SAPIENZA, UNIVERSITÀ DI ROMA Facoltà di Lettere e Filosofia … · 2019-10-09 · Soy coral, soy...

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1 SAPIENZA, UNIVERSITÀ DI ROMA Facoltà di Lettere e Filosofia Dipartimento di Studi Europei, Americani e Interculturali Corso di Studio in Scienze linguistiche, letterarie e della Traduzione LITERATURA ESPAÑOLA II M - PROFUNDIZACIÓN II (6 CFU) a.a. 2018-19 Prof. Isabella Tomassetti

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SAPIENZA, UNIVERSITÀ DI ROMA

Facoltà di Lettere e Filosofia

Dipartimento di Studi Europei, Americani e Interculturali

Corso di Studio in Scienze linguistiche, letterarie e della Traduzione

LITERATURA ESPAÑOLA II M - PROFUNDIZACIÓN II

(6 CFU)

a.a. 2018-19

Prof. Isabella Tomassetti

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Programma Il corso si rivolge a studenti che abbiano conseguito almeno 12 Cfu di Letteratura spagnola nel percorso Triennale. Per gli studenti non in possesso di questi prerequisiti o provenienti da CdS non linguistici la docente si riserva di assegnare letture aggiuntive per consentire una fruizione più adeguata dei contenuti del corso. Il corso intende avviare gli studenti allo studio della poesia spagnola contemporanea affinando le loro competenze critiche nell'analisi del testo letterario. Verrà proposta un'antologia della produzione di alcuni dei maggiori poeti spagnoli del dopoguerra e della generazione dei Novísimos fra cui Gabriel Celaya, José Hierro, Jaime Gil de Biedma, Pablo García Baena, Julio Aumente, Guillermo Carnero, Antonio Colinas, Clara Janés, Ángel González e Luis Antonio de Villena. Modalità di svolgimento Il corso si articolerà in una prima fase di lezioni frontali (10 ore) in cui si offrirà un quadro storico-politico e letterario della Spagna del XX secolo. Seguirà poi la lettura e analisi dei componimenti selezionati (26 ore): la docente proporrà in prima istanza la propria lettura dei testi, al termine della quale richiederà agli studenti di aggiungere notazioni a quanto già esposto. L'ultima parte del corso (12 ore) sarà dedicata alla presentazione di letture di testi poetici ad opera degli studenti. Modalità di valutazione L'esame finale consisterà in un colloquio orale nel quale dovranno proporre l'analisi di un testo fra quelli inclusi nel programma d'esame dimostrando di aver appreso metodologia e contenuti del corso. TESTI ADOTTATI E BIBLIOGRAFIA 1. Dispense a cura della docente (Antologia di poeti spagnoli contemporanei) disponibili all'indirizzo: http://www.lettere.uniroma1.it/users/isabella-tomassetti 2. Storia letteraria e antologie G. Morelli, D. Manera, Letteratura spagnola del Novecento. Dal Modernismo al postmoderno, Milano, Bruno Mondadori, 2007. Poesia spagnola del Novecento. La generazione del '50, a cura di Gabriele Morelli, Firenze, Le Lettere, 2008. 3. Strumenti A. Marchese, L'officina della poesia, Milano, Mondadori, 1997. Bibliografia facoltativa per approfondimenti José María Castellet, Veinte años de poesía española (1939-1959), Barcelona, Seix Barral, 1960. José María Castellet, Un cuarto de siglo de poesía española. Antología, Barcelona, Seix Barral, 1969.

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José María Castellet, Nueve Novísimos, Barcelona, Seix Barral, 1970. Víctor García de la Concha, La poesía española de posguerra. Teoría e historia de sus movimientos, Madrid, Prensa española, 1973. Una promoción desheredada: la poética del 50, ed. Antonio Hernández, Madrid, Zero, 1978. Fanny Rubio, Poesía española contemporánea (1939-1980), Madrid, Alhambra, 1981. Guillermo Carnero, La corte de los poetas. Los últimos veinte años de poesía española en castellano, in «Revista de Occidente», 23 (1983), pp. 43-59. Carme Riera, La Escuela de Barcelona. Barral, Gil de Biedma, Goytisolo, Barcelona, Anagrama, 1988. Grupo Cántico. Antología poética, ed. J. Calviño, Madrid, Alhambra, 1988. J. M. Sala Valldaura, La fotografía de una sombra. Instántanea de la generación poética de los cincuenta, Barcelona, Anthropos, 1993. Orario e luogo delle lezioni: Martedì, 11.00-13.00 (Aula A ex-Vetreria Sciarra); mercoledì, 13.00-15.00 (Aula C ex-Vetreria Sciarra).

Data inizio lezioni: 9 ottobre 2018

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INDICE

Gabriel Celaya 5

José Hierro 12

Jaime Gil de Biedma 17

Pablo García Baena 22

Julio Aumente 28

Ángel González 32

Clara Janés 38

Antonio Colinas 43

Guillermo Carnero 48

Luis Antonio de Villena 52

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Gabriel Celaya (Hernani, 1911 - Madrid 1991) La poesía es un arma cargada de futuro Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros.

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Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Biografía

No cojas la cuchara con la mano izquierda. No pongas los codos en la mesa. Dobla bien la servilleta. Eso, para empezar. Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece. ¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes? Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero. Eso, para seguir. ¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos? La cultura es un adorno y el negocio es el negocio. Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas. Eso, para vivir. No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto. No bebas. No fumes. No tosas. No respires. ¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos. Y descansar: morir.

Despedida

Quizás, cuando me muera, dirán: era un poeta. Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia. Quizás tú no recuerdes quién fui, mas en ti suenen los anónimos versos que un día puse en ciernes.

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Quizás no quede nada de mí, ni una palabra, ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.

Pero visto o no visto, pero dicho o no dicho, yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!

Yo seguiré siguiendo, yo seguiré muriendo, seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.

A Blas de Otero

Amigo Blas de Otero: porque sé que tú existes, y porque el mundo existe, y yo también existo, porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo, gastando nuestras vueltas como quien no hace nada, quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo de este dolor que insiste en todo lo que existe. Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse: el semillero hirviente de un corazón podrido, los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas, los días cualesquiera que nos comen por dentro, la carga de miseria, la experiencia, un residuo, las penas amasadas con lento polvo y llanto.

Nos estamos muriendo por los cuatro costados, y también por el quinto de un Dios que no entendemos. Los metales furiosos, los mohos del cansancio, los ácidos borrachos de amarguras antiguas, las corrupciones vivas, las penas materiales… todo esto tú sabes, todo esto y lo otro.

Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo. La llama que nos duele quería ser un ala. Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo. Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas, sabes también por dentro de una angustia rampante, de poemas prosaicos, de un amor sublevado.

Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana: ese mugido triste del mar abandonado, ese temblor insomne de un follaje indistinto, las montañas convulsas, el éter luminoso, un ave que se ha vuelto invisible en el viento, viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.

Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos, el alma transparente y el yo opaco en su centro,

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soy el agua sin forma que cambiando se irisa, la inercia de la tierra sin memoria que pesa, el aire estupefacto que en sí mismo se pierde, el corazón que insiste tartamudo afirmando.

Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito. Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura. He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio, la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio, Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente la materia y el fuego, los latidos arcaicos.

Debo salvarlo todo si he de salvarme entero. Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo, soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino, soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto, soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.

¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero! ¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa! Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros y es una vieja historia lo que aquí desemboca. Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.

Invoco a los amantes, los mártires, los locos que salen de sí mismos buscándose más altos. Invoco a los valientes, los héroes, los obreros, los hombres trabajados que duramente aguantan y día a día ganan su pan, mas piden vino. Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.

Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos, la justicia exclusiva y el orden calculado, las rutinas mortales, el bienestar virtuoso, la condición finita del hombre que en sí acaba, la consecuencia estricta, los daños absolutos. Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.

Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras, con la crueldad del tiempo, con límites absurdos, con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota, con ese mal tremendo que no te explica nadie. Irónicos zumbidos de aviones que pasan y muertos boca arriba que no, no perdonamos.

A veces me parece que no comprendo nada, ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro. Lo real me resulta increíble y remoto. Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.

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Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto, desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.

Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma, idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña. Detrás de cada hombre un espejo repite los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos. Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira, quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.

Hace aún pocos días caminábamos juntos en el frío, en el miedo, en la noche de enero rasa con sus estrellas declaradas lucientes, y era raro sentirnos diferentes, andando. Si tu codo rozaba por azar mi costado, un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.»

