Pulcinelli Giuseppe_ Pablo

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GIUSEPPE PULCINELLI

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APASIONADO

¡w~Oudo

~wulc POR LA HUMANIDAD

SAN PABLO

Administrator
Texto escrito a máquina
Ex Bibliotheca Lordavas
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Título del original en italiano: ABC per conoscere l'apostolo Paolo

Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano), 2008

Referencias iconográficas Edizioni San Paolo: 6,7,46,48; C. Carmine: 65; G. Giulani: 29. Periodici San Paolo, G. Mande!: 1 S; A Scalcione: SO; Marcato: 68; G. Perego: 9, 13, 17, 18, 27, SS, 57, 60, 62, 63, 72, 73. Rivista Eteria, P. Lanegra: 68; ArchArt: 74. Ricciarini: 24, 32; Scala: 71 .

Traducción al español: Armando Aguirre Muñoz

Diseño de portada: DCG Ma. del Carmen Gómez Noguez

"HÁGANLESA TODOS LA CARIDAD DE LA VERDAD" Paulinos, Provincia México.

Primera edición, 2008 23 edición, 2008

D. R.© 2008, EDICIONES PAULINA$ S.A. DE C.V. Av. Taxqueña 1792 - Deleg. Coyoacán - 04250 México, D.F.

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

ISBN: 978-970-612-458-6

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Texto escrito a máquina
Ex Bibliotheca Lordavas
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. , entac1on

¡Quién era verdaderamente Pablo? ¡Qué era lo que pensaba del Naza­reno y de sus seguidores? ¡Qué papel desempeñó en la Iglesia naciente? ¡Y su caso - reflejado sobre todo en sus escritos- puede decirnos algo tam­bién a nosotros cristianos y no cristia­nos, hombres y mujeres del siglo XXI buscadores de la verdad?

El propósito de esta obra es tra­tar de responder a las preguntas ante­riores proporcionando la información fundamental y las coordenadas indis­pensables para introducirse en el mun­do de Pablo, el Apóstol de las gentes. En este sentido, Pablo apasionado por Cristo, apasionado por la humanidad fue pensado tanto para quien apenas ha oído hablar de él (algo un poco extra­ño, creo yo), como para quien tal vez ha oído hablar de él a menudo o ha leído fragmentos de sus cartas, pero que no ha tenido nunca a la mano una biografía suya.

Este trabajo, pretende decir las cosas esenciales de una forma sencilla pero no superficial, con un lenguaje que desea ser fluido, claro y conciso. Si no se logra plenamente este objeti­vo, se espera que al menos se llegue a suscitar, aunque sea un poco, el deseo de ir directamente a sus escritos.

Este texto, después de una amplia introducción que ofrece la clave gene-

ral para comprender al apóstol , se divide en cuatro partes:

• La primera, la sección de color amarillo es estrictamente biográfica, tiene presente el marco histórico con las características sociales y religiosas propias de ese tiempo. Se pretende ha­cer una reconstrucción de los hechos relativos a la vida de Pablo, extrayendo la información de sus cartas, que son la fuente primaria, así como de la biogra­fía que Lucas, con admiración, redacta en los Hechos de los Apóstoles.

• La segunda parte, que está mar­cada con el color rojo, puede constituir una inicial, aunque brevísima, introduc­ción al epistolario paulino, donde se trazan las líneas conductoras y los contenidos principales de cada una de las cartas. A propósito, se hizo una distinción entre las cartas "protopau­linas", seguramente atribuibles a Pablo y las "deuteropaulinas" que parecen, a su vez, relacionadas con los discípulos del apóstol. Sin embargo, téngase pre­sente que en lo relativo a este punto, el debate todavía sigue abierto.

• La tercera, la sección verde, ofrece el núcleo del Evangelio-buena noticia predicado por Pablo. Dicha sección tiene como trasfondo la cues­tión de la continuidad entre el evan­gelio de Pablo y el evangelio de Jesús. Se ofrecen, por consiguiente, algunas

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pautas de reflexión útiles para una posible actualización en el hoy de la comunidad eclesial.

e La cuarta y última parte, que es la azul, ofrece un panorama "arqueo­lógico" sobre las ciudades -las más importantes- que están relacionadas con la obra del apóstol de los pueblos, terminando con la concentración de los reflectores sobre la tumba recien­temente descubierta en la Basílica de san Pablo (fuera de los muros del Va­ticano) en Roma.

Las ventanas-recuadros que acom­pañan el texto principal a lo largo de éste, ofrecen citas relevantes de san­tos, de grandes hombres de la Iglesia y de sabios estudiosos de la vida y de la obra de Pablo, que han sabido expre­sar, en forma sintética, algún aspecto característico del apóstol.

Esperamos que este escrito pueda ser una pequeña contribución a la rica reflexión en torno al apóstol que el año paulino (del28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009) ha inaugurado.

Giuseppe Pulcinelli

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Un testimonio único

El papel de Pablo de Tarso en el ámbito del cristianismo naciente es en verdad único y lo es por varios motivos. Sólo viendo el índice de los escritos que componen el Nuevo Tes­tamento, es posible darse cuenta que la mitad de ellos -13 de 27- llevan su nombre; además, el estudio históri­co aclaró desde hace tiempo que sus cartas auténticas se remontan a un período precedente a la redacción de los cuatro evangelios (la primera Carta a los Tesalonicenses se ubica en el año 50 d. C.); de éstos se distinguen, aparte de la diferencia de género literario, porque nos permiten sobre todo echar una mirada de cerca a las primeras comunidades cristianas, proporcionándonos información de primera mano acerca de la forma en que el mensaje evangélico se difundió en el área del Mediterráneo oriental en las primeras décadas después de la muerte y resurrección de Jesús.

Y mientras Pablo escribe a estas comunidades revela muchos aspectos de su riquísima personalidad, de su his­toria, de sus deseos más profundos, de lo que lo impulsa a ser un infatigable apóstol-misionero del Señor Jesús.

Aquí sale a flote de inmediato una diferencia entre lo que conocemos

de Jesús y lo que sabemos de Pablo: mientras que del Salvador no tenemos ningún escrito, sino solamente lo que otros escribieron acerca de Él ( espe­cialmente en los evangelios), de Pablo tenemos escritos autógrafos, además de la narración que hace de él Lucas, quien le dedica más de la mitad de su segunda obra, los Hechos de los Após­toles.

Lo que vincula a Pablo con Jesús -además de la relación personal ini­ciada con el misterioso encuentro que estremeció la vida del futuro após­tol en el camino a Damasco-- es la comunidad de creyentes que nació de la primerísima difusión del Evangelio,

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poco después del epílogo que había

tenido la historia terrena de Jesús. Pablo, en efecto, en su predicación y en sus cartas transmite a su comuni­

dad lo que a su vez él había recibido de la Iglesia (cfr 1 Co 15, 3). Por otra parte, no se limita a transmitir mecáni­camente lo que ha recibido, sino que bajo el influjo del Espíritu Santo, re­

flexiona, reinterpreta, reelabora en forma creativa el acontecimiento fun­damental del Evangelio en un contex­

to de confrontación y de intercambio fecundo con las situaciones concretas de las comunidades cristianas.

El primer teólogo del cristianismo

Poniéndonos, por consiguiente, en

contacto con el apóstol Pablo, nos encontramos frente al primer verda­dero teólogo del cristianismo: él no nos habla de los hechos, de las pala­bras y de los sucesos del Nazareno,

sino que nos transmite una reflexión acerca de Jesús y de su Iglesia a par­tir de la experiencia concreta de su apostolado y del testimonio personal. Desde este punto de vista, realiza una nueva síntesis al concebir el Evangelio a la luz de antiguas promesas hechas al

pueblo de la alianza.

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Su atención principal se dirige a lo que Dios ha obrado en Cristo a bene­

ficio del hombre, más allá de cualquier distinción social, cultural y religiosa.

En el panorama tan variado de la

forma de concebir el cristianismo en sus orígenes -reflejado en los diferen­tes escritos del Nuevo Testamento--, Pablo es una voz que se distingue de entre las demás y que a veces no está inmediatamente en armonía con ellas. Su manera de concentrarse sobre lo

que es esencial, manifestado en forma apasionada -a veces incluso polémica, con el fin de no ceder a compromi­

sos-, ha suscitado desde los inicios algunos pareceres discordantes acerca de él; tanto así que ya en los siglos 11 o 111 se puede encontrar a quien lo acusa de apóstata o apóstol de los herejes.

En la historia de la Iglesia sus car­tas han tenido gran influjo, basta pen­sar, por ejemplo, en el papel decisivo que tuvieron en la conversión y en el pensamiento de san Agustín (siglos

IV y V) o bien, en la inspiración de la Reforma protestante de Lutero (siglo

XVI). También en el siglo pasado el comentario que hizo Kart Barth a la Carta a los Romanos en 1 922, marcó

el paso del protestantismo liberal al descubrimiento de la gracia de Dios como elemento fundamental del cris­

tianismo. Todo esto nos hace entrever la

fecundidad, casi saborear de antema­no la riqueza espiritual con que es posible ponerse en contacto leyendo con atención y a corazón abierto las

cartas de Pablo: meditando su mensaje encontramos sobre todo a un hom­bre profundamente cambiado por el encuentro con Cristo. La reputación relacionada con el acontecimiento de

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La vocación en e/ camino a Damasco,

llevó a Pablo a hacer de Cristo el centro de su vida,

dejando todo por la sublimidad del conocimiento de Él

y de su misterio de amor y comprometiéndose

después a anunciarlo a todos, especialmente a los paganos, «para gloria de su nombre».

La pasión por Cristo lo llevó a predicar el Evangelio

no sólo con la palabra, sino con su vida misma,

cada vez más conformada a su Señor.

Benedicto XVI

Damasco acompañó rápidamente su figura, por lo que ha sido considera­do el primer gran convertido de la historia cristiana (aunque sí, como veremos, se requiere precisar qué se entiende por "conversión").

De ferviente hebreo, orgulloso observante de la Ley, Pablo dejó es­tremecer su vida, aceptó todo lo que le representaba seguridad, para poner­se al servicio del Evangelio que para él coincidía con la persona viviente de Cristo: «pues para mí la vida es Cristo, y el morir una ganancia» (Fip 1, 21 );1 «juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Fip 3, 8).

l. En la presente traducción al español, las refe­rencias de las Sagradas Escrituras, así como las

abreviaturas de los libros correspondientes, están tomadas de la Biblia de jerusalén Latinoamericano (nueva edición revisada y aumentada), Desclée de Brouwer, Bilbao, 2003) [nota del traductor].

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El contacto profundo con Pablo no nos puede dejar indiferentes: la perenne frescura y radicalidad del evangelio predicado por él nos lleva a revisar nuestro ser cristiano, incluso hoy en el siglo XXI y eso no dejará de suscitar en nosotros siempre de nuevo un sentido de maravilla y estupor.

Las fuentes de información

De pocos personajes de la anti­güedad -no sólo en ámbito cris­tiano-- tenemos tantos documentos de la época (o un poco posteriores) que nos informan sobre sus hechos personales, como es el caso del após­tol Pablo. La mayor parte de la infor­mación está presente en los textos canónicos del Nuevo Testamento.

• Tenemos en este sentido sobre todo sus cartas auténticas, denomi­nadas también "protopaulinas", es decir, las concordemente atribuidas a su persona, que son siete (en orden cronológico): la primera Carta a los Tesalonicenses ( 1 Ts), la primera y la segunda Carta a los Corintios ( 1 Co y 2 Co),la Carta a los Filipenses (Fip) y la Carta a Filemón (Fim) (escritas desde la prisión),la Carta a los Gálatas (Ga) y la Carta a los Romanos (Rm).

Después, para reconstruir el desa­rrollo sucesivo de su pensamiento, son de ayuda las llamadas pseudoepigráfi­cas o "deuteropaulinas", donde resue­na la voz de su escuela y bajo criterio histórico, son valoradas como tales; en este grupo se enlistan: la Carta a los Colosenses (Col) y la Carta a los Efesios (Ef), la segunda Carta a los Tesalonicenses (2 Ts) y las tres epísto­las denominadas "pastorales" dirigidas dos aTimoteo y una a Tito (1 Tm,2Tm yTt, respectivamente).

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Al utilizar las cartas como fuente para una biografía, se requiere tener presentes varios aspectos: ellas no tienen como intención primaria la de dar a conocer la vida de quien las ha escrito; además nos encontra­mos ante sólo la mitad de la corres­pondencia y por eso, únicamente en forma indirecta podemos reconstruir lo que las comunidades a la cuales se dirige el apóstol piensan de él; en fin, se necesita considerar que fueron escritas en un período de diez años a partir del 50 d.C., y aunque si bien hablan en más partes de su vida prece­dente, lo hacen reflexionando ya en torno al pensamiento de su madurez y a menudo, en un contexto polémico.

• La segunda gran fuente para conocer a Pablo y a su misión está constituida por el libro que se remon­ta a unos treinta años después de sus cartas, los Hechos de los Apóstoles (Hch); el título de este libro podría hacer pensar en la narración de accio­nes misioneras de los Doce, pero en realidad se concentra únicamente en Pedro y aún más en Pablo (que no formaba parte de los Doce); a éste, en efecto, Lucas dedica alrededor de las dos terceras partes del libro y a través de la descripción de su misión, pretende mostrar cómo la Palabra de Dios corre, es decir, recorre con vigor su camino desde Jerusalén hasta lle­gar a su meta, la capital del Imperio, Roma.

En cuanto a la fiabilidad histórica de las narraciones sobre Pablo, po­demos considerar que el autor tam­bién en este caso pretende ofrecer una obra fundada en investigaciones cuidadosas -como antepone en el prólogo de su evangelio (Le 1, 3: «he

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decidido yo también, después de ha­ber investigado dil igentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden>>- por lo tanto, sobre hechos reales acerca de los cuales tuvo cono­cimiento. Sin embargo, no estamos frente a una biografía "h istórica" en el sent ido que le damos generalmente hoy a este término, pues estaríamos fuera de la concepción que se tenía de la historia en aquel t iempo. Más bien el autor de los Hechos de los Após­toles relee estos acontecimientos de fuentes que son de segunda mano --excepto cuando se incluye en la narración utilizando el"nosotros" lite­rario (cfr Hch 16, 1 0-1 7; 20, 5-2 1,18; 27, 1-28, 16)-, en una perspectiva teológica: quiere evidenciar sobre to­do la obra del Espíritu Santo en el tiempo de la Iglesia, en su difusión «hasta los confi nes de la tierra» (Hch 1, 8). Por este motivo, de la confronta­ción entre el Pablo de las Cartas y el de los Hechos de los Apóstoles, este último aparece más idealizado, más en sintonía con las posiciones repre­sentadas por la Iglesia proveniente del judaísmo con sede en Jerusalén. Especial mente sobre este punto y también sobre ot ros particulares de la figu ra del apóstol, es necesario dar mayor credibil idad a las Cartas y evaluar caso por caso cómo integrar la val iosa información proveniente de los Hechos de los Apóstoles, que per­manece corno algo indispensable para tener un cuad ro lo sufic ientemente completo de la act ividad misio nera de Pablo (aunque no hablen nunca de las cartas del apóstol, a diferencia de la segunda carta de Pedro 2 P 3, 15- 16).

Los datos esenciales para una biografía basada en los Hechos de

los Apóstoles pueden resumirse así: Saulo (nombre hebreo, como el rey Saúl) nace en Tarso (cfr Hch 9, 11 ); tiene también un no mbre greco-ro­mano, Pablo ( 13, 9) y posee la ciu­dadanía romana (22, 25-29). Estudia en Jerusalén en la escuela de Gamaliel (22, 3), pertenece por abo lengo a la corriente religiosa de los fariseos (23, 6), aprende el oficio de tejedor de tiendas de campaña o curt idor de pieles ( 18, 3). Después de la lapidación de Esteban a la cual asiste, se puede deci r aprobándola (7, 58), lleno de esmero por la Ley, se toma en serio el perseguir a los creyentes en Jesús (8, 3; 9, 1-2). En lo referente a la "conver­sión", es a t ravés de los Hechos de ios Apóstoles que llegamos a saber que este particular encuentro con Cristo sucedió en el cam ino a Damasco (9, 3; narrado después de nuevo en los capí­tulos 22 y 26), mient ras que cuando Pablo habla de este tema en la Carta a los Gálatas ( 1, 15- 17) no menciona el lugar. También el llamado "primer viaje misionero" llevado a cabo desde Antioquía (Hch 13-14) no se mencio­na en Gálatas. Además, algunas de las misiones pauli nas en los capítulos 13 al 21 de los Hechos de los Apóstoles no so n mencionadas en las Cartas pau linas. El encuentro del apóstol con Gallón, procónsul de Acaya, frente al tribunal de Corinto (Hch 18, 12 ss), tan importante para poder pasar de la cronología relat iva a la absoluta, nunca es mencionado por Pablo. De la mis­ma fo rma, fa ltan en las Cartas paulinas auténticos indicios sobre el tiempo de caut ividad en Jerusalén , el proceso, la t ransferencia a Roma, la estancia en la capital del Imperio (Hch 2 1-28).

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Pablo es un hombre excepcional. . .

rico en luces y fuego, pasión y vigor,

espíritu y fascinación, orgullo y humildad,

al mismo tiempo seguro de sí y aprensivo . ..

E. P. Sanders

• A estas fuentes principales, podrían ser agregadas -no sin un cuidadoso discernimiento-, alguna información proveniente de ciertos escritos apó­crifos, como los Hechos de Pablo y Tecla (de finales del siglo 11), el Apocalipsis de Pablo {siglos 111 y IV) y el Martirio de Pablo (de los siglos IV y V).

En cuanto a su aspecto físico, la descripción más antigua {además de la breve alusión en 2 Co 1 O, 1 O donde Pablo refiere algo dicho por sus ad­versarios: «la presencia del cuerpo es pobre y la palabra despreciable»), que después tuvo gran influencia en la iconografía, es la descrita por el apócrifo HechJs de Pablo y Tecla: «Era un hombre de baja estatura, la cabeza calva, las piernas arqueadas, el cuerpo fuerte, las cejas pegadas, la nariz un tanto sobresaliente, lleno de amabili­dad; a veces tenía la semblanza de un hombre, a veces de un ángel». Fuentes indirectas más no por eso dignas de no ser tomadas en cuenta, son todos los textos históricos y literarios de la época del apóstol, nos ayudan a reconstruir el contexto socio-cultural en que vivió y actuó: el mundo judío (los escritos de Qumrán, la literatura apocalíptica y rabínica) , helénico ( cfr la epistolografía) y romano, sin olvidar

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las muchísimas inscripciones dadas a conocer por las excavaciones arqueo­lógicas.

