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NOTAS Y COMENTARIOS La «Apostolica vivendi forma» en la vida consagrada y sacerdotal Relación entre «Vita consecrata» y «Pastores dabo vobis» JUAN ESQUERDA BIFET Roma PRESENTACIÓN Una atenta lectura sobre la exhortación possinodal Vita consecra- fa hace recordar muchos temas paralelos de la exhortación Pastores dabo vobis, especialmente en todo cuanto se refiere al seguimiento radical de Cristo (Esposo, Buen Pastor). Incluso la telminología es parecida al referirse a la Iglesia misterio, comunión y misión, así como al subrayar la condición de ser «signo» de Cristo y al presentar la relación íntima y personal con él. Repetidas veces, Vifa consecrata hace un resumen de las tres vocaciones (o estados de vida): laical, sacerdotal, vida consagrada 1. Ordinariamente se indica la «secularidad» para ellaicado, la «minis- terialidad» (o «carácter ministerial») para el sacerdote y la «consa- gración» por la profesión de los Consejos para la persona consagrada con un marcado acento escatológico. No deja de recordar que, ade- 1 Cfr. VC 16, 30-31, 50, 54, 56, 81. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (55) (1996), 325-342

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NOTAS Y COMENTARIOS

La «Apostolica vivendi forma» en la vida consagrada y sacerdotal

Relación entre «Vita consecrata» y «Pastores dabo vobis»

JUAN ESQUERDA BIFET

Roma

PRESENTACIÓN

Una atenta lectura sobre la exhortación possinodal Vita consecra­fa hace recordar muchos temas paralelos de la exhortación Pastores dabo vobis, especialmente en todo cuanto se refiere al seguimiento radical de Cristo (Esposo, Buen Pastor). Incluso la telminología es parecida al referirse a la Iglesia misterio, comunión y misión, así como al subrayar la condición de ser «signo» de Cristo y al presentar la relación íntima y personal con él.

Repetidas veces, Vifa consecrata hace un resumen de las tres vocaciones (o estados de vida): laical, sacerdotal, vida consagrada 1.

Ordinariamente se indica la «secularidad» para ellaicado, la «minis­terialidad» (o «carácter ministerial») para el sacerdote y la «consa­gración» por la profesión de los Consejos para la persona consagrada con un marcado acento escatológico. No deja de recordar que, ade-

1 Cfr. VC 16, 30-31, 50, 54, 56, 81.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (55) (1996), 325-342

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más del sentido ministerial o en relación con él, los sacerdotes «son imágenes vivas de Cristo Cabeza y Pastor», señalando también su carácter escatológico de guiar el pueblo hacia la venida definitiva de Cristo (cfr. VC 16).

Mi reflexión intenta aprovechar la doctrina de VÜa consecrata, relacionándola con la de Pastores dabo vobis, para destacar un punto de convergencia (la «vida apostólica» o apostolica vivendi forma), que señala una base común entre sacerdotes y personas consagradas, a partir de la cual será más fácil comprender y apreciar las diferen­CIas.

1. INVITACIÓN A UN CONOCIMIENTO MUTUO

Tanto en el Sínodo sobre vida y formación sacerdotal (1990) como en el de la vida consagrada (1994), se sintió la necesidad de un mejor conocimiento mutuo para una más estrecha y armónica cola­boración 2.

En la exhortación possinodal Vira consecrata, el Papa invita a un conocimiento mutuo entre sacerdotes y personas consagradas, ofre­ciendo la vía práctica de insertar en los propios planes de estudio la materia relativa a las demás vocaciones: «Contribuirá también a un mejor conocimiento recíproco la inserción de la teología y de la espiritualidad de la vida consagrada en el plan de estudios teológicos de los presbíteros diocesanos, así como la previsión en la formación de las personas consagradas de un adecuado estudio de la teología de la Iglesia particular y de la espiritualidad del clero diocesano» (VC 50).

Tanto la vocación laical como la sacerdotal se presentan en rela­ción con la vida consagrada, salvando la peculiaridad de cada voca­ción como llamada a la santidad y al seguimiento evangélico, que deriva siempre del bautismo o también (en el caso de los sacerdotes) del hecho de ser signo del Buen Pastor. A partir de este supuesto, se pasa, como es lógico, a presentar la obligación de totalidad por parte

2 Cfr. Re/atio post disceptationem, n. 11, del Sínodo de 1990; Propositio 49 b del Sínodo de 1994. Ver también el n. 6 del Mensaje final del Sínodo sobre la vida consagrada.

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de la vida consagrada, como «adhesión conformadora con Cristo de toda la existencia» (VC 16) '.

