Pedro Cerezo - Melancolia Liberal

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    DE LA M E L A N C O L A LIBERAL AL ETHOS LIBERALEn torno a La rebelin de las masas de Jos Ortega yGasset.Pedro CEREZAO GALN

    (Universidad de Granada)

    No hay liberal genuino que no haya conocido alguna vez en su vida lapasin de la melancola, la melancola liberal, de la que deca Larra, que soloun liberal espaol pu ede formar(se) u na idea aproximada . Pero hay que a a-dir de inm edia to q ue n o cabe seguir siendo liberal, al me nos de un m od o refle-xivo, sin esforzarse por superar desde dentro, a fuerza de fe moral y entusias-m o , esta melancola. Cm o y p or q u se entristece tan som bram ente Larra?.La aclaracin sobre su estado de nimo no puede ser ms elocuente:Quiero dar una idea de esta melancola; un hombre que cree en la amis-tad y llega a verla por dentro; un inexperto que se ha enamorado de unamujer; un heredero cuyo to indiano muere de repente sin testar, un tene-dor de bonos de las Cortes, una viuda que tiene asignada pensin sobre elTesoro espaol, un diputado elegido en las ltimas elecciones....

    Y sigue desgranando un rosario de frustraciones, imagen fiel dicedel hombre corriendo siempre tras la felicidad, sin encontrarla en ningunaparte ^. No era slo su decepcin poltica, como pudiera parecer a primeravista, por haberse anulado, tras el motn de La Granja, las elecciones en queconsigui acta de diputado, sino el reconocimiento de lo arduo que era serliberal espaol, en un pas que ofreca tan graves motivos para la misantropa.Larra exageraba, sin duda, al tomar esta tristeza por una peculiaridad del alma

    ' Da de difunto s de 1836 en: Artculos completos. Aguilar, Madrid 1968, pg. 1322.^ Ibidem.

    NDOXA: Series Filosficas, n." 12. 2000, pp. 313-340. UN ED, Madrid

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    espaola, dando pbulo as a los que, como Quinet, slo alcanzaban a ver ensu actitud poltica de romntico wertheriano una manifestacin del humorsombro de los espaoles. Como ha mostrado Juan Marichal la melancoladel espaol Larra es, por tanto, muy semejante, a la de Constant y a la deotros liberales transpirenaicos que tem an a las masas populares, q ue vean enla realizacin de sus mismos ideales un peligro para ellos mismos ^. Pero, adecir verdad, no era tanto miedo a las masas como a la perversin de los pro-pios ideales. La melancola liberal n o era slo la som bra que acom paa inevi-tablemente todo ideal cuando se pryecta sobre el plano de la vida, en estecaso, el plano homogneo de la vida social cotidiana. Se trataba de algo ms,el temor a que la exigencia liberal degenerase al unlversalizarse, esto es, alhacerse meramente democrtica, y, en ltima instancia, en atencin a lasmasas, acabara volvindose contra s misma, bien sea en la forma del halagoa la plebe o del despotismo. Larra intuy este riesgo en el agrio reproche quepone en boca de su criado:

    Te llamas liberal y despreocupado, y el da que te apoderes del ltigoazotars como te han azotado. Los hombres de mundo os llamis hombresde honor y de carcter, pero a cada suceso nuevo cambiis de opinin, apos-tatis de vuestros principios *.

    No es de extraar pues, que Fgaro ironizara tan finamente sobre la actitudliberal, pintando la perplejidad que le producen las cartas de dos liberales conopuestas consejas. El liberal escarmen tado, qu e po r fin encuen tra des tino po l-tico, y trata de ponerse en razn, hacindose un apologista del nuevo orden,aun a costa de las libertades, le insta a que amaine su crtica bajo la amenazade que , si persiste en su oposicin, propalarn qu e est vend ido a D on Carlos,mientras que el liberal entusiasta, sobre el que han llovido todas las desventu-ras polticas y al que acaban pren dien do por anarquista, le pide q ue n o ceje ensu crtica, pues de lo contrario yo y los mos harem os correr po r todas partesla voz de que se ha vendido usted al Ministerio'. Lo que le permite a Fgarouna fina conclusin irnica: Si al menos se supiera quin paga mejor!

    ^ La melancola de un liberal: de Larra a Un am uno en su obra El secreto de Espaa.Taurus, M adrid, 1995, pg. 97.^ La noc hebu ena de 1836 en: Artculos completos, op . cit . pg. 32 4.' Dos liberales o lo qu e es entenderse en: Artculos completos, op. cit. pg. 1146.

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    Gracias a Dios, por fin, que ya estamos de acuerdo; gracias a Dios que nosentendemos! ^. Los cmplices con el poder o con el antipoder se revelan alcabo com o cara y cruz de la misma m oned a. Lo qu e uno s y otros aborrecen y, en este caso, cruel sarcasmo, en no m bre m ism o d el liberalismo , es el libreespritu de la crtica. A la vista de estas cartas habra podido concluir Larra queescribir en Espaa es llorar, claro est, escribir con in dep end enc ia intelectualy moral, que es lo realmente arduo de la empresa.

    Cuando uno relee atentamente La Rebelin de las Masas, siente que de suspginas trasciende la misma emocin melanclica, de que hablaba Larra, concuyo grito de desesperacin tan sinfrnicamente simpatizaba Ortega (H, 171)^. Por debajo de los anlisis sociolgicos y antropolgicos, transpira la historiantima de una decepcin, que de tarde en tarde aflora en una queja contenida.Ya lo haba adelantado en un artculo de 1917, como un preludio de sus obrasmayores, Espaa invertebrada y La rebelin de las masase. El plebeyismo, triun fante en todo el mundo, tiraniza en Espaa (II, 135). Pero Ortega, antiromntico esencial, no puede permitirse ningn tono pattico, a lo Fgaro, yelude con un gesto de desdn, por enojosa y deprimente, la tarea de mostrar,a propsito del alma espaola:

    La enorme dosis de desmoralizacin ntima, de encanallamiento que enel hom bre medio de nuestro pas produce el hecho de ser Espaa una nacinque vive desde hace siglos con una conciencia sucia en la cuestin de mandoy obediencia (IV, 242).Des-moralizacin, en el lenguaje orteguiano, es una palabra grave, de muy

    sombras connotaciones. Define la situacin extrema de degeneracin existen-cial, en que la vida pierde algo anterior y ms mdamental que todo contenido determinado de valor, su vitalidad o capacidad para regirse por s misma ycrear. Al ser con p len itud y perfeccin le llamarem os ser en forma. Y as opon dremos el ser en forma al ser en ruina (VII, 447). Del des-moralizado decimos que no tiene fiaerzas ni resolucin para vivir; es, pues, esta ruina o decadencia del ser hombre. Un hombre des-moralizado precisa Ortega essimplemente un hombre que no est en posesin de s mismo, que est fiera

    dem, 1147.^ Las citas de ORTEGA Y GASSET, incluidas en el texto, se hacen por la edicin de sus ObrasCompletas, en: Revista de Occidente, Madrid 1966, indicando nmero del tomo y pgina.

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    de su radical auten ticidad y po r ello n o vive su vida y por ello no crea, ni fecunda, ni hincha su destino (IV,72-3). Pero no es slo Espaa. Lo grave del casoes que la desmoralizacin alcanza, segn Ortega, a la misma Europa en unaprofund a crisis de liderazgo. No est segura de man dar ni de seguir m and ando (IV, 236). Es decir, ha perdido la fe en s misma y en aquellos principiosinspiradores de su gran cultura. En otras palabras, ha dimitido o est en trance de dimitir de s misma:

    Sufre hoy el mundo una grave desmoralizacin, que entre otros sntomas se manifiesta por una desaforada rebelin de las masas y tiene su origenen la desmoralizacin de Europa... Europa no est segura de mandar ni elresto del mundo de ser mandado. La soberana histrica se halla en dispersin (IV, 271) ^En un sentido afn, haba escrito aos atrs clarividentemente Nietzsche:El empequeecimiento y la nivelacin del hombre europeo encierran nuestromximo peligro... Justo en esto reside la fatalidad de Europa; y ensayaba eneste contexto, a propsito de la moral juda, la frmula de rebelin de losesclavos {der Sklavenaufitand) , donde puede verse un anticipo del ttulo orte-

    guiano rebelin de las masas. Como se ve, la conciencia sucia con respectoal mando y la obediencia no era privativa de los espaoles. Todo el mundoamplifca Ortega, naciones, individuos, est desmoralizado (IV, 239).Tngase en cuenta para hacerse cargo de tan severo juicio, la situacin en quese escriben estas pginas, en el periodo de entreguerras, esto es, despus de lagran guerra del 14, en el fondo una guerra civil, como al decir deUnamuno son todas las europeas, cuando la gran Europa, tras la movilizacin del inmenso poder destructivo de la civilizacin tecnolgica, ha perdidola fe en su propio humanismo. Los grandes principios de su cultura ilustrada, la fe moral en la dignidad del hom bre, en el m tod o racional, en la unidaddel destino h um an o y los ideales de la perfectibilidad y de progreso, se han

    * En u n sentido afn, haba escrito aos atrs Nietzsche: El em pequ eecim iento y nivelacin del ho mb re eu ropeo encierra nuestro m ximo peligro... Justo en eso reside la fatalidad deEuropa {Zur Genealogie der Moral 12. En: E NIETZSCHE Werke in scchs Bande n, H anser,Mnchen, 1980, IV, pg. 788-9; trad.esp. de A. Snchez Pascual, Alianza Editorial, Madrid,pg. 50), y ensayaba la frmula de rebelin de los esclavos (dem, 780 y 40 respectivamente),donde puede verse un anticipo del ttulo orteguiano rebelin de las masas.' dem . 7, IV, 780 ; trad.esp. 40 .

