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Una historiasencilla
Leonardo Sciascia
Traduccin de Carlos Manzano
Tusquets Editores, Buenos Aires, 1990
Ttulo original:Una storia semplice
Adelphi Edizioni, Milano, 1989
La paginacin se corresponde con la
edicin impresa. Se han eliminado las
pginas en blanco.
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Una vez ms quiero sondear
escrupulosamente las posibilidades
que tal vez queden an a la justicia.
Justicia,Drrenmatt
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La llamada telefnica se produjo a las
9.37 de la noche del 18 de marzo, sbado,
vspera de la rutilante y retumbante fiesta
que la ciudad dedicaba a san Jos Carpin-
tero: y al carpintero precisamente se ofre-
can las hogueras de muebles viejos que esa
noche se encendan en los barrios popula-
res, casi como promesa a los carpinteros
an en ejercicio, pocos ya, de que no les
faltara trabajo. La comisara, aunque ilu-minada la iluminacin vespertina y noc-
turna de las comisaras, tcitamente pres-
crita para dar la impresin a los ciudadanos
de que en esas oficinas siempre se velaba
por su seguridad, estaba casi desierta,ms que otras noches a esa hora.
El telefonista anot la hora y el nombre
de la persona que telefoneaba: Giorgio
Roccella. Tena una voz educada, plcida,
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persuasiva. Como todos los locos, pens
el telefonista. En efecto, preguntaba el
seor Roccella por el comisario: una lo-cura, especialmente a aquella hora y en
aquella noche particular.
El telefonista procur poner el mismo
tono, pero le sali una imitacin caricatu-
resca, al responder con la frase que las fre-cuentes ausencias del comisario haban
convertido en ritual: Pero, si el comisario
nunca est en la comisara a esta hora!. Y,
encantado de contrariar al inspector, que,
claro est, estaba a punto de abandonar el
despacho precisamente en aquel momento,
aadi: Le paso con el despacho del ins-
pector.
En efecto, el inspector estaba ponin-dose el abrigo. Cogi el telfono el sargen-
to, cuyo escritorio era contiguo al del ins-
pector. Escuch, busc por la mesa un l-
piz y un trozo de papel y, mientras escri-
ba, responda que s, iran lo antes posible,en cuanto pudieran, recalcando la posibi-
lidad para no infundir ilusiones sobre la
presteza.
Quin era? pregunt el inspector.
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Una persona que, segn dice, tiene
que ensearnos urgentemente una cosa que
ha descubierto en su casa.Un cadver? brome el comisa-
rio.
No, ha dicho exactamente una cosa.
Una cosa... Y cmo se llama, esapersona?
El sargento tom el trozo de papel en
el que haba escrito el nombre y la direc-
cin y ley:
Giorgio Roccella, en la zona de Co-tugno, a cuatro kilmetros del cruce para
Monterosso, siguiendo la carretera de la
derecha, o sea, de aqu.
El inspector volvi de la puerta a la
mesa del sargento, tom ese trozo de papel
y lo ley como si creyera que iba a encon-
trar all algo ms que lo que el sargento ha-
ba dicho.
No es posible dijo.
Qu cosa? pregunt el sargento.
Este Roccella dijo el inspector es
un diplomtico, cnsul o embajador no s
dnde. Hace aos que no ha venido por
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aqu, tiene cerrada la casa de la ciudad,
abandonada y casi en ruinas la del campo,
por la zona de Cotugno precisamente... Laque se ve desde la carretera: en lo alto, que
parece un fortn...
Una antigua alquera dijo el sar-
gento, he pasado muchas veces por all.
Dentro del cercado, que lo hace
parecer una alquera, hay un chalet muy
gracioso; o al menos lo era... Gran familia,
la de los Roccella, ahora reducida a ese
cnsul o embajador o lo que sea... No pen-
saba siquiera que an viviese, hace tanto
que no se lo ve.
Si quiere dijo el sargento voy a
ver qu ocurre.
No, no, estoy seguro de que se tratade una broma... Maana, si acaso, y si tie-
nes tiempo y te apetece, ve a echar un vis-
tazo... A m, pase lo que pase, maana no
me busquis: voy a celebrar la fiesta de san
Jos a casa de un amigo mo, en el campo.
