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LA FILOSOFIA DEL FUTURO: UNA SOLUCION ESTETICA Eugen i o Trías, Filos del futuro. Ed. Ar i el. Barcelona, 1983. H ace escasamente un año, creo que a propósito de una coerencia sobre Joan Maragall, me sorprendió la convicción con que Euge- nio Trías reivdicaba esa «osofia primera» de la que hoy nadie pece querer acordarse y que, sin embgo -opinaba-, debiera seguir siendo el momento ndacional ineludible de cualquiera de las «excursiones» -ética, estética, política, antropolo- gía- en que luego se diversificaba el discurrir filosófico. Sin duda enton- ces estaba ya en gestación la teoría que ahora nos propone esta Filosofía del turo, donde se reerza y eleva decididamente la apuesta a vor de unos buenos cimientos ontológicos. Opina Trías, además, que la época de duda y desconcierto que es la nuestra se presta especialmente a t empresa. Contrariamente a lo que suele creerse, la incertidumbre, el «vértigo», la nada que, bajo la rma de alarmas y predicciones apocalíp- ticas, constituyen hoy el aire que respiramos, de ningún modo atentan contra el resurgir de la «filosoa primera», antes bien la propician. Pues no es la actitud perpla e inse- gura la que amenaza con postrar a la reflexión filosófica en una parálisis Los Cuadernos de la Actualidad iecuperable, sino más bien aquella otra actitud nihilista, decadente, propia de quien delega sus cuitas en soluciones religiosas, ultramunda- nas, o de quien, convencido de la miseria irredimible de la existencia, reniega asimismo de ella y acaba au- toanulándose. Ambas actitudes, in- capaces de autotrascendencia, sólo pueden nutrir filosoas anacrónicas, sin turo. Por el contrario, el ano- nadamiento, la inmersión consciente en una realidad resquebrajada por grietas y fisuras, no hará sino repro- ducir esa admiración y asombro que, desde siempre, significa el principio -y único ndamento de la filosoa. Dicho de otra rma, nada tiene que ectar menos a la filosoa que el sentimiento de no estar pisando tierra firme, la lta de ndamentos. Porque es desde esa falta, desde el «vértigo» (Trías subraya la palabra con reiteración obsesiva), desde donde el pensar ndental y n- damentante ha de iniciar su anda- dura. Las preguntas importan poco: eron y seguirán siendo las mismas de antaño, puesto que ninguna res- puesta resultó nunca plenamente sa- tisctoria. «¿De dónde vengo y a dónde voy?» «¿Hay otro mundo además de éste?» «¿Qué será de mí?» Es decir, las incógnitas que de niños empezon a atormentarnos y que hoy atormentan de nuevo a nuestros hijos, los enigmas perennes del existir humano, que luego hace suyos el pensamiento autorreflexivo y convierte en objeto de complica- dos sistemas. En definitiva on- creta Trías-, el tema de hoy, de ayer y de mañana sólo tiene dos caras: la temporalidad y la muerte, la contin- gencia, en suma, la nada amenazan- te que convierte cualquier empresa en una empresa inútil. ¿Tiene o no ndamento? ¿Hay alguna explica- ción?¿Existe algún remedio? Hay que decir que la respuesta de Eugenio Trías viene por la vía de la afirmación y del optimismo: sin es- peranza no hay turo. Muy en la vena de Nietzsche (a quien, dicho sea de paso, Trías ha acabado pare- ciéndose incluso sicamente), la - los del turo va destinada a in- culcar esa esperanza, a mostrar . cómo en nuestra época es posible mtener viva la inquietud, no sólo sentir el vértigo de la ctividad y la contingencia, sino quererlo, adquirir una «pasión habitual» -pasión hecha hábito- por el vértigo. ¿De qué ma- nera? El método propuesto remite a ideas, programas y categorías varias de nuestra historia filosófica más re- ciente. Así, la concepción heidegge- riana de que la filosoa es «pensar 89 del ser», anterior a la servidumbre impuesta por los rótulos 'Lógica', 'Etica' o 'Física', pensar sin prejui- cios, es puesta en práctica a partir del método hermenéutico de Gada- mer y tomando como modelo, igual que él, la comprensión de la obra de arte. Todo ello apropiándose a su vez de las ideas kierkegaardianas de repetición (del pasado) y salto (al - turo), y de la idea nietzscheana del eterno retorno, como único recurso ante el fluir temporal, irrecuperable, del presente. La síntesis en la que confluyen todas estas nociones se denomina el principio de variación, a partir del cual Trías quiere cons- truir la filosoa del turo. Es decir, el filóso ha de tener la habilidad de variar, recrear, interpretar lo que e, desde los conflictos de hoy, y con los ideales del mana. Si la fi- losoa como creo yo también- es «hoy y siempre, reflexión sobre el presente», ha de asumir la explica- ción del presente, sin abjur de la memoria del pasado y con la mirada en el turo. Comprensión, pues, de lo que ha sido dicho, desde lo que se dice aquí y ahora, pensando en lo que podr o debería ser dicho. Su- brayo el verbo «poder», que connota 'posibilidad' y no 'dominio' (una de las distinciones más lúcidamente ex- puestas por Trías), porque es central en la obra. En ecto, la categoría de «poder» pretende absorber a la de «deber» la cual, por pender todavía demasiado del quietismo de un reino de leyes, propugna una universidad que iquila cualquier asomo de creación o singularidad. Tanto la ética como la lógica se le oecen a Trías excesivamente dependientes de la necesidad de legislar para dejar vía libre a la particularidad del aquí y el ora. A nuestro tiempo, post-

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LA FILOSOFIA DEL FUTURO: UNA SOLUCION ESTETICA

Eugenio Trías, Filosofía del futuro. Ed. Ariel. Barcelona, 1983.

Hace escasamente un año, creo que a propósito de una conferencia sobre Joan Maragall, me sorprendió la convicción con que Euge­

nio Trías reivindicaba esa «filosofia primera» de la que hoy nadie parece querer acordarse y que, sin embargo -opinaba-, debiera seguir siendo elmomento fundacional ineludible decualquiera de las «excursiones»-ética, estética, política, antropolo­gía- en que luego se diversificaba el discurrir filosófico. Sin duda enton­ces estaba ya en gestación la teoríaque ahora nos propone esta Filosofíadel futuro, donde se refuerza y elevadecididamente la apuesta a favor deunos buenos cimientos ontológicos.Opina Trías, además, que la épocade duda y desconcierto que es lanuestra se presta especialmente a talempresa. Contrariamente a lo quesuele creerse, la incertidumbre, el«vértigo», la nada que, bajo la formade alarmas y predicciones apocalíp­ticas, constituyen hoy el aire querespiramos, de ningún modo atentancontra el resurgir de la «filosofíaprimera», antes bien la propician.Pues no es la actitud perpleja e inse­gura la que amenaza con postrar a lareflexión filosófica en una parálisis

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irrecuperable, sino más bien aquella otra actitud nihilista, decadente, propia de quien delega sus cuitas en soluciones religiosas, ultramunda­nas, o de quien, convencido de la miseria irredimible de la existencia, reniega asimismo de ella y acaba au­toanulándose. Ambas actitudes, in­capaces de autotrascendencia, sólo pueden nutrir filosofías anacrónicas, sin futuro. Por el contrario, el ano­nadamiento, la inmersión consciente en una realidad resquebrajada por grietas y fisuras, no hará sino repro­ducir esa admiración y asombro que, desde siempre, significa el principio -y único fundamento-- de la filosofía.

Dicho de otra forma, nada tieneque afectar menos a la filosofía queel sentimiento de no estar pisandotierra firme, la falta de fundamentos.Porque es desde esa falta, desde el«vértigo» (Trías subraya la palabracon reiteración obsesiva), desdedonde el pensar fundamental y fun­damentante ha de iniciar su anda­dura. Las preguntas importan poco:fueron y seguirán siendo las mismasde antaño, puesto que ninguna res­puesta resultó nunca plenamente sa­tisfactoria. «¿De dónde vengo y adónde voy?» «¿Hay otro mundoademás de éste?» «¿Qué será demí?» Es decir, las incógnitas que deniños empezaron a atormentarnos yque hoy atormentan de nuevo anuestros hijos, los enigmas perennesdel existir humano, que luego hacesuyos el pensamiento autorreflexivoy convierte en objeto de complica­dos sistemas. En definitiva --con­creta Trías-, el tema de hoy, de ayery de mañana sólo tiene dos caras: latemporalidad y la muerte, la contin­gencia, en suma, la nada amenazan­te que convierte cualquier empresaen una empresa inútil. ¿ Tiene o nofundamento? ¿Hay alguna explica­ción?¿Existe algún remedio?

Hay que decir que la respuesta deEugenio Trías viene por la vía de laafirmación y del optimismo: sin es­peranza no hay futuro. Muy en lavena de Nietzsche (a quien, dichosea de paso, Trías ha acabado pare­ciéndose incluso físicamente), la Fi­losofía del futuro va destinada a in­culcar esa esperanza, a mostrar

. cómo en nuestra época es posiblemantener viva la inquietud, no sólosentir el vértigo de la factividad y lacontingencia, sino quererlo, adquiriruna «pasión habitual» -pasión hechahábito- por el vértigo. ¿De qué ma­nera? El método propuesto remite aideas, programas y categorías variasde nuestra historia filosófica más re­ciente. Así, la concepción heidegge­riana de que la filosofía es «pensar

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del ser», anterior a la servidumbre impuesta por los rótulos 'Lógica', 'Etica' o 'Física', pensar sin prejui­cios, es puesta en práctica a partir del método hermenéutico de Gada­mer y tomando como modelo, igual que él, la comprensión de la obra de arte. Todo ello apropiándose a su vez de las ideas kierkegaardianas de repetición (del pasado) y salto (al fu­turo), y de la idea nietzscheana del eterno retorno, como único recurso ante el fluir temporal, irrecuperable, del presente. La síntesis en la que confluyen todas estas nociones se denomina el principio de variación, a partir del cual Trías quiere cons­truir la filosofía del futuro. Es decir, el filósofo ha de tener la habilidad de variar, recrear, interpretar lo que fue, desde los conflictos de hoy, y

con los ideales del mañana. Si la fi­losofía --como creo yo también- es «hoy y siempre, reflexión sobre el presente», ha de asumir la explica­ción del presente, sin abjurar de la memoria del pasado y con la mirada en el futuro. Comprensión, pues, de lo que ha sido dicho, desde lo que se dice aquí y ahora, pensando en lo que podría o debería ser dicho. Su­brayo el verbo «poder», que connota 'posibilidad' y no 'dominio' (una de las distinciones más lúcidamente ex­puestas por Trías), porque es central en la obra. En efecto, la categoría de «poder» pretende absorber a la de «deber» la cual, por pender todavía demasiado del quietismo de un reino de leyes, propugna una universidad que aniquila cualquier asomo de creación o singularidad. Tanto la ética como la lógica se le ofrecen a Trías excesivamente dependientes de la necesidad de legislar para dejar vía libre a la particularidad del aquí y el ahora. A nuestro tiempo, post-

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marxista, post-nietzscheano, post­heideggeriano, le conviene un pen­samiento sin más prejuicios o apriori que los inevitables; un pensa­miento que, sin renegar de lo singu­lar, llegue a alcanzar lo universal. Y el modelo nos lo da el juicio estético, el único que permite ir de la parte al todo, del caso a la norma, esto es, preservar la diferencia pero sin que­darse en ella, trascendiéndola en va­lor universal. La interpretación artís­tica sabe repetir el pasado y saltar al futuro queriendo el eterno retorno del presente como único baluarte ante una muerte, por otro lado, ine­vitable. De la mano de Kierkegaard, Nietzsche o Heidegger, pasando y deteniéndose en la tercera Crítica kantiana (la única que coloca el de­ber ser al final y no al principio), Trías llega a recuperar el eros poié­tico de Platón: sólo en la procrea­ción se consigue la inmortalidad, sólo en la recreación confluyen mor­talidad e inmortalidad o lo singular y lo universal.

