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LAS OBRAS DE MISERICORDIA

Obra, viene del latín opera, plural de opus: trabajo, obra, labor. Es el producto del trabajo o

acción tanto en el campo material, como en el espiritual y moral. Las obras de misericordia

constituyen las formas clásicas de la acción caritativa1. La misericordia es una virtud que

lleva a compadecerse de las miserias y los padecimientos ajenos… es una cualidad o un

sentimiento que poseen así mismo las personas y que consiste en ayudar a alguien que se

encuentre en situación de necesidad, o sentir compasión por algún débil o alguien falto de

amor2. Misericordia significa sentir con el otro sus miserias y necesidades, y –como

consecuencia de ese compasión (sentir con) – ayudarlo, auxiliarlo3. En consecuencia, un

buen cristiano, debe sustentar su vida cotidiana en la misericordia hacia los otros4.

Reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y espirituales, será un modo para

despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para

entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la

misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para

que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos5. Lo podemos hacer

realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del

cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos

visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello

que cumplió Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos

temerosos la misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la

alegría6.

APROXIMACIÓN BIBLICA

La palabra obras puede revestir toda clase de sentidos, puede designar acciones, trabajos,

producciones diversas y más especialmente «la obra de carne» en que consiste la

generación. Aplicada a Dios indica también todos los aspectos de su actividad externa. En

un caso como en otro sólo puede comprenderse la obra remontándose al obrero que la ha

producido y tras toda obra humana importa descubrir la única obra de Dios: a su propio

Hijo con el que enlaza y al que quiere expresar a su manera7.

1 BASTOS DE AVILA, F., Pequeña enciclopedia de la Doctrina Social de la Iglesia, Ediciones San Pablo,

Santafé de Bogotá, 1994, 458. 2 DICCIONARIO BIBLICO ILUSTRADO EDIMEX, Ed. Crédito Reymo, Coacalco, 2005, 477.

3 CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, en

http://www.es.catholic.net/op/articulos/53920/obras-de-misericordia-corporales-y-espirituales.html

(10/05/2016). 4 DICCIONARIO BIBLICO ILUSTRADO EDIMEX, Ed. Crédito Reymo, Coacalco, 2005, 477.

5 PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, Bula de convocación del jubileo extraordinario de la

misericordia (11/04/2015), 15. 6 PAPA FRANCISCO, El Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, Homilía en el domingo de la

Misericordia (3/04/2016). 7 LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona, 1996

17, 604.

3

La obra de Dios tiene dos aspectos: la creación y la salvación. En el Antiguo Testamento

la revelación sigue un itinerario particular: Israel conoce a Dios en acción en su historia

antes de interesarse por su obra creadora...8 El hombre, a su vez, está obligado a hacer todo

lo que se le ha mandado (Gn.30,31; Ex.20,24), especialmente en relación con el prójimo

(Gn.20,13; 47,29; Jos.2,12; Miq.6,8); a cumplir la voluntad de Dios sin buscar su seguridad

en obras superficiales de expiación, cultuales y morales (Is.1,11.16; Am.4,4)9. El hombre

debe, a imagen de Dios, su creador, operar constantemente10

:

1. En la fuente de las obras del hombre. Lo que induce al hombre a obrar no es

sencillamente una necesidad interior, sino la voluntad de Dios. Las obras del hombre

aparecen como la eflorescencia de la obra divina. Exigen, sin embargo, por su parte un

esfuerzo personal, un empeño, una elección. En efecto, la voluntad de Dios se presenta

concretamente a la libertad humana bajo la forma de una ley exterior a él, a la que debe

obedecer.

2. Las obras mayores del hombre. Aun antes de enumerar los mandamientos de la ley, el

relato de la creación manifiesta las dos obras principales que deberá realizar el hombre: la

fecundidad y el trabajo… La ley, con sus mandamientos, trata de precaver la degradación

de las obras humanas. Prescribe también gran número de otras obras, entre las que el

judaísmo tardío notará especialmente las que se refieren al prójimo: dar limosna, visitar a

los enfermos, enterrar a los muertos. Éstas son las «buenas obras» por excelencia.

3. El fin de las obras. El judaísmo no perdió nunca de vista que las obras prescritas por la

ley estaban ordenadas al reino de Dios… Sobre todo, una falsa comprensión de la alianza

tendía a transformarla en contrato y a dar a los «practicantes» una "confianza excesiva en

sus posibilidades humanas, como si las obras realizadas otorgaran al hombre un derecho

sobre Dios y fueran suficientes para conferirle la justicia interior. Contra esta concepción

degradada de la religión es contra la que se alzará Jesús haciendo presente el único sentido

de las obras humanas: manifestar la gloria de Dios, único que obra a través del hombre.

La obra de Jesucristo11

: «Mi Padre obra constantemente y yo también obro» (Jn 5,17).

Jesús subraya con estas palabras la identidad de operación del Hijo y del Padre, en cuanto

que la obra del Padre se expresa con plenitud por la del Hijo.

1. Jesucristo, obra maestra de Dios. Jesús, imagen visible del Padre, es la sabiduría de que

hablaba el Antiguo Testamento. Por él todo fue hecho al principio, y por él se realiza en la

historia la obra de la salvación… Si es cierto que la obra del hombre debe realizarse a

imagen de la de Dios, ahora ya basta con ver obrar a Jesús para saber obrar según la

voluntad del Padre.

8 LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 604-605.

9 B. MARCONCINI, “Obras” en ROSANO-RAVASI-GIRLANDA, Nuevo Diccionario de Teología Bíblica,

Ed. San Pablo, Madrid, 1990, 1315-1316. 10

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 605-606. 11

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 606-607.

4

2. Jesús y las obras del Padre. Las obras de Jesús testimonian que no sólo es el Mesías,

sino también el Hijo de Dios, pues son idénticamente a las del Padre. El Padre no le dio al

Hijo obras ya acabadas, como si él fuera su único autor (Jn. 14,10; 9,31; 11,22.41s), como

tampoco obras sencillamente que realizar, como da mandamientos que cumplir (Jn. 4,34;

15, 10). El Hijo tiene por misión la de glorificar al Padre llevando a término la obra única

que Dios quiere realizar en la tierra, la salvación de los hombres; y este término es la cruz

(Jn. 17,4). Todas las obras de Cristo se refieren a ésta. No son sólo un "sello puesto a la

misión de Jesús (Jn. 6,27), sino que revelan al Padre a través del Hijo (Jn. 14,9s). El Hijo se

muestra tan activo como el Padre, pero en su puesto de hijo, en el amor que lo une al Padre.

3. Cristo, revelador de las obras humanas. Jesús, viniendo de un mundo pecador, revela

también las obras humanas, y esta revelación es una criba y un "juicio. «El juicio consiste

en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus

obras eran malas. Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz para

que no sean descubiertas sus obras. Pero el que obra la verdad viene a la luz para que se

haga manifiesto que sus obras están hechas en Dios» (Jn 3,19ss). De este modo Cristo,

apareciendo en medio de los hombres les revela su estado de pecado.

Las obras del cristiano12

. El creyente confiere pleno sentido a su acción modelándola

según la de Jesucristo; por el Espíritu Santo se le da el cumplir la nueva ley de caridad y

cooperar a la edificación del cuerpo de Cristo. Los cristianos tienen que inspirarse en su

comportamiento en el amor del Señor Jesús, que llegó a ofrecer su vida por su iglesia (Ef.5,

2). El último día serán juzgados sobre la base del amor concreto a los hermanos: el que

haya ayudado a los necesitados tomará posesión del reino; pero el que se haya cerrado en su

egoísmo será enviado al fuego eterno (Mt.25, 31-46)13

.

1. La fe, obra única. Jesús exige la práctica de las «buenas obras» con pureza de intención

(Mt 5,16). En los dos primeros preceptos (Mt 22,36-40 p) manifiesta Jesús la unidad de los

mandamientos de la ley, operando así una simplificación y una purificación indispensables

en las innumerables obras que imponía la tradición judía. A los judíos que preguntan qué

deben hacer para «obrar las obras de Dios» responde Jesús: «Ésta es la obra de Dios, que

creáis en el que él ha enviado» (Jn 6,28s). La voluntad de Dios se resume en la fe en Jesús,

que hace las obras del Padre.

