Giovanni Guareschi - La Vuelta de Don Camilo Sbritte

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Giovanni Guareschi

LA VUELTA DE DON CAMILO Ttulo original MONDO PICCOLO "DON CAMILO E IL SUO GREGGE Editores RIZZOLI, MILN Traduccin de FERNANDO ANSELMI CON 41 DIBUJOS DEL AUTOR DCIMA EDICIN EDITORIAL GUILLERMO KRAFT LTDA. FUNDADA EN 1864 BUENOS AIRES

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LA VUELTA DE DON CAMILO Don Camilo y Pepn, el cura aldeano cuya potencia fsica es comparable a la fuerza de su espritu, y el dirigente comunista de un pueblecito de Italia, en el valle del Po, son dos figuras que en corto tiempo se han incorporado al nmero de los personajes universales en los que la humanidad reconoce a sus hroes. Tras sus aventuras y sus luchas en DON CAMILO (Un mundo pequeo), el libro traducido ya a casi todas las lenguas vivas de la tierra y llevado a la pantalla cinematogrfica en pelcula que dirigi Duvivier e interpretaron Fernandel y Gino Cervi, enfrntanse otra vez en LA VUELTA DE DON CAMILO. Entretiene, regocija y emociona el nuevo espectculo de esa contienda, en la cual los protagonistas encarnan, por sus tendencias, dos concepciones irreconciliables de la vida, pero coinciden all donde la nobleza de un sentimiento junta las manos que momentos antes haban adquirido la ferocidad del puo. LA VUELTA DE DON CAMILO es otro triunfo rotundo del humorismo de Giovanni Guareschi, que parece divertirse con las travesuras de sus personajes, exponindolos a las situaciones ms imprevistas y embarazosas, para sacarlos de ellas mediante soluciones que son otras tantas enseanzas para una poca en que se ve debilitada la voluntad de creer. Qu sorprendentes aventuras del cura batallador y del alcalde marxista regidos ambos, ntimamente, por la voz de Cristo nos reserva el ingenioso escritor italiano? LA VUELTA DE DON CAMILO es la respuesta magnfica a ese interrogante formulado por millones de lectores. Es tambin un fervoroso himno a la bondad del hombre y a la belleza de la vida: un libro que suscita la risa y que, sin despojarse un solo instante de su comicidad, emociona. GIOVANNI GUARESCHI A la edad de cuarenta aos Giovanni Guareschi ha alcanzado la celebridad a travs de varios libros humorsticos, pero principalmente de DON CAMILO, que ha logrado una repercusin nada comn, en los pases de Amrica. Director, redactor e ilustrador de la revista "Cndido"; es Guareschi en Italia el escritor ms difundido en el gnero satrico, habiendo tomado generalmente como blanco de sus pullas al partido comunista, varios de cuyos lderes han sido vctimas del ridculo y consiguientemente de la risa pblica. Ese buen humor y perspicacia para ver el lado grotesco de las cosas y de los hombres, han sido llevados a sus libros, sin duda con mayor pulimento, pero con evidente intencin picaresca y risuea, que campea en los imaginarios episodios. Cuntase de este escritor que ostenta hbitos condignos de su espritu burln. Por ejemplo, no bebe ni fuma al mismo tiempo, sino que tiene das para fumar y das para beber. Esta originalidad es de por s regocijante. Adems de DON CAMILO ha publicado EL DESTINO SE LLAMA CLOTILDE, UN MARIDO EN EL COLEGIO, DIARIO CLANDESTINO y EL DESCUBRIMIENTO DE MILAN. Escritor fecundo que est creando una escuela de sano humorismo, como reaccin natural contra el pesimismo reinante, particularmente en Italia, resentida an de las heridas morales y materiales de la ltima guerra.

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PRLOGO Explcase aqu en cuatro palabras cmo nacieron Don Camilo y Pepn y cmo siguen viviendo

ME irrita la cordura de los "funcionarios" que hacen nido en todas partes, tambin en los sitios ms impensados, acechndote al paso. Con qu aire de fastidio y de conmiseracin me miran cuando me ven llegar al ultimsimo minuto con mis carillas llenas de palabras escritas a mquina y de garabatos hechos con tinta china. "Siempre al ltimo momento, siempre en retardo este desgraciado Guareschi", dicen, aun cuando sus labios queden mudos. En esos momentos yo estoy saturado de caf, de bicarbonato, de nicotina, de cansancio, de sueo. Los trajes se me pegan encima porque hace dos o tres das que no me desvisto. Tengo la barba larga, las manos sucias. Todo me duele: la cabeza, el estmago, el corazn, el hgado, la boca. El pelo, despeinado, me baja hasta la nariz; giran ante mis ojos bandadas de bolitas negras; pero ellos me miran, sacudiendo la cabeza llena de necia cordura, y me dicen: "Por qu todas las veces te reduces al ultimsimo minuto? Por qu no haces tu trabajo poco a poco, cuando tienes tiempo?" Yo nunca me he arrepentido en la vida de haber hecho maana lo que poda hacer hoy. Si hubiera hecho caso a los funcionarios de buen sentido, hoy no tendra siquiera lo poco que tengo. Recuerdo la antevspera de la Navidad de 1946. Con motivo de las fiestas era preciso acabar el trabajo antes de lo acostumbrado. Era preciso "anticipar", como dicen los "funcionarios". En ese tiempo, adems de compilar Cndido, escriba cuentecillos para Oggi, otro semanario de la empresa, y as fue cmo esa antevspera me encontr en apuros, hasta los ojos, como de costumbre: haba anochecido y no tena an escrita la pgina que faltaba para completar la ltima de mi peridico. Apenas haba conseguido escribir, esa tarde, el cuento para el otro semanario, y ya haba sido compuesto y compaginado. "Hay que cerrar Cndido!", me dijo el regente. Entonces hice sacar de Oggi el cuento, lo mand componer de nuevo en tipo ms grueso, y lo encaj en Cndido. "Sea lo que Dios quiera!", exclam. Despus, como para el otro semanario dispona an de media hora, borrone una historieta cualquiera y as tap el agujero que haba quedado abierto. "Sea lo que Dios quiera!", dije. Y Dios quera precisamente lo que haba sucedido. Dios no es un "funcionario". Quiero decir con esto que si yo, haciendo caso a los "funcionarios", hubiese preparado mi trabajo con tiempo, don Camilo, Pepn y las dems cosas de Un mundo pequeo habran nacido y muerto la antevspera de la Navidad de 1946. En efecto, la primera narracin de Un mundo pequeo ("Pecado confesado") era el cuentecillo que haba destinado al otro semanario. Y si hubiera aparecido en esas

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columnas, all habra concluido, como todos los dems cuentecillos, sin continuacin. En cambio, no bien lo hube publicado en Cndido fueron tantas las cartas que recib de mis veinticuatro lectores, que escrib un segundo episodio sobre los casos del grueso cura y del grueso alcalde rojo de la Baja. Procediendo de este modo, burla burlando, hace dos horas que he dado (al ultimsimo momento y con disgusto de los "funcionarios") la duocentsima entrega de Un mundo pequeo. Y hace tres horas, una carta de Pars me ha anunciado que la primera coleccin de cuentos de Un mundo pequeo ha alcanzado en Francia la tirada de cerca de ochocientos mil ejemplares. Jams me he arrepentido de haber hecho maana lo que habra podido hacer ayer o un mes antes. A menudo me entristezco leyendo las cosas que he escrito, pero en el fondo ello no me aflige nunca demasiado, porque puedo decir, con plena conciencia, que siempre me he afanado por no escribirlas. Siempre me he esforzado por diferirlas para maana. As que les he contado, amigos mos, cmo nacieron mi grueso cura y mi grueso alcalde de la Baja. Ya van doscientas veces que los he sacado a bailar obligndolos a hacer las cosas ms disparatadas del universo. Tan disparatadas que a menudo hasta son verdaderas. Ahora es una lstima: desde que los ech al mundo qu quieren ustedes que haga con ellos? Que los mate? No es que presuma de "creador", no digo haberlos creado yo. Yo les he dado una voz. Quien los ha creado es la Baja. Yo los he encontrado, los tom del brazo y los he hecho andar a lo largo del alfabeto. Y cuando, a fines de 1951, la vez que el gran ro rompi los diques e inund los campos felices de la Baja, me llegaron de lectores extranjeros paquetes de frazadas e indumentarias "para la gente de don Camilo y de Pepn", me sent conmovido como si, en cambio de ser un cretino cualquiera, yo fuera un cretino importante. Lo que tena que decir sobre la Baja y Un mundo pequeo ya lo he dicho en el primer volumen. A la distancia de cinco aos vuelvo a encontrarme perfectamente de acuerdo conmigo. No s qu suerte tendr esta segunda ola de historietas, ni me importa cul sea. S que cuando era muchacho, me sentaba a menudo en la orilla del gran ro y deca: Quin sabe si cuando sea grande lograr pasar a la otra orilla!" Soaba entonces conquistar una bicicleta. Ahora tengo cuarenta y cinco aos y he conquistado la bicicleta. Y a menudo voy a sentarme como entonces en la orilla del gran ro, y mientras mastico un hilo de hierba, pienso: "En esta orilla se est mejor". Y escucho las historias que me cuenta el gran ro, y la gente dice de m: "Cuanto ms viejo se vuelve, ms se vuelve inconsistente". Lo que no es cierto, pues yo siempre he sido inconsistente. Gracias a Dios. EL AUTOR. Roncole Parmese, mayo de 1953.