La cronología

No es fácil fijar en un calendario las fechas seguras que marcan la vida y la obra de Pablo, porque ni las Car­tas ni los Hechos de los Apóstoles tienen esta preocupación cronística; sin embargo, se mencionan personajes y acontecimientos que permiten tra­zar un cuadro cronológico bastante definido. Estos son los principales puntos de referencia externa, posibles de identificar con fechas con un cierto grado de fiabilidad .

• Algunos años después de su conversión {tal vez tres), Pablo debió haber dejado Damasco. El apóstol ha­bla del gobernador (etnarca) del rey Aretas en Damasco (2 Co 11 , 32-33), dato confirmado también por los Hechos de los Apóstoles (9, 23 -25) . Aquí se alude a Aretas IV, rey de los nabateos (del año 9 al 40 d. C.). Por lo tanto, el hecho debió haber suce­dido alrededor del año 40 (tal vez en el 37) .

• Según los Hechos de los Após­toles ( 18, 2), en Corinto Pablo encon­tró a Áquila y a Priscila que debieron haber dejado Roma por un edicto del emperador Claudio (41-54 d. C.) que decretaba la expulsión de los judíos. De este hecho habla también el histo­riador romano Suetonio. La interven­ción de Claudio se ubica en el 49 por Orosio, historiador cristiano que exis­tió en el siglo V (Dión Casio, quien vivió entre los siglos 11 y 111, parece que a su vez ubica el hecho en el año 41 , pero podría referirse no a la expulsión de

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los judíos, sino sólo a algunas restric­ciones impuestas a ellos). En este caso, la partida de Pablo para el segundo viaje misionero debe ubicarse hacia el año 49 y la llegada a Corinto en el SO ó S 1 (y siguiendo a los Hechos de los Apóstoles, la asamblea de Jerusalén se habría llevado a cabo en el 49, antes del segundo viaje).

• El dato cronológico externo más fiable de todo el Nuevo Testamento (y que ratifica también la fiabilidad histórica de los Hechos de los Após­toles) se relaciona con el encuentro de Pablo con Galión en Corinto (Hch 18, 12-17). Lucio Junio Galión, her­mano del filósofo Séneca, fue procón­sul en Corinto por un año, entre la primavera del S 1 y la del 52 (lo hace constar una inscripción descubierta en Delfos en 1905 que reproduce una carta de Claudia). Pablo permaneció un año y medio en Corinto (Hch 18,

11 ), probablemente a partir de los últimos días del año S 1 o a inicios del 52; en la última fecha mencionada, Pablo es acusado delante del procón­sul anotado.

• Según los Hechos de los Após­toles, llegado a Jerusalén, Pablo es arrestado por los romanos (Hch 21-22) y conducido a Ccsarca, donde comparece frente al procurador ro­mano Antonio Félix (Hch 23, 24) y transcurridos dos años, frente a su sucesor Porcio Festo (24, 27s). Por la fecha de la sucesión entre Anto­nio Félix y Porcio Festo, son dos las hipótesis principales: el año SS, cuya consecuencia es que el viaje de Pablo haya sucedido entre el SS y el 56; o bien, entre el 58 y el 60, período al que seguiría después el viaje y el bienio en Roma, con probablemente la posterior muerte del apóstol.

Estos datos cronológicos sujetos a ubicación de alguna forma en el calen­dario, son después confrontados con la sucesión de algunos hechos que el mismo Pablo nos presenta en los dos primeros capítulos de la Carta a los Gálatas. El primer dato es el aconteci­miento de Damasco; luego dice que fue llevado a Arabia; tres años después, subió a Jerusalén para conocer a Cefas (Pedro), de ahí, regreso a sus lugares (Siria y Cilicia,donde estánAntioquía y Tarso). A continuación, después de ca­torce años, fue a Jerusalén a exponer su evangelio frente a los responsables de la Iglesia (es el denominado "Con­cilio de Jerusalén"); después regresó a Antioquía,donde tuvo la discusión con Pedro (considerado como el "inciden­te de Antioquía", Ga 2, 11-14).

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De los datos arriba citados, se tiene una posible reconstrucción cronológica que presentamos en la siguiente tabla.

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51 10 ? d. c. nacimiento de Pablo en Tarso (convencionalmente fijada en el8 d. C.)

(en el año 30 se ubica la muerte de Cristo)

32/33 "conversión"- Damasco y Arabia

36/37 VISita a Jerusalen y encuentro con Pedro

37/42 en Tarso

43/44 en Antioquía y Siria

45/48 primer viaje misionero

49 asamblea de los apóstoles en Jerusalén

50/52 segundo viaje misionero- estancia de un año y medio en Corinto

52/54 tercer viaje - estancia de dos años y medio en Éfeso

54155 estancia de tres meses en Corinto y viaje a Jerusalén

56/58 prisión en Cesarea

58/60? viaje como prisionero hacia Roma (en invierno)

60/62 prisión romana y martirio

Pablo pertenece a tres mundos y a tres culturas: hebrea, griega y romana y sin embargo, sale a flote de cada una de ellas

con el vigor de su individualidad y encuentra un punto de referencia solamente en la persona de Cristo. (. . .).

Esta comunicación viva y personal con Cristo le dio la posibilidad de salir <le las culturas a las que pertenecía

sin renegar de ellas. P. Rossano

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ntecedentes ~e&D~

¿Saulo o Pablo ?

En cierto sentido, sabemos más cosas de Pablo que de Jesús, por lo menos porque de Jesús en los evan­gelios se narran prácticamente sólo los dos o tres últimos años de su vida (además de algunos hechos relacio­nados con su nacimiento e infancia), mientras que sobre la vida de Pablo llegamos a conocer con muchos de­talles un período de tiempo de alre­dedor de veinticinco a treinta años, los transcurridos entre el martirio de Esteban (cfr Hch 7, 55-58) y su llegada a Roma (Hch 28, 11-16). Poco o nada sabemos de su historia precedente Y sobre todo de lo que sucedió al final de los dos años de su permanencia forzada en la capital del Imperio.

De su vida anterior al momento clave de Damasco, Pablo sólo hace alu­siones en sus cartas. Que nació en Tar­so, Cilicia (actual Turquía del sureste), lo sabemos a través de los Hechos de los Apóstoles (9, 1 1; 21, 39); una con­firmación indirecta viene del hecho de que después de la huida de Damasco y el encuentro con Cefas se retira a las regiones de Siria y de Cilicia (Ga 1, 21 ).

De familia hebrea de estricta ob­servancia ( cfr Flp 3, 5-6) residente en la Diáspora, heredó también la ciu­dadanía romana (cfr Hch 16, 37-39;22, 25-29). Indicio de este punto puede ser el nombre latino helenizado con que él se presenta siempre: Paulos (significa "pequeño", tal vez a manera

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de cognomen,2 cfr el procónsul Sergio Pablo citado en Hch 13, 7). Solamente los Hechos de los Apóstoles refieren también su nombre hebreo, Saúl (éste es el nombre del primer rey de Israel, de la misma tribu de Pablo, es decir, la de Benjamín, cfr Flp 3, 5), helenizado como Saulos, e indican la presencia de ambos nombres (Hch 13, 9); era frecuente el uso del doble nombre en las fam ilias hebreas que participaban también de la cu ltura helénica (cfr Juan-Marcos, Hch 12, 12. 25). Pablo, en cambio, en sus cartas no se presenta nunca con su nombre hebreo, tal vez porque éste en griego tenía asonan­cia con un té rmino de significado equívoco.

Crecido en Tarso de Cilicia

La ciudad que vio nacer al futuro apóstol no era un poblado de gente pobre (como en cambio eran aquellas personas de Galilea mencionadas en los evangelios), se trataba, en efecto, de un centro muy importante. Tarso, actualmente en Turquía, estaba en una posición geográfica que la ponía como encrucijada de los intercambios comerciales entre Oriente y Occiden­te, situada en la fértil llanura que se extiende hasta los pies de la cadena montañosa de Tauro y conectada al mar a través del río Cidno. La ciudad fue conquistada por los romanos de Pompeyo, quienes la hicieron capital de Cilicia (67 a.C.) . Marco Antonio

2. Según el Diccionario de la Lengua Españolo (22' ed.) de la Real Academia Española (www.rae.es), cognomen: "Sobrenombre usado en la antigua

Roma para destacar rasgos físicos o acciones de

una persona, que se extendía a su familia o gentes

afines" [nota del traductor].

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la elevó al rango de ciudad libre y concedió a sus habitantes la ciudada­nía romana. Famosa también por el encuentro entre Antonio y Cleopatra, alcanza su apogeo en la época del emperador Augusto, dado a que allí había nacido su maestro, el estoico Atenodoro; los ciudadanos llegaron a obtener la exención de los impuestos.

Además del aspecto socio-eco­nómico, Tarso era famosa por haber sido un gran centro cultural, patria de filósofos, retóricos y poetas, tanto así que el historiador Estrabón (quien vivió entre los siglos 1 a.C. y 1 d.C.) la ubicó incluso a un nivel superior al de Atenas y Alejandría, dándole amplio espacio en su narración (Geografía XIV, 5, 5-15). En la sinagoga de la ciudad, que veía reunidos los sábados a los practicantes de la numerosa colonia hebrea que ahí residía, se leía la Biblia en su versión griega.

No tenemos noticias directas a­cerca de la infancia de Pablo, pero podemos reconstrui r un cuadro bas­tante verosímil. Parece que creció en una familia judía estrictamente observante, cercana a la corriente de los fariseos que conservaba vínculos fuertes con la tierra de Israel. Proba­blemente en el pasado, esa familia fue deportada en Cilicia después de acon­tecimientos bélicos, para ser después liberada de la esclavitud, hasta tener el privilegio poco común de la ciudada­nía romana. En casa posiblemente se hablaba griego, idioma del lugar pero tal vez se practicaba también la len­gua sagrada de las Escrituras y de la oración, el hebreo (con rudimentos de la lengua hablada en Palestina, el arameo); e l padre de Pablo ha de haber provisto los medios para hacer

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y tal vez le enseñó un oficio, según la costumbre de entonces. Según los Hechos de los Apóstoles, Pablo aprendió a trabajar como fabricante de tiendas de campaña o curtidor de pieles ( cfr Hch 18, 3); por lo demás, en la antigüedad, Tarso era famosa por el tej ido de lino. Pablo fue a una buena escuela elemental probablemente den-

tro del ambiente de la sinagoga, donde aprendió gramática, los rudimentos de la escritura y se familiarizó con la traducción griega de la Biblia (los Setenta). Aprendió también los prin­cipios de la retórica que formaban parte del programa de estudios básico y parece que no estudió los clásicos de la literatura griega (a diferencia del filósofo hebreo, contemporáneo suyo, Filón de Alejandría).

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En la escuela de Gamaliel

En tiempos de Pablo, Jerusalén experimentaba sensiblemente los in­flujos de la cultura griega; de acuerdo a inscripciones allí encontradas, se puede suponer que al menos una déci­ma parte de la población de entonces

(que debía ser cercana a cien mil habi­tantes) hablaba griego como lengua materna, además de comprender el arameo y el hebreo. La mayoría eran

hebreos nacidos en la tierra de Israel que conocían bien el griego (como

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el historiador Flavio Josefo). Por lo demás, también en las ciudades de Galilea que estaban más involucra­das con el tráfico comercial, como

Tiberíades y Sefforis, estaba difundido el conocimiento de la lengua franca, la

cainé griega (por esto, algunos de los

discípulos de Jesús la conocían) . Había, por lo tanto, algunas sinagogas en Jerusalén, en las cuales se reunían los "helenistas", es decir, hebreos, pro­sélitos y simpatizantes que hablaban

griego, probablemente conocidas y

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frecuentadas por quienes como Pablo, provenían de la Diáspora.

En la ciudad santa, en la que debían haber residido algunos parientes (cfr Hch 23, 16: un hijo de la hermana lo va a encontrar en el cuartel donde estaba bajo custodia), tiene lugar la segunda parte de su educación: alre­dedor de los doce o trece años, es decir, cuando el muchacho hebreo se hace bar mitzvá (hijo del precepto), Saulo deja Tarso y se transfiere a la casa-escuela del Rabí Gamaliel 1, el más famoso maestro de la Ley de su tiempo (que funcionó entre el año 25 y el 50 d.C.) para ser «instruido a los pies de Gamaliel en la exacta obser­vancia de la Ley de nuestros padres» (Hch 22, 3). Este maestro era muy esti­mado por sus alumnos y era miembro influyente del Sanedrín (cfr Hch S, 34-39: interviene a favor de los apóstoles). Aquí, Saulo-Pablo adquirió un profun­do conocimiento de las Escrituras y se adhirió a la corriente de los fariseos. Jerusalén presentaba en aquel tiempo una variedad de corrientes religiosas: además de los fariseos, que eran el grupo espiritualmente dominante y que gozaba de gran aprecio entre el pueblo, estaban los esenios, los sadu­ceos y otras corrientes judías.

Es probable que Pablo en Jeru­salén, después de haber asistido a la escuela de Gamaliel, haya estado en torno a una sinagoga de tipo he­lénico, de corte fariseo, haciendo propias las nociones básicas sobre la predicación en las sinagogas, los mé­todos judíos de interpretación de la Escritura, además de elementos de re­tórica greco-judía orientada esencial­mente a la comunicación oral. De hecho, el pensamiento paulino expre-

sado en sus escritos reflejará muchas líneas de la forma de razonar típica de la exégesis rabínica (por ejemplo, véase los dos primeros capítulos de la Carta a los Romanos), incluso tratará de refutar la doctrina que había prece­dentemente profesado, utilizará los métodos argumentativos tomados de la escuela rabino-farisea.

Como era usual entre los rabinos, además del estudio de la Torá, es muy probable que haya practicado un tra­bajo manual, tal vez el que había apren­dido cuando era muchacho.

¡Pablo era casado?

La hipótesis de que Pablo fuera ca­sado se basa simplemente en el hecho de que era normal para un hebreo, tanto más si era observante como él, seguir las tradiciones y tomar mujer a cierta edad, generalmente alrededor de los dieciocho a veinte años. Era una excepción permanecer célibe y entre rabinos también se censuraba, como se dio en el caso del Rabí Ben Azzaj (a fines del primer siglo), que ante tal regaño respondió que estaba "muy ocupado con la Torá" y que "el mundo podía ser conservado por los demás". Sin embargo, el celibato no era total­mente desconocido en ambiente judío, siendo apreciado entre los esenios y practicado por la comunidad que vivía en el mar Muerto, en la localidad lla­mada actualmente Qumrán.

De Pablo sabemos con certeza que en el tiempo en que escribe la primera Carta los Corintios está libre de lazos conyugales (cfr 1 Co 7, 8; 9, 5). Por lo tanto, no estuvo nunca casa­do o bien, si lo estuvo, en ese momen­to era viudo o estaba separado. Otra

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cosa segura es que Pablo prefería para sí mismo el celibato con el fin de dedi­carse completamente al anuncio del Evangelio; por otra parte, no deja de recomendarlo a quien no está casado. Con motivaciones similares se verifi­can casos de celibato también en el mundo helénico. Epícteto (historiador de los siglos 1 y 11 d.C.), por ejemplo, afirmaba que para el filósofo era con­veniente estar libre de distracciones para ocuparse completamente de la causa pública. Pablo propone también otra motivación, de tipo apocalíptica: el tiempo se ha hecho breve (cfr 1

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Co 7, 3 1) y el no casarse es en vista del tiempo futuro (cfr Mt 22, 30). De cualquier manera, tanto el casarse como el no hacerlo, se ven como un carisma: cada uno tiene la propia gra­

cia, el propio don venido de Dios, ya sea en cualquiera de las dos formas. (cfr 1 Co 7, 7). Por esta razón, Pablo reconoce también que es un derecho del apóstol llevar consigo una mujer creyente («como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas», 1 Co 9, 5), derecho al cual, sin embargo, él renunció.

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Perseguidor de los cristianos

La razón fundamental que impulsa a Pablo a perseguir a los seguidores de la nueva secta judía que sigue a Jesús Nazareno, de quien se cree, es "el Mesías", se puede indagar antes que nada en las palabras de Pablo mismo que recuerda el hecho en sus cartas (cfr 1 Co 15, 9). Afirma que lo impul­só la certeza de actuar según la Ley, de acuerdo a la voluntad de Dios: «Pues han oído hablar de mi conducta ante­rior en el judaísmo, cuán encarnizada­mente perseguía a la Iglesia de Dios para destruirla, y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación, aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres» (Ga 1, 13-14). Decisivo para él era su ser fariseo lleno de celo por la causa de Dios, dispuesto a todo para defender la Ley, la tradición de sus padres:«[ ... ] en cuanto a la Ley [era] fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia, en cuanto a la justicia de la Ley, intachable» (Fip 3, S-6).

Lo que de la nueva secta judía vinculada a Jesús se mostraba como insostenible y blasfemo, capaz de so­cavar los fundamentos mismos del judaísmo tradicional, se le puede de­ducir del proceso conducido contra Esteban (Hch 6, 8-7, 56), finalizado

con su lapidación (Saulo estaba pre­sente y aprobaba el asesinato, según Hch 8, 1 ): esencialmente se trataba de un hecho que relativizaba la Ley mosai­ca y el papel que desempeñaba del templo. El ce/o de Pablo evoca el de los hermanos macabeos que lucharon hasta el martirio para defender la Ley y la religiosidad judía contra la idola­tría introducida en Israel por Antíoco IV en el siglo 11 a.C. (cfr 1 y 2 Macabe­os). De forma similar, Pablo se sentía empujado a invertir todas sus energías para eliminar la grave amenaza que

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provenía del grupo de los seguidores de Jesús, pero con la diferencia de que tal grupo no era considerado como una religión externa de tipo pagano, sino como una agrupación "hereje", desviada, al interior del judaísmo mis­mo.

Siguiendo la narración de los He­chos de los Apóstoles, Saulo al mo­mento de la lapidación de Esteban era todavía un joven que participaba sólo pasivamente; a continuación, promue­ve activamente acciones persecuto­rias , recibiendo también un mandato por parte de las autoridades judías, para extender esta actividad incluso fuera de Jerusalén (Hch 9, 2; 22, S; 26, 1 1 ). Los Hechos de los Apóstoles re­fieren que Saulo arresta a los cristia­nos en sus casas y los mete a la cárcel (8, 3; 26, 1 0), los hace azotar en las sinagogas (22, 19; 26, 1 1) y contribuye incluso con su voto para que sean llevados a la muerte (22, 4; 26, 1 O).

Sucesivamente Pablo mismo, na­rrando la historia de su vocación a las comunidades por él fundadas , debió haber informado sobre este antece­dente: cuando lo menciona o alude a él en sus cartas, presupone, en efecto, en sus lectores un conocimiento pre­vio al respecto ( cfr Ga 1, 13-14; 1 Co 9, 1.17; 15,6-8).