2. La caridad, obra de la fe. Pero si las obras no son fuente de la salvación, son, sin

embargo, la expresión necesaria de la fe. Santiago lo subraya (St. 2,14-26), como también

Pablo (cf. Ef. 2,10). Hay «obras de la fe» que son fruto del Espíritu (Gal 5,22s). La fe que

Cristo reclama es la que «opera por la caridad» (Gal 5,6). A diferencia de las obras malas,

que son múltiples (Gal 5,19ss), las obras de la fe se resumen en el precepto que contiene

toda la ley (Gal 5,14). Tal es «la obra de la fe, el trabajo de la caridad» (l Tes 1,3). Por lo

demás, Jesús enseñó que mientras se aguarda su retorno hay que tener la lámpara encendida

(Mt. 25,1-13), hacer que fructifiquen los talentos (Mt. 25,14-30), amar a los hermanos

12

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 607-608. 13

S. A. PANIMOLLE, “Amor” en ROSANO-RAVASI-GIRLANDA, op. cit., 78.

5

(25,31-46). El mandamiento del amor es su testamento mismo (Jn. 13,34). Los apóstoles

recogen así esta enseñanza y sacan sus consecuencias.

3. La edificación de la Iglesia, cuerpo de Cristo. La obra de la caridad no se limita al alivio

aportado a algunos individuos. Por encima de este objetivo, coopera a la gran obra de

Cristo, prevista desde toda la eternidad la edificación de su cuerpo, que es la Iglesia. Porque

«nosotros somos hechura suya, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que

Dios de antemano preparó para que nosotros las practicásemos» (Ef. 2,10). Misterio de la

cooperación del hombre en la obra de Dios, que hace todo en todos, confiriendo a la acción

del hombre su dignidad y su alcance eterno (1 Cor 1,9; 15,58; Rom 14,20; Flp 1,6). Dentro

de esta nueva perspectiva la recompensa celeste se puede referir a las obras que ha hecho el

hombre acá abajo: «Bienaventurados los que mueren en el Señor, pues sus obras los

acompañan» (Ap. 14,13)14

.

El obrar cristiano se cualifica y encuentra su centro en el ágape, es decir, en una donación

sincera, intensa, perseverante y acogedora, entendida bien como participación en el amor de

Dios, bien como imitación de la persona de Jesús que se mostró como caridad viva en sus

gestos consignados en el Evangelio (Jn.13, 15; 1 Cor.11, 1; Ef.4, 32-5,2; 1 Pd.2, 1). El

obrar cristiano no parte de la perspectiva de la reciprocidad o de la compensación;

participando de la creatividad y de la libertad divinas, sustituye el amor de sí mismo por la

asunción de la propia cruz (Lc.14, 27), hasta amar a los enemigos (Mt.5, 44), tomando

como criterio de acción la necesidad del otro y no el propio sentimiento. Ágape es el amor

de aquel que “no estando obligado a buscarse a sí mismo para encontrarse, se encuentra por

tanto libre para servir al prójimo de forma totalmente desinteresada”15

.

Entre los creyentes todo tiene que hacerse en el amor (1 Cor.16, 14). Efectivamente lo que

cuenta en la vida es la fe que actúa mediante el amor (Gal.5, 6); por eso hay que servir con

amor (Gal.5, 13). La generosidad a la hora de ofrecer a los necesitados bienes materiales es

signo de amor auténtico (2 Cor.8, 7). Efectivamente, el amor cristiano no se agota en el

sentimiento, sino que ha de concretarse en la ayuda, en el socorro, en el compartir16

. En el

ocaso de la vida seremos juzgados sobre el amor, sobre la proximidad y la ternura hacia

nuestros hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o menos en el reino de Dios, nuestra

colocación en uno o en otro lado. Jesús con su victoria nos ha abierto su reino, pero

depende de cada uno de nosotros entrar, ya iniciando en esta vida. El reino inicia

ahora, haciéndonos concretamente cercanos al hermano que nos pide pan, vestido, acogida

y solidaridad. Y si realmente amaremos a aquel hermano, a aquella hermana, seremos

empujados a compartir con él o con ella lo que tenemos de más hermoso, o sea Jesucristo y

su Evangelio17

.

LAS OBRAS DE MISERICORDIA EN LA IGLESIA

14

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 608. 15

B. MARCONCINI, “Obras” en ROSANO-RAVASI-GIRLANDA, op. cit., 1318-1319. 16

S. A. PANIMOLLE, “Amor” en ROSANO-RAVASI-GIRLANDA, op. cit., 80. 17

PAPA FRANCISCO, Seremos juzgados sobre el amor, la proximidad y la ternura, homilía en la festividad

de Cristo rey (23/11/2014).

6

Hay que rehabilitar el nombre, el concepto y el contenido mismo de la caridad, la cual debe

ser pública, gratuita y concreta. Hoy la caridad cristiana –además de ser comprensión,

benevolencia, ayuda, paciencia, limosna y múltiples acciones asistenciales– es todo esto,

pero también es empeño serio para que se realice una sociedad justa. Hay, pues, que superar

una mentalidad y una praxis meramente asistenciales para llegar a saber distinguir,

metodológicamente, entre empeño a breve plazo, realizado en el espíritu de las

tradicionales pero siempre válidas y necesarias “obras de misericordia”, y un empeño a

largo plazo dirigido a incidir en el tejido social y sobre las causas estructurales de las

situaciones discriminatorias y marginantes. Es el aspecto nuevo del ideal de la caridad que

completa la fe y la esperanza en un cristiano18

.

La Iglesia es madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella ha aprendido de

Jesús este camino, ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a

quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los paganos. No basta con hacer el bien a quien

nos hace el bien. Para cambiar el mundo a mejor es necesario hacer el bien a quien no es

capaz de devolverlo, como ha hecho el Padre con nosotros, donándonos a Jesús19

.

La asistencia es una exigencia de la caridad (Hb.13, 1-3). Asistir es reconocer en el otro al

hermano en necesidad, a quien es preciso socorrer de manera inmediata y eficaz, tanto en lo

material como en lo espiritual (Lc.10, 29-37). Es preciso afirmar que las obras de

misericordia siguen teniendo vigencia: existen necesidades que requieren respuestas

inaplazables; proceder de modo contrario resulta injusto e inhumano. Por eso las obras de

misericordia corporales y espirituales deben ser expresión ordinaria y permanente de la vida

de los creyentes, en las diversas comunidades y variadas circunstancias de la existencia

(Mt.25, 31-46; St.2, 14-17; 4,17)20

.

El catecismo de la Iglesia Católica21

afirma que, “las obras de misericordia son acciones

caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y

espirituales (Is. 58,6-7; Hb. 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de

misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia

corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo

tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (Mt.

25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (Tb. 4, 5-11; Si 17,22) es uno de

los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que

agrada a Dios (Mt. 6,2-4): El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el

que tenga para comer que haga lo mismo (Lc. 3,11). Dad más bien en limosna lo que tenéis,

y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc. 11,41). Si un hermano o una hermana

18

LUCIANI, A., Catecismo social cristiano. Historia, principios y orientaciones operativas, Ed. San Pablo,

Bogotá, 2005, 339. 19

PAPA FRANCISCO, La Iglesia nos ayuda a vivir lo esencial, la misericordia, catequesis en la audiencia

general (10/07/2014). 20

CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Directorio de Pastoral Parroquial, SPEC Bogotá, 1994,

655. 21

CATECHISMO DELLA CHIESA CATTOLICA. Testo integrale e commento teologico, Edizione

Aggiornata, Edizioni Piemme Spa, Casale Monferrato (AL), 2003, 2447.

7

están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “"id en paz,

calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?” (St.

2,15-16; cf. 1 Jn. 3,17)”.

El amor fraterno es fruto del Espíritu Santo ya que sólo Él puede hacer que se obtenga la

victoria sobre la carne, es decir, sobre el egoísmo; y por tanto sólo Él puede hacer que

triunfe el amor (Gal.5,22; Rm.5,5; 15,30; 2 Tm.1,7)22

. El amor al prójimo se comprueba

con actitudes de afabilidad y apertura al diálogo, cortesía, bondad, disponibilidad, y con

comportamientos concretos de servicio desinteresado23

.

OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES:

Las Obras de Misericordia Corporales, en su mayoría salen de una lista hecha por el Señor

en su descripción del Juicio Final24

. Estas son las acciones caritativas con las que ayudamos

a nuestro prójimo en sus necesidades corporales25

. Redescubramos las obras de

misericordia corporales26

:

1. Dar de comer al hambriento.

Se refiere a la ayuda que podemos dar en alimento o en dinero a los necesitados. Los bienes

que poseemos, ¡si son bien habidos!, también nos vienen de Dios. Y debemos responder a

Dios por éstos y por el uso que le hayamos dado. Dios nos exigirá de acuerdo a lo que nos

ha dado: Parábola de los Talentos (Mt. 25,14-30). Por cierto, no es por casualidad, que

viene contada en el Evangelio de San Mateo, justamente antes de la escena del Juicio Final,

donde habla de las Obras de Misericordia27

.

