Una tarde de domingo

71

description

Arlt

Transcript of Una tarde de domingo

  • UNA TARDE DE DOMINGOroberto arlt

    Ilustrado por: muriel bellini

  • Arlt, RobertoUna tarde de domingo / Roberto Arlt ; edicin literaria a cargo de Ins Kreplak y Marcos Almada ; ilustrado por Muriel Bellini. 1a ed. Buenos Aires : Ministerio de Cultura de la Nacin, 2015.74 p. ; 14x10 cm. (Leer es futuro / Franco Vitali; 19)

    ISBN 978-987- 3772- 27- 6

    1. Narrativa Argentina. I. Kreplak, Ins, ed. lit. II. Almada, Marcos, ed. lit. III. Bellini, Muriel, ilus. IV. TtuloCDD A863

    Fecha de catalogacin: 19/12/2014

    Edicin literaria: Mara Ins Kreplak / Marcos Almada Diseo de tapas e interiores: Pablo Kozodij

  • ColeCCin LEER ES FUTURO

    En el marco de una serie de activida-des de promocin y fomento de la lec-tura, el Ministerio de Cultura presenta la coleccin de narrativa Leer es Futuro, que llega a tus manos en forma gratuita para que puedas disfrutar del placer de la lectura.

    En esta oportunidad, convocamos aescritores jvenes cuya carrera est apenas comenzando, con el objetivo de visibilizar su tarea, contribuir a la di-fusin de sus obras y democratizar el acceso a la palabra, en continuidad con

  • la ampliacin de derechos garantizada por los gobiernos de Nstor Kirchner y Cristina Fernndez de Kirchner.

    Tambin hay que mencionar la inclu-sin de los ilustradores de cada uno de estos libros: todos jvenes y talentosos dibujantes con ganas de mostrar su tra-bajo masivamente.

    Y en un formato de bolsillo para que la literatura te acompae a donde vayas, porque leer es sembrar futuro.

    Ministerio de Cultura

    Franco Vitali Teresa ParodiSecretario de Polticas Socioculturales Ministra de Cultura

  • roberto arlt

    buenos aires, 1900-1942. Fue na-rrador, periodista y dramaturgo. Publi-c las novelas El juguete rabioso (1926), Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932) y los li-bros de cuentos El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941) y las obras de teatro Trescientos millones (1932), Saverio el cruel (1936), La isla desier-ta (1937), El fabricante de fantasmas

  • (1937), frica (1938), La fiesta del hierro (1940), entre otras, y dos recopilacio-nes periodsticas Aguafuertes porteas (1933) y Aguafuertes espaolas (1936). Es junto a Miguel Briante y Haroldo Conti padrino de la coleccin LEER ES FUTURO por su ejemplo tanto desde su labor literaria como por su compro-miso social.

  • muriel bellini

    buenos aires 1974. Es Licenciada en Artes Visuales, dibujante, docente y librera. Trabaja especialmente en fan-zines de dibujo y cmics. Sus dibujos pueden encontrarse en publicaciones independientes de varios pases. Se puede ver su obra en:

    murielbellini.tumblr.com

  • una tarDe De DominGo

  • 12

    Eugenio Karl sali aquella tarde de domingo a la calle, dicindose: Es casi seguro que hoy me va a ocurrir un su-ceso extrao.

    El origen de semejantes presagios lo basaba Eugenio en las anmalas palpi-taciones de su corazn, y stas las atri-bua a la accin de un pensamiento dis-

  • 13

    tante sobre su sensiblidad. No era raro que atenaceado por un presentimiento vago tomara precauciones concretas o procediera de forma poco normal.

    Su tctica en este sentido dependa de su estado psquico. Si estaba conten-to admita que el presagio era de natu-raleza benigna. En cambio, si su humor era sombro evitaba incluso salir a la ca-lle por temor a que se le cayera encima de la cabeza la cornisa de un rascacielos o un cable de corriente elctrica.

    Pero, generalmente, le agradaba a-

  • 14

    bandonarse al presagio, ese incierto de-seo de aventura que subsiste en el hom-bre de temple ms agrio y pesimista.

