo, Joan Manuel Serrat, Eduardo Aute, Ismael Serrano, León Gieco,

Fito Páez y Juan Carlos Baglietto, entre otros. Su último disco Ay,la vida fue muy bien recibido por la crítica especializada. Santiago dió un giro revolucionario al género de la trova por medio de canciones en las que se elabora una guitarra más detallada que la que se usa normalmente como

mero acompañamiento; una mezcla más homogénea, por así decirlo, entre la melodía y el esquema del texto. En su trabajo se destaca el

tratamiento de los textos, en los que además de los temas sociales abundan tópicos como los sueños, el tiempo, la muerte y el amor.

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Iglesia Santa Ana – Carmenga – Cuzco – Perú

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Introducción a América Rodolfo Kusch

Cuando se sube a la iglesia de Santa Ana del Cuzco -que está en lo alto de Carmenga, cerca de donde en otros tiempos había un adoratorio dedicado a Ticci Viracocha- se experimenta la fatiga de un largo peregrinaje. Es como si se remontaran varios siglos a lo largo de esa calle Melo, bordeada de antiguas chicherías. Ahí se suceden las calles malolientes con todo ese viejo compromiso con verdades desconocidas, que se pegotean a las caras duras y pardas con sus inveterados chancros y sus largos silencios, o se oye el lamento de algún indio, el grito de algún chiquillo andrajoso o ese constante mirar que nos acusa no sabemos de qué, mientras todos atisban, impasibles, la fugacidad de nuestro penoso andar hacia la cumbre.

Todo parece hacerse más tortuoso, porque no se trata sólo del cansancio físico, sino del temor por nuestras buenas cosas que hemos dejado atrás, allá, entre la buena gente de nuestra gran ciudad. Falta aire y espacio para arribar a la meta y es como si nos moviéramos en medio del magma de antiguas verdades. Más aún, se siente resbalar por la piel la mirada pesada de indios y mestizos con ese su afán de segregarnos, como defendiendo su impermeabilidad.

De pronto se ve rezar a un indio ante el puesto de una chola por ver si consigue algún mendrugo o un borracho que danza y vocifera su chicha o un niño que aúlla, ante nosotros, junto a un muro. Entonces comprendemos que todo eso es irremediablemente adverso y antagónico y que adentro traemos otra cosa -no sabemos si peor o mejor- que difícilmente ensamblará con aquélla.

Y aunque entremos en la iglesia de Santa Ana, como quien se refugia en ella, siempre nos queda la sensación de que afuera ha quedado lo otro, casi siempre tomando la forma de algún mendigo que nos vino persiguiendo por la calle. Ahí está parado y nos contempla desde abajo, con esa quietud de páramo y una sonrisa lejana con su miseria largamente llevada, y quizá le demos una limosna, aunque sepamos que ella no cumple ya ninguna finalidad.

Y nos acosa cierta inseguridad que nos molesta. No sabemos si esa limosna es un remedio para una mala situación o es sólo una manera de obligarnos a realizar un gesto. La misma inseguridad como cuando nos hablaba una vieja india y no alcanzábamos a entenderle y estábamos ahí como si nada oyéramos y nos sentíamos recelosos y acobardados, porque todo eso no es lo que acostumbramos a tolerar. Nos hallamos como sumergidos en otro mundo que es misterioso e insoportable y que está afuera y nos hace sentir incómodos.

¿Serán los cerros inmensos, los paisajes desolados, las punas heladas, las chicherías? ¿Serán las caras hostiles y recelosas que nos contemplan de lejos como si no existiéramos y que nos tornan tan fatigoso ese trajín y este ascenso hasta Santa Ana y nos sumergen en este lento proceso de sentirnos paulatina e infinitamente prisioneros, en medio de una exterioridad que nos acosa y nos angustia? En ningún lado como en el Cuzco se advierte esa rara condición de un mundo adverso, con esa lamentable y sorda hostilidad que nos sumerge en un mundo adverso.

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Sin embargo, le encontramos el remedio. Es el remedio natural del que se siente desplazado, un remedio exterior que se concreta en el fácil mito de la pulcritud, como primer síntoma de una negativa conexión con el ambiente.

Porque es cierto que las calles hieden, que hiede el mendigo y la india vieja que nos habla sin que entendamos nada, como es cierto, también, nuestra extrema pulcritud. Y no hay otra diferencia, ni tampoco queremos verla, porque la verdad es que

tenemos miedo, el miedo de no saber cómo llamar todo eso que nos acosa y que está afuera y que nos hace sentir indefensos y atrapados.

Es más. Hay cierta satisfacción de pensar que efectivamente estamos limpios y que las calles no lo están, ni el mendigo aquel, ni tampoco la vieja quichua. Y lo pensamos aunque sea gratuito, porque si no, perderíamos la poca seguridad que tenemos, aunque sea una seguridad exterior, manifestada con insolencia y agresión, hasta el punto de hablar de hedor con el único afán de avergonzar a los otros, los que nos miran con recelo. Además es importante sentirse seguro, aunque presintamos que somos poca cosa y que tenemos escasa resistencia cuando el mundo exterior nos es adverso.

De ahí el axioma: el vaho hediento es un signo que flota a través de todo el altiplano, como una de sus características primordiales. Y no es sólo el hedor, sino que es, en general, la molestia, la incomodidad de todo ese ambiente. Por eso se incluye la tormenta imprevista, la medida de aduana, el rostro antipático de algún militar impertinente o el silencio que responde a nuestra pregunta ansiosa, cuando pedimos agua a algún indio. La tormenta, el militar y el indio son también el hedor. El hedor es un signo que no logramos entender, pero que expresa, de nuestra parte, un sentimiento especial, un estado emocional de aversión irremediable, que en vano tratamos de disimular. Más aún, se trata de una emoción que sentimos no sólo en el Cuzco, sino frente a América, hasta el punto que nos atrevemos a hablar de un hedor de América.

Y el hedor de América es todo lo que se da más allá de nuestra populosa y cómoda ciudad natal. Es el camión lleno de indios que debemos tomar para ir a cualquier parte del altiplano y lo es la segunda clase de algún tren y lo son las villas miserias, pobladas por correntinos, que circundan Buenos Aires.

