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UMBERTO MURATORE LA VOCACIÓN ROSMINIANA EDIZIONI ROSMINIANE SODALITAS – STRESA

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UMBERTO MURATORE

LA VOCACIÓNROSMINIANA

EDIZIONI ROSMINIANE SODALITAS – STRESA

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UMBERTO MURATORE

LA VOCACIÓNROSMINIANA

EDIZIONI ROSMINIANE SODALITAS – STRESA

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ISBN 978–88–8387–043–9

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El texto original italiano ha sido traducidopor PEDRO GÓMEZ DÍAZ

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INDICE

1. El carisma........................................................................ 7

2. Notas distintivas del carisma ...................................... 10

3. Los llamados................................................................. 12

4. El Adscripto.................................................................. 13

5. El Hijo Adoptivo .......................................................... 15

6. Los religiosos................................................................ 18

7. La formación................................................................. 22

8. La caridad de Dios ....................................................... 26

9. La Providencia de Dios................................................ 27

10. Una propuesta de santidad íntegra y coherente...... 30

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…E fui dal Ciel fidato a quel sapiente [Rosmini]che sommo genio s’annientò nel Cristoonde sol Sua Virtù tutto innovasse…

Clemente Maria Rebora(Rosminiano), Curriculum vitae.

1. El carismaSituado arriba de Domodossola (Verbania) y en una colina se halla el

llamado Monte Sagrado Calvario, al cual el beato Antonio Rosmini,siendo ya sacerdote de la diócesis de Trento y contando con treinta yuna primavera, subía el 20 de Febrero del 1828, para responder ante unempuje interior que lo instaba desde hacía tiempo. El imperativo que leurgía era, en síntesis, el siguiente: “¡Piensa antes en tu alma!”

Él a esta edad se podía considerar un hombre afortunado, bajo todoslos puntos de vista. Noble por el nacimiento, el varón primogénito, he-redero único de una familia muy rica, por su brillante y agudainteligencia, una promesa ya bien consolidada, con un banda de amigosilustres y poderosos, sacerdote que juntaba en sí, la liberalidad, la pie-dad y la irreprensibilidad de las costumbres. Sin embargo había algodentro de él que le decía que aún habría de excavar, si quisiese aferrar elsentido global de la vida, porque la “roca” sobre la cual apoyar la exis-tencia entera se hallaba más en la profundidad. Y así como sólo tenemosuna vida, sería estúpido no buscar de vivirla lo mejor posible, quería enesto ver con claridad, agarrar aquella belleza humana íntegra, de la cualtodas las otras bellezas penden y no son otra cosa que ecos más o menoslejanos.

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A actuar en él era la exigencia bautismal, una fuerza interior deperfección que lleva al alma a arribar a orillas impensables, adonde en-cuentra una mente y un corazón dispuestos a darle plena acogida yrespiro. Y corazón y mente en él eran generosos, como un árbol sano entierra fecunda cuya expresión se ve en la lozanía de las ramas-flores-frutos la savia agolpante que hay en su interior.

Rosmini hará notar después que su vocación ha sido “ordinaria”.Nada pues de especial, ninguna misión en particular. Solo el deseo deponer orden y claridad en su voluntad a la voluntad de Dios para conél. Dios quiere que cada hombre, imagen de Dios, camine hacia la per-fección o unión gradual con Él, fuente de todo bien humano, quiere quecada uno de los individuos adquiera el máximo de la belleza que estádispuesto a comunicarle.

Sabiendo que Dios nos conoce en lo más íntimo mucho mejor quenosotros a sí mismos, iba pues a pedirle en confianza, cuál era el caminomejor fijado para él en su gobierno sapiente del mundo y de los espí-ritus. Deseaba recorrer la vida no solo, sino en compañía del autor de lavida. ¿Qué cosa hay más sencilla de esto? Algún amigo le escribía preo-cupado: “¿Qué cosa haces allá arriba, en una fría celda de un viejocastillo semiderrocado? ¿Qué cosa estás haciendo con los dones de loscuales la vida te ha surtido? ¿Has perdido la cabeza?” Él respondía,seráfico: “Pienso en el camino mejor para gastar la vida, en poner losfundamentos o plataforma sobre la cual construir mi entera existenciafutura. Todo lo demás será una consecuencia. Entiendo que todo ellopueda parecer un perder la cabeza. Pero es un perder santamente lacabeza, es la locura por Jesucristo”.

Con todo y eso había algo de genial en su vocación, en su aparecersimple y común; algo hay que caracterizará la vida de Rosmini en todoslos campos en los cuales se empeñará a continuación. Él poseía ese donraro que llevaba a la luz lo extraordinario que se esconde bajo unprincipio ordinario. Es aquí donde coge el principio evangélico quesalvando el alma se ha salvado todo en la vida (“¿A qué cosa sirveganar el mundo entero si se pierde el alma?” Mt 16,26) y lo lleva a sus

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consecuencias rigurosas prácticas, con una lucidez apremiante, sorpren-dente y que atemoriza. Rejuvenece, relimpia, representa una verdaddeteriorada por el uso, excava en sus profundiades para llegar al cora-zón de ellas, y de ahí libera la fecundidad innata y en todo eso canta conla vida el valor y la riqueza intrínseca, rescaldando en las almas de unmodo nuevo el deseo de vivirla integralmente.

Rosmini habría podido cultivar él solo, a semejanza de los ermitaños,esta apertura personal incondicional a la perfección o santidad de vida.Sin embargo todo lo que viene del amor de Dios por naturaleza es co-municativo, y por esto enseguida se hallaron compañeros deseosos decompartirla con él. Así es como nació en la Iglesia un nuevo Institutoreligioso cuyo nombre será el de Societas a Charitate nuncupata (Sociedadque toma el nombre de la Caridad) o Instituto de la Caridad. En dondeCarità viene escrita en mayúscula ya que es el equivalente de Dios-Amor, según la expresión de Sn. Juan “Dios es Caritad” (1Gv 4,8).

Con una tal denominación quería recordar que lo que uniese aqué-llos que formaren esta nueva sociedad debía de ser el amor que viene deDios, sea como empuje inicial, sea como ayuda para caminar juntos, seacomo el fin último a alcanzar. Hoy los pertenecientes a esta Sociedadson llamados comunmente “rosminianos”.

Acaeció que en el giro de pocos años en torno a Rosmini se juntarontambién algunas mujeres. Él les dió el mismo fin de la Sociedad de laCaridad, y las llamó Suore della Provvidenza, esto es; Hermanas de laProvidencia. Así mismo son llamadas “rosminianas”.

Pero, ¿Por qué unir “en sociedad” personas que deseen vivir en pro-fundidad el fin universal de la santidad? ¿No nos podemos salvaryendo solos?

Se trataría, dice Rosmini, de una invitación que en el mismo Evan-gelio es inherente. Si bien en una forma solitaria se puede hacer algopara la gloria de Dios y en provecho del prójimo. No cabe la menorduda que si nos unimos a otros, las potencialidades de bien personal ysocial crecen de manera exponencial. La vida común permite a cada

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socio de vivir la caridad en modo más concreto y ancho: el individuopuede verificar si su amor por los otros es una utopía o algo real, launión con los demás permite emprender obras que siendo uno solo noestaría en grado de poder cumplirlas. Y el amor, cuanto más generosoes, te mueve a la mayor cantidad y cualidad de bien posible. He aquí elpor qué al ingreso del noviciado los rosminianos presentes cantan:“¡Ved: cuán dulce, y cuán delicioso es que los hermanos convivanunidos!” (Sal 133,1). Esa es la razón por la cual Jesús se circundó de“amigos” para que compartiesen su plan de salvación.