    Durante ms de media hora sigui Eugenio al azar por las veredas, cuando de pronto observ a una mujer envuel-ta en un tapado negro. Avanzaba hacia l sonriendo con naturalidad. Eugenio la reconsider con el ceo enfoscado, sin poder reconocerla, y pensando si-multneamente:

    Las costumbres de las mujeres afor-tunadamente son cada vez ms libres.

  • 15

    De pronto ella exclam:Cmo le va, Eugenio?Karl despeg instantneamente de la

    neblina que envolva curiosidad:Ah! Es usted, seora? Cmo le va? Durante una fraccin de segundo

    Leonilda lo reconsider con sonrisa la-cia, equvoca, mientras que Eugenio se informaba:

    Y Juan?...Sali, como de costumbre. Ya ve, me

    dej solita. Quiere venir a tomar el t conmigo?

  • 16

    Leonilda hablaba despacio, indecisa, con su sonrisa relajada por una fatiga lasciva que inclinndole la cabeza sobre un hombro la obligaba a mirar al hom-bre entre los prpados semicerrados, como si tuviera ante los ojos un sol cen-telleante. Una chispa de agua gris tem-blaba en el fondo de sus pupilas, y Karl se dijo:

    Ella tiene curiosidad de acostarse con un hombre que no sea su marido, y no bien hubo terminado de pensar esto, cuando sus pulsaciones aumentaron de

  • 17

    setenta y cinco a ciento diez. Le pareci que acababa de correr doscientos metros, tal emocin le produca la puerta desco-nocida que frente a l Leonilda entreabra con laxitud. Pero no pudo menos que re-lampaguear un escrpulo en su mente:

    Sola. A tomar t con ella. No sabe que una mujer sola no debe recibir a los amigos de su esposo. Y entonces tartamudo:

    No; muchas gracias Si estuviera Juan

    Era suya la voz de una criatura a quien

  • 18

    le ofrecen una moneda y dice: no, gra-cias, porque le han acostumbrado a no recibir regalos, y tan es as que inmedia-tamente se dijo:

    Por qu soy tan estpido? Deb a-ceptar. Ojal me invitara otra vez. Y ha-bl en voz alta:

    Fjese, Leonilda, en que no la reco-noc pero su pensamiento estaba cla-vado en otra parte, y la mujer pareca comprender la diversidad de sensacio-nes que conmocionaban al hombre, y Karl se deca: Por qu fui tan estpido

  • 19

    de no aceptar su invitacin? Pero Eu-genio, a fin de disolver un comienzo de obsesin, insisti:

    No la reconoca. Y cuando vi que usted sonri, me pregunt: Quin ser esta mujer?

    En tanto hablaba, un deseo bailaba en l:

    Ser capaz de invitarme otra vez a tomar t?

    Leonilda lo miraba insinuante a los ojos. Su sonrisa era un esguince lacio, taladrando perspicazmente la hipocre-

  • 20

    sa del hombre que trataba intilmente de desempear la comedia del ciudada-no virtuoso. Su mismo silencio le pare-ca a Eugenio el fragor de una tempestad, entre la cual se diferenciaba asombrosa-mente la insinuacin de Leonilda:

    Atrvase. Estoy sola. Nadie lo sabr.No tenan ya nada que comunicarse.

    Ms permanecan en la vereda atorni-llada (sic) por el llamado de su sexo y la contradiccin de sus sentimientos subterrneos. Eugenio balbuce pesa-damente, con los labios rgidos de ten-

  • 21

    sin nerviosa:As que su esposo no est? Sali

    y la dej solita?Ella se ech a rer, luego, abandonan-

    do la cabeza ligeramente sobre su hom-bro izquierdo, se puso a rer, retorci el cordn de su cartera y, mirndolo, de-safiante, respondi:

    Me dej completamente sola. Solita. Y yo me aburra tanto que fui a dar una vuelta. Por qu no viene a tomar el t conmigo?