El hambre es una de las más grandes afrentas que azota a la humanidad28

. El estado del

hambriento es un mal no querido por Dios y es necesario intentar suprimir… uno de los

deberes de los israelitas es dar pan y agua a sus hermanos (Ex. 23,11), a quien quiera que lo

necesite (Tob.4, 16), e incluso a su enemigo (Prov.25, 21)29

. Los pueblos hambrientos

interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La iglesia sufre ante esta

crisis de angustia, y llama a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus

hermanos30

. Para los discípulos de Jesús, el deber de alimentar a los hambrientos es más

22

S. A. PANIMOLLE, “Amor” en ROSANO-RAVASI-GIRLANDA, op. cit., 81. 23

CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Compromiso moral del cristiano, Ed. SPEC, Bogotá,

1988, 610. 24

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 25

CONFERENCIA DE OBISPOS CATOLICOS DE LOS ESTADOS UNIDOS, Catecismo Católico de los

Estados Unidos para los Adultos, USCCB Communications, Washington, D.C., 20145, 556; cfr. BASTOS DE

AVILA, F., op. cit., 458. 26

PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, Bula de convocación del jubileo extraordinario de la

misericordia (11/04/2015), 15. 27

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 28

BASTOS DE AVILA, F., op. cit., 300. 29

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 374-375. 30

PAPA PABLO VI, Populorum Progressio, carta encíclica sobre el desarrollo de los pueblos (16/03/67), 3.

8

exigente que nunca, porque es apagar, a través de sus hermanos, el hambre de Jesús31

. No

se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza… se trata de

construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión o nacionalidad

pueda vivir una vida plenamente humana…32

Jesús nos ordena compartir con el necesitado cunado nos dice: "El que tenga dos capas

dele una al que no tiene, y el que tenga alimento, comparta con el que no" (Lc. 3,11). Al

compartir nuestro alimento, no solo les llenamos el estómago a nuestros hermanos

necesitados, sino que les mostramos el amor de Dios que no los deja desfallecer33

. De esta

caridad con que aplacamos los sufrimientos de los otros, debemos tener siempre hambre y

sed34

.

2. Dar de beber al sediento.

“A quien mucho se le da, mucho se le exigirá” (Lc. 12, 48). Esta exigencia se refiere tanto

a lo espiritual, como a lo material. Podemos dar de lo que nos sobra. Esto está bien. Pero

podemos dar de lo que no nos sobra. Por supuesto, el Señor ve lo último con mejores ojos.

Recordemos a la pobre viuda muy pobre que dio para el Templo las últimas dos moneditas

que le quedaban. No es una parábola, es un hecho real que nos relata el Evangelio. Cuando

Jesús vio lo que daban unos y otros hizo notar esto: “Todos dan a Dios de lo que les sobra.

Ella, en cambio, dio todo lo que tenía para vivir” (Lc. 21, 1-4). Esta viuda recuerda otra

historia del Antiguo Testamente sobre la viuda de Sarepta, en tiempos del Profeta Elías.

Ella alimentó al Profeta Elías con lo último que le quedaba para comer ella y su hijo, en un

tiempo de una hambruna terrible. Y ¿qué sucedió? Que no se le agotó ni la harina y ni el

aceite con que preparó el pan para el Profeta. (1 Reyes 17, 7-16). A veces no sabemos a

quién alimentamos: Abraham recibió a tres hombres que era ¡nada menos! que la Santísima

Trinidad (algunos piensan que eran 3 Ángeles), los cuales le anunciaron el nacimiento de su

hijo Isaac en menos de un año (Gn. 19, 1-21). Y, a pesar, de la risa de Sara, así fue. (Por

cierto el nombre de Isaac significa: "Aquel que hará reír" o “Aquél con el que Dios se

reirá”). Sobre dar de beber al sediento, la mejor historia de la Biblia es la de la Samaritana a

quien el Señor le pide de beber. (Jn. 4, 1-45)35

.

Jesús proclama la hartura de los que tienen hambre y sed (Lc.6, 21). Inaugura su misión

tomando sobre sí la condición del hambriento y del sediento… su sed de crucificado es

inseparable del deseo que tiene de “cumplir toda la Escritura” (Jn.18.11) y suscita el deseo

de la Palabra de Dios, el deseo del agua viva que es su Espíritu (Jn.7, 37). La sed

torturadora en la gehena aguarda al que no hizo caso del pobre que yacía a su puerta (Lc.16,

19-24); la recompensa es para quien haya dado un vaso de agua a uno de los discípulos de

31

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 375-376. 32

PAPA PABLO VI, Populorum Progressio, doc. cit., 47. 33

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 34

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 376. 35

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit.

9

Jesús (Mt.10, 42). La fuente está abierta, gratuita, a las almas de deseos, sedientas de Dios y

de la visión de su rostro, sedienta de la verdadera vida (Is.55, 1; Ap.21, 6; 22,17)36

.

Con cuantas ganas nos bebemos un vaso de agua fresca luego de recorrer un largo trecho

para calmar nuestra sed. ¿Cuántas veces pensamos en nuestros hermanos que no tienen un

lugar donde beberlo? Pensemos en aquellos que se enferman porque deben calmar su sed

con agua contaminada, aquellos que mueren de sed porque otros la desperdician, incluso

Jesús, en su trance de muerte, sintió sed y lo exclamó con tanta vehemencia, que un soldado

romano le acercó una esponja con hiel y vinagre para que la calmara (Jn.19,28). ¿Somos

nosotros peores que ese soldado romano como para negar agua al sediento?37

3. Vestir al desnudo.

El vestido es, como el alimento y el techo, condición primordial de la existencia humana

(Eclo.29, 21). El vestido protege contra las intemperies: no se debe guardar como prenda la

capa del pobre cuando cae sobre él el frío de la noche (Ex.22, 25). El vestido aparece como

signo de la persona humana en su identidad y en su distinción. El vestido protege también

contra las miradas que pudieran reducir a la persona a objeto de codicia, de tal manera que

la vida privada de cada uno está protegida por el vestido. El vestido refleja la vida en

sociedad. Vestir al otro cuando está desnudo es un precepto vital que se impone en justicia

(Ez.18, 7) a la comunidad so pena de descomposición: es más que “calentar los miembros”

(Jb.31, 20), es hacerle renacer a la vida común, rehacer para él lo que Dios ha hecho para

todos (Dt.10, 18), sacarlo del caos. Sin esta justicia, la caridad está muerta (St.2, 15). “Da,

pues hasta tu manto” (Mt.5, 40) dice Jesús significando que hay que dar la propia persona

al que lo pide38

. A menudo nos encontramos con hermanos que están vestidos con harapos

o bien se encuentran desnudos, viéndose disminuida su dignidad de hijos de Dios.

Ayudémosles a recobrarla brindándoles una vestidura limpia y respetable, que les permita

reencontrar al Señor en la bondad de los demás39

.

El vestido es también signo de la condición espiritual del hombre, esto lo muestra en

compendio el relato del paraíso y lo narra la historia sagrada (Gn.3, 21). El vestido es ahora

ya signo de una dualidad: afirma la dignidad del hombre caído y la posibilidad de revestirse

de una gloria perdida40

.

Esta obra de misericordia se nos facilita con las recolecciones de ropa que se hacen en

Parroquias y otros centros de recolección. Debemos recordar que, aunque demos ropa

usada, no es dar lo que está ya como para botar o para convertir en trapos de limpieza. En

esto también podemos dar de lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también podemos dar

de lo que aún es útil41

.

36

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 375-376. 37

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 38

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 936-937. 39

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 40

LEON-DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, op. cit., 938. 41

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit.

10

4. Acoger al forastero.

La Palabra de Dios no ignora a los emigrados. Éstos tienen que ser amados, porque también

los israelitas vivieron esta experiencia (Lv.19, 33). En efecto, Dios ama al forastero y le

procura lo necesario para vivir; por eso también los israelitas que fueron forasteros en

tierras extranjeras, tienen que amar al forastero por orden del Señor (Dt.10, 18). El autor de

la tercera carta de Juan se congratula con Gayo por la caritativa acogida a los forasteros (3

Jn.5)42

.

