Petrarca, Bruni, Valla, Pico Della Mirandola, Alberti - Manifiestos Del Humanismo Ed. Peninsula 2000

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Petrarca, Bruni, Valla, Pico della Mirándola, Alberti MANIFIESTOS DEL HUMANISMO   .             v         <

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  • Petrarca, Bruni, Valla,Pico della M irndola, AlbertiMANIFIESTOS

    DEL HUMANISMO

    .v-

  • V e x oP E N N S U L A

    Humanismo y humanidades son trminos de actualidad, pero el origen de los conceptos a los que remiten se encuentra en la Italia del siglo xiv. All y entonces nace un movimiento de renovacin cultural, el humanismo, que inaugura la Edad Moderna y cuya huella an es visible en numerosos dominios de la civilizacin europea. Caracteriza a los primeros humanistas, que escriben con la pretensin de incitar a la adopcin universal de los studia humanitat, un optimismo reivindicativo que dice tanto de la confianza de una poca en el poder transformador de las humanidades, como de la seguridad de sus autores en su propia vala para cambiar la sociedad. Por todo ello, muchos de los opsculos, literarios o no, escritos en la Italia del cuatrocientos pueden considerarse autnticos Manifiestos del humanismo. Ofrecemos aqu algunos de los ms representativos, escritos por las figuras ms descollantes del primer humanismo, desde Petrarca, gua y maesuo de todos los humanistas, hasta Alberti, el primer hombre universal del Renacimiento. En todos esos textos, pese a la diversidad de cuestiones que tocan, se aprecia la atencin preferente por el lugar del hombre en el universo, la relacin entre la realidad y su materializacin en el lenguaje, el lenguaje como puerta de acceso a

    todo conocimiento y el papel de la educacin. Adems, estos Manifiestos del humanismo, inditos hasta la fecha en lengua castellana y traducidos con aseo y escrupulosidad por Mara Morrs, nos muestran la personalidad, afable o arrogante, vanidosa o sencilla, atormentada o de convicciones sin suras, pero siempre singular, de sus autores, esos grandes hombres con los que nace el individualismo y una nueva manera de pensar el mundo.

    1.a seleccin, la traduccin, la presentacin y el eplogo de estos Manifiestos del humanismo son obra de Mara Morrs (Madrid, 1962), profesora de literatura espaola y europea en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, que se ha interesado por la presencia de la tradicin clsica en Espaa, en especial por la influencia de Cicern a travs de sus primeras traducciones al castellano y por cuestiones relativas a la cultura literaria del siglo xv. Actualmente prepara una edicin de la poesa de Jorge Manrique y de un nuevo testimonio de la Danza de la muerte, as como un libro sobre el empleo de herramientas electrnicas para la elaboracin de ediciones crticas.

    Ilustracin de la cubierta: Miguel ngel, El pnfein Xamras. Fresco. Capilla Sixtina (de- talle) (Rom),

  • Petrarca, Bruni, Valla,Pico della Mirndola, Alberti

    Manifiestos del humanismo

    SE L E C C I N , T R A D U C C I N ,

    P R E SE N T A C I N Y EPLO G O D E M ARA M ORRS

    EDICIONES PENINSULA

    BARCELONA 2000

  • Primera edicin: enero del 2000.

    de la seleccin, la traduccin, la presentacin y el eplogo: Mara Morras Ruiz-Falc, 2000.

    de esta edicin: Ediciones Pennsula s.a.,Peu de la Creu 4,08001 -Barcelona.

    E-MAIL: [email protected] internet: http://www.pcninsulaedi.com

    Diseo de la cubierta: Lloren; Marques.

    Fotocompuesto en V. Igual s.I., Crsega 237, barios, 08036 Barcelona. Impreso en Romany/Valls s.a., Pla;a Verdaguer 1,08786 Capellades.

    depsito legal: b. 45.208-1999. isbn: 84-8307-240-8.

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    cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares

    de ella mediante alquiler o prstamo pblicos, as como la exportacin e importacin de esos ejemplares para su

    distribucin en venta fuera del mbito de la Unin Europea.

  • CONTENIDO

    Presentacin p

    FRANCESCO PETRARCA

    A Dionisio da Burgo San Sepolcro, de la orden de San Agustn y profesor de Sagradas Escrituras, acerca de ciertas preocupaciones propias (Fam. IV, i) 25

    LEONARDO BRUI

    Dilogo a Pier Paolo Vergerio 37

    LORENZO VALLA

    Las elegancias 75

    GIOVANNI PICO DELLA MIRANDOLA

    Discttrso de la dignidad del hombre 97

    LEON BATTISTA ALBERT1Entremeses 135

    EplogoEl humanismo y sus manifestaciones 153

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  • PR E SE N TACIO N

    I . MANIFIESTOS

    Los que abrevian los textos ofenden el saber y el amor por ellos, escribi Leonardo da Vinci (1452-1519). N o dice nada quien ha sido considerado la figura ms representativa del hombre universal del Renacimiento acerca de las antologas que recogen escritos enteros de diversos autores. Difcilmente podra ser de otro modo, pues sus Cuadernos, al comienzo de los cuales figura esta sentencia, no son sino una serie de apuntes, pensamientos fragmentarios dispuestos sin orden ni concierto, temtico o cronolgico, cuya unidad solo es perceptible para quien se toma la molestia de leer, con sosiego pero sin pausa, el ms de millar de pginas que ocupan en la edicin moderna. Otro tanto podra decirse del conjunto de su obra, que abarca manifestaciones en el campo del pensamiento, el arte (la pintura, la escultura y la arquitectura), las ciencias naturales (la anatoma humana y la botnica) y la fsica (la mecnica, la hidrulica). Pero bajo tanta diversidad yacen un mtodo y una inquietud intelectual comn, esa perspectiva crtica y ese vincular el saber a las necesidades de la sociedad que promovi el humanismo. Leonardo es quizs el ms conocido, pero no fue el primero ni el nico humanista en desplegar actividad tan variada y, en apariencia, tan dispar. Sin traspasar los lmites del siglo xv, Leonardo

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    Bruni desempe una activa carrera poltica, tradujo a Aristteles directamente del griego, estableci las bases de la historiografa moderna y escribi varias obras de contenido literario; Len Battista Alberti, adems de pensador y autor en latn e italiano, ejerci de matemtico, pintor y arquitecto, sobre los que escribi tratados tericos que transformaron profundamente la prctica en estos campos; Lorenzo Valla, por su parte, polemiz sobre cuestiones de gramtica, teologa y derecho. La lista podra alargarse, pero basten estos tres nombres como muestra de cmo los humanistas consideraron que podan opinar sobre todos los dominios del saber humano. Cierto es que la depuracin y la interpretacin de textos, una actividad que identificamos hoy con una especialidad, las humanidades o ms propiamente la filologa, constituye la base del humanismo. Sin embargo, los humanistas proclamaron su legtimo derecho a extender sus indagaciones a campos ajenos y se defendieron con uas y dientes frente a las acusaciones de intrusismo de juristas, filsofos y telogos. Puesto que todo el conocimiento se transmita mediante la palabra, el mtodo crtico que propugnaban resultaba de hecho un mtodo universal, que poda aplicarse a cualquier cuestin relativa a la autenticidad y la interpretacin de textos clsicos, es decir, prcticamente a todas las disciplinas. Esta consideracin, segn la cual el humanismo fue ante todo un modo crtico e histrico de examinar el saber, aclara tambin que no pueda hablarse de una filosofa o incluso de un pensamiento nico en el seno del humanismo. As, hay humanistas aristotlicos y humanistas platnicos, humanistas escpticos o profundamente religiosos, humanistas republicanos y monrquicos, satricos y moralizantes. Por ello, para hacerse una idea mnima de cules eran las ideas de los humanistas y por qu eligieron expresar su pensamiento de modo literario, huyendo de su presnta

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    cin sistemtica, no basta con acercarse a un autor. Es imprescindible leer al menos un puado de textos, en su mayora breves opsculos con un marcado carcter persuasivo y literario a la vez.

    Una buena parte de los primeros humanistas fueron retricos profesionales, los primeros hombres de letras que vivieron gracias a los resultados de su pluma, ya ocuparan puestos de secretarios como Salutati, Bruni o Bracciolini, ya fueran educadores, bien como tutores en casas nobles, al modo de Eneas Silvio Piccolomini, bien como maestros con escuela propia, como Pier Paolo Vergerio o Guarino Veronese. Alcanzar una cierta posicin social o poltica, conseguir un puesto en la curia papal, contar en el gobierno de la ciudad o hacerse merecedor del mecenazgo de Alfonso V el Magnnimo dependa fundamentalmente de la capacidad de expresar de modo elocuente los puntos de vista del poderoso de tumo. Tambin, claro est, haba que demostrar a quien tuviera el poder que l, y no otro cualquiera de los humanistas que pululaban por las cortes, era el candidato ms cualificado para un puesto para el que en general no faltaban los aspirantes. La nica manera de hacerlo era trazando una imagen favorable de s a la par que se mostraba a travs de la propia escritura las habilidades persuasivas y la capacidad de argumentacin. De ah que las referencias a las obras y a la significacin del autor abunden en las pginas de los humanistas, y que la subjetividad y el individualismo que tien muchas de ellas respondan en ocasiones a razones bastante ramplonas, como puede ser el hacer propaganda de las habilidades propias. Otra cosa es que circunstancias tan prosaicas como el acicate de una recompensa econmica o un buen puesto a las que hay que aadir no pocas veces el anhelo de satisfacer el ansia de celebridad y vanagloria resulten en un cambio de mentalidad asociado a la aparicin de una con

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    ciencia moderna. Adems, los humanistas, que repugnaban de los tecnicismos y rechazaban las disputas de los escolsticos' o sea, de los profesores universitarios sobre asuntos ajenos al inters comn por estriles y solip- sistas, eligieron convertir el mbito pblico en espacio de debate. Primero trasladaron a los jardines de palacios y villas, y luego, con la llegada de la imprenta, a la calle, la discusin de los temas relativos a la historia, la gramtica, la tica o una cierta concepcin del hombre, pues estaba en juego, tambin, extender a todos los campos del saber y del hacer en sociedad unos modos de pensar que chocaban con las ideas ms arraigadas del Medioevo. Sin que pueda decirse que redactaron manifiestos acerca de qu era el humanismo, a la manera en que lo haran, con pasquines y proclamas, los revolucionarios del siglo xix o los autores de vanguardia en este siglo, pocos escritos hay de los humanistas en que no se trace, con elocuente retrica, conscientes de que el combate de las ideas se desarrollaba en el terreno de la palabra, cul era el sentido de la renovacin que propugnaban, cules eran sus inquietudes culturales y su actitud ante el saber, qu pensaban de quienes les eran afines y de quienes discrepaban de ellos, cmo y por qu haban gestado sus obras y, sobre todo, qu pretendan con ellas. Esta necesidad de explicar qu supona volver los ojos a la Antigedad, de marcar las distancias con el periodo precedente, que fue bautizada entonces como Edad Media, fue especialmente acuciante para las primeras generaciones, aquellas que en Italia y a la zaga de Petrarca pusieron en marcha un modo de hacer y de pensar que luego sera bautizado como humanismo. En este sentido, muchos de sus escritos pueden considerarse manifiestos del humanismo. A pesar de que no poseen carcter sistemtico y programtico que los humanistas identificaban con el odiado escolasticismo y que evitaron cuanto pudie

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    ron, aun a costa de parecer superficiales y contradictorios , a pesar de su naturaleza literaria, evidente en la variedad de los gneros literarios que emplean y en el recurso a la narracin tejida a un tiempo de referencias autobiogrficas y metafricas, al hilo de estos prlogos, epstolas, dilogos y discursos es posible captar el ambiente, la personalidad y las ideas de los hombres responsables de inaugurar y dar nombre a ese periodo histrico que llamamos todava hoy Edad Moderna.