    Las pulsaciones de Karl ascendieron

  • 22

    de ochenta a ciento diez. Hubo un tem-bleque de irresolucin en el fondo de sus pupilas. Perder quiz un amigo. Solos los dos. Hasta dnde ser capaz de llegar?

    Leonilda lo escrut semiburlona. Discerna sus escrpulos, y all, de pie en la vereda, con la cabeza ligeramen-te cada sobre un hombro y la sonrisa insinuante como la de una cocotte lo espiaba a travs de sus prpados entor-nados, al tiempo que pronunciaba con vocecita burlona:

  • 23

    Fjese que le digo a Juan que como siga dejndome sola voy a tener que buscarme un novio. Ja, ja! Qu gracia. Un novio a mi edad. Puede quererme alguien a m? Pero, por qu no viene? Toma un t y se va. Qu tiene que est tan triste?

    Y era cierto. Karl jams como en aquel instante se sinti triste. Pensaba que iba a traicionar a un amigo. Qu remordimiento, para despus cuando apartara su vientre sucio del vientre de esa mujer. Sin embargo, la sonrisa

  • 24

    de Leonilda era tan insituante. Y vol-vi a repetirse:

    Traicionar a un amigo por una mu-jer. Y l tendra entonces derecho a de-cirme: No sabas que el mundo est re-pleto de mujeres? Y vos fuiste hacia mi mujer, mi nica mujer. Vos. Y el mundo est lleno de mujeres. Aqu est la sor-presa que presenta para hoy.

    El corazn de Eugenio palpitaba co-mo despus de una carrera de doscien-tos metros. Y no poda resistirse. Leo-nilda lo venca con la esttica actitud

  • 25

    de la cabeza inclinada sobre el hombro izquierdo y la desgarrada sonrisa que dejaba entrever la hilera de sus dientes blancos y encas sonrosadas.

    Una laxitud terrible se apoderaba de sus miembros. Caa perpendicular entre ellos, y aplomado, oblicuo en la vereda chapada de luz amarilla, perciba la mo-vilidad del espacio, como si se encontra-ra en la cimera de una nube, y los mun-dos y las ciudades estuvieran a sus pies.

    Y, simultneamente, ansiaba desmo-ronarse en el desconocido universo

  • 26

    de sensualidad que le ofreca la mu-jer casada, pero a pesar de su deseo no poda vencer la inercia que lo man-tena oblicuo en la vereda ondulante, bajo sus ojos.

    Ella, muy bajo, volvi a la carga.Toma el t y despus se val, resueltamente, dijo:Vamos. La voy a acompaar. Tomare-

    mos juntos el t pero en tanto pensaba:Cuando estemos solos le tomar una

    mano, despus la besar y de all tocarle un seno; todo y nada es lo mismo; e-

  • 27

    lla posiblemente me dir: `no, djeme, pero la llevar a la cama, a su cama ma-trimonial que es tan ancha, y donde hace tantos aos que se acuesta con Juan.

    Ella comenz a caminar a su lado con tranquila confianza. Karl se senta rid-culo como un hombre de madera que se bambolea sobre pies de aserrn.

    Por decir algo, Leonilda pregunt: Sigue separado de su esposa?S.Y no la extraa?No.

  • 28

    Ah! Cmo son ustedes los hom-bres cmo son

    Durante dos segundos, Eugenio tuvo inmensos deseos de echarse a rer rui-dosamente y repiti para s mismo: Cmo somos nosotros los hombres Y usted, usted, que me lleva a tomar t en ausencia de su marido?; pero al volver el pensamiento de estar solo con Leonilda en un cuarto, no pudo sosla-yar la imagen de Juan. Lo vea termina-da la hora de trabajo ir corriendo hacia un prostbulo clandestino, escogiendo

  • 29

    las rameras de trasero extraordinario, y entonces observ con cierta curiosi-dad a Leonilda, preguntndose si l la habra adaptado a ella a sus preferen-cias sensuales y de pronto se encontr frente a una puerta de madera; Leonil-da extrajo un llavero, y sonriendo lacia-mente, abri. Subieron una escalera, y ahora apenas si se atrevan a mirarse a los ojos.