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Se trata de una aversión irremediable que crea marcadamente la diferencia entre una supuesta pulcritud de parte nuestra y de un hedor tácito de todo lo americano. Más aún, diríamos que el hedor entra como categoría en todos nuestros juicios sobre América, de tal modo que siempre vemos a América como un rostro sucio que debe ser lavado para afirmar nuestra convicción y nuestra seguridad. Un juicio de pulcritud se da en Ezequiel Martínez Estrada cuando expresa que todo lo que se da al norte de la pampa es algo así como los Balcanes. Y lo mismo pasaba con nuestros próceres, también ellos levantaban el mito de la pulcritud y del hedor de América, cuando creaban políticas puras y teóricas, economías impecables, una educación abundosa y variada, ciudades espaciosas y blancas y ese mosaico de republiquetas prósperas que cubren el continente.

La categoría básica de nuestros buenos ciudadanos consiste en pensar que lo que no es ciudad, ni prócer, ni pulcritud no es más que un simple hedor susceptible de ser exterminado. Si el hedor de América es el niño bobo, el borracho de chicha, el indio rezador o el mendigo hediento, será cosa de internarlos, limpiar la calle e instalar baños públicos. La primera solución para los problemas de América apunta siempre a remediar la suciedad e implantar la pulcritud.

La oposición entre pulcritud y hedor se hace de esta manera irremediable, de tal modo que si se quisiera rehabilitar al hedor, habría que revalidar cosas tan lejanas como el diablo, dios o los santos. Y mover la fe desde la pulcritud al hedor constituye casi un problema de índole religiosa.

Porque para mostrar en qué consiste y cuál es el mecanismo y los supuestos del hedor, habrá que emprender con la mentalidad de nuestros prácticos ciudadanos americanos una labor como de cirugía para extraer la verdad de sus cerebros a manera de un tumor. Y eso ya es como una revelación, porque

habrá que romper el caparazón de progresismo de nuestro ciudadano, su mito inveterado de la pulcritud y ese fácil montaje de la vida sobre cosas exteriores como ciudad, policía y próceres.

Pero, claro está, que se nos pasó el siglo de las revelaciones. Sería desusada e incómoda una revelación hoy en día y menos cuando ella ocurre en el plano individual. Quedan, sin embargo, las revelaciones colectivas como lo fue la Revolución Francesa. En este caso los iniciados -que eran los burgueses de nuestro siglo- ejecutaron a Luis XVI porque sabían que estaban en la verdad. Y para retomar nuestra terminología, diríamos que la burguesía de entonces constituía algo así como la solución hedienta para la aristocracia francesa. Como la historia europea se encauzó luego por la senda de aquellos y no de éstos, la muerte del rey no fue un crimen sino un acto de fe. La destrucción del rey y de las cosas de la aristocracia puso en vigencia la revelación que habían sufrido los revolucionarios.

Claro que en América ese tipo de revelación no pasó nunca a mayores, porque siempre careció posteriormente de vigencia. En todos los casos se trataba del hedor que ejercía su ofensiva contra la pulcritud y siempre desde abajo hacia arriba. Arriba estaban las pandillas de mestizos que esquilmaban a pueblos como los de Bolivia, Perú o Chile.

En la Argentina eran los hijos de inmigrantes que desbocaban las aspiraciones frustradas de sus padres. Contra ellos luchaban los de abajo, siempre en esa oposición irremediable de hedientos contra pulcros, sin encontrar nunca el término medio. Así se sucedieron Túpac Amaru, Pumacahua, Rosas, Peñaloza, Perón como signos salvajes. Todos ellos fueron la destrucción y la anarquía, porque eran la revolución en su versión maldita y hedienta: eran en suma el hedor de América.

Esta es la dimensión política del hedor, que pone a éste en evidencia y lo convierte en un antagonista inquietante. Quizá

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sea la única dimensión que se le conozca. Pero ¿qué pasaría si se tomase en cuenta su realidad, el tipo humano que lo respalda, su economía o su cultura propias? Hacer eso sería revivir un mundo aparentemente superado, algo así como si se despertara el miedo al desamparo, como si se nos desalojara del hogar para exponernos a la lluvia y al viento o como si se nos diera la vida de aquel mendigo que nos esperaba a la puerta de la iglesia, y en adelante tuviésemos que recorrer la puna, expuestos al rayo, al trueno y al relámpago. Es un miedo antiguo como la especie, que el mito de la pulcritud remedió con el progreso y la técnica, pero que repentinamente se aparece en una iglesia del Cuzco, provocado, entre otras cosas, por un mendigo que nos pide una limosna para humillarnos.

Y es que el hedor tiene algo de ese miedo original que el hombre creyó dejar atrás después de crear su pulcra ciudad. En el Cuzco nos sentimos desenmascarados, no sólo porque advertimos ese miedo en el mismo indio, sino porque llevamos adentro, muy escondido, eso mismo que lleva el indio. Es el miedo que está antes de la división entre pulcritud y hedor, en ese punto en donde se da el hedor original, o sea esa condición de estar sumergido en el mundo y tener miedo de perder las pocas cosas que tenemos, ya se llamen ciudad, policía o próceres.

Pero este miedo de ser primitivos en lo más íntimo, un poco hedientos, no obstante nuestra firme pulcritud que nos asalta en el Cuzco, comprende también el temor de que se nos aparezca el diablo, los santos, dios o los demonios. Tenemos miedo, en el fondo, de que se nos tire encima el muladar de la antigua fe, que hemos enterrado, pero que ahora se nos reaparece en el hediento indio y en la hedienta aldea. En ese plano, el planteo del hedor y la pulcritud se ensambla con ciertos residuos cosmogónicos, algo así como el miedo a la antigua ira de dios desatada en la piedra, en los valles, en los torrentes y en el cielo con sus relámpagos y sus truenos.

Y sentimos desamparo porque nuestra extrema pulcritud carece de signos para expresar ese miedo. En cierto modo es un problema de psicología profunda, porque se trata de llevar a la conciencia un estado emocional reprimido, para el cual sólo tenemos antiguas denominaciones que creemos superadas. El miedo actúa desde nuestro inconsciente, en la misma manera como cuando los antiguos hablaban de la ira de dios, esa misma que Lutero creyó haber superado con su postura religiosa, en la misma medida como también lo había hecho san Pablo con la ira de Jehová. Y en nuestro caso el temor ante la ira de dios es el temor de quedarnos atrapados por lo americano. Es el miedo al exterminio de un Jehová iracundo, quien en el Antiguo Testamento exigía el sacrificio de un hijo para afirmar la fe del creyente. Es el miedo a la ira de dios desatada como pestilencia y desorden, que en América se nos muestra a nuestras espaldas con toda su violencia y que nos engendra el miedo de perder la vida por un simple azar. Por eso nos sentimos pequeños y en cierto modo mezquinos pese a nuestras grandes ciudades. Es como si nos sorprendieran jugando al hombre civilizado, cuando en verdad estamos inmersos en todo el hedor que no es el hombre y que se llama piedra, enfermedad, torrente, trueno.