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LAS LMPARAS Y LA LUZ

DON CAMILO levant la vista al Cristo del altar mayor y dijo Jess, en el mundo hay demasiadas cosas que andan mal. No me parece respondi el Cristo. En el mundo hay solamente hombres que andan mal. Por lo dems, todo anda perfectamente. Don Camilo camin un poco de arriba abajo y luego se par ante el altar. Jess dijo, si yo comienzo a contar: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, y as sigo contando durante un milln de aos, llego al fondo? No respondi el Cristo. Haciendo eso, obras como el hombre que, despus de trazar un gran crculo en el suelo, comienza a caminar alrededor de l, diciendo: "Quiero ver cundo llego al fin". No llegaras jams. Don Camilo, que mentalmente ya se haba puesto a caminar sobre ese gran crculo, se senta presa de la angustia que habitualmente experimenta aquel que por un instante intenta asomarse a la ventanilla que abre sobre el infinito. Y, sin embargo insisti don Camilo, yo digo que tambin el nmero debe tener un trmino. Slo Dios es eterno e infinito, y si el nmero no tuviera fin, sera eterno e infinito como Dios. Don Camilo, qu te pasa con los nmeros? Porque, a mi parecer, los hombres andan mal justamente a causa de los nmeros. Han descubierto el nmero y han hecho de l el supremo regulador del universo. Cuando don Camilo pona en directa era una desgracia. As anduvo un buen rato, luego bajo la cortina metlica y camin de un lado a otro por la iglesia desierta. De nuevo se par delante del Cristo. Jess, este refugiarse de los hombres en la magia del nmero no es quizs una desesperada tentativa para justificar sus existencias de seres pensantes? Call un instante, acongojado. Jess, entonces las ideas se han acabado? Los hombres han pensado todo lo pensable? Don Camilo, qu entiendes por idea? Idea es para m, pobre cura de campaa, una lmpara que se enciende en la noche profunda de la ignorancia humana e ilumina un nuevo aspecto de la grandeza del Creador. El Cristo sonri. Con tus lmparas no ests lejos de la verdad, pobre cura de campaa. Cien hombres estaban encerrados en una inmensa habitacin oscura y cada uno de ellos tena una lmpara apagada. Uno encendi la suya y hete aqu que los

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hombres pudieron mirarse las caras y conocerse. Otro encendi su lmpara y descubrieron un objeto cercano; as, a medida que se encendan otras lmparas, se iluminaban nuevas cosas, siempre ms lejanas, hasta que al fin todos tuvieron su lmpara encendida y conocieron cuantas cosas haba en la inmensa habitacin y cada cosa era bella y buena y maravillosa. Entindeme, don Camilo: las lmparas eran ciento, pero no eran ciento las ideas. Las ideas eran una sola: la luz de las cien lmparas, pues slo encendiendo todas las cien lmparas podan verse todas las cosas de la gran habitacin y descubrir sus detalles. Y cada llamita no era ms que la centsima parte de una sola luz, la centsima parte de una sola idea. La idea de la existencia y de la eterna grandeza del Creador. Como si un hombre hubiera quebrado en cien pedazos una pequea estatua y hubiera confiado un trozo de ella a cada uno de los cien hombres. No eran cien imgenes de una estatua, sino las cien fracciones de una nica estatua. Y los cien hombres se buscaron, intentaron juntar los cien fragmentos y nacieron miles de estatuas deformes antes que cada trozo lograra unirse perfectamente con los dems. Pero al fin la estatua era construida. Entindeme, don Camilo: cada hombre encendi su lmpara, y la luz de las cien lmparas era la Verdad, la Revelacin. Eso deba satisfacerlos. En cambio, cada cual crey que el mrito de las cosas bellas que l vea no era de su creador, sino de su propia lmpara, que poda hacer surgir de las tinieblas de la nada las cosas bellas... Y ste se detuvo a adorar su lmpara, y aqul anduvo por un lado y aqul anduvo por otro, y la gran luz se empobreci en cien mnimas llamitas, cada una de las cuales slo poda iluminar un detalle de la Verdad. Entindeme, don Camilo: es necesario que las cien lmparas se junten otra vez para volver a hallar la luz de la Verdad. Los hombres hoy vagan desesperanzados, cada uno alumbrado por la dbil luz de su propia lmpara, y todo se les muestra en torno oscuro y triste y melanclico; y, no pudiendo alumbrar el conjunto, se asen del detalle menudo, arrancado a la sombra por su propia plida luz. No existen las ideas; existe una sola idea, una sola Verdad, que es el conjunto de miles de partes. Pero ellos ya no pueden verla. Las ideas no se han acabado, porque existe una sola idea y es eterna; pero es preciso que cada cual vuelva atrs para encontrarse con los dems en el centro de la inmensa sala. Don Camilo abri los brazos. Jess, atrs no se vuelve... suspir. Estos desgraciados usan el aceite de sus candiles para untar sus fusiles y sus sucias mquinas. El Cristo sonri: En el reino de los cielos el aceite corre a raudales, don Camilo.

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EL CERCO SE QUEBR

SPOCCHIA el intransigente, ese que ya tena a los muchachos prontos para la segunda oleada, ese que en asuntos de fe tena el valor de aventajar a Pepn, fuera de servicio era el barbero de Molinillo. Se contaban de l feas historias y decase que tena a ms de uno sobre la conciencia. Sus clientes eran solamente los proletarios. Tambin era sastre. La vez que un seor de la ciudad, husped de alguien en el pueblo, haba entrado ingenuamente en su barbera, Spocchia haba guiado un ojo a los compaeros que aguardaban el turno, haba hecho sentar al desgraciado, y a mitad de la afeitada haba bajado la navaja y exclamado mientras la pandilla se desternillaba de risa: Lo que queda vaya a que se lo afeite el cura. Spocchia odiaba de muerte a don Camilo porque estaba seguro de que si Pepn no haca o dejaba a medio hacer muchas cosas, la causa deba de ser el cura. Y haca tiempo que segua diciendo entre suspiros que de buena gana le habra hecho la barba a don Camilo. Y mil veces cuando afeitaba a alguno de los suyos, suspiraba al rasparle el gaznate con la navaja: Si fueras don Camilo no dara dos liras por tu pellejo! As fue como, dale que dale, la tarde de un sbado, cuando el negocio estaba lleno de gente, se abri la puerta y apareci don Camilo. Estaban Pepn, el Brusco, el Pardo, el Flaco, el Largo, Blido y otras ocho o diez personas que no eran de la pandilla. Don Camilo tena una barbaza larga dos dedos: se quit el sombrero, lo colg de un clavo y se sent en la sola silla desocupada. Buenas tardes dijo tranquilo. Me han contado que tienes muchas ganas de hacerme la barba. Aqu estoy. Todos lo miraron asombrados y Spocchia no contest: apret los dientes y sigui afeitando a Piel roja. Don Camilo encendi su medio toscano y empez a mirar en torno. Adems de un retrato de Lenin, haba uno de Stalin, uno de Garibaldi, uno de Mazzini y uno de Carlos Marx. Buen trabajo tienes entre barbas y bigotes! exclam don Camilo. Buena clientela, gente internacional que paga bien. Solamente en ese momento fingi notar la existencia de Pepn. Oh! Disculpe, no lo haba visto. Buenas tardes, seor alcalde. Buenas...

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Pepn se sumergi en la lectura de un diario, pero don Camilo, cuando se pona en marcha era peor que Blido. Eh! suspir. Han pasado aos! Te acuerdas, Spocchia, de cuando venas a la iglesia a servir de monaguillo? Pecados juveniles dijo riendo sarcsticamente Spocchia. Ahora, si no estoy equivocado hace algn tiempo que usted no me ve ms en la iglesia; cosa de diez o doce aos. En verdad me pareca haberte visto hace pocas noches. Se equivoca, don Camilo! Tal vez: era oscuro y puedo haberme equivocado. De todos modos el deseo de volver a ver a tu viejo prroco lo tienes porque la gente sigue contndome que t dices a todos que no s qu pagaras por hacerme la barba. No lo niegues. Spocchia se pas la navaja sobre la palma de la mano. Es verdad refunfu sombramente. Y me han contado que algunas veces tambin has dicho que no s qu pagaras por hacerme un traje. Un traje de abeto con forro de cinc refunfu Spocchia. se se lo hara de buena gana. Te comprendo, hijo mo contest sonriendo don Camilo. Pero cuando uno quiere hacer trajes de abeto a la gente debe ser muy exacto en tomar la medida. El servicio a Piel roja haba concluido. Spocchia cerr la navaja y se volvi hacia don Camilo. Reverendo dijo sombro qu ha venido a buscar aqu? Don Camilo se levant y fue a sentarse en el silln que haba quedado desocupado. He venido para que me hagas la barba. Spocchia palideci lo poco que an poda palidecer. Despus rode el cuello de don Camilo con la toalla y empez a jabonarle la cara. La jabon largo tiempo, despus afil largo tiempo la navaja. Despus empez a afeitar a don Camilo. Hubo un silencio, se oy cantar la navaja y todos respiraban despacio. La navaja pas y volvi a pasar sobre las mejillas, bajo la nariz, sobre el mentn. Era una barba de alambre, y la navaja, en el silencio, cantaba como una cortadora de csped. La hoja pasa y vuelve a pasar bajo la barbilla de don Camilo, y viaja arriba y abajo por la garganta. Ahora se demora en desenredar una pequea maraa de pelos sobre la nuez de Adn. Contrapelo. Alumbre. Rociada desinfectante. Polvo. El Flaco, que durante todo ese tiempo haba quedado inmvil a caballo de una silla, apretando el respaldo con los dientes, alz la cabeza, afloj los nervios y se sec el sudor de la frente. Pepn escupi con elegancia el ttulo y el artculo de fondo de Unidad, que, sin darse cuenta, haba estado masticando durante este tiempo. Bien, Spocchia exclam don Camilo levantndose. Eres un artista. Nunca encontr una mano tan liviana. Por la tercera prueba del traje de abeto t dirs. Le pag, tom el sombrero que le alcanzaba el Flaco, salud a los presentes, y antes de salir seal el retrato del tovarisch bigotudo. Recrtale un poco los bigotes aconsej, no le vendr mal. Cuando regres a su casa, don Camilo refiri lo sucedido al Cristo, y cuando concluy, el Cristo no pareci muy convencido.

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Don Camilo, era verdaderamente necesario que provocaras a ese hombre con tu bravata? Creo que s respondi don Camilo. Despus de haber salido don Camilo de la barbera, Spocchia sigui afeitando y ms afeitando, y por fin cuando qued solo con Pepn, cerr la puerta y se quit el guardapolvo. Como ves, ya se produjo dijo encendiendo un cigarrillo. No comprendo murmur Pepn. Pepn, no tengo ganas de bromear. El asunto es claro: se ha venido aqu para provocar. Tal vez, mientras l estaba aqu, afuera estaban los carabineros. Tal vez estn todava. Pepn se ech el sombrero atrs. Spocchia exclam explcate. No entiendo nada. Spocchia apag el cigarrillo, hizo con l una pelotita y lo arroj a un rincn. No hay duda que sospechaban de m y me seguan, o tal vez estaban slo de paso, o estaban all por motivos de seguridad, el Padre Eterno lo sabr. Lo cierto es que esa noche me han disparado una rfaga de ametrallador; yo tuve que escapar dejando la bicicleta en una zanja y al otro da la bicicleta ya no estaba. Pepn no parpade. Fuiste t el que dispar contra don Camilo? pregunt en voz baja1. S. Hiciste una estupidez, Spocchia. La estupidez fue no dar en el blanco. Pero el verdadero error fue el primero. Cuando dispar contra Pizzi, slo me vio el muchacho. La mujer no poda verme, estaba demasiado delante. El muchacho, en cambio, me vio perfectamente. Nuestros ojos se encontraron. Bastaba otra bala para l y todo estara acabado. Fui un imbcil. Debe de habrselo contado a su madre, pero su madre seguramente no ha hablado: le hice llegar un billete annimo muy claro. El muchacho ha hablado con el cura; ms de una vez lo he seguido. Por eso el cura ha hablado en su diario maldito, soplando sobre la historia del suicidio y resucitando el lo. Pepn estaba plido de furor. Asi a Spocchia por las solapas y lo sacudi. Por qu tiraste, pedazo de cretino? Quin te lo haba ordenado? Me haba apostado detrs de la ventana que da sobre el campo: cuando vi que Pizzi te apuntaba con el revlver, te he defendido. Yo no necesito ser defendido por nadie y menos por ti! Haba mandado que sacaran las armas solamente cuando yo lo dijera! Las cosas estn hechas. As he saldado tambin una cuenta vieja que tena con ese cretino. Ahora debo librarme del lo. Si don Camilo ha venido esta tarde aqu y ha hecho ese discurso delante de la gente, es porque se siente seguras las espaldas: era una maniobra combinada con los carabineros, lo jurara. Provocar, para hacer un caso personal, fuera del Partido. Pero el Partido, en cambio, aqu debe intervenir y ayudarme. Pepn lo mir sombramente. El Partido? Y qu tiene que ver el Partido con las barbaridades que haces t?

