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    ELPRIVILEGIODE LA POSTERGACIN. DILEMASEN LAS NUEVAS HISTORIOGRAFAS DE LA IDENTIDAD

    VERNICATOZZI

    UBA-UNTREF

    Resumen

    En La evidencia de la experienciaJoan Scott lanzun desafo a las concepciones quesustentan las polticas de la identidad, de tal profundidad y agudeza, que llega inclu-so a cuestionar la razonabilidad de sus reclamos y la eficacia de tal poltica. Las reac-ciones no tardaron en llegar, generando mltiples intentos de responder al desafo. Sedestacan entre ellos el programaRealista pospositivista de Satya Mohanty, cuyo obje-

    tivo primordial serofrecer una consideracin alternativa de la nocin de experienciasubjetiva antiesencialista (de all pospositivista) pero se opondra la disolucindeconstructiva del posmodernismo (de allrealista). En el presente trabajo, analizarcmo una u otra consideracin puede responder ms eficazmente a reclamos de legi-timidad de identidades marginalizadas.

    PALABRAS CLAVE: experiencia, evidencia, identidad, realismo, postpositivismo

    Abstract

    In The Evidence of ExperienceJoan Scott challenged the philosophical accounts thatsupport identity politics based on the fact that this tradition puts the razonability of

    the claims and the efficiency of this policies at risk. Multiples responses have been giv-en to this argument, but the most profound and sharpest critiques were introduced by

    the Realist Post-positivist Programme. This theory, developed by Satya Mohanty and

    et al, tries to give an alternative consideration of the notion of subjective experienceantiessencialist (this is the reason for his antipositivism) but the opposite to the pos-modernist deconstructive dissolution of this term (this is the reason for his realism).In this paper I analyze both positions and I will try to give a consideration on my own

    in order to offer a better and more efficient response to identity-claims.

    KEY WORDS: experience, evidence, identity, realism, post-positivism

    La historiografa en el mundo contemporneo no deja de enfren-tar requerimientos aparentemente paradojales. Por un lado, la ocurren-

    cia en los pasados cien aos de sucesos de masiva violenciasistemticamente dirigida contra ciertas minoras (generalmente como

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    resultado de decisiones de Estado), ascomo la bienvenida proliferacinde movimientos polticos y civiles en demanda de reconocimiento y legi-timidad de nuevasu olvidadas identidades, exigen que se cuente la ver-

    daderahistoria de lo que sucedi. Por otro lado, cuanto ms urgenteslos reclamos de representacin histrica, ms se ponen en duda los ins-trumentos y los recursos para llevar a cabo dicha historizacin. El cues-tionamiento tiene una doble dimensin: poltica y epistmica. Entrminos polticos, se denuncia a la historiografa tradicional, porque ensu exclusiva atencin a perspectivas de las elites polticas o, alternati-vamente, por interesarse en el develamiento de los procesos histricosde gran escala que subyacen a las interacciones humanas eliminando

    cualquier perspectiva subjetiva, se ha olvidadode otrosactores, de

    otras agencias, otras voces. En reparacin, se exige que sus experienciasadquieran un rol privilegiado en la conceptualizacin de la identidadreclamada y en la consideracin de los procesos sociales de los que fue-ron desafortunados protagonistas. En trminos epistemolgicos, desarro-llos en la filosofa y en las ciencias sociales, imbuidos de los efectos delgiro lingstico, denuncian hasta qupunto los historiadores subestimanlas dificultades de representar objetivamente y con verdad el pasado. Noobstante, ambas dimensiones crticas resultan difciles de distinguircuando se trata de jaquear de manera eficaz a una prctica disciplinar

    como la historia que nunca ha negado sus lazos con las preocupacionesde su sociedad. La aparente paradoja, entonces, consiste en la persisten-

    te demanda de historizacin y la subsiguiente puesta en cuestin sobrela confiabilidad y legitimidad de los recursos para llevarla a cabo. El pre-sente trabajo indagaren esta situacin paradojal con el objeto de des-plegar sus consecuencias para la posibilidad de historizacin en respuestaa demandas de voz.

    Como podrimaginarse, la nocin de identidad, como categorarepresentativa de las experiencias de postergacin, discriminacin y vio-

    lentacin, ha sido el foco de inters de aquellos historiadores1

    receptivosa las diversas demandas de movimientos polticos del tercer mundo, pos-coloniales, feministas, queer, entre otros. Como consecuencia concreta con-

    tamos hoy con una gran cantidad y diversidad de historiografas queotorgan un pasado a los grupos postergados, ascomo tambin, encontra-mos reescrituras de los grandes sucesos del pasado (luchas de indepen-

    dencia, revoluciones, etc.) en los que los protagonistas ya no son las elites,

    sino las mujeres, los marginales, etc. Ahora bien, lo que en un primer

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    1 Dilemas similares se presentan en los estudios culturales y dems discipli-nas ocupadas de la sociedad.

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    momento resulten una perceptible humanizacin y renovacin plura-lista de la historia, no tarden mostrar sus limitaciones, siendo tal vezla ms inaceptable la esencializacin y reificacin de las categoras de iden-

    tidad. Esto es, en la promocin de alguna dimensin de la identidad (como,por ejemplo, la de gnero) para dar significado a la experiencia individual,ha pasado inadvertido el hecho fundamental de que las identidades no

    son homogneamente constituidas en diferentes contextos histricos ysociales: no es lo mismo ser una esclava americana que una ama de casa

    victoriana, o una mucama zulu y su ama sudafricana. Como pregunta

    Paula Moya, cul sera la adscripcin relevante de su femineidad comopara avizorar una nocin genrica de mujer para todas ellas?2 Similaresdificultades se presentan a la hora de dilucidar las identidades reclama-

    das por quienes han sufrido siglos de marginalizacin tnica, por las inci-pientes naciones surgidas de los procesos de descolonizacin o por loslargamente postergados pases del tercer mundo. Cul sera el criterioobjetivopara decidir quexperiencias deberan ser tomadas como ejem-plares o autnticas, tanto para su legitimacin poltica como para la pro-duccin de las representaciones histricas adecuadas? En todos estoscasos, nos arriesgamos a caer en la trampa de tomar por la identidadel discurso impuesto por una elite hegemnica al interior de ese supues-to colectivo homogneo.3

    La persistente paradoja a la que se enfrenta la historiografa se evi-dencia entonces en que lo que en principio implicla desmitificacin deaquellas categoras herededas de la tradicin (ser humano, persona, suje-to racional por su sesgo occidental, europeo, machista y heterosexual)posteriormente arrastra las propias categoras cuyos sujetos estabansiendo reclamados. Esto es, denunciado el olvido de las mujeres en la his-

    toria, la nueva historiografa no percibique lo ahora elevado como laexperienciade la mujer, no era ms que otro constructo arbitrario; en defi-nitiva, se naturalizla identidad de un grupo como prescriptiva, margi-

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    2Vase Paula Moya y Michael Hames Garca (eds.), (2000).3 Como ha sealado extensa y detalladamente Robert Berkhofer Jr. (1995), las

    nuevas historizaciones, en su preocupacin por esquivar esta trampa, se embarcaronen la ardua tarea de desmitificar todas aquellas categoras consideradas bsicas en lacultura occidental, luego proyectadas como universales a la cultura, y finalmente rei-ficadas como fundamentales para las humanidades mismas. En forma paralela, se expo-nen los usos polticos de tal esencialismo en una sociedad. Al final, tal desmitificacincrea un relato de cmo una cultura presumiblemente compartida, pero eclctica tan-to en sus contenidos y en las divisiones sociales de sus audiencias, fue transformada

    en categoras de cultura segregada por las clases sociales de sus patrocinadores y depo-sitarios, (p. 7).