En otras palabras, sólo haciendo suya la invención artística, la filoso­fía podrá abrirse al futuro. Frente al «tranquilo reino de leyes» de la ló­gica o la ética, que frena cualquier acto creador, el acto estético in­vierte el recorrido e instaura una re­lación nueva: de la ocurrencia singu­lar, genial, a la legalidad universal. De este modo, la factividad del acto singular se autotrasciende, lo que era caduco deja de serlo, quedan vencidas la temporalidad y la muerte. No por imposición de un universal al que hay que llegar por negación de lo singular, antes ele­vando lo singular a universal.

¿Qué opinión nos merece la pro­puesta? ¿Nos convence? ¿Nos satis­face? Tiendo a pensar que nos con­vence, pero no nos satisface. Nos convence porque, hoy por hoy, me temo que es la única propuesta. Cuando la verdad y el bien absolutos han dejado de ser el fin perseguido a falta de unas medidas estables, el punto de partida desde donde juzgar el presente no pueden constituirlo ya unos principios universales, válidos a priori. Incluso la ética o la episte­mología empiezan a percatarse de que nos constituyen ya el «tranquilo reino de leyes» que Trías les atri­buye: el «deber ser» es ese momento de decisión/indecisión singular, nunca totalmente deducible de una norma universal; la verdad objetiva y distante ha cedido paso a una ver­dad intersubjetiva, dialogante. No confiamos en los garantes ni en los principios de antaño. Nos queda sólo la factividad de un hoy que ni

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siquiera es del todo nuestro y que ha de acabar por revocarnos. Si huimos de respuestas «decadentes», el an­helo de inmortalidad o intemporali­dad no tiene otra satisfacción que una cierta asunción estoica, la con­vicción de que no somos sino los modos, las afecciones, de una subs­tancia perfecta (para decirlo a la ma­nera de Spinoza). Contra Wittgens­tein, no es cierto que no haya enigma: hay y seguirá habiendo enigma, y en el reconocimiento del mismo, y el «vértigo» que ese reco­nocimiento nos produce, radica el futuro de la filosofía. Quizá la filoso­fía no tenga otra misión que la de dejarnos mal sabor de boca, dar res­puestas insuficientes como acicate para seguir pensando e intentar me­jorarlas.

Victoria Camps

POESIA DE LA TIERRA Y EL TIEMPO: JULIO .LLAMAZARES Y JOSE CARLON

José Carlón, Así nació Tiresias, En­dymion, Ed. Ayuso, Madrid, 1983.

Hay una poesía centrífuga, que se expande hacia afue­ra, traspasando los lími­tes de la subjetividad y el territorio de su iden­

tidad cultural; entonces, el poeta permanece oculto y su lenguaje ma-

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nifiesta la objetividad o, yendo más lejos, contextos ajenos a su entorno físico. Hay otra poesía centrípeta, que se origina en la subjetividad y a ella devuelve el conjunto de miradas objetivas estimuladas por el paisaje o la historia que le son propios;forma parte el poeta, entonces, desus propias confidencias vitales oculturales, acumuladas y conserva­das a lo largo del tiempo, y en él,como una nueva palabra, revividas.

Al primer tipo se adscribieron no pocos de los poetas que surgieron durante los años setenta, si bien otros -léase Antonio Colinas- no aceptan de forma gratuita los presu­puestos de una tendencia que, detrás de unas superficies lingüísticas y te­máticas brillantes, vaciaban sus con­tenidos de todo calor íntimo y de todo sentimiento espontáneo. Los jóvenes poetas de la presente década conservan de sus próximos antece­sores el interés por la cultura clásica y la historia, aunque con una pers­pectiva más localista, pero manifies­tan una acentuada inclinación a la búsqueda de la identidad de sus raí­ces, unas veces, y a la expresión de la interioridad, otras -caracteres ambós del segundo tipo mencio­nado-.

Julio Llamazares y José Carlón, poetas de los paisajes fríos, legenda­rios, míticos, que hacen suyos el tiempo y la historia, el recuerdo y la memoria de un pasado y un len­guaje, pero al mismo tiempo de inte­riores cálidos y consonantes con la tierra y escenario de sus vivencias, armonizan en sus textos tonos épi­co-narrativos con aquellos otros más estrictamente lírico-emocionales. En ambos tiene especial relevancia la· recuperación del paisaje de la niñez y adolescencia, sobrepuesto a dife­rentes perspectivas históricas, pre­romanas o clásicas, terreno propicio para símbolos y sugerencias.

La memoria se háce tiempo y el tiempo recuerdo; la tierra abre su regazo entrañable a las nostalgias y dispone el entramado de las predic­ciones. Es como una memoria con vocación de futuro; es el tiempo de las preguntas, de la belleza y la deso­lación, del silencio y la muerte. Llamazares abre su libro (1) con la memoria (Mi memoria es la memo­ria de la nieve. Mi corazón está blanco como un campo de urces) y lo cierra con el tiempo (¿Qué espero aún de la espiral del tiempo, de esos cuernos epi1ogos que suenan en los bosques?). Por su parte, Carlón ini­cia el suyo con el recuerdo ( El re­cuerdo es un oasis de cartón po­blado por caballos que se van ha-

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ciendo hombres ... ) y el tiempo (El tiempo es un animal lejano que trota llevándose la noche a las espaldas) y lo concluye con la memoria (una noche de tránsito por el recorrido de la memoria). Es decir, espejos gira­torios que devuelven, cuando atar­dece, el reflejo simultáneo de pa­sado, presente y futuro.

Memoria de la nieve, de Julio Llamazares, es un canto épico a la tierra a través del tiempo y la memo­ria: No existe otra espiral que el bramido del tiempo. La evocación toma cuerpo en la búsqueda de anti­guos guerreros, mágicas leyendas y bardos en el país de las abejas, hacia el norte, entre el paisaje de miradas de nata y tejados helados. La aven­tura personal del poeta en su infan­cia y adolescencia converge en la re­creación romántica de la historia, de forma que son una la memoria indi­vidual y la colectiva: En algún tiempo hubo dioses que dirigían en­tre la niebla las flechas de los jóve­nes guerreros y derramaban sustan­cias astrales sobre los labios de los moribundos. Y en otro momento añade: Desde estas mismas rocas contemplaron la doma de los potros que habrían de montar en el com­bate. Todos los elementos están en­caminados a impresionar el paso del tiempo, ya sea mediante el juego de las estaciones, ya mediante las suce­sivas mutaciones · del paisaje y los frutos de la tierra, símbolo de la im­posibilidad de recobrar lo perdido: paisajes sin dueño, liturgias milena­rias desaparecidas o lugares olvida­dos.

Así nació Tiresias, de José Carlón, con mayor intensificación barroca en el lenguaje (los cultismos, v.g. «orto», revisten sus superficies) y en las simbólicas alusiones histórico­míticas, se organiza en una prolon­gada reflexión temporal y nostálgica en la que el recuerdo personal sirve de contrapunto y complemento a evocaciones de ancestrales leyen­das: Del tiempo en que se ahogaron

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las clepsidras son nuestros balcones asomados a un límite donde pacía el fuego. El tiempo es una boca que se llena de sol con todas las grosellas que plantamos. ( ... ) ¿Quién puede explicar el tiempo en que nacieron los misterios sin convertirse en una estatua de hojas de morera? Lejanos quedan los ritos y los guerreros, y Carlón habla de un tiempo de ánge­les caídos, del milenio formado por plumas caídas a la noche y de siglos de tornasol en las lámparas de óleo, como un rapsoda perdurable que transmite su canto a la amada: Vengo de mi antigüedad a escribir mi silencio en tus rodillas, aldeana de cendal ... ; y más adelante: Qué bella fue la tierra ¡amada mía! cuando pisabas con tus risas sobre ella.

Llamazares y Carlón armonizan perfectamente lo culto y lo popular, contraponen en equilibrio lo gran­dioso de la historia y la mitología con lo elemental de la naturaleza, el paisaje y la costumbre. Su poesía ac­túa como una fuerza centrípeta en la interioridad; su lenguaje, también: los textos se originan en una metá­fora o imagen y se desarrollan en torno a ella: La nieve está en mi corazón como el silencio en las habi­taciones de los balnearios ... (Lla­mazares); La magia estaba en las sandalias de paja de la penumbra (Carlón). Estas imágenes, por ejem­plo, serán los motores del desarrollo y la estructura del texto y al tiempo su punto de convergencia.

Santos Ayuso

,o Julio Llamazares, Memoria de lanieve. «Premio Jorge Guillén 1982». Burgos, Consejo General de Castilla y

León, 1982.

POESIA DEL

RECUERDO

Julio Alonso Llamazares, Memoria dela nieve. Premio Jorge Guillén. Burgos, 1982.

En el pasado verano, cuan­do se presentó en el pro­grama de TVE «Biblioteca Nacional» el libro que nos ocupa, y que según

creo no se distribuyó en Asturias, insistía Sánchez Dragó en situarlo dentro de lo que se conoce como «poesía leonesa», y que nos lleva a pensar que estamos ante un seguidor de Espadaña o de cualquier otra de

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las muchas revistas literarias que aparecen y desaparecen en nuestro vecino del sur, muy rico en publica­ciones poéticas. Sin embargo el au­tor optó por definirlo como un libro de poemas no leonés, sino de una cultura más amplia, de una cultura del norte.

Julio Llamazares ha conseguido con sus dos libros de poemas, La lentitud de los bueyes (Col. «Provin­cia», León, 1979) y Memoria de la nieve (también ha publicado un texto narrativo, El entierro de Genarín, Ediciones del Teleno, León, 1981, que no hemos podido ver), reflejar lo que tiene de poético, en un viaje ha­cia el origen, buscando en el re­cuerdo, la cultura de una tierra mon­tañosa (y no llana como reflejan las ilustraciones del segundo libro), en la que el paisaje se llena de molinos, de torrentes, de árboles o paneras: « .. ./Hojas resecas en los robledales anuncian ya su paso poderoso. Y en los tejados verdecidos por el musgo, el tiempo se desploma como un fruto maduro y amarillo./ ... / Al atardecer, se oye el grito de las urces negras./ Crujen en las paneras los pasos in­vernales: dolor de soledad oculto en los arcones./ ... /Ahora ya amanece en la braña nevada./ Toda la noche deambulé por los desvanes húmedos de helechos, por las paneras oloro­sas a grano abandonado, a soledad.­... » Llamazares nació en Vegamián, lugar hoy sumergido por las aguas de un pantano, situado cerca del límite con Asturias, pero en León. Ense­guida nos damos cuenta de que puede ser nuestro el paisaje de sus libros, cuando nos enteramos de que el «tojo» de que nos habla es nuestra «árguma», de que su «retama» es nuestra «xiniesta» o sus «urces» nuestros «ganzus», cuando reelabo­ramos en nuestra lengua lo que él nos muestra en la suya.