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Remitimos al lector a los relatos del primer volumen: Miedo y Sigue el miedo.

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Pepn: eras t el que mandabas la escuadra, el camin era tuyo, t entraste en la cocina y te vieron bien la mujer y el hijo de Pizzi. Y t eres el alcalde y el jefe de la seccin: la responsabilidad es tuya y t representas al Partido. Spocchia estaba agitadsimo. Pepn lo calm. Un momento dijo. No hagamos novelas. Puede ser que don Camilo haya venido simplemente para hacer una bravata. Tal vez sospecha, pero no tiene pruebas y trata de hacerte perder la calma. Si tuvieran alguna prueba ya te habran atrapado. Despus de todo slo te ha visto el muchacho y tanto vale su s como tu no. Spocchia sudaba. Nadie ha visto exclam, nadie, fuera de ese maldito muchacho! Un solo testigo no vale un higo seco: t debes decir simplemente que mientras yo entraba solo, como es cierto, para hablar con Pizzi, quedaste junto con los dems en el camino. ramos veinticinco: por qu deberan precisamente meterte a ti en el lo? Me ha visto el muchacho. Uno solo no vale. Y mi bicicleta? Las bicicletas no hablan. Tranquilzate. Maana volveremos sobre el asunto. A media noche la luna alumbraba la nieve y pareca de da. Un hombre caminaba buscando la sombra escasa de los cercos. Llegado que hubo a la era de la casa de Pizzi, se acerc cautelosamente a la puerta y procur abrirla. Luego intent abrir las ventanas del primer piso, luego agarr una escalera bajo el prtico y la apoy al muro para subir. Hizo ruido porque resbal en la nieve helada: se abri una ventana y alguien grit: "Quin es?" Entonces el hombre dej la escalera, empu el ametrallador y empez a disparar enloquecido contra las ventanas, gritando: "Malditos! Voy a matarlos a todos!" De una ventana del primer piso asomaron los caones de un fusil de caza y parti un doble disparo que, a cinco pasos, alcanz de lleno al hombre y lo tendi sobre la nieve. Despus lleg gente, lleg Pepn, y el muchacho de Pizzi an tena el fusil en la mano, porque el que haba tirado era l. Y al jefe de los carabineros, cuando lleg, le dijo: Es Spocchia, el que mat a mi padre. Yo lo vi cuando le dispar el tiro. Apenas estuvo muerto result que tambin lo haba visto la mujer de Pizzi, la cual mostr la carta annima, y tambin lo haba visto un sirviente que regresaba del campo y se haba detenido a mirar. Y otros tambin. Mientras tanto, el que haba encontrado en la zanja la bicicleta de Spocchia se restregaba las manos contento porque ahora la bicicleta era seguramente suya. Pepn escribi veinte "explicaciones" para fijarlas en la cartelera, pero las rompi todas, les escupi encima y luego grit: "Quin mat ha pagado y la cuenta queda saldada!" Don Camilo coment el hecho en pocas palabras: "Es la guerra la que ha arruinado a la juventud. No debe hablarse de culpables, sino de vctimas". Del suceso nadie habl ms y todos se sonrean como si hubiesen salido de una pesadilla, porque el cerco del miedo haba sido quebrado.

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LA PENITENCIA

DON CAMILO cont esta fabulita: Un lobo feroz recorriendo hambriento los campos, lleg a un prado cercado por una valla altsima de red metlica. Y, dentro del recinto, pacan tranquilas las ovejitas. El lobo recorri todo el cercado para descubrir alguna malla que por casualidad se hubiera aflojado en la red, pero no encontr ningn agujero. Cav con las patas para intentar hacer un hoyo en la tierra y pasar bajo la red, pero todo esfuerzo fue vano. Prob saltar la red, pero no consegua llegar siquiera a mitad de ella. Entonces se present en la puerta del recinto y grit: "Paz! Paz! Todos somos criaturas de Dios y debemos vivir segn las leyes de Dios! Las ovejitas se acercaron, y entonces el lobo dijo con voz inspirada: "Viva la legalidad! Acabe de una vez el reinado de la violencia! Hagamos una tregua!" "Bien!" contestaron las ovejitas. "Hagamos una tregua!" Y volvieron tranquilamente a comer el pastito. El lobo se acost delante de la puerta del recinto, muy buenito y all se qued entretenindose en cantar alegremente. De vez en cuando se alzaba e iba a comer el pasto que estaba al pie de la red metlica. "Uh, mira qu cosa!", dijeron asombradas las ovejas. Tambin l come el pasto como nosotros! Nunca nos haban dicho que los lobos comen pasto". "Yo no soy un lobo!, contest el lobo. Yo soy una oveja como ustedes. Una oveja de otra raza". Luego explic que las ovejas de todas las razas debieran unirse, hacer causa comn. "Por qu?, dijo al fin. Por qu no fundamos un Frente Ovino Democrtico? Yo acepto con gusto, y aunque la idea no es ma, no pretendo ningn puesto de mando. Es hora de unirse para hacer causa comn contra el comn enemigo que nos esquila, nos roba la leche y despus nos manda al matadero". "Qu bien habla!, observaron algunas ovejas. Hay que hacer causa comn!" Y adhirieron al Frente Ovino Democrtico, y un buen da abrieron la puerta al lobo, que entr en el cercado, y vultose jefe del pequeo rebao, empez, en nombre de la Idea, la depuracin de todas las ovejas antidemocrticas, y las primeras que cayeron bajo sus colmillos fueron naturalmente las que le haban abierto la puerta. Al fin la obra de depuracin concluy, y cuando no qued ni una oveja, el lobo exclam triunfalmente: "Mirad por fin a todo el pueblo unido y acorde! Vamos a democratizar otro rebao!"

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Don Camilo cont esta fabulita justamente el da en que Pepn constituy en el pueblo el Frente Popular Democrtico, y Pepn juzg la fabulita "difamatoria y provocativa", y empez una intensa obra de propaganda contra el clero, "puesto al servicio de la causa de los explotadores nacionales y extranjeros". Naturalmente, don Camilo replic y la atmsfera empez a hacerse pesada. La tormenta estall cuando empez en los diarios la polmica sobre el asunto famoso de la absolucin, que deba ser negada a quien votara por los comunistas.2 Pepn entonces pic en segunda e hizo un discurso durante el cual dio tantos puetazos sobre la mesa que, al final, se le haba hinchado la mano. Despus organiz una manifestacin que se detuvo bajo las ventanas de la casa parroquial, y fueron tantos los gritos que don Camilo debi asomarse. En nombre del pueblo aull Pepn, yo os advierto que si vosotros ponis en prctica las disposiciones ilegales de la coercin electoral mediante la ausente absolucin en caso de comunismo recidivo, nosotros declaramos la huelga religiosa y nadie entra ms en la iglesia hasta nueva orden! Don Camilo se limit a abrir los brazos. Contestad! grit Pepn. Qu decids hacer? Cuando te hayan hecho obispo te contestar respondi tranquilamente don Camilo. El pueblo manda ms que el obispo y que el Papa! aull Pepn. Y el pueblo pide que respondis a su pregunta! Cmo os comportaris? Me comportar como debe comportarse un sacerdote. No basta! grit Pepn. Don Camilo cerr la ventana y Pepn alz el puo. Veremos! Hubo una reunin importante en la Casa del Pueblo y las discusiones fueron muchas. Al fin Pepn dijo: Aqu no hay que perderse en charlas. Hacen falta hechos, y enseguida. Inmediatamente hacemos la prueba! Y quin la hace? Yo. Por el bien del pueblo y por el triunfo de la causa estoy dispuesto tambin a hacerme dar la Extremauncin! As fue cmo poco despus fueron a advertir a don Camilo que alguien tena necesidad de confesarse con urgencia, y cuando don Camilo entr en la iglesia encontr a Pepn arrodillado en el confesionario. Pepn confes sus pecados y cuando hubo concluido, don Camilo le pregunt Alguna otra cosa olvidaste decirme? S respondi Pepn. Esto: que yo soy comunista y votar por el Partido comunista y tratar de convencer cuanta ms gente pueda para que voten por el Partido comunista, el solo capaz de dar al pueblo el bienestar, la justicia social y la paz. Esperaba fuera de la iglesia todo el estado mayor y una representacin adecuada del pueblo trabajador con el corro anexo de curiosos. Si le niega la absolucin afirm el Brusco, declaramos la huelga de protesta, enseguida. Que no nos vengan con historias: la religin es una cosa y la poltica es otra. Uno puede ser un hombre de bien, sea el que sea el Partido al que est Esto se escriba en 1948, cuando todava no haba sido emitido el decreto de excomunin.2

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afiliado. El solo hecho de que va a confesarse significa que no tiene la menor intencin de combatir la religin. Un murmullo surgi de la muchedumbre. Mientras tanto Pepn aguardaba arrodillado, con la cara junta a la rejilla de cobre, procurando ver por los agujeros el rostro de don Camilo. Puedo recibir la absolucin? pidi Pepn. Ciertamente respondi don Camilo, con tal que hagas la penitencia debida por tus pecados. Dirs por penitencia cuatro Avemaras, tres Glorias y quince mil Padrenuestros. Pepn qued un instante sin habla. Quince mil Padrenuestros? exclam. Pero es una locura! No es una locura, hermano: yo me regulo segn mi conciencia de sacerdote. He escuchado tus pecados y no te niego la absolucin con tal que hagas la penitencia que te sealo. Cuando t hayas recitado cuatro Avemaras, tres Glorias y quince mil Padrenuestros, uno tras otro, tendrs el derecho de estimarte absuelto. Dios sea alabado. Don Camilo sali del confesionario y se dirigi a la sacrista. Poco despus lo alcanz en la rectoral Pepn. Usted quiere burlarse de m! exclam. Quince mil Padrenuestros! Yo no te obligo a decirlos: si quieres ser absuelto los dices, si no quieres ser absuelto no los dices. No limito tu libertad, eres dueo de decirlos o no. Yo me conformo a las leyes de Dios y de los hombres: no te he sealado una penitencia que no puedas soportar. Cmodamente pueden decirse cinco Pater por minuto, trescientos por hora, seis mil doscientos en veinticuatro horas. Calculando algn minuto de descanso, t ves que en dos das y medio puedes decirlos. Hay quien, por penitencia, permanece en ayuno durante semanas: t puedes cumplir la tuya en dos das y medio. No te pido cosas imposibles. Naturalmente, no te faltar mi asistencia espiritual y yo de cuando en cuando vendr a hacerte compaa en la iglesia, para impedir que te duermas. Pepn ri amargamente. Y todo esto por haber dicho que votar por los comunistas! De ningn modo! Esto porque a travs de la complejidad de tus pecados, he llegado a la conviccin de que para volver a encontrar la orientacin que has perdido, te es preciso estar apartado dos o tres das de las tentaciones de la vida y en compaa de Cristo. Mejor solo que mal acompaado grit Pepn. Despus de esta blasfemia, para ser absuelto debers recitar treinta mil Padrenuestros dijo don Camilo.