Hablábamos distantes, inútiles, correctos, distantes y vacíos porque Dios se ocultaba, distintos en un tiempo y un lugar personales, en las pisadas huecas, en un mirar furtivo, en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana», en esto que separa y es dolor sin remedio.

Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías, desfilar ante casas quizá nunca habitadas, saber que una escalera por sí misma no acaba, traspasar una puerta lo que es siempre asombroso, saludar a otro amigo también raro y humano, esperar que dijeras era un milagro: Dios al fin escuchaba.

Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros. Las iras eran santas; el amor, atrevido; los árboles, los rayos, la materia, las olas, salían en el hombre de un penar sin conciencia, de un seguir por milenios, sin historia, perdidos. Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo.

Y vi que era posible vivir, seguir cantando. Y vi que el mismo abismo de miseria medía como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza. Con los cuatro elementos, más y menos que hombre, sentí que era posible salvar el mundo entero, salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.

Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando; te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho; pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas, con este yo enconado que no quiero que exista, con eso que en ti canta, con eso en que me extingo y digo derramado: amigo Blas de Otero.

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Momentos felices

Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo tirando todo al fuego: poemas incompletos, pagarés no pagados, cartas de amigos muertos, fotografías, besos guardados en un libro, renuncio al peso muerto de mi terco pasado, soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego, y así atizo las llamas, y salto la fogata, y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento, ¿no es la felicidad lo que me exalta? Cuando salgo a la calle silbando alegremente el pitillo en los labios, el alma disponible— y les hablo a los niños o me voy con las nubes, mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando, las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos desnudos y morenos, sus ojos asombrados, y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando, salpican la alegría que así tiembla reciente, ¿no es la felicidad lo que se siente? Cuando llega un amigo, la casa está vacía, pero mi amada saca jamón, anchoas, queso, aceitunas, percebes, dos botellas de blanco, y yo asisto al milagro sé que todo es fiado, y no quiero pensar si podremos pagarlo; y cuando sin medida bebemos y charlamos, y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos, y lo somos quizá burlando así la muerte, ¿no es la felicidad lo que trasciende? Cuando me he despertado, permanezco tendido con el balcón abierto. Y amanece: las aves trinan su algarabía pagana lindamente: y debo levantarme pero no me levanto; y veo, boca arriba, reflejada en el techo la ondulación del mar y el iris de su nácar, y sigo allí tendido, y nada importa nada, ¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo? ¿No es la felicidad lo que amanece? Cuando voy al mercado, miro los abridores y, apretando los dientes, las redondas cerezas, los higos rezumantes, las ciruelas caídas

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del árbol de la vida, con pecado sin duda pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio, regateo, consigo por fin una rebaja, mas terminado el juego, pago el doble y es poco, y abre la vendedora sus ojos asombrados, ¿no es la felicidad lo que allí brota? Cuando puedo decir: el día ha terminado. Y con el día digo su trajín, su comercio, la busca del dinero, la lucha de los muertos. Y cuando así cansado, manchado, llego a casa, me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos, y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi, y la música reina, vuelvo a sentirme limpio, sencillamente limpio y pese a todo, indemne, ¿no es la felicidad lo que me envuelve? Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones, me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice: «Estaba justamente pensando en ir a verte». Y hablamos largamente, no de mis sinsabores, pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme, sino de cómo van las cosas en Jordania, de un libro de Neruda, de su sastre, del viento, y al marcharme me siento consolado y tranquilo, ¿no es la felicidad lo que me vence? Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo; pasar por un camino que huele a madreselvas; beber con un amigo; charlar o bien callarse; sentir que el sentimiento de los otros es nuestro; mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha, ¿no es esto ser feliz pese a la muerte? Vencido y traicionado, ver casi con cinismo que no pueden quitarme nada más y que aún vivo, ¿no es la felicidad que no se vende?

Epílogo Y al fin reina el silencio. Pues siempre, aún sin quererlo, guardamos un secreto.

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José Hierro (Madrid 1922- Madrid 2002) Alegría Llegué por el dolor a la alegría. Supe por el dolor que el alma existe. Por el dolor, allá en mi reino triste, un misterioso sol amanecía. Era la alegría la mañana fría y el viento loco y cálido que embiste. (Alma que verdes primaveras viste maravillosamente se rompía.) Así la siento más. Al cielo apunto y me responde cuando le pregunto con dolor tras dolor para mi herida. Y mientras se ilumina mi cabeza ruego por el que he sido en la tristeza a las divinidades de la vida.

Despedida del mar Por más que intente al despedirme guardarte entero en mi recinto de soledad, por más que quiera beber tus ojos infinitos, tus largas tardes plateadas, tu vasto gesto, gris y frío, sé que al volver a tus orillas nos sentiremos muy distintos. Nunca jamás volveré a verte con estos ojos que hoy te miro. Este perfume de manzanas, ¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío, mar mío! ¡Fúndeme, despójame de mi carne, de mi vestido mortal! ¡Olvídame en la arena, y sea yo también un hijo más, un caudal de agua serena que vuelve a ti, a su salino nacimiento, a vivir tu vida

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como el más triste de los ríos! Ramos frescos de espuma... Barcas soñolientas y vagas... Niños rebañando la miel poniente del sol... ¡Qué nuevo y fresco y limpio el mundo...! Nace cada día del mar, recorre los caminos que rodean mi alma, y corre a esconderse bajo el sombrío, lúgubre aceite de la noche; vuelve a su origen y principio. ¡Y que ahora tenga que dejarte para emprender otro camino!... Por más que intente al despedirme llevar tu imagen, mar, conmigo; por más que quiera traspasarte, fijarte, exacto, en mis sentidos; por más que busque tus cadenas para negarme a mi destino, yo sé que pronto estará rota tu malla gris de tenues hilos. Nunca jamás volveré a verte con estos ojos que hoy te miro.

Junto al mar Si muero, que me pongan desnudo, desnudo junto al mar. Serán las aguas grises mi escudo y no habrá que luchar. Si muero que me dejen a solas. El mar es mi jardín. No puede, quien amaba las olas, desear otro fin. Oiré la melodía del viento, la misteriosa voz. Será por fin vencido el momento que siega como hoz. Que siega pesadumbres. Y cuando la noche empiece a arder,

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Soñando, sollozando, cantando, yo volveré a nacer.

Llegada al mar Cuando salí de ti, a mí mismo me prometí que volvería. Y he vuelto. Quiebro con mis piernas tu serena cristalería. Es como ahondar en los principios, como embriagarse con la vida, como sentir crecer muy hondo un árbol de hojas amarillas y enloquecer con el sabor de sus frutas más encendidas. Como sentirse con las manos en flor, palpando la alegría. Como escuchar el grave acorde de la resaca y de la brisa. Cuando salí de ti, a mí mismo me prometí que volvería. Era en otoño, y en otoño llego, otra vez, a tus orillas. (De entre tus ondas el otoño nace más bello cada día.) Y ahora que yo pensaba en ti constantemente, que creía... (Las montañas que te rodean tienen hogueras encendidas.) Y ahora que yo quería hablarte, saturarme de tu alegría... (Eres un pájaro de niebla que picotea mis mejillas.) Y ahora que yo quería darte toda mi sangre, que quería... (Qué bello, mar, morir en ti cuando no pueda con mi vida.)

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Recuerdo del mar ¡Cómo te agitas bajo nubes grises, lámina fina de metal de infancia! ¡Cómo tu rabia, corazón de niebla, rompe la brida! ¡Cómo te miro con mis pobres ojos! ¡Qué imagen tuya la que inventa el sueño! ¡Qué lentamente te deshace el aire, roto en pedazos! Tú que guardabas en cristal salado vivos retratos que ondulaba el viento; tú que arrancabas en el alba fina sones al alma, tú que nutrías con tu amarga leche sombras de playas, olvidados pasos, ansia de ser sobre tu vientre verde, locos piratas, has ido ahogando temblorosamente sombras que hundieron en tu paz sus ojos. Hoy tu recuerdo, como lluvia fresca, moja mi frente. Si ahora volviera a recorrer tu orilla, si ahora en tu cuerpo me volcara todo, si ahora tu cuerpo le prestara al mío frescos harapos, si yo desnudo, si cansado, ahora, más hijo tuyo, ahora, si el otoño vuelto a mi lado me trajera el tibio pan en el pico -lámina fina de metal de infancia-, todo olvidado quedaría, todo: látigos, cuerdas con que me azotabas, vientos que mugen. Todo sería nuevamente hermoso, aunque tu garra me arañase el cuerpo,

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aunque al tornar tuvieran tus mañanas soles más negros.