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El con cr·sto

Pablo recuerda más de una vez en sus cartas el encuentro con Cristo que le cambió la vida - haciéndolo renacer como cristiano, como mi­sionero y pensador-, pero no des­cribe las circunstancias ni dónde se encontraba. Es Lucas quien nos proporciona esta información y no sólo una vez, sino tres veces narra el acontecimiento (Hch 9. 22. 26); con esta repetición muestra la importan­cia que este acontecimiento tiene en la óptica lucana como hecho verdade­ramente decisivo para que corriera la Palabra del Evangel io desde Jerusalén hasta Roma.

Las tres narraciones presentan pe­queñas diferencias, donde el elemento central común es la luz en que se ve envuelto en el momento de la mani­festación de Cristo que le habla; Pablo siente su voz y brota un breve diálogo («Saulo, ¡por qué me persigues?» -<<¡Quién eres, Señor?»); después es conducido a la comunidad de cre­yentes de Damasco y es bautizado por Ananías. Aunque sí ya había oído hablar de Jesús -hasta ahora como parte contraria- es solamente a par­: ir de este momento que tiene de El un verdadero conocimiento, hasta

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darse cuenta que Jesús es el centro de la historia de la salvación, tanto suya como de todos.

La imagen que tenía anterior­mente de Jesús se puede deducir de algunos pasajes en que habla de cómo los judíos lo consideraban: cuando por ejemplo, en la primera Carta a los Corintios (l. 23) habla del Crucificado como «escándalo para los judíos»; seguramente menciona una opinión que él compartía antes del aconteci­miento de Damasco, por lo demás, ¡muy justificable frente a un presunto mesías ajusticiado como malhechor!

Confirmación todavía más fuerte en esta pre comprensión es el pasaje de la Carta a los Gálatas (3, 13) donde cita el libro del Deuteronomio (21, 23) según el cual «Maldito el que cuelga de un madero»; es posible que este pasaje bíblico se usara --como lo hacía antes Saulo- para demostrar la imposibilidad de que Jesús fuera el Mesías de Dios, desde el momento en que habiendo sido muerto «colgado de un madero» era automáticamente rechazado, aun más, maldecido por Dios.

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Un giro radical

Con el acontecimiento de Da­masco se le dice a Pablo que ha de comprender que precisamente en el misterio de la humillación de la muer­te en la cruz (cfr Flp 2, 8), se esconde el secreto más profundo de ese Hom­bre y finalmente, de cada hombre. En un versículo de la segunda Carta a los Corintios, Pablo hablará de este nuevo conocimiento de Cristo que va definitivamente más allá de la pura dimensión «terrena»: «Y si conoci­mos a Cristo según la carne [es decir, en forma solamente humana], ya no le conocemos así» (5, 16). El nuevo

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..

conoc1m1ento tiene que ver con la identidad única de Jesús como Hijo de Dios, confesado como Kyrios (cfr Flp 2, 1 1 ), Señor resucitado (cfr Flp 3, 1 0), glorificado al lado del Padre.

En Damasco, el mundo ideal de Pablo sufre un giro radical. En los frag­mentos autobiográficos de sus cartas, no se detiene en las circunstancias históricas, sino que habla en seguida de su significado teológico y existen­cial: el encuentro personal con Cristo elimina todos los prejuicios que tenía de El y sus seguidores. Estos son los versículos que dejan transparentar este acontecimiento: 1 Co 9, 1 («¡Aca­so no he visto yo a Jesús, Señor nues­tro?»); 1 S, 8 («se me apareció también a mí»); 2 Co 4, 6 («[ ... ] ha hecho brillar [la luz] en nuestros corazones, para iluminarnos con el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo»); Flp 3, 7-12 (v. 12: «Cristo Jesús me alcanzó a mí»). Y sobre todo Ga 1, 11-12.15-16, donde encontramos la exposición más rica de elementos teológicos: «[ ... ] el Evangelio anunciado por mí [ ... ] no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo [ ... ] cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciara entre

. . ..

. ::·.,./f

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los gentiles [ ... ]». Ante todo, Pablo aclara que la iniciativa es de Dios, es Él quien libremente el igió llamarlo y revelarle que Jesús es su Hijo y lo hizo por pura gracia: Pablo era todo él indigno, en cierto sentido el de menos méritos, dado que perseguía a la Iglesia de Dios; por otra parte, este develamiento de la identidad de Jesús no se queda sin tener consecuencias: en primer lugar, en el mismo Pablo («revelar en mí a su Hijo»), provocan­do una conmoción en su horizonte axiológico (no se nombra en abso­luto la Ley mosaica, que ya no es el parámetro, cfr Flp 3, 7-11) y además, infundiendo en él el deseo de darlo a conocer a todos, más allá de cualquier restricción étnica y cultural.

¿Conversión o bien, llamada?

Pablo probablemente es el "con­vertido" más famoso del mundo, incluso en el arte es célebre la repre­sentación de su "caída del caballo" (aunque si bien, la narración corres­pondiente no habla de ninguna caída): su caso se ha hecho, en cierto sentido, el prototipo de toda conversión ... ¡Pero, en qué sentido se puede hablar de "conversión"? Si escudriñamos los textos en que se nos describe este acontecimiento (tanto Lucas en los Hechos de los Apóstoles como él mismo en sus cartas), notamos en seguida que no se usa nunca el tér­mino de "conversión" o de arrepen­t imiento (ni metonoien, epistrefein ni otros sinónimos a disposición en el griego); este vocabulario está prác­ticamente ausente en Pablo, incluso cuando trata de exhortar a sus comu­nidades. ¡En qué sentido entonces es

que Pablo se convirtió? ¡Acaso se hizo más religioso que antes?

Precisamente no lo parece, dado que él mismo como hebreo fariseo observante, se definía «en cuanto a la justicia de la ley, intachable» (Fip 3, 6), ni tampoco se convirtió en el sentido que le damos comúnmen­te a esta palabra cuando pensamos en quien ha pasado de una vida de pecado a una vida virtuosa: Pablo no era idólatra ni pecador en el sentido de quien es inmoral; generalmente se habla de conversión también cuando se quiere señalar a quien ha pasado de una religión a otra; ¡acaso Pablo cambió de religión, dejando de ser hebreo? ¡O tal vez anuló todo valor de la Ley hebraica en cuanto regla de vida moral? Tampoco se puede decir esto de él.

Pablo se siente llamado y tiene la gracia de la revelación (este es el voca­bulario que usa para describir el acon­tecimiento de Damasco en Ga 1, 1 S);

Lo teología poulino se apoyo en bueno medido

en el giro radical de los valores y objetivos precedentes,

sucedido o causo del encuentro con Jesús de Nozoret

crucif¡codo y resucitado: el maestro judío se hoce

el misionero de los gentiles, al "celo por lo ley"

sucede el anuncio del Evangelio libre de lo ley, o lo justif¡coción del justo gracias o sus propios

"obras de lo Torá", lo justif¡coción del "impío"

por lo fe únicamente. M.Hengel

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también en las palabras de apertura de sus cartas se presenta como aquel que fue llamado a ser apóstol de Cris­to Jesús (cfr 1 Co 1, 1; Rm 1, 1); esta insistencia sobre la llamada divina es también debida al hecho de que Pablo sentía la necesidad de legitimarse co­mo apóstol enviado por Cristo mismo: él había sido llamado al apostolado (y por lo tanto, era apóstol) directamente por gracia de Dios, sin haber formado parte de los Doce y sin haber recibido el Evangelio de ellos ( cfr Ga 1, 1 1 -1 2; 1 Co 9, 1-2: «¡No soy yo apóstol? ¡Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?»).

Probablemente por este motivo, es que Pablo describe su caso recu­rriendo al modelo de los grandes pro­fetas, quienes también fueron llamados directamente por Dios como lsaías (cfr ls 6; o el siervo de Yhwh en 49, 1) o Jeremías (cfr Jr 1, 2-7: también aquí, como para Pablo está la referencia a la elección «desde el seno materno»; en Jr 20, 7-9 a su vez, se expresa casi la "constricción", el no haber otra elección que el anuncio de la Palabra, cfr 1 Co 9, 16-17). Sin embargo, hay diferencias incluso respecto al mode­:o profético; éstas tienen que ver tanto con el pasado de Pablo (antes de iniciar su misión los profetas no habían sido perseguidores del pueblo de Dios) como con el objeto de la predicación: para los antiguos profe­tas normalmente era el regreso a la observancia de la Torá en su espíritu más auténtico, para Pablo el objeto es el Evangelio, es decir, esencialmente, la persona misma de Jesús, muerto y resucitado por nosotros.

Por lo tanto, si para describir lo que sucede con Pablo con el acontecí-

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miento de Damasco pensamos en la "conversión" en el sentido más difun­dido del término, vayamos más allá; acerquémonos un poco pensando en la llamada de los grandes profetas del Antiguo Testamento; pero aun en este caso, superemos este esquema.

La per ona vi ·en h . di! Cri. to

Lo que sucedió a partir de aquel dia crucial está mejor descrito en el capítulo 3 de la Carta a los Filipenses: «lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser halla­do en Él» (3, 7-9) .

Pablo no está afirmando que lo demás no tenga valor, es más «Cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, tén­ganlo en aprecio» (Fip 4, 8); ¡sólo que todo es pérdida y basura en un acto de confrontación! En efecto, toda otra realidad, incluso la más sublime, empalidece si se compara con la luz de Cristo .. . Y aqu í ciertamente va incluida toda la riqueza proveniente del judaísmo: Pablo más que todos los autores del Nuevo Testamento, insiste en el hecho de que Jesús es hebreo y en la irrevocabilidad de las promesas hechas a Israel (cfr Rm 9-1 1 ); pero es solamente en Cristo que cualquier otra cosa, a partir de la herencia reli­giosa del judaísmo, adquiere el color y el valor que posee.

Sucede, por lo tanto, un cambio total de perspectiva, una especie de

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restablecimiento en la escala de valores, reorganizados ahora en torno a un inédito principio absoluto, que se con­vierte en la base de una nueva exis­tencia: ya no es la Ley ni tampoco un libro sagrado o alguna práctica religio­sa, sino la persona viviente de Cristo crucificado y resucitado (Rm 1 O, 4: «el fin de la ley es Cristo». ¡Pablo fue capaz con la gracia de Dios de pen­sar mejor acerca de lo que constituía el fundamento de sus seguridades y certezas! Cambió su punto de apoyo: ya no eran sus obras religiosas las que lo hacían acumular créditos ante Dios, sino que tenía una única deuda, impagable, por haber recibido gratui­tamente el amor incondicional de Cristo-salvación. Única condición es la fe, es decir, el abrir los brazos a la aceptación del don.

Una deuda de amor

El acontecimiento de Damasco se distingue de inmediato, no por peni-

tencias o sacrificios por los pecados cometidos, sino por la misión. La deu­da de amor vinculada con la gracia del encuentro con Cristo, Pablo la expre­sará y buscará colmarla en la misión, expresión de su anhelo de transmitir esta bellísima noticia: «Me debo a griegos y a bárbaros; a sabios y a igno­rantes: de ahí mi ansia por llevarles el Evangelio [alegre noticia] también a ustedes, habitantes de Roma» (Rm 1, 14-15); «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evange­lio! [ ... ] Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo» ( 1 Co 9, 16.22-23).

Se siente «aferrado, atrapado» por Cristo (Fip 3, 12); es el encuentro con su amor: «el amor de Cristo nos apremia» (2 Co S, 14), es decir, nos envuelve, nos tiene en su mano; el

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encuent ro con el Resucitado significó para él encontrar la «perla preciosa», toda la razón de su vida; esta mani­

festación de Cristo que le fue donada a Pablo queda como el empuje con­tinuo para su ser, para su pensar y obrar: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2, 20); «para mí la vida es Cristo» (Fip 1, 21 ).

Si reflexionamos en el hecho de que Pablo escribe sobre el encuentro con Cristo sucedido en el camino a Damasco, con una distancia de alrede­

dor de veinte años, entendemos como este acontecimiento divisor entre dos vidas, tenga un alcance verdadera­mente único en su existencia y no sólo por el pasado: Pablo elabora su pen-

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samiento, realiza sus opciones teo­lógicas, toma decisiones a nivel pas­toral, inspirándose continuamente en el encuentro con Aquel que le cam­bió la vida. Al mismo tiempo, lo que recibió en estado embrionario en ese

acontecimiento lo fue profundizando, confirmando y comprendiendo cada

vez más claramente, gracias también a lo que recibía de las comunidades

que lo habían acogido (especialmente la de Antioquía de Siria) , a través de la experiencia pastoral llevada a cabo en

las iglesias que iba erigiendo, a través de las culturas con las que estaba en contacto, sin excluir otras revelacio­nes y experiencias místicas que vivió (cfr Ga 2, 2; 2 Co 12, 1-4) .

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¡Excluido! LD~~&,~~D~

En Arabia y Jerusalén

Después de la experiencia de Da­masco, su bautismo y su encuentro con esa comunidad de creyentes en Cristo, Pablo no va en seguida a Je­rusalén con los apóstoles, sino que se traslada a Arabia ( cfr Ga 1, 17). Se tra­ta, posiblemente, de la región sur de Damasco, en el reino de los nabateos, con ciudades de cierta importancia; no tenemos más información, pero podemos imaginar que ha de haber hecho allí sus primeras experiencias de evangelización y tal vez sin éxito, motivo por el cual ya no se habla después del asunto.

«[ ... ] de donde volví a Damas­co» (Ga 1, 17): Pablo había, por con­siguiente, partido de esa ciudad y es lo que indirectamente confirma la narración de los Hechos de los Após­toles en cuanto a la ciudad que había visto sus primeros pasos de "conver­tido". Después de tres años, para huir del etnarca del rey Aretas que tra­taba de capturarlo -probablemente hostigado por la creciente hostilidad de la sinagoga (cfr Hch 9, 22-24)­Pablo debe abandonar la ciudad. La rocambolesca huida es narrada en la segunda Carta a los Corintios ( 1 1 . 32-33). De Damasco se traslada así a

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Jerusalén «para conocer a Cefas», es decir, a Pedro. Este significativo primer encuentro dura quince días y como él mismo narra: «Y no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, el hermano del Señor» (Ga 1, 18-19); Santiago no es uno de los Doce, pero formaba parte de los parientes de Jesús y ha de haber asumido pronto un papel de primer nivel en la Iglesia de Jerusalén.

Este debe haber sido un período interlocutorio para Pablo; los Hechos de los Apóstoles nos transmiten un cuadro muy verosímil en que se en­trevé que se esforzó por encontrar "su lugar": a pesar de la obra de mediación de Bernabé, judeocristiano oriundo de Chipre que gozaba de la estima de la comunidad, los discípu­los de Jerusalén desconfiaban de él a causa de su pasado. Además, se le oponían unos hebreos de lengua griega que él trataba de convencer en cuanto al mesianismo de Jesús: éstos trataron incluso de matarlo (Hch 9, 26-29). Frente a estas dificultades, que presentaban el riesgo de involucrar a la comunidad judeocristiana que hasta ahora había gozado de una cierta tranquilidad en Jerusalén, a Pablo se le aconsejó que se fuera: el destino sería su lugar de origen (Hch 9, 30; en Ga 1, 21 Pablo anota: «Más tarde me fui a las regiones de Siria y Cilicia»). Pasó la buena cantidad de catorce años antes de que Pablo regresara a Jerusalén (cfr Ga 2, 1 ). El motivo no hay que buscarlo en una voluntaria toma de distancia con esa iglesia, sino más bien, debido a una concreta amenaza con­tra su vida (como después los hechos del linchamiento y del arresto en el patio del templo lo demostraron, cfr Hch 22, 22-24).

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Pablo aseguró para siempre en el ámbito del cristianismo

el derecho a pensar . . . Él no es un revolucionaria.

Parte de la fe de la comunidad, pero no admite que deba detenerse donde dicha fe termina ... La fe no

tiene nada que temer del pensamiento . .. Pablo es el santo protector del pensamiento en el

cristianismo. A. Schwe1tzer

El anuncio a los paganos

Entretanto, el anuncio cristiano empezaba a abrirse camino también entre los paganos: los Hechos de los Apóstoles narran que después de la lapidación de Esteban en Jerusalén, los creyentes en Jesús de cultura helénica son perseguidos y se dispersan así en las regiones colindantes (cfr Hch 8, 1.4-5), llegando hasta Fenicia, Chipre y Antoquía. Hasta ese momento el anuncio había estado dirigido a los judíos que se encontraban en la Diás­pora ( 1 1, 19) y pronto en Antioquía de Siria, el Evangelio fue anunciado por primera vez también a los griegos «y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor» ( 1 1, 21 ). Cuando la noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén, ésta decide enviar a Bernabé para observar la situación. Frente a la autenticidad de su adhesión a la fe, los anima a perseverar, dándose cuenta de que en esa comunidad naciente se presenta una gran posibilidad de apos­tolado; va a tomar así a Pablo de Tarso.

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Juntos por un año entero, se dedican a la instrucción y a la formación de los creyentes, y - como anota Lucas­allí en Antioquía se comienza a usar la denominación griega de «cristianos» para señalar a los creyentes en Cristo (Hch 1 1, 26).

Entre tanto, siguiendo a Lucas, ha­bía sucedido el episodio representa­tivo del centurión Cornelio, e l primer pagano a quien se anuncia el Evangelio y que es bautizado: los Hechos de los Apóstoles subrayan que es Pedro quien supera ciertos prejuicios que impedían a un hebreo como él abrirse a la novedad de Dios actuante más allá de las fronteras de Israel (Hch 1 O); es

Pedro, por consiguiente, quien acepta esta "primicia" del Evangelio dirigida a los paganos y se obliga a justificarse con los fieles de origen hebreo que protestaban por esta "familiarización" contaminante con los no circunci­sos (Hch 1 1, 1-18). A través de esta observación, el autor de los Hechos de los Apóstoles quiere mostrar que las objeciones que se manejaron ante la obra de Pablo, en cuanto a quienes de entre los paganos se adherían a la fe en Jesús ( cfr Hch 15, 1-5; 21 , 21-25), Pedro antes que nadie las había afrontado: con la ayuda del Espíritu Santo las había resuelto y justificado ante la Iglesia naciente.

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ego y llamas ltaitLJ~" k~~

Un peligroso callejón sin salida

El Nuevo Testamento nos da tes­

timonio de que la Iglesia en sus orí­genes adquirió progresivamente una comprensión siempre más amplia de las potencialidades e implicaciones que el mensaje evangélico contenía en esta­do embrionario; Jesús, por otra parte,

desarrolló su ministerio al interior del mundo judío y no proporcionó indica­

ciones precisas sobre cómo se debió haber desarrollado la misión fuera de los confines de Israel.