Del segundo libro, de Memoria de . la nieve, más concreto, menos con­ceptual que el primero, quisiéramos hacer una versión al asturiano de uno de sus poemas:

14

Mesmu d' estus penéus cuntem­planun la doma de lus potrus que haberían d'estribare nu cumbate.

Xuntu a ese mesmu ríu alzanun las suas cabanas, arramanun lus sous rabañus ya tsiendas ya bebienun el fondu licore de lus verixeles.

Ya, en nueites de tsuna enchiza cumu ésta, curtanun cunas suas fouces el sagrau refuechu que ufrendare al dieus de las munta­nas.

92

Inda s'escuita, de la que nieva na nueite, el bauríu de las suas cara­bietsas ya cítaras perdidas.

Inda s' escuita, de la que nieva na nueite, el bureu de lus sous aturu­xus.

Peru outra vez britsea el sol, dile­se la nieve ya! dieus de las munta­nas queda solu.

Solu ya tsonxe cumu el mieu cu­razón agora. Cumu el mieu cura­zón agora.

(14/Desde: estas misrnas rocas con: templaron la doma cte los potros que habrían de montar en el combate./ Junto a este mismo río levantaron sus cabañas, derramaron sus reba­ños y leyendas y bebieron el pro-

Julio AlonsoLlamazares.

fundo licor de las grosellas./ Y, en noches de luna llena como ésta, cor­taron con sus hoces sagradas plantas de muérdago para ofrendar al dios de las montañas./ Todavía se escu­cha, cuando nieva en la noche, el eco de sus flautas y cítaras perdidas./ Todavía se escucha, cuando nieva en la noche, el rumor de sus gritos guerreros./ Pero de nuevo brilla el sol, se deshace la nieve y el dios de las montañas queda solo./ Solo y lejano como mi corazón ahora. Como mi corazón ahora.).

Cuando desde varias generaciones (¿o quizás desde siempre?) la poesía andalucista nos invade, y nuestra sensibilidad se está haciendo sureña (no olvidemos, .por ejemplo, el ma­gisterio que ejercen poetas como Lorca o Cemuda en los más jóvenes que empiezan a escribir), quizá el camino de entrada a una sensibilidad «asturiana», entendida como con­cepto cultural amplio, deba empezar

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a andarse por estos dos primeros li­bros de Julio Alonso. Uno de los caminos que nos lleve a una cultura que pueda ser nuestra sin que deba­mos reivindicar la montera o las ma­dreñas, esa cultura para turistas, folklórica sin bata de cola, pero de vaqueiradas en Aristébano y nueces de oro para la solapa de las chaque­tas ilustres.

Si no estuviésemos acostumbrados a acercarnos al concepto Asturias corno concepto meramente político, que termina en el alto de Pajares o de Leitariegos, podríamos decir que los dos libros hasta ahora firmados por Llarnazares son dos libros de cultura asturiana. De momento, si­gamos hablando de cultura del norte.

Antonio García

EL POETA DE

LAS MIL

CARAS

José Luis García Martín, Fernando Pessoa, Ediciones Júcar, Madrid, 1983.

En los últimos años, las versiones al castellano del poeta portugués Fer­nando Pessoa se suceden a un ritmo pocas veces

igualado por ningún otro autor. A partir de 1978, han aparecido: Anto­logía de Alvaro de Campos (Editora Nacional), Odas de R.icardo Reís (Balneario Ediciones), Poemas de Alberto Caeiro (Colección Visor), Fernando Pessoa (núms. 7-8 de la revista Poesía), Obra poética (Edi­ciones 29), El poeta es un fingidor (Selecciones Austral), Poesía (Alianza Tres), El banquero anar-

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quista (Ultramar y Pre-Textos), sin contar el libro que motiva el pre­sente comentario y algún otro que haya podido escapar a nuestra devo­ción pessoana. Si añadirnos la infini­dad de versiones aparecidas en re­vistas y antologías generales de poe­sía portuguesa, el riesgo de hastío parece evidente.

Pero paradójicamente, y a pesar de esa abundancia de títulos, el co­nocimiento en España del creador de los heterónirnos presenta grandes la­gunas. De su extensa y plural obra en prosa sólo se han traducido muy escasos fragmentos, además del re­lato de corte ensayístico El ban­quero anarquista. Por otra parte, los estudios sobre Pessoa aparecidos en español se han solido limitar, con algunas excepciones como la de An­gel Crespo, a un resumen simplista (y en ocasiones erróneo) de los tópi­cos más frecuentes eri la bibliografía portuguesa.

El libro que acaba de publicar el poeta y crítico José Luis García Martín, director de la pessoana re­vista Jugar con fuego, nos parece excepcional por diversos motivos. Resulta, por un lado, el primer libro sobre Fernando Pessoa que se pu­blica en nuestra lengua (si descon­tamos un prematuro estudio de Joa­quín de Entrarnbasaguas aparecido en los años cincuenta), y, por otro, en la parte antológica, incluye junto a la poesía ortónirna y heterónirna una breve muestra de la poesía in­glesa y de las prosas del Libro del desasosiego.

Numerosas son las aportaciones a la exégesis pessoana que García Martín hace en su estudio. Destaca entre ellas la reconstrucción de un nuevo libro poético del escritor por­tugués, Canciones de la derrota. El índice de dicha obra, junto al de mu­chas otras que nunca pasaron de me­ros proyectos, apareció en un apén­dice del libro Sobre Portugal (1979). Los editores portugueses no supie­ron ver que Canciones de la derrota no era otro de los infinitos libros so­ñados por Pessoa y nunca llevados a la práctica: todos sus poemas se en­contraban, dispersos, entre la enorme masa de los inéditos. Orga­nizado por García Martín, de acuerdo con las indicaciones de Pes­soa, ese libro nos presenta el último avatar de la recreación de los mitos nacionalistas iniciada con Mensa­gem.

Numerosos tópicos de la biografía pessoana, repetidos hasta la sacie­dad, son puestos en cuestión por García Martín. La imagen del poeta maldito, desconocido o rnenospre-

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.s

,31_ ______________ _ Fernando Pessoa.

ciado por sus contemporáneos, que llega incluso a pasar hambre, sale algo malparada, Femando Pessoa vivió voluntariamente al margen, es� candalizando cuando le parecía y desdibujándose bajo las apariencias de un discreto oficinista siempre que eso conviniera a la realización de su obra.

La historia del segundo premio concedido a Mensagem, el único li­bro publicado por Pessoa en vida, también ha sido malinterpretada. No se trató de una postergación del poeta, sino todo lo contrario. Con las bases de la convocatoria en la mano, demuestra García Martín que en esa ocasión se convocaron dos premios, de acuerdo con el número de páginas de las obras presentadas. El libro de Pessoa -por esas razones materiales- sólo podía optar al se­gundo premio, lo que no suponía un juicio de valor, y ese fue el que ob­tuvo, con una felicitación especial del jurado y un incremento de la do­tación económica. El que el premio lo convocara un organismo oficial salazarista ha llevado a muchos crí­ticos -que no gustan de ver al poeta coquetear con la dictadura- a contar esta historia de otra manera.

Sin merma de la objetividad ni del rigor en la documentación, este Fer­nando Pessoa, encierra, corno en fi­ligrana, el retrato de otro poeta dis­tinto del que aparece en el título: José Luis García Martín. Conocido fundamentalmente corno el crítico más independiente e impertinente de la poesía española contemporánea (y el anuario que acaba de publicar en Hiperión lo confirma), García Martín es, ante todo, poeta; un poeta al que cualquier terna le sirve para la ina­cabable tarea de trazar su autorre­trato (quizá porque ese autorretrato no pretende ser, en el fondo, sino un borgiano mapa del universo).

Carlos González Espina

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e INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS

UL TIMOS TITULOS

«El Teatro en Oviedo: 1498-1700».- Celsa Carmen García Valdés.

«Jovellanos, Ideología y actitu­des religiosas, políticas y eco­nómicas».- Francisco Fernán­dez de la Cigoña.

«Noticias en torno a la vida ai­rada en Asturias».- Luciano Castañól"!.

«Pala�io Valdés y el mundo so­cial de la restauración».- Gua­dalupe González Ferrer.

«Navia: Normas urbanísticas municipales».- Efrén García Fernández.

Palacio Conde de Toreno Plaza de Porlier, s/n.

Teléfono 211760 OVIEDO

-¡¡/iciones noegq.tl" Asturias, 16 - GIJON

EL TEATRO EN ASTURIAS

de Jesús Menéndez.

Peláez

ASTURIAS: REALIDAD Y PROYECTO

de Pedro de Silva

LAS CRONICAS DE LA COFRADIA DE LA MESA

DE ASTURIAS

de José Ignacio Gracia

Noriega

MITOLOGIA y BRUJERIA EN

ASTURIAS de Ramón Baragaño

Los Cuadernos de la Actualidad

EL RELOJ ESPAÑOL

Juan José Millás, Papel mojado. Edic. Generales Anaya, Colee. «Tus libros», Madrid, 1983. e ada vez que el exiguo cen­

so de escritores policía­cos hispanos aumenta, bien porque se añaden forofos o porque escriben novelas

policíacas los que normalmente no escriben novelas policíacas, hay que alegrarse. Al igual que Jiménez Frontín, Savater y algún otro, Juanjo Millás está ya en el catálogo y hay que alegrarse.

En realidad, definir lo que es o lo que no es una novela policíaca, no es tarea sencilla. Y, por lo que me han dicho, tampoco es demasiado sencillo definir lo que es o no es una novela a secas. Sin embargo, ya es sintomático que, ciudadanos con la profesión de escritores, incurran en el terrible delito de pergeñar histo­rias en las que se emplean todos los aditivos del género, más algunos otros.

Papel mojado -hermoso título- no rompe de ninguna manera con lo que uno estaría acostumbrado en Juanjo Millás. En las novelas que conozco firmadas por él -Visión del ahogadoy En el jardín- Juanjo escribe sobre él mismo, sobre la escritura y sus dramas y sobre las resbalosas y am­biguas relaciones del escritor con la escritura .. Lo que ocurre es que el autor, y el protagonista de Papel mo­jado, son dos tipos dados al camu­flaje, al guiño y a la confesión de culpas estilo ruso arrepentido. De manera que Juanjo Millás cambia aparentemente su estilo y su técnica de narrar para engañarnos. Y digo aparentemente, porque la novela po­licíaca Papel mojado no es un cam-

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bio -una caída de caballo estilo San Pablo- de perspectiva sobre lo que ya tiene escrito y publicado. Aquí están todas sus cosas: el así es si así os parece, la delicada línea que se­para realidad y ficción y, sobre todo, el escribir sobre la escritura. Papelmojado, aunque policíaca, es Juanjo Millás cien por cien.