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EL INOCENTE

SE acercaban las elecciones y el aire se calentaba cada da ms. Ahora bien, una tarde se present a don Camilo un pobre viejo chocho e infeliz. Era uno de esos mendigos que andan vagando con un pajarito dentro de una jaula, y que, cuando alguien les hace la caridad, le dan un "planeta de la suerte" que el pajarito pesca con el pico en la cajita colgada fuera de la jaula. Don Camilo meti la mano en el bolsillo para sacar el portamonedas, pero el viejo mene la cabeza y le ofreci un paquetito. Todos eran billetes de una lira, de dos, de cinco y de diez. Son mil liras, puede contarlas reverendo dijo el viejo. Bastan para decir una misa? Sobran contest don Camilo. Bueno, maana vendr a or la misa. Ha de ser una misa como se debe, con el tmulo y las velas, y con los cortinados fuera de la puerta y un letrero que diga: "A la memoria de S. M. Vctor Manuel III". Y sobre el tmulo una bandera. Don Camilo mir perplejo al viejo mendigo. Por qu? No se puede? pregunt el viejo. No, no. Se puede. Bueno asinti el viejo mendigo. A qu hora debo venir? A las diez y media. Bueno, reverendo. Le recomiendo no equivocar el nombre en el anuncio de la puerta. S, s, lo conozco muy bien. No es un nombre que me suene nuevo. El viejo mendigo se march y don Camilo fue a confiarse en el Cristo. Si maana alguien nota el anuncio, aqu estalla la revolucin francesa. Entonces, don Camilo, ests arrepentido de haber consentido? De ningn modo! Slo quera decroslo para rogaros echar una mirada a la puerta mientras le vuelvo las espaldas durante la misa. Si acaso maana pudierais organizar una pequea ventisca, os lo agradecera. Y si maana hubiera sol? El sol es el don ms hermoso que Dios puede hacer a los hombres susurr don Camilo inclinndose. Al atardecer, don Camilo escribi la leyenda con albayalde sobre el fondo negro del acostumbrado tablero, y a las nueve, despus que el campanero hubo decorado la puerta, l mismo fue a colgar la tablita en el centro del dintel. A las nueve y

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veinte el pueblo estaba ya alborotado, y poco despus llegaban los carabineros, que se alineaban delante de la iglesia. Luego, es sabido, lleg Pepn a la cabeza de una larga columna de manifestantes. Como alcalde protesto indignado contra la provocacin! grit Pepn. Y pido que la funcin sea suspendida por motivos de seguridad pblica. Misas de sufragio como sta han sido celebradas en tocas las ciudades de Italia y nadie ha impedido que fueran celebradas respondi el jefe de los carabineros. En verdad no veo por qu aqu no debiera estar permitida. Yo no respondo de las que puedan ser justificadas reacciones populares! rebati Pepn. ste es un insulto a la democracia! Don Camilo apareci en la puerta. Su campaa de provocacin prosigue a velas desplegadas, reverendo! grit Pepn. Veo que ahora confiesa descaradamente estar al servicio de la reaccin! Est escrito en el letrero! Yo estoy al servicio de Dios respondi don Camilo. Para m todas las almas de los cristianos son iguales y no opondra ninguna dificultad a celebrar una misa de sufragio tambin por tu alma. Usted morir antes que yo! Esto debe decidirlo el Padre Eterno. Como quiera que sea, te ruego decir a tus gregarios que se hagan a un lado para que pueda pasar el que quiera entrar en la iglesia. Pepn ri burlonamente. Tengo ganas de ver quin tendr el coraje de venir a la iglesia esta maana! Abran paso: pnganse en dos filas y en silencio. Brusco, antame en la libreta los nombres de los que entren. Todos se alinearon en dos filas y esperaron. No apareci un alma: a las diez y veinticinco lleg el viejo mendigo con su jaula en bandolera, y pas tranquilo en medio de las dos barreras humanas. Cuidado! le grit el Flaco. Esas cosas no son para ti! El viejo se detuvo. Me hablan a m? S, aprtate: aqu soplan malos vientos. sta es una misa monrquica de reaccionarios. Lo s respondi tranquilo el viejo, siguiendo su camino. Yo la he hecho decir! Cuando Pepn se recobr del golpe era demasiado tarde: el viejo ya estaba en la iglesia. Hablaremos cuando salga! grit una mujer. El viejo mendigo estaba solo en la iglesia desierta. Se par ante el tmulo que estaba cubierto por la bandera tricolor. Algo, evidentemente, no le satisfaca, porque el viejo mene la cabeza y dejada la jaula sobre un banco, hizo sea con un dedo al pajarito, y ste sacando la cabeza por los hierros, pesc con el pico una hojita roja. El viejo desdobl la hojita que estaba plegada en cuatro y la dividi en cuatro pequeos rectngulo, siguiendo las lneas del pliegue. Despus puso los cuatro rectangulitos de papel rojo en medio del blanco de la bandera, dos arriba y dos abajo, distantes tres dedos el uno del otro. Luego volvi a su lugar y ah se qued quieto. Cuando la misa hubo acabado, don Camilo se acerc al viejo que marchaba hacia la puerta y le ofreci el paquetito de las mil liras, pero el viejo mene la cabeza. No, no, reverendo. Si no, la cosa pierde todo su valor, todo su significado.

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Cuando el viejo mendigo apareci en la puerta, corri un murmullo entre la gente que aguardaba. El viejo se adelant cojeando, entre las dos barreras humanas. Antes que los carabineros tuvieran tiempo para intervenir, ya un grupo de mujeres se haba arrojado voceando sobre el mendigo. ste fue sacado enseguida de entre las uas de las mujeres aullantes. Se le abri paso: l mir la jaulita deshecha y las hojitas de los planetas desparramadas en el suelo. Vio al pajarito muerto. Mene un rato la cabeza, luego se volvi y ech de nuevo a andar. La gente se retir en silencio y el pajarito muerto qued solo en medio del atrio. Don Camilo lo recogi, lo envolvi en las hojitas de los planetas y fue a sepultarlo en la huerta, al pie del nogal. En el hoyo puso tambin el paquete de las mil liras. Un golpe de viento abri de par en par la ventana de una capillita y se llev los cuatro rectngulos de papel rojo que haba sobre el tmulo en medio del blanco de la bandera.

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EL COMISARIO

EL comisario de la Federacin (uno de esos tipos sombros y de pocas palabras que parecen hechos a propsito para andar por ah con un pauelo rojo en torno al pescuezo y un ametrallador en las manos) haba empezado apenas a activizar a Pepn y a los socios reunidos en la Casa del Pueblo, cuando apareci el Flaco, muy agitado. Han llegado los vveres americanos! exclam. Han pegado manifiestos diciendo que puede irse a buscar el paquete en la casa parroquial. Fideos blancos, leche envasada, mermelada, azcar y manteca. El manifiesto ha causado mucha impresin. El comisario pregunt qu deca exactamente el manifiesto y el Flaco refiri: El paterno corazn del Santo Padre, etctera, etctera, la cual todos los necesitados pueden dirigirse al arcipreste don Camilo, etctera, etctera, Todos los necesitados? Todos indistintamente. Pepn apret los puos. Lo saba que este maldito me estaba preparando un golpe! Especulan sobre la miseria estos bellacos! Hay que tomar medidas! Tmalas, compaero! orden el inspector. Llama a todos los jefes de clula. stos llegaron jadeando y Pepn los enter de la maniobra reaccionaria. Dentro de media hora sepan todos los compaeros que si cualquiera de ellos acepta, aunque sea un alfiler, lo estrangulo! T, Flaco, ponte de guardia frente a la casa parroquial, no te muevas un segundo y ten los ojos bien abiertos. Y anota en tu libreta todos los que van a retirar el paquete. Bien, compaero aprob gravemente el inspector. En estos casos conviene obrar con la mxima decisin. Durante todo el da la gente form fila delante de la rectoral, y don Camilo reventaba de alegra porque los vveres eran buenos y abundantes y la gente estaba contenta. Despus ustedes me dirn si las cosas que les darn los rojos sern mejores que stas deca don Camilo. Los rojos slo darn grandes paquetes de bolas contestaban todos. Entre los rojos tambin haba pobres, pero ninguno se present, y ste era el solo fastidio de don Camilo, el cual se haba preparado una frmula especial tambin para ellos: "No te correspondera porque ya recibes un montn de cosas de Stalin; sin embargo, que te aproveche, compaero; aqu tienes tu paquete". Pero de sos

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ninguno se present y cuando fueron a avisarle que el Flaco, escondido detrs de una planta, anotaba los nombres de los que iban a retirar el paquete, don Camilo comprendi que debera guardarse su famosa frase dentro del cuerpo. A las seis de la tarde todos los pobres "normales" haban recibido lo suyo: todava quedaba el montoncito destinado a los pobres "especiales". Entonces don Camilo fue a abrirse con el Cristo del altar mayor. Jess dijo, veis esto? Veo, don Camilo. Y todo esto es muy conmovedor, porque es gente pobre que necesita tanto como los dems, pero obedece ms a sus jefes que a su hambre. Y as le quita a don Camilo la satisfaccin de humillarla con su sarcasmo. Don Camilo baj la cabeza. Caridad cristiana no significa dar lo superfluo al menesteroso, sino dividir lo necesario con el menesteroso. San Martn dividi su capa con el pobrecillo que temblaba de fro: sta es caridad cristiana. Ni tampoco, cuando partes tu nico pan con el hambriento, debes arrojrselo como se arroja un hueso a un perro. Hay que dar con humildad: agradecer al hambriento haberte concedido dividir con l su hambre. Hoy t has hecho solamente beneficencia y ni siquiera has distribuido entre los menesterosos lo superfluo tuyo, sino lo superfluo de los dems: as que no ha habido ningn mrito en tu accin. Con todo eso no te sentas humildsimo como hubieras debido serlo, pues tu corazn estaba lleno de veneno. Don Camilo mene la cabeza. Jess susurr, haced que esos desgraciados vengan. Yo no les dir nada. Tampoco les habra dicho nada si hubieran venido antes. Bien s que vos me habrais iluminado. Don Camilo fue a esperar en la rectoral, pero pas una hora y a nadie se vio. Entonces cerr la puerta y la ventana. Trascurri otra hora y ya haban pasado las ocho cuando alguien llam a la puerta y don Camilo corri a abrir. Ante l estaba Tormento, uno de los ms fieles secuaces de Pepn, y Tormento estaba sombro y ceudo como siempre. Qued parado y silencioso en el umbral de la salita. Esto no cambiar un solo milmetro lo que pienso de usted y de sus amigos, ni tampoco mis decisiones electorales refunfu de pronto. Se lo digo para que no se haga ilusiones. Don Camilo aprob con una ligera inclinacin de cabeza. Luego sac del armario uno de los paquetes que haban quedado y se lo alcanz a Tormento. El hombre tom el paquete y lo escondi bajo la capa. Despus se qued esperando. Hable no ms, reverendo exclam con irona. Tiene derecho a burlarse del compaero Tormento, que viene a escondidas a recibir el paquete de las cosas americanas. Sal del lado de la huerta contest don Camilo. Pepn y el comisario federal estaban cenando cuando lleg el Flaco. Ya son las ocho y cuarto y el cura se ha acostado. Todo en regla? se inform Pepn. El Flaco titube un poco. En general, s. Habla claro! le orden el comisario federal con voz dura. Refiere con precisin y trata de no olvidar nada.