Este proceso requirió de tiempo y sobre todo de una cierta creativi­

dad para encontrar las respuestas adecuadas a las nuevas cuestiones que surgían. El Espíritu Santo ciertamente no hizo faltar su luz para iluminar el camino de la comunidad de los creyen-

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tes, camino diseminado también de dificultades y resistencias humanas.

La gran cuestión que se presen­taba al cristianismo en sus orígenes

y que inquietaba especialmente a la Iglesia madre de Jerusalén, de tipo judeocristiano, tenia que ver con el modo de concebir la fe " cristiana" en

su relación con las tradiciones judías y sobre todo con la Ley mosaica: el problema surgía frente a la novedad de

los creyentes en Jesús no hebreos que provenían de las "gentes". ¡Cuál era su camino de salvación? ¡Debían acaso en

primer lugar, acoger el hebraísmo con la observancia de la Ley mosaica y sus prácticas de identidad, como la circun­cisión, el sábado y las reglas en cuanto

a los alimentos, para adherirse a Jesús como el Mesías? ¡O bastaba adherirse a Jesucristo confesado como el Kyrios , el Señor crucificado y resucitado para la salvación universal?

Pablo, más que todos, fue quien actuó para desbloquear lo que podría

haber representado un callejón sin sa­lida catastrófico: sobre todo gracias a su experiencia personal del encuentro con la misericordia en el camino de Damasco, entendió que Dios va al encuentro de todos los hombres sin

hacer particularismos y diferencias y que el Evangelio es gracia, es perdón y salvación para todos, para los judíos

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y para los paganos; seguramente no sin una larga reflexión, logró expre­sar una teología inclusiva capaz de demostrar que el Evangelio permite inevitablemente no sólo la apertura universal de la Iglesia, sino sobre todo

la equiparación de los paganos al nivel de los judíos: no es que antes de él

no se admitiera que los paganos pudie­ran alcanzar la salvación, sino que se trataba de aceptar que pudiera ser alcanzada sin pasar antes por el hebraísmo, con la circuncisión y las

otras prácticas de la Ley mosaica.

La am 1 e J r sal .n

Los Hechos de los Apóstoles, na­rrando las acciones a unos treinta años de distancia, encuadran la explosión de la cuestión al regreso del primer viaje

misionero de Bernabé y Pablo: algunos judeocristianos llegados a Antioquía

de Judea contradicen la metodología misionera de aquéllos, que prescindía de la adhesión al judaísmo y de la prác­tica de la circuncisión: según dichos

judeocristianos, se podía acoger en la comunidad de los creyentes en Jesús­Mesías incluso a los no hebreos con­vertidos,. pero sólo si aceptaban la prescripción de la Ley mosaica, de otra

manera no podrían ser salvados (Hch 15, 1 ).

No se logró sanear el desacuerdo que arrojaba inseguridad y confusión en la comunidad, así se decidió recu­

rrir a la autoridad de los apóstoles y de los ancianos de Jerusalén. Pablo y

Bernabé, junto a una delegación de la comunidad, fueron recibidos por ellos. Delante de la asamblea reunida se pre­sentaron las posiciones contrastantes, a las cuales siguieron los discursos,

primero el de Pedro y después el de Santiago; al final, se llegó a un com­promiso, que de cualquier manera proporcionó la respuesta decisiva: no

se debe imponer el yugo de la Ley a los paganos que se adhieren a la fe en

Jesús: «Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús» ( 15, 1 1 ); sólo se añadie­ron cuatro cláusulas de entre lo que

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1 ~ se pedía a los paganos que abrazaban el hebraísmo, a las cuales se requería que se atuvieran éstos (abstenerse de la carne inmolada a los ídolos, de las uniones sexuales ilícitas, de los ani­males estrangulados y de la sangre; cfr Hch 15, 20; 21, 25).

En el trozo de la Carta a los Gálatas en la que Pablo después de algunos cuantos años (tal vez cmco) trata de los mismos hechos (Ga 2, 1 0), como resultado de esta asam­blea pone en evidencia, sobre todo, la aprobación de su actividad misio­nera desarrollada entre los gentiles y como prueba de la veracidad de esta decisión crucial, presenta el ejemplo de Tito, que aunque fuera griego no se le obligó a ser circuncidado (Ga 2, 3). El acuerdo final preveía además que él se dedicaría a la evangelización de los paganos mientras Santiago, Cefas y Juan, se dirigirían a los circuncisos (formulación que lo pone en cierta forma al mismo nivel que Pedro, cfr Ga 2, 8). La única solicitud que le hace la asamblea es que recuerde socorrer algunas necesidades de los pobres de la Iglesia de Jerusalén, algo que Pablo se comprometerá a llevar a cabo con la ayuda de las otras iglesias (cfr Ga 2, 1 O; Rm 15, 26). En cuanto al contenido de esas cuatro cláusulas recordadas por Lucas, Pablo trata de la primera de ellas en la primera Carta a los Corintios (capítulos 8 y 1 0), cuando habla de lo inmolado a los ídolos (la carne sacrificada a los ídolos), si se podía o no comer. En este sentido, él deja gran libertad con tal que no se dé escándalo al hermano más débil, al escrupuloso: es la caridad, y por lo tanto, el respeto a la conciencia de los otros la que debe regular las decisio­nes de una persona libre.

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Así pues, de estas cláusulas no se encuentran después huellas en las comunidades paulinas; tal vez estas reglas fueron decididas por Santiago y penadas en los casos de comunidades mixtas donde había cristianos prove­nientes del hebraísmo (judeocristia­nos) y del paganismo (étnico-cristianos), bajo un sentido de respeto prudencial hacia los primeros mencionados.

No es la claridad su ca1·isma. sino la novedad y la densidad ...

Él está siempre "por la calle".

s1empre listo para afrontar nuevos situaciones

desde el centro de su (e. srn nlllglin modelo de apoyo.

sin la cop(¡rmooón

dt! 1111 reglamento adecuado a I,JS varias orCWISl<l!JCias.

Su tarea es la de abrir

nuevos senderos por todas partes. depndo para otros

los caminos nonnoles.

O. Kuss

La controversia de Antioquía

Una comunidad con estas carac­terísticas podía ser la de Antioquía, en la que se verifica -no mucho tiempo después de la asamblea de Jerusalén- el así llamado "incidente" o controversia, en ocasión de una visi­ta de Pedro: en un primer momento él no se crea ningún problema si come junto a los étnico-cristianos (contra­viniendo las reglas judías de pureza) y después, cuando llegan de Jerusalén

. .

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algunos del grupo de Santiago -repre­sentantes de los judeocristianos fieles a las tradiciones judía-, Pedro cambia

de comportamiento y empieza a evi­tarlos, restableciendo así la discusión de la emancipación de estos últimos en cuanto a esas prescripciones. Fren­te a estos titubeos que generaban con­fusión -tanto que incluso Bernabé se

vio involucrado- Pablo, en nombre de la "verdad del Evangelio", regaña a Pedro delante de todos por su inco­herencia (Ga 2, 1 1-14): es la fe a aquella

verdad --en particular a la imparciali­dad del don de Dios hecho a hebreos y paganos- la que impone no ceder a alguna forma de hipocresía. Reve­lando este episodio a los creyentes de

Galacia. es como si Pablo los pusiera en guardia ante estos compromisos que habían llevado a engaño incluso a apóstoles como Pedro y Bernabé.

De este "incidente" no tenemos

otras versiones de lo que sucedió (los Hechos de los Apóstoles no lo men­cionan) ni Pablo dice cómo terminó (toma motivo de este choque para

empezar a hablar de la justificación por la fe sin las obras de la Ley). El resul­tado tal vez no fue favorable a Pablo; una confirmación indirecta viene de

los Hechos de los Apóstoles, que pre­sentan el desacuerdo y después la sepa­ración entre Pablo y Bernabé al inicio de un nuevo viaje misionero (Hch 1 S, 36-41 ); Bernabé toma consigo a Juan­Marcos (que Pablo no quería ya como colaborador ya que una vez los había abandonado, cfr Hch 1 3, 1 3). Pablo es­

coge a Silas como compañero de lo que será el segundo viaje misionero.

En definitiva, las relaciones entre

Pablo y la Iglesia de Jerusalén no fueron nunca idílicas: él le reconoce

sin lugar a dudas el papel de Iglesia madre, sabiendo que todo el mundo

está en deuda hac;i¡¡ ella por los bie­nes espirituales recibidos (cfrRm 1 S, 27) y tiene en gran consideracíón la

aprobación de los apóstoles, pero al mismo tiempo, cuando siente que se está poniendo en juego la verdad del Evangelio tal como le fue revelado,

no titubea en intervenir con fuerza

y franqueza, haciendo valer todas sus convicciones, aunque no encajen con

la de los exponentes importantes de la Iglesia madre.

los apóstoles y Pablo apóstol

Pablo no conoció a Jesús antes de su muerte (y resurrección) a dife­rencia del grupo de los discípulos

del Salvador que vivieron con Él sus hechos, desde el bautismo hasta su ascensión al cielo y que formaron el círculo de los Doce. Según el autor c:le

los Hechos de los Apóstoles, única­mente éstos pueden ser considerad()s "apóstoles" con todas sus consecuen­cias (cfr Hch 1, 21-22). Por este motivo aun exaltando más que todos la figura

de Pablo en su libro, Lucas -excepto dos veces en plural en sentido m~s bien general (Hch 14, 4.14)- no le

atribuye este título (se nota, al con­trario, la tendencia de distinguir ent~e él y los "apóstoles", cfr 1 S, 2; 16, 4).

En cambio, en sus cartas, Pablo :e

define como apóstol a título pleno. llamado por Dios al apostolado (cfr 1 Ts 2, 7; 1 Co 1, 1; 2 Co 1 , 1; Ga 1, 1 y Rm 1 1, 13 se designa a sí misrro

como «Apóstol de los gentiles») y le encuentra más veces en la situación

de defender tal prerrogativa, evide~­temente porque había quien la ponia

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en duda. En diferentes pasajes de sus cartas expone con claridad las ra­zones para considerar esta distinción: Dios le reveló a su Hijo (Ga 1, 11-16); vio al Señor ( 1 Co 9, 1 ); se le apareció a él como a los otros apóstoles ( 1 Co 15, 8); había realizado las obras tipicas del apóstol, como son los signos, los milagros y los prodigios (2 Co 12, 12). Como confirmación de su ser após­tol-enviado por Jesús está. por otra parte, la comunidad misma que fue generada a la fe mediante su predi­cación ( 1 Co 9, 2-3). ella constituye un tipo de "carta credencial" para hacer valer ante aquellos que aducen otros títu los de autoridad apostólica ( cfr 2 Co 3, 2: «Ustedes son nuestra carta»).

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No obstante esto, Pablo reconoce a los Doce que tienen como cabeza a Cefas-Pedro (Ga 1, 17.19), una par­ticular autoridad y se interesa por ser confirmado por ellos: «Subí [a Jerusalén ... ] y les expuse a los notables en privado el Evangelio que proclamo entre los gentiles para ver si corría o había corrido en vano» (Ga 2, 2); e intenta destacar que su actividad apostólica se desarrolla de acuerdo con ellos: «Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos» (Ga 2, 9).

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.. 1 1

randes distancias Lbtv vU<J~ miAWI1RM!v

Pablo es considerado justamente

el teólogo por excelencia del primer tiempo del cristianismo, sus cartas han jugado un papel importante en la elaboración de la doctrina de la Iglesia y no obstante, Pablo ha sido sobre todo un hombre de acción, un

evangelizador, un fundador de comu­nidades, él más que cualquier otro, es un hombre en trayecto, un hombre que "está corriendo": precisamente esta metáfora acude a menudo bajo su

pluma (cfr 1 Co 9, 24; Ga 2, 2; S, 7; Flp 2, 16; etc.), tanto para indicar la activi­dad apostólica, la "carrera del evange­lio", como para expresar el proceder

r

Rodas

CRETA

expedito del cristiano. Y es la imagen prevalente que nos comunica el libro de los Hechos de los Apóstoles: Pablo está casi siempre de viaje; si se hace un cálculo aproximado de la distancia que recorrió, se llega más allá de los quince mil kilómetros, ¡que son en verdad muchos considerando los medios de transporte de esa época!

Como lugares de misión, escoge preferentemente las ciudades, sobre todo por motivos prácticos: eran más fácilmente accesibles gracias a los bue­nos caminos romanos, allí se hablaba habitualmente el griego (cosa que no sucedía en los pueblos del campo donde principalmente se hablaban los dialectos locales) y en particular, por-

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CHIPRE,' Salamina .. _, Pafos

MAR MEDITERI\ÁNEO

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que por lo general, el apóstol em­pezaba dirigiéndose a los judíos de la Diáspora, que en los grandes centros urbanos tenían casi siempre al menos una sinagoga. Siguiendo el relato de Lucas, la misión de Pablo se divide, a grandes rasgos, en tres viajes (cuatro, si se considera el último hasta Roma).

El primer viaje (Hch 3-14)

Según la narración lucana (no tene­mos relato en la Cartas), Bernabé y Pablo, después de un año de intenso trabajo apostólico en Antioquía, bajo el influjo del Espíritu Santo son man­dados por dicha Iglesia en misión evan­gelizadora, con Bernabé como jefe de la misión; zarpan de Seleucia y llegan a Chipre; acompañados también por Juan Marcos (cfr Hch 12, 12.25), donde predican la Palabra de Dios, encon­trando al procónsul Sergio Pablo (Hch 13, 9 anota por primera vez el nombre latino de Saulo, es decir, Pablo); de allí prosiguen a las regiones del Sureste de Anatolia tocando los centros habi-

tados de Perge (aquí Juan Marcos se separa de ellos y regresa a Jerusalén), Antioquía de Pisidia, lconio, Listras y Derbe en Licaonia; después regresan por donde vinieron visitando y reani­mando a quienes se habían adherido a la fe hasta llegar a Antioquía de Siria de donde habían partido. Se repite la circunstancia de que mientras los judíos rechazan la predicación de los apóstoles y se oponen incluso con violencia a sus misioneros, los paga­nos, en cambio, la acogen con alegría.

El segundo viaje (Hch 15,36-18, 22)

Siendo ahora jefe de la misión, Pa­blo toma consigo a Silas y desde An­tioquía de Siria atraviesa Siria y Cilicia, volviendo a pasar por las ciudades visi­tadas en el viaje precedente, Derbe y Listras; aquí toma al discípulo Ti moteo (hijo de una hebrea y de un pagano, Pablo lo hace circuncidar) y juntos atraviesan Frigia y Galacia, evitan el territorio de Asia (que tenía a Éfeso como capital) y llegan hasta Triad e. De

EL SEGUNDO VIAJE MISIONERO DE PABLO

CRETA

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Pafos ---.... MAR MEOITERRANEO '

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allí el grupo se embarca para Macedo­nia en Europa, desembarca en Neápo­lis, llega a Filipos (primera narración del bautismo de una mujer, Lidia, cuya casa se convierte después en punto de referencia de la comunidad); después de ser maltratados y encarcelados (por haber liberado una esclava que producía dinero para sus amos), dejan Filipos y llegan a Tesalónica y después a Berea; en ambas ciudades se anuncia el Evangelio en las sinagogas y sur­gen alborotos y dificultades; así Pablo parte para Atenas dejando a Silas y a Timoteo. En Atenas predica primero en el Ágora y después en el Areópago, después pasa a Corinto, donde encuen­tra a los cónyuges Áquila y Priscila; se establece en su casa (practicaban el mismo oficio que Pablo, fabricantes de tiendas) y cuando lo alcanzan Silas y Timoteo, se dedica completamente a la predicación, permaneciendo en la ciudad por año y medio. En este lugar sucede el incidente de la aparición de Pablo como acusado delante del procónsul Galión (que estuvo a cargo

entre fines del año SO a inicios del 52). Dejada Corinto desde su puerto oriental, Céncreas, pasa brevemente a Éfeso junto a Priscila y Áquila (que se quedan allí), prosigue después hacia Palestina llegando al puerto de Cesa­rea, de donde sale a Jerusalén antes de regresar a Antioquía de Siria.

El tercer viaje (Hch 18,23-2 1, 16).

Como para las otras misiones, se parte de Antioquía, y esta vez se dirigen directo a Éfeso, donde por dos años Pablo desarrolla una intensa actividad apostólica, extendida a las ciudades limítrofes. La adhesión a la fe de mucha gente corresponde a una disminución de las prácticas religiosas paganas, en particular el culto a Ar­temisa: esto suscita el levantamiento del pueblo instigado por los plateros que veían amenazado su comercio relacionado con el templo de la diosa. Pablo debe huir, atraviesa Macedonia por las ciudades evangelizadas antes y se detiene tres meses en Grecia,

El TERCER VIAJE MISIONERO DE PABLO

CHP~E

CRE-TA Pafos .

------MAR MEDJJERRANEO

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probablemente en Corinto; de aquí regresa a Macedonia, por mar llega a Triade, después va a pie hasta Aso, luego pasando rápidamente por las is­las de Mitilene, Quíos y Samos, llega a Milete (donde encuentra a los ancia­nos de la Iglesia de Éfeso y tiene con ellos un importante discurso);vuelve a partir, a través de las costas de las islas de Cos y de Rodas hasta Pátara donde se encuentra un barco para Tiro; de allí hasta Cesarea para después subir por última vez a Jerusalén.

A "' 1 •• •

La narración de los Hechos de los Apóstoles con todos estos viajes puede provocar en el lector una sen­sación de continuo movimiento, pa­rece como si Pablo no se hubiera detenido ni un momento ... y no obstante, si se lee con atención nos damos cuenta que no se omite el anotar en ocasiones que Pablo se quedaba incluso por largo tiempo en un lugar, por ejemplo, más de año y medio en Corinto y más de dos años en Éfeso. Cuando las predicaciones de la Palabra generaban nuevos cre­yentes, había, en efecto, la necesidad de que fueran instruidos; las comu­nidades que se iban formando así, no las dejaba Pablo sin antes asegurarse de que estuvieran suficientemente robustecidas en la fe y sobre todo, tenía el cuidado de dejar a alguno de sus compañeros de misión o bien, elegía colaboradores de la misma comunidad (son decenas y decenas los nombres que se anotan), después de haberlos formado adecuadamente (cfr 1 Ts 5,12-13; 1 Co 16,15-16;etc.). Recurría, además, a las cartas para ayudar a las comunidades a distancia.