    Si me encontrara junto a una catara-ta, no habra ms ruido en mis odos, pensaba Eugenio.

  • 30

    Rechin otra cerradura, se hizo ms oscuridad ante sus ojos, luego entrevi el moblaje del escritorio, gir una llave y curvas de luz amarilla rebotaron en el cuello de los sofs. Distingui carpetas verdes suspendidas de los muros, y re-pentinamente, fatigado, se dej caer en un silln. Le dolan las articulaciones, haba corrido mentalmente con dema-siada velocidad hacia el deseo, y ahora sus articulaciones estaban como enmo-hecidas de ansiedad. La sangre pareca precipitarse en un inmenso bloque coa-

  • 31

    gulado hasta una lnea horizontal de su corazn, y cierta blandura deslizndo-se entre la coyuntura de sus rodillas lo postraba all en ese silln de cuero fro, mientras que la voz del marido ausente pareca susurrarle en el odo:

    Canalla, mi nica mujer. No sabas? Mi nica mujer en el mundo!

    Una sonrisa burlona se dibuj en el semblante de Eugenio:

    Todos los maridos tienen una ni-ca mujer, cuando sta se encuentra en trance de acostarse con otro.

  • 32

    Se dio cuenta que ella an estaba en la habitacin, cuando dijo:

    Permiso, Eugenio, me voy a sacar el tapado.

    Leonilda desapareci. Karl, haciendo un gran esfuerzo, se levant del asien-to, y manteniendo inmvil el busto co-menz a sacudir la cabeza con energa. Conoca este procedimiento por haber-lo visto utilizar a los boxeadores cuando estn al borde del knockout. Aspir profundamente aire, y ya dueo de s mismo, se arrincon en el sof. Expe-

  • 33

    rimentaba curiosidad hacia s mismo. Cmo se comportara frente a la mujer?

    Leonilda apareci ahora ajustada en un traje de calle, de merino oscuro. Ella tambin pareca duea de s mis-ma, y entonces Eugenio lanz casi bur-ln la preguntita:

    As que se aburre mucho usted, eh?Ella, sentada en un silln lateral al

    sof, cruzando las piernas, aparent pensar y ya decidida, respondi:

    S, mucho.Se produjo un silencio tenebroso, en

  • 34

    el cual ambos intercalaban examen, mi-rndose a los ojos, y una como pelcula parlante deslizaba en los odos de Karl, estas palabras:

    Solos. Diez minutos antes ibas por las calles de la ciudad, apestabas del tedio dominguero, sin saber en qu ocuparas tus horas y esperando una aventura centelleante. Oh, la vida! Y ahora no sabes de qu modo iniciar la comedia. Tomarla de la cintura, besarle una mano, apretarle un seno inadverti-damente. Ninguna mujer se resiste a un

  • 35

    hombre, cuando l le acaricia los senos.Un ruido de catarata se desmoronaba

    junto a los odos del hombre, y enton-ces otra vez forzando las palabras que estaban all atrancadas en el fondo de su garganta seca y de su lenguaje torpe, murmur con la sonrisa falsa de quien no encuentra tema de conversacin:

    Y no hace nada para no aburrirse?Voy al cine.Ah. Qu actriz le gusta?Se soslayaron otra vez con miradas

    densas. Leonilda oblicuamente apoyada

  • 36

    en el pasamano del silln, sonrea in-coherentemente, entrecerrados los pr-pados, de cierto modo que las pupilas chispeaban una luz maligna, intolerable, tal si individualizara cada pensamien-to de Karl, y se burlara de l por no ser atrevido. Manteniendo una rodilla to-mada entre sus manos finas y largas, en algunos instantes apareca ebria de su aventura, y Karl insisti otra vez:

    As que se aburre usted?S.Y l qu dice?

  • 37

    Juan? Qu quiere que diga? A ve-ces piensa que no debamos habernos casado. Otras veces, en cambio, me dice que tengo todo el aspecto de una mujer que ha nacido para tener un amante. Le parece que tengo tipo para ser que-rida de alguien? Y yo tambin me digo: Para qu nos habremos casado?