Y esa vivencia, ya profundizada, no puede tener otra expresión que la que tuvo cuando Jehová descendió sobre el Sinaí y “vinieron truenos y relámpagos, y graves nubes sobre el monte... porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo de él subía, como el humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera”. La ira de Jehová se mostraba a Moisés para dictar una ley a un pueblo miserable y humilde que quería salvarse en medio de un desierto. Pero este pueblo utilizó la ira para encontrar un camino interior y para toparse en su confín con una ley moral que lo sostuviera y para llegar a la tierra prometida. El milagro consistió en convertir la violencia exterior en un camino interior.

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La visión de una ira divina descendiendo sobre un monte responde a un momento auténtico. Es algo así como una emoción mesiánica que nos coloca, de pronto, en el margen que separa al hombre de la naturaleza, a fin de que el hombre encuentre una moral controlada por la ira divina que yace en la naturaleza. Y esto es auténtico porque surge en esa alternativa que se da en el equilibrio entre la vida, por un lado, y la muerte, del otro. Y es un momento creador porque ahí brota la gran mística que confiere sentido al hecho de vivir.

Y en el juicio aquél sobre el hedor de América y sobre la afanosa pulcritud, se halla implícito el afán de encubrir una ira que nadie quiere ver. Está en juego un planteo primario que el hombre siempre ha necesitado, pero que el caparazón de progresismo de nuestros ciudadanos e intelectuales -progresismo alimentado casi exclusivamente en la Europa burguesa del siglo XIX- trata de mantener a raya, porque si no, ellos perderían salud y bienestar.

En verdad esta actitud mesiánica se encuentra sólo hacia el interior de América, remontando su pasado o bajando hacia las capas más profundas de su pueblo. Arriba, en cambio, aquella actitud se halla encubierta y reprimida. De ahí entonces la necesidad de delimitar a cada uno de los dos grupos como si fueran antagónicos. Por una parte, los estratos profundos de América con su raíz mesiánica y su ira divina a flor de piel y,

por la otra, los progresistas y occidentalizados ciudadanos. Ambos son como los dos extremos de una antigua experiencia del ser humano. Uno está comprometido con el hedor y lleva encima el miedo al exterminio y el otro, en cambio, es triunfante y pulcro, y apunta hacia un triunfo ilimitado aunque imposible.

Pero esta misma oposición, en vez de parecer trágica, tiene una salida y es la que posibilita una interacción dramática, como una especie de dialéctica, que llamaremos más adelante fagocitación. Se trata de la absorción de las pulcras cosas de Occidente por las cosas de América, como a modo de equilibrio o reintegración de lo humano en estas tierras.

La fagocitación se da por el hecho mismo de haber calificado

como hedientas las cosas de América. Y eso se debe a una

especie de verdad universal que expresa que todo lo que se da

en estado puro, es falso y debe ser contaminado por su

opuesto. Es la razón por la cual la vida termina en muerte, lo

blanco en lo negro y el día en la noche. Y eso ya es sabiduría y

más aún, sabiduría de América.

RODOLFO KUSCH, América Profunda, Editorial Biblios, 1999

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Instrucciones para entender a Cortázar

José Steinsleger

El cronopio cruza San Juan de Letrán rumbo al Sanborn's de los azulejos. Entra a la tienda por 5 de mayo y toma asiento junto a la barra donde lo espera una pareja con un bebé a quien después le contarán que Julio Cortázar acarició sus cachetes. El encuentro dura menos de 20 minutos. Al despedirse, el abrazo facilita el pase de manos de un sobre color manila. "Saluden a los compañeros", dice. Y a grandes zancadas se regresa al Palacio de Bellas Artes donde participa en el Tribunal Russell que ventila los crímenes de la dictadura chilena.

Diez años después, en el cementerio de Montparnasse, cerca de la tumba de César Vallejo, sus restos yacen junto a los de su amada Carol Dunlop. En el Teatro San Martín de Buenos Aires, la crema de la cultura rinde homenaje al autor de "Rayuela". Su voz, grabada en un disco de la UNAM, hace caer los mocos. En el podio, el guión se repite: "Cuando conocí a Julio en París...". Y todos callan que en diciembre de 1983, cuando el cronopio aspiraba las últimas burbujas de oxígeno porteño, su nombre no figuraba en la nómina de artistas y escritores invitados para saludar al presidente electo Raúl Alfonsín.

Adelantándose al desenlace, plumas prestigiosas de entonces subrayaban con énfasis las "diferencias políticas" que los distanciaba del "Gran Escritor". Lamentaban que se les hubiese escapado del redil de la mítica revista "Sur", en la que el cronopio escribió apenas 8 reseñas en los 349 números publicados de 1931 a 1970. Un necrófago comentó acerca del "...prolongado capítulo de las relaciones de Cortázar con el castrismo...con una voluntad polémica que terminó por

desdibujar el sentido del escritor..." (La Nación, suplemento cultural, 19/01/84).

Sin embargo, el día del besamanos, uno de los miles de chicos que marchaban por las calles pidiendo por los desaparecidos políticos, divisó a un hombre altísimo y barbudo que parado en una esquina los miraba con atención regocijada. El chico exclamó ¡Cortázar! y la columna desvió su ruta. Entre aplausos, vivas y algarabía, Cortázar fue tocado, mirado y fotografiado. Cubriéndolos de besos, todos gritaron ¡gracias! y le preguntaron si la Maga existió.

Palacio de Bellas Artes, nuevamente. México conmemora diez años de la muerte del cronopio mayor. Dos grandes autores leen sus textos. Pero las referencias acerca del escritor solidario con la revolución cubana y las luchas del pueblo nicaragüense, brillaron por ausencia. Ya se vive en un mundo “moderno” y las aclaraciones, el desdén o el silencio en torno a la posición política de Cortázar se han tornado indispensables. Un modo de evitar malos entendidos. Una conducta a seguir.

El nudo polémico empezó a desdoblarse entre los "ingenuos" que seguían apoyando las luchas revolucionarias y quienes, al decir de Cortázar, "esconden el miedo a perder un estatus milenario". Para éstos, Cortázar habría sido una suerte de "niño-grande". Opinión que olvida, como diría Huizinga, que sólo "los niños, los jugadores de fútbol y de ajedrez juegan con la más profunda seriedad".