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    nando la de otro.4 Es en este contexto, que quiero analizar, en primer

    lugar, los desafos a la esencializacin de la experiencia y la reificacinde la identidad lanzados a la historiografa de la identidad por la histo-

    riadora feminista Joan Wallace Scott, por ser quien ha elaborado los msagudos y profundos argumentos. En segundo lugar, como testimonio del

    esfuerzo por resistir esta disolucin de la evidencia de la experienciaala que nos conduce Scott, analizar(en los apartados II, III y IV) los recien-tes desarrollos de tericos realistas de la identidad, quienes, desde unaperspectiva pretendidamente pospositivista, recuperan para la experien-ciasu funcin privilegiada de base para justificar decisiones tericas encuanto a cmo concebir las categoras de identidad. Por experienciaen estos enfoques se entiende relatos de experienciay los realistas pre-

    tenden recuperar algn privilegio epistmico en ellos y derivar el com-promiso realista con la identidad. Como habrquedado en evidencia, elproblema en torno a cmo deberamos concebir la experiencia subjetiva

    y qupapel podrcumplir en la historizacin serel hilo conductor delpresente escrito, lo cual me conducira revisar crticamente la apelacinal privilegio epistmico y la pretensin realista de estas respuestas. Enlos apartados V y VI, ofreceruna extensa argumentacin a favor de laadopcin de una estrategia pragmatista antirrealista en la historiogra-fa dado que de ella se pueden derivar criterios (que llamarheursticos)

    de distincin entre malas y buenas representaciones de la identidad. Laevaluacin sugerida se desplegara travs de la promocin de reescritu-ras de la historia que en la garanta de estimular mayor investigacin,se constituyen en antdoto a versiones esencializantes de la identidad.

    I. Documentar la experiencia

    En el ya clsico artculo The Evidence of Experience(1991), la his-

    toriadora feminista y terica de la historia foucaultiana Joan W. Scott lan-zun desafo a las concepciones que sustentan las polticas de la identidad,de tal profundidad y agudeza, que llega incluso a cuestionar la razona-

    bilidad de sus reclamos y la eficacia de tal poltica. Su estrategia anal-tica y deconstructiva se puede describir en dos pasos: por un lado, mostrar

    la insostenibilidad de los presupuestos conceptuales y epistemolgicos quedan sustento e inspiracin a todos aquellos estudios emprendidos en res-puesta a reclamos de identidad. Por otro lado, mostrar cmo este esque-ma terico, concebido en principio para delatar sistemas de opresin e

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    4Vase Moya, P., en Moya y Hames Garca (2000).

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    inspirar polticas emancipatorias, puede volverse en contra y paradji-ca e incontrolablemente contribuir a perpetuar las condiciones de discri-

    minacin y opresin. Como se habrpodido apreciar por el ttulo del

    trabajo de Scott, la nocin a la que apuntsus dardos venenosos es la deexperienciay su supuestostatus de evidencia fundante de la teoriza-cin, con el objeto de advertirnos de los peligros de la naturalizacin yesencializacin de categoras ideolgicamente condicionadas que estruc-turan la experiencia del yo y del mundo.

    Documentar la experiencia de las identidades postergadas y repri-

    midas se ha convertido afortunadamente, reconoce Scott, en la agenda

    de las historiografas de la diferencia y de los sucesos traumticos recien-tes. El esfuerzo por hacer visible la experiencia de aqullos que se han

    visto coaccionados a ocultar su verdadera identidad sexual o que han sidodiscriminados o directamente perseguidos y hasta asesinados por cues-

    tiones de raza o religin, tuvo y tiene como resultado positivo la promo-cin de nuevas reas de investigacin historiogrfica con un indiscutiblevnculo social y poltico. Sin embargo, elencanto por escuchar estas expe-riencias silenciadas ha impuesto a la disciplina lmites de dudosa legi-timidad, pues, como seala Scott, involucra, an para aqullos quepromueven una historiografa antifundacionista, una vuelta a los fun-damentos: la experiencia es el fundamento reintroducido (1999, p. 65).5

    Si bien la historiografa pareciera proporcionarnos aquel relato que docu-menta el acceso a una dimensin previamente oculta de especial inte-rs, sin embargo, la propia nocin de experiencia,6 no tematizada ensu uso como piedra de toque de una realidad prediscursiva, se impone

    acrticamente como lmite y fundamento desde el cual juzgar diferentesinterpretaciones. Ahora bien, el proyecto de hacer visible una experien-

    cia que se supone anteriormente negada aunque guiada por un deseo defi-nido tiene, seala Scott, consecuencias epistemolgicas y polticasinadmisibles:

    1. supone un sujeto con una identidad ya constituida y una expe-

    riencia acorde aunque silenciada,

    2. reproduce las propias categoras cuestionadas de representacinmujer, negro, homosexual, heterosexual como unvocas yhomogneas, tratndolas como atributos esenciales de los indi-viduos,

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    5 Esta es una traduccin al castellano de una versin resumida del artculo de 1991.6 Como seala Shari Stone-Mediatore (1999), su inters reside en su supues-

    to doble carcter de aprehensin visual y visceral, sensorial y emocional.

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    3. obstruye la investigacin de las interrelaciones por las que dichascategoras llegan a ser hegemnicas.

    En un importante sentido, las historias de la diferencia en su res-puesta a los reclamos de dar voz a esas identidades y experiencias igno-

    radas plantearon un importante desafo a la historiografa tradicional,consistente en cuestionar interpretaciones existentes hechas sin la con-

    sideracin de gnero o ignorantes de la intervencin en los procesos his-tricos de ciertas minoras como sujetos histricos. Ejemplo de ello noses ofrecido por el cuestionamiento a las historiografas inmediatas a losprocesos de independencia en el continente americano, relatos que enfo-

    caban las revoluciones como fenmenos de construccin de la nacin, supo-

    niendo que la identidad nacional preceda a las acciones de ruptura conlas metrpolis coloniales. En todos estos casos, la introduccin de cate-goras de clase social, destacando los conflictos de clases, marcun cla-ro desafo y estimulla reescritura de la historia de las revoluciones deuna manera ms compleja. No obstante, no demoraron en evidenciarselas pretensiones tambin naturalizantes y ahistricas de categoras talescomo la de clase social, dando lugar a la introduccin de nuevas identi-dades. Los afroamericanos, los indgenas, las mujeres se legitimaron comoactores protagnicos en dichos procesos, estimulando una vez ms nue-

    vas reescrituras de los mismos.7

    Finalmente, estas nuevas historiogra-fas, escritas ya no en trminos de una gran narrativa unificada deprogreso y homogeneidad sino ms bien de historias fragmentarias queponen en duda la idea de una humanidad (por ms diversa que sea) avan-zando hacia un fin de reconciliacin, recayeron a su vez en la naturali-zacin y deshistorizacin de las categoras para las que reclamabanlegitimidad: la experiencia vivida de las mujeres es vista como algo queconduce directamente a resistir la opresin, al feminismo, se consideraque la posibilidad poltica descansa en una preexistente experiencia de

    las mujeres y se sigue de ella(Ibid., p. 73). El resultado perverso delregreso a la experiencia se instala en el crculo que se inicia con una estra-tegia antifundacionista y antiesencialista para retornar al fundacionis-

    mo de las experiencias silenciadas de sujetos postergados como

    transparentes y accesibles. Lo que es enmascarado por este abordaje es

    el carcter discursivo de la experiencia, pues se supone un mbito de larealidad fuera del discurso basado a su vez en la presuposicin de una cla-ra distincin entre experiencia y significado, la primera como portadora

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    7Vase Scott (1991) donde analiza crticamente el estudio de E. P. Thompsonsobre la experiencia en la historia de la conciencia de clase. (pp. 786-787).