Desde el comienzo de la novela sabemos que Luis Mary, el amigo del protagonista Manolo G. Urbina, ha muerto; el tipo de ambigua rela­ción que se profesan los dos y el deseo del protagonista de incluir a Luis Mary como «protagonista» de una de sus novelas. A partir de ahí Manolo G. Urbina cuenta en primera persona una historia policíaca con suspense, gracia, humor, ironía y mil trucos, entre los que está incluido el tan conocido del espejo.

Pero no es un divertimento, un chiste del autor. Es una novela -in­cluida en una colección para jóve­nes- dramática y hasta confesional, como no podía ser de otra manera. Quitándose la camiseta y los calzon­cillos, el autor ha dado rienda suelta a sus miedos más profundos, ha re­flexionado sobre la amistad, la mez­cla de amor-odio, y el pavor a escri­bir. A Juanjo Millás, lo sé por ésta y por otras novelas, le encanta hacer esas cosas. Concienzudo y meticu­loso ha construido un reloj español con sus tuerquecillas, manijas, mue­lles y dientecillos que encajan per­fectamente. Escrita, además, de forma pulcra, cuidada y circular, puede -y debe- leerse como una no­vela policíaca, c'omo una novela en la que al final se descubre al asesi­no-relojero, al que castiga la ley.

Juan Madrid

EL SEMINAL AROMA DEL RECUERDO

Víctor Botas, Mis Turbaciones. Laer­tes. Barcelona, 1983.

María Pía de la Roza nació en Oviedo hace veinticua­tro años, aunque por sus apretadas carnes corre también cálida sangre an­

daluza. Es licenciada en Teología y líder feminista, y, por si esto fuera poco, en su haber constan publica­dos varios libros de poesía sobrada­mente conocidos del lector avis­pado: «Las cosas gue _m�_ a�c:.ha_n» (1979), «Homenaje» (1980), «Proso-

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pon» (1980) y «Segunda mano» (1982).

Mis Turbaciones es, bajo el pseu­dónimo de Víctor Botas, la primera novela en la que incurre; una novela breve y de ágil lectura que pone de manifiesto la aprendida lección bor­giana de sujetarse al principio de economía para componer una obra de resultados análogos a los que lo­graría con una de mayor extensión.

MIS 1URBACI0NES

VICTORBOTAS

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\LAERTESj

La palabra ejerce sobre las propias emociones y vivencias no definiti­vamente enterradas un poder exor­cizador; demorándose en vano en una obra más vasta no enmudecerían para siempre estos fantasmas de los que, paradójicamente, todos tratan de desprenderse dándoles vida nueva en un libro.

Mis Turbaciones, tal y como su autora advierte en el último capítulo, «consigue algunas páginas eróticas y es entretenida», pero, como también ella misma nos dice, carece de es­tructura, de hilO argumental, deja las historias a medio acabar y en oca­siones, por amor a la verdad del re­cuerdo, se descuida del estilo.

Vicente Zapatero es y no es, al mismo tiempo, protagonista y narra­dor. A lo largo de siete capítulos el lector asiste al recuento de los epi­sodios más intensos de varias etapas sucesivas de su vida, evocados me­diante la técnica de la memoria in­consciente: la infancia veraniega en Salinas, el curso escolar en Oviedo, la visita al tío soltero (y a su criada)

�Madrid, la mágica impresión de Sevilla, una romántica aventura ro­mana y los aguados escarceos sexua-

Los Cuadernos de la Actualidad

les en un lupanar de París. El último capítulo es una especie de «Tiempo Recobrado», sin conexión directa en el curso del relato. En este capítulo, un nuevo narrador (hay que obser­var el paralelismo con «El jardín de al lado» de Donoso en esto del cam­bio de narrador) introduce en la no­vela a la propia autora y a un nuevo y reconocible personaje, el conse­jero J. L. García Martín, desembo­cando así en el presente.

María Pía de la Roza logra eva­dirse de su condición de fémina y asume una nueva mentalidad de va­rón con extraña facilidad y soltura, de manera que Vicente Zapatero -o quienquiera qi.Ie sea el protagonista, ya que no está muy claro-, más que un personaje desdoblado de la ima­ginación de una mujer, aparece sin ningún atisbo de duda como un fino narrador que en un universo particu­larmente poético ironiza sobre su propia vida. Sabe enmascarar sa­biamente ciertos detalles de expre­sión que la delatarían. Y esto se con­firma con la peculiar forma de des­cribir alguna de sus obsesiones eró­ticas, por ejemplo cuando inspec­ciona «la espesa mata rojiza, allá al fondo, velada por la escasa luz que el mandil permitía» que llegó a ser para «él» «una suerte de isla miste­riosa cuya secreta magia -inconce­biblemente- me ponía en un estado que no alcanzaba a comprender -re­chazado y querido al mismo tiempo­y cuya principal manifestación era el doloroso endurecimiento de mi pi­rula que, en ocasiones, terminaba en un cosquilleo que me recorría pier­nas y vientre». En el contenido de estas impresiones puede adivinarse algún que otro indicio de transgre­sión, pero no pasan de ser la mani­festación de un erotismo vinculado a un orden moral (lo cual no impide que, al margen de sus méritos litera­rios, Mis Turbaciones resulte útil, además, como consuelo apaciguador de solitarias inquietudes).

Luis Salas Riaño

RETORNO A

PIELAGO ¡Cuán poco esos juguetes nos lle­narán el alma!

John Milton (1608-1674)

En una visión memorable, recordada por William Blake tras su descenso al infierno con el Angel · de las Mentiras, aparecen

siete casas de ladrillo y en una de

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ellas los viajeros descubren una mul­titud de monos encadenados por la cintura, haciéndose muecas y aga­rrándose los unos a los otros: «vi que a veces su número aumentaba y entonces los débiles eran cogidos por los fuertes y, haciéndose mue­cas, se apareaban inicialmente y luego los devoraban, arrancándoles primero un miembro y luego otro hasta que el cuerpo quedaba como inútil tronco: a éste, tras hacerle muecas y besarlo con aparente ter­nura, también lo devoraban; y aquí y allí vi alguno mordisqueando sabro­samente la carne arrancada de su propia cola». Hoy la inocencia cul­pable cuelga cuadros de las paredes como si nada hubiera ocurrido. Las teorías estéticas mantienen su futil empeño por localizar los mecanis­mos de la conmoción y los funda­mentos de la belleza, ignorando -pues así lo desean- las distanciasque este tiempo ha levantado entreel que mira y lo que es visto, entre elespectador, inundado antes de emo­ciones ante la visión de la destrezadel otro -esa destreza de anticipa­ciones y no tan sólo artesanal- y loque se reconocía como «arte», consignos suficientes ahora como paraque se entienda ese sonido como unnudo de significados yuxtapuestos,incorporados los unos a los otros detal modo que ya es posible, despuésde tanto tiempo, hablar de él sin queaparezcan a la vista ejemplos vivosde su existencia. El arte, oscuro ob­jeto de fe, se nos presenta como unrosario de humildes proposicionesestéticas que más se acercan a lospostulados de la decoración que alos lenguajes mudos que hasta hacepoco hablaban al alma. Y los artis­tas, que reclaman las pasiones queya no ofrecen, han aceptado gusto­sos penetrar en esa región de lo evi­dente en donde cualquier cosa es loque parece y nada puede ser lo queno es.

Las compulsiones evolutivas que

Delaunay.

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orientaron las más recientes direc­ciones artísticas · arrojaron fuego so­bre sus protagonistas. Como el ma­trimonio que sentencia el arte con su hacedor no tolera indecisiones, las pulcritudes de los artesanos conside­raron esa boda como un riesgo exce­sivo. Se optó claramente por la pla­cidez, que podía embargar todavía las más profundas expectativas, y todo nuevo ensayo de manipulación material fue presentado como una decisión experimental. El ilegal usu­fructo de los mitos del pasado permi­tió que la afluencia hacia los centros de producción artística mantuviese su intensidad.

La réplica al engaño es el tiempo. Las escenas pictóricas fueron extra­viando lentamente su solemnidad. Las correspondencias que habían unido el anhelo de los ensueños co­lectivos a las formas visibles de la intuición individual se debilitaron. El cordón umbilical que transmitía la obra creada a los secretos agujeros del alma se rompió. Los primeros en comprender la magnitud de este su­ceso fueron los propios artistas, que no podían escapar a la desagradable sensación de verse convertidos en unos farsantes, quizá más aplaudi­dos que nunca.

Criterios de orden social mantu­vieron durante algún tiempo la cohe­sión. Pero las visiones de arte fueron cada vez más escasas y espaciadas y los únicos entusiasmos producto de los excitantes y la autohipnosis. Fue entonces cuando, para confirmación de la visión memorable, apareció lo Nuevo, que era frío y merecedor de las más brillantes valoraciones de capacidades. Las consideraciones

- estéticas encontraron en la farsa dela comedia su glosario de alabanzas.La opinión articulada por el intelecto

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Los Cuadernos de la Actualidad

había convencido sobre su veracidad a unos sentidos que proporcionan al intelecto la única materia prima de sus opiniones.

Entre el arte y el sujeto que lo vivificaba ya no hay parentesco. Ar­tista y contemplador se ampararon mutuamente y juntos fortalecieron la teoría del destino común. Pero al al­canzar ciertos hallazgos los ánimos de los pioneros se enfriaron y los consuelos de su propia época les pa­reció recompensa suficiente a su va­lor inicial. Después de abandonar los imperativos formales de la realidad sensible y de conseguir algunos lo­gros en el terreno de la metafísica plástica, el ímpetu renovador su­cumbió. Las escrituras blancas de Mark Tobey, los objetos halladosdel cubismo órfico de Delaunay Y las formas de Giuseppe Capogrossi, se­ñalan una frontera que acoge todavía las más recientes y mejores inten­ciones.

Este bloqueo ha significado -pues siempre sucede así- un retroceso. El desgarramiento de lo visible no siempre implica una visión de lo in-

. visible y algunos de los asaltos fero­ces contra lo convencional no han sido más que un síntoma de des­composición interna.

El espíritu del Milenio concedió a cada movimiento de renovación de las artes el beneficio de su propia fe. Cada nueva violación de los criterios académicos de composición estética apareció históricamente ligada al anuncio de un futuro en el que real­mente sería. posible el descenso del Cielo sobre la Tierra. Esa fu,e la clave del arte a lo largo de la Histo­ria y la justificación de su impacto: anunciar.

El camino de audacias y anticipa­ciones entregó a muchos artistas en brazos de lo inalcanzable y algunos perecieron como prueba de la gran­diosidad de su tarea. Su labor de exploración más allá de los límites les permitió visiones memorables que todavía no han sido traducidas. El suicidio en 1955 del pintor Nicho­las de Stael y las convulsiones de algunos de sus contemporáneos nos devuelve, sin embargo, todo el peso de una duda espantosa: ¿los mató su oficio de pioneros o la visión de la casa de los monos de las muecas, presente en su inmediato_futuro?

La evolución del espíritu nos em­puja a un país en el que la pérdida de los dominios sociales es inevitable. El esfuerzo permanente conduce a un espacio vacío de sonidos en donde lo individual adquiere dimen­sión de totalidad y todos los discur­sos y proyecciones colectivas, que

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confieren al artista su protagonismo ·de ser necesario, desaparecen, obli­gándole a un silencio temible. Puesallí él será el único culpable y laúnica víctima de su obra creada.