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    ido con ello a pique . Pero una cultura sin principios engendra un tipo hu m ano des-orientado y en plena disponibilidad:

    Sin mandam ientos que nos obliguen a vivir de cierto modo escribeOrtega queda nuestra vida en pura disponibilidad. Esta es la horriblesituacin ntima en que se encuentran ya las juventudes mejores del mundo .De puro sentirse libres, exentas de trabas, se sienten vacas (IV, 239).Si, adems, se presta atencin a otros factores sociopolticos, no menos rele

    vantes, como la profunda depresin econmica que sobrevino con su inevitable efecto proletarizador, la extensin y agudizacin de los conflictos sociales ylas huelgas revolucionarias, y el rpido y fuerte crecimiento de las tendenciascolectivistas y estatistas en una sociedad, en la que el desarrollo capitalista y elsufragio universal haban propiciado la incorporacin de las masas populares ala poltica, se tiene el esbozo de una situacin, cuya aguda conciencia de crisisconciencia de decadencia o de fracaso del gran proyecto europeo de ilustracin, se expresa tanto en la reflexin filosfica como en el testimonio de laliteratura. Era inevitable que la exasperada conciencia de esta desmoralizacincolectiva destilara en Ortega la grave tristeza que exudan estas pginas.Melancola liberal?. Creo que s. Aun cuando a veces se disfrace de un agrioreproche al liberalismo, es el Ortega liberal quien se est quejando:

    La soberana del individuo no cualificado, del individuo hum ano genrico y como tal, ha pasado, de dea o ideal jurdico que era, a ser un estadopsicolgico constitutivo del hom bre medio... Los derechos niveladores de lagenerosa inspiracin democrtica se han convertido, de aspiraciones e ideales, en apetitos y supuestos inconscientes. Ahora bien, el sentido de aquellosderechos no era otro que sacar las almas humanas de su interna servidumbre y proclamar dentro de ellas una cierta conciencia de seoro y dignidad.No era sto lo que se quera? Que el hombre m edio se sintiese amo , dueo ,seor de s mismo y de su vida? Ya est logrado. Por qu se quejan los liberales, los dem cratas, los progresistas de hace treinta aos? (IV, 152).

    Esto escribe Ortega en tono crispado que mal puede disimular su propiadecepcin, pues l era uno de aquellos liberales que desde prcticamente elcomienzo del siglo vena militando por la reforma del viejo liberalismo individualista en un sen tido d em ocr tico y social hasta el p u nt o d e identificar el liberalismo con el socialismo, y haba liderado en Espaa el Kulturkampfo lucha

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    por un Estado liberal educador e intervencionista. No era acaso suya la afirmacin, en 1910, de que slo existe real y concretamente la comunidad, lamuchedumbre de individuos influyndose mutuamente? Ved cmo el almadel individuo conclua entonces Ortega pasando por la familia, se disuelve en el alma del pueblo, alma anchsima, sin riberas, esplndida alma democrtica (I, 513-514). Apenas una dcada ms tarde, advierte Ortega que elalma dem ocrtica se ha vuelto u n alm a mo rbosa y tirnica, al erigir la opin inde la mayora, simplemente por ser mayora, en canon de todo valor. Es lademocracia exasperada y fuera de s (II, 135), la hiperdemocracia, que desborda los lmites del derecho poltico para instaurarse en el seno mismo de lacultura, o el pernicioso sofisma democrtico, como lo haba llamado unosaos antes Unamuno (II, 297)'", propio del demcrata intelectual que creequ e la jerarqu a m ent al se adq uiere , com o la poltica, por sufi-agio (III, 3 55 ).La gran paradoja que constatan tanto Unamuno como Ortega es la existenciade un Estado liberal en una sociedad no-liberal, y con un tipo humano quecomenzaba a mostrarse resueltamente como anti-liberal:

    El hombre del siglo XIX fie preparado en el siglo XVIII, y el que hoydomina lie preparado en el siglo XIX. Es decir, el buen liberal demcratafile forjado en un siglo sin libertad ni democracia, y un siglo que goz deambas cosas ha producido un hombre antiliberal y antidemcrata (II, 722).

    Pero lejos de com placerse O rteg a en el lam en to, se prop on e enfirentar al liberalismo con sus fcticas consecuencias sociales, para que aprenda de su msinmediato pasado. En el fondo, es un ejercicio de razn histrica, y no slosociologa, el qu e practica en La rebelin de las masas. Pretende poner a Europa,lo que E uropa ha representado fun dam entalmente en poltica, su liberalismo, ala altitud presente d e la vida. Para ello, necesitamos de la histo ria nteg ra pa raver si logramos escapar de ella, no recaer en ella (FV, 206). Porque, en ltimainstancia, la decadencia de marras tiene que ver, a juicio de Ortega, con unagrave insuficiencia del liberalismo progresista, que no supo estar a la altura desu propia exigencia, y confindose en un ingenuo optimismo, solt el gobernalle de la historia... y as la vida se les escap de entre las manos, se hizo porcompleto insumisa, y hoy anda suelta sin rumbo conocido (FV, 168-9). Frente

    '" Las citas de UNAMUNO se hace n po r la edici n de sus Obras Completas, Escelicer,Madrid, 1966, indicando tomo y pgina.

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    a este liberalismo complaciente e indulgente, Ortega tiene a la vista un liberalismo d e estilo radicalmente nuevo, m enos ing enuo y de ms diestra beligerancia, un liberalismo que est germinando ya, prximo a florecer en la lneamisma del horizonte (IV, 127). De esta manera, la melancola del liberal,desengaado de un siglo de incuria y capitulacin, se resuelve a la postre, ointenta, al menos, trascenderse en una nueva actitud. Este es el pulso interiorde La rebelin de las masas, un lcido ensayo de autocrtica del liberalismo y derepristinacin d e la idea liberal en cu an to cultu ra, cu ltura vital y creadora, frente a la hipertrofia del mero esquema formal poltico. Por debajo de los anlisissociolgicos y antropolgicos, alienta el proyecto de una regeneracin del liberalismo, pon ind olo a la altura de su t iem po , al enfi-entarlo a los graves pro blemas de des-moralizacin por los que atraviesa Europa. Justamente este puntocrtico en que la melancola liberal se resuelve en apuesta esperanzada marca eltono alcinico del libro, que, como declara en el Prlogo para ranceses,no es,a la postre, sino un ensayo de serenidad en medio de la tormenta (IV, 139).

    Qu to rm enta es sta? En prime r plano , La rebelin de las masas analiza lacrisis de Europa o de O ccide nte, d e su decadencia, com o sola decirse a partirde la obra de Spengler. No cae Ortega, sin embargo, en un sombro pesimism o, pues no parte de presupuestos naturalistas sino humanistas, y su anlisisse orienta desde el comienzo a la bsqueda de una resolucin. Dentro de losdiagnsticos de la crisis, el orteguiano sorprende por su radicalidad. Se trata deuna cultura que ha llegado a un punto en que es incapaz de justificarse a smisma, porque ha perdido la adhesin a sus propios principios, la conviccinviviente de sus propias races. Pero la vida necesita justificacin. Tanto dadecir que vivir es comportarse segn un plan como decir que la vida es incesante justificacin de s misma (IV, 342). Esta aena interpretativa y justificativa, saber a qu vivir y en qu proyectarse creativamente, es lo propio de lacultura. Pero cuando sta pierde la fe en s misma como un sistema vivo deideas y valores; cua nd o se desvincula de sus races creadoras, en tonce s se escla-rosa en civilizacin y se autoliquida como cultura. Este es para Ortega el casode Eu ropa, un a civilizacin p ujante de posibilidades y altam ente desarrollada,que se queda sin la savia vivificadora de sus races. He aqu, segn lo defineOrtega, el ms pavoroso problema sobrevenido en el destino europeo:

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    Se ha apoderado de la direccin social un tipo de hombre a quien nointeresan los principios de la civilizacin. No los de sta o los de aqulla,sino a lo que hoy puede juzgarse los de ninguna (IV, 195).