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    del segundo. Desde este punto de vista, La evidencia de la experienciafunciona como un fundamento que brinda un punto de comienzo y una

    clase concluyente de explicacin ms allde la cual pocas cuestiones nece-

    sitan o pueden preguntarse.(Ibid., p. 75).sta es la situacin en la que se encontrScott en tanto protago-

    nista de la renovacin feminista en la historiografa y de la cual quiso esca-par. Como primera medida, entonces, preguntemos qu nocin deexperiencia de la marginacin o discriminacin es la que deberinterve-nir en la historizacin. Y, lo que llama inmediatamente mi atencin, es queaquello para lo que se reclama privilegiadamente legitimidad no es la expe-

    riencia desnuda sino el relatode la experiencia. Historias de experien-ciaes justamente una categora elevada por las feministas, de manera

    que, cuando se nos habla de los reclamos de voz a la historia tradicional,de lo que se trata es de atender a aquellas narrativas ms sutiles de expe-riencia marginal como para evidenciar su resistencia y desafo a los dis-cursos histricos hegemnicos. El reconocimiento por parte de lasfeministas de que aquello a lo que debemos prestar atencin son otros rela-tos, otras versiones, no deja de tener consecuencias; justamente ello le per-

    mite a Scott advertir que lo que tomamos por yoesque tienen experienciasestn construidos a travs de prcticas discursivas. De manera que los rela-tos de las personas marginalizadas no son inocentes. Tanto las narrativas

    personales como las historias producidas sobre ellas reinscriben los supues-tos acerca de identidades, diferencias y sujetos autnomos que subyacenen los discursos que se han instalado. El punto de Scott se hace agudo y

    recalcitrante al interpretar el relato autobiogrfico de Samuel Delany, TheMotion of Light in Water, publicado en 1988. Delany, un escritor gay negro

    de ciencia ficcin, narra su experiencia al asistir por primera vez en 1963a un sauna gay. El objetivo de su reporte, segn Scott, es documentar laexistencia, variedad y cantidad de esas instituciones ... y volver histri-co lo que haba sido hasta ahora ocultado de la historia.(Ibid., p. 61). La

    metfora de la visibilidad, de hacer visible lo sistemticamente oscure-cido, inunda todo el relato, expresando la creencia en una experienciavisual y visceral, en la que una identidad, su identidad gay, y un deseo,

    el deseo gay, sistemticamente omitidos en las historiografas dominan-tes, son expuestos o documentados para corregir la omisin. Para Delany,su relato testificaba una toma de conciencia de smismo, un recono-cimiento de su autntica identidad, una que siempre haba compartido(Ibid, p. 78). Segn Scott, en el relato de Delany, como en todos los rela-tos de experiencias marginales, se supone que la identidad slo necesi-ta ser develada para ser entendida, dejando las nociones de identidady experienciaal margen de toda investigacin y crtica.

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    Negndose a persistir en las metforas visuales de desocultamien-to para emprender la tarea de una historiografa alternativa, Scott ins-tara la adopcin de una tesis terica y una metodolgica. La primera

    invita a abordar la emergencia de una nueva identidad como un aconte-cimiento discursivo, rechazando por incomprensible la separacin entreexperienciay lenguaje, e insistir en la calidad productiva del discursoadopcin coherente con el reconocimiento de que aquello a lo que debe-mos atender son relatos de experiencia. Esta tesis no involucra, segn laautora, una nueva forma de determinismo lingstico ni despoja a los suje-tos de agencia (Ibid, p. 77). La propuesta metodolgica sugiere analizarel lenguaje proveyndose de los recursos literarios por ser ellos ms pro-clives a resaltar los procesos complejos contradictorios de la realidad social

    y poltica. Como resultado emprico concreto, Scott leerlos relatos de des-ocultamiento de identidades reprimidas como la sustitucin de una inter-pretacin por otra, hacindose cargo del carcter cambiante y contingentede las categoras de identidad. (Ibid, p. 79). En consecuencia, aceptadoel desafo de Scott, surgen tres dificultades:

    1. En la deconstruccin por parte del posmodernismo de las cate-goras de experiencia e identidad, se puede percibir un efec-to perverso: durante la hegemona occidental se sostuvo una

    nocin poderosa de individuo, persona, sujeto, experiencia per-sonal, etc., sin embargo, en cuanto diversos grupos margina-les adquieren legitimidad poltica de su identidad (mujeres,gays, minoras tnicas, etc.), la reaccin de los acadmicosinformados de los lmites de la representacin disuelve lasidentidades reclamadas alstatus de ficcin, haciendo eviden-te con mxima intensidad los peligros polticos de la discusin(Rosenau, P., 1992).

    2. Para cualquiera que se ocupe de los reclamos de identidad,

    sean acadmicos o activistas sociales y polticos, existe el pro-blema de asumir la representacin de otros o hablar por otros,haciendo explcito el doble carcter de la representacin his-trica: su pretensin descriptiva y su pretensin legitimado-ra (Moya, op. cit., p. 20).

    3. Debe quedar un espacio para detectar el error, esto es, alguna

    manera de distinguir malas y buenas representaciones de la

    identidad de aqullos que han sido o siguen siendo vctimas dela marginalizacin y postergacin, pero evitando apelar a lasmetforas visuales de distorsin u ocultamiento de una experien-cia prediscursiva y fundante.

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    Veamos algunas tentativas de responder a los interrogantes legados.

    II. Recobrar el privilegio epistmico

    Como se podradivinar, las reacciones en contra no demoraron suarribo, generando mltiples intentos de responder al desafo de Scott yrecuperar de una manera renovada las polticas de la identidad (primerproblema que nos legScott). Se destacan entre ellos el programa realis-ta pospositivista de Satya Mohanty (1997) cuyo objetivo primordial serofrecer una consideracin alternativa de la nocin de experiencia subje-tiva, antiesencialista (de allpospositivista) sin deslizarse a la disolucin

    deconstructiva del posmodernismo (de allrealista).8 Para apreciar su pro-puesta retomaremos con cierto detenimiento la relectura que Mohanty

    efecta de las reflexiones de Naomi Scheman acerca del relato de Aliceen su ingreso a un grupo de concientizacin feminista. 9 En el medio segu-ro proporcionado por otras mujeres como ella, Alice aprende a reconocer

    que su depresin y culpa, aunque sinceramente sentidas, pueden no serlegtimas, sino encubridoras de otros sentimientoscomo la angustialegtimos y justificables en su particular situacin. El inters de Schemanen el relato de Alice reside en que le permite mostrar lo errado de aque-

    llas nociones tales como nuestra propia interioridad para concebir nues-tras emociones y sentimientos. Las emociones llegan a ser lo que son,

    segn la autora, a travs de la mediacin del medio ambiente social y emo-cional que grupos de concientizacin proporcionan. Scheman en particu-lar no extrae aquuna lectura realista, no se trata de traer a la superficiealgo que Alice saba y senta desde siempre. Por su parte, Mohanty acom-paa a Scheman hasta aqu, gracias a su participacin en el grupo Ali-ce ahora llega a experimentar angustia o reinterpretar sus viejos

    sentimientos, no obstante cree poder derivar una concepcin realista de

    este proceso. Si bien se cuida de caer en la ingenuidad de suponer quenuestras experiencias y emociones tienen significados autoevidentes,admitiendo que son ...en parte cuestiones tericas y que nuestro accesoa nuestros ms remotos sentimientos es dependiente de narrativas socia-les, paradigmas y an ideologas(p. 208), hay ciertas redescripciones que

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    8 Esta estrategia ha sido bien recibida por los filsofos John Zammitto y WilliamWilkerson, y ha sido continuada en el plano terico y en un desarrollo emprico por Pau-la Moya y Hames Garca. (Moya y Hames Garca, op. cit.).

    9 El relato de Alice aparece en Scheman, N. (1980) citado por Mohanty (1997),

    p. 206.

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    permiten, segn Mohanty, explicar adecuada y verdaderamentecomo teo-ra social, moral y psicolgicalos rasgos constituyentes de la situacinde Alice, de su yo y de sus necesidades. En conclusin, El descubrimien-

    to de la angustia puede ocurrir no por concentrarse en los propios sentimien-tos sino de una redescripcin poltica de su propia situacin(Ibid.), perogracias a esta redescripcin en trminos de angustia, subraya, Alice adquie-re un saber, su angustia es un prisma terico a travs del cual verse a smisma y a su mundo correctamente.

