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    Una historiasencilla

    Leonardo Sciascia

    Traduccin de Carlos Manzano

    Tusquets Editores, Buenos Aires, 1990

    Ttulo original:Una storia semplice

    Adelphi Edizioni, Milano, 1989

    La paginacin se corresponde con la

    edicin impresa. Se han eliminado las

    pginas en blanco.

    http://letrae.iespana.es/
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    Una vez ms quiero sondear

    escrupulosamente las posibilidades

    que tal vez queden an a la justicia.

    Justicia,Drrenmatt

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    La llamada telefnica se produjo a las

    9.37 de la noche del 18 de marzo, sbado,

    vspera de la rutilante y retumbante fiesta

    que la ciudad dedicaba a san Jos Carpin-

    tero: y al carpintero precisamente se ofre-

    can las hogueras de muebles viejos que esa

    noche se encendan en los barrios popula-

    res, casi como promesa a los carpinteros

    an en ejercicio, pocos ya, de que no les

    faltara trabajo. La comisara, aunque ilu-minada la iluminacin vespertina y noc-

    turna de las comisaras, tcitamente pres-

    crita para dar la impresin a los ciudadanos

    de que en esas oficinas siempre se velaba

    por su seguridad, estaba casi desierta,ms que otras noches a esa hora.

    El telefonista anot la hora y el nombre

    de la persona que telefoneaba: Giorgio

    Roccella. Tena una voz educada, plcida,

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    persuasiva. Como todos los locos, pens

    el telefonista. En efecto, preguntaba el

    seor Roccella por el comisario: una lo-cura, especialmente a aquella hora y en

    aquella noche particular.

    El telefonista procur poner el mismo

    tono, pero le sali una imitacin caricatu-

    resca, al responder con la frase que las fre-cuentes ausencias del comisario haban

    convertido en ritual: Pero, si el comisario

    nunca est en la comisara a esta hora!. Y,

    encantado de contrariar al inspector, que,

    claro est, estaba a punto de abandonar el

    despacho precisamente en aquel momento,

    aadi: Le paso con el despacho del ins-

    pector.

    En efecto, el inspector estaba ponin-dose el abrigo. Cogi el telfono el sargen-

    to, cuyo escritorio era contiguo al del ins-

    pector. Escuch, busc por la mesa un l-

    piz y un trozo de papel y, mientras escri-

    ba, responda que s, iran lo antes posible,en cuanto pudieran, recalcando la posibi-

    lidad para no infundir ilusiones sobre la

    presteza.

    Quin era? pregunt el inspector.

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    Una persona que, segn dice, tiene

    que ensearnos urgentemente una cosa que

    ha descubierto en su casa.Un cadver? brome el comisa-

    rio.

    No, ha dicho exactamente una cosa.

    Una cosa... Y cmo se llama, esapersona?

    El sargento tom el trozo de papel en

    el que haba escrito el nombre y la direc-

    cin y ley:

    Giorgio Roccella, en la zona de Co-tugno, a cuatro kilmetros del cruce para

    Monterosso, siguiendo la carretera de la

    derecha, o sea, de aqu.

    El inspector volvi de la puerta a la

    mesa del sargento, tom ese trozo de papel

    y lo ley como si creyera que iba a encon-

    trar all algo ms que lo que el sargento ha-

    ba dicho.

    No es posible dijo.

    Qu cosa? pregunt el sargento.

    Este Roccella dijo el inspector es

    un diplomtico, cnsul o embajador no s

    dnde. Hace aos que no ha venido por

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    aqu, tiene cerrada la casa de la ciudad,

    abandonada y casi en ruinas la del campo,

    por la zona de Cotugno precisamente... Laque se ve desde la carretera: en lo alto, que

    parece un fortn...

    Una antigua alquera dijo el sar-

    gento, he pasado muchas veces por all.

    Dentro del cercado, que lo hace

    parecer una alquera, hay un chalet muy

    gracioso; o al menos lo era... Gran familia,

    la de los Roccella, ahora reducida a ese

    cnsul o embajador o lo que sea... No pen-

    saba siquiera que an viviese, hace tanto

    que no se lo ve.

    Si quiere dijo el sargento voy a

    ver qu ocurre.

    No, no, estoy seguro de que se tratade una broma... Maana, si acaso, y si tie-

    nes tiempo y te apetece, ve a echar un vis-

    tazo... A m, pase lo que pase, maana no

    me busquis: voy a celebrar la fiesta de san

    Jos a casa de un amigo mo, en el campo.

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    El da siguiente, el sargento fue de pa-

    trulla a Cotugno, con el estado de nimo

    l y los dos agentes que lo acompaa-

    ban de quien da un paseo: estaban se-

    guros, por lo que haba dicho el inspector,

    de que aquel lugar estaba deshabitado y de

    que la llamada de la noche anterior haba

    sido una broma. Un riachuelo, que corra

    al pie de la colina, era ya slo un lveo pe-

    dregoso, de piedras blancas como huesos,pero la colina, con aquella alquera ruinosa

    en la cima, verdeaba. Tras hacer una ins-

    peccin ocular, su propsito era el de po-

    nerse a recoger esprragos y chicorias: los

    tres, como campesinos que haban sido,eran expertos en reconocer las buenas ver-

    duras silvestres.

    Entraron en el cercado, que no estaba

    hecho, como se poda creer mirando desde

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    abajo, de simples muros: eran almacenes,

    con las puertas cerradas con cerrojos lus-

    trosos, que circundaban el chalet, en ver-dad gracioso y con muchas seales de dis-

    gregacin, de ruina. Dieron una vuelta en

    torno a l. Todos los postigos estaban ce-

    rrados, salvo una ventana por cuyos cris-

    tales se poda mirar dentro. A la deslum-brante luz de aquella maana de marzo, al

    principio les cost ver con claridad el in-

    terior: despus empezaron a distinguir y,

    tras repetir la prueba colocndose las ma-

    nos de pantalla contra el sol, a los tres lespareci indudable que haba un hombre

    sentado de espaldas a la ventana y abatido

    sobre un escritorio.

    El sargento adopt la decisin de rom-

    per el cristal de la ventana, abrirla y entrar

    en el cuarto: ese hombre poda haber cado

    vctima de un ataque, tal vez hubiera tiem-

    po de socorrerlo. Pero estaba muerto y no

    de sncope o infarto; en la cabeza, apoyadasobre el escritorio, entre la mandbula y la

    sien, tena un cuajaron de sangre.

    El sargento grit a los dos agentes, que

    tambin haban entrado saltando por la

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    ventana: No toquis nada!, y, para no

    tocar el telfono, que estaba sobre el escri-

    torio, orden a uno de ellos que volviera ala comisara, contara lo que haban visto y

    mandase venir en seguida al mdico, al fo-

    tgrafo y a los dos o tres de la comisara

    que tenan la consideracin y el privilegio

    de expertos cientficos: segn el sargen-

    to slo el privilegio, pues hasta entonces no

    haba experiencia de un solo caso en que

    hubiesen hecho una contribucin resolu-

    toria; ms bien lo que hacan era confundir.

    Tras dar esas rdenes y repetir al agente

    que se haba quedado con l que no tocara

    nada, el sargento empez a hacer su trabajo

    de observacin con vistas al informe escrito

    que despus haba de redactar: tarea bas-tante ingrata siempre, pues sus aos de es-

    cuela y sus poco frecuentes lecturas no bas-

    taban para hacerlo sentirse seguro con el

    italiano. Pero, curiosamente, el hecho de

    tener que escribir sobre las cosas que vea,la preocupacin, la angustia casi, daba a su

    mente una capacidad de seleccin, de elec-

    cin, de esencialidad, gracias a la cual lo

    que despus quedaba en la red de la escri-

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    tura acababa siendo sensato y agudo. Tal

    vez ocurra lo mismo a los escritores italia-

    nos meridionales, en particular los sici-lianos: pese al bachillerato, la universidad

    y las numerosas lecturas.