2. Notas distintivas del carismaDe estos inicios se entiende que el “carisma” que ha hecho refulgir el

Espíritu Santo en el corazón de Rosmini no es otro, que el venir a floteuna verdad elemental, común a todos, y latente en cada bautizado: unirmi libre voluntad a la voluntad de Dios, para realizar el fin que Él haestablecido al crearme. Dios me hubo llamado desde el vientre de mimadre. Me ha dado un “nombre” propio, con un camino hacia la santi-dad que es idóneo para mí solo. Yo deseo responder a este nombre, rea-lizarlo en el tejido de la vida, acumular belleza sobre belleza a lo largodel viaje de la existencia, para volverme a encontrar con Él en la eter-nidad, belleza realizada en la compañía de otras semejantes bellezas a lamía. El padre rosminiano y poeta Clemente Rébora expresaba esta sim-ple vocación con la oración a la Trinidad: “¡Dadme el nombre que mediste!”. Realizar el agüero implícito que en el nombre nos ha dado Diossignifica llegar a ser santos. Sn. Pablo lo recuerda a todos los cristianos,cuando escribe: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1Ts4,3).

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De la elementaridad del carisma se comprenden algunas de suscaracterísticas.

La primera es la universalidad. Si la perfección del alma o santidad esun deber para todos, “rosminiano” puede llegar a serlo todo bautizado.No hay pues límites de edad, profesión, estado social, para volver aentrar en sí mismos y hacer un cambio de dirección a la propia existen-cia. Cualquier cristiano puede, en un cierto punto, decidirse para reali-zar una conversión de la propia alma, y decirse a sí mismo: “Basta conlos embrujos del mundo, y volvamos nuestra mira a cultivar los bieneseternos, en cuyo fondo está el Dios-Amor”. Con eso el Instituto no po-dría decir a quien golpease a sus puertas: “No estás hecho para noso-tros, ya que no tienes estudios, o no puedes ser sacerdote, ni aún eresitaliano, y ni siquiera eres adapto para las obras que están funcionando,etc.”. Todo ello son particulares secundarios. La única condición basilaresencial por la que pertenecer a la Sociedad de la Caridad es elpropósito sincero de recorrer el camino de santidad, aún contando conla propia fragilidad humana pero que jamás desconfía de la ayuda deDios.

La segunda es la libertad de movimiento. La Sociedad de la Caridad ensu conjunto, y en particular en sus miembros, no hacen retajos en supartida haciendo lonchas al apostolado, precisamente para poderacoger y tenerse en condiciones de abrazar todo aquello que el Espíritu aellos pueda sugerir en las mutaciones de los tiempos, lugares y circuns-tancias. La base de su carisma es la raíz común a todos los otros caris-mas particulares. En esa raíz el Espíritu es libre de hacer surgir todos los brotesque querrá. El deseo simple de la santidad es como un manantial naciendo en lacima del monte cuyas pendientes por las cuales correrá eso practicamente lodeciderá la voluntad de Dios. En el inicio los dones que llegan con el nuevo“socio” quedarán conservados como promesas abiertas en las manos del Señor.El cual dirá luego suavemente el dónde, el cómo y el cuándo usarlos. Son bienesconsagrados al Señor, al que se le confiarán para su libre administración. Así sepone la propia libertad, que es el máximo don concedido al hombre, en lalibertad de Dios cuya visión es mucho más larga que la nuestra.

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La tercera característica es la diversidad de nivel y de amplitud de lacaridad que puede convivir en los miembros de un mismo Instituto. Porparte del carisma, ningún don tiene un límite horizontal o vertical másallá del cual no se pueda ir. El ideal siempre puesto en la mira es lainalcanzable perfección de Dios, llegar a ser siempre más semejantes aÉl: como la espiga de grano que coge el dorado de su color en la medidaen la que se expone a la luz y al calor del sol, como el hierro que enro-jece cada vez más bajo la acción del fuego. En cambio el ritmo en lacarrera para conseguir este ideal, y la vastidad de respiración con el cualviene vivido, serán confiados a la generosidad de donación y a las po-tencialidades más o menos ricas de los sujetos que hacia él se enca-minan.

Unidad pues de carisma y multiplicidad de vías por las cualesexpresarlo en la relidad de cada día. Cuando una realidad cualquiera,escribe Rosmini, sabe conjugar en armonía la unidad con la diversidad,nos hallamos de frente a la “hermosura” auténtica. Y él, al fundar elInstituto o Sociedad de la Caridad puso mucha atención a fin de que nofaltara en este nuevo orden religioso la peculiaridad de la belleza.

3. Los llamadosSi el carisma a cultivar es aquel de la universalidad de la santidad,

latente en el bautismo, ello debe abrazar el deseo de unirse a todas lasperonas, ya que todas están llamadas a ser santas. La rosminianaSociedad de la Caridad tiene, en consecuencia, que ofrecer a todos aqué-llos, en los cuales este deseo resurge y se hace constringente, la posibi-lidad de cultivarlo juntos. Por su propia naturaleza debe presentarsepues como una escuela universal de santidad que nace de la caridad y vahacia la caridad, un laboratorio y un crisol permanente y dinámico de

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amor divino, en donde el uno al otro se ayuda para llegar a ser santos, acaminar bajo el signo de la santidad que Dios quiera para cada uno delos “amigos”. Un grupo de sodales (compañeros, estrechos amigos), cuyasoliedaridad primera sería aquélla de recorrer a lo largo de la existenciael sendero trazado por el Evangelio.

Para responder a la pregunta universal de santidad, Rosmini antesde otra cosa funda dos órdenes religiosas, una masculina y la otrafemenina. Llama a la primera Instituto de la Caridad y a la segundaHermanas de la Providencia, unificándolas bajo el mismo ideal espiritual.Se puede decir que la diversidad de la denominación es más bien unaexigencia de distinción jurídica, ya que los nombres substancialmenteson equivalentes vistos en su aspecto espiritual. Que las hermanas par-ticipan en la misma “Sociedad” eso se entiende por el hecho de queellas son por derecho “hijas adoptivas” de la Sociedad de la Caridad,esto es; ligadas por el vínculo más estrecho posible en su función ecle-sial de mujer, si bien con exigencias comunitarias autónomas respecto aaquéllas de los hombres.

Para ensanchar luego tal posibilidad a cada cristiano, fuere laico ecle-siástico o hasta nada menos religioso, crea unos haces de afiliados. Paralos religiosos de otras órdenes y para quienes querrían unirse a losreligiosos rosminianos pero que fuese por algo momentáneamente obs-taculizado, instituyó la figura del Hijo Adoptivo. Finalmente para loslaicos y los eclesiásticos él instituyó la figura del Adscripto.