Vida Después de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo. Después de nada, o después de todo, supe que todo no era más que nada. Grito: '¡todo!', y el eco dice '¡nada!'. Grito'¡nada'!, y el eco dice '¡todo!'. Ahora sé que la nada lo era todo, y todo era ceniza de la nada. No queda nada de lo que fue nada. (Era ilusión lo que creía todo y que, en definitiva, era la nada). Qué más da que la nada fuera nada si más nada será, después de todo, después de tanto todo para nada.

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Jaime Gil de Biedma (Barcelona 1929 - Barcelona 1990)

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Himno a la juventud

A qué vienes ahora, juventud, encanto descarado de la vida? Qué te trae a la playa? Estábamos tranquilos los mayores y tú vienes a herirnos, reviviendo los más temibles sueños imposibles, tú vienes para hurgarnos las imaginaciones. De las ondas surgida, toda brillos, fulgor, sensación pura y ondulaciones de animal latente, hacia la orilla avanzas con sonrosados pechos diminutos, con nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas, oh diosa esbelta de tobillos gruesos, y con la insinuación (tan propiamente tuya) del vientre dando paso al nacimiento de los muslos: belleza delicada, precisa e indecisa, donde posar la frente derramando lágrimas. Y te vemos llegar -figuración de un fabuloso espacio ribereño con toros, caracolas y delfines, sobre la arena blanda, entre la mar y el cielo, aún trémula de gotas, deslumbrada de sol y sonriendo. Nos anuncias el reino de la vida, el sueño de otra vida, más intensa y más libre, sin deseo enconado como un remordimiento -sin deseo de ti, sofisticada bestezuela infantil, en quien coinciden la directa belleza de la starlet y la graciosa timidez del príncipe. Aunque de pronto frunzas la frente que atormenta un pensamiento conmovedor y obtuso, y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla

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entre mojadas mechas rubias la expresión melancólica de Antínoos, oh bella indiferente, por la playa camines como si no supieses que te siguen los hombres y los perros, los dioses y los ángeles, y los arcángeles, los tronos, las abominaciones...

Contra Jaime Gil de Biedma De qué sirve, quisiera saber, cambiar de piso, dejar atrás un sótano más negro que mi reputación -y ya es decir-, poner visillos blancos y tomar criada, renunciar a la vida de bohemio, si vienes luego tú, pelmazo, embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, zángano de colmena, inútil, cacaseno, con tus manos lavadas, a comer en mi plato y a ensuciar la casa? Te acompañan las barras de los bares últimos de la noche, los chulos, las floristas, las calles muertas de la madrugada y los ascensores de luz amarilla cuando llegas, borracho, y te paras a verte en el espejo la cara destruida, con ojos todavía violentos que no quieres cerrar. Y si te increpo, te ríes, me recuerdas el pasado y dices que envejezco. Podría recordarte que ya no tienes gracia. Que tu estilo casual y que tu desenfado resultan truculentos cuando se tienen más de treinta años, y que tu encantadora sonrisa de muchacho soñoliento -seguro de gustar- es un resto penoso, un intento patético. Mientras que tú me miras con tus ojos de verdadero huérfano, y me lloras y me prometes ya no hacerlo.

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Si no fueses tan puta! Y si yo no supiese, hace ya tiempo, que tú eres fuerte cuando yo soy débil y que eres débil cuando me enfurezco... De tus regresos guardo una impresión confusa de pánico, de pena y descontento, y la desesperanza y la impaciencia y el resentimiento de volver a sufrir, otra vez más, la humillación imperdonable de la excesiva intimidad. A duras penas te llevaré a la cama, como quien va al infierno para dormir contigo. Muriendo a cada paso de impotencia, tropezando con muebles a tientas, cruzaremos el piso torpemente abrazados, vacilando de alcohol y de sollozos reprimidos. Oh innoble servidumbre de amar seres hummanos, y la más innoble que es amarse a sí mismo!

Por lo visto Por lo visto es posible declararse hombre. Por lo visto es posible decir no. De una vez y en la calle, de una vez, por todos y por todas las veces en que no pudimos. Importa por lo visto el hecho de estar vivo. Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza necesite, suponga nuestras vidas, estos actos mínimos a diario cumplidos en la calle por todos. Y será preciso no olvidar la lección: saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos hay un arma escondida, saber que estamos vivos aún. Y que la vida todavía es posible, por lo visto.

No volveré a ser joven

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Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, era tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra.

Resolución Resolución de ser feliz por encima de todo, contra todos y contra mí, de nuevo -por encima de todo, ser feliz- vuelvo a tomar esa resolución. Pero más que el propósito de enmienda dura el dolor del corazón.

Canción para ese día He aquí que viene el tiempo de soltar palomas en mitad de las plazas con estatua. Van a dar nuestra hora. De un momento a otro, sonarán campanas. Mirad los tiernos nudos de los árboles exhalarse visibles en la luz recién inaugurada. Cintas leves de nube en nube cuelgan. Y guirnaldas sobre el pecho del cielo, palpitando, son como el aire de la voz. Palabras van a decirse ya. Oíd. Se escucha rumor de pasos y batir de alas.

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Amistad a lo largo Pasan lentos los días y muchas veces estuvimos solos. Pero luego hay momentos felices para dejarse ser en amistad. Mirad: somos nosotros. Un destino condujo diestramente las horas, y brotó la compañía. Llegaban las noches. Al amor de ellas nosotros encendíamos palabras, las palabras que luego abandonamos para subir a más: empezamos a ser los compañeros que se conocen por encima de la voz o de la seña. Ahora sí. Pueden alzarse las gentiles palabras -esas que ya no dicen cosas-, flotar ligeramente sobre el aire; porque estamos nosotros enzarzados en mundo, sarmentosos de historia acumulada, y está la compañía que formamos plena, frondosa de presencias. Detrás de cada uno vela su casa, el campo, la distancia. Pero callad. Quiero deciros algo. Sólo quiero deciros que estamos todos juntos. A veces, al hablar, alguno olvida su brazo sobre el mío, y yo aunque esté callado doy las gracias, porque hay paz en los cuerpos y en nosotros. Quiero deciros cómo todos trajimos nuestras vidas aquí, para contarlas. Largamente, los unos a los otros en el rincón hablamos, tantos meses! que no sabemos bien, y en el recuerdo el júbilo es igual a la tristeza. Para nosotros el dolor es tierno. Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

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Pablo García Baena (Córdoba 1923 - Córdoba 2018) Alma feliz Alma felice che sovente torni... Petrarca, Soneto XIV Alma feliz por siempre, pues lo fuiste un instante, vuelve, ligera corza de la dicha pasada, junto al frío torrente donde flota el recuerdo, donde la rosa última de fugitivas horas aún perfuma suave con su filtro de llanto. Vuelve bajo la luna floral de primavera a las tímidas huellas de dormidos senderos, y aspira en esa rosa melancólica y pura todo el bosque que arde perdido en tu memoria con sus rojas maderas incendiando los días. Como nauta que asiste impasible en su leño al naufragio solemne de la torva tormenta, desde la roca púrpura por el himno del rayo mira al joven ahogado, coronado de algas, flotar en la encrespada cabalgata marina. Jardines de amatista, emergiendo sombríos con pálidos estanques y la perla del cisne, desde la lejanía pronunciarán tu nombre y pulsará el ocaso sus laúdes de luna, latentes como vírgenes corazones secretos. Nocturnas bayaderas su cintura de estío aplastarán corceles con las crines ardiendo. Mensajeros errantes agitarán pañuelos antes de ser talados por el hacha implacable que convierte a los cedros en funerales lámparas. Era niño y el claustro de la vida empezabas: la mirada dorada, rubio el ligero rizo. Bajo brisas de ensueño escondías al mundo tus joyas de ternura, la soledad y su fuente, como el avaro guarda metálicas luciérnagas. Viviste bajo el ala florida de aquel tiempo glorioso para el hombre. Hoy, que cansado vuelves, mira cómo endiamanta tu llanto las ruinas, cual pájaro de agua que anidara en sus yedras cuando mayo suspira en las flautas fragantes. Así fueron tus tardes. Así el viento. Las lilas,

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el gorjeo diminuto de sus cálices tibios deshojaban. De nuevo volverá todo un día. Dime que has de volver con la mágica llave de la puerta perdida en un muro de niebla. Y será igual que entonces: el brodequín de oro sobre la misma tienda. Gonfalones sagrados pasarán en días santos. Madam Lily, la sílfide. purpurina en el pelo, cantará en el alambre, y un reguero de paja dejarán las carretas. Escucha el preludiar de violines antiguos. Ya ha empezado la danza. Los címbalos sonoros gotean áureo polen en ansiosas corolas y desnuda a la luz de trompas y de oboes embriágate, oh alma, recordando tu dicha.