    Porque cultura quiere decir exigencia, capacidad de regirse por normas ydar cue nta d e las mismas, y es este sentido au tn om o, autocrtico y autoregu -lativo, de la cultura el que comienza a ceder en Europa. El diagnstico orte-guiano de la decadencia, a diferencia de otros ensayos sobre la crisis, se centrafundamentalmente en el tipo humano, al que llama hombre-masa. No es delcaso detenerse en el anlisis de esta fgura o existencia histrica, caracterizadabsicamente por el tpico, el apetito y el usufructo del derecho:Mas que un hom bre, es slo un caparazn de hombre constituidos pormeros idolafarr, carece de un dentro, de una intimidad suya, inexorable einalienable, de un yo que no se pueda revocar (IV, 121).

    El hombre-masa no tiene propiamente ideas, sino representaciones annimas y adventicias. No tiene propiamente voluntad; antes bien, lo tienen a lsus apetitos, que tienden a satisfacerse a toda costa, imponindose como pre-mticas. No es sujeto de exigencias, que haga arrancar desde su propio fondoy por su propio esfuerzo, sino mero usuario o consumista de derechos, con losque se ha enc ontrad o. Es inmen same nte rico en posibilidades heredadas, tan totcnicas como jurdicas y sociales, pero pobre e impotente en su resolucinntima. Se dira que la autonoma del sujeto moderno, vaciada de toda exigencia interior, se mantiene en l como un mascarn de proa, en la autarquadel capricho y la opinin. En suma, el hombre-masa es lo mostrenco social(IV, 145), una existencia indiferenciada y annima, plana u homognea, hermtica en su autosuficiencia a instancias superiores, sin destino, esto es, sinsentirse concernido por un quehacer personal y propio, a merced de las circunstancias y de las corrientes do m ina nte s. Pero lo decisivo aho ra, a diferenciade otras pocas, es que este hombre-masa se cree un hombre superior, tieneuna conciencia de su valor y grandeza, que le viene por introyeccin espontnea de los logros, productos e instituciones de la alta civilizacin a la que pertenece. Ac ostum brad o al pod er an n im o d e lo social vigente y del Estado, estoes, a la medida de lo comn, no admite ninguna otra instancia de juicio porencima de la suya. Es un tipo hbrido, se mezclan en l seala Ortega lamasa nor m al y el aut ntico noble o esforzado (IV, 18 3), pues siendo m asa secree noble, y, por tanto, con derecho a hacer valer su juicio como norma de

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    valor. En otros trminos, es, ideolgicamente hablando, una psuedoconciencianoble, de autosufciencia operativa, lo que explica su repulsa a toda medidasuperior a la suya. Como vio finalmente A.Tocqueville, El hombre de la erademocrtica no obedece sino con extrema repugnancia a su vecino; se niega areconocerle capacidades superiores a las suyas; desconfa de la justicia y contempla celosamente su poder; le teme y le desprecia; se complace en hacerlesentir a cada instante la comn dependencia en que se hallan todos de unm ism o amo " . E s fcil reconocer en estos rasgos la caracterizacin nietzsche-ana del alma plebeya y su moral de resentimiento '^. En esta existencia, queslo se interesa en los anestsicos, los automviles y algunas cosas ms (IV,195), es decir, m uy pocas cosas ms y tod as d e ese jaez, se deja traslucir el p erfil de aquel idtimo hombre, dedicado al cultivo de su pequea felicidad, suutiUdad y seguridad, a costa del veneno/droga, el entretenimiento o el ensueo gratificante, contra el que descargaba su clera Zaratustra. Las reflexionesde Ortega son muy afines en este punto a las que se haca el hroe profeta deNietzsche, y giran sobre la cuestin d el poder, o lo q ue es lo m ism o, de la vir-tus o capacidad para orientar y dirigir la vida: Quin quiere an gobernar?Quin an obedecer?. Ambas cosas son demasiado violentas. Ningn pastory un solo rebao!. Todos quieren lo m ism o, todo s son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio * . C om o se ve, lainsistencia nietzscheana sobre la grave cuestin del mando es aqu decisiva,pues de lo que en el fondo se trata es de reconocer y sancionar el esfierzo creador, que implica to da cultura. Y slo qu ien es capaz de regirse a s mism o esten condiciones de mandar. Claro que aqu se habla de algo previo al mandopropiamente poltico, a lo que a falta de mejor nombre, habra que llamar ladireccin social. Pero quien ma nda realmente en el mu nd o, es el ltimo ho m bre, segn Nietzsche, el que ms tiempo vive y cuya estirpe es indestructible, como la del pulgn ' ' ' .

    El ltimo hombre representa para Nietzsche la consumacin de la orientacin prctico utilitarista de la vida moderna. Era, por as decirlo, su producto final, como la mscara en que se fijan definitivamente, antes de desaparecer.

    " La democracia en Amrica, Alianza Editorial, Madrid 1999, II, 249.' Zur Genealogie der Moral, 10, op. cit. IV, 784 -5; trad.esp. pgs. 44 -4 5.'^ F. NIETZSCHE Also sprach Zarathustra, 5, en: Werke, op.cit. III, 284; trad. csp. deSnchez Pascual, Alianza, Madrid 1972, pg. 39.'' de m , III, 28 4 y 39 respectivamente.

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    en trazos toscos y gruesos, los rasgos dominantes del sujeto moderno. Y hastaen este punto, denuncia La rebelin de las masas, su inspiracin nietzscheana.Tam bin para Ortega, el ho m bre m asa no ha aparecido por generacin espontnea sobre la escena social. Como no poda ser de otra forma, este nuevo brbaro, el brbaro vertical, no viene de fiera, sino que es el producto automtico de la civilizacin moderna, especialmente de la forma que esta civilizacin adopt en el siglo XIX (IV, 210). Ortega usa en este contexto certeramente el trmino civilizacin a diferencia de cultura, pues no se proponetanto enjuiciar a la cultura europea moderna, en sus principios directivos,como hizo Nietzsche, sino tan slo los subproductos histricos de su vidaexterna material, de sus instituciones, usos y pltora de posibilidades. Esta esla diferencia fundamental de planetamiento entre uno y otro. MientrasNietzsche lleva a cabo un juicio radical de la modernidad. Ortega se reduce adiagnosticar una crisis de civilizacin, en cuya superacin ve la opo rtu nid ad deun necesario fortalecimiento de su cultura. Pero tanto en un caso como enotro, la aparicin del hombre-m asa es un acontecimiento interno a la sociedadeuropea moderna:

    El triunfo de las masas y la consiguiente magnfica ascensin de nivelvital han acontecido en Europa por razones internas despus de dos siglosde educacin progresista de las muchedumbres y de un paralelo enriquecimiento econmico de la sociedad (IV, 154).Este es el lado positivo, por as decirlo, del fenm eno . P ara O rteg a, el ho m bre-masa es un fenm eno de la altura vital del tiem po histrico, de su mayo rnivel de conocimiento y dominio tcnico, de su ms amplio horizonte depotencialidades y posibilidades. De ah que lo designe con la calificacin de

    heredero de un patrimonio fabuloso que le ha legado la historia, pero que lno est en condiciones de preservar e incrementar. Han sido tanto el credoliberal en los imprescriptibles derechos del hombre, como las reformas democrticas consagrando el sufragio universal y los derechos sociales, junto con eldesarrollo de la empresa capitalista en el industrialismo, los factores que handeterminado la irrupcin de las masas. Pero la llegada de las masas a la poltica comporta inevitablemente la aparicin de un nuevo tipo de hombre?. Seha reprochado a Ortega el paso injustificado de lo cuantitativo a lo cualitativo, de la sociedad de masas al hombre-masa, y ciertamente este trnsito estsupuesto ms que explcitamente probado en su obra. Pero sto no le arguyede ilegtimo. La tendencia socializadora y colectivizadora, junto con un pro-

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    gresivo aumento del poder estatal, formaban parte del fenmeno mismo delascenso de las masas en v irtu d del triun fo de las ideas liberales y democrticas.Tanto John Stuart Mili como Alexis de Tocqueville haban llamado certeramente la atencin sobre este fenmeno. Como la tendencia de todos los cambios que tienen lugar en el mundo precisa Stuart Mili es a fortalecer lasociedad y dism inuir el pod er del individ uo; esta introm isin no es un o de losmales que tienda n a desaparecer espon tneam ente, sino que , por el contrario,se har ms y ms formidable cada da ^^. Y, en efecto, la escuela pblica, lapropagan da del Estado, la comunicacin, la moda y costumbres tienden a pro mover una socializacin del hombre por lo annimo social. El paso de lasmasas a la masa, como forma annimamente socializada de vida, se hace inexorable '^. As tam bin lo vio O rteg a e n su breve ensayo sobre la Socializacindel hombre de 1930:

    Desde hace dos generaciones la vida del europeo tiende a desindividualizarse. Todo obliga al hom bre a perder unicidad y a ser menos compacto . Como la casa se ha hecho porosa, as la persona y el aire pblico, lasideas, propsitos, gustos van y vienen a nuestro travs y cada cualcomienza a sentir que acaso l es cualquier otro... Hay una delicia epidmica en sentirse masa, en no tener destino exclusivo. El hombre se socializa(II, 745).Ahora bien, la conciencia de un heredero suele ser ambigua: precisamentepo rqu e nada d e lo recibido se lo debe a s mism o, corre el riesgo de tirarlo tod opor la borda, de usufructuarlo como el seorito satisfecho en mero consu-mismo de derechos y posibilidades:

    " Sobre la libertad. Alianza Editorial, Madrid, 1997, pgs. 73-74.'* Actualmente los individuos estn perdidos en la m ultitu d. E n poltica es casi una tri vialidad decir que es la opinin pblica la que gobierna el mundo. El nico poder que merecetal nombre es el de las masas, y el de los gobiernos que se hacen rganos de las tendencias e instintos de las masas. Esto es verdad tanto en las relaciones morales y sociales como en las transacciones pblicas. Aquellos cuyas opiniones forman la llamada opinin pblica n o son siemprela misma clase de pblico... Pero son siempre una masa, es decir, una mediocridad colectiva(J.Stuart MILL, Sobre la libertad, op. cit. pg. 140). Para ToCQUEVlLLE, era una consecuencianecesaria de la misma idea democrtica d e igualdad la creciente tendenc ia a la nivelacin igualadora: A medida que en un pueblo se igualan las condiciones sociales, los individuos parecenms pequeos y la sociedad ms grande, o mejor dicho, cada ciudadano, ya equiparado a todoslos dem s, se pierde en la m asa, y no se percibe ya sino la vasta y magnfica imagen del p ueblomismo (La democracia en Amrica, Alianza Editorial, Madrid, 1999,11, 245) .

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    No es fcil de formular la impresin que de s misma tiene nuestrapoca: cree ser ms que las dems, y a la par se siente como un comienzo,sin estar segura de no ser una agona (IV, 162).

    Precisamente sta es la situacin de crisis, de la perplejidad y la indecisin,donde todo est en suspenso, pues es posible tanto la regresin como el saltoadelante. En su anlisis socio-histrico. Ortega tiene a la vista el siglo XIX,directo responsable del fenmeno de la aparicin de las masas. Fue un sigloesencialmente revolucionario lo califica O rteg a , n o po r sus gestos, pro clamas o barricadas, sino porque cre nuevas condiciones de vida:Se trata, en efecto, de una innovacin radical en el destino humano quees implantada por el siglo XDC. Se crea un nuevo escenario para la existencia del hombre, nuevo en lo fsico y en lo social. Tres principios han hechoposible este nuevo mundo: la democracia liberal, la experimentacin cientfica y el industrialismo. Los dos ltimos pueden resumirse en uno: la tcnica (IV, 176-7).

    En suma: democracia liberal y tcnica, obedeciendo a una lgica internaco m n , la lgica de la racionalizacin, de la planificacin y el contro l, ya sea delas relaciones sociales como de la relacin del hombre con la naturaleza. En elfondo, dominio de la necesidad social y fsica, y franqua de una libertad soberana. La democracia liberal y la tcnica se implican e intersuponen aclaraO rteg a en u na no ta (IV, 197 ). Y, au nq ue n o lo explcita, el vnculo co m n reside en aquella conexin de saber/poder y de poder/libertad, que est en el origen del mundo moderno, y cuya conciencia ms difana se encuentra enDescartes. Como ha mostrado Dilthey, acta en l una alianza original de laconciencia de la libertad con el sentim iento de pode r del pensam iento racional'^. Hum an ism o y ciencia celebraban sus nupcias al comienzo de la m ode rnida d.Estos son los princip ios. Lo qu e representa el siglo XDC es la concrecin institucional de estos principios y su realizacin prctica en la forma de la empresaindustrial capitalista y el Estado liberal, dos expresiones burguesas de unamisma conciencia de libertad, fundada en la autonoma de la razn. Ahorabien, si falla esta autonoma interna, o si decrece su exigencia, la libertadmoderna se reduce a mero estado psicolgico de disponibilidad y de especta-

    Hombrey mundo en los siglos i(VIy XVII. F.C.E. Mxico, 1947, pg.365.

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    tivas de m ovilidad social. Un pod er sin autoexigencia o bien se desvanece o biense refuerza v iolentamente de m od o com pulsivo y desptico. Esta ha sido, segnOrtega, la responsabilidad histrica del siglo XIX. El progreso en civilizacin,esto es, en la sum a de espectativas, posibilidades, recursos y derechos n o estuvoacompaado con una conciencia de autoexigencia y autonoma personal:

    En las escuelas que tanto enorgullecan al pasado siglo, no ha podidohacerse otra cosa que ensear a las masas las tcnicas de la vida moderna,pero no se ha logrado educarlas. Se les han dado instrumentos para vivirintensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes histricos; se leshan inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios m odernos, pero no el espritu (IV, 173).La misma idea reaparece en Ortega en forma de aforismos con claras resonancias nietzscheanas: Dos defectos de nuestra civilizacin moderna: enseaderechos y no obligaciones; carece de autoctona; es decir, que consiste enmedios y no en actitudes ltimas (II, 719). Pero no fue slo un fracaso educativo sino orientativo o directivo. En otros trminos, un fracaso o dimisinde los que ten an la capacidad de la direccin social. Y es en este pun to do nd e

    el liberalismo del XIX, (que tampoco era nuevo en sus principios, sino en suextensin social y organizacin poltica), resulta a los ojos de Ortega responsable de un grave pecado de inautenticidad. La rebelin de las masas, centrada enel anlisis sociolgico de la crisis, silencia este punto. Pero en los apuntes orte-guianos de estos aos aparece con spera y cruda claridad. Same permitidaun a larga cita de un texto poco c ono cido, pese a ser de sum o inters en el tema,y que tiene el aire de un veredicto sobre la intelectualidad del XIX:La desercin de las minoras ha sido doble. Durante el siglo XIX consisti en halagar a las masas. Comprese la actuacin poltica de las generaciones que vivieron bajo esa centuria, ms concretamente: comprese la ideaque tuvo de la democracia cada una de ellas. Para la primera es democraciala obligacin que el hom bre tiene de conquistar y ejercitar los derechos inalienables del hombre. Los polticos de entonces son puritanos. Su doctrinapoltica es a la vez una moral que exige mucho al individuo. Se revuelvencontra las masas, que por defmicin son inmorales '*. La segunda genera-

    '* Inm orales en sentid o tico-formal, en cu an to les falta la conc iencia de servicio y obligacin (OC, IV, 277).

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    326 PEDRO CEREZO GALNcin habla a las muchedumbres de sus derechos, pero no de sus obligaciones. 1 hombre pblico pacta con las masas. La tercera generacin no secontenta con sto: hostiga las pasiones y la propensin tirnica de las masas,les asegura que tienen todos los derechos y ninguna obligacin. A esto llaman dirigir las masas (II, 720).

    No voy a entrar en la veracidad histrica del apunte en sus detalles para atenerme tan slo al meollo de su argumento. Curiosamente en ningn momento se menciona el trmino liberalismo, y si el de democracia, como si sehubiera producido un cierto deslizamiento semntico de un trmino al otro,que pretende sugerir lo que realmente ocurri en el orden socio-poltico. Ladefinicin que se da aqu de democracia es de ndole moral y se ajusta ceidamente al espritu liberal: la obligacin que el hombre tiene de conquistar yejercitar los derechos inalienables del hombre. Es el triunfo de la idea liberalfirente al antiguo rgimen. Pero progresivamente hay un aban don o del ethosdem ocrtico gen uino , y, jun tam en te con ello, un debilitamiento de la idea liberal. Se dira que el liberalismo se destie en democratismo. La alta estimacinque le merecen a Ortega los doctrinarios porque supieron resistirse a la pleamarsubsecuente a la Gran Revolucin, crearon en sus personas dice ungesto dign o y distante, en med io de la chabacanera y lafirivolidadcreciente deaquel siglo (IV, 123), contrasta con su severo juicio sobre los liberales acomo daticios o perm isivos, que se abrieron sin suficientes p recauciones al colectivismo que respiraban (IV, 126-7). Mientras los doctrinarios son para Ortegaun caso excepcional de responsabilidad intelectual; es decir, de lo que ms hafaltado a los intelectuales europeo s desde 1750, defecto qu e es, a su vez, un a delas causas profundas del presente desconcierto (IV, 123), los otros liberales,do nd e encaja tam bin el neoliberalismo fin de siglo, po r debilidad o por indu lgencia, comienzan a dimitir de su funcin y acaban, a la postre, haciendo dem agogia. Primero se habla a las masas slo de derechos, no de obligaciones, y sepacta con ellas. Luego, se simpatiza con ellas, se las halaga y, al cabo, se lasentroniza. Nietzsche no pensaba de otra forma: Durante bastante tiempo escribe en As habl Zaratustra se les ha dado la razn a esas gentes pequeas: con ello se les ha acabado por dar, finalmente, tambin el poder ahoraensean: B ueno es tan slo aquello que las gentes pequeas en cuen tran bien*'.

    " Also sprach Zarathustra, Der hsslichste Mensch en: Werke, op. cit. IV, 504; trad.esp. pg. 356.