    2. HUMANISMO

    Se suele designar con el nombre de humanismo un movimiento de renovacin intelectual cuyos primeros indicios se asocian a la prctica de la retrica en los estados del norte de Italia, singularmente en Padua, a principios del siglo xiv, y que llega hasta el siglo xvi, extendindose con intensidad diversa por todos los rincones de Europa e incidiendo en grado y modo variados en casi todos los mbitos del saber. N o obstante, dejando a un lado los balbuceos de los precursores, se considera que el humanismo tiene su verdadero punto de arranque en la obra de Petrarca (1304-1374), al que hay que situar en lugar aparte en la historia del humanismo, tanto por la significacin de su obra como por no haber ejercido una actividad pblica similar a la que caracteriz a las generaciones posteriores de humanistas y haber permanecido buena parte de su vida alejado de Italia. Aunque ello le permiti mantener siempre su independencia poltica e intelectual, podra haber impedido asimismo la continuidad de su empresa. Sin embargo, a su muerte, su legado es recogido por varios discpulos y Florencia se convierte en el centro principal de renovacin cultural. Nacidos en esta pequea ciudad-estado

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    o vinculados a ella por lazos de residencia o familia aparecen los nombres de Coluccio Salutati (1331-1406), Niccol Niccoli (1364-1437), Pier Paolo Vergerio (1368- 1444), Leonardo Bruni (1370-1444), Poggio Bracciolini (1380-1459), Marsilio Ficino (1433-1499), Angelo Poli- ziano (1454-1494) o, aunque nacido en Gnova, donde su familia estaba exiliada, Len Batdsta Alberti (1404-1472); por su parte, Giovanni Pico della Mirndola (1463-1494) pas gran parte de los ltimos diez aos de su vida en Florencia y la huella de Ficino es muy visible en su obra. A Florencia acudira tambin, en 1397, el bizantino Manuel Crsoloras, el hombre que restaur las letras griegas. A lo largo del cuatrocientos fueron surgiendo otros focos de actividad humanista, sobre todo en Roma y aples, gracias a la atraccin ejercida por las posibilidades econmicas y profesionales que ofrecan respectivamente la corte papal y el generoso mecenazgo de Alfonso V el Magnnimo. Pero es este pequeo ncleo de ilustres florentinos, al que hay que sumar al romano Lorenzo Valla (1407- 1457) considerado por muchos como el pensador ms original y brillante del humanismo y algn otro nombre secundario Pier Candido Decembrio (1392-1477), Antonio Beccadelli, el Panormita (1394-1471), y Francesco Filelfo (1398-1481), que ejercieron su magisterio principalmente en Miln y Pava el que recoge la herencia de Petrarca, marcando las sendas iniciales del humanismo.

    3. HUMANISTAS

    1 humanismo no fue en buena medida sino el proceso de transmisin, desarrollo y revisin del legado de Petrarca, al que ya sus contemporneos y las generaciones sucesivas de humanistas reconocieron como maestro y gua. El mis

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    mo crea que haba sido el primero en ver con claridad cmo la recuperacin del espritu de la Antigedad a travs de los textos constitua un poderoso medio para crear una cultura nueva. A diferencia de lo que haba ocurrido en los sucesivos renacimientos medievales, su dilogo con los clsicos se origina en la percepcin de la distancia histrica que media entre un presente que rechazaba y en el que se senta extrao, y el pasado que aoraba. De la tensin resultante nace una compleja obra, cuya unidad de fondo reside en que a lo largo de los ttulos que la componen el autor aspira a construir una autobiografa interior en la que se dibuja su trayectoria amorosa, poltica, intelectual y espiritual. Lejos del optimismo y del carcter rei- vindicadvo y desafiante de muchos escritos de humanistas posteriores, en la personalidad de Petrarca domina el desgarro: entre una religiosidad profunda y fuertemente influida por los santos padres y el deseo de lograr una autonoma moral modelada sobre el ideal estoico de los filsofos paganos; entre la inclinacin a la reclusin y el estudio caractersticos de una vida contemplativa y la urgencia de llevar una vida activa, interviniendo en la turbulenta poltica de los estados italianos, a la manera de su admirado Cicern; entre su aspiracin a la regeneracin interior de su alma y el fuerte deseo de conseguir la fama y el reconocimiento pblico. Si de un lado el anhelo de Petrarca de crear una tica de ndole filosfica, no opuesta pero s independiente de la fe, anuncia el secularismo del mundo renacentista, de otro su religiosidad est enraizada en el Medioevo. Es precisamente la narracin de esa angustia interior, la descripcin de los vaivenes entre afanes opuestos, la confesin de que es incapaz de renunciar al mundo a favor de una vida espiritual lo que reviste de subjetivismo y realidad su obra. La autenticidad de tales sentimientos no debe ocultamos, sin embargo, la com-

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  • plejidad del juego literario que encierra la mayor parte de sus pginas.

    En la epstola que recoge la subida al monte Ventoso (Familiares IV, i), una de las ms conocidas de sus canas, encontramos una de las primeras descripciones de la naturaleza de toda la literatura europea y el relato de una excursin que tuvo lugar probablemente en 1343. Los eruditos concuerdan en que fue redactada en 1353, aunque est fechada en 1336. El dato revela la manipulacin a la que ha sometido Petrarca los hechos. Y es que el autor gusta de dotar de sentido trascendente a lo sucedido, lo que consigue sin anular el realismo de la narracin. La ascensin al Ventoso cuenta, adems, el anhelo de Petrarca por experimentar una conversin espiritual a la manera de san Agustn y en su superposicin de ecos clsicos y bblicos constituye un testimonio ejemplar para comprender la concepcin literaria y la visin moral del poeta. En 1336 Petrarca tena 33 aos, la edad a la que san Agustn, siguiendo el modelo de Cristo, se haba convertido. Como destinatario de la carta figura Dionisio del Santo Sepulcro, monje agustino, del que Petrarca haba recibido el ejemplar de las Confesiones que tanto preciaba, el mismo que abre al azar al llegar a la cima y cuya lectura, al igual que le haba sucedido a Agustn de Hipona con el Horten- sius de Cicern, le obliga a mirar a su interior. La subida a la montaa no es la primera ancdota en la historia del alpinismo que recoge la literatura; aunque lo sea, representa tambin un proceso de ascesis que se hace eco de varios episodios bblicos sin dejar de ser una cuidadosa y meditada emulacin, vital y literaria, de los clsicos. Como se explica en la propia epstola, la idea de la escalada haba surgido de otra lectura, la de T ito Livio, quien en su historia sobre la ciudad de Roma narra cmo Filipo de Macedonia haba subido al monte Emo. El camino que lleva hasta la

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    cumbre del Ventoso es, como se ha escrito, un camino a travs de la literatura a lo largo del cual, paradjicamente, Petrarca coloca en primer plano su experiencia individual subrayando al tiempo su carcter universal, compartido con hombres de otros tiempos y lugares. La alusin, el dilogo con figuras del pasado a travs de la mimesis, el juego de espejos detectado por F. Rico en el Secretum, sustituye en Petrarca la rgida red de correspondencias que configuraban la alegora medieval. Son elementos que se recogen en los escritos humanistas posteriores, en los que conviven el dibujo vivo e inmediato de la realidad, la significacin metafrica y el pensamiento discursivo. Ahora bien, no todo son continuidades.

    Petrarca haba emprendido la escalada del Ventoso movido por el deseo de contemplar la realidad desde la cima de la montaa, pero la suya es una mirada que en el momento clave se vuelve hacia s mismo, hada la verdad de sus dudas y de la flaqueza de su espritu, incapaz de librarse de la realidad externa que le empuja a obrar en pos de la gloria terrenal que, por otro lado, ve como el principal impedimento para la conversin religiosa que ansia vivir; es su salvacin individual, en la posteridad literaria y en el ms all del espritu, lo que importa. En cambio, en los dilogos que dedica a Pier Paolo Vergerio, Bru hace que los interlocutores dirijan sus ojos a su alrededor, a la ciudad en la que viven y a los hombres que la habitan. En su conversacin el pasado ya caduco, en el que se incluye al propio Petrarca, es evaluado en funcin de su clasicismo y de su utilidad para la gloria del presente de los interlocutores. Entre el renacer cultural y el desarrollo de Florencia se establece una relacin de causa-efecto tejida a travs de un juego de palabras entre el nombre de la ciudad y el vocablo florecer y sus derivados, que justifica el optimismo que traslucen las pginas de este opsculo.

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    Pues si hay un elemento comn a los humanistas de la primera hornada ste es, sin duda, la arrogante conciencia de estar rompiendo con el pasado medieval, la certidumbre en el carcter innovador de sus ideas y en la capacidad de los modernos para superar los tiempos pasados, as como el sentimiento de formar parte de una comunidad intelectual a la que corresponda transformar la sociedad y el pensamiento de la poca. El dilogo de Bruni es tanto una discusin sobre el valor del dilogo como mtodo de inquisicin como una afirmacin de fe sobre la capacidad de hacer avanzar de modo conjunto la cultura.

    Esta conviccin aparece todava ms pronunciada en las Elegancias de Lorenzo Valla, de las que recogemos la introduccin general y los prlogos a las cuatro primeras partes de las seis que componen esta obra sobre las elegancias o matices de la gramtica latina, que cuando se leen de manera sucesiva forman una especie de largo discurso u oracin. Desde luego no se trata de lo que esperaramos en una gramtica al uso. Brilla en estos prlogos una confianza sin fisuras en la latinidad y su poder de hacer progresar el saber. La idea se articula en la introduccin general a travs de una metfora blica, que luego recogera Nebrja en el archiconocido y tergiversado lema de la lengua fue compaera del imperio. Para Valla, la expansin lingstica del latn fue una empresa paralela al establecimiento del imperio, pero juzga que su trascendencia ha sido infinitamente mayor. El poder de las letras supera con mucho al de las annas, puesto que su dominio se basa en la concordia y no en la violencia, lo que hace que su imposicin sea aceptada de buen grado por pueblos y naciones distintos de Roma. Subyace aqu, claro est, el viejo concepto medieval de la translatio stndii, con la diferencia de que la sede del imperio es reemplazada por la madre de las letras, pues son stas las que, segn Valla, devolvern la glora a Roma.