Como el árbol dorado sueña la hoja verde...

Como el árbol dorado sueña la hoja verde, ahora que no estás y en los bosques nevados cruje lívidas urnas, fantasmal, el invierno, los jóvenes deseos a la deriva quieren cubrir tu memorial de húmedas laureas. Era el marzo feliz que oreaban los vientos primaveral basílica los juncos erigían, las varitas moradas de san José, la avena como lluvia menuda y un recado secreto la cardelina lleva por alfarjes de ramas. Así como la tierra mi corazón hinchado germinaba de ocultas semillas sepultadas. Así como la tierra nupcias al mar ofrece el oleaje crespo de los besos unía labio y tierra en anillos de herrín indestruibles. Veíamos el mundo juntos sobre la roca... Qué lejos el sollozo, los dioses, la leyenda que luego tú serías, rojeantes racimos de riparia cubriendo, armoniosa, tu estatua cuando ya fuiste mármol inaccesible y ciego. Pero el cielo era puro y fugaz y la loca alegría de vivir, esa máscara errante y beoda reía bajo el galoneado raso del capuchón del dominó talar, otorgando antifaces que realidad cubrían

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La tristeza, una calle por donde no pasábamos, la poesía, una flauta que gime abandonada y el rezo y los sociales lazos y la amistad, esa vieja burguesa con labor de ganchillo, nos vieron ir desnudos bajo constelaciones. Sabíamos que un soplo acabaría con todo: estancias en la noche centelleante de arañas, copas alzadas, senos, más hielo, el jardín rosa y verde de la aurora irrumpiendo en cristales, desgarrando la cola de satén de la huida. Sabíamos que un soplo... Y que no volvería aquel vino jamás a mojar nuestros labios. Confusamente turbia tiendo la mano ahora hacia la puerta, arcano, tarot, encantamiento, y allí encuentro tu mano entreabriendo el recuerdo.

Como el árbol dorado sueña la hoja verde II... A José Infante

Como el árbol dorado sueña la hoja verde, ahora que no te tengo, que no te temo, invento aquellos días, fueron ciento cincuenta días, larga vida de hombre solo con su infortunio, de leproso que vela su áurea lacería. Solo contigo, solos en isla, en celda, en faro en la noche... Condena que anhelaba perpetua. Por ventanas clavadas, grietas, gritos, caricias, miraba hervir el mundo, anillado cual ave suntuosa que arrastra, enferma, la cadena. Terror a despertar con el último vino, con el último alba: estás, estoy. Infierno de las manos palpando, galeote de niebla que reencuentra en la sombra la tortura del remo, en el ornamental poderío del naufragio. Y el harapo de dicha que yo creía clámide, y el azur, la corona pagada con las lágrimas y el coturno falaz de la guardarropía, ese foco a destiempo, se nos ve todo falso: saurio de oro, deseos, joyas, tizón, alcoba. Al rito de los días sanguinolenta entraña -«Come, bicho-, entregabas, amor, devora, besa. Pasaban procesiones: «Oh Corazón Sagrado...» Tú también ostentabas mi corazón en llamas,

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vellocino de púrpura que estrujaba tu mano. Como en ciudad sitiada cuyo botín codicia el rubio lansquenete, al humo del incendio altas picas enhiestas, lanzas de jifería desollaron las viejas virtudes cuyos nombres, Prudencia, Compasión, aroman los breviarios.

Había que hacer algo: huir de mí contigo, una sola maleta, un ataúd, un tren que nos arrase juntos o llamar por teléfono o al cielo... Estarán comunicando ahora. Desde los altos muros arrojamos la llave.

Y creció un lirio rojo de llanto sobre el mundo cuando ya las campanas, funeral huésped mío, te doblaban y el negro caballo de los muertos, pisándose el jirel polvoriento y solemne, te arrastraba al glacial destierro de la ausencia.

Elegía

Me envuelvo en tu recuerdo como en nieblas secretas que me apartan del mundo. En la calle sonrío al amigo que pasa, y nadie, nunca nadie adivinó mi muerte bajo aquella sonrisa ni el frío sin consuelo de mis ojos que ciegan pidiendo de los tuyos más desdén, más veneno. Ahora que la tarde se derrumba en las sombras, y que el libro de versos resbala por mis manos, ahora que la lluvia llora por los cristales de mi ventana, y llanto va a caer de mis ojos, antes de que una mano encienda la dorada llama de mi quinqué, dime si tú no sueñas en tu balcón, ahora que la lluvia nos une a los dos con sus lágrimas, o si sobre el teclado de tu piano oscuro agoniza Chopin bajo tus manos trémulas. Nunca sabrás el loco deseo que me tortura de cautivar tus labios bajo mi boca ávida, y sentir el latido de tu sien en mi mano aprisionada como un pájaro aterido. Pero no sabrás nunca nada de mi deseo. Nada de cuando pienso desgarrar con mis dientes

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los azules canales de tus venas y juntos morirnos desangrados, confundidas las sangres. Pero estamos ajenos. Yo sigo en mi ventana, y tú soñando en otro mientras Chopin suspira, ahora que aún no arde en mi quinqué la luz y que a los dos nos une la lluvia con sus lágrimas.

Jardín

La sonrisa apagada y el jardín en la sombra. Un mundo entre los labios que se aprietan en lucha. Bajo mi boca seca que la tuya aprisiona siento los dientes fuertes de tu fiel calavera. Hay un rumor de alas por el jardín. Ya lejos, canta el cuco y otoño oscurece la tarde. En el cielo, una luna menos blanca que el seno adolescente y frágil que cautivo en mis brazos. Mis manos, que no saben, moldean asombradas el mármol desmayado de tu cintura esquiva; donde naufraga el lirio, y las suaves plumas tiemblan estremecidas a la amante caricia. Sopla un viento amoroso el agua de la fuente... Balbuceo palabras y rozo con mis labios el caracol marino de tu pequeño oído, húmedo como rosa que la aurora regase. Cerca ya de la reja donde el jardín acaba me vuelvo para verte última y silenciosa, y de nuevo mi boca adivina en la niebla el panal de tus labios que enamora sin verlo, mientras tus manos buscan amapolas de mayo en el prado enlutado de mi corbata negra.

Noche oscura

San Juan de la Cruz Porque es de noche y va cayendo el agua nos abrazamos, solos, en el viejo regazo del sofá en tanto suena la voz de Nat King Cole, triste y cálida rama de broncas ascuas crepitantes

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en la garganta humana de los discos. Aunque es de noche duerme en su litera de angustia el senescal, ora dormido el obispo yacente sobre el laude y en su cama de ruedas duerme el ciego. Dormido el mundo, tú y yo veíamos solos sobre la tierra, porque es noche y el agua vierte pura hondo sueño. Un humo de durmientes nos acerca las bocas... Calla tu corazón al miedo aunque es de noche y está frío el planeta con nosotros y el bosque de esa música tupiendo yedras alrededor nuestro. Llamas somos de un sueño largo y torpe que los tendidos sueñan silenciosos desde el catre postrero de la tierra. Sólo es real el vaso rebosante de mi sed, aunque el agua está manando y es de noche para siempre, noche oscura.

Sólo tu amor y el agua...

Sólo tu amor y el agua... Octubre junto al río bañaba los racimos dorados de la tarde, y aquella luna odiosa iba subiendo, clara, ahuyentando las negras violetas de la sombra. Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo, cegado por la bruma suave de tu pelo. De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta cuando perdía mi boca en sus horas de niebla. Sólo tu amor y el agua... El río, dulcemente, callaba sus rumores al pasar por nosotros, y el aire estremecido apenas se atrevía a mover en la orilla las hojas de los álamos. Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel al rozar con sus alas una estrella dormida, el choque fugitivo que quiere hacerse eterno, de mis labios bebiendo en los tuyos la vida. Lo puro de tus senos me mordía en el pecho con la fragancia tímida de dos lirios silvestres, de dos lirios mecidos por la inocente brisa cuando el verano extiende su ardor por las colinas. La noche se llenaba de olores de membrillo, y mientras en mis manos tu corazón dormía, perdido, acariciante, como un beso lejano, el río suspiraba... Sólo tu amor y el agua...