    Eugenio recurri al cigarrillo. Haba observado que la inquietud se descarga subconscientemente en algn ntimo trabajo mecnico. Rechup lentamen-te el cigarrillo hasta llenarse la boca

  • 38

    de humo, luego lo lanz lentamente al aire, y, con voz sumamente tranquila, ya dueo de s mismo, le pregunt:

    Y nunca Juan le pregunt si usted no deseaba tener un amante? Mejor dicho: nunca le insinu que tuviera un amante?

    NoY entonces para qu me ha pro-

    puesto usted hoy que viniera? Desea serle infiel a su esposo. Y para eso me ha elegido?

    No, Eugenio. Qu barbaridad! Juan

  • 39

    es muy bueno. Trabaja todo el daY porque trabaja todo el da y es

    bueno, usted me invita a tomar el t en su compaa?

    Qu tiene de malo?...Efectivamente, de malo no tiene

    nada. Lo nico que corre el riesgo de dar con un atrevido que trate de tum-barla en la cama.

    Leonilda se incorpor violenta:Gritara, Eugenio, no le quede ningu-

    na duda. Adems, yo me aburro, y tam-bin trabajo todo el da. Pero me aburro

  • 40

    entre estas cuatro paredes. Es horrible. Usted sabe lo que pasa por la mente de una mujer metida todo el da entre las cuatro paredes de un departamento?

    Ella se rebelaba. Haba que tener cui-dado.

    Y l no se da cuenta de lo que pasa en su interior?

    S.Y?Estoy cansada.Por qu no se distrae leyendo?Djeme, por favor, de libros. Son

  • 41

    horribles! Qu quiere que lea? Puedo aprender algo en los libros?

    Ahora se haba arrellanado en el bu-tacn y pareca triste a la luz confusa que tea su epidermis de un matiz de madera.

    Destap con ansiedad sus anhelos:Me gustara vivir en otra parte, sabe,

    EugenioEn qu parte?No s. Me gustara irme lejos, sin sa-

    ber adnde parar. Y en cambio, sabe lo que hace Juan cuando llega? Se pone a

  • 42

    leer los diarios.En los diarios aparecen noticias muy

    interesantes.Ya s, ya s Es gracioso usted. l

    lee los diarios y contesta a todo lo que le pregunto con un s o un no. Eso es todo lo que hablamos. No tenemos nada que decirnos. A m me gustara irme lejos Viajar en tren, con mucha lluvia, comer en los restaurantes de las estacio-nes No crea que estoy loca, Eugenio

    No creo nada.l, en cambio, no se muda de casa,

  • 43

    sino cuando yo ya no resisto ms. Pa-rece el hombre de los rincones. Eso, Eugenio. El hombre de los rincones. Todos los hombres parece que al llegar a los treinta aos quieren arrinconarse, no moverse ms de su sitio. Y a m me gustara irme lejos. Vivir como los ar-tistas de cine. Usted cree que es verdad lo que dicen en los diarios de la vida de los artistas de cine?

    S, un diez por ciento, es cierto.Ve, Eugenio sa es la vida que

    me gustara hacer. Pero eso es impo-

  • 44

    sible ahora.As es pero, para qu me invit?Tena ganas de conversar con usted

    (movi la cabeza como si rechazara un pensamiento inoportuno). No, yo no podra serle nunca infiel a Juan. No. Dios me libre. Se da cuenta Si los ami-gos de l supieran Qu vergenza ho-rrible para l. Y usted sera el primero en decirlo: La seora de Juan lo enga-a, y conmigo

    Y usted esperaba que yo la besara?No.

  • 45

    Est segura? Eugenio no pudo evitar una sonrisa socarrona e insis-ti: No s por qu me parece que me est mintiendo.

    Leonilda vacil un instante. Giraba los ojos como si se encontrara en una altu-ra movediza. Y, aunque Eugenio hubiera querido explicarse dnde radicaba el se-creto, en aquel momento era imposible. Ella apareca afinada por la diafanidad de una atmsfera inconcebible, como si se encontrara entre cielo y tierra.