En la antigüedad el dar posada a los viajeros era un asunto de vida o muerte, por lo

complicado y arriesgado de las travesías. No es el caso hoy en día. Pero, aun así, podría

tocarnos recibir a alguien en nuestra casa, no por pura hospitalidad de amistad o familia,

sino por alguna verdadera necesidad. Y no sabemos a quién ayudamos. Algunos han

ayudado a Ángeles bajo formas humanas: A Abraham y Lot les sucedió esto. Esto lo

recuerda posteriormente el autor de la carta a los Hebreos: “No dejen de practicar la

hospitalidad, pues algunos dieron alojamiento a Ángeles sin saberlo” (Hb. 13, 2)43

. Este

símbolo primario de la acogida es antiquísimo en la historia de la salvación: Abrahán, que

acoge a los tres ángeles diciendo «quedaos junto a mí, os lo ruego, si he hallado gracia a

vuestros ojos», es el símbolo del hombre que supera el instintivo temor del otro, la

desconfianza que puede tener hacia el caminante, que podría ser un espía. Y este temor se

va derritiendo lentamente hasta convertirse en fraternidad: ven a mi casa, sé mi invitado.

Cuando Pablo predica en Filipos, tenemos el episodio de Lidia, que dice: «Si he hallado

gracia junto al Señor, venid, os lo ruego, quedaos en mi casa, sed mis invitados». Y la

hospitalidad permitía a los discípulos llevar a cabo su ministerio itinerante: es el modo con

el que el hombre, convertido en hermano para el hermano, acoge el misterio de Dios. Es,

por tanto, uno de los mayores símbolos de la amistad. Sabemos que en Oriente la

hospitalidad es uno de los pilares fundamentales de las costumbres, la forma de mostrarse

caballerosos, hombres verdaderos: saber acoger a cualquiera, a cualquier hora, en cualquier

tiempo, sin irritarse nunca, preparándolo todo enseguida y con alegría (¡aunque luego a lo

mejor la esposa se queje un poco!), es una obligación concreta del oriental44

.

Existen muchos inmigrantes que esperan nuestra ayuda para poder vivir dignamente junto a

su familia, ayuda que debe hacerse presente en toda forma y a todo momento45

. Por

desgracia, en nuestros días, millones de familias pueden identificarse con esta triste

realidad. Casi todos los días la televisión y los periódicos dan noticias de los refugiados que

huyen del hambre, la guerra y otros graves peligros en busca de seguridad y una vida digna

para ellos y sus familias. En tierras lejanas, incluso cuando encuentran trabajo, los

refugiados y los inmigrantes no siempre encuentran una acogida verdadera, el respeto, el

aprecio de los valores que llevan. Sus expectativas legítimas chocan con situaciones

42

S. A. PANIMOLLE, “Amor” en ROSANO-RAVASI-GIRLANDA, op. cit., 78. 43

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 44

MARTINI, C. M., Diccionario Espiritual. Pequeña guía para el alma, Editorial PPC, Madrid, 1998, 97-98. 45

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016).

11

complejas y problemas que parecen insuperables a veces46

. Recordemos que esos hermanos

desposeídos son Sagrarios del Espíritu Santo que merecen al menos una Tienda de

Encuentro con el amor Divino47

.

5. Asistir los enfermos.

No se trata de visitas sociales, por cumplir. Se trata de una verdadera atención a los

enfermos y ancianos, tanto en cuido físico, como en compañía. Y la atención más

importante en casos de vejez y enfermedades graves es la atención espiritual. El mejor

ejemplo de la Sagrada Escritura es el de la Parábola del Buen Samaritano, que curó al

herido y, al no poder continuar ocupándose directamente, confió los cuidados que

necesitaba a otro a quien le ofreció pagarle (Lc. 10, 30-37). El visitar al enfermo incluye el

auxilio a los heridos48

.

Al enfermo se le deben proporcionar los cuidados posibles de los cuales pueda sacar un

beneficio saludable. La responsabilidad en el cuidado de la salud impone a cada uno “la

obligación de cuidarse y de hacerse curar”. En consecuencia, “aquellos que cuidan a los

enfermos tienen la responsabilidad de prestar su servicio con toda diligencia y suministrar

los remedios que juzguen necesarios o útiles”49

. El cuidado especial de los enfermos forma

parte de la misión misma de Jesús y de la iglesia (Mt.9, 35; Lc.10, 9; Mc.16, 18; Hch.3, 1-

22; St.5, 14). Desde los primeros siglos los cristianos se distinguieron por su atención a los

enfermos50

. La oración de la iglesia por los enfermos y por los moribundos para implorar la

gracia de una buena muerte, si bien no suplanta la oración personal y familiar, educa para

vivir bien la enfermedad, para confiar a la mediación de María la hora de la muerte, con el

ahora de cada día… El enfermo es una persona… Es necesario oponerse siempre a la

enfermedad, no abandonar al enfermo a su destino, ni pasar con indiferencia junto a

aquellos que se identifican con el enfermo… El objetivo no es una vida sin muerte, es una

vida no abandonada a la muerte, que no se rinda ante la misma… Para el pueblo cristiano,

el desafío de la muerte coincide con el reto de la profesión de fe en la resurrección de

Cristo51

.

El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede

convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos

abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor.

Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la

cruz (cf. Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso

46

PAPA FRANCISCO, Hay que saber pedir permiso, dar gracias y pedir perdón, rezo del Ángelus

dominical en la fiesta de la Sagrada Familia (29/12/2013). 47

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 48

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 49

CONSEJO PONTIFICIO DE LA PASTORAL PARA LOS AGENTES SANITARIOS. Carta de los

Agentes Sanitarios (X/1994), 63. 50

C. VENDRAME, “Enfermo. Aproximación bíblico-teológico-pastoral” en BERMEJO, J. C.-ALVAREZ,

F., Diccionario de Pastoral de la Salud y Bioética, Ed. San Pablo, Madrid, 2009, 540-546. 51

A. MONGILLO DALMAZIO, “Caridad” en BERMEJO, J. C.-ALVAREZ, F., op. cit., 195-215.

12

la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe52

. A los

moribundos se han de prestar todas las atenciones necesarias para ayudarles a vivir sus

últimos momentos en la dignidad y la paz. Serán ayudados por la oración de sus parientes,

los cuales velarán para que los enfermos reciban a tiempo los sacramentos que preparan

para el encuentro con el Dios vivo53

.

Nuestros hospitales están llenos de enfermos olvidados por sus familiares, o bien, personas

que por la lejanía con el centro hospitalario, no reciben visita alguna. Es bueno dar dinero

para los necesitados, pero que bueno es darnos nosotros mismos. Compartamos de nuestro

tiempo con ellos y llevémosles una palabra de aliento, un rato de compañía a esos cristos en

su monte de los olivos54

.

6. Visitar a los presos.

En el Nuevo Testamento se menciona la cárcel como lugar destinado a la reclusión de los

presos… en diversos pasajes se recuerda la prisión de Juan Bautista, los apóstoles y Jesús

(Hch.23, 16-18; Ef.3, 1)55

. La visita a los encarcelados era ciertamente posible (Mt.11, 2;

Lc.7, 18) y es elogiada como obra de misericordia (Mt.25, 36; Hb.13, 3)56

. Esto implica

visitar a los presos y darles ayuda material y muy especialmente, asistencia espiritual (para

ayudarlos a enmendarse y ser personas útiles y de bien cuando terminen el tiempo asignado

por la justicia). Significa también rescatar a los inocentes y secuestrados. En la antigüedad

los cristianos pagaban para liberar esclavos o se cambiaban por prisioneros inocentes. Hoy

en día este mandato es relevante con prisioneros inocentes y secuestrados ¿no?57

Cada mañana nos levantamos y corremos a los centros de estudio o trabajo, y posiblemente

pasemos frente a un centro de reclusión en el que muchos de nuestros hermanos sufren la

soledad y la indiferencia. Nuestra Santa Madre Iglesia nos llama a llevarles, no solo cosas

materiales, sino el cariño de toda la comunidad a cada uno de ellos, para que se sientan

parte del rebaño del Único Pastor58

.

7. Enterrar a los muertos.

Sepultarlos no significa olvidarlos, por el contrario, esta obra de misericordia corporal nos

lleva a la obra de misericordia espiritual que nos invita a rezar por los vivos y los muertos.

Al enterrarlos no debemos olvidar que es nuestro deber mantener sus sepulturas en buen

estado, pues en ellas se contienen los restos mortales de aquellos que fueron Templo del

Espíritu Santo59

.

52

PAPA FRANCISCO, Lumen Fidei, carta encíclica sobre la fe (29/06/2013), 56. 53

CATECHISMO DELLA CHIESA CATTOLICA, Op. cit., 2299. 54

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 55

DICCIONARIO BIBLICO ILUSTRADO EDIMEX, op. cit., 144-145. 56

HAAG, H., Diccionario de la Biblia, Ed. Herder, Barcelona, 1987, 279-280. 57

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 58

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 59

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016).

13

El más famoso muerto enterrado y en una tumba que no era propia fue el mismo Jesucristo.