Las causas de la muerte nunca sonnaturales. Muchos asesinos reposanen el futuro. Europa -que amenaza aChina después de haber engullido aAmérica- sacrifica sus mejores cria­turas en nombre de su agonía. Elcanibalismo ha entusiasmado a losadmiradores del goce estético. Inca­paces de sentir la emoción trascen­dental de ciertas presencias han op­tado por tragárselas. La voracidades su credo de pasiones. Indiferentesal sentido de la contemplación, seentregan a la perversidad de los am­biciosos: la obesidad. « Y aquí y allívi alguno mordisqueando sabrosa­mente la carne arrancada de su pro­pia cola».

Las propuestas crípticas de los lenguajes artísticos que han sobrevi­vido son despreciadas en favor de la sublimación estética. No es extraño, pues su presencia sugiere sentimien­tos contradictorios: o no se ve en ellos más que una simple cosa hueca, indiferente y lejana a los mo­dos usuales, o provoca contraccio­nes musculares desagradables. El arte fue, antes de la Edad de los Monos, una señal de orientación, un indicativo de experiencias, un signo para localizar los territorios de la vi­vencia e introducirse en ellos perso­nalmente. El arte vivió de lo que morían los hombres. La desorien­tada ebullición de fuerzas vitales ob­tuvo en esas representaciones una dirección necesaria. El sacrificio se realizó en nombre de un riesgo su­premo tras el que se hallaba la con­versación ciega, el diálogo de dos en uno y las palabras sin sonido.

El arte de hoy es la mueca del mono. La ostentación agresiva de lo

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bello ha exiliado a una región exte­rior la experiencia pura, que resiste como puede la ley de la materia, ídolo de la modernidad. Dado que determinadas existencias no pueden ser demostradas en los mismos tér­minos que exige la industria cultural -cuyos discursos se construyen ex­clusivamente a partir de la materiapreviamente devorada- se dan porquiméricas las noticias que nos ha­blan periódica y discretamente deellas.

Como la agresión y los estímulos sociales gozan de un caudal infinito de fuerza -la que despilfarran cada uno de sus miembros individual­mente- la determinación de los ver­daderos artistas deberá ser suficien­temente sólida y resistir, sin es­fuerzo, las embestidas antropófagas de sus semejantes.

Esta nueva época de crudezas, en donde el arte se construye como una justificación ante el mundo y no como una necesidad de la vida, le­vantará sus monstruosidades con ternura sobre los habitantes amon­tonados de la ciudad y exigirá al mismo tiempo a sus artistas un com­portamiento acorde a sus propios convencimientos. Las flaquezas se­rán igualmente caras: cada retroceso complicará enormemente las posibi­lidades de evolución y la más insig­nificante de las vanidades convertirá al verdadero artista en un verdadero mono.

Dos afirmaciones de William Blake cumplirán con seguridad su misión de amuletos de la reflexión: «La ceremonia exterior es el Anti­cristo». «Ser artista es ser cris­tiano».

Los holocaustos son siempre más sencillos e inesperados que sus tex­tos de anticipación. Los visionarios accedieron quizá a ciertas imágenes de la descomposición contemporá­nea y consecuentemente imaginaron una explosión anterior. Los aconte­cimientos de la realidad física son la metáfora de lo que ya ha sucedido. Ahora el ejercicio del verdadero ar­tista se desenvolverá en dos campos yuxtapuestos: en uno de ellos repre­sentará con discreción y sin espectá­culo su esfuerzo por mantenerse fiel al lenguaje de sus antepasados. La otra será una labor de recomposi­ción: deberá reencontrar bajo el fango el sentido extraviado de la

· cosa rota y reconstruir la significa­ción perdida a través de los fragmen­tos hallados; para poder explicar asía sus semejantes las causas del pe­cado que los convirtió en monos an­tropófagos.

Basilio Baltasar

Los Cuadernos de la Actualidad

LES QUATRE CENTS COUPS

Fernando Poblet, Tú serás Baudelaire.

Ediciones Noega. Gijón, 1983.

En 1959, Fran�ois Truffaut obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Cannes con Les quatre cents coups

(Los cuatrocientos golpes), un filme parcialmente autobiográfico, que constituye el relato de una infancia solitaria y dura en un ambiente sór­dido. Ya se sabe que un niño es un animal racional de corta alzada al que los adultos golpean cuando pa­decen eyaculación precoz, proble­mas financieros o de cualquier otra índole, aunque no exista conexión lógica entre la causa y el efecto. Tú serás Baudelaire, que todavía no ha obtenido ningún premio, es un relato del mismo corte, pese a que el pro­tagonista no sea el castigado Jean-

Pierre Léaud, sino Nandín, Fernan­dín o Fernando, un rapaz que recibe treinta y dos regalos el día de Reyes y que aprende los adverbios de lugar con su abuela, «colocándole las mar­tas cibelinas encima, debajo, de­lante, detrás».

De todas formas, -el joven héroe (de) Fernando Poblet recibe unas apreciables tundas, que le propina su señor padre, un caballero grave con cierta propensión a estampar en las breves carnes de su hijo la hebilla del cinturón. La cosa no es de ex-

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trañar si se tiene en cuenta que el protagonista de la novela no es un almibarado y repelente huérfano dickensiano, sino un chiquillo que asesina gorriones, fuma tabaco de picadura, envía cartas de amor a Diana Durbin y escribe textos de este jaez: Hay árboles que dan som­bra como el castaño y como la hi­guera que también da· sombra no como el manzano que al estar dando sombra cae una manzana en la ca­beza que le hace un chinchón al que esté debajo que le durará un día. Un tipo que redacta así a los nueve años o termina en Newton o deviene enBaudelaire. Fernando Poblet optópor lo segundo, lo cual no es de ex­trañar en un tierno infante capaz deexclamar, tras la contemplación deun miembro del benemérito cuerpoprovisto del correspondiente tricor­nio, mira, abuelita, un trapecio isós­celes. O de definir al prójimo ha­ciendo constar que es feo cual cala­mar tuberculoso.

Leyendo a Fernando Poblet, hora es ya de decirlo, sólo te quedan dos opciones. O te partes de risa o te mueres de envidia. Y es que el chico al que pronosticaron un futuro bode­leriano escribe hoy como quien tra­siega un whisky (eso que llaman «in­sultante facilidad» los que suda.o perpetrando un párrafo de seis lí­neas) en compañía, pasándolo muy bien y compartiendo el placer con los lectores. Además, te cuenta un drama y estallas en carcajadas, te relata una pifia y sonríes, habla de· sus apuros y te tronchas. Es un es­critor irónico y sarcástico que sabe perfectamente que, para no ser acu­sado de falso o de cruel, lo primero que tiene que hacer es situarse ante el disparador, echar la propia carne al asador.

Tú serás Baudelaire es no sólo novela sarcástica e irónica, sino también tierna y lírica. Pero sin in­currir jamás en mojigaterías, en em­palagosas dulcificaciones. Es este Fernando Poblet, escrituralmente hablando, un tipo duro, sin pelos en la máquina de escribir, de recordar o inventar. Los torpes de todo estado y condición se preocuparán, al leer estas páginas, por saber cuánto hay de verdad en las mismas, hasta qué punto es el libro autobiográfico, de gué modo relató Fernando Poblet su propia infancia o cómo pergeñó una historia ajena. Es inútil y absurdo. Tú serás Baudelaire es una esplén­dida novela, divertida en ocasiones, amarga otras veces, por la que cir­cula un niño frágil y listo, enfermi­zamente tímido y bastante perverso, con vocación de maldito desde

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Por nuestras obras

la conoceréis:

Asturias en sus menos

GRAN ENOCLOPBDIA ASTUIUANA

HISTORIA GENERAL DE ASTIJJUAS

ENCCLOPEDIA TEMATICA DE ASTURIAS

Biblioteca Julio Somoaa TEMAS DE INVESTTGACION

ASTURIANA

COLSCCION FACSIMIUJ\ ASTURIANA

COLECOON RECONQUISTA (libro. de Am:ariu Recuperados)

COLECOON GUIAS DE ASTUIUAS

COLECCION FACSIMILAR ASTU1UANA

... y otros

muchos títulos

SILVEIIIO CAAADA

�j Editor

•-Urla, 5 OVIEDO

ULTIMOS TITULOS PUBLICADOS

BRAULIO VIGON, Juegos infantiles, Poesía popular, Folklore del mar y otros

estudios asturianos»

RAMON PEREZ DE AVALA, «Asturias en el recuerdo». Edición de Manuel Avello.

ALVARO RUIZ DE LA PEÑA, «Introducción a la literatura

asturiana».

JUAN C. GARCIA MIRANDA, «Asturias, 1936-37. Prensa Republicana de guerra».

«EL LLAGAR Y LA SIDRA», ilustraciones y texto de JOSE

LEGAZPI.

ARMANDO GRAÑA GARCIA y JUACO LOPEZ ALVAREZ,

«Hórreos y paneras del concejo de Allande».

Los Cuadernos de la Actualidad

siempre y que a punto estuvo de su­perar el record de los cuatrocientos golpes. Et tout le reste est littéra­ture, como escribió Verlaine.

Francisco Orejas

LENGUAJE Y TRABAJO ARTISTICO

Cuadernos de traducción e interpreta­ción/Quaderns de traducció i interpreta­ció (Escola Universitaria de Traductors i Interprets de la Universitat Autonoma de Barcelona), 2 (1982), 206 pp. e uadernos de traducción e

interpretación acaba de franquear el difícil obs­táculo del número uno, y es de esperar que siga

por mucho tiempo en la brecha. Pu­blicado por la Escuela Universitaria de Traductores e Intérpretes de la Universidad Autónoma de Barce­lona, el número 2 de Cuadernos constituye una excelente muestra del quehacer de un equipo empeñado en sacar adelante una revista que va más allá de lo que su título sugiere. Efectivamente, nos encontramos ante un volumen que merece salir del ámbito estrictamente gremial y universitario, el contenido del cual será de interés tanto para el especia­lista como para el lector sensible a todos los fenómenos culturales que giran entorno al lenguaje y a la crea­ción literaria.

Buena parte del número está dedi­cada a un homenaje a José María Valverde, destacable no sólo por la talla intelectual del homenajeado sino también por la de los que a él se suman: Víctor Sánchez de Zavala, Rafael Argullol, Antonio Tovar e Isabel Paraíso. La otra mitad del homenaje se nutre de textos del pro­pio Valverde, entre los que destacan la conferencia pronunciada en la EUTI en mayo de 1982 ( «Mi expe­riencia como traductor») y las tra­ducciones inéditas de B. Brecht y G. Benn. Roman Jakobson, fallecido en julio del pasado año, es otra de las figuras a las que Cuadernos rinde homenaje en este número.

En la parte dedicada a los artícu­los encontramos las reflexiones en torno a sus trabajos de tres profesio­nales de la traducción: Joaquim Ma­llafré comenta con detalle su versión catalana del Ulisses, y Amalia Ro­dríguez Monroy explica el proceso de «transposición creativa» de los

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poemas de R. Lowell al castellano, en colaboración con José Agustín Goytisolo; también Emilio Barón nos ofrece su traducción comentada de «Solo de lune» de J. Laforgue. La problemática del lenguaje es igualmente abordada por los colabo­radores del presente volumen. Ray­mond Renard presenta sus autoriza­das reflexiones sobre el papel de la teoría fonética como modelo de la totalidad del proceso de la comuni­cación hablada, y María Teresa Es­pinal aborda la interpretación de los adverbios modales desde un punto de vista semántico y pragmático.