Pastores dabo vobis, al subrayar la teología de «comunión», especialmente en el Presbiterio (como mysterium o «realidad sobre­naturai»), dio unas pautas para los sacerdotes diocesanos (o incardi­nados) en vistas a apreciar a las personas consagradas y a colaborar con ellas. Precisamente a partir de la «comunión», los mismos sacer­dotes diocesanos sabrán apreciar la peculiaridad de la vocación ele los sacerdotes religiosos o de la vida consagrada en general: «Tam­bién forman parte del único presbiterio, por razones diversas, los presbíteros religiosos residentes o que trabajan en una Iglesia parti­cular. Su presencia supone un emiquecimiento para todos los sacer­dotes y los diferentes carismas particulares que ellos viven, a la vez que son una invitación para que los presbíteros crezcan en la com­prensión del mismo sacerdocio, contribuyen a estimular y acompañar la formación permanente de los sacerdotes» (PDV 74; cfr. n. 31) 4.

De hecho, tanto Vita consecrata como Pastores dabo vobis, ofre­cen abundante material sobre la naturaleza y espiIitualidad de cada vocación concreta (vida consagrada o sacerdocio ministerial, respec­tivamente), pero, aún instando a un conocimiento y colaboración mutua, no ofrecen suficientes contenidos del otro estado de vida. Naturalmente que los suponen. Así, pues, en la práctica, un sacerdote diocesano necesitará leer Vita consecrata para entender bien esa vocación, mientras que un religioso tendrá que leer Pastores dabo vobis si quiere conocer los contenidos de la espiritualidad del clero diocesano (según se le pide en VC 50).

No sería exacto entender por «ministerialidad» sólo la acción ministerial de predicar, celebrar y presidir por parte del sacerdote ministro, olvidando su realidad de ser signo personal y transparente de Cristo Buen Pastor (es decir, la caridad pastoral con todas sus

3 Ver también VC 30-34, 105. 4 Pastores daba vobis ofrece también pistas para la armonía y conocimiento

mutuo entre sacerdotes, religiosos y laicos. De hecho, «cada sacerdote, tanto diocesano como religioso, está unido a los demás miembros de este Presbiterio, gracias al sacramento del Orden, con vínculos particulares de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad» (PDV 17; cfr. 31, 59, 74, 81). Ver también: Directorio para el ministerio y la vida de fas presbíteros (Congregación del Clero, 1994) 31.

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consecuencias). Efectivamente, «gracias a esta consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, y que se compendian en su caridad pastoral» (PDV 21).

Tampoco sería COlTecto entender por «vida consagrada» sólo la oblación por medio de la profesión de los Consejos evangélicos, olvidando la relación intrínseca con la misión en la Iglesia particular y universal, es decir, «la dimensión intrínsecamente misionera de la consagración» (VC 67).

El sacerdote diocesano comprenderá mejor el valor de la «profe­sión» de los Consejos evangélicos (que es el elemento fundamental del religioso), si él mismo descubre su relación sacerdotal con el estilo de vida del Buen Pastor (que fue pobre, obediente y virgen). El sacerdote religioso comprenderá mejor el valor de la «ministeria­lidad» y de la espiritualidad pastoral del sacerdote ministro, a partir de la propia realidad de ser signo radical de Cristo para dedicarse plenamente a la misión y, por tanto, a los servicios de caridad.

2. UN PUNTO DE REFERENCIA:

LA VIDA AL ESTILO DE LOS ApÓSTOLES

Hay un punto de convergencia que une al sacerdote diocesano con el sacerdote religioso o con otras personas de «vida consagrada»: el seguimiento radical de Cristo, al estilo de los Apóstoles. Los documentos sobre la vida sacerdotal han señalado siempre esta di­mensión de «vida apostólica» o de apostolica vivendi forma. Los documentos sobre la vida consagrada han hecho lo mismo. En rea­lidad, se trata del grupo diferenciado de discípulos que seguían al Señor con el mismo radicalismo (los Apóstoles y otras personas, también algunas mujeres, según Lucas 8,1-3).

La exhortación Vita consecrata recuerda con frecuencia esta re­lación de la vida consagrada con la vida de los Apóstoles. «Los que actualmente siguen a Jesús abandonándolo todo por El, imitan a los Apóstoles que, respondiendo a su invitación, renunciaron a todo lo

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demás. Por esta razón tradicionalmente se suele hablar de la vida religiosa como apostolica vivendi forma (ve 93) 5.

Vita consecrata, ya desde el principio, se remite a esa realidad «apostólica»: «También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar con El y ponerse, como El, al servicio de Dios y de los hermanos» (Ve 1). Esa «forma de vida» indica una «especial rela­ción con Jesús» (Ve 14) al estilo de los primeros discípulos. En este sentido, «la vida consagrada es memorial viviente del modo de exis­tir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos. Es tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador» (Ve 22).

La exhortación possinodal sobre la vida consagrada describe esta realidad «a imagen de la comunidad apostólica», teniendo en cuenta también la primera comunidad eclesial (cfr. Act 2,42-47) y las par­ticularidades del propio carisma (Ve 45). Precisamente la escucha de la Palabra de Dios hará comprender mejor «las palabras y los ejemplos de Cristo y de la Virgen María, y la apostolica vivendi forma» (ve 94).