José de Arimatea facilitó una tumba de su propiedad para el Señor. Pero no sólo eso, sino

que tuvo que tener valor para presentarse a Pilato y pedir el cuerpo de Jesús. Y también

participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo (Jn. 19, 38-42). Esto de enterrar a los muertos

parece un mandato superfluo, porque –de hecho- todos son enterrados. Pero, por ejemplo,

en tiempo de guerra, puede ser un mandato muy exigente60

.

El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio pascual de la muerte y de

la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza. El cristiano que muere

en Cristo Jesús "sale de este cuerpo para vivir con el Señor" (2 Co 5,8)61

. ¿Por qué es

importante dar digna sepultura al cuerpo humano? Porque el cuerpo humano ha sido

alojamiento del Espíritu Santo. Somos “templos del Espíritu Santo”. (1 Cor 6, 19). Pero...

¿saben que está sucediendo hoy en día con los cuerpos cremados, hechos cenizas?

Se está irrespetando a lo que ha sido templo del Espíritu Santo, porque la gente esparce las

cenizas por donde se le ocurre, no dándole una sepultura digna. ¡Hasta se hacen dijes

colgantes para guardar el recuerdo del difunto! ¡O se tienen las cenizas expuestas en la

casa!62

Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza

de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal (cf. Tb 1,16-

18), que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo… La Iglesia permite la

incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo (cf. CIC,

can. 1176,3)63

. Sin embargo, en nuestros días, por el cambio en las condiciones del entorno

y de la vida, está en vigor la praxis de quemar el cuerpo del difunto. Respecto a esta

cuestión, la legislación eclesiástica dispone que: "A los que hayan elegido la cremación de

su cadáver se les puede conceder el rito de las exequias cristianas, a no ser que su elección

haya estado motivada por razones contrarias a la doctrina cristiana". Respecto a esta

opción, se debe exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los familiares,

sino a darles la sepultura acostumbrada, hasta que Dios haga resurgir de la tierra a aquellos

que reposan allí y el mar restituya a sus muertos (cfr. Ap. 20,13)64

.

La “celebración de la muerte” es tan antigua como el hombre. En los primeros tiempos del

cristianismo, los funerales de los fieles se caracterizaban por conservar algunas prácticas

del mundo antiguo, como por ejemplo el baño funerario como purificación del cadáver,

mientras que se rechazan otros ritos. Pronto se añaden elementos propiamente cristianos,

como la oración en el templo, la celebración de la Eucaristía que exaltan la Resurrección y

la paz. “El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la

muerte cristiana”. La afirmación de la resurrección de Jesús se completa con la

proclamación de la esperanza cristiana en la resurrección de los muertos y la certeza de la

gloria inmediata a la está destinado el fiel discípulo de Cristo. La iglesia confía a Dios el

60

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 61

CATECHISMO DELLA CHIESA CATTOLICA, Op. cit., 1681. 62

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 63

CATECHISMO DELLA CHIESA CATTOLICA, Op. cit., 2300-2301. 64

CONGREGACION PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad

popular y la liturgia. Principios y orientaciones, Editrice Vaticana, Citta del Vaticano, 2001, 255.

14

alma del difunto, igual que Cristo confió su espíritu al Padre en la Cruz. Pero deposita el

cuerpo en el sepulcro a la espera de la resurrección65

.

La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su

peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo "en las manos

del Padre". La Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita en la tierra,

con esperanza, el germen del cuerpo que resucitará en la gloria (cf. 1 Co 15,42-44). Esta

ofrenda es plenamente celebrada en el Sacrificio eucarístico; las bendiciones que preceden

y que siguen son sacramentales66

.

Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad

pascual de la muerte cristiana (cf. OEx 1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz

con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y

resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus

consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf. OEx 57).

Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto,

aprende a vivir en comunión con quien "se durmió en el Señor", comulgando con el Cuerpo

de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él67

.

Aunque la Iglesia claramente prefiere y urge que el cuerpo del difunto esté presente en los

ritos funerales, estos ritos pueden celebrarse también en presencia de los restos incinerados

del difunto. Cuando por razones válidas no es posible que los ritos se celebren en presencia

del cuerpo del difunto, debe darse a los restos incinerados el mismo tratamiento y respeto

debido al cuerpo humano del cual proceden. Este cuidado respetuoso significa el uso de un

recipiente digno para contener las cenizas; debe expresarse en la manera cuidadosa en que

sean conducidos y en el sitio de su colocación final. Los restos incinerados deben ser

sepultados en una fosa o en un mausoleo o en un columbario (nicho). La práctica de

esparcir los restos incinerados en el mar, desde el aire o en la tierra, o de conservarlo en el

hogar de la familia del difunto, no es la forma respetuosa que la Iglesia espera y requiere

para sus miembros68

.

OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES:

La lista de las Obras de Misericordia Espirituales la ha tomado la Iglesia de otros textos que

están a lo largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo: el perdón, la

corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc.69

Estas son obras que ayudan

65

J. CASTELLANOS CERVERA, “Funerales” en BERMEJO, J. C.-ALVAREZ, F., op. cit., 756-766 66

CATECHISMO DELLA CHIESA CATTOLICA, Op. cit., 1683. 67

CATECHISMO DELLA CHIESA CATTOLICA, Op. cit., 1689. 68

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit.; cfr. ORDO DE FUNERALES

CRISTIANOS, Apéndice No. 2, Incineración, No. 417. 69

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit.

15

al prójimo en sus necesidades espirituales70

. No olvidemos las obras de misericordia

espirituales71

:

1. Dar buen consejo al que lo necesita.

Para dar buen consejo es necesario que nosotros mismos hayamos sido aconsejados por un

director espiritual, que nos ayude a orar a Dios Padre, para que nos envíe su Santo Espíritu

y nos regale el don de consejo. Así, bajo la guía del Señor, tanto nuestras palabras como

nuestro actuar, serán un constante aconsejar a los que lo necesitan72

. Aquí es bueno destacar

que el consejo debe ser ofrecido, no forzado. Y, la mayoría de las veces es preferible

esperar que el consejo sea requerido. Asimismo, quien pretenda dar un buen consejo debe,

primeramente, estar en sintonía con Dios. Sólo así su consejo podrá ser bueno. No se trata

de dar opiniones personales, sino de veras aconsejar bien al necesitado de guía. “Los guías

espirituales brillarán como resplandor del firmamento” (Dan. 12, 3a)73

.

Aconsejar no es un acto meramente intelectual; es una obra de misericordia que intenta

mirar con amor la extrema complejidad de las situaciones humanas concretas. Ciertamente

debemos proclamar la exigencia evangélica, pero ésta, si lo es, siempre es compasiva,

alentadora, buena, humilde, humana, filantrópica, paciente. Esta característica del acto de

aconsejar no la encontramos con tanta frecuencia en la Iglesia. Al contrario, a veces

tropezamos con consejos, o incluso decisiones, que carecen del toque de humanidad típico

de Jesús. Jesús sabía adaptarse con amor a las situaciones, sabía encontrar el momento

adecuado. Si a la hora de aconsejar existe la actitud misericordiosa, se evitarán muchos

pseudo-conflictos, porque de nada sirve el manto de la justicia si no va acompañado por la

virtud de la prudencia. El que aconseja en la comunidad tiene que tener un gran sentido del

consejo como don. Si es un don, hay que pedirlo en la oración y no podemos presumir que

lo tenemos. Como tal, debemos acercarnos a él con desapego, puesto que no procede de

nosotros, sino que nos es dado. El consejo no es un arma de la que puedo servirme para

condenar a los demás; es un don que está al servicio de la comunidad, es la misericordia de

Dios que actúa a través de mí. Es verdad que pasa por mi racionalidad —la prudencia es la

racionalidad de la acción— pero también atraviesa el movimiento amoroso, consolador, del

Espíritu Santo, que produce sensibilidad, confianza, caridad74

.

2. Enseñar al que no sabe.

Es importante que cooperemos con nuestros hermanos, pero es más importante enseñarles a

realizar por ellos mismos aquello que no saben. Por ello, enseñémosle a orar, a perdonar, a

perdonarse, a compartir, etc.75

Consiste en enseñar al ignorante sobre temas religiosos o

70

CONFERENCIA DE OBISPOS CATOLICOS DE LOS ESTADOS UNIDOS, Catecismo Católico de los

Estados Unidos para los Adultos, USCCB Communications, Washington, D.C., 20145, 556.

71 PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, Bula de convocación del jubileo extraordinario de la

misericordia (11/04/2015), 15. 72

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 73

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 74

MARTINI, C. M., Diccionario Espiritual. Op. cit., 8-9. 75

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016).