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Tanto los Hechos de los Apósto­les como el epistolario paulino,anotan que en sus viajes Pablo no procede moviéndose al azar, sino más bien aceptando siempre las inspiraciones de lo Alto ( cfr Ga 2, 2) o adaptándose a las circunstancias exteriores (cfr Ga 4, 13). Pablo es consciente de que se le ha confiado una gran misión, de amplitud verdaderamente ecumemca, sin limitaciones de espacio o de etnia: en la Carta a los Romanos ( 15, 19) emerge claramente la grandiosidad de su proyecto misionero:«[ . . . ] des­de Jerusalén y su comarca hasta Lliria he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo»; escribiendo a la comunidad de Roma, su mirada se extiende más allá de esta ciudad, desde el momento que desde alli quiere llegar hasta Es­paña ( 15, 24); su intención -y es un punto de honra- es la de llevar a Cristo donde todavía no había sido anunciado ( cfr 2 Co 1 O, 15-16; Rm 15, 20).

<¡Todo con tal de que Cristo sea n n' 1

Respecto a los Hechos de los Apóstoles y en lo tocante a la activi­dad misionera y los viajes de Pablo, son más bien escasos los detalles que se recaban de las cartas pau 1 i nas (hay pocos datos cronológicos y geográfi­cos); no obstante, vale la pena desta­car un par de ellos. Es particularmente significativo el punto de que Pablo renuncia al derecho (que tenía en cuanto apóstol) de dejarse mantener por la comunidad, prefiriendo ganarse la vida con sus propias manos, para excluir así cualquier pretexto que hubiera podido poner obstáculos al

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Evangelio (cfr 1 Co 9). Escribiendo a los corintios, Pablo menciona la tribu­lación que sufrió en Éfeso ( 1 Co 15, 32), donde junto con Timoteo se salvó de una condena a muerte (2 Co 1, B-9) y las tantas adversidades soportadas en el curso de su apostolado desde que éste inició: «Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta azotes menos uno. Tres veces fu1 azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; pe­ligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despo­blado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos [ ... )» (2 Co 1 1, 24-26). Lo que destaca principalmente en sus cartas es sobre todo la intención profunda que lo mueve: «Porque el amor de Cristo nos apremia» (2 Co S, 14), no el amor que Pablo tiene hacia Cristo, sino el amor que Cristo tiene hacia Pablo y que éste experi­mentó a partir del encuentro con Él

en el camino de Damasco; este amor gratuito e incondicional no lo deja tranquilo, lo instila cual inquietud pro­funda que lo lanza a hacer de todo para que el mayor número posible de hombres y mujeres puedan tener la experiencia del Señor y a que se hagan como él «nuevas criaturas» en Cristo. Lo expresa en varias formas: a los romanos les confiesa que siente que se debe a todos, a griegos y a bárbaros, a sabios y a ignorantes (Rm 1, 14); a los corintios les declara que para él anunciar el Evangelio se hizo una necesidad impuesta por sí mismo y que hacerlo gratuitamente es ya una recompensa, por eso no titubea un instante en hacerse siervo de cualquie­ra para favorecer a toda costa la sal­vación (1 Co9,16-23);con los filipenses llega hasta a afirmar que en definitiva no importa quién predique a Cristo y con qué finalidad lo haga, «Al fin y al cabo, con hipocresía o con sinceridad, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome» (Fip 1, 1 8).

4 1

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Hacia el m artirio fiviAj~~~

De Jerusalén a Roma

La última y escueta información que recibimos directamente de Pablo sobre sus acciones, se encuentra en la Carta a los Romanos, cuando escri­biendo a aquella comunidad -que no fue fundada por él- le expresa clara­mente sus intenciones de visitarla para disfrutar de su acogida y ser ayudado por ella para continuar hasta España (Rm 1 S, 23-24); pero antes quiere pasar a Jerusalén para entregar los ingresos de la colecta hecha en favor de los pobres. A este propósito, a los cristianos de Roma les pide oraciones para que pueda librarse de los adver­sarios judíos que quieren eliminarlo y para que la Iglesia de Jerusalén acepte la colecta; evidentemente existía el riesgo que a causa de los prejuicios contra él pudiera ser rechazada. Sus temores no se revelaban del todo infundados.

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Pablo es el ciclón del Evangelio, el rugida del

león, un ría de elocuencia divina. Cada

vez que lo leo me parece que na oiga

palabras, sino truenos. San jerónimo

Los Hechos de los Apóstoles, a­demás, dedican mucho espacio a los acontecimientos que van desde la llegada de Pablo a Jerusalén, con su arresto, hasta su arribo como pri­sionero a Roma (Hch 21, 17-28.31) y extrañamente sólo señalan de pa­sada la colecta (Hch 24, 17, ¡tal vez porque el resultado fue negativo?). Bajo el consejo de los ancianos que comandaban a Santiago, para venir a encontrar a los judeocristianos de Jerusalén más tradicionalistas, Pablo acepta demostrar públicamente su observancia a la Ley mosaica entran­do en el templo y cumpliendo algunas prácticas rituales judías. Acusado por algunos judíos de haber profanado el templo, es salvado in extremis por la intervención de un guardia romano que lo sustrae del linchamiento de la multitud enfurecida y lo lleva a la cár­cel. Transferido a Cesarea, entre varias audiencias y procesos en que se ates­tigua su inocencia, queda prisionero por dos años. Teniendo el derecho, en cuanto ciudadano romano, Pablo apela al tribunal del César, así es mandado a Roma. Después de una travesía hasta Mira, el barco que lleva a Pablo junto con otros prisioneros es arrastrado por una violenta tempestad (era la temporada de otoño avanzado) a las aguas de Creta; después de catorce

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días a la deriva termina por encallar en las costas de las islas de Malta y como Pablo había profetizado, los 276 pasajeros pudieron ponerse a salvo; de allí pueden proseguir hacia Italia sólo después de tres meses en un barco proveniente de Alejandría. Así tocan los puertos de las ciudades de Siracusa, Regio y Pozzuoli; después, ya a través de tierra firme, se procede a lo largo de la avenida Apia hasta Roma, con la acogida por parte de los cristianos de la ciudad que vienen al encuentro de Pablo, así hasta al Foro Apio y Tres Tabernas.

A Pablo se le concede vivir bajo arresto domiciliario, con un soldado de guardia; permanece así por dos años, con la posibilidad de recibir personas y enseñando «lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno» (Hch 28, 3 1 ). Así termina el libro, sin contarnos cómo terminó el proceso.

El martirio del apóstol

Según la tesis tradicional que enca­beza las tres cartas pastorales tardías (Tito y primera y segunda a Timoteo) -que tanto por el estilo como por la teología con gran probabilidad no son paulinas- Pablo fue liberado y regresó a Oriente en las zonas efesia y cretense. Después regresó a Roma, donde fue de nuevo arrestado y de esta segunda prisión romana escribió las dos cartas a Timoteo y una a Tito (es, en efecto, sólo en estas tres cartas donde se habla del regreso a Oriente). Y esta segunda prisión es la que habría terminado con el mar­tirio.

Pero más verosímil es que la con­dena de Pablo a la pena capital haya sido inmediatamente después de la primera estancia romana.

EL VIAJE DE PABLO A ROMA

MAR MEDITERRANEO

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Pablo ...

F~¡uwfuw

¿Pablo escritor?

Pablo no nació para ser escri­tor. Dentro de su formación, había aprendido a leer los textos sagrados y a explicarlos, pero no a escribir comentarios acerca de ellos (el acto material de escribir era labor de los escribanos, de quienes Pablo también se sirve; a él, por su parte, le costaba trabajo tomar la pluma; cfr Ga 6, 1 1 ). En cuanto a lo que sabemos, Pablo inició a producir escritos cuando te­nía unos cincuenta años, veinte des­pués de que se hizo cristiano; y no porque de repente hubiera sentido esta vocación (él había sido llamado a evangelizar a los paganos, no a escri­bir cartas). Más bien, se había sentido

animado a usar este medio de comu­nicación como un apoyo importante para su labor apostólica. Sus escritos no son resultado de especulaciones hechas en el escritorio, imaginándose escenarios posibles y probables: sino que escribe impulsado por la nece­sidad de hacerse presente a la comu­nidad donde siente que es importante hacer llegar su pensamiento, para indi­car soluciones a problemas concretos de diferente naturaleza, para enseñar, motivar, corregir, regañar, consolar, a­nimar, etcétera.

Esencialmente, se trata, por con­siguiente, de escritos brotados por las circunstancias (con la excepción, parcialmente hablando, de la Carta a los Romanos), que no tienen la pre­tensión de poner por escrito una doctrina teológica válida para todos los tiempos y todas las comunidades: Pablo no vislumbraba seguramente que su correspondencia tendría una resonancia de tal magnitud, incluso, ¡incluida en el Canon de los escritos sagrados y normativos de todo el cristianismo! Esto es cierto, ya que el apóstol esperaba como algo inmi­nente el final de los tiempos.

El estilo de las cartas de Pablo

Los suyos son de hecho, en ab­soluto, los primeros escritos de la

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literatura cristiana, que en forma sig­nificativa inician precisamente con el género literario más coloquial que existe (y no por ejemplo, un tratado).

Puestas en confrontación con los modelos de la epistolografía antigua, las cartas de Pablo presen­tan semejanza solamente en algu­nos aspectos formales, como son la introducción (remitente, destinatario, saludos) y el escrito final (buenos de­seos y despedida), mientras que se distinguen por varios aspectos origi­nales, aun antes que por el conteni­do: sobre todo la extensión media supera por mucho la de otras cartas antiguas q1. e conocemos (por ejem­plo la de Cicerón a Séneca); está además el hecho de que fueron escri­tas para un determinado grupo de personas (la más "privada" es la nota escrita a Filemón) y destinadas a ser leídas públicamente en la asamblea; en fin, sobresale el carácter de autor del remitente que procede del hecho de ser reconocido como apóstol, funda­dor y guía de la comunidad.

Fuerte en su formación rabínica, Pablo hace gran uso de las Escrituras hebraicas y del método de interpre­tación practicado por los rabinos; en sus escritos se nota un buen cono­cimiento del arte del buen hablar --que se enseñaba en las escuelas griegas- con el frecuente uso de las figuras y de los recursos retóricos (la metáfora, la alegoría, la metonimia, la hipérbole, la ironía ... ).

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Nunca hubo en el mundo, nada tan audaz

como la predicación de Pablo. M. Lutero

Su estilo y su lenguaje, sin embar­go, se separan del estilo elevado del griego clásico (que en cambio en­contramos, por ejemplo, en su con­temporáneo filósofo hebreo, Filón de Alejandría), reflejan más bien, la inmediatez y la vivacidad de la lengua hablada, que evita la afectación y la presunción para hacer valer más bien la fuerza de la argumentación capaz de hablar a la inteligencia y el poder evocador de las frases densas y de las antítesis que tienen la capacidad de despertar asombro; podemos aplicar a su forma de escribir lo que Pablo mismo declara en una de sus cartas respecto a su modo de hablar: «cuan­do fui a ustedes, no fui con el presti­gio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios. [ ... ] Y mi palabra y mi predicación no se apoyaban en persuasivos discursos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de su poder para que su fe se fundara, no en sabiduría de

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hombres, sino en el poder de Dios» ( 1

Co 2, 2.4-5). Sí, por humildad afirma: «carezco de elocuencia» (2 Co 1 1, 16). Sin embargo no faltan fragmentos de su epistolario que llegan a altos niveles literarios y hasta poéticos (cfr el himno al amor de Dios de Rm 8, 31-39 o bien el del amor cristiano de 1 Co 13).

En el Canon del Nuevo Testamento

En él Nuevo Testamento trece cartas reivindican explícitamente lapa­ternidad del apóstol (un caso aparte es la Carta a los Hebreos, atribuida en el pasado a Pablo; en realidad no se nom­bran remitente ni destinatario; además, más que una carta es una homilía); entre ellas, por razones estilísticas y teológicas, solamente siete son atribui­das con certeza a él ("protopaulinas":

1 Ts; 1 y 2 Co; Flp; Flm; Ga; Rm), las otras con diverso grado de incer­tidumbre, son atribuidas a discípulos posteriores, según el difundido fenó­meno de la seudo epigrafía ("deutero­paulinas": Col; Ef; 2 Ts; 1 y 2 Tm; Tt; las tres últimas son también llamadas "pastorales"). Naturalmente esto no afecta en nada la calidad "inspirada" y "canónica" de estas cartas.

Sabemos que muy rápido fueron intercambiadas entre las distintas co­munidades (cfr Col 4, 16) y recogidas juntas; el autor de la segunda Carta de Pedro las menciona (cfr 3, 15-16) dando por lo tanto, por descontado, que la comunidad a quien se dirige ya las conoce; implícitamente reconoce en ellas un gran valor porque en cier­to sentido las compara incluso, con las escrituras hebraicas.

De algunas alusiones internas de los escritos sabemos también que la recolección que tenemos no es com­pleta. Pablo escribió cartas que desgra­ciadamente se perdieron (cfr 1 Co S, 9; 2 Co 2, 4; 7, 8; Col 4, 16). En cuanto al Canon actual de la Biblia, recuérdese que el orden de las cartas paulinas tal como las encontramos en el Nuevo Testamento, no sigue un orden cro­nológico, sino el que se basa en su extensión. Por lo tanto, empieza con la más extensa (Carta a los Romanos) y termina con la más corta (Carta a Filemón); si se hubiera seguido la cla­sificación de acuerdo a la antigüedad, hubieran tenido este orden: primera Carta a los Tesalonicenses (escrita en el año 50); primera Carta a los Corintios, segunda Carta a los Corintios, Carta a los Filipenses, Carta a Filemón, Carta a los Gálatas y Carta a los Romanos (escrita probablemente en el año 58).

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Primera Carta a los Tesalonicenses

Es en absoluto el escrito cristiano más antiguo que conocemos, el que Pablo envía hacia el año 50 a la comu­nidad de Tesalónica fundada por él pocos meses antes, durante el segun­do viaje misionero (Hch 17). La carta no presenta las grandes temáticas teológicas paulinas, pero es muy inte­resante pues conoce el clima que se respiraba en algunas iglesias en sus orí­genes. Después del saludo y el amplio agradecimiento inicial a Dios (cfr 1 Ts 1; en el capítulo 3 se comprende que las reconfortantes noticias Pablo las recibió de Ti moteo, quien había visita­do a los tesalonicenses), Pablo recuer­da su apostolado en esa comunidad, cómo se sentía dispuesto a hacer todo por ellos, en forma semejante a una madre o a un padre (capítulo 2). En la siguiente parte afronta algunas cuestiones específicas referentes a los creyentes: la necesidad de estar alerta ante la impudicia, el amor fraterno, la situación de los muertos y de los vivos en el momento de la venida del Señor al final de los tiempos, la necesidad de la vigilancia en la espera (4,1-5, 11). En la última parte antes de la despe­dida encontramos una lista de exhor­taciones (por consiguiente, de verbos en forma imperativa) que ilustran los

puntos principales del compromiso cristiano para una vida comunitaria fraterna (5, 12-22; v. 21: «examínenlo todo y quédense con lo bueno»).

Primera Carta a los Corintios

Escrita hacia el año 55, cuatro o cinco años después que el apóstol había predicado el Evangelio en Corin­to y fundado esta iglesia entre los paganos ( cfr Hch 18), entre todas las cartas paulinas es la más "ocasional" dado que trata en la mayoría sobre problemas circunstanciales, cuestiones de vida comunitaria que corrían el riesgo de crear tensiones, divisiones o escándalos y de los cuales Pablo había

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llegado a conocer a través de algu­nos enviados; el apóstol afronta las c~estiones una por una sin que haya una sucesión ordenada de antemano; clave de lectura comunitaria es que toda solución debe verse en pers­pectiva a partir de la relación con Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; no es casual que Pablo inicia indicando la «predicación de la cruz» ( 1 Co 1, 18) y termina con la resurrección (capítulo 15) como para subrayar que todo el tema pastoral está sostenido por estas dos arcadas. Estos son los argumentos tratados: las divisiones internas en la comunidad (capítulos 1 a 4),1os desórdenes sexuales (5-6); el matrimonio y la virginidad (7); el culto pagano y el culto cristiano (8-1 1; en detalle aborda los problemas provo­cados por los cristianos que participan en los banquetes de amigos en tem­plos paganos; propone su ejemplo de apóstol y da indicaciones acerca del comportamiento durante las asam-

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bleas litúrgicas); el uso de los carismas ( 12-14); la resurrección de los muer­tos ( 15); sobre la colecta y despedida ( 16 ). En particular la carta contiene la narración más antigua de la Cena del Señor ( 11 , 23-26),1a declaración de la primera tradición cristiana sobre las apariciones del Resucitado ( 15, 3-7) y el célebre "himno" al amor ( 1 3).

Segunda Carta a los Corintios

Las relaciones con la comunidad de Corinto fueron más bien agitadas y esta otra carta es una ulterior con­firmación de este hecho. Compues­ta probablemente uno o dos años después de la primera carta a los Corintios, tiene como objetivo prin­cipal el favorecer la paz, después de que algunos adversarios de Pablo durante su ausencia habían sembrado confusión interpretando de mala vo­luntad el trabajo y las intenciones del apóstol. Después de una prime­ra defensa de su propio apostolado (capítulos 1-7), Pablo dedica dos capí­tulos para recomendar la colecta a favor de los pobres de Jerusalén (8-9), después regresa a defenderse, esta vez por la acusación de debili­dad ( 1 0-13; aquí está una de las frases que expresan mejor la típica paradoja paulina: «cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte», 1 2, 1 0). Se delinean en estas páginas algunos trazos de los adversarios de Pablo, pertenecientes a los judeocristianos y que parecen tener una personalidad antagónica (cfr 11, 22-23); Pablo no es tierno con los que define como "falsos apóstoles" o "superapósto­les" porque está en juego la misma identidad cristiana enraizada en el

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Evangelio. Rica en referenc1as auto-iográficas (cfr el famoso «aguijón

en la carne», una dura prueba, tal vez una enfermedad que no le impidió hacer brotar la fuerza de Dios), la carta subraya sobre todo la grandeza de la tarea de mediación que tiene el ministro de Cristo, en consideración de la reconciliación a la cual exhorta a los corintios: «¡reconcíliense con Dios» (5, 20).