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    DE LA MELANCOLA LIBERAL AL ETHOS LIBERAL 32 7Se com pre nd e l a ins is t encia de Or teg a en m os t r a r q ue l a dese rc in de las mi no r as es la otra cara de la rebelin de las masas. Un siglo de revolucin industr ialy de democracia l ibera l , es to es , de progreso c ient f ico- tcnico y d e e d u c a c i nprogres i s t a , acaba p roduc iendo una c r i a tu ra he rmt i ca , impermeab le a los p r in c ip ios de su cu l tu ra , como l t imo su je to soberano . Despus de haber met idoen l todas es tas potencias , e l s ig lo XDC lo ha abandonado a s mismo, y entonces, s igu iendo , e l hombre medio su ndo le na tu ra l , se ha ce r r ado den t ro de s ( IV, 184) . Cer rarse es e l gesto del autosuf ic iente , o a l menos, del que cree bastarse a s mismo. Se d i r a que se t ra ta de una mnada vaca de in ter ior idad. Elhom bre-m asa hace valer su ju i c io , su ape t i to y capr i ch o com o l a no rm a de tod ova lo r . E l e s qu ien manda en e l mundo:

    La vieja democracia viva templada por una abundante dosis de liberalism o y de en tusiasmo por la ley. Al servir a estos principios, el individ uo se obligaba a sostener en s mismo una disciplina difcil... Democracia y ley, convivencia legal, eran sinnimos. Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia,en que la masa acta direaamente sin ley, por medio de materiales presiones,imponiendo sus aspiraciones y sus gustos... Ahora en cambio, cree la masa quetiene derecho a imp one r y dar vigor de ley a sus tpicos de caf (IV, 14 7-8).Se co m pre nd e la c ri si s en que se enc uen t r a un a cu l tu ra que p ro du ce u n t ipode hombre, que no est a la a l tura de sus exigencias . Lo que est en juego, noes slo la posibi l idad de su degeneracin y pervers in, s ino su propia cont i nu idad . A su degenerac in se ha r e f e r ido d ramt i camente Or tega ba jo e l t t u lo de democrac ia morbosa . E l morbo no es o t ro que e l t r iunfo de l p l ebey i s -m o . Toda in te rp re tac in soi-disant democr t i ca de un o rden v i t a l que no seae l de recho pb l i co sen tenc ia Or tega es f a t a lmen te p lebey i smo ( I I , 137) .

    Es e l t ono enrg ico y c l a r iv iden te de un l ibe ra l doc t r ina r io r ebe lndose con t r al a t i r an a de l a op in in media , e r ig ida en norma de toda ac t iv idad v i t a l . Lademocracia morbosa es una democracia exasperada y fuera de s ( I I , 135) ,incont inente porque le fa l ta e l ceidor y la d isc ip l ina del esp r i tu l ibera l . Y denuevo , l a memor ia inev i t ab le de l c r eador de Zara tus t r a :A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funcionaen la conciencia pblica degenerada: le llam ressentiment (II, 138)^.

    2" La rebelin de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se

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    Por su ndole de inercia y autocomplacencia, el hombre-masa no est a laaltura de la civilizacin cientfico-tcnica, que se limita a usufiructuar, porquees refi-actario a sus exigencias y no se siente co nc ern ido po r sus prin cipio s. Peroesto es tanto como decir que no est en condiciones de hacerse cargo de loscrecientes problemas que sta le plantea ni de prestarle los esfuerzos que lereclama. Civilizacin avanzada es una y misma cosa con problemas arduos(IV, 203) precisa Ortega. No puede sostenerse la civilizacin por el merodisfi-ute con sum ista, si no la ma nti en e y renuev a la ftxerza creadora de la cultura, y, a la postre, acabar volvindose contra ella. Llegado este punto, el primitivismo del hombre-masa degenera fatalmente en barbarie. No se trata, sinembargo, de meras conjeturas. Mucho de esta barbarie estaba ya en el horizonte histrico cuando escribe Ortega. El hombre medio no quiere dar razones ni quiere tener razn, sino, sencillamente, se muestra resuelto a imponersus opiniones (IV, 189). La quiebra del dilogo crtico, se lamentaOrtega, deja entonces paso a la accin directa. Y cuando triunfe la accindirecta se sacrifica el espritu de la cultura de Occidente basada en la mediacin reflexiva y la comunicacin. En contra de la civilizacin, la accin directa es el ensayo de tomar la violencia como prima ratio, en rigor, como nicarazn (IV, 191). Ortega muestra, a mi juicio, una gran perspicacia al entender el fescismo y el bolchevismo, al margen de sus diferencias ideolgicas,como dos fenmenos emergentes de la mental idad dominante del hombre-masa:

    No tanto por el contenido particular de sus doctrinas, que, aislado,tiene naturalmente una verdad parcial quin en el universo no tiene unapocincula de razn?, como por la manera anti-histrica, anacrnica, conque tratan su parte de razn (IV, 204 ).El hecho de que el primero llegara al poder en Alemania va democrtica,

    en la descomposicin de la Repblica de Weimar, y el segundo institucionalizara su revolucin en la forma de una democracia popular, siendo ambos dictaduras, muestra hasta qu punto la democracia se haba vuelto insensata porprdida del ethos liberal. El empleo de la fraseologa y las consignas, la llama-

    vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a los que les est vedada laautntica reaccin, la reaccin de la accin, y que se desquitan nicamente en una venganzaimaginaria. Zur Genealogie der Moral, 10 , en: Werke, op. cit. IV, 782 ; trad. csp. 42 -3 .

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    da a la movilizacin permanente, el abuso y explotacin de las emociones, elrecurso sistemtico a la accin directa sup on en la renu ncia p almaria a los pri ncipios inspiradores de Occidente. De otra parte, la complicidad de la accindirecta con el aparato de poder del Estado da lugar al estatalismo totalitario,la forma suprema que toman la violencia y la accin directa, constituidas ennormas (IV, 227). En este punto la melancola liberal alcanza su climax. Elliberalismo ha p rodu cido la criatura que se propo ne e nterrarlo. La Rebelin delas masas est polarizada en este prob lem a. Palpita en todas sus pginas la preocupacin por la suerte del liberalismo, de la libertad y el derecho, ncleoesencial de la cultura de Occidente. Mirada a esta luz, constituye esta obra elensayo ms lcido de un europeo de su tiempo, slo comparable a las severasadvertencias de Stua rt M ili y Tocqueville por frenar la mare a creciente del estatalismo y sus perversas consecuencias en la vida social.

    En este punto surgen las preguntas decisivas, tal como las formula Ortegaen el Prlogo para ranceses6e 1937:Se puede reformar este tipo de hombre?... pueden las masas, aunquequisieran, despertar a la vida personal? (IV, 131-2).

    D e hecho . Ortega pasa expresamente de largo ante tan trem ebu ndo tema,porque est dice demasiado virgen (IV, 132) y deja abiertos estos interrogantes. Desde luego, como se ha indicado, el signo de los tiempos era elaumento del estatalismo y la colectivizacin, de la sociedad termitera y el individuo condicionado por el poder social y poltico, lo que Marcuse llam mstarde el hombre unidimensional. Tal como vio Tocqueville, la unidad, laubicuid ad, la omn ipote ncia del poder social, la uniform idad de sus reglas, constituyen el rasgo sobresaliente qu e caracteriza a tod os los sistemas polticos nacidos en nuestros das ^^ E n el mism o sen tido se quejaba S tuart M ili de la u niform idad asfixiante q ue estaba en la lgica de la civilizacin indu strial, y qu e seimpona por todos los medios, la educacin, el comercio, la comunicacin, elgob ierno, la opini n pblica. La com binaci n de todas estas causas forma un a

    La democracia en Am rica, op. cit. II, 24 6.

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    masa tan grande de influencias hostiles a la individualidad que no es fcil vercmo podr sta mantener su posicin ^ . No haba, pues, que hacerse ilusiones. Ms an, lo fundamental y primero era renunciar a toda ilusin; y portanto, desechar de entrada la inercia mental del progresismo (ibidem), conque los ingenuos liberales confiaban en un progreso indefinido de la libertad yla vida individual. Ortega no cuenta con ninguna panacea, salvo el propioconocimiento de que el progreso cientfico-tcnico, combinado con el creciente poder del Estado democrtico, representa el mayor desafo que imaginarsepuede a la causa de la libertad individual. El mero saber negativo significa aquno pequea ganancia. Y desde ste, hay que optar enrgicamente por el liberalismo como cultura, como forma de vida creadora, que pudiera servir de ferm en to reactivo en la sociedad de m asas, o, en el peor de los casos, resistirse trgicamente, a fier de liberales, a la irrupcin de los nuevos brbaros interiores.

    En una hora de confusin y desmoralizacin, cuando muchos intelectualeseuropeos haban abandonado el liberalismo o estaban al menos en trance dehacerlo. Ortega se resuelve gallardamente a su favor. Su profesin de fe liberal,se vuelve ahora, en medio de la crisis, ms explcita y rotunda que nunca:La forma que en poltica ha representado la ms alta voluntad de convivencia es la dem ocracia liberal. Ella lleva al extremo la resolucin de contar con el prjimo y es prototipo de la accin indirecta (IV, 191).

