Sarlo El Brillo, La Parodia, Hollywood y La Modestia

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  l  bril lo, l a parodia, Hollywood y l a modestia 1990) Manuel  Puig  creía  que  todas  las historias se  habían  resumido en un  Aleph: Hollywood la  utopía  de su infancia.  Tomó  en serio la cultura de  Hollywood del radioteatro, de los  géneros  sentimentales, que la li ter atura alta  había  rechazado c o n  su imp ul so per manente de construirse  diferenciándose.  Puig, en cambio construye su pr opi a d ife rencia al mez clars e en e s a cultura media, amable y con ce s iv a, y escribe s us no velas con las mate rias de la in du str ia  cultural.  Su origina lidad  es el lugar  común.  Todo  esto  es bien sabido. E n  realidad, Puig  creía  que la literatura  había  terminado. No lo  dijo  en re po rtajes y , probablemente, la fr ase le hubiera parec ido in tolera bl e por su so lemnidad. De todos modos  actuaba  como si la lit er at ur a del siglo x x ya o tuvie ra  na da que decir:  había  que des-aprenderla  y al mismo ti empo, el des -aprendiz aje supo ne re conocer los textos des-apren dido s. No  había  que escribir como Borges, ni como  Kafka ni como Faulkner.  Prefirió fuera de la li ter atu ra o den tr o de ella pero bien marginalmente), otras historias que  valían  la  pena.  Como pocos, Puig mostró  una distancia  desinteresada  respecto  de las vanguardias  clásicas. Siempre me  pregunté  en q u é pu n to la s nov elas de Puig s e distancia ban de la s  películas  que evocan minuciosamente. Es  difícil  descubrir en sus textos el  bri- l l o  traicionero de la  ironía la  intención polémica  de la parodia, el uso  despiada do de la cita, porque  estas  estrategias  conservan la confianza en un poder de la >  literatura como  crítica  moral o  estética. Sobre Puig, en cambio, se  podría  hacer  la misma pregunta que  sobre  Andy Warhol:  hasta  dónde están  separados  de las  cajas  de  jabón  cuidadosamente ubi- I  cadas  sobre  u na ta ri a, d e los bastido res de  seda  impresos con la  reproducción de  Marylin  Monroe,  Jacquel ine Kenn edy o Ma o, d e los  diálogos  radiot eatral es, d e I  l a s  historias sentimen tale s mov idas por el amo r, el odi o y la  traición de los  clisés I impecables con que la industria cu lt ur al inve nta una lengua. ¿La distancia es un [efecto de la lectura o de la  construcción?  Per o, prec isame nte, la idea misma de láist n i no sirve para  pensar  a Puig. Como los artistas pop, Puig resuelve llevar a cero las  marcas personales  d e

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El brillo, la parodia, Hollywood y la modestia (1990)

Manuel Puig crea que todas las historias se h a b a n resumido en u n Aleph: Hollywood, la utopa de su infancia. T o m en serio la cultura de Hollywood, del radioteatro, de los gneros sentimentales, que la literatura alta haba rechazado con su impulso permanente de construirse diferencindose. Puig, en cambio construye su propia diferencia al mezclarse en esa cultura media, amable y concesiva, y escribe sus novelas con las materias de la industria cultural. Su originalidad es el lugar c o m n . Todo esto es bien sabido. En realidad, Puig crea que la literatura haba terminado. No lo dijo en reportajes y, probablemente, la frase le hubiera parecido intolerable por su solemnidad. De todos modos actuaba como si la literatura del siglo x x ya no tuviera nada que decir: haba que des-aprenderla y, al mismo tiempo, el des-aprendizaje supone reconocer los textos des-aprendidos. No haba que escribir como Borges, n i como Kafka, n i como Faulkner. Prefiri, fuera de la literatura (o dentro de ella pero bien marginalmente), otras historias que valan la pena. Como pocos, Puig mostr una distancia desinteresada respecto de las vanguardias clsicas. Siempre me p r e g u n t en q u punto las novelas de Puig se distanciaban de las pelculas que evocan minuciosamente. Es difcil descubrir en sus textos el brillo traicionero de la irona, la intencin polmica de la parodia, el uso despiadado de la cita, porque estas estrategias conservan la confianza en u n poder de la > literatura como crtica moral o esttica. Sobre Puig, en cambio, se p o d r a hacer la misma pregunta que sobre Andy Warhol: hasta d n d e estn separados de las cajas de j a b n cuidadosamente ubiI cadas sobre una tarima, de los bastidores de seda impresos con la r e p r o d u c c i n de Marylin Monroe, Jacqueline Kennedy o Mao, de los dilogos radioteatrales, de I las historias sentimentales movidas por el amor, el odio y la traicin, de los cliss Iimpecables con que la industria cultural inventa una lengua. La distancia es u n [efecto de la lectura o de la construccin? Pero, precisamente, la idea misma de listancia no sirve para pensar a Puig. Como los artistas pop, Puig resuelve llevar a cero las marcas personales de b escritura y, tambin como los pop, se opone al expresionismo. Por el contraIno. Puig practica el estilo liso, que se esconde. Pero, al esconderse de este moldo, la ausencia de estilo se seala a s misma espectacularmente.

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BEATRIZ SARLO

Por eso, no se puede escribir como Puig. A diferencia de la de Cortzar, su narrativa es difcilmente imitable. N o se propone como modelo de produccin de nuevos textos, n i propagandiza su sistema de valores: simplemente se presenta, con la soltura con que se exhibe u n gusto y no una posicin moral en el campo esttico. Si se quiere buscar a Puig en sus novelas, se e n c o n t r a r el museo imaginario de sus gustos, que se adivinan no en las citas explcitas (sos son los gustos de sus personajes), sino en u n cierto ideal de arte que colme los deseos de artificiosidad, placer y reconocimiento: Ert, el art nouveau, la pintura mala, Minelli, las revistas de modas, la decoracin, los vestuaristas y los coregrafos del cine. Despojando a la literatura, por u n lado, de las marcas expresivas de una personalidad (hacindola antipsicolgica en extremo) y, por el otro, de los emblemas del gusto cultivado, Puig practic u n gesto pudoroso y al mismo tiempo exhibicionista: no escondi sus fuentes, sino que se escondi detrs de ellas. Hizo del lugar c o m n cultural u n espacio donde l y sus lectores se desplazaban con una legitimidad igualitaria. Gran nivelador, Puig enamora a los cultos por la forma en que se ubica en una cultura otra, borrando el esfuerzo del pasaje del bolero al folletn, del cine a la novela. Tal borramiento de las huellas del escritor era una forma (soberbia y modesta al mismo tiempo) de rubricar sus propios textos.

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