Carta a los Filipenses

La carta está destinada a la pri­mera iglesia fundada por Pablo en territorio europeo, la comunidad con la cual tuvo la relación más ar­moniosa y afectuosa (la única de la cual aceptó recibir ayuda mate­rial, cfr 4, 15-16); escrita mientras se encuentra preso ( cfr 1, 7.13 .17), probablemente en Éfeso, alrededor de la mitad de los años cincuenta. No sobresalen grandes temas que sirvan

de eje conductor para el escrito (si se tomara en cuenta la frecuencia, se elegiría la temática de la alegría, cfr 1, 4.18.25; 2, 2.17.18.28.29; 3, 1; 4, 1.4.1 0), más bien , Pablo con cariño quiere agradecer a los cristianos de Filipos, informarles sobre su situación y sobre todo, exhortarlos a vivir según el Evangelio, permaneciendo fuertes y unidos en el combate de la fe, inclu­so ante los adversarios (cfr 1, 27-28; a éstos, probablemente, judeocris­tianos que ponían la Ley mosaica y la circuncisión sobre el mismo Cristo, dirige estas palabras bastante duras: «Atención con los perros [ .. . ] atención con la mutilación. Pues los verdaderos circuncisos somos nosotros»; cfr 3, 2-3 .18-19); a este fin señala el gran ejemplo de Cristo, retomando un antiguo himno que después se hizo merito­riamente célebre: Cristo «siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios ... » (2, 5-6); cabe señalar

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que en uno de los fragmentos auto­biográficos más importantes de todo el epistolario paulino (3, 5-14) hace la primera aparición el tema de la justi­ficac ión por la fe (3, 9) que después se encontrará desarrollado en Gálatas y sobre todo en Romanos.

Carta a Filemón

Se trata de un pequeño escrito, casi un "recado" frente a las otras car­tas paulinas (solamente 25 versículos), es la más personal y confidencial de todas; revela un rasgo muy particular de la sensibilidad del apóstol y de su capacidad F ara persuadir. Al final de la lista de destinatarios se menciona a la comunidad que se reúne en casa de Filemón (cfr v. 2), aunque en el tono es casi una carta privada que tiene la intención de convencer a éste de volver a recibir a Onésimo -su esclavo que había huido-- como her­mano en el Señor. Pablo se encuentra en prisión (cfr vv. 1.9.1 0.13.23). proba­blemente la misma en donde escribe

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la Carta a los Filipenses, o sea, la de Éfeso, hacia los años 54-55; probable lugar de destinación es la ciudad de Celosas.

Carta a los Gálatas

Dirigida a más comunidades como una especie de "circular" (cfr Ga 1, 2: «a las iglesias de Galacia»); entre todas las cartas paulinas es la más apasionada y polémica, la única en que Pablo se brinca e l paso in icial dedicado al agra­decimiento para ir en seguida al grano (v. 6: «Me maravillo de que tan pronto hayan abandonado al que los llamó por la gracia de Cristo, para abrazar otro evangelio») y en la cual llega a tonos drásticos: «¡Gálatas insensatos! ¡Quién los ha fascinado a ustedes, a cuyos ojos ha sido presentado Jesucristo crucifi­cado?» (3 , 1 ). En estos términos quiere reprender severamente a los creyentes de Galacia provenientes del paganismo que habían cedido a las presiones de quien quería imponerles, interviniendo desde fuera después de la predicación

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. c:le Pe.blo, la circuncisión y la observan­.: cia: aTa Ley mosaica, deformando así el

Evangelio. Por este motivo, recuerda que el Evangelio predicado por él le fue revelado directamente por Cristo (menciona aquí su conversión) y que recibió la aprobación de los após­toles ( 1, 1 1-2, 1 O); además, Pablo se defiende de todo compromiso sea cual sea su procedencia (2, 1 1-14); esto lo induce a hablar -por primera vez con cierta extensión y después en otras ocasiones en este mismo escrito- acerca del tema de la justifi­cación (2, 16 ss): es la fe y no la obser­vancia de la Ley mosaica la que hace justos. En esta verdad del Evangelio se ponen las bases para superar todas las discriminaciones religiosas, socia­les y de género (cfr Ga 3, 28). En el capítulo S encontramos proclamada en términos memorables la libertad de la que el creyente goza en Cristo (justamente la Carta a los Gálatas ha sido definida la «carta magna de la libertad cristiana») y que está llama­do a dignificar en el amor, bajo la guía del Espíritu Santo. Las intuiciones aquí expresadas "a vapor" sobre los gran­des temas teológicos (entre los cuales se incluye el ser hijo y la función de la Ley) serán retomadas en forma más sosegada y articulada en la Carta a los Romanos.

Carta a los Romanos

Con justa razón, la Carta a los Romanos es considerada uno de los escritos más importantes de los orí­genes del cristianismo, punto de refe­rencia continuo de la teología hasta nuestros días. Entre las cartas pauli­nas es la menos ligada a circunstancias

concretas de la comunidad a la cual se dirige (la Iglesia de Roma no fue fundada por Pablo, estaba ya consoli­dada a partir de su núcleo original por judeocristianos a quienes se habían agregado cada vez más creyentes de origen gentil), por esta razón, es la más "pensada" y por consiguiente, estructurada según un diseño bien preciso, motivo por el cual resulta al final una síntesis particularmente lograda de la teología del apóstol. La tesis principal de la carta está formula­da en los versículos 16 y 17 del primer capítulo: «Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree [ ... ] en él se revela la justicia de Dios»; como se explicará más delante, esta justicia no es la que se expresa en la condena por el pecador, sino que es la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación y con base en ella Dios hace justos a los creyentes en Cristo, más allá de toda distinción de méritos o deméritos, de etnia o de condición religiosa; el pagano es admitido a la misma herencia del hebreo con base en la única fe en Cristo. Este argumen­to se desarrolla en los primeros cinco capítulos, donde el último de ellos hace de bisagra con lo que sigue, es decir, las implicaciones del Evangelio (capítu­los 6 a 8); inserto en Cristo a través del bautismo, el creyente es libera­do del pecado y de la Ley, para llegar así a la vida según el Espíritu. Tres ca­pítulos afrontan la acuciante cuestión de la suerte de Israel (capítulos 9 a 1 1) y cierran la parte más doctrinal, mien­tras los capítulos restantes, antes de la conclusión (capítulos 12 a 15), ponen el amor-ágape como el criterio central del comportamiento cristiano.

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A diferencia de las precedentes, en las cartas "deuteropaulinas" se no­ta la falta de una relación directa en­tre Pablo y sus comunidades. Tales cartas están dirigidas a un auditorio más amplio, las temáticas son más ge­nerales; probablemente reflejan un período histórico sucesivo, en que la doctrina cristiana se iba consolidando.

Carta a los Colosenses y Carta a los Efesios

La Carta a los Colosenses y la Carta a los Efesios forman parte del grupo de las "cartas de la cautividad" (junto a Filipenses y Filemón), dado

La teología paulina se dedica

a hacer resaltar repetidamente

el significado salvífico de la cruz. Es la teología de la palabra,

porque sólo a través de la palabra de la cruz, la muerte de jesús

permanece presente, es gracia,

promesa, compromiso;

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y es obra del Resucitado

hacer que esta palabra

se manifieste en la predicación,

en el sacramento y en la vida cristiana.

E. Kiisemann

que el autor, que se presenta como el apóstol Pablo, afirma que se encuen­tra en prisión. Dichas cartas presen­tan mucha similitud entre ellas, tanto en el vocabulario como en el estilo: aparte de su mayor extensión, Efesios parece casi una relectura de más profundidad de los grandes temas tratados en Colosenses. Entre ambas presentan dos partes bien definidas, la primera de tipo doctrinal sobre el misterio de Cristo y de la Iglesia (Col 1-2; Ef 1-3), la segunda de tipo exhor­tativo, sobre el comportamiento del cristiano (Col 3-4; Ef 4-6). En ambas se retoman y desarrollan temas típica­mente paulinos, a veces desde ángulos diferentes; por ejemplo, en las cartas "protopaulinas" el tiempo del fin es considerado inminente, mientras en las "deuteropaulinas" se razona con la perspectiva de la distancia acerca de dicho término, probablemente por la experiencia de lo que se consideraba como un "retraso de la parusía" (veni­da del Señor).

Segunda Carta a los Tesalonicenses

En la segunda Carta a los Tesalo­nicenses ---que sustancialmente reto­ma y desarrolla algunos temas de la primera Carta a los Tesalonicenses-se encuentra una explícita adverten-

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,1"' .. cia: «no se dejen ''alterar tan ··fáci l­mente en su ánimo [ ... ) que les haga suponer que está inminente el Día del Señor» (2 Ts 2, 2). Son dos las partes de la carta: en la primera, que ocupa el capítulo 2, se afronta la cuestión de la venida final de Cristo, con el inten­to de responder al clima de espera espasmódica que se había difundido en la comunidad; en la segunda (capí­tulo 3), Pablo vuelve a llamar a los creyentes a una vida comprometida en el trabajo, en la caridad fraterna y en los deberes personales.

Las dos cartas a Timoteo y la Carta a Tito

Las dos cartas a Timoteo y la Carta a Tito son llamadas "pastora­les" porque están dirigidas a los res­ponsables de comunidades cristianas, identificados con importantes colabo­radores de Pablo, y se centran en el orden eclesiástico interno. Precisa­mente la presencia de una estructura ya definida, que prevé el ministerio de obispos, diáconos y presbíteros, junto a citas de afirmación teológica, presentadas como notas y aprobacio­nes, es la señal de un "depósito" de la fe y de la tradición más bien rico y en camino de consolidación. En par­ticular, la segunda Carta a Ti moteo es considerada el testamento espiritual del apóstol, presentado en cadenas y ya cercano al martirio: «estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inmanen­te. He competido en la noble com­petición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4, 6-7).

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vo yo, ue Cristo vive en mí ~CJÚV e& pcJ~

¿Un "explorador libre"?

El pensamiento cristiano de Pablo reflejado en sus cartas -aun con toda su carga de novedad, que en dos mil años nunca ha dejado de estimular la renovación de la Iglesia- no apareció

como un relámpago en el cielo sereno en el panorama del cristianismo en sus orígenes, ni fue él ni quiso ser un "explorador libre"; considerarlo así, significaría olvidar que él fue ante todo deudor de la primerísima comu­

nidad de creyentes en Jesús que él encontró después de su conversión

(en particular, la comunidad que lo acogió en Damasco, la de Jerusalén y

la de Antioquía) y que le transmitieron -hasta en el vocabulario- la formu­lación de los fundamentos de la fe cristiana; además, él siempre buscó la

comunión y la aprobación de quienes eran apóstoles antes que él, recono­ciéndoles su autoridad.

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Una teología aplicada

Además de esta "deuda" que podemos defin ir "desde la t radición eclesial", el pensamiento de Pablo es inducido desde las situaciones de las iglesias que él evangeliza, de las cuestiones en gran parte inéditas, que surgían en la inculturación del evan­gelio en el mundo pagano; y por lo tanto, no asume los contornos de una doctrina sistemática y mucho menos completa. Más bien, su pensamiento cristiano es una "teología aplicada" -como ha estado justamente defini­do- que significa observar al mundo y a la historia desde la relación con la Persona viva que marcó toda su existencia.

De hecho, su pensamiento comen­zó a fluir como un torrente-que con­tinuó alimentándose- sobre todo de una fuente: el encuentro con Jesús resucitado, sucedido por primera vez en el camino a Damasco. A partir de aquel crucial día, todo su mundo axio­lógico precedente sufrió un restable­cimiento, una "reconfiguración" con base en un nuevo "sistema operativo" que se llama Jesús el Cristo, a quien Saulo había considerado un impostor terminado miserablemente, maldito por Dios y los hombres y ahora por Pablo confesado y anunciado como Mesías (Christos) y Señor (Kyrios) muerto y resucitado por todos ( cfr 2 Co S, IS) y por cada uno personal­mente: (Ga 2, 20: «que me amó y se entregó a sí mismo por mí»).

La experiencia de la gracia

Pablo hizo la experiencia de la gracia, es decir, de la benevolencia, del

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perdón, del amor de Dios que es puro don, absolutamente incondicional, no dependiente de méritos o tributos hu­manos (¡él, en cuanto perseguidor de los cristianos sólo tenía deméritos!) . En Jesucristo, Dios se revela como Aquel que toma la iniciativa de venir al encuentro del hombre, antes que éste pueda hacer algo por ir hacia Él (cfr Rm S, 8: «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros»). La primera consecuencia es que frente a Cristo se superan todas las distincio­nes y las prerrogativas humanas (cfr Rm 3, 23-24), tanto religiosas, cultura­les y sociales (cfr Ga 3, 28). Dios no hace preferencias entre las personas (cfr Rm 2, 1 1 ), es más, incluso parece que si hay una atención particular, está ¡escandalosamente dirigida hacia los pecadores! (cfr Rm 4, S; S, 6). De esta realidad fructifica no únicamente la superación de la desigualdad entre judíos y gentiles (cfr Rm 1, 16), sino también la inclusión de estos últimos en las promesas de Israel ( cfr Rm 1 1, 17), el pueblo de la alianza que nunca ha sido revocada (cfr Rm 11, 29).

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ando s allá del Jesús terrena-··

tiSe.MJv ~i.cAlo-~

Al centro del Evangelio paulino está la persona de Jesucristo. Pero no tanto el Jesús terreno (que Pablo, probablemente nunca conoció), con sus acciones y sus enseñanzas durante su ministerio entre la gente, sino el Señor, es decir, el Crucificado-Resu­citado ya glorificado, vivo en los cris­tianos y presente en el mundo con su Cuerpo místico que es la Iglesia.

Las acciones terrenas de Jesús

No sabemos si Pablo haya tenido algún contacto con Jesús de Nazaret antes de su crucifixión, sucedida en abril del año 30; no es inverosímil que Pablo se encontrara en Jerusalén en la pascua del año mencionado, pues especialmente para un hebreo obser­vante era la peregrinación más impor­tante del calendario. Si estaba allí, sin lugar a dudas habrá al menos sabido de aquel presunto Mesías de Galilea terminado en forma tan miserable. Como sea que haya sido, de las accio-

nes terrenas de Jesús, Pablo se limita a recordar las cosas esenciales: que verdaderamente es hombre (Fip 2, 7), que pertenece al pueblo de Israel (Rm 9, 5), descendiente de los patriarcas (Ga 3, 16), de origen davídico (Rm 1, 3), nacido de una mujer, bajo la Ley (Ga 4, 4), que en la noche que fue traicionado instituyó la Eucaristía ( 1 Co 1 1, 23) y sobre todo, que murió en la cruz ( 1 Co 1,23;2,2;2Co 13,4;Ga3,1;6,14, etc.), fue sepultado y resucitó al tercer día, después de que se aparece a los Doce y a otros discípulos ( 1 Co 15, 3-8). Por otra parte, los fragmentos en que el apóstol hace referencia explíci­ta a palabras de Jesús son escasos; de éstos, únicamente tres son verdade­ros y se encuentran en la primera Carta a los Corintios: la indisolubilidad matrimonial (7, 1 O); el mantenimiento de quien anuncia el evangelio (9, 14) y las palabras de la última Cena ( 11, 24-25). Y cuando invita a imitar a Jesu­cristo en su existencia terrena, lo hace indicando sobre todo su actitud de obediencia al Padre y de donación a los otros (cfr 1 Ts 1, 6; 1 Co 1 1, 1; Flp 2, 5). Más numerosas son, en cambio, las veces que se recurre en las cartas paulinas a pasajes que reflejan dichos de Jesús que encontramos en los evangelios, sobre todo aquellos sobre la inminencia del día del Señor (cfr

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1 Ts S, 2) o aquellos típicos del Dis­curso de la Montaña sobre la predi­cación hacia los pobres y senci llos ( cfr 1 Co 1, 27-28), sobre el mandamiento del amor y la no violencia (cfr Rm 12, 9-10) .

Jesús, Pablo y la Ley

Una comparación particularmen­te interesante entre Jesús y Pablo, que permite hacer una sustancial con­tinuidad es la que pone en evidencia la actitud de ambos ante la Ley mosai­ca. Si en muchos aspectos la vida de Jesús refleja la de un judío observante - alguien que asistía al templo, a la sinagoga el sábado, que bendecía la comida, etcétera- sin lugar a dudas, el Mesías manifestó una gran liber­tad -e implícitamente, su superio­ridad- respecto a la Ley: basta con recordar su repetida inobservancia del reposo del sábado, su oposición al consentimiento del divorcio y a la

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practica del ayuno, la superaCion de los preceptos sobre lo que era puro e impuro, el trato con personas que eran notoriamente fuera de la Ley; estos últimos, por otra parte, los pecadores transgresores de la Ley, recuperan su relación con Dios, pero no regresando a la observancia de la Ley, sino gracias a su relación con Jesús. Por consiguiente, aún sin haber afirmado que la Ley está superada y que ya no se requiere cumplirla, implícitamente Jesús se pone no sólo en actitud crítica ante ella, sino clara­mente más allá y sobre ella.

Si Jesús había testimoniado una actitud de superación de la Ley, sobre todo con su comportamiento prác­tico. Pablo es llevado a reconocer tal actitud basándose en su experiencia personal y se encuentra después ante la necesidad de brindar una explicación al respecto, como de hecho sucede en sus escritos, proporcionando así las razones en el plano teórico.

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pectivas nuevas

o~1o~

La perspectiva paulina

Pablo nunca dejó de ser ni de sen­tirse judío, así como tampoco dejaron de serlo los judíos que se habían hecho seguidores de Jesús reconociendo en Él al Mesías prometido a Israel y que sin embargo, continuaban observando la Ley mosaica con sus preceptos. Contrariamente a cuanto considera­ban algunos sectores del cristianismo primitivo -incluso Santiago (cfr Hch 21, 20)- Pablo está firmemente con­vencido de que ahora es Cristo y ya no la Torá quien establece la comunidad de los elegidos de Dios (de esto pro­ceden las persecuciones incluso vio­lentas por parte hebraica y las fuertes oposiciones de estos judeocristianos "tradicionalistas"): y que en defini­tiva las dos entidades no son entre ellas compatibles, una excluye nece­sariamente a la otra; en particular es Cristo quien excluye desde el proce­so salvífico a la Ley y las obras que ésta pide (Rm 1 O, 4: «Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente»). Ya no, por consi­guiente, una justicia basada en la pues­ta en práctica de las obras solicitadas por la Ley (perspectiva judía), ni tam­poco poner a Cristo como ayuda al lado de la Ley para lograr el mismo fin (perspectiva judeocristiana), sino una

justicia basada únicamente en Cristo (perspectiva paulina). Para Pablo si uno está en Cristo a través de la fe en Él, entonces obtiene la justicia y será llevado a realizar las obras corres­pondientes a ella: «no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe» (Fip 3, 9); «Porque siendo de Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircun­cisión tienen eficacia, sino la fe que ac­túa por la caridad» (Ga S, 6); «el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co S, 17). Podemos resumir así las diferen­tes posiciones ( cfr R. Penna, Lettera ai

Filippesi, Roma 2002, p. 99).

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Pablo asume la última posición mencionada, que en su esencia debía

est¡ir presente ya antes que él en algu­nos sectores de la Iglesia primitiva (como en el grupo de Esteban, cfr Hch

6-7) y le confiere un espesor teológico capaz de resistir los ataques de quien se oponía a dicha posición: con Pablo, de hecho, se consolida una nueva her­menéutica del anuncio cristiano.