16

sobre cualquier otra cosa de utilidad. Esta enseñanza puede ser a través de escritos o de

palabra, por cualquier medio de comunicación o directamente. “Quien instruye a muchos

para que sean justos, brillarán como estrellas en el firmamento” (Dan. 12, 3b)76

.

La gravedad de las deficiencias que nuestra sociedad muestra en esta materia, hace urgente

y necesaria una educación para la justicia. En ella ha de enseñarse sobre la naturaleza,

destinación y uso de los bienes y sobre la igualdad de los hombres; ha de inculcarse la

práctica de la justicia, de la fraternidad en la caridad, de la moderación y la templanza sin

las cuales aquellas nunca se llevarán a efecto. Y esto primordialmente en la familia y en la

escuela, con la palabra y el ejemplo… Se hace, por lo tanto, indispensable en la educación

de la persona, encauzar debidamente el apetito formando la conciencia, creando los hábitos

correspondientes y corrigiendo los naturales impulsos contrarios. Se requiere, además, que

cada uno busque su reforma interior, basada en la negación del egoísmo y del orgullo y así

lo enseñe a todos, para poder esperar el mundo más justo que todos anhelamos77

.

Educar no significa concederlo siempre todo. Hay que tener el valor de hacer que la

persona que es educada afronte sufrimientos. Educar no significa aprobar siempre, hacer la

vista gorda, alentar solamente. Hay que tener el valor de decir la verdad, con el debido

respeto. Una educación realista de la persona exige también la corrección, precisamente

porque nadie nace perfecto. Todos somos un poco egoístas y ávidos desde que nacemos. El

terreno tiene que ser roturado y trabajado, y el administrador, controlado y corregido.

Educar a veces significa también «contrariar». Permitir o, peor aún, favorecer el

crecimiento incondicional de los instintos negativos de la persona, no frenar sus caprichos,

su agresividad destructiva y los vicios que la deshumanizan, no corregir los defectos y las

pulsiones egoístas, significa renunciar a su educación. Hay que encontrar la manera

adecuada para hacerlo, pero no hay que renunciar a la corrección. La verdad que no

procede del amor no educa, exaspera. Sólo de un gran amor paterno y materno nace

también la sabiduría de reprender en el momento adecuado y de la forma correcta78

.

3. Corregir al que yerra.

Muchas veces nos enojamos o reímos cuando vemos a algún hermano equivocarse,

olvidándosenos que no somos perfectos e inevitablemente nos equivocaremos también.

Pensemos, ¿nos gustaría que se rieran de nosotros?, definitivamente NO, así que, cuando

alguien se equivoque corrijámoslo con amor fraternal para que no lo vuelva a hacer79

. La

corrección fraterna es una admonición hecha privadamente, por amor fraterno con la que

nos esforzamos por apartar al prójimo del pecado o del peligro de pecar. Se debe hacer

cuando tenga lugar una grave necesidad espiritual de la que no es posible liberar a una

76

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 77

CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Compromiso moral del cristiano, Ed. SPEC, Bogotá,

1988, 1342-1345. 78

MARTINI, C. M., Diccionario Espiritual. Op. cit., 1998, 40-41. 79

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016).

17

persona sin intervenir. Sin embargo, esto no debe comportar grave daño al que corrige. Hay

que tener en cuenta el aviso del Señor: “Ve y corrígelo a solas” (Mt.18, 15)80

.

No se trata de estar corrigiendo cualquier tipo de error. Esta obra se refiere sobre todo al

pecado. Otra manera de formular esta Obra de Misericordia es así: Corregir al pecador.

Es de suma importancia seguir los pasos de la corrección fraterna que Jesús nos dejó muy

bien descritos: “Si tu hermano ha pecado, vete a hablar con él a solas para reprochárselo.

Si te escucha, has ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo una o dos personas

más, de modo que el caso se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si se niega a

escucharlos, informa a la asamblea (o a los superiores)” (Mt. 19, 15-17). Para cumplir esta

Obra de Misericordia convenientemente hay que tener en cuenta dos cosas: que pueda

preverse un resultado positivo a nuestra corrección y que no nos causemos un perjuicio a

nosotros mismos. Debemos corregir a nuestro prójimo con mansedumbre y suma

consideración. Una corrección ruda puede tener el efecto contrario. No podemos

convertirnos en gendarmes de la gente; es decir en estar pendientes de todo lo que haga la

gente. Sin embargo, corregir al errado en fe y moral es un consejo del Señor. Así termina el

Apóstol Santiago su Carta: “Sepan esto: el que endereza a un pecador de su mal camino,

salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos pecados” (St. 5, 20)81

.

Corregir no es solamente decir «te has equivocado», sino explicar las razones («confutar»,

«convencer»). Esto nace de un amor inteligente que piensa y reflexiona antes de reprender,

que no pierde de vista la meta que pretende alcanzar, que recurre a la discreción del diálogo

de tú a tú antes de hacerlo públicamente82

.

4. Consolar al triste.

Jesús nos ha dicho: "Dichosos los que lloran porque serán consolados". El consuelo de

Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos consuela. Pero, además, Dios se vale de nosotros

para consolar a los demás. No se trata de decir: no llore, sino de buscar en las Escrituras, las

palabras que mejor se adecúen a la situación. En los salmos podremos encontrar esa palabra

de consuelo que requerimos, por eso, es conveniente recitarlos y meditarlos

constantemente83

.

La tristeza expresa una situación anímica en la que se manifiesta un cierto estado de

aflicción, de pesadumbre, de abatimiento o de melancolía84

. El consuelo para el triste o

deprimido se asemeja al cuidado de un enfermo. Y es muy necesario, pues las palabras de

consuelo en la aflicción pueden ser determinantes. Aquí pueden entrar la atención de

conversación con los ancianos, que tanto nos han dado y que en su vejez requieren que

alguien les oiga, les converse, los distraiga85

.

80

CAPELLUTI, G. Compendio de teología moral. Moral católica para el siglo XXI, Ed. Edibesa, Madrid,

2003, 23. 81

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 82

MARTINI, C. M., Diccionario Espiritual. Op. cit., 1998, 40-41. 83

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 84

FERNANDEZ, A., Diccionario de Teología Moral, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2007, 1377-1378. 85

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit.

18

Es entonces el consuelo para el triste, para el que sufre alguna dificultad. Muchas veces, se

complementará con dar un buen consejo, que ayude a superar esa situación de dolor o

tristeza. Acompañar a nuestros hermanos en todos los momentos, pero sobre todo en los

más difíciles, es poner en práctica el comportamiento de Jesús que se compadecía del dolor

ajeno. Un ejemplo viene recogido en el evangelio de Lucas. Se trata de la resurrección del

hijo de la viuda de Naím: “Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a

enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha

gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y,

acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: Joven, a ti te digo:

Levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre" (Lc.7, 11-

17)86

.

5. Perdonar las ofensas.

El perdón es la remisión de la ofensa recibida. El perdón entre los hombres es renovar la

concordia entre quienes se sienten ofendidos por un agravio real o presunto (Eclo.28, 2;

Mt.5, 24.43-48; 6,12; 18,21-35; Lc.6, 27-36; 11,4; 17,3-4; Mc.11, 25-26)87

. ¡Qué difícil!,

tanto que Jesús nos dice que debemos perdonar 70 veces 7, es decir, SIEMPRE. Así que, a

perdonar, perdonar, perdonar...88

“Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a

los que nos ofenden”, es un punto del Padre Nuestro, que el Señor aclara un poco más en

San Mateo, al final del Padre Nuestro: “Queda bien claro que si ustedes perdonan las

ofensas de los hombres, también el Padre Celestial los perdonará. En cambio, si no

perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt. 6,

14-15). Perdonar las ofensas significa que no buscamos vengarnos, ni tampoco

conservamos resentimiento al respecto. Significa tratar a quien nos ha ofendido de manera

amable. No significa que tenemos que renovar una antigua amistad, sino llegar a un trato

aceptable. El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó

a sus hermanos el que hubieran tratado de matarlo y luego hayan decidido venderlo. “No se

apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado delante de ustedes

para salvarles la vida” (Gen. 45, 5). Y el mayor perdón del Nuevo Testamento: “Padre,

perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34)89

.

En la alegría de ser perdonados y de perdonar empieza a hacerse presente la novedad del

evangelio, que es el gozoso anuncio de la misericordia del Padre para nosotros, pecadores.