    Me promete no contrselo a nadie?

  • 46

    S.Bueno; una vez un amigo de Juan

    me bes.Y usted esperaba que yo la besara.No; fue as, de sorpresa.Y a usted le gust o no?En ese momento me dio una rabia

    tremenda. Lo ech de casa. Hace de esto varios aos.

    Y l volvi?No... pero usted va a pensar mal de

    m.No.

  • 47

    Bueno; muchas veces pens con pena, por qu ese amigo no habr vuel-to ms.

    Se hubiera entregado usted a l?No, no. Pero dgame, Eugenio,

    qu le pasa a un hombre cuando besa as bruscamente a la mujer de un ami-go? De un amigo que quiere, porque l lo quera a Juan.

    Por lo general es difcil de estable-cer lo que ocurre, si se coloca uno en un terreno metafsico. Ahora si interpreta la cuestin desde un punto de vista ma-

  • 48

    terialista, lo que deba pasar es que ese hombre se senta excitado en su pre-sencia y, posiblemente, usted se daba cuenta. Y ms probablemente es que usted deliberadamente haya contribui-do a excitarlo. Usted es uno de estos ti-pos de mujeres que les gusta enardecer a los amigos del esposo.

    Eso no es verdad, Eugenio porque ya ve entre nosotros no pasa nada

    Porque me domino.Usted se domina? Pues no me pa-

    reci.

  • 49

    De all que me haya invitado a to-mar t. Pero s, me domino y, adems, me divierto cuando me domino.

    Se divierte de qu modo?Observndolo al otro. Es algo as

    como el juego del gato con el ratn. La miro a los ojos y veo en el fondo de ellos la tormenta del deseo y del escrpulo.

    Eugenio.Qu?Le va a contar a su seora que yo lo

    he invitado a tomar t?No porque estoy separado de ella.

  • 50

    Y, aunque no estuviera separado, tam-poco le contara, porque a ella le fal-tara tiempo para rselo a contar a sus amigas: Saben que la mujer de Juan lo invit a mi esposo a tomar t a solas con ella?...

    Qu perversa!De ningn modo. Es una mujer hon-

    rada. Todas las mujeres honradas son ms o menos como ella. Ms o menos impdicas y ms o menos aburridas. A momentos les gustara acostarse con los hombres que las encaprichan; luego

  • 51

    retroceden y ni con el mismo marido casi se acuestan.

    Y qu pens usted cuando lo invit a tomar?

    Cuando usted me invit, yo me re-hus; luego pens inmediatamente: Fui un estpido en no aceptar. Si me invita-ra otra vez, aceptara. Cuando usted in-sisti en que entrara, experiment una gran emocin y curiosidad

    Siga, siga, me gusta mucho escu-charlo.

    Curiosidad y emocin. Eso. Aven-

  • 52

    tura futura. Pens mientras caminaba a su lado. Hace mucho tiempo que no me acuesto con una mujer casada, y sobre todo con la esposa de un amigo.

    Usted es un brbaro. No le permito que diga eso.

    Me callo entonces.No; siga.Bueno; como le deca, en qu ba-

    mos?... en estos ltimos aos me he de-dicado al amor espiritual, es decir, al amor de las jovencitas. No me explico por qu dicen que las mujeres jvenes

  • 53

    son espirituales. Se enamor de alguna?Oh, no, pero tuve pequeas tenidas

    que me han demostrado que las ms in-teligentes son de una estrechez mental espantosa. Por ejemplo, vea: vez pasada conozco a una jovencita, medio literata y medio tuberculosa. Vamos a tomar un caf juntos; a los cinco minutos me hablaba de pijamas de colores, de sus manos marfilinas y plidas, del tabaco rubio y de la msica de Debussy Sabe lo que hice? Pues par en seco sus con-

  • 54

    fidencias de arte trascendental, pregun-tndole si menstruaba con regularidad y si mova todos los das el vientre

    Las carcajadas de Leonilda resonaban estrepitosas.

    Eugenio Eugenio, usted es un perfecto salvaje.