El número se completa con una larga entrevista de Fernando Valls a Juan Ramón Masoliver, en la que se pasa revista a la totalidad de su rica biografía intelectual y a su labor de traductor. El apartado de las reseñas está abierto a trabajos sobre traduc­ción, literaria, lingüística, semiótica y análisis textual.

Desde el punto de vista del profe­sional, destaca la falta de trabajos sobre interpretación, campo de bi­bliografía tan escasa, que Cuadernos deberá cubrir en el futuro. Y quizás los abusos del término «competen­cia» debieran haber sido corregidos en una de las reseñas; si recordamos con Chomsky que la competencia es el' conocimiento innato e interiori­zado que cada hablante tiene de su lengua, no tiene sentido afirmar que «todo buen traductor debe poseer una sólida competencia lingüística, en el sentido chomskyano del tér­mino» (p. 188). Señalaremos en cambio, el enriquecimiento que su­pone el acercarse a textos literarios ya conocidos desde la experiencia de sus traductores, que aporta a me­nudo enfoques nuevos y sugerentes.

En conjunto, la diversidad de pun­tos de vista expuestos en torno a un mismo fenómeno -el del lenguaje como herramienta de trabajo artís­tico, como medio de intercambio

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cultural, o como objeto de estudio­Y la elevada calidad de las diversas colaboraciones, hacen de los Cua­dernos de traducción e interpreta­ción una empresa merecedora de larga continuidad.

Joaquim Llisterri Boix

RAUL GUERRA, BRAVO Y BREVE

Raúl Guerra Garrido, La Sueca Des­nuda. Ed. Noega. Gijón, 1983. L a Sueca Desnuda es una

antología de la narrativa breve de Guerra Garrido, consta de dos novelas cortas, una de las cua­

les da título al volumen (L.S.D.: fan­tasía onírica-policíaca-farmacéutica) y doce cuentos que una se alegra de ver aquí rescatados pues se publica­ron en revistas fallecidas (Papeles de Son Armadans, Pasárgada, El Uro­gallo, Kantil), en trance de fallecer (Camp del 'Arpa) o muertas en vida (Revista de Occidente).

Todas las narraciones, a pesar de haber sido escritas en momentos <lis-

tintos, tienen varios denominadores comunes que se repiten también en la novelística del autor de Escrito en un dólar. Uno es el más persistente, el enfrentamiento sistemático entre el individuo y el entorno social del que forma parte, dialéctica perenne. El marcado interés por este entorno social obliga al uso de recursos rea­listas, llevados al extremo en la se­gunda novela de la antología de tí-

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tulo Micrófono oculto, que repro­duce literal o magnetofónicamente los diálogos posibles entre los asis­tentes a un cóctel mundano, pelicu­lero y seudointelectual. La persis­tencia del protagonismo individual justifica numerosos monólogos, pen­samientos en voz alta y ausencia ha­bitual del narrador, sustituido por indicaciones fugaces de los protago­nistas dichos. La mezcla de ambos ingredientes, el individual y el colec­tivo, daría escasos resultados si no fuese porque en la mayoría de los relatos intervienen elementos de ruptura, distorsionadores de la reali­dad cotidiana, improbables aunque no imposibles, que dan sentido al resto del cuento, motivos sacados de una cotidianeidad simple, accidente, olvido, etc., que trascienden un paso más allá de lo real, dos y dos suelen sumar cinco. Lo mágico apenas apa­rece, a no ser en «la herencia del Nobel», para retrotraemos al rea­lismo, en este caso el ecológico.

Un tema obsesiona a Raúl Guerra: la violencia. Violencia entendida como eje habitual de la existencia (el autor vive en Euskadi), de las rela­ciones entre los individuos o entre el individuo y su entorno, general­mente industrial. El asunto narrativo de casi todos los relatos está im­pregnado de violencia, pelea, muerte, cadáver, suicidio, violación, guerra, etc. Todas estas variantes entran en distintos esquemas reales, desde la descripción de ambientes

urbanos industrializados hasta la de­nuncia de la violencia institucional, la autóctona y la importada del im­perialismo norteamericano.

En el lúcido prólogo de Luis Su­ñén se dicen dos cosas fundamenta­les sobre el autor. Una: «es hoy uno de nuestros satíricos mejores a tra­vés de una distanciada ironía, dueño de una inteligente mentalidad crítica aunque, en el fondo, poco dado a

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cebarse en su objeto». Otra: «la formalización de lo real inmediato ... hay en ella un peculiar sentido de lo moderno que como he dicho alguna vez, me parece ausente de una gran parte de nuestra narrativa actual. Una modernidad ... que pasa por una suerte de especial pericia figurativa y no utilizo el término plástico por pura casualidad» . Algo que el mismo Suñén resume cuando opina: «Cuando Guerra profundiza más en las situaciones, hasta convertirlas en límite, que en la actuación frente a ellas, que surge a veces como una consecuencia inesperada, lo hace a través de un tratamiento casi imper­ceptible, pero tremendamente efi­caz, de las virtualidades que esa si­tuación posee como catalizadora de conductas». La falta de complejos en el tratamiento de lo cotidiano pa­rece tal vez la causa primordial de tan extraña y afortunada virtud.

La Sueca Desnuda es la exhibi­ción de una importante obra en mar­cha y su conjunto tan fundamental como Copenhague no existe o Lec­tura insólita de El Capital.

Julia Ameztoy

ANTROPO­LOGIA SOCIAL DE LA CHAPUZA

Carmelo Lisón Tolosana, Antropología social y hermenéutica. Madrid, F.C.E., 1983.

N adie tome el título de ésto, de partida, como un insulto: «chapuza» es el término castellano más adecuado para traducir la

palabra francesa bricolage, y ya se sabe que Lévi-Strauss hizo de esta palabra un término teórico para de­signar el modo cómo opera el inte­lecto salvaje, que no es sino el inte­lecto espontáneamente teórico de la humanidad.

Lo que ocurre es que la palabra «chapuza» se ha cargado de conno­taciones peyorativas en nuestra cul­tura, debido a las desigualdades en el desarrollo, que han convertido a la chapuza tradicional (el aprove­chamiento de los materiales de dese­cho con fines técnicos) en el modelo mismo de la operatividad material pre-tecnológica y obsoleta, de modo que, cuando en el seno de la socie-

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dad industrial avanzada vuelve a re­surgir, a modo ya de divertimento o «hobby», un cierto tipo de artesa­nado sub o hipo-tecnológico, se hace preciso designarlo con el término francés, para distinguirlo de la clá­sica chapuza rural, o de la chapuza remanente en áreas urbanas.

De estos tres sentidos de la pala­bra chapuza participa el libro de Carrnelo Lisón: 1) corno «bricolage» en el sentido banalrnente moderno, en cuanto ensamblaje de artículos previos, manipulados previamente de maneras varias -cosa ya clásica en Lisón, que en ésto parece con­cluir con su coterráneo Valle-Inclán, aunque en él no haya «épocas», ni siquiera ahora que parece intentar liberarse de los lastres sociologistas de su formación inglesa; 2) corno «chapuza» o «bricolage», en el sen­tido leviestrosiano del término, en cuanto se apropia de instrumentos teóricos heteróclitos, para darles una forma sincrónica nueva; 3) corno «chapuza» en el sentido peyorativo castellano, en la medida en que su intento de apropiación del rnenta­lisrno francés es absolutamente in­consistente, apresurada y, sobre todo, ciega.

Esto último afecta sobre todo al más teórico de los artículos que componen el «assernblage» del libro, el titulado «Antropología hermenéu­tica», donde Lisón emplea las dife­rencias gráficas de la palabra «otro» (Otro/otro) con el desenfado propio de quien no ha leído a Derrida. Ya que si bien el sentido de su empleo es abrurnadorarnente psicologista, no lo es la intencionalidad del uso, donde la mayúscula tiene casi siem­pre una voluntariedad teórica, mien­tras la minúscula pretende siempre la referencia empírica.

La cosa no sería grave, si la fór­mula mediante la que define la rela­ción del antropólogo con su objeto (baratarnente empirista, y hasta grá­ficamente confusa: «su quehacer fuerza al antropólogo a hacerse otro, apropiándose de los significados del Otro para de esta manera entenderse a sí mismo en comparación, por con­traste y a través del Otro»), no hu­biera encontrado ya hace 21 años una formulación mucho más feliz y teóricamente ajustada, por parte de Lévi-Strauss, en J. J. Rousseau, fundador de las ciencias humanas, a quien Lisón malamente remeda. Y si la distinción entre el «otro» psicoló­gico (buberiano, rnarceliano) y el «Otro» suprasubjetual y ontológico (claramente definido en Levinas y Merleu-Ponty), no tuviera desde al menos 1956 una clara definición teó-

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rica en la distinción, por Lacan esta­blecida, entre el «otro» imaginario, especular y vecinal, y el «Otro» simbólico, que funda la estructura.

Pero, no casualmente, ha elegido Lisón la hermenéutica (tácitamente) contra el estructuralisrno, lo que no deja de ser un claro índice de la si­tuación teórica de las ciencias hu­manas españolas en general, y de la antropología en particular. Ya que, después del debate entre Ricoeur y Lévi-Strauss en 1963, parecía haber quedado claro, que no podía haber ciencias humanas, en un sentido ri­guroso del término, sin la elimina­ción del «círculo hermenéutico», que destruye cualquier intento de precisión teórica por su búsqueda desaforada de un sentido vorticial. Así lo dejó bien sentado J.-P. Osier con su metáfora alternativa «O Spi­noza o Feuerbeach», antes de que los paradigmas kuhnianos se pusie­ran de moda en España.

Ahora bien, parece claro que la hermenéutica en España no es sólo patrimonio de la crítica literaria (campo al que muy fértilrnente se aplica, corno se demuestra en el caso de Starobinski), ni manía sólo de Ortiz-Osés en el campo de la antro­pología más ampliamente conside­rada: en cuanto el antropólogo espa­ñol pasa del trabajo de campo efec­tuado en la zona rural de al lado ( es curioso que se prefiera hacer traba­jos etnográficos primordialmente folklorísticos, que ernpapárse antes de literatura etnográfica de pueblos verdaderamente exóticos), la her­menéutica hace su aparición de ma­nera, tanto solapada corno explícita.

Y para que se vea hasta qué punto la hermenéutica no es más que el pensamiento asilvestrado cuando in­tenta revestirse de halo académico, no hay más que leer la reseña que de este mismo libro hacía, poco ha, en El País (14-8-83), Teresa S. Román, meritoria etnógrafa de nuestros muy familiares gitanos. Establece allí S. Román una distinción entre la antro-

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pología de penchant «literario-artís­tico» de Lisón, y la de inclinación «científica» que ella misma dice practicar. Y define esta última con las palabras siguientes: «los que en­tendernos la antropología corno una disciplina científica, los que quisié­ramos formular hipótesis pertinentes para llevarlas inmediatamente a los datos falseadores».