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    La proclama patritica basada en la lengua que realiza Valla, su defensa de la unidad lingstica europea y la metfora imperial son una tentacin a caer en una lectura anacrnica de este texto. N o cabe duda de que muchas de esas ideas resultan hoy discutibles, pero deben leerse a la luz de los restantes prlogos, que por eso han sido incluidos aqu. All especifica Valla dnde reside el poder de la gramtica. Tras dejar sentada la originalidad de su pensamiento dentro de la tradicin gramatical, pasa a explicar cmo un mejor conocimiento de la lengua es la base para un sistema ms justo, pues las distinciones legales y sus formulaciones se basan en la precisin lingstica. Igual sucede en el estudio de las Sagradas Escrituras, que dependen de una exacta interpretacin de lo que dicen los textos bblicos. Es decir, para Valla, el imperio de la gramtica se extiende a los dos dominios que por decirlo con su propia metfora en su tiempo quedaban en poder de la faccin enemiga: del escolasticismo, el derecho y la teologa. Su propia obra constituye la mejor prueba de que, en efecto, la aplicacin de la filologa resultaba fundamental en esos campos y que sus efectos podan ser tan devastadores como los del paso de un ejrcito. Al demostrar mediante argumentos lingsticos e histricos la falsedad del documento de la donacin de Constantino, desarbol la base legal sobre la que se apoyaba la supremaca del poder papal en Italia, y en sus Anotaciones ai Nuevo Testamento atac los fundamentos textuales de ciertas interpretaciones teolgicas, sentando las bases de una filologa bblica en la que muchos han visto las races de la Reforma religiosa de la centuria siguiente. N o se piense, sin embargo, que Valla era un escptico en materia religiosa o que pretenda atacar al cristianismo. Al contrario, le mova la pretensin de enriquecer la teologa con la elocuencia, mostrando la unidad entre la filosofa moral clsica y la tica cristiana.

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    Pico della Mirndola es, sin embargo, el humanista que fue ms lejos en la defensa de la unidad religiosa y la universalidad de la fe. Son dos los temas que recorren su Oracin-. la dignidad del hombre y la armona universal entre las distintas filosofas y religiones. La primera parte, la ms conocida, retoma un concepto con una larga y compleja tradicin que se remonta hasta la Antigedad y los primeros tiempos de la Iglesia. El elogio del hombre como inventor de las artes, como microcosmos, como animal racional y parlante es un tema comn a la literatura clsica y medieval. La nocin de que el hombre est ms cercano a Dios que cualquier otra criatura aparece en el Gnesis y permea todo el Antiguo Testamento. Estas ideas fueron repetidas, con variaciones, por otros humanistas: Manetti, Pomponazzi y Ficino escribieron apologas de la dignidad del hombre antes que Pico. La originalidad de este radica en el nfasis puesto en la libertad de eleccin, causa ltima de la dignidad humana. Creado indeterminado, el hombre tiene en su poder elegir qu quiere ser. Solo l de entre todas las criaturas no tiene fijada su naturaleza al nacer, por lo que puede elevarse hasta la divinidad. En este ascenso hacia la forma ms elevada de vida le asiste la filosofa, en la que reside la verdad. Comienza a partir de este punto de la argumentacin la segunda parte, en la que Pico ve la unidad universal de la verdad, oculta bajo las palabras enigmticas de la cbala juda, el hermetismo griego y oriental. La Oracin concluye con una doble defensa de su empresa, pues aboga a favor de su capacidad intelectual para llevarla a cabo a pesar de su juventud y de la ortodoxia religiosa de las novecientas tesis en que quera contenerla, puesta en duda como hertica por una comisin papal. La belleza de la Oracin y lo visionario de su propsito mantienen intacto el atractivo de esta elocuente defensa de la dignidad del hombre.

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    Muy diferente en perspectiva, estilo y gnero literario son los Entremeses de Len Battista Alberti. Marcado por su condicin de hijo ilegtimo y por el exilio de su familia de Florencia, en Alberti se halla un acusado cinismo que se expresa en una actitud satrica y escptica ante la fortuna, la virtud, la fe y la posicin social, cuestiones todas ellas de gran inters para los humanistas. En las breves piezas que componen los Entremeses, unas cuarenta en los sucesivos hallazgos de una obra repartida por manuscritos que no llegaron a la imprenta en su tiempo, Alberti sigue el modelo de Luciano, cuyo humor, cnico y moralizante, parece adecuarse a su pesimismo. Evita el autor las referencias directas a un presente que, a diferencia de otros humanistas, le desilusiona, recurriendo al dilogo en clave alegrica, en el que las figuras, Virtud, Religin o Fortuna, adquieren un cierto aire pattico. Ese pesimismo, en cualquier caso, no llega a vencer la confianza en el poder la fortuna sobre la virtud fundada en el estudio de las humanidades que es comn a los humanistas del cuatrocientos.

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  • M A N IFIESTO S D E L H U M AN ISM O

  • A DIO N ISIO D A B U R G O SAN SEPO LCRO ,D E LA O R D E N D E SAN A G U S T N Y PROFESOR

    DE SAGRADAS ESCRITURAS, ACERCA DE CIERTAS PREO CU PACIO N ES PROPIAS (FAM. IV, i)

    porF R A N C E S C O P E T R A R C A

    Impulsado nicamente por el deseo de contemplar un lugar clebre por su altitud, hoy he escalado el monte ms alto de esta regin, que no sin motivo llaman Ventoso. Hace muchos aos que taba en mi nimo emprender esta ascensin; de hecho, por ese destino que gobierna la vida de los hombres, he vivido como ya sabes en este lugar desde mi infancia y ese monte, visible desde cualquier sitio, ha estado casi siempre ante mis ojos. El impulso de hacer finalmente lo que cada da me propona se apoder de m, sobre todo despus de releer, hace unos das, la historia romana de Tito Livio, cuando por casualidad di con aquel pasaje en el que Filipo, rey de Macedonia aquel que hizo la guerra contra Roma , asciende el Hemo, una montaa de Tesalia desde cuya cima pensaba que podran verse, segn era fama, dos mares, el Adritico y el Mar Negro. N o tengo certeza si ello es cierto o falso, ya que el monte est lejos de nuestra ciudad y la discordancia entre los autores hace poner en duda el dato. Por citar solo a algunos, el cosmgrafo Pomponio Mela refiere el hecho tal cual, dndolo por cierto; Tito Livio opina que es falso; en cuanto a m, si pudiera tener experiencia directa de aquel monte con tanta facilidad como la he tenido de este, despejara rpidamente la duda. Pero dejando de lado aquel monte, volver al nuestro.

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  • F R A N C E S C O P E T R A R C A

    Me pareci que poda excusarse en un joven ciudadano particular lo que era apropiado para un rey anciano. Sin embargo, al pensar en un compaero de viaje, ninguno de mis amigos por increble que sea decirlo me pareca adecuado en todos los aspectos, hasta tal punto es rara, incluso entre personas que se estiman, la perfecta sintona de voluntades y de carcter. Uno resultaba demasiado tardo, otro demasiado precavido; ste demasiado cauto, aquel impulsivo en exceso; ste demasiado lbrego, aquel demasiado jovial; en fin, uno era ms torpe y otro ms prudente de lo que hubiera querido. M e espantaba el silencio de ste, de aqul su impdica locuacidad; el peso y el tamao de uno, la delgadez y debilidad del otro. Me echaba para atrs, de ste, la fra indiferencia; de aqul, la frentica actividad. Defectos que, aunque graves, pueden tolerarse en casa pues todo lo soporta el afecto y la amistad ninguna carga rechaza , mas estas mismas faltas en un viaje se hacen insoportables. As, mi exigente espritu, que deseaba disfrutar de un honesto deleite, sopesaba desde todos los ngulos cada una de ellas sin detrimento de la amistad, rechazando en silencio cualquier cosa que previera que iba a suponer una molestia para el viaje que me propona. Qu opinas? Finalmente busqu ayuda en casa, y revel mi intencin a mi nico hermano, menor que yo y al que t conoces bien. Nadie pudo haberlo escuchado con mayor alegra, feliz de ser para m al mismo tiempo un amigo y un hermano.

    1 da establecido partimos de casa, llegando al atardecer a Malaucne, un lugar en la falda de la montaa, en la ladera septentrional. All nos demoramos un da y, finalmente, al da siguiente, acompaado cada uno de sus criados, ascendimos la montaa no sin mucha dificultad, pues se trata de una mole empinada, rocosa y casi inaccesible. Pero como el poeta bien dijo: El trabajo mprobo todo lo

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    vence. L o prolongado del da, la suavidad del aire, la fortaleza de nuestra determinacin, el vigor y la agilidad corporales y el resto de las circunstancias favorecan a los caminantes; solo la naturaleza del lugar supona un obstculo. En una loma de la montaa nos topamos con un anciano pastor que trat de disuadimos por todos los medios y con abundantes razones de que continuramos el ascenso, relatndonos cmo cincuenta aos antes, empujado del mismo ardor juvenil, haba ascendido hasta la cumbre, sin que ello le reportara sino arrepentimiento y fatiga, el cuerpo y las ropas desgarrados por las rocas y los matorrales; tampoco saba de nadie que antes o despus de aquella vez hubiera osado hacer otro tanto. Mientras nos contaba estas cosas a voz en cuello, en nosotros como ocurre en los jvenes, que no creen a los que les aconsejan creca el deseo como resultado de la prohibicin. Entonces el anciano, advirtiendo que ninguno le atenda, avanz un corto trayecto entre las rocas y nos seal con el dedo un estrecho y escarpado sendero sin dejar de darnos numerosos consejos, que todava repeta cuando ya le habamos dado la espalda y nos alejbamos. Abandonados con l las escasas ropas y objetos que podran suponer un impedimento en nuestra marcha, nos dispusimos a acometer solos la escalada, ascendiendo con paso vivo. Pero como suele suceder, al esfuerzo inicial le sigui velozmente la fatiga, por lo que nos paramos en un risco, no muy lejos de all. Desde ese punto retomamos el camino y seguimos avanzando, pero ms lentamente; yo, en particular, marchaba con paso ms mesurado por un sendero del monte. Mientras mi hermano se diriga hacia las alturas por cierto atajo que atravesaba la cima misma de la montaa, yo, ms flojo, descenda por el flanco ms bajo y cuando me llamaba, indicndome el camino ms recto, le responda que esperaba que el acceso a la otra ladera fuera