Por su parte, la exhortación Pastores dabo vobis presenta tam­bién la vida sacerdotal (en su ser, obrar y vivencia) en relación con la vida evangélica de los doce Apóstoles, con las mismas exigencias de radicalismo, aunque haciéndolas derivar de la caridad del Buen Pastor. «El ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbí­teros, una referencia particular al ministerio originario de los após­toles, al cual sucede realmente, aunque con respecto al mismo tenga unas modalidades diversas» (PDV 16).

Por esto, ya desde la fonnación inicial, deberá darse a los futuros sacerdotes diocesanos esta orientación de «vida apostólica», a partir de la cual comprenderán mejor las otras formas de vida evangélica radical. «El seminario es ... la comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apos­tólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce. En realidad, los Evangelios nos presentan la vida

5 Ver la explicación de esta «vida apostólica», en ve 1, 14,22,31,34,45, 93-94.

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de trato íntimo y prolongado con Jesús como condición necesaria para el ministerio apostólico. Esa vida exige a los Doce llevar a cabo, de un modo particularmente claro y específico el desprendimiento -propuesto en cierta medida a todos los discípulos- del ambiente de origen, del trabajo habitual, de los afectos más queridos (cfr. Mc 1,16-20; 10,28; Lc 9,11.27-28; 9,57-62; 14,25-27)>> (PDV 60)6.

La fisonomía o «rostro» del presbítero del «tercer milenio» será también la misma fisonomía de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, por el hecho de participar en «un sacerdocio ministerial del que los após­toles fueron los primeros investidos» (PDV 5). Por la recepción del don permanente del Espíritu, «son llamados y capacitados para con­tinuar el mismo ministerio apostólico de reconciliar, apacentar el rebaño de Dios y enseñar» (PDV 15). «Mediante el sacerdocio del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de embajador de Cristo (cfr. 2Cor 5,20). En esto se funda el carácter misionero de todo sacerdote» (PDV 16).

Cuando Pastores dabo vobis señala las consecuencias evangéli­cas de la caridad pastoral, sin ningún descuento, no ofrece una elu­cubración, sino un hecho evangélico: «Así fue en Jesús. Así fue en los Apóstoles y en sus sucesores» (PDV 24). Por esto, la formación de los seminarios diocesanos debe apuntar a «vivir como los Após-

6 Cfr. PDV 4-5, 15-17, 22, 24, 42, 46, 60. Sobre la «Vida Apostólica» (o apostolica vivendi forma) en los Presbiterios primitivos, ver la carta de San Ambrosio, alabando el ejemplo de San Eusebio De Vercelli (Epistola 63: PL 16,1239-1272). También los discursos pronunciados por oradores anónimos en Vercelli, recordando el ejemplo del santo obispo en un Presbiterio familiar (PL 57, 413ss). Habría que recordar el ejemplo de otros santos obispos de la época: San Máximo (Turín), San Sabino (Piacenza), San Gaudencio (Novara), San Félix (Bologna), San Vicente (Cremona), San Zenón (Verona), San Inocen­cia (Tortona). El biógrafo de San Agustín (San Posidio) afirma que el santo obispo «vivió la vida apostólica»: PL 32,33-66. Respecto a la «regla de San Agustím>, como primera regla de «Vida Apostólica», antes de la regla de San Pacomio y de San Benito, ver: C. L. BOFF, La vito delta comunione dei beni, la regola de San Agostino, Assisi, Cittadella, Ed. 1991. Se puede decir que Santo Domingo aplicó la «regla» de San Agustín (que se vivía en su Presbiterio de Burgo de Osma) a su nueva situación de «predicadOr» interdiocesano; por esto el Papa le llamó virum totius aposto/icae regulae sectatorem; cfr. Acta canoni­zationis sancti Dominici, Monumenta O.P. Mist. 16, Romae, 1935, pp. 30 Y ss., 146-147.

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toles en el seguimiento de Cristo» (PDV 42), porque «vivir en el seminario, escuela del Evangelio, es vivir en el seguimiento de Cristo como los Apóstoles. Más aún, es dejarse configurar con Cristo Buen Pastor» (ibídem). Para ellos «la búsqueda de Jesús ... encuentra su aplicación específica precisamente en el contexto de la vocación de los Apóstoles» (PDV 46).

3. EXIGENCIAS COMUNES DE LA «APOSTOLICA VIVENDI FORMA»

La «vida apostólica» o apostolica vivendi forma se concreta en tres grandes líneas: el seguimiento evangélico de Cristo (<<sequela») al estilo de los Apóstoles, la fraternidad o vida comunitaria y la disponibilidad misionera incondicional. Las modalidades de su apli­cación podrán variar según se trate del Presbiterio (con el propio Obispo), de la vida monástica, eremítica, religiosa, de Instituto secu­lar, de asociación de vida apostólica, etc.