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Durante el da, a la parroquia slo ha ido gente cualquiera. Tom los nombres. Despus, hace un cuarto de hora he visto entrar a uno que a oscuras no he podido identificar bien. Pepn apret los puros. Escupe, Flaco! Quin era? Me pareca uno de los nuestros... Quin? Tengo la idea de que se pareca a Tormento. Pero te lo digo sinceramente: no podra jurarlo. Acabaron de comer en silencio; luego el comisario se alz. Vamos a ver dijo. Estas cosas no deben dejarse en el aire. El hijo de Tormento era aquel nio famoso, flaco y plido, de ojos grandes, que don Camilo haba corrido una vez. Un nio que hablaba poco y miraba mucho. Ahora, sentado a la mesa de la cocina estaba contemplando con ojos asombrados a su padre, quien, sombro y ceudo, abra con un cuchillo el tarro de mermelada. Despus dijo la madre. Antes los tallarines, despus la leche condensada con la polenta y despus la mermelada. La mujer llev a la mesa la sopera y empez a revolver la pasta humeante. Tormento fue a sentarse junto a la pared, entre el aparador y el hogar, y se estuvo contemplando como un espectculo al muchacho que con sus grandes ojos, ahora segua las manos de la madre, ahora miraba el tarro de mermelada, ahora el tarro de leche condensada, como perdido en medio de tanta alegra. No vienes? pregunt la mujer a Tormento. No, yo no como barbot l. La mujer se sent frente al nio y se aprestaba a llenarle de fideos el plato, cuando se abri de golpe la puerta y entraron Pepn y el comisario federal. El comisario mir los fideos y cogiendo los tarros ley los rtulos. Dnde has tomado estas cosas? le pregunt con voz spera a Tormento, que se haba levantado y lo miraba plido. El comisario federal esper por unos instantes una respuesta que no lleg; despus, con suma calma, levant las cuatro puntas del mantel, las junt, levant el bulto y, abierta la ventana, arroj todo a la zanja. El nio temblaba, y con las dos manos levantadas delante de la boca, miraba aterrorizado al comisario federal. La mujer se haba pegado a la pared, y Tormento, en medio de la pieza, con los brazos colgantes pareca petrificado. El comisario se dirigi a la puerta; llegado al umbral, se volvi. El comunismo es disciplina, compaero. Quien no lo comprende, vyase. La voz del comisario sacudi a Pepn que arrimado a la pared habase quedado mirando con la boca abierta, parecindole un sueo. Caminaron en silencio uno al lado del otro en medio del campo oscuro. A Pepn le tardaba la hora de llegar al pueblo. Delante del Hotel del Correo el comisario le tendi la mano. Parto maana a las cinco dijo. Buenas noches, compaero. Buenas noches, compaero. Pepn se encamin derecho hasta la casa del Flaco. "Voy a hartarlo de patadas", pensaba. Pero cuando estuvo delante de la puerta del Flaco, titube un momento y se volvi por donde haba venido.

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En su casa encontr a su hijo todava despierto; el nio le sonri y le tendi los brazos, pero Pepn no se par. Duerme! dijo solamente. Y lo dijo con voz dura, mala y amenazadora para que nadie pudiera sospechar ni siquiera l mismo que pensaba con angustia en los ojos desencajados del hijo de Tormento.

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LA GRAN JORNADA

EL federal, cuando lleg al pueblo para los ltimos mtines electorales, qued con la boca abierta, maravillado. Dijo que secciones de rdago como la de Pepn no haba otra en toda la provincia. Cuando subi a la tribuna, de la concurrencia que atestaba la plaza se levant tal tempestad de gritos y aplausos que temblaron los vidrios de las ventanas. Pepn present al orador, y el orador, cesados los aplausos, se acerc al micrfono y dijo: Ciudadanos ... Tuvo que interrumpirse porque de la muchedumbre se levant un murmullo y todos miraban hacia arriba. Se oy acercarse el zumbido y poco despus apareci un pequeo aeroplano rojo que, llegado sobre la plaza, solt media tonelada de pequeos manifiestos rojos. Aqu se produjo una batahola, pues todos pensaban solamente en coger al vuelo los manifiestos. Tambin tom uno Pepn y apret las mandbulas. El orador explic que verdaderamente los enemigos del pueblo tenan poca fantasa si no saban cosa mejor que aferrarse a las acostumbradas viejas leyendas, y contrabati con firmeza. Renaci la calma en la plaza, pero, en ese momento, el maldito aeroplano rojo reapareci y solt pequeos manifiestos verdes. Quietos todos! grit Pepn. Los demcratas honrados no deben recoger las provocaciones de los adversarios vendidos al extranjero! La plaza recibi con calma la llegada de los manifiestos verdes que describan el rgimen de vida del obrero ruso, y el orador logr hablar durante cinco minutos largos. Pero despus el aeroplano volvi a mostrarse y todas las narices se levantaron hacia arriba. No solt nada. Arde! grit la gente viendo un penacho de Humo negro salir de la cola del aparato, y hubo en la muchedumbre una temerosa ondulacin. Pero se trataba de otra cosa, porque el aparato daba extraas vueltas en el cielo, el humo negro qued suspendido en el aire y, poco despus, la gente not que el aeroplano haba escrito con letras enormes: "Viva la D. C. Un aullido de furor se levant de la escuadra de los activistas, y slo cuando lo escrito se desvaneci retorn la calma en la plaza y el orador pudo reanudar su discurso. Cinco minutos despus volva el sinvergenza de aeroplano. No arroj nada sobre la plaza, pero llegado al lmite del pueblo solt una cantidad enorme de raros adminculos que descendieron ondeando mimosamente en el aire. Se vio que eran

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pequeos paracadas con un saquito atado debajo, y ya la multitud no pudo resistir, hubo una dispersin general y slo quedaron alrededor de la tribuna las escuadras de activistas. Cuando la gente volvi riendo, alguien trajo uno de los paracadas a Pepn. En el saquito estaba estampado: "Trigo enviado de Rusia", y dentro del saquito haba una porcin de papelitos de colores. La muchedumbre, bajo los gritos de Pepn, dej de rer, y el orador volvi a hablar. Pero se oy acercarse una vez ms al delincuente del aire. Entonces Pepn sinti que las tripas se le anudaban por la rabia y saltando del palco llam a su escuadra y se alej corriendo. Cuando llegaron a la chacra del Largo se pararon ante un pajar. Vamos, rpido! grit Pepn. Los hombres sacaron de bajo la paja un grueso utensilio cubierto de bolsas, las que, quitadas, descubrieron una ametralladora de veinte milmetros, luciente de aceite. La emplazaron; el Brusco intent una objecin, pero Pepn no lo dej concluir. Estamos en guerra! Si ellos tienen el derecho de servirse de la aviacin, nosotros tenemos el de servirnos de la defensa antiarea. Por suerte el aeroplano haba acabado su trabajo y se fue, sin que la defensa entrara en accin. Pero ya el mitin haba fracasado porque en el ltimo lanzamiento el aparato haba soltado medio quintal de ejemplares de La Campana, edicin especial, con un vigoroso artculo de don Camilo. Y todos, menos los activistas que se haban metido el diario en el bolsillo, habanse puesto a leer. El federal estaba negro. No contest siquiera a las excusas de Pepn. Compaero dijo Pepn consternado, si lo hubiese imaginado habra emplazado la ametralladora antes de empezar, y despus del primer lanzamiento lo habramos liquidado. Cuando la emplac era demasiado tarde. El federal se hizo explicar la historia de la ametralladora, palideci y la frente se le cubri de sudor. En conjunto las cosas han ido bien balbuce mientras suba a su automvil. Mientras tanto, don Camilo, que haba seguido los acontecimientos desde lo alto de la torre, atisbando a travs de un ventanuco, estaba rogando con las manos juntas Jess, dame la fuerza de resistir a la tentacin de tocar a gloria. Y Jess le dio la fuerza de resistir a la tentacin. Y fue un gran bien porque Pepn tena un gato vivo en el estmago, y si hubiera odo sonar las campanas, no habra titubeado un segundo: habra vuelto corriendo al pajar, y sacando la ametralladora, habra abierto el fuego contra el campanario. As lleg el famoso domingo. Pepn se acical, hinch el pecho y sali de casa para ir a votar. Llegado al comicio, como se puso en la fila, todos le dijeron: "Pase, seor alcalde", pero l contest que en un rgimen democrtico todos son iguales. En realidad hallaba injusto que su voto valiera tanto como el de Pinola, el hojalatero, que estaba borracho siete das en la semana y no saba siquiera de qu lado sala el sol. Pepn se senta fuerte como una torada. Antes de salir haba tomado un lpiz y sealado una decena de crucecitas en una hoja. Debe ser el voto ms decidido de toda la comuna le explic a su mujer. As: zac, zac, y Garibaldi triunfa para vergenza de los vendidos y los explotadores.