Evidentemente la reseñadora pa­rece haberse leído a Popper, pero me pregunto si se ha leído el capítulo primero del Pensamiento Salvaje y ha deducido las consecuencias epis­temológicas implícitas en él, que tan perfectamente concuerdan con toda la filosofía de la ciencia postpoppe­riana (con excepción quizás de la progenie Sneed-Stegmu1ier). Porque, si verdaderamente hubiera meditado tal capítulo, vería que no hay modo alguno de establecer diferencias en­tre el modo de operar del arte y el de la ciencia (o al menos la ciencia mo­derna, donde, efectivamente, hypot­hesis finguntur). Ya que en el arte de las vanguardias y las postvanguar­dias, el modelo es tan importante corno en las ciencias experimentales, según lo que Einstein reprochaba a Heisenberg: «desde el punto de vista de los principios, es totalmente falso pretender fundamentar una teoría sólo sobre magnitudes observables. Porque en realidad sucede exacta­mente al revés: sólo la teoría decide sobre lo que se puede observar».

Alberto Cardín

COMEDIANTS:

EL INFIERNO

YLA EUFORIA Els Comediants: Demonios. Una no­

che en el Infierno y Apoteósico sarao de gala de Totil I «Tocatdelala». Centro

Dramático Nacional. Madrid.

e uando existía, allá por los remotos años de la infancia espiritual de este pueblo, el Infierno no era así. Aunque quién

sabe ... Tal vez el verdadero impulso motor de nuestros ascetas clásicos, en sus terroríficas incursiones por las landas de las postrimerías y sus aledaños sulfurosos, no era otra cosa que la desesperada afirmación de una necesidad: en algún lugar del subsuelo tenía que estar la residen­cia del Innombrable y su cohorte de lúbricas muchachas, o todo carecía de sentido.

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Els Comediants.

En estos tiempos degradados ya sabemos que el Infierno no existe ni en los discursos de Fraga. Pero por los intersticios de la memoria colec­tiva tiene que haber algún aminoá­cido errabundo cuyas paredes mole­culares estén construidas con ladri­llos procedentes del derribo de la mansión de Satanás; de lo contrario, resulta científicamente imposible explicar las respuestas masivas que Els Comediants obtienen cada vez que se les ocurre invitar al personal a pasar unas horas entre los hijos de Luzbel.

En Madrid, el escenario de Una noche en el Infierno no podía ser otro que el parque del Retiro: no sólo se encuentran en él una copia en miniatura de la laguna Estigia, al­gunas florestas tentadoras y un pala­cio de cristal -como diría Rubén Da­rio-, sino que en una de sus glorietas se levanta la estatua del ángel caído (y valga la paradoja), tal vez el único monumento dedicado al diablo que existe en el mundo. Aunque al grupo catalán se le pasó por alto este úl­timo detalle, supo explotar al má­ximo las posibilidades de los otros y consiguió iluminar las veredas y es­calinatas del ameno lugar con los fuegos fastuosos de un espectáculo inolvidable.

Y es que allí verdaderamente fue el llanto (de los patos y otras cándi­das avecicas sorprendidas por el es­truendo) y el rechinar de dientes (de los caballos escultóricos) tan pronto como los mefistofélicos comediantes empezaron a soltar tracas sobresdrú­julas, petardos y alaridos, mientras las barcas de Caronte rielaban tal que majestuosas por las aguas dor-

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midas del estanque. La masa -que en lo tocante a tentaciones las an­hela todas, como es bien sabido- en seguida comenzó a dejarse arrastrar por la corriente, y a la altura del segundo cohete-pedo-de-monja, ssh­hiiif, ya había cambiado su perfil ovejuno de muchedumbre solitaria por una jeta colmilluda de animal consumidor de lunas llenas.

De esta guisa, los mesetarios he­rederos del ascetismo clásico y otras filípicas actuales estaban más que predispuestos a negociar su alma cuando el diablo mayor profirió las condiciones del trato: «Si de verdad queréis recorrer el Infierno, se­guidme». Esto dijo, y al punto la espléndida noche de otoño se pobló de molinillos chisporroteantes, an­torchas humanas, seres provistos de enormes plátanos-falo, cornúpetas comefuegos, brujas encantadoras, enanos retozones, íncubos cabezu­dos, ministriles despistados, vírge­nes mancilladas y otros muchos ejemplares posedénicos, seducidos todos por la mirada verde del dra­gón. Algo así como si al Peridis se le hubiera volcado el tintero de los monos, sólo que en technicolor.

Desde el alto pináculo del monu­mento a Alfonso XII un poseso pro­vocaba con divertida obscenidad a la muchedumbre, y ésta no cesaba de pedir el milagro: «¡Que se tire, que se tire ... !» El incidente no pasó a mayores porque la atención general dio en concentrarse en una jacaron­dosa comitiva que, atravesando se­tos y derribando algún que otro em­blema de la civilización diurna, arrastraba a las huestes satánicas hacia el palacio de cristal. Aquí se

Els Comediants.

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clausuró el pandemónium, tras ser sometido el recinto transparente a la magia del fuego y al simulacro de la destrucción. (Entre paréntesis, hay que señalar que al día siguiente el exorcista municipal se apresuró a va­lorar los desperfectos ocasionados por las carreras orgiásticas en medio millón de púas, pura bagatela si se compara con el dispendio diario de otros aquelarres públicos menos di­vertidos.)

Las magníficas dotes seductoras de Els Comediants volvieron a bri­llar en el Apoteósico sarao de gala de Totil I «Tocatdelala», marchosa fiesta nocturna que transformó el pa­tio de butacas de la Sala Olimpia en un salón cortesano, una verbena mediterránea, un., estadio rockero, una terraza napolitana, un café can­tante y un reino sometido al imperio de una ley: «tocarás a tu prójimo como a ti mismo; los mancos no jue­gan». Todas estas metamorfosis obedecían a una intención no menos diabólica que la del espectáculo an­terior: meter al público en la redoma de la imaginación y lanzarlo hacia las playas del jolgorio colectivo. Y también aquí la respuesta fue inme­diata porque Els Comediants, ade­más de dominar numerosos recursos procedentes de diversas fuentes dramáticas, han encontrado la piedra filosofal de la comunicación con el público, y saben sacarle chispas. En los comienzos de la temporada tea­tral madrileña, suyos fueron el In­fierno y la euforia.

Alfredo José Ramos

MUSICA PARA

UN VIDEO

Vídeo de la Fundación Evaristo Valle. Guión: G. Basagoiti. Cámara: R. Moli­nos. Música: Quasar G.E.M. Patrocinio: A.L.S.A.

La música contemporánea nació ya con un afán be­ligerante, hija de los tremendos pateos que so­portaron Mahler y los

postimpresionistas. Desde Schom­berg -quizá ya desde Wagner- hasta nuestros días, la nueva música ha cimentado su crecimiento en la pau­latina trituración de la estética clá­sica. De ahí que desde un principio la dicotomía se plantease en toda su virulencia; por un lado la estética

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clásica considerada perfecta, inamo­vible, una serie de pautas construc­tivas elevadas a la categoría de ideas absolutas; en la otra banda una con­cepción del hecho artístico que basa su esencia en la puesta en entredicho de la estética clásica. «Romper nue­vos esquemas es más urgente que crear nuevas cadenas» (Ll. Barber 1975).

Impregnados de ese espíritu los músicos se dedicaron, durante las dos últimas décadas, a destruir todo tipo de norma que fuera cortapisa de la libertad creadora. Fue un período en el que se investigaron al máximo el potencial tímbrico de los instru­mentos tradicionales y -al tiempo en que se . desmontaba el esquema for­mal armónico clásico-, se pusieron en práctica todo un abanico de es­tructuras formales, que en muchas ocasiones no pasaron de la mera cu­riosidad y pintoresquismo, pero en otras constituyen un preludio de lo venidero por su enorme potencial expresivo.

Entramos en los ochenta, es la dé­cada de la crisis, del desencanto. Se han diluido ya los efluvios revolu­cionarios, la contracultura es sólo un cadáver más. Las vanguardias se han ido con ellas. Vivimos una época de «Neos» . De parada y fonda, es la calma que llega tras la tempestad. Los músicos se han plan­teado la necesidad de frenar su ca­rrera hacia lo insólito y meditar ha­cia todo lo acontecido. El torbellino de la vanguardia se está desencan­tando. Está dando frutos.

Es el miedo al vacío, que nos lleva a cubrir de signos los espacios blan­cos, que nos lleva a buscar agarrade­ras, coordenadas que guíen nuestro juicio, que puedan encauzar nuestro trabajo mental. Porque si no hay nada malo, nada es bueno; si no 'hay desorden no existe el orden. Somos maniqueos, no hay porqué negarlo,

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Rubio Camín.

porque las escalas de valores siguen nuestros procesos mentales.

Decía que los músicos han visto la necesidad de un nuevo sistema, de unas nuevas coordenadas que asien­ten sobre un proceso triturador de todo lo hecho hasta ahora, de todo ello va surgiendo una nueva música que tiene a la expresión -estamos en un nuevo barroco- como fin primor­dial.

Pero esta nueva música no sólo se plantea los hechos intrínsecos a la partitura, va más lejos y se empieza a plantear el hecho musical en su totalidad. Es necesario sacar la mú­sica contemporánea de escenarios dieciochescos. La música no es me­ramente un hecho sonoro, tiene un componente de espectáculo en nin­guna medida despreciable, si reno­vamos el hecho sonoro es impres­cindible que· afrontemos la trans­formación de los aspectos visuales de la música. El video, junto a con­ciertos en escenarios naturales, o sa­las de exposiciones, es una posibili­dad nueva, en principio inmensa, que se nos abre en la búsqueda de nuevas formas expresivas.

En el video de la fundación E. Va­lle tres mundos, a primera vista dis­pares, se nos presentan unidos -in­terrelacionables- por un trasfondo común. Por un lado el mundo de E. Valle plagado de sugerencias, de fra­ses inconclusas. Por otro las escultu­ras de Rubio Camín, el clasicismo geométrico de sus angulares y el apasionado homenaje a la materia en su estado primitivo de los troncos. Y haciéndoles compañía, en un se­gundo plano, la música del grupo Quasar, una búsqueda sonora en pos de lo expresivo, de lo bello.

Valle es el pintor que convierte en símbolo lo que ha vivido. Es el pin­tor de la imagen que le ha impac­tado, de la anécdota, pero que es capaz -he ahí su genialidad- de abs­traerla y hacerla génesis y reflejo de un mundo interior de una riqueza in-

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valorable. La gran fuerza de la pin­tura de Valle no está en las imágenes reflejadas en sus lienzos sino en lo que se infiere de ellos, en lo que hay detrás de la primera visión. Valle hubiera hecho suya esta frase de Pla­tón: «No existe ningún escrito mío ... que trate sobre los puntos que más afecten mi corazón. Porque este co­nocimiento no es susceptible de trasmitirse como una serie de teore­mas.»