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    ms fcil y que no me asustaba que la senda fuera ms larga si permita proseguir ms llanamente. Pretenda as excusar mi pereza, pues cuando los dems ya haban alcanzado la cumbre, yo erraba por los valles sin que se abriera ante m una va de acceso ms fcil; por el contrario, el camino se alargaba y el esfuerzo intil se haca ms pesado. Mientras tanto, agotado ya de cansancio e inquieto por las confusas revueltas del camino, decid intentar atacar directamente la cumbre. Cuando exhausto e impaciente me reun con mi industrioso hermano, el cual se haba restablecido tumbndose un largo rato, ascendimos juntos durante un trecho. Apenas habamos dejado aquella colina, y he aqu que habiendo olvidado el tortuoso recorrido anterior, me precipit de nuevo sendero abajo, vagando otra vez por el valle en busca de caminos largos y fciles, aunque acab dando con un camino largo y difcil. Pospona, claro est, el esfuerzo de la ascensin, pero la naturaleza no se doblega al ingenio humano, ni es posible que alguien corpreo alcance las alturas descendiendo. Para qu decir ms? N o sin risas de mi hermano y enojo mo, eso me sucedi tres veces ms en el transcurso de unas pocas horas. Engaado as varias veces, me sent en uno de los valles. All, pasando en un vuelo mental de las cosas corpreas a las incorpreas, me deca a m mismo estas o similares palabras: Has de saber que lo que has experimentado hoy en varias ocasiones en el ascenso de este monte es lo que les sucede a ti y a muchos cuando os acercis a la vida beata; pero no es tan fcil que los hombres se perciban de ello, pues los movimientos del cuerpo son visibles, mas los del espritu permanecen invisibles y ocultos. En verdad, la vida que llamamos beata est situada en un lugar excelso y, como dicen, es angosta la va que conduce hasta ella. Asimismo, se interponen muchas colinas y es necesario avanzar de virtud en virtud, por preclaros peldaos. En la cima

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    se halla el final de todo y el trmino del camino al que nuestra peregrinacin se orienta. All desean llegar todos, pero como dice Nasn, Querer es poca cosa; es necesario desear ardientemente algo para conseguirlo. T , ciertamente a menos que tambin te engaes en esto, como en muchas otras cosas , no solamente lo quieres, sino que tambin lo ansias. Entonces, qu te retiene? Nada, evidentemente, excepto la senda que atraviesa los bajos deseos terrenales y que a primera vista parece ms llana y libre de obstculos. Sin embargo, cuando hayas vagado durante largo tiempo, habrs de ascender hacia la cima de la vida beata bajo el peso de un esfuerzo pospuesto de manera inoportuna o te deslizars indolente en el valle de tus pecados. Y si all te hallaran me horrorizo de tal presentimiento las tinieblas y las sombras de la muerte, sufriras la noche eterna en perpetuos tormentos. N o sabra explicar cunto nimo y vigor me infundi este pensamiento para afrontar lo que me restaba de camino. Y ojal que pueda completar con el espritu aquel viaje por el que da y noche suspiro de la misma manera que, superadas finalmente las dificultades, hoy llev a trmino el viaje a pie! Y no s si ser mucho ms fcil lo que puede ser realizado por el propio espritu, activo e inmortal, sin movimiento espacial alguno en un abrir y cerrar de ojos, que lo que ha de llevarse a cabo a lo largo de un periodo de tiempo con el concurso del cuerpo moribundo y caduco y sometido a la pesada impedimenta de sus miembros.

    Hay un pico ms alto que todos los dems, al que los montaeses llaman Hijuelo; por qu, lo ignoro, a menos que sea supongo para decirlo a modo de antfrasis, como sucede en otros casos, pues ms bien parece el padre de todos los montes vecinos. En su cima hay una pequea planicie; all, finalmente, exhaustos, nos paramos a descansar. Y puesto que has escuchado las cuitas que se alza

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    ron en mi pecho mientras ascenda, escucha, padre, las restantes; te lo ruego, dedica una sola de tus horas a leer lo que me sucedi un da.

    Primeramente, alterado por cierta inslita ligereza del aire y por el escenario sin lmites, permanec como privado de sentido. Mir en torno a m: las nubes estaban bajo mis pies y ya me parecan menos increbles el Atos y el Olimpo mientras observaba desde una montaa de menor fama lo que haba ledo y escuchado acerca de ellos. Despus dirig mi mirada hacia las regiones de Italia, a donde se inclina ms mi nimo; los Alpes mismos, helados y cubiertos de nieve, a travs de los cuales aquel fiero enemigo del nombre de Roma pas, resquebrajando la roca con vinagre, si hemos de creer la leyenda, parecan estar cerca de m, cuando, sin embargo, distaban un gran trecho de donde yo me encontraba. Suspir, lo confieso, en direccin al cielo de Italia, visible ms bien al nimo que a los ojos, y me invadi un deseo desmesurado de volver a ver a los amigos y la patria, tal que en ese momento, no obstante, me avergonc de la debilidad an no viril del sentimiento hacia ambos, a pesar de que no me faltaba excusa para uno y otro, sostenida con el apoyo de importantes testimonios.

    Ocup entonces mi mente un nuevo pensamiento, que me transport de aquellos lugares hasta estos tiempos. As pues, me deca a m mismo: Hoy hace diez aos que. abandonados los estudios juveniles, marchaste de Bolonia. Oh dioses inmortales!, oh sabidura inmutable!, cuntas y cun considerables transformaciones he visto en tu modo de vida durante este espacio de tiempo! Omitir innumerables de ellas, pues an no me encuentro en puerto, donde pueda recordar a salvo las tempestades pasadas. Llegar quizs el da en que enumerar todos los hechos en el orden en que sucedieron, con aquellas palabras de tu Agustn a modo de prlogo: Quiero recordar mis inmun

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    dicias pasadas y la corrupcin camal de mi espritu, no porque las ame, sino para amarte a ti, Dios mo. En cuanto a m, ciertamente todava me quedan muchos asuntos ambiguos y penosos. Lo que sola amar, ya no lo amo; miento, lo amo pero menos. He aqu que he vuelto a mentir: lo amo, pero ms vergonzosamente, con mayor tristeza; finalmente ya he dicho la verdad. Pues as es como es: amo, mas lo que querra no amar, lo que deseara odiar; no obstante, amo, pero contra mi voluntad, forzado, coaccionado, con pesar y deplorndolo. Y reconozco en m el sentido de aquel famossimo verso: Odiar, si puedo; si no, amar a mi pesar. N o han transcurrido an tres aos desde que aquella voluntad disoluta y perversa, que me dominaba del todo y remaba en el castillo de mi corazn sin que nada se le opusiera, comenz a verse reemplazada por otra, rebelde y reluctante. Entre ambas se ha entablado desde entonces una lucha agotadora, que tiene como campo de batalla mi mente, por el dominio del hombre dividido que hay en m.

    As meditaba acerca de los ltimos diez aos. Entonces comenc a proyectar mis cuitas hacia el futuro, preguntndome a m mismo: Si te tocara en suerte prolongar esta vida efmera otros dos lustros y en ese tiempo te aproximaras a la virtud proporcionalmente a cuanto lo has hecho durante estos dos aos gracias al combate que tu reciente voluntad sostiene contra la antigua, alejado de tu porfa primitiva, no podras entonces acudir al encuentro de la muerte a los cuarenta aos, aunque falto de certeza, al menos lleno de esperanza, renunciando con nimo sereno al resto de una vida que se desvanece en la vejez?. Estos y otros pensamientos parecidos daban vueltas en mi pecho, padre. De mis progresos me alegraba y de mis imperfecciones me lamentaba, as como de la comn inestabilidad de las acciones humanas. Pareca haber olvidado

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    de algn modo en qu lugar me encontraba y por qu razn haba acudido all, hasta que, dejadas a un lado mis cuitas, que eran ms apropiadas para otro lugar, mir en tomo mo y vi aquello que haba venido a ver; cuando se me advirti, y fue como si se me sacara de un sueo, que se acercaba la hora de partir, pues el sol se estaba poniendo ya y la sombra de la montaa se alargaba, me volv para mirar hacia occidente. La frontera entre la Galia y Espaa, los Pirineos, no poda divisarse desde all, no porque se interponga algn obstculo que yo sepa, sino por la sola debilidad de la vista humana; en cambio, se vean con toda claridad las montaas de la provincia de Lyon a la derecha, y a la izquierda el mar que baa Marsella y Aiges-Mortes, distante algunos das de camino; el Rdano mismo estaba bajo mis ojos. Mientras contemplaba estas cosas en detalle y me deleitaba en los aspectos terrenales un momento para en el siguiente elevar, a ejemplo del cuerpo, mi espritu a regiones superiores, se me ocurri consultar el libro de las Confesiones de Agustn, un presente fruto de tu bondad, que guardo conmigo en recuerdo de su autor y de quien me lo regal y que tengo siempre a mano; una obra que cabe en una mano, de reducido volumen, mas de infinita dulzura. Lo abro para leer cualquier cosa que salga al paso, pues qu otra cosa sino algo po y devoto podra encontrarse en l? Por azar, el libro se abre por el libro dcimo. Mi hermano, que permaneca expectante para escuchar a Agustn por mi boca, era todo odos. Dios sea testigo y mi propio hermano que all estaba presente, que en lo primero donde se detuvieron mis ojos estaba escrito: Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montaas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ros y la inmensidad del ocano y la rbita de las estrellas y olvidaron mirarse a s mismos. Me qued estupefacto, lo confieso, y rogando a mi hermano, que deseaba que si

  • guiera leyendo, que no me molestara, cerr el libro, enfadado conmigo mismo porque incluso entonces haba estado admirando las cosas terrenales, yo que ya para entonces deba haber aprendido de los propios filsofos paganos que no hay ninguna cosa que sea admirable fuera del espritu, ante cuya grandeza nada es grande.

    Entonces, contento, habiendo contemplado bastante la montaa, volv hacia m mismo los ojos interiores, y a partir de ese momento nadie me oy hablar hasta que llegamos al pie; aquella frase me tena suficientemente ocupado en silencio. Y no poda persuadirme de que haba dado con ella por azar; al contrario pensaba que lo que all haba ledo haba sido escrito para m y para ningn otro, recordando cmo antao Agustn haba supuesto lo mismo sobre s cuando, mientras lea el libro de los Apstoles, segn l mismo relata, lo primero que haba venido a sus ojos fue el siguiente pasaje: N o en banquetes ni en francachelas, no en lechos ni en actos indecentes, no en los enfrentamientos ni en la rivalidad, mas sumrgete en el Seor Jesucristo, y no alimentes la carne en tu concupiscencia. Lo mismo le haba ocurrido previamente a Antonio, cuando escuch el lugar del Evangelio que dice Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes y dselo a los pobres. Despus ven y sgueme y alcanzars un tesoro en el cielo; y como si esas palabras de la Escritura hubieran sido ledas para l en particular, gan para s el reino celestial, segn cuenta su bigrafo Atanasio. Del mismo modo que Antonio, que cuando escuch esto, ya no se propuso otra cosa, y al igual que Agustn, que habiendo ledo aquello, a partir de entonces no sigui ms all, as yo tambin encontr en el breve pasaje citado la razn y el lmite de toda mi lectura, meditando en silencio cun faltos de juicio estn los hombres, pues descuidando la parte ms noble de s mismos, se dispersan en mltiples cosas y se pierden en vanas especulaciones, de

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    modo que lo que podran hallar en su interior lo buscan fuera de s. Admiro la nobleza del alma, salvo cuando se desva por propia voluntad, alejndose de sus orgenes, y torna en su desdoro lo que Dios le ha conferido para su honra. Cuntas veces aquel da, mientras volvamos, piensas que me gir para contemplar la cumbre de la montaa? M e pareci entonces que apenas tena un codo de altitud en comparacin con la altura del alma humana cuando no se sumerge en el fango de la inmundicia terrenal. Este otro pensamiento se me ocurra tambin a cada paso: Si no he escatimado tal sudor y esfuerzo para que mi cuerpo estuviera un poco ms cerca del cielo, qu cruz, qu prisin, qu suplicio debera espantar al alma cuando est acercndose a Dios, inflamada y a punto de conquistar la cima de gloria y el destino humano?. Asimismo, me vena a la mente este otro: Cuntos habr que no se aparten de este sendero, ya por temor a las dificultades, ya por el deseo de comodidades?. Oh, hombre feliz en exceso! Si es que alguna vez ha existido, creo que es acerca de l sobre quien opina el poeta:

    Feliz quien pudo conocer la razn de las cosasy a todos los temores y al inexorable hadosometi bajo sus pies, as como el estrpito del avaro Aqueronte!