La función de la Ley

Con lo mencionado no significa

que Pablo considere abolida la Ley mosaica (cfr Rm 3, 31 ). sino sólo que ésta ya no jene ninguna función sal­

vífica, o sea, no sirve para lograr la obtención de la justicia. «Entonces, ¡para qué la ley?» (Ga 3, 19); del núme­

ro de pasajes en que afronta este tema (especialmente en Gálatas y Roma­nos) se deduce que la difícil pregunta se le debió presentar a menudo, como objeción proveniente del exterior, o

como parte del proceso de argumen-

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tación del mismo Pablo reflexionando

sobre el plan salvífica de Dios. El após­tol explica que el fin de la Ley hasta la

venida de Cristo era "pedagógico". es decir, tener bajo custodia a aquellos

que estaban en espera de Cristo (Ga 3, 23-24); una vez venido cesa esta función específica. Pablo continúa a reconocerle de alguna forma, una fun­ción de guía ética, en cuanto que lo

que la Ley pide en el plano del com­portamiento, es bueno (Rm 7, 12); era

notorio, por otra parte, que frente al mundo pagano la Ley mosaica estig­matizaba los pecados de idolatría y los pecados en el campo del compor­tamiento sexual (adulterio, incesto,

prostitución, homosexualidad), por los cuales Pablo regañaba a sus co­munidades; él, además, rechazaba fir­memente los puntos de la Ley que creaban separaciones entre hebreos

y gentiles (circuncisión, normas sobre los alimentos y el sábado). En todo caso para Pablo (pero ya antes para Jesús) todos los mandamientos de la Ley se resumen en el mandamiento del amor al prójimo ( cfr Ga S, 14 y Rm 13, 8-1 O; citan a Levítico 19, 18

que sin embargo, no forma parte del Decálogo); y cuando quiere indicar a los cristianos la voluntad de Dios, no remite a la Torá, sino que invita a llevar

a cabo un discernimiento bajo la luz de Cristo (cfr Flp 1, 9-1 1; Rm 12, 2:

«de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto»).

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La gratuidad de la justificación

La justificación gratuita mediante la fe en Cristo es el corazón de la predicación paulina, del Evangelio, es más, óptima noticia. La afirmación más concisa y clara la encontramos en la Carta a los Gálatas (2, 16 ): «el hombre no se justifica por la obras de la ley sino por la fe en Jesucristo». La más completa está en la Carta a los Roma­nos (3, 21 -26): «la justicia de Dios se ha manifestado [ ... ] por la fe en Jesu­cristo, para todos los que creen [ ... ], todos pecaron [ ... ] y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús [ .. . ]» (cfr también Ga 3, 8; Flp 3, 9; Rm 3, 28-30; S, 1 s; 8, 30.33; 1 O, 1-4; 1 Co 1, 29; 6, 11 ; Ef 2, 8-9; Tt 3, S-7).

La justicia de Dios de la cual se habla no es la justicia retributiva, que dado el pecado del hombre, sería ine­vitablemente punitiva, sino que reanu­dando el concepto bíblico de justicia

-que consiste esencialmente en la intervención salvífica de Dios- indica al contrario, el acto mediante el cual Dios "hace justo" al hombre (Él es «aquel que justifica al impío» Rm 4, S). Decir «Se ha manifestado la justicia de Dios» equivale, por consiguiente a «se ha manifestado su bondad, su misericordia, su amor». Es Dios quien ha tomado la iniciativa; Él no ha espe­rado que los hombres cambiaran de vida, que iniciaran a ser buenos, para ofrecerles la salvación. Este es el núcleo de la revelación cristiana: no es el hombre quien hace algo para sal­varse, sino que es Dios quien lo hace para salvar al hombre. Esto define Y distingue al cristianismo en cuanto religión de la gracia de las otras religio­nes (también al hebreismo pertenece en esencia esta prerrogativa) . Delante al Dios de Jesucristo no hay méritos o atributos por hacer valer: su gracia no considera las cualidades del hombre, se le recibe únicamente como don - nunca como una recompensa a algún esfuerzo o resultado- y un don no pide más que ser aceptado: esta aceptación consiste en el creer.

Este es su evangelio: la gratuidad y la anterioridad de la gracia que precede todo tipo de respuesta hu­mana (Rm S, 8: «mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo,

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siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros»). Para hacer una comparación, es como si se dijera a un condenado a la pena capital, a uno que está ya en los brazos de la muerte: «¡Se te concedió el indulto! Eres libre, ¡puedes salir de inmediato!». La buena noticia es este indulto, esta gracia ines­perada además de inmerecida (porque la condena era muy justa). Y este, su evangelio, Pablo lo ha experimentado antes por sí mismo cuando siendo enemigo de Jesús («¡Por qué me per­sigues?») es llamado por Él a conver­tirse en heraldo de su nombre entre toda la gente.

La justificación por la fe

El evangelio paulino de la justifi­cación por la fe no es una invención de Pablo ni tampoco una alteración del auténtico Evangelio de Jesús, más bien corresponde plenamente -aunque con una fraseología distin­ta- a la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios y sobre todo a su praxis en relación con los pecadores; cuando Jesús anuncia que el Reino de Dios está cerca (cfr evangelio de san Marcos, Me 1, 15), pretende indicar la iniciativa salvífica de Dios, el don de la salvación ofrecido a la humanidad. La expresión «Arrepiéntete y cree en el evangelio» en el fondo, no sig­nifica hacer dos cosas diferentes una después de la otra, sino que expresa una única actitud de aceptación de la salvación, un cambio de mentalidad creyendo («La primera conversión a Dios consiste en creer», escribe Tomás de Aquino). Lo que para Jesús es «creer en el Evangelio» (en Mt 4, 23 se habla del «evangelio del Reino»)

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en Pablo se convierte en «creer en Jesucristo». Dos formas distintas para designar lo mismo. Por otra parte, en los evangelios se narra cómo el Reino es acogido -con una apertura corres­pondiente a su gratuidad- de quien no tiene mérito alguno (los pobres, los pequeños; cfr Mt S, 3; 18, 1-4; Le 1 O, 21) o de quien, como los pecadores, sólo tiene deméritos (cfr la pecadora perdonada en Le 7, 36-50; la parábola del Padre misericordioso en Le 15; la parábola del publicano que se fía úni­camente en la bondad de Dios y «bajó a su casa justificado» en Le 18, 1 0-14a; el episodio de Zaqueo en Le 19, 1-1 O; etc.).

Nos molesta oír que fuimos salvados

por la gracia y sólo por la gracia. No apreciamos e/ hecho

de que Dios no nos deba nada,

que nuestra vida dependa sólo de su bondad,

que no nos queda mós que una gran humildad

y e/ agradecimiento de un niño a quien han hecho

un montón de regalos. En realidad no nos gusta

en absoluto distraer la mirada dirigida a nosotros mismos.

Preferimos con mucho retirarnos a nuestro círculo cerrado

y estar con nosotros mismos. Si lo queremos decir sinceramente:

no nos gusta creer. K. Barth

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El punto firme

Pablo permanece siempre actual por su sorprendente trayectoria hu­mana, que lo vio transformarse de enemigo declarado de Jesús a su anun­ciador intrépido, preparado a morir por su causa. Además la lectura de sus escritos nos permite en forma única beber siempre de nuevo en las fuen­tes de la fe , tal como fue vivida por las primeras generaciones cristianas.

Claro que muchas problemáticas que afrontó el apóstol en las situa­ciones circunstanciales de las comu­nidades a las que escribe ya no son actuales; a su vez, otras siguen con­servando su validez para el hoy ecle­sial ... el punto de referencia que Pablo

propone continuamente es de todas maneras, siempre actual: Cristo y la relación con Él; para Pablo, en efecto, como ha sido acertadamente dicho, «la solución precede al problema» (E. P. Sanders), la acción salvífica de Dios en Jesucristo es el punto de referencia firme, casi el absoluto, desde el cual se observa todo el resto, incluso el pecado, el mal, la muerte, que por eso, en definitiva, resultan relativos.

Un modelo de inculturación

El mundo, hoy como entonces, requiere de un anuncio que sea alegre noticia de liberación de cualquier tipo de esclavitud, opresión, discriminación; el Evangelio es rechazado hoy como lo fue entonces y Pablo nos ofrece un modelo extraordinario de esta incul­turación del alegre mensaje. Sólo se anotan un par de ejemplos (aunque se podrían dar muchos otros) .

• La unidad de los cristianos. Pablo llevaba en el corazón el apremio de la unidad, de la comunión entre todos los creyentes en Cristo, no concebida como aplastamiento de lo esencial, ni basada en la uniformidad o en el silen­ciamiento de la crítica ( cfr el "incidente de Antioquía": el derecho de pensar en parresia), sino fundada en Cristo y continuamente medida de acuerdo

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a su coherencia con el Evangelio, una

unidad abierta a las múltiples formas del don de Dios, que se comparte para el enriquecimiento del otro. En este sentido basta recordar la gran amonestación de Pablo contra las di­visiones presentes en la comunidad de Corinto, donde se habían formado

grupos de poder contrapuestos: «Yo soy de Pablo, Yo de Apelo, Yo de Ce­fas [Pedro], Yo de Cristo» ( 1 Co 1, 12-13; 3, 4s). Que podemos traducir hoy así: «Yo soy luterano, yo ortodoxo, yo anglicano, yo soy católico». Entonces, Pablo reprende: «¡Acaso está Cristo dividido/». La respuesta implícita es:

«No». ¡Pero la Iglesia es el cuerpo de Cristo! Romper la unidad de la Iglesia equivale a romper a Cristo, ¡equivale a hacer continuar su pasión en la his­toria! «Ninguno ponga su gloria en los hombres» dice Pablo, indicando la causa de las divisiones, «porque todo es de ustedes», todo está a su servi­

cio, incluso los ministros, y ninguno se puede enseñorear sobre los cristia­nos, salvo Cristo: «Pablo, Apelo, Cefas,

el mundo, la vida, la muerte, el pre­sente, el futuro, todo es de ustedes; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios» (1 Co 3, 21-22).

• Fe y caridad. Frente a quien se equivoca, Pablo recuerda que el crite­rio del amor, del agapé, debe superar el criterio frío -si bien unilateral­

de la ortodoxia en la fe: sabemos cuán relevante es para él la dimensión de la fe (en las cartas auténticas tenemos alrededor de 130 veces la raíz griega pist -que indica "fe-creer", el doble

de la frecuencia de agap- que quie­re decir " amor-amar"), sin embargo, Pablo no duda en reconocer que tam­bién la fe , junto con la esperanza un

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día ya no servirá, lo que quedará será únicamente el amor (cfr 1 Co 13,). «[ ... ] la ciencia hincha, el amor en cambio edifica» ( 1 Co 8, 1 ); y advierte:

«Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡un hermano por quien murió Cristo»! (8, 1 1 ). Un lugar especial en el corazón de Pablo - y debería serlo para todo discípulo de Jesús- está reservado para los hebreos, el pueblo

de la alianza jamás revocada, por eso tiene palabras que revelan un amor

extremo: «desearía ser yo mismo mal­dito, separado de Cristo, por mis her­manos, los de mi raza según la carne» (Rm 9, 3).

Tomando a Pablo como compañe­ro de camino se puede llevar a cabo el apasionante viaje de la vida cristiana, siguiendo un recorrido que permane­

ce actual para todos, regresando siem­pre de nuevo a beber de la frescura del Evangelio acogido y actualizado bajo la acción del Espíritu Santo. Esta realidad a partir de un acontecimiento,

el de Cristo muerto y resucitado que misteriosamente continúa viviendo en

aquellos que creen en Él: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vi­da en la carne, la vivo en la fe del Hijo

de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20).

Más que todas las hombres, Pablo mostró qué es el hombre,

cuán grande es la nobleza de nuestra naturaleza

y cuánta virtud este ser viviente es capaz de acoger en sí.

San Juan Crisóstomo

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itio de 1 ngreso 111r:J~~~~ ,kpal;fn

Los cristianos en Damasco

Damasco, capital de Siria, típica de la época de la civilización mesopo­támica es considerada la ciudad más antigua del mundo entre aquellas ha­bitadas en forma continua. En el año 333 a.C. fue conquistada por Alejan­dro Magno y después por los nabateos (85 a.C.), convirtiéndose en una ciu­dad romana desde el 60 d.C. hasta la conquista árabe. Del 661 al 750 fue la capital del califato omeya, después con la victoria de los abasidas la sede califa se desplazó a Bagdad. Declinó, por consiguiente, políticamente para volver a adquirir importancia en el período ayubíe y mameluco. En época otomana decae del todo, transformán­dose en una pequeña ciudad de escasa relevancia económica aunque man­teniendo un cierto prestigio cultural. Actualmente cuenta con más de tres millones de habitantes, considerando en el cálculo los alrededores. Gran parte de la población es árabe musul­mana, con minorías sobre todo cris­tianas maronitas (de origen libanés) o armenios ortodoxos (de origen ar­menio).

Damasco ofrece numerosos sitios arqueológicos y conserva algunas de las principales mezquitas históricas (la más famosa es la gran mezquita de

los omeyas, que se levanta sobre una catedral cristiana, donde se conservan las reliquias de Juan Bautista).

En tiempos de Pablo (cfr Hch 9, 1-27; 22, 5-1 1; 26, 12-20; 2 Co 1 1, 32-33; Ga 1, 17) en Damasco había una floreciente comunidad hebrea y algu­nos de sus miembros eran discípulos del Nazareno; éstos acogieron a Pablo y fueron testigos de su conversión. En los Hechos de los Apóstoles se menciona la calle Recta, antiguo ca­mino romano que atraviesa la ciudad vieja de Este a Oeste (con una lon­gitud de kilómetro y medio y una anchura de veintiséis metros), que todavía es visible con sus columnas. Sobre esta calle estaba la casa de un cierto Judas, donde Saulo trastornado por el misterioso encuentro con el Resucitado, fue hospedado por algu­nos días y después bautizado por el discípulo Ananías (Hch 9, 1 0-19); la tradición cristiana ubica el lugar de la antigua casa de Judas donde ahora surge la pequeña mezquita llamada jakmak o Cheikh Nabhan con un bal­cón en forma de púlpito que sirve de alminar.

Otros sitios relacionados con la memoria de san Pablo son la Capilla de Ananías, que según la tradición se levanta sobre la casa de este anti­guo discípulo y la Iglesia de san Pablo

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( 1939), que incluye los hallazgos de Bab Kisan, la antigua puerta de la ciudad, desde donde el apóstol fue descolgado a escondidas (cfr Hch 9, 25; 2 Co 1 1, 32-33).

Antioquía de Siria

En tiempos de Pablo, Antioquía del Oriente ( cfr Hch 1 1, 19-30; 13, 1-3; 14, 21-28; 15, 22-44; 18, 22-23; Ga 2, 1 1) formaba parte de Siria, de la cual era capital. Ahora se llama Antakya, es una ciudad medianamente grande de alrededor de ciento cincuenta mil habitantes y que se encuentra en terri­torio turco. a unos quince kilómetros de la actual frontera Siria.

Antioquía fue una ciudad de gran importancia incluso desde el punto de vista religioso; sede de templos roma­nos y de cultos paganos; el suburbio Dafne es considerado el lugar en que Dafne fue transformada en una planta de laurel para huir de Apelo que se había encaprichado con ella.

Fundada en el año 300 a.C. por Seleuco 1 Nikator, uno de los genera­les de Alejandro Magno, por más de dos siglos fue la capital del reino de los seléucidas. Pompeyo en el año 64 a. C. la hizo capital y sede de la legión romana de Siria, convirtiéndose después en el primer centro comer­cial y político del Medio Oriente. Desde sus inicios vio la presencia de una comunidad hebrea (misma que es mencionada unas quince veces en 1 y 2 Macabeos); aquí se dio la prime­ra evangelización por obra de los seguidores de Jesús de lengua griega huidos de Jerusalén a consecuencia de la persecución desatada después de la muerte de Esteban; Bernabé y Pablo

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transcurrieron en esta ciudad un año enseñando y aquí por primera vez los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos (Hch 1 1, 19-26). Fue la base de los viajes misioneros de Pablo y Bernabé.

Antioquía jugó un papel muy im­portante en la historia cristiana: fue la sede de uno de los cuatro patriarcados iniciales, junto con Jerusalén, Alejan­dría de Egipto y Roma. En consecuen­cia, desarrolló una destacada escuela de exégesis bíblica y vio además, figu­ras prominentes como el santo mártir Ignacio de Antioquía, el santo Si meón Estilita y el gran predicador y escritor san Juan Crisóstomo.

En los años treinta se efectuaron excavaciones arqueológicas que pe r­mitieron descubrir valiosos mosaicos romanos y o t ros objetos hechos a mano, pero la mayor parte de la ciudad ant igua espera todavía ser descubierta. Los lugares más notables por visitar hoy en Antakya son los mosaicos en el Museo Arqueológico Hatay y la gruta iglesia de san Pedro, considerada el lugar donde se reunía la comunidad en t iempos de Pablo y por lo tanto, la iglesia más antigua del mundo.

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mores y triunfos , '1 wl,ó/1ier!v ~ f{,w

Filipos, puerta abierta en Europa

Antigua ciudad de Tracia, contigua a Macedonia y no distante del mar Egeo (Hch 16, 11-40; 20, 6; Flp; 1 Ts 2, 2). Se levanta sobre el sitio de la anti­gua Crénides y toma el nombre del rey Filipo de Macedonia que la hizo engrandecer y fortificar en el año de 356 a.C. para hacerla un centro mine­ro. Fue conquistada por los romanos en el 68 a.C., quienes hicieron en ella una guarnición militar; después de la famosa batalla del 42 a.C., vencida por Antonio y Octaviano contra Casio y Bruto, Filipos recibió nuevos colonos ex militares que contribuyeron a su desarrollo económico. Su importancia está vinculada a su posición en la vía Egnacia, una arteria de mil quinientos kilómetros que conectaba Durres (Al­bania) y Bisancio (Turquía).

Pablo llegando a Filipos toca por primera vez territorio europeo y la primera persona en recibir el bautis­mo es una mujer, Lidia. Filipos fue un centro importante incluso en la época bizantina; fue ocupada por los latinos durante la cuarta Cruzada y después abandonada.Actualmente,la moderna Filipos, que está adyacente al centro arqueológico, tiene cerca de tres mil habitantes.

La primera iglesia de la que se tienen vestigios, tiene la pila bautis-

mal en forma de cruz y de acuerdo a una inscripción en mosaico sobre el piso que está fechada hacia el año 343: «Porfirio obispo hizo el piso de la Basílica de Pablo en Cristo». El obis­po Porfirio estaba presente en el Con­cilio de Sárdica en ese año. Entre las cosas notables del sitio arqueológico son de señalar también otras dos basílicas de los siglos V y VI, la calle con pórticos que desemboca en la vía Egnacia, el Foro, la Palestra y la que comúnmente es considerada la prisión de san Pablo.