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Pepn se senta fuerte y seguro de s como nunca, y recibida la boleta, se encamin hacia el "cuarto oscuro" con jactancia feroz: Slo puedo dar un voto, pens, pero lo dar con tanta rabia que debe valer por dos! 3 Se encontr en la penumbra del cuarto con la boleta abierta y el lpiz apretado entre los dedos. En el secreto del cuarto oscuro Dios te ve y Stalin no: pens en la frase leda sobre uno de los pequeos manifiestos que el maldito aparato haba lanzado en el mitin e instintivamente se dio vuelta, pues le pareca sentir que alguien, detrs, lo estaba mirando. Los curas son la peor ralea del universo, concluy. Llenan el cerebro de la pobre gente con un montn de patraas. Adelante: cruz sobre Garibaldi! Pero el lpiz no se movi. Fue as como Pepn, no sabiendo qu hacer, debi de pensar en la maestra. Siempre fuiste un bribn, le susurr al odo la voz de la maestra muerta, y Pepn sacudi la cabezota. No es cierto!, jade. Una gran bandera roja le pas ante los ojos y Pepn dirigi el lpiz hacia la estrella con Garibaldi. Pero el rostro plido del hijo de Tormento se le apareci sobre la hoja. Amrica, si gana el Frente, ya no nos dar nada, le susurr al odo la voz de don Camilo. Viles!, contest Pepn, apretando los dientes. Cien mil italianos prisioneros en Rusia no han vuelto! le susurr otra vez al odo la voz prfida de don Camilo. No deban ir!, contest con ira Pepn. Pero se le apareci la vieja Bacchini, que ya no quera votar ms por nadie porque ningn Partido poda hacerle volver de Rusia al hijo, y Pepn se mordi los labios. Compaero, le susurr entonces al odo la voz dura del comisario federal, el comunismo es disciplina. Pepn apunt decidido el lpiz contra la estrella con Garibaldi, pero oy de nuevo la voz prfida de don Camilo Quin llen las fosas de Katin? Son invenciones infames!, respondi Pepn. Eres un puerco vendido al extranjero! Pero justo en ese momento le salt a la cabeza la medalla de plata de don Camilo y su propia medalla de plata. Las oy tintinear como si chocaran una con otra, y daban el mismo sonido. Y quin mat a Pizzi? susurr de nuevo la voz de don Camilo. Yo no he sido, balbuce Pepn. Usted sabe quin ha sido! Lo s, respondi prfida la voz de don Camilo. Ha sido se, ese mismo que est escondido bajo la estrella con Garibaldi. Ustedes ya lo han matado una vez a Pizzi. Por qu quieren matarlo otra vez? Pepn acerc la punta del lpiz al cuadradito con la estrella y Garibaldi. Voto por todos aquellos que los otros nos han matado, dijo. De repente oy la voz del que fue jefe suyo durante la Resistencia, el saragatiano4 que haba sido bajado de la tribuna y golpeado: Felices aquellos que quedaron para siempre all en los montes, compaero Pepn. Las operaciones que efecta Pepn estn relacionadas con los procedimientos del sistema electoral italiano, en que el elector marca con una cruz en la boleta el emblema elegido por l. En la eleccin a que se refiere este relato los comunistas haban adoptado como emblema la efigie de Garibaldi con una estrella. (N del T.)3

Del Partido Socialista Democrtico Italiano, que tiene por jefe a Jos Saragat. (N. del T.)4

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Carne maldita!, susurr la voz de don Camilo. Si no hubieran muerto all arriba, tambin a ellos ustedes los habran golpeado. Pens en el comisario que le arrebataba la comida al hijo de Tormento. Pens en el hijo. Pepn vio que la punta del lpiz temblaba, pero una gran bandera roja onde ante sus ojos y lo reanim. Contra todos los explotadores del pueblo que se enriquecen con nuestro sudor, dijo con rabia acercando la punta del lpiz al cuadrado con la estrella y Garibaldi. No es tu bandera, susurr la voz prfida de don Camilo, y una tela tricolor onde ante los ojos de Pepn. No, yo no traiciono! Es intil, malditos!, dijo Pepn acezando e inclinndose sobre la boleta. Poco despus sali, y cuando entreg la boleta tema que le preguntaran qu haba hecho durante todo ese tiempo. Pero advirti que haban pasado solamente cuatro minutos y recobr el nimo. Don Camilo estaba cenando solo; haba cado la noche cuando entr Pepn. Ya no se usa siquiera pedir permiso cuando se entra en casa ajena? pregunt don Camilo. Infames! grit Pepn agitado. Ustedes son la ruina de la pobre gente! Interesante observ don Camilo. Vienes a hacerme un discurso? Ustedes llenan la cabeza de la pobre gente con sus mentiras Don Camilo aprob con una seal de la cabeza. Perfectamente; pero por qu vienes a decrmelo precisamente ahora? Pepn se desplom sobre una silla y se tom la cabeza entre las manos. Usted me ha arruinado dijo con voz angustiada. Don Camilo lo mir. Ests loco? No dijo Pepn. Ahora ya no lo estoy; pero lo estaba esta maana y he cometido un delito. Un delito? S, yo, Pepn, yo, el jefe de los trabajadores, yo, el alcalde, he votado en blanco! Pepn escondi nuevamente la cabeza entre las manos y don Camilo le sirvi una copa de vino y se la puso delante. Pero si perdemos lo mato, porque la culpa es suya! grit Pepn levantando de golpe la cabeza. De acuerdo respondi don Camilo. Si el Frente pierde por un voto, me matas. Si pierde por dos o tres millones, el asunto de tu voto pasa a segundo orden. Pepn pareci impresionado. Lo mato lo mismo, para cobrarle lo del aeroplano rebati. De acuerdo; mientras tanto, bebe. Pepn alz la copa y tambin alz la suya don Camilo. Y los dos bebieron. Cuando Pepn sali, se par un corto rato en la puerta. Estas cosas debemos saberlas solamente nosotros dos dijo amenazador. De acuerdo contest don Camilo. En cambio fue enseguida a contarle todo al Cristo del altar mayor. Y despus le encendi al pie dos gruesos cirios:

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ste, porque le habis ahorrado el remordimiento de votar por Garibaldi, y ste porque le habis evitado el de haber votado por un Partido que no es el suyo.

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TCNICA DEL GOLPE DE ESTADO

EL martes a las diez de la noche lloviznaba y soplaba viento, pero llenaba la plaza un gento que estaba de plantn desde haca tres o cuatro horas escuchando el altoparlante que daba noticias sobre las elecciones. De improviso se apag la luz y todo se hundi en la oscuridad. Alguien fue a la cabina, pero volvi enseguida diciendo que no haba nada que hacer porque el desperfecto estaba quin sabe dnde, en la lnea o en la central. La gente esper una media hora y luego como haba empezado a llover fuerte, regres a sus casas y el pueblo se torn desierto y silencioso. Pepn fue a encerrarse en la Casa del Pueblo junto con el Pardo, el Brusco, Tormento y Luis el rengo, comandante de la "Volante Roja" de Molinillo; y todos permanecan royndose el alma a la llama de un cabo de vela y blasfemando contra los de la luz que boicoteaban el pueblo, cuando a las once y media lleg el Flaco, que haba ido en la moto a ver si saban algo en Rocaverde. Entr con los ojos salidos, agitando un papel. El Frente ha vencido! jade. Cincuenta y dos por ciento al Senado y cincuenta y uno a la Cmara! Los otros ya nada tienen que hacer! Es preciso organizar enseguida una demostracin! Si no hay luz quemamos dos o tres pajares de los ms cercanos! Bien! grit Pepn. Pero Luis el rengo asi al Flaco por la chaqueta. Despacio, no te muevas dijo con calma. Por ahora nadie debe saber nada. Arreglemos primero el asunto de la lista. Pepn lo mir asombrado. La lista? Qu lista? La de los reaccionarios que hay que sacar de en medio. Vamos a ver. Pepn balbuce que no haban hecho ninguna lista y el rengo sonri malignamente: No importa: la tengo yo preparada y completa. La miramos un momentito juntos y decidida la cosa, procedemos. El rengo sac del bolsillo una hojita con unos veinte nombres y la puso sobre la mesa. Me parece que estn todos los puercos reaccionarios del pueblo explic. He puesto los ms urgentes: en cuanto a los dems, luego veremos. Pepn recorri los nombres de la lista y se rasc la cabeza. Qu te parece? pregunt el rengo.

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Bah respondi Pepn. En lnea general estamos de acuerdo. No veo, sin embargo, que haya tanta prisa. Disponemos de todo el tiempo que queramos para organizar las cosas bien. El rengo dio un puetazo sobre la mesa. Al contrario, no tenemos que perder un minuto exclam con voz dura. Ahora que nada sospechan podemos agarrarlos: si esperamos a maana, se hacen humo. El Brusco intervino. Ests loco! Antes de sacar de en medio a la gente hay que pensarlo siete veces! Yo no estoy loco y t no eres un buen comunista! grit el rengo. stos son todos unos puercos reaccionarios y nadie puede ponerlo en duda. Si pudiendo hacerlo no los eliminas, traicionas a la causa y al Partido! El Brusco mene la cabeza. Ni por sueo! Al Partido se lo traiciona haciendo barbaridades. Y si uno obra como entiendes obrar t, arriesga cometer barbaridades fenomenales porque puede equivocarse eliminando a inocentes. El rengo levant el dedo, amenazador: Vale ms eliminar a diez personas innocuas que dejar escapar una sola que pueda perjudicar al Partido. Al Partido no lo perjudican los muertos, sino los vivos! Ya te lo he dicho: eres un mal comunista! Y si quieres saberlo, siempre lo fuiste. Eres un flojo, un sentimental, un burgus disfrazado! El Brusco palideci y Pepn intervino. Basta! El concepto del compaero Luis es justo y no puede ponrselo en discusin por cuanto es uno de los conceptos bsicos del comunismo. El comunismo indica la meta a la cual debe llegarse, y la discusin democrtica debe solamente recaer sobre el modo ms rpido y ms seguro de llegar a esa meta. El rengo, satisfecho, aprob con la cabeza. Luego continu Pepn, establecido que estas personas son o pueden ser perjudiciales al Partido y que por eso deben ser eliminadas, debe estudiarse cul es el modo para llegar al fin. Porque si nosotros, por ligereza, obrramos de manera que alguno de estos reaccionarios consiguiera escabullirse, seriamos culpables de traicin ante el Partido. Me explico? Es justo dijeron todos. Justsimo. Aqu somos seis explic Pepn y las personas que hay que eliminar son veinte, entre ellas gente como Filotti, que tiene en su casa medio regimiento y est armado hasta los dientes. Si atacamos una por una a estas personas, al primer tiro de fusil los dems huyen. As que debemos adoptar el concepto del ataque simultneo: es preciso movilizar a los hombres y formar veinte escuadras, todas adecuadas a los diferentes objetivos. Muy bien aprob el rengo. Muy bien un cuerno! grit Pepn. Porque esto no es todo! Hace falta para nuestro objeto otra escuadra ms, la veintiuna, la ms robusta, que inmovilice a la fuerza pblica apenas intervenga. Adems son necesarias escuadras avanzadas que vigilen los caminos y los diques. Y cuando uno pretende obrar como t queras, sin ninguna cautela, exponiendo la operacin al riesgo del fracaso, no es un buen comunista, es un cretino. El rengo palideci y trag saliva. Pepn dio las rdenes. El Flaco ira a avisar a las clulas de las fracciones para que reunieran a los hombres; stos, al ascender el cohete verde se concentraran en los puntos establecidos, donde se encontraran el Pardo, el Brusco y Tormento, los cuales formaran las escuadras y fijaran los