    Oh con cunto empeo debemos esforzamos, no en alcanzar un lugar ms elevado en la tierra, sino en domear nuestros apetitos, incitados por impulsos terrenales!

    Entre estos movimientos oscilantes de mi pecho, sin que sintiera lo pedregoso del camino, tom a aquel rstico hostal del que haba partido antes del amanecer en lo profundo de la noche; la luna llena se ofreca a modo de grata bienvenida a los caminantes. As pues, entretanto, mientras los criados se afanaban en preparar la cena, me march yo

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  • solo a un rincn apartado de la casa, con el fin de escribirte deprisa y a deshora esta carta, para evitar que, si la aplazaba, con el cambio de lugar se transformaran quizs tambin los sentimientos, apagndose mi deseo de escribirte. As, ve, querido padre, cmo no quiero ocultar a tus ojos nada en m, pues desvelo escrupulosamente no solo mi vida entera, sino tambin cada uno de mis pensamientos; reza, te lo ruego, por ellos, para que, errabundos e inestables como han sido durante un largo tiempo, encuentren alguna vez reposo y, habiendo oscilado intilmente de aqu para all, se dirijan al nico bien, verdadero, cierto e inmutable. Vale.

    Mala turne, 26 de abril.

    S U B I D A A L V E N T O S O

    La epstola, compuesta en 1353, aunque fechada en 133, pertenece a la coleccin de los Rerum familiarum libri, IV, 1, cuyo texto fue fijado en Le familiari, segn la edicin debida a V. Rossi y U. Bosco, Florencia, 1933-1942, vol. I, pp. 153-161, y que he confrontado con la ms reciente edicin bilinge de Ugo Dotti, Urbino, 1974. Ambas toman como base la edicin de las Opera, Basilea, 1581.

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  • D I LO G O A PIER PAO LO VERG ERIO

    por

    L E O N A R D O B R U I

    PROEMIO

    Dice un antiguo dicho de cierto sabio que, para ser feliz, el hombre debe contar, en primer lugar, con una patria ilustre y noble. Yo, Piero, aunque en ese aspecto soy infeliz, pues mi patria se ha visto desgarrada y casi reducida a la nada por repetidos golpes de la fortuna, disfruto, sin embargo, el solaz de vivir en esta ciudad, que parece sobrepujar y destacar con mucho por encima de todas las otras. Es una ciudad floreciente por el nmero de sus habitantes, por el esplendor de sus edificios y por la grandeza de sus empresas, as como porque en ella han pervivido esas semillas de las artes liberales y de toda la cultura humana que un da parecieron haberse extinguido del todo, donde han crecido da a da, y que muy pronto, segn creo, iluminarn con luz no pequea. Ojal hubieras podido vivir conmigo en esta ciudad! N o tengo ninguna duda de que el trato continuado contigo habra hecho mis estudios ms ligeros en el pasado y ms placenteros en el futuro. Sin embargo, ya sea a causa de tus propios asuntos o porque la fortuna as lo ha querido, has sido separado de m contra mi voluntad y la tuya, sin que yo pueda por ello dejar de echarte de menos. N o obstante, gozo a diario, con avidez, lo que me ha quedado de ti, pues en realidad, aunque montaas y valles te separen fsicamente de m, ni la dis-

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  • L E O N A R D O B R U I

    tanda ni el olvido te apartarn nunca de mi afecto y de mi memoria. As, apenas pasa ningn da en que tu recuerdo no surja a menudo en mi mente.

    Pero aunque siempre aore tu presencia, te echo especialmente de menos cuando debatimos sobre alguno de esos temas con los que solas disfrutar cuando estabas aqu, como sucedi hace poco: cuando hubo una discusin en casa de Coluccio, no puedo decirte cunto dese que estuvieras con nosotros! l e habra impresionado tanto la altura del tema que se discuta como la categora de los participantes, pues ya sabes que casi no hay nadie de mayor autoridad que Coluccio, y Niccol, su contrincante, es presto en el decir y agudsimo en la crtica.

    He recogido ese debate en este libro que te envo, para que t, aunque ausente, puedas disfrutar en parte de lo que nosotros gozamos. He tratado sobre todo de transmitir con la mxima fidelidad la postura de cada cual; con cunto xito lo haya conseguido es algo que podrs juzgar por ti mismo.

    LIBRO PRIMERO

    Con motivo de la solemne celebracin de las fiestas de la resurreccin de Jesucristo nos habamos reunido Niccol y yo por la gran amistad que nos une y se nos ocurri ir a casa de Coluccio Salutati, el primero con diferencia entre nuestros contemporneos en sabidura, elocuencia e integridad. N o habamos andado mucho, cuando nos sali al paso Roberto Russo, varn entregado al estudio de las artes liberales y amigo nuestro, que nos pregunt a dnde nos dirigamos. Cuando escuch cul era nuestra intencin, le pareci una buena idea y se uni a nosotros. A nuestra llegada, Coluccio nos recibi con afectuosa amistad y nos orden tomar asiento; nos sentamos y tras inter-

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  • cambiar las pocas palabras habituales entre los amigos que se encuentran por primera vez, se hizo el silencio. Nosotros esperbamos que Coluccio fuera el que iniciara la conversacin y l pensaba que habamos acudido a l por algn motivo o con el propsito de discutir algn tema. Pero como el silencio se prolongaba y estaba claro que nosotros, que ramos los que habamos venido a visitarle, no decamos nada, Coluccio se volvi a nosotros con esa expresin que adopta cuando va a hablar cuidadosamente y, viendo que estbamos atentos, comenz a hablar de esta manera:

    No puedo expresar, jvenes dijo , cunto placer me produce vuestra presencia. Por vuestras costumbres, por los estudios que tenis en comn conmigo o por la devocin hacia m que percibo en vosotros, el caso es que siento especial predileccin y afecto hacia vosotros. N o obstante, de vosotros desapruebo una cosa, solo una, aunque importante. Mientras en otras cosas que ataen a vuestros estudios observo que ponis todo el cuidado y la atencin que convienen a quienes quieren ser llamados virtuosos y diligentes, en esta sola veo, en cambio, que flaqueis y que no ponis suficiente empeo por vuestra parte: el abandono en el que tenis la costumbre y la prctica del debate; y verdaderamente no s si podra encontrar algo ms til para vuestros estudios. En nombre de los dioses inmortales, para examinar y discutir sutilezas, qu podra ser ms eficaz que el debate, en el que el tema, puesto en el centro, parece que fuera escrutado por multitud de ojos, de manera que nada hay que pueda escaparse, nada que pueda esconderse o escamotearse a la mirada de todos? Cuando el nimo est cansado y abatido, cuando aborrece el estudio por haberse dedicado sin descanso a esta actividad durante un perodo prolongado, qu hay que lo renueve y lo refresque ms que la conversacin suscitada y mantenida en

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    una reunin, donde la glora, si destacas por encinta de los dems, o la vergenza, si los dems te superan, te impulsan con fuerza a estudiar y aprender? Qu agudiza ms el ingenio, qu lo hace ms sutil y verstil que la discusin, que obliga a dar en un corto espacio de tiempo con los argumentos y, a partir de ah, a reflexionar, discurrir, establecer asociaciones y extraer consecuencias? Es fcil comprender entonces cmo una mente estimulada por este ejercicio alcanza mayor rapidez en discernir otras cosas. N o hace falta decir cmo esta prctica pule nuestro discurso, cmo lo vuelve presto a nuestro poder. Vosotros mismos podis comprobarlo en muchos que leen libros y se proclaman hombres de letras, pero que no pueden hablar latn salvo con sus libros porque no se han ejercitado en tal actividad.

    Por eso, porque me preocupo por vuestro provecho y deseo que os distingis al mximo en vuestros estudios, me indigno con vosotros, no sin razn, por desatender esta costumbre de debatir, que resulta muy til. Es absurdo examinar multitud de cuestiones, hablando a solas y encerrado entre cuatro paredes, y enmudecer despus cuando se est en compaa, expuesto a las miradas de los otros, como si no supieras nada. Como lo es perseguir a costa de grandes trabajos cosas que contienen una utilidad limitada y dejar alegremente de lado el debate, del que se derivan tantsimos beneficios. As como debe censurarse al agricultor que, pudiendo labrar toda su tierra, ara unos sotos estriles y deja sin cultivar las parcelas ms ricas y frtiles, tambin debe ser objeto de reprensin quien pudiendo hacer suyos los dones de todos los estudios, se empea con todas sus fuerzas en otros, no importa cun difciles, desdeando y dejando de lado, en cambio, la prctica del debate, de la que se puede recoger abundante fruto.

    Recuerdo que cuando todava joven estudiaba gramti

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  • ca en Bolonia, tena la costumbre de no dejar que transcurriera hora alguna sin discutir, bien desafiando a mis compaeros, bien haciendo preguntas a los maestros. Y lo que haca en mi juventud no lo he abandonado con el paso de los aos; a lo largo de toda mi vida nada me ha sido ms grato, nada he ansiado ms que reunirme siempre que era posible con hombres cultos y explicarles lo que haba ledo y meditado y lo que despertaba mis dudas con el fin de escuchar su opinin.