Tesalónica, articulación clave de la vía Egnacia

Salónica o Tesalónica (Hch 17, 1-15; 20, 4; 27, 2; Flp 4, 16; 1 y 2 Ts) es la segunda ciudad de Grecia en cuanto a población se refiere (cerca de un mi­llón) y la primera y más importante de la región griega de Macedonia. Funda­da alrededor del año 315 a.C. por Casandro, rey de los macedonios, se levantaba en las cercanías o en lugar mismo de la antigua ciudad de Therma. Casandro le dio el nombre de su espo­sa, quien era hermanastra de Alejandro Magno, llamada así por su padre Filipo 11 de Macedonia, para conmemorar su nacimiento el día en que obtuvo una victoria (nike) sobre los tesalónicos.

Después de la caída del reino de Macedonia, en el 146 a.C.. Salónica

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entró a formar parte del Imperio Ro­mano. Se convirtió en un importante centro comercial sobre la vía Egna­cia. Alojaba una considerable colonia hebrea y fue uno de los primeros cen­tros de la cristiandad. En su segundo viaje misionero, Pablo predicó en la sinagoga de la ciudad, la principal en esa parte de Macedonia, y puso los cimientos de una comunidad cristiana. La oposición frente a los hebreos lo obligó a dejar la ciudad y a encontrar refugio en Berea. Digna de mención es el Ágora con el doble pórtico y la Acrópolis; los templos de santa Sofía, de san Jorge y de san Demetrio, con sus mosaicos; el arco de Galerio cons­truido en el 303 d.C.

Éfeso, la ciudad de Artemisa

El primer testimonio sobre Éfeso, cuyo nombre era Apasas, se encuen­tra en algunos escritos hititas del siglo XIV a.C. Fue una de las ciudades jóni­cas más grandes en Anatolia, situada en Lidia en la desembocadura del río Caístro sobre la costa occidental de la actual Turquía. Hasta finales del siglo XIX se habían perdido los vestigios de la ciudad, después algunas exca­vaciones comenzaron a dar a conocer antiguos hallazgos. Hoy la localidad se llama Selcuk y cuenta con cerca de veinticinco mil habitantes. La antigua Éfeso se desarrolló económicamente sobre todo gracias al puerto artificial y a los comercios ligados a éste (el mar se encuentra a unos seis kilómetros). Con el tiempo se hizo un importante y rico centro comercial y desde el 129 a.C. fue la capital de la provincia romana de Asia. Se hizo famosa sobre todo por el culto a Artemisa, diosa

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de la fecundidad, a qu ien habían dedi­cado un templo grandioso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, que atraía numerosas multitudes y copiosas ganancias para la gente y los plateros del lugar. En t iempos de Pablo (cfr Hch 18, 19-21 .24-26; 19, 1-39; 20, 16-17; 21 , 29; 1 Co 15, 32; 16, 8) era la ciudad de O riente más poblada, con alrededor de doscientos mil habitan­tes; el apóstol se detuvo allí por más de dos años, encontrando un terreno favorable al Evangelio (aquí probable­mente conoció el cautiverio desde donde escribió algunas cartas); en Éfe­so había predicado también Apolo, un judío de Alejandría, después instruido más a fondo acerca de la doctrina cris­tiana principalmente por los esposos Áquila y Priscila.

Durante el período bizantino la ciudad fue perdiendo su importancia comercial (el puerto artificial cada vez más fue enarenando por los detritos del río) . Entre las ruinas conocidas --casi todas del tiempo de Augusto­son dignas de mencionar, además de las del Templo de Artemisa, las de la Biblioteca de Celso y del Teatro (que podía contener veinticinco mil espec­tadores). No hay lugares particulares de memorias paulinas (a parte de una presunta cárcel del apóstol llamada "Torre de san Pablo", al lado del anti­guo puerto enarenado), se pueden vi­sitar los escombros de la Basílica de san Juan (construida por Justiniano en el siglo VI sobre la tumba del após­tol y evangelista) y de la Basílica del Concilio o de María (año 431, primer templo dedicada a la madre de Dios), además de la avenida Marmórea que conduce hasta el mar.

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ersalidad COI'V ~ ~ CoJWJo

Atenas, ciudad de filósofos

Capital de provincia de Ática en Grecia, Atenas toma el nombre de la diosa Atenea. Es una de las ciudades más famosas de la antigüedad por su historia y arte, aunque en tiempos de Pablo ya había perdido gran par­te de su brillo; había importantes escuelas filosóficas, entre ellas las de los estoicos y de los epicúreos, con los cuales el apóstol se contactó. En Atenas había también una sinago­ga donde Pablo, como era habitual, había iniciado su predicación. En la par­te alta de la ciudad está la Acrópolis, una colina habitada desde el 111 milenio a.C., sobre la cual se levantaron los

primeros templos a partir del 600 a.C., el más majestuoso es el Partenón (templo dedicado a Atenea Parthénos, construido en el 440 a.C., uno de los sitios sacros más importantes de la antigüedad; en el siglo VI se convirtió en un templo dedicado a la madre de Dios, luego, después de la conquista turca, en una mezquita). Antiguos escritores relatan que había innume­rables estatuas e imágenes dedicadas a las muchas divinidades, entre las cuales había un altar dedicado al "dios desconocido", como incluso Pablo se dio cuenta al atravesar la ciudad. Otros lugares de la ciudad vincula­dos a la memoria del apóstol (Hch 17, 1 5-34; 1 Ts 3, 1) son el Ágora, la plaza principal donde Pablo, según los Hechos de los Apóstoles (capítulo 17) se puso a discutir con las personas que encontró, entre ellas algunos filó­sofos; y el Areópago ("colina de Ares", dios griego de la guerra), donde Pablo fue conducido para profundizar la dis­cusión (al final, sólo pocos se adhirie­ron a la fe).

Corinto, ciudad del desenfreno

Centro naval y comercial de no­table importancia desde la antigüedad, fue arrasada por los romanos en el año 146 a.C. Después de que por un

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siglo permaneció como un cúmulo de ru inas, Julio César en el 45 a.C. fun­dó a llí una colonia con el nombre de Laus Julia Corinthus. La ciudad romana alcanzó una gran prosperidad; en tiempos de Pablo ( cfr Hch 18; 1 y 2 Co) se calcula que tenía ochocientos mil habitantes, entre los que se co n­taba una consistente comunidad judía. En sus alrededores existía una calle empedrada que por medio de adecua­das carretas servía para el t ransporte de las naves entre el mar Jónico y el mar Egeo, con el fin de evitar la circunnavegación del Peloponeso (el canal se construyó en 1893). Se hizo famosa por sus "juegos ístmicos" -similares a los de Olimpia- que se celebraban cada dos años; se llevaron a cabo también en el SI d. C. y tal vez Pablo asistió a ellos: las referencias al deporte en sus cartas pueden haber sido inspiradas en ellos. Corinto era famosa también por el desenfreno de sus costumbres, tanto así que decir "muchacha corintia" equivalía a "pros­tituta".

Pablo es el más fiel intérprete

del Evangelio; lo anuncia a toda la humanidad

y lo aplica a todo tipo de necesidades: individuales,

familiares y sociales. S. Alberione

Pablo encontró alojamiento y tra­bajo con los esposos Áquila y Priscila (Hch 18, 1 ss) y empezó a predicar en la sinagoga. En el año y medio de su estancia, su trabajo no debió ser poco

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pues cuando dejó la ciudad en el año 52, quedó constituida una discreta comunidad cristiana de mezclada pro­cedencia social y económica.

La ciudad fue devastada en 395 por los godos de Alarico y desde ese momento decayó irremediablemente. La Corinto actual cuenta con aproxi­madamente treinta mil habitantes. Las ruinas de la antigua ciudad, que se remontan casi todas a la época romana, están esparcidas alrededor de la base de la elevación rocosa del Acrocorin­to, punto panorámico sobre el cual estaba erigido el templo de Afrodita (un millar de sacerdotisas de Venus practicaban la prostitución sacra); den­tro del foro se puede ver el "Bema", el pedestal de los oradores donde probablemente fue conducido Pablo para defenderse frente al procónsul Galión.

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La Basílica de san Pablo extramuros

Como un testimonio de la tradi­ción más antigua, la Basílica romana de san Pablo extramuros se erige sobre el sepulcro del apóstol: a finales del siglo 11 el presbítero romano Gayo en la citación de Eusebio, indicaba allí, en la avenida Ostiense la existencia del tropaion ("trofeo" de la victoria) erigido para testimoniar el martirio de Pablo. Según una tradición tes­timoniada a partir del año 604 (un epígrafe que reproduce una carta de san Gregario Magno), el lugar del martirio por decapitación, a menos de tres kilómetros de la basílica actual , está en Aquas Salvias, donde se levan­tó después el Templo de las Tres Fuen­tes (según la tradición popular las fuentes eran manantiales de los tres puntos tocados por la cabeza del apóstol en el momento de su decapi­tación).

Sobre el lugar de la sepultura --que algunos hallazgos de los siglos

XVIII y XIX testimonian que debió haber sido un área cementerial­durante el siglo IV se erigieron dos construcciones, la constantiniana y la llamada de los 'Tres Emperadores" (Yalentinano 11; Teodosio y Arcadio). En el fluir de los acontecimientos his­tóricos que de la basílica teodosiana del siglo IV habían llevado a la actual y célebre construcción de arquitectura del siglo XIX, la tumba de san Pablo había prácticamente desaparecido de la vista. La Crónica del monasterio habla de un gran sarcófago de már­mol descubierto durante las obras de reconstrucción de la basílica después del incendio de 1823, en el área de la Confesión, bajo la lápida con la inscrip­ción PAVLO APOSTOLO MART[YRI) (tal vez del siglo Y, actualmente invisible dado que está cubierta por la estruc­tura del altar). La lápida, formada por dos pedazos distintos unidos entre sí, tiene tres perforaciones, una circular y dos rectangulares, usadas seguramen­te en el medioevo para obtener reli­quias por contacto con el sepulcro del apóstol.

Las últimas investigaciones arqueológicas

Entre los años de 2002 y 2006 se llevaron a cabo algunas investigaciones

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arqueológicas con el fin de verificar la consistencia y el estado de conser­vaCión de los restos de la basílica cons­tantiniana y teodosiana sobrevividos a la reconstrucción después del incendio de 1823. Lo que se puso en evidencia es un importante contexto de estratos formados por el ábside de la basílica constantiniana, englo bada en el cru­cero de la construcción "de los Tres Emperadores": sobre el piso de ésta, bajo el altar papal, fue descubierto el gran sarcófago sencillo de mármol en bruto del cual se habían perdido los rastros y que se había considerado desde la época teodosiana como «la tumba de san Pablo». Para hacerla de nuevo visible, fue necesario remover parte de un altar dedicado a un már­tir del siglo IV, un cierto san Timoteo. Una ventana de setenta centímetros, abierta en esta estructura sepulcral permitió asomarse por un lado del sarcófago.

Es significativo el informe del ar­queólogo de los Museos Vaticanos que condujo las excavaciones, Giorgio Filippi, de quien citamos lo siguiente: «Lo que descubrimos es un sarcófago o un contenedor de reliquias. Con una altura de aproximadamente un metro

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con veinte centímetros y una longitud de dos metros con cincuenta y cinco centímetros; se apoya sobre un nivel formado por un estrato de barro co­cido, que constituye el cimiento sobre el cual estaban colocadas las losas de la pavimentación de la "Basílica de los Tres Emperadores", en el año 390. Por lo tanto, el sarcófago actualmente se apoya en este nivel, un metro con treinta centímetros del piso actual. Estamos seguros que en el año 390, es decir en la época de la ampliación de la basílica constantiniana por parte de los emperadores Teodosio, Valen­tiniano 11 y Arcadio, era considerado del apóstol Pablo».

La justificación es la obra más excelente

del amor de Dios. Es la acción misericordiosa

y gratuita de Dios, que borra nuestros pecados, y nos hace justos y santos

en todo nuestro ser. Compendio del Catedsmo de la Iglesia

Católica, 4 22.

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•Tras las huellas de san Pablo Autor: Alberto Torres Nieto, ssp Editorial Alba (2008)

Es una valiosa introducción que ayuda a empezar a conocer y a imitar la persona y obra de san Pablo, para darle un sentido más profundo a la celebración del Año Paulina. Presenta cronológicamente su vida y su misión, desde su nacimiento hasta su muerte; identificando las huellas que ha dejado en la Biblia, en los lugares donde pre­dicó y fundó comunidades, en la lite­ratura, en la historia y en la tradición de la Iglesia.

• Jesús y Pablo, ··das paralelas Autor: Jerome Murphy-O'Connor Ediciones Paulinas (2008)

Atractivo estudio histórico, cultu­ral y geográfico que nos conduce al descubrimiento de un verdadero y profundo paralelismo entre las vidas de Jesús y Pablo.

Es una comparación reveladora y fascinante que conducirá al lector a descubrir nuevas maneras de entender el mensaje de Jesús, el hombre-Dios y Pablo, el hombre de Dios y el Apóstol de los Gentiles.

• Para conocer a san Pablo, su vida y misión Autor: Don Renzo Sala, ssp Edilux (2008)

Para conocer a san Pablo es un diálogo personal que el mismo Pablo hace con el lector: Es como si Pablo te hablara de su vida, de su apasionamien­to por Cristo y por la l)umanidad; que te narrara los momentos más significa­tivos de su misión y te enseñara per­sonalmente que es en Jesús resucitado donde halla pleno sehtido y significado la vida humana.

• Novena a san Pablo Autor: P. Guillermo Gándara E., ssp Edilux (2008)

Esta novena está preparada para aprovechar al máximo el Año Jubilar Paulina, convocado por el papa Bene­dicto XVI por los dos mil años del nacimiento del Apóstol de los Gentiles. Se trata de pedirle a Dios, por inter­cesión de san Pablo, dejarnos encon­trar por Cristo, y luego encontrarlo, transformarnos por su inmenso amor aun en las circunstancias más difíciles o dolorosas de la propia vida.

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• El Cristo de san Pablo Autor: María del Carmen Celayeta Ediciones Paulinas (2000)

San Pablo quiere mostrarnos al Cristo que conoció a través de sus vivencias y de su experiencia mística y personal. Quiere que conozcamos el Camino, la Verdad y la Vida que es el mismo Cristo Jesús, para llevar una vida del todo cristiana.

• Vida de san Pablo Autor: P. Alejo Ediciones Paulinas ( 1983)

La vida de Pablo fue cultivada en una profunda experiencia de Jesús re­sucitado que le cambió la vida y lo transformó en un místico del Evangelio, un inspirador en la misión cristiana, un padre de comunidades, un comunica­dor auténtico de Jesús.

• Diario de san Pablo La gran lucha del bien Autor: David Gurney Ediciones Paulinas (2003)

Narra la historia de Pablo, el hom­bre audaz que cristalizó el cristianismo en los albores del mundo moderno. El autor ensambla de forma magistral lo que se sabe de Pablo en el Nuevo Testamento, y lo presenta de modo autobiográfico.

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• Pablo y su mensaje Autor: Equipo Paulino Ediciones Paulinas ( 1981)

A través de un recorrido por los lugares donde Pablo trabajó y enseñó, profundizarás en el contenido y men­saje de las cartas paulinas y los Hechos de losApóstoles.Conocerás la realidad histórica de Pablo, de sus comunidades y cómo logró predicar a Cristo.

• San Pablo apóstol Autor: P. Alfonso Salvini O. S. B. Ediciones Paulinas ( 1961)

Pablo es el apóstol, el pastor, el maestro, el apa~ionado de Cristo, el fundador y animador de comuni­dades, el hombre de fe ... Conocer las facetas de su personalidad, la historia de su conversión, sus sufrimientos y su experiencia con el Resucitado, te hará descubrir un tesoro que tocará tu corazón y cambiará tu vida.

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Giuseppe Pulcinelli obtuvo el grado de doctor en Teología en la Pontificia Universidad Lateranense, después de haberse especializado en Sagradas Escrituras en el Instituto Bí­blico de Roma. Autor de algunas pu­blicaciones aparecidas en el Latera­num y del libro La morte di Gesu come espiazione. La concezione paulina ("La muerte de Jesús como expiación . La concepción paulina") (San Paolo, Ita­lia 2007). Es profesor de asignaturas bíblicas en la Facultad de Teología y el Instituto Superior de Ciencias Reli­giosas Ecclesia Mater de la Pontificia Universidad Lateranense. Presbítero de la diócesis de Roma, actualmente forma parte del equipo de forma­dores del Pontificio Seminario Roma­no Mayor.

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dice

Presentación ............................................................................................................... S

Una visión de conjunto ...................................................... ..................................... 7

A ntecedentes: Saulo antes de Damasco ........... ............................................... 1 S

Buen hebreo: Saulo en Jerusalén ....................... ............. .................................... 18

Conversión: De persecutor a cristiano ............................................................ 21

Damasco: El impacto de un encuentro ............................................ ............... .. 24

¡Excluido!: Los primeros esfuerzos .................................................................... 29

Fuego y llamas: La angustia de la identidad ........... ................................ ........... 32

Grandes distancias: Los viajes misioneros ....................................................... 37

Hacia el martirio: El viaje final .............................................................................. 42

Yo, Pablo ... : El epistolario paulino ........................................................................ 45

Las cartas protopaulinas: Los escritos de Pablo ............................................ 49

Misterios: Los escritos de la t radición paulina ....... ......................................... 54

N o vivo yo, sino que Cristo vive en mí: La teología de Pablo ................... 57

O teando más allá del Jesús terreno:

Jesús, el Señor Crucificado-Resucitado ...................................................... 59

Perspectivas nuevas: Jesús o la Torá ................................................................ .. 61

Q uid: El evangelio paulino ...................................................................................... 63

Revitalización: La actualidad de Pablo ........... .................................... ........ ......... 65

Sitio de ingreso:

Las " iglesias madre" de Pablo ................................... ...................... ................ 67

Temores y triunfos: Filipos,Tesalónica y Éfeso .............................................. .. 69

U niversalidad: El impacto con Atenas y Corinto ........................................... 71

Vine, vi, vencí: El sepulcro del apóstol ............................................................... 73

Z oom: Para profundizar ............................................ ............................................ 75

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Page 79: Pulcinelli Giuseppe_ Pablo

Se terminó de imprimir eq los talleres de EDICIONES PAULINAS, S.A. de C. V. Av. Taxqueña No. 1792 - Delg. Coyoacán- 04250 México, D.F., 3 Septiembre de 2008. Se imprimie­ron 3.000 eims. más sobrantes oara reposición.