4. El AdscriptoAdscripto, como hemos dicho, puede serlo cualquiera: hombre o mu-

jer, laico o eclesiástico. Como norma él vive fuera de la comunidad reli-giosa, pero desea compartir con ella en la forma que puede el ideal,

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transportándolo a las tareas en la cual la Providencia lo ha puesto. Losrequisitos esenciales para formar parte de esta Sociedad como Adscrip-to son las ganas sinceras de perfección evangélica, viviendo como le esconcedido en comunión de espíritu con los otros miembros de laSociedad. El acto de adscripción al Instituto no cambia para nada la su-perficie de su vida. Sin embargo hace mucho más consciente y profundoel deber de caminar hacia la Patria celeste, y ofrece la posibilidad deayudar a los otros y el hacerse ayudar para llegar a ser santos. Es unmodo de dilatar y de mantener vivo el fuego bautismal, sobre todoentre los laicos.

Para que este auxilio espiritual recíproco se haga concreto, el Ins-tituto “adscrive” a quien lo desea a una comunidad religiosa lo máscercana posible, y le ofrece asistencia espiritual. Pero no le impone al-guna obligación suplementaria de oraciones, penitencias, tareas especia-les. Es en esto donde se halla su distinción en el pertenecer a tercerasórdenes religiosas normales, que habitualmente añaden algunos com-promisos.

Incumbe al Adscripto buscar siempre de vivir espiritualmente lo me-jor posible, esto es; en una perfección creciente, aquellas obligacionesque la Providencia le haya fijado. Los Adscriptos cercanos en derredorse pueden reunir y pueden, en plena libertad, también tomar iniciativascomo grupo o uno por uno. Pueden asímismo unir sus fuerzas a los re-ligiosos consagrados, en la medida que creyesen oportuna y conve-niente.

Aún el eclesiástico, sacerdote u obispo, hemos dicho, puede ser un adscripto.También él tiene ya sus deberes. La adcripción, en él no sería otra cosa que unponer en comunión sus fuerzas espirituales, para que aumente el bien global dela Iglesia. Se trataría pues de vínculos internos y externos de amistad cristiana,aquella amistad que la fantasía de la caridad empujase a hacer siempre másfructuosa para el Reino de los Cielos. Unirse en este modo significa tener alquienañadido por el cual rezar y esperar que los otros recen por nosotros, dilatar elcerco de los amigos que se sostienen el uno al otro con recíproco amor que llegade Dios, tener alguno más para amar y del cual sentirse amado.

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Los Adscriptos en todo caso tienen un reglamento, que les ayude acultivar el espíritu de su víncolo a la Sociedad de la Caridad, y en ella sefavorezca la comunión recíproca, les haga partícipes en la vida y en ladinamicidad del Instituto en su conjunto. El todo, en una santa libertadrecíproca.

El Adscripto rosminiano, en el deslizar de decenios, se ha ido carac-terizando por una forma de espiritualidad, que recuerda muy cercana aaquella testimoniada y enseñada por el fundador Rosmini: piedad pro-funda y consciente en su espontaneidad, mente iluminada y abierta,comportamiento ético austero pero listo al diálogo y a la comunión,lejos de toda forma de mojigatería y superstición, serenidad y gozo aúnen medio de las pruebas.

Entre los Adscriptos más notos del pasado descuella: el laico Ale-jandro Manzoni, el eclesiástico y a su vez fundador Sn. Luis Orione, elcardenal inglés Nicolás Patrick Wiseman, el cardenal y príncipe alemánGustav Adolf Hohenlohe-Schilling.

La petición para llegar a ser a ser Adscripto se debe hacer al padreProvincial y presentata trámite el padre o el adscripto rosminiano quese conozca mejor. Las modalidades de la adscripción, un acto simple yprivado sin algún empeño jurídico o vinculante, vienen concordadosuno a la vez con el Provincial.

5. El Hijo AdoptivoUn haz más vinculante de los Adscriptos es aquella de los Hijos

Adoptivos. Se trata de personas que comparten más de cerca el espíritude consagración total a Dios, como es vivido por los religiosos rosmi-nianos.

Tras los Hijos Adoptivos que se hallan en este elenco, como hemos

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visto, las Hijas de la Providencia, o Hermanas Rosminianas. Ellas lo son“por derecho”, porque comparten las Reglas, las Constituciones y en par-te el gobierno en la persona del padre General del Instituto, el cual es elgarante y símbolo de esta unidad. Supongo que la cualificación de “hijaadoptiva”, dada a la hermana rosminiana, sea debida a la exigencia demantener las distancias canónicas prescriptas entre los hombres reli-giosos y las mujeres religiosas. Pero el carisma es el mismo, las herma-nas se regulan con los mismos enseñamientos y el mismo estilo de loshermanos, la “sociedad” es única en su médula si bien aparecen doscaras en la superficie, hermanas y padres donde podrían llevar obras encomún.

La vía de los Hijos Adoptivos está abierta también a aquellos laicos,que sientan una fuerte atracción por la vida consagrada, pero que estánimpedidos para entrar en el Instituto por algún obstáculo que hayan desuperar; por ejemplo: uno de los padres que se debe cuidar, o un hijoaún por mantener, una seria enfermedad, etc. A estas personas el Insti-tuto ofrece la posibilidad de vivir aquella parte de vida consagrada queen su momento preciso están en grado de poder vivir, dejando la puertaabierta a una condivisión total una vez que el obstáculo haya sidosuperado. Este tipo de condivisión en el vínculo práctico de la caridad,está regulado a través del voto de obediencia al padre General.

Desde hace un tiempo, los padres rosminianos, para ofrecer la posi-bilidad también a las mujeres laicas y a los cónyugues de ambos sexos elpoder compartir la vida consagrada en la parte que puede ser con-cedida, ha instituido un segundo haz, llamado con el nombre de So-dalicio [nombre del miembro perteneciente a la Sociedad] de los adscriptosconsagrados del Instituto de la Caridad. Este sodalicio es una nueva realidad,que obedece al espíritu rosminiano de ensanchar para poder compartir laCaridad de Dios a “todos” los bautizados, en las formas que la misma fantasíade la caridad sugiera. Los Adscriptos Consagrados viven el espíritu rosminianocon las modalidades del Hijo Adoptivo, hacen en forma privada voto deobediencia al padre General y con su ayuda buscan la voluntad de Dios en lascircunstancias ordinarias de sus vidas.

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Una ulterior figura de Hijos Adoptivos está formada por personasque pertenecen ya como profesos a otra orden religiosa. Esta clase de li-gazón, un poco atípica en la Iglesia, tiene necesidad de alguna explica-ción.

En substancia, para Rosmini cada Instituto Religioso no es otra cosaque un don particular del Espíritu Santo en la Iglesia. Todos estos donesnacen de la misma linfa o raíz, que es la caridad o Dios-Amor. Hemosdicho que la Sociedad de la Caridad no tiene otros carismas si no aquélimplícito en todos. La raiz común e implícita en toda orden religiosapermite pues al rosminiano de hacerse, según las mociones del Espíritu,carmelita con los Carmelitas, benedictino con los Benedictinos, jesuitacon los Jesuitas, franciscano con los Franciscanos, etc. Por tanto es signode coherencia desear estrechar ligazones también fuertes con los otrosreligiosos, en nombre de la Caridad que ya les une. Sería un “recono-cer”, esto es; un hacer visible y consciente, la ligazón que les estrecha atodos.