    Para Mohanty, entonces, los reclamos de legitimidad de la identi-

    dad poltica no necesitan adoptar ni una posicin esencialista o individua-lista de la experiencia personal ni una totalmente escptica, reducindolaa fabricacin o mistificacin radical. Dado que su estrategia para escapar

    de esta, segn l, falsa disyuntiva, consistien asumir el carcter teri-camente cargado de toda experiencia, pero asimilando carga tericaacomponente cognitivo, podemos ahora reconocer en la experiencia de lossujetos un componente cognitivo y por tanto evaluable en trminos de ver-dad o falsedad. Ahora bien, cmo discriminamos las malas de las buenasrepresentaciones de la identidad? tercer problema de Scott. La respues-ta la encuentra Mohanty en la posibilidad de que la experiencia individual

    sea comprendida en trminos de la identidad cultural de la persona y, asu vez, dicha identidad cultural expresada en trminos de su ubicacin

    social objetiva (p. 216). Es la revelacin de su locacin social el criterio parapreferir ciertas representaciones en lugar de otras. Cmo legitimar larepresentacin de los otros, los postergados? segundo problema legadopor Scott. Son ellos, segn Mohanty, quienes nos guiarn hacia ese objeti-vo. Retomemos el argumento. Asumiendo la carga terica de la experien-cia, el autor justifica su inscripcin en el pospositivismo (emprendiendo deuna manera renovada la demanda de las polticas de la identidad primerproblema de Scottsin sus consecuencias esencializantes), comprometin-dose con la discriminacin entre interpretaciones verdaderas o falsas de la

    experiencia, entendemos su inscripcin en el realismo. Desde esta perspec-tiva entonces, historiadores y tericos sociales deberan recuperar de mane-ra privilegiada las experiencias marginalizadas, es decir, aquellos tiposde experiencia que son y han sido sistemticamente oscurecidos u omiti-dos en las representaciones culturalmente dominantes.10

    Debemos reconocer que Mohanty se ha hecho cargo del desafo deScott al tematizar la experiencia y asumir su dimensin terica; sin

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    10 La salida es promover una teora causal de la referencia que, supuestamen-te, permitirconservar su carcter fundacional al tiempo que da respuesta a las deman-das polticas de la marginacin (Mohanty (1997), pp. 66-72).

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    embargo, partiendo de aquefecta dos saltos no justificados: el salto alrealismo y el salto al privilegio epistmico, como si adems se reforzaranel uno al otro. De la teora avanza al compromiso con la realidad de las

    entidades postuladas por ella y de aqual privilegio epistmico de la expe-riencia que nos revela estas locaciones. Justamente, al caracterizar la

    experiencia individual en trminos de la locacin social real expresadaen su identidad, el oprimido puede detentar un privilegio epistmico. Pre-viendo crticas antifundacionistas, Mohanty advierte que la nocin de pri-vilegio epistmico no significa que el oprimido acceda de maneraprivilegiada a la experiencia propia, dado que, como reconoce el autor, su

    experiencia puede ser tanto fuente de conocimiento como de mistificacinsocial acerca de las condiciones de su opresin. No obstante, la experien-

    cia interpretada correctamentepuede develar las fuentes de misti-ficacin. En otras palabras, la experiencia si bien no es fundamentoautoevidente, an asprovee el material bruto con el que construir su iden-tidad (su locacin social objetiva) y avanzar a su liberacin. (Ibid., p. 204).Por qu? Porque al otorgar ese privilegio al oprimido, al Otro, se abrela posibilidad de que la propia perspectiva epistmica, es decir, la de laAcademia a la que Mohanty pertenece, advierta su parcialidad potencial,

    formada tambin por su ubicacin social y necesite ser ella misma com-prendida y revisada.

    Si bien la consideracin cognitiva de la experiencia y el reconoci-miento de su revisabilidad significa un avance frente al esencialismo, lapretensin de otorgar privilegio epistmico es inconducente. En primerlugar, al reconocer la carga terica de la experiencia, la despojamos de surol fundacional, los conflictos tericos no pueden apelar a dicha experien-cia para su resolucin. En segundo lugar, tampoco se sostiene que el des-cubrimiento de la contingencia y revisabilidad del punto de vista propio

    depende de que se le otorgue el privilegio epistmico al oprimido, pues elpropio oprimido puede necesitar del punto de vista de otro (incluso el aca-

    dmico) para reinterpretar su propia experiencia en trminos de discri-minacin, postergacin u opresin. De hecho, Mohanty mismo hareconocido la necesidad para las personas oprimidas de participar en movi-

    mientos polticos especficos pues en el intercambio con sus pares mili-tantemente informados reinterpretan su experiencia en trminos deopresin o discriminacin slo despus de su encuentro crucial con lasfeministas, Alice pudo percibir sus sentimientos de angustia en trminosde los efectos de la discriminacin machista. En definitiva, Mohanty nosconfunde al utilizar la nocin de privilegio epistmico, nocin que sugie-re la adopcin del punto de vista desde el que accederemos a la represen-tacin adecuada, verdadera u objetiva de una situacin. No obstante, lo

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    que l logra efectivamente mostrar es la urgencia y necesidad de preo-cuparnos por la situacin del oprimido y consecuentemente que esteencuentro nos haga revisar nuestras propias creencias simplemente por

    el hecho de descubrir que otros piensan distinto. En un caso se trata slode un privilegio o reconocimiento de tipo poltico y en el otro de una moti-vacin heurstica, pero en ninguno de legitimidad epistmica, esto es, dellugar de origen y base para discriminar la interpretacin adecuada.

    Una ilustracin posterior de la inconsecuencia de la estrategia rea-lista nos la provee Paula Moya quien, siguiendo a Mohanty retoma la idea

    de privilegio epistmico. EnLearning from Experience (2002), la auto-ra especifica dos advertencias acerca de esta nocin. La primera indica quepor privilegio epistmico slo debemos atender a la especial ventaja de obte-

    ner o poseer conocimiento acerca de lo social. La segunda sostiene que eseprivilegio proviene del reconocimiento por parte de los oprimidos de que

    su experiencia les puede proporcionar la informacin que todos necesita-mos para comprender cmo las desigualdades operan para desplegar reg-menes de poder existentes (pp. 38-40). Si nos atenemos a su primera

    advertencia, no nos queda otra alternativa que acordar plenamente con

    Paula Moya en que promover la ignorancia de los oprimidos no puede con-

    tribuir a ningn proyecto emancipatorio. En cambio, si suscribimos lasegundala que seala que es la propia experiencia la que otorga la infor-

    macin relevantenuestra conclusin inevitablemente nos llevara vercmo la tesis de Moya resulta autoderrotante. Esto es, si apreciar el valorepistmico de la experiencia propia no es otra cosa que la adscripcin a unalectura, interpretacin o teora acerca de la situacin en la que se est, poroposicin a posibles lecturas que legitimen la vigencia del sistema, no seestafirmando otra cosa que el hecho de que no cualquier adscripcin te-rica evidenciarlo informativo de la experiencia. Pero ste serun privi-legio epistmico entrecomillado para evitar lecturas esencialistas, de estemodo Moya se expone a las mismas crticas que presentamos a Mohanty.

    El carcter entrecomillado de su consideracin se hace ms mani-fiesto en su nocin de experiencia. Por experiencia, Moya estipulaentender nuestras interpretaciones tericas de los eventos (p. 38) ines-capablemente condicionadas por la ideologa y las teoras, no obstante,su argumentacin, advierte, se dirigia destacar que laexperienciaen su forma mediada contiene un compromiso epistmico a travs delcual podemos ganar acceso al conocimiento del mundo(p. 38, subra-yado mo). Nuevamente, Paula Moya entrecomilla la nocin de experien-cia para evitar lecturas esencialistas encubriendo el hecho de que lo que

    esten conflicto son diversas teoras o versiones sin ninguna experien-cia aterica que pueda ser criterio puramente cognitivo de decisin.