    La impresin inmediata era la de que

    ese hombre se haba suicidado. La pistola

    estaba en el suelo, a la derecha del silln

    sobre el que haba quedado sentado: arma

    antigua, de la guerra del 14, alemana, uno

    de los recuerdos que los veteranos se lle-

    vaban a casa. Pero haba un detalle queanulaba en el sargento la impresin inme-

    diata del suicidio: la mano derecha del

    muerto, que debera haber colgado al nivel

    de la pistola cada, estaba, en cambio, sobre

    el plano del escritorio, aferrada a un folioen el que se lea: He descubierto.. Ese

    punto despus de la palabra descubierto

    se encendi en la mente del sargento como

    un flash, despleg, rpida y esquiva, la es-

    cena de un homicidio tras la del suicidio,

    construida con poca exactitud. El hombre

    haba empezado a escribir He descubier-

    to, igual que en la comisara haba dicho

    haber descubierto en casa algo que no es-16

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    peraba: y estaba a punto de escribir sobre

    lo que haba descubierto, dudando ya de

    que llegase la polica y tal vez comenzando,en la soledad, en el silencio, a sentir miedo.

    Pero haban llamado a la puerta. La po-

    lica, pens, pero era el asesino. Tal vez

    se presentara como polica y el hombre lo

    hiciese entrar, volviera a sentarse en el es-

    critorio, empezara a contar lo que haba

    descubierto. Tal vez estuviera sobre el es-

    critorio la pistola, con el miedo en aumento

    probablemente hubiese ido a sacarla de al-

    gn escondrijo que recordaba (el sargento

    no crea que los asesinos se armaran con un

    instrumento tan viejo). Al verla sobre la

    mesa, tal vez pidiera el asesino infor-

    macin sobre el arma, comprobase su fun-cionamiento, la apuntara de improviso a la

    cabeza del otro y disparase. Y despus el

    gran hallazgo de poner el punto despus de

    he descubierto: he descubierto que la

    vida no vale la pena, he descubiertola nica y extrema verdad, he descubier-

    to, he descubierto: todo y nada. No se

    sostena. Pero por parte del asesino ese

    punto no era, al fin y al cabo, un error:

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    para la tesis del suicidio, que se planteara

    sin duda (el sargento estaba seguro de ello),

    de ese punto se extraeran significados exis-tenciales y filosficos y, sobre todo, si la

    personalidad del asesinado ofreca algn

    pretexto. Sobre el escritorio haba un ma-

    nojo de llaves, un viejo tintero de peltre, la

    fotografa de una comitiva numerosa y ale-

    gre tomada en el jardn al menos cincuenta

    aos antes: tal vez justo ah fuera, cuando

    en torno a la casa deba de haber rboles

    armoniosos y umbrosos, ahora slo hoja-

    rasca y maleza.

    Junto al folio con el he descubierto,

    la estilogrfica cerrada: sutileza del asesino

    (el sargento estaba cada vez ms conven-

    cido de que se trataba de un homicidio)para dar la impresin de que con ese punto

    el hombre haba puesto precisamente pun-

    to final a su existencia.

    El cuarto tena, en torno, estanteras,

    casi todas vacas. Los libros que quedaban

    eran volmenes encuadernados de revistas

    jurdicas, manuales de agronoma, fasc-

    culos de una revista titulada Naturaleza y

    arte. Adems, haba, apilados, algunos18

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    volmenes que deban de ser antiguos, en

    cuyo lomo el sargento ley Calepinus. El

    siempre haba credo que el calepino era unlibrito para llevar en el bolsillo, una libreta,

    un prontuario: le pareci curioso que ese

    nombre para librillos se debiera a esos li-

    bros, cada uno de los cuales pesaba diez ki-

    los por lo menos. La preocupacin por nodejar huellas dactilares lo disuadi de abrir

    uno de los volmenes y, con la misma

    preocupacin, recorri la casa, seguido del

    agente, sin tocar muebles ni picaportes y

    slo entr por las puertas que estabanabiertas.

    La casa era mucho mayor de lo que po-

    da pensarse al mirarla desde fuera. Haba

    un gran comedor con una mesa maciza deroble y cuatro aparadores, de la misma ma-

    dera, con platos, soperas, vasos y jarros

    dentro, pero tambin viejos juguetes, pa-

    peles, ropa interior. Alcobas haba tres,

    dos con colchones y almohadas amonto-nadas sobre los somieres y una con una

    cama en la que pareca que alguien hubiese

    dormido la noche anterior y tal vez otras

    tras las puertas que el sargento no abri. La

    casa haba estado abandonada y tambin19

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    despojada de muebles, libros, cuadros y

    porcelanas (se adverta alguna seal de las

    cosas robadas), pero no daba la sensacin

    de estar deshabitada. Haba colillas de ci-

    garrillos en los ceniceros y gotas de vino en

    los vasos cinco trasladados a la cocina,

    seguro, con la intencin de enjuagarlos. La

    cocina era espaciosa, con fogones de lea,

    horno y azulejos valencianos en las pare-

    des; ollas de cobre y cazuelas colgadas de

    las paredes centelleaban bastante, con la es-

    casa luz, si bien ya verdeaban por el sul-fato. De la cocina se abra una puertecita a

    una escalera que suba estrecha y obscura y

    no se vea dnde acababa.

    El sargento mir a ver si haba una luz

    que encender para iluminar aquella escale-ra. Al no ver otro interruptor que el que

    encenda las lmparas sobre los fogones, se

    aventur a subir aquella escalera. Pero tras

    cinco o seis peldaos comenz sin dejar

    de subir vacilante a encender cerillas.

    Encendi muchas antes de llegar, en la

    cima, a una especie de buhardilla, un cuar-

    to de la altura justa para que alguien de es-

    tatura normal tocara el techo con la cabeza,

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    pero de la misma anchura que el comedor

    de abajo. Estaba lleno de divanes, sillones

    y sillas desfondadas, cajas, marcos vacos,colgaduras polvorientas. Alrededor haba

    bustosrelicario de santos una decena,

    dorados, pero sobresala entre ellos un

    busto mayor, con el pecho de plata, la

    manteleta negra y la cara enojada. Los bus-tos dorados llevaban, bajo el barroco pe-

    destal, el nombre de cada santo; el sargento

    no tena suficiente experiencia de santos

    para reconocer en el otro mayor y ms ta-

    citurno a san Ignacio.

    El sargento encendi la ltima cerilla y

    volvi a bajar rpidamente. Un desvn lle-

    no de santos, explic al agente que lo es-

    peraba al pie de la escalera. Se senta comosi le hubiesen cado encima polvo, telaraas

    y moho. Volvi a saltar por la ventana para

    encontrarse de nuevo con la maana fra y

    esplndida, el sol, la hierba cubierta de go-

    tas de escarcha.Con el agente siempre a dos pasos de-

    trs de l, dio la vuelta en torno a la casa.

    Entre zarzas y hojarasca haba un claro

    que, evidentemente, haba servido para

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    maniobras de automviles, tal vez de ca-

    miones. Ha habido trfico, aqu, dijo el

    sargento. Despus, indicndoselos al agen-te, pregunt: Qu te parecen esos cerro-

    jos?: los que cerraban las puertas de los

    almacenes o establos que circundaban la

    casa como un fortn de westernamericano.

    Son nuevos dijo el agente.

    Eres un hacha dijo el sargento.