Actualmente (aunque no siempre fue así en el pasado) se llama «vida consagrada» a la modalidad de la apostolica vivendi forma que se lleva a la práctica por medio de la «profesión» (o compromisos especiales reconocidos por la Iglesia) sobre los Consejos evangéli­cos. En este sentido hay que entender la afirmación de que se trata de «seguir, en la búsqueda de la caridad perfecta, a Jesús virgen, pobre y obediente» (VC 12).

A) La sequela evangélica (práctica de los Consejos evangélicos)

En cuanto a la «vida consagrada», la «profesión» de los Conse­jos evangélicos constituye su elemento fundamental (VC 12). Natu­ralmente habrá que profundizar en su dimensión trinitaria (VC 20), cristológica (VC 16, 18), pneumatológica (VC 19), eclesiológica de desposorio con Cristo (VC 3, 19, 34, 105) Y escatológica (VC 14, 16,26). La «consagración» es «un don específico del Espíritu Santo» que «asocia su oblación al sacrificio de Cristo» (VC 30).

Los Consejos evangélicos, especialmente por su «profesión», hacen del rostro de la Iglesia la expresión de «los rasgos del Esposo»

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transfigurado en el Tabor (VC 13,19,23-25), para que, reproducien­do su mismo estilo de vivir, Cristo sea «el centro de la propia vida» (VC 16; LG 44). Por ser «un don de la Trinidad» (VC 20), las personas consagradas, por la profesión de los Consejos evangélicos, participan en la misma consagración del Hijo de Dios y son epifanía de Dios amor (VC 21-22). A los retos actuales sobre cada uno de los Consejos evangélicos, sólo se podrá responder con una vivencia más radical y «profética» de los mismos (VC 84,88-91). Respecto a la Iglesia, «la vida consagrada expresa de manerea elocuente su Íntima esencia esponsal» (VC 105).

En cuanto a la vida sacerdotal, la práctica de los Consejos evan­gélicos está relacionada con la vida de los Apóstoles en su segui­miento de Cristo Buen Pastor, obediente, casto y pobre. La «sucesión apostólica» y la caridad pastoral derivan hacia esa vida que Cristo quiso para él y para «los suyos» (Jn 13,1). Los sacerdotes están llamados a ser «imágenes vivas de Cristo Cabeza y Pastor» (VC 16), «imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia» (PDV 22), signos del amor de Clisto Esposo «frente a la Iglesia esposa» (PDV 22), llamados a «revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa» (ibídem) 7.

Esta relación íntima con la caridad de Cristo Sacerdote, Pastor, Esposo, Cabeza y Siervo, reclama vivir su mismo estilo de vida, «como prolongación visible y signo sacramental de Cristo» (PDV 16). Por esto la práctica de los Consejos evangélicos son, para el sacerdote, un «compendio de la caridad pastoral» (PDV 27). «Expresión privilegiada del radicalismo son los varios consejos evan­gélicos que Jesús propone en el Sermón de la Montaña (cfr. Mt 5-7), Y entre ellos los consejos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza: el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan» (PDV 27; cfr. 28-30)8.

7 Encontramos los mismos contenidos evangélicos en el Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, nn. 57-67.

8 En Oriente y Occidente se encuentra la misma tradición «apostólica» con aplicaciones diferenciadas: quien preside «espiJitualmente» la comunidad ecle­sial está llamado a ser signo de Cristo Esposo ante ella. En Oriente quien preside

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B) Fraternidad

La vida fraterna o «comunitaria» (según diversas modalidades) es una nota permanente de toda «vida consagrada». La Exhortación Vita consecrata lo ha recordado, dedicando especialmente el capítulo II al tema de la «comunión».

El origen fontal de esta fraternidad es la vida trinitaria. Su punto de referencia es la primera comunidad eclesial en Jerusalén, donde todos eran «un solo corazón y una sola alma» (Act 4,32). Por esta fraternidad se tiende a hacer de toda la humanidad «una sola fami­lia», en la que se refleje la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Ve 21).

Para llegar a vivir esta fraternidad es necesaria una «formación comunitaria y apostólica» desde los comienzos de la vida consagra­da. De este modo, «la vida comunitaria, ya desde la primera forma­ción, debe mostrar la dimensión intrínsecamente misionera de la consagración» (Ve 67). La fuerza misionera radica en la comunión trinitaria reflejada en la comunión fraterna, puesto que «la comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión mi­sionera» (Ve 46).

La modalidad de vida fraterna de la vida comunitaria «religiosa» o de vida consagrada difiere de la fraternidad entre los sacerdotes ministros, puesto que aquélla tiene Estatutos especiales en los que, además, se inserta armónicamente el voto de obediencia y la carac­terística peculiar trazada por el carisma fundacional.