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objetivos a la espera del cohete verde. El Flaco parti en la moto, y el Pardo, el Brusco, Tormento y el rengo se dispusieron a la obra de organizar las escuadras. Que todo sea hecho perfectamente dijo Pepn. Ustedes responden personalmente del xito. Mientras tanto yo voy a ver cmo anda el asunto por el lado de los carabineros. Don Camilo, despus de haber esperado largo rato que la luz volviera y la radio empezara nuevamente a charlar, se dispona a acostarse cuando sinti llamar a la puerta: la abri con cautela y se encontr delante de Pepn. Pronto! jade Pepn agitadsimo. Aprese! Liarlas! Vstase de hombre, mtase en una barca y despus vaya a donde mejor le parezca! Don Camilo lo mir con curiosidad. Has bebido, compaero alcalde? Pronto! exclam Pepn. El Frente ha ganado y las escuadras estn organizndose. Ya apareci la lista de los que hay que sacar de en medio y el primero es usted! Don Camilo se inclin. Qu honor inesperado, seor alcalde! Jams me habra figurado que usted perteneciera a esa flor de bellacos que forman las listas de la gente honrada que hay que eliminar Pepn tuvo un ademn de impaciencia. No diga zonceras, reverendo! Yo no quiero matar a nadie! Y entonces? El que ha sacado a relucir la lista y las indicaciones del Partido es ese rengo maldito. T eres el jefe, Pepn; podas decirle que se fueran al infierno l y su lista. Pepn sudaba y se pas la mano por la frente. Usted no comprende nada de estas cosas! El jefe es siempre el Partido y manda siempre el que habla en nombre del Partido. Si yo hubiera insistido, ese maldito me habra puesto en la lista antes de usted. Qu bueno! El compaero Pepn y el reaccionario don Camilo colgados del mismo rbol! Don Camilo, dese prisa! jade Pepn. A usted no se le importa porque es solo, pero yo tengo un hijo, una mujer, una madre y un montn de gente que depende de m. Aprese, si quiere salvar la piel! Don Camilo mene la cabeza. Y por qu slo yo? Y los dems? A los dems no puedo ir yo a avisarles. Los dems no son curas! exclam Pepn. Debe hacerlo usted. Vaya a avisar a dos o tres mientras se encamina a la barca y dgales que pasen enseguida la palabra de orden. Y que se den prisa! Copie rpido la lista! Bien aprob don Camilo cuando hubo anotado los nombres. Mando al hijo del campanero a llamar a Filotti, y los Filotti, que son cincuenta, avisan todos los dems. Yo no me muevo de aqu. Usted debe irse! grit Pepn. Mi puesto est aqu rebati tranquilo don Camilo y no me muevo tampoco si viene Stalin el persona. Usted est loco! grit Pepn.

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Pero en ese momento llamaron a la puerta y debi correr a esconderse en la pieza vecina. El recin llegado era el Brusco; pero apenas tuvo tiempo de decir: "Don Camilo, mrchese", que se oy llamar otra vez. El Brusco fue a esconderse tambin l donde haba ido Pepn, y a poco entr en la habitacin el Pardo. Don Camilo dijo el Pardo, he podido zafarme slo ahora. La cosa est que arde y usted debe irse. sta es la lista de los otros que hay que avisar. Despus debi refugiarse l tambin en la pieza vecina porque llamaron otra vez. Y era Tormento, siempre hosco y feroz. Quien, sin embargo, no alcanz a abrir la boca porque volvieron a entrar Pepn; el Brusco y el Pardo. sta parece una de esas viejas farsas de oratorio dijo rindose don Camilo. Ahora esperamos al rengo y ya el cuadro quedar completo. se no vendr gru Pepn. Despus suspir: golpe con la mano el hombro del Brusco, dio un manotazo sobre el vientre del Pardo y un pescozn a Tormento. Maldita miseria! exclam. Volvemos a encontrarnos todava como en aquel tiempo dichoso. Podemos todava entendernos como entonces. Los otros tres aprobaron con la cabeza. Qu lstima! suspir Pepn. Si el Flaco estuviera aqu, estara toda la vieja guardia. Est explic con sosiego don Camilo. El Flaco ha sido el primero en llegar. Bien! aprob Pepn. Y ahora, usted dese prisa. Don Camilo era testarudo. No, ya te he dicho que mi puesto est aqu. Me basta saber que ustedes no dispararn contra m. Pepn perdi la paciencia y se encaj el sombrero hasta las orejas despus de haberle dado tambin una vuelta de tornillo, como haca cuando se dispona a trompearse con alguien. Ustedes dos tmenlo por los hombros, yo lo tomo por las piernas, lo levantamos y lo aseguramos sobre el birlocho. Tormento: anda a atarme la yegua. No haban levantado an las manos que la luz se encendi y quedaron deslumbrados. Unos segundos despus la radio empez a hablar:... Damos los resultados de la Cmara de Diputados en 41.000 comicios sobre 41.165: Democracia cristiana: 12.000.257. Frente Popular: 7.547.465... Todos escucharon en silencio hasta que la radio call. Entonces Pepn mir sombro a don Camilo. La mala hierba nunca se extirpa dijo con rabia. Tambin esta vez se ha salvado! Tambin ustedes se han salvado contest sereno don Camilo. Dios sea loado. Quien no se salv fue Luis el rengo, el cual esperaba fieramente la orden de disparar el cohete verde y en cambio recibi tantos puntapis que le encajaron hasta el trasero. Sic transit gloria mundi.

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UN LLEGADO DE LA CIUDAD

LUISITO se sinti encima los ojos de la madre y de las dos hermanas, pero no levant la cabeza del plato. La mucama volvi a la cocina y la seora repiti: Y entonces? He hablado con todos los profesores y con el director explic el padre. Dicen que va peor an que el ao pasado. Luisito tena catorce aos y estaba en segundo ao medio: repeta el segundo, despus de haber cursado el primero dos veces. Vago! dijo la seora, vuelta hacia Luisito. Lecciones particulares de latn, lecciones de matemticas, dinero, sacrificios! A Luisito le asomaron lgrimas a los ojos. La seora se inclin sobre la mesa, aferr a Luisito por el pelo y le alz el rostro. Vago! repiti. Se oyeron las pisadas de la mucama y la seora se report. Cuando la muchacha volvi a irse, la seora se dirigi al marido. Que intencin tiene? Ninguna explic el padre abriendo los brazos. La conducta es correcta y nadie se queja. Cuando lo interrogan no responde, cuando hace los deberes en clase no consigue escribir una palabra que no sea una bestialidad. Los profesores no me lo han dicho, pero me han hecho entender que para ellos es un cretino. No es un cretino! grit la seora. Es un vil! Pero esto debe acabar: hay que encontrar la manera de hacerlo estudiar. Estoy dispuesta a soportar todos los sacrificios del universo, pero debe entrar pupilo. Las dos hermanas miraron a Luisito con desprecio. Por causa suya debemos sufrir nosotras! exclam la mayor, que estaba ya en la universidad. Debemos sufrir nosotras que no tenemos ninguna culpa agreg la otra, que era una de las ms capaces del liceo. Todos sufrimos por causa suya dijo el padre. Cuando en una familia hay una desgracia, pesa sobre todos. Sea como sea, aun a costa de matarme, lo pondr pupilo. Luisito era un muchacho tmido, de esos que hablan poco; pero en la circunstancia lo invadi la desesperacin y habl. No quiero estudiar ms! dijo. Quiero ser mecnico! La seora salt en pie y le dio una bofetada. Quiero ser mecnico! repiti Luisito.

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El padre intervino. Clmate, Mara. No hay que hacer escenas. Djalo decir. l ir pupilo y all encontrarn la manera de hacerlo estudiar. No quiero estudiar ms! insisti Luisito. Quiero ser mecnico. Vete a tu cuarto! dijo el padre. Luisito se fue y el consejo sigui la discusin. Ahora es ms necesario que nunca encerrarlo en un colegio afirm la seora. Ahora se rebela y aqu sucederan escenas infernales. Tomar mis medidas en el acto asegur el padre. Hoy he conseguido mantenerme tranquilo, pero en adelante no s si lo podr. Es un muchacho que nos arruinar el hgado a todos dijo la seora. Por lo dems, no podemos permitir que a fuerza de repetir los cursos, se vuelva el escarnio de la ciudad. Cuando se tiene decoro conviene mantenerlo a cualquier costo. Ciertamente aprob el padre. El hijo de nuestro portero, que hizo el primer ao con Luisito, ya est dos cursos ms adelante. La seora tuvo una crisis de llanto y las dos muchachas miraron con aire de reproche al padre. No haba ninguna necesidad, caramba!, de decir cosa semejante. Pero el padre esa cosa la tena desde tiempo atrs sobre el estmago y deba decirla. Luisito lleg en el mnibus de las seis de la tarde. Anduvo vagando por el pueblo y pronto le lleg la noche. Empez a lloviznar y el muchacho se resguard bajo el prtico que cierra la plazuela por el fondo. Mir los escaparates de tres o cuatro tenduchos. Todava tena en el bolsillo doscientas liras y hubiera querido entrar en el caf a tomar una taza de leche, pero le faltaba valor para hacerlo. Atraves la plaza y fue a refugiarse en la iglesia. Se disimul en el rincn ms escondido y hacia las diez, cuando don Camilo entr a dar las buenas noches al Cristo del altar mayor, encontr a Luisito dormido en un banco. El muchacho, despertado improvisamente por el grito de don Camilo, vindose delante ese hombrachn negro que pareca an ms colosal en la penumbra de la iglesia, abri los ojos asombrado. Qu haces aqu? pregunt don Camilo. Disculpe, seor balbuce el muchacho. Me he dormido sin querer. Qu seor! gru don Camilo. No ves que soy un cura? Disculpe, reverendo murmur el muchacho, me voy enseguida. Don Camilo vio dos dos grandes ojos llenos de lgrimas y asi por un hombro a Luisito, que ya se haba encaminado a la puerta. Y dnde irs? pregunt. No lo s contest Luisito. Don Camilo sac de la sombra al muchacho, lo empuj hasta el altar mayor donde haba luz y lo mir atentamente. Oh! Un seorito dijo al fin. Vienes de la ciudad? S. Vienes de la ciudad y no sabes dnde vas. Tienes dinero? S respondi el muchacho mostrando los dos billetes de cien liras Don Camilo se dirigi hacia la puerta remolcando a Luisito. Llegados a la rectoral, don Camilo cogi la capa y el sombrero.