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Julio Aumente (Córdoba 1921 - Córdoba 2006) Demasiada belleza Demasiada belleza pusiste en las criaturas Señor, desde aquel día de su creación primera. Demasiada belleza en los ojos oscuros y en el oro de otoño de la piel admirable. ¿Es amor esta limpia contemplación amarga que hace el aire difícil y nos nubla los ojos, es amor esta dulce recreación en lo bello de los ágiles cuerpos, de los rostros que pasan? Triste me siento ahora por lo que no he tenido, por lo que nunca tuve, la juventud ociosa cuya cruel inconsciencia a los ojos se ofrece como lejana joya pura e inalcanzable. La rosa de este octubre, el cobre de los montes, la hierba y el azul cobalto de los cielos. Y la belleza viva de los cuerpos de un día como vasos del templo intangibles y vanos. Al filo de la noches Un cuerpo que se entrega no es difícil hallarlo. Eso eras tú, un hermoso cuerpo divino y vivo. Una breve cintura, un racimo dorado en tus ojos brillando entre los ríos de Agosto. Pero es fácil que un cuerpo fulja como una gema si como amor se mira, con verdadero amor. Amor y no esa débil pasión que muere a un tiempo con el último goce de los cuerpos vencidos. Para mí la palabra, para ti la caricia; para mí la sonrisa y el arco de tus cejas, para mí el fruncimiento de tu labio rosado, superior, tibio, altivo, carnal, condescendiente. Pero el amor no muere porque nunca ha nacido en ti, que languideces al tocar de los dedos. Tú buscas el secreto, la dulzura, el peligro del momento robado al filo de las noches. La amistad para ti, o el amor, eran sólo nombres a que invocar en las horas perdidas.

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Ola como un incendio Ola como un incendio, sigue, avanza, devora; en cuerpo de cristal hunde tu roja llama. Deseo o barco que me empuja mar adentro a la risa de tus ojos dorados. Nombre de espuma, isla donde el cansado corazón descansa su búsqueda insaciable como coral que brinda sus bancales de púrpura. Sangre no hay apenas, sólo la azul turquesa del Océano brilla; sólo su luz reflejada siento. Caricias como sal, su pupila gigante. Tu presencia ante mí; tu opaco cuerpo oprimo, oprimes tú, abandonas tus espaldas de sueño. Agua o cielo, tu sombra. No más sed. Estás. Mi dicha.

La desdicha llama a una puerta Una campana dobla sin sonar. La desdicha llama a una puerta con su frío nombre. El amor pesa en los platillos de una balanza grave o ligero, leve o denso. Hay gentes que nunca derramaron una lágrima para quienes el amor es como un pájaro en su jardín, un pájaro que aletea en una silenciosa cámara loco y sin salida golpeando las paredes. Hay gentes que lloran sin saber por qué y sin saber por qué secan sus llanto. Gentes que miran una flor y sonríen y gentes que pisan con sus pies las flores. Hay quien mira los ríos, y hay quien muere en ellos. Hay quien anda en fuego y no se quema. Hay quien aspira el humo de un carbón encendido sobre su carne, mientras habla con vanidad.

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Leve es el dolor y el cansancio. Leve también el asco de sentir la vida resbalar bajo los pies como viscosa serpiente. El aire absorbe todos los gritos en su inmutable azul nunca, nunca saciado. Porque hay un viento frío, hay una lluvia fina que te moja y te cae, te atraviesa y te empapa. Hay un sol y un cielo que te queman y dicen como a pesar de tu dolor no estás muerto. con tus deseos o dedos cortados, sangrantes, a tu despecho vivo.

Bucólica Vivir, morir, bajo la luz de otoño, morir bajo los árboles espesos, sobre la verde yerba mojada de rocío acariciado por el sol de octubre. Oh silenciosa soledad del campo, oh contornos de oro, sacras palabras de los bosques, dosel oscuro, tronco para el cuerpo, estremecido canto de las ramas. Tu contacto suave, ala de seda fría sobre la frente, mortal delicia lenta, tu pálida presencia solicitan, oh último sonido, escala difundida en el triste y morado llanto de los violines. Oh sí, morir cuando el amor nos niega su ardiente palma y su granada oscura. Morir bajo las copas verdeantes cuando el milano tiembla en el espacio como un punto negro que brilla. Sentir el alma huir de su morada, agua de un manantial que se desborda, que se desborda desapareciendo por un desconocido conducto imperceptible. Fundirse con el aire, sea hoja, olor, castaño, pájaro, clara luz, puro secreto llanto que se extingue como un cautivo aire musical en jardines.

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Ah muerte, para mí liberadora eterna, ala, rumor, sonido, perpetua transparencia. El cuerpo, otra vez limo, raíz, labio, corriente, sombra, suspiro, sonrisa o llanto frío. Desesperadamente el alma busca descanso en el helado verdor de la alameda. Muerte, no, no es tu nombre tan terrible, azul corriente que enamora. ardiente amor o sueño. Guíame, sí, contigo hacia los verdes valles donde el aire purificado está, donde el espíritu habitar pueda libre lejos de las oscuras pasiones terrenales.

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Ángel González (Oviedo, 1925 - Madrid, 2008)

Para que yo me llame Ángel González

Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo el mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...

Camposanto en Colliure Aquí paz, y después gloria. Aquí, a orillas de Francia, en donde Cataluña no muere todavía y prolonga en carteles de «Toros à Ceret» y de «Flamenco's Show» esa curiosa España de las ganaderías de reses bravas y de juergas sórdidas, reposa un español bajo una losa: paz y después gloria.

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Dramático destino, triste suerte morir aquí —paz y después...— perdido, abandonado y liberado a un tiempo (ya sin tiempo) de una patria sombría e inclemente. Sí; después gloria. Al final del verano, por las proximidades pasan trenes nocturnos, subrepticios, rebosantes de humana mercancía: manos de obra barata, ejército vencido por el hambre —paz..., otra vez desbandada de españoles cruzando la frontera, derrotados —...sin gloria. Se paga con la muerte o con la vida, pero se paga siempre una derrota. ¿Qué precio es el peor? Me lo pregunto y no sé qué pensar ante esta tumba, ante esta paz —«Casino de Canet: spanish gipsy dancers», rumor de trenes, hojas..., ante la gloria ésta —...de reseco laurel— que yace aquí, abatida bajo el ciprés erguido, igual que una bandera al pie de un mástil. Quisiera, a veces, que borrase el tiempo los nombres y los hechos de esta historia como borrará un día mis palabras que la repiten siempre tercas, roncas.

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Cumpleaños Yo lo noto: cómo me voy volviendo menos cierto, confuso, disolviéndome en aire cotidiano, burdo jirón de mí, deshilachado y roto por los puños. Yo comprendo: he vivido un año más, y eso es muy duro. ¡Mover el corazón todos los días casi cien veces por minuto! Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho.

Rosa de escándalo (Alburquerque, noviembre) Cuando el hombre se extinga, cuando la estirpe humana al fin se acabe, todo lo que ha creado comenzará a agitarse, a ser de nuevo, a comportarse libremente —como los niños que se quedan solos en casa cuando sus padres salen por la noche. Héctor conseguirá humillar a Aquiles, Luzbel volverá a ser lo que era antes, fornicará Susana con los viejos, avanzará un gran monte hacia Mahoma. Cuando el hombre se acabe —cualquier día, un crepitar de polvo y de papeles proclamará al silencio la frágil realidad de sus mentiras.

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Esperanza Esperanza, araña negra del atardecer. Tu paras no lejos de mi cuerpo abandonado, andas en torno a mí, tejiendo, rápida, inconsistentes hilos invisibles, te acercas, obstinada, y me acaricias casi con tu sombra pesada y leve a un tiempo. Agazapada bajo las piedras y las horas, esperaste, paciente, la llegada de esta tarde en la que nada es ya posible... Mi corazón: tu nido. Muerde en él, esperanza.

Porvenir

Te llaman porvenir porque no vienes nunca. Te llaman: porvenir, y esperan que tú llegues como un animal manso a comer en su mano. Pero tú permaneces más allá de las horas, agazapado no se sabe dónde. ... Mañana! Y mañana será otro día tranquilo un día como hoy, jueves o martes, cualquier cosa y no eso que esperamos aún, todavía, siempre.

Me basta así

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Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti; lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca), y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír, y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente, y de besarnos sin hacernos daño de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso; entonces, si yo fuese Dios, podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando luego callas... (Escucho tu silencio. Oigo

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constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta).