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    En este punto, me vuelvo a interrogar por quMoya y Mohanty sos-tienen una teora realista y pospositivista de la identidad. Postpositivistapor su entrecomillamiento de la experiencia. Ahora bien, la prescindibili-

    dad de los compromisos realistas, una vez eludido el esencialismo, se hacems patente en la pretensin de Paula Moya de no abandonar los criteriosde verdady objetividada la hora de considerar su propia identidad comoChicana en lugar deMexican American oHispana oEstadounidense. Chi-canaes ms verdadera (sic), segn ella, porque es una categora polticaa diferencia de, por ejemplo, la claramente descriptiva deMexican Ameri-

    can, en la medida en que sta ltima refiere a personas con herencia meji-cana nacidas en USAy con nacionalidad estadounidense. (p. 42) Chicana,

    por el contrario, evidencia un reconocimiento de su posicin desventajosa

    en una sociedad desigual al tiempo que expresa su compromiso en la luchapor cambiar dicho sistema. Ahora bien, qupuede querer decir en este con-texto ms objetivoo ms verdadero? Si, en el caso de su consideracinde la experiencia, su argumento era autoderrotante, en el caso de la iden-

    tidad, su explicacin es circular, pues supone que lo que la hace ms ver-dadera u objetiva es la adscripcin de dicha identidad a una teora socialespecfica. Esto es, siguiendo a Mohanty, es la teora para la que nuestromundo estconstitutivamente definido por relaciones de dominacin (p. 43)la que hace su identidad en tanto Chicana especialmente ms verdadera.

    Slo gracias a dicha teora de los fenmenos sociales es que posibilitamosla especial autodescripcin de la identidad Chicana en la que Paula Moyase reconoce. En suma, la relacin entre teora, identidad y experiencia esta tal punto conceptualmente entretejida que determinadas adopciones te-ricas de lo social promocionan determinadas teoras de la identidad y deter-minadas teoras de la experiencia.

    En conclusin, al aceptar la carga terica de la experiencia,Mohanty y Moya se han privado de apelar a esta misma experiencia te-ricamente informada para ser base de decisin entre interpretaciones te-

    ricas en competencia. Resultarpertinente, en este punto, detenernos enuno de los seguidores de Mohanty, quien previendo en cierto sentido estaobjecin, indaga en alguna va que nos permita hablar, evitando el esen-cialismo y la mitificacin, de experiencia prediscursiva.

    III. Transformarme en lo que soy

    En Hay algo que quieras contarme? Coming out y la ambige-dad de la experiencia, William Wilkerson (2000) abogarpor recuperarlas historias de experiencia marginalizadas, en especial, se concentrar

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    en la cuestin de cmo dar una consideracin no esencialista de aquellosrelatos en primera persona de descubrimiento(coming out) de la expe-riencia del deseo del mismo sexo y la adopcin de una identidad gay/ls-

    bica. (p. 252). De este modo, enfrentarel punto tal vez ms recalcitrantede Scott con su sugerencia de leerlos como sustitucin de interpretacio-nes, rechazando por incompresible su apropiacin como documentacionesdel proceso de hacer visible una experiencia y un deseo silenciados. Wil-

    kerson propone ampliar el realismo pospositivista de Satya Mohanty con

    las reflexiones de Maurice Merleau Ponty con el objeto de delimitar unadimensin no discursiva de la experiencia, de modo de discriminar cier-tas interpretaciones de ella como ms o menos agudas y ciertas compren-siones de la identidad como ms o menos agudas de acuerdo con esas

    interpretaciones de la experiencia. Gracias a Mohanty, segn Wilkerson,podemos leer los relatos de coming outcomo reinterpretacin de expe-riencias homoerticas, antes pensadas como prohibidas y ahora como leg-timas y positivas. Este cambio de valoracin y autocomprensininvolucra cambios del carcter mismo de la experiencia que haba moti-vado ese descubrimiento. En los relatos de coming out, la experienciaes tanto descubierta como construida, por lo cual asistimos a una trans-

    formacin en lugar de sustitucin de interpretaciones. De este modo, seexplica por questa transformacin admite juicios de verdad o falsedad.

    Wilkerson previene una objecin: si la experiencia cambia en rela-cin con la nueva identidad, en qusentido es ella una interpretacinaguda de las experiencias previas? Una respuesta positiva se la propor-

    cionan aquellas ocasiones en que alguien decide revelara sus amigossu verdaderaidentidad (gay en su caso) para enterarse de que para ellosno se trata de ninguna novedad, suscitando cuestiones en torno al auto-

    conocimiento y la propia experiencia corporal (p. 253). Reconocer la con-

    tribucin ajena en el logro de la interpretacin adecuada de la propiaexperiencia e identidad separa sin duda al realismo pospositivista del

    esencialismo. No obstante, con este avance nos aleja tambin de la posi-bilidad de sostener coherentemente alguna nocin interesante de privi-legio epistmico y experiencia prediscursiva. Veamos por qu. Siguiendoa Merleau Ponty, Wilkerson subraya la relacin entre la autocomprensinde uno, su propia posicin social y las teoras disponibles acerca de la socie-dad. De este modo, aunque la experiencia estmediada por las activida-des cotidianas y constituida por fuerzas sociales, la misma, segn el autor,sigue proporcionando una fuente de conocimiento sobre la identidad (p.

    257). Ahora bien, al conferir a ciertos factores su carcter de fuente deconocimiento, no necesitamos tambin conferirle un rol fundacional.Fuentepuede adems significar recurso, elemento que contribuye, pero

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    cuya legitimidad en su contribucin puede ser a su vez problematizada.Justamente, lo que hace interesante el relato del propio Wilkerson acer-

    ca de la participacin de los otros en el descubrimientode su identidad

    gay, no proviene de hablarnos de interpretaciones ms agudas de unaexperiencia previa sino (y seguramente muy bien visto por Scott) por ser

    relatos, discursos o interpretaciones polticamente legitimantes de su par-ticipacin en una nueva forma de vida.

    En su intento por ofrecer argumentos a favor de la posibilidad de dis-

    criminar cognitivamente entre interpretaciones ms agudas de la experien-cia y, de este modo, comparar a la persona antes y despus de descubrirsu nueva identidad, Wilkerson conduce su aproximacin fenomenolgicaa la adopcin del realismo. Nuestro mejor test de la agudeza de una inter-

    pretacin de la experiencia, sostiene, reside en proporcionarnos la compren-sin ms provechosa y duradera de la propia identidad (p. 264), en otraspalabras, si contina dando explicaciones agudas de futuras experiencias.11

    Slo con un compromiso realista con la experiencia previa puede, segn Wil-kerson, afirmarse que la persona viva en el error por causa de la hegemo-na, en nuestra sociedad, de las teoras homofbicas acerca de las personasy de la sexualidad (p. 267). Pero la apelacin a la coherencia y continuidadde la experiencia no es justamente la base para un argumento tpicamen-te realista, como veremos en los pargrafos finales, y la conclusin valora-

    tiva de error y postergacin es poltica, no proviene de la experiencia sinodel modelo terico de la sociedad crtico alternativo propuesto para inter-pretar y constituir la experiencia.

    Wilkerson insiste en retomar la pregunta de si hay experiencia pre-

    discursiva esperando interpretacin. Tiene sentido la pregunta? No secuela la distincin entre relatos de experiencia y discursos acadmicos?Veamos un ltimo intento de acceder a una distincin semejante.

    IV. Aprender de la experiencia?

    El ejemplo ms claro de la indecisin en la respuesta al desafo deScott, acerca de si se recobra la experiencia o los relatos de experiencia, lo

    encontramos en Shari Stone-Mediatore, Chandra Mohanty y la revalori-zacin de la experiencia. Por un lado, la autora reconoce los mritos de

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    11 Coming out no es ni reconocimiento autoevidente, ni la esencia inmutable,ni una reinterpretacin fragmentada de uno, sino el reconocimiento simultneo de laidentidad, el reconocimiento simultneo y reordenamiento de las experiencias junto conlas lneas de nueva identidad simultneamente descubiertas y construidas(p. 268).

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    Scott en su tematizacin del lenguaje como un campo en el que se negociansignificados, atendiendo a metforas, oposiciones y exclusiones por las quelas representaciones de la experiencia obtienen significado (para los suje-

    tos que experimentan y para quienes teorizan) y por lo que ciertas cosashan llegado a ser tomadas como experiencia y no otras (p. 92). No obstan-

    te, Stone-Mediatore advierte que, si abandonamos las historias de experien-

    cia marginalizada por conllevar prejuicios positivistas, despojamos a las

    lderes del poder de ofrecer perspectivas crticas acerca de su mundo a tra-vs de la narracin de sus experiencias. Es decir, su preocupacin resideen legitimar una crtica a los discursos hegemnicos e instalar una narra-cin alternativa de este modo, respondera a los tres problemas legadospor Scott: recuperar la identidad, legitimar la representacin y eliminar las

    malas representaciones. Su argumentacin nos insta a recuperar algunanocin de subjetividad y experiencia prediscursiva.