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Sgueme dijo bruscamente. Vamos a ver qu piensa de esta historia el jefe de los carabineros. Luisito lo mir aturdido. Yo no he hecho nada balbuce. Y entonces por qu ests aqu? le grit don Camilo. El muchacho baj la cabeza. He escapado de casa explic. Escapado? Y por qu motivo? Quieren hacerme estudiar a la fuerza, pero no comprendo nada de lo que leo. Yo quiero ser mecnico. Mecnico? S seor. Hay muchos que son mecnicos y estn contentos. Por qu no puedo ser uno de ellos? Don Camilo volvi a colgar el abrigo de la percha. La mesa todava estaba puesta. Don Camilo registr el aparador y encontr un poco de queso y un trocito de carne. Despus se sent y se qued contemplando como un espectculo a Luisito, que coma segn las reglas de la buena crianza. Quieres ser mecnico? pregunt en cierto momento. S, seor. Don Camilo se ech a rer y el muchacho enrojeci. La cama del husped siempre estaba lista en el primer piso, y as no result difcil arreglar al muchacho. Antes de dejarlo solo en el cuarto, don Camilo ech su capa sobre la cama. Aqu no hay termosifones explic. Aqu hace fro de veras. Antes de dormirse, don Camilo dio muchas vueltas en la cama. "Mecnico, barbotaba. Quiere ser mecnico!" Don Camilo se levant, segn su costumbre, de maana, cuando todava era oscuro, para decir la primera misa. Pero esta vez procur no hacer ruido para no despertar al seorito que dorma en la piecita vecina. Antes de bajar abri cautelosamente la puerta para verificar si funcionaba bien el cuarto del husped. Y vio la cama hecha a la perfeccin y a Luisito sentado en la silla que estaba a los pies de la cama. El espectculo lo dej estupefacto. Por qu no duermes, quieres decirme? dijo malhumorado. Ya he dormido. Esa maana llova y haca un fro infame; as que el nico que escuch la misa de don Camilo fue Luisito. Y don Camilo dijo tambin su buen sermoncito, y habl de los deberes de los hijos, y del respeto que los hijos deben sentir por la voluntad de los padres y fue uno de los discursos en que puso mayor empeo. Al pobre Luisito, solo y perdido en la iglesia semioscura y desierta en que la voz tonante del colosal sacerdote retumbaba y se agigantaba, oyndose decir "vosotros, muchachos", le pareca ser responsable ante Dios de los pecados de todos los muchachos del universo. Nombre, apellido, padres, lugar y fecha de nacimiento, lugar de residencia y nmero del telfono! mand don Camilo a Luisito cuando se hubieron desayunado. El muchacho lo mir asustado, luego dijo todo cuanto deba decir. Don Camilo se traslad a un telfono publico.

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Le contest una seora. Su hijo es mi husped. No tema porque aqu est a salvo de cualquier peligro explic don Camilo despus de haberse presentado. Acudi al telfono el padre y don Camilo tambin lo tranquiliz y le dio un consejo. El muchacho estaba algo turbado. Se daba cuenta del mal que haba hecho y estaba arrepentido sinceramente. Deban dejarlo tranquilo algunos das en su casa, que l procurara convencerlo de ponerse a estudiar de buena voluntad como deseaban los padres. Para su completa seguridad recibiran confirmacin del Obispado de cuanto les haba dicho telefnicamente. Si permitan que el muchacho fuera husped unos das de don Camilo, deban telegrafiarlo. El telegrama lleg en las primeras horas de la tarde. Tus padres te han concedido que permanezcas conmigo algn tiempo dijo entonces don Camilo a Luisito. Y Luisito por fin sonri. Don Camilo se puso el abrigo y sali con Luisito. Llegaron hasta el extremo del pueblo y se detuvieron ante el taller de Pepn. Pepn estaba desmontando pieza por pieza un motor de automvil y cuando vio a don Camilo, arroj al suelo la llave inglesa y se puso los puos en las caderas. Aqu no se habla de poltica dijo sombro, aqu se trabaja. Bueno respondi don Camilo encendiendo su medio toscano. Luego hizo adelantar a Luisito. Quin es se? pregunt Pepn. Este es un burgus que huy de su casa porque quieren hacerlo estudiar y l, en cambio, quiere ser mecnico. Te interesa? Pepn mir al muchacho, grcil y elegante y luego se ri burlonamente. Quieres trabajar de mecnico? S, seor respondi Luisito. Aqu no hay seores! grit Pepn. Y los ojos de Luisito se llenaron de lgrimas. S, jefe susurr Luisito. Pepn gru, se dio vuelta, recogi la llave inglesa y sigui trabajando en el motor. Luisito mir a don Camilo y don Camilo le hizo sea que s. Entonces Luisito se quit el sobretodo, debajo del cual tena un lindo mono de tela azul. Pepn hizo a un lado la llave inglesa y empez a trabajar con las llaves fijas. Destornill cuatro tuercas de 16. Necesitaba luego la llave de 14 y se la hall bajo la nariz. La llave de 14 temblaba, porque Luisito tena un miedo terrible, pero era una llave de 14 y Pepn la agarr con rudeza. Don Camilo entonces se dirigi a la puerta: cuando estuvo en el umbral se volvi hacia Luisito. Mocito dijo, aqu se trabaja, no se hace poltica. Si oyes a ese desgraciado hablar de poltica djalo y vulvete a casa. Pepn alz los ojos y mir hoscamente a don Camilo. El padre lleg a los diez das y don Camilo lo recibi con muchas consideraciones. Ha asentado la cabeza? se inform el padre. Es un buen muchacho respondi don Camilo. Ahora dnde est? Est estudiando contest don Camilo. Iremos a buscarlo.

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Cuando llegaron al taller de Pepn, don Camilo se par y abri la puerta. Luisito estaba trabajando en el torno con la lima. Se adelant Pepn y el padre de Luisito lo mir con la boca abierta. Es el padre del muchacho explic don Camilo. Ah! dijo Pepn con acento poco benvolo, mirando desconfiado de hito en hito al seor lleno de dignidad. Trabaja bien? balbuce el seor. Ha nacido para mecnico contest Pepn. Dentro de un ao no sabr ya qu ensearle y ser preciso mandarlo a la ciudad a trabajar en la mecnica de alta precisin. Don Camilo y el padre de Luisito regresaron en silencio a la rectoral. Qu le digo a mi mujer? pregunt preocupado el padre. Don Camilo lo mir. Dgame la verdad: usted est contento de haberse doctorado y de haber acabado como jefe de seccin en una reparticin del Estado? Mi sueo era volverme especialista en motores a explosin suspir el padre de Luisito. Don Camilo abri los brazos. Diga esto a su mujer. El padre sonri tristemente. Ruegue por m, reverendo. Todas las semanas vendr a ver a Luisito. Si ocurre algo, escrbame. Pero no a casa: a la oficina. Despus se hizo contar cmo haba sido la presentacin a Pepn, y cuando supo el detalle de la llave de 14, que era justamente de 14 y se precisaba la de 14, le brillaron los ojos. Mi padre exclam era el mejor tornero de la ciudad. Buena cepa no se desmiente!

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MISERIA

DON CAMILO entr en el taller y encontr a Pepn que, sentado en un ngulo, estaba leyendo tranquilamente el diario. El trabajo ennoblece dijo don Camilo. Procura no esforzarte demasiado. Pepn levant un instante los ojos, volvi la cara para escupir del lado de babor y luego torn a su lectura. Don Camilo se sent sobre una caja, se quit el sombrero, se sec el sudor y luego observ tranquilamente En la vida lo que cuenta son los buenos modales. En ese momento entr el Flaco, jadeando todava por la carrera hecha en bicicleta. Cuando se encontr con don Camilo se toc con un dedo la visera de la gorra. Buen da Eminencia dijo. La influencia del clero en las mentes simples todava oscurecidas por las brumas de la Edad Media es un elemento retardador del progreso. Pepn no se movi un milmetro. Don Camilo mientras se ventilaba con el pauelo, limit su reaccin a un imperceptible cambio de posicin del rostro, que le permiti mirar de reojo hacia el lado del Flaco. ste se sent en el suelo, contra la pared, y no habl ms. Pasaron unos minutos y lleg Tormento con la chaqueta al hombro y el sombrero echado hacia atrs. Vista la situacin, se apoy en la jamba de la puerta y se sumi en la contemplacin del paisaje. A los pocos minutos lleg el Largo que, sin decir palabra, apart de un manotn las herramientas y se sent en el banco. Pasaron diez minutos y el nico de los cinco que daba seales de estar vivo era don Camilo, quien segua hacindose aire con el pauelo. De repente Pepn manose el diario y lo arroj lejos. Mundo asqueroso! grit con voz airada. As que nadie tiene algo para fumar? Ninguno se movi y don Camilo continu hacindose aire con el pauelo. Tampoco usted? dijo Pepn con enojo a don Camilo. Desde esta maana no fumo! Y yo hace dos das que no siento el olor de tabaco refunfu don Camilo. Esperaba que t tendras. Pepn arroj lejos, de un puntapi, una lata vaca. Lo ha querido? grit. Ahora gceselo tambin usted a su De Gasperi! Si t, en vez de leer el diario trabajases, los centavos para fumar los tendras rebati sereno don Camilo. Entonces Pepn arroj al suelo el sombrero y empez a vociferar.

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Trabajar, trabajar! Y qu puedo hacer si nadie pone ya la nariz en el taller? Qu puedo hacer si esta puerca gente antes de hacer arreglar una mquina segadora se cuece los sesos cortando el pasto con la guadaa? Trabajar qu, si desde hace dos meses tengo parado el camin porque nadie transporta nada? Quiere decirme dnde doy con la cabeza para ir tirando? Nacionaliza la empresa contest con flema don Camilo. Pepn mugi como un buey. El Flaco levant un dedo. El plan Marshall dijo gravemente es el opio de los pueblos. El proletariado necesita reformas sociales, no ilusiones. Pepn se plant ante don Camilo con las piernas abiertas. Deje de ventilarse con ese maldito pauelo! grit. Y, en cambio, dgame: qu ha hecho hasta ahora su puerco gobierno? No lo s respondi sereno don Camilo. Los diarios no caben ms en mi presupuesto. Desde hace un mes slo leo el misal. Pepn se encogi de hombros. Le conviene no saber lo que sucede! grit. El hecho es que todos ustedes han traicionado al pueblo con sus sucios intereses. Don Camilo dej de hacerse aire con el pauelo. Yo? pregunt en voz baja. Pepn se rasc la cabeza, luego fue a sentarse en su rincn y escondi la cara entre las manos. El silencio recay de nuevo en el taller medio oscuro. Pas algn minuto. Y pensar que del otro lado del ro hay gente que puede trabajar y hace huelga! exclam de pronto don Camilo. Es un delito en momentos como stos! Pepn alz la cabeza. La huelga es la nica arma que posee todava el trabajador! grit. Tambin sa quiere quitarnos? Quitarnos todo? Para qu, entonces, hemos combatido y arriesgado el pellejo? Para perder la guerra ms pronto contest don Camilo. Empez la discusin sobre quin deba pagar la guerra y prosigui hasta tarde. Despus, escurriendo unos veinte bidones de nafta, se logr llenar el tanque de la moto y as fue como el Flaco y el Largo partieron, mientras don Camilo regresaba a su casa. A media noche una barca se deslizaba silenciosa sobre el agua del ro. Dentro haba cinco hombres de mono y con la cara sucia de grasa: parecan maquinistas o cosa as, y tres de ellos eran unos cristianos grandotes, de espaldas anchsimas. Tocaron tierra en la otra orilla, ro abajo. Despus de andar un par de kilmetros a travs de los campos desiertos encontraron un camioncito que los aguardaba, subieron y llegaron a una hacienda grande, donde los esperaba gente. Poco despus los cinco hombres ya estaban sacando de los establos enormes carretadas de estircol. Luego se echaron bajo las vacas a ordearlas y eran cinco, pero parecan un batalln. Hacia las nueve, cuando estaban ordeando las ltimas vacas, lleg alguien jadeando: "La escuadra!" Los cinco apenas tuvieron tiempo para alzarse en pie y salir del establo: la escuadra ya estaba junto a la "puerta muerta", donde se vean alineados los tarros llenos de leche.

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Ahora les hago ver cmo se hace la manteca! dijo burln el jefe de la escuadra de