    Pero salvar al liberalismo exige, al modo dialctico, superar el liberalismodel siglo XIX, pero conservando su sustancia en una forma ms plena y verdadera (IV, 205-6). En modo alguno se trata de una desafeccin o abandono,sino de una rectificacin o reforma. Su actitud no puede ser ms explcita eneste punto. Europa necesita conservar su esencial liberalismo. Esta es la condicin para superarlo (IV, 206) proclama Ortega. Lo necesita porque responde a su ms ntima vocacin histrica. Es, por decirlo en trminos orte-guianos, su destino irrevocable, lo que tiene que ser o seguir siendo para notraicionarse a s misma:

    El hombre europeo actual tiene que ser liberal... Eso que ha intentadoEuropa en el ltimo siglo con el nombre de liberalismo es, en ltima ins-

    Sohre la libertad, op. cit . 151.

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    DE LA MELANCOLA LIBERAL AL ETHOS LIBERAL 331tanda, algo ineludible, inexorable, que el hombre occidental de hoy es,quiera o no (IV, 211-2).

    S u p r o g r a m a de su p e r a c i n , por o t r a pa r t e , no deja lugar a d u d a s so b r e sup r o p s i t o :La democracia liberal fundada en la creacin tcnica es el tipo superiorde vida pblica hasta ahora conocido; segunda, que ese tipo de vida no serel mejor imaginable, pero el que imaginemos mejor tendr que conservar loesencial de aquellos principios; tercera, que es suicida todo retorno a formasde vida inferiores a las del siglo XIX (IV, 173-4) .

    S i n e m b a r g o , O r t e g a no es muy exp l c i to sobre el se n t i d o de tal su p e r a c i n .A la v i s t a t i ene confusamente el l i be ra l i smo complac ien te del XIX, c o m o unp r o y e c t o d e sa f o r t u n a d o de conv iv i r y a d a p t a r se t a n t o a la ps ico log a de lasm a s as c o m o al c o n s t a n t e i n c r e m e n t o del p a p e l del E s t a d o . El ges to o r t egu ianode revolverse cont ra el siglo XIX es b i e n c o n o c i d o . N a d a m o d e r n o y muys ig lo XX, como reza un f amoso t tu lo de El Espectador, t o d o en su filosofami l i t a con t r a la pasada cen tu r i a , el siglo de la superst ic in de lo m o d e r n o (II,2 4 ) , de las grandes mayscu las y de la l a t e n t e h i p o c re s a . C i e r t a m e n t e , el sigloque asis te a las r evo luc iones l ibe ra l es pe ro t ambin el siglo del colect iv is mo ^^.Pero , de qu su p e r a c i n en c o n c r e t o se t rata?. Acaso de un r ecor t e de lasl iber tades en su ex tens in a las masas? . En el a r t c u l o r e c i e n t e m e n c i o n a d o deEl Espectador, al cr i t i ca r Or tega el p r o g r e s i sm o d o g m t i c o del X I X , se a d e l a n ta un j u i c io de ex t r ema g ravedad : Si les decs que la salvacin de la d e m o c r a c ia d e p e n d e de que no se haga sol idar ia del sufragio universal , del P a r l a m e n t o ,etc , os dec la ra rn r eacc ionar io . On est toujours le ractionnaire de quelquurt(11,24). Que yo sepa a parte de esta insinuacin, que curiosamente no formu-la en primera persona, Ortega no volvi nunca sobre el tema ni lleg a defen-der la limitacin del sufragio universal. Un par de aos despus de la cita deEl Espectador, al referirse Ortega en 1918 al verdadero e integral liberalismo,lo define precisamente en trminos de los nuevos intereses y preocupacionessociales: su poltica se resume as: libertad, justicia social, competencia,

    ^' El siglo XIX dice Simmel ha creado una nocin cuantitativa, extensiva de lahumanidad: segn ella, lo social, lo comunal , es lo h u m a n o . El individuo no existe realmente:es el punto imaginario donde secruzan loshilos sociales (I, 93).

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    modernidad (X, 456). Se ha replegado el Ortega de La rebelin de las masasde esta frontera?. No es fcil dar una respuesta univoca. En cierto modo no, almenos en la intencin, pues Ortega persiste en el programa comprehensivo deliberalismo integral, pero lo matiza decisivamente poniendo el nfasis ahora,no tanto en el papel educador y socializador del Estado sino en los hbitossociales de competencia, cooperacin y solidaridad social. De ah que, a su juicio, el liberalismo sustantivo no deba identificarse con una frmula polticasino con una orientacin espiritual. No consiste tanto, al modo decimonnico, en un sistema de libertades concretas, definidas de una vez para siempre,sino en la vida en cuanto libertad, esto es, en la capacidad creadora de la vidapara orientarse por s misma hacia ms vida y crear en todo momento las instituciones necesarias para henchir su destino. Otro tanto ocurre en el ordensocial. Hay que saber orientarse, hacia los caminos acertados para conseguirlo que de esa justicia social es posible y es justo conseguir, caminos que noparecen pasar por una miserable socializacin, sino dirigirse en va recta haciauna magnnima solidaridad (IV, 133). Nada se nos dice, en cambio, sobrecm o concretar p olticame nte esa frmula. Se dira que lo que de veras interesa a Ortega es acrisolar la actitud liberal y promover una cultura de libertad.Pero vara decisivamente la clave para entender a sta. Si antes, en su aproxim acin al socialismo y al socaire de su prim er neok antism o, subrayaba ftinda-mentalmente en el ethos liberal la autonoma y la dignidad del ser personal ysu necesaria apertura social y comunitaria, ahora, a la altura de 1926, frente alimperio creciente del hombre-masa, se ve obligado a ponderar especialmentela dimensin de la originalidad creadora y la individualidad, en consonancia,po r lo dem s, con su filosofa de la razn vital. Y con ello se prod uce en su obraun cambio de aires. De la presencia decisiva de Kant y Fichte en el primerOrtega neokantiano, se pasa, a principios de los aos veinte, despus del viraje fenomeno lgico contra el neokan tism o, a un creciente influjo de Nietzsche.Hay una lgica interna en el nuevo planteamiento. Puesto que con el advenimiento del hombre-masa la vida histrica se halla amenazada de degeneracin, es decir, de relativa muerte (IV, 210 ), slo pu ede esperarse un ant do toeficaz en el cultivo de la vida ascendente:

    La vida creadora supone un rgimen de alta higiene, de gran decoro, deconstantes estmulos, que excitan la conciencia de la dignidad (IV, 245).Si estar desmoralizado es quedarse sin moral, en el sentido originario queO rtega d a al trm ino , y Eu ropa est desmoralizada (IV, 27 6), entonces su tera-

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    pia no puede ser otra que recuperar el ethos liberal especfico de la vida creadora. Este lo encuentra Ortega en la actitud vital del alma noble, en contrapunto al alma plebeya:

    El hombre-masa carece simplemente de moral, que es siempre, poresencia precisa Ortega sobre la huella nietzscheana sentimiento desumisin a algo, conciencia de servicio y obligacin: (IV, 277)... En cambio,el hombre selecto o excelente est constituido por una ntima necesidad deapelar de s mismo a una norm a ms all de l, superior a l, a cuyo serviciolibremente se pone (IV, 181).Sorprende, sin duda, este uso de temas nietzscheanos al servicio de la reforma del liberalismo, en contra, pues, de la intencionalidad originaria deNietzsche, y viene a ser una prueba de cuan originalmente utilizaba Ortega aotros filsofos, no con menos libertad que Unamuno, en la construccin de supropio pensamiento. Claro est que este uso y apropiacin de Nietzsche supone tam bin un a metamo rfosis de su temtica de sentid o vitalista al verterla enclave civil. En el alma nob le camp ea aqu el esencial aristocratismo pro pio de losindividuos creadores y autoexigentes. Frente a la inercia y la rutina del seo

    rito satisfecho, como califica Ortega al hombre-masa, el alma noble se caracteriza, ante tod o, por la persecucin de la excelencia, pon ien do en m xima tensin sus fierzas creadoras. El noble o el hroe, como se lo llamaba enMeditaciones del Quijote, se distingue por aquella originalidad prctica, con laque inventa y hace su vida frente a la rutina y la presin social. Y este quererl ser l mism o es la heroicidad (I, 39 0) . Pero, no es la tarea de constituirsecomo un s mismo, como un individuo autnomo y creativo, la propia delethos liberal? Claro est que este querer ser s mismo, si es genuino, tiene queir acompaado de la askesis o entrenamiento con que el hroe resiste a todaslas solicitaciones que intentan apartarlo de su ruta. Es la exigencia continua,implacable, en que se prueba el verdadero poder. Y la exigencia incluye elesfierzo por la realizacin de sus ideales. Lo decisivo con todo es que la excelencia, la exigencia y el esfierzo estriban, en ltima instancia, en la magnanimidad con que el noble se entrega a una gran causa, en la que pone y a la queexpone su vida. Esto hace que la actitud noble no quede en el mero formalismo asctico del esfuerzo. No hay vida noble sin causa noble:

    No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima la necesidad de servir como una opresin. Cuando

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    33 4 PEDRO CEREZO GALNsta, por azar, le falta, siente desasosiego e inventa nuevas normas ms difciles, ms exigentes, que le opriman. Esto es vida como disciplina la vidanoble (IV, 182).