Ya nada ahora

Largo es el arte; la vida en cambio corta como un cuchillo Pero nada ya ahora —ni siquiera la muerte, por su parte inmensa— podrá evitarlo: exento, libre, como la niebla que al romper el día los hondos valles del invierno exhalan, creciente en un espacio sin fronteras, este amor ya sin mí te amará siempre.

Inmortalidad de la nada

Todo lo consumado en el amor no será nunca gesta de gusanos. Los despojos del mar roen apenas los ojos que jamás, —porque te vieron, jamás se comerá la tierra al fin del todo. Yo he devorado tú me has devorado en un único incendio. Abandona cuidados: lo que ha ardido ya nada tiene que temer del tiempo.

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Clara Janés (Barcelona, 1940)

El banquete que os propongo es para el día de mi muerte... El banquete que os propongo es para el día de mi muerte y responde al amor que yo siento y deseo: pido que se me coma, que mi ser en no ser no se mude sino en puro alimento; comunión caníbal suplico, génesis en el otro. Nadie quiere comerme, enferma estoy de amor.

En el umbral oscuro la copa destelló...

En el umbral oscuro la copa destelló y en mi mirada se adentró la filigrana de la plata. Bebe ,dijo su portador: Y bebí sus ojos en el vino. Y bebí el vino en sus labios. Y él bebió sus labios en los míos. Y encendí las velas. Desplegó una sábana azul que abarcaba los ocho cielos salpicados del oro de los astros y me envolvió y a sí mismo, en ella. Y como el entero firmamento me abrazó. Y se adentró en mi vida y en aquella noche la deshojó hasta la tersura del alba. Con el tacto del más leve pétalo se dobló su cabeza en mi cuello, sus bucles negros emitían un aroma de abismo. Y por su boca besé yo la muerte, y en torno a mí replegó las alas. La luna se quebró en vertientes de nieve. Los arrecidos astros desmayaron. La gravedad estalló.

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Un torbellino urente abrió su espiral a lo infinito. Lluvias de meteoros abrasaron los círculos de la oscuridad.

Eurídice

La mano en el saúco del leteo, la sombra sigue insomne de otra mano, una mano que nombra, que desbroza el camino, que pasa a limpio los nombres de las cosas. Pero el rostro, que nunca fue, que no hallará reflejo en unos ojos fielmente vueltos ya para siempre hacia sí mismos, estalla por encima de los pasos y deja que la aurora con el sol lo arrebate y arrastre por la terrible orilla de los tiempos. Siga el pie, ciegamente, pues, la huella que ahuyenta toda la confusión, y tú, avanza, acosada cabeza aún de los abismos, con el rostro encendido y el cabello derramado entre los vientos. Y los ojos en lágrimas, en la paz y el dolor, teje un lamento al malhadado y fiel Orfeo, ¡oh pobre, despojada del infierno, delirante, ya para siempre solitaria Eurídice!

Irremediablemente

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Mueren las rosas a pesar de la lluvia. Mi corazón doliente poco alimento puede cederles ya. Dame la mano. Tu agonía en la mía logrará ser más fuerte que el agosto y teñir con su sangre ese desesperado último aliento, cerrar el grito que nos lanzan desde el color marchito que casi envuelto en oro amenaza irremediablemente sus corolas.

Nota II

sobre unos versos que nacieron espontáneos

A veces el poema es el objeto o don y con más evidencia pone de manifiesto ese propósito: dar luz a una palabra sin quitarle su magia o ser depositario de una visión o de un sentir que toma cuerpo en sílabas contadas.

Oyes esa música... ¿Oyes esa música que cruza como luz la oscuridad mientras la oscuridad gira y yo con ella? ¡Con qué fuerza se abre paso y llega incluso a mi lugar más remoto cercado también de sombras!

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Pero el latido que brota allí nadie lo oye. Nadie, como yo, sabe que existo y creceré y amaré como aman estos brazos que me sostienen porque no sé andar aún... Pero escucha, escucha: todos los árboles se mecen en la música. Y en mi interior, donde un secreto sol me hace adivinar el sol secreto de la oscuridad.

Pido

Prisionera de un pánico invencible, y aunque sé de la inutilidad de todo sueño, desde esa cárcel torturante que es la vida, pido la autonomía total del hombre y el derecho a no justificar para nada su existencia.

Ya se acercan las manos... Ya se acercan las manos, innumerables manos, negras manos, a cegarme los ojos, a detener mis piernas, a secarme las venas, a posarse insistentes a lo largo del cuerpo y dejarlo sumido en lo negro. Harán saltar la lengua, los dientes, corazón y riñones, intestino y cerebro... Amiga de la entraña, tan lejana, acércate un momento y con tus juegos

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distrae esta terrible oscuridad. Dame un río de fuerza desde el vientre, como antaño. Siquiera suficiente para alejar las manos. Estas manos que negras e impertérritas me van cercando.

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Antonio Colinas (León, 1946)

Il vostro passo di velluto e il vostro sguardo di vergine

violata. (Dino Campana)

Simonetta Vespucci

Simonetta: por tu delicadeza la tarde se hace lágrima, funeral oración, música detenida. Simonetta Vespucci: tienes el alma frágil de virgen o de amante. Ya Judith despeinada o Venus húmeda tienes el alma fina del mimbre y la asustada inocencia del soto de olivos. Simonetta Vespucci: por tus dos ojos verdes Sandro Botticelli te ha sacado del mar, y por tus trenzas largas, y por tus largos muslos. Simonetta Vespucci, que has nacido en Florencia.

Fe de vida

Esperar junto a este mar en el que nacieron las ideas

sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.) Ser sólo la brisa en la copa del pino grande, el aroma del azahar, la noche de las orquídeas en las calas olvidadas. Sólo permanecer viendo el ave que pasa y no regresa; quedar esperando a que el cielo amarillo arda y se limpie con los relámpagos que llegarán saltando de una isla a otra isla. O contemplar la nube blanca que, no siendo nada, parece ser feliz. Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá, sobre las olas que pasan, como remo perdido.

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O seguir, como los delfines, la dirección de un tiempo sentenciado. Ser como la hora de las barcas en las noches de enero, que se adormecen entre narcisos y faros. Dejadme, no con la luz del conocimiento (que nació y se alzó de este mar), sino simplemente con la luz de este mar. O con su muchas luces: las de oro encendido y las de frío verdor. O con la luz de todos los azules. Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca, que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos, a los días tensos, a las ideas como cuchillos. Ser como olivo o estanque. Que alguien me tenga en su mano como a puñado de sal. O de luz. Cerrar los ojos en el silencio del aroma para que el corazón –¡al fin!– pueda ver. Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí. Dejadme compartiendo el silencio y la soledad de los porches, la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme con el plenilunio de los ruiseñores de junio, que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes. Dejadme con la libertad que se pierde en los labios de una mujer.

Un libro de infancia

Padre: tú me trajiste un día de un viaje un libro de cuentos de Andersen. Yo era entonces un niño enfermo en su lecho; yo no era un lector ni era un poeta. Sólo era un niño muy pequeño y enfermo que intuía otros mundos cuando veía temblar de noche, en las cortinas, sombras negras. Pero llegó la luz a mi vida, pues olvidar no puedo

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el placer que sentí al recibir el libro entre mis manos. Y no era porque fuese un regalo, no era por el don, feliz, de recibirlo. Era quizás porque en el libro aquel tú pusiste un mundo con tus manos en mis manos. Y se llenó de luz la habitación, y ya no había seres misteriosos que me atemorizaran al temblar de noche las cortinas. Y recuerdo muy bien que, antes de abrir las páginas del libro, ya sentí en mi interior un sublime placer que describir no puedo. Luego, salí a los campos y sané, pero perdí el libro, y con él se perdió mi infancia y aquel placer incluso de sentir que hay otra realidad: ésa en la que aún yo creeré por siempre, aunque jamás la vea.