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    Poco menos de dos horas despus, lle-garon todos los que deban llegar: el co-

    misario, el fiscal, el mdico, el fotgrafo,

    un periodista predilecto del comisario y

    una multitud de agentes, entre los cuales se

    distinguan por su seriedad los de la cien-tfica. Seis o siete automviles que aun des-

    pus de haber llegado siguieron zumbando,

    retumbando y aullando, igual que haban

    salido del centro de la ciudad despertando

    la curiosidad de los ciudadanos y tambinefecto que el comisario deseaba lo ms

    tardo posible la de los carabineros: por

    eso, el coronel de carabineros con cara

    hosca, irritadsimo, preparado para pelear,

    con el debido respeto, con el comisario

    lleg una media hora despus, cuando ya

    se haban abierto todas las puertas con esas

    llaves que haba sobre el escritorio, ya se

    haba iniciado la inspeccin un poco al azar

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    y se haba fotografiado al muerto desde to-

    dos los ngulos. Con furor contenido, el

    coronel dijo: Pero poda haberme avisa-do. Disclpeme, dijo el comisario,

    pero todo ha sucedido tan precipitada-

    mente, en cuestin de pocos minutos. S,

    s..., dijo irnico el coronel.

    Levantaron la pistola introduciendo unlpiz en el asa del gatillo, la depositaron

    con todo cuidado sobre un pao negro y la

    envolvieron con delicadeza. Las huellas,

    rpido, dijo el comisario. Ya haban to-

    mado las del muerto.

    Trabajo intil sentenci des-

    pus, pero hay que hacerlo.

    Por qu intil? pregunt el co-

    ronel.Suicidio dijo, solemne, el comisa-

    rio, con lo que contribuy a que el coro-

    nel comenzara a cultivar la opinin con-

    traria.

    Seor comisario... intervino el sar-

    gento.

    Lo que tengas que decir lo dirs des-

    pus en tu informe... Entretanto... pero

    no saba qu se haba de hacer o decir en-24

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    tretanto, salvo repetir: Suicidio, un caso

    evidente de suicidio.

    El sargento lo intent otra vez: Seorcomisario.... Quera hablarle de la lla-

    mada telefnica de la noche anterior, del

    punto detrs del he descubierto. Pero el

    comisario lo cort: Queremos el infor-

    me, indic al fiscal y a s mismo, mir el

    reloj, a primera hora de la tarde. Y vol-

    vindose al fiscal y al coronel: Este es un

    caso sencillo, hay que procurar no desor-

    bitarlo y despacharlo cuanto antes... Ve a

    escribir el informe, rpido.

    Automticamente, el coronel vio, en

    cambio, el caso muy complicado y, de to-

    dos modos, no como para despacharlo

    cuanto antes. Entre las dos institucionesel arma de carabineros y el cuerpo de po-

    lica y fueran cuales fuesen las personas

    que las representaran, se manifestaba al ins-

    tante una irreductible disparidad de crite-

    rios. Las divida un largo contencioso his-

    trico: y todos los ciudadanos que queda-

    ban en medio acababan discutiendo dra-

    mticamente al respecto.

    El sargento dijo: S, seor y sali a25

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    buscar el coche de patrulla con el que haba

    llegado y que ya haba regresado. Pero,

    como el comisario lo haba enojado ycareca casi totalmente de lo que suele

    llamarse espritu de cuerpo es decir, con-

    siderar parte mayor que el todo el cuerpo

    al que perteneca, juzgarlo infalible y, en

    caso de falibilidad, intocable, cargado derazn, sobre todo cuando estaba equivo-

    cado, se le ocurri una idea burlona.

    Sentado al volante del automvil en que

    haba llegado el coronel estaba el sargento

    (de carabineros) que lo conduca. Nues-

    tro sargento fue a sentarse a su lado, pues lo

    conoca bien, aunque no tena confian-

    za con l: y le cont todo lo que saba del

    caso, todas sus sospechas. Le indic tam-

    bin, en las puertas de los almacenes, esos

    cerrojos nuevos, lustrosos, y volvi a la co-

    misara, como aliviado, a escribir en dos

    horas y pico lo que al compaero de su mis-

    mo grado haba contado en cinco minutos.

    As, al volver a la ciudad, el coronel de

    carabineros supo por su sargento los de-

    talles que complicaban el caso ms de lo

    que deseaba el comisario.

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    Pese a ser domingo y fiesta de san Jos,en seguida afluyeron a la comisara y a la

    comandancia de carabineros todos los da-

    tos del padrn y del catastro, las informa-

    ciones ms o menos confidenciales. Las

    mismas, o casi, de fuentes y confidentesiguales: aquello que, si hubieran trabajado

    en armona, habra ahorrado a una de las

    dos partes tiempo y esfuerzo que habra

    podido emplearse con mayor utilidad, pero

    se es un anhelo tan imposible como la co-laboracin entre un constructor y un di-

    namitero (y, como se comprender, a nin-

    guna de las dos partes cuadran funciones

    semejantes).

    La identidad de la vctima: Giorgio

    Roccella di Monterosso, nacido precisa-

    mente en Monterosso el 14 de enero de

    1923, diplomtico jubilado. Haba sido

    cnsul de Italia en varias ciudades europeas

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    y al final se haba establecido en Edimbur-

    go, donde viva, separado de su esposa, con

    un hijo de veinte aos. No haba vuelto aItalia desde haca casi quince aos salvo

    para morir trgicamente el 18 de marzo de

    1989. Haba sido el nico de la familia en

    conservar pero sin ocuparse de ellos

    algunos restos de una propiedad vasta y

    variada: una casa semidestruida en la ciu-

    dad, aquel chalet con poca tierra alrededor.

    Haba llegado a la ciudad aquel preciso da,

    el 18; haba comido en el restaurante Le trecndele, donde haba pedido espaguetis

    con salsa de sepia y pulpo con ensalada; ha-

    ba llamado a un taxi para que lo llevara al

    chalet. Se haba asegurado, segn dijo al ta-

    xista, de que las llaves que llevaba funcio-naban para abrir la puerta, tras lo cual lo

    haba despedido y le haba dicho que vol-

    viese a recogerlo la maana siguiente a las

    once. Padezco insomnio, explic: voy

    a trabajar toda la noche. Pero la maana

    siguiente a las once, al ver todo aquel mo-

    vimiento de polica y carabineros, el taxista

    haba dado media vuelta sin subir al chalet.

    Tal vez fuera ese hombre pens un

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    prfugo peligroso. Y para qu meterse en

    un embrollo?

    El comisario, bastante irritado por el

    informe que sospechaba un homicidio

    del sargento, consider la informacin de

    que la vctima se haba separado de su es-

    posa (o, segn prefera, la esposa de l) un

    argumento que abonaba su hiptesis del

    suicidio. La pregunta de por qu haba lla-

    mado antes a la polica se la plante, pero

    no lo inquiet: quera se respondi

    matarse ante los ojos de la polica, para

    dar mayor originalidad y clamor a su gesto.

    Presa de la locura, en una palabra. Pero el

    sargento, prestando ms atencin al des-

    pacho informativo, hizo notar al comisario

    que la separacin de la mujer se haba pro-

    ducido doce aos antes. Por doloroso que

    sea, un caso as es difcil que llegue al col-

    mo de la desesperacin doce aos despus.

    En cambio, la irritacin del comisario para

    con el sargento lleg al colmo. No se per-

    mita esas observaciones, dijo, y haga re-

    gresar en seguida al inspector, est donde

    est.

    29

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    25/68

    El inspector, tal como haba anunciadoel sbado, estuvo ilocalizable hasta el lunes

    por la maana. A las ocho entraba en el

    despacho, donde ya estaba el sargento, con

    el abrigo, el sombrero y los guantes pues-

    tos y envuelto en una bufanda que le cubrahasta la boca. Se quit toda la ropa de abri-

    go y se estremeci: Hace fro aqu dentro:

    casi tanto como fuera; aqu los pjaros cae-

    ran fulminados.

    Segn dijo, se haba enterado de lo su-cedido por la radio y los peridicos. Ley

    sin comentarios el esqueltico informe del

    sargento y sali a hablar con el comisario.