Respecto a vida sacerdotal, «Pastores dabo vobis» da una impor­tancia similar a la vida fraterna, aunque las modalidades y las exigen­cias concretas sean diferentes. Se trata de un elemento' constitutivo de toda «vida apostólica» (o según el modelo de los Apóstoles). El origen fontal es siempre el mismo (la vida trinitaria), así como tam­bién la base eclesiológica (en la Iglesia misterio, comunión, misión) (PDV 16). Por esto, «el ministerio ordenado tiene una radical «for-

«espiritualmente» la comunidad (presidencia de la Eucaristía, dirección espiri­tual, confesión, etc.), es el Obispo y algunos presbíteros célibes (<<pneumaticoi»). Pero habría que recordar que, en buena lógica evangélica, no es sólo cuestión del celibato, sino también de la pobreza, obediencia, humildad, sacrificio, vida fra­terna ... (con o sin votos).

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ma comunitaria» y puede ser ejercido sólo como «una tarea colecti­va». Sobre este carácter de comunión del sacerdocio ha hablado lar­gamente el Concilio, examinando claramente la relación del presbí­tero con el propio Obispo, con los demás presbíteros y con los fieles laicos» (PDV 17; cfr. PO 7-9).

Se trata de «una continuación en la Iglesia de la íntima comuni­dad apostólica formada en tomo a Jesús» (PDV 60). Esta comunidad tiene lugar especialmente en el Presbiterio, que es «una realidad sobrenatural» a modo de «familia» (PDV 74). Por esto «la unidad de los presbíteros con el Obispo y entre sí no es algo añadido desde fuera a la naturaleza propia de su servicio, sino que expresa su esen­cia como solicitud de Cristo Sacerdote por su pueblo congregado por la unidad de la Santísima Trinidad. Esta unidad del Presbiterio, vi­vida en el espíritu de la caridad pastoral, hace a los sacerdotes tes­tigos de Jesucristo, que ha orado al Padre «para que todos sean uno» (Jn 17,21). La fisonomía del Presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden: una gracia que asume y eleva las rela­ciones humanas, psicológicas, afectivas, amistosas y espirituales en­tre los sacerdotes; una gracia que se extiende, penetra, se revela y se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espi­rituales, sino también materiales» (PDV 74; cfr. 76-77,81)9.

C) Misión (universal)

El tercer elemento fundamental de la «vida apostólica» es la dis­ponibilidad misionera a nivel de Iglesia local y universal. En cuanto a la vida consagrada, la exhortación possinodal ha aclarado concep­tos y disipado dudas. Toda vida consagrada, en virtud de su consa­gración específica, está al servicio de los campos de caridad y de

9 «Son muchas las ayudas y los medios ... entre éstos hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes» (PDV 81; Directorio 29,82,88). Por este camino se podría hacer realidad el Presbiterio como verdadera familia sacerdotal, donde «el sacerdote debería en­contrar los medios específicos de santificación y de evangelización» (Directo­rio 27).

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evangelización en toda la Iglesia universal (Ve, cap. III). «Las per­sonas consagradas están llamadas a ser fermento de comunión misio­nera en la Iglesia universal... Emerge de este modo el carácter de universalismo y de comunión que es peculiar de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica» (Ve 47).

Esta tensión misionera ad gentes no admite paliativos en la vida consagrada. «En virtud de su más íntima consagración a Dios, y permaneciendo dinámicamente fieles a su carisma, no pueden dejar de sentirse implicadas en una singular colaboración con la actividad misionera de la Iglesia ... manifiestan la ilTenunciable tensión misio­nera que distingue y caracteriza la vida consagrada» (Ve 77).

Es, pues, «tarea de la vida consagrada el trabajar en todo el mundo para consolidar y difundir el Reino de Cristo» (VC 78). «Sin la contribución de tantos Institutos ... sería impensable la vigorosa difusión del anuncio evangélico, el fume establecimiento de la Igle­sia en tantas regiones del mundo y la primavera cristiana que hoy se constata en las jóvenes Iglesias» (PDV 47). La vitalidad y la reno­vación interna de toda Institución de vida consagrada dependerá de su dinamismo misionero, porque «la misión refuerza la vida consa­grada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones y estimula su fidelidad» (VC 78).

La vida sacerdotal tiene también estas exigencias misioneras, aunque con matices y aplicaciones diferentes. El texto de Pastores daba vobis, recordando la doctrina conciliar, afirma que el sacerdote «está ordenado no sólo para la Iglesia particular, sino también para la Iglesia universal» (cfr. PO 10) (PDV 16). El «carácter misionero de todo sacerdote» (ibídem) se fundamenta también en el estilo de vida de los Apóstoles, puesto que «cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles» (PDV 18; PO 10).