¿Cortázar "político"?... En todo caso, nada distinto del "literario": un modelo para armar, desarmar y rearmar en dirección contraria al escritor que todo lo embute en calzas

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simétricas. Pues revisando sus trabajos (incluidos los "políticos"), se advierte que su actitud cuadra con la del niño desarma el reloj para averiguar cómo funciona el tiempo.

¿En qué momento Cortázar empezó a encauzar su "ser y estar" en el mundo? ¿Fue la suerte amarga de la república española? ¿el peronismo? ¿la polémica Sarte-Camus? ¿la derrota de Francia en Vietnam, la guerra de Argelia, la victoria del Che y Fidel, las independencias en cascada de las naciones de Asia, Africa y el Caribe?

Hijo latinoamericano de "Dadá" y del surrealismo que minó las bases culturales y artísticas de una sociedad a la que juzgaban radicalmente injusta, Cortázar descubrió "Opio", de Jean Cocteau, a los 18 años. La lectura de este libro cambió su visión de la literatura. Los recursos literarios de la irracionalidad, el escarnio y el azar también podían ser formas de "lo político" y el cronopio, mucho antes de que Francia conociera el genio de Artaud, recitaba de memoria su poema "Historia del Popocatepetl":

"Cuando pienso 'hombre', pienso/ patate, popo, caca, tete, papa/ y en la "l" del pequeño aliento que surge de ello para reanimarlo..."?

Si la noción de "ideología" conlleva la pretensión de articular de un modo coherente los términos de una contradicción, convendría no esperar de Cortázar un pensamiento ideológicamente cerrado. Criado en un hogar conservador, hubo un joven que salió con sus compañeros de escuela a la calle para celebrar el golpe fascista que derrocó al gobierno de Hipólito Yrigoyen (1930). Pero también hubo otro igual que andaba por los cafés de Buenos Aires leyendo a Hesíodo y Homero con el candor primigenio que va intuyendo el eje

central de su obra futura: que la libertad conlleva la liberación de las formas del lenguaje, y los modos que al lenguaje le permiten modelar los flujos de la conciencia.

Muletilla: Cortázar se fue de la Argentina para huir del peronismo. En realidad, nadie lo echó. Inclusive, antes de partir, le regaló a la crítica la primera valoración seria de "Adán Buenosyares", de Leopoldo Marechal, intelectual y funcionario del primer gobierno de Perón (1949). Borges, que tres años antes habíale publicado el cuento "Casa Tomada" a modo de metáfora antiperonista, se hizo el desentendido. Mas aquí ya estamos ante el escritor formado para quien la crítica profesional no puede condicionarse a lo políticamente conveniente. Veinte años después, filólogos renombrados de habla hispana coincidirán con aquellos comentarios auspiciosos de la compleja novela de Marechal.

En sendas entrevistas del poeta Francisco Urondo y el narrador Osvaldo Soriano (1970 y 1983), Cortázar admite que "Las puertas del cielo" fue un cuento reaccionario donde se mofaba de los "cabecitas negras", como se les decía a los peronistas. A Soriano confiesa que su "...incapacidad para captar el panorama político argentino de la época" debe ser la conclusión final que hay que sacar del cuento.

Con todo, en manos del neotomismo hispanista, el clima académico de las universidades argentinas, donde el cronopio se gana la vida, resulta asfixiante. Y no sólo para la izquierda liberal. Intelectuales que han adherido al peronismo se sienten incómodos. "La política pequeña del movimiento triunfante en 1945 no toleraba que llegasen hasta el pueblo los hombres que pudieran tener alguna independencia", apuntó el escritor nacionalista Arturo Jauretche (1901-74).

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En 1951 Cortázar se instaló en París y en 1953, otro argentino a quien tampoco echó el peronismo, emprendió su viaje sin retorno por América Latina. Nunca se vieron pero en 1963 ambos confluyeron en Cuba. El uno, escritor consagrado, había tomado notas de "Palabras a los intelectuales", de Fidel Castro (1961); el otro, luchador incansable, las ejercía en la práctica. "Rayuela", un juego, se publica en 1963. Cortázar concluye que la democracia impulsada por el socialismo plantea reglas del juego distintas de la democracia liberal.

Una miríada de jóvenes conocía el soliloquio del "Che" que el escritor volcó en su relato "Reunión": "...qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres". En octubre de 1967, tras la muerte del guerrillero, leímos "Mensaje al hermano": "...Usa entonces mi mano una vez más, hermano mío...Toma, escribe: lo que me quede por decir y por hacer lo diré y lo haré siempre contigo a mi lado...". En el medio, la célebre carta a Roberto Fernández Retamar, donde fustiga la "actitud típica del liberal que se imagina de izquierda":

"...y me apresuro a decirte que si hasta hace pocos años esa clasificación (n.r. 'intelectual' y 'latinoamericano') despertaba en mí el reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas, creo que los hechos cotidianos de esta realidad que nos agobia (¿realidad esta pesadilla irreal, esta danza de idiotas al borde del abismo?) obligan a suspender los juegos, y sobre todo los juegos de palabras...Hechos concretos me han movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba..."

Cortázar empezó a dirigirse a "...aquellos que leen mis libros por razones vitales y no con vistas a la ficha bibliográfica o la clasificación estética". Son los años del lamentable y

archimanipulado "caso Padilla". El primer adjetivo cabía a quienes se aprovechaban del caso para decretar "el gulag total de la cultura cubana"; el segundo porque quien realmente perdió con el atropello fue el poeta, autor de un libro excelente que irritaba a la burocracia cultural de la revolución.

Confundido, Cortázar suscribió el manifiesto de protesta de los intelectuales "independientes" y después se retractó: "...Quien soy yo/ frente a pueblos que luchan por la sal y la vida..." ("Policrítica a la hora de los chacales", 1971). Pero así como a Prometeo, sus pares del Olimpo jamás le perdonaron la diatriba. Con insidia, uno de ellos escribió en un libro de chismes sobre el "boom" editorial: "Era un argentino que lo era más que ninguno, precisamente porque andaba metido en tantas cosas que no lo eran...".

Cortázar les respondió en "gíglico", lenguaje de su invención: "...podría flamencarles la cara de un rotundo mofo. No soy inane y no me melgan las arremulgadas de los acarios". Ya está. Cortázar se ha convertido en un intelectual "políticamente ingenuo". Pero la elección del chacal no es casual. El chacal actúa después, con la seguridad de quien puede entrar al festín y desgarrar. Bicho artero y cobarde el chacal observa y premedita. Y su risa es el autofestejo por anticipado de su astucia.