    Al volver, pareca enfadado con el sar-

    gento. No hagamos novelas, le advir-

    ti. Pero la novela estaba ya en el aire. Dos

    horas despus, se sentaba en el despacho

    para alimentarla el profesor Carmelo Fran-

    z, viejo amigo de la vctima. Cont que31

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    26/68

    el sbado 18, inesperadamente, haba visto

    llegar a su casa a Giorgio Roccella. Expli-

    cacin de aquel viaje repentino: haba re-cordado que en un bal que deba de estar

    an en el desvn del chalet haba paquetes

    de cartas antiguas uno de Garibaldi a su

    bisabuelo, otro de Pirandello a su abuelo

    (haban hecho juntos el bachillerato) yhaba sentido deseos de recuperarlas, de

    trabajar un poco en ellas. Le pidi que lo

    acompaara por la tarde al chalet, pero el

    profesor, precisamente esa tarde, tena que

    hacerse la peridica e ineludible dilisis, so

    pena de pasarse, si no, das inmoviliza-

    do con la intoxicacin. Le habra encan-

    tado volver, despus de tantos aos, a ese

    chalet y participar en la bsqueda. Se des-

    pidieron dndose cita para el da siguiente,

    domingo, pero, mira por dnde, el domin-

    go por la noche escuch en la radio la no-

    ticia de la muerte de su amigo.

    Pero haba de aadir el profesorotras informaciones: y fundamentales. La

    noche del sbado, recibi una llamada de

    su amigo. Telefoneaba desde el chalet y lo

    primero que dijo fue: No saba que hu-

    32

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    27/68

    bieran puesto aqu el telfono; aadi

    que, al buscar en el desvn las cartas, haba

    descubierto, mira por dnde, el famosocuadro. Qu cuadro?, haba pregunta-

    do el profesor. El que desapareci hace

    unos aos; no te acuerdas?, haba dicho

    Roccella. El profesor no estaba seguro de

    haber adivinado de qu cuadro se trataba;en cualquier caso, le aconsej que llamara

    a la polica.

    Qu historia ms complicada! dijo

    el inspector entre incrdulo y preocupa-

    do: El cuadro, el telfono, dos cosas que

    el seor Roccella, en el momento en que ha-

    bl con usted, acababa de descubrir... Y,

    an ms incrdulo, al profesor: Usted

    le crey?

    Le he credo toda la vida: por qu

    habra de empezar precisamente el otro da

    a no creerle?

    Entretanto, el sargento haba cogido la

    gua de telfonos, la hoje, busc y ley:Roccella, Giorgio di Monterosso,

    Cotugno, 342260... Figura en la gua.

    Gracias dijo, mordaz, el inspec-

    tor. Pero lo que me interesa no es que

    33

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    28/68

    figure; lo que me intriga es que no lo su-

    piera.

    Podemos... comenz el sargento.

    Puedes y lo vas a hacer ahora mis-

    mo... Ve a la oficina de telfonos y entrate

    de todos los detalles de la solicitud, de la

    fecha de instalacin, de los recibos paga-

    dos... Fotocopias de todo, mejor... Y al

    profesor: Volvamos al famoso cuadro:

    desaparecido, reaparecido ante su amigo y,

    es de suponer, de nuevo desaparecido...

    Usted, me ha parecido, tiene idea de a qu

    cuadro se refera su amigo...

    Y usted? replic el profesor.

    Yo, no dijo el inspector. No en-

    tiendo de cuadros: y de los desaparecidos,

    que en Italia son muchos, es especialista uncolega mo de Roma. Lo consultaremos...

    pero, entretanto, dgame de qu cuadro de-

    saparecido se trata, en su opinin...

    No soy especialista en cuadros de-

    saparecidos dijo el profesor.Pero una opinin tendr.

    Es la misma que debera tener usted.

    La virgen: siempre as... Hasta con

    los profesores.34

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    29/68

    Hasta con los inspectores replic,

    mordaz, el profesor.

    El inspector se contuvo: si hubiera sidootra persona, tal vez lo habra arrojado al

    calabozo, pero el profesor Franz era co-

    nocido y respetado en toda la ciudad: ge-

    neraciones de alumnos tenan un recuerdo

    grato y afectuoso de l. Conque:Haga el favor de repetirme lo ms

    fielmente posible lo que le dijo su amigo en

    persona y por telfono.

    El profesor, nervioso, tan nervioso,

    que hablaba silabeando, se puso a repetir.

    No estar omitiendo algo? se ven-

    g el inspector.

    Tengo buena memoria y la costum-

    bre de no omitir nada.Bien, biendijo el inspector, pero

    tenga presente que dentro de poco deber

    repetir todo lo dicho, palabra por palabra,

    al juez.

    El profesor sonri entre indulgente y

    desdeoso. Pero entr el comisario, que

    haba sido alumno del profesor, y puso fin

    a la discusin.

    Profesor, usted aqu?35

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    30/68

    Y con un relato interesante dijo el

    inspector.

    Pero el regreso del sargento provocuna conmocin.

    Estaba la solicitud: de hace tres aos,

    pero con firma falsificada... Lo han averi-

    guado los carabineros.

    Maldicin! grit el comisario,

    pensando en los carabineros.

    36

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    31/68

    Pero, desechada, por el testimonio delprofesor, la tesis del suicidio, que el co-

    misario haba aceptado al principio y el

    coronel de carabineros se haba apresurado

    a rechazar, sus superiores los exhortaron a

    reunirse a intercambiar informaciones, hi-ptesis y sospechas. Se reunieron, por as

    decir, con los dientes apretados, pero no

    lograron mostrarse del todo imprecisos e

    insensatos.

    Reconstruyeron: el seor Roccella,

    presa del capricho de recuperar las cartas de

    Garibaldi y de Pirandello, haba regresado

    de improviso, despus de tantos aos; ha-

    ba ido a ver a su amigo; haba comido en

    el restaurante; tom en la casa de la ciudad

    o las llevaba consigo las llaves del cha-

    let y se traslad a l en taxi. All, tras com-

    probar que las llaves an servan, se haba

    quedado a buscar las cartas. Pero, qu ha-37

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    32/68

    ba sucedido a partir de aquel momento?

    Haba encontrado instalado un telfono,

    pero, por lo que contaba el profesor, nopareca que le hubiera sorprendido dema-

    siado. Lo que quera decir que tena idea

    de quin lo haba mandado instalar. En

    cambio, le haba sorprendido mucho y

    tal vez atemorizado descubrir ese cuadroen el desvn donde haba ido a buscar las

    cartas. De ah la llamada a su amigo, la lla-

    mada a la polica. Y, como la polica

    tardaba en llegar, haba empezado a escri-

    bir: He descubierto.... Pero, presa delmiedo, seguro, haba ido a buscar la vieja

    Mauser. Y en ese preciso momento, pro-

    bablemente, oy que llamaban. Por fin, la

    polica. Fue a abrir: pero era su asesino.

    Detalles que comprobar: de verdad se

    haba instalado el telfono sin que l lo su-

    piera? Se haba debido de verdad su re-

    greso al deseo de recuperar las cartas de

    Garibaldi y de Pirandello? Haba visto

    de verdad ese cuadro o se haba tratado de

    un cuadro de la familia del que ya no se

    acordaba y que haba reaparecido entre los

    numerosos trastos del desvn?

    38

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    33/68

    Haba que hacer una nueva y ms mi-

    nuciosa perquisicin en el chalet. Pero,

    mientras la decidan, ocurri un hecho queprovoc mucha actividad frentica y per-

    turbacin.

    Un tren local, a aquella hora las dos

    de la tarde por lo general abarrotado de

    estudiantes, se haba visto detenido en el

    semforo situado antes de la estacin de

    Monterosso por la seal de parada. Haba

    esperado a que cambiara la seal, pero lle-

    vaba ya media hora ante la luz roja del se-

    mforo.