    Segn Stone-Mediatore, al no distinguir experiencia de discurso,Scott no puede explicar los recursos para la creacin ni las motivacionespara emplear discursos de oposicin, nos dejara, en definitiva, sin legi-timidad para releer experiencias, primero porque oscurece el papel quetiene la experiencia subjetiva en la motivacin y su intervencin forma-dora de prcticas de representacin (Ibid.) y segundo, la experiencia dia-ria estno slo delineada por el discurso hegemnico sino que tambin

    contiene elementos de resistencia a dichos discursos, elementos que, cuan-do estn estratgicamente narrados, desafan a las ideologas que natu-ralizan organizaciones sociales e identidades. Tal nocin de experienciacomo recurso para la confrontacin y renarracin de las fuerzas com-plejas que constituyen la experiencia, permitira indagar tensiones expe-rimentadas que motivan respuestas creativas (pp. 97-98).

    Por su parte, Stone-Mediatore snos dice por quhay que preferirlas narrativas de experiencia, porque, segn ella, se oponen al discursodominante. Pero no nos dice en qusentido (si es que tiene alguno) son pre-

    discursivas, ms bien, presupone aquello que hay que mostrar, la concep-tualizacin de la experiencia prediscursiva. Esto es, el reporte deexperienciasdiarias no delineadas por el discurso hegemnico no signi-fica que hayamos accedido a un mbito no discursivo, sino ms bien, a undiscurso de resistencia.12 En definitiva, la insistencia de Stone-Mediatore

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    12 Giddens ha introducido una interesante distincin para describir el conoci-miento de los actores acerca de su realidad entre conciencia discursiva (que involucra

    conocimiento y deliberacin) y conciencia prctica (para describir la cognoscibilidad tci-ta de las condiciones de su actuar). Este ltimo sentido nos permite hacer referenciaa un conocimiento preterico.

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    en que sin una nocin de existencia subjetiva distinta de las representa-ciones de la existencia subjetiva se deslegitima el reclamo de identidad no

    dilucida en quconsiste esa experiencia, por el contrario, su caracteriza-

    cin retoma la jerga de relatos de experiencia. Justamente, el deslizamien-to al lenguaje se evidencia en su recuperacin del relato de Delany. Atravsde su relatose desafan principios bsicos del discurso sexual, esenciali-zaciones y la divisin entre su vida laboral y su vida sexual y de este modo,segn la autora, Delany llega a mostrarnos ...que la renarracin basadaen la experiencia de su historia no requiere de un completo autoconocimien-

    to o un anlisis social completo(p. 98); de este modo, Stone-Mediatore noha podido ir en contra de la identificacin de experiencia y discursividad,ni ha logrado efectivamente enfocar a una experiencia no discursiva resis-

    tiendo el discurso hegemnico. Lo que ha evidenciado la autora no es otracosa que la confrontacin entre discursos en conflicto. Qutipo de expe-riencia, entonces, es la que toma como base? Si reconoce en la lucha un papel

    activo a la narracin, entonces no ha desafiado la crtica epistmica de Scotten cuanto a una supuesta evidencia de la experiencia. Apoyando mi crti-ca, hacia el final de su trabajo nos convoca a leer textos como el de Delany...como respuesta creativa a tensiones globalmente ubicadas y experimen-tadas, no lo enfrentamos ni como representacin ni como ficcin, sino invi-tacin a reconsiderar el mundo histrico desde la perspectiva de esa

    narrativa(p. 105). Nuevamente, estas reconsideraciones son narrativasy por tanto discursivas, con lo cual no nos hemos alejado de Scott.Para concluir y en respuesta a la pregunta del ttulo del aparta-

    do, Stone-Mediatore nos ha recomendado aprender de la experiencia ode los relatos de la experiencia? Lamentablemente, debo decir que la auto-

    ra no ha tenido el valor de sostener que si bien hay prcticas discursivashegemnicas, puede haber prcticas discursivas que escapen a ellas cons-tituidas en la interaccin cotidiana ms pequea y que tengan un poten-cial subversivo sin necesidad de presuponer una experiencia no mediada

    lingsticamente. Como espero que sea apreciado, mi intencin en el pre-sente trabajo no se dirige a ofrecer un argumento escptico en contra dela experiencia prediscursiva, sino a advertir de la imposibilidad de des-

    cansar en tal experiencia para decidir acerca de la objetividad de la acep-

    tacin de un relato y el rechazo de otro.

    V. La mirada de los otros

    En mi recorrido por las reflexiones en torno a la nocin de expe-riencia y su lugar en la teorizacin social, he partido, por un lado, de la

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    aceptacin de dos requisitos: 1) la agenda poltica de las denuncias de pos-tergacin y 2) la necesidad de establecer criterios para discriminar entreinterpretaciones que respondan a esa agenda. Pero he rechazado, por otra

    parte, los argumentos que suponen que 1 y 2 requieren una aproxima-cin realista basada en una experiencia privilegiada, con todos los sofis-ticados atenuantes sugeridos por los diversos autores analizados. Como

    habrquedado claro de mi exposicin, no hay modo de justificar epist-micamente la atencin privilegiada a la experiencia de los postergados,lo cual no descarta que no podamos, en el curso de la indagacin hist-rica, valorarlas preferencialmente en trminos heursticos y polticos.

    Mi primera razn para el rechazo del privilegio epistmico provie-ne de tomarme en serio y conjuntamente la agenda poltica y el desafo de

    Scott. Cualquier aproximacin terica a adoptar debe evitar el peligro dereproducir aquello que se quiere evitar: las condiciones que favorecen la

    postergacin. En este sentido, si bien valoro positivamente el esfuerzo deWilkerson por encontrar dimensiones ajenas al discurso hegemnico y conun potencial de resistencia, el inters de cualquier investigador por encon-trar estos focos rebeldes no debe soslayar su irreductibilidad a lo puramen-

    te subjetivo y vivencial. Al respecto, la distincin giddensiana entreconciencia discursiva (aquella que se aparece clara) y conciencia prctica(aquella que hace referencia al conocimiento tcito que los actores tienen

    de su vida) resulta heursticamente superior para orientar la deteccin deprcticas que no reproducen pasivamente las condiciones sociales, pero queaun cuando opongan resistencia y expresen indicios de disconformidad pue-

    den igualmente contribuir a su perpetuacin.13 En otras palabras, si bienestas prcticas rebeldes se nos imponen como demandas a tener en cuen-ta, no exigen otorgarles el privilegio epistmico en cuanto a su situacin.Es ms, podemos afirmar que, a pesar de los impulsos progresistas deMohanty, Moya, Wilkerson y Stone-Mediatore, atribuir experiencias pri-

    vilegiadas resultarretrgrado e incluso de un tinte prepositivista para

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    13 Especficamente, Giddens, Bhaskar y Habermas (entre otros) han retoma-do el ideal de una ciencia social terica que vaya ms allde las propias concepcionesde los actores. Al respecto, recordemos la investigacin de Willis del comportamientorebelde en las escuelas (analizada detalladamente por Giddens como aplicacin emp-rica de su teora de la estructuracin). El estudio revelaba el conocimiento (pretori-co) por parte de los chicosen sus burlas y gastesa los maestros, acerca de las casinulas oportunidades que tenan de mejorar su situacin social, conseguir mejores emple-os, por el hecho de haber accedido a la educacin. Los nios sabenque su futuro esla fbrica al igual que sus padres. Pero, al rebelarse a la disciplina escolar, los niosreproducen las condiciones que los catapultan en el sistema productivo. En definitiva,

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    cualquier estrategia cientfica, pues aquello que aceptemos como base paranuestras decisiones tericas14 debera ser compartidopor todos los queparticipan del contexto en el que se aborda el problema, de ningn modo,

    puede limitarse a la adecuacin con la experiencia prediscursiva de un indi-viduo o grupo.