La relación estrecha de los presbíteros con el Obispo y la perte­nencia a una Iglesia particular y a un Presbiterio, son un modo nuevo de asumir la «solicitud por la Iglesia universal y por cada una de las Iglesias particulares, al servicio de las cuales constituyen con el Obispo un único Presbiterio» (PDV 17; cfr. LG 28). La misma «in­cardinación» indica que se asume responsablemente la responsabili­dad misionera universal de la Iglesia particular. «La pertenencia y

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dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la misma naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquéllas no pueden reducirse a estrechos límites. El Concilio enseña sobre esto: «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal... confiada por Cristo a los Apóstoles». Se sigue de esto que la vida espiritual de los sacerdotes debe estar profundamente marcada por el anhelo y el dinamismo misionero» (PDV 32).

4. DIFERENCIAS y PECULIARIDADES

La misma realidad evangélica del seguimiento radical (o de prác­tica de Consejos evangélicos), de vida fraterna y de disponibilidad misionera, por parte de los sacerdotes y por parte de los religiosos o personas consagradas, no significa la igualdad en cuanto a la «pro­fesión» o compromiso ante la Iglesia acerca de este seguimiento con sus consecuencias de vida comunitaria y de misión. «Las personas consagradas, que abrazan los Consejos evangélicos, reciben una nue­va consagración que, sin ser sacramental, les compromete a abrazar -en el celibato, la pobreza y la obediencia- la forma de vida prac­ticada personalmente por Jesús y propuesta por El a los discípulos» (VC 31). Pero el radicalismo del seguimiento evangélico es siempre elemento esencial de toda forma de «vida apostólica» o apostolica vivendi forma (en el Presbiterio o en una Institución de vida consa­grada).

Es verdad que toda vocación cristiana (laical, sacerdotal, religio­sa) es una llamada a la «perfección de la caridad» (LG 40) Y al seguimiento evangélico, puesto que «la moral cristiana ... consiste, principalmente, en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a El, en el dejarse transfOlmar por su gracia» (VS 119). Pero en la vida sacerdotal y consagrada este seguimiento tiene el sentido de radicalismo como signo fuerte de la caridad del Buen Pastor y como consagración de signo más escatológico. La diferencia consistirá en realidades de gracia que matizan de modo especial este seguimiento evangélico y los demás elementos de la apostolica vivendi forma.

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En las «personas consagradas», todos los elementos de la apos­tolica vivendi forma quedan matizados también por gracias peculia­res que son ayudas especiales para su puesta en práctica:

La «profesión» de los Consejos indica un compromiso ante la Iglesia y constituye una especial consagración, «su más ínti­ma consagración a Dios» (VC 77). «Con la profesión de los Consejos evngélicos los rasgos característicos de Jesús -vir­gen, pobre y obediente- tienen una típica y permanente «vi­sibilidad» en medio del mundo» (VC 1; cfr. 16, 20ss, 88-92). La necesaria referencia y «fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto» (VC 36; cfr. 77). El cumplimiento generoso y responsable de unos Estatutos o Regla concreta (VC 91-92), que acostumbran a concretar los diversos aspectos del carisma propio en los elementos comu­nes de la apostolica vivendi forma. La colaboración especial en la Iglesia particular, en sentido de comunión responsable, con los matices del propio caris­ma, «con un estilo particular de santificación y de apostola­do», conservando una «justa autonomía», dentro siempre de «la pastoral diocesana» (VC 48). Los sacerdotes religiosos o de otras formas de vida consagra­da forman parte del Presbiterio, puesto que «cada sacerdote, tanto diocesano como religioso, está unido a los demás miem­bros de este presbiterio, gracias al sacramento del Orden, con vínculos particulares de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad» (PDV 17; cfr. 31, 74).

En los sacerdotes ministros, la apostolica vivendi forma, en sus tres elementos de seguimiento radical, vida fraterna y disponibilidad misionera, quedan matizados por estas realidades de gracia:

- El punto de referencia de la caridad pastoral, que hace del sacerdote una «prolongación visible y signo sacramental de Cristo» Buen Pastor (PDV 16; cfr. 21-14). La dependencia, también espiritual, respecto al carisma epis­copal (cfr. PDV 74; PO 7; CD 15-16, 28).

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- La «incardinación», que «no se agota en un vínculo puramen­te jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero (PDV 31; cfr. 32, 74). La pertenencia a la Iglesia particular y al Presbiterio, que es «un mysterium, una realidad sobrenatural, porque tiene su raíz en el sacramento del Orden» (PDV 74; cfr. 17; PO 8; LG 28). El sentido de «ministerialidad» (VC 31-32) también en la consecución de la santidad, «ejerciendo su triple función sin­cera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo» (PO 13; cfr. PDV 24-26).

5. COMPLEMENTARIEDAD y AYUDA RECÍPROCA

Las exigencias evangélicas comunes a sacerdotes y personas consagradas, derivadas de la apostolica vivendi forma, así como las diferencias y peculiaridades de cada estado de vida, deben ayudar a comprender y apreciar mejor la complementariedad y ayuda mutua consecuente.