    La carretera nacional corra paralela a la

    va del tren. Estudiantes y ferroviarios ba-

    jaban a ella en tropel e imprecaban al jefe

    de estacin de Monterosso, que o haba ol-vidado dar va libre o se haba quedado

    dormido.

    Por la carretera, a aquella hora, pasaban

    muy pocos automviles y slo uno se de-

    tuvo a preguntar qu haba sucedido a

    aquel tren. Un Volvo. El jefe del tren pidi

    un favor al conductor: que subiera a la es-

    tacin de Monterosso a despertar al jefe de

    estacin. El Volvo subi hacia la estacin,39

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    34/68

    lo vieron detenerse en ella y despus de-

    saparecer. Evidentemente, haba bajado

    por otro ramal de la carretera.

    Como el semforo segua en rojo, al

    cabo de un poco el jefe del tren, seguido de

    algunos pasajeros, subi a pie quinientos

    metros a la estacin: pero descubrieron

    con horror que el jefe de estacin y el guar-

    dava dorman, s, pero el sueo eterno.

    Los haban matado.

    Imparcialmente, llamaron a los cara-

    bineros y a la polica, que en seguida sepusieron a buscar al hombre del Volvo.

    Bsqueda fcil, teniendo en cuenta que

    Volvos, en toda la provincia, no haba ms

    de treinta: as lo consider tambin el hom-

    bre del Volvo, cuando se enter por la ra-dio de que la polica lo buscaba, y com-

    prendi que no tardara en encontrarlo.

    Conque se present en la comisara de mala

    gana y con aprensin, pero, como const al

    comienzo del acta, espontneamente.Nombre y apellido, lugar y fecha de na-

    cimiento, domicilio, profesin y si haba

    tenido algo que ver alguna vez con la jus-

    ticia.

    40

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    35/68

    Ni siquiera por una contravencin

    dijo el hombre. Pero la profesin decla-

    rada, representante de casas farmacuticas,dio al inspector la indecible alegra de poder

    comenzar el interrogatorio con dureza.

    Es usted propietario de un Volvo?

    Evidentemente.

    No diga evidentemente, cuando me

    responda a m... Su Volvo es bastante caro.

    El hombre asinti.

    Entre los medicamentos que usted

    vende, figuran la herona, la cocana, elopio?

    Mire dijo el hombre conteniendo

    la ira y el miedo, he venido aqu, espon-

    tneamente, slo para contarle lo que vi

    ayer por la tarde.Cuente, pues dijo con aire incr-

    dulo el inspector.

    Sub a la estacin, como me haba ro-

    gado el jefe del tren. Llam a los cristales

    de la oficina del jefe de estacin, meabri...

    Quin?

    El jefe de estacin, creo.

    Entonces usted no lo conoca.41

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    36/68

    No. Le dije lo que el jefe del tren me

    haba encargado decirle. Apenas mir den-

    tro de la oficina: haba otros dos hombres,que estaban enrollando una alfombra... Y

    me march.

    Pero por otra carretera dijo el ins-

    pector, ya que nadie lo vio bajar... As

    que estaban enrollando una alfombra.

    El cuadro se le escap al sargento.

    El inspector lo fulmin con una mirada:

    Te lo agradezco, pero para eso no ne-

    cesitaba tu ayuda.

    Pero, por Dios dijo el sargento,

    yo no me permitira... Y con ingenui-

    dad, confuso, balbuciente, aadi: Us-

    ted tiene ttulo.La rplica, que son irnica al inspec-

    tor, lo hizo enfurecer del todo, pero contra

    el hombre del Volvo.

    Lo siento, pero debemos retenerlo

    aqu: tenemos que hacer muchas averigua-

    ciones.

    42

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    37/68

    El sargento Antonio Lagandara habanacido en un pueblo tan cercano a la ciu-

    dad, que ya se poda considerar parte de

    ella. Su padre, jornalero que haba sabido

    elevarse al rango de podador experto, so-

    licitado, haba muerto al desplomarse deun cerezo alto que estaba escamondando,

    cuando l estaba en el ltimo ao de un

    curso de economa y comercio. Haba sa-

    cado el ttulo, pero, al no saber qu hacer

    ni encontrar otra cosa, se haba enrolado enla polica y, cinco aos despus, haba lle-

    gado a suboficial. El oficio le apasionaba,

    por lo que quera hacer carrera. Se haba

    matriculado en la facultad de Derecho,

    asista a clase cuando y como poda, estu-

    diaba. La licenciatura en Derecho era la

    ambicin suprema de su vida, su sueo: in-

    genua era, pues, la rplica que al inspector

    pareci mal intencionada. An estaba re-

    43

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    38/68

    sentido, cuando el sargento regres de

    acompaar al calabozo al hombre del Vol-

    vo, cuyos gritos de protesta resonabanahora por toda la comisara.

    Conque tengo ttulo, eh?... An no

    s si eres de verdad un incauto o si finges

    serlo... Ttulo! En un pas en que ya tienen

    ttulo los ordenanzas, los camareros y hastalos barrenderos.

    Disclpeme dijo sincero, pero aris-

    co, el sargento.

    Dejmoslo... Yo voy ahora a ver alcomisario: dentro de un cuarto de hora

    acompaa hasta su despacho al hombre del

    Volvo.

    En el despacho del comisario estaba el

    coronel de carabineros: el inspector infor-m a los dos. Cuando entr el hombre del

    Volvo con el sargento, el comisario dijo al

    instante:

    As que usted vio, en la oficina del

    jefe de estacin, a tres hombres que enro-llaban una alfombra. Haba un cadver

    dentro?

    Un cadver? No, seguro que no.

    Qu anchura tena la alfombra?

    44

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    39/68

    Pues no s... Tal vez un metro y me-

    dio.

    Cmo puede afirmar que era una al-fombra? pregunt el coronel.

    No afirmo nada: me pareci una al-

    fombra.

    Descrbala.

    Estaban enrollndola, me pareci, al

    revs: tela basta, spera...

    Pero el revs de una alfombra no es

    as. No estaran enrollando una pintura?

    Es posible dijo el hombre.Pasemos a otra cosa... Los hombres,

    ha dicho usted, eran tres.

    S, tres.

    El comisario le ense dos fotografas:

    Aqu tiene a dos de ellos, los reco-

    noce?

    Estaban intentando hacerlo caer en una

    trampa; el hombre los maldijo para sus

    adentros.

    Qu los voy a reconocer! A estos

    dos creo que no los he visto en mi vida.

    Sabe quines son? El jefe de estacin

    y el guardava: precisamente los que fueron

    asesinados.45

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    40/68

    Pero, yo no los vi!

    Pero, si ha dicho que vio al jefe de

    estacin y habl con l!

    Con alguien que crea que era el jefe

    de estacin.

    Lo siento dijo el comisario, pero

    me veo obligado a retenerlo an aqu.El desventurado volvi a gritar su pro-

    testa.

    46

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    41/68

    El comisario y el coronel recapitularon

    sus instrucciones con el magistrado ins-

    tructor. El magistrado adopt un aire de

    profunda reflexin y despus dijo:

    Saben lo que creo? Que, por casual

    que pueda parecer, el hombre del Volvo

    entr en la oficina del jefe de estacin, vioesa pintura, se encaprich de ella como en

    un flechazo, elimin a los dos hombres y

    se la llev.

    Comisario y coronel intercambiaron

    una mirada perpleja e irnica.

    Es un personaje, este del Volvo, por

    el que he sentido un afecto inmediato. Ra-

    ras veces me equivoco con mis intuiciones.

    Tnganmelo a la sombra. Los despidi,

    tena que or al viejo profesor Franz.

    Al salir, el comisario dijo:

    Dios mo!

    Espantoso! exclam el coronel.