Sin embargo este filón de Hijos Adoptivos posee ya los vínculos de lapropia orden de pertenencia. Ahora bien, responde Rosmini, los rosmi-nianos “acogerán a estas personas como Hijos, pero les honrarán comoPadres”. Aquí él quiere decir que estos religiosos se ayundarán mutua-mente a vivir lo mejor posible los deberes recíprocos que ya tienen en lapropia congregación, con el espíritu del orden al cual pertenecen. Essiempre hermoso que los llamados a la santidad se edifiquen el uno alotro.

Los vínculos entre religiosos de diversas órdenes, además para Rosmini sonútiles para neutralizar la tentación del espíritu de separación, de fracciona-miento, del multiplicarse de pequeñas iglesias cerradas en sí mismas. Si la raízevangélica común es la caridad, y si como dice Sn. Pablo “no eres tu aquél queporta la raíz, sino es la raíz la que te porta (Rom 11,18), los religiosos estánobligados a hacer visible la caridad a través de la apertura, el diálogo, laconstrucción de puentes tras diversas comunidades, la búsqueda de unaidentidad que no niegue la diversidad, el cultivo de una porción singular en laIglesia sin mortificar las relaciones con toda la Iglesia.

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La petición para llegar a ser Hijo Adoptivo se hace al Padre General,al que toca determinar si se dan las condiciones para aceptarla.

6. Los religiososEl grupo más interno de la Sociedad de la Caridad es aquel formado

por los religiosos verdaderos y propios: hermanos y hermanas rosmi-nianas que profesan con voto la pobreza, castidad y obediencia a plenotiempo. Incluyo también las Suoras porque, como he dicho más arriba,profesan la vocación rosminiana en su plenitud y son llamadas “hijasadoptivas” sólo porque tienen un rol diverso y que le viene asignadopor la Iglesia. Hermanos y hermanas que entran en la Sociedad de laCaridad con el propósito de permanecer dentro de ella toda la vida, enla buena y en la mala suerte, y de dedicarse juntos a la gran obra de lagloria de Dios y de la caridad hacia el prójimo, según las indicacionesque la voluntad de Dios establecerá para ellos.

Rosmini los ve como un grupo compacto, que se ama como se ama-ban los discípulos de Jesús, dispuestos a ayudarse recíprocamente hastael punto de dar la vida el uno por el otro, tensos sin reserva hacia elDios-Amor que les empuja, les sostiene y les atrae para Sí.

¿Qué cosa hoy, en general, puede atraer un cristiano a hacerse re-ligioso “rosminiano”?

En el fondo de toda “llamada”, como hemos dicho, es el hacer venir a lasuperficie, esto es; al estado de consciencia, la exigencia bautismal de llegar a sersantos. La palabra “santo” puede ahuyentar. Pero, si se piensa bien, “santo” noquiere decir otra cosa que “perfección” humana, vida en su plenitud, bellezaintegral. Convertirse santo equivale a lo mismo que ejercitar el propio yo paraalcanzar al máximo aquellas potencialidades que la gracia de Dios, radicándoseen la naturaleza, es capaz de desarrollar en mí.

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Rosmini, en el enero del 1816, casi al umbral de los diecinueve años,escribía a un amigo sacerdote: “Es verdad, nosotros no somos santos;pero a mí me disgusta cuando alguno me hace esta objección, y yo conconvicción les respondo que Dios nos puede hacer santos, y que yoespero en Cristo-Jesús, y que todos en eso tenemos el derecho, y todostenemos abierto el camino e igual virtud, y gloria”. Tener abierta la víade la santidad, hacerla visible en sí y en los otros, además de ser underecho es un deber. Decía al propósito Pablo VI: “Que ninguno, porculpa nuestra, ignore aquello que debe saber para orientar en sentidodiverso y mejor la propia vida”.

Se trata, en definitiva, de tener viva la memoria a la vocación funda-mental tendida en el fondo de cada vida humana. Nosotros estamoshechos para Dios, Dios es el último término de toda criatura inteligente,la existencia es un camino a lo largo del cual estamos llamados a llegar aser siempre más semejantes a Él que es la vida, la inteligencia, la bon-dad en persona. Quien decide de dedicarse a tiempo pleno a esta vidade perfección, no hace otra cosa que responder con la seriedad debida asu vocación de hombre. En este itinerario existencial, la vida religiosa escomo la autopista respecto a las carreteras ordinarias: permite el tenercentrado mejor el blanco, hace más suelto el camino, elimina tantos se-máforos, cruces, curvas. De hecho en paridad de condiciones, una vidade comunidad que tiene como único fin la mira puesta en la santidad,permite de utilizar todas las energías disponibles hacia el objetivocomún.

Para elegir la vía o el camino de perfección en la vida religiosa expli-can en común acuerdo Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola y AntonioRosmini no es necesaria alguna llamada especial. El reclamo, la “voca-ción” está ya dirigida a todos en el Evangelio, si bien bajo forma deconsejo. Jesús primero dice a todos “Sed perfectos, como vuestro Padrecelestial es perfecto ” (Mt 5,48): luego, al joven que le pedía que cosa lefaltaba “aún” (y este “todavía” indica la búsqueda de lo mejor) paratener la vida eterna, respondió: “Si quieres ser perfecto, va vende lo quetienes, y dalo a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo, después

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ven y sígueme” (Mt 19,21). Basta así pues sentir “ganas” (si quieres) deun “mejor”, para elegir la vida consagrada.

Si luego la vida religiosa es aquella rosminiana, no es necesario aten-der una llamada divina especial. En ella de hecho se trata de realizar “lomejor” una vocación que es fundamental para cada hombre.

Pero, ¿Qué cosa hoy, en una cultura como la nuestra, podría hacersurgir un deseo de tal género?

Una primera lista de personas puede advertirlo como continuación yperfección del ideal cristiano cultivado durante años. Es la vocación quevivió el mismo Rosmini: se nace en una familia repleta de valores éticosy religiosos, se crece compartiendo la espiritualidad familiar. A uncierto punto la experiencia cristiana, ya compartida, llega a un nivel degenerosidad que “desborda” la vida ordinaria de los fieles y pidecontenedores más dilatados de santidad, niveles más altos de donación.Estas vocaciones son como el vástago bueno, del cual nacerá la flor, quea su vez dará el fruto. Almas cuya sed espiritual aumenta en la medidaen la que alcanzan la gracia. Han experimentado en sí mismos lapromesa de Jesús: “El agua que yo le daré se convertirá en ellos unafuente de agua que brotará hasta la vida eterna” (Gv 4,14). Se verifica enéstos aquello que dice el sabio: “El sendero de los justos es como la luzque despunta, avanza, crece, hasta que el día ha llegado” (Pr 4,18).

Otra lista, más consistente hoy, está formada por personas en lascuales el deseo de la consagración emerge de tanto en tanto en su exis-tencia como posibilidad remota. Es como vivir una realidad que viene ala superficie entre las oleadas de la vida, una añoranza permanente quese asoma y luego se retira, mientras el tiempo pasa inexorable y el otoñode la existencia se acerca. ¡Aquí puede saltar la decisión: basta aguardary ondear, es necesario decidirse y “elegir”! ¡Hay que poner punto finalal decir siempre “mañana”, esta vez diré “hoy”!