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El da siguiente, el sargento fue de pa-
trulla a Cotugno, con el estado de nimo
l y los dos agentes que lo acompaa-
ban de quien da un paseo: estaban se-
guros, por lo que haba dicho el inspector,
de que aquel lugar estaba deshabitado y de
que la llamada de la noche anterior haba
sido una broma. Un riachuelo, que corra
al pie de la colina, era ya slo un lveo pe-
dregoso, de piedras blancas como huesos,pero la colina, con aquella alquera ruinosa
en la cima, verdeaba. Tras hacer una ins-
peccin ocular, su propsito era el de po-
nerse a recoger esprragos y chicorias: los
tres, como campesinos que haban sido,eran expertos en reconocer las buenas ver-
duras silvestres.
Entraron en el cercado, que no estaba
hecho, como se poda creer mirando desde
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abajo, de simples muros: eran almacenes,
con las puertas cerradas con cerrojos lus-
trosos, que circundaban el chalet, en ver-dad gracioso y con muchas seales de dis-
gregacin, de ruina. Dieron una vuelta en
torno a l. Todos los postigos estaban ce-
rrados, salvo una ventana por cuyos cris-
tales se poda mirar dentro. A la deslum-brante luz de aquella maana de marzo, al
principio les cost ver con claridad el in-
terior: despus empezaron a distinguir y,
tras repetir la prueba colocndose las ma-
nos de pantalla contra el sol, a los tres lespareci indudable que haba un hombre
sentado de espaldas a la ventana y abatido
sobre un escritorio.
El sargento adopt la decisin de rom-
per el cristal de la ventana, abrirla y entrar
en el cuarto: ese hombre poda haber cado
vctima de un ataque, tal vez hubiera tiem-
po de socorrerlo. Pero estaba muerto y no
de sncope o infarto; en la cabeza, apoyadasobre el escritorio, entre la mandbula y la
sien, tena un cuajaron de sangre.
El sargento grit a los dos agentes, que
tambin haban entrado saltando por la
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ventana: No toquis nada!, y, para no
tocar el telfono, que estaba sobre el escri-
torio, orden a uno de ellos que volviera ala comisara, contara lo que haban visto y
mandase venir en seguida al mdico, al fo-
tgrafo y a los dos o tres de la comisara
que tenan la consideracin y el privilegio
de expertos cientficos: segn el sargen-
to slo el privilegio, pues hasta entonces no
haba experiencia de un solo caso en que
hubiesen hecho una contribucin resolu-
toria; ms bien lo que hacan era confundir.
Tras dar esas rdenes y repetir al agente
que se haba quedado con l que no tocara
nada, el sargento empez a hacer su trabajo
de observacin con vistas al informe escrito
que despus haba de redactar: tarea bas-tante ingrata siempre, pues sus aos de es-
cuela y sus poco frecuentes lecturas no bas-
taban para hacerlo sentirse seguro con el
italiano. Pero, curiosamente, el hecho de
tener que escribir sobre las cosas que vea,la preocupacin, la angustia casi, daba a su
mente una capacidad de seleccin, de elec-
cin, de esencialidad, gracias a la cual lo
que despus quedaba en la red de la escri-
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tura acababa siendo sensato y agudo. Tal
vez ocurra lo mismo a los escritores italia-
nos meridionales, en particular los sici-lianos: pese al bachillerato, la universidad
y las numerosas lecturas.
La impresin inmediata era la de que
ese hombre se haba suicidado. La pistola
estaba en el suelo, a la derecha del silln
sobre el que haba quedado sentado: arma
antigua, de la guerra del 14, alemana, uno
de los recuerdos que los veteranos se lle-
vaban a casa. Pero haba un detalle queanulaba en el sargento la impresin inme-
diata del suicidio: la mano derecha del
muerto, que debera haber colgado al nivel
de la pistola cada, estaba, en cambio, sobre
el plano del escritorio, aferrada a un folioen el que se lea: He descubierto.. Ese
punto despus de la palabra descubierto
se encendi en la mente del sargento como
un flash, despleg, rpida y esquiva, la es-
cena de un homicidio tras la del suicidio,
construida con poca exactitud. El hombre
haba empezado a escribir He descubier-
to, igual que en la comisara haba dicho
haber descubierto en casa algo que no es-16
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peraba: y estaba a punto de escribir sobre
lo que haba descubierto, dudando ya de
que llegase la polica y tal vez comenzando,en la soled