    Karl continu:Ella no se enoj, y, como la vi tan

    flaquita, me dio lstima. Resolv ayu-darla. Le prepar un programa de vida magnfico gimnasia sueca, frutas c-tricas en el desayuno, y cramelo, Leo-

  • 55

    nilda hasta llegu a preocuparme no slo si de si haca sus necesidades to-dos los das, sino de la misma natura-leza de sus excrementos, dicindole que el excremento ideal era aquel que presentaba toda la apariencia de una compota de manzanas.

    Eugenio, cambie de temaNo, Leonilda quiero que vea qu

    buen corazn tengo. No es el de un sal-vaje. Le deca a esa muchacha: primero tens que aumentar diez kilos y despus perder la virginidad. No opina, Leonil-

  • 56

    da, que las mujeres desde los catorce aos deban tener derecho a acostarse con quien se les diera la gana?

    Y los hijos?...Se evitan, Leonilda. Pero es horri-

    ble obligarla a una mujer a custodiar su propia virginidad Bueno, el caso es que esa muchacha encontr poco espi-rituales mis lecciones y me abandon, posiblemente por un hombre de pelo rizado, que haba ledo a Jean Cocteau y usaba guantes color patito.

    Mientras Karl hablaba, Leonilda se

  • 57

    deca:Qu charlatn es este hombre. Pero

    cuidando de no exteriorizar un sbito mal humor que se le desperezaba entre los nervios, estir un brazo para arreglar una flor de trapo en su florero, y dijo:

    Contaba usted, Eugenio?...Se aburre?De dnde saca eso, Karl?Cuando menos estaba con el pensa-

    miento en otra parte.Tiene razn, Eugenio. Me acordaba

    de lo que usted pens cuando nos en-

  • 58

    contramos.El primer impulso, como le conta-

    ba, fue el de encontrarme al principio de una maravillosa aventura. Cuando menos de una aventura turbia. Por otra parte, es un cierto modo agradable eso de correr el riesgo que el marido y el amigo lo maten a uno de un balazo. Y quiz ni eso. Qu le parece a usted Juan sera capaz de matarme?

    No creo que no. El pobre se lleva-ra un disgusto

    Ya ve nosotros los maridos mo-

  • 59

    dernos ni somos capaces de retorcer el pescuezo a un canalla que nos roba la mujer. Cierto es que esto de no re-torcer el pescuezo a la cnyuge es una conquista del pensamiento y de la ci-vilizacin pero, de cualquier forma, a veces es agradable asesinar a alguien en nombre de una supersticin. Y, ade-ms, Leonilda, si Juan no la matara a usted ni a m, no lo hara por bondad, sino simplemente comprendiendo que al ponerle usted unos cuernos grandes como una casa, no haca sino tomarse

  • 60

    un poco de justicia por su mano; pero, volvamos al punto de partida; cuando entr, yo pensaba de qu modo iniciara la comedia amorosa con usted besn-dole la mano o tomndole un seno.

    EugenioEso era lo que pensaba.No le permitoAhora es usted la que hace la co-

    mediaBueno, pero no hable as.Perfectamente suprimida la des-

    cripcin de la seccin masaje.

  • 61

    EugenioLeonilda Usted no me deja expre-

    sar con coherencia.Hable decentemente.El caso es ste. Cuando entramos yo

    esperaba que usted se pusiera a bailar y me dijera: Vea, qu valiente soy, hoy he resuelto ponerle cuernos a mi marido. Yo deseaba que me dijera eso, Leonilda. O que, desprendindose la bata, me di-jera: Bseme el nacimiento de los se-nos. O, si no, arrodllese aqu, a mis pies, y apoye la cabeza en mis rodillas.

  • 62

    Tambin cuando entr durante un instante, dije Qu maravilloso sera si apareciera desnuda, pero envuelta en una robe de chambre.

    Pero usted est locoLeonilda, son suposiciones; yo

    no digo que usted debi hacer forzosa-mente eso, ni nada parecido me limito a insinuar qu agradable hubiera sido que ello ocurriera

    Gracias a Dios.Ya s no ocurri Cuando entra-

    mos, usted me dijo: Me aburro, y en-

  • 63

    tonces, crame, el alma se me cay a los pies.