Finalmente hoy es frecuente la vocación virada como, improvisada,al modo de Sn. Pablo, Sn. Agustín, Pascal. Puede acaecer en ellas unmomento de la existencia, en el que se revela al espíritu la “vanidad” de

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la vida conducida hasta ahí y gastada por el “vacío” de los valores enlos cuales se creía, la inconsistencia de las cosas fuertemente queridas yque a un cierto punto me han desilusionado, dejándome un puñocerrado sin nada. En estos casos, el alma tiene dos vertientes para elegir:o la resignación que se puede teñir de cualquier desesperación o cinis-mo, o la voluntad de reaccionar con la seria prospectiva de un alba nue-va, al enseñamiento de un cambio radical. Esta última es una reacciónárdua, feroz, las ganas evangélicas de “volver a ser niños”, de un albanuevo, para vivir una vida de los horizontes velados, y aún no explora-dos. Una vida que se puede cumplir sólo pidiendo humildemente aJesús, como Sn. Pablo: “¿Quién eres tú, Señor? ¿Qué quieres que yohaga?” (At 22,8-10). Cuando se siente surgir tal disposición en sí, se esmaduro para probar el noviciado rosminiano.

Estas últimas almas, sin embargo, deben tener en cuenta que no setratará de un paseo. Los valores religiosos cuestan porque valen mucho,muestran cimas inmaculadas y lejanas, que para conquistarlas pidenlágrimas y sangre. Sin la ayuda de Dios, y la humilde disposición a de-jarse amaestrar por Él, único maestro en este género de valores, seríaimpensable también dar los primeros pasos. Jesús decía a Sn. Pablo,después de haberlo elegido como “instrumento electo” de su Iglesia:“Yo le mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre” (At 9,16). Deello saben algo los convertidos como Sn. Agustín, Sn. Francisco de Asís,Clemente Rébora: personas que, siguiendo el ejemplo de Jesús en elcumplir la voluntad del Padre por Él, “aprendieron el valor de la obe-diencia por aquello que tuvieron que sufrir” (Eb 5,8). Pero es la ley delamor, el cual, explica Rosmini, “no es verdadero amor si no sabe asangre”.

Quien desee emprender la vida religiosa en el Instituto rosminiano,como primer paso debe buscar un contacto con algún padre o hermanarosminiana, que lo encaminaran a los respectivos padres o madresProvinciales.

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7. La formaciónEl ingreso oficial del aspirante religioso en el Instituto se tiene con el

Noviciado de las hermanas o de los padres. El lugar destinado alnoviciado en la Sociedad de la Caridad es el Sagrado Monte Calvario deDomodossola, donde Rosmini se había retirado para preguntarse sobreel problema de la santidad. Los rosminianos italianos continúan atenerlo allá; antes bien, desde el 2.009 el Calvario se ha convertidotambién sede del noviciado rosminiano internacional. Las rosminianasitalianas lo han tenido por decenios en Borgomanero (Novara), y desdehace algún año lo tienen en Stresa (Verbania), donde se halla la tumbade Rosmini.

Encima de la puerta de la entrada al Calvario, para acoger al noviciohay una pintura al fresco. En ésa se notan tres figuras: un ángel, un niñoy una serpiente.

El ángel ocupa gran parte de la escena: es juvenil, con unas alasanchas y desplegadas en vuelo hacia lo alto, con los pies alzados, índicede la pureza y del desapego a las cosas de la tierra. El rostro, sonriente,lo dirige hacia el niño. Con el índice de la mano derecha alzado indica elcielo, mientras con la mano izquierda coge el brazo derecho del niño. Elniño es pequeño, con los pies desnudos caminando sobre la tierra, elbrazo derecho dando la mano al ángel, la mirada dirigida y confiadahacia el punto indicado por el amigo celeste. La serpiente por fin estáarrastrándose sobre la tierra, a poca distancia de la pierna desnuda delniño, en posición de ataque. Debajo, y afuera del cuadro, un versículobíblico atribuido al ángel, escrito en latín, que traducido dice: “La con-duciré en soledad y le hablaré a su corazón” (Os 2,16).

El fresco puede ser tomado como símbolo general de eso que suce-derá a quien pasará el umbral de cualquier noviciado, sea hermano obien hermana.

Detrás de aquel umbral hay antes que nada soledad, esto es; silencio yalejamiento del mundo: no aquélla de los cementerios, mas la soledaddel desierto que hace callar las voces externas para dejar escuchar mejor

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el reclamo del eterno. Es como un bautismo espiritual: en cuya estanciase despoja del hábito viejo (los hábitos del pasado) para entrar sincoperturas en el agua de la gracia, con la esperanza de salir de allí unmañana revestidos del nuevo hábito blanco de la inocencia reconquis-tada. Se vuelven las espaldas al mundo que nos ha tenido alejados deDios único bien eterno, para dirigir los ojos al nuevo Sol-Jesús, en laconfianza de poder ver siempre mejor su Rostro.

Al inicio esta soledad podría crear un malestar, un no hallarse a gus-to consigo mismo, con sentido de vaciedad, ya que se sabe bien aquelloque se deja, pero no se conoce aún aquello que se encontrará. Y luego,nuestros oídos pueden no estar habituados a escuchar las voces delEspíritu. Además cuanto más mayor se es en la edad, más las viejascostumbres pinchan como clavos, pidiendo a gritos de ser readmitidas.Voces persuasivas de sirenas que se lamentan y te suplican: “¡No nosabandones! ¿Qué cosa harías sin nosotras?” Es necesario tanto corage ytanta paciencia para apagar, en los primeros tiempos, el murmullocontinuo de sus lamentos. Ellas se nos habían apegado como unasegunda naturaleza: y cada vez que se intentan extirpar parece como sinos estuvieren arrancando un jirón de nuestra piel.

Quien anda hacia la soledad es un niño, un vástago nuevo que pre-senta toda la belleza y junto a eso la fragilidad de los pequeños. Pro-teger esta criatura que se asoma bajo un cielo nuevo, alimentarla, darlesu espacio para crecer pide un esfuerzo que no se ha de subestimar.Quien tiene una cierta edad, quien tiene estudios, quien ha ejercitado unaprofesión, podría engañarse creyendo contar con más medios que suficientespara alimentar y hacer crecer el niño nuevo. Mas no es el alimento recogido enel pasado que este vástago se nutre. En la nueva vida espiritual el vividoacumulado de antaño cuenta bien poco, es como una cubierta raída que nocalienta más. Rebora, al describir la experiencia de la propia conversión, dice desí: “¡La Parola (cioè Cristo, il Verbo) zittì chiacchiere mie!” Donde por“chiacchiere” entiende la mentalidad que sostenía en la vida pasada. Y Agustín,inmediatamente después de la conversión, descubrió que respecto a Cristo suprofesión pasada de rector era aquélla de un “mercante de charlatanerías”.

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Ahora lo que cuenta es antes de todo que mi yo encuentre el Yo deCristo, única fuente de alimentación de la nueva vida. De Él sabré comodesea que yo lo ame concretamente en Sí y entre los hermanos.“Después” que el frecuentar a Cristo me hará familiar con su lenguaje, yentonces también mi pasado será recuperado. Pero por el momentotengo que “suspenderlo” a la espera que Él me diga cómo he de replan-tearlo. En mí ha nacido un vino fresco que es la llamada; yo no puedopresumir de ponerlo en odres viejos, con el peligro que sean demasiadofrágiles y consumidos por contener su dinamicidad. Y los contenedoresnuevos me los dará, si tendré paciencia, el Cristo que encontraré y mehablará.