La vida consagrada aportará un signo fuerte de radicalismo evan­gélico (por la «profesión» de los Consejos), un dinamismo de comu­nión universal y una particularidad «carismática» respecto a todos los elementos básicos de la apostolica vivendi forma. Ello enrique­cerá a la Iglesia particular y al mismo Presbiterio: «El don de la vida religiosa, en la comunidad diocesana, cuando va acompañado de sin­cera estima y justo respeto de las particularidades de cada Instituto y de cada espiritualidad tradicional, amplía el horizonte del testimo­nio cristiano y contribuye de diversa manera a enriquecer la espiri­tualidad sacerdotal, sobre todo respecto a la correcta relación y recí­proco influjo entre los valores de la Iglesia particular y los de la universalidad del Pueblo de Dios» (PDV 74).

La aportación de los sacerdotes de vida consagrada será de gran valor en el Presbiterio: «Los sacerdotes que pertenecen a Ordenes y a Congregaciones religiosas son una riqueza espiritual para todo el

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Presbiterio diocesano, al que contribuyen con carismas específicos y ministerios especializados; con su presencia estimulan a la Iglesia particular a vivir más intensamente su apertura universal» (PDV 31).

La vida sacerdotal diocesana ayudará a las personas consagradas a profundizar en la realidad diocesana de una historia de gracia (y herencia apostólica) y en la comunión de Iglesia particular y, si son sacerdotes, también a valorar la «realidad sobrenatural» del Presbi­terio, del que ellos también forman parte con matices especiales. Esos valores «diocesanos» ayudarán, pues, a los religiosos a «garan­tizar un espíritu de verdadera comunión eclesial, una participación cordial en la marcha de la diócesis y en los proyectos pastorales del Obispo, poniendo a disposición el propio carisma para la edificación de todos en la caridad» (PDV 74).

La exhortación apostólica Vira consecrata habla repetidas veces de la vocación sacerdotal y de la vocación a la vida consagrada, indi­cando tanto la relación como la diferenciación y complementación (cfI'. VC 16, 30-32, 34, 50, 105). Ambas dicen relación a Cristo, o como Cabeza y Pastor (la vocación sacerdotal) o como «la meta esca­tológica a la que todo tiende» (la vocación a la vida consagrada) (V C 16). Ambas suponen «una vocación distinta (dellaicado) y una forma específica de consagración, en razón de una misión particular» (VC 31).

Es interesante notar la afirmación de que los «sacerdotes que profesan los Consejos evangélicos» (y, por tanto, son miembros de la vida consagrada), ponen de manifiesto que «la vocación al sacer­docio y la vida consagrada convergen en profunda y dinámica uni­dad» (VC 30). En efecto, en esa nueva consagración (por la «profe­sión» de los Consejos evangélicos) se encuentra «una ayuda particular para vivir en sí mismo la plenitud del misterio de Cristo, gracias también a la espiritualidad peculiar de su Instituto y a la dimensión apostólica del correspondiente carisma» (ibídem).

Para que un sacerdote pase a la vida consagrada necesita la gracia de esa nueva vocación, que le ayudará a vivir las mismas exigencias de la apostolica vivendi forma con matices y gracias (carismas) es­peciales. Si un sacerdote religioso (o de vida consagrada) pasara al sacerdocio diocesano (por no sentirse llamado a la peculiaridad de la «profesión» de los Consejos o del carisma fundacional), ese paso no

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le dispensaría de las exigencias evangélicas de la apostolica vivendi forma a partir de la caridad pastoral, de la pertenencia a una Iglesia particular y de la relación estrecha con el carisma episcopal (sequela evangélica, fratemidad, disponibilidad misionera).

En cuanto a la pastoral vocacional sobre la vida consagrada, hay que recordar que a los sacerdotes (diocesanos y religiosos) corres­ponde el ministerio de suscitar las vocaciones de vida consagrada. Precisamente «el carácter ministerial», como nota característica del sacerdocio (VC 31), indica la responsabilidad de animar y coordinar todos los carismas y vocaciones de la comunidad. Así, pues, «los Obispos, presbíteros y diáconos, convencidos de la excelencia evan­gélica de este género de vida, trabajen para descubrir y apoyar los gérmenes de vocación con la predicación, el discemimiento y un competente acompañamiento espiritual» (VC 105).

Este fue también el encargo del decreto conciliar Presbyterorum Ordinis, precisando el encargo de suscitar y guiar esas vocaciones por el camino de la perfección evangélica: «Llevan a todos al cum­plimiento del propio estado e introducen a los más fervorosos hacia los Consejos evangélicos, que cada uno ha de practicar de una forma adecuada» (PO 5).

INDICACIÓN CONCLUSIV A

Una buena pista para comprender la relación, diferencia y com­plementariedad entre la vida consagrada y la ministerialidad del sa­cerdocio ordenado, la podemos encontrar en la indicación que ofrece la exhortación Vira conseCJ·ata. La vida consagrada, por el hecho de ser signo especial de la Iglesia esposa (cfr. VC 105), encuentra en la Santísima Virgen María su expresión particular. Es una pista que invita a su profundización ...