    Mi segunda razn me la proporcionan desarrollos de la nueva filo-sofa de las ciencias, especficamente las reflexiones de Bas van Fraassen(1996), y se dirige a mostrar la inconsecuencia de derivar compromisos

    realistas a partir de una apropiacin optimista de la adecuacin con laexperiencia. Para apreciar mi argumento, recordemos, una vez ms, elesfuerzo de Wilkerson para ofrecer argumentos a favor de la posibilidad

    de discriminar cognitivamente entre interpretaciones ms agudas de la

    experiencia. Emprendiendo una asociacin entre la fenomenologa y el rea-lismo, cree ahora poder comparar a la persona antes y despus de des-cubrirsu nueva identidad. Esto es, debemos apropiarnos de aquellasinterpretaciones de nuestra experiencia que contribuyan a una compren-

    sin duradera de nuestra identidad y persistan en dar cuenta de futurasexperiencias. Sin embargo, la apelacin a la coherencia y continuidad dela experiencia no son condiciones suficientes para el realismo. La cohe-rencia y continuidad de la experiencia, la adecuacin emprica, el salvarlos fenmenos o el xito predictivo, han sido sistemticamente relevados

    como criterios para la aceptacin de teoras y el rechazo de otras, no obs-tante, aceptar una teora por su agudeza emprica no implica ni licenciaa comprometernos con la verdad realista de sus hiptesis. sta es, en tr-minos generales, la cuestin que plantea van Fraassen: una vez que unateora ha mostrado xito predictivo, xito que nos lleva a aceptar la teo-ra, qurazn extra agregara para nuestra aceptacin el compromisorealista? En rigor de verdad, ninguna; ms an, slo estamos legitima-dos a introducir cualquier nueva hiptesis o categora si contribuye a deri-var nuevas consecuencias empricas (1996, pp. 53-54). Hay tres

    observaciones a la nocin de adecuacin emprica y su rechazo del rea-

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    ANLISIS FILOSFICO XXV N2 (noviembre 2005)

    sus manifestaciones de resistencia al sistema contribuyen a su reproduccin. No obs-tante, reconocer a los actores como agentes cognoscentes, las limitaciones de su cono-

    cimiento y la necesidad de la teora social, la cuestin pendiente es si este ir ms allinvolucra un compromiso realista. Como ha sugerido van Fraassen, parece que no hace

    falta, esto es no hara falta un compromiso realista con la teora de la estructuracinde Giddens para mostrar su eficacia en su aplicacin emprica al caso estudiado porWillis.

    14 Sea la base emprica Popper, la evidencia histrica documentos, rui-nas y monumentos (Collingwood)las construcciones de primer grado Schtz.

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    lismo por parte de van Fraassen que nos permitirn apreciar la pertinen-cia de sus reflexiones para nuestro tema. En primer lugar, su considera-cin contextual de adecuacin emprica, si bien en el caso de las ciencias

    naturales la nocin relevante es la de observabilidad. Al respecto, vanFraassen no adopta una concepcin esencialista o en trminos absolutossino como observable en funcin de la comunidad epistemolgica, es obser-vable significa observable para nosotros, revisable segn los ltimos des-arrollos de la propia ciencia (la biologa, la psicologa) mostrando sucarcter revisable (pp. 30-36). En segundo lugar, van Fraassen ha carac-terizado de modo dinmico la adecuacin emprica, esto es, como el com-promiso a involucrarse en cierto programa de investigacin ms que enla constatacin puntual de alguna consecuencia exitosa, esto es, compro-

    meternos a usar los recursos conceptuales de la teora para enfrentar cual-quier fenmeno futuro (p. 29). Estas dos observaciones de van Fraassenpermiten apropiarnos del desafo de Scott y de la agenda poltica de laidentidad, dado que lo que sea la experiencia en las indagaciones huma-

    nas es algo revisable. Todava ms, si llegramos a adoptar alguna nocinde adecuacin con la experiencia de la postergacin, la nocin alcanza-da debera ser consensuable contextualmente, y las razones que contri-buyan al consenso en el contexto de la prctica historiogrfica pueden serpolticas (atender los reclamos de voz) y heursticas (promover nuevas vas

    de investigacin).15

    Por ltimo, hay una tercera observacin sugerida por van Fraassen,de especial relevancia para la historiografa, concretamente, en relacincon el hecho frecuentemente sealado de que las grandes controversiashistoriogrficas son irresolubles en trminos de su conformidad con la evi-dencia. Dado que las interpretaciones histricas contienen dimensionesestticas y polticas ineliminables e irreductibles a trminos de experien-cia, aislar un mbito supuestamente prediscursivo no sera de gran ayu-da para dirimir conflictos interpretativos. En las ciencias naturales,

    advierte van Fraassen, es posible encontrarnos con teoras empricamen-te equivalentes la adecuacin emprica no bastarpara resolver unadecisin terica, es por ello que deberemos apelar a criterios pragm-ticos. Ahora bien, la apelacin a la dimensin pragmtica de la acepta-cin no es un desacuerdo entre realistas y antirrealistas, reconoce vanFraassen, pero le permite sugerir que en la medida en que la equivalen-

    cia emprica empuja a los criterios pragmticos evidencia la inutilidad delplus realista para la decisin terica (cap. 1). En el caso de la historia y

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    ANLISIS FILOSFICO XXV N2 (noviembre 2005)

    15 La nocin de evaluacin heursticala he tomado de Nickles (1989) y la heaplicado en Tozzi (2005).

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    las humanidades, el equivalente de la adecuacin emprica puede venirdado por la conformidad con la evidencia o con la experiencia colectiva

    de la historicidad.16 En cualquier caso, en el mbito de la historiografa,

    lo considerado evidencia o experiencia es tambin algo a producir e inves-tigar, no es reducible a lo dado. En definitiva, el hecho de que lo consi-derado experiencia o evidencia es revisable y el hecho de que anacordando este punto no basta para dirimir nuestras controversias his-

    toriogrficas, frente a casos de equivalencia emprica deberemos apelarpragmticamente a otros criterios polticos y estticos. Por todo ello, esta-mos entonces obligados a discutir cules son los fines de la investigacinhistoriogrfica y de la historizacin para las polticas de la identidad. Enconclusin, si bien estas sugerencias argumentales de van Fraassen no

    promueven una respuesta definitiva a los problemas planteados, al menosnos permiten apreciar hacia dnde se diriga la crtica de Scott a la evi-dencia de la experiencia.

    Mi tercera razn para el rechazo de estrategias de investigacin queapelan al privilegio epistmico de los postergados deriva de las anterio-res. Se trata de sealar la predileccin por aquellas estrategias tericasde carcter dialgicoque confluyen en la constitucin de la experien-cia y la identidad polticas; y la historiografaes una contribucin a dichaconstitucin. El procedimiento nos viene sugerido por aquella rea de

    investigacin historiogrfica que ms ha promovido el retorno del privi-legio epistmico de la experiencia subjetiva y por ello estms adverti-da contra sus efectos, me refiero a la historiografa de los sucesostraumticos recientes. Como seala Cathy Caruth (1996), en su defini-cin ms general, el trauma describe una experiencia demoledora de acon-tecimientos catastrficos en los que la respuesta al acontecimiento ocurrea menudo en forma demorada. Ahora bien, seala Caruth, en elencuentro con el trauma asumimos la posibilidad de una historia que no

    sea directamente referencial, suscitada justamente donde la comprensin

    inmediata no es posible, pues el suceso horroroso no es completamentepercibido mientras ocurre. Un relato serun relato de una experienciatraumtica o si se nos permite la extensinun relato de la posterga-cin, si puede ser escrito slo en la inaccesibilidad de su ocurrencia (p. 18).El punto de Caruth que quiero rescatar es que en este tipo de historias

    se hace ms patente lo propio de la comprensin histrica, su carctersocial y contextual, ...dado que podemos decir que los acontecimientosson slo histricos al punto que ellos impliquen otros y, en el caso parti-

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    ANLISIS FILOSFICO XXV N2 (noviembre 2005)

    16 Tal como han considerado los tericos de la historia inspirados en la feno-menologa, por ejemplo, Ricoeur y Carr.

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    cular de las historias traumticas y de minoras postergadas, la historiadel sufrimiento de unos tambin ha sido el sufrimiento de los traumas deotros(p. 18).