El “niño” no tiene ni siquiera un programa definido para su futuro.Se equivoca quien entra en el noviciado rosminiano con una visiónfutura e individual ya trazada. Es necesario abrirse en cambio al Espíri-tu, preguntarle, hacerse amaestrar de Él. Como Sn. Pablo, en los iniciosde su conversión: “¿Qué cosa debo hacer, Señor?” (At 22,10). Comohemos visto, en el carisma rosminiano no hay cerrada puerta algunapara el futuro. El niño que soy yo como novicio podrá un día llegar aser cualquier cosa. Pero es esencial que a elegirla no seré yo, sino aquelDios al cual ahora me rindo y voy a pedir con confianza cuál debería serel mejor uso de mi libertad. Poner unas reservas inmediatamente, con-dicionar mi consagración a las selecciones discurridas por las estre-checes de mi corazón y de mi cabeza, significaría meter límites a lalibertad del Espíritu, colocar mi voluntad sobre la Suya.

Pero el niño, súbito, no cruza el umbral del noviciado solo. Al entrary junto a él tendrá siempre un compañero, esto es; su ángel, el amigointerior que hace de puente entre él y Dios y le promete ayuda. El ángelserá su primer “formador” invisible: le hablará de los proyectos de Diossobre él, le susurrerá día tras día los caminos de salvación, le transmitirálos mensajes que vienen de lo alto, le señalará las trampas, le hará verlas cimas que se han escalar a lo largo de las cuestas de la santa mon-taña.

El ángel hablará al “corazón” del novicio, quiere decir a su conscien-

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cia, a su inteligencia, a su voluntad. El “corazón” indica las profundi-dades interiores, donde sólo se pueden coger las voces del Espíritu, queno es capturable a través de los sentidos externos. Si el novicio aprendea reconocer la voz de su ángel bueno, el tiempo del noviciado serárecordado como el tiempo más dulce de su vida, el tiempo de la prima-vera de su infancia y de los primeros amores, el tiempo de los diálogosque desembocan en propósitos ardientes de santidad.

Junto al ángel bueno, a pasar el umbral con el niño habrá otra criatu-ra inquietante, el ángel malo, la serpiente, el antiguo tentador. Ella searrastra por la tierra porque sabe a tierra, esto es; llevará consigo el pun-zón de las voces provenientes del mundo contingente, de la naturalezaterrena del hombre, el cual a su vez es en un empaste de “cenizas” en elque Dios tiene infuso su Espíritu. Así pues Satanás no hablará al noviciode cosas nuevas, ni de cosas altas, mas lo acechará con cosas terrenas,esto es; tentando inyectar el amor hacia las cosas del mundo, el amor alos vicios y a las pasiones.

Quienes entren al noviciado, han de tener en la mente que el tenta-dor está siempre allí, al acecho, muy cerca de ellos. Esta criatura harácocer en su corazón libre sugestiones que van dirigidas hacia lo terrenodel cual se han desasido, les traerá de nuevo sus viejos amores, tentaráde introducirse con pensamientos viles bajo es nuevo cielo puro que seva delineando. A causa de la serpiente, las viejas semillas procedentesde aquella planta que había sido tallada y cuyas raices no totalmenteextirpadas, vuelven a cobrar vida; los vicios capitales vuelven a salircon insistencia, es por tanto necesario vigilar para no caer en la tenta-ción del veneno mortal y sus mordeduras. Será afortunado aquel novi-cio que tendrá cercano, en estos primeros pasos, formadores capaces deseñalarle, en las ocasiones precisas, la distinción tras las voces quevienen del ángel y aquellas que vengan de la serpiente.

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8. La caridad de DiosInstituto de la Caridad, Hermanas de la Providencia: congregación

masculina y congregación femenina. El rosminiano vive la realidad evo-cada por los dos nombres como dos pilares, dos piernas, dos alas a lascuales apoyarse en su vuelo hacia lo eterno. El está “vivo”, y da sentidoa la vida de su Instituto, en la medida en el que sabe testimoniar día adía la Caridad y la Providencia de Dios.

La Caridad es la razón principal de la vida común que los religiosos ylos afiliados, hombres y mujeres, se proponen alimentar. Dios pone enellos el deseo de vivir el amor que viene de Él, la voluntad o amor deDios, los convoca y reúne de los cuatro ángulos de la tierra y les dice:“Vosotros que habéis nacido de mi amor, caminad en mi amor y haciami amor, sed un árbol cuya bondad venga reconocida por sus frutos deamor”.

Jesús llama a esto un mandamiento “nuevo”; y la “novedad” está enel hecho que el amor adonde es alimentado y bebido no es ahora yaaquel antiguo amor que viene del hombre, sino el amor fresco que nosha revelado y regalado Jesús (“ámaos como Yo os he amado” Jn 15,12),un amor salvífico que viene del Padre.

De todo ello se sigue que el rosminiano testimonia este amor comen-zando desde el más prójimo, esto es; aquel hermano con el cual convive,la propia hermana, el hijo adoptivo, el adscripto. Los ha de amar, en suraíz, no porque le sean simpáticos, o bien aumenten el sentido de perte-nencia, o son inteligentes, etc., sino porque Dios simplemente se los hapuesto junto a él y como personas para amar. En consecuencia los amacon el amor de Dios; así como son, desinteresadamente, incondicional-mente, sin pedir nada a cambio. Ama sobre todo su bien espiritual, sualma, y la semilla que hay en ellos de eternidad.

Él, en la estimación de los compañeros de la propia Sociedad, tieneque estar siempre listo para decir al Señor: “Si Tú dices que estas perso-nas son para amar, yo no hago distinción o reservas, no las enjuicio, lasenvuelvo en el manto de mi voluntad, así como son en el manto de tu

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voluntad”. Y justo porque ellos son amados por Dios, el rosminiano,escribe Rosmini, considera a cada uno de ellos superior espiritualmentea sí mismo.

La caridad además es una semilla en continua expansión, horizontaly vertical. El rosminiano mantiéndose en la caridad que viene de Diosabre su corazón a “toda” la caridad y, en la medida en la que será capaz,trata de desarrollarla en sí mismo y en los demás. Formar el corazón yabrirse a toda la caridad, tratar de realizarla lo mejor posible y en modocreciente, esta es una escuela permanente, que no tiene límites, ya quese identifica con la perfección inalcanzable de Dios. Se puede sólo“progresar” hacia el amor, jamás se puede engañar con haber conquis-tado el tope. Por tanto hay una exigencia de caminar siempre, un tenorde vida cuotidiano de “alpinismo interior” (la expresión es del rosmi-niano Clemente Rébora) que empeña toda la existencia a ir siendo siem-pre más perfectos. Hay una santa montaña que subir y que no concedehacer siestas, desde el primer día del noviciado hasta la muerte. La vidainterior del rosminiano ha de ser dinámica, jamás “saciada” del amordivino y de los frutos que de este amor broten. Es necesario aprender acaminar, diría Rosmini, “amando y pensando en grande”.