No sólo «la persona consagrada encuentra en la Virgen una Madre por título muy especial» (VC 28), y una presencia constante, sino que también encuentra en ella su propia realidad «esponsal» de aco­gida de la Palabra para transmitirla: «En María está particularmente viva la dimensión de la acogida esponsal, con la que la Iglesia hace fructificar en sí misma la vida divina a través de su amor total de

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virgen... La persona consagrada, siguiendo las huellas de María, nueva Eva, manifiesta su fecundidad espiritual acogiendo la Palabra para colaborar en la formación de la nueva humanidad, con su dedi­cación incondicional y su testimonio» (Ve 34).

Pero esa realidad esponsal y «mariana» necesita una complemen­tariedad: la ministerialidad del sacerdocio. Efectivamente, «en Pedro y en los demás Apóstoles emerge sobre todo la dimensión de la fecundidad, como se manifiesta en el ministerio eclesial, que se hace instrumento del Espíritu Santo para la generación de los nuevos hijos mediante el anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y la atención pastoral» (Ve 34). Entonces las dos vocaciones se encuentran como complementarias: «Así la Iglesia manifiesta plena mente su maternidad tanto por la comunicación de la acción divina confiada a Pedro, como por la acogida responsable del don divino, típica de María» (Ve 34).

El futuro de este aprecio y complementación mutua dependerá, a mi entender, de la autenticidad de la apostolica vivendi forma en sus tres elementos esenciales: el seguimiento evangélico radical, la vida fraterna (<<comunitatia»), la disponibilidad misionera. Los tres elementos son esenciales, por encima de cualquier forma particular de vida consagrada surgida en la histOlia, y tambíén más allá del vaCÍo actual en muchos Presbiterios sobre la apostolica vivendi forma.

La vida consagrada necesitará ahondar en su esencia, puesto que es el signo fuerte de la vida evangélica. El Presbiterio deberá elabo­rar y poner en práctica un proyecto de vida que abarque esos mismos elementos esenciales, a partir de las realidades de gracia del sacerdo­te ministro (diocesano). Otro punto de vista llevaría a reivindicacio­nes, malentendidos y acusaciones mutuas, a modo de problemas de lujo nacidos más bien de la falta de vida evangélica (la cual no admite ningún género de privilegios por parte de cualquier estado de vida «apostólica»).

El relativo vaCÍo durante siglos sobre esa realidad (la vita apos­tolica) en los Presbiterios, necesitará tiempo y esfuerzo por parte de todos, también por parte de los sacerdotes que «profesan» esa misma apostolica vivendi forma con modalidades diferentes y que pertene­cen también al Presbiterio. Estos sacerdotes deberán respetar la

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modalidad evangélica propia de los diocesanos, dejando que ellos mismos se tracen el camino pedido nuevamente por la Iglesia.

Al mismo tiempo, la autenticidad en poner en práctica el estilo de vida «apostólica» en los Presbiterios, será la garantía para suscitar las vocaciones a la vida consagrada, para una recta comprensión de la misma y para una colaboración afectiva y efectiva entre sacerdotes y personas consagradas.

La acción del Espíritu Santo, que comunica sus dones como participación en la misma consagración y misión de Cristo, para edificación de una misma Iglesia que es misterio, comunión y misión como reflejo de la comunión trinitaria, hará realidad lo que parece insuperable, porque, como dijo el ángel a María, «nada hay imposi­ble para Dios» (Lc 1,37). Entonces el rostro de Cristo Esposo (de quien son signo peculiar los sacerdotes) se reflejará en el rostro de la Iglesia Esposa (de la que son signo especial las personas de vida consagrada).

Cada una de las vocaciones es un modo peculiar de vivir el amor de Cristo, quien «amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5,25). Entra más adentro de esta realidad cristológica y eclesial no quien es más signo en uno u otro aspecto (sacerdotal o de vida consagrada), sino quien ama más a Cristo y a la Iglesia a partir de la peculiaridad de su propia vocación.

En los carismas fundacionales (de vida consagrada) «aparece siempre vivo el sentido de Iglesia» (VC 46). La construcción del Presbiterio según la apostolica vivendi forma, tendrá lugar también por ese mismo camino, «porque no puede separarse la fidelidad para con Cristo de la fidelidad para con la Iglesia. La caridad pastoral pide que los presbíteros, para no correr en vano, trabajen siempre en unión con los Obispos y con los hermanos en el sacerdocio. Obrando así hallarán los presbíteros la unidad de la propia vida en la misma unidad de la misión de la Iglesia, y de esta suerte se unirán con su Señor, y por El con el Padre en el Espíritu Santo, a fin de llenarse de consuelo y rebosar de gozo» (PO 14; cfI. PDV 65).