    Por qu?No s. Instintivamente usted y Juan

    me dieron lstima.Lstima, lstima lY usted ahora Eugenio caminaba

    de un rincn a otro del escritorio. Cla-ro; me dio lstima., Vi su problema..., y su problema era el de todas las mujeres casadas. El esposo continuamente en la oficina; ellas eternamente solas, entre las cuatro paredes que usted contaba.

  • 64

    No tenemos nada que decirnos, Eu-genio.

    Y es natural, Leonilda. Cuntos a-os hace que se cas?

    DiezY usted quiere tener algo nuevo

    que decirle a un hombre despus de vi-vir diez aos, o sean tres mil seiscientos das con l?... No, Leonilda no

    l llega, se arrincona en ese silln y lee sus diarios. Los diarios son la quin-ta pared de esta casa. Nos miramos y no sabemos qu decirnos, o lo sabe-

  • 65

    mos de memoriaNo cuenta nada nuevo usted. Eso

    ocurre entre todos los matrimonios y entre novios tambin. Los novios se aburren tremendamente, cuando no son estpidos por dems. Y usted y yo, Leonilda, si nos tratramos mucho terminaramos por encontrarnos en la misma situacin.

    Es posibleMe alegro de que lo crea, Leonilda.

    En realidad, conocer a una mujer es una tristeza ms. Cada muchacha que

  • 66

    pasa por nuestra vida nos oxida algo precioso adentro. Posiblemente cada hombre que pasa por la vida de una mujer destruye en ella una faceta de bondad que otros dejaron intacta, por-que no encontraron la forma de rom-perla. Estamos a la recproca. Somos una buena cfila de canallas

    Usted no cree en nada.Quiere que crea en usted, Leonilda,

    acaso?Y la vida ser siempre as, enton-

    ces?...

  • 67

    Y, cmo quiere usted que sea?No s no s es decir, que todos los

    matrimonios se llevan como Juan y yo.Ms o menos, el noventa y nueve

    por cientoY qu hacer entonces?...Hasta esta altura, la conversacin se

    haba desarrollado en un ritmo tranqui-lo y avieso; mas de pronto una magni-tud de emocin estall en Karl. Brutal-mente tom a la mujer de una mano, la impuls hacia l y la bes en el rostro. Ella rehua sus labios. El la solt, mirn-

  • 68

    dola afectuosamente, dijo: Te bes porque sos una pobre mu-

    jercita. La eterna mujercita que cree en las pavadas del cine. Mrame a los ojos (Ella se haba retirado hacia su butacn, enrojecida de vergenza.) Ya ves. Estoy limpio de deseo. Trate (dej de tutear-la) de quererlo a Juan. l es un hombre bueno. Yo tambin soy un hombre bue-no. Todos somos hombres buenos. Pero de cada uno de nosotros se burla alguna mujer, de cada mujer en alguna parte se burla un hombre. Estamos como le dije

  • 69

    antes: a la recproca.Uno frente a otro, casi tranquilos se

    examinaban como si se encontraran ab-solutamente aislados en la redondez del planeta. No tenan nada que aprender ni decirse. Karl se levant.

    Seora, hasta pronto.Ella sonri ambiguamente. Cautelosa-

    mente:No se va a enojar? Cuando Juan

    venga esta noche le dir que usted es-tuvo aqu.

    Cmo? Le va a decir?

  • 70

    Hemos hecho algo malo acaso?Tiene razn. Hasta pronto.Leonilda, sin moverse del sof, lo

    mir avanzar, dndole la espalda, hacia la puerta de madera maciza.

  • AUTORIDADES

    PRESIDENTA DE LA NACIN

    Cristina Fernndez de Kirchner

    MINISTRA DE CULTURA

    Teresa Parodi

    JEFA DE GABINETE

    Vernica Fiorito

    SECRETARIO DE POLTICAS

    SOCIOCULTURALES

    Franco Vitali