    Y p u e s t o q u e i o v e r d a d e r a m e n t e g r a n d e y n o b l e s i e m p r e n o s e x c e d e , e lno b le se r econ oce , f inalmente , en e l excederse co n t in ua m en te a s m ism o. E nla f idel idad a su causa, la resolucin noble genera un arduo camino de renunc i a y t r a s c e n d i m i e n t o :Para m, nobleza es sinnimo de vida esforzada, puesta siempre a superarse a s misma, a trascender de lo que es hacia lo que se propone comodeber y exigencia (IV, 183).

    Es ta e ra l a r espues ta o r tegu iana a un l ibe ra l i smo d imi t ido , que en su conv i v e n c i a y c o m p l i c i d a d c o n e l h o m b r e - m a s a , h a b a r e n e g a d o d e s u p r o p i oethos. Qu per f i l o cuo p resen ta es te l ibera l i smo rea lmente nuevo , por e lque c lama Or tega? Es acaso un re to rno a l l ibe ra l i smo de los doc t r inar ios , ex i gente y moral , f rente a l l iberal ismo societar io y es ta ta l is ta? . En La rebelin delas masas na da se no s d ice a es te r espec to , de m o d o q ue ha y qu e ras t rea r su r es pues ta en o t ros r eg i s t ros . C ie r tamente , a comienzos de los aos ve in te , consumada su rup tu ra con e l pa r t ido soc ia l i s t a . Or tega se d i s tanc ia de l p rogramas in t t i co de l ibe ra l i smo y soc ia l i smo, con e l que hab a comparec ido en la escena p bl ic a en los pr im ero s lus t ros del sig lo . Lo que ah or a le in teresa f tinda-menta lmente no es t an to e l Es tado l ibe ra l , deshauc iado , s egn Or tega , por suspro pias defic iencias y er rores , y ba rr id o f inalmente po r la D ic t ad ur a de Pr im ode Rivera , s ino la soc iedad l ibe ra l , e s to es , e l d inamismo e inc remento de v i t a l idad d e la soc iedad c iv il . N o b as ta con la re fo rma de l Es tad o , ven a a dec i rO r t e g a e n Espaa invertebrada, porque e l mal es sus tan t ivo y ex ige r emediosradicales . Y una sociedad no es t sana, es decir , v iva y operat iva , c readora , s ino lo es t e l suje to de la praxis social . Entre las condic iones de es ta salud c v ica des taca Or tega l a ex i s tenc ia de una v igorosa op in in pb l ica , y , complem e n t a r i a m e n t e , d e u n s u j e t o a u t n o m o d e j u i c i o . D e a h q u e p i e n s e e n l aneces idad de fuer tes minor as r ec to ras , capaces de genera r op in in pb l ica yde p romover movimien tos c v icos de a lcance soc ia l . Ar i s toc ra t i smo? S , indud a b l e m e n t e , p e r o n o e n c u a n t o a l d e s t i n a t a r i o , p u e s c u a l q u i e r a p u e d e y d e b e

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    llegar a ser un s mism o, com o cualquiera es de hech o ho m bre-m asa, sino encuanto al ethos y al mtodo. Se trata, pues, de un liberalismo tico en su inspiracin y pedaggico en su m tod o, qu e se pro pon e com o enrgica alternativa a la decadencia del tipo medio europeo:

    E l presente ensayo escribe Ortega en La rebelin de las masas no esms que un primer ensayo de ataque a ese hombre triunfante y el anunciode que unos cuantos europeos van a revolverse enrgicamente contra su pretensin de tirana (V, 208).E n cualquier caso, este ensayo no es de ndole sociopoltica, en sentido con vencional, en cu anto que n o se le asigna a tales minoras un a funcin de direccin poltica o de gobierno sino de orientacin de la vida social. Ciertamente,esta actitud traduce un liberalismo desengaado y, en cierto modo, ensimismado, a diferencia del primer liberalismo orteguiano, el social-demcrata, alque he calificado antes de societario y estatista; menos ingenuo en su fe progresista y en su confianza en la eficacia de una reforma meramente poltica, yde ms diestra beligerancia contra la hiperdemocracia o el democratismoexasperado yfiaerade lugar. Incluso pu ede adivinarse u na au tocensura a su pri

    mera apuesta de conjugar el radical liberal y el propiamente socialista. Hay,pues, en l un repliegue del primer compromiso poltico, y por so lo calificaba antes de liberalismo desengaado y ensimismado, y un despliegue msintenso y enrgico, si cabe, de la dim ensin de m oral aristocrtica creadora. E nsuma: Ortega subraya ahora, va Renn - j como contrapunto al principiodemocrtico igualitario, el principio germnico de la conquista de franquiciascomo el aliento original del liberalismo:La idea de que el individuo limite el poder del E stado... es una idea germnica... D onde el germanismo no ha llegado, no ha prendido el liberalismo... Por eso, el que es verdaderamente liberal mira con recelo y cautela susfervores democrticos, y, por decirlo as, se limita a s mismo (II, 425).

    ^ '' Probab lemente escribe RE N A N por la raza germnica, en tanto que feudal y militar, llegarn a ser domados el socialismo y la democracia igualitaria, que en nosotros celtas noencontraran fcilmente su lmite, y sto ser conforme a los precedentes histricos, pues unode los rasgos de la raza germnica ha sido siempre hacer marchar a la par la idea de conquista yla idea de garan ta. La reforme intelUctuelle e t morale de la France , Michel Lvy, Paris, 1874, pg.28. ORTEGA, en lugar de militar, prefiere decir guerrera.

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    Sera improcedente, sin embargo, sacar de aqu conclusiones precipitadas ytomar este liberalismo radicalmente nuevo, como l lo llama, por antidemocrtico, o al menos, por reductivo de la democracia. Creo que semejante conclusin, aparte de injusta, no se sostiene en modo alguno. En este punto, ladiferencia con Nietzsche es radical. Lo aristocrtico no se opone aqu a lodemocrtico, en sentido propio, sino a lo que, a falta de mejor trmino, cabrallamar lo demofrnico, el empeo en erigir la opinin de las masas en canonde valor. Esto es lo realmente morboso. Y no slo por lo efectos de nivelacinde la estimativa, sino por perder d e vista qu e la nica fuente creadora de valorreside en la autocon ciencia persona l. Los valores n o se establecen p or conve ncin po ltica, surgen m s bien d e la liber creatividad y com petenc ia de los individuos y los grupos sociales, y se estabilizan y cobran vigencia por el asentimiento que puedan despertar en la vida social. El mtodo de su vigencia tieneque ver con el reconocimiento espontneo de la ejemplaridad de ciertas actitudes o comportamientos, con la seduccin que stos ejercen, y con la consiguiente imitacin de la excelencia, en lo que ve el liberal Ortega el principiode una sana constitucin social.

    Desde esta perspectiva, el liberalismo preserva a la democracia de sucorrupcin demaggica. No pretende, en modo alguno, l imitar sus pretensiones en orden a una co nstitucin racional de la esfera de poder, que para Orte gareside inequvocamente en el pueblo, pero s establece exigencias tico-jurdicas en el respeto a la autoconciencia personal c om o fin en s y en los derechosy franquas del individuo qua ser racional, que actan de marco normativoincondicional de tod a praxis polt ica. Y, adems, prom ueve un dinam ismo creador, que garantiza a la sociedad democrtica el impulso a una vida ascendente. En este sentido. La rebelin de las masas es una incitacin rigurosa a los liberales de su tiempo para salvar, en medio de la marea creciente del democratism o, la actitud liberal como fermento de cultura. Ortega repite insistentemente que la otra cara de la rebelin de las masas, coextensiva y simultnea conella, es la traicin de las minoras, que renuncian por desencanto, cobarda ocomplicidad a una funcin social y culturalmente directiva. Si en 1914 habaconv ocado a su generacin a la empresa d e un a educacin cvica del pas, inaugurando un movimiento intelectual en favor de la cidtura, y en 1921 reconoca con amargura, en Espaa invertebrada, que su generacin no haba sabidoestar a la altura de esta exigencia, todava entre 1926-28, cuando pareca adivinarse un nuevo tiempo poltico con la extenuacin y descrdito de laDictad ura primorriverista, tena Ortega fe bastante para hacer un Uamam ien-

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    to desesperado a la responsabilidad intelectual y cvica de los hombres de sugeneracin, que compartan con l el credo liberal. El aldabonazo en la conciencia histrica, que supona el auge de los movimientos totalitarios, frutoaberran te de u n d em ocra tismo sin alma liberal, fue el estmu lo decisivo de estaproclama orteguiana por una cultura reciamente l iberal, como antdoto a lostiempos de barbarie, que se avecinaban.