9. La Providencia de DiosRosmini quizás en un primer tiempo llamó al ramo femenino Herma-

nas de la Providencia porque uno de sus hermanos las había reunido y leshabía dado este nombre. Pero habían otros motivos. Entre estos, el “he-cho” que él las tuvo entre sus dedos sin haberlas buscado, casi comopredispuestas por la Providencia de Dios, que nos precede y ve antesque nosotros y con creces nuestro propio bien.

Pero tal vez la razón principal es que Dios-Caridad y Dios-Providen-

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cia son dos expresiones de la misma realidad, dos nombres del únicorostro de Dios. ¿Qué cosa es, en efecto, el proveer de Dios al gobiernodel mundo, si no la visibilidad de su amor por el mundo?

Mientras que la Caridad para el rosminiano es el fuego donde secalienta el corazón, la Providencia es la luz que ilumina la razón y leabastece un “espíritu de inteligencia”. Fuego de caridad, luz de verdad:con estas dos alas puede realizar un largo vuelo hasta el monte de lasantidad, sin el peligro de descarriarse o perderse de ánimo.

La Providencia y la voluntad de Dios que se revela cuotidianamente,diciéndonos paso a paso qué cosa desea Dios de nosotros. Y con todoello vamos recogiendo los mensajes y aprendiendo a leer el significadode los acaeceres. El Instituto de la Caridad debe seguirla ora contem-plándola en su conjunto ora en cada religioso singular. Para leer co-rrectamente estos signos sirven hombres con corazón puro, ya que sólocuando el ojo del alma está límpio sabe reconocer la voluntad de Dios.Desde aquí se hace el augurio que siempre tras los rosminianos cuentecon ánimas santas, porque el instinto del Espíritu Santo que en ellas estápresente nos permita el “reconocer” tras los acontecimientos el dedo deDios, quitando así las desbandadas e ilusiones mundanas.

El confiar en la Proviencia permite al Instituto ejecutar la caridadsegún las mutaciones y necesidades de los tiempos y lugares. Hospita-les, escuelas, misiones, pobres, catecismo; a cualquier tipo de obra ha deabrirse, con tal de que sea la voluntad de Dios a pedirla. También allí endonde no hubiere necesidad de algún servicio, él vive su carisma con lasimple vida contemplativa que es la vida permanente de fondo de todorosminiano.

Tras los signos, en los cuales el Instituto debe detenerse para leerbien el querer divino, los principales son: que se dé una petición explí-cita, que existan en el Instituto religiosos adaptos a desenvolver digna-mente la obra, y que la nueva misión no venga en menoscabo a los pre-cedentes empeños cuyas obras aún perviven. En el caso que pudierenser las peticiones contemporáneas, entonces, en igualdad de condicio-nes, será necesario el orden ínsito en la caridad: se cogería aquella obra

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que promete mayores frutos y que pertenezca al grado más alto de lacaridad, se daría pues la precedencia a la petición de quién representaen modo más alto la autoridad de la Iglesia.

El religioso particular halla en la obediencia el signo más claro de lavoluntad de Dios para él. En sí mismo, como forma mentis o modo depensar, él se rinde a la voluntad de Dios en todo aquello que puedasucederle en la vida: vivir en riqueza o pobreza, en humildad o gloria,en salud o enfermedad, en la tranquilidad de la oración o en la tem-pestad de la acción. Es un modo muy hermoso el vivir la existenciadejando las riendas al Señor, “reposando” en Él, “abandonándose” conplena confianza en su voluntad salvífica.

Esta actitud interior de fondo sin embargo debe unirse a una granfantasía de caridad, la cual lo mantiene despierto y vigilante para cogerlos indicios que Dios pueda dar en cualquier momento, y para interpre-tarlos según el lugar, las personas y circunstancias, sobre todo para pre-pararse a las misiones que Dios le confiará ayudando a los superiores aentender qué cosa Dios quiera de él.

El cuándo y el dónde el Instituto le confía en nombre de Dios unamisión, él usa es esta obra el “espíritu de inteligencia”, sacando de den-tro toda la fantasía inteligente de la caridad para hacer producir lomejor las potencialidades ínherentes a la misión. Mas estando siemprelisto a dejarla al mínimo indicio de Dios. El espíritu de inteligencia, quees un conjunto de luz de la razón y de la fe, le permite el no permanecerinerte, de estar despierto, de colaborar en la construcción del Reino deDios comprometiendo todos los dones de los cuales la Providencia ya loha proveido.

En lo que concierne a su Instituto, él lo ama, pero siempre en orden ala voluntad de Dios. Pues el Instituto estaría preparado y listo inclusoasistiendo a su muerte, y con satisfacción si los signos de la voluntad deDios fuesen en esa dirección

El Instituto es amado en orden a la Iglesia entera, ya que es la únicasociedad a la cual Dios asegura protección imperecedera, permitiéndole

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auto-regenerarse en continuidad. La exigencia de fidelidad que se tienea la Iglesia es vivida por algunos padres que emiten un cuarto voto,llamado “voto de presbítero”: quienes lo hacen adquieren el compromi-so de ir sin condiciones a cualquier parte que el Papa quisiese enviarlo,siempre bajo el orden a la caridad que viene de Dios.

10. Una propuesta de santidad íntegra y coherenteLa prez más grande de la espiritualidad rosminiana, que es la

rendición total a la voluntad de Dios para conseguir el género de san-tidad que Él desea en cada alma, constituye hoy, para el llamado, elescollo más duro a superar. Es comprensible. Apostar únicamente sobreSu palabra, no deja al espíritu humano ninguna fuga de escape, algunared de protección, algún puerto en el cual echarse a dormir. Se vive lavida a mar abierto, y la propia libertad permanece siempre desplegadaa coger el viento imprevisible del Espíritu Santo, la libertad íntegra delos hijos de Dios.

Por otra parte, un hombre como Rosmini, que había recibido de laProvidencia una lluvia de dones humanos y cristianos, no habría tenidorazón de ser el convertirse religioso, si no hubiese vislumbrado en el nú-cleo evangélico un bien superior, un tesoro por el cual valía la pena “en-tregar en prendas” todos esos bienes que poseía. Aquello que es valiosocuesta, y él se decidió a recorrer esta vía porque en esa vió una lógicaque no se acontenta con vuelos a ras de tierra, sino que desea conquistarlas cúspides.

Esta donación total Rosmini la llama, con Sn. Ignacio de Loyola,“santa indiferencia”. Indiferencia, porque la voluntad no hace algunadiferencia en lo que atañe a los lugares, las personas o el estado de vidaque Dios le indicará: basta que sean asignados por Él, y él aceptará todo

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como una caja cerrada. Santa, porque aquí se apuesta no sobre la habla-durías de un hombre, sino sobre la palabra de Dios, el cual solo es santoy no puede equivocarse o enzarzarme.

Escribía, a propósito, el teólogo Urs Von Balthasar: “El único actocon el cual un hombre puede corresponder al Dios que se revela esaquél de la disponibilidad ilimitada. Eso es la unidad de fe, esperanza yamor. Y es asímismo el “sí” que Dios exige, cuando quiere servirse deun creyente según sus planes divinos. Sólo con este “sí” de ilimitadadisponibilidad es la arcilla con la cual Dios puede dar forma” (La voca-ción, Rogate, pág. 30).