En 1973, con motivo del triunfo del peronismo, Cortázar viajó a Buenos Aires. Celebró un asado y una botella de vino sanjuanino con Rodolfo Walsh, visitó al poeta Francisco Urondo en la cárcel, participó en una asamblea de los obreros gráficos y cedió los derechos de "Libro de Manuel" a la resistencia chilena y a familiares de los presos políticos argentinos. En su visita trató de entrar a la base naval de Trelew, donde el año anterior había tenido lugar una matanza

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de guerrilleros desarmados, del ERP y Montoneros. Pero no lo dejaron. La madre de María Angélica Sabelli, una de las víctimas, lloró sobre su pecho.

En el suplemento cultural de "La Opinión" (08/12/74), la izquierda impoluta hizo trizas el "Libro de Manuel". Se le reprochó que no estaba facultado para opinar. Que vivía lejos. Que era lo peor de su obra. El único texto generoso lo escribió el narrador Haroldo Conti:

"...De hecho hay gente que, estando aquí, es como si viviese en el Himalaya y aún en la Luna. Los clásicos 'espaldistas'. Son capaces de escribir sobre el Renacimiento o sus aburridos fantasmas apoyados en el mismo paredón detrás del cual revientan a sus hermanos". Secuestrado por la dictadura, la de Conti fue la única voz silenciada de aquellas críticas tenaces. No. El enemigo jamás se equivoca.

En una tarde invernal y borrascosa de París, abrumado por el espanto sin tregua que día a día engrosaba la nómina de "desaparecidos" y en plática con su amigo Juan "Tata" Cedrón, Cortázar le dijo con su problema de foniatría que le impedía pronunciar la "r" (y que muchos atribuían a su "afrancesamiento"): "Tenemos que hablag, Tata, tenemos que hablag, contagte cosas que estoy entendiendo".

El "Tata" cuenta haberle palmeado la espalda: "Déjate de joder, flaco, ya hablamos mil veces de eso. Acordate de Urondo, de Walsh. Ellos vieron algo en todo eso. Agarrá por ese lado y listo". Urondo y Walsh, sus amigos, el uno gran poeta de su generación y el otro el mejor periodista de América Latina según García Márquez, fueron jefes montoneros que cayeron en combate y murieron matando.

Cortázar fue universal en la medida que toda universalidad transmite un mensaje local "...como enérgico empujón hacia lo de veras nuestro" (JC, Leopoldo Marechal: Adán Buenosayres, 1949). El Whitman, el Rulfo, el Cervantes, el Machado, la Sor Juana dormida que llevamos dentro. Conjugación unitaria de una literatura imposible sin la conjugación simultánea del hacer, con ideas y praxis consecuente que las convalida.

La cigüeña quiso que este escritor sensible a las sincronías naciese cuando los "bárbaros atilas" tomaron el mundo por asalto y la parca tocase su puerta el día en que los comandantes de la dictadura argentina fueran citados a declarar ante la Justicia. Abierto al mundo, el ideal cortazariano brotó en Bélgica, creció en Argentina, maduró en los pueblos de la pampa, en las estribaciones mendocinas, y se realizó en París, Cuba y Nicaragua, tierra de poetas y guerreros a la que amó hasta el fin.

Antes de brincar al otro lado Cortázar nos anticipó que las reglas del juego seguirían siendo las del año de su nacimiento (1914), cuando el infierno global se situó en el lado opuesto del "cielo-avión-rayuela" que su mano dibujó para la portada de la novela insignia. En 1994, en una escuela patagónica del ciclo secundaria de Trelew (Chubut), los candidatos para ponerle nombre al establecimiento eran tres: Julio Cortázar, Che Guevara y una expresión de los indios tehuelches. Ganó Cortázar.

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Mi madre fue muy imaginativa y con una cierta visión del mundo. No era una gente culta pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes. Irremediablemente me abría otras puertas. Teníamos un juego: "Mirar el cielo y buscar la forma de las nubes e inventar grandes historias con ellas." Esto ocurría en Banfield. Mis amigos no tenían esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes”. ( Julio Cortázar ) [ Foto junto a su madre, María Herminia Descotte, Austria 1962 ]

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El Alcázar de Diego Colón – Santo Domingo - República Dominicana

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Santo Domingo: Aquí empezó todo

Eduardo Alberto Planas

La República Dominicana es un país que ocupa algo más de los dos tercios orientales de La Española, en el archipiélago de las Antillas Mayores. El tercio occidental de la isla está ocupado por Haití; por lo tanto, La Española es una isla que está compartida por dos Estados. Tanto por superficie como por población, la República Dominicana es el segundo país más grande del Caribe (después de Cuba); su extensión territorial es de 48,442 kilómetros cuadrados y se estima que tiene aproximadamente 10 millones de habitantes. Limita al norte con el océano Atlántico, al sur con el mar Caribe o mar de las Antillas, al este con el Canal de la Mona, que la separa de Puerto Rico, y al oeste con la República de Haití.

Aquí empezó todo. En su primer viaje Cristóbal Colón arribo a la isla de Guanahari, en el actual archipiélago de las Bahamas, a la que bautizó San Salvador. Todavía hay controversia sobre que isla se trata. Luego lo hizo en la actual Cuba, la isla más grande del Caribe.

En el segundo viaje, la carabela Santa Maria encallo en el norte de la República Dominicana, y con sus restos se construyó la fortaleza La Natividad. Llamo a la isla La Hispaniola. Posteriormente, a su encargo, su hermano Bartolomé fundó al sur la ciudad de Santo Domingo. Santo Domingo fue la primera ciudad europea construida en América Latina. Estaba amurallada con un muro de 4 km para evitar el ataque de los piratas

Antes del famoso "descubrimiento" en la isla, vivían ociosos aproximadamente 500 mil originarios. Se llamaban Tainos, de la tribu de los Arahuacos que habían llegado desde Venezuela. Eran agricultores, pescadores y disfrutan de su comunión con

la naturaleza " exhibiendo sus vergüenzas con total impudicia en forma pública", como cronicaban los escribas de la época, la mayoría sacerdotes. También habitaban la zona los Caribe, que se cree eran antropófagos. En medio siglo, no quedo ninguno. De modo que no hay descendientes. Los nombres taínos para la isla fueron Haití, Bohío y Quisqueya, que significan “tierra montañosa”, “casa grande” y “gran madre de la tierra” respectivamente. Recién ahora se los está valorando y haciendo excavaciones para estudiar su cultura. Murieron a causa de las enfermedades que trajeron los españoles y por los malos tratos del trabajo forzado. Por eso después los españoles trajeron mano de obra negra esclava. De allí que la población de la República Dominicana es un 80 % mulata. Por un tratado entre Francia y España le cedió un tercio de la isla a Francia y cuando se independizó se llamo Haití, que significa "tierra de altas montañas".