    S que recordis y t en especial, Niccol, que por la estrecha amistad que te una a l, frecuentabas la casa de aquel ilustre varn al telogo Ludovico, hombre de ingenio agudo y elocuencia singular, que muri hace ahora siete aos. Mientras vivi, le visitaba a menudo con el propsito que he mencionado. Y si alguna vez, como suele suceder, ese da no haba podido preparar en casa el tema sobre el que quera hablar, lo haca por el camino. Como sabis, viva en la ribera del Amo, de modo que adopt el ro como seal y recordatorio; desde el momento en que lo atravesaba hasta su casa me dedicaba a reflexionar sobre los asuntos que me propona debatir con l. Cuando llegaba, alargaba el dilogo durante horas y, sin embargo, siempre me marchaba a regaadientes. Mi espritu nunca se saciaba de su presencia. Dioses inmortales, qu fuerza en la expresin!, qu elocuencia!, qu memoria! Dominaba no solo aquellas cosas concernientes a la religin, sino tambin las que llamamos gentiles. Tena siempre en los labios a Cicern, a Virgilio, a Sneca y a los dems antiguos; sola citar no solo sus opiniones y dichos, sino sus palabras de una manera que no pareca que las hubiera tomado de otros, sino que eran suyas. Nunca pude mencionar algo que al parecer constituyera una novedad para l: todo lo haba observado ya y lo conoca de antes. Por el contrario, escuch muchas cosas de l, aprend mucho y tambin, por

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    la autoridad de aquel varn, vi confirmadas muchas cosas sobre las que tena dudas.

    Mas, por qu hablas tanto de ti? me objetar alguno . Acaso eres el nico que participaba en debates?. En absoluto. Podra haber mencionado a muchos que solan hacer otro tanto, pero he preferido hablar de m para poder declarar con conocimiento de causa cun til es debatir. Yo, que en verdad he vivido hasta hoy de manera que he gastado todo mi tiempo y mis esfuerzos en el afn de aprender, creo haber sacado tal fruto de estas discusiones o dilogos que llamo debates, que les atribuyo la mayor parte de lo aprendido. Por esta razn, os suplico, jvenes, que sumis a vuestras loables y preclaras actividades esta prctica, que hasta ahora se os ha escapado, para que, provistos de los beneficios que de ella se derivan, podis conseguir con mayor facilidad lo que persegus.

    Entonces Niccol dijo: Es tal como dices, Salutati. Efectivamente, no sera fcil encontrar segn creo algo que aporte ms a nuestros estudios que el debate, ni eres t el primero al que se lo escucho decir; se lo o decir a menudo al propio Ludovico, cuyo recuerdo, que has trado a colacin, casi hace brotar lgrimas en mis ojos. Y aquel Crisoloras, del que stos han aprendido griego, estando yo una vez presente cosa que, como sabes, suceda con frecuencia , exhort de modo particular a sus discpulos a que sostuvieran siempre conversaciones entre s sobre algn tema. Pero su exhortacin fue realizada en trminos sencillos y con palabras desnudas, como si fuera evidente que era algo sumamente til, sin que indicara su fuerza y eficacia. En cambio, t lo has expuesto con tales palabras, has puesto de relieve de tal modo todas sus consecuencias, que has hecho evidente ante nuestros ojos cun valiosas resultan las discusiones. As, no puedo decirte lo gratas que han sido tus palabras para m.

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  • Sin embargo, Coluccio, si no nos hemos ejercitado en debatir tanto como t consideras oportuno, no ha sido por culpa nuestra, sino de los tiempos. Por tanto, trata, te lo ruego, de no irritarte sin motivo con nosotros, tus amigos. Si demostraras de alguna manera que estaba a nuestro alcance poder hacerlo, por nuestra omisin soportaremos con nimo sereno no solo palabras de censura, sino incluso latigazos de tu parte. Pero si fuera porque hemos nacido en tiempos turbulentos, en los que existe tanta confusin en todas las disciplinas del conocimiento, tan grave prdida de libros, que ninguno que no carezca de toda vergenza resulta incapacitado para hablar del asunto ms trivial, entonces t debers ciertamente disculpamos si hemos preferido parecer taciturnos antes que impertinentes. N o creo, adems, que seas uno de esos que se deleita en vana charlatanera, ni que nos ests incitando a ello. Estoy seguro de que prefieres que nuestras palabras sean de tal autoridad y coherencia que parezca que verdaderamente sentimos y conocemos aquello de lo que hablamos. Para que as sea, se ha de dominar el asunto del que se quiere debatir; y no solo se debe tener conocimiento del tema en s, sino de sus consecuencias, antecedentes, causas y efectos; en fin, de todo lo relacionado con el tema en cuestin. Cualquiera que ignore todo eso no podr sino aparecer como un inepto en una discusin. Ya ves qu cantidad de conocimientos entraa un debate. Todos ellos se relacionan entre s como en una red admirable, pues nadie puede saber unas pocas cosas bien sin conocer bien muchas.

    Mas basta ya acerca de esto; volvamos a nuestro propsito. Por mi parte, Coluccio, en esta desventurada poca y en medio de tal penuria de libros, no veo qu capacidad de discutir puede alcanzarse. Pues, en estos tiempos, qu arte, qu saber puede encontrarse que no est fuera de lugar o del todo deturpado? Pon ante tus ojos el que quieras

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    y considera cul es su estado actual y cul fue antao: comprenders entonces que se han rebajado hasta un punto en el que se debe desesperar del todo.

    Puedes, por ejemplo, tomar la filosofa, por considerar que es la madre de todas las artes liberales, de cuyas fuentes deriva toda nuestra cultura humana. La filosofa fue un da trada de Grecia a Italia por Cicern y regada con la corriente dorada de la elocuencia. En sus libros no solo se expona el fundamento de toda la filosofa, sino que se explicaba detalladamente cada una de las escuelas filosficas en particular. Tal cosa, a mi parecer, contribua en gran medida a incitar al estudio, ya que cualquiera que acceda a la filosofa tena ante s los autores que deba seguir, y aprenda no solo a defender sus propias posiciones, sino tambin a refutar las contrarias. Gracias a semejantes libros haba en el pasado estoicos, acadmicos, peripatticos y epicreos; de all surgan todos los debates y las discusiones entre ellos. Ojal se hubieran transmitido hasta hoy tales libros! Si no hubiera sido tanta la incuria de nuestros mayores! Preservaron para nosotros a Casiodoro y a Alcido, y otras banalidades de esta suerte, que ninguno, ni siquiera los hombres de poca cultura, se ha molestado nunca en leer; en cambio, permitieron que los libros de C icern perecieran debido a su negligencia, y ello a pesar de que las musas de la lengua latina no han producido nada ms bello y ms suave. Lo cual no puede haber ocurrido sin un gran desconocimiento por su parte, porque si hubieran tenido un mnimo contacto con ellos, nunca los habran arrinconado: tal era en verdad su elocuencia, que fcilmente habran conseguido que cualquier lector mnimamente culto no los pasara por alto. Pero con gran parte de aquellos libros desaparecidos y con los que quedan en estado tan corrupto que poco les falta para estarlo, cmo crees que aprenderemos filosofa en esta poca?

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  • N o obstante, son muchos los maestros de esta ciencia que prometen ensearla. Oh preclaros filsofos de nuestro tiempo que ensean lo que no saben! N o puedo asombrarme lo suficiente de que hayan podido aprender filosofa ignorando las letras. Y es que cuando hablan dicen ms solecismos que palabras, por lo que prefiero escucharles antes roncando que hablando. A pesar de ello, si les preguntas sobre qu autoridad y en qu preceptos descansa su lustre sabidura, te respondern: los del Filsofo, con lo que se refieren a Aristteles. Y cuando es necesario confirmar cualquier cosa, esgrimen citas de aquellos libros que dicen ser de Aristteles: expresiones speras, torpes, disonantes, ofensivas y enfadosas para cualquier odo. As lo afirma el Filsofo, dicen. Contradecirle es un crimen nefando: para ellos su autoridad, ipse dixit, equivale a la verdad, como si solo l hubiera sido filsofo o sus opiniones fueran tan firmes como si Apolo de Delfos las hubiera pronunciado en su santo santuario.

    N o lo digo, por Hrcules!, para atacar a Aristteles, ni tengo guerra alguna declarada contra aquel varn sapientsimo, sino contra la estupidez de los aristotlicos. Si fueran culpables tan solo de ignorancia, ciertamente no seran dignos de alabanza, pero al menos habra que tolerarlos en esta desgraciada poca. Ahora bien, cuando a su falta de conocimientos se une tanta arrogancia que se hacen llamar sabios y como tales se consideran, quin podr sufrirlos con nimo sereno? Mira lo que pienso de ellos, Co- luccio: no creo que tengan la ms mnima idea acerca de qu sostena Aristteles realmente y poseo un testigo de la mayor autoridad, que traer ante ti. Quin es este? El padre mismo de la lengua latina, Marco Tulio Cicern, del cual yo, Salutati, pronuncio sus tres nombres para que permanezca ms rato en mi boca, hasta tal punto es para m dulce manjar.

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    Tienes razn, Niccol dijo Coluccio , pues no hay nadie que debamos estimar ms y que sea ms dulce que nuestro Cicern. Pero en qu lugar lo dice? N o conozco el pasaje.

    Cicern lo escribi respondi al comienzo de los Tpicos. Cuando Trebacio jurisconsulto pidi a cierto retrico famoso que le explicase el significado de los tpicos que Aristteles haba comentado y ste le contest que no saba cules eran esas doctrinas aristotlicas, Cicern le escribi que no se sorprenda de que el retrico ignorara a aquel filsofo que los propios filsofos desconocen fuera de unos pocos. No te parece que Cicern mantiene al ganado ignorante lo bastante alejado del establo? No te parece que es aplicable a los que sin ninguna vergenza se adscriben a la familia aristotlica? Excepto unos pocos, dice. Se atrevern a declarar que pertenecen a esos pocos? N o me extraara, con la desfachatez que tienen; pero no nos engaemos, te lo ruego. Cicern hablaba en una poca en la que era ms difcil encontrar hombres incultos que hoy letrados al fin y al cabo, sabemos que nunca floreci tanto la lengua latina como en tiempos de Cicern ; y sin embargo, se expresa en los trminos que hemos referido antes. Por tanto, los propios filsofos salvo un reducido nmero de ellos no conocan al Filsofo en aquellos tiempos en que florecan todas las artes y todas las disciplinas, en que abundaban los hombres doctos, en que cualquiera saba el griego tan bien como el latn y poda saborear su lectura en el original. Si entonces, cuando las circunstancias eran tales, los filsofos mismos excepto unos pocos no conocan a Aristteles, dir hoy, en medio de este naufragio de todo el saber, en medio de tanta penuria de hombres cultos, que lo conocan esos que no saben nada, que desconocen no solo el griego, sino que incluso tampoco estn suficientemente

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  • familiarizados con las letras latinas? N o puede ser, Coluccio, creme, que dominen correctamente ninguna materia, en especial cuando esos libros, que dicen ser de Aristteles, han sufrido una transformacin tan grande que si alguno se los llevara al autor, l mismo no los reconocera ms de lo que lo hicieron los propios perros de Acten cuando fue transformado de hombre en ciervo. Segn C icern afirma, Aristteles se consagr al estudio de la retrica y escriba en un estilo increblemente agradable. Por el contrario, estos libros aristotlicos si a pesar de todo pueden considerarse suyos nos parecen de lectura cargante y enfadosa, y enmaraados en tanta oscuridad que, aparte de la Sibila y Edipo, nadie los entendera. Que cesen, por tanto, esos preclaros filsofos de proclamar su sabidura! N o son lo suficientemente inteligentes como para hacerse con ella, si existiera esa posibilidad, e incluso si fueran muy inteligentes, no veo que exista tal posibilidad de alcanzarla en estos tiempos. Pero con esto ya he tratado bastante de filosofa.