De ahí que cada detalle de su vida tenga importancia, tenga un interés destacado para la profundización de su obra. Por eso las imágenes se pa­sean por su estudio: las ceras, su sombrero, los pinceles, el cenicero ... No. se trata de narrar una biografía, sino de acercarse a una personali­dad. Del estudio pasan las imágenes a los óleos, es la realidad como anécdota qlie infiere la idea, es un denso mundo interior -¡ qué impor­tantes eran para V alié las conchas marinas!- que se intenta reflejar en imágenes de lo cotidiano. Sus retra­tos son arquetipos, seres simbólicos, enraizados en un paisaje que les da vida, consistencia. Y todo esto ade­rezado con una música que entronca perfectamente en este. mundo de lo sugerente. Y ello no deja de ser sor­prendente si consideramos que la música está compuesta en 1982 si­guiendo los cánones de la más es­tricta vanguardia.

Camín fue el discípulo, el amigo con que se sincera el maestro en sus últimos años, al que muestra su obra importante, el que con los ojos lle­nos de lágrimas dibuja su último re­trato. Los angulares de Camín son ya parte de los jardines de la funda­ción� Son obras en primera instancia

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frías, con un cierto alejamiento, .do­tadas del afán constructivista de la línea recta. Las imágenes las acer­can al espectador, le muestran pla­nos que pasan desapercibidos en la visión directa. La música acompaña a la imagen en una curiosa simbiosis, cada escultura tiene su canto, su momento sonoro; hay veces en que la música emana del hierro como un producto de sus entrañas, como una consecuencia de su propia esencia.

El video en su conjunto vuelve a plantear el viejo anhelo de la fusión de artes, de la búsqueda de puntos comunes, de ideas generatrices que hagan posible presentar disciplinas distintas como un hecho único, que se acerque con más intensidad al fe­nómeno natural. Es la búsqueda de la piedra angular, de la ecuación universal. De lo que no cabe duda es que a fines del siglo XX, el desarro­llo tecnológico y la evolución del pensamiento humano -ese hombre nuevo ciudadano del universo-, ha­cen posible la resurrección de las ar­canas utopías.

A velino Alonso

NOSOTROS, VOSOTROS, TELEVISION,

Armand Mattelart y · J ean-Marie Piemme, La televisión alternativa. Edito­rial Anagrama, Barcelona, 1981.

Muchos son los métodos de investigación de los me­dios de comunicación de masas: estudio de audien­cias, análisis de conte­

nidos, determinación de los efectos, etcétera. De todos ellos Armand Mattelart encabeza la más cruda y atrevida de las epistemologías, pues su campo de acción se centra en el estudio de los grupos de presión que controlan a los emisores, las entrete­las y entresijos del poderío econó­mico que sustenta los prepotentes mass-media y en el desenmascara­miento de los propietarios de los medios de producción, que, en defi­nitiva, son los propietarios de los medios de comunicación.

Los estudios de este joven soció­logo belga -profesor de la Universi­dad de París VIII- son el fruto de once años de participación en la lu­cha de clases latinoamericana; en Chile fue consejero para asuntos de comunicación del Gobierno de Sal-

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vador Allende, codirector del largo­metraje más esclarecedor del desa­rrollo de la Unidad Popular -La es­piral- y codirector también, junto a Héctor Schmucler, de la excelente revista Comunicación y cultura, fundada en Chile, editada con poste­rioridad en Argentina y enclavada definitivamente en México por razo­nes de todos conocidas: cultura y dictadura se repelen.

Con el advenimiento de los gene­rales putschistás Mattelart inte­rrumpe todo tipo de trabajos y de­cide el camino del exilio acompa­ñado de su esposa Michele, coautora con él de varios libros como Frentes· culturales y movilizaciones de ma­sas, Comunicación e ideologías de la seguridad, Los medios de comu­nicación de masas. La ideología de la prensa liberal, ...

Pese a que la izquierda, princi­palmente europea, se ha quejado de la carencia absoluta de teoría en ma­teria comunicativa por parte de los clásicos del marxismo, el belga llega y dice: «Existe una teoría marxista sobre comunicación, lo que demues­tra el error de muchos sectores de izquierda»; tesis que desarrolla y expone a lo largo y ancho de su obra, que va desde el examen del aparato ideológico imperialista hasta la meditación sobre la · cultura lati­noamericana, pasando por el avance de las nuevas fuerzas productivas -la tecnología comunicativa-. Heaquí algunos de sus estudios en soli­tario: La cultura como empresa mul­tinacional, Agresión desde el espa­cio. Cultura y napalm en la era delos satélites, La comunicación ma­siva en el proceso de liberación,Multinacionales y sistemas de co­municación.

A fines de 1980 Jean-Marie Piemme -autor deLa televisión: un medio en cuestión (dura crítica a Cazeneuve y las teorías humanis­tas)- y Armand Mattelart escribieron un extenso artículo -hoy transfor­mado en diminuto libro por la edito­rial Anagrama- en Presses Universi­taires de Grenoble. El libro, La tele­visión alternativa, aborda el más complejo, polémico y disputado me­dia en poder de la tercera persona del plural de cualquier tiempo, voz o país. Se trata de un análisis centrado en la proyección de las nuevas tec­nologías -radios libres, banda ciuda­dana, televrsiones comunitarias- so­bre el sistema radiotelevisivo belga, cuya particularidad estriba en ser un servicio público de un Estado-na­ción, pues Bélgica es uno de los po­cos países del mundo en que el sis­tema nacional de televisión entra en

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directa competencia con las televi­siones de los países vecinos -Gran Bretaña, Francia, República Federal de Alemania, Holanda, Luxem­burgo-.

A pesar de ser un libro de dos autores -no olvidemos que Mattelart escribe frecuentemente acompañado de alguien, por aquello de ejercitar el debate- se percibe con claridad la metodología y el estilo del belga dado el derroche de datos, manejo .de estadísticas, empleo de anuarios y exposición de ejemplos luminosos; elementos todos ellos que le confie­ren la categoría de investigador.

De las tres partes que conforman La televisión alternativa, la primera está dedicada a la noción de indus­tria cultural, donde derivan ciertas críticas a la Escuela de Francfort; la segunda versa sobre los nuevos me­dios de comunicación, primando el magnetoscopio como auténtico ob­jeto del nuevo consumo de masas -los estudios de mercado japonesesprevén una venta de quinientos milmagnetoscopios en 1984 y una satu­ración del 35 % en 1990- seguido delas experiencias de televisiones co­munitarias y el relato cronológico dela batalla de las radios libres o deintervención. Existe, dentro de estecapítulo, un apartado interesantí­simo por lo que a nosotros atañe, esel dedicado al monopolio/serviciopúblico de televisión. Los autorespiensan que en el momento presenteel monopolio ya no se identifica conel servicio público. «Hoy el serviciopúblico», escriben Piemme-Mat­telart, «está concebido más como elespejo de las opiniones admitidasque como espacio en el que se refle­jan las inadecuaciones, las incohe­rencias, las contradicciones y lascuestiones decisivas que plantean

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estos juegos de desplazamiento ( ... ) La idea de monopolio ha sido fun­damental para cerrar paso a un desa­rrollo de la concepción privada y comercial de los medios de comuni­cación audiovisuales, pero también posee su propio peso específico». Y como colofón, su alternativa: la co­municación a izquierda.

Es de agradecer a ciertos editores la publicación de autores foráneos especializados en materia radiotele­visiva, dado el bajo nivel de la ma­yoría de los pretendidos «comunicó­logos» patrios. Salvo honrosas ex­cepciones -las de siempre- que no voy a citar aquí, la mayoría biblio­gráfica sobre la radio y la televisión españolas está en manos de la Uni­versidad de Navarra -Eunsa- con marcados tintes opusdeísticos, o bien en editoriales best sellerianas que encargan la «obra» a cualquier experto de RTVE, o sea, directivos acríticos, con lo que nuestra biblio­grafía radiotelevisora se repleta de autores metafísicos que se mueven entre la oficialidad y la mediocridad.

José Benito Fernández

LAS TRES

CARAS DE

EVA EN

HOLLYWOOD'

Hablábamos en una ocasión ante­rior de los mejores entre los nuevos astros del cine americano: Harrison Ford, Richard Gere, Robert de Niro; fijémonos ahora en las más rutilantes actrices jóvenes que llegan con las producciones de los últimos meses.

Valerie Kaprisky.

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Jennifer Beals.

El musical aburrido y ramplón que es Flashdance con situaciones tedio­sas por pueriles, diálogos de parvu­lario y números de baile abrupta­mente intercalados y sólo efectista­mente filmados -ofrece el primero de los nuevos rostros admirables: Jennifer Beals. Es la nueva cara de la resolución femenina. Ni la melosa morbidez de sus hombros ni el ju­guetón pelo ensortijado de su cabeza de niña crecida dejan lugar a la duda: esta chica es capaz de todo por conseguir lo que se propone; o, para decirlo con más precisión, esta mujer menuda pero ágil y fuerte· es muy capaz de renunciar a todo (por ejemplo, a un novio rico, listo, guapo y cariñoso) por ser maldita­mente fiel a sus propias conviccio­nes. Su evidente superioridad frente al modelo masculino radica en esa implacable lealtad hacia sí misma. Pertenece, en suma, a la raza de las Joan Cranwford, tan solitarias y du­ras como eventualmente buenas amantes y amigas.

Pero la indolencia femenina tam­bién tiene ahora un nuevo rostro: es el de Valerie Kaprisky, la titubeante y mortal compañera de Richard Gere en Breathless, la nueva versión de la irrepetible (ni tan siquiera por el propio Godard) A bout de soufjle. Como Jean Seberg -que delató a Belmondo en el París de los años de la guerra de Argelia-, la Kaprisky posee rasgos faciales ambivalentes (sobre todo cuando el pelo mojado se estira hacia atrás y la ancha frente se descubre), aunque su ambigüedad gestual es menor y su figura sea todo menos dudosa. Lo más relevante, en

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cualquier caso, es la idéntica capaci­dad para el equívoco juego amoroso y para la traición repentina. Un cuarto de siglo más tarde, pues, he aquí la misma actitud tibia y ambiva­lente, finalmente nefasta para el ca­sual asesino enamoradizo: más que fatales, estas jovencitas indecisas y bien alimentadas son mujeres malig­nas, dígase de una vez por todas.

Con sólo dos películas, Debra Winger es ya la nueva gran perde­dora. Con la primera, Oficial y caba­llero, ganó el osear a la actriz de reparto. Con la recién estrenada en Estados Unidos, Terms of Endear­ment (la sensación de Nueva York durante las últimas semanas), esta muy atractiva fea, que tan bien sabe besar, se convierte en la más seria aspirante al próximo galardón de Hollywood a la mejor protagonista. Mucho más que lo fuera Angie Dic­kinson en otro tiempo, la Winger sabe ser con dignidad pasto de gala­nes duros y de destinos adversos. Su quebradizo físico lo compensa con la fuerza de su mirada oscura y con una voz ( oída en un amplio local de

Debra Winger.

Boradway) a la vez ronca y tieruél, grave y dulce. Y cada uno de sus movimientos trasmite calidez y emoción, con una eficacia interpre­tativa que no encuentra fácil para­lelo. En particular, en la última pelí­cula citada, y al lado de una esplén­dida Shirley MacLaine y de un Jack Nicholson a la altura del de China­town, Debra Winger ofrece una de las más brillantes actuaciones de convincente perdedora de todo el cine de los últimos años. Su saber hacer en este sentido es antológico: es muy capaz de convertirse en la Bogart de las mujeres, arrumbando para siembre la muy interesada ex­clusiva masculina al respecto.

José Luis García Delgado