En Haití la mayoría son de raza negra, ya que no hubo mestizaje. Los pulcros franceses no se mezclaban con los africanos. Estos fueron asesinados o huyeron a su tierra natal cuando la guerra de Independencia. Haití fue el primer país que se declaró independiente en América Latina. Cómo llegó a convertirse en el país más pobre de América es otra historia. Alejo Carpentier reflejó ese proceso en su novela Mi reino de este mundo.

Aquí empezó todo. Los dominicos eran una orden religiosa que vino con Colon; según dicen fueron los primeros en denunciar el mal trato dado a los aborígenes, a través de Motesinos. Por eso cuando se independizó se llamo República Dominicana. Su héroe nacional es Juan P. Duarte, quien era poeta y militar y amigo de otro gran patriota latinoamericano: José Martí, el héroe nacional de Cuba.

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Después de tres siglos de dominación española, con interludios franceses y haitianos, el país alcanzó la primera independencia en 1821, pero fue tomado rápidamente por Haití en 1822. Tras la victoria obtenida en la Guerra de la Independencia Dominicana en 1844, los dominicanos experimentaron varias luchas, en su mayoría internas, y también un breve regreso de la dominación española (1861-1865). La ocupación estadounidense de 1916 a 1924, y posteriormente los seis años en calma y prosperidad de Horacio Vásquez (1924-1930), fueron seguidos por la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo hasta 1961. La guerra civil de 1965 terminó con una intervención liderada por Estados Unidos, y fue seguida por el represivo régimen de doce años de Joaquín Balaguer (1966-1978) caracterizado por emplear diversas prácticas de terrorismo de Estado y provocar la muerte de millares de dominicanos. Desde entonces, la República Dominicana se ha movido hacia una democracia representativa. Danilo Medina, el actual presidente de la República Dominicana, reemplazó al ex presidente Leonel Fernández tras ganar con el 51% del voto electoral por encima de su rival el ex presidente Hipólito Mejía en las elecciones de 2012.

El dictador Rafael Leónidas Trujillo gobernó ininterrumpidamente durante 30 años. Le decían El Jefe. En cada casa de familia dominicana había un retrato del tirano que decía: “En esta casa el Jefe es Trujillo”. Era el Benefactor, el Padre de la Patria, “el perínclito varón que nos gobierna”. Su esposa, la Prestante Dama. Su hijo fue nombrado General a los siete años. Su deporte favorito fue asesinar opositores. Se estima que 30.000 personas, fueron asesinadas. Empezó en

1947 con la matanza de inmigrantes haitianos, ilegales o no, en un número 17.000. (Y pensar que Trujillo tenía ascendencia haitiana que disimulaba entalcandose el rostro). Para que su ejército paramilitar los calíes no dejaran rastros no utilizó bala sino machetes. Pero su especialidad era arrojar a sus opositores estuviesen vivos o muertos a los tiburones. El 25 de noviembre de 1960 Trujillo mandó a asesinar a tres de las cuatro hermanas Mirabal, apodadas Las Mariposas. Minerva, opositora al régimen, aspiraba a ser abogado pero Trujillo ya había comenzado a acosarla sexualmente. Las hermanas han recibido muchos honores a título póstumo, y tienen muchos recuerdos en varias ciudades de la República Dominicana. Salcedo, su provincia natal, cambió su nombre a la provincia Hermanas Mirabal. El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer se celebra en su honor el día de su muerte. En la película el "El tiempo de las mariposas" se narra esta historia. El escritor peruano Mario Vargas Llosas la dejo perfectamente reflejada la Era en su novela “La Fiesta del Chivo”.

Como se dijera los dominicanos fueron invadidos en 1965 por los norteamericanos, porque había ganado las elecciones Juan Bosh, un hombre de ideas progresistas. Invadieron para "asegurar la libertad y la democracia" y luego vino Joaquín Balaguer, un diminuto hombrecito, pero no por ello menos intrigante. Fue Ministro y Presidente en la Era de Trujillo y luego gobernó luego una docena de años, practicando el terrorismo de Estado, apoyado por aquellos. Fue quien pronunció el famoso discurso “Dios y Trujillo”.

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La herencia yanqui: su deporte nacional es el beisbol y pesan en libras, miden en pies y la gasolina se vende por galones. Aunque usan el sistema métrico decimal también.

La República Dominicana es una tierra bendecida por su clima, su mar y sus playas. Un paraíso en la tierra. Su gente es generosa y hospitalaria. Hace de la cortesía su estilo de vida. Pero la mayoría percibe nomas de 300 dólares mensuales y tienen serios problemas educativos, que ahora parecen afrontarse con seriedad, ya que se ha aumentado el presupuesto al 6 %. Actualmente la República Dominicana brega por afianzar la democracia y vencer la desigualdad social.

El progreso económico del país se ejemplifica con su sistema avanzado de telecomunicaciones. Su piedra semipreciosa es única en el mundo y se llama Larimar, es de un hermoso color celeste.

Su música es el merengue y la bachata; su bebida favorita, la Vitamina R, es decir el ron y la Mamajuana, una mezcla de ron, miel de abeja y vino tinto con hierbas, que dicen que tiene efectos afrodisiacos.

Cuando Colón desembarcó creía que estaba en el Edén, el Paraíso. Aquí empezó todo: ¿Descubrimiento? ¿Encuentro de culturas? ¿ Invasión?

Eduardo Alberto Planas

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Cine: Agosto por Carlos Presman

CP:-La película que vamos a comentarles desde el punto de vista sanitario es la película Agosto, que lleva varias semanas en cartel.

B:-Perdón. ¿Critica sanitaria de cine?

CP: -Claro. Ud. lo dijo con claridad mediana.

B: -Un nuevo género, eh.

DP:- Digamos que podemos aprender de la salud a través de la disciplina que es el cine. Estas famosas disciplinas que nosotros tomamos en broma, han tenido mucha profundidad de análisis en los últimos tiempos en el área de la salud. De lo que se conoce mayor cantidad de cruces –por decir de alguna manera- interdisciplinarios es entre literatura y salud.