    Y puesto q ue la crisis era universal y afectaba al nc leo dia m an tino d e la cultura euro pea, el llamam iento orteg uiano se dirige, en ltima instancia, m s allde la inmediata circunstancia espaola, a la Europa de su tiempo, reclamndole que asuma responsablemente su liderazgo mundial. Ortega acert a ver lcidam ente q ue el futuro de Europ a estaba indisolublemente l igado a este nuevoliberalismo a la altura de su tiemp o (IV, 20 6 y 20 8). N o era tan to el miedo a larebelin de las masas y su ciega intervencin en la poltica sino el miedo a quese redujera a masa deseng aada e inerte el nico fermen to o levadura de la vidaintelectual; el miedo a la traicin de los intelectuales, tanto ms sutil, cuantoms enmascarada se ofreca con el disfraz de compromisos polticos de ocasin.H oy sabemos que la Repblica de Weim ar se vino abajo en Alemania dejandopaso ^por desgracia, paso democrtico al fascismo, por una cruel paradoja,en virtud precisamente de un desarme intelectual y moral de la democracia.Este trgico acontecimiento que abri en toda Europa una poca monstruosade violencia y barbarie, vino a ser la confirmacin histrica de la profeca orteguiana acerca de lo que poda esperarse de una democracia sin alma liberal.C ua nd o desaparecen d e la vida social todos los mecan ismos d e la creatividad, lacompetencia y el debate, cuando desfallece la conciencia tico-jurdica de laesfera normativa y se reduce el derecho y el valor a un producto de la convencin, slo caba esperar la utilizacin poltica de la inercia de las masas, explotan do su de scon tento, p or ideologas polticas de la tierra, la sangre y el rencor(= ressentimeni). Estos eran los males que quera evitar O rtega. Preocupado po run liberalismo claudicante, decepcionado por la ineficacia de las institucionesvigentes y horrorizado po r la homo geneizacin de la vida europea pu ntu aliza Th .M erm all , O rtega buscaba un p rincipio de autoridad sin fescismo y unademocracia sin nivelacin de valores culturales ^^

    Sobre la forma poltica concreta de su reacuado liberalismo, apenas dijonada Ortega. Tan slo aludi a ello de forma vaga y confusa en unas Notas

    Introduccin a su edicin de La rebelin de las masas, op. cit. 60.

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    sobre el pacifismo europeo, editadas en versin inglesa, en 1938, en la RevistaThe Nineteenth Century, y rescatadas recientemente en espaol por ThomasMermall, como apndice a su excelente edicin de La rebelin de las masas. Alfinal de estas notas, y contestando a la demanda de una doctrina positivasobre la cuestin, se atreve Ortega a vaticinar el futuro inmediato de Europa:

    Por tanto vendr una articulacin de Europa en dos formas de vidapblica: la forma de un nuevo liberalismo y la forma que, con un nombreimpropio , se suele llamar totalitaria ^ .Al formular este vaticinio, Orte ga tiene a la vista toda E uropa , la occiden

    tal y la oriental, y comprende su convivencia futura en el contrapunto entreregmenes liberales y autoritarios, asentados en el Oeste y el Este respectivam en te. En esta saludable tensin recobrar Europ a, segn cree O rtega, su fier-za cultural:Esto salvar Europa. Una vez ms resultar patente que toda forma devida ha menester de su antagonista. El totalitarismo salvar al liberalismo,destiendo sobre l, depurndolo, y gracias a ello veremos pron to un nuevoliberalismo templar los regmenes autoritarios ^ .

    Pese a la amb igedad de la expresin, no se trata de ning n rgimen mixtoentre estos dos antagonistas, aun cuando Ortega admite que pudiera haberfiguras intermedias de transicin en los pueblos menores, sino de la depuracin q ue sufi^ir el liberalismo cu an do tenga q ue afrontarse co n regmenes au toritarios y contrarrestar el principio heg em nico del Estado. Dep uracin aqu nosignifica otra cosa que repristinacin del genuino concepto de liberalismo detoda confusin con el dem ocr atism o, de to da ganga socializadora y estatista, encuanto defensa de los derechos del individuo frente al despotismo del poderestatal y la tirana social. Pero cuando conviven dialcticamente dos principios,no est toda la razn de una parte. Tambin el autoritarismo, que no es igualque totalitarismo, como insiste Ortega, aporta el principio de dalvaguardar elEstado y su autoridad de todo intento de disolucin. No por casualidad hablaOrtega tanto de depurar el liberalismo como de desteir sobre l, mala for-

    ^^ En cuanto al pacifismo, apndice a La rebelin de las masas, op. cit. 324.27 Ibidem.

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    tuna en este caso de expresin y concepto el principio autoritario. La oportunidad de renovacin del liberalismo vendra as del contrapunto autoritario,asimilando de ste la idea de un poder ejecutivo fuerte, pero limitndolo cons-titucionalmen te en sus pretensiones y tentaciones de excederse. Del equilibriomecnico y provisional entre estas dos formas polticas, qu lejos estabaentonces Ortega de adivinar el equilibrio del terror y la guerra fra, consecuente a la segunda guerra europea! surgira el hontanar de una nueva fe, sobrecuyo con tenido nada se nos dice. Ca be sup oner qu e sera la fe liberal d epu radaen conexin con el principio democrtico puesto en regla, pues, a su juicio,haba sido la falta o el vaco de esta fe, el escepticismo de liberales y demcratas (II, 503), lo que haba abonado la tentacin del fascismo. ObviamenteOrtega pec de ingenuidad con tan simplista profeca, formulada casi en vsperas de la segunda gran guerra civil europea, de la que iba a surgir la tensin,nada convivencial ni productiva, entre democracias populares y democraciasconstitucionales, quedando malparado siempre el radical liberal, que slocomienza a recobrarse cuando las democracias constitucionales han perdido asu antagonista histrico en el socialismo de Estado. Esbozando una crtica,podra decirse que en trminos generales. Ortega en su atencin creciente alliberalismo en cuanto cultura o forma de vida, deja desenfocado el liberalismocom o sistema poltico, exponindolo a interpretaciones reductivas o m inimalistas, al igual que en su em pe o de liberarlo de to da excrecencia dem ocratizantelo inclina, a veces, m s de la cue nta, al auto ritarism o. Y, sobre to do , en la me dida en que parte de la inautenticidad de lo social, como lo annimo colectivo,disecado en usos impersonales, tal como se muestra en El ho mbre y la gente, seve obligado a extremar la relacin intersubjetiva y la vida individual como elnico reducto salvador frente a la heteronoma e impersonalidad de la vidacolectiva. Desde tales supuestos, puede producirse insensiblemente un deslizamiento hacia una simplista contraposicin entre liberalismo y democracia, vidapersonal y vida colectiva socializada, en la que expresamente no cay Ortega,aunqu e dio pie a algn malentendido.

    Mientras tanto, la historia europea segua su trgico curso ajena a profecas de uno u otro signo. La segunda guerra europea fie el monstruoso experimento de la quiebra de la cultura europea liberal, de la cultura del pacto, deldeb ate y de la creatividad. Visto a la luz lvida de la guerra, el liberalismo realm ente nuevo, de qu e habla O rtega, n o sera en el fondo otra cosa qu e la reactualizacin de la cultura europea en sus principios hum anistas ftmdamentales,en su fe moral en la dignidad y la perfectibilidad del hombre, en la razn

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    co m n de convivencia, por encim a de todo fatalismo y dog m atism o. Y, en estesentido, la opcin liberal mostraba ser, como acert a decir sintticamenteUnamuno la frmula concreta del alma del hombre y el universal de todapoltica. Ciertamente esta cultura, la cultura humanista y liberal, estableceexigencias, cuya realizacin implica, como dira Kant, una tarea infinita. Laprimera y fundamental, la exigencia de ser un s mismo, centro autnomo ypersonal de actuacin, la exigencia de la personalidad libre y creadora. Y estaes, sin duda, una exigencia excesiva, y a contracorriente de una sociedad demasas, consum ista y satisfecha. D e ah la melancola liberal. On en fera jamisque les autres soient soi se quejaba amargamente Constant ^^. Es el lamentodel liberal ante la m agn itud de su exigencia. Tam bin la raz de su m elancola.Ortega lo saba muy bien. Para ser s mismo es preciso ser un hroe. Pero nocabe dimitir en la empresa sin dejar de ser liberal, pues la fe liberal estriba precisamente en que uno cualquiera puede llegar a ser y debe llegar a ser un smismo. Como haba proclamado en las M editaciones del Q uijote, todo hombre lleva dentro de s un hroe mun, truncado y expectante, que se agitaen medio de una caterva de instintos plebeyos (I, 394-5), esperando la hora,la ocasin de su renacimiento.

    ^* Ap ud J. MARICHAL El secreto de Espaa, op. cit . 92.