Cuando el postulante encuentra por vez primera el concepto de in-diferencia, teme de ver clavados sus deseos, aún siendo legítimos.Reacciona con preguntas que esconden una zozobra inquietante: “Pero,¿Podré después llegar a ser sacerdote, estudiar, ir a misiones, ayudar alos pobres y enfermos, etc.?” Cada uno expresa lo que al momento ledicta el deseo.

¿Qué cosa se puede responder a éstos? Cierto que podrías llegar a sertodo aquello que tu alma desea, ya que el camino de perfección tras losrosminianos no excluye nada y puede abrazar todo. Los rosminianosmismos están obligados a tener cuenta de tus deseos y tus tendencias,porque también estos dones son signos de la voluntad de Dios para tí, ytú harás bien a revelarlos y a cultivarlos. Pero antes hemos de asegurar-nos que son vías de Dios y no simples visiones individuales, las cualesmortificarían en tí la libertad de actuación del Espíritu. Por tanto, fíatede Dios, depón en Sus manos tus proyectos y reposa en Él, porque Élconducirá a efecto todo lo que viene de Él. Del resto, hacer aquellascosas por obediencia, y no sólo porque las quieres tú, serán un mañanala garatía y el sigilo de su sinceridad y del hecho que venían de Dios yno solo de tí”.

Se precisa tener el ojo avizor para comprender que este es elfundamento de cada santidad íntegra, como además tener el corazónmuy grande para llegar a penetrar hasta esta roca sobre la cual se yer-gue cada espiritualidad sólida. Se necesitará tiempo. Por esto Rosmini,

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repitiendo Sn. Ignacio de Loyola, dice que para entrar en la vida reli-giosa al inicio no es indispensable “desear” la santa indiferencia: puedebastar, en los primeros tiempos, tener al menos “el deseo de desearla”.

Al inicio pues de la vida religiosa es una aspiración lejana de reali-dad y de valores puros, que atraen pero que dan un cierto temor por sudespiadada coherencia. Se ve el ideal, pero en un modo difuminado, yno se conocen los senderos que llevan a ello. Andando es como se co-noce el camino, y el corazón se encariñará en la medida que lo conocerá.Solo un anciano religioso, que lo ha recorrido con constancia y since-ridad, puede cantarnos las bellezas y los perfumes espirituales escondi-dos en este tesoro. Dios, por rutas impensables, guiará al religioso dis-puesto a dialogar con Él hacia estas hermosuras, le revelará gradual-mente la fragancia de los perfumes que se exhalan de su holocausto, elsentido pleno de su ofrecimiento.

Se puede llegar a una edad, en la que el religioso llore por la emociónal pensar cuánto Dios le ha querido bien. Él ahora mira con rubor lasnumerosas infidelidades cometidas por él en los tiempos cuyo corazónno estaba aún listo o maduro para entender. En parangón con la bellezade la santidad de Dios, la cual ahora conoce mejor, se siente casi un“gusano”. Se maravilla que Dios le pueda querer todavía bien y le rezacon santo temor que no le deje solo, porque ahora ya ha caído en lacuenta que lejos de Él no le quedarían si no la desesperación u hoscaresignación.

Cuando se ha alcanzado tales alturas, entonces el corazón del ancia-no religioso salta de regocijo al anuncio que ha entrado en la comuni-dad un nuevo llamado: júbilo por el bien que este “novicio” recibirá ydistribuirá gozo para otra ánima, que ha elegido la vida mejor reserva-da a las criaturas inteligentes peregrinas hacia la patria celeste.

Hay una página de las Constituciones escritas por Rosmini para susreligiosos, que no se puede leer sin un temblor de santa conmoción. Esanos presenta la figura de la Providencia de Dios como un Padre bueno,el cual recorre cuotidianamente el mundo, haciendo caer sobre él tantassemillas o potencialidades de bien para la humanidad entera. El rosmi-

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niano, dejándose guiar por el Padre, vuelve a recorrer sobre la tierra lashuellas de Dios y se topa con esas semillas. Su deber es aprender a in-dividuarlas, reconocerlas, recogerlas, cultivarlas, esto es; ayudarlas atransformar las muestras en flores y frutos de bien. Obrando de estemodo, él se convertirá en colaborador de la creación de Dios. Ayudán-dolas pues a fructificar, será “benefactor” de la humanidad y quedaráentre la gente como “el hombre de la bendición”, esto es; el hombre queinfunde valor, multiplica, refuerza las señales de vida en todas lasdirecciones y hacia todas las alturas de la cual sean capaces.

En esta metáfora está toda la esencia del tejido del vivir rosminiano.Él se hace religioso porque desea llevar a cumplimiento, en formaintegral, aquella belleza y aquella bondad dinámica que Dios ha inmer-gido en él, hermano entre los hermanos, como inicio-promesa que pidesu aportación para llegar a ser un árbol rico de ramas, hojas, flores,frutos de vida temporal y de vida eterna. Mientras lleva a madurar lasemilla de la santidad que urge en él como un auspicio, se echa a susespalda todas las semillas santas que halla en los compañeros de viajehacia la santidad. En modo tal de poder un día rendir cuentas del donde la vida cuando será llamado diciendo: “Me has dado tantos talentos,yo te los restituyo multiplicados”; y de sentirse responder: “Bravo,siervo fiel, toma parte del gozo de tu padrón”, quiere decir: “entra enmi Reino y ocupa la silla que he preparado para tí desde la fundacióndel mundo” (Mt 25,22-23)

Si todo se desenvolverá como es programado, los “salvados” por lacaridad de Dios brillarán, en la Patria, como bellezas integrales, cadapersona será una belleza peculiar que vivirá junto a tantas otras bellezaspeculiares. El sol de Dios les iluminará sin jamás existir alguna obscu-ridad de noche, nieblas, o temporales. Las inteligenicas y las voluntades,alimentadas de esta visión perenne, excavarán en continuidad en los abismosdel poder, sabiduría y bondad de Dios. Y la multitud de los redimidos que sehan apropiado de su nombre eterno se levantará, espontanea, un alabanzacreciente, gloria a Dios que no es otra cosa si no el aplauso de las inteligenciasinferiores a la única Inteligencia-Potencia-Bondad.

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ALGUNOS CONSEJOS PRACTICOS

¿Qué pasos han de dar aquéllos que sintiesen dentro de sí lavocación rosminiana?

Un primer acercamiento y conocimiento lo pueden conseguir através de Internet en estos lugares o direcciones:

Para los Padres Rosminianos: www.rosmini.itwww.sacromontecalvario.it

Para las Madres Rosminianas: www.rosminiane.org

Si se desease a través de un contacto personal:

Para los Padres Rosminianos:Padre Provincial (venezolano): [email protected]

Padre Provincial (italiano): [email protected]

Casa de Formación y Noviciado:Padri RosminianiSacro Monte Calvario28845 – DOMODOSSOLA (VB)tel. 0324 – 24 20 10

e-mail: [email protected]

Para las Madres Rosminianas:Suore della Provvidenza Rosminiane

Superiora GeneraleVia Aurelia, 77300165 – Romatel. 06 66 41 80 49

Page 36: LA VOCACIÓN ROSMINIANA Rosminiana... · 2010-06-13 · mas particulares. En esa raíz el Espíritu es libre de hacer surgir todos los brotes que querrá. El deseo simple de la santidad