B:–Si, de eso Ud. es un claro ejemplo eso.

CP:- Pero hay otros, muchos mejores y aprovecho para sugerir

como un texto Oliver Sacks, que es un neurólogo que escribió

Despertares que se hizo una película y otro alto libro que dice

Mi mujer se transformo en un sombrero y un último texto

llamado Alucinaciones. Casualmente este último texto de

Oliver Sacks, lleva por título Mira quién habla. Se trata de un

paciente que tiene un daño neurológico por el cual puede ver lo

que se dice, puede ver olores, que puede ver lo que se dice.

Pero volvamos a la película. Agosto para quienes no la han

visto, comienza c0n una frase de T.S. Elliot que dice: “La vida

es larga”. Y para dar rubrica a esto, los dos personajes iniciales

de la película son, una es Meryl Strep que está en una situación

de un cáncer terminal y que es una adicta a los psicofármacos.

Su marido es un escritor, es adicto al alcohol. Entonces

tenemos una pareja añosa, grande muy mayor, en los periodos

finales de la vida, aparentemente por lo que padece Meryl

Strep y por la decisión que toma su marido, que es quitarse la

vida. Esto sucede en los primeros segundos de la película, no

se asusten quienes no la vieron. Y esto dispara al menos tres

reflexiones para quienes la vayan a ver, que uno siguiere que se

vea esa película. La primera tiene que ver con lo que la

medicina está empezando a profundizar, que son los porqués.

El primer diagnostico que uno hace de esta pareja

cinematográfica de Meryl Strep y su marido, es que una es

adicta a los psicofármacos y el otro es adicto alcohol, es un

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alcoholista. En general la medicina hasta no se mucho tiempo,

se quedaba con ese diagnostico.

Para la adicción a psicofármacos, Meryl Strep cuenta con la

complicidad de su médico de familia, en el pueblo donde vive,

que le libera la receta…, las recetas que ella desee para poder

consumir de manera irrestricta psicofármacos, que es una

problemática que vivimos diariamente y de manera muy

cercana acá en Córdoba. Y el otro tema es el alcoholismo, que

devela otro diagnostico.

Y acá entramos en la primera aparte del comentario sanitario.

Que cada enfermedad merece que uno se pregunte por lo

menos tres porqués. El primer porque, para Meryl Strep y

para su marido, es porque ella es adicta a los psicofármacos y

porque él es adicto al alcohol.

El segundo diagnóstico que surge es el de depresión. El

trasfondo de ambos personajes es una trasfondo depresivo, que

es un diagnostico psiquiátrico y que constituye hoy una de las

enfermedades más prevalentes en el mundo y también que está

siendo cada vez mas prevalente en la Argentina. ¿Por qué no

tiene tanta visibilidad la depresión? Porque en general nos

quedamos en el diagnóstico que es un alcohólico, o que es un

adicto al os psicofármacos, sin interpretar que el verdadero

diagnostico es una depresión que lo lleva a consumir

psicofármacos o lo lleva a consumir alcohol. Primer porque.

Segundo porque. Deberíamos preguntarnos Porque hay tanta

depresión o mejor porque ese paciente en la película Agosto

está deprimido, como podría ser un paciente en la consulta

ambulatoria.

La depresión que padece Meryl Strep se puede explicar a lo

largo de la novela, de la película , para que se entienda porque

ella termina condenados en el consumo irrestricto del

psicofármaco, y también se puede aventurar la respuesta en el

personaje masculino, pero como decíamos al comienzos, el

decide suicidarse, que es otro tema del cual no hablamos

habitualmente en ningún medio de comunicación ni en la

familia tampoco, porque es como una causal de muerte como

vergonzante, como que se oculta, es un dato oculto en la

familia, mas oculto de lo es la palabra cáncer que es une

enfermedad de la que no hablamos con la misma naturalidad

que se habla de insuficiencia cardiaca o hipertensión. Acá se

produce una diferencia. Entre los dos personajes siempre en

esta lectura sanitaria. Con el personaje de Meryl Strep se puede

hablar, porque está viva. En cambio con el que opta por el

suicido, se lleva consigo su historia personal junto con su vida

y deja al resto de los personajes la imposibilidad de hablar con

él.

Un psiquiatra amigo decía: con los muertos no se habla, y yo

agrego una vuelta si se quiere con un toque de humor: uno

puede intentar hablar con los muertos, el problema es si uno

que cree que los muertos le responden, digo.

La primera parte de la columna, mejor dicho, el primer porque,

es que cada enfermedad tiene un porqué. Que atrás de las

adiciones, esta la depresión. La segunda parte de la columna es

que hay que tratar de poner en palabras lo que significa el

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síntoma, o mejor dicho, el diagnostico de depresión y que tiene

su tercer componente que es la historia personal. Nuestras

enfermedades, de las cuales la depresión es uno de los

diagnóstico más frecuentes, encuentra su tercer porque, en la

historia personal, en la historia familiar y en la historia social.

Cuando uno puede escuchar al paciente o verlo en la película,

pasan por delante de uno, cuando nació, quienes son sus

hermanos, que relaciones con los cuñados y los tíos, que

secretos familiares se ocultan y se tapan con alcohol o con

psicofármacos y que la inminencia de la muerte puede liberar.

Entonces el segundo componente tiene que ver con el segundo

porque, que hace alusión a que uno en la enfermedad,

representa su historia personal, su historia familiar y su

historia social. Cuando es más evidente esto y más fácil en el

tabaquismo por ejemplo, como conducta social, que termina en

una enfermedad que puede ir desde la disfonía o en un cáncer

de pulmón, pero digamos que comportamientos sociales o

culturales terminan transformándose en enfermedad pueden

devenir en enfermedades. Develar el verdadero misterio de

porque esta persona fuma o porque consume psicofármacos o

alcohol, nos lleva a un tercer porque qué es el más complejo el

más difícil que el que en cada uno funciona de manera

distintiva, única y particular que nos obliga a los médicos a

escuchar que tiene que ver con la palabra y con la historia

personal, familiar y social pero mirada estrictamente desde el

paciente.

Y acá aparece el tercer componente sanitario que es cuando

muere el esposo de Meryl Strep porque se suicida, ella convoca

a sus hijos y porque se queda sola, porque además ha muerto

su marido. y porque hay la escenografía del velorio, y toda la

película transcurre en esos días subsiguiente al suicidio del

padre de familia. En esos días aparece el tercer porque que es

el más difícil de establecer, que son los secretos familiares.