Morada de la luz

El hosco cielo va rodando arriba y amenaza sobre los montes negros. Al fin será esta casa mi morada y hasta lo que es más duro en ella (el muro de piedra tan rotundo), dormirá sosegado en mi pupila. En esta casa el tiempo es la ternura y siempre callo hasta que sea el silencio lo que discurra dentro de mis venas. En mi morada no hay días ni noches. Mi morada es mi día y es mi noche. Cada mínima estancia es azotea. Floto en su soledad, bebo en su sombra; si asciendo a los desvanes de la luz desciendo hasta un saber que ya no sabe. La casa, en quietud, está girando –planetario de amor– en torno del remanso de los cuerpos. En ella voy, sin ir, a cada sitio

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y a sus goces regreso sin marcharme. Todo cuanto busqué, aquí lo encuentro. Esta morada es mundo sin el mundo. En ella suena música que arrastra hacia el sin fin, marea en la que voy y vengo (¡mas tan quieto!) recibiendo respuestas sin palabras a preguntas que no mueven mis labios. Y siento que tú estás aquí, aunque no estés, y que yo estoy en ti, aunque no estoy. Centro donde te veo al fin ¡tan cierta!; centro donde, por fin, no estando tú, en plenitud estás para salvarme. Al fin el corazón ya ha retornado a escucharse a sí mismo. ¡Qué dulzura este ir cerrándose a todo para poder abrirse y comprenderlo todo: nada hermosa que llega acariciando mi piel para acallarme, para acallarme aún más, y serenarme! Morada del amor, con sus anillos de silencio que silban, mas no ahogan, porque la sangre de los nuestros ya no está para dolernos. (La sangre de los nuestros ahora es sólo la luz de cobre que está ardiendo lenta en torno de la copa del ciprés). ¡Morada en la marea de la vida, marea en la morada de la luz!

El laberinto invisible

Para el que sabe ver siempre habrá al final del laberinto de la vida una puerta de oro. Si la atraviesas hallarás un patio con musgo, empedrado, y en él dos cedros opulentos con sus pájaros dormidos. (No encontrarás ya aquí la música de Orfeo, sino sólo silencio.) Cruza el patio, verás luego otra puerta. Ábrela. Ya dentro, en la penumbra,

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verás un muro y, en él, unas palabras muy borrosas de cuya sencillez brota una luz que, lenta, pasa a ti y te devuelve al fin la libertad, la plenitud de ser: “Sean siempre alabadas las palabras dulcísimas que sanan: paz y bien”. Después, ya en soledad profunda, verás que te hallas frente a otra puerta que aún no puedes abrir, porque no es el momento: la que quizá te lleve a otro laberinto, al laberinto último, invisible. ¿De él habrá salida? (Sólo queda esperar, esperar al amparo seguro de esas letras borrosas que sanan.)

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Guillermo Carnero (Valencia, 1947) El embarco para Citerea

Hoy que la triste nave está al partir, con su espectacular monotonía, quiero quedarme en la ribera, ver confluir los colores en un mar de ceniza, y mientras tenuemente tañe el viento las jarcias y las crines de los grifos dorados, oír lejanos en la oscuridad los remos, los fanales, y estar solo. Muchas veces la vi partir de lejos, sus bronces y brocados y sus juegos de música: el brillante clamor de un ritual de gracias escondidas y una sabiduría tan vieja como el mundo. La vi tomar el largo, ligera bajo un dulce cargamento de sueños, sueños que no envilecen y que el poder rescata del laberinto de la fantasía, y las pintadas muecas de las máscaras un lujo alegre y sabio, no atributos del miedo y el olvido. También alguna vez hice el viaje intentando creer y ser dichoso y repitiendo al golpe de los remos: aquí termina el reino de la muerte. Y no guardo rencor, sino un deseo inhábil que no colman las acrobacias de la voluntad, y cierta ingratitud no muy profunda.

Amanecer en Burgos Las Huelgas En el silencio de los claustros reposa la luz encadenada por la epifanía del tiempo. Florece la altísima tumba en blancos capullos de escarcha. Un ámbito de otro oculto transcurre, sólo unas losas que oscuramente resuenan, incubando el crescendo angustioso de la proclamación de la muerte. Fidelidad no ensayada a la hora de vivir, permanece cada corazón bajo el delicado sudario que nada oprime. Sobre las piedras se abre una fontana de musgo. Porque quizá

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temiéramos vivir, en la sombra germina la floración de la carne muerta. Andrajos y oro el esplendor revelan de los cuerpos antiguos. Entre imágenes de lejana belleza, piadosamente se oculta la carne muerta. Y así es hermoso discurrir fugazmente entre la eternidad de la vida, engarzada por la geométrica perfección de los albos sepulcros, como quien nada escucha, puesto que ni seremos llamados a los turbios festejos de la muerte ni el amor y el deseo corruptos, y el impalpable polvo de los besos alteran, en la madrugada tibia que turba el aire, el armonioso vuelo de la piedra, elevado en muda catarata de dolor.

Paestum Los dioses nos observan desde la geometría que es su imagen. Sus templos no temen a la luz sino que en ella erigen el fulgor de su blancura: columnatas patentes contra el cielo y su resplandor límpido. Existen en la luz. Así sus pueblos bárbaros intuyen el tumulto de sus dioses grotescos, que son ecos formados en una sima oscura: un chocar de guijarros en un túnel vacío. Aquí los dioses son como la concepción de estas columnas, un único placer: la inteligencia, con su progenie de fantasmas lúcidos.

Mira el breve minuto de la rosa Mira el breve minuto de la rosa. Antes de haberla visto sabías ya su nombre, y ya los batintines de tu léxico aturdían tus ojos - luego, al salir al aire, fuiste inmune a lo que no animara en tu memoria la falsa herida en que las cuatro letras omiten esa mancha de color: la rosa tiembla, es tacto. Si llegaste a advertir lo que no tiene nombre regresas luego a dárselo, en él ver: un tallo mondo, nada; cuando otra se repite y nace pura careces de más vida, tus ojos no padecen agresión de la luz, sólo una vez son nuevos.

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Hagamos un poema Hagamos un poema, con tu piel y mis labios con la brisa de noviembre y los aguaceros de junio. Pintemos de pájaros y madrugadas nuestras espaldas sudorosas. Amamantemos nuestra sed con el crepúsculo tímido y solitario que se corona de lunas desparramadas en las gotas de los inviernos.

Breve conversación con Dios Alguno que otro día me amanece el deseo de invitarte un café, de abrazarme a la certeza con la que me nombraste para siempre. Quiero escuchar como respira en vos el universo y descubrirme en el milagro sin edad de tus pupilas. Días en los que necesito darte gracias por lo que me concediste infinito, por la posibilidad de hacer y re-inventar cada trozo de vida a mi propia semejanza o a la tuya, Por la angustia y la fe en lo que anhelo, por la alegría simple de los frutos. Vos sabes que este amor mío renegó tanto de nombrarte. Se ufanó de sí mismo, evadiendo el diálogo cara a cara, refugiándose en tu sustancia, cumpliéndote en los principios pero sin la humildad serena de aceptarte. ¿De qué he huido? Si todo rumbo me devolvió tu aliento;

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si toda libertad sin vos siempre fue cárcel. Aquí estoy otra vez, como emergiendo del útero materno: confiándote mi vida, abandonándome a tu ímpetu despertando a tu amor fundiéndome en tu nombre.

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Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951)

Andaluz No me di cuenta al principio, me fijé después porque le hablabas. Y se iba y volvía, llevando cosas, sonriéndote, con gracia desusada... Vi entonces sus bellos ojos negros, sobre la piel oscura, y la sonrisa, que mostraba los dientes como flores blancas. Y empecé a pensar: ¡Qué dulce aquello...! Y daba vueltas por ese cuerpo justo, oscuro, fino y joven: como silvestres cañas. Y oía la voz al responderte, alada, cantarina, inconsciente en su magia. Después, ya abajo, en la soleada plaza, pensé en los garzos ojos negros, y me vi enamorado de un acento del sur: Vivo, grácil, musical. Igual que quien hablaba.

Costura propia He ido muchas veces ataviado de tristeza, hundiéndoseme el mundo a cada rato, fingiendo entre los amigos que me interesaba algo... Me da miedo quien me mirase, y angustia me producía no ser perfecto, tener que competir, luchar por el oficio, por la vida, el nombre... Y pensaba: la tragedia de todos consiste en no ser Dios. Todos quisiéramos ser un pequeño Dios omnipotente.. Y hacíamos bromas sobre la muerte, chistes sobre la soledad, Pequeños disparates sobre el amor comprado. (Y yo soñaba en ti, mamá, como lo único seguro). Me daba miedo la autoridad, la ley, el mundo, el futuro. Pensaba: Incluso si alguna vez me creí libre. Y la noche engañaba -como los amigos- con cierto parecido a bondad o indiferencia. Y yo iba ataviado de tristeza y hubiera querido llorar -no podía- o simplemente hundirme lentamente. Y me veía en una barca negra (acaso en una gruta) navegando hacia un negro horizonte... la tristeza me llena la cabeza de plomo, los bolsillos de piedras, las manos de artrosis dura

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y tira de mí tanto hacia abajo que me vuelve imagen verticalizada, estirada, de un espejo deformante. Dame la tristeza, échamela -gira la soledad. -Lánzame la pelota -repite el miedo. Aquí, aquí, centra -reclama la angustia, chútame a mí- y no sé qué agobio extraño lo sugiere. Sólo sé que cuando voy ataviado de tristeza quiero enraizarme en el sueño, bogar en un río de calma y susurrar junto al silencio: Dame la mano, mamá, ya he vuelto...