    Qu hay de la dialctica, un arte del todo necesario para debatir? Posee quizs un reino floreciente?, no sufre ninguna baja en esta ofensiva por parte de la ignorancia? De ninguna manera, pues ha sido atacada incluso por los brbaros que habitan ms all del ocano. Qu gentes, dioses benvolos! Hasta sus nombres me horrorizan: Fe- rabrich, Buser, Occam y otros semejantes; todos ellos parecen haber sacado sus nombres de la banda de Rodaman- te. Y qu hay, Coluccio por dejar de una vez esta mofa , que no haya sido revuelto por los sofistas britnicos? Qu queda que no haya sido apartado de aquella antigua y autntica manera de debatir y no haya sido transformado en algo absurdo y trivial?

    Podra decir lo mismo de la gramtica, de la retrica y de casi todas las restantes artes, pero no quiero ser prolijo

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    en probar lo que por s mismo resulta evidente. A qu motivo, Coluccio, hemos de atribuir que desde hace ya tantos aos no se haya encontrado a nadie que se distinga en estas disciplinas? N o es que los hombres carezcan de inteligencia, ni de ganas de aprender; sin embargo, en mi opinin, este estado de confusin del saber y la falta de libros han barrado las sendas del conocimiento hasta tal punto que, suponiendo que hubiera alguien poseedor de una gran inteligencia y de un ansia ilimitada de aprender, las circunstancias supondran un impedimento de tal calibre que no podra alcanzar su propsito. Efectivamente, sin cultura, sin maestros, sin libros, nadie puede dar prueba de su excelencia en los estudios. Puesto que se nos ha privado de la posibilidad de tales cosas, quin se sorprender de que nadie en esta poca, desde hace ya mucho tiempo, se haya aproximado a la grandeza de los antiguos? Aunque yo, Salutati, desde hace un rato siento un cierto rubor mientras hablo de estas cosas, pues t, con tu sola presencia, pareces refutar y echar abajo mis palabras; t, que sin duda eres quien ha superado o al menos, ciertamente igualado en elocuencia y sabidura a aquellos antiguos a los que de ordinario admiramos tanto. Pero te estoy diciendo lo que pienso de ti y no, por Hrcules, lo que dira para adularte! Me parece que lo has logrado gracias a tu extraordinaria inteligencia, casi divina, a pesar de carecer de esas cosas sin las cuales otros no podran hacerlo. As pues, solo t debes ser exceptuado de mis palabras; hablemos de los otros, a los que la naturaleza vulgar cre. Si no son particularmente cultos, quin los juzgar con tanta dureza como para pensar que se les debe achacar a ellos esta culpa, sino ms bien a los desastrados tiempos en que vivimos y al caos general? Acaso no vemos de cun abundante y bello patrimonio ha sido despojada nuestra poca? Dnde estn los libros de M. Varrn, que casi por s so

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  • los podran convertir a un hombre en sabio, en los que se explicaba la lengua latina, y se contena el saber sobre las cosas humanas y divinas, todo el conocimiento y todas las ciencias? Dnde estn las historias de Tito Livio?, dnde las de Salustio?, las de Plinio?, dnde estn las de tantos otros?, dnde estn los muchos libros de Cicern? Oh msera e infeliz condicin de nuestros tiempos! Pasara el da entero y an me faltara tiempo si quisiera mencionar el nombre de todos aquellos de quienes nos ha privado nuestra edad.

    Y en situacin tan angustiosa t, Coluccio, dices haberte enfadado con nosotros porque en las discusiones no mantenemos la lengua en constante movimiento. Acaso no hemos odo que Pitgoras, de gran renombre entre la gente por su sabidura, sola dar a sus discpulos ante todo este precepto: que permanecieran en silencio durante cinco aos? Y con razn, pues aquel varn sapientsimo consideraba que nada resultaba menos apropiado que se discutiera sobre asuntos que no se dominaran correctamente. Mientras los que han tenido por maestro a Pitgoras, prncipe de los filsofos, hacan esto no sin elogio, nosotros, que carecemos de maestros, de conocimientos, de libros, no podremos hacerlo sin ser vituperados por ello? N o es justo, Coluccio; mustrate ecunime en este asunto como lo eres habitualmente en otros y olvida tu enfado. No hemos hecho nada para que te sientas molesto con nosotros.

    Despus de que as hablara Niccol y de que fuera escuchado con toda atencin, se hizo un breve silencio. Luego, Salutati volvi su mirada hacia l y dijo: Niccol, nunca habas mostrado una oposicin tan firme, tanta autoridad en un debate. En verdad, como dice nuestro poeta, eras ms de lo que pensaba. Aunque siempre te haba credo particularmente apto por naturaleza para estos es

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    tudios, sin embargo nunca pens que hubiera en ti tal capacidad como la que has demostrado ahora al hablar. Abandonemos, por tanto, si te parece bien, toda esta discusin sobre la discusin.

    En este punto intervino Roberto, diciendo: Sigue, Sa- lutati, ya que no resulta apropiado que t, que hace un momento nos estabas incitando a debatir, dejes a medias este debate. Comienzo a temer respondi Salutati haber despertado, como se suele decir, a un len que dorma, aunque no me parece que vaya a hacerme dao. Pero ahora querra que me dijeras, Roberto, si ests de acuerdo conmigo o con Niccol. N o tengo dudas acerca de la postura de Leonardo, ya que veo que coincide con Niccol en todas sus opiniones, hasta el punto de que, a mi juicio, antes se equivocar con l que tener la razn conmigo.

    Entonces yo dije: Te tengo en alta estima, al igual que a Niccol, de modo que considrame un juez ecunime, aunque me doy cuenta de que mi causa est en el tablero en esta discusin no menos que la de Niccol. Por mi parte aadi Roberto no dar a conocer mi parecer hasta que ambas posturas no hayan sido expuestas. Por tanto, contina, ya que has comenzado.

    Continuar dijo Coluccio y rebatir a Niccol, lo que por otro lado resulta sencillsimo. Esto es lo que pienso: el cuidadoso discurso que acaba de pronunciar servir para condenarle en lugar de como defensa. Cmo as? Porque lo que probaba con sus palabras lo refutaba en realidad con su discurso. De qu manera? Porque para defenderse se lamentaba de la decadencia de nuestra poca y afirmaba que la facultad de debatir se haba perdido discutiendo, sin embargo, esta cuestin con gran sutileza para probarla. Y entonces qu? Se condena l por ello? As lo creo. Por qu? Porque sus argumentos no pueden sostenerse; es contradictorio que lo que alguien niega que pue-

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  • ila ser posible, l mismo lo haga sin cesar, a menos que tambin quizs est afirmando que est dotado de una inteligencia excepcional, de modo que l es capaz, desde luego, de hacer eso mismo que otros no pueden. Si se lo otorgo, quedar libre de la gran deuda que l me ha hecho contraer hace poco, cuando me antepuso an a aquellos antiguos que son objeto de nuestra admiracin. Pero eso, Niccol, no te lo otorgar, ni me arrogar tal cosa, pues confo en que haya muchos que puedan superarme a m e igualarte a ti en la agudeza del ingenio.

    Roberto dijo entonces: Permteme, Coluccio, que te interrumpa un instante, antes de que prosigas. N o veo cmo t mismo no puedes dejar de contradecirte, pues si Niccol, que sabemos que no participa con frecuencia en los debates, ha respondido con elocuencia suficiente, segn t mismo reconoces, por qu entonces la tomas con nosotros por no debatir a menudo, cuando se puede hacer un papel digno en los debates sin tanta prctica?.

    A esto respondi Coluccio diciendo: Yo os he exhortado a debatir porque lo consideraba extremadamente til. Deseo veros destacar en todas las facetas de la cultura. Confieso que el discurso de Niccol me ha agradado, pues no careca de elegancia ni de sutileza, pero si ha sido capaz ele argumentar con tanta fuerza sin haberse ejercitado en el debate, lo cual es especialmente efectivo, qu piensas que podra haber hecho con algo de prctica?.

    Como Roberto permaneca en silencio y su rostro expresaba asentimiento ante estas palabras, Coluccio, volvindose a Niccol, dijo: Puedes concederme lo que Roberto ha otorgado: la fuerza del ejercicio es grande, grandes son sus efectos; no existe nada tan tosco, nada tan grosero que el uso no suavice y pula. No has visto cmo los oradores declaran casi unnimemente que de poco vale el saber sin prctica? Qu pasa en el arte militar?, en las

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    competiciones? Y en fin, en todas las restantes cosas, hay algo que sea ms til que la prctica? En consecuencia, si queremos actuar como sabios, debemos confiar en que la prctica tenga esa misma eficacia en nuestros estudios; ejercitmonos, pues, en el debate y no abandonemos su prctica. En nuestros estudios ejercitarse consiste en dialogar, indagar y examinar aquello de lo que se trata en nuestras disciplinas, todo lo cual designo con una sola palabra: debatir. Si crees que en esta poca se nos ha privado de la facultad de llevar a cabo todas estas cosas debido, como t dices, al caos existente, te equivocas por completo. N o negar que es cierto que las artes liberales han sufrido un cierto declive, sin embargo no han sido destruidas hasta el punto de que los que se consagran a ellas no puedan llegar a ser doctos y sabios. Por otro lado, cuando estas artes florecan, tampoco a todos les gustaba ascender hasta la cumbre. Predominaban los que, como Neoptole- mo, se contentaban con poco, frente a los que queran darse por entero a la filosofa; y nada impide que podamos hoy hacer lo mismo. Por ltimo, Niccol, debes procurar no querer solo lo que no puede llevarse a cabo, descuidando y menospreciando, en cambio, lo que es posible. Que no se han conservado todos los libros de Cicern? Sin embargo, han sobrevivido muchos, y no precisamente una pequea parte de ellos; ojal los comprendamos bien, pues entonces no temeremos que se nos acuse de ignorancia. Que se ha perdido a Varrn? Es deplorable, lo admito, y difcil de soportar, sin embargo contamos con los libros de Sneca y con los de muchos otros que podran suplir el lugar de Varrn si no furamos tan melindrosos. Ojal que supiramos, o al menos quisiramos aprender todo lo que esos libros que han llegado hasta nosotros pueden enseamos! Pero, como ya he dicho, somos demasiado exquisitos: deseamos lo que no tenemos y damos de lado lo que

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  • tenemos. Por el contrario, deberamos contar con lo que poseemos, cualquiera que ello sea, y desterrar de nuestra mente el deseo de lo que carecemos, puesto que no nos aprovecha en nada dar vueltas sobre el asunto.

    Te ruego, por tanto, que procures no echar a otro la culpa, atribuyendo a nuestra poca lo que solo a ti debe imputarse, aunque de ningn modo he dudado de que t, oh Niccol, hayas alcanzado todo cuanto se puede aprender en estos tiempos. Conozco la diligencia, el celo y la viveza de tu ingenio. De aqu que desee que consideres que lo que acabo de decir va dirigido a oponerme a tus palabras ms bien que a herirte.