Esas cosas que nos han sucedido a lo largo de la vida y que uno

lo ha guardado en el fondo de la cabeza y que uno lo pone en

palabras pero si lo pone en actitudes, en síntomas en

conductas. Si de chico a uno le han dicho toma determinada

conducta, que no te va a hacer bien, no te va a hacer bien así

terminan marcándole la vida personal a los personajes. Un

ejemplo común banal conocido, esos padres que al chico le

dicen desde chiquito vos sos tonto, vos sos tonto y es muy

probable que el chico cuando llega a la edad adulta es difícil

que no crea que realmente es un tonto.

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Entonces las palabra tienen una potencialidad de salubridad, o

sea de curarnos como también tienen potencialidad para

enfermarnos. Y en la película aparecen quizás por la

proximidad de la muerte, la muerte de los personajes, una por

el suicido y otra por la situación límite, que es la de Meryl

Strep, con la necesidad de contar esos secretos. Y esto lo ha

visto uno en la práctica del consultorio y del hospital. Uno no

sabe si el secreto -o no liberar el secreto- tiene que ver con no

morirse, o que inconscientemente la inminencia de la muerte

hace que se liberen esos secretos. Es decir en las enfermedades

graves terminales pasa lo que pasa en la película, cuando de

una forma brutal, por decir un adjetivo, la madre Meryl Strep

le dice a sus hijas secretos de familia que explican su adicción a

los psicofármacos y que explican su comportamiento

diferencial con sus tres sus hijas de manera diferente, explica

secretos terribles, que hacen entender un funcionamiento

familiar.

Entonces para cerrar el comentario sanitario de la película

Agosto que enfáticamente recomendamos par ser vista. Que

toda enfermedad amerita preguntarse por lo uno dos o tres

porque. Segundo que los secretos forman parte de la historia

familia y es bueno hablarlos. Que con los muertos no se habla.

Con lo cual uno promueve como medida preventiva de la

depresión y de las adicciones hablar, comunicarse, establecer

un vinculo en donde la palabra sea una herramienta de

construcción de salud, sea individualmente, familiarmente y si

me permite, socialmente.

Dr. Carlos Presman

Transcripción del programa Mira quién habla, transmitido por Radio Universidad de Córdoba conducido por César Barraco

(Publicada con autorización del Dr. Carlos Presman)

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CINE: La cacería: Los niños, ¿siempre dicen la verdad?

* * * * * EXCELENTE Grata es la sorpresa cuando uno se choca con un drama que refiere a temas complicados de abordar. Y más grato es el hecho de que ese abordaje sea comprometido, profundo, serio y pulcro cinematográficamente. “La Cacería” es eso y mucho más; es una película que desnuda los prejuicios, la culpa, las presiones, la venganza, la amistad y, fundamentalmente, la redención. Una multiplicidad de factores que penetran tangencialmente en los sentimientos del espectador, quien termina comprometido con la trama y sin poder mantener una neutralidad emotiva.

El director danés Thomas Vinterberg nos propone una historia

compleja y difícil, en la que Lucas (Mads Mikkelsen) sufre las

consecuencias de un divorcio conflictivo al perder el contacto con su

único hijo, Marcus. Enfocado en su tarea de profesor en una guardería

infantil de un pequeño pueblo, trata de reconstruir su vida hasta que

Klara (Annika Wdedderkopp), una niña de cinco años e hija de su

mejor amigo Theo (Thomas Bo Larsen), lo acusa de haberle hecho

cosas impropias para su edad. A partir de esa acusación, Lucas deberá

enfrentar las mirada de reproche de todos miembros de la comunidad,

padecer una investigación policial y recuperar a su hijo, quien cargará

con la culpa que le atribuyen a su padre, pretendiendo limpiar su

imagen; y Klara deberá convivir con la presión psicológica que sus

padres ejercen sobre ella cuando pretende reconocer su error.

El guión es impecable, plagado de escenas que se sustentan en

principios incuestionable, tales como la inocencia de la víctima y la

culpabilidad del victimario, principios que parecen encontrar

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justificación suficiente en la idea de que “los niños nunca

mienten”. Theo lo manifiesta a la perfección en su parlamento

cuando afirma: “Conozco a mi niña, no miente, nunca lo ha hecho ¿Por qué iba a hacerlo ahora?”. Sobre esta noción se asienta la historia, permitiendo una reflexión sincera de las

actitudes que cada personaje va desplegando a lo largo de la

trama.

Y el problema del etiquetaje subyace a la trama entera: quien

fuera sindicado como violador, jamás podrá quitarse de encima

tal rótulo pues siempre habrá alguien que se encargue de

recordárselo, ya sea a través de la mirada o del ejercicio de la

violencia. Parece impensable la posibilidad de reivindicación

en casos similares. Pero no es así; la historia vuelve a

sorprender cuando esa reivindicación no parte exclusivamente

de Lucas, sino de la propia comunidad. Si se denomina

sinceramiento o curación de heridas colectivas, es lo de menos;

importa rescatar el mensaje alentador que nos ofrece. El

reconocimiento de la verdad a través de una mirada sincera y

profunda de los ojos de una persona es algo que emociona, que

deja un nudo en la garganta imposible de reprimir.

Este guión no hubiese producido los excelentes frutos que ha

cosechado sin la pericia y el talento del director Thomas

Vinterberg, quien embellece la película con planos perfectos de

los bosques daneses en todas sus estaciones del año, creando

un marco natural bello a la mirada del espectador. Uno se

regocija ante escenas bien montadas y fotografiadas, que

realzan actuaciones formidables, entre las que destaco con

mucho placer las de Mads Mikkelsen (ganador del premio a la

mejor interpretación masculina en el 65° Festival de Cine de

Cannes) y Klara Annika Wdedderkopp, la niña, que ofrece una

actuación profunda, a pesar de su corta edad.

Recomendable y atractiva de principio a fin, “La Cacería” no

deja indiferente a nadie quien la vea. Y eso es demasiado fuerte

de reconocer y experimentar. Hace tiempo que no quedo

conmovido de todas las maneras en que una película puede

hacerlo. Cuestiones morales van a venir a nuestras mentes y ya

el dicho de que “los niños siempre dicen la verdad”, a partir de

ahora, podrá ser cuestionado. Y mucho.

Crítica realizada por Leonardo Arce – Cinélico Blog

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