Infancias y suicidios Sí, claro que pensé en el suicidio. Tenía dieciséis años y habían logrado -tras un aparente primera felicidad- mancharme de mí mismo hasta lo abyecto... Ser como era me condenaba, me hundía. La verdad es que antes, cuatro años atrás, ya podría, consecuentemente, haber pensado en desaparecer. ¿Me salvaron los libros, la fantasía, los sueños? ¿La falsa maravilla acaso con que pensaba edificar mi vida? Todo me condenaba. ¿Lo sabías? Pese al silencio, pese a las ofensas, pese a la oscuridad tan sola, llegué a pensar en el suicidio. Es extraño que lograra sobrevivir. Lo pienso ahora, lejos. Insólito haber llegado acá, Si bien se mira. Algunos también como yo, se ahogaron casi en sus islas. Alguien me dio el nombre y la seña salvadora: los proscritos tenemos también un reino. La seña de Caín. Algo parecido. Los deshauciados por el infame reino del Bien. En los ojos un vago nublo de melancolía... Acaso me lo dijo el decadente, sólida y rotunda efigie. Somos tu mundo. No estás solo. El reino de los réprobos. La raza de los acusados. ¿Te acuerdas? Saberme en el mal me devolvió entonces a la bondad de la vida. Del suicidio no quedó, lógicamente, más que una notoria disposición a la bruma y la fraternal nostalgia hacia todas las caídas.

Ni memoria ni olvido Yo quise olvidar, estoy seguro. Incluso

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aceleré tanto los caballos lujosos de mi vida que pude haber llegado más allá del olvido. Pero si hay arte en olvidar, cuando el recuerdo vuelve, no como nostalgia sino cual boca viva, también ha de haber arte en no sucumbir a esa trepidación de odio, tristeza y futuro que es el recuerdo no deseado, aquel garfio que resultó, a la postre, más potente que la fantasía. Quise olvidar. Quise tapar al niño negro que fui, a esas tardes tan tristes, a los días violentos, al extraño odio de unos camaradas de piedra... Quise habitar un palacio de olvido. Y no pude. Afortunadamente, dioses, no he podido. Pues si es un arte olvidar, también lo es (y terrible) volver virgen a morder aquella gruta podrida.

Tractatus de amore I No digas nunca: Ya está aquí el amor. El amor es siempre un paso más, el amor es el peldaño ulterior de la escalera, el amor es continua apetencia, y si no estás insatisfecho, no hay amor. El amor es la fruta en la mano, aún no mordida. El amor es un perpetuo aguijón, y un deseo que debe crecer sin valladar. No digas nunca: Ya está aquí el amor. El verdadero amor es un no ha llegado todavía... II Y es que el verdadero amor -nos dicen- nunca jamás se parece a su imagen. Disociadas la forma y la materia, se nos obliga a elegir, considerando en más a la anterior morada. (¡Pequeña traición, dulce retaguardia, muy humana!) Porque el verdadero amor coincide con sí mismo, y dice bien Novalis que todo será cuerpo un día que anhelamos. Columna de oro y niño de azul, el tetractys entregado en la mirada, tú fuiste al tiempo unísono el amor y su imagen y sólo la realidad trastocó nuestros cuerpos o confundió con falsa voz nuestra amistad equivocada. Porque no siempre es posible el encuentro

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y hostil es, a menudo, el bosque y su carcoma, y se cubren los senderos de hojas malas... Mas el verdadero amor, el alto amor, -lo sé y te vi- coincide, inevitablemente, con su alta representación afortunada. III ¿Será el amor vencer tan sólo al cuerpo con el cuerpo? Porque el ansia de beldad empuja hacia dentro, para alcanzar un alma confundida con las formas mismas de la materia... Y al succionar los labios bebes alma, y al estrechar el pecho tocas otro jardín cuyas ramas te alcanzan. Queremos romper el cuerpo para encontrar el cuerpo, bañarnos en el pozo acuático de adentro con la imagen misma que la luz nos muestra. Posesionar el cuerpo para tocar un alma que es el mismo cuerpo. Pues al ver y palpar el dorado desierto de tu cuerpo, saltaba el alma en mis labios deseando entrar en ti, restregarse a ti, ser en ti, chupando tus axilas y tus nalgas y tu cuello, ebria de ti, la absurda, la infame, la degenerada... IV Ya que el más alto amor es imposible. Ya que no existe el alma pura convertida en cuerpo. Ya que el instante detenido (¡oh, párate un momento, eres tan bello!) no es más que un grato sueño de la literatura. Ya que se muda el dios de un día y el tiempo torna falaz toda imagen armónica. Ya que el eterno muchacho es sólo mito y fugaz representación que solemniza el arte; cuando alguien nos provoca amor, cuando sentimos el ansia irreprimible de estar con fuertemente, y de abrasarnos, cuando creemos que aquel ser es toda la dorada plenitud, sin dudar nos engañamos. (Una magia y un deseo nos embaucan.) No existe el sumo amor. Es tan sólo un impulso del alma, y unas horas o unos meses, ciegos, felices, burlados... V Aunque quizá todo esto es mentira. Y el único amor posible (entiéndase, pues el Amor con mayúscula) sea un ansia poderosa y humilde de estar juntos, de compartir problemas, de darse calor bajo los cubrecamas... Reír con la misma frase del mismo libro o ir a servirse el vino a la par, cruzando las miradas. Deseo de relación, de compartir, de comprender tocando,

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de entrar en otro ser, que tampoco es luz, ni extraordinario, pero que es ardor, y delicadeza y dulzura... No la búsqueda del sol, sino la calma día a día encontrada. El montón de libros sobre la mesa, tachaduras y tintas en horarios de clase, el programa de un concierto, un papel con datos sobre Ophuls y la escuela de Viena... Quizá es feliz tal Amor, lleno de excepcionales minutos y de mucha, mucha vulgaridad cotidiana... Amor de igual a igual, con arrebato y zanjas, pero siempre amor, un ansia poderosa, pobre, de estar unidos, juntos, acariciar su pelo mientras suena la música y hablamos de las clases, de los libros, de los pantalones vaqueros, o simplemente de los corazones... Aunque quizá todo esto es mentira. Y es la elección, elegir, lo que finalmente nos desgarra. VI Pero no utilices la palabra desprecio si no aceptan el amor que regalas. Si es un amor de palabras dulces, de comprensión, de afecto, de ternura, sabrás bien que el obsequio que ofreces no lo has de dar tú solo... Y si es pasión tu amor, si es un arrebatamiento que desborda y desdeña la vida cotidiana, entonces el regalo recae sobre ti propio. Desprecio no habrá en ningún caso. Sólo carencia. Echar algo en falta. Pero es que todo gran amor, el poderoso amor, el importante amor, el que llenaría plenamente un vivir, ése es siempre ausencia, hay un foso siempre; lo ves y no lo alcanzas... VII Eres, al fin, el nombre de todos los deseos. No importa sin en ti buscamos la solicitud o la amistad. No importa si es el río dorado de la carne, o el alma, el inasible alma, siempre la última frontera. Son tuyos todos esos nombres, y en ellos te vemos pero nunca, jamás te acercas. No eres el codiciado calor de la leña que temen perder quienes tienen morada y compañero. No eres el brillo acuático, ni la piel del ídolo solar que buscan paseantes solitarios. Tampoco la marcha alada, el cendal bello, la plática antigua del que desea la corpórea forma (aunque espiritual) del ángel... Sombrío dios sin devotos, les prestas tu mirar a todos ellos,

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pero ninguno eres. Estás siempre más allá, más lejos. Y no te adornan aljabas ni rosas. Ni proteges en tu seno a quienes nombran la palabra amor, o dicen cumplirla, célibes y familiares. Sobre tus largas uñas pones frío oro molido, y en tus ojos oscuros dejas entrar la luna... ¿Qué nombre darte? ¿Amor Hipólito, Cupido? Eres un dios de muertos. El dios, por excelencia. Y pues que nada te cumple, ni rosas te sirven ni anacreónticas imágenes. Frío cuerpo de oro, las rojas amapolas te coronan y las plantas del largo sueño eterno.