    Justamente, en la medida en que hemos abandonado una conside-racin esencialista de la experiencia, que hemos adoptado una aproxima-cin pospositivista de la teorizacin social, debemos asumir que aquelloque sea la experiencia serinformado slo en el propio proceso de inves-tigacin cientfica sea histrica, sociolgica, biolgica o psicolgica. Sloas, concluyo, podremos aceptar que la interpretacin de la experienciapropia de la postergacin requiere el intercurso de los otros, que es unatarea revisable y contingente y para la cual no hay ningn privilegio cog-nitivo.

    VI. Reescritura de la experiencia, o

    por qudesconfiar del lenguaje?

    Como hemos visto a lo largo del trabajo, las reflexiones de Scott hab-an desestimado cualquier posibilidad de legitimar los relatos de desocul-

    tamiento y experiencias marginalizadas en trminos realistas y deprivilegio epistmico, mostrando que no podemos ms que constatar la sus-

    titucin de una interpretacin por otra. Los realistas pospositivistas hacenfrente al desafo, tratando de legitimar de una manera sofisticada estosrelatos en trminos de carga terica de la experiencia. Como he argumen-tado en el trabajo, estos intentos se han mostrado fracasados. No obstan-

    te, todos los estudiosos de la identidad (realistas o no) comparten la

    preocupacin por evitar que sus estrategias contribuyan a perpetuar aque-llas condiciones que pretenden desbancar. Mi propia contribucin al deba-te aconseja apartarse de dicotomas irresolubles, ficcin-esencia,realismo-antirrealismo, esto es, evitar llevar la cuestin al punto de estar

    obligados a tomar postura a favor o en contra de una realidad extralings-tica o una experiencia preterica como fundamento de nuestras decisio-nes lingsticas o tericas. Mi propuesta reside en profundizar en la funcinde estas constantes reescrituras de la experiencia y de las historias de la

    identidad. Estas reescrituras suceden efectivamente, queramos o no, en

    dos mbitos, aparentemente desconectados. Por un lado, en el presente tra-bajo hemos constatado la redescripcin de la experiencia individual en lavida de las personas, tal es el caso de Alice al ingresar a una nueva for-

    ma de vida: el movimiento feminista. Gracias a su participacin en un nue-vo juego de lenguaje, las narrativas feministas, Alice ahora experimenta

    angustia en lugar de culpa en su vida conyugal. Por otro lado, cualquie-

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    ra interesado en la historia de algn suceso o proceso pasado sabrqueello involucra familiarizarse con la historia de la historia de ese aconte-

    cimiento, es decir, la historiografa de cualquier suceso es la sucesin de

    nuevas reescrituras histricas del mismo. Dado entonces el hecho de quela participacin poltica conlleva la redescripcin de la experiencia de susmilitantes y la investigacin historiogrfica conlleva reescrituras de lossucesos del pasado, podramos adoptar una actitud positiva de las mismascomo para discriminar ciertas redescripciones como mejores que otras en

    lugar de limitarnos a constatar sucesivas sustituciones arbitrarias.

    Mi actitud es pragmtica, en el sentido de que atiendo a la prc-tica histrica concreta para constatar su carcter inevitablemente redes-criptivo. Las reescrituras histricas se hacen a partir de los recursos

    disponibles, esto es, historias acadmicas anteriores, historias no acad-micas de oposicin, relatos de experiencia que nos obligan a revisar losdiscursos recibidos. Mi valoracin es heurstica; en la medida que evita-mos adoptar narrativas que se arriesguen a perpetuar elstatus quo y esca-

    pamos de la ingenuidad del ideal de la versin definitiva de la historia,aconsejamos atender a las memorias locales, mininarrativas, etc. No se

    trata de elevar estos modos alternativos apelando a formas alternativas

    de concebir la verdad (como una verdad local en oposicin a la verdad uni-versal), sino como sugerencias de pensar las cosas de otro modo. Se tra-

    ta de estar atentos a la nunca agotada posibilidad de formas alternativasde narrar, describir o mirar. No se trata de otorgar privilegios epistmi-cos sino de abrirse a alternativas. Mi actitud pragmtica y mi valoracinheurstica promovern la reescritura de la historia como antdoto a losintentos de estabilizar versiones definitivas o privilegiadas de la identi-dad, pues promueve mayor investigacin, ms preguntas, ms problemasy hasta nuevas reescrituras de la historiografa de la identidad. Si el cri-terio es promover ms investigacin, en el sentido de dar lugar a ms pre-guntas, a nuevas miradas y nuevas reescrituras, entonces ya no hay lugar

    para miradas privilegiadas ni divisiones tajantes entre la voz acadmi-ca y la voz militante o del postergado, menos an pensar a los/as histo-riadores de la identidad como perteneciendo slo a la Academia y no a lacomunidad. Ello me permite en definitiva dar cuenta de lo que al princi-pio diagnostiqucomo el carcter aparentemente paradojal de la histo-riografa: demandada a historizar y cuestionada en sus historizacionesconcretas, demandas y cuestionamientos que motivan mayor investiga-

    cin y nuevas reescrituras.

    En conclusin, en el presente trabajo he analizado cmo cada con-sideracin intenta responder ms eficazmente a demandas de legitimi-

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    dad de identidades marginalizadas. Como he sealado, los reclamos quemotivan las polticas de identidad plantean una agenda presente para lahistoriografa y los estudios sociales, exigiendo un intercambio dialgi-

    co con los sujetos de experiencia: no slo de respuesta poltica sino de revi-sin de los presupuestos epistemolgicos que las fundan. En este sentido,

    son requisitos obligatorios para cualquier teorizacin que asuma dichaagenda, garantizar, por un lado, algn acceso a una caracterizacin ade-cuada de esas condiciones que favorecen sistemas de opresin, y, por elotro, que la interpretacin propuesta no contribuya a su vez a perpetuaresas condiciones. De acuerdo con ello, a pesar de que posiciones como las

    de Scott pueden cuestionarse por aparentemente no dar lugar a polticasconstructivas, valoro el antirrealismo en su estrategia deconstructiva de

    las categoras de identidad por evitar los peligros de perpetuar las con-diciones a los que se arriesgan las estrategias esencializantes. Adems,dicha posicin resulta ms eficaz para enfrentar el carcter aparentemen-te paradojal de la historiografa que sealal comienzo: demandada porun lado a narrar la verdadera historia, perpetuamente cuestionada en sus

    historizaciones concretas. Dicha paradoja, paradjicamente, empuja nota-blemente a renovadas reescrituras del pasado.

    Por otra parte, si bien es valorable el esfuerzo del realismo pospo-

    sitivista por el abordaje a la experiencia y la identidad en trminos de teo-

    ra social (afn a los pospositivistas Giddens y Bhaskar), no obstante stano alcanza a dar una consideracin coherente de la nocin de experienciacomo para erigirse en alternativa viable al esencialismo y al antirrealis-

    mo. No se ve en quconsiste el privilegio epistmico de una experienciaque se reconoce cargada tericamente. Como he tratado de mostrar, su deci-sin de otorgar privilegio epistmico no proviene de consideraciones cog-nitivas sino de una previa decisin poltica del investigador, suscitando elinterrogante de por qullamar realista a la decisin de legitimar ciertaspolticas de la identidad. Finalmente, quiero sealar que la estrategia rea-

    lista es portadora de una desventaja crucial, al insistir en una considera-cin realistade la experiencia, se arriesga a reprimir la tarea crtica ypotencial denuncia de operaciones de perpetuacin y opresin tras las cate-goras de identidad que informan la experiencia. ste era el desafo de Scottal que el realismo pospositivista no ha podido contestar.

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