    47

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    42/68

    Entretanto, el magistrado se haba le-

    vantado para recibir a su viejo profesor.

    Qu placer volver a verlo, despusde tantos aos!

    Muchos: y me pesan convino el

    profesor.

    Pero, qu dice? Usted no ha cam-

    biado nada, de aspecto.

    Usted, s dijo el profesor con su

    franqueza habitual.

    Este maldito trabajo... Pero, por

    qu me habla de usted?

    Como entonces dijo el profesor.

    Pero ahora...

    No.

    Pero, se acuerda de m?

    Claro que me acuerdo.

    Me permite una pregunta?... Des-

    pus le har otras, de otra clase... En las

    redacciones de italiano usted siempre me

    pona un tres de nota, porque copiaba.

    Pero una vez me puso un cinco: por qu?

    Porque haba copiado de un autor

    ms inteligente.

    El juez se ech a rer.

    El italiano: estaba bastante flojo en48

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    43/68

    italiano. Pero, como ve, al fin y al cabo no

    se ha perdido nada: aqu me tiene, de fis-

    cal...El italiano no es el italiano: es el ra-

    zonamiento dijo el profesor. Con me-

    nos italiano usted habra llegado an ms

    arriba.

    Era una rplica feroz. El magistrado pa-

    lideci. Y pas a un duro interrogatorio.

    49

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    El hijo de la vctima y la esposa llegaron

    de Edimburgo y de Stuttgart, respecti-vamente el mismo da. Fue un encuen-

    tro, entre madre e hijo, y tambin para los

    investigadores, muy desagradable. La mu-

    jer, evidentemente, haba acudido para

    arrancar lo que pudiera del patrimonio; elhijo, para impedrselo, pero sobre todo

    para averiguar cmo y por qu haban ma-

    tado a su padre y quin.

    El encuentro se produjo en el despacho

    del comisario. No se saludaron, el saludodel hijo fue un seco:

    Puedes volverte a Stuttgart, no hay

    nada para ti.

    Eso lo dices t.No lo digo yo, lo dicen los papeles

    que mi padre mand registrar hace unos

    aos.

    No estoy segura de que esos papeles

    51

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    45/68

    tengan valor, de que no sean impugna-

    bles... Pongmonos de acuerdo, vendamos

    todo y marchmonos.No vendo: yo tal vez me quede aqu.

    Vine, y me qued por mucho tiempo, hace

    aos: an estaban mis abuelos. Tengo un

    recuerdo muy hermoso... S, tal vez me

    quede... Mi padre y yo pensbamos confrecuencia en volver, en quedarnos a vivir

    aqu.

    Tu padre! exclam, sarcstica, la

    mujer.Quieres decir que no era mi pa-

    dre?... Mira: las madres no se pueden ele-

    gir, pues a ti no te habra elegido, eso por

    descontado... Por otra parte, t segura-

    mente no me habras elegido como hijo...Pero a los padres se los elige: y yo eleg a

    Giorgio, lo am, lloro su muerte. Era mi

    padre. T atribuyes demasiada importancia

    al hecho de haberte acostado con otro... o

    con otros.

    La mano llena de sortijas y con las

    uas pintadas de la madre centelle sobre

    la mejilla del hijo. El muchacho le vol-

    vi la espalda y se puso a mirar el estante

    52

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    46/68

    de libros como si de verdad le interesaran.

    Estaba llorando.

    El comisario dijo:

    Eso son cosas suyas. Yo quiero sa-

    ber de usted, seora, si tiene alguna ra-

    zn o sospecha sobre el asesinato de su

    marido.

    La seora se encogi de hombros.

    Era siciliano dijo y los sicilianos

    ya hace aos que se matan entre s, vaya

    usted a saber por qu.

    Juicio indefectible dijo, irnico, elhijo, al tiempo que volva a sentarse ante

    el escritorio del comisario.

    Y usted, Qu piensa? Qu sabe?

    le pregunt el comisario.

    Sobre las razones por las que ha sido

    asesinado, nada; ahora, que espero, tarde o

    temprano, enterarme por usted... Por lo

    dems... Cont la decisin de su padre

    de volver a recuperar las cartas de Garibaldi

    y de Pirandello, su pesar por no haber po-

    dido acompaarlo, la llamada telefnica

    con la que su padre le asegur que haba

    llegado bien. Nada ms.

    Dgame algo sobre sus propiedades53

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    47/68

    de aqu. Es verdad que estaban abando-

    nadas?

    S y no. De vez en cuando mi padreescriba a alguien, un sacerdote, creo, para

    preguntarle por su conservacin.

    Pero, estaba el sacerdote encargado

    de su conservacin?

    No precisamente, creo.

    Le mandaba dinero su padre?

    Me parece que no.

    Responda a las cartas de su padre?S, deca siempre que, pese al aban-

    dono, todo se conservaba bien.

    Tena el sacerdote las llaves de la

    casa de la ciudad y del chalet?No lo s.

    No recuerda su nombre?

    Cricco, me parece... Padre Cricco.

    Pero no estoy seguro.

    54

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

    48/68

    El padre Cricco hombre apuesto,

    alto y solemne en su hbito afirm quenunca haba tenido las llaves: contemplaba

    por fuera la casa de la ciudad y el chalet y

    sus noticias se limitaban a asegurar que se-

    guan en pie, sin grietas a la vista ni erosio-

    nes irreparables.

    El inspector interrogaba respetuoso,

    atento y el sargento tomaba acta. Co-

    menz:

    Usted es uno de los pocos sacerdotesque an visten de sacerdotes. Es algo que,

    no s bien por qu, me resulta alentador.

    Soy un sacerdote chapado a la anti-

    gua y usted es un catlico chapado a la an-

    tigua. Mejor para nosotros, digo yo pre-

    suntuosamente.

    Como sacerdote, como hombre in-

    teligente, como amigo del muerto, qu

    opina de este caso?55

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    Pese a toda la novela que se est

    creando en torno a l, confieso que no lo-

    gro quitarme de la cabeza la hiptesis delsuicidio. Giorgio no era un corazn con-

    tento.

    Ya: esa esposa, ese hijo que no era

    hijo suyo...

    Pero parece que la polica cientfica...

    S, ha encontrado en la pistola varias

    huellas del muerto, pero precisamente en

    los puntos en que debera haberla empu-

    ado para dispararse estn como borradas,

    como si la hubiera empuado una mano

    enguantada... Pero yo, con todo el respeto

    por la polica cientfica, me fo poco de ese

    dictamen.

    El sargento, que no perda el vicio de

    intervenir, dijo:

    Tambin yo me fo poco y casi nada.

    Pero es imposible imaginar que un hom-

    bre, tras haber manejado una pistola, en el

    momento de suicidarse se ponga el guante,

    se dispare y tenga despus tiempo de volver

    a quitarse el guante y hacerlo desaparecer.

    Cosa de hellzapoppin.

    Te diviertes, eh?... Sigue, sigue di-

    virtindote dijo, mordaz, el inspector.56

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    Las autoridades policiales y judiciales

    decidieron hacer otra perquisicin en el

    chalet, acompaadas de la esposa y el hijoy tambin el profesor Franz. Fueron el

    inspector, el sargento y una multitud de

    agentes. El padre Cricco rehus la invita-

    cin a acudir: lo emocionaba demasiado y

    su presencia habra sido totalmente intil.A recoger al profesor a su casa fue el

    sargento. Hicieron el corto viaje ellos dos

    solos, con gran alegra por parte del sar-

    gento, al que hablar con personas que te-

    nan fama de inteligentes y cultas infunda

    una especie de ebriedad. Pero el profesor

    habl de sus achaques y dej al sargento la

    frase memorable (pero no compartible en

    la energa de sus treinta aos) de que en de-

    terminado momento de la vida no es que la

    esperanza sea lo ltimo en morir, sino que

    morir es la ltima esperanza.

    57

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    El profesor conoca el lugar, haba pa-

    sado en l muchas horas de su infancia y

    juventud con su amigo. Nada ms entrar enel cercado, dijo indicando los almacenes:

    En tiempos eran las cuadras. Pero el sar-

    gento se llev la sorpresa de ver las puertas

    abiertas de par en par y sin los cerrojos.

    Pens que habran sido los carabineros, selo dijo al inspector y despus, tras entrar

    en la casa, telefonearon a los carabineros.

    Ellos no haban sido, no saban nada de

    eso.

    El sargento, nervioso, inspeccion unopor uno los almacenes. Despedan un tenue

    olor a azcar quemado, a hojas de eucalip-

    to maceradas, a alcohol: algo indefinible,

    en una palabra. Dijo al inspector:

    Nota el olor?

    No huelo nada, estoy muy resfriado.

    Habra que mandar venir a algn ex-

    perto, algn qumico, y los perros de los

    aduaneros.

    El mejor perro eres t dijo el ins-

    pector. De todos modos, traeremos a ex-

    pertos y perros.

    Los otros esperaban ante la puerta del

    58

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    chalet. Las llaves las tena el inspector,

    quien se las dio al sargento diciendo: Abre

    y haz de gua: yo es la primera vez que ven-go aqu.

    Entraron todos en tropel: los agentes

    con un mpetu que pareca que fueran a

    sorprender a un ladrn, el muchacho mi-

    rando a su alrededor con los ojos brillantesde emocin, la mujer muy fra, como abu-

    rrida.

    En la planta baja no haba, para los

    agentes, nada que no se hubiera visto ya.

    Subieron al primer piso, entraron en la co-

    cina. La puertecita que conduca al desvn

    estaba misteriosamente abierta. Se detuvie-

    ron ante ella; despus el inspector se ade-

    lant, subi gil y seguro la escalerita de

    madera y, al llegar arriba, inund de luz el

    desvn. Y a los otros junto a l.

    El sargento, movindose con cautela

    entre todas aquellas cosas amontonadas,

    miraba y volva a mirar las paredes.Qu buscas? le pregunt el ins-

    pector.

    El interruptor.

    Ah, s: t nunca has conseguido en-59

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    contrarlo. Pero no es difcil: est detrs del

    busto de san Ignacio.

    Pero no se ve dijo el sargento.

    Intuicin dijo el inspector. Y bro-

    me: No me vayas a decir que lo he des-

    cubierto porque tengo ttulo. Pero los

    ojos se le haban puesto vidriosos como de

    terror.

    No se lo dir replic el sargento:

    arisco.

    60

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    En el bal haba quedado, limpia de la

    espesa capa de polvo que cubra todo, laseal de que algo haba reposado sobre l

    por mucho tiempo. La pintura enrollada,

    pens el sargento: y lo dijo. Por eso, el po-

    bre Roccella la haba visto an antes de

    abrir el bal y buscar las cartas, que estabanah, empaquetadas: las de Garibaldi, las de

    Pirandello. El profesor ya las haba visto,

    muchos aos atrs. Hoje las de Pirande-

    llo, se detuvo en alguna frase. A los die-

    ciocho aos, Pirandello pensaba en lo que

    escribira hasta pasados los sesenta.

    En el viaje de regreso, el profesor dijo

    al sargento:

    Estas cartas de Pirandello me gustaraleerlas detenidamente.

    No creo que sea difcil conseguir que

    se las confen. Pero pensaba en otra cosa:

    taciturno, inquieto, nervioso; senta la ne-

    61

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    cesidad de confiarse, de desahogarse. En

    determinado momento detuvo el coche y se

    ech a llorar nervioso. Llevamos tresaos juntos, en el mismo despacho.

    Comprendo dijo el profesor. El

    interruptor?

    El interruptor... Haba dicho que no

    haba estado nunca en esa casa: usted tam-

    bin lo ha odo... Yo haba gastado una caja

    entera de cerillas buscando ese interruptor;

    despus haban venido los otros a buscarlo

    con linternas... Y, en cambio, l lo ha

    encontrado en seguida, a la primera.

    Un error increble por su parte dijo

    el profesor.

    Pero, cmo ha podido hacerlo?

    Qu le ha sucedido en ese momento?

    Tal vez un fenmeno de desdobla-

    miento repentino: en ese instante se ha

    convertido en el polica que se cazaba a s

    mismo. Y, enigmticamente, como ha-

    blando para sus adentros, aadi: Piran-

    dello.

    Quiero contarle todo lo que, partien-

    do ahora del interruptor, estoy juntando

    aritmticamente.62

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    Aritmticamente... sonri el pro-

    fesor. Pero siempre quedar por disipar

    alguna duda.Por eso le pido que me ayude.

    En lo que pueda... Pero suba a mi

    casa: estaremos ms tranquilos.

    Tras hablar durante horas, llegaron a laconclusin de que la pintura haba sido una

    veleidad imprudente, una actividad margi-

    nal, casi un capricho. Algo muy distinto se

    haca en aquel lugar: por eso, el pobre Roc-

    cella, al llegar por sorpresa, haba sido ase-sinado.

    En la puerta, en el momento de des-

    pedirlo, el profesor pregunt:

    Tiene usted intencin...?No lo s dijo el sargento, no lo

    s extraviado, trastornado.

    63

  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    La maana siguiente el inspector lleg

    al despacho a la hora de costumbre con suhabitual buen humor, rayano en la euforia.

    Se quit el sombrero, los guantes, el abri-

    go, la bufanda, de color vivo pero elegante;

    guard los guantes en el bolsillo del abrigo

    y colg todo en el armario. Los guantes.Mientras el inspector se estremeca por el

    fro del despacho, diciendo como todas las

    maanas que all los pjaros habran cado

    muertos, el sargento, ya en su escritorio,

    se estremeca con otra clase de escalofro.Los guantes, eso es, los guantes.

    Ya trabajando dijo el inspector a

    modo de saludo.

    Qu voy a trabajar! Estoy hojeando

    los peridicos.

    Y qu hay de bueno?

    De bueno nada, como de costumbre.

    Haba entre ellos, bajo ese intercambio

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    de frases usuales y triviales, un malestar,

    una frialdad, algo de preocupacin y te-

    mor.El interruptor. El guante. El sargento

    nada saba de una famosa serie de grabados

    de Max Klinger, titulada Un guante, ni la

    habra apreciado, pero en su mente el guan-

    te del inspector corra, volaba, se alzabacomo ahora en la fantasa de Max Klinger.

    Sus escritorios estaban dispuestos en

    ngulo. Sentado cada uno delante del suyo,

    el inspector finga estar absorto en la lec-tura de los papeles que tena delante y el

    sargento en la lectura de los peridicos.

    El sargento estuvo varias veces a punto

    de levantarse e ir a ver al comisario para

    contarle todo: pero lo retena la idea de quelo que tena que contar habra parecido del

    todo inconsistente al comisario. El inspec-

    tor el sargento lo advirti de repente

    tena otra idea, ms inmediatamente mor-

    tfera.

    En determinado momento el inspector

    se levant, se acerc a un armarito y sac

    un frasco de aceite lubricante, un trapo de

    lana y una escobilla. Dijo: Hace aos que

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  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    no limpio esta pistola. La sac de la funda

    que llevaba sujeta al cinturn y la dej so-

    bre la mesa. Despus la abri y dej caerlos cartuchos sobre la mesa.

    El sargento comprendi. En el peri-

    dico que tena delante y que finga leer, las

    palabras se aglomeraron, se fundieron y se

    deslindaron en el ttulo que el inspectorcrea poder leer en los peridicos del da

    siguiente: Un inspector de polica mata por

    error a un subalterno.

    Dijo:

    Yo siempre limpio la ma... Pero,usted es buen tirador?