Cuando el perdón derrite la dureza de nuestro corazón y nos abre a la alegría evangélica,

empezamos a ver las cosas con ojos nuevos. Los cinco panes y los dos peces, una vez que

los discípulos abandonaron el imposible proyecto de resolver por sus propios medios el

problema del hambre de la gente, dejaron de ser la prueba de su impotente pobreza y

empezaron a mostrarse como el humilde ofrecimiento humano en el que iba a revelarse la

86

OPUS DEI, ¿Cuáles son las obras de Misericordia?, en http://www.opusdei.org/es-es/article/obras-de-

misericordia-jubileo/ (10/05/2016). 87

FERNANDEZ, A., Diccionario de Teología Moral, op. cit., 1058-1061. 88

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 89

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit.

19

prodigiosa riqueza de Dios. Así también las tensiones de la comunidad, los fatigosos

intentos misioneros, nuestros y de los hermanos, unas iniciativas que tal vez dejen mucho

que desear y necesiten ser revisadas, empiezan a parecemos —purificadas por la humildad

y el perdón— el signo inicial, el germen de una presencia de Dios que siempre está

actuando. El camino que nos acerca a Dios se hace oración. Celebramos, adoramos, damos

gracias a Dios por su presencia multiforme en medio de nosotros, y lo invocamos para que

nuestros pobres panes y peces —las incertidumbres, las pobrezas, las limitaciones de

nuestras personas y de nuestras comunidades— no sean un obstáculo para su presencia,

sino que se dejen atravesar y transformar por ella. Empezamos a morar en el misterio de

Dios, en el mundo espiritual de Jesús, en la riqueza inagotable del evangelio90

.

El perdón de las ofensas es obligatorio, aunque el enemigo no lo pida. El que ofende está

obligado a pedir perdón al ofendido. Cuando dos se han ofendido recíprocamente debe

pedir perdón primero el que en primer lugar y más gravemente haya ofendido al otro; se

aconseja a los dos. No siempre es necesario pedir perdón expresamente; en algunos casos

puede quedar incluido en una atención particular, en un saludo. El ofendido está obligado a

hacer todo lo posible para lograr la reconciliación, si de otra manera el otro permaneciese

en estado de pecado o se derivase escándalo91

.

Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de

comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la

mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia

nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del

afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder culpar a

otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí

mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener

esa misma actitud con los demás92

.

6. Soportar con paciencia las molestias de los demás.

¡Qué fácil es ver la paja en el ojo del prójimo y no vemos la viga en el nuestro! Cuando

seamos capaces de disimular los defectos de nuestro hermano, estaremos colaborando en la

construcción del Reino del Señor. Tengamos paciencia con los ancianos, los niños, el

vecino, el compañero de trabajo y ellos la tendrán con nosotros, en nuestros defectos93

.

La tolerancia y la paciencia ante los defectos ajenos es virtud y es una obra de misericordia.

Sin embargo, hay un consejo muy útil: cuando el soportar esos defectos causa más daño

que bien, no se debe ser tolerante. Con mucha caridad y suavidad, debe hacerse la

advertencia94

. La paciencia, consiste en saber tolerar los males temporales por el reino de

90

MARTINI, C. M., Diccionario Espiritual. Op. cit., 1998, 165-166. 91

CAPELLUTI, G. Compendio de teología mora, op. cit., 23. 92

PAPA FRANCISCO, Amoris Laetitia, Exhortación Apostólica Postsinodal sobre el amor en la familia

(19/03/2016), 107. 93

http://webcatolicodejavier.org/obrasdemisericordia.html (10/05/2016). 94

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit.

20

Dios. Los medios para obtenerla son: considerar la paciencia de Dios para con los

pecadores; la paciencia de nuestro Señor Jesucristo en su vida y en su muerte; la tolerancia

de los mártires y de los santos en general. Los frutos de la paciencia son: la satisfacción

debida por los pecados y la aspiración a la vida eterna. Los malos frutos nacen de la

impaciencia95

. La paciencia es, pues, una virtud para practicar en el tiempo y en

circunstancias concretas, o sea, cuando surjan las dificultades que originen tristeza. Por la

paciencia, el hombre alcanza a ser dueño de sí mismo (Lc.21, 19). La paciencia es una

grande y hermosa virtud pues incluye en sí una de las características de la caridad (1

Cor.13, 4-5). Así mismo es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal.5, 22-23)96

.

Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o

permitir que nos traten como objetos. El problema es cuando exigimos que las relaciones

sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y

esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos

lleva a reaccionar con agresividad. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos

excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben

convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se volverá un

campo de batalla. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta: «Desterrad de vosotros la

amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad» (Ef. 4,31). Esta paciencia se

afianza cuando reconozco que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí,

así como es. No importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su

modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene siempre un

sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo,

también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía97

.

7. Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

La oración por los demás, estén vivos y muertos, es una obra buena. San Pablo recomienda

orar por todos, sin distinción, también por gobernantes y personas de responsabilidad,

pues “Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (ver 1 Tim 2,

2-3). Los difuntos que están en el Purgatorio dependen de nuestras oraciones. Es una buena

obra rezar por éstos para que sean libres de sus pecados (2 Mac. 12, 46)98

. Es importante,

pues, educar a los fieles a la luz de la celebración eucarística, en la que la Iglesia ruega para

que sean asociados a la gloria del Señor resucitado todos los fieles difuntos, de cualquier

tiempo y lugar, evitando el peligro de una visión posesiva y particularista de la Misa por el

"propio" difunto. La celebración de la Misa en sufragio por los difuntos es además una

ocasión para una catequesis sobre los novísimos99

.

95

CAPELLUTI, G. Compendio de teología moral. Op. cit., 150. 96

FERNANDEZ, A., Diccionario de Teología Moral, op. cit., 989-990. 97

PAPA FRANCISCO, Amoris Laetitia, doc. cit., 92. 98

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 99

CONGREGACION PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad

popular y la liturgia. Doc. cit., 255.

21

Esta obra de misericordia destaca el valor de la oración de intercesión ante las necesidades

de los vivos y de los muertos. Interceder no quiere decir simplemente «rezar por alguien»,

como casi siempre pensamos. Etimológicamente significa «dar un paso al medio», o sea,

dar un paso para ponernos en medio de una situación. Interceder significa entonces ponerse

allí donde se produce el conflicto, ponerse entre las dos partes del conflicto. Por tanto, no se

trata sólo de presentar una necesidad ante Dios (¡Señor, danos la paz!), manteniéndonos al

margen. Interceder es una actitud mucho más seria, grave y comprometida, es algo mucho

más arriesgado. Interceder es estar allí, sin moverse, sin huir, tratando de poner la mano

sobre el hombro de ambas partes, aceptando el riesgo de esta postura. En la Biblia hay una

página muy esclarecedora al respecto. Cuando Job se encuentra, casi desesperado, ante

Dios, que en ese momento le parece un adversario irreconciliable, grita: « ¿Quién se pondrá

entre mi juez y yo? ¿Quién posará su mano sobre su hombro y el mío?». Por tanto, no se

trata de alguien que desde lejos exhorta a la paz o reza enérgicamente por la paz, sino de

alguien que se pone en medio, que entra en el corazón de la situación, que extiende sus

brazos a derecha e izquierda para unir y pacificar. Es el gesto de Jesucristo en la cruz. Con

esto nos damos cuenta de que una verdadera intercesión cristiana es difícil; sólo se puede

hacer en el Espíritu Santo y sabemos que no todos la comprenderán. Pero si hay un deseo

que suscita es éste: el de estar en este momento en los lugares de conflicto, en las calles

donde ciudadanos indefensos son amenazados y asesinados. Estar allí de forma meramente

pasiva, sin ninguna acción política, sin ningún clamor, sólo con la fuerza de la intercesión.

Estar allí, como María al pie de la cruz, sin maldecir ni juzgar a nadie, sin gritarle a la

injusticia, sin insultar100

.

Un aspecto de la eucología de la muerte cristiana lo constituye la atención que la Iglesia

dirige a los familiares del difunto. Hallamos aquí una nota de humanidad y delicadeza muy

necesaria, porque los verdaderos protagonistas de la liturgia fúnebre son en definitiva los

parientes del difunto. La palabra de la fe, sensible al dolor humano, se propone en las

moniciones y oraciones como una liturgia para los vivos. Una de las moniciones propuestas

por la liturgia expresa dichos sentimientos: “Dirijamos ahora a nuestro hermano el saludo

final. Que este rito cristiano de la despedida exprese nuestro amor, consuele nuestro llanto,

refuerce nuestra esperanza. Un día nos volveremos a encontrar en la casa del padre, donde

el amor de Cristo que todo vence transformará la muerte en aurora de vida eterna…

entonces podremos gozar de nuevo de la presencia de este hermano y de su amistad”. Una

oración especial para los afligidos se intercala en los diferentes momentos del ritual y en

especiales circunstancias… La celebración litúrgica de la muerte del cristiano tiene su

punto focal en la Eucaristía, donde se renueva el misterio de Cristo, quien “muriendo,

destruyó la muerte y resucitando, restauró la vida”. Con estas actitudes, los funerales del

cristiano y la oración de la iglesia por cada difunto que es colocado en las manos

misericordiosas de Dios Padre abre un resquicio a la esperanza, a la vez que confiesa y

celebra la victoria de Cristo sobre la muerte y la esperanza de la vida eterna101

.