    Pero quisiera dejar ya este asunto: son cosas demasiado evidentes para ser objeto de discusin. Sin embargo, no caigo en qu razn te ha llevado a afirmar que hace ya tiempo que nadie destaca en estos estudios, pues, pasando por alto a otros, cmo no considerar eminentes al menos a tres varones que nuestra ciudad ha aportado a estos tiempos: Dante, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio, que el consenso general ha elevado hasta el cielo? Tampoco veo y por Hrcules, no me mueve el hecho de que sean mis conciudadanos por qu no se les debe contar entre los antiguos en todos los aspectos de la cultura humana. De hecho, si Dante hubiera escrito en otro estilo, no me contentara con compararlo con nuestros mayores, sino que lo habra antepuesto a los mismos griegos. Por tanto, Niccol, si los has postergado a sabiendas, habrs de explicamos el motivo por el que los has menospreciado; pero si se te escaparon por un olvido, me desplace que no tengas impresos en la memoria a los hombres que son loor y glora de tu ciudad.

    Niccol respondi: Qu Dante me traes a la memoria?, qu Petrarca?, qu Boccaccio? Acaso crees que juzgo segn la opinin del vulgo, de modo que apruebo o

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    desapruebo lo mismo que ia multitud? De ninguna manera. Cuando alabo algo, quiero tener bien claras las razones para hacerlo. N o sin motivo he recelado siempre de la mayora: sus juicios suelen estar tan equivocados que suscitan en m antes dudas que seguridades. Por consiguiente, no te extraes si, ante este digamos triunvirato tuyo, observas que mi actitud es muy distinta de la del pueblo. Pues, qu hay en ellos que sea digno de admiracin o de elogio ante cualquiera? Para comenzar con Dante, a quien ni t mismo antepones a Virgilio, es que no le vemos incurrir en tan numerosos y tan grandes errores que parece que no supiera nada? Es evidente que ignoraba lo que queran decir aquellas palabras de Virgilio, a qu no empujas los pechos mortales, oh infame sed de oro?"; palabras, por cierto, que nunca han originado duda alguna en cualquiera medianamente culto. Y aunque haban sido dichas contra la avaricia, l entendi que eran una imprecacin contra la prodigalidad. Asimismo describe a Marco Catn, que muri en las guerras civiles, como un anciano de larga y blanca barba, ignorando sin duda la cronologa, pues acab sus das en rica, a los cuarenta y ocho aos, todava joven y en la flor de su edad. N o obstante, ste es un error leve; ms grave e intolerable es que haya condenado a la mxima pena a Marco Bruto varn excelente a causa de su justicia, su modestia, su grandeza de corazn y, en fin, poseedor de todas las virtudes por haber matado a Csar, devolviendo al pueblo romano la libertad, prisionera en las fauces de los ladrones; en cambio, a Juno Bruto lo pone en los Campos Elseos por haber derrocado al rey. Sin embargo, Tarquino haba heredado el reino de sus mayores, y fue rey en una poca en que las leyes lo permitan; Csar, por contra, haba tomado la repblica por la fuerza de las armas y, una vez eliminados los ciudadanos honrados, suprimi la libertad de la patria. En consecuen

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  • cia, si malvado fue Marco, por fuerza lo fue tambin Juno; si, a pesar de todo, Juno, que expuls a un rey, es digno de elogio, por qu no se ha de alabar a Marco hasta los cuernos de la luna por matar a un tirano? Pasar por alto, por Jpiter, aquello que me avergenza que lo haya escrito un cristiano: que haya pensado que se deba infligir casi la misma pena a quien traicion a alguien que atormentaba al mundo que a quien vendi a su Salvador.

    Pero dejemos de lado los asuntos que pertenecen a la religin y hablemos de los que conciernen a nuestros estudios. Veo que aquel, por lo general, muestra tal desconocimiento sobre ellos que parece totalmente seguro de que si bien Dante haba ledo atentamente los quodlibeta de los frailes y otras cosas igualmente enojosas, en cambio de los libros de los gentiles, en los que se fundamenta el arte al que se dedicaba, apenas tuvo contacto con aquellos que se han conservado. En suma, suponiendo que poseyera otros talentos, lo cierto es que careci del de la latinidad. No nos avergonzaremos de llamar poeta, anteponindolo incluso a Virgilio, a alguien que no saba latn? Le hace poco varias epstolas suyas, que escribi al parecer con sumo cuidado, pues eran de su puo y letra y estaban rubricadas con su sello; pero, por Hrcules, nadie hay tan tosco que no se avergence de haber escrito de manera tan deslavazada. Por ello, Coluccio, pondr a este poeta tuyo aparte del grupo de los cultos y lo colocar entre los tejedores de lana, los panaderos y otros por el estilo. Y es que se expres de manera tal que parece que quera tener trato con esa clase de gentes.

    Pero basta ya de hablar de Dante. Examinemos ahora a Petrarca, aunque no se me escapa que entro en terreno peligroso, puesto que tendr que temer el ataque de todo el pueblo, al que esos ilustres vates han atrado a su causa no s con qu necedades, pues no s de qu otra manera se

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    puede llamar lo que han difundido entre el vulgo que ha de leerse. Con todo, dir libremente lo que siento, aunque os ruego encarecidamente que no divulguis mis palabras fuera de aqu. Qu ocurrira si algn pintor, tras declarar que posee una gran pericia en su arte, se pusiera a pintar un teatro y entonces, habiendo levantado una gran expectacin entre la gente, que cree estar asistiendo al nacimiento de un nuevo Apeles o de otro Zeuxis en su poca, al descubrir sus pinturas se viera que estaban cubiertas de rayas torcidas y ridiculas? Acaso no merecera que todos se mofaran de l? As lo creo, pues no merece ninguna clemencia quien con tanta desfachatez ha proclamado saber lo que ignora. Ms an, qu pasara si alguno se jactara de una maravillosa habilidad musical y luego, despus de proclamarlo constantemente, habiendo congregado un gento deseoso de escucharle, se pusiera de manifiesto que no es capaz de excelencia en ese arte? No se marcharan todos juzgando ridculo a un hombre con tan altas pretensiones?, no juzgaran que merece trabajar como esclavo? Efectivamente. Luego merecen el mayor desprecio quienes no son capaces de cumplir lo prometido. Y sin embargo, nada ha sido anunciado con tanta fanfarria como la que Francesco Petrarca ha hecho sonar en torno al Africa-. no hay escrito suyo, casi se puede decir que ninguna epstola de cierta importancia, en que no te topes con un encomio de esta obra. Y qu vino despus? Despus de tanta promesa, no naci un ratn ridculo? Hay alguno de sus amigos que no admita que hubiera sido mejor que nunca hubiera escrito tal obra o que, habindola escrito, la hubiese condenado al fuego? Cunto, entonces, debemos apreciar a este poeta, que proclam como su mxima obra y puso todos sus esfuerzos en un poema que todos convienen que ms bien daa su fama que la acrecienta? Date cuenta de la diferencia que hay entre aquel y nuestro Vir

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  • gilio: ste engrandeci a hombres oscuros con su poema; aquel hizo cuanto pudo por oscurecer la fama del Africano, varn preclaro. Francesco escribi adems un poema buclico; tambin escribi invectivas a fin de ser tenido por orador y no solo como poeta. Sin embargo, escribi de tal manera que en sus buclicas no se encuentra nada que huela a pastoril o a silvestre y en sus oraciones nada que no est necesitado en gran medida del arte retrica.

    Puedo decir lo mismo de Giovanni Boccaccio, en cuya obra se manifiesta cul es su valor. Con ello creo haber dicho suficiente sobre l, pues si he demostrado las numerosas tachas de aquellos que segn tu juicio y el de todos los dems le superan con mucho y cualquiera, si quisiera molestarse en ello, podra sealar muchos ms , puedes suponer que si quisiera hablar de Giovanni, las palabras no me faltaran. Pero se es un defecto comn a todos ellos: eran de una arrogancia fuera de lo comn y pensaban que no exista nadie que pudiera juzgar su obra, persuadidos como estaban de que seran estimados en la misma medida que ellos mismos se calificaban. As, uno se llama a s mismo poeta, el otro laureado, el tercero vate. Ay, infelices!, qu oscuridad os ciega! Yo, por Hrcules, prefiero con diferencia una sola carta de Cicern y un nico poema de Virgilio a todas vuestras obrillas. Por tanto, Coluccio, que se queden ellos con esa gloria que segn tu opinin han reportado a nuestra ciudad; por mi parte, la repudio y pienso que no debe tenerse en mucho la fama que proviene de los que nada saben.

    Sonriendo, como era habitual en l, Coluccio, replic: Cmo me gustara, Niccol, que te mostraras algo ms amistoso hacia tus conciudadanos, aunque no se me escapa que no ha habido nunca nadie que concitara una aprobacin tan general que no fuera atacado por alguno. Virgilio mismo tuvo su Evangelos, Terencio su Lavinio. N o obstante, con tu permiso, dir lo que siento. M e parece que

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    los dos que acabo de mencionar eran ms tolerantes que t, ya que cada uno de ellos se opona a una sola persona y ninguna de ellas era compatriota suyo; t, en cambio, has llegado a tal enfrentamiento que has tratado, t solo, de echar abajo el prestigio de tres y, para colmo, los tres conciudadanos tuyos. La hora me impide emprender la defensa de aquellos varones y protegerlos de tus improperios; como ves, el da llega a su trmino. Temo, por ello, que nos falte el tiempo para tratar este asunto, ya que ser necesario un discurso no breve para defenderlos. Y no porque sea gran cosa o difcil responder a tus acusaciones, sino porque tal cosa no puede hacerse bien sin aadir un elogio de su figura, lo cual resulta sumamente arduo de llevar a cabo si se pretende estar a la altura de la grandeza de sus mritos. Por este motivo, retrasar mi defensa hasta otro momento ms conveniente. Ahora, sin embargo, te dir algo: t, Niccol, piensa lo que quieras de estos hombres, engrandcelos o empequeece su figura; en cuanto a m, creo que les adornaban muchas y excelentes artes y que eran dignos del nombre que se les atribuye por acuerdo universal. Y al mismo tiempo, tambin sostengo, y siempre sostendr, que no hay nada que sea tan provechoso para nuestros estudios como el debate y que si en esta poca han sufrido un declive, no por ello se nos ha privado de la facultad de someterlos a discusin. En consecuencia, no cesar de exhortaros a que os ejercitis en ella con la mayor dedicacin.

    Cuando hubo dicho esto, nos pusimos todos en pie.

    LIBRO II

    Al da siguiente, una vez que nos reunimos los que habamos estado presentes el da anterior y despus que se uniera a nosotros Pietro Sermini, joven infatigable y en extre-

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  • ino elocuente, amigo de Coluccio, decidimos visitar los jardines de Roberto. As, cruzamos el Am o y tras congregarnos all y contemplar los jard