    Excelente dijo el inspector.

    Y el sargento, como advertencia y des-

    cargo de conciencia:Mire que acertar en el centro de un

    blanco no basta para ser considerado buen

    tirador. Hace falta destreza, rapidez...

    Lo s.

    Pues no, pens el sargento, no lo sa-bes: o, al menos, no lo sabes como lo s

    yo.

    Todas las maanas dejaba su pistola en

    el cajn superior derecho del escritorio. Lo

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  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    abri lenta, silenciosamente con la mano

    derecha, mientras con la izquierda se ta-

    paba con el peridico. Sus manos se habanvuelto ms giles y parecan haberse mul-

    tiplicado, todos sus sentidos se haban agu-

    dizado. Vibraba todo en l, como en una

    cuerda metlica fina y tensa. El atvico ins-

    tinto campesino de desconfianza, de vi-

    gilancia, de sospecha, de previsin y

    reconocimiento de lo peor se le haba

    despertado hasta el paroxismo.

    El inspector acab de limpiar la pistola,

    la volvi a cargar, la empu fingiendoapuntar a la lmpara, a un calendario, a un

    picaporte, pero en el momento en que con

    repentina rapidez la apunt al sargento y

    dispar, ste ya se haba arrojado al suelo

    con toda la silla, haba retirado el peridicoque sostena con la mano izquierda y con

    el que tapaba la pistola que haba sacado del

    cajn y haba disparado un tiro certero al

    corazn del inspector, que se desplom so-

    bre los papeles que tena delante y los en-

    sangrent profusamente.

    Era un buen tirador dijo el sargen-

    to mirando el orificio del proyectil detrs

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    de su escritorio, pero yo le haba adver-

    tido agreg como si hubiera vencido en

    una competicin. Pero un instante despusprorrumpi en llanto y rechinar de dientes.

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    Resumamos dijo el comisario.Resumamos y decidamos... Es decir, de-

    cida el seor fiscal; dentro de poco vamos

    a tener a los periodistas a la puerta.

    En el despacho del fiscal. Estaba tam-

    bin el coronel de carabineros y delante deellos, como un acusado ante el tribunal, el

    sargento.

    Resumamos, pues... Segn el relato

    del sargento, no carente de elementos de

    prueba, de indicios que yo, confieso mi

    error, no tuve en cuenta como deba, los

    hechos son los que voy a exponer breve-

    mente. La tarde del dieciocho se produce

    la llamada telefnica del seor Roccella a la

    comisara: pide que alguien vaya a su casa

    a ver cierta cosa. Responde el sargento que

    alguien ir, lo antes posible. Comunica el

    contenido de la llamada al inspector, se

    ofrece a ir, pero el inspector dice que no

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  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    cree en el regreso, despus de tantos aos,

    del seor Roccella; considera que se trata

    de una broma. Dice al sargento que el dasiguiente se d una escapadita hasta ese lu-

    gar y se marcha diciendo que durante todo

    el da siguiente, fiesta de san Jos, estar

    ilocalizable: y lo estuvo, en verdad... Es

    fcil sospechar que avisara a sus cm-

    plices sobre el imprevisible regreso del

    seor Roccella y an ms fcil que fuera en

    persona, llamase y entrara como inspector

    de polica, se sentase junto a Roccella al es-

    critorio en que ste haba empezado a es-

    cribir sobre el cuadro que haba descubier-

    to y, en el momento preciso, tras coger esa

    pistola que inesperadamente se encontraba

    sobre la mesa, la empuara con mano en-guantada y le disparase a la cabeza. Des-

    pus haba puesto un punto a la frase he

    descubierto y se haba marchado y haba

    cerrado tras s la puerta, que tena cerra-

    dura de resorte... Debo decir, como au-tocrtica, que ese punto despus de he

    descubierto, cuya incongruencia me se-

    al el sargento, no me pareci significa-

    tivo entonces. Pens que Rocella haba en-

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  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    loquecido, que haba llegado a descubrir en

    el suicidio una solucin y que se le haba

    ocurrido suicidarse ante los ojos de la po-lica... Pero el da siguiente descubriran sin

    duda al muerto: de ah la necesidad del de-

    salojo. Por la noche, llamaron a toda la

    banda para que se reuniera: trasladaron el

    cuadro y otros instrumentos de trabajo

    clandestino.

    Adonde? pregunt el juez.

    El sargento opina, y yo tambin, que

    a la estacin de Monterosso, donde el jefede estacin y el guardava formaban ya par-

    te de la banda, aunque marginalmente, en

    calidad de difusores, de correos... Indu-

    dablemente, al ver llegar todo aquel mate-

    rial voluminoso y comprometedor, el jefede estacin y el guardava se espantaron.

    Protestaron, amenazaron acaso: y fueron

    asesinados. Cuando lleg a la estacin el

    hombre del Volvo, ya los haban matado,

    lo que explica su precipitada fuga... Elhombre del Volvo no vio al jefe de estacin

    y al guardava: vio a sus asesinos... Eso lo

    hemos averiguado mostrndole las fotogra-

    fas del jefe de estacin y del guardava: ja-

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  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    ms los haba visto... Despus vino el epi-

    sodio del interruptor: que no fue al sargen-

    to al nico que impresion.Qu cretino! dijo el magistrado:

    en elogio fnebre del inspector. Y des-

    pus: Pero, querido comisario, querido

    coronel, esto es demasiado poco... Y si

    probsemos a rebatir esta historia consi-derando que el sargento miente y que es l

    el protagonista de los hechos de que acusa

    al inspector?

    El comisario y el coronel intercambia-

    ron con la mirada ese Dios mo! y eseEspantoso! que das antes haban inter-

    cambiado de viva voz.

    No es posible, dijeron los dos al mis-

    mo tiempo.

    Despus el comisario invit al sargento

    a salir:

    Espera en la antesala: te llamaremos

    dentro de cinco minutos.

    Lo volvieron a llamar ms de una horadespus.

    Accidente dijo el juez.

    Accidente dijo el comisario.

    Accidente dijo el coronel.

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    Por eso, en los peridicos: Un sargento

    mata accidentalmente, mientras limpiaba la

    pistola, al inspector jefe de la polica judi-cial.

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  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    Mientras en la comisara haba un au-tntico hervidero con la preparacin de la

    capilla ardiente para el inspector (las exe-

    quias iban a ser solemnes), el hombre del

    Volvo, al que haban sacado de la crcel,

    fue conducido a comisara para las forma-lidades burocrticas gracias a las cuales

    quedara libre, por fin.

    Cumplidas dichas formalidades, sala

    desgreado y angustiosamente alegre, cuan-

    do en el umbral se encontr con el padreCricco, vestido con bonete, sobrepelliz

    y estola, que llegaba para bendecir el

    cadver.

    El padre Cricco lo detuvo con un gesto.

    Dijo:

    Me parece conocerlo: es usted de mi

    parroquia?

    Qu parroquia ni qu nio muerto!

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  • 8/9/2019 6805625 Leonardo Sciascia Una Historia Sencilla

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    Yo no tengo parroquia dijo el hombre y

    sali con mpetu alegre.

    Encontr en el estacionamiento su Vol-

    vo, con una multa. Pero estaba tan conten-

    to, que le pareci cosa de risa.

    Sali de la ciudad cantando. Pero en de-

    terminado momento detuvo de golpe el co-che y volvi a entristecerse y angustiarse.

    Ese cura, se dijo, ese cura... Lo habra

    reconocido al instante, si no hubiese ido

    vestido de cura: era el jefe de estacin, el

    que cre que era el jefe de estacin.Pens en dar media vuelta, regresar a la

    comisara. Pero un momento despus: A

    qu voy a ir a meterme en un lo mucho

    ms gordo an?.

    Reanud cantando el camino hacia su

    casa.