Se ha repetido que en las grandes ciudades de los vivos no hay sitio para los muertos: en las

pequeñas habitaciones de los edificios urbanos, no se puede habilitar un "lugar para una

100

MARTINI, C. M., Diccionario Espiritual. Op. cit., 1998, 105-107. 101

J. CASTELLANOS CERVERA, “Funerales” en BERMEJO, J. C.-ALVAREZ, F., op. cit., 756-766

22

vigilia fúnebre"; en las calles, debido a un tráfico congestionado, no se permiten los lentos

cortejos fúnebres que dificultan la circulación; en las áreas urbanas, el cementerio, que

antes, al menos en los pueblos, estaba en torno o en las cercanías de la Iglesia – era un

verdadero campo santo y signo de la comunión con Cristo de los vivos y los muertos – se

sitúa en la periferia, cada vez más lejano de la ciudad, para que con el crecimiento urbano

no se vuelva a encontrar dentro de la misma. La civilización moderna rechaza la

"visibilidad de la muerte", por lo que se esfuerza en eliminar sus signos. De aquí viene el

recurso, difundido en un cierto número de países, a conservar al difunto, mediante un

proceso químico, en su aspecto natural, como si estuviera vivo (tanatopraxis): el muerto no

debe aparecer como muerto, sino mantener la apariencia de vida. El cristiano, para el cual

el pensamiento de la muerte debe tener un carácter familiar y sereno, no se puede unir en su

fuero interno al fenómeno de la "intolerancia respecto a los muertos", que priva a los

difuntos de todo lugar en la vida de las ciudades, ni al rechazo de la "visibilidad de la

muerte", cuando esta intolerancia y rechazo están motivados por una huida irresponsable de

la realidad o por una visión materialista, carente de esperanza, ajena a la fe en Cristo

muerto y resucitado102

.

EFECTO DE LAS OBRAS DE MISERICORDIA EN QUIEN LAS

PRACTICA

El ejercicio de la obras de misericordia comunica gracias a quien las ejerce. En el evangelio

de Lucas Jesús dice: “Dad, y se os dará” (Lc.6, 38). Por tanto, con las obras de

misericordia:

Hacemos la Voluntad de Dios,

Damos algo nuestro a los demás y el Señor nos promete que nos dará también a

nosotros lo que necesitemos.

Son una manera de ir borrando la pena que queda en el alma por nuestros pecados ya perdonados es mediante obras buenas. Obras buenas son, por supuesto, las Obras

de Misericordia. “Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos alcanzarán

misericordia” (Mt 5, 7).

Nos van ayudando a avanzar en el camino al Cielo,

Nos van haciendo parecidos a Jesús, nuestro modelo, que nos enseñó cómo debe ser

nuestra actitud hacia los demás.

Nos hacen cambiar los bienes temporales por los eternos, que son los que valen de verdad: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y

donde los ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la

polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde

esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6, 19-20) 103

.

Ofrecen un testimonio excelente de la vida cristiana104

.

102

CONGREGACION PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad

popular y la liturgia. Doc. cit., 259. 103

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 104

CONCILIO VATICANO II, Apostolicam Actuositatem, Decreto sobre el apostolado de los seglares

(18/11/1965), 31.

23

Quien las cumple demuestra de haber acogido la realeza de Jesús, porque ha hecho

espacio en su corazón a la caridad de Dios105

.

Con ellas los cristianos aprenden desde niños a compadecerse de los hermanos y ayudarles generosamente cuando lo necesiten

106.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Todas esas obras de misericordia, del mismo modo que la limosna, no valen tanto en sí

mismas, sino por el amor con que se realizan107

. Es decir, que si la ayuda la damos

independientemente del amor a Dios, no tiene ningún mérito para nuestra vida espiritual. Es

filantropía o altruismo. Se resuelve el problema y la necesidad de alguien, pero no

merecemos en nada para nuestra vida espiritual. Cuando actuamos por filantropía,

efectivamente la persona recibe la ayuda que requiere. Pero al ayudar desde nosotros

mismos y no desde el amor a Dios, siempre se presenta el riesgo de yo ser portador de mí

mismo y no de Dios. Eso no es amor cristiano, es ayuda; no es que sea mala, pero no es lo

que Dios nos pide. Bien lo dice Jesús en sus Diálogos a Santa Catalina de Siena, santa

seglar de la Orden de Santo Domingo: “Quiera o no quiera, el hombre se ve precisado a

ejercer la caridad (la ayuda) con su prójimo. Aunque, si no la ejercita por amor a Mí, no

tiene aquel acto ningún valor sobrenatural”108

.

En las sociedades organizadas en que vivimos, parece que no debe haber ya lugar para tales

obras. Nuestras sociedades suponen que no existen ya hambrientos, ni sedientos, ni

desnudos, ni faltos de abrigo; suponen que los huérfanos y las viudas reciben pensiones

adecuadas; suponen que los demás casos son atendidos por el servicio social o por los

psiquiatras. En realidad, si estamos más atentos, descubrimos que ellas son todavía actuales

o pueden revestirse de formas nuevas para atender los nuevos problemas creados

precisamente por la sociedad que se dice organizada109

.

Todo ejercicio de apostolado tiene su origen y su fuerza en la caridad. Pero hay algunas

obras, que por su propia naturaleza, ofrecen especial aptitud para convertirse en expresión

viva de esta caridad (Mt.11, 4-5; 25,40)… Por lo cual, la misericordia para con los

necesitados y los enfermos y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar

todas las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia con singular honor. La

acción caritativa tiene que abarcar hoy a todos los hombres y a todas las necesidades.

Dondequiera que haya hombres carentes de alimento, vestido, vivienda, medicina, trabajo,

instrucción, medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o afligidos por

la desgracia o por la falta de salud, o sufriendo el destierro o la cárcel, allí debe buscarlos y

105

PAPA FRANCISCO, Seremos juzgados sobre el amor, la proximidad y la ternura, homilía en la festividad

de Cristo rey (23/11/2014). 106

CONCILIO VATICANO II, Apostolicam Actuositatem, doc. cit., 31. 107

BASTOS DE AVILA, F., op. cit., 459. 108

CATHOLIC.NET, Obras de misericordia corporales y espirituales, art. Cit. 109

BASTOS DE AVILA, F., op. cit., 459.

24

encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con diligente cuidado y ayudarles con la

prestación de auxilios110

.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia111

nos recuerda que el amor de la Iglesia

por los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y

en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las

numerosas formas de pobreza cultural y religiosa. La Iglesia «desde los orígenes, y a pesar

de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos,

defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que

siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables». Inspirada en el precepto

evangélico: «De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia» (Mt 10,8), la Iglesia enseña a

socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades y prodiga en la comunidad humana

innumerables obras de misericordia corporales y espirituales: «Entre estas obras, la

limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es

también una práctica de justicia que agrada a Dios», aun cuando la práctica de la caridad no

se reduce a la limosna, sino que implica la atención a la dimensión social y política del

problema de la pobreza. Sobre esta relación entre caridad y justicia retorna constantemente

la enseñanza de la Iglesia: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les

hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar

un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia». Los Padres Conciliares

recomiendan con fuerza que se cumpla este deber «para no dar como ayuda de caridad lo

que ya se debe por razón de justicia». El amor por los pobres es ciertamente «incompatible

con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta» (cf. St 5,1-6).

Y cuando en el ocaso de la vida, se nos preguntará si hemos dado de comer al hambriento y

de beber al sediento, también se nos preguntará si hemos ayudado a las personas a salir de

sus dudas, si nos hemos comprometido a recibir a los pecadores, advirtiéndolos o

corrigiéndolos, si hemos sido capaces de luchar contra la ignorancia, especialmente la

relativa a la fe cristiana y a la vida buena. Esta atención a las obras de misericordia es

importante: no son una devoción. Es la concretización de cómo los cristianos deben llevar

adelante el espíritu de misericordia112

.

110

CONCILIO VATICANO II, Apostolicam Actuositatem, doc. cit., 8. 111

PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Editorial

Nomos, Bogotá, 2005, 184. 112

PAPA FRANCISCO, La unidad y la pluriformidad son el sello de una iglesia movida por el Espíritu

Santo, Discurso del Papa a la Congregación para la Doctrina de